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UNIVERSIDAD DE CHILE

FAC. DE CIENCIAS SOCIALES

DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA

Del ideal del yo al superyó


Natalia Irarrázabal
<<El animal arranca el látigo de manos del amo, y se castiga a sí mismo para
convertirse en amo de sí mismo, y no comprende que no es más que una ilusión
producida por un nuevo nudo de la correa del amo>>. Kafka

I. INTRODUCCIÓN

Es imposible desligar los conceptos psicoanalíticos del devenir de los mismos. Estos dan forma a la
historia del psicoanálisis que <<vive de su no acabar […] puesto que debe reapropiarse sin cesar del material
clínico que, al afluir, exige una modificación de sus ‘puntos de vista’>>. (Assoun, 2003, p.74).

La primera vez que Freud menciona el concepto de superyó {das Über-Ich} es en el Yo y el Ello -en
1923- en el contexto de la reformulación de su primera tópica y como sinónimo de ideal del yo {Ich-ideal}1.
A pesar de introducir un concepto nuevo en la teoría freudiana, el superyó es producto de la decantación de
las nociones de conciencia moral {Gewissen} e ideal del yo {Ich-ideal} que se rastrean precozmente en su
obra a lo largo de treinta años anteriores a su aparición definitiva, y que seguirá desarrollándose hasta su
conceptualización final en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, en 1933. Así, el concepto de
superyó se imbrica en la teoría freudiana y no puede ser aprehendido sino en una revisión de esa historicidad a
la que apelaba Freud:

El objetivo del presente es, entonces, acompañar humildemente a Freud en esta construcción
remontándose desde los primeros escritos hasta su acuñación definitiva, aceptando el desafío de revisarlo
como un concepto implica como problema fundamental en la teorización sobre la moral y la ley inconsciente
del superyó

II. HACIA EL CONCEPTO DE SUPERYÓ

Se puede rastrear la evolución temprana del concepto de superyó en la Obra de Freud; En los
primeros casos freudianos de 1886-1897 se observan los conceptos de parricidio, culpa y punición, primeros
tanteos hacia el superyó. En esta época desarrolla el delirio de persecución en la paranoia, el sacrificio en la
histeria y el castigo con la identificación (tos de Dora).

En el manuscrito K el síntoma primario de la defensa en la neurosis obsesiva es la conciencia moral


en la que destaca el reproche {Vorwiirf}2

1
Freud utiliza indistintamente en esta obra <<ideal del yo>> {IchIdeal} y <<yo ideal>>{Ideal-Ich}
2
Freud utiliza de modo muy ocasional, y sin ningún cambio de sentido la palabra {Selbslvorwurf} o
<<autorreproche>>
Aquí la vivencia primaria estuvo dotada de placer; fue activa (en el varoncito) o pasiva (en
la niña), sin injerencia de dolor ni asco, lo cual en la niña presupone una edad mayor (hacia los ocho
años). Esta vivencia, recordada después, da ocasión al desprendimiento de displacer; al comienzo se
genera un reproche que es consciente. Y aun parece que en ese momento el complejo psíquico
íntegro —recuerdo y reproche— fuera consciente. Luego, ambos —sin que se agregue nada nuevo—
son reprimidos y a cambio se forma en la conciencia un síntoma contrario, algún matiz de
escrupulosidad de la conciencia moral. (Freud, 1978 [1896], pág. 263)

En el estadio del retorno de lo reprimido se verifica que el reproche retorna inalterado (…)
durante cierto lapso aparece como una conciencia de culpa pura carente de contenido (…) El afecto-
reproche puede, por diversos estados psíquicos, mudarse en otros afectos que luego entran en la
conciencia con más nitidez que él mismo; así, en angustia (ante las consecuencias de la acción-
reproche), hipocondría (miedo a sus consecuencias corporales), delirio de persecución (miedo a sus
consecuencias sociales), vergüenza (miedo al saber de los otros sobre la acción-reproche), etc. El yo
conciente se contrapone a la representación obsesiva como a algo ajeno: según parece, le deniega
creencia con ayuda de la representación contraria, formada largo tiempo antes, de la escrupulosidad
de la conciencia moral. (Freud, 1978 [1897], pág. 264)

En el manuscrito N, de la carta 64, Freud se refiere por primera vez al Edipo. En esta época se
resalta la temática del deseo de muerte de los padres, entendido como <<Los impulsos hostiles hacia los
padres>> (Freud, 1978 [1897], pág. 296) que <<son reprimidos en tiempos en que se suscita compasión>>
(Íbid) .

En La interpretación de los sueños (1899), así como las cartas de un año antes a Fliess, se
entrecruzan Hamlet y Edipo respecto de la muerte del padre como culpa y castigo. En el análisis del sueño de
Freud “cerrar los ojos al padre” se encuentran entonces esos elementos en la censura onírica. Cuando Freud
analiza este sueño establece una premisa básica de la culpabilidad: Es siempre un intento de desculpabilizar al
padre, de preservar su amparo. En la censura del sueño aparecen retazos del superyó; <<censura que podría
actuar de forma inconsciente (lo cual diferenció desde un principio su concepción de las opiniones clásicas de
conciencia moral)>> (Laplanche & Pontalis, 1996).

En Tótem y tabú (1913[1912-1913]), Freud considera la conciencia moral del tabú (en referencia a la
violación de éste) como <<la forma más antigua en que hallamos el fenómeno de la conciencia moral>> (pág.
73). La conciencia moral sería la <<percepción interior de que desestimamos determinadas mociones de
deseo existentes en nosotros>> (pág. 73). La conciencia de culpa del tabú en nada disminuye cuando la
violación del tabú aconteció inadvertidamente, así como tampoco en el mito griego la culpa de Edipo resulta
cancelada por haber incurrido en ella sin saberlo ni quererlo. Así la conciencia de culpa <<podemos
describirla como ‘angustia de la conciencia moral’.>> (pág. 74). Sin embargo cabe aclarar aquí que estas
concepciones de Freud acerca del origen y naturaleza tanto de la conciencia moral como de la angustia se
modificaron luego en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933).

En Introducción del narcisismo (1914), Freud desarrolla por primera vez el término ideal del yo el
que se constituye bajo la presión de la clínica. Con la interpretación psicopatológica de la paranoia aparecida
en el Caso Schreber existe la necesidad de que se instaure un estadio en que se constituya el yo (el
narcisismo) y en que al mismo tiempo confluya una facultad de observación, comparación y crítica. Las
variaciones posteriores del concepto de ideal obedecen a su ligazón íntima con la noción de superyó y a la
nueva concepción de estructura y funcionamiento del aparato psíquico, cuya formulación la encontraremos
desplegada en 1923, en “El yo y el Ello”. (Laplanche & Pontalis, 1996; Rojas, 2008)
En este texto, <<La represión parte del yo (…) del respeto del yo por sí mismo (…) La formación
del ideal sería, de parte del yo, la condición para la represión> (Freud, 1914)

Y sobre este yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real.
El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en
posesión de todas las perfecciones valiosas. Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el
hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere
privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las
admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura
recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el
sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal (Freud, 1914, pág.
91).

Esta formulación de la instancia psíquica constituida por el ideal del yo es el primer paso en la
modificación de sus ideas sobre la organización tópica del aparato psíquico en tanto se denomina ideal del yo
a una instancia que hasta ahora se conocía como conciencia moral y censura. Desde aquí aborda su relación
con los conceptos de sublimación e idealización, los que esclarecen, en cierto modo, los destinos pulsionales
en la represión y la formación de las neurosis. (Rojas, 2008). A la sublimación le atañe la libido de objeto, la
pulsión aquí es lanzada hacia otra meta, distante de la satisfacción sexual. La idealización, en cambio, tiene
que ver con el objeto; sin variar su naturaleza, objeto que es engrandecido y realzado psíquicamente (Freud,
1914).

Según tenemos averiguado, la formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más
fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye aquella vía de escape que permite
cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión (Freud, 1914, págs. 91-92).

En este punto se reintroduce en el concepto de conciencia moral como tutelar del ideal, como una
<<instancia psíquica particular cuyo cometido es velar por el aseguramiento de la satisfacción narcisista
proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observarse de manera continua al yo actual midiéndolo con
el ideal>> (p.92). La génesis de esta conciencia moral <<parte, en efecto, de la influencia crítica de los
padres, ahora agenciada por las voces y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los
maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio>>

Esta instancia crítica, como es descrita en Introducción del narcisismo, vuelve a ser revisada en
Duelo y Melancolía (1917[1915]). La conciencia moral, es una parte escindida del yo donde <<una parte del
yo se contrapone a la otra, la aprecia críticamente, la toma por objeto […] lo que aquí se nos da a conocer es
la instancia que usualmente se llama conciencia moral; junto con la censura de la conciencia y el examen de
realidad la contaremos entre las grandes instituciones del yo, y en algún lugar hallaremos también las pruebas
que puede enfermarse ella sola>> (Freud,1917)

En Conferencias de introducción al psicoanálisis (1917), Freud modifica su concepción del ideal del
yo. Éste se convierte en una instancia del yo que se encarga de las funciones hasta entonces atribuidas a la
"conciencia moral" que le permitía al yo evaluar sus relaciones con su ideal.

En 1921, en Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud le asignó al ideal del yo un lugar de
primer plano. Hizo de él una instancia muy distinta del yo, capaz de "entrar en conflictos con él". A esta
instancia, recapitula Freud
Ya en ocasiones anteriores nos vimos llevados a adoptar el supuesto de que en nuestro yo se
desarrolla una instancia así, que se separa del resto del yo y puede entrar en conflicto con él. La
llamamos el «ideal del yo», y le atribuimos las funciones de la observación de sí, la conciencia
moral, la censura onírica y el ejercicio de la principal influencia en la represión (Freud, 1921, pág.
103).

Es en ese lugar del ideal del yo donde el sujeto instala al objeto de su fascinación amorosa, pero
también al hipnotizador o al jefe; el ideal del yo se convierte entonces en el sostén del principal eje de la
constitución de lo colectivo (el grupo humano) como fenómeno.

La eficacia del ideal colectivo proviene de la convergencia de los ideales del yo individuales:
Cierto número de individuos han colocado un mismo objeto en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de
lo cual se han identificado entre sí en su yo; y a la inversa, aquéllos son los depositarios, en virtud de
identificaciones con los padres, educadores, etc., de cierto número de ideales colectivos: Cada individuo
forma parte de varios grupos, se halla ligado desde varios lados por identificación y ha construido su ideal del
yo según los modelos más diversos (Freud, 1921).

Dos años más tarde, en El yo y el ello (1923), todas las características atribuidas al ideal del yo en
Psicología de las masas y análisis del yo se le atribuyen al superyó <<una verdadera cesión de poderes, a la
puesta entre paréntesis del ideal del yo, como lo indica el título del tercer capítulo: "El yo y el superyó (ideal
del yo)">> (Roudinesco & Plon, 2001)

III. EL SUPERYÓ.

Desde 1923, con la teorización de la segunda tópica la noción de superyó adquiere una carrera
estable y designada. Es efectivamente nombrado y caracterizado como responsable de las funciones de
conciencia moral, observación de sí y portador del ideal, y sus antecedentes se remontan a la instancia de
control parental del complejo de Edipo. Su formación pasa a ser sustitutiva del control parental, sucesivo a la
demolición y represión del Edipo, constituyéndose como lo que encarna la ley y las prohibiciones impresas
por la represión y la aspiración a cumplir sus exigencias asegurándose que no sean transgredidas por
mociones pulsionales o influjos del mundo exterior.

Freud sitúa el origen del superyó en el complejo de Edipo, siendo heredero, por identificación, de las
investiduras de objeto resignadas. Entonces, sería efecto de las primeras identificaciones más tempranas y
duraderas que se realizan en la primera infancia, fundamentalmente de la primera y más importante
identificación: una identificación originaria con ‘el padre’ antes de toda elección de objeto (Freud, 1923).

Respecto de la identificación, no se habla tan solo de una imitación, sino más bien de una
apropiación (Laplanche & Pontalis, 1996) es decir, de una alteración del yo según el modelo del otro. De esta
forma, en la identificación con la instancia parental se introyecta una relación: el vínculo parental se traspone
en el superyó, causando que una parte del yo se comporte según el modelo acogiéndolo e imitándolo. El
superyó entonces, como heredero del complejo de Edipo, se conceptualiza como un caso logrado de
identificación con la instancia parental donde aparece como el heredero de las investiduras de objeto
resignadas.

A propósito de la relación entre la identificación y la elección de objeto, Freud (1916, 1923) comenta
que en caso de perder un objeto amado el yo se niega a perder su vínculo con él mediante una regresión de las
investiduras de objeto al lugar de la identificación, erigiendo el objeto amado al interior del yo. Esta operación
Freud la colige del estudio de la melancolía, la que se caracteriza por un ataque despiadado al yo, donde los
afanes dolorosos que la caracterizan tienen su origen en una resignación de la investidura de un objeto perdido
que revierte en una identificación del yo con éste, tal como sucede con las investiduras del ello resignadas en
el proceso de conformación del carácter del yo en etapas tempranas. Este proceso implica la alteración del yo
producto de la erección de un objeto resignado al interior del yo, consignando la premisa de que <<el carácter
del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contiene la historia de las elecciones de
objeto>> (Freud 1923, pp. 31)

Por la sedimentación de las investiduras de objeto resignadas el yo adquiere un doble carácter


producto del establecimiento de una identificación doble, donde una parte del yo se verá enfrentada al ideal (o
superyó) como separación o grado al interior del yo. La relación entre el yo y el ideal se revelará como una
aspiración a ser como el ideal y como prohibición, y la distancia marcada entre en el yo y el ideal como
sentimiento de culpa.

De estas conjeturas se establece que el resultado universal del complejo de Edipo completo supone
una sedimentación del yo, considerando el establecimiento de una identificación doble unificada, lo que tiene
como consecuencia una alteración del yo que conllevará a una posición de enfrentamiento con el superyó,
parte del otro contenido del yo.

El superyó no es sólo es un resultado pasivo de estas primeras elecciones, también deviene como una
enérgica formación reactiva frente a éstas. La doble faz del ideal del yo comprende tanto el deber ser de la
identificación como la prohibición de la represión, y a medida de esto es que se erige el carácter riguroso del
futuro superyó, dependiendo proporcionalmente de la intensidad con que se impuso el complejo y su ulterior
represión. En consecuencia se establece que el superyó conservará el carácter del padre, del superyó del
propio padre3.

IV. SUPERYÓ E IDEAL

En consecuencia, el superyó, en la década de 1910, se constituye bajo dos dimensiones: como ideal
del yo, y como una facultad crítica de observación. En ‘Introducción al narcisismo’ se señala que el ideal del
yo es el transunto del yo ideal, la perfección narcisista, por la negación a abandonar la satisfacción de la que
se disfrutó en otro tiempo: <<lo que proyecta de sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su
infancia: en ese tiempo él mismo era su ideal>> (Freud, 1914). Freud diferencia claramente otra instancia
que observa sin cesar al yo comparándolo con el ideal, una instancia que promueve una satisfacción narcisista
(Freud, 1914). En 1923, se conceptualiza al ideal del yo como fragmento separado del yo que se comporta
como instancia psíquica (es decir, introduce alguna idea sobre el ideal del yo como manteniendo una relación
de estructura en el aparato psíquico) y que posee múltiples funciones: conciencia moral, censura y
observación de sí. Señala Freud que toma los influjos y las exigencias que el medio plantea al yo, y cuando el
yo no puede ‘contentarse en su yo’, puede satisfacerse en el ideal del yo. Es en el Yo y el Ello que Freud
finalmente dará forma a todos sus desarrollos anteriores bajo la forma de la introducción formal del superyó
como instancia estructural del aparato psíquico que reúne las funciones de prohibición e ideal.

Las identificaciones que constituyen al superyó y al ideal del yo aparecen complejamente


imbricadas, siendo muy difícil distinguirlas claramente. Sin embargo, Freud nunca confunde ideal del yo con
superyó, más bien los distingue como distintas funciones dentro de una misma estructura: superyó/ideal del
yo.

Freud señala que superyó es heredero del complejo de Edipo, esto es, del juego de identificaciones
que la demolición del Edipo supuso y que promovieron una alteración del yo donde este <<se enfrenta al otro
contenido del yo como ideal del yo o superyó>> (Freud, 1923). Es un residuo de las primeras elecciones de
objeto del ello pero también tiene la <<significatividad de una enérgica formación reactiva frente a ellas>>

3
El superyó es la agencia representante del vínculo parental acogida en el interior del yo
(Freud, 1923) y su vinculo no se agota en la advertencia ‘así debes ser’ (como el padre), sino que comprende
también la prohibición <<Así (como el padre) no te es lícito ser, no puedes hacer todo lo que él hace, muchas
cosas le están reservadas>>(Freud, 1923, pág.36). Es decir, el superyó implica la dimensión del ideal que
empuja al ‘se así como tu padre’ pero también se presenta bajo la forma de una coerción que se expresa como
‘imperativo categórico’. Esto es lo característica fundamental del superyó que Freud visualiza dramáticamente
en la melancolía, como ataques despiadados al yo, y en algunos casos de neurosis obsesiva como sentimiento
de culpa inconsciente: la severidad y crueldad del superyó (Freud, 1923).

Ya bien revisado, a grandes rasgos, el devenir del concepto del superyó a lo largo de la trayectoria
freudiana hasta su advenimiento, quedan expresadas para siguientes ocasiones interrogantes que tienen que
ver con ¿Cómo es que el superyó despliega contra el yo una dureza y severidad tan extraordinaria? ¿De dónde
extrae la fuerza para el imperio del carácter compulsivo que se exterioriza como imperativo categórico?
Desde ya, se puede enunciar que Freud explica esta crueldad señalando que el superyó está vinculado al ello
pulsional, desde donde extrae su energía de investidura; y a la pulsión de muerte.

BIBLIOGRAFÍA

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Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Laplanche, J., & Pontalis, J.-B. (1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós.

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Roudinesco, E., & Plon, M. (2001). Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

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