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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol.

1 – Introducción a la
cultura nacional.

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escritos
paraguayos
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Introducción a la
cultura nacional

Esta es una edición digital corregida y aumentada por la BVP,


basada en las ediciones
Mediterráneo (1984), la edición de Distribuidora Quevedo
(2003), así como de fuentes del autor.

I. S. B. N.
Dibujo de cubierta y fotografía del autor: Gerardo López Salvioni
Fotografías: archivo fotográfico de Manuel Rivarola Mernes

Se reconocen los derechos de autor, quien ha autorizado en vida esta edición digital
Permitida la descarga e impresión para uso particular y docente.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Carta de un filósofo Volver al Índice

"Bs. Aires, 15 Oct. 1984 "Mi querido Dn. Raúl Amaral:

"He leído su libro de un tirón, pese a ser un severo análisis de un proceso cultural
sometido a definidas periodizaciones: romanticismo, novecentismo, modernismo. Pero se lee
con el interés de una novela o se lo admira como un gran fresco cuyas grandes líneas van
demarcando la identidad de un país. Desde cualquier ángulo que se mire el fresco, desde
cualquier página que se acceda a su libro, uno percibe siempre la unidad del conjunto: la
aventura de una cultura cuyos momentos creadores de ningún modo resultan ser fragmentos o
retazos dispuestos dentro de un "collage" azaroso. Aunque Ud. señale algunos momentos de
ruptura, siempre predomina la continuidad de una historia, la voluntad de una realización
colectiva, el alma de un país.

"Pero esta vida macroscópica del fresco, no impide que se la descubra también en los
detalles, en las escenas fugaces, la pintura de los personajes, sus obras, sus vicisitudes.

"La técnica de la minisemblanza, el dibujo rápido, casi periodístico, de obras y


protagonistas, todo eso está encarado con objetividad y "esprit de finesse". Un arte de escuela
flamenca hay en este libro donde el conjunto es tan preciso como el detalle microscópico. Y
donde la gran imagen de un período está remitiendo a la pequeña anécdota o a la breve frase
citada de un libro, y a la inversa. Las dos dimensiones se alimentan mutuamente, manteniendo
ambas su individualidad. Excelente arte hermenéutico no muy frecuente en la ensayística
hispanoamericana.

"Ud. ha tenido el mérito de haber podido volcar en su obra una actividad literaria de años,
un saber histórico inmenso. Al cabo de los años uno acumula, con frecuencia, peso muerto,
hojarasca, páginas circunstanciales. Escribir es un ejercicio de despojamiento. Ese no ha sido
su caso. Ud. acumuló un material selectivo que, con el paso del tiempo, siguió vivo: la prueba
es el esplendor de la mayoría de sus páginas en las que se advierte, además, la maestría de
un escritor de primer orden. No vacilo en afirmarlo enfáticamente: su estilo es brillante, vivaz,
transparente, nada ampuloso ni grandilocuente, de trazo firme, severidad intelectual pero no
menos apasionado. Estilo de ensayista sin pelos en la lengua, tentado por el tono polémico o
agresivo (sobre todo si se trata de algún país vecino) pero sin caer en él porque priva siempre
la mesura o porque le interesa más la verdad que ridiculizar a un adversario. Páginas como las
de los dos primeros ensayos sobre Casaccia son memorables. Y tantas otras.

"A propósito de su saber histórico. Es sencillamente apabullante: fechas, nacimientos,


muertes, parientes de los protagonistas, relaciones, aniversarios, fechas de ediciones y

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reediciones; un prodigioso ejercicio de la memoria que se confunde con el trabajo de la


inteligencia y la voluntad de comprensión de lo particular insustituible, que no puedo dejar de
comparar con nuestro Dr. Pedro Henríquez Ureña. Él era así: su erudición no era un material
adventicio sino un modo de dar más color y sabor a la vida. Lo mismo se advierte en Ud. Sus
datos no juegan al azar sino que siempre ordenan un contexto, hacen nítida una relación para
mayor comprensión y vivacidad del cuadro cultural. Nuevamente: no hay de ninguna manera
en Ud. una idolatría del dato sino un acto de amor por el hecho particular, la fidelidad a una
vida rica y ejemplar que Ud. quiere salvar de la marea del olvido. El olvido: ese enemigo
mayúsculo del espíritu, de la toma de conciencia de una identidad perdurable. El olvido, ese
compinche de la neo-barbarie.

"Uno advierte que su hermenéutica tanto histórica como literaria es objetiva pero no
inerte, es tanto puntillista como omnicomprensiva. Se cuida de no caer en las trampas del
subjetivismo, la ideología, el resentimiento aldeano, el pueblerino culto al héroe, o el artificial
engorde de acontecimientos comunes. Hay una notable mesura en sus trazos, aun cuando no
ahorre comentarios intencionados sobre los prejuicios cristalizados de una historiografía
egolátrica o perezosa. Quiero decir nuevamente que detrás de su metodología cuidadosa hay,
sobre todo, un acto de amor a un pueblo, una fidelidad vigilante a su destino que Ud. quiere
comprender y enaltecer...

"No se me oculta la dignidad de la intención: el que su obra contribuya a una


autoconciencia paraguaya de la propia identidad a lo largo de una historia de sufrimiento,
orgullo y ensimismamiento. En sus páginas se advierten tres grandes llamados: el primero
responde al afán de que el habitante de esas tierras no vuelva la espalda a los ricos contenidos
de su cultura; el segundo responde a la necesaria inserción americana de su identidad
espiritual, y el tercero a su inserción universal. Estas tres vocaciones transitan
permanentemente por el libro de modo ejemplar y lo convierten en un producto noble, un acto
de creación, un ejercicio iluminativo. Y sobre todo, inscriben su nombre, estimado Dn. Raúl
Amaral, en la tradición de los grandes humanistas preocupados por el destino de nuestra
América".

Victor Massuh1

1 N. de la D.: El Prof. Dr. Víctor Massuh es un eminente filósofo argentino y un pensador de prestigio en nuestra América. Ha sido, además,
embajador de su país en la UNESCO.

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Explicación Volver al Índice

Los temas propios de este libro están vinculados a una idea de conjunto que ha procedido
de las investigaciones culturales y bibliográficas emprendidas por el autor desde casi cincuenta
años a esta parte. Esto quiere significar que ellos siguen una línea de unidad que en definitiva
habrá que comprender todo el proceso de la cultura nacional o, cuanto menos, su evolución
moderna.
Aunque los estudios incluidos aquí corresponden a épocas distintas se ha considerado
oportuno reunirlos no de acuerdo a un orden cronológico que permita agruparlos conforme al
tiempo en que fueron redactados, sino en capítulos que se refieren al quehacer de esta cultura,
a su lento pero efectivo transitar por límites de creación, en lo que hace a su vecindad
rioplatense y a su proyección hispano-americana.
En la mayoría de los casos estas páginas incorporan de preferencia a determinados
autores por sobre aquellos nombres cuya justificación podría encontrarse, más que nada, en la
perdurabilidad de su tarea histórica. Pero no por ello ha de considerárselos fuera de ese
proceso, ya que su ausencia determinaría un verdadero vacío, difícil de explicar por su misma
trascendencia.
El sector destinado a Los Precursores incluye a Ruy Díaz de Guzmán y al Dr. Francia no
porque pudieran haberlo sido de la subsiguiente etapa dedicada al Romanticismo, sino porque
sus antecedentes los ubican como antecesores en el hacer de una cultura que después de
ellos comenzaría a advertir los síntomas de una aleación no drástica pero sí efectiva, aún en
pequeña escala por entonces y hasta poco después.
Los aportes alusivos al Romanticismo propiamente dicho se inician con el emprendimiento
cultural de don Carlos Antonio López, desde la fundación del aula de Filosofía y la aparición de
la revista La Aurora hasta el reintegro al país de las hermanas Speratti, pasando por la
actuación de algunos escritores que en mucho no superaron la línea del siglo XX.
Entre los maestros nacionales que condujeron el avance de toda una generación debe
citarse, indudablemente, a Cecilio Báez, titular de la famosa y aún no del todo desentrañada
polémica histórica de octubre de 1902. Importa señalarlo, además, por no haber sido -a pesar
de aquellas circunstancias y porque razones de época se lo impedían- antes que un
novecentista nato, su más firme orientador hasta la quiebra generacional ya mencionada.
En cuanto a la proyección del Novecentismo, bien se sabe que aunque su trayectoria se
inicia con los albores del siglo, la prolongación de su influencia llega hasta las vísperas de la
guerra del Chaco, suceso éste que corta en dos la vida paraguaya, terminando con ese
conflicto la vigencia de una modernidad iniciada en la posguerra del 70.

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La presencia de varios de sus integrantes, a través de rápidos apuntes, anticipa los


capítulos que les estarán destinados en la segunda parte de esta obra, complementándose así
la interpretación de un mismo proceso de cultura por medio de sus nombres más
representativos.
La parte dedicada a la evolución del Modernismo toca igualmente la actuación de
escritores de militancia definida en ese movimiento y en años distintos, según es el ejemplo de
Fariña Núñez y Ortiz Guerrero, que participaran de los comienzos, el primero, y de los tramos
finales el segundo, simbolizando a la vez dos posiciones: la de captación externa, por un lado,
e interna por el otro.
La prosa que trata del insoslayable testimonio de Facundo Recalde sobre Ortiz Guerrero,
volcada en páginas tan lejanas como olvidadas, tiene su continuación en el capítulo siguiente
en el no menos valioso de Oscar Ferreiro respecto de Herib Campos Cervera, quien se iniciara
como poeta modernista pero cuyo carisma (de acentuación personal) y cuya obra pertenecen a
la promoción denominada "del 40", no obstante su notoria diferenciación cronológica.
Se cierra la serie con Otras Páginas, que por cierto no corren separadas sino virtualmente
unidas al conjunto. En tal sentido conviene aclarar que los trabajos relacionados con don Arturo
Alsina y con la novelística de Gabriel Casaccia, han servido de prólogo a dos obras totalmente
agotadas y puestas bajo el sello editorial ya desaparecido.
Y como de acuerdo al refrán "los últimos serán los primeros", quedan para el final las
palabras que conforman la Introducción, la que no pretende ser más que un anticipo del
desenvolvimiento de esa evolución y de las consecuencias que tuviera en etapas posteriores,
más próximas a nuestro tiempo.
Este libro, en su serie inicial, quiere simbolizar el compromiso del autor tanto con la
historia como con la interpretación teórica del proceso cultural estudiado, de cuyos tramos
actuales y a lo largo de más de cinco décadas ha creído ser, antes que testigo indirecto, actor
de un emprendimiento cuya vigencia todavía dura. Por ello puede afirmarse que estas páginas
no comprenden una especie de "paseo arqueológico" por las edades muertas de nuestras
letras, sino la recreación de varios de sus fragmentos. .
Conviene aclara también que ESCRITOS PARAGUAYOS debe su título a la voluntad
intransferible de haber sido pensado y redactado en el Paraguay, con el espíritu orientado
hacia el destino de esta comunidad nacional, de la que el autor se considera tan antiguo como
indoblegable servidor.
(rl.al.)
Isla Valle de Areguá
28 de julio de 2001.

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Los fundamentos teóricos de estos trabajos tienen lejanos orígenes: deben señalárselos
a partir de diciembre de 1954, cuando el autor logra esbozar, desde su residencia aregüeña de
Isla Valle, los primeros lineamientos, por entonces circunscritos a la evolución propia de la
literatura nacional. Más tarde y desde 1968, aquéllos quedarán notoriamente ampliados al
sumárseles capítulos que se relacionan con las bases históricas, sociológicas y educacionales
de la cultura paraguaya.

Con el correr de los años y la parcelación de las épocas por las que los mismos fueron
atravesando se logra un más seguro ajuste, el que permitirá, a la vez una adecuada separación
entre lo meramente expositivo de un Curso -que a eso estuvo destinado el plan 1969-1970 y el
trazado de un esquema previsto para integrar la estructura de un libro.

Tales elementos pasarán después a reunirse en tres capítulos, con sus


correspondientes subdivisiones, sin que esto signifique la pérdida de la unidad de conjunto.
Debe advertirse por igual que esas particiones temáticas no responden a una disposición
caprichosa sino al propósito de orientar el proceso de la cultura nativa hacia más amplios
niveles (región, continente) dentro de un orden referido a las esencias universales.

A ese respecto se hace necesario aclarar que los ensayos ofrecidos con anterioridad por
otros autores están lejos de justificar la verdadera imagen del país, ya que ellos se han
manifestado a través de pautas de no difícil delimitación, pero a los que por lo común suele
soslayárselos en beneficio de un menor esfuerzo, que casi siempre traduce resultados de
copia.

No escapa a la atención del autor, ni a su mismo interés como investigador, la


circunstancia de que al iniciar este trabajo con los precursores y con el romanticismo habrían
de quedar en la sombra vastas zonas que abarcan desde el Mundo Guaranítico -de suyo
ineludible- hasta la realidad de la Colonia primero y de la Independencia después.

En este caso se ha preferido acudir a especificaciones más accesibles, no tan


aquejadas de historicismo, aunque no menos urgidas de aclaración en lo particular. Quedan
comprendidas como tales -no estará demás recordarlo- aquellas que puedan ofrecer elementos
más aproximados a una interpretación que trascienda las fronteras geográficas o políticas y
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que consiga poner al Paraguay en trance de superar su antigua retracción, en cuyos resultados
lo mediterráneo apenas si juega un papel secundario.

Es así que romanticismo, aunque la aparición temporalmente tardía por causas no


exentas de explicación -justificativos aparte- a lo largo del accidentado proceso de esta
nacionalidad, podría servir de punto clave para una definición que sobrepase los límites
naturales y las restricciones observadas en su propia trayectoria.

Se trata de saber qué vínculos o qué desencuentros han unido o separado a los
integrantes de ese agrupamiento del quehacer de otras nucleaciones románticas de nuestra
América, partiendo de las más cercanas. Y qué es lo que, en resumen, ha anudado o
distanciado al romanticismo paraguayo de los que a su hora surgieran en la Argentina o el
Uruguay.

Si bien este capítulo romántico -en su rigurosa acepción- se detiene en los lindes del
900, habrá que reconocer la supervivencia de una prolongación posromántica que,
demorándose en una época distinta y con diferenciación de personas y matices, se mantendrá
hasta 1915, aún cuando en una valoración comparativa externa esto pudiera representar un
flagrante anacronismo.

El novecentismo, por su lado, muestra no meras fórmulas escritas, ni simples


expresiones propias de los finales del siglo -ya que por su misma índole estaba en el deber de
asumir ciertas actitudes de rebeldía juvenil- sino todo un tiempo de actuación, en el que figuran
incluidos el estilo y los modos de una época determinada de la vida nacional o, en último
término, de la ciudad-capital, convertida en obligado puerto de cultura.

Y de idéntica manera a cómo el romanticismo asume continuidades a primera vista


truncas (neoclasicismo y pre-romanticismo, entre ellas) la tarea de ese novecentismo abarcará
expresiones de variada conformación que comprenderá, en un mismo nivel, a las de carácter
fragmentario y a aquellas que desde un principio permanecieran incompletas.

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Varias corrientes y no desdeñables movimientos se descubren, así, durante el


predominio novecentista -dentro del cual será posible distinguir sucesivas etapas- en relativa
contradicción con la actualidad en que se expandía, si bien puede admitirse que se trataba de
influencias que corrían por debajo del cauce real, sin desplazarse ni desprenderse de él.

Es por eso que en el ámbito mismo del 900, como no ocurriera en otras latitudes de
nuestra América, tiene lugar a la vez, en lo literario: el posromanticismo, el premodernismo, el
auge modernista propiamente dicho -uno detrás del otro-, y en el aspecto doctrinal o del
pensamiento: el Krausismo español, el positivismo y las primeras reacciones
pragmatistas, vitalistas, metafísicas y espiritualistas, en un tramo de tan sólo treinta
y cinco años (1900-1935).

Desgraciadamente, tampoco de esa que hemos denominado progresión dialéctica habrán


de extraerse signos de una corriente única, y tanto es así que el modernismo consigue
proyectar su ascendiente hasta un lustro después de la guerra del Chaco, cuando empezaban
a asomar tímidamente algunas tendencias innovadoras si bien no en una plena exaltación
vanguardista, como se ha dado en suponer.

En su contorno se mueven por igual el posmodernismo y un condicionado intento de


poesía social que nace, reiterando la paradoja, con el tercer agrupamiento modernista, en los
alrededores de 1915, y no con lo que después fue la “vanguardia literaria”, de limitadas
proporciones, ya bastante avanzada la década del 40. Iniciadores de la primera han sido: Angel
I. González, desde el librepensamiento, y Leopoldo Ramos Giménez, desde una actitud
libertaria de inspiración vernácula y sentimental. En cuanto a la segunda, no estará demás
agregar la comprobación aquella de Oscar Ferreiro cuando recordaba que en pleno 1946 se
leía aquí, como novedad traída por Herib Campos Cervera, el añejo Crepusculario de Neruda.

Curioso resulta señalar que los núcleos promocionales que asistieron al nacimiento del
tercer grupo modernista -identificado con la revista “Crónica”- y los posteriores de “Juventud”,
que integran un cuarto y final- fueron reuniéndose en torno al novecentismo. En esa disposición
de ánimo, que si no de aceptación era de acompañamiento, adoptaron, en no escasas
ocasiones, sus gustos literarios, sus experiencias intelectuales y hasta su postulación histórica.

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No hubo entonces polémica alguna que pudiera crear un rumbo generacional, ni la


proposición de una reforma de fondo -siquiera en el ámbito educativo universitario- que a su
vez aireara o modificara los ideales del novecentismo, que a esas alturas algunos desgastes
habían sufrido. Todo se redujo a proseguir o adoptar los encauces propios de una evolución en
declive. Esto se observa con facilidad en el terreno de la literatura y hasta tiene su explicación
concreta en el hecho de que el primer grupo modernista, es decir, el que inicia el modernismo,
parte del propio novecentismo (1901) y configura uno de sus más importantes experimentos
generacionales.

Pero en el sector de las ideas no ocurre lo mismo porque comienzan a delinearse en él


ciertas posiciones que, si bien no se muestran antagónicas, tampoco lo serán de plena
concordancia. Éste y no otro es el motivo por el cual no pueda ser reconocida como
típicamente modernista una exclusiva etapa literaria, sino -y ese es el caso del novecentismo-
todo un movimiento que se inicia con las primeras señales del posmodernismo -convertido en
mundonovismo por algunos poetas significativos- desde 1920 en adelante y que confina en la
ruptura que produce la posguerra del Chaco.

Lecturas de Maeterlinck y Boutroux (con anterioridad se había producido el impacto de


Bergson) singularizan a esta época, que terminará recalando en las difundidas meditaciones de
Ortega y en el historicismo de Croce. En lo que a las letras alude, las preferencias se dirigirán
hacia una línea que va de Baroja a Lorrain, en prosa, y de los modernistas rioplatenses
(Lugones, Herrera y Reissig) a algún lejano mundonovista como el mexicano González
Martínez, en poesía. Esto no implica dejar de insistir en la aclaración -que aquí mismo se
formula- de que en cuanto a creación el modernismo no retrasó su arribo al Paraguay, teniendo
en cuenta que su influjo se extiende hasta la muerte de Rubén Darío (1916) y mucho más allá,
como lo indica Max Henríquez Ureña, pues habría de verificarse con el “precursorato” (y en su
caso, magisterio) de Goycoechea Menéndez, López Decoud y Domínguez, desde 1901, y con
los poemas declaradamente modernistas de Marrero Marengo, Toranzos Bardel, Freire
Estéves y Roberto A. Velázquez, entre 1904 y 1907.

De tal manera se demuestra, que el advenimiento del modernismo se produce doce


años antes de la aparición de la revista “Crónica” y a sólo cuatro de la edición de Cantos de
Vida y Esperanza, de Darío, y Los Crepúsculos del Jardín, de Lugones, ambos de 1905.

Mas, si romanticismo y modernismo pueden representar etapas sobre cuya definición no


existen dudas por su carácter de expresiones literarias -puesto que no han sido más que eso-

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no pasa igual cosa con el novecentismo, que, en cambio, comprende todo un ciclo, tributario a
su vez de otro sumamente extenso, que ya hemos dimensionado y que abarca nada menos -no
está demás repetirlo- que la marcha corriente de treinta y cinco años, superando en mucho
hasta el propio ciclo vital de varios de sus componentes.

Aún así será preciso recalcar que la coexistencia -un tanto paradójica- con modernismo
y posmodernismo -el primero de ellos, como hemos visto, generado en sus entrañas-, no se
debe a simple casualidad sino a su propia y extensa condición de movimiento.

El recuento respectivo finaliza en 1935, admitiendo su prolongación a un lustro más tarde.


Porque en lo que a esa fecha atañe, habrá que decir que no es sólo la vida institucional del
país la que ve interrumpida su continuidad.

Se trata nada menos que del resquebrajamiento de un mundo -especialmente en el


orden político, económico y social- venido del desconcierto de la posguerra del 70 y de las
ilusiones originadas en la panacea constitucional (el cumplimiento estricto de la Constitución,
por otra parte de inspiración foránea, que por arte de magia conjura o resuelve todos los
problemas) no pudo alcanzar, por acto de simple existencia como suponían los románticos y
sus inmediatos sucesores -encandilados por los modelos norteamericano y argentino- a la
contención de desbordes y a la solución de las contradicciones que la vida misma crea, en
forma de anticuerpos enquistados en su propia sociabilidad. Manifestado esto a nivel de los
que en distintas épocas se han autodenominado hombres prácticos, para quienes la única
teoría aceptable era la que emanaba de la Carta Magna, a pesar de que en no escasas
oportunidades ella fuera ignorada o violada a sabiendas -por razones igualmente prácticas- y
no obstante estar presente en las invocaciones públicas de los mandatarios juramentados para
respetarla.

Incluso ese “constitucionalismo” se transformó en una rama casi poética del Derecho
cuando uno de sus más eminentes maestros, el doctor Manuel Domínguez, tuvo que ir a
compartir “con las alimañas del Chaco” -según expresara don Arsenio López Decoud- sus
fervores por aquella disciplina, aludiendo, sin eufemismo alguno, a un confinamiento sufrido,
con ese motivo, por el mencionado pensador novecentista.

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Por supuesto que no ubicamos allí, en la atmósfera propicia a los escarceos de los
hombres prácticos, a aquellas mentalidades doctrinarias que, sin mucho éxito pero con
indudable entereza moral, actuaron a través de esos setenta años esquivando, en no pocos
trances los asedios de una política basada en el ejercicio del mbareté, y avituallada o
alimentada hasta en las mismas filas a que aquellos pertenecían.

Esos nombres -desde luego que sin desmedro de otros- pueden ser salvados de la
indiscriminación común por haber sido los encargados de rescatar, en momentos dramáticos,
el ideario de un Paraguay capaz de evidenciarse con respecto de las respectivas procedencias
partidarias, sin necesidad de atizarlas o enfrentarlas.

La lista que a ese propósito y ciñéndose a rigurosa cronología, podría trazarse no


resultará muy extensa, aunque sí selecta, de acuerdo al siguiente orden: Juansilvano Godoi,
José Segundo Decoud, Cecilio Báez, José de la Cruz Ayala (“Alón”), Manuel Domínguez,
Fulgencio R. Moreno, Blas Garay, Gualberto Cardús Huerta, Juan E. O’Leary, Eligio Ayala,
Ignacio A. Pane, Ricardo Brugada (h), Lisandro Díaz León, Juan Stefanich, Federico García,
Adriano Irala, Pedro N. Ciancio, Pedro P. Samaniego, Anselmo Jover Peralta, Justo Prieto y
Natalicio González.

Un giro sin precedentes, no por cierto un tímido paliativo reformista, tendría que haberse
producido irreversiblemente como consecuencia de la inevitable mutación de valoraciones
universales, a las que el país no había podido permanecer ajeno. Todo un mundo de
grandezas y apariencias (cuyo desgaste ha desmenuzado Gabriel Casaccia en sus novelas)
amenaza derrumbarse sin remedio. Es que, por nueva y terrible paradoja, la victoria de la
guerra del Chaco se convierte en derrota para quienes la orientaron y condujeron. Desde
aquellos tiempos la vida nacional ha de ser otra y es por eso que el Paraguay se ve en la
situación de asimilar también aquella experiencia, la que a su vez pasará a tener distintos
lineamientos y un diverso destino.

Para mal de los males tres de esas mentalidades de excepción -por lo que fueron- que
hubieran podido llevar el proceso a buen fin, cada cual desde sus distintas posiciones,
desaparecieron jóvenes aún, en un lapso de apenas trece años (1920-1933): Ignacio A. Pane,
que murió a los 39, en pleno prestigio intelectual y lucidez teórica; Eligio Ayala, a los 50,
después de haber desempeñado la presidencia de la República con un afán sólo comparable al
de don Carlos Antonio López, y Adriano Irala, a los 40, cuando no terminado su brillante
liderazgo universitario y patriótico, cae vencido por enfermedad contraída en la contienda

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chaqueña. Las anteriores y lejanas frustraciones podrían llamarse: Blas Garay (1899) o Carlos
García (1906).

Regresemos a nuestro planteamiento para señalar que varios de los escritores que
accedieron al modernismo entran en eclipse sin que quienes les suceden logren mantener el
ritmo heredado. Todo lo que tiene lugar a partir de 1940 habrá que medirlo con materiales
adecuados y con infinitas precauciones, porque ya no se trata de desentrañar las
particularidades que se insinúan intramuros, sino esas otras que vienen impactando desde el
desenlace de la segunda guerra mundial.

Es en relación con esas comprobaciones que nos afirmamos en la idea de no insistir en


la primacía de aquello que pueda presentarse como telúricamente remoto.

En tal sentido nuestra posición se asienta en dos razones:

1) Los designios nada claros de algunas normas en boga y de dudosos


orígenes o intenciones;

2) El intento de no avanzar -momentáneamente, se comprende- sobre


aquellos sectores que todavía son del dominio de la etnografía, la antropología o la
lingüística, consideradas en su capacidad deductiva o analítica y junto a las cuales el
exclusivo matiz literario carece de la imprescindible riqueza documental y de
antecedentes bibliográficos confiables.

Aun aquellas especialidades (de alguna manera hay que denominarlas) que, como en
ese caso, se hallan en nuestro medio en su frase experimental -a pesar de una insoslayable
tradición- no resultan del todo útiles, por ahora, para explicar su cometido por aleación con la
literatura, en un campo cultural que sigue persiguiendo la urgencia de saber cuáles han sido, o
son, sus bases esenciales.

Tampoco resultaría lógico dejar de lado, para una compulsa más o menos exhaustiva,
los estudios de profesionales o autodidactos -éstos en mayoría- en una perspectiva no superior
al medio siglo. Pero habrá que extremar los cuidados al respecto, con vistas a una ampliación
del panorama, pues faltan datos concretos y formulaciones ciertas, tanto como ediciones o
reediciones de textos que permitan aventurarse a modificar programáticamente una historia
cultural que ha fincado su más celebrada perdurabilidad en las inseguridades de la versión oral.
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cultura nacional.

Los testimonios surgidos de documentos fundacionales y los imprescindibles de los


Padres jesuitas -a quienes no se ha rendido la debida justicia- no bastan.

Es preciso ahondar un poco más porque para el hecho de la literatura, considerado


como tal, no ha de servir cualquier explicación que pudiera destinarse a procesos culturales
con otro desarrollo.

Debemos asimismo ajustar nuestra visión, preparándonos para un lento y cuidadoso


ingreso al mundo vernáculo, sin especulaciones de sabor pytaguá -simuladamente en auge-
para así poder ofrecer un recuento completo y veraz desde la prehistoria, si fuera posible, pero
apartando de la cultura propiamente dicha lo que corresponde a otras disciplinas.

Y nos asiste la sospecha que a corto o largo plazo tendremos que hacerlo, no para
regodeo íntimo, ni para seguir contemplando absortos nuestra airosa fragata intelectual
anclada en el angustioso espacio de una botella (de acuerdo a los cánones de la artesanía
marinera) sino para proyectarla, externarla y establecer su conexión con los respectivos
períodos de dentro y de fuera, a fin de reconocer su raíz americana y brindarle el derecho que
tiene a una ciudadanía universal, más en consonancia con estos tiempos que los desahogos
de un cosmopolitismo vacío e inadaptable.

Mientras tanto no debemos silenciar los aportes, de León Cadogan, Natalicio González,
Anselmo Jover Peralta y Gumersindo Ayala Aquino, dignos continuadores del grupo precursor
que integraran Domínguez, Gondra, O’Leary, Pane, Rosicrán, Osuna y Guillermo Tell Bertoni,
por no aludir sino a los más representativos.

Como desde 1940 en adelante la realidad en que el país se ha movido adquiere otras
tonalidades -bien que distintas, por cierto- procedemos a clausurar en aquella fecha el tiempo
de esta Introducción, que en última instancia no pretende ser más que eso. Además, los tramos
siguientes a ese año entran ya en nuestra contemporaneidad, son parte de nosotros y en esa
condición no nos sería posible tratarlos con objetividad, ni con la apropiada amplitud de espíritu
y la necesaria perspectiva histórica.

Y porque es cosa ardua la imparcialidad, tendríamos que mezclar los juicios críticos con
las preferencias personales, antes de llevarlos a una distancia mayor que la distinga de la
pasión doméstica. ¡Y quién sabe si ésta terminaría siendo todo lo apropiada y útil como para
merecer la atención del lector de nuestros días!

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cultura nacional.

La interpretación doctrinal -vinculada al país- que implícitamente se manifiesta en estas


páginas, tiende a favorecer el concepto de que es preciso presentar a la cultura paraguaya en
toda su dimensión, sin olvidar la misión americana que le es consustancial.

E insistimos, una vez más, en la idea de que el plan ha sido concebido con el propósito
de informar para formar, regla de oro de toda buena pedagogía, aunque aquí lo pedagógico
quede reducido a la intención de ordenar y sistematizar conocimientos, más que a imponer una
norma o trazar el camino de esta o aquella enseñanza.

En el cumplimiento de esa función confesamos que no nos ha interesado la presencia


de algún interlocutor en abstracto, sino la del “hombre de carne y hueso” (como quería
Unamuno), que aunque anónimo, indiscriminado y hasta sin rostro aparente, procura -sin que
nosotros muchas veces lo sepamos- arribar a la terra incógnita de una cultura que cuenta con
más de cuatro siglos de existencia, pero que tiene como haber a cubrir esta quemante
situación: que más es lo que se ignora que lo que se sabe de ella.

(1984)

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cultura nacional.

Los Precursores
Ruy Díaz de Guzmán, primer escritor paraguayo Volver al Índice

Ruy Díaz de Guzmán ha sido considerado como parte integrante, inicial, de la


historiografía rioplatense. Precursor entre los cronistas de Indias de esta zona sur del
Continente su fama ha corrido aparejada a su condición de actor y testigo de hechos
relacionados con la evolución de la comunidad
asuncena.
No dejó más que un libro, breve y por momentos
algo difuso, que por mucho tiempo fuera como el pilar
de otros aportes, casi todos venidos de su misma
vertiente.
Por su parte él no acordará dimensión a su obra, a
la que llega a calificar de "humilde y pequeña" en cuanto a su contextura, castigando con
severidad su contenido, al que supone "falto de toda erudición y elegancia".

Fue escrito, según confesión, para justificar la actuación de los españoles que "con valor y
suerte emprendieron aquel descubrimiento, población y conquista, en la cual sucedieron
algunas cosas dignas de memoria aunque en tierra miserable y pobre", según dice en su
dedicatoria al duque de Medina Sidonia.

Aunque aclara que este intento de escribir es ajeno a su profesión de militar, considera
necesario emprender el esfuerzo para evitar las consecuencias de la "lamentable tradición".
Se sabe que han llegado hasta nosotros apenas si versiones de copias hechas por
terceros, pues la que el autor envió al Archivo de la Asunción, poco después de terminar el
original, en 1612, fue sustraída en 1747 por el gobernador Larrazábal, sin que hasta ahora se
hayan tenido noticias más efectivas. Es decir, que aquí estuvo durante 145 años, y aun para el
conocimiento de aquellas versiones tuvieron que transcurrir más de dos siglos hasta que don
Pedro de Angelis convirtiera en volumen, en 1835, una de las copias, pasado a ser esa la
primera edición hispanoamericana.
La segunda será la mandada a imprimir por don Carlos Antonio López en 1845, y la
tercera, rioplatense, es la que le tocó patrocinar a Florencio Varela al año siguiente.

¿Se llama así, La Argentina o Argentina Manuscrita, títulos con los que comúnmente se
conoce a dicho libro? Paul Groussac, al impugnarlo, señala que en parte alguna el autor lo

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cultura nacional.

deja consignado, y está en lo cierto. Su denominación completa, como puede advertirse en el


texto, es: Anales del Descubrimiento, Población y Conquista de las Provincias del Río de la
Plata, o sea que no aparece circunscrito a determinada zona sino a una extensión territorial
mucho más amplia y que es la que históricamente corresponde.
Y si se acude a su designación moderna, más razón se hallará para aceptar su origen
rioplatense. Enrique de Gandía, en el prólogo a la edición Estrada, afirma que Ricardo Rojas
"ha probado" que La Argentina es el título auténtico. Desgraciadamente para sus pretensiones
proteccionistas -no obstante conocer muy bien la historia del Paraguay- nada probó don
Ricardo Rojas, cuyos afanes historiográficos y aun críticos no han superado los límites de la
imaginación.

Con encomiable honestidad, el filólogo argentino Dr. Angel Rosenblat -una de las
autoridades en la materia- ha formulado la necesaria aclaración sobre el nombre. Refiriéndose
al hecho de que el autor no acudiera ni por una sola vez a la denominación de La Argentina,
indica cual ha sido el verdadero título que no es otro que el ya mencionado.

Y agrega más adelante el ilustre investigador que "el título que hasta hoy le ha dado la
tradición se debe gratuitamente a los copistas e historiógrafos del siglo XVIII, que difundieron
los códices en versiones muy dispares, con enmiendas e interpolaciones, por todo el
virreinato, y que para emparentarla como fuente histórica con La Argentina impresa, de
Centenera, la llamaron Argentina Manuscrita, y aun simplemente la Argentina de Guzmán.
"Comodidades de nomenclatura que han impuesto un título -agrega el Dr. Rosenblat- en que el
autor no había pensado nunca y que parece inconcebible en una obra del siglo XVII, que es
casi una crónica familiar".
Obra clásica y primera escrita por un autor con sangre mestiza, algunas excelencias ha
guardado que le permitieran trascender y seguir ofreciendo un cuadro viviente y colorido de
aquellas edades en que anduvieron mezcladas, a, veces sin solución de continuidad, la
devoción y la violencia. Corresponde por eso afirmar que esas páginas suyas encierran algo
más que una justificación venida de las fuentes de la historia regional. Pero aún dentro de ese
espíritu ha sido estimado como de un valor más concreto que el de otros cronistas de Indias.
Esto no evita señalar que con relación a su proyección y a su influencia las opiniones, en ese
aspecto, estén divididas.

Para Enrique Anderson lmbert se trata de un cronista "tardío", que cae en la tarea de
recoger leyendas y adjudicar un aire de fábula a episodios reales.
Acierta, en cambio, cuando descubre la veta literaria semioculta en la obra de Ruy Díaz

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de Guzmán: "La Maldonada", reminiscencia de Andocles y el león, habría sido tomada del Libro
de los ejemplos de Sánchez de Vercial, aparecido a principios del siglo XV. Lucía Miranda, a su
vez, introduce en el relato un nuevo factor: el del indio que captura mujeres a los españoles,
cuando que lo corriente venía siendo al revés. Y agrega que el autor "nos habla de pigmeos,
amazonas, milagros, lógico, escenas llenas de color y de vida", aparte de cierta dosis de
emoción y realismo.
Mientras Natalicio González recuerda que "sus relatos aparecen salpicados de alegres
cuadros del paisaje tropical y que (su autor) parece sentir cierto placer en estas descripciones",
el citado Enrique de Gandía destaca su calidad de "documento filológico, que es, o pretende
ser, algo más que un testimonio. Reconoce que esos Anales muestran cómo se hablaba y se
pensaba en el Río de la Plata y Paraguay a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, y confirma
que "es un modelo como lo son muchas obras del siglo de oro español". Otros méritos pone de
resalto, entre los que se cuenta el hecho de que la lengua española fuera aprendida por Ruy
Díaz de Guzmán en el Paraguay, ya que nunca abandonó su tierra. Por último se duele que en
la historia del español en América los filólogos lo hayan olvidado por completo.

Este libro, en apariencia una simple narración despojada de virtudes literarias, contiene
anticipos que tocan al mundo de la creación pura. Empezaremos por enumerar las leyendas
que allí figuran y que quieren ser algo más que un recurso de la imaginación: la de "La
Maldonada"; la de las Amazonas, pueblo de mujeres solas y belicosas; la ya citada y muy
conocida de Lucía Miranda, que entre nosotros analizara, con el propósito de hallarle
verosimilitud, el Dr. Manuel Domínguez.

También pueden observarse "visiones", como aquella de los españoles, que después de
haber derrotado a 400 indios, estaban "desordenados y rendidos", pero obnubilados aún por la
visión de un hombre vestido de blanco, con una espada desnuda en la mano, les cegaba la
vista y los paralizaba de temor. La fantasía alude, asimismo, a las piedras de colores del
Guairá (que merecieron un estudio del Dr. Viriato Díaz-Pérez) para confinar en los gigantes de
"monstruosa magnitud" que encontró Magallanes. Uno de ellos, cautivo, al quedar maniatado
se disgustó tanto que no quiso comer y, con palabras de Ruy Díaz de Guzmán, "de puro coraje
murió".

Para un final de zoología fantástica -al gusto de Borges- quedará su referencia a aquella
"monstruosa culebra" o género de serpiente que ponía gran terror y espanto en todos los que la
veían. Su descripción merece los honores del género: "Era muy gruesa y llena de escamas; la
cabeza muy chata y grande, con disformes colmillos; los ojos muy pequeños, tan encendidos
que parecían centellear; tenía de largo 25 pies, y el grosor por el medio como un novillo; la cola
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tableada de negro y duro cuero, aunque en parte manchado de diversos colores: la escama era
tan grande como un plato, con muchos ojos rubicundos que la hacían más feroz; y lo era tanto
que ninguno la miró que no se le espeluznase el cabello".

Y ¿quién era el autor de estos Anales rioplatenses? Un hijo de madre mestiza, el símbolo
de un aparente conflicto de sangres y razas. Se le ha reprochado a Ruy Díaz de Guzmán su
"españolismo" y hecho hincapié en su adhesión a la causa de sus ascendientes europeos.
Mas, cabe afirmar que los guaraníes -sus también antepasados, puesto que su abuela materna
lo era- no concitaron su animadversión ni su ojeriza.
Menciona a sus tribus entre las siempre amigas de los españoles, a la vez que señala la
enemistad de otras parcialidades como las de tupíes y guaicurúes. Alude al aprendizaje que
hiciera Alejo García de "la lengua de los carios, que son los guaraníes" y tiene una evocación
para los primitivos habitantes de las islas del delta del Paraná, a los que no sin cierta razón
adjudica condición bonaerense: "Llegaron al puerto de aquella ciudad -dice- tres canoas de
indios guaraníes, naturales de las islas de Buenos Aires, con un principal llamado Ñamandú".

También los mestizos están presentes en él, como para obligarlo a no olvidar que
desciende de ellos. Pedro Henríquez Ureña los ha filiado de esta manera: "Hombres, entera o
parcialmente de raza india, se destacaron como escritores o artistas durante el período
colonial, así Ruy Díaz de Guzmán". Y reconoce el maestro dominicano que -con más razón
ubicándose en aquella época- "resulta difícil trazar una tajante línea divisoria entre el criollo,
como descendiente puro de europeos, y el mestizo, como hombre de sangre mezclada".
También señala que lo de criollo incluía una categoría social transmisible aun a los que
tuvieran sangre india, pero que socialmente hubieran evolucionado, y advierte que "los
mestizos constituían una especie de clase media naciente". Concluye acotando que "el choque
más violento no se dio entre criollos y mestizos, sino entre ambos grupos y los europeos,
debido, sobre todo, a la preferencia que estos últimos tenían por la provisión de puestos
oficiales, en contra de lo dispuesto por las leyes".

Ruy Díaz de Guzmán recuerda a sus hermanos de raza: "Tuvieron las mujeres que les
dieron los naturales a los españoles, muchos hijos e hijas". La estampa de los mancebos de la
tierra, mueve en sus páginas no sólo a comprensión sino a simpatía; la descripción de aquí
traza es ésta: "...son comúnmente de gran valor y ánimo, inclinados a la guerra y a las armas,
las cuales manejan con mucho acierto y destreza" (...) "son también buenos hombres de a
caballo de ambas sillas, y por su entretenimiento doman un potro; sobre todo, muy obedientes
a sus mayores, leales con Su Majestad".

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Este es el perfil de aquellos calificados de "tumultuarios", que encabezaran la rebelión de


los Siete Jefes en Santa Fe, en junio de 1580; los que dieran su matiz americano a las
insurrecciones comuneras de Asunción y Corrientes, siglo y medio más tarde. Ruy Díaz de
Guzmán, retocando su natural inquieto y rebelde, los ha embellecido para la leyenda cuando
corregía los originales de su libro, allá en sus altos años. Y de las mujeres ¿qué opina de
aquéllas que fueron como la imagen de su propia abuela, Ursula Irala, mestiza también?: "Las
mujeres -expresa- son de buen parecer, hábiles en la labor y costura; nobles, de condición
afable, discretas, y sobre todo virtuosas y honradas".

Y ahora surge otra pregunta: ¿Cuál es la tierra originaria de Ruy Díaz de Guzmán, tal
como él la sentía? Algunos escritores de historia y literatura del Río de la Plata lo consideran
argentino, sin probanza alguna, con ese espíritu de apropiación indebida que los caracteriza
para cubrir la indigencia de sus precedentes coloniales, que están en el Paraguay, aunque
simulen no saberlo. ¿Por qué esta situación? Simplemente porque copistas desaprensivos -
como lo ha probado el Dr. Rosenblat- dieron en denominar La Argentina a su obra.

Cuando nace Ruy Díaz de Guzmán, entre 1554 y 1560, la primera Buenos Aires ha sido
desmantelada ("plantaron cuatro ranchos trémulos en la costa", dice el poema fundacional de
Borges) y es así que el centro civilizador rioplatense queda concentrado en la Asunción. Por
aquel entonces Buenos Aires no existía y el gentilicio de argentino sólo vivía en las estrofas de
Barco de Centenera, que no aluden a zona o país alguno determinado. Desde la fundación
asuncena (agosto de 1537) hasta la conocida partición propiciada por Hernandarias (1620),
median nada menos que 83 años, y desde esta fecha hasta la creación del Virreinato del Río
de la Plata, unos 175.

Por consecuencia, el Paraguay nunca pudo haber sido "provincia argentina" o parte del
territorio de ese país, como pretendieran al unísono casi y para mayor contradicción, el
gobernador Juan Manuel de Rosas y los liberales porteños (Mitre, Rufino de Elizalde).
Es en términos cariñosos que se refiere Ruy Díaz de Guzmán a su región asuncena.
Nada hay de insólito en ello porque por aquellos tiempos "patria era la ciudad". En el prólogo a
su libro, dice el autor: "Desde que recibí tan afectuosos sentimientos como era razón por
aquella obligación que cada uno debe a su misma patria". Gandía reconoce que Ruy Díaz de
Guzmán "imaginó su historia por amor a España y a su patria, el Paraguay. El mismo lo declara
con palabras de un valor altísimo", y agrega: "Nótese la palabra patria. El concepto de patria
aparece por primera vez en la literatura histórica rioplatense. De ahora en adelante podrá
decirse que un mestizo paraguayo fue el primero en sentir, confesar y escribir la idea de patria".
E insiste Gandía: "Damos gran importancia a esta comprobación porque es el arranque de la
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historia del concepto de patria en el Río de la Plata y Paraguay". O más honestamente dicho:
que la idea de patria subsistente en el Río de la Plata parte del Paraguay. ¿Cuándo los
historiógrafos rioplatenses reconocerán, en plenitud, esta evidencia?

Habremos de recordar, además, que igualmente cargadas de contenido emocional


aparecen las descripciones que el autor hace de la Asunción, cuna de su nacimiento y regazo
de sus días finales: "Está fundada sobre el río Paraguay, en la parte del Este, en tierra alta y
llana, asombrada de arboleda, y compuesta de buenos campos".

Finalmente reconoce en ella condición materna: "...es abundantísima de todo lo necesario


para la vivienda y sustento de los hombres; que por ser la primera fundación que se hizo en
esta provincia me pareció no ser ocioso tratar en este capítulo de las calidades de ella, por ser
madre de todos los que en ella hemos nacido y de donde han salido todos los pobladores de
las demás ciudades de aquella provincia". Más claro, imposible: se consideraba asunceno, y en
mayor medida, paraguayo. Dicho esto para aclarar intentos vecinales y tornar de tal modo
insostenible la recordada tesis de Ricardo Rojas, un provinciano argentino a quien extraviaron,
algunas veces, las luces porteñas.
Tal ha sido la profesión de fe nacional -llamémosle así- de aquél a quien Ignacio A. Pane
calificara de "primer escritor paraguayo". Su misma obra sería exhumada por Pedro de Angelis
en tiempos en que la nebulosa predominaba en torno a su lejano precedente bibliográfico, y
recordado su autor con esta significativa premonición: "Nada más se sabe sobre la vida de este
escritor, cuyo nombre brillará en los fastos literarios de estos estados".

Y un recuerdo final. Al aludir a las diferencias habidas entre las primeras ediciones y
refiriéndose a la lengua vernácula, Florencio Varela manifestará desde Montevideo, en 1846:
"Nótase bastante variedad en los nombres guaraníes; y si hemos de estar a los informes que
nos dio el impresor de la Asunción, el mismo señor López, presidente de la República
Paraguaya, cuidó de la corrección de aquellos nombres indígenas".
Ningún homenaje mejor que el del presidente prócer pudo haber recibido el mestizo
paraguayo Ruy Díaz de Guzmán.

NOTA: Las fuentes bibliográficas directas, utilizadas para este trabajo, leído por Radio
Charitas de Asunción el 17 de junio de 1974, incluyen sólo aquellas obras que hasta esa época
fuera posible consultar.

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El Dr. Francia y las ideas de su tiempo Volver al Índice

La América no conoce la historia del Paraguay sino contada por sus rivales.
El silencio del aislamiento ha dejado a la calumnia victoriosa. La América debe
juzgar a esa hija de su revolución con su propio juicio y rehacer su historia en
honor de su gran revolución, a la cual pertenece el mismo doctor Francia, que
como Robespierre y Danton reúne a un lúgubre renombre el honor de haber
concurrido al triunfo de la emancipación americana. El doctor Francia salvó la
independencia del Paraguay hasta de sus vecinos por el aislamiento y el
despotismo: dos terribles medios que la necesidad le impuso en servicio de un
buen fin.

Juan Bautista Alberdi

1. Proyección de su ideario

Aunque la personalidad del Dr. Francia resulta ser de las más difundidas de la
historiografía americana, pocas veces se la ha considerado en relación con sus antecedentes
culturales. Casi todos sus biógrafos -no obstante disponer de una dilatada documentación- se
han mostrado proclives a diversificar en grado sumo su imagen de gobernante, ocultando en
algo su verdadera condición humana y en mucho su ideología.

Pero lo que de él interesa en estos momentos es aquello que


contribuya a situarlo en la evolución del pensamiento paraguayo, no con
referencia a realizaciones materiales concretas -a la manera de los
tiempos actuales- sino en cuanto a la proyección de ese ideario suyo
que ha permanecido (o que permanece aún) soterrado porque la
profusa bibliografía que le fuera dedicada ha hecho mayor hincapié en
las particularidades de su genio -especialmente en aquellas de real o
inventado pintoresquismo- que en el estudio serio y metódico de su
obra.

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cultura nacional.

No puede creerse que para juzgarlo tenga que ser válida esa violenta dicotomía de ángel
o demonio -en que se lo sitúa- plagada de simpleza en ambos extremos. Pues lo que del Dr.
Francia importa saber y conocer aquí y ahora está orientado hacia otros rumbos, que podrían
resumirse en la solución de los siguientes interrogantes:

1. Si representaba en totalidad, o sólo en alguna medida, las ideas de su tiempo;

2. Si supo captar los sentimientos del pueblo, interpretar su psicología y defender sus
intereses;

3. Si la resultante de su acción es la de un doctrinario, o nada más que la de un político


práctico en usufructo del poder;

4. Si la supuesta influencia que recibiera de la Universidad de Córdoba fue lo suficien-


temente amplia como para determinar en él líneas de conducta política;

5. Si hubo o no en su modalidad procedimientos acordes con los que se le suele


adjudicar a la Compañía de Jesús.

Pero mientras las correspondientes respuestas se sustancian podrá adelantarse como


imposible de consumar todo recuento de la cultura nacional que pretenda hacerse con
abstracción de su nombre, no como el romántico que no fue -aunque esa era la época
rioplatense predominante-, pues tampoco lo eran Mariano Antonio Molas o Carlos Antonio
López, sino como cubriendo aquella etapa previa que hemos denominado de los precursores.

Bien se sabe que no hay vacíos ni mutaciones inexplicables en la evolución de un


proceso cultural y que en caso de sospechárselos será necesario pasar a detectar los posibles
entronques. Además debe tenerse en cuenta que toda tarea cumplida en tal sentido implica
siempre la concreción de un ciclo completo. Y como el Dr. Francia no es un espacio en blanco
al que caprichosa o voluntariamente sea dado soslayar, se hace imprescindible interpretarlo
con ideas y no con metáforas o frases de efecto.

2. Del aula al poder

Una breve cronología -no por conocida de menor utilidad- ayudará a ubicarlo en los
distintos planos de su actuación. Puede iniciársela en 1781 cuando adolescente se traslada a
Córdoba para cursar en el Colegio de Monserrat. Regresa seis años más tarde y en el Real
Colegio y Seminario de San Carlos comienza a enseñar latinidad y vísperas de teología,

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cátedra que luego abandona para ejercer la abogacía, que parece haber sido su vocación más
firme.

En 1808 es elegido alcalde de primer voto y casi enseguida integra la terna de diputados
del Virreinato del Río de la Plata ante las Cortes españolas, funciones que, como es notorio, no
fueron desempeñadas2.

El día inmediato al pronunciamiento patrio, o sea el 16 de mayo de 1811, es nombrado


adjunto al gobernador Velasco en unión de Juan Valeriano Zeballos, y el 17 del mes siguiente
pronuncia un discurso de significativa trascendencia, que Molas -sin mencionarlo- transcribe en
su libro con el título de: “El Congreso del 17 de junio”3.

El 20 de julio le toca redactar la nota elevada a la Junta de Buenos Aires en la que es


expuesta por primera vez la idea de federación. Se retira del gobierno en agosto, para regresar
dos meses después a raíz de las tratativas diplomáticas encomendadas al General Belgrano,
quien en tal ocasión vuelve al Paraguay, no en fracasada expedición bélica sino como
negociador. A consecuencia de esas gestiones queda suscripto el tratado del 12 de octubre de
1811.

Nuevamente se aleja el Dr. Francia, pero retorna en noviembre de aquel año. Pasa a
integrar el Primer Consulado con Fulgencio Yegros y subsiguientemente traza el Reglamento
de Gobierno de 1813, que viene a ser el inicio primario de nuestra organización institucional -ya
que no aún constitucional- comentado con prolijidad por el Dr. Domínguez4.

El Congreso reunido en octubre de 1814 lo consagra “Dictador Supremo de la República”,


quedando afianzado de esa manera el poder civil. Se ha señalado, como hecho sintomático, la
gran mayoría de votos campesinos en su favor. El primero de junio de 1816 le es concedida la
Dictadura Perpetua por los sufragios de 150 diputados. Desde entonces mandará con mano
férrea hasta su muerte.

2
Valle Iberlucea, Enrique del: Los diputados de Buenos Aires en las Cortes de Cádiz y el nuevo sistema de gobierno
económico de América, Buenos Aires, 1912. / También del mismo autor: Las Cortes de Cádiz, la Revolución de España y la
democracia en América, Buenos Aires, 1921.
3
Molas, Mariano Antonio: Descripción histórica de la Antigua Provincia del paraguay. 3ª. ed. Asunción - Buenos Aires,
Nizza, 1959. (v. El Congreso del 17 de junio, p. 130 – 134).
4
Dominguez, Manuel: El Reglamento de Gobierno de 1813 (En: Anales de la Universidad Nacional, Asunción, Año X, t. VIII,
Nº II-III, 1909, p. 35-39. Cf. del mismo autor: La Constitución del Paraguay. 3v. Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus,
1909-1912.

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¿En qué fuentes podrían descubrirse las bases doctrinales que permitan especificar el
aporte con que el Dr. Francia se suma a la historia del pensamiento nacional? Ante todo habrá
que tomar en cuenta el hecho de que sus escritos aparezcan redactados por mano propia.
Asimismo los hay firmados por Yegros, Caballero y demás miembros de la Junta, pero en todos
ellos se transparentan sus ideas y su estilo.

Creemos que no correspondería acudir al análisis literario para dar por aclarada esa
procedencia, aunque si pudiéramos hacerlo advertiríamos que la prosa del Dr. Francia, aparte
de su corrección y de sus originales expresiones, rebasa en mucho la tradición teológica y
jurídica en que se había formado.

Dice el oficio de la Junta de Gobierno de Asunción al Triunvirato de Buenos Aires, el 24


de febrero de 1813:

“El Paraguay no se apartará de sus principios; procederá conforme a lo que prescribe el


derecho natural y el mundo imparcial juzgará de la conducta de uno y otro”.

Esta mención a las prescripciones del jusnaturalismo aparece perfectamente convalidada


a través de una comunicación del comisionado porteño Dr. Nicolás Herrera, quien no dudaba
de la influencia del prócer paraguayo sobre sus compañeros. El Dr. Francia le había
manifestado que el Paraguay no necesitaba de tratados para conservar la fraternidad y
defender la libertad común.

Sabido es -y lo indicamos por guardar analogía con lo anterior- que el derecho natural
puede constituir una moral y ser a la vez que el resumen de los deberes del hombre para con
sus semejantes -sin la imposición de la fuerza-, un ideal para lograr el progreso y la justicia y
una disposición no escrita, aunque tácitamente más próxima al denominado “derecho
consuetudinario”.

4. Constitución e Independencia

Se ha hecho alusión al Reglamento de 1813 y por si hubiera dudas sobre su autor vamos
a recurrir al testimonio del aludido comisionado Herrera, quien en una de sus minuciosas
comunicaciones al Triunvirato de Buenos Aires escribe el 16 de setiembre de aquel año:

“He tenido ocasión de ver el Reglamento Constitucional, firmado y presentado por el Dr.
Francia, y aprobado en el Congreso por aclamación”.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
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Ha quedado dicho que uno de los aportes iniciales al derecho internacional en estas
regiones es el tratado del 12 de octubre, ya citado, que firmaran Francia, Yegros, Cavallero y
de la Mora con el Gral. Belgrano y el Dr. Echeverría.

Los artículos que abren ese documento están reducidos a estipulaciones sobre
comercialización de tabaco y yerba. Seguidamente se fijan los lineamientos federativos, es
acordada la ayuda mutua y después de mencionar “las ideas benéficas y liberales de que se
halla poseída la ciudad de Buenos Aires”, declara que no debe haber división entre los
ciudadanos de ambos países, siéndolo recíprocamente los del uno en el otro. Y añade para
mayor claridad.

“Los ciudadanos de Buenos Aires deben reputarse ciudadanos de la Provincia del


Paraguay y los del Paraguay a su vez de Buenos Aires”.

Desgraciadamente tan bellos propósitos durarían poco, arrasados por el centralismo


bonaerense, primero; más tarde por la ciega presunción del tirano porteño Juan Manuel de
Rosas de considerar al Paraguay “provincia argentina”, y por último por recelos históricos y
estulticias aduaneras, cuando no por desinteligencias subrepticiamente alentadas desde las
metrópolis imperiales.

La reiteración del principio de soberanía, que se mantiene a lo largo de todo el mandato


del Dr. Francia, implica también -y debemos verlo así porque no se trata de una proposición
antojadiza- la incorporación del otro principio de soberanía individual y personal transferido a la
nacionalidad. Esto debe interpretarse como uno de los hallazgos doctrinarios comunes a los
próceres de este continente:

“Sostendrá el Paraguay la independencia proclamada (afirma la Junta de Asunción, o


sea el Dr. Francia, ante el comisionado Herrera) a toda costa, sin entrar jamás, en
ningún caso, en conciliaciones o convenios con los opresores de nuestra libertad”.

Estas bases doctrinales -llevadas hasta sus instancias finales- aparecerán integradas en
sucesivas etapas del quehacer histórico del pueblo paraguayo y culminarán en la epopeya de
1864 al 70.

El Dr. Francia ratifica, en tal sentido, que la causa de la libertad no será abandonada, pero
el Dr. Herrera sospecha que aquel está imbuido de las máximas de la República romana y que
intenta “ridículamente” -dice- organizar su gobierno según ese modelo. Por nuestra parte
debemos aclarar que dicho modelo no era invento privativo de la imaginación del futuro

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Dictador sino que fue impuesto por el Congreso pleno al establecerse la autoridad del primer
Consulado5.

5. Desconfianza a los franceses

Como fuera la característica de no pocos gobernantes de nuestra América que se vieron


enfrentados -en distintas épocas- con emisarios europeos o de la “otra América” -no siempre
titulares de misiones de estudio, amistad o interés comercial- el Dictador se mostró siempre, y
no sin razón, profundamente desconfiado o remiso ante toda aproximación de extranjeros. Y
uno de los grupos que concentraba su máxima desconfianza era el de los franceses.

En 1824 Jean Stephan Richard Grandsire (o Grandsir) es enviado por el Instituto de


Francia hasta estos confines para procurar la libertad del sabio Aimé Bonpland, cuya suerte
había concitado universal inquietud. Dos de quienes avalan ese interés son nada menos que
Cuvier y Alejandro de Humboldt.

El 25 de agosto de ese año el Dr. Francia se dirige al Mayordomo Receptor de Derechos


de Itapúa, Sebastián José Morínigo, para que haga saber a dicho enviado que el gobierno.

“... no ignora que los americanos tienen sobrados motivos para recelar y desconfiar de
la introducción y manejos de los franceses en el tiempo presente. Lo primero porque la
Francia no profesa, y sigue ideas y máximas contrarias a los principios republicanos y
al sistema de gobierno representativo, sino que, además, es empeñada, con otras
potencias, en aniquilar y destruir estos mismos principios y esta clase de gobierno”.

Se está refiriendo a la Santa Alianza, a los proyectos de restauración monárquica y a la


política francesa posterior al ciclo napoleónico6.

Más adelante se verá que el Dictador no es tan incauto ni cree en los móviles
desinteresados o espirituales de aquella misión, pretendidamente “fraternal” o de solidaridad
con las tribulaciones de la ciencia.

No cabe dudar que consideraba a Grandsire como a un espía, una especie de pyragué
pytaguá (soplón extranjero). Con el tiempo el emisario francés sacaría a relucir algunos de los

5
Garay, Blas: El Primer Consulado (En: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año III, Nº 15, 1899), Cf.: Tres ensayos
sobre Historia del Paraguay, Asunción, Guarania, 1942, p. 281 – 318).
6
Kossok, Manfred: Historia de la Santa Alianza y la emancipación de América Latina. Buenos Aires, Sílaba, 1968).

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cultura nacional.

motivos de su llegada al Paraguay, no muy acordes con el invocado por el prestigioso Instituto.
No todo estaba reducido a implorar por el cese del cautiverio de Bonpland.

6. Simpatía por los ingleses

En cambio los ingleses tuvieron mejor suerte. Ellos, representaban por otra parte y en
cuanto al trato social, la palabra dada, la conducta austera (en los bien templados, desde
luego) y los negocios serios. En suma: cumplidos caballeros, aunque los actos de piratería -en
náutica o en afanes expansionistas- quedaran disimulados hábilmente bajo la compostura del
frac7.

Después de la victoria de Ayacucho -la cita es del Dr. Báez- el Dictador dispuso conceder
a los residentes británicos el derecho a retirarse del país.

“por haberse mostrado Inglaterra favorable a la Independencia americana. No otorgó


igual franquicia a los franceses porque el gobierno de la Restauración había
restablecido en el trono de España al malvado Fernando VII”.

Los cronistas de la época (entre ellos Rengger y Longchamp y los Robertson, quienes en
el fondo no eran menos espías que Grandsire) han confirmado esta posición, patentizada en su
admiración por la Gran Bretaña y aun por los Estados Unidos, siendo muestra de esto último el
retrato de Franklin que lucía en su escritorio.

Una tradición recogida por Mitre señala que en oportunidad de su entrevista con el Gral.
Belgrano, el Dr. Francia obsequió a éste una historia manuscrita del Paraguay (no había por
entonces otras que las contenidas en códices) y a su acompañante, el Dr. Echeverría, el
mencionado retrato.

Y es el historiador argentino quien transcribe las palabras que, según la versión,


pronunciara el Dictador en elogio del prócer norteamericano.

“Este es el primer demócrata del mundo y el modelo que debemos imitar. Dentro de
cuarenta años puede ser que estos países tengan hombres que se le parezcan y sólo
entonces podremos gozar de la libertad para la que no estamos preparados hoy” 8.

7
Rosa, José María: Rivadavia y el imperialismo financiero. 2ª. reimp. Bs. As., Soler / Hachette, 1973, p. 400.
8
Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Buenos Aires, Estrada, 1947, t. II, p. 28.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Esta profecía política quedaría parcialmente realizada en el Río de la Plata. Mas hay que
indicar que esa actitud suya no contradice otras de aproximación a Inglaterra, que era una
monarquía constitucional, y a los Estados Unidos, que pasaba por ser un ejemplo de nación
republicana en las breves vísperas de la Doctrina Monroe y en las algo más prolongadas de su
“big stick”, encarnación contundente del denominado “destino manifiesto”.

El Dr. Francia, como buen detallista, tenía predilección por los súbditos de aquellos países
que mantenían cierto decoro, urbanidad y buenas costumbres (eso era, repetimos, lo aparente)
en sus relaciones formales. Claro que tales virtudes, vueltas al revés, han resultado de alto
precio para los pueblos de América.

7. Bonpland y la yerba paraguaya

Conviene detenerse ahora en la interpretación de uno de los motivos -sino el principal-


que en cierto modo explicaría el dilatado “encierro” de Bonpland en tierra paraguaya, pues ha
sido tratado de diversas maneras y de acuerdo a distintas conclusiones.

No estará demás recordar que el Dictador no se conmovió en absoluto durante


los nueve años de cautiverio del sabio y que rechazó -ignorándolos o no
contestándolos- todos los pedidos que se le hicieran en favor de su libertad, aún
por entidades de categoría internacional. (Corresponde aclarar aquí que la
supuesta carta de Bolívar es una superchería que hace rato ha sido develada) 9.

Pero, y en esto puede estar la raíz de la cuestión, el Dr. Francia habría manifestado a
Rengger -los condicionales son necesarios cuando se trata de “viajeros” o “exploradores”
foráneos- lo que podría estimarse como el punto neurálgico y quizá valedero del conflicto.

Explicó el Dictador -según dicho médico suizo- que no le era tolerable admitir la
competencia de los yerbales que Bonpland estaba experimentando en la otra margen del
10
Paraná porque ello perjudicaría los intereses de la yerba paraguaya .

Ahí está -pensamos- el secreto de la retención del ilustre naturalista, quien no obstante
todas las penurias por las que tuvo que pasar -en materia de adaptación, especialmente- no
saldría descontento del Paraguay. Por lo contrario, hasta llegó a añorar la sencillez de sus

9
López Decoud, Arsenio: La fábula del mensaje de Bolivar, (En: La Unión, Asunción, 29 de marzo de 1931.)
10
Pomer, León: La guerra del Paraguay ¡Gran negocio! Buenos Aires, Caldén, 1968, p. 45-57. También Moreno, Fulgencio
R: Páginas para la historia económica del Paraguay. (En: Album Gráfico de la República del Paraguay 1811 – 1911,
dirigido por Arsenio López Decoud. Buenos Aires, Talleres de la Compañía General de Fósforos, 1911, p. 89-105).

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

costumbres y el sello de honradez que el Director había impreso en el alma de su pueblo.


Dicen que al establecerse en zona hoy argentina y robársele los caballos, exclamó con no
contenida nostalgia: “¡Ah, si estuviera en el Paraguay!”.

Por su lado Woodbine Parish ha relatado cómo obtuvo la libertad de súbditos


ingleses, sin que hubiera conseguido, antes ni después, la de Bonpland 11.

8. Relaciones con la Gran Bretaña

Con referencia a la posición del Dr. Francia en el orden de la economía -que hemos
anticipado en el capítulo VII- cabe añadir que propiciaba la apertura de un tráfico intenso (o por
lo menos directo) entre el Paraguay y la Gran Bretaña, “cosa en que había puesto -son
expresiones de Parish- sus cinco sentidos”. Principalmente porque esperaba poder demostrar a
los ingleses, por ese medio, el estado de independencia del país respecto de sus vecinos.

Es de sospechar que la sostenida y no ocultada preferencia por el comercio inglés


provenía de su disposición de considerar al Imperio como al símbolo de una nación que se
había adelantado a simpatizar con la causa de la libertad de los pueblos, actitud alejada de
toda intención romántica, que le produciría, en el correr de dos siglos, cuantiosos réditos.

Este proyecto no lo hará extensivo a los franceses, tratados como particulares y sin la
garantía de su gobierno. Tal disposición de ánimo estaba unida -lo hemos visto- al deseo
vehemente de sustituir dentro de la mayor seguridad posible, la influencia de la dominación
española mediante normas que representaran un menor anacronismo.

Y agreguemos que cuando los otros países rioplatenses, por efecto de sus convulsiones
internas, se vean imposibilitados de iniciar o consolidar vínculos con Inglaterra, el Dictador dará
una prueba de autonomía y de soberanía nacional, no importándole ni con mucho cual fuere la
opinión de aquéllos.

Quien analice la historia y los resultados del convenio de préstamo concertado en Londres
por el gobierno de Rivadavia con la Casa Baring Brothers -unos usureros vulgares y silvestres-
y la compare con la lucidez del Dr. Francia y su persistencia en tratar con Estados y no con
particulares, hallará extenso campo para muchas meditaciones12.

11
Parish, Woodbine: Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata. Buenos Aires, Hachette, 1958, p. 343-344.
12
Scalabrini Ortiz, Raúl: Historia del primer empréstito (En: Política en el Río de la Plata, 5ª. ed., Buenos Aires, Emecé,
1962; ROSA, José María: ob. cit. p. 80-81.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

9. Las gestiones de Grandsire

Tras este paréntesis volvamos a Grandsire, empeñado en instalarse en el solar guaraní a


pretexto de Bonpland. El 10 de octubre de 1824 el Dictador procede a firmar una prevención y
providencia dirigida al Mayordomo de Itapúa, puerto que era algo así como la única ventana
apenas y cautelosamente entreabierta al exterior y sólo cuando él lo quería.

Después de aludir a la presentación del francés y de calificarla de “frívolo papel”, instruye


sobre lo que el citado funcionario debe responder, “despreciándose el estilo ridículamente
altanero con que da principio”, pues “no es cabalmente inteligible por su confusa escritura y
mala tinta”.

Como es de suyo puntilloso debe haberle sabido mal tanta desprolijidad, si bien se cuida
de mentar las muchas leguas que esa correspondencia ha tenido que cubrir, en azaroso
itinerario desde Itapúa a Asunción, pues más allá de aquel sitio Grandsire no ha podido
avanzar. Además el Dictador gusta de mostrarse siempre rígido en cuanto al respeto de su
investidura, en resguardo de los atributos del poder.

Manifiesta en el mencionado documento que no puede serle permitida la internación al


emisario (o sea su ingreso a territorio nacional) por su desconocimiento del idioma español. Y
en otro pasaje afirma que “el gobierno no habla francés, ni comprende a quien lo habla, ni tiene
intérprete propio”. Esto en lengua vernácula significa catupyry y en criollo “habilidad”, si no
fuera, más que un vulgar pretexto, porque al referirse a los términos de la presentación está
demostrando que “el gobierno”, o por lo menos su persona, sabe y lee el idioma francés13.

También ironiza -y éste es un rasgo que no podía captar el frenólogo Ramos Mejía- sobre
el motivo expuesto por Grandsire para entrar al Paraguay y que no solamente era el de
ocuparse de Bonpland, ya que en su nota invocaba el deseo de estudiar la juntura del río
Amazonas con el de la Plata; El Dr. Francia no se tragó semejante sapo y tanto es así que al
concluir su providencia estampa esta reflexión, válida aun para nuestros días.

“Yo espero que ahora hará más estimación de la gente paraguaya viendo que sabemos
apreciar nuestra independencia y por tanto no vivimos incautos ni nos abandonamos”.

13
Molas, Mariano Antonio: ob. cit. Nota de Carranza. p. 51.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Y el supuestamente generoso y caritativo Grandsire tuvo que emprender el regreso con


las manos vacías, como había venido, aunque con la lección bien aprendida.

Pero eso no fue el único acto de afirmación de su voluntad, por una parte, y por la otra de
tenaz desconfianza hacia los extraños. Vamos a exponer uno más, en el que por coincidencia
aparece como destinatario un compatriota del fracasado Grandsire. Esta es la trama del
asunto: el Dictador tiene que ocuparse del caso del ciudadano francés Pedro Saguier, y al
hacerlo -después de invocar los intentos monarquistas para Sud América y el fracaso de esas
tentativas en 1820- lo trata de “supuesto comerciante”, siendo que al final resultó ser un agente
oficial. A este calificativo añade el de “aventurero incivil y desatento”, evidenciado esto “por las
maneras altaneras y traje indecente” con que se presentara ante el gobierno.

Aparte de sospecharlo un espía, se advierte que no interesaban al Dr. Francia las


proposiciones comerciales de Saguier, ya que habiendo descubierto que sus verdaderas miras
eran otras que las invocadas, procura encontrar en su psicología y hasta en su vestimenta, los
puntos flojos que le permitan acentuar una enérgica negativa.

10. Algo sobre cultura

La opinión de la posteridad en lo que respecta a los bienes de cultura -primordialmente


educacionales- no ha sido favorable al Dictador. A fines del siglo anterior el Dr. Domínguez, en
difundida y consultada monografía, creyó haber “pulverizado” a la Dictadura en este renglón.
Sin embargo, los respectivos testimonios de Rengger y Grandsire atenúan mucho los cargos
formulados en su contra.

Digamos que ambos pudieron comprobar que los habitantes estaban en libertad de
educar a sus hijos dirigiéndose previamente al gobierno, que era el que regulaba la marcha de
la enseñanza por ser esa -entonces y ahora- una inalienable atribución del Estado. Ejercían el
magisterio 140 maestros, que ganaban 5 pesos fuertes por mes, concurriendo a las aulas unos
5.000 niños, cifra no desdeñable para aquellos tiempos. La fiscalización corría por cuenta de
los alcaldes, los cuales estaban obligados a informar sobre el cumplimiento de esta disposición.

En cuanto a bibliotecas, una trascripción de Rengger y Longchamp -fuente de la que se


nutren investigadores y comentaristas- se refiere a la que pertenecía al Dictador. En ella, al
lado de los mejores autores españoles -según aquellos viajeros- podían observarse “las obras
de Voltaire, Rousseau, Raynal, Rollin, Laplace y otras que se había procurado desde el

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

principio de la Revolución”. Poseía también instrumentos de matemáticas, globos terráqueos y


cartas geográficas.

A la suposición de que pudo haber existido otra distinta formada con los libros de Manuel
Atanasio Cabañas y de Mariano Larios Galván -cuñado éste del Dr. Francia, mal avenido con él
y por consecuencia encarcelado- corresponde agregar la documentación analizada por
Fulgencio R. Moreno. Mas nada permite adelantar que haya funcionado una biblioteca de
carácter público14.

En lo relativo a la evolución científica el panorama ofrecido por el propio Dictador no es


muy optimista. Así lo expresa en su comunicación al mayordomo de Itapúa, poniendo al
descubierto las intenciones de Grandsire:

“No siendo el Paraguay un país donde haya establecimientos científicos en que se


cultiven activamente las ciencias, no se hace bien creíble que el Instituto de Sabios de
París, sin motivo de otra entidad, deliberase dirigir un enviado, cruzando los mares, a
tan remota región”.

Algo más: tocó a López Decoud descubrir “una escuela de danzas”, que si bien no pudo
perdurar constituyó un indicio de importancia15. Hasta una música fue compuesta en su
homenaje: “La Gasparina”, exhumada y llevada a escena en 192316. Quedaría de este modo
desvirtuado el dicho de Rengger: “Hasta la guitarra enmudeció”, que Domínguez y otros
tomaron como moneda de buena ley.

Una frase del Dictador vendría a justificar el empobrecimiento cultural de esa época:
“Minerva duerme cuando Marte vela”. Dramática premonición que habría de convertirse en
dolorosa realidad para el Paraguay veinticinco años después de su muerte.

11. La soledad del poder

El Dr. Francia no se ilusionaba con la porción de humanidad que le había tocado en


suerte gobernar. Tampoco creía en solícitos o desinteresados apoyos. Fue un solitario en lo

14
Moreno, Fulgencio R.: Instrucción y cultura general durante la dictadura (En: El Nacional, Asunción, 12 de marzo de
1910).
15
López Decoud, Arsenio: Una Escuela de Danza bajo Francia (En: Guarania, Asunción, Año II, Nº 16, 20 de febrero de
1935, p. 5-6).
16
O’Leary, Juan E.: La Gasparina. Cuadro dramático en un acto estrenado en el Belvedere el 18 de abril de 1923, con música
exhumada y reconstruida por el maestro Lorenzo González (En: El Liberal, Asunción, 17 de noviembre de 1923). Cf. Boettner,

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

personal -como indica Justo Pastor Benítez- pero por sobre todas las cosas sintió el desgaste
de la soledad del poder.

Por un lado carecía de gente confiable en trance de colaborar en difíciles tareas del
gobierno; por el otro de los hombres cultos necesarios para un emprendimiento que exigía muy
altas tensiones y un intransigente patriotismo. Algunos de sus contemporáneos civiles tenidos
por tales (Mora, Molas o Peña) eran opositores y padecían prisión.

El resto estaba formado por militares de menor cuantía (comandantes o mayordomos de


frontera) que apenas si pasaban de ser simples ejecutores de sus órdenes o abnegados
intérpretes de sus despachos oficiales. Además se advierte en el conjunto, que en cultura,
información política y sagacidad, el Dictador no tiene acompañantes, ni próximos ni lejanos.

A esto debe agregarse sus tensas relaciones con la oligarquía asuncena -integrada por
los más rancios apellidos españoles-, a la que terminará por reducir a la mínima expresión,
originándose así entre él y su pueblo una comunicación directa, sin que esto quiera significar
una abolición de clases, que no estuvo en su ánimo alentar. Es preciso hacer esta aclaración
para deteriorar los intentos de quienes pretenden -no con ademán arcangélico, desde luego-
adjudicar al Dr. Francia un precursorato socialista inexistente.

Y es así que no hallando a nadie en torno suyo, tiene que inventarlo todo. Está y se siente
solo, sin discípulos y sin modelos. Y no por culpa de su misantropía sino por no haber
encontrado en otros idéntica voluntad y férreo afán patriótico.

De allí su queja por tener que ocuparse hasta de los más mínimos detalles de la
administración pública:

“No he de hacer lo que llaman milagros y mucho menos en esta tierra de imposibles
donde todo es dificultad, que es menester entre mis infinitas atenciones y ocupaciones
ande como un desesperado riñendo y lidiando con sastres, con mujeres y con criadas
para que no me echen a perder los vestuarios que hay que preparar así para la gente
de por allí como para las villas de los presidios del Chaco, de Olimpo, del Apa y de
aquí”.

Este, como se ve, no es el lenguaje propio del político oportunista o del demagogo,
acostumbrados a cubrir con mentiras lo que está detrás de la realidad circunstancial. Con

Juan Max: Música y músicos del Paraguay, Asunción. APA, (1958), p. 79; Centurión, Carlos R.: Historia de la cultura
paraguaya, Asunción, Biblioteca Manuel Ortiz Guerrero, 1961, t. II, p. 370-371.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

alguna ligereza periodística y sin profundizar su imagen, Rafael Barrett lo calificó de


“maravilloso basilisco”. Convengamos en que, de ser cierto, no poca razón le asistía para
serlo17.

En una nota más, aconseja en estos términos al ya nombrado comandante, instándolo a


no complicar las cosas reiterando, una vez más, la queja de su soledad, no obstante que ésta,
como al personaje de Ibsen, le proporcionaba inocultable fortaleza:

“Considera y reflexiona las cosas -recomienda- para no errar y darme quehacer,


ahogándome aquí, ahogando sin poder respirar en el inmenso cúmulo de atenciones y
ocupaciones que cargan sobre mí solo, porque en el país por falta de hombres idóneos,
se ve el gobierno sin operarios y sin auxiliares, que tiene y debe tener en todas partes,
de suerte que por necesidad estoy cumpliendo y llevando el peso de oficios que
deberían servirse por empleados competentes”.

Tal alegación pone al desnudo la forma en que el Dictador comprendía el proceso


administrativo y la responsabilidad con que lo encaraba. El desahogo a que se siente obligado
no es más que la reacción de su genio ante las dificultades que se le presentan y que
perentoriamente debe resolver.

Distinta había sido, en verdad, su posición una década atrás, cuando pensaba que la
gente se hacía “idólatra de su libertad” y que los 1.000 diputados del Congreso grande lo
apoyarían proporcionándole los elementos necesarios para hacer más livianas sus funciones.
Sin embargo hay la evidencia de que no fue así.

Alrededor de ese aislamiento va ciñéndose cada vez más su sentido del poder. Y a
medida que se apodera de su psicología parece acentuarse el valor moral de su conducta, de
su ética despiadada pero real Todo confina en la República -única Dulcinea permitida por su
empecinada soltería-, a la que le era preciso custodiar y defender. Su pensamiento está puesto
en ella, sin concesiones. Y es por su prestigio que aconseja no reducirse a problemas de
individualidad, puesto que todos están en lo mismo:

“...no debe comprometerse por personalidades -dice- ni sus armas emplearse en


desahogo de resentimientos vulgares”.

17
Barret, Rafael: Revoluciones (En: Obras Completas, Buenos Aires, Americalee, 1943, p. 458).

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Esta manifestación resulta tanto más valedera si se tienen en cuenta los sucesos que por
entonces ocurrían en el Plata, cuando cada región levantaba su bandera de combate y los
caudillos federales excitaban sus corceles frente a la metrópoli centralista y portuaria.

Para evitar la dispersión nacional habrá que ser fuertes y solidarios. El Dictador no deja
de señalárselo al subdelegado de Candelaria:

“Nada desean tanto los enemigos de nuestra causa como el que los mismos pueblos
libres se debiliten y aniquilen mutuamente para poder plantar sobre sus ruinas el
estandarte del despotismo”.

Y al aludir a los problemas que se le presentan para resolver la vestimenta del ejército
recuerda los sacrificios de los patriotas del Virreinato de Nueva Granada, que andaban en
chiripá y hacían largas jornadas sin preocuparse de cómo estaban vestidos, pero que gracias a
eso habían luchado por la libertad “y arrojado del suelo americano a los europeos”, dice
textualmente.

12. Idea de pueblo

Con no mejores indicios se patentiza la opinión que el Dr. Francia tenía de sus
conciudadanos. No ignora él que trabaja con falible barro humano, pero su ortodoxia moral no
le permite consentir desfallecimientos. No es que sea ese su desquite ante las dificultades que
tiene que afrontar y a cuya solución nadie -sino él mismo- puede concurrir, simplemente ocurre
que no es hombre de cubrir con disimulos la realidad, por más que su inserción en ella le
demande ímprobos esfuerzos.

Y como su doctrinarismo no está exento de practicidad quiere demostrar que no se


engaña sobre el único sistema posible de escoger para superar las contingencias, y con ellas
los problemas y dificultades que entrañan. Esto no invalida, desde luego, el reconocimiento de
su reiterada profesión de fe venida de Rousseau: el hombre es bueno (incluida su condición
sauvage), la sociedad pone cadenas a su estado de naturaleza, que es el de la libertad, y por
consecuencia modifica su índole originaria. Pero la vida es como es y el Dictador tiene que
encarrilarla con espíritu pragmático porque no se trata de su existencia sino de la del país.

Exhala un nuevo reclamo por el exceso de trabajo y por el cumplimiento de actividades


concentradas en una sola persona, tanto en lo civil, en lo militar, como “en lo mecánico” (quiere
decir: “práctico”), y aunque poco amigo de confesiones alcanza a hacerlo con singular verismo:

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

“Recargado por todo esto, aun de ocupaciones que no me corresponden, ni me eran


decentes, todo esto por hallarme en un país de pura gente idiota, donde el gobierno no
tiene a quien volver los ojos, siendo preciso que yo lo haga, lo industrie, lo amaestre
todo, por sacar al Paraguay de la infelicidad y el abatimiento en que ha estado sumido
por tres siglos. Por eso, después de la Revolución, todos se avinieron a robarlo a su
satisfacción: porteños, artigueños y portugueses”.

Lo de artigueños no invalida la comprobación de haber brindado al prócer oriental el


derecho de asilo durante dos décadas. Tal derecho fue ampliado durante todo su gobierno en
beneficio de los esclavos huidos del Imperio del Brasil.

13. El Dictador y los jesuitas

Se ha creído ver en algunas modalidades propias de su mandato -especialmente el


enclaustramiento que impuso al país- cierto resabio de la influencia jesuítica, que habría sido
recogida durante los estudios que cursara en Córdoba. Pero el caso es que el joven Francia
ingresa al Colegio de Monserrat trece años después de producida la expulsión de la Compañía
de Jesús, cuando imperaban allí los franciscanos y la filosofía de Suárez era reemplazada por
la de Duns Scoto.

Ese repliegue fue aplicado por el Dictador como medida de emergencia, que las
circunstancias del Plata le obligaron a prolongar: primeramente la denominada “anarquía del
año 20”, o sea la insurrección de las provincias contra el poder central y luego las
pendencias entre ellas (Pancho Ramírez vs. Artigas; Estanislao López vs. Pancho
Ramírez), y más tarde la extensa tiranía feudal de Juan Manuel de Rosas, quien no
molestara al Dr. Francia porque -como lo advirtió Alberdi- su aislamiento no
interfería en los intereses de la aduana porteña 18.

Volviendo a lo inicial será útil recordar que mientras el Dr. Francia gobierna en medio de
una nacionalidad formada y a un país, étnica y socialmente integrado, la Compañía de Jesús
tuvo que hacerlo dentro de los límites de su Provincia Eclesiástica. Por lo demás, su misión se
vio reducida a la exclusiva evangelización de uno de los estratos sociales, aunque cruda y
cruelmente marginado: el indio guaraní. Los restantes estaban representados por el criollo y el
mestizo, con los cuales los religiosos vivieron en guerra.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Al sustraer la integración del indígena con el mundo circundante -porque el favorecerla


equivalía, paradójicamente, a desintegrarlo- los jesuitas se propusieron no sólo resguardar la
pureza espiritual del nativo sino tener a mano un insustituible elemento de explotación (claro
que no con la avidez mortífera de los encomenderos), formar defensores de sus tierras o de los
predios de Dios frente a las depredaciones de los bandeirantes, modelar su carácter y, en
especial, evitar la contaminación y fusión, estableciendo así un verdadero cerco demográfico.

Y no es por capricho que trazaran aquella tajante división entre guaraníes y paraguayos,
entre los aborígenes y los que no lo eran, como quien marca el más acá y el más allá de las
Misiones. Esa línea separatoria, a pesar de que su vigencia superó el siglo y medio, fue
diluyéndose al producirse el extrañamiento de los Padres. El idioma ancestral -común a indios,
mestizos y criollos y que éstos no perdieron con la retracción de aquéllos- ayudaría más tarde a
la retoma de un aglutinamiento lingüístico que se suponía perdido, o por lo menos debilitado, y
que pese a sus muchas y numerosas deformaciones se mantiene como la característica más
evidente y como la más fuerte prenda de unión del pueblo paraguayo, dentro o fuera de los
contornos nacionales, hasta nuestros días19.

Esos posibles no pudieron darse durante la Dictadura Suprema. La doble vuelta de llave
aplicada por el Dr. Francia y drásticamente acentuada sobre la mediterraneidad -especie de
cauterio preventivo cuya justificación histórica se halla aún en apelación- tiene otros alcances y
al mismo tiempo una acusada finalidad política. El Paraguay está rodeado no de vecinos
complacientes sino por enemigos que la historia y la geografía se han encargado de identificar.
Y es esta comprobación la que lo llevará a robustecer el concepto de soberanía y a reafirmar
su conciencia republicana. Esta actitud importará también el autoabastecimiento.

Las diferencias entre uno y otro aislamiento van, igualmente, a distinguir distinto tipo de
procedimientos y por de contado de conducta. Mientras los jesuitas ejercen su dominio sobre
una vasta población vernácula, aún no incorporada a una función nacional, el Dr. Francia
cohesiona al país por encima de sus parcialidades étnicas o sociales.

18
Alberdi, Juan Bautista: Dos guerras del Plata y su filiación en 1867 (En: El Imperio del Brasil ante la democracia de
América. Asunción, El Diario, 1919, p. 129).
19
Malberg, Bertil: El Paraguay de indios y mestizos (En: América hispanohablante, Madrid, Istmo, 1966, p. 253-285).
Medina, José Toribio: Bibliografía sobre la lengua guaraní, Buenos Aires, 1930; Melia, Bartomeu: Bibliografía sobre
bilinguismo en el Paraguay. (En: Estudios Paraguayos, Asunción, v. II, Nº 2, diciembre de 1974, p. 73-82); Mitre, Bartolomé:
Guaraní. (En: Catálogo razonado de la Sección Lenguas Americanas, Buenos Aires, Coni, 1969-1911, t. II, p. 5-97); Molas,
Mariano Antonio: ob. cit. p. 65-70; Morínigo, Marcos A.: Hispanismos en el guaraní. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y
Letras, Instituto de Filosofía, 1931.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Entre los Padres de la Compañía de Jesús -cuyo aporte a la historiografía paraguaya no


podrá ser olvidado- y el Dr. Francia, no hay más parentesco que el de haber pertenecido a
diferentes capítulos de la historia de una nación. En modo alguno confluyen o se yuxtaponen ni
en su doctrina, ni en sus métodos, ni en su proceder. Es hora ya de terminar con la vieja
fantasía sarmientina que les adjudicaba un maridaje a todas luces ilusorio20.

En otro aspecto, el estudio de las relaciones del Dictador con la Iglesia podrá constituir un
índice de cómo interpretaba el cometido de las congregaciones religiosas y en qué forma
contuvo su influencia. Esto no aminoró, desde luego, la creciente fe popular, aún cuando el
estado no muy piadoso de esos vínculos pudiera haber hecho propicio el reflorecimiento de
supersticiones ancestrales y su correspondiente veta folklórica.

El Dr. Francia no admitía competencias, y el lento y paciente laborar de las comunidades


podía significarle una. Por eso supo contenerlas en su expansionismo, sospechosas de estar
orientadas tanto a las almas como a los cuerpos. Por otra parte su sola presencia configuraba
la representación de poderes extraterritoriales que, aunque dedicadas a la purificación de los
espíritus no dejaban, de tanto en tanto, de mezclarse en los negocios terrenos. Esto le ha
ganado al Dr. Francia patente de laicista y a la vez de volteriano, títulos que, por supuesto, no
le hubieran disgustado.

Con todo, será preciso, mediante una adecuada comparación, indicar las
diferencias, y no sólo de hecho, que en tal sentido lo separaban de Rivadavia, que
tuvo para con la Iglesia groserías imperdonables, en las que no caería el Dictador 21.

14. Aproximaciones a Rousseau

Según algunas fuentes durante más de un cuarto de siglo el Paraguay vivió sometido a la
tutela de este graduado de la Universidad de Córdoba, inspirado en Rousseau. Buen propósito
éste de apear a los próceres de su indemnidad olímpica para hacerlos comulgar con hechos y
doctrinas de su tiempo.

Comenzaremos por citar el mensaje del 17 de junio de 1811, en el que se hallan pasajes
cuya procedencia no resulta del todo misteriosa. En ese documento -que puede ser

20
Sarmiento, Domingo Faustino: Obras Completas, t. VI, p. 381-382; p. 36-37; XXXV, p. 304-305; XXXVIII, p. 19; XL, p.
361.
21
Puede consultarse sobre este asunto: Gallardo, Guillermo, La política religiosa de Rivadavia, Buenos Aires, Peamar, 1970;
Esteban, Rafael V.: Cómo fue el conflicto entre los Jesuitas, Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

considerado como uno de los capítulos fundamentales del pensamiento paraguayo- el Dictador
pone en claro estas definiciones, que son previas -lo hemos anticipado- a aquellos
desencantos suyos sobre la función pública:

“Nuevas luces se han adquirido y propagado -manifiesta el Dr. Francia-, habiendo sido
objeto de meditaciones de los sabios y de las atenciones públicas todo lo que está
ligado al interés general, todo lo que puede contribuir a hacer los hombres mejores y
más felices”.

No otra habrá de ser la teoría de la bondad y la felicidad humanas, implícitas en el


Contrato social:

“Todos los hombres -continúa el Dictador- tienen una inclinación invencible a la


inquietud de su felicidad, y la formación de las sociedades y establecimiento de los
gobiernos no han sido con otro objeto que el de conseguirla mediante la reunión de sus
esfuerzos”.

Así queda justificado el derecho del pueblo -o de sus componentes- a la felicidad. Aún no
es ese pueblo taciturno, silencioso, que aceptará la vigencia de un mandatario único y de por
vida. La élite social-militar-eclesiástica que hubiera podido orientarlo hacia planos quizá
superiores, se halla en estado deliberativo; tampoco muchos de quienes la representan están
en condiciones de acercar ideas más altas, ni se manejan en términos de República. No es
improbable que sus aspiraciones confinen en apenas una modesta democracia municipal,
hecha más de fórmulas que de realidades.

En tanto el tiempo apremia, los honestos vecinos se muestran cada vez más quisquillosos
y densas nubes vienen empujadas desde el sur, no para tranquilidad del joven gobierno
paraguayo, o mejor expresado: asunceno. Para prevenir las consecuencias de una catástrofe
es requerido el Dr. Francia, morosamente refugiado en su quinta de Ybyray, entre mate y
libros, y alguno que otro discreto connubio. De allá lo irán a sacar quienes quizá estén diestros
en el uso de la espada o la pluma, pero no muy cerca del sentido político del poder y del
mando pleno.

Y van a buscarlo. Nada ha hecho él por llegar hasta esa Casa de los Gobernadores,
penumbrosa de tufo colonial. No está en su modalidad ofrecerse, y aunque no han aparecido
todavía los “grupos de presión”, bautizados como tales por la jerga sociológica de nuestra
época, ya empiezan los aspirantes a laderos de mandamases a organizar las nunca del todo

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cultura nacional.

desnucadas “intriguillas de palacio”. Mas, el Dr. Francia logra llegar sin el apoyo de esas
ortopedias.

De esa manera iniciará su patriótico servicio, como auténtico brazo ejecutivo, como poder
instalado sencilla y decorosamente, sin adhesiones ruidosas ni obsecuencias vejatorias, de las
que por lo demás no necesita. Ya está el Dr. Francia en el modesto recinto de su actuación:
severo, frugal, imperturbable, rodeado de amanuenses humildes y de escasos criados, sin
bufones contrahechos, sin mazorqueros con el puñal entre los dientes, sin turiferarios
pendolistas. Exactamente la contrafigura del estanciero porteño don Juan Manuel de Rosas.

El Dictador no se harta de recordar a sus compatriotas la calidad de sus derechos:

“La naturaleza -proclama en otros párrafos del aludido documento- no ha criado a los
hombres esencialmente sujetos al yugo perpetuo de ninguna autoridad civil, antes bien,
hizo a todos iguales y libres de pleno derecho.

Más adelante ha de referirse a la imprescriptibilidad de los derechos naturales por ser, no


los que se adquieren sino parte misma de la persona humana. Y el precedente de Rousseau
surge de inmediato:

“El hombre nace libre y la historia de todos los tiempos siempre probará que sólo vive
violentamente sujeto mientras su debilidad no le permita entrar a gozar de los derechos
de aquella independencia de que lo dotó el Ser Supremo al tiempo mismo de su
creación”.

Su tesis está dirigida al logro del hombre libre, con independencia, categoría que lo
acreditará para el goce pleno de sus derechos. En síntesis: piensa que la propia libertad es uno
de esos derechos que también hay que conquistar. Aunque la noción de libertad debe
subordinarse a la de independencia, porque lo que define tanto a un hombre como a un país
es su autonomía, ya que ser libre sin poder decidir lo propio constituirá un imposible o una
ficción. Y muy cierto resulta que una nación que no haya alcanzado en plenitud su
independencia (económica, política, social, cultural) dificultosamente podrá blasonar de libre y
soberana, aunque flamee su bandera al tope de los mástiles y en sus escuelas se cante el
himno nacional. Hasta en eso el Dr. Francia se anticipó con largueza a nuestros tiempos.

Sigamos. Según Rousseau el hombre es bueno, “por eso el error y el vicio deben
mantenerse alejados de él. (Esto -se advierte- está lejos del pecado original predicado por los
jesuitas). Para preservar al Paraguay de los “vicios” y “errores” provenientes de otras naciones,

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

fue que el Dictador consideró oportuno acudir al expediente del aislamiento. Decisión cáustica
destinada a erradicar el contagio.

Se trata de una medida preventiva, de un método tendiente a procurar el bienestar del


pueblo por incontaminación, pero cuyo límite álgido puede constituirlo -por cruel paradoja- la
proliferación de la ignorancia o el enquistamiento en ella. El Dr. Francia quiere, o pretende,
contribuir al perfeccionamiento del hombre natural, alejándolo de los peligros de una
comunicación interna o externa, demasiado o del todo frecuente. El hombre en el pueblo, para
acceder a la bondad de sus actos, deberá mantenerse puro. Ese fue, también, el compartido
cilicio del Dr. Francia. (Almafuerte lo dejó expresado en verso, aunque con otra intención: Pues
el que quiera conservarse puro / muchas veces tendrá que no ser bueno.)

En el cierre de este capítulo no estará demás tener en cuenta que el contrato social
implicaba un contrato de hecho, destinado a alcanzar el desarrollo de las fuerzas naturalmente
buenas del hombre. Hasta aquí Rousseau y su lejano lector paraguayo. En esto termina la
condicionada identidad entre ambos, ya que el Dr. Francia parece no haberse mostrado
proclive a la aceptación total del espectro ideológico francés pre-revolucionario, sino solamente
a través de algunas de sus proposiciones.

Aquello explica el por qué -aunque conociéndolos- no haya podido coincidir con los
enciclopedistas -que tanta influencia ejercieran en varias zonas de nuestra América-
particularmente en cuanto a la tolerancia religiosa, al optimismo por el futuro de la humanidad,
a la confianza en el poder de la razón22. Es que al Dictador sólo le importará, a fin de cuentas,
lo suyo, es decir: su misión; no había sido hecho para construir falansterios. (Otra más entre las
varias líneas de separación tendidas entre él y los jesuitas).

15. Comparación con otros doctrinarios

Se lo ha comparado ideológicamente con Mariano Moreno, el inquieto y fugaz secretario


de la Junta de Buenos Aires. Algunas coincidencias, muy tangenciales, podrían favorecer una
aproximación, mucho más si para el paralelo se acude al lúcido y enérgico Moreno del hasta
hoy controvertido Plan de Operaciones, que lo muestra como a un realizador a designio y no
como a un prócer de repostería, que eso es para la historia oficial argentina23.

22
Mornet, Daniel: Los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa. Buenos Aires, Paidós, 1969, p. 75-102.
23
Orsi, René: Historia de la desmembración rioplatense. Buenos Aires, Peña Lilio, 1969, p. 25-27. Cf.: Puiggros, Rodolfo: La
época de Mariano Moreno, Buenos Aires, Partenón, 1949.

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cultura nacional.

No se relacionan -porque sus miradores son distintos- en materia económica y en


cuestiones de religión, en las que se observan mayores avances en el Dictador. A Moreno se lo
ha presentado con el perfil de un visionario (el Moreno para uso de las escuelas primarias),
ocultándose pudorosamente aquellas letras suyas que pudieran definirlo como a un doctrinario
de verdad y un realizador sin inhibiciones. El Dr. Francia, en cambio, se presenta desde sus
primeros pasos con el aire y el ademán de un político práctico, a pesar del romántico denuedo
con que llegara a amar a su patria, llamada siempre, con aguda pertinacia y sin concesión
alguna, República del Paraguay. (Tal es su nombre, como él ordenó que se escribiera,
haciéndola respetar ante el mundo, no simplemente Paraguay, según se acostumbra hacerlo
ahora con harta desaprensión). Otra disparidad residiría en los 12 años que median entre sus
respectivas edades.

Y finalmente lo imprevisible, que está en el comienzo mismo de los sucesos: la actuación


pública de Moreno durará tan sólo diez meses. Muere en alta mar, joven aún, quizás
envenenado, para luego ser entregado a la voracidad de los tiburones por profilácticos
marineros británicos. El Dr. Francia, por el contrario, se mantiene en el mandato durante 26
años, sin reposo alguno. Viejo ya, se aleja de este mundo sin espectáculos y sin frases
sacramentales que legar a la posteridad. Parecía que hasta la muerte se había olvidado de él.
Por fin es recibida en silencio, con la sobriedad de costumbre, en las vísperas de una
primavera. En seguida sus amanuenses, los presos, las ávidas potencias extranjeras,
empezaron a levantar sus candiles, pero su poderosa sombra lo tapó todo y, como dijo el
prócer Artigas, seguiría por muchos años proyectándose sobre el alma de esta nación.

Los historiadores paraguayos Dres. Juan Stefanich y Julio César Chaves han aportado -
desde sus respectivos andariveles- benéficas luces a la dilucidación del tema moreniano-
francista24.

La vida y la obra de otros dos argentinos podrían ofrecer alguna afinidad de carácter y de
procedimientos con el Dr. Francia. Además, tenían edades cercanas a la suya, aunque ninguno
de ellos le sobrevivió. Pese a que nosotros no creemos que un estudio detallado pueda
proporcionar resultados favorables, vale la pena intentar, a la distancia, el análisis bien que
provisional de esa presunta sinonimia.

24
Chaves, Julio César: Historia de las Relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay 1810 – 1813. Buenos Aires, Jesús
Menéndez, 1938. Cf. Stefanich, Juan: Juan Jacobo Rousseau y sus dos discípulos: Mariano Moreno – José Gaspar de
Francia. En: La Tribuna, Asunción, 23 de febrero y 3 de marzo de 1975).

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Esos dos ciudadanos sobre cuyas indóciles testas se desatara, y no pocas veces, la
polémica de sus contemporáneos, son los Dres. Juan José Castelli y Bernardo Monteagudo,
igualmente abogados de profesión, quienes figuraron como fogosos dirigentes en el período
inicial de la emancipación. El primero, muy conocido, y a la vez injuriado, por la drástica
actuación cumplida en el Alto Perú (es probable que el “inconveniente” consistiera en su
propósito de predicar la justicia y la libertad a los indios, apenas si hermanos teóricos e idílicos
de la nueva gesta revolucionaria), y el segundo, de no menor empuje que aquél, que padeció
los sarcasmos de la leyenda negra y fue a caer asesinado en las calles de Lima, por mano
mercenaria, víctima de su implacable patriotismo continental, crecido a la vera de San Martín y
Bolívar, privilegio que le concitara no pocas inquinas. Las versiones montesco-liberal y
capuleto-revisionista de la historia argentina han querido presentarlos como a monigotes
perfumados, en un caso, o como a locos enardecidos, en el otro. Ni Castelli, ni Monteagudo
fueron tales: el pensamiento de la liberación de nuestra América les debe mucho; por eso los
ha colocado más allá de aquellas falsificaciones.

Ambos están unidos al Dr. Francia por la severa determinación de defender el ideal de la
libertad a cualquier precio; además, los tres habíanse agitado en una concepción redentora
para las ideaciones del futuro y decisivamente bélica para los enfrentamientos con la
actualidad, siempre elevada, a nivel casi mesiánico, la misión de sus respectivas campañas
revolucionarias, aunque en los argentinos la proporción de la llama supere al combustible. En
esa medida el Dr. Francia supo conservar la serenidad.

Matices nacidos de sus individualidades tienden, en orden dispar, a separarlos; entre ellos
cuentan los avatares de la existencia, de continuo imprevisibles, y los rasgos propios de
caracteres totalmente diferenciados. Castelli posee, no sin motivo, el genio revuelto y
arrebatado, y habrá de consumirse en el torrente de su apasionado ímpetu. Monteagudo gasta
ampulosidades no muy republicanas, participa en rencillas y pendencias que lo sitúan en un
callejón sin salida, y también es entregado al vórtice de los acontecimientos, aunque él
intentara cubrirse con la pedrería de un boato efímero, en el ingenuo empeño de ocultar sus no
muy conocidos orígenes. Si bien los dos se mostraron seguros en su acción, fueron
escasamente oportunos en la aplicación de su pensamiento.

El Dr. Francia queda escindido aquí de sus compañeros de causa revolucionaria


americana: sabía lo que pensaba y con mayor firmeza lo que quería. Fue escrupuloso en
asuntos personales y de gobierno; censor de los demás y de sí mismo; enemigo del oropel y
del lujo (“un cuáquero”, dijo certeramente O’Leary); si tuvo amores, de los que no hay dudas,
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cultura nacional.

supo sobrellevarlos con un decoro y una discreción que sus paisanos no terminarán de
agradecerle, quitando a la anécdota histórica y a la chismografía barata robustos argumentos
para hurgar en los secretos de su existencia. (Esto podría parecer inverosímil al brioso
Sarmiento).

Los tres fueron, sí, y esto no hay que callarlo, insobornables críticos de la dominación
hispánica (enquistada en estas patrias hasta mucho después de su emancipación política) y
ejemplos de proceridad, por encima de sus aciertos y de sus errores, de su envoltura carnal,
destinada a la tierra, y de la lumbre de su espíritu, destinada a la posteridad. Resentidos impíos
y sacrílegos hicieron desaparecer los restos del Dr. Francia.

No importa: el corazón de su pueblo ha venido a resultar su más perdurable sepulcro.


Aparte que de los tres ha sobrevivido algo más poderoso que la materia: el símbolo vivo de su
obra, que afortunadamente no murió con cada uno de ellos.

16. El “Dr. Francia” de Carlyle

Resulta desde todo punto de vista sintomático que los pensadores europeos de la primera
mitad del siglo XIX -Carlyle y Comte, entre los más significativos- hayan fijado su atención en el
Dictador. Convendrá, para mayor claridad, hacer una breve referencia a las posiciones de
ambos por haber tenido ellas algunas derivaciones en nuestra América25.

La difusión de la semblanza biográfica -no biografía propiamente dicha- de Carlyle, hecha


conocer inicialmente en 1842, contribuyó en gran medida a acentuar el interés hacia la imagen
del prócer paraguayo, bastante averiada en la versión que habían adelantado Rengger y Longchamp, por una
parte, y los Robertson por otra, con la ventaja de haberlo tratado personalmente. Mas, lo cierto es que el
ensayo del escritor inglés equivaldrá a una reivindicación, no importa cuáles pudieran haber sido los motivos
supuesta o realmente ideológicos de ese interés.

Esta actitud se torna más expresiva cuando se advierte que Carlyle (por cuyas venas
corría abundante sangre celta) dista en mucho de ser un historiógrafo o un historiador
sistemático, pudiendo ser considerado más bien como un re-creador literario de temas
históricos -aun en su Historia de la Revolución Francesa (1837)- con no poca influencia del
romanticismo alemán. El mismo estimaba a la literatura como a “la única y militante iglesia de
los tiempos modernos”.

25
Barret, RafaelL Marginalia Carlyle. (En: El Nacional, Asunción, 12 de mayo de 1910).

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cultura nacional.

Debió atraerle, sin duda, el enigma representado por el Dr. Francia gobernante, tanto
como la tenaz y silenciosa adhesión de su pueblo, (Hablamos de pueblo, no de minorías
selectas, ni de los paniaguados de costumbre, que por fortuna no tuvo). Y quizá por no haberse
desenvuelto el Dictador dentro de una lógica estricta -como mandan los esquemas
ultramarinos- y por haber acomodado los acontecimientos a la realidad de su país y no al revés
-según suele indicar la receta de los cipayos, de derecha o de izquierda, de todas las latitudes-
fue que Carlyle dispuso analizarlo con distinta óptica. Eso sí: quedó sabiamente excluido de su
galería de “héroes providenciales”, puesto que en verdad no lo era. Por el contrario, es el Dr.
Francia uno de los más definidos anti-héroes de nuestra historia, cuyo perfil civilista se destaca
entre muchos.

A pesar de la opinión de un persistente filósofo continental, el Dr. Francia no cultiva el


despotismo ilustrado26, ni a la manera de los modelos europeos, ni a la más cercana de
Rivadavia, en Buenos Aires, o del posterior Guzmán Blanco en Venezuela. Tampoco, en ese
aspecto, ofrece particularidades que pudieran encender cuanto más la curiosidad de los
intelectuales de su tiempo, algunos de ellos extraviados consortes de un liberalismo no bien
digerido. Este raro Dictador es, ante todo, un empecinado paraguayista, no un patriotero
epidérmico y sentimental, de esos a quienes, extasiándose con el brillo de los símbolos, no les
importa cómo se ocupe la tierra y se adiestren y eduquen las gentes. En fin: un administrador
honrado (y honesto), un centinela insomne de la soberanía nacional -sin aristas bélicas ni
sulfuraciones de matasiete-, un hombre con traza de monje, muerto con las manos limpias de
los dineros del Estado, en medianía económica cercana a la pobreza. Eso hay que mirar en él,
antes de perderse en suposiciones doctrinarias. Lo demás vendrá por añadidura.

No es de descreer del asombro de Carlyle ante este Dr. Francia que ha gobernado -sin
concesiones, eso sí- con ahorro de gestos y de palabras, ausente de histrionismos oratorios y
de ambiciones publicitarias, no muy expandidas pero de relativo uso en su época. Y agregado
a esto una moral monolítica: no hay diferencia entre el Dr. Francia como persona y en el
ejercicio del poder. Visión infrecuente, aun para el avisado autor, ésta de un mandatario
absoluto que empezó siéndolo consigo mismo.

El tal vez eruptivo nacionalismo de Carlyle (por lo menos no con el disfraz con que
aparecen algunos de nuestro tiempo) y el influjo sobre aquél de las ideas de Fichte -las que
enfrentaron al imperialismo napoleónico y fueron elogiadas entre nosotros por Fulgencio R.

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Moreno en 1911- no alcanzarían a explicar la incorporación del Dictador en otro orden de


pensamiento que el que nace de su propia obra27. Lo anterior viene a cuento a raíz de una
lectura de Borges: nada autoriza, como lo hace este poeta a sumar a Carlyle entre los
precursores del nazismo y su siniestro magisterio, y mucho menos a disminuir de rebote al Dr.
Francia tratándolo de “atrabiliario” por haber merecido la atención del escritor inglés . La historia
no se debe manejar con los mismos ingredientes que la literatura fantástica o la exhumación de
compadritos suburbanos. Se ha de suponer que es cosa algo más seria28.

17. Los positivistas y la dictadura republicana

Augusto Comte incluye al Dictador en su Calendario Positivista, correspondiéndole el mes


de Federico el Grande, propicio a los realizadores políticos. Quizás esto haya resultado un
indicio elocuente para que una no pequeña corriente positivista comtiana no fuera extraña a la
necesidad de estudiar al Dr. Francia en su auténtica dimensión social y doctrinaria, aún desde
el plano de la historiografía liberal, dicho esto con las debidas precauciones29.

Situémonos en el Paraguay para recordar que quien inaugura el revisionismo nacional,


tomando al Dictador como “fundador de la nacionalidad paraguaya”, es un ideólogo de esa
tendencia: el Dr. Cecilio Báez, acatado adalid de los principios liberales, cuya posición pro-
francista no admitiría mutaciones. Desde el artículo que escribiera y publicara en 1888 (tenía
por entonces 26 años) hasta su alta ancianidad, en 1941, no fueron pocas las páginas y las
meditaciones que dedicara a su excepcional compatriota.

Desde otra militancia Blas Garay -aunque no siendo un positivista, pero sí comentador de
Spencer a las puertas de la implantación del positivismo en el Paraguay- ha estudiado con
mayor detenimiento al Dictador, vinculando sus actitudes frente a la Iglesia y al ejército en
trabajos que coincidirán luego con otros aportes de distinta procedencia y a la vez de una
misma orientación30.

26
Zea, Leopoldo: Francia y el despotismo ilustrado. (En: Latinoamérica: Emancipación y neocolonialismo. Caracas, Tiempo
Nuevo, 1971, p. 60-62.)
27
Amaral, Raúl: Formación filosófica de Fulgencio R. Moreno. Asunción, Separata de la Revista del Ateneo paraguayo, 1963,
p. 6.
28
Borges, Jorge Luis: Otras inquisiciones. 6ª ed. Buenos Aires, Emecé, 1971, p. 181.
29
Comte, Augusto: Catecismo positivista. 4 v. Madrid, Biblioteca Económico-Filosófica, 1894. Cf. del mismo autor y libro:
París, Garnier, s.a., 346p.
30
Amaral, Raúl: Blas Garay y el sentido nacional de la historia. (En: La Tribuna, Asunción, 10 de diciembre de 1968).

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Ignacio A. Pane, positivista confeso y activo en todos los tramos de su labor intelectual
(por más que se haya querido injertarlo en una inexistente categoría de “sociólogo católico”) al
ocuparse del Dictador -de cuya gestión histórica no se muestra adepto- censura modalidades
de su sistema (persecuciones, prisiones, etc.), si bien admitiendo su honrado patriotismo. Cree
que se debe investigar en su obra para lograr un juzgamiento más sereno y ecuánime31.

En cuanto a la línea republicano-brasileña, de virtual procedencia comtista, hará suya la


reivindicación del Dr. Francia por medio de algunos de sus publicistas -Teixeira
Mendes y Miguel Lemos, entre varios- originando así un clima polémico que se
extenderá a otras ramas del positivismo internacional 32.

Efectivamente, uno de sus más señalados representantes, el maestro argentino Dr. J. Alfredo Ferreira,
consideró necesario dejar indicada su discrepancia con todo tipo de gobierno autoritario33, separándose
de este modo de los propios preceptos establecidos por Comte para la teorización de la
dictadura republicana, los que por su parte fueron canalizados por uno de los más convencidos
feligreses de la Religión de la Humanidad, el chileno Jorge Lagarrigue34.

Formación paralela a la de Ferreira es la que ofrece, en nuestro medio, el Dr. Justo Prieto,
autor de una densa biografía de Comte, quien en otro de sus ensayos sociológicos dedica
enérgicas censuras al período francista35.

18. Teoría de los tiranos vulgares

Tratemos ahora de preguntarnos -casi al final de este recuento- en qué forma podría ser
ubicado el Dr. Francia en una galería de tiranos vulgares (dispénsenos el lector la
redundancia), trascendiendo aquéllos remotos desvelos frenológicos del Dr. Ramos Mejía -

31
Pane, Ignacio A.: El Paraguai (sic) intelectual. Santiago de Chile. Imprenta Mejía, 1902, p. 12-13.
32
Gomes De Castro, A. R.: A Patria Brasileira (1822-1922), Río de Janeiro, 1922; Teixeira Mendes, Raimundo: Benjamín
Constant. Esboço biográfico. Río de Janeiro, Igreja Positivista Brasileira, 1913; Varela, Alfredo: Duas grandes intrigas. 2v.
Porto, Renacimiento Portugheis, 1916.
33
Bassi, Angel C.: J. Alfredo Ferreira. El pensamiento y la acción del gran educador y filósofo. Buenos Aires. Claridad, 1943,
p. 253-255; Dozo, Luis Adolfo: Alfredo Ferreira y el positivismo argentino. (En: Cuyo, Anuario de Historia del Pensamiento
Argentino. Mendoza, t. VII, 1971, p. 161-175); Farre, Luis: Positivismo comtiano: J. Alfredo Ferreira. (En: Cincuenta años de
filosofía en Argentina. Buenos Aires, Peuser, 1958, p. 57-60); Lagarrigue, Juan Enrique: Carta al Sr. D. J. Alfredo Ferreira.
Santiago de Chile, Ercilla, 1900; Soler, Ricaurte: El positivismo argentino. Paraná, Imprenta Nacional, 1959, Cf. 2ª ed.,
Buenos Aires, Paidós, 1967.
34
Lagarrigue, Jorge: La dictadure republicaine. Río de Janeiro, 1937. Cf.: Teixeira Mendes, Raimundo: Dictadura
republicana. (En: ob. cit. p. 317-318). Del mismo autor: A mystificaçao democrática. Río de Janeiro, Igreja Positivista do
Brazil, 1906.
35
Prieto, Justo: Paraguay. La Provincia Gigante de las Indias. Buenos Aires, El Ateneo, 1951, p. 137-158. Del mismo autor:
Vida indómita de Augusto Comte, el apóstol de una religión sin Dios. Buenos Aires, Ayacucho, 1944.

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cultura nacional.

paradójicamente no menos positivista que los anteriores- que no sin asombroso crédito
acogiera entre nosotros don Juansilvano Godoi, un romántico de vida y obra.

Pero antes que nada se impone un primer enfoque: el de aclarar la medida en que el
Dictador contraría los procedimientos adjudicados a algunos de aquéllos sus presuntos
colegas. Entre no escasas diferencias las más evidentes son éstas:

1. No usurpará el poder.

2. No se valdrá de golpes de Estado para cimentarlo.

3. Carecerá de camarillas que favorezcan su acción o que, en el reverso, le impidan ver la


realidad en toda su crudeza.

4. No tendrá a su servicio pendolistas untuosos, y a los que llegarán de afuera sólo les
dirá lo que a su país convenga, a riesgo de que no pocos de ellos se dediquen a
distorsionar su pensamiento.

Cabe insistir también en que tanto la Dictadura temporal como la perpetua fueron
asumidas por el voto de dos Congresos, ante el ostensible peligro de la naciente anarquía
argentina, por un lado, y el insaciable apetito del imperialismo bragantino, por el otro. Solución
de emergencia ésta que las contradicciones históricas prolongaron desmesuradamente.

No debe cargarse, pues, a la cuenta del Dictador ese mal llamado aislamiento,
correspondiendo calificarlo de repliegue, con mayor propiedad. Por no querer sumarse a las
circunstancias socio-político-económicas regionales, que consideraba perniciosas al logro de la
autonomía terrígena (largamente amenazada de vasallaje desde la partición de la Provincia
Gigante de las Indias, el 16 de diciembre de 1617), el Paraguay se vio en la disyuntiva no sólo
de tener que crear su propia política internacional, sino de establecer una no-alineación
precursora con respecto a intereses vecinos. Durante un cuarto de siglo constituyó un ejemplo
de independencia y hasta un adelanto de “tercer mundismo”, en colisión con planes
hegemónicos de potencias próximas o lejanas.

Si se echa una mirada a distintos capítulos de la historia de nuestra América quedará


visible la comprobación de que el Dr. Francia es un caso único y aparte, tanto como lo fueron
las condiciones en que ejerció el mando. Su imagen no ofrece comparación, menos todavía
con aquellos gobernantes propensos a aplicar (por obstinación que el psicoanálisis podría
develar) la mano de hierro ante la mansa respuesta de sus pueblos, y el cepo -físico o mental-

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puesto con beneplácito, nunca lírico, de infaltables y poderosos protectores gringos. (Nuestra
contemporaneidad está plagada de malos recuerdos).

Por igual ha de pensarse que ni en el país, ni fuera de él (mencionamos a los nacionales)


tendrá contradictores ilustres. Dos de quienes pudieron haberlo sido: el asunceno Juan Andrés
Gelly y el guaireño José Francisco de Ugarteche, eran muy jóvenes cuando pasaron a residir
en Buenos Aires y pronto se vieron envueltos en los remolinos de la política porteña.
Mayormente no se ocuparon del Dictador; Gelly lo hará recién en 1849, luego de su regreso al
país y muy esquemáticamente.

Por lo demás, una coparticipación en el poder se tornaba poco menos que quimérica, ya
que se imponía una inflexible centralización de esfuerzos para evitar que los enemigos de la
Revolución -que es como decir de la causa americana del Paraguay- pudieran fermentar el
caos, según estaba ocurriendo en las inmediaciones. Todo esto agravado por el hecho de que
por debajo de su nivel, especialmente doctrinario, el panorama no brindaba más que
mediocridades civiles, militares o eclesiásticas (expresado sin ánimo de faltarles el respeto),
dotadas de ingenuidad aldeana o de alguna buena fe que no era la más apropiada para tratar
con linderos codiciosos. No importa que ellas hayan sido loadas, sin revisión de capacidad o de
conducta, por procedimientos no muy acordes con la verdad y la justicia históricas.

Varios de quienes más allá de las fronteras supieron de la persona del Dictador, o aun
aquéllos que lo visitaron dentro, parecían carecer (y la crítica no lo desmiente) de la perspicacia
imprescindible y hasta del más elemental sentido político, como para medirlo desde lugares
más elevados que la crónica periodística o el anecdotario picante. Además, frente a este
hombre pulcro, medido e indiferente a la suerte de las opiniones ajenas, estrellábanse los
planes o los propósitos no del todo ocultos de sus insólitos huéspedes, los cuales, al no
obtener del Dictador lo que pretendían, daban en fabular ridículos testimonios, en que lo
macarrónico aparecía aderezado con algunas grageas de “color local”. Sirvan de prueba los
casos ya citados de los Robertson, Rengger-Longchamp y Grandsire, entre una deslucida
ensalada de curiosos. Ellos son el abrevadero de esa caterva de falsedades con las que se ha
solazado por mucho tiempo el candor de los escribas del Plata.

Tampoco al costado del Dr. Francia -en el otro brazo del sillón gubernativo- resplandecía
ninguna docta mentalidad, dispuesta a dar lustre a una tarea común, proyectándola en el
tiempo. No tendrá él como Porfirio Díaz un Justo Sierra o como Lorenzo Latorre un José Pedro
Varela, quienes por cierto no redactaban al dictado, con la ventaja de reportar alguna relativa

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civilidad a la gestión de ambos tiranos. El Dr. Francia será la máxima expresión de la soledad
en el poder: vivió solo, gobernó solo, murió solo.

Pero eso no es todo. Conviene ahondar más. Veamos: García Moreno, místico
sanguinario a quien algunos orates pretenden llevar a los altares, pone inexplicablemente al
Ecuador a los pies del Corazón de Jesús (blasfemia que sin duda hubiera horrorizado al
piadoso Juan XXIII); el dipsómano Melgarejo brinda en Bolivia el espectáculo, entre trágico
y carnavalesco, de la usurpación del mando seguida de asesinatos a mansalva;
Santa Anna, en México, entrega vastas porciones de territorio al invasor
norteamericano (en el lenguaje de todos los tiempos ese empleo se denomina de
vendepatria); el uruguayo Santos se burla de la Constitución y aparece por las
calles rodeado de chusma armada y concubinas; Rosas se manifiesta -con bastante
naturalidad- a través de sus bufones, fusila a una mujer indefensa y encinta, y tiene
como traductor de sus pensares a Pietro de Angelis, un napolitano tan inteligente
como inescrupuloso, a quien algunos incautos pretenden canonizar de prócer
argentino. (Todo el mundo sabe que la gloria del combate de la Vuelta de Obligado
contra la escuadra de invasores franceses pertenece por entero al Gral. Lucio
Norberto Mansilla, unitario de nacimiento y cuñado mal avenido con el
Restaurador) 36.

¿Cómo encasillar al Dr. Francia, después de ese desfile casi macabro, en una teoría de
los tiranos vulgares (o distinguidos, que es lo mismo)? ¿Fue acaso un místico virulento, un
borracho asesino, un entregador de tierra patria al extranjero, un burlador de la Constitución, un
lujurioso disipador, un analfabeto crónico dado a satisfacer los caprichos de minorías rurales
sedientas de canonjías ciudadanas, un apañador de aparceros enloquecidos de soberbia, o un
astuto negociante con depósito bancario refugiado en distintas comarcas? (Advertimos que no
se trata de un cotejo, a todas luces espinoso, sino de fijar gradaciones morales entre él y ellos).

Nada de eso ha sido, en conciencia, el Dictador. Gobernó férreamente, sí, pero con
austeridad suma. El mando no fue para él goce sino deber. Desde allí enseñó a respetar a su
país y a que se lo considerara como lo que era: una República. Hasta los pocos doblones que
ahorró a costa de su propio confinamiento dispuso dejarlos a merced del prójimo. Y algo más
habrá que computar en su favor: el haberse reducido a la condición de celoso custodio de lo

36
Uzal, Francisco Hipólito: Obligado, la batalla de la soberanía. 2ª ed. Buenos Aires, Moharra, 1973. El poeta argentino
Héctor Pedro Blomberg (1889 – 1955), bisnieto de don Carlos Antonio López y sobrino-nieto del mariscal Francisco Solano

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

que hoy se titula -sin mucho discernimiento- el ser nacional, y no únicamente de sus límites
geográficos, tan castigados a lo largo de cuatro centurias. (La semejanza entre dichos tiranos y
el Dictador empalidece, o se borra del todo, si se profundiza en la ninguna pretensión
caudillista del Dr. Francia, cuyo carisma no tiene más motivo que su sola presencia. Una
comparación con el adusto ministro chileno don Diego Portales (1793-1837), podría parecer
sólo superficialmente eficaz. Aunque se le considera “modelo de regularidad, celo y honradez”,
no ha faltado la evocación de sus inclinaciones “peluconas”, es decir reaccionarias, de cuyo
sector ha pasado a constituirse en prócer. Representó, no sin valentía, los intereses de la
aristocracia terrateniente contra los avances de la clase mercantil, sumado esto al hecho de
que Portales fue “el organizador de la República conservadora”, en la defensa de cuyos
privilegios mostró rectitud y energía hasta la consumación de su martirologio. Su muerte por
fusilamiento, a manos del caudillaje militar, es apenas un símbolo. Únicamente por
arbitrariedad podría colgársele al Dr. Francia el sambenito de “conservador” o de protector de
una “aristocracia terrateniente”, que no existía en el Paraguay. No tuvo la obligación de
mantener pendencia con caudillaje alguno, y menos de soportarlo; tampoco permitió que sus
comandantes le mojaran la oreja).

El Dictador quiso que el país fuera capaz de crear sus propios recursos. Así comenzaron
a florecer las artesanías37, que aguzaron el ingenio popular e impulsaron a las gentes a valerse
de su propio esfuerzo, ayudando a mantener la disciplina social, que habría de quedar relajada
o en trance de serio quebranto después de 1870. No sin razón el Dictador desconfiaba de todo
y de todos.

En otro rubro de la economía nativa se asiste a la instauración de las Estancias de la


Patria para mejor controlar y distribuir la producción agrícola-ganadera, elemento de
insustituible poderío en un país esencialmente campesino. Y en el orden limítrofe se advierte
una actitud de idéntica y valiente altivez, desdeñando bienquerencias o sospechosas
componendas. No correspondía a su índole ni el engaño ni la complicidad. Se le ha motejado
de sombrío, sin embargo el censo de sus actos puede hacerse a cara descubierta y sin
aprensión.

Por fin, amontonando silencio sobre silencio, supo inducir al pueblo a volverse discreto en
sus pareceres y en la exteriorización de sus expansiones, huella psicológica que aún será dado

López, escribió un poema celebratorio: Canto de los héroes de la Vuelta de Obligado. 1945. (En: Cantos navales argentinos.
Bs. As., 1938. Reimp. Bs. Aires, Comando en Jefe de la Armada, Departamento de Estudios Históricos, 1968, p. 85-86).
37
Pla, Josefina: Las artesanías en el Paraguay. Asunción, Comuneros, 1969, p. 61-62.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

observar en habitantes de zonas no tan contaminadas como la capital. Sus yerros -que nadie
intenta absolver- fueron producto de su ámbito, de su tiempo, de su soledad y de su genio; se
asientan, además, en culpas propias y ajenas, responsabilidad que, compartida o no, nunca se
propuso esquivar. Cercado como estuvo siempre, apenas si pudo ver aplicadas, en mínima
escala, algunas de sus ideas, porque casi todo se redujo a enfrentar hechos cotidianos con
espíritu utilitario. ¿Qué más podía hacer?

En este fatigoso andar su perspectiva se fue deteriorando, constriñéndolo, cada vez más,
a un anacoretismo sin remisión. Hubo de vivir en permanente sobresalto, aparentando una
tranquilidad que no era más que promesa de estar sobre las armas. Quizás el buen sueño
(incluido el de la siesta) a que aspira todo sano mortal, fuese un lujo inalcanzable para este
recluso de tenso espíritu, destinado -¡centinela alerta!- a la sola función de vigilar. Una
monarquía foránea, de un lado, y una tiranía vernácula, del otro -enemigos desenfrenados de
la nacionalidad paraguaya- le impidieron ser el gobernante abierto y libre que muchos
pretenden que debiera haber sido.

Aquellos que llegaron tras suyo tuvieron que erigir, ante todo, el andamiaje del Paraguay
moderno, pero esas premisas de soberanía, independencia, autoabastecimiento e identidad
nacional, factores determinantes de la época francista, no habrán de ser soslayadas. Y puede
afirmarse, sin temor a equívocos, que gracias a ellas fueron factibles las nuevas creaciones. De
ahí que don Carlos Antonio López -en quien se unían instinto y perspicacia- se mostrara tan
cauteloso para con la memoria de su antecesor. De tal modo pudo cumplirse la profecía del Dr.
Francia: casi medio siglo después de aquella exaltación de Franklin, o sea en 1852, el
Paraguay se había puesto de pie para alcanzar su destino continental. Si no llegó a lograrlo en
plenitud no fue por causa de la fatalidad -a la que algunos adjudican, desaprensivamente,
muchas de nuestras desventuras-: las condiciones políticas y económicas en que habría de
desenvolverse esa etapa no hacía ya convenientes los enclaustramientos ni los retrocesos, a
pesar de que el avance pudiera estar erizado de peligros, como después se comprobó.

(1969 / 1975)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El Dr. Francia y los tiranos Volver al Índice

Este 20 de setiembre hará 143 años desde que el Dr. José Gaspar Rodríguez de
Francia se ausentó de este mundo, aunque no de esta tierra. Y hay que decir esto porque a
partir de entonces aquel silencio con que él rodeara sus meditaciones y transfiriera al resto del
país, se convirtió en inquietud polémica no bien se abrieron algunas compuertas de opinión que
la prudencia de don Carlos Antonio López había sabido enfrenar.
Desde esos lejanos tiempos puede afirmarse que tanto su vida como su obra de
gobierno -con ser tan diáfanas y a la vez fácilmente perceptibles- no han tenido descanso.
Ahora, un poco por acción de la posteridad y otro por la aparición de documentos reveladores,
se van aquietando los gestos de la repulsa drástica que inquietaran su memoria por más de un
siglo.
Pero no será posible pensar en la supervivencia de un Dr. Francia históricamente
canonizado, previa exorcización de los errores y demasías que la crítica póstuma dio en
adjudicarle. Existe -y no es posible desconocer esa comprobación- porque ya son muchas las
señales de su quehacer o de su letra que marcan su actuación con trazos muy distintos a la
sombra diabólica que fabricaron en su contra los que vinieron después.
Esto quiere significar que hay un Dr. Francia que es preciso estudiar desde el reverso de
la leyenda: papel sobre papel, relacionándolo con gobernantes de su época o con anteriores y
posteriores de su propio país.
El repudio en bloque, tanto como la deificación en la misma forma, sólo conducirán a
mantener su figura fuera de los límites naturales de la razón para sumergirla en el caruguá de
las pasiones -en favor o en contra- sin que sea dado, en especial a los jóvenes de hoy, ofrecer
otro perfil, en cuanto a su biografía, y otra alternativa en lo referente a su conducta de
gobernante. Los prejuicios del pasado no tienen por qué permanecer intactos.
Un cierto sector de opinión proveniente del romanticismo nativo, aunque iniciado en el
exterior, se constituyó en el primer agrupamiento destinado a recoger, con una paciencia que
hasta podría parecer metódica, todos los díceres -hablados y escritos- que condujeran a
proporcionar una imagen satánica del Dr. Francia, no desdeñando para ello ni la versión oral ni
las anécdotas de vecindario. Ese entusiasmo por la demolición fue característico en los nacidos
entre 1840 y 1860, o sea los románticos que empezaron a activar desde la posguerra del 70 en
adelante.
Esa tendencia a catalogar emocionalmente al Dictador se encuentra bien determinada
en páginas de Juan Crisóstomo Centurión o de Diógenes Decoud -para mencionar sólo a dos

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

de los más significativos- y, desde luego en manuales de origen rioplatense u otros de aquí
mismo, como es el caso del recordado “Compendio” de Terán y Gamba.
Al fundarse el Colegio Nacional esa corriente estaba en auge y así continuó alimentando
la mentalidad de los alumnos, entre los cuales se contaron los que luego integrarían la
generación novecentista.
Algunos de quienes la prestigiaron -Garay, Pane- creyeron conveniente buscar otro
ángulo de visión ajeno a las reacciones de una sensibilidad agudizada. Otros, como
Domínguez y Moreno, consideraron necesario contraponer el repudio a toda forma de dictadura
ensamblándolo en la persona del Dictador. Esto ocurría a pesar de que desde 1888 un solitario
defensor lo había declarado “fundador de la nacionalidad paraguaya” en algún olvidado número
de revista.
Cecilio Báez, aún estudiante de derecho y con 26 años de edad, inauguraba así, no
únicamente un camino nuevo para ubicar al Dr. Francia sino al mismísimo revisionismo
histórico nacional, cuyas líneas retomará Blas Garay casi una década después -aunque sus
propósitos fueran otros- y hará estallar O’Leary a fines de 1902, en aquel quiebre generacional
que todavía se cita sin conocerse su trasfondo.
No podrá sostener quien lo haya leído, que el Dr. Báez lo hacía por practicar ejercicios
de “tiranofilia” o simplemente por “épatar”. Es más: si mantuvo esa posición a lo largo de su
extensa vida pública era porque coincidía con sus convicciones doctrinarias, si bien su
positivismo quedó recién declarado a partir del 900.
Justificaban, por lo demás al Dr. Francia, aparte de su incorporación al Calendario
Positivista, su concepción de la “dictadura republicana”, que es una de las alas del
pensamiento del Comte.
La profilaxis dedicada a los denominados “tiranos vulgares” (si es que hubiera otra
manera de no serlo): un Melgarejo, un Santos, un Santa Anna, un García Moreno, se hizo
injustamente extensiva a este Dictador cuyo sistema tuvo punto de partida legal y que no
gobernó con el desenfreno y la arbitrariedad, ni fue tampoco borracho, libidinoso, vendepatria o
ataviado de locura mística, como los tales nombrados más arriba.
Es hora de que se entienda eso.

(1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El doctor Francia: Revolución y República Volver al Índice

El tema del Dr. Francia fue durante largos días ocultado en su verdadera dimensión por
haberse unido, no muy cándidamente, el sistema impuesto por la voluntad de dos Congresos
(1814 y 1816) a su acción de gobierno y sus propias ideas. No eligió él la forma de asumir el
mando sino mediante el pronunciamiento de los representantes del pueblo, entre quienes se
contaban algunos de sus compañeros de la Revolución de 1811 y no pocos diputados de la
Nación campesina, que es la raíz de la conmoción política y social producida con posterioridad
a dicho suceso. Y fue sobre la base del régimen republicano –adoptado el 12 de octubre de
1813, un año antes de la Dictadura temporal y tres previos a la perpetua- que comenzaron a
diseñarse las instituciones que irían delineándose con mayor nitidez a medida que avanzara el
proceso emancipador.

No fue culpable el Dictador de ese cilicio que hubo de llevar durante todo su mandato, ni
en cierta medida pudieron serlo aquellos noveles y aislados legisladores: habrá que buscar las
motivaciones reales de ese repliegue preventivo en la obligación de salvaguardar la soberanía
territorial, amenazada por codiciosos vecinos: el uno en tren de revuelta caudillesca (porque el
auténtico federalismo no ha sido exclusiva manifestación de a caballo), por el lado del Plata, y
por el otro cultivando en el silencio de los salones imperiales su antigua vocación bandeirante.
Borbones y Braganzas que con distintos motes se desplazaban y que aquí no encontraron,
hasta enero de 1869, quienes les franquearan la tranquera.

Los historiógrafos extranjeros, no del todo despabilados, se han referido indistintamente a


las imposiciones de la “tiranía” y la “dictadura”, sin procurar la necesaria aclaración a la
distancia que media entre la una y la otra. Pero también se ha sabido ubicar al Dr. Francia en
ambos andariveles, cosa por lo demás absurda, pues ya se sabe que el culto de la tiranía es el
que conduce al poder unipersonal indiscriminado, cuyos orígenes –en la historia del mundo–
están jalonados de crímenes políticos y de arbitrariedades económicas. La “tiranía” es, sí, una
imposición, y bien conoce de ello nuestra América. La “dictadura”, por su lado, puede ser una
contingencia, superable cuando las causas que la engendraron tienden a desaparecer.

Pero queda por descifrar otra tendencia de más extendido influjo en este continente, que
se ha mantenido por vía de la ignorancia voluntaria de los que han tomado partido a priori, sin
investigar ni estudiar nada, más allá de toda dilucidación honesta y de toda reflexión concreta.
Esta línea es la que adjudica al Paraguay la existencia de “tiranos obligatorios”, que aunque no

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

lo hayan sido tienen que caber en el molde prefabricado, donde vienen acopiándose materiales
negativos desde los años mismos de la Independencia. Ella ha contado con el apoyo de varios
nacionales, unos incautos y otros no tanto, engolosinados porque, al igual que Argentina,
Uruguay, Venezuela, Chile y otros países –en un pasado no muy lejano– el nuestro haya
podido mostrar idéntica galería de reaccionarios.

Desgraciadamente los trabajos con apoyo documental que iluminan las respectivas
gestiones gubernativas del doctor Francia, de Don Carlos y del Mariscal, pertenecen a la
realidad de este siglo y de manera más contundente a nuestra contemporaneidad. Un brillante
conjunto de aportaciones de aquí y del exterior permite hoy desvanecer con seguridad aquellas
presunciones, hijas del prejuicio, de los intereses de casta o de la pretensión de acoplarse a
una visión foránea para no ser menos que los demás.

Sin embargo, quedan todavía en nuestra América exponentes de su evolución cultural y


doctrinaria que han anclado su fragata no en airoso puerto sino en los incómodos límites de
una botella, de acuerdo a los cánones de la artesanía marinera. El caso, por separado, del
argentino José Luis Romero –ya fallecido–, injertando al doctor Francia en un inverosímil
“pensamiento conservador”38, y del mexicano Leopoldo Zea, acoplándolo a la teoría de un
“despotismo ilustrado”39 de imposible justificación, en lo que a la interioridad paraguaya
corresponde, deben ser señalados no como productos de una empecinada desinformación sino
como el resultado de la persistencia de fórmulas estereotipadas que no han tenido el
imprescindible aireamiento.

Duele comprobar que continúan presentándose los mismos esquemas que escuelas con
predominio en el siglo XIX pusieron en auge, sin que bastara el denodado esfuerzo de
historiadores y teóricos locales para alejar de una vez por todas la idea de que esta es la tierra
generosa de los genios sombríos, más cerca de Lombroso que de Ranke, del manicomio que
de la diosa Razón (no hay que preocuparse demasiado porque ahora se está en posesión de la
verdad, aunque el error tenga las piernas largas y el entendimiento corto).

La bibliografía crecida en torno al doctor Francia tiene –acudiendo a una metáfora que
hubiera agradado el doctor Manuel Domínguez- una “espesura boscosa”, con riesgo de que los
muchos entrecruzamientos impidan ver el árbol con nitidez.

38
Pensamiento Conservador (1815-1898). Prólogo, compilación y notas por José Luís Romero y Luís Alberto Romero.
Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, p. IIV (sic), 289-296, 499-500; Romero, José Luis: El Pensamiento Político de la
Derecha Latinoamericana. Buenos Aires. Paidos, 1978, p. 64-70, 73, 76-77.
39
Zea, Leopoldo: Francia y el Despotismo Ilustrado. (En: Latinoamérica: Emancipación y Neocolonialismo. Caracas, Tiempo
Nuevo, 1971, p. 60-62).

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Mucho se ha escrito, casi podría decirse que demasiado, ya que no son escasas las
repeticiones, en este orden, más las prohijadas afuera que en nuestro ámbito. Un prolijo
escrutinio podría determinar la urgencia de imprimir todo el “corpus” documental que lleve la
firma del Dictador a fin de que no sea sólo tarea de eruditos el detectarla, pues se torna
perentorio llevar al conocimiento público, externándolos, estos comprobantes que vienen a
desmentir una falsa y prolongada leyenda.

A través de esa exhumación se vería que el doctor Francia no fue un conservador, ni en


su estilo, ni en su pensamiento, y saldría a la luz la imagen de un prócer revolucionario, puesto
al mismo nivel que los rioplatenses Monteagudo y Castelli o del altoperuano Pedro Domingo
Murillo, ese que dijo, no sin asombro de futuro, al pie del patíbulo: “La tea que yo enciendo no
se apagará jamás”.

En cuanto a estudios sobre su individualidad y su obra habrá que buscarlos en los tres
trabajos precursores de José de la Cruz Ayala, que reivindican su memoria y reconocen su
condición de fundador de la nacionalidad; se titulan: “Un héroe olvidado” (en “El Heraldo”, 14 de
mayo de 1884); “Errores y verdades históricas” (en “El Imparcial”, 24 de septiembre de 1887),
ambos con el seudónimo de “Alón”, y “Disquisiciones actuales” (en “El Independiente”, 19 de
septiembre de 1889), con el apodo de “José de Concepción”. Ahí están, en germen, las bases
del revisionismo en su etapa inicial40.

El doctor Cecilio Báez acompañará tal emprendimiento con su artículo: “El dictador
Francia. Fundador de la nacionalidad paraguaya”41, posición que reafirmará con singular nitidez
en su valioso “Ensayo sobre el Dr. Francia y la dictadura en Sud América” (1910)42, que si
algunos leyeron, en cambio otros condenaron al menos piadoso de los olvidos. Desde su
mocedad y hasta sus altos años no desmayará en la finalidad de acercar al Supremo al sitial
que tenía merecido. Hay que indicar, más que como un hecho curioso –que no lo es– la
circunstancia de que esta luz arrojada sobre el recuerdo del doctor Francia se circunscribía a
su persona y no a otros capítulos de la historia nacional que seguían siendo causa de vituperio,
como los que abarcaban los gobiernos de Don Carlos y el Mariscal, incluida la condenación por
la guerra de la Triple Alianza.

40
Ayala, José de la Cruz (“Alón”). Desde el infierno. Asunción: Napa, 1982, 132 p. pp. 31-32, 99-100.
41
Báez, Cecilio. El dictador Francia. Fundador de la nacionalidad paraguaya. (En: La Ilustración Paraguaya. Asunción, 31
de diciembre de 1888, I (II), p. 122-124).
42
Báez, Cecilio. Ensayo sobre el Dr. Francia y la dictadura en Sudamérica. Asunción: Ediciones Mediterráneo, 1985, 2ed.
302 p.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

No contó el doctor Francia con la comprensión (no se diga que la simpatía) de los
anteriores, o sea los románticos, que dominaron buena parte del quehacer historiográfico
nativo, dentro o fuera de sus límites geográficos. Ellos se acogieron a los díceres de Rengger y
Longchamp y de los Robertson; de allí partieron y allí se quedaron. Tampoco los novecentistas
mostraron mayor receptividad, resultando algunos de ellos francamente hostiles. Puede
catalogarse como excepción –no en grado de entusiasmo, por cierto– alguna que otra mención
de Garay o de Pane, quienes incitaron a tratarlo más allá del embretamiento lombrosiano en
que lo había ubicado el frenólogo Dr. Ramos Mejía, hoy bastante pasado de moda por el
escaso rigor científico de sus conclusiones, a pesar de haber sido considerado un hombre de
ciencia de exitosa actuación.

Ese 900 nuestro presenta, a pesar de todo, dos cifras aparte (según se acostumbraba
decir por entonces). Una es la alusión de Goycochea Menéndez en “Los hombres montañas”
(“La Patria”, 13 de junio de 1901), donde se expresa, en bella prosa modernista, con un
lenguaje no común al sector intelectual: “Entre tanto, por sobre las colinas, su cabeza se erguía
poderosamente, investigando los horizontes de América. Y esa gran sien, sobre la cual, se
encabritaban los rayos sin lograr penetrar bajo su carne, debía parecer a la distancia, por lo
menos, una montaña”. No hubiera esperado el Supremo Dictador agasajo más alto ni justicia
más convincente.

La inmediata es un suelto denominado “Francia”, firmando por Leonardo Solar (un


evidente seudónimo aún no descubierto), que recogiera “Los Sucesos” de Asunción en su
edición del 28 de noviembre de 1906. La orientación que a simple vista se advierte es la misma
de “Alón” y de Báez y por consecuencia la de Goycochea Menéndez –no en cuanto a la guerra,
en el caso de éste–, ausente ya para siempre el poeta argentino-paraguayo de “La noche
antes”. Solar rubrica su nota con este vaticinio: “Analicemos esta vida. Ahondemos en ella la
firme mirada sutil que descubre convicciones salvadoras en el sepulcro de los héroes. Este
loco ¡quién sabe! puede ser mañana una inmensa bandera, ungida por los vientos amados de
la estirpe y de la esperanza”. ¿Alcanzó alguien, antes y después, a prodigarle semejantes
palabras?

Pasados los años Don Juan Emiliano O’Leary producirá su pieza dramática en un acto “La
Gasparina” (1923) y más tarde su “Glorificación del Dr. Francia” (1944), cerrando con este
último trabajo el ciclo de su generación. A su vez la irrupción del modernismo, en lo que va de
1901 a 1927, sólo ofrece las aportaciones ya referidas, pues la función de la mayoría de sus
integrantes su redujo de preferencia a la actividad literaria.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Ha de estimarse como acontecimiento trascendente que la primera revisión histórica se


haya centrado en la figura del Dr. Francia, pues no era común –reduciéndolos a la década del
80– registrar los pasos de próceres civiles, aunque se los tuviera por legatarios malditos de la
trayectoria revolucionaria de Mayo. Si en la Argentina se comienza por la gestión administrativa
de Don Juan Manuel de Rosas, no se oculta su condición de militar. Igual cosa ocurre en el
Uruguay con Artigas. Por eso parece sintomático este volver la vista al Supremo destacando
precisamente sus virtudes no castrenses, principio sostenido con inalterable fidelidad por
Cecilio Báez. Se ha tratado de realzar su misión histórica mostrándolo no sólo como el
antiporteñista y el antigodo que fue, puesto que él era la intransigente columna de la aspiración
criolla (mejor aún: paraguaya), sino como el que con férrea mano tuvo que trazar el camino
futuro de esta tierra, a la que aspiraba a poner en el trance de una verdadera experiencia
revolucionaria y no con el sentido medroso y egoísta de estar creando apenas si una
conmoción municipal. Gracias a su empeño “Revolución” y “República” fueron sinónimos.

Por mucho tiempo no quedarían en su favor más que la inclusión de Augusto Comte en su
“Calendario Positivista” (en el mes dedicado a los realizadores políticos) y las páginas casi
perdidas y amarillentas de Carlyle, que a pesar de todo se animará a reproducir un periódico
asunceno redactado por jóvenes43. Luego el silencio o más que eso: el silenciamiento, para
que el calificado de “tirano” expiara culpas propias y ajenas. Pero la posteridad suele ser
caprichosa devolviendo su divisa de patriota a quien había sido relegado a las últimas
estribaciones del concepto social.

En nuestros días Marco Antonio Laconich, Víctor Morínigo, R. Antonio Ramos, Natalicio
González, y, unido a ellos, el no muy conocido libro de un ignorado argentino: Luis Baliarda
Bigaire, sumaron sus interpretaciones trascendiendo la zona del perfil biográfico, esto sin
demeritar algunos capítulos de Justo Pastor Benítez, que valen por una relectura. Porque lo
que urge es interpretar al Dr. Francia desde el marco no muy frecuente del pensamiento
teórico, que aquí no se cita en sus contribuciones presentes para no quitarle perspectiva y
objetividad a las conclusiones que pudiera merecer este aporte.

El Dr. Francia no necesita de hagiógrafos que perfumen su memoria, ni de hornacinas


que ayuden a su deificación. La obra que en soledad mantuviera enhiesta por un cuarto de
siglo y sus mismos escritos continuarán siendo su mejor defensa, tanto contra sus adversarios
–que con diversos nombres y matices no han dejado de velar, particularmente afuera– como
contra panegiristas desbordados que ocultan bajo su piel historicista la intención de sumarlo a

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

pensamientos e ideales que no encajan dentro de lo que su ejemplo y su tarea demuestran


haber sido. No está él a la derecha ni a la izquierda, y ni siquiera en el centro: está en el
corazón mismo del Paraguay, de un Paraguay compatible por su destino histórico, por su
identidad de cultura, por su antigua pasión de libertad y justicia social.

Por último cabe preguntarse si este prócer con proyección en nuestra América podría
haber encontrado émulos o espíritus en estado de projimidad en cuanto a semejanzas de
índole no institucional (en eso será difícil hallarlas), sí en un plano de conducta, de austeridad,
de convicción de haber luchado con el máximo desprendimiento y con arraigado sentido de
patria, llevado en lo hondo y pocas veces puesto en la superficie de los hechos para
juzgamiento de las gentes que no siempre saben que, no obstante apariencias, el poder
implica, las más de las veces, amargo e indeclinable ejercicio. Ciertos rasgos suyos sería
posible aproximar a los de otros mandatarios civiles de nuestra América, entre ellos el
argentino Hipólito Yrigoyen, el mexicano Francisco I. Madero y el chileno José Manuel
Balmacedo, habiendo éstos alcanzado el martirologio. No se sabe que, hasta hoy, se haya
intentado una interpretación sicológica aproximativa de esos tres ilustres gobernantes.

Pero resta algo más para los que creen que la historia nacional es fatiga y deber de todos
los nacionales, sin restricciones de ninguna especie, y ese algo más –de características muy
especiales– quizás llegue a constituir sorpresa si se ahonda en el propósito de lo que está más
allá de cualquier propuesta circunstancial. Entre los recordatorios que siguieron a la muerte del
Dr. Eligio Ayala asoma uno que tiene por título: “Dos cumbres”. Se trata de una tentativa
dispuesta a establecer las analogías existentes entre aquél y el Dr. Francia. Bien se ve que no
estaba descaminado quien expuso tal opinión, porque realmente si hubo alguien que ocultara
en su alma las tribulaciones y también el genio altivo, entregado en soledad a una pasión
patriótica que fuera el signo de la vida y obra del Supremo, ese alguien fue, sin duda alguna,
Eligio Ayala. Hombre dinámico y sin embargo reconcentrado, creador silencioso, pensador
eminente, mandatario sin concesiones, cultor de la honradez administrativa y de la existencia
sacrificada y heroica (no en vano era lector de Nietzsche), en quien no hubiera desdeñado
reconocerse el Dr. Don José Gaspar Rodríguez de Francia, conductor de su pueblo y fundador
de la nacionalidad independiente y soberana44.

(1986)

43
En: El Tiempo. Asunción, 1º de abril a 31 de diciembre de 1892; 1º de enero de 1893.
44
En: El Diario. Asunción, 28 de octubre de 1930.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Juan Andrés Gelly, ciudadano del Plata Volver al Índice

El caso del prócer paraguayo doctor don Juan Andrés Gelly (Asunción, 2 de agosto de
1790 / 25 de agosto de 1856) es poco menos que excepcional. Su vida y su trayectoria son la
demostración de lo que el Paraguay ha sido y de lo que hubiera tenido que ser si las
circunstancias no determinaran lo contrario, no a modo de fatalidad inexorable sino de
implacable realidad histórica.

Debe recordarse, previamente, que el tirano


porteño Juan Manuel de Rosas, que siempre
consideró al Paraguay como “provincia argentina’’ y
a sus mandatarios como “gobernadores”, a través
de su prensa asalariada, quiso minimizar la
contribución de ñane retä a la causa de la
independencia americana: don Carlos Antonio
López (que no era el Gobernante pintoresco
exhibido por Ildefonso Bermejo) se descolgó nada
menos que con cuatrocientos nombres de nativos
de esta tierra que habían contribuido a partir del
coronel don José Félix Bogado, a la libertad de este
continente.

Don Juan Andrés fue llevado por su padre


(catalán de origen; su madre, era asuncena, de
apellido Martínez) en los comienzos de la
adolescencia (1803) a estudiar en el Real Colegio
de San Carlos, instalado en la capital porteña. Allí
cursó desde filosofía y lógica hasta teología, entre ese año y 1811. Pero los acontecimientos
relacionados en Buenos Aires con el 25 de mayo de 1810 lo habían convertido en partícipe de
dicha jornada.

Vuelve esporádicamente al Paraguay, propicia en 1812 la creación de una Sociedad


Patriótico Literaria auspiciada por la Junta Gubernativa, pero a partir de 1813 ya no regresa.

Su actividad en los países de la región se cumple por espacio de cuarenta y dos años,
veintiséis en la Argentina y dieciséis en Uruguay, En la primera actuó en el periodismo y en la
61
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

política interna desde 1803 a 1829 y en la segunda entre 1829 y 1844, ocupando altas
funciones de Estado.

A partir de 1841, pero con mayor fuerza desde el sitio de Montevideo iniciado en 1843, es
que al doctor Gelly convierte el asedio de la nostalgia nativa en imperiosa solicitud. Ha
prestado en el sector rioplatense altos y generosos servicios en el orden político, periodístico
intelectual y diplomático y por ese entonces siente que ya es la hora de volver para que sus
antiguos ideales tengan entonación de patria.

No le fue fácil el regreso. El Paraguay estaba en actitud defensiva, con relación a su


soberanía, y todo lo que viniera de afuera tenía que merecer la desconfianza de quienes se
habían desvelado por defenderla. Llega don Juan Andrés luego de azarosa travesía, al
campamento misionero paraguayo de San José, donde le aguarda el comandante de frontera
don José Tomás Lovera, primera autoridad que, sin previo permiso del gobierno central no le
permitió seguir adelante.

El doctor Gelly hace uso de la llave de oro de la lengua ancestral y lo saluda en guaraní,
cuyo uso no había perdido en el prolongado extrañamiento. Con esa buena predisposición,
verificada el 7 de enero de 1845, queda a la espera del correspondiente permiso de avanzar.
Don Carlos lo recluye desde febrero a agosto de ese año en la Villa Rica del Espíritu Santo y
después, desde el 3 de agosto lo hace su colaborador más insigne.

La creación de la Escuela de Derecho Civil y Político (15 de marzo de 1850) y la


redacción del texto anexo, tanto como su participación en todos los mensajes presidenciales
hasta la caída de Rosas, más las ideas insertas en el “Catecismo social y político “de 1855, la
redacción de “El Paraguay, lo que fue, lo que es y lo que será” (1848-1849) y los numerosos
testimonios de su correspondencia, avalan la condición de “Ciudadano del Plata”, por actuar en
un área que el gran paraguayo había transitado, con varia fortuna, hace más de siglo y medio.

(1995)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

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El Romanticismo Paraguayo

1. Etapa precursora (1840-1860)

El nombre del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia cubre toda una época que abarca
desde la asunción de la Dictadura Suprema, el 3 de octubre de 1814, hasta su muerte, ocurrida
el 20 de setiembre de 1840. Es ese mismo Dr. Francia -un típico volteriano de su tiempo, dicho
sea en su elogio- que concitara la atención de Carlyle y a quien Augusto Comte incluyera en su
Calendario positivista en el mes de Federico el Grande, correspondiente a los realizadores
políticos. Precisamente con su desaparición un nuevo estilo de vida nace en el Paraguay,
puesto que abatida la muralla de silencio en que permaneció durante veintiséis años, otra será
la estrategia que habrá de adoptar frente a sus dos desconfiables y poderosos vecinos: los
porteños, por un lado, y los herederos de los “bandeirantes”, por el otro.

Tras el enclaustramiento, las puertas abiertas hacia el encuentro del mundo; tras la
forzada mediterraneidad, el impulso, el élan vital. Pocos hombres con una existencia de más de
cuatro décadas podían justificar en aquel modesto ambiente una actividad que pudiera
favorecer alguna modernización de las costumbres junto con la acentuación de hábitos de
pensamiento y expresión.

Uno de ellos, Fernando de la Mora (1785) había desaparecido en las cercanías de 1830
sin dejar rastros. Al sobreviviente Mariano Antonio Molas (1780) apenas si le resta vida hasta
1844. Quedan para contar la historia y hacerla, dos personajes notables: Juan Andrés Gelly
(1790-1856), quien luego de una acción intensa en la Argentina, Uruguay y Brasil regresa -
ciudadano del Plata- con carga de serena experiencia a su patria en 1845, falleciendo once
años más tarde; y Carlos Antonio López (1792-1862), organizador del estado paraguayo y el
más alto exponente de su filosofía política, bajo cuyo mandato rige la Carta constitucional de
1844. Una última y tardía figura de esta época será Manuel Pedro de Peña (1811-1867),
infatigable polemista que desde Buenos Aires intenta combatir a los gobiernos de ambos López
(padre e hijo) pretendiendo imitar las hazañas de los emigrados argentinos contra la Dictadura
de Rosas.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Don Carlos Antonio López realiza un gran esfuerzo en esta etapa precursora. En el orden
de la cultura funda la Academia Literaria (30 de noviembre de 1841) y más tarde la primera
Escuela de Derecho (1850). Es editado el Catecismo político y social para uso de los alumnos
de la Escuela Normal en 1855, año de la llegada del literato español Ildefonso Antonio Bermejo
(1820-1892), convertido luego en blasfemante enemigo del Paraguay. En 1856 procédese a la
inauguración del Aula de Filosofía, de donde sale el núcleo principal de la promoción
romántica. Don Carlos crea también el periodismo nacional al iniciarlo con El Paraguayo
Independiente (1845-1852), al que sigue El Semanario (1853-1868). Los estudiantes del Aula
de Filosofía redactan la revista La Aurora (1860).

Asimismo se envían becarios a Europa para perfeccionarse en derecho, mecánica, bellas


artes y recibir instrucción militar en Saint-Cyr. En 1845 las prensas del Estado publican el libro
Anales del Descubrimiento, Población y Conquista de las Provincias del Río de la Plata (mal
llamado La Argentina) de Ruy Díaz de Guzmán (1560-1629), autor a quien cronológicamente
se considera el primer escritor paraguayo. Gelly da a conocer en 1849 su obra El Paraguay, lo
que fue, lo que es y lo que será. Recién en 1868 será publicado en Buenos Aires el trabajo de
Molas: Descripción histórica de la Antigua Provincia del Paraguay, escrito en la prisión entre
1838 y 1839. Dignos de mención son los Mensajes presidenciales de don Carlos, reunidos en
edición oficial definitiva en 1931, y sus artículos periodísticos que con el título de La
emancipación paraguaya aparecieron un siglo después (1943).

Pero así como a los románticos argentinos los asedia la fiebre del progreso que con
reminiscencias saint-simonianas predicara Esteban Echeverría en su Dogma, denominado
Socialista, a don Carlos, que nunca salió de su tierra, quiere el destino llevarlo a idéntica tarea.
Esta etapa, sin literatos puros que mostrar, es de un practicismo sin concesiones: se dictan
reglamentos para la administración pública y para las aduanas; créanse la marina mercante y
las fundiciones de hierro que funcionaron en Caacupé e Ybycuí; procédese a inaugurar el
ferrocarril; son del Estado las Estancias de la Patria y los extensos yerbales; se moderniza el
ejército y la armada; viajan al Río de la Plata y a Europa misiones diplomáticas; representantes
extranjeros pasan a acreditarse ante el gobierno de Asunción; técnicos de diversas
nacionalidades actúan en arsenales y astilleros y enseñan a jóvenes paraguayos.

El presidente López, por la representación personal de su hijo mayor, participa


brillantemente como mediador de las negociaciones entre la Confederación Argentina y el
Estado de Buenos Aires, que culminan el 11 de noviembre de 1859 con el conocido Pacto de
San José de Flores.
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Enciende sus luces el lujoso y exclusivo Club Nacional, refugio de la élite asuncena. Y en
1854 llega con un niño en brazos -anónimo nieto del anciano mandatario- la joven dama
irlandesa Elisa Alicia Lynch (1835-1886), cuya presencia pone una nota romántica, de marcado
tono europeo, en el ambiente afanoso pero severo impuesto por don Carlos.

2. Etapa romántica (1860-1870)

Alguien une con su vida ejemplar aquella época y la inmediata, que es la del romanticismo
propiamente dicho: el maestro argentino Juan Pedro Escalada (1787-1869), contemporáneo de
Gelly y de don Carlos, arribado al Paraguay a los veinte años. Se constituye así en partícipe
intelectual de la promoción de Mayo y de la de los precursores, a la que por razones de edad
pertenecía y pasa a ser mentor de los muchachos románticos, discípulos suyos, a muchos de
los cuales acompaña entre los horrores de la guerra y la triste marcha de la “residenta”,
mezclado con las huestes vencidas. Juan Pedro Escalada, cuya abnegada actividad docente
es en absoluto ignorada en su patria de origen, está incorporado a la historia de la cultura y
educación paraguayas.

Dos años antes de la muerte de don Carlos comienza en firme la vida pública de los
románticos paraguayos, agrupados -según se ha afirmado- en las páginas de la revista La
Aurora, fundada el 1º de octubre de 1860. Esa etapa termina con la guerra.

El nacimiento de sus principales integrantes puede situarse entre 1825 y 1850 y tres son
los sucesos que la determinan: la presidencia del mariscal Francisco Solano López (1862-
1870), la denominada Epopeya Nacional de 1864 a 1870, y en este año la convocatoria de la
Convención Constituyente, que dicta la Carta Magna vigente por espacio de siete décadas.

Romántico temperamental, de autenticidad indudable, es Francisco Solano López (1827-


1870), tanto en el juvenil retrato pintado por David (casaca negra, corbatón, jopo y bigotillo)
como el que lo muestra con el trajinado uniforme de las últimas campañas. Romántico por sus
impulsos, por sus amores, por su forma de apostar a la vida y a la muerte y por su trágico final
a orillas del Aquidabán-nigüí en el imponente escenario de Cerro Corá, donde se abre para él y
su hijo mayor, solitaria sepultura.

Su misma prosa, la de las Proclamas y cartas compiladas en 1957, lo señala en medio de


variadas sensaciones y aunque su estilo deja traslucir cuidada elegancia, la sobriedad que se

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

advierte es la dictada por la proximidad de don Carlos, cuyos tiempos eran marmóreos y
solemnes.

De los tres jóvenes que le suceden sólo el primero ha de cultivar esporádicamente el


verso: José del Rosario Miranda (1832-1903), nacido en el pueblo de Barrero Grande -hoy
ciudad de Eusebio Ayala- que tantas glorias ciertas ha dado al Paraguay. Miranda fue miembro
de la Convención Constituyente y vicepresidente de la república, además de publicista y
diplomático. Sus poemas son íntimos y en ocasiones descriptivos; su corrección formal es
demostrativa de que había asimilado bien las lecciones de sus maestros.

La oratoria sagrada distingue al Padre Fidel Maíz (1828-1920), de vida apasionada y


novelesca; sacerdote de no común cultura, las consecuencias de la guerra lo inducen a
confinarse voluntariamente en su pueblo natal de Arroyos y Esteros, para cuyos escolares
escribe una cartilla geográfica; también publica Etapas de mi vida (1919).

Gregorio Benites (1834-1909), natural de Villa Rica del Espíritu Santo tiene trascendente
actuación como diplomático en Europa, donde cumple misiones difíciles durante la guerra. Allí
se vincula con Alberdi, de quien fue amigo entrañable y al que honró con una devoción sin
sombras.

Es autor de un ensayo biográfico sobre el prócer, de algunos opúsculos y de un libro


importante para juzgar esa etapa: Anales diplomático y militar de la guerra del Paraguay (2 ts.,
1906).

El único intelectual que con más dedicación orienta su inquietud hacia el plano literario -
compartiéndola con ejercicio del periodismo- es Natalicio Talavera (1839-1867), nacido en Villa
Rica del Espíritu Santo, cronista y poeta a quien Olegario V. Andrade llamó el Tirteo del
Paraguay. Primer corresponsal de guerra, sus informaciones del frente de batalla se
transmitían por telégrafo y eran publicadas en El Semanario. No muy abundante resulta su
labor: una biografía del general Díaz, ciertos apólogos, algunos escritos de intención moral y
pocos poemas, entre los que se destaca Reflexiones de un centinela en la víspera del
combate. Muere de breve mal -en plena primavera- durante el cumplimiento de sus funciones y
su tumba se pierde para siempre en el cementerio campesino de Paso Pucú45.

Otros tres pueden incluirse en los años cuarenta: el coronel Juan Crisóstomo Centurión
(1842-1902), que nació en Itauguá y que siendo uno de los becarios obligados a regresar de

45
Hallados en el año 2003, sus restos fueron trasladados a su ciudad natal (N del E.)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Europa antes de la guerra pasa a desempeñarse en la secretaría del Mariscal, tanto por su
cuidada instrucción como por su dominio del inglés. Con posterioridad al 70 llega a ser ministro
de Relaciones Exteriores. Dicta conferencias desde 1886 (Los estudiantes de los López) y en
1894 comienza la edición de sus Memorias, en tres volúmenes. Asimismo es suyo un Viaje
nocturno (1877) dado a conocer con el seudónimo de J. C. Roenicunt y Zenitram, anagrama de
sus apellidos: Centurión y Martínez. Cabe citar luego al Dr. Benjamín Aceval (1845-1900), autor
de la ley que dispone en 1877 la fundación del Colegio Nacional, de tan prolongada influencia
en la cultura paraguaya.

Fue ministro de Estado, plenipotenciario y exitoso representante en el Laudo Hayes, por


el que el Paraguay recuperó la zona denominada Villa Occidental. Años después de su muerte
se distribuyó un tomo recordatorio que contiene elocuentes demostraciones de su promoción y
de la subsiguiente.

José Segundo Decoud (1848-1909) ve transcurrir su adolescencia en Concepción del


Uruguay y Buenos Aires. Quizá por presión del ambiente y por determinaciones familiares
adopta posición contraria a su país durante la guerra de la Triple Alianza. Ocupada Asunción el
5 de enero de 1869, inicia su acción en el periodismo desde el diario La Regeneración. Es
convencional constituyente y en numerosas oportunidades ministro de Estado. Dos de sus
obras merecen mencionarse: La literatura del Paraguay (1889) y Recuerdos históricos (1894),
aparte de folletos sobre temas educacionales y económicos. Integra con Juan Bautista Gill el
primer grupo masónico organizado por los oficiales brasileros en Asunción. Es autor de la ley
de fundación de la Universidad Nacional, inaugurada en 1890.

El que encabeza la nómina de los nacidos antes de 1850, es Juansilvano Godoi -así
gustaba firmar- nacido en 1846 y fallecido en Asunción a comienzos de 1926. Romántico de
jacquet, galera, pistolón y bastón de estoque, supo vivir siempre a lo gran señor, en medio de
bataholas revolucionarias, que nunca le fueron propicias. Su prosa cargada de artificios y
desmayos sentimentales contrasta con su ejecutoria de hombre enérgico, emprendedor y
generoso. Desterrado en Buenos Aires desde 1879 hasta 1895, en que regresa gracias a la
amnistía concedida por el Presidente Egusquiza. Es así que vuelve a su tierra, de la que jamás
quiso separarse hasta el extremo de que todos sus hijos nacieron en el Paraguay.

En el grupo ínfimo que lo aguarda a su regreso en el puerto de Asunción están Cecilio


Báez, Manuel Domínguez y Manuel Gondra. Pone a disposición del Estado su biblioteca
americana y su colección de cuadros y esculturas.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

En 1903 el presidente Escurra lo designa director general del Archivo Biblioteca y Museo
Histórico, cargo que retenía al fallecer. Toda su obra está saturada de acentos románticos:
Monografías históricas (1893), El concepto de patria (1898), Documentos históricos (1916),
entre muchos.

3. Etapa posromántica - (1870-1900/1915)

Entre 1870 y 1871 buena parte de la población acampada en Villa Occidental -por
entonces territorio argentino- frente a Asunción, pasa a la capital, donde sólo quedan
desolación y ruinas. En ese grupo aparecen dos españoles: uno gallego, coruñés, Victorino
Abente, nacido en Mugía en 1846 y fallecido en tierra paraguaya, en Areguá, en 1935; el otro
burgalés, el Dr. Ramón Zubizarreta, nacido en 1842 y fallecido en Asunción en 1902. A ellos
deben el posromanticismo y el inicial contingente novecentista sabias lecciones de cultura, de
poesía, de derecho. Abente, que era poeta, ejerce influencia no sólo sobre los escritores de
esa época (Chamorro) sino entre los de la inmediata (Pane, O’Leary). Escribe La Sibila
Paraguaya, Salto del Guairá, El Oratorio, poemas impregnados de fuerte sentimiento hacia su
patria adoptiva. Edita en 1877 Satíricas y jocosas, hace periodismo de carácter humorístico,
veta que explotó con singular fortuna. Serio y reconcentrado es, en cambio, el Dr. Zubizarreta,
entregado a una infatigable actividad de cátedra. Fue -como dijera Martí de su maestro
Mendive- el padre amoroso del alma paraguaya y durante 32 años insustituible guía de los
jóvenes.

Krausista en su militancia filosófica, forma parte del cuerpo de profesores de dos


importantes instituciones: el Colegio Nacional y la segunda Escuela de Derecho (1882). Actúa
como director de aquel establecimiento y como rector de la Universidad. Abogado activo y
jurista informado es autor de unos valiosos Elementos de Derecho Natural (1893). Debe
afirmarse que el Dr. Zubizarreta ha sido no sólo el primer profesor de filosofía que hubo en el
Paraguay de posguerra -el de la etapa anterior fue don Carlos Antonio López- sino quien trazó
las normas para su estudio. Tuvo entre varios, dos discípulos eminentes: Cecilio Báez (1862-
1941) y Emeterio González (1863-1941), este último considerado como su continuador.

La línea del posromanticismo debe iniciarse con Atanasio de la Cruz Riera (1854-1942),
que reinicia la tradición educacional junto con las hermanas Adela y Celsa Speratti. Vive en
Buenos Aires y en Corrientes desde 1872; se gradúa en la Escuela Normal de esa provincia en
1881, vuelve al Paraguay en 1888 y desempeña diversos cargos hasta su jubilación en 1908.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Siendo Superintendente de Escuelas presenta la Primera memoria sobre Educación Común


(1890). Pertenece -con Simeón Carísimo, Nicolás E. Sardi, Delfín Chamorro y Ramón Indalecio
Cardozo- a la llamada Escuela de educadores de Guairá, célebre en la historia de la
enseñanza paraguaya.

Corresponde a Riera contratar en aquel 1890 a las maestras Adela y Celsa Speratti, ya
citadas. La mayor de ellas, Adela Dolores (1865-1902) que había nacido en Barrero Grande, -
de acuerdo a las comprobaciones del historiador y profesor don Andrés Aguirre-, falleció en
Asunción. Discípula de las hermanas King -profesoras norteamericanas llevadas a la Argentina
bajo los auspicios de Sarmiento- ejerció en Goya y en Corrientes; luego pasó a residir en su
país donde fundó la primera Escuela Graduada para Niñas, desarrollando con Celsa (1867-
1938) intensa labor pedagógica.

Uno de los poetas calificados de esta etapa es Enrique Parodi (1857-1917), quién cumplió
en Buenos Aires, donde falleciera, una vasta obra de divulgación cultural y periodística. Editó
Poemas, en 1877, acogido entusiastamente por Martín García Merou, y con posteridad dirigió
la Revista del Paraguay. El tema nostálgico y emotivo (El medallón) caracteriza su filiación
estética y lo define. Poeta muy tenido en cuenta, a pesar de la brevedad de su producción ha
sido Delfín Chamorro (1863-1931), quien ha pasado a las antologías por sólo dos
composiciones: una confesional y apasionada (Todo está perdido) y otra descriptiva aunque
con acentos sentimentales y que en algunos aspectos contiene ciertos rasgos posrománticos,
cercanos ya al segundo modernismo imperante en la época en que fue escrita: Adiós a Ybyty
(1911). Era, además, gramático, filólogo y profesor de no extinguido predicamento en sus
alumnos. En su juventud dio a conocer diversos poemas festivos muchos de los cuales no
trascendieron al público.

Enrique Solano López (1858-1917), el segundo de los hijos del Mariscal, ostentaba
también estampa romántica: saco oscuro, pantalón de fantasía, corbata de color claro, chaleco
blanco y la infaltable flor en el ojal. Emprendió proyectos y concibió empresas más espirituales
que materiales, carente del necesario sentido práctico. Tuvo a su cargo la contratación del
grupo inicial de maestros argentinos destinado a modificar los planes para las escuelas
primarias (1893), después fue orientador de la enseñanza agrícola, dueño de periódicos de
combate, senador nacional, y especialmente, propietario de una colección bibliográfica sin
precedentes, cuyo catálogo editara en 1906 y que contiene documentos importantes sobre la
guerra y sobre la actuación del Mariscal. Asistió al drama de Cerro Corá con su madre. Elisa
Alicia Lynch, y sus pequeños hermanos.
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Aunque médico, Diógenes Decoud (1857-1920) no dedicó mayores afanes a la


investigación científica. Por el contrario inclinó sus entusiasmos hacia la historia, según puede
comprobarse en su libro La Atlántida, que ha contado con tres ediciones (1885, 1901 y 1910).
Sus apreciaciones son de contenido romántico, en particular aquellas en las que traza la
semblanza crítica del Dr. Francia.

Esa actitud, que lo acerca a la idea que Godoi tenía de concebir la historia, fue
severamente censurada por el Dr. Manuel Domínguez (1868-1935), incipiente lector, por
entonces, de Renán y de Taine. El restante par de los científicos lo integra el Dr. Ovidio
Rebaudi (1860-1931), quien asimismo residió, actuó y falleció en Buenos Aires. Dedicado a los
estudios espiritualistas produjo, no obstante, aportes de calidad e investigaciones relacionadas
con la magnetología.

Estudioso del derecho fue el Dr. César Gondra, nacido en Barrero Grande en 1860 y
fallecido en Buenos Aires en 1919. Se desempeñó como diplomático en la Santa Sede y en
Chile y como ministro de Estado.

Profesor de la especialidad escribe obras de consulta y también un opúsculo en que hace


un recuento de la presidencia del Gral. Patricio Escobar, de quien fue colaborador. Igualmente
pertenece al núcleo de los juristas el Dr. Emeterio González, que formó con Cecilio Báez y
Gaspar Villamayor la primera promoción de graduados en derecho, apadrinada en melancólica
ceremonia de despedida por el antiguo maestro Zubizarreta, a quien reemplaza en la cátedra
de filosofía, renovando los programas en vigencia.

Asciende a la magistratura, publica un volumen de sentencias del Superior Tribunal y


después de permanecer tullido por más de treinta años muere pobre, como casi siempre había
vivido.

El posromanticismo empieza en 1870, sufre los embates del novecentismo desde


principios del siglo y prolonga por inercia su acción hasta 1915. Los resabios finales de un
romanticismo literario no resignado a desaparecer del todo, explican su presencia en una
época que en otros aspectos lo había superado.

Si el romanticismo no halla mención sino en un remoto Florilegio del poeta argentino


Carlos Romagosa (1897), este posromanticismo, más afortunado, presidirá las primeras
páginas de la Antología que en 1904 publicara Ignacio A. Pane, un novecentista de inspiración
posromántica. No desdeñables manifestaciones contribuirían a facilitar ese cambio que se
insinúa a partir de 1910: la fundación del Instituto Paraguayo y de su revista, sede del
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

posromanticismo (1896), creación del grupo La Colmena (1907); tímidos fulgores


premodernistas -muy condicionados- del citado Delfín Chamorro, Alejandro Guanes (1872-
1925) y Ricardo Marrero Marengo (1879-1919), con algo más de modernismo en Eloy
Fariña Núñez (1885-1929) y Guillermo Molinas Rolón (1892-1945).

Reunirá enseguida a románticos, posrománticos y modernistas la Antolojía Paraguaya de


José Rodríguez Alcalá (1911), anunciadora de la cercana presencia del tercer modernismo
(1913).

4. Resumen final

¿Pudo ser el romanticismo paraguayo -en sus dos etapas- una generación, una escuela
literaria, un factor de cultura, un estilo de vida, todo junto o por separado, o por último ninguna
de esas cosas? Cierta inevitable diferenciación temporal con los procesos argentino y uruguayo
¿debe llevar necesariamente a los extremos de ignorarlo o soslayarlo, sin que previamente
sean explicadas las causas de esa posición? Las preguntas no han de quedar sin respuesta.
Vayamos a ellas:

1) No pudo constituir una generación:

a) En su etapa precursora porque eran escasos los hombres que pudieran


coincidir luego de veinte años de silencio y enclaustramiento;

b) En su etapa romántica porque su formación alcanzó a absorber sólo los


modelos extraños de orientación clásica, que habían faltado en el período anterior;

c) En su etapa posromántica porque sintió y asimiló el ejemplo de los maestros,


profesores y escritores españoles que contribuyeron a formarla intelectualmente y
cuyo prestigio se extiende hasta la llegada del Novecentismo.

Igualmente actuaron entre los posrománticos otros europeos, no debiendo olvidarse que
fueron extranjeros algunos de los docentes fundadores del Colegio Nacional de Asunción. En
otro aspecto ha de pensarse que apenas a meses del famoso Certamen Literario realizado en
Montevideo, es inaugurada en la capital paraguaya la Academia Literaria, inicial ensayo de
cultura. Algunos leves paralelos podrían concederse sin que esto importe inventar afinidades
de fondo. (Natalicio Talavera nace, significativamente, el mismo año de la muerte de la muerte
de Florencio Balcarce, poeta argentino de vida romántica). Y más próximo aún encontraríamos
parecido en algunos gestos y enternecimientos amatorios -aunque de no parejo destino- entre
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

el ex presidente oriental Julio Herrera y Obes y el caudillo militar paraguayo Cnel. Albino Jara
(1877-1911), cuyo diario oficioso El Monitor estaba redactado, paradójicamente, por
anarquistas. Hubo algún suicidio, pero faltó el pistoletazo de Larra. Se lo pegó, sí, a causa de
empresas fallidas un personaje nada romántico: el Dr. Eberhard Förster, cuñado de Federico
Nietzsche y muerto en 1889, precisamente cuando éste entraba en la locura. Está enterrado,
con romántica dedicatoria, en el cementerio alemán de San Bernardino.

2) Tampoco una escuela literaria aunque los modelos que adoptó para sí supo
trasmitirlos, a la generación novecentista, no sólo por vía de lecturas sino de sus propios
maestros actuantes en Asunción. Pues una escuela literaria no alcanzaría a quedar justificada
como tal mediante cierta narración (no “novela”, como se ha dicho) del deán Eugenio Bogado,
en el período posterior a 1840, u otro intento algo más concreto: Zaida (1872) del argentino
Francisco F. Fernández (1842-1922). Sabido es, por otra parte, que el dominio de una escuela
literaria no se improvisa y que ella debe mostrar una nivelación temporal que en ese caso no
podía producirse.

Elementos románticos son observables en la obra de escritores de no declarada filiación


romántica. Ha de recordarse que en nombre de una inconfesa actitud posromántica -venida de
la influencia de sus maestros españoles- es que Manuel Gondra (1871-1927), un novecentista
nato, formula objeciones sobre la teorización del modernismo, pero no alcanza a detener, con
el influjo de la poesía de Rubén Darío su penetración. Esas objeciones, publicadas en el diario
La Democracia de Asunción, desde el 14 al 25 de enero de 1898, hicieron impacto en el
ambiente.

3) Sí, un factor de cultura porque ayudó a dar fisonomía a los dispersos intentos de
cultura nacional y porque procuró que esos veinte años de desnivel -ya advertidos por José
Segundo Decoud en 1887- con respecto a otros procesos, no se caracterizaran por la
demostración de un atraso aparentemente irremediable. Además dio a la educación, en todos
los órdenes, al periodismo y al ejercicio profesional, la importancia que merecían, a la vez que
supo contribuir a que el nombre del Paraguay estuviera representado en asambleas
internacionales por sus más prestigiosas figuras. Tal el caso de la Primera Conferencia
Interamericana de 1889, donde la relación del delegado paraguayo con José Martí condujo a la
designación del patriota cubano como cónsul en Nueva York, en 1890.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Ha de insistirse en que la enseñanza fue la gran preocupación de la etapa romántica y


que para ello no se reparó en sacrificios. A ella se le debe nada menos que la fundación del
Colegio Nacional y de la Universidad.

4) Por último: un estilo de vida, que está en las costumbres, en la música, en los registros
más profundos del idioma nativo, que es el guaraní; en las canciones, en los himnos, en las
invocaciones a la patria y en la exhibición de los símbolos nacionales. Un estilo que viene de
lejos y que han sabido interpretar sus ejecutores y sus destinatarios. Un modo de ser que está
unido a la propia concepción que la existencia, de la función de su país en el mundo, de su
defensiva mediterraneidad, han tenido los paraguayos desde sus orígenes.

Si el estilo de vida de un pueblo tiene algo que ver con su expresión escrita y con los
factores de cultura correlativos, y todos ellos: estilo, expresión y factores pueden mostrarlo en
una de sus etapas ni más arriba ni más abajo que otros sino en su propio nivel, no a
impropicios niveles ajenos, entonces habría que convenir que ese romanticismo existió de
verdad, porque un pueblo no puede inventar nada que de alguna manera no esté latente en
sus entrañas.

Y si aún subsiste no ha de vérselo como página anacrónica sino como resultado


perdurable de una efusión distinta.

El romanticismo paraguayo es producto decisivo de su circunstancia histórica; tiene


matices particulares que son, por lo demás, los que se derivan del querer y quehacer de su
misma tierra.

Una confrontación con otros procesos de cultura sólo puede tener interés documental y
bibliográfico, para una ubicación más certera de lo que ese romanticismo significara para su
época y dentro de su territorio, y lo que de él ha de tomarse para su incorporación a la historia
cultural del Río de la Plata.

(1966)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Don Carlos Antonio López y la cultura nacional Volver al Índice

Don Carlos Antonio López fue un mandatario eminentemente práctico. No estaba en su


plan de gobierno, ni en su sicología, favorecer determinadas corrientes donde campeara en
forma absoluta la imaginación pura. Además de abogado era profesor de filosofía, predilección
ésta que pudo llevar a ciertos planos de la educación pública como resultado de una segura
vocación.

En su mensaje de 1842 dice: “En último


resultado, será tomada la medida de creer en
obras y no en conceptos fastuosos”. Ahí está la
base de su practicismo; obras fueron las que dejó,
pero como no podía abstraerse de la palabra
escrita, puesto que debía dar cuenta de sus actos y
de su pensamiento al pueblo, también ha quedado
el ejemplo de su conducta y de su ideario.

El primer elemento de cultura fue la


Academia Literaria, que ya estaba en proyecto
desde noviembre de 1841, como base de la
existencia futura de un Colegio Nacional y cuyas
cátedras oficiales eran de latinidad, castellano y bellas letras. Allí se explica que en breve
estará en funcionamiento la de filosofía y que gradualmente se irán consignando las demás.
“La moral civil y religiosa de los educandos -expresa el mensaje- se mejora progresivamente y
los catedráticos rinden servicio importante a la República con su asidua contracción y tarea”.

Don Carlos no se hizo ilusiones para renovar los intentos -largamente frustrados- de
creación de una universidad y es así que resolvió atacar el problema por el lado más sencillo y
más simple: desde la instrucción media, anexando luego un Instituto preuniversitario, como lo
fue la primera Escuela de Derecho (1850)46.

En otros párrafos del mismo documento indica que se destinó para escuela central de
primeras letras un local inmediato a la parroquia de la Encarnación. En ese establecimiento se
educan gratuitamente 233 jóvenes, siendo que los de menores recursos son socorridos para su

46
Cardozo, Efraím. Breve historia del Paraguay. Buenos Aires, 1965

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vestuario por la hacienda nacional. El material didáctico es allí entregado por el Estado, hecho
que ocurría tanto en la ciudad capital como en la campaña. Se educaban en 435 escuelas
primarias 25.000 alumnos.

Pero no todo debía reducirse a aprender a leer y escribir. En el mensaje de 1857 Don
Carlos manifiesta que en las villas se proporciona a los estudiantes pobres, casa, manutención
y vestuario y que se les enseña los oficios de zapatería, tejeduría, sastrería y arte de fabricar
sombreros.

Tres años antes, el 19 de marzo de 1854, había expresado que necesitando el país de
aprendices de artes y de fábricas de todo género, los maestros de estas profesiones serían
generosamente protegidos por el gobierno. Igualmente dispone que una comisión quede
encargada de impartir nociones de agricultura entre los indios y de procurar el mejoramiento de
las escuelas de primeras letras y de oficios mecánicos.

Uno de los temas conocidos pero poco difundidos de su obra ha sido el referente a la
libertad de cultos. Tenía él interés en el afincamiento de una corriente de inmigración sajona,
particularidad que pertenecía, desde luego, a un estado de ánimo general en el Río de la Plata.
Por eso dice que no basta hospedar a los extranjeros -que en este caso eran los ingleses- en
nuestro suelo, ni acordarles la protección de las leyes, preciso es, entonces, favorecer el libre
ejercicio de sus cultos religiosos, y agrega que para ello, aunque se esté en principio, hay que
buscar la oportunidad de su aplicación47.

Se ha hecho referencia a la Academia Literaria. Corresponde detenerse en las


consecuencias de la actuación de este instituto, recordando que el 30 de noviembre de 1841
los cónsules Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso expiden un decreto en el cual
expresan que “la ilustración pública reclama imperiosamente los conatos de la autoridad
suprema para llevar a aquélla a su debido efecto en cuanto sea posible”. También se advierte
la exigencia de impartir educación y enseñanza a quienes quieran dedicarse al culto, ya que es
evidente la escasez de aspirantes a ejercer la clerecía.

47
Esta idea, anterior a la muy conocida de Alberdi, movió al historiador porteño Dr. Juan Pablo Oliver a calificar al régimen de
ambos López de prohijador de los interesas del imperialismo británico, (v. Juan Pablo Oliver: “Rosismo, comunismo y
lopizmo”, en: Boletín del instituto Juan Manuel de Rosas de investigaciones Históricas, Buenos Aires, Año II, (2ª época), abril
de 1969, p. 23/30; del mismo autor: “Fin de una polémica”, ibíd., Nº 6, setiembre de 1969, p. 24/43. Estas pretensiones fueron
contestadas, sin mucha convicción, fuerza ni conocimientos por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Lubalde y también por
Fermín Chavez y Faustino Tejedor (v. Boletín del “Instituto Juan Manuel de Rosas” de Investigaciones Históricas. Buenos
Aires. Año II 2ª época, Nº 5, mayo de 1969, p. 22/27, 29/31. Una opinión hacia el Paraguay, no coincidente con aquellos
desafueros puede verse en: “Una entrevista con Santiago Díaz Vieyra”, v. “Azul y Blanco”, Buenos Aires, Año II, 2ª época, Nº
59, 30 de octubre de 1967, p. 20/22.

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Afirma dicho documento, en sus considerandos, que además impulsan a ello la falta de
capacidades civiles para elevar a la República al rango a que la llaman su posición y el destino,
motivo poderoso para restablecer los elementos de ilustración, enteramente extinguidos. Se
refiere a las consecuencias de la Dictadura precedente.

La Academia Literaria funciona para alumnos externos, con los que se integrará el
plantel del futuro Colegio; se designa un director interino y a su vez otro de cátedra. Estas
serán, además de las mencionadas, de filosofía nacional, método didáctico, teología
dogmática, historia eclesiástica y oratoria sagrada, de acuerdo a la tónica de los tiempos. Se
establece, asimismo, que el catedrático de latinidad dará una conferencia semanal de
elementos de religión cristiana; el de bellas letras e idioma castellano, sobre derechos y
deberes del hombre social. Por su lado, las clases de latinidad, sostenidas específicamente por
particulares, serán reunidas bajo la inmediata orden de un director interino.

Acierta plenamente Pérez Acosta al comentar dicho documento como creación


notoriamente inspirada por el antiguo catedrático de Filosofía y Vísperas de Teología, que era
don Carlos, cuya versación y aficiones literarias se transparentan en ella.

El Presidente López no descuida los problemas emergentes de la enseñanza


secundaria. En su mensaje de 1844 hace saber que está pendiente la construcción del Colegio
Nacional, cuya fundación fuera ordenada por el Congreso de 1841, y es así que como solución
previa el gobierno ha establecido la citada Academia Literaria.

El 10 de febrero de 1842, a un año de haber sido asumida por don Carlos y don Mariano
Roque Alonso la Comandancia General de Armas -paso previo al segundo consulado- inicia
sus cursos la Academia bajo la dirección del Padre Marco Antonio Maíz, tío del después ilustre
sacerdote don Fidel Maíz.

Debe recordarse que don Carlos era muy minucioso en sus funciones de gobernante y
un infatigable “papelista” que lo documentaba todo. Durante el acto inaugural de dicho instituto,
fue repartido un prospecto en el que a la vez que se daban a conocer las normas de
enseñanza, se reglamentaba sobre la conducta de los alumnos. Para éstos estaban prohibidos
los castigos corporales.

Atención especial, como hemos significado, mereció la cátedra de filosofía, que era de la
predilección de don Carlos; aparte de la filosofía racional se enseñaba lógica, ética, metafísica,
ética general y particular. En los mismos términos física, y en cuanto a teología se impartía en
dos ramas: dogmática, con inclusión de historia sagrada y cronología, y moral, de la que
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formaban parte la historia eclesiástica y la oratoria sagrada. Estas últimas asignaturas no


contradecían el notorio laicismo del Presidente, sino que tendían a permitir la formación de
alumnos destinados a estudios religiosos y al ejercicio del clero.

En el manual que con respecto a los deberes y derechos del hombre social fuera
distribuido, al efecto había esta exhortación por demás elocuente: “Jóvenes: el tiempo es
nuestro, no tenemos tiranos que nos aflijan ni privilegios con que luchar, ni clases que destruir,
puede entonces la ilustración conducirnos con gloria a los brazos de la prosperidad”.

Ante Don Carlos, vestido solemnemente de riguroso uniforme de capitán general, los
estudiantes entonaron un himno que contiene los elementos propios del neoclasicismo:

De Minerva el glorioso santuario


juventud apreciable velad
y la Patria sus firmes columnas
en vosotros por siempre hallará.

Tras esta bella invocación, poniendo en manos juveniles el porvenir del Paraguay, el
canto expresa:

Ya los días terribles pasaron


en que alzando su cetro el terror
a la tierra del cielo querida
en oscura ignorancia sumió.

Y Minerva termina derramando su luz “cual antorcha sagrada del sol” (dice el verso
feliz), abriendo las puertas de las ciencias a los nacionales, experimento éste muy propio de
Don Carlos, al unir poesía y practicismo al mismo tiempo. El Padre director, sin hipérbole,
expresó en su discurso inaugural que en ese día se habían fijado los fundamentos de la
felicidad paraguaya (3)48.

Por ese entonces don Domingo Faustino Sarmiento -designado, no se sabe por qué
artilugios, padre y madre de la educación en nuestra América, según dictamen de la
posteridad- no estaba dedicado a la pedagogía sino a centrar sus fuegos contra el tirano
porteño don Juan Manuel de Rosas. Su nombre es paradigma educacional en este Continente;
sin embargo el de Don Carlos Antonio López continúa en la oscuridad o en la “leyenda negra”,
a pesar de haber sido uno de los fervorosos educadores de su tiempo.

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Por ser los sacerdotes, en aquella época, los más inmediatos elementos de
comunicación con la comunidad, preocupó a Don Carlos la enseñanza de la religión. En 1858
se destinan 12.000 pesos, con alhajas, provenientes de los fondos dejados por el Dr. Francia
(cuyo férreo laicismo tampoco han tenido en cuenta sus contradictores rioplatenses) para
facilitar la reapertura del Seminario eclesiástico.

En su mensaje de 1849 el Presidente López manifiesta que varios sacerdotes habían


sido ordenados por el obispo y habilitados para curatos vacantes. El plan de estudios había
sido trazado por el referido Padre Fidel Maíz -quién por aquel 1858 contaba 30 años de edad-
que desempeñaba las cátedras de teología moral y vísperas de cánones, oratoria sagrada y
liturgia eclesiástica.

Entre 1861 y 1862 estudiaban en el Seminario entre 500 y 600 alumnos


(indudablemente que atraídos por las facilidades de la inscripción), habiéndose puesto en
práctica, también allí, el sistema “lancasteriano” -indicado por la Junta Gubernativa de 1811
para los maestros de escuela- o sea que los alumnos de los cursos superiores pasaban a ser
preceptores de quienes les sucedían.

El Seminario funcionó hasta 1867 -sufriendo, como es lógico, las consecuencias de la


guerra y de la posterior invasión extranjera-, reabriendo sus puertas después de la posguerra
de 1870. Con anterioridad, profesores de latinidad y de gramática castellana fueron, entre
otros, los presbíteros José del Carmen Moreno, muerto en Ytororó; Bonifacio Moreno,
asesinado en Avay, por las fuerzas de la Triple Alianza (que según propias declaraciones
simbolizaban la “civilización”) y, entre otros, Francisco Solano Espinosa, mártir de Cerro Corá.

Ya en 1854 había dejado dicho Don Carlos su inquietud en cuanto a los servicios
religiosos, la propia religión y el culto público. En ese mensaje confiesa que los sacerdotes
“ejercen una gran influencia en la moral y creencia del pueblo”. Esta influencia estaba reducida
a la mínima expresión al hacerse cargo del gobierno; el obispado se hallaba vacante, la
catedral sin su Cabildo, muy pocas iglesias de la campaña tenían el párroco correspondiente, y
por otra parte la misma jurisdicción del vicario general resultaba problemática.

Esta circunstancia no le había impedido de expedir el enérgico decreto del 2 de agosto


de 1851, destinado a su propio hermano, el obispo diocesano don Basilio Antonio López,
prohibiéndole terminantemente la ridícula ceremonia de los fingidos entierros “en vida”, que se

48
Ignacio Amado Berino: “La Academia Literaria como el primer esfuerzo de nuestra literatura” En: “Boletín de Educación
Paraguaya”. Revista mensual de orientación e información pedagógica. Asunción, Año III, Nº 32, abril de 1959, p. 10/19.

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acostumbraba, con aprobación y complacencia del futuro difunto, quien ganaba así, sano y
salvo, su alma al cielo antes de tiempo.

Entre 1851 y 1853 funcionó un curso preparatorio de aritmética elemental en Zeballos-


cué, a cargo del vecino Miguel Rojas. Debemos tener en cuenta lo que habría de significar eso
en aquella época y con tales distancias, ya que hoy mismo resulta problemático que en el
mismo lugar, más accesible por los modernos sistemas de transporte, pueda actuar un instituto
de la citada especialización.

En 1853 el profesor francés Pierre Dupuy es autorizado por el gobierno para instalar una
escuela de matemáticas. Las clases comienzan el 2 de enero del año siguiente (en época de
Don Carlos no se concebían las “vacaciones”) con 51 alumnos, habiendo sido firmado por el
Presidente el reglamento de dicha escuela. Se enseñaba el sistema métrico decimal, álgebra y
geometría, y los exámenes eran públicos. Duró hasta dos años más tarde.

Consciente Don Carlos de la importancia de la enseñanza secundaria autoriza la


fundación de una Escuela Normal, inmediatamente después de la clausura de la citada escuela
de matemáticas, o sea en julio de 1855. El nuevo establecimiento -dirigido por el recién llegado
49
polígrafo español Ildefonso Antonio Bermejo- se formó sobre la base de los mejores alumnos
de la escuela de Dupuy y la del maestro Juan Pedro Escalada, de reconocido prestigio. Luego
de ocho meses de funcionamiento se dio por terminado el ensayo.

En su mensaje de 1857, Don Carlos fue muy claro al reseñar la actividad de esa escuela
y las causas de su desaparición. Dijo allí: “Se ha hecho la prueba de una Escuela Normal con
crecido número de jóvenes y entre ellos se contaban muchos adelantados que voluntariamente
entraron a ella con deseo de aprender y ser útiles. Pero desgraciadamente se han retirado
viendo que se les destinaba a la par de los que comenzaban los estudios. No tardó de cerrarse
la escuela por la inconveniencia de las horas y falta de policía (o sea de celadores) para
contener a los jóvenes reunidos a esperar las horas de clase”. Más adelante dice: “El gobierno
no ha sido feliz en esta prueba, a pesar de todos sus esfuerzos. Muchos de esos jóvenes han
pasado a las escuelas primarias, otros a las de latinidad, y otros a estudiar elementos de
geografía y de filosofía”. No era un establecimiento destinado al magisterio sino de cultura
integral. También en el colegio que dirigía el sacerdote argentino José Joaquín Palacios, ex

49
Juan E. O’Leary: Ildefonso Antonio Bermejo, falsario, impostor y plagiario, Asunción, Biblioteca de las Fuerzas Armadas
de la Nación, 1953.

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profesor de la Academia Literaria y de quien fueran alumnos Francisco Solano López y Fidel
Maíz, se enseñaba filosofía y bellas letras.

En otros términos, Don Carlos reconoce que mucho se nota la falta de una imprenta y
que el gobierno la ha costeado con un impresor que ha servido en ella por tres años. Añade
que en esos momentos los impresores son todos patricios, es decir, nativos. También indica
que en ese establecimiento se edita “El Paraguayo Independiente”, destinado a combatir las
pretensiones del tirano porteño don Juan Manuel de Rosas contra la nacionalidad paraguaya y
fundado el 26 de abril de 1845. Esa publicación continuó hasta el 15 de setiembre de 1852, en
que fue reconocida, por la Confederación Argentina, nuestra independencia. En 1858 se hizo
por la imprenta del Estado una reedición en dos volúmenes.

Anteriormente había aparecido, editado en Corrientes, pero como órgano oficial del
gobierno paraguayo el “Repertorio Nacional”, que contenía decretos, mensajes, ordenanzas y
disposiciones oficiales. Sucedió a “El Paraguayo Independiente” el “Semanario de Avisos y
Conocimientos Útiles”, con expresivo subtítulo, muy característico del pensamiento de Don
Carlos: “Periódico semanal destinado a los Negociantes, Labradores e Industriales”. El primer
número aparece el 1º de mayo de 1853, bajo la dirección del Dr. Juan Andrés Gelly, y
suspende su aparición el 2 de febrero de 1856 al alcanzar los 129 números, por enfermedad
del mencionado. Luego reaparece con la dirección de Ildefonso Antonio Bermejo desde
noviembre de 1857. Su director siguiente fue Gumersindo Benítez. Continúa apareciendo en
Luque y más tarde en Piribebuy (1868) al ser designadas, ambas ciudades, capitales durante la
guerra de la Triple Alianza. “El Eco del Paraguay” es un periódico que comenzó a editar
Bermejo el 19 de mayo de 1855 -a poco de su llegada al país- y que desapreció a mediados de
1857.

La imprenta del Estado además tenía, o cumplió, sin proponérselo, un plan editorial que
para su época, para la cultura mediterránea que el Paraguay sobrellevaba desde dos siglos
atrás, significaba un extraordinario esfuerzo. En 1845 se publicó la primera edición del libro de
Ruy Díaz de Guzmán50; cuatro años más tarde se imprime la primera edición paraguaya -
segunda general- de “El Paraguay, lo que fue, lo que es y lo que será” del Dr. Juan Andrés
Gelly. Es de 1855 el “Catecismo político y social para los alumnos de la Escuela Normal”, y en
1858 se imprime el vocabulario, en varios idiomas, de algunas plantas medicinales, compuesto

50
Este libro es conocido comúnmente con el título de La Argentina pero el original es: Anales del descubrimienti, población y
conquista de las Provincias del Río de la Plata ( v. Ángel Rosenblat, El nombre de la Argentina, Buenos Aires, Eudeba
1964, p. 33).

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cultura nacional.

por el Dr. Juan Vicente Estigarribia. Un año después aparece un “Almanaque popular” de 60 p.
y “Un paraguayo leal”, obra teatral de Bermejo. En 1862 el mismo publicará: La Iglesia Católica
en América, año en que se edita en Bruselas la edición príncipe, en francés, de La Republique
du Paraguay, del Barón Alfred du Graty, mandada a escribir por Don Carlos para su
distribución en Europa.

Ya hemos hecho referencia a la primera institución de tipo pre-universitario: la Escuela


de Derecho, que comenzara a funcionar en marzo de 1850 bajo la dirección del Dr. Gelly y con
elementos bibliográficos extraídos de su propia biblioteca, que posteriormente donara al
Estado. Cuando el mencionado prócer viaja a Europa, en 1853 acompañando al entonces
brigadier Francisco Solano López, ya la escuela no funcionaba. En 1862, aún en tiempos de
Don Carlos, existía una Academia de Práctica Forense a cargo del juez del crimen don Zenón
Ramírez.

Otra de las obras fundamentales fue, sin duda, el Aula de Filosofía, cuyo proyecto inicial
data de 1857. Comenzó con los alumnos de la Escuela Normal, la de Latinidad y del Seminario.
Su director fue el referido Bermejo. La cantidad y calidad de las cátedras dicen de por sí de la
importancia que se le adjudicaba a ese instituto: Gramática castellana, lógica, historia sagrada
y profana, geografía, cosmografía, literatura española, moral y teodicea, catecismo político,
derecho civil y filosofía, francés, inglés y composición literaria. El primer examen fue presidido
por el propio Don Carlos, y los subsiguientes por el obispo Urbieta, como demostración de la
trascendencia que el Estado daba a su funcionamiento.

Sus alumnos más aventajados fueron Natalicio Talavera y Juan Crisóstomo Centurión.
Tres años después, o sea en 1860, comenzó a nuclearse el grupo romántico, que iniciaría el
primero de los nombrados con sus composiciones literarias en 1858, a los 19 años de edad.
Indudablemente la presencia de Bermejo, como con anterioridad la del Dr. Gelly, contribuyó en
mucho a crear un ambiente de cultura que fuera más allá de lo mediterráneo y aun de los
círculos de la sociedad asuncena en su condición representativa de la ciudad-puerto.

La última tentativa de esta época fue “La Aurora”, pequeña revista de los alumnos del
Aula de Filosofía, cuyo primer número consta de un folleto de 40 páginas, aparecido el 1º de
octubre de 1860 como “enciclopedia popular y mensual”. El último se publicó en abril de 1861.
Fueron sus colaboradores principales: Juan José Brizuela, que había publicado en Buenos
Aires, Ojeada histórica sobre el Paraguay (1857) seguida de Vapuleo de un traidor, en
respuesta a unas cartas que contra el Presidente López diera a conocer, en la capital

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argentina, Luciano Recalde; el guaireño Gumersindo Benítez, con “Estudios Sociales” y


“Algunas reflexiones sobre la imprenta”; Mauricio Benítez, “Estudios morales y científicos” y “La
primera musa en América”; el sacerdote Mariano del Rosario Aguiar, “Estudios religiosos”;
después José del Rosario Medina, capellán del ejército muerto en Cerro Corá, que publicó
“Estudios filosóficos”; José Mateo Collar, que había nacido en Mbuyapey, colaboró con “Moral
privada” y “Necesidad de la ciencia para la existencia y organización de una sociedad”; a Juan
Bautista González, que era barrareño, se le deben estudios religiosos, recreativos e históricos y
de bellas artes literarias; Américo Varela firmó trabajos sobre temas morales, sociales,
máximas y pensamientos. Allí colaboró también Marcelina Almeida, en prosa y verso,
constituyéndose en una precursora. Todos estos autores habían nacido entre 1830 y 1835.

En resumen: ¿Qué se le debe a Don Carlos en el plano de la cultura nacional? ¿Qué es


lo que debemos mirar, como resultado de su esfuerzo, a esta altura del tiempo y con
proyección continental? El Paraguay le debe, ante todo, la formación del Estado moderno, la
intransigente defensa de su soberanía, la afirmación de su independencia -reflejada en todos
los órdenes-, su reincorporación a nivel internacional y su ingreso a la cultura americana.

Don Carlos, a diferencia de Rivadavia en la Argentina, no quiso practicar una especie de


“despotismo ilustrado”, imponiendo al país instituciones y leyes ajenas a la índole de su pueblo.
Correspondía usar con mucha prudencia tanto los atributos del poder como del andamiaje
jurídico recién inaugurado. Se trataba de organismos novísimos, con escasa o nula tradición,
de los que pausadamente tendría que ser beneficiaria la Nación hasta encontrar el cauce
normal.

La mayoría de sus medidas de gobierno, aun aquellas que rozan el quehacer de la


cultura, tienen carácter transitorio, lo señaló él mismo en sus mensajes y supo
afirmarlo, en el prólogo de su libro, el Dr. Gelly. Había que adecuarlas a la época
sin violentar el ritmo histórico y la misma realidad social. Era ese “Paraguay-niño”,
al que alguna vez se refirió el Dr. Ramón Zubizarreta 51, el que Don Carlos habría de
conducir de la mano para ascender las gradas de una nueva historia.

Vista en lo inmediato, se trata de una tarea modesta, sencillamente evolutiva, sin el


estrépito producido en otros países. pero situándonos en una perspectiva geo-política (y
también geo-cultural), debemos comprender que lo hizo en la medida de su escenario y de su
época, y que se condujo, eso sí, con una dignidad ejemplar.

51
Raúl Amaral, Ramón Zubizarreta, precursor y maestro, Asunción, 1972.

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cultura nacional.

En el capítulo de la cultura, nacen bajo su mandato la enseñanza pública, el periodismo,


la actividad social y teatral, anuncios prometedores del romanticismo paraguayo, puesto en
acción y crecido por impulso de las corrientes de ideas que él representaba. Queda dicho, en
este orden, que su nombre, como el del Dr. Gelly y el de Mariano Antonio Molas, es el de un
precursor que facilitó, en grado mayor que los mencionados, el advenimiento de la efusión
romántica nativa en función literaria.

Para Don Carlos la cultura no era desvelo o actividad particular, sino también obligación
de gobierno. Y como todo quedara centrado en esa órbita tendríamos que pensar en la
existencia -bien que paradógica- de un “romanticismo de Estado”, que se insinuara en los
tramos iniciales del mandato del después Mariscal Francisco Solano López -un romántico nato-
. Oficiales eran los elementos e instrumentos de formación de sus integrantes, por lo menos
entre el primer grupo y Natalicio Talavera (los nacidos entre 1826 y 1839), “romanticismo de
Estado” no concebido a sabiendas por su precursor, pero sí alentado en sus posibilidades que
aunque parecían nebulosa difusa entre 1842 y 1862, hallaron forma y expresión mucho más
tarde.

La guerra cortó ese “despegue” del Paraguay hacia el ámbito rioplatense del que era
raíz fundacional. Desde entonces -hasta bien entrado el siglo XX- su proceso cultural queda
enquistado y con él el incipiente romanticismo, más de intención y de espíritu que de obra
efectiva. Este romanticismo, al no concretarse totalmente en el plano literario, estalló como
fuerza humana temperamental durante la guerra de la Triple Alianza, donde quedaron al
desnudo y al descubierto sus hondas raíces, que de haber hallado adecuado nivel en la paz,
otra hubiera sido esa página condicionada y trunca de su historia, en que hoy debemos
fijarnos.

Esa labor cultural de Don Carlos estaba centrada en la idea de un destino con grandeza,
o sea la retoma étnico-cultural del Paraguay americano (los añejos límites geográficos de la
Provincia Gigante de las Indias), reducido, en su porvenir, a un aglutinamiento panlingüístico,
con el que no contaron, por cierto, los incipientes románticos ni aún el retrasado aunque
evidente posromanticismo, en lo que va de 1870 a 1900.

(1972)

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cultura nacional.

A) Bibliografía sobre Don Carlos

Justo Pastor Benítez, Carlos Antonio López, Buenos Aires, Ayacucho, 1949.
Arturo Bray, “Don Carlos Antonio” (En: Hombres y épocas del Paraguay, 2ª. ed., Buenos Aires,
1959, p. 45/66).
Julio César Cháves. El Presidente López. Vida y gobierno de Don Carlos. Buenos Aires, 1ª.
ed., Ayacucho 1955; 2ª. ed. Buenos Aires, Depalma, 1968.
Juan Silvano Godoi: “El blasón de los López”. Carta a Arturo Rebaudi (En: “Paraguay”,
Asunción, 31 de marzo de 1923, p. 1/3).
Natalicio González: “Don Carlos Antonio López”: (En: CARLOS ANTONIO LÓPEZ, La
emancipación paraguaya, Asunción-Buenos Aires, Guarania, 1942, p. 7/29).
Juan E. O’Leary: “La formación intelectual del Patriarca” (En: “La Unión”, Asunción, 27 de
setiembre de 1931).
Juan Francisco Pérez Acosta: Carlos Antonio López “obrero máximo”, Buenos Aires, Guarania,
1948.
Justo Prieto, Dos vidas ejemplares, Buenos Aires, 1939.
Luciano Recalde: “Carta primera del Presidente Carlos Antonio López del Paraguay”, 2ª. ed.,
Buenos Aires, 1957.

B) Bibliografía de Don Carlos

Carlos Antonio López, Catecismo político y social para los alumnos de la Escuela Normal, 1ª.
ed., Asunción, 1855; 2ª. ed., Asunción, 1955.
Mensajes. Asunción, Imprenta Nacional, 1931.
La emancipación paraguaya. Prólogo de Natalicio González, Asunción, Guarania, 1943.

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El pensamiento de Don Carlos Volver al Índice

El quehacer cultural de Don Carlos Antonio López si no supera por lo menos empareja al
que se impuso como función política. No por conocidos deben dejar de invocarse aquellos
emprendimientos que hicieron posible -junto a conquistas de otra índole- la cimentación del
Estado paraguayo, entre los que figuran en grado de mayor importancia los siguientes:

a) Fundación de la Academia Literaria y de la Cátedra de Latinidad;

b) Creación del periodismo nacional a través de “El Paraguayo Independiente”;

c) Envío de becarios a Europa;

d) Organización de la Escuela de Derecho Social y Político;

e) Estabilidad de los estudios intermedios mediante el “Aula de Filosofía”. Dos décadas


abarcó el cumplimiento de esa tarea.

Aspiraba el prócer a una apertura en otros órdenes que los puramente materiales, pero
no abriendo las puertas en forma tan exagerada que permitiera, mediante un cosmopolitismo
irracional, la esfumación de las líneas maestras de la identidad nativa, abonada ésta por una
larga y probada experiencia histórica.

La solución le vino, en todo sentido, con el regreso del Dr. Juan Andrés Gelly al país, en
1845. Suele mencionarse la acción de gobierno de Don Carlos como si hubiera sido la de un
realizador solitario y sus conocimientos y práctica de la función pública hubieran surgido
espontáneamente. Por fortuna la verdad no es esa, pues contó con dos colaboradores valiosos
-aparte de algunos jóvenes que recién iniciaban su carrera-, el uno, con una visión rioplatense
y de conjunto: el citado Dr. Gelly, y el otro, cuyas ideas de renovación se acentuarían después
de su viaje a Europa: Francisco Solano López, su hijo.

El Dr. Gelly vuelve luego de treinta y dos años de ausencia con intensa actuación
cumplida en la Argentina, el Uruguay y en la “Corte del Janeiro”, según se decía en aquellos
tiempos clásicos. Modesto era su ajuar, pero importante su biblioteca. Casi de inmediato se
convierte en consejero del Presidente que hace poco ha comenzado su mandato. Su influencia
más patente podrá detectarse en los “Mensajes” -entre 1846 y 1856, fecha de su muerte- en
los fundamentos que posibilitaron la marcha de la Escuela de Derecho (1850), destinada a la
formación de la carrera universitaria, y por último en la exposición doctrinaria del “Catecismo
político y social para uso de los alumnos de la Escuela Normal del Paraguay” (1855).
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Por su parte Francisco Solano López -que a su vocación de militar unía inocultables inquietudes
humanísticas- promueve, además de la movilización de la sociabilidad paraguaya (el Club
Nacional, fundado el 14 de mayo de 1862, es una prueba de ello), un incipiente nucleamiento
generacional con los jóvenes alumnos del “Aula de Filosofía” (1860) y su revista “La Aurora”.
En el afán de progreso de ese adalid romántico se reflejarán el desvelo y el espíritu formativo
de sus coetáneos, mucho más que en la fantaseada y hasta exagerada proyección del “caraí”
Bermejo.

Al haber de la época de Don Carlos será necesario agregar el funcionamiento de la


Imprenta de la República y la aparición -no rememorada en nuestros días de euforia “editorial”-
del Estado editor que contara, entre 1845 y 1862, con tres títulos de trascendencia: la “Historia
(Anales) del descubrimiento, conquista y población del Río de la Plata” de Ruy Díaz de
Guzmán, “El Paraguay, lo que fue, lo que es y lo que será” de Juan Andrés Gelly, y del aludido
Bermejo: “La Iglesia Católica en América”

En toda esa etapa está presente el pensamiento de Don Carlos, intérprete del carácter
autónomo, independentista, del pueblo paraguayo. Esa prolongada meditación y sus
consecuentes concreciones, tiene bases culturales, sedimentadas en su propia obra escrita.
Desgraciadamente sus “Mensajes” no han sido reeditados desde 1931; trunca quedó la
reproducción no facsimilar de “El Paraguayo Independiente”; esporádicas han sido las
reimpresiones del “Catecismo”, y poco o nada es lo que se sabe de “El Semanario”, salvo
reiteradas versiones de investigadores. “La Emancipación Paraguaya”, que reuniera Natalicio
González está en condiciones de joya bibliográfica, lo mismo que el imprescindible volumen de
don Juan Francisco Pérez Acosta. Los libros que le consagraran Julio César Chaves y Justo
Pastor Benítez se hallan agotados. En suma: orfandad bibliográfica52

Para conocer a fondo a Don Carlos hay que volver a editarlo.

(1983)

52
La Fundación Cultural Republicana produjo en 1987 una nueva edición (N. del E.).

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El Mariscal de pie Volver al Índice

Francisco Solano López se hace cargo del gobierno, mediante el voto del Congreso, el
16 de octubre de 1862, o sea a un mes y seis días de la muerte de su padre. El ambiente en
que se había iniciado el romanticismo tendrá en adelante, pocos momentos de paz para
desarrollarse. Salvo en 1863, todo el resto del tiempo se le ve al joven mandatario de 36 años
en la guerra declarada al Imperio del Brasil y luego en los preparativos contra la Triple Alianza.
En ambas circunstancias participaron los integrantes del primer grupo romántico -que él mismo
encabezaba- muchos de los cuales se vieron envueltos en esos
acontecimientos.

Por su temperamento, su sicología, ciertas indudables


características de su actuación, y hasta la no muy abundante
prosa personal que se le conoce, fue un romántico hasta el final
de su martirologio. Pero más que en un plano histórico (esa
tarea ya está cumplida) debe estudiárselo a la luz de ese
romanticismo rioplatense, que era el de su época, y más que
nada desde un punto de vista literario para excluirlo un poco de
ese limbo donde moran los héroes y los dioses y devolverle la
condición humana que le fuera consustancial.

Pero previamente convendrá recordar que nuestro


romanticismo no guarda -excepto en lo temporal- vinculación
alguna con los restantes de la Argentina y el Uruguay. Y si bien
aquí no se creó el ambiente público necesario, ni se formalizó la imprescindible polémica -como
en los casos inmediatos de Montevideo, 1841, y Santiago de Chile, 1842- puede afirmarse que
su existencia ha sido cierta, a pesar de que algunos historiadores de la cultura han creído
oportuno llenar ese proceso con nombres, fechas y episodios que no coinciden con el mismo o
que lo desvinculan de su tiempo.

Ese romanticismo, que podría denominarse “primario”, se inicia en 1860 y termina una
década después. Desde Cerro Corá en adelante se impone un evidente posromanticismo, que
aunque contiene los propios elementos del anterior lleva en sí, también, su contradicción, todo
lo cual quedará superado al comenzar el nuevo siglo. Este ciclo romántico, a la vez que

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

temperamental y sicológico, no alcanzará su meta; simplemente habrá de diluirse con la lenta


aparición de otras corrientes literarias53.

Volviendo a Solano López, será menester resistirse a aceptar la teoría de incluirlo en la


nómina de los simples caudillos americanos, algunos de los cuales sólo han sido vulgares
señores feudales lugareños. El Mariscal era hombre realmente culto -había sido alumno nada
menos que del maestro argentino Juan Pedro Escalada-, poseía, cuatro idiomas y de su interés
por los libros da referencias Gregorio Benites (1834-1909).

Relata éste que en 1856 López lo manda llamar para continuar la carrera militar -en la
que se había iniciado- o bien incorporado a la Secretaría de Guerra y Marina, que por ese
entonces él desempeñaba. Benites dispone elegir este último destino y queda designado como
secretario oficial y particular del futuro Mariscal, quien a la vez que ordenaba los papeles
públicos llevaba un archivo privado y poseía, además, una nutrida biblioteca.

Respecto a esto recuerda que el Mariscal le recomendó “con un encarecimiento paternal


que jamás olvidaré, que aprovechara para leer los libros de su biblioteca y así estudiar y
adquirir los conocimientos necesarios al hombre en sociedad”.

Agrega Benites que estudiaba el francés con el teniente Paulino Alem, que ya lo sabía, y
que también enseñaba ese idioma don Carlos Saguier. Señala, asimismo, que López tenía
corresponsales en Europa y que entre los de Buenos Aires, Montevideo y Entre Ríos figuraban
Nicolás Calvo, Juan José Soto, el Dr. Lorenzo Torres, Héctor Varela (conocido por el
seudónimo periodístico de “Orión” y que después trazara la primera biografía de Madame
Lynch), el Dr. Valentín Alsina -que llegara a ser gobernador de la Provincia de Buenos Aires-, el
Dr. Benjamín Victorica -yerno del Gral. Urquiza-, a la vez que mantenía relaciones epistolares
con éste, y con los generales Tomás Guido, Lucio Norberto Mansilla y Bartolomé Mitre54.

Recuerda Ramón J. Cárcano -y ese detalle es recogido por uno de los biógrafos de
Mitre-55 que durante la entrevista de Yataity Corá (12 de setiembre de 1866) el general
argentino evocó el encuentro que habían tenido en 1859, cuando Solano López se trasladara a
Buenos Aires como mediador del Paraguay y signatario del Pacto de San José de Flores. “Pero
en aquella oportunidad Su Excelencia -le contestó el Mariscal- sólo me habló de libros
guaraníes”.

53
Raúl Amaral, El romanticismo paraguayo, Buenos Aires, 1966.
54
Gregorio Benites, Anales diplomático y militar de la guerra del paraguay, Asunción, Imprenta Muñoz, 1906, t.I., p. 16/17.
55
René Pereyra Oyarzábal, Mitre. Vocación y destino, Buenos Aires. Kraft, 1955, p. 215; cfr.: Bartolomé Mitre, Catálogo
razonado de la sección Lenguas Americanas, Buenos Aires, Museo Mitre 1910, t. II, p. 5-97.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

En los anaqueles de su biblioteca podían verse, como lo más conocido posteriormente,


las Obras Completas de Lamartine, en edición encuadernada en cuero y con inscripciones
marcadas a fuego. Es de creer que de allí proviene la traducción que de Graziella hizo Natalicio
Talavera para el “Semanario”. Claro que se trata de un Lamartine literario, o sea novelístico, y
no el de los Estudios críticos, ni el desafortunado participe del “romanticismo social”, que
incluye Picard en su libro56.

La mayoría de quienes se han ocupado de la vida del Mariscal parecen haberlo situado
en un “callejón histórico” sin salida, ya que en esas aportaciones surge como plegado
totalmente a los quehaceres de la guerra. Sin embargo, ha sido un personaje romántico de la
literatura, tanto por su imagen (según hemos dicho) como por su obra. Por lo demás, pocos
son los aportes que incluyen al Mariscal o lo enmarcan dentro de lo estrictamente literario.
Merecerían citarse algunas obras de teatro y ciertos ensayos que corresponden más bien a la
época modernista -que es la que va de 1910 a 1943-, lo demás esta reducido al escenario
bélico.

En consecuencia no sólo hizo romanticismo sino que ha sido personaje de obras de esa
tendencia57. En tal condición su presencia se advierte en aquellos libros que tratan de Elisa
Alicia Lynch o que trazan su biografía, desde la ya mencionada de Héctor Varela (1870) hasta
el trabajo inédito de la escritora Ercilia López de Blomberg (1865-1963), sobrina del Mariscal,
puesto que era hija de Venancio López y Manuela Otazú Machaín58.

Dentro de esos lineamientos románticos no podría pensarse en un paralelo entre el


Mariscal López y el General Mitre, que era su contemporáneo (1821-1906), sino en un estudio
de sus respectivas sicologías, pertenecientes a personajes paradójicamente distintos y
distantes.

El Mariscal -como hemos señalado- era hombre temperamental y de ciertas


propensiones sentimentales, con todas las características de apasionamiento, y también de
romanticismo, que singularizan a este aspecto del romanticismo.

56
Roger Picard, El romanticismo social, México, FCE, 1947; cfr.: V. L. Saulnier, La literatura francesa del siglo romántico,
2ª ed., Buenos Aires, Eudeba, 1968; Paul Van Tieghem. El romanticismo en la literatura europea, México, UTHEA 1958.
57
Robert B. Cunninghame Graham, Retrato de un dictador, Francisco Solano López (Paraguay 1865-1870), Buenos Aires,
1943.
58
Elisa Alicia Lynch, Exposición y protesta, Buenos Aires, 1875. Bibliografía: William E. Barrett, Una amazona. Biografía
novelada sobre Francisco Solano López y Elisa Alicia Lynch, Buenos Aires, 1ª ed., 1940; 9ª ed., 1967; Héctor Pedro
Blomberg, La dama del Paraguay, Buenos Aires, A. L A. 1942; Arturo Bray. “Elisa Lynch” (En Hombres y épocas del
Paraguay. Libro segundo. Buenos Aires, 1957, p. 101-123); María Concepción Leyes de Chaves. Madame Lynch, Buenos
Aires, Peuser, 1957; Héctor F. Decoud, Elisa Lynch de Quatrefages, Buenos Aires, 1939; Henri Pitaud. Madame Lynch.
Prólogo de Juan E. O’Leary, Asunción, 1958; Héctor Varela (“Orión”). Elisa Lynch, Buenos Aires, 1870.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

La carta a su hijo Emiliano (1850-1875), firmada en Ascurra el 28 de junio de 1869, es


además de un documento literario, lo suficientemente demostrativa de su manera de ser, de su
pensamiento, de su sensibilidad59.

Mitre, en cambio, tenía otra formación cultural; había sido lector y traductor de Horacio,
como lo fuera del Dante. No obstante sus iniciales aprestos románticos, era inocultable su
inclinación hacia el mundo clásico latino. Igualmente era opuesto su temperamento, nada
expansivo y más bien inclinado a la reflexión. Atisbos románticos -nada más que eso- se
hallarán en su novela Soledad, en sus Rimas y aún en sus Arengas, pero ninguno en sus
conocidas biografías de Belgrano y San Martín.

Por último, se hace necesario -esto de ahora no es más que un esquema- dibujar el
ambiente creado por Don Carlos y en el cual se movía, como figura céntrica, su hijo mayor.
Ante todo debe tenerse en cuenta la intensidad de las actividades sociales, que a partir de
1860 se concentraron en los suntuosos salones del Club Nacional y que consistían
generalmente en la realización de bailes.

“Por ese mismo tiempo se vio, por primera vez en el Paraguay -dice el Cnel. Centurión-
causando una gran novedad, un espléndido baile de trajes”. Como veremos, se trataba de un
baile de caracterización. La vista debía ser magnífica y por demás interesante. Se veían allí
danzando y paseándose los personajes históricos más célebres, de diferentes siglos, con sus
brillantes y brillosos uniformes. Cada personaje que bailaba estaba caracterizado ya como el
Cardenal Richelieu, ya como Napoleón III.

Y agrega Centurión: “López asistía siempre a esos bailes y su presencia contribuía a dar
más animación a los concurrentes, por más predispuesto que estuviere uno contra aquel
personaje por sus hechos de guerra, no se puede negar, porque sería faltar a la verdad, que en
sociedad su comportamiento era de un perfecto caballero. De maneras cultas y modales finos,
llenaba las formas sociales con la mayor naturalidad y elegancia”60.

Sin duda la presencia de Madame Lynch contribuyó en mucho a la renovación de ese


ambiente, regido aún por una antigua sociedad de tipo hispánico, de costumbres rutinarias y

59
Francisco Solano López: Proclamas y cartas del Mariscal López, Asunción, 1957, p. 192-199 (Compilación realizada por el
historiador Dr. Julio César Chaves, debe computarse como la primera en su género. En cambio la titulada: Mariscal Francisco
Solano López, Pensamiento Político, Buenos Aires, 1969, que es una copia disminuida de la anterior y que contiene un
prólogo de los historiadores porteños Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, debe ser considerada como fraudulenta.
Todo lo referente a su política frente a Rosas ha quedado excluido.

90
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

severas, que fuera injustamente ridiculizada por Bermejo61. Música, revistas, decorados,
recepciones, todo se movía en torno al perfil bien que bello de la joven irlandesa. “Orión”, o sea
el citado Héctor Varela, la vio así en sus sueños de esplendor: “Al entrar en su salón de recibo -
dice- experimenté una completa sorpresa; todo era de buen gusto; los muebles dorados, los
“pouls”, los cortinados, los cuadros, los objetos de bronce y porcelana que adornaban las
mesas, los libros regiamente encuadernados, los tapices, en fin, todo cuanto completaba aquel
verdadero museo”.

A través de ese romanticismo, que es más bien un estado de alma y hasta un estilo de
vida, podrá observarse con mayor imparcialidad la imagen de Francisco Solano López, el del
pulcro vestir y la pulcra prosa, que vivió románticamente, aún más allá de los prejuicios sociales
de su época, y que así supo morir a orillas de un lejano arroyo, cara a la muerte, batiéndose
como también lo habían hecho, aunque en otro sentido, los padres de la efusión romántica
europea y americana62.

60
Juan Crisóstomo Centurión, Memorias del Cnel... o sea Reminiscencias históricas sobre la guerra del Paraguay, Buenos
Aires, 1894-1901, ts, I-III, 4 vs.; Memorias, Prólogo de Natalicio González y notas del TCnel. (S.R.) Antonio E. González,
Buenos Aires, Guarania 1944, 4 ts.
61
Ildefonso Antonio Bermejo, Repúblicas Americanas. Episodios de la vida privada, política y social en la República del
Paraguay. 1ª ed., Madrid, 1873.
62
Emilio Carrilla, El romanticismo en la América Hispánica, Madrid 1ª. ed., 1958; 2ª. ed., 1967, 2 ts. En esta copiosa y
documentada obra es soslayado de plano el romanticismo paraguayo.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El Mariscal romántico Volver al Índice

Alguna vez fue negada, por algún “informado” historiador rioplatense, la existencia del
romanticismo paraguayo, muerto que, como el modernismo, goza afortunadamente de buena
salud. Ocurre al respecto que la desidia interna y el desinterés externo suelen matrimoniarse
para ofrecer del país una imagen que no es la que corresponde a su evolución cultural y
literaria.

No está demás recordar que cuando el joven Francisco Solano López (1827) viaja a
Europa -más mirando a París que a otras capitales- se halla en plena efervescencia (1853) el
movimiento romántico que se iniciara con el estreno de “Hernani” de Víctor Hugo, en 1830,
trasplantado casi enseguida al Plata por Esteban Echeverría.

El Paraguay no podía escapar -como no escapó nadie en nuestra América- a aquel


influjo, que entrañaba también un estilo para las letras y un modo de ser y de actuar para la
vida. Sus comienzos formales han sido fijados en 1860, con la fundación de la revista “La
Aurora” y el agrupamiento de sus integrantes en el Aula de Filosofía. Quedaban nucleados los
allí nacidos (para usar números redondos) entre 1820 y 1860. Y si se pudiera identificar
primariamente “romanticismo” con “poesía” no estaría demás recordar que se inaugura aquí
con los versos de Natalicio Talavera: “Reflexiones de un centinela en la víspera del combate” y
se cierra, dentro de un largo segmento, con el “Adiós a Ybyty” de Delfín Chamorro (1911).

¿Qué papel ha jugado Francisco Solano López en ese capítulo casi ignorado de
nuestras letras? Pues nada menos que el de un iniciador. Entre su encuentro con el Viejo
Mundo y la aparición de “La Aurora” median apenas siete años. En ese espacio habrá que
ubicar a sus compañeros de promoción -unos sus coetáneos, como el Padre Fidel Maíz, José
del Rosario Miranda o Gregorio Benítes; otros sus contemporáneos: Juan Crisóstomo
Centurión, por ejemplo- en su formación local y en la foránea, caso éste de los becarios.

El Mariscal López es, por derecho propio, el iniciador de ese romanticismo nativo que se
bifurca con el largo despegue del posromanticismo americano, pero que tiene en su proceso
muchas de las características relacionadas con su ámbito y sus gentes. O sea que su rueda no
ha girado a destiempo -según creen muchos- sino que ha respondido a necesidades de su
propia índole.

Para certificar esa inserción del Mariscal habrá que hacer el estudio de sus escritos,
anteriores y posteriores al citado viaje, y detenerse, a la vez, en las particularidades de su

92
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

sicología y de su conducta, no siempre ajustadas -todas ellas- al estricto campo de su


actuación militar. Y ese estilo, que si bien no es el hombre -contrariando la socorrida frase de
Buffon- señala el progreso habido entre la redacción de ordenanzas castrenses y reglamentos
profesionales y las páginas ciertamente memorables e imperecederas de la carta a su hijo
Emiliano (1869).

Romanticismo social significa, como él lo hizo, acercar las ideas de progreso -no hay
que olvidar esto- al medio geográfico en que se procura instalar, sin proposición previa, desde
luego, el de raíz cultural y literaria. Y en eso empleó sus energías en un lapso no mayor de
veinte años. Porque no se contentó sólo con lo expresado, sino que quiso ahondar en los
hechos.

La guerra contra la Triple Alianza -desde el instante mismo de solidarizarse con el


Uruguay invadido- es una acción romántica en la que caben el amor, el dolor y la muerte; la
sangre, las lágrimas y asimismo, la gloria. Y Cerro Corá es un trágico estremecimiento
romántico: equivale al pistoletazo que acaba con la vida de Larra; al fusilamiento del Gral.
Salaverry en el Perú; al pulmón derrotado de Gustavo Adolfo Bécquer, relámpagos de
romanticismo.

(1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

La Posteridad del Mariscal Volver al Índice

De vez en cuando y según los países suele verse en el sepulcro de alguno que otro
prócer esta significativa frase: “La posteridad agradecida”. Y esto da la idea de que siempre le
han sido loados su sacrificio, su heroísmo o los servicios prestados a su patria. Sin embargo no
siempre es, ni ha sido así. Ante esto cabría preguntarse qué o cuál fragmento de posteridad es
el que expresa el reconocimiento público o por lo menos de un sector importante de la
ciudadanía.

Porque la historia de nuestra América marca la existencia de una justicia que no siempre
se apresura en llegar. En ocasiones son los contemporáneos o los inmediatos sucesores los
que la mezquinan u olvidan, correspondiéndoles a generaciones lejanas revisar los juicios y
prejuicios de sus antepasados. Al ocurrir esto se produce como un deslumbramiento y
entonces aquel prócer maltratado y peor interpretado, pasa a ocupar el sitial que le negaran las
gentes de su época.

Tal el caso del Mariscal Francisco Solano López, puesto nuevamente de pie por el arte
literario, el “apostolado patriótico”, la conciencia histórica y la pluma de fuego de un joven
estudiante universitario llamado Juan Emiliano O’Leary que hace 83 años comenzó a descorrer
el velo de la “leyenda negra” y a producir la luz.

Aunque no era posible engañar a los veteranos que habían concurrido, con el general en
jefe de los ejércitos al frente, a la defensa de la soberanía y a la posterior supervivencia de la
nacionalidad, sectores minoritarios y de influencia no desdeñable en la vida del país pugnaban
por mantener a raya la gloria del “tirano”, desvirtuando los hechos y hasta falseando la
documentación propia y la extraña que nadie podía ignorar.

Una monstruosa teoría de origen rioplatense y de acoplamiento imperial subsistente aún


en mentes extranjeras que persisten en mirar al Paraguay con cristales cambiados ha hecho
de esta tierra, madre de la Real Provisión del 12 de setiembre de 1537 (elección del gobierno
propio) y de la Revolución de los Comuneros (anterior a las de Francia y los Estados Unidos),
el sitio obligado de los tiranuelos de oficio, de los apacentadores de pueblos. Y si en esa
distorsión entraron tanto el Dr. Francia como don Carlos Antonio López, con mayor razón podía
suponerse que el Mariscal no habría de estar ausente. Y por largos años una especie de
barbarie civilizada se empeñó en adulterar su imagen.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Ha transcurrido mucho tiempo. El Mariscal puede recorrer las amplias latitudes de la gloria
sin que sea posible olvidar su tarea de conductor y de gobernante y su temple guerrero,
apagado con la vida y ante el último asedio. Interpretó él que moría no solo “por” su patria, sino
y de auténtico modo también “con” ella, porque era difícil presentir que en aquel vasto
cementerio que significaba el Paraguay en las vísperas de Cerro Corá pudiera florecer la
esperanza.

Y en verdad que se iba con los latidos finales de su corazón hecho del urundey. de
nuestras selvas el Paraguay soberano y espléndido que habían construido sus antecesores.

Supo ser el suyo un reducto de independencia que todavía osaba resistir en el continente
la agresión bélica descubierta y la ocupación económica solapada, que al fin de cuentas fue la
que recogió los lauros de una victoria maltrecha y estéril.

Encarnó la resistencia de un Artigas, de un Güemes: el amor terrígeno de Hipólito


Yrigoven o Aparicio Saravia. Pues, además de la luminosa firmeza de su espada, quedaron sus
obras de constructor, truncas pero evidentes.

Resta para nuestros días algo que complementa el agradecido símbolo de la piedra y el
bronce y que hay que difundir para que ya no se dude que a costa de su inmolación el
Paraguay ha contribuido a la autonomía de nuestra América: su pensamiento, ideario y
doctrina, que merecen estar a la altura de los libertadores.

(1985)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Natalicio Talavera y la literatura de época Volver al Índice

Este es, cronológicamente, nuestro primer


escritor y el primer poeta que el Guairá proporciona al
país. Es también el que inicia la breve serie de los
románticos nacionales. Había nacido en Villa Rica del
Espíritu Santo el 8 de setiembre de 1839, dos años
después de los comienzos del romanticismo en el Río
de la Plata. La mayoría de quienes se han ocupado de
él, desgraciadamente en forma esporádica y
apologética, le hacen nacer en 1837, fecha que inserta
José Rodríguez Alcalá63 sin adelantar ninguna
explicación. Esto hubiera resultado altamente
significativo pues se trata del año del suicidio de Larra
y del natalicio de Gustavo Adolfo Bécquer. La que
hemos tomado como cierta ha sido la proporcionada
por Juan E. O’Leary64.

¿Cómo era Natalicio Talavera? Trazó su retrato un contemporáneo suyo, de quien se


trascribirán otros párrafos más adelante, semblanza que tiene, asimismo, como se comprobará,
un halo de romanticismo. Así lo vio Domingo Parodi, el naturalista y padre del más tarde poeta
Enrique D. Parodi (1857-1917), integrante del segundo grupo de nuestro romanticismo:
“Observando a Natalicio Talavera a través de la modestia habitual de su apacible carácter, se
notaba en su inteligente pero lánguida mirada, un sentimiento vago de melancolía, cuasi
presagio del fin prematuro de su carrera sobre la tierra. Poseyendo las principales dotes de un
orador, por su dicción pura y bien acentuada, por el colorido poético y a la vez persuasivo de su
discurso, y sobre todo por la convicción de verdad que se manifestaba en todas sus facciones,
era, no obstante, moderado y aun parco en sus conversaciones familiares, como si se
complaciera en concentrar sus pensamientos en sí mismo, sometiendo sus inspiraciones al
examen de su rara inteligencia”65.

63
José Rodríguez Alcalá, Antología Paraguaya, Asunción, H. Kraus 1911, p. 1
64
Juan E. O’Leary, Nuestra Epopeya, Asunción, BPCED, v. 2, 1919
65
v. El Semanario, Asunción, 1867.

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cultura nacional.

Talavera estudió en la Escuela Normal, dirigida por Bermejo, en 1855, o sea cuando
contaba 16 años de edad y posteriormente en el Aula de Filosofía. Había concurrido también a
la escuela del maestro Escalada -la más prestigiosa de su tiempo-, a la de Aritmética de Miguel
Rojas que funcionaba en Zeballos-cué y siguió cursos de Moral y de Matemáticas con el
francés Dupuy.

Parecía dispuesto a integrar el segundo grupo de becarios con destino a Francia, pero
como dichos beneficios estaban dedicados a los alumnos de menores recursos económicos,
hubo de declinar el suyo en favor de otros compañeros. Luego participará del grupo fundador
de “La Aurora”, en 1860.

Al estallar la guerra es incorporado al ejército con el grado de teniente. Sigue


escribiendo en el “Cabichuí”, “El Centinela” y el “Semanario”, pero su más importante aporte de
esa época son sus crónicas del frente de batalla. EL Dr. Pane ha expresado que de ese
período no quedan más nombres que los de José Berges y Natalicio Talavera. “Cosa triste -
agrega- sólo una poesía del primero: “A mi madre”, y un discurso del segundo sobre la tumba
del General Díaz, quedan como los caracteres de una verdadera pieza literaria”. Pane duda de
que “Reflexiones de un centinela en la víspera del combate” pertenezca a Talavera, y añade:
“Ni sus ensayos del Seminario son siquiera correctos o reveladores de mucha educación
estética”. Piensa que esto no significa que careciera de conocimientos y gusto literario y agrega
que sin ser alambicado el poeta es trágico. Nos hemos detenido en esta breve crítica de Pane
por ser la primera que consideró en su conjunto y desde el extranjero determinados aspectos
de la cultura y de la literatura paraguayas66.

Sin duda porque había quedado con la preocupación que significaba formarse en el
exterior, sentía deseos de salir del país. Poco antes de iniciada la guerra -según
correspondencia mantenida con su padre- “sus alas necesitaban horizontes más
amplios para ensayar sus vuelos soberanos”, expresa O’Leary 67. Creía Talavera que si
el proyectado viaje a Buenos Aires fracasaba daría por muertas sus esperanzas, el anhelo de
toda su vida. De haber podido ampliar sus conocimientos habría afianzado no sólo su cultura,
sino también podido entrar en contacto con las corrientes aún románticas -”el segundo
romanticismo”, que se llama- del Río de la Plata. También y de tal modo podrá haberse
abreviado ese desnivel que, en el orden cultural, la guerra acentuó con mayor nitidez.

66
Ignacio A. Pane, El Paraguai (sic) Intelectual (Conferencia pronunciada en el Ateneo de Santiago de Chile del 26 de
noviembre de 1902) Santiago de Chile, 1902, p. 15.
67
O’Leary, Nuestra epopeya. Asunción. 1919.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Según Centurión, Talavera falleció el 17 de setiembre de 1867 en Paso Pucú, habiendo


contraído, al parecer, la fiebre tifus. Por su parte Zubizarreta da como lugar de su fallecimiento
el mismo que el anterior, pero lo hace fallecer el 14 de octubre de 1867. O’Leary proporciona
un dato más aproximado al señalar que Talavera murió el viernes 11 de octubre de 1867, a las
3 de la tarde, y que fue sepultado en el pequeño campo santo de Paso Pucú68.

Un error, y bastante grueso, es el deslizado por Zubizarreta cuando manifiesta que la


necrológica del poeta fue escrita por Enrique Parodi, en el “Semanario”. Como se sabe, Parodi
nació en 1857, o sea que a la muerte de Talavera tenía 10 años de edad, época no muy
propicia, y menos en aquel entonces, para ascender al limbo periodístico y literario. Se trata,
como hemos visto, del padre del mismo, el naturalista Domingo Parodi, de intensa actuación en
la etapa de la preguerra.

Significativas son estas palabras suyas, que sumamos a las anteriores y que pertenecen
a su elogio fúnebre: “Su corazón es tan sensible como generoso. Incapaz de pegarse al limo de
la tierra era inclinado a lo bueno, a lo grande, a lo sublime. Jamás la vil calumnia encontró asilo
en su corazón. Era más indulgente con sus semejantes que consigo mismo. Perteneciendo a
una decente medianía -continúa- no buscó por medios innobles las riquezas y los honores, y
supo, aunque joven, anteponer los deberes a las distracciones”.

La antología que Pane publica con prólogo Cipriano Ibáñez se inicia con Talavera,
circunstancia reveladora pues esa compilación, de evidente matiz posromántico, es la primera
que se edita aquí69. También la de Rodríguez Alcalá, que abarca a románticos, posrománticos
y premodernistas70 e igualmente lo hace De Vitis71. En verdad se lo ha conocido inicialmente
como poeta, y al Dr. Pane le corresponde esa resurrección pues dio a conocer dicho poema
“Reflexiones”, antes que nadie, en “La Democracia” de Asunción, en 1899, cuando era
prácticamente desconocido.

Puede inducirse que su producción en prosa sea menos original que la lírica, del hecho
de no haberse editado entre nosotros antologías en prosa que permitan, incluso, conocer la
evolución del estilo, en las distintas épocas y destacar las indudables influencias. Rodríguez
Alcalá advierte una concepción de la naturaleza en su poesía y la considera como un

68
Juan Crisóstomo Centurión, Memorias del Cnel... o sea Reminiscencias históricas sobre la guerra del paraguay, Buenos
Aires, 1894-1901, ts. I-III, 4 vs.; (ibíd.): Memorias, Prólogo de Natalicio González y notas del TCnel. (S.R.) Antonio E.
González, Buenos aires, 1984, 4 ts.; Carlos Zubizarreta, Cien vidas paraguayas, Buenos Aires, 1961, p. 114; Juan E. O’Leary:
ob. cit.
69
Ignacio A. Pane, Poesías Paraguayas. Prólogo de Cipriano Ibáñez, Asunción, 1904.
70
José Rodríguez Alcalá. Antología paraguaya. Asunción, 1911, p. 1-3.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

acercamiento al americanismo literario. “¿Dónde no hay poesía en la naturaleza? Tanto en los


floridos paisajes de la lujuriosa vegetación de los trópicos, la hay en los témpanos del polo y en
las movedizas arenas del desierto”72.

No cree este autor que el ambiente natural pueda por sí solo ejercer mayor o menor
influencia en el número de poetas, pero sí que éstos abundan en los pueblos más cultos. Cita a
dos poetas, uno premodernista, el mexicano Díaz Mirón, y el otro posromántico: el argentino
Olegario V. Andrade, a quienes tiene por dos extremos, que Rodríguez Alcalá no aclara si son
geográficos o poéticos, aunque por ese tiempo (1911) lo eran en esos últimos términos.

Se ha creído que Natalicio Talavera, por la índole de sus versos sencillos, sensibles y
comunicativos, encarnaba la poesía popular signada por la guerra.

No debe tomarse esto al pie de lo dicho porque sabido es que muy pocos son sus
poemas en lengua culta que han trascendido: “A mi madre”, versos de un lirismo condicional y
aproximadamente romántico; un “Himno”, que no se aparta de los modelos seudoclacisistas de
la cultura heredada; un apólogo en verso: “La mujer y la botella”; un poema a la Virgen y el ya
mencionado “Reflexiones”, evidenciándose en algunos esa retórica lírica a la que tan adicto era
su maestro Bermejo.

El “tono popular” que algunos autores le han adjudicado habrá que buscarlo en los
epigramas en guaraní, publicados en el Cabichuí, en los que se ridiculizaba eficazmente a los
personajes de la Triple Alianza. El acento festivo de los mismos muestra una veta no muy
difundida de Talavera, único poeta visible de aquel grupo (o por lo menos identificable), aunque
como en toda poesía popular no es de desdeñar el aporte anónimo.

Rodríguez Alcalá confunde a la musa popular escrita con los cantos compuestos que se
entonaban en las trincheras al son de guitarras y rabeles. No es de pensar que fueran los ya
citados poemas de Talavera los que conmovieran a los soldados repitiendo los ecos en las
noches de campamento.

No eran esos versos vibrantes -que poco tienen de ello sus conocidas estrofas- salvo el
“Himno” mencionado, los que celebraban lo guerreros, sino los más simples que nacían y
morían en las cuerdas de una guitarra73.

71
Michael A. De Vitis, Parnaso Paraguayo, Barcelona, Maucci s.a., p. 33-35.
72
José Rodríguez Alcalá. ob. cit., p 1-2.
73
José Rodríguez Alcalá. Antología paraguaya. Asunción, H. Kraus, 1911, p. 1-2.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El “Himno” tiene, en su comienzo, una indudable concepción épica de acuerdo al motivo


elegido:

Paraguayos! corred a la gloria


Y colmad vuestra patria de honor,
Inscribiendo, al luchar, en la historia,
Nuevos timbres de noble valor.

Pero enseguida entra en una descripción de la naturaleza, que en cierto modo


condiciona su sentido romántico:

Este suelo inocente y hermoso


Que al gran río le debe su nombre
Es la tierra gloriosa en que el hombre
Con su sangre se dio libertad.

Y los elementos formativos neoclásicos quedan estampados en estos versos que son
también característicos de muchos de los himnos nacionales de nuestra América:

Aquí alzó la justicia su trono


Levantando su espada iracunda,
Aquí el ciervo la infame coyunda
En corona trocó la igualdad.

“Trono”, “corona”, “ciervo”, “coyunda”, todo esto pertenece al léxico de la época


posindependiente, aunque literariamente siguiera eligiendo los ya añejos modelos coloniales.

“Reflexiones de un centinela en la víspera del combate” es un poema que Talavera


escribe, indudablemente, entre los 27 y 28 años. Ya no es tanto un ejercicio cuanto una
demostración de poesía formal:

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El sol iba a morir. Su lumbre pura


doraba los lejanos horizontes
y vibrando en la cresta de los montes
rasgaba su luciente vestidura.

Luego otros elementos románticos: duros árboles, dolor, suspiros, cristales de la fuente,
muerte, idea del horror, “¿y la esperanza / que en este ardiente corazón se agita?” -pregunta-
mientras el tono melancólico acentúa su desesperanza:

Ni blandas al pasar las ilusiones


darán calor a mis cenizas yertas.

Y todavía inquiere ante el misterio:

¿Y por qué he de morir? ¿La muerte acaso


a todos hiere con sus negras alas?

El sol apaga su antorcha en los celajes de la tarde y se acentúa la fiebre del combate
mientras el guerrero, que es el personaje del poema, contempla el hermoso corcel que “tendido
/ al rumor de los bélicos clarines / barre la arena con sus largas crines”.

Luego el continuo trajín de la guerra: la “selva de apiñadas bayonetas”, las nubes de


fuego, las trompetas; todo esto inflama el corazón de valentía y de gloria. Las caricias de ésta
vendrán con el triunfo, porque la gloria y el amor son compañeros, dice el poeta. Y termina:

Calló el guerrero: El alma enardecida


fingió sueños de gloria y de fortuna...
Y en su lecho de nubes, adormida,
blanca en el cielo apareció la luna.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

La prosa era en los alumnos de Bermejo una especie de adiestramiento en el campo de


las bellas artes. En la orientación de las ideas ella expresaba sentimientos morales y
espirituales destinados a ir creando en esa reducida juventud pensante un sentido ético de la
existencia. También publica trabajos de índole social con algunos temas característicos del
romanticismo: “Independencia de la mujer en la sociedad”, “Influencia del trabajo en la
organización física y moral del hombre”.

Otras aportaciones tienen carácter doctrinario y se refieren a la libertad y a la


independencia nacional, leves indicios éstos de aproximación a un meditar filosófico impuesto,
sin duda, por el ejemplo de Don Carlos. Merecen citarse, también, “Influencia de la sociedad en
la duración de la vida”, “El hombre, su poder, su misión, su destino”, “Estudios recreativos”. Los
de orden religioso pueden reducirse a dos: “Dios es la verdad de todas las cosas” y “Amarás a
tu prójimo como a ti mismo”. Queremos recordar que Talavera había traducido fragmentos de
“Graziella” de Lamartine, que apareció, como los mencionados trabajos, en “La Aurora”.
Extraña que de ellos esté ausente el tema estrictamente literario, que sólo se manifestará en la
poesía.

Al estallar la guerra, como queda dicho, es incorporado al ejército en calidad de


corresponsal. Su tarea comienza al mes de iniciarse el conflicto, 17 de junio de 1865, y sigue
escribiendo hasta el 28 de setiembre de 1867. Entre sus aportes más significativos debe citarse
el extenso comentario al Tratado de la Triple Alianza, aparecido el 11 de agosto de 1866 y su
necrológica del General Díaz, el 16 de febrero de 1867, que es la primera biografía destinada al
prócer.

Dicha corresponsalía la ejerció Talavera abnegadamente. Casi enseguida de recibir los


partes de las batallas los convertía en crónicas, que el Telégrafo Nacional -bajo la dirección de
Saturio Ríos- divulgaba y el “Semanario”, a su vez, imprimía.

En el citado comentario al tratado de la Alianza manifiesta el poeta: “Pero qué mucho


que se hayan olvidado de lejanas tradiciones que formaban el orgullo de su historia, cuando
vienen ahora a verter su misma sangre para esclavizar a una república hermana que profesa la
misma religión, que es de la misma lengua y que tiene los mismos intereses. Al firmar el
acuerdo han pisoteado sus propias instituciones, ocultando a los pueblos un documento en que
se comercia con su sangre”. La victoria, según él, hará la grandeza del Paraguay, como
grandes son sus títulos de defensa, pero si el Paraguay cae, que todo es posible, aun después

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cultura nacional.

del heroísmo, “el mundo -afirma- sus poetas y sus oradores, verterán sobre nuestros sepulcros
las lágrimas de la admiración y de la justicia”.

Esta es una romántica premonición que se cumplió estrictamente como aquella otra,
más cercana a nosotros, del peruano César Vallejo:

Si la madre España cae


digo, es un decir,
salid, niños del mundo,
id a buscarla.

Así salieron, aunque ya hombres, algunos argentinos y orientales a buscar al Paraguay,


madre étnica e histórica de sus respectivos países. Se llamaban, entre otros: Olegario V.
Andrade, Ricardo Gutiérrez, Carlos Guido y Spano, Lucio V. Mansilla, o Agustín de Vedia, José
Sienra Carranza, Antonio Lussich.

En relación a las influencias es de señalar que la mayor dosis, si no la única, de cultura


literaria recibida por el poeta es de extracción hispánica, de acuerdo a las preferencias de su
maestro Bermejo. La lectura, muy condicionada, de los clásicos españoles permite arriesgar la
creencia -como lo supone Pane- de que Talavera pudiera mostrarse como un “clásico”, lo que
hubiera entrañado un evidente retroceso.

Tampoco su traducción de Lamartine resulta indicio cierto de la penetración de


corrientes francesas, que aún en un ángulo muy restringido hubiera podido facilitar la fracasada
colonización de Nueva Burdeos en 1855. Además debemos recordar que la enseñanza del
idioma francés no implicaba la aceptación de una influencia cultural de ese origen. Clásicos,
fabulistas, algunos románticos como Quintana y Zorrilla, el propio breve teatro de Bermejo, es
todo lo que se puede advertir.

El recuerdo de Natalicio Talavera hizo impacto entre aquellos con-temporáneos suyos y


compañeros de letras rioplatenses que sabían de su actuación. Así el posromántico
argentino Olegario V. Andrade, cinco años mayor que él, dijo esto que bien parece
un epitafio: “Entre los soldados de López (claro que hay algunas equivocaciones
que se advertirán, pues Talavera no luchó en el frente) había un soldado, casi un
niño, de alma ardiente y corazón generoso, poseído del fanatismo de la patria, que

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

se presentaba de voluntario en todas las circunstancias peligrosas bajo las terribles


impresiones de la lucha, entre el estruendo de los cañones y el quejido de los
heridos escribía versos y peleaba. Toscos eran sus versos, pero ardientes,
animados por el entusiasmo de la patria, encendidos por la chispa de la fe en la
victoria. El Tirteo del Paraguay daba el ejemplo en el peligro y anhelaba caer en primera
fila como el héroe de Mesenia”74.

O’Leary, por su parte, le llama “el bardo de nuestra edad heroica”75. Expresa que en la
escuela de Bermejo, o sea el Aula de Filosofía, se reveló como estudiante de filosofía, lenguas
y literatura. También manifiesta haber descubierto y publicado unas “Reglas de conducta”,
especie de máximas morales que fueran halladas entre los papeles inéditos del poeta.
Igualmente quedaron, aunque sin publicar varios poemas -no difundidos póstumamente-,
estrofas sueltas, traducciones del francés, y un pequeño “Libro diario”, donde estaban
consignados, junto con los sucesos de su vida, los libros que leía y los artículos que escribía.

Indica José Rodríguez Alcalá que con la muerte de Talavera “se apagaron las primeras
luces del Helicón paraguayo, cuando todo se apagó en el país, hasta la llama de los hogares.
Pasaron varios años sin que viniera a sonar la lira”76. Y tantos como los que se suceden desde
la desaparición del poeta guaireño hasta la aparición del primero en el orden de nuestro
posromanticismo y que es un español: Victorino Abente (1846-1935), quien llega en 1869 y
asume desde entonces la rectoría poética nacional.

El mismo año en que nacía Talavera, moría en Buenos Aires un poeta porteño, que si no
fue característicamente romántico, también tiene, como aquél, todos los acentos de esa
tendencia. Ese poeta se llamaba Florencio Balcarce. Había nacido el 22 de febrero de 1818, en
vísperas de la batalla de Maipú, en la que combatió su padre, el brigadier general don Antonio
González Balcarce, héroe de Suipacha y amigo y camarada del general San Martín.

Creció, como correspondía a sus parientes (todos los Balcarce eran militares) en un
ambiente épico, semejante al que le tocó a Talavera en la última parte de su vida. Florencio
hizo sus estudios preparatorios en la Universidad, en 1833. Siguió cursos de inglés y francés
(en esto también se evidencia el paralelo) y en 1834 pasó a ser alumno del curso de Ideología,
teniendo por maestro al famoso Dr. Diego Alcorta. Esto quiere significar que los jóvenes

74
José Rodríguez Alcalá. Antología paraguaya. Asunción, H. Kraus, 1911, p. 2.
75
Juan E. O’Leary. Nuestra epopeya. Asunción, 1919.
76
José Rodríguez Alcalá. ob. cit., p. VI.

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cultura nacional.

prerománticos y románticos siempre habían tenido la necesidad de un guía: Bermejo en su


caso, Alcorta en el otro.

Asediado por la tuberculosis Balcarce se ve obligado a viajar a Francia en 1837. En


París toma contacto con algunos escritores románticos de menor cuantía y conoce, en una
significativa entrevista, al general San Martín. Allí nace su poema, de intención folklórica, “El
viejo y el cigarro”. Muere en Buenos Aires el 16 de mayo de 1839. Casi cuatro meses después
nacía, como queda dicho, Natalicio Talavera, en la Villa Rica del Espíritu Santo.

Florencio Balcarce es, al igual que el guaireño, una columna trunca de la poesía
americana. Sus compañeros de generación fueron los integrantes del “Salón Literario” y de la
denominada “Asociación de Mayo” de 1837. La mayoría de ellos pasó a residir en el extranjero
cuando se asentó la dictadura saladerista. El caso de Balcarce, en este sentido, es distinto del
de Talavera.

Tal vez, en el aspecto poético, pudieran hacerse algunas condicionadas aproximaciones


entre “La mujer y la botella” de Talavera y “El viejo y el cigarro” de Balcarce, en cuanto a su
intención apologística. Lo que ha quedado como característica de éste es “La Partida”, escrito
en viaje a Francia y que es un preanuncio de su muerte, sino propio de todo poeta auténtico,
aunque en este caso incipiente. El poeta contempla allí el futuro -como en “Reflexiones” de
Talavera- pero cree que no ha de verlo y piensa con dolor que la Argentina donde a él le tocará
morir esté en manos del tirano porteño. En una de las estrofas levanta su voz:
De inicuos tiranos el ceño que espanta,
la turba de impíos que erguidos están,
son granos de polvo que el viento levanta,
77
cesando los vientos al sueño caerán.

(1972)

Bibliografia directa

Natalico Talavera, La guerra del Paraguay, Asunción-Buenos Aires, Nizza 1958. Rasgos
biográficos del Gral. José Díaz, Asunción, 1967.

77
Rafael Alberto Arrieta. Florencio Balcarce, Buenos Aires, Julio Suárez, 1939; Arturo Capdevila. El Niño Poeta. Buenos
Aires, Atlántica, 1945.

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cultura nacional.

Juansilvano Godoi, el último romántico Volver al Índice

Había nacido el 12 de noviembre de 1846; falleció el 27 de enero de 1926. Asunción fue


su cuna y su sepulcro. Se alejó del Paraguay en los comienzos de la adolescencia cuando se
incubaba la tragedia de la guerra; alumno del Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa
Fe -regido por los jesuitas- y condiscípulo allí de Juan Zorrilla de San Martín, pasó más tarde a
estudiar Derecho en Buenos Aires, no finalizando la carrera.

Regresa a su país e integra la Constituyente de


1870; el 25 de noviembre siguiente participa como
secretario del comité ejecutivo de la revolución de
Tacuaral y tres días después pasa a la Argentina por
Villa Occidental; dirige desde Corrientes dos
movimientos armados que fracasan: el de 1877 y el de
1879, y desde entonces reside en Buenos Aires hasta
que el decreto de amnistía del Presidente Egusquiza lo
devuelve a su tierra el 7 de abril de 1895, a bordo del
vapor “Saturno”. En el puerto lo esperan, entre otros,
Cecilio Báez, Manuel Domínguez y Manuel Gondra.

Casi veinte años de residencia en la Argentina,


especialmente en Buenos Aires, donde hizo fortuna y
adquirió selectas y perdurables amistades (alguna de
ellas casi fraterna, como la de Aristóbulo del Valle), no amenguaron su espíritu patriótico.
Era, en verdad, un hombre fuera de época en aquella ciudad que iniciaba su ascensión
babélica y su “crisis de progreso”. Su misma presencia, su vestimenta pulcra y severa, su
aspecto d’artagnanesco, el discurrir desinteresado de su existencia, todo conferíale un aspecto
romántico. Bien sabía él que su órbita no era esa, que se hallaba de paso, que las señales de
su corazón estaban imantadas hacia un rumbo preciso. “Entre la opulencia de un lujo oriental,
allí en la mansión Godoi, flotaba como un ideal superior, a quien todos rendían culto, la imagen
querida de la patria lejana”. Brillantes perspectivas se presentaban para que Sila, su
primogénito, ingresara “en envidiables condiciones” en el Colegio Militar argentino. Godoi, por
el contrario, lo envió a la Asunción para que la influencia poderosa del medio lo connaturalizara
con el alma de su patria. Mientras él vivió en la capital porteña todos sus hijos nacieron en el
Paraguay. Esa fidelidad formaba parte no sólo de su naturaleza sino de su propia concepción

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cultura nacional.

de la vida y del sentido de sus ideas, consustanciadas plenamente con un romanticismo de


espíritu que no logró ser abatido, distinta ya en Buenos Aires y en Asunción, si bien aquí se
mantenían intactos los imponderables de un existir romántico, terrígena y temperamental,
modificado parcialmente, muy luego, con el auge del positivismo.

La expresión romántica se insinúa en el pensamiento de Godoi desde las aulas del


colegio secundario; allí leía a hurtadillas, queremos creer que más como acto de rebeldía, a
Voltaire, Dumas padre y en especial la “Vida de Jesús” de Renán; el primero y el último dos
extremos tendidos hacia el racionalismo. “Nunca pudo emanciparse de sus primeras lecturas:
Petrarca, Bernardino de Saint Pierre (el de Pablo y Virginia), Chateaubriand, Lamartine, Víctor
Hugo, Lamennais, Gautier, Houssaye”. Tenía, sí, algunas predilecciones que se patentizaron a
lo largo de su obra: “Diario íntimo” de Amiel; “Ensayo sobre las revoluciones” y “El genio del
cristianismo” de Chateaubriand; “Contrato social” de Rousseau; “Palabras de un creyente” de
Lamennais; Taine, Fustel de Coulanges, Donoso Cortés, Carlyle y para completar: “Crítica de la
razón práctica” de Kant; las Obras completas de Maquiavelo; el “Diccionario de la lengua
francesa” de Littré; “El mundo marcha” de Pelletán. Pero quien se constituyó en su modelo fue
sin duda Macaulay, cuyas huellas se hallan patentizadas en sus escritos animados de páginas
descriptivas y donde la explicación de los sucesos queda supeditada a aquella concepción,
tomada del escritor inglés.

El Dr. Enrique Parodi, al comenzar la semblanza dedicada a Sienra Carranza, incluida


en “Monografías históricas” (1897), expresa: “Es un estudio de seso, a lo Macaulay”. Su
maestro, el Dr. Hernández de Padilla, había anticipado en 1888 análogo juicio: “Me siento no
del todo torpe para presentir el talento, y me prometo que perseverando usted en escribir y en
analizar lo que escribe, formará Ud. como aventajado discípulo de Macaulay”.

El drama de Godoi ha sido el de tener que cultivar un romanticismo a destiempo, puesto


que no le cabía otra alternativa. Pasó así “cual un Lord Byron de estas sociedades en
formación”; tenía de Lord George Gordon la pasión de la aventura, la exaltación de héroes
paradigmáticos; su gesto abierto a causas de violencia y de lucha, todo menos su ademán
galante, su desprecio por las normas convencionales, su ausencia de la moral cotidiana y
burguesa. No supo, o no quiso, penetrar en el alma humana, imperfectamente conformada (el
romanticismo es después de todo un ideal superior, éticamente considerado) y por eso fue
víctima de muchas incomprensiones que lo llevaron a extremar el gesto. “Se llamaba
romántico”, es decir, habitante de un ámbito espiritual propio, ajeno las más de las veces a la
realidad circundante.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Amaba el misterio, los tonos oscuros, el espectáculo de la tristeza, la mediavoz; podría


comparárselo con el uruguayo Juan Carlos Gómez aunque sin sus ilusiones cívicas y sus
desmayos literarios. “Fluyen a nuestro rededor - escribe Godoi- rumores vagos,
presentimientos misteriosos, semejantes a los que se experimentan ante la vasta inmensidad
del océano o el miraje de las montañas andinas con sus conos plateados perdidos entre las
brumas del espacio”. Los “temores supersticiosos” que agitan su espíritu hallarán cauce en su
propio pensamiento y se expandirán a sus escritos. En el centro de esa niebla, tal vez como
una compensación a tan doloroso modo de concebir el mundo y las cosas del mundo (esto
tiene, más bien, su indudable raíz volteriana) surgen los héroes-dioses y los semidioses
mitológicos, incorporados a la historia más allá de su carne humana y mortal. Es de las
honduras de la tradición -de acuerdo a la enseñanza del romanticismo- que nacen los juglares
peregrinos que van diciendo los cantares de gesta de la patria en armas: “El inválido de la
primera hora -imposibilitado ya de morir por la patria- entonaba solitario, allá por los lejanos
valles, en endechas llenas de sentimiento, las acciones prodigiosas del General Díaz, como el
trovador antiguo cantaba las acciones inmortales de los héroes-dioses”.

Exaltar aquello que conduzca a un orden superior de vida, trascendiendo las


contingencias temporales y terrenales, fue su principio cardinal: “...La muerte en el campo del
honor es un beneficio de los dioses. El valor es un deber imperativo, y continuará siendo en
todos los tiempos la primera cualidad entre los hombres”. El valor como impulso o como
instinto, no a manera de concepto ético, aunque el fin sea una actitud caballeresca. A pesar de
haber ascendido el General Díaz a la categoría de semidiós olímpico, o de héroe-dios, el afán
que lo guía es el de acercar al arte de la guerra una predisposición de caballerosidad. “Hubiera
deseado él -afirma Godoi- mayor equidad en sus condiciones de lucha. Que el combate,
rigiéndose por leyes de lealtad, se impusiera con armas aproximadamente iguales, los
beligerantes frente a frente, en campo abierto, a la luz del día, para que las acciones heroicas,
colectivas o personales, el valor, la serenidad y el esfuerzo abnegado, merecieran resonancia
duradera e inmarcesible fama”. Esta concepción netamente romántica se traducirá también en
la elección de paralelos de talla mayor: López y Mitre, López y Díaz, Sarmiento y Portales.
(Dice acertadamente que “Sarmiento poseía la energía despiadada e inflexible de Portales”).

Pese a que uno de sus biógrafos manifiesta que “los estudios anímicos son su
especialidad”, a Godoi no le preocupa en verdad la pura sicología de los personajes históricos
sino en función de los hechos que ellos mismos producen. Todo nace de fuerzas
incontrolables, profundas; Díaz de nuevo en escena: “Estaba ajitado de presentimientos vagos
de fama y lustre americanos, esos delirios anímicos de mero dominio de la fantasía, que

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

escapan al cálculo de las ideas positivas, y que las imajinaciones meridionales y ricas en
ilusiones, son capaces de revelar a un alma soñadora y viril por misteriosa sujestión psíquica
en las nebulosas lontananzas del futuro”. Es decir que el hombre, agente de hechos y hazañas,
no domina, no crece, sino mediante la orientación de esas espontáneas radiaciones psíquicas,
de las que parecer ser, asimismo, simple reflejo. Y esta otra descripción en claro oscuro, retrato
en modo alguno romántico, sino más bien de un realismo impresionante, muestra cómo
subsistía en Godoi, por sobre su propia convicción romántica, la antítesis, visto en hondura, sin
los arabescos de una prosa poblada de artificios: “Más que una religión y una tradición de las
cavilosidades del pasado, el Vizconde de Cabo Frío es un centinela perdido, que el Imperio ha
dejado colocado a manera de punto interrogante en el límite de su naufrajio. Ha sido él testigo
importante del derrumbe de la antigua sociabilidad heráldica y de la perpetración del moderno
réjimen, cuyas atrevidas innovaciones le causan vértigo. En su semblante abatido y su mirada
incierta, lleva la revelación de la dolorosa e indefinible nostaljia que tortura a su alma
acongojada”.

Su estilo, el sentido estético de su prosa, marchan acordes con su concepto imaginativo


de la historia. En ausencia de fuentes -muy escasas son las citadas y casi nunca originales-
había que acudir a la versión de la naturaleza, según Rousseau, al destino natural de la
historia, bien que la presencia del hombre en sociedad difiera raigalmente de sus principios. Su
español “retórico y decorativo” estaba, sin embargo, a la altura de la empresa épica de la que
no parecía, ni quería, ser espectador sino actor muy visible. “Penetramos -son sus palabras-
dentro del maravilloso arte de la literatura pura, como clasificamos esa sección de las letras
humanas que haciendo caso omiso de los atavíos científicos, busca tan sólo su prestijio en la
elocuencia y brillo del estilo”. No entran en su consecución la voluntad ni el esfuerzo;
“únicamente tienen libre acceso a sus dominios -finaliza Godoi- aquellos que viniendo al mundo
recojen su ventura de las valquirias aladas, heraldos de la fama”. Por encima de esto surgen
“aquellos pestilentes esteros inhóspitos”, los “abruptos bosques del Chaco” y las “densas
brumas, más oscuras que la noche (que) se ajitan a su rededor en lontananza, sobre
crespones funerarios”.

Puente entre dos épocas -la que termina en Ramón Zubizarreta y empieza en Cecilio
Báez- pudo asistir sin embargo a la preminencia del novecentismo y a la iniciación de un nuevo
sentido de la historia, al margen de cuya polémica con O’Leary (1902) le vemos ubicado, pero
puesta en favor de su pueblo la mano sobre el pomo de la espada, o mejor, de su pluma,
caballero siempre, aunque de ella surgieran de tanto en tanto, como repulsa de la realidad,
adjetivos tremendos e implacables, uniendo así la reverencia a la estocada. (1963)

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Juansilvano Godoi Volver al Índice

Incursionar en el mundo anímico, literario o histórico de don Juansilvano Godoi (así dio en
firmar, aunque se le conociera comúnmente por “Don Silvano”) no es tarea fácil. Tampoco en
los términos apenas asequibles de su biografía. La medias tintas, las sombras, el toque
dramático, la pasión polémica -en relación con lo anterior- configuran su perfil romántico. Pero,
a pesar de apresurados juicios de la posteridad, no fue en modo alguno una “vida novelesca”,
ni en la Argentina, donde trascurrieron, discontinuamente, veintitrés años de su existencia, ni
aquí desde 1895 y hasta el resto de sus días.

Según el más acucioso -y hasta ahora único- de sus biógrafos, don Silvano Mosqueira
(1875-1954), nuestro escritor se ausentó del país con sus hermanos, en 1864, de acuerdo al
pedido que hiciera al Presidente de la República, el entonces Brigadier General don Francisco
Solano López, su madre, doña Petrona Echagüe, emparentada con notorias familias
argentinas. (El parecer del padre no ha trascendido).

Si alguna novela cabe registrar ella no será otra que la del mismo joven Silvano, quien
nacido en la Asunción el 12 de noviembre de 1846 (no 1850) tenía ya, al estallar la guerra
contra la Triple Alianza, entre los 18 y los 19 años de su edad. ¿Por qué no regresó -sería la
obligada pregunta- para sumar sus esfuerzos a la defensa de la patria en llamas? Nadie lo
sabe; ni él se dignó conceder la menor aclaración: Sus contemporáneos, incluido el Padre Maíz
-de quien fuera severo y a veces injusto adversario- tampoco se lo exigieron.

Apenas si se conoce el dato de que cursó estudios en el Colegio de la Inmaculada


Concepción de Santa Fe (Argentina), regido por los jesuitas, y que uno de sus condiscípulos
fue el poeta oriental Juan Zorrilla de San Martín.

Lo cierto es que don Silvano retornó a esta capital luego de su ocupación por tropas
extranjeras el 5 de enero de 1869. Su actuación comienza a cumplirse a partir de esa fecha,
prolongándose por espacio de ocho años. En 1877, el 12 de abril, tiene lugar el movimiento
armado del que era artífice principal y que tuvo por consecuencia el asesinato del Presidente
de la República, don Juan Bautista Gill, en pleno centro de la ciudad, y el posterior e
inexcusable, cinco meses después, de los presos políticos detenidos por esos motivos en la
cárcel pública y que costó la vida a su denodado defensor, el Dr. Facundo Machaín. Poco más
tarde don Silvano insistía en sus aportaciones bélicas, las que, al fracasar, lo retuvieron en

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cultura nacional.

Buenos Aires, donde sus inquietudes canalizarían por caminos menos violentos y donde pudo
desarrollar una vocación intelectual que todavía no se había manifestado en plenitud.

Desde aquellos tiempos no fueron muchas las noticias que se tuvieron sobre él. En la
“cosmópolis” porteña trabó amistosos vínculos, que se columpiaron entre los bienquistos del
círculo áulico del Presidente Juárez Celman (allá por el 1889), como Ramón J. Cárcano, que le
dedicara una colorida e interesante estampa, hasta el Dr. Aristóbulo del Valle -aficionado
también a las artes- enérgico opositor a los desmanes institucionales y financieros que
culminaron en la denominada “Revolución del 90”.

La verdad es que don Silvano supo capitalizar aquella residencia gracias a hábiles
especulaciones, que le valdrían una sólida posición económica. Eso le permitió abrir un salón
de recepciones y codearse con la mejor sociedad de aquella época. Una de sus hijas, Leticia -
después señora de Díaz-Pérez- nació en el palacete de la Avenida Santa Fe, en tanto sus
hermanos varones veían la luz en el Paraguay por disposición del progenitor, reducido a
obligado exilio.

Volvió a su tierra el 7 de abril de 1895, acogiéndose a la amnistía decretada por el


presidente Eguzquiza. Y lo hizo con algunos cuadros y esculturas -adquiridos por mediación
del pintor argentino don Eduardo Schiaffino- y con muchos libros, que formaban su “Biblioteca
Americana”, de la que nunca quiso desprenderse y que sus herederos donaron al gobierno en
ocasión de la venta de su Museo de Bellas Artes en 1940. El Estado pagó la primera cuota y
del resto -hasta ahora- se ocupó el olvido.

Tenido por polemista temible -no deben soslayarse sus dardos contra don José Segundo
Decoud (1897), el Dr. Cecilio Báez (1910) y el Padre Fidel Maíz (1916)- contemporizó, sin
embargo, desde el reducto personal y cultural de su romanticismo, con los jóvenes
novecentistas que a pesar de todo insinuaban el modernismo y pudo así constituirse en el
símbolo de aquella cena con que el grupo de La Colmena iniciara sus actividades literarias y
gastronómicas el 19 de octubre de 1907.

Don Silvano, que en tan extenso bregar no dejó escritos más de cinco libros e igual
cantidad de folletos, murió en la Asunción el 27 de enero de 1926. Desde 1903 desempeñaba
la Dirección General de Archivos, Bibliotecas y Museos de la Nación, organismo creado dos
años antes y no expresamente para él, como se sigue diciendo. Intentó ser el promotor de la
gloria única del general Díaz, excitación histórica que hoy pocos recuerdan.

(1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Enrique Solano López Volver al Índice

Es interesante destacar que la mayoría de los integrantes del romanticismo paraguayo -a


excepción de Natalicio Talavera- hizo sus estudios o recibió educación superior en Europa.
Otros, como Gregorio Benítes y Juansilvano Godoi, refinaron allá los bienes de cultura, que
recibieran en el solar natal el primero y en la Argentina el segundo. Con ellos surgen y se
afianzan los elementos de un proceso que tendrá proyecciones tanto en el plano intelectual
como en el de la enseñanza.

Enrique Venancio López es, entre ellos, uno de


los más representativos. Había nacido en la Asunción
el 2 de octubre de 1858, segundo de los hijos del
Mariscal Francisco Solano López y Elisa Alicia Lynch, y
el mayor entre los otros dos que sobrevivieron a la
guerra: Federico Lloyd Morgan y Carlos Honorio.
Dianas y campamentos asombran su niñez y lo
acostumbran bien pronto a ese espectáculo. Vestido de
militar acompaña a su familia a través de la contienda.
Antes de la tragedia de Cerro Corá, por disposición del
padre quema el archivo particular, junto con su
hermano Panchito.

Producida la derrota le toca presenciar la escena sangrienta del fin de su progenitor y de


su hermano y asiste al lúgrube enterratorio de ambos. Comparte con su madre el calvario:
Concepción, Montevideo, después Europa, a donde llega en los últimos días de 1870, a bordo
del “City of Limerick”.

Hace sus cursos primarios en Inglaterra, en el St. Joseph College, y los secundarios en
Francia. Su paso por las aulas no fue muy prolongado, pero sí lo suficiente como para brindarle
una orientación de cultura que caracterizó su actuación política. “En Europa donde realizó sus
estudios y a pesar de no tener preparación universitaria, adquirió un claro concepto de las
cosas y del valor de la instrucción, dando una marcada importancia a la cultura intelectual, alta
y bella condición ciudadana que lo caracterizó sin egoísmo y con la que más tarde supo alentar
a la juventud de su patria, propagando sanos ideales”. Ha de recordarse que al poco tiempo de
regresar al país es incorporado con Manuel A. Amarilla a la sección literaria del Instituto

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Paraguayo, donde ya actuaban Manuel Domínguez y Fulgencio R. Moreno. En enero de 1896


presenta solicitud de matrícula en la Facultad de Derecho, con antecedentes de haber cursado
el bachillerato en París, mas las circunstancias de la vida lo obligaron a no insistir en tal
propósito. Sin embargo “poseyó una cultura superior, en la que se destacó su fina educación
de hombre de mundo, de maneras afables y correctas. Pero sobre todo su temperamento, su
yo interior, era de los escogidos”.

Don Enrique intentó siempre volcar los ideales propios de su época en el sentido de la
acción misma y dirigidos a una promoción que pudiera elevarse por sobre las limitaciones del
ambiente, dotando así al Paraguay de una concepción de la existencia que ayude a distinguir,
incluso, su quehacer americano.

Soñaba, pues, con una generación caballeresca “que sintiera los mismos nobles ideales
del medio donde bebió su educación y en obsequio a ese sueño prodigó a manos llenas todas
las exquisiteces de su espíritu, todas las fuerzas de su dinamismo superior”. No quería que
sobre las nuevas juventudes de su patria llegara a asentarse esa condición de discipulado sin
magisterio, en el plano moral e intelectual, que llevó a su misma generación a una orfandad sin
atenuantes, de la que eran muestra la carencia de la guía paterna y una disciplina
indispensable para decidir el rumbo preciso.

El problema de los románticos paraguayos fue ése: el de crecer fuera del país o entre sus
ruinas, y tener que legar al grupo siguiente la tarea tremenda de levantar una nación poco
menos que de la nada, desde sus instituciones a sus gentes.

Tenía don Enrique un carácter metálico, hecho a todas las adversidades. “Voluntad de
hierro, nunca lo abatieron los golpes de la vida. A este carácter irreductible hermanaba la
nobleza de su alma. Nunca supo de bajos rencores, y era suficiente un rasgo generoso del más
enconado de sus adversarios, para conquistarlo por entero”.

Nunca transó con la mediocridad, con la “áurea mediocritas” de los advenedizos. Un aire
de otro tiempo o de otra época, imponía respeto a su paso. Es exacto el recuerdo de Pane:
“Así como la flor infaltable en el ojal de la levita, complemento físico de su delicadeza
moral...había en su espíritu de hombre público una inmensa flor invariable también, la flor del
altruismo”, y termina: “Aquí, donde el mercantilismo trae metalizadas todos las cosas, hasta las
ideas, y endurecido el corazón, él había puesto escuela de desinterés”.

Era en realidad un “raro”, o mejor dicho, un romántico, incomprendido para muchos. Por
eso, “se le llamó Quijote, suprema expresión de nobleza humana que la inconsciencia no llega
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

a comprender y la envidiosa impotencia aparenta desdeñar. Lo fue así en cuanto amó todas las
grandes cosas del espíritu y del corazón, y lo fue, sobre todo, en el sentimiento patrio”. Ese
modo de ser lo expuso siempre al peligro, aún por causas que no fueran las propias. Caballero
a la antigua, “en su pecho, bajo el barniz de un puritanismo inglés, palpitaba el corazón de Don
Quijote. Era un gran romántico y un poseído de la visión radiante de la patria”.

El medio y la época no eran aparentemente, los que habría preferido. Estaba más allá del
marco de la ciudad, como viniendo de regiones distantes: “Siempre ha vivido tocando con su
frente las estrellas. De pie sobre su miseria y su pobreza como sobre un pedestal, se le vio,
aún en las horas de borrasca, erguirse como la encarnación simbólica del honor caballeresco y
del carácter”. Porque Don Enrique era un carácter “insensible a la fortuna fugitiva,
imperturbable ante la constante adversidad”. De no ser así, otro tenía que haber sido su
camino. “Testigo de sus más íntimos sacrificios (dice O’Leary) lo vi siempre igual, firme,
caballeresco, bueno, ingenuo como un niño, generoso hasta lo increíble, idealista, soñador,
atacado de un delirio patriótico incurable”. Ante el espectáculo caótico de su imprenta
empastelada, en una de las etapas de su batallar, su temple se endureció más y de su sonrisa
imperturbable nació la esperanza. A los tantos días el diario volvía a editarse.

“Silencioso incomprendido, superior a su propio destino”, su temple estaba más allá de las
miserias cotidianas. Su infancia y su adolescencia habían sentido el acíbar de la tristeza, de la
fatalidad, de la implacable persecución. Diecisiete años apenas tenía cuando regresó al
Paraguay con su madre, una mañana del otoño de 1875, a invitación del Presidente Gill. Pero
enseguida un núcleo de damas de sociedad, elevando el tono de la iracundia, se moviliza, y a
las quince horas de la llegada emisarios oficiales obligan a Elisa Alicia Lynch y a su hijo a partir
nuevamente.

Años después, el señor Francisco Cordero, poseedor de bienes comprados a los


herederos de la señora Lynch, logra que un juez disponga inscribirlos en el Registro de la
Propiedad. Dos décadas han transcurrido.

En Buenos Aires, donde se ventila pleito análogo, defienden los intereses de Don Enrique
los doctores Hugo A. Bunge, Bonifacio del Carril y Aristóbulo del Valle. Mas, en Asunción un
grupo de señoras presididas por Da. Susana C. de Céspedes y Da. Atanasia Escato de
Bareiro, en número de ciento cincuenta se dirigen al Presidente Eguzquiza para que llame la
atención al agente fiscal. “Estamos conmovidas de indignación -señalan- en presencia de un
acontecimiento que reviste los caracteres más odiosos e irritantes en la historia del pueblo

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

paraguayo” y terminan preguntando quién no se estremece al recordar a Elisa Alicia Lynch.


Meses más tarde, al aparecer en un diario asunceno una nota en la que se anuncia que Don
Enrique ha de presentarse a los Tribunales reclamando los bienes de su madre, insisten las
mencionadas damas en su pedido al Presidente, a la vez que solicitan la intervención del
ministerio fiscal. En estos trances lo evoca O’Leary: “Ultrajado en su madre, befado en su
padre, escarnecido en su condición de hijo, perseguido siempre, hoy en la cárcel, mañana en el
destierro, sin dejar un solo instante de sufrir las acometidas del odio, los golpes de la
adversidad, las estrecheces de la miseria...no declinó su estoicismo, no se dobló nunca ese eje
interior que mantiene firmes a los grandes predilectos del dolor”.

Don Enrique había viajado desde París a Buenos Aires en 1880, cuando la capital porteña
estaba alterada por los fragores de una revolución. Al año siguiente lo hallamos en Corrientes,
donde cruza correspondencia con Don Juansilvano Godoi, a quien había conocido en el Viejo
Mundo.

Radícase en Buenos Aires y allí inicia el estudio de la enseñanza agrícola, cuya aplicación
tanto le apasionara, y que “deseaba implantar en el Paraguay en forma completa y
provechosa”. Vuelve a su patria bajo el gobierno del Gral. Eguzquiza, en 1895, el mismo año
en que “las distinguidas señoritas de Torrá”, educacionistas argentinas, son contratadas para
dirigir la Escuela Graduada para Niñas de Villa Rica, siguiendo el ejemplo de Adela y Celsa
Speratti, empeñadas desde 1890 en esa tarea.

Tocará a Don Enrique, por su parte, organizar institutos similares para varones. Desde
1896 su nombre queda ligado al prestigio de la enseñanza paraguaya. El Presidente Eguzquiza
lo designa Superintendente de Instrucción Pública, “cargo en el que demostró su gran amor por
la enseñanza, abordando los problemas educacionales con criterio práctico y encuadrándolos a
las necesidades del país, cuyo progreso fue como una obsesión para su espíritu”.

Había conseguido la colaboración de varios jóvenes, que prestaron a su labor intensidad y


dinamismo. “La enseñanza en cualquiera de sus formas -indica el Dr. Mendoza- cuya extensión
y eficacia deseaba como un apostolado, ha tenido en él, desde la dirección de la Instrucción
Pública, y fuera de ella, al propulsor sincero y convencido de la importancia de la cultura
intelectual”. Ese era su ideal: ver a la patria ilustrada, continuar el lejano emprendimiento de su
abuelo Don Carlos, que la guerra truncara sin piedad. Veía siempre como “un fantasma
formidable” al analfabetismo, al que combatió sin tregua “con su más decidida voluntad y la
más profunda convicción”.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Un incidente desgraciado lo alejó de aquel quehacer que comenzara con la contratación


de los docentes argentinos Amalia Iraola de Santa Marina, Corina Echenique y José María
Monzón. Vale la pena mencionar el hecho: era a mediados de 1898, exactamente el 19 de
marzo. El profesor argentino Francisco Tapia -que se había adelantado a sus colegas al ejercer
la dirección de la Escuela Normal- fue avisado por la regencia del establecimiento que los
alumnos venían adquiriendo para uso escolar un cuaderno con la efigie y la biografía del
Mariscal López, circunstancia que podría contribuir a desnaturalizar la moral y la verdad
histórica. Además, dicho esbozo biográfico consideraba al Mariscal, por entonces
absolutamente interdicto, como a una de las grandes figuras de la historia. El profesor Tapia,
buen maestro, excelente pedagogo, pero en extremo apasionado y con evidentes prejuicios en
la materia, dispone reunir en la primera hora de clase del lunes 21 a los 50 alumnos-maestros,
y luego de sucesivas alusiones a Nerón, y a Calígula y basándose en el conocido decreto del
Gobierno provisorio, o sea el Triunvirato, queda resuelta la prohibición del uso de tales
cuadernos, medida que se hace extensiva a la Escuela de Aplicación. Ese hecho da lugar al
famoso incidente López-Tapia. Blas Garay, desde “La Prensa” y otros periodistas de combate,
responden airadamente al profesor argentino, pero Don Enrique, en un rasgo de delicadeza
muy propio de su espíritu, renuncia al cargo.

Luego vendrá su aporte a la enseñanza propiamente dicha desde las cátedras de inglés,
francés y geografía nacional, que dictaba en el Colegio Nacional, en la Escuela Normal, en la
Escuela de Comercio y en el Colegio Mercantil de Niñas. “Amigo y compañero de sus alumnos
enseñaba a sus discípulos las costumbres, con las prácticas que viera; sus ejemplos tendían
constantemente a demostrar cómo en otros países, se inculca al niño, al educando, el cariño a
su terruño, el amor a su tierra natal, la idolatría del sentimiento patrio”. “Profesor culto y de
formas suaves (lo evoca un colega) era escuchado siempre con profundo interés”.

Aunque metódico en el trabajo constante y en la cátedra, no le interesaban los principios


pedagógicos, que estaban demás para él; esa actitud de libre disposición espiritual “formaba
parte de su naturaleza, era su genio y con su genio se fue”.

Descendió también a la caldeada arena del periodismo como un medio para reivindicar la
memoria de su padre.

Después del golpe de estado del 9 de enero de 1902 acompaña a O’Leary en su conocida
polémica y actúa en el diario “La Patria”, que sostienen sus manos “con la serenidad y la calma
proverbial del hombre público” que comprende que la justicia de la historia es inexorable.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Previamente ha colaborado en la organización de la Dirección de Estadística, “trazando a


grandes líneas el programa de la estadística nacional”. Sábese que con su reconocida
minuciosidad “tenía documentada la situación del país desde los tiempos de su abuelo”. Su
adhesión al periodismo proseguirá el 9 de mayo de 1905, en que se desempeña en la dirección
de “La Tarde”. Al año de su muerte Rufino Villalba trazará su silueta de periodista y casi de
inmediato lo recordarán Luis Alberto de Herrera, Juan E. O’Leary, Manuel Domínguez y
Natalicio González.

En 1917 es elegido senador; culmina así su trayectoria, resultado de la consideración que


rodeó el último período de su vida. “Su banca de legislador, conquistada en buena ley, y su
breve actuación en el Parlamento, han merecido general aplauso de la opinión pública que veía
en ello la realización plena de una aspiración unánime de justicia histórica”. Ecuanimidad y
serenidad son sus características en la oposición, “sin que el éxito extraviara su juicio en los
debates y el estudio de los grandes problemas de la nación”. En carta enviada al Dr. Prudencio
de la Cruz Mendoza, un mes antes de su fallecimiento, expresa: “Hemos resuelto no hacer
política partidaria, y sí esencialmente nacional y tratar de enderezar los asuntos públicos”.

Una actividad desinteresada distinguió a Don Enrique y ella ha de contribuir sin duda a la
perdurabilidad de su nombre: el cultivo de la bibliofilia. Al trasladarse a Buenos Aires había ya
iniciado sus investigaciones bibliográficas sobre la guerra contra la Triple Alianza. Manuel
Gondra llega a calificarlo como “el más diligente de los bibliófilos paraguayos” y agrega que es
“inestimable y abundante” su biblioteca. En su difundida carta a Blas Garay -residente por
aquellos años en España- Gondra alude a una información que no ha tenido el cuidado de
anotar, “pero sé (dice) que Don Enrique Solano López la tiene anotada en su cartera de viaje”.
Y por último se refiere a las “exploraciones de bibliófilo” que Don Enrique realiza en Brasil.

En el volumen que contiene el catálogo de su biblioteca -joya poco menos que inhallable
en la bibliografía paraguaya y fuente aún hoy de imprescindible consulta- puede advertirse la
primacía de algunas valiosas colecciones: “Historia de los abipones” de Dobrizhoffer, 1822;
ediciones de Azara 1801, 1802 y 1809; “Histoire du Paraguay” de Charlevoix, París, 1756;
también la impresión dublinesa de 1769; el “Contrato social” de Rousseau, en la traducción
efectuada en Buenos Aires, en 1810, por Mariano Moreno; “Ensayo de historia civil” del Deán
Funes, 1816; el “Memorial” de Fray Bernardino de Cárdenas, 1662; una rara “Histoire du
Paraguay” de Celliez, en dos tomos, París, 1841; el “Catecismo positivista” de Augusto Comte,
vertido por Miguel Lemos en 1890; todo ello sin contar las obras que directamente se refieren al
Paraguay.
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

En la madrugada del 19 de noviembre de 1917 murió Don Enrique Solano López.


Presidieron el duelo el Vicepresidente de la República y titular del Senado y el Presidente de la
Cámara de Diputados. Tres cañonazos anunciaron su partida desde el Congreso y otros tres lo
despidieron en la Recoleta, donde fue sepultado con los honores de general de brigada. Y la
oración que le dedicara Manuel Domínguez: “¡Adiós, inolvidable amigo! Acabaste como has
vivido. Sonreías a la muerte “como se sonríe a una mujer”. Romántico soldado de la causa
nacional, no se borrará de nuestra memoria tu perfil enérgico y airoso, y al revés de otros que
mueren y morirán con la derrota de su última esperanza, caíste convencido de que tu visión
patriótica queda victoriosa en los que te seguimos en la senda de la vida. La posteridad a quien
apelaste te ha vengado. Alma fuerte y caballero sin tacha, has cumplido lealmente tu juramento
clásico de Aníbal. La estrella fija de la patria, tanto tiempo oscurecida, alumbrará tu sepulcro en
la noche del eterno sueño”.

(1963)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Victorino Abente Volver al Índice

La evolución del posromanticismo, y aún del romanticismo en su conjunto no se


comprenderá sin la presencia de don Victorino Abente, el poeta español nacido en Mugía (La
Coruña) el 4 de junio de 1846 y fallecido en la Asunción el 22 de diciembre de 1935.

Al revés que en otros las circunstancias


anecdóticas de su vida ayudan a comprender. Salido de
su país muy joven y después de un breve periplo marino
hace escala en Buenos Aires, allá por el 1867. Dos años
más tarde llega a la Villa Occidental (hoy Villa Hayes) y
de inmediato en la Asunción, ocupada desde el 5 de
enero por las tropas de la Triple Alianza. No tenía más
carga que su imaginación y sus versos.

Desde aquellos días juveniles hasta sus últimos, ya


nonagenario don Victorino supo entregarse a las Musas
y al ejercicio de un periodismo retozón y epigramático,
tanto en prosa como en chispeantes rimas. E hizo más:
guardó al Paraguay una fidelidad inalterable.

Aquí casó, a poco de haber llegado, con Isabel


Miskowski, hija de don Leopoldo, el militar del mismo
apellido, descendiente de la nobleza polaca, que muriera
durante la guerra de 1864 al 70. Y tuvo varios hijos, formando una extensa familia.

Asediado por la “morriña” (versión gallega del “techaga’u” nativo) hizo dos viajes: el
primero en 1881, permanciendo en su tierra hasta 1885; el segundo se prolongó desde 1907 a
1909. Luego de tomar contacto con su valle ancestral y de sentir en su sangre, nuevamente,
las sensaciones de la raza celta, a la que indudablemente pertenecía, enfiló la proa hacia el
lugar donde se acrecentaron sus ensueños poéticos y donde se había constituido en el
reivindicador del espíritu nacional, abatido por aquella inolvidable (e imperdonable) tragedia.

Es que don Victorino, a pesar de sus antecedentes galaicos, o por ello mismo, se había
constituido por entonces en una personalidad paraguaya, en un nombre insoslayable ya para la
consideración de nuestro proceso cultural. Seguramente tuvo conciencia de ello cuando, en

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

ambas oportunidades, decidió el regreso. Esa fue, también la convicción que tuvieron aquellos
a quienes les tocara asistir al paso del posromanticismo al premodernismo, en el menos que
corto tramo que va de 1900 a 1904.

Porque todo lo que va desde la posguerrra a los comienzos del siglo está signado por la
acentuación posromántica y tal es la característica de un capítulo importante de la literatura
patria. En esos extremos se asienta la vigencia de don Victorino Abente, colaborando así con el
impulso iniciado por sus compatriotas residentes, especie de padres del pensamiento
paraguayo, en una línea que va -según se ha señalado muchas veces- de Ramón Zubizarreta
a Viriato Díaz Pérez.

Don Victorino se redujo al magisterio propio de la prensa periódica y a lo que sabía con
mayor hondura: cantar. De ese modo, al par de versos chispeantes y jocosos, surgieron
poemas de alta inspiración como “La Sibila Paraguaya” (aparecido en Buenos Aires, en 1885,
con una carta de José Segundo Decoud), “Salto del Guairá”, “El Oratorio de la Virgen de la
Asunción”, “Mis tres estrellas” -de acento sentimental-, “Las aves del Paraguay”, un bello canto
a Areguá, ciudad donde residió hasta casi un lustro antes de su muerte y desde la cual enviara
sus retozonas “Epístolas”, dirigidas a su amigo Alejandro Guanes, el autor de “Las Leyendas”.

Los novecentistas le siguieron y, con lenguaje de O’Leary, le amaron. Gondra le hizo


justicia manifestando que había nacionalizado su inspiración; Moreno, Pane y el “cantor de las
glorias nacionales” no dejaron de reconocer su influencia y su ejemplo. Como una excepción a
la mezquindad con que las historias de la literatura hispanoamericana tratan a todo lo que
represente al Paraguay, habrá que recordar el juicio del crítico argentino Julio A. Leguizamón,
quien en su importante obra lo considera como un “curioso caso de adaptación perfecta a la
tónica sentimental paraguaya, sin olvidar por eso a la lengua nativa ni los temas de la tierra
lejana. Las musas gallegas y paraguayas concurren a sostener su inspiración”

A casi media centuria de la ida definitiva de don Victorino, uno de sus nietos, don Cándido
Samaniego Abente, se ha entregado a la tarea heroica de propiciar la resurrección literaria de
su ilustre abuelo. Es el espíritu del viejo poeta que vuelve personificado en uno de los suyos -
modesto y sensible- para incitar al recuerdo de los tiempos líricos, aquéllos en que una lira
hispánica -nunca extranjera- entregara al Paraguay lo mejor de su temple y lo más puro de su
alma.

(1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Delfín Chamorro Volver al Índice

El poema de Ortiz Guerrero -escrito cuando el autor estaba en sus pasos finales- tiene,
aparte de su condición nostálgica, esa otra de retrato moral. “Chamorro” trasunta en versos
elegíacos lo que significara este “profesor de firmeza y de decoro” para varias generaciones de
paraguayos.

Todo está allí, líricamente dicho: “el carácter del agua


transparente” que lo distinguía; la “línea de firmeza de su
vida”; su espíritu libertario, cercano a las tristezas y
esperanzas del pueblo:

“Con humildad de pan daba sustento


a la virtud callada del trabajo
en los hijos sin luz del sufrimiento:
los indoctos, los tristes, los de abajo.”.

Había muerto el maestro Don Delfín Chamorro (15 de agosto de 1931) y esa voz poética
simbolizaba, además de la emoción venida de las aulas, el homenaje de la expresión literaria,
no ajena a las recatadas inquietudes líricas que manifiesta en su juventud (“Todo está perdido”)
y más tarde en su madurez (“Adiós a Ybyty”).

Poco dejó don Delfín, en apariencia: esos versos, otros de intención jocosa, algunas
colaboraciones en el periodismo lugareño, unas lecciones de edición póstuma: “Hacia la
gramática” (1932). Materialmente nada, desde su existencia transcurrió con suma modestia en
su barrio por entonces suburbano.

En cambio muchas cosas quedaron para continuarlo: su espíritu de humanista auténtico,


que tan bien supo captar don Manuel Gondra, aquel caraí guasú que descendiera del poder
con las manos limpias y los bolsillos vacíos; el discipulado intemporal recogido de don Andrés
Bello, mediante el cual pudo sustituir la vigencia de una gramática extranjera por otra propia;
algunos continuadores que en la docencia siguieron su norma: Juan C. Díaz, J. Inocencio
Lezcano y sus hijos Luis A. y Gustavo Adolfo. Y también el recuerdo de aquella “escuela de

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

educadores del Guairá”, que él integrara con Ramón Indalecio Cardozo, Atanasio C. Riera,
Simeón Carísimo, Nicolás E. Sardi, Clotilde Bordón, Juan F. Giménez..

Puede afirmarse que a más de medio siglo de su muerte el magisterio de Don Delfín -
afianzado en la versión oral de quienes lo conocieron a través de las épocas- no ha perdido su
realidad ni su impulso. Supera la tradición y llega hasta nuestros días como ejemplo de lo que
en su imagen iluminara el poeta, su coterráneo.

Una sociedad mercantilista y amonedada, como la que se está construyendo en nuestros


días con la eufemística denominación de progreso, no podrá dar guías de la estatura intelectual
y ética de Chamorro y menos alumnos y egresados que reciban su norma y que ella sirva, a la
vez al ejercicio de una conducta.

Porque lo que está vacante es la figura carismática del maestro, de algún maestro con
sentido apostólico y moral, como lo fue este grande de la educación nacional. No el rábula de
la pedagogía rara y complicada que sólo cumple en las aulas para satisfacción de la pedantería
foránea, sino el de la simple y sencilla enseñanza que mira ante todo el corazón de sus
discípulos, la disciplina de su mente y la limpieza de su alma.

A lo largo y ancho de nuestra América se advierte este vacío, esta ausencia, y en los
muchachos que comienzan su adolescencia prácticamente solos, eso que un rioplatense ilustre
calificara, no hace mucho, de “una ansiedad discipular sin respuesta”.

Don Delfín Chamorro (nacido un 24 de diciembre de 1863), heredero de nuestro


posromanticismo y manifestado en él, representa una categoría moral, una capacidad de
conducta semejante a la que encarnaran Alejandro Korn, en la Argentina; Carlos Vaz Ferreira,
en el Uruguay; Manuel González Prada, en el Perú y Francisco Giner de los Ríos en España,
entre otros.

La lección del maestro Chamorro no ha terminado, pues cuando los vivos no aciertan el
camino, corresponde a los muertos indicarlo.

(1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El primer Ateneo Paraguayo Volver al Índice

La historia del primer Ateneo Paraguayo comienza el 28 de julio de 1883 -hace noventa
años- y se extingue, sin fecha precisa, en 188978. El tramo de su actuación corresponde a lo
que don Arsenio López Decoud denominaba “el gobierno de los viejos generales”79: inaugura
sus actividades durante la presidencia del Gral. Bernardino Caballero (1880-1886) y las finaliza
bajo las del Gral. Patricio Escobar (1886-1890). Dos institutos de enseñanza habían sido ya
fundados: el Colegio Nacional y su anexa Escuela de Derecho, segunda en la historia de la
enseñanza oficial. El Ateneo desaparecerá en vísperas de la creación de la Universidad
Nacional80. Entre sus integrantes más entusiastas figuraron el Dr. Benjamín Aceval, a cuya
iniciativa se debe la existencia del Colegio81, y don José Segundo Decoud, que no sin esfuerzo
pudo lograr la apertura de los claustros universitarios82.

Contemporáneos de esta entidad fueron otros dos Ateneos ríoplatenses: el de


Montevideo, que en las últimas dos décadas del siglo anterior cobijara la polémica entre
espiritualistas y positivistas83 y el de Buenos Aires que funcionaba en 1893, con la presidencia
de Carlos Guido y Spano y que no obstante el marcado tradicionalismo de algunos de sus
miembros (Obligado, Oyuela), acogió ese año con simpatía al recién llegado Rubén Darío84.
Hubo otro, más al norte del continente, en México, entre 1909 y 1914, en el que la juventud
libraba batalla contra el pensamiento “científico” impuesto por la dictadura de Porfirio Díaz85.

78
Según Juan Francisco Pérez Acosta (1873-1968) este Ateneo “surgió en 1883 en forma concreta y promisoria. v. Núcleos
culturales del Paraguay contemporáneo, Buenos Aires, 1959, p. 21. Carlos R. Centurión en Historia de las letras paraguayas,
Buenos Aires, 1948, t. II, p. 148 expresa que la biblioteca del Instituto Paraguayo fue formada con la que pertenecía al Ateneo
Paraguayo, “otra institución similar fundada en 1885 y desaparecida años después”. por su parte el citado Pérez Acosta (p. 42),
refiriéndose al Instituto sólo alude al “plantel de Biblioteca”, sin fijar concretamente su procedencia.
79
El otro general era Juan B. Eguszquiza, que gobernó desde 1894 a 1898 y a quien el diario “El Progreso, que le era adicto,
calificaba de “simpático soldado de la Constitución”. López Decoud pertenecía a esa corriente de ideas e integró la redacción
de dicho vocero.
80
v. Ignacio Amado Berino, Doctor Ramón Fermín Zubizarreta, jurisconsulto y educador. En el LXI aniversario de su muerte,
Asunción, 1963, p. 20, 23, 25 y 27. Cfr.: Cecilio Báez, Resumen de la historia del Paraguay... Asunción, 1910, p. 208.
81
Berino, ob. cit., p. 23 y Báez, ob. cit., p. 208.
82
Berino, ob. cit., p. 25.
83
Alberto Zum Felde: “La época del Ateneo” (En: Proceso intelectual del Uruguay. Del coloniaje al romanticismo, 3ª. ed.,
Montevideo, 1967 t. I, p. 161/172. Arturo Ardao: Espiritualismo y positivismo en el Uruguay. Montevideo, 2ª ed. 1968.
84
Rubén Darío no menciona expresamente al Ateneo a su llegada a Buenos Aires, pero sí a varios de sus integrantes. v.
“Autobiografía” (caps. XXXV y XXXVI) (En: Obras completas. Poesías, Buenos Aires, 1958, p. 44/45. También en los
festivos “Versos del Año Nuevo” (1910): “Paréntesis” El Ateneo / Vega Belgrano. Ezcurra / Discurre. Pedro despanzurra / a
Juan. Surge el vocablo feo: / “Decadente”. ¡Qué horror! ¡Qué escándalo! / La peste se ha metido en casa / ¡Y yo soy el
culpable, el vándalo!...” (v. ob. cit., p. 399).
85
v. Pedro Henríquez Ureña: “Los problemas de hoy (1920 – 1940)” (En: Las corrientes literarias en la América Hispánica,
3ª. reimpresión, México, 1969, p. 191 y 268.

124
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

La reunión constituyente se efectuó en casa del Dr. Adolfo Decoud, en Asunción, teniendo
lugar las sesiones públicas en el club del Progreso. Redactor del acta inicial y secretario de esa
sesión fue Cecilio Báez, que era el más joven de los firmantes con 21 años de edad, en tanto
que figuraba como uno de los más provectos el Dr. Ramón Zubizarreta, con 43. También
aparece allí, además de todos los mencionados, el Dr. Alejandro Audibert (1859-1920).

Entre muchos, prestaron su adhesión, en carácter de asociados, quienes con el tiempo


habrían de ser presidentes de la República: Emilio Aceval (1898-1902), Andrés Héctor Carvallo
(1902), Juan B. Gaona (1904-1905) y el propio Báez (1905-1906).

Propósitos básicos

Dos fueron los propósitos enunciados:

a) Fomentar el espíritu mediante el cambio de ideas;

b) Estas se manifestarán en disertaciones escritas de acuerdo a lo que prevenga el


reglamento. La redacción de éste, por otra parte, había quedado encomendado a una
comisión formada por el referido Dr. Decoud, el publicista argentino Dr. Adolfo P.
Carranza (director de la “Revista Nacional” de Buenos Aires) y don Antonio Codas86.

En 1892 funcionó fugazmente un centro “Cultura Literaria”, presidido por Manuel


Domínguez, que aún era estudiante de derecho, y desde 1895 el Instituto Paraguayo, cuya Revista se
editó desde el año siguiente hasta 190987.

Expresión cabal del Ateneo fueron sus publicaciones, editadas separadamente, pero con
fecha conjunta (1888) e idéntico tamaño (0,16 x 0,25), de acuerdo a la siguiente trascripción:

1) “Ateneo Paraguayo / Composiciones literarias / leídas / en la velada del 25 de octubre


de 1886 / Primer fascículo / Buenos Aires / Imp. de M. Biedma, Bolívar 535 (nuevo) /
1888” (74 p.)88.

2) “Ateneo Paraguayo / Composiciones literarias / leídas / en la velada celebrada en


conmemoración / del 2º aniversario de su fundación / Bs. As. / Imprenta de M. Biedma, Belgrano
(sic) 535 (nuevo) / 1888” (69 p.)89.

86
Carranza fue el autor de la primera biografía del Cnel. Bogado que allí se inserta.
87
v. Pérez Acosta, ob. cit., p. 33.
88
El texto del Cnel. Centurión aparece como conferencia pronunciada en 25 de enero de 1885. Las demás composiciones
corresponden al 25 de octubre de 1886, con excepción de la de Báez, que está fechada el 25 de enero de ese año.

125
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

3) “Ateneo Paraguayo / Composiciones literarias / leídas / en la velada celebrada el 22 de


octubre de 1887 / 3º aniversario de su fundación / Bs. As. / Imprenta de M. Biedma, Bolívar
535 (nuevo) / 1888” (46 p.) 90.

Contenido de los fascículos

El primero se abre con el discurso del presidente, pronunciado “en la velada literaria del
25 de octubre”, no aclarándose el año (p. 3/10); incluye cuatro poemas: “Patria”, del argentino
Leopoldo Díaz (1862-1947) (p. 11/13); “La sibila paraguaya” de Victorino Abente (1846-1935)
(p. 15/20), con dedicatoria a José Segundo Decoud; “Al Paraguay”, de la “maestra y poetisa
uruguaya” María Arias (p. 35/36), y “Rafaela” (p. 37/59), sin especificación de autor, pero que
Pérez Acosta da como del diplomático boliviano Dr. Claudio Pinilla91. Hay además, dos
conferencias: una del Cnel. Juan Crisóstomo Centurión, que aparece sin denominación, si bien
Pérez Acosta proporciona el título de “Sobre el despotismo del Dr. Francia”92, y “Religión e
instrucción” de Cecilio Báez (p. 61/68), clausurándose con un discurso del Dr. Zubizarreta (p.
69/74) a nombre de la junta directiva.

El segundo contiene el discurso de apertura del Dr. Aceval (p. 3/7), continúa con “Leyenda
guaraní” de José de la Cruz Ayala (p. 9/17), uno de los primeros aportes hechos en prosa a la
corriente nativista93. Luego una extensa colaboración: “El Coronel Bogado”, que aunque
sin firma se la identifica como del Dr. Carranza (p. 19/52) y más adelante “Algunas máximas de
Cicerón” del Dr. Zubizarreta (p. 53/64)94 y “La mujer”, de don Jorge López Moreira (p. 65/69)95.

89
Si se toma como fecha de fundación efectiva a 1883 no tocaría al 2do. aniversario. Por lo demás, ninguno de los trabajos
incluidos está datado. Como curiosidad puede advertirse una errata edilicia: en lugar de Bolívar el domicilio de la casa
impresora ha sido desplazado a la calle Belgrano, que corta con aquella.
90
Firma el discurso inicial como presidente, el Dr. José Zacarías Caminos. En el anterior ha figurado el Dr. Benjamín Aceval,
no especificándose en el primer fascículo el nombre del titular. Las composiciones corresponden a esa fecha. Estos tres
ejemplares han sido consultados de un volumen encuadernado con dedicatoria de Juan Francisco Pérez Acosta a Eloy Fariña
Núñez, en enero de 1920. Tal tomo pertenece a la compatriota Profesora Dora Ibarra González, residente en Buenos Aires,
gracias a cuya gentileza ha sido posible la lectura de dicho material bibliográfico.
91
Pérez Acosta, ob. cit., p. 24.
92
Pérez Acosta, ob. cit., p. 23.
93
José de la Cruz Ayala (Mbuyapey, Paraguay, 1863 – Entre Ríos, Argentina, (1892), conocido por el seudónimo periodístico
de “Alón”, presentó esa “Leyenda guaraní” con tal título, que figura en fascículo 2do., p. 9, y que Pérez Acosta trascribe en ob.
cit., p. 23. Centurión, ob. cit., p. 109, lo modifica por “Leyenda del urutaú”, que no es el de la primera versión. Cfr. Báez, ob.
cit., p. 211. O’Leary, antes de su conocida polémica trazó su elogio (En: “La Prensa”, Asunción, 19 de diciembre de 1900, p.
3.)
94
Guido y Spano argumentaba que “el comercio con los autores clásicos fortalece el espíritu” (v. Carta a Ernesto Quesada, en:
“Nosotros”, Buenos Aires, Año XII, Nº. 114. 1918)
95
Recuérdese que el tema del feminismo atrajo sobremanera a los novecentistas, entre ellos Pane y López Decoud. Este
vendría a ser un estimable precedente literario.

126
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Más breve que el anterior es el tercer y último fascículo, que incorpora el discurso del
presidente, Dr. José Z. Caminos (p. 3/11); dos poemas: “Excelsior” (p. 13/20) de Olegario
Andrade, hijo del difunto poeta argentino, como aclara Pérez Acosta96, y “El hierro y el alambre”
de Claudio Pinilla (p. 27/31) y otras tantas conferencias: “El Asia” (p. 21/26), esquemático
ensayo del joven estudiante Manuel Domínguez, y la “Conferencia leída en el Ateneo por José
S. Decoud” (p. 33/46), infiriéndose que se trata del contenido del opúsculo inmediatamente editado: “La
literatura en el Paraguay” (Buenos Aires, 1889)97.

Historia, fines, misión

Los discursos de los respectivos presidentes más que piezas oratorias de circunstancias
constituían una verdadera exposición de propósitos, a la vez que un programa de actividad
cultural. El Dr. Aceval esboza, en el suyo, la historia del Ateneo al recordar que cuatro años
atrás (1883) “un grupo de cerebros entusiastas” se reunía “para dar forma a una asociación
que apartada de las indecisiones del mercantilismo y del lucro, tuviera como centro de acción el
campo también fecundo de la idea” (II, 4).

¿Qué fines cumplía la entidad nacida tan auspiciosamente? El Cnel. Centurión se había
referido en su conferencia a “este naciente centro de ilustración” cuya “plausible y patriótica
idea” es la de “mejorar las condiciones morales e intelectuales del Paraguay” (I, 21). Por su
lado el Dr. Aceval indicará en el siguiente que se trata de un centro “ajeno a las caliginosas
pasiones de la política”, que abre sus puertas sin preguntar nacionalidad, credo político, ni
religión”, afirmando que “basta que sea un amante del saber para que tenga asiento en el
Ateneo” e invita para que vengan “los amigos del Paraguay, los que quieran y busquen su
engrandecimiento y su gloria”... “traiga cada uno una piedra para la construcción de edificio
literario” (II, 4). En cuanto al Dr. Zubizarreta, en su alocución interpreta que “estímulo para el
estudio es el ateneo Paraguayo, que no tiene ni puede tener mejores títulos” (II, 64).

Pero lo que importa ante todo es resaltar la misión que se han impuesto sus integrantes:
Para quien ejercía la presidencia de la institución durante la velada del 25 de octubre de 1886,
este Ateneo “es un modesto centro de luces que nació y vive sus propósitos nobles, ofreciendo
un palenque a la inteligencia que se cultiva para que venga a él a coger laureles sin verter

96
Pérez Acosta, ob. cit., p. 22.
97
Trátase del primer aporte sobre el tema, desde un punto de vista específicamente romántico. El título, como se advierte, le
fue incorporado con posterioridad.

127
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

sangre y sin derramar lágrimas...” (I, 7). En cambio para Zubizarreta debe considerársele como
“el nexo entre la sociedad y los hombres pensadores” para evitar el aislamiento de éstos;
espera, asimismo, que “el entusiasmo juvenil domine al Ateneo aventurándose en ensayos de
todo género” (I, 72).

El Dr. Aceval, en tanto ha calificado de “humilde” a la novel entidad, aguardando que en el


futuro sea recordada como una de las decididas cooperadoras del “refinamiento de la cultura
intelectual del pueblo paraguayo” (II, 4). Debe tenerse en cuenta que el titular inicial había
sintetizado aún más los fundamentos de esa misión: “Nuestros anhelos -dirá- para difundir
conocimientos en las ciencias, las letras y las artes deben ser constantes y metódicos para
conseguir no sólo despertar el gusto por las letras sino llevar a la práctica las teorías que
hubiéramos aprendido” (I, 4). El Dr. Caminos, a su vez, tras de invitar a huir de las “sombras del
pasado” agrega que en medio del porvenir incierto se dibuja “la figura simpática de este “Centro”, que ha
mantenido su cohesión “desafiando las contrariedades” para seguir como “guardia avanzando del progreso,
dirigiendo la marcha de nuestro mundo moral” (III, 10).

Para José Segundo Decoud -teórico literario- “la institución fundada es una nueva tribuna
del pensamiento” (III, 35), pero el año anterior (1886) el Dr. Zubizarreta había ironizado
crudamente sobre la indiferencia pública, manifestando que el Ateneo ha procurado “sostener
algunas cátedras con el objeto de vulgarizar los conocimientos más indispensables a los
ciudadanos de un país libre”, no obstante lo cual “este pobre ensayo” ha tenido que luchar “con
el vacío del local, donde apenas reunía una docena de oyentes recogidos por algún solícito
secretario en las salas de billar”. No obstante, persuade que es hora de que los jóvenes “hagan
aquí sus esfuerzos para descubrir la verdad en el vasto campo de la ciencia y del arte” (I, 71).

Silenciosamente se apagó este primer Ateneo, manifestación inicial del romanticismo


posterior a 1870, aunque no sin que, en menos de dos décadas, se cumpliera el llamado del
anciano maestro: Cecilio Báez, de 25 años, y Manuel Domínguez, de 19, iniciaban allí una
tarea intelectual sin pausas y un rectorado cultural que se prolongaría dentro y fuera de la
Universidad.

(1973)

128
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Los dos Ateneos Volver al Índice

En estos días ha sido recordado el silencio en que transcurriera el “centenario” del actual
Ateneo Paraguayo, señalándose, a la vez, la ausencia de actividades públicas que
determinaran un conocimiento cierto de su quehacer cultural.

Según versiones desprovistas de respaldo documental y aún de la lógica en que fueron


discurriendo los acontecimientos a largo de los años, esta institución que actúa entre nosotros
es la misma que fuera fundada veinte años antes de terminar el siglo.

A pesar de la buena voluntad de poder rendir tributo celebratorio a la única entidad que
habría podido sobrevivir a nuestros avatares temporales y de los otros, no se deduce que esto
pudiera provenir de aquello.

El entusiasmo, o quizá la nostalgia, de don Juan Francisco Pérez Acosta, le hizo intentar
aquel entronque, manifestándolo de pasada, sin el aporte de las pruebas a que era tan afecto
el ilustre publicista nacional.

Pero luego de historiar los inicios del primer Ateneo y de sugerir la aludida continuidad, al
referirse al segundo y nuevo Ateneo creyó conveniente advertir que el nombre tomado de la
fusión del Instituto y del Gimnasio era como un homenaje que se rendía a ese agrupamiento
intelectual de la posguerra. Nada más. Y la verdad es que se trataba no de una prolongación a
todas luces imposible sino del reconocimiento a un esfuerzo pretérito.

Nunca se volvió sobre el tema hasta que hace una década, desde la “Revista del Ateneo”,
se hiciera mención de los noventa años a cumplir en julio por parte de la corporación madre. Ni
siquiera los historiadores locales de la cultura han insistido en la cita de aquellos comienzos y
en su permanencia a lo largo nada menos que de una centuria.

Sabido es que el Ateneo (I) (así habrá que nombrarlo en adelante) nació de la iniciativa
privada el 28 de julio de 1883, en la “casa-habitación” -como dicen las crónicas- del Dr. Adolfo
Decoud, un paraguayo deraciné (hay que expresarlo piadosamente en francés) tanto del
Paraguay, donde había visto la luz, como de la Argentina, donde pretendía haber nacido. Pero
esa es otra historia

que han desnudado los valiosos novecentistas don Juan E. O’Leary y don Silvano
Mosqueira.

129
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Aprobados sus estatutos y reglamentaciones correspondientes, en 1885 pasó a celebrar


sus veladas literarias en el Club del Progreso, Fue redactor del acta de fundación el Dr. Cecilio
Báez -por entonces de apenas 23 años. Ha quedado reconocido como autor de la idea el Dr.
Adolfo P. Carranza, secretario de la Legación argentina, hombre de vastas inquietudes y con
posterioridad dedicado a los estudios históricos en su país.

Por la misma época en que la sociedad concretaba su existencia legal se producía el


regreso del Dr. Carranza a Buenos Aires.

Sus empeños subsistieron y paraguayos prestigiosos como los Dres. Benjamín Aceval y
José Zacarías Caminos cumplieron la tarea de presidir las sesiones y también los actos
públicos, donde se leían ensayos y poesías. Allí lo hizo el joven poeta y diplomático argentino
Leopoldo Díaz, que luego se sumara al movimiento modernista acaudillado por Rubén Darío y
que volviera al Paraguay en 1925. Allí disertaron desde el acatado maestro Dr. Ramón
Zubizarreta y el más tarde mítico “Alón”, hasta un adolescente de seguro porvenir que se
llamaba Manuel Domínguez. Bajo esos auspicios había leído José Segundo Decoud su hoy tan
olvidada como necesaria conferencia sobre “La literatura en el Paraguay”.

Tres fascículos -no otro tipo de publicación- editó el Ateneo en 1888. Y al año siguiente se
evaporaba. Se había producido el canto del cisne.

A poco más de un lustro de levantada la ocupación extranjera y algo atemperada -aunque


no del todo- la borrasca política, esa aparición del Ateneo (I) significaba mucho. Se reunían en
él ciudadanos de distintas tendencias y aún aquéllos que no habían abandonado su tierra
durante la invasión de la Triple Alianza, con los que provenientes de las vecindades retornaron
con las tropas vencedoras cuando la guerra no mostraba -¡todavía!- su terminación.

Puede afirmarse que esa fue la manifestación concreta del posromanti-cismo nativo, que
penosamente y en medio de tantas vicisitudes retomaba el camino inaugurado en 1860 desde
el Aula de Filosofía y a medio truncar tras el desangre bélico. Se nuclean en ese Ateneo (I) los
nacidos entre 1840 y 1860 -con algunas excepciones previas-, sumando su aporte los que han
sido denominados “maestros españoles de la cultura paraguaya moderna” (Ramón Zubizarreta,
Victorino Abente). Ya en 1890 la frágil institución empezaba a ser un recuerdo.

Inmediatamente después de la desaparición del primer Ateneo, en 1893, surge otra


agrupación de efímera vida: “Cultura Literaria”, que contara con el apoyo de Manuel
Domínguez y cuya meteórica actividad fuera cantada en versos eufóricos y a la par
sentimentales por Juan Francisco Pérez Acosta, estudiante de cumplidos veinte años.
130
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Entre tanto, los alumnos del Colegio Nacional de la Capital (o sea el segundo Colegio,
pues el primero duró de 1872 a 1877) esparcían en las aulas sus incipientes aportes mediante
organizaciones internas que exaltaban la pasión por las letras, que se vería reflejada en hojas
que se denominaban “La Juventud” o “El Estudiante”.

Aún en 1891 los periódicos, en la columna editorial, habían incitado a un retorno de las
funciones que con tanto denuedo emprendiera el viejo Ateneo. Mas éste se iba perdiendo en el
olvido tras el desalojo de su local de actos al ser rematado el mobiliario del Club del Progreso
(donde se alojaba) y clausuradas sus instalaciones.

Cuarenta y cinco años más tarde, en época muy diferente y con intereses culturales
propios de la misma, se funda otro Ateneo (que para comodidad del lector pasará a
denominarse Ateneo (II). Ocurre esto a principios de 1934 como culminación de las gestiones
que se venían realizando para confundir en una sola dos entidades que se hallaban en
manifiesta decadencia: el Instituto Paraguayo, iniciado en 1895, y el Gimnasio Paraguayo, en
1913.

Obvio resultará afirmar que los patrocinantes no eran los mismos y que en el acta de
nacimiento no se alude para nada a que este Ateneo (II) sea la continuación del Ateneo (I),
muerto y sepultado casi medio siglo antes. Tampoco se alude a la circunstancia de que viven
aún por ese tiempo el secretario de la antigua sociedad: Dr. Cecilio Báez, y uno de los
colaboradores de las veladas: el Dr. Manuel Domínguez, quienes ni siquiera figuran como
miembros honorarios.

De igual modo no se incluyen los nombres de dos de los participantes de los fascículos:
don Victorino Abente, que residía en Areguá, y Leopoldo Díaz, que se hallaba en la Argentina.
Es más: cuando en 1941 muere el Dr. Báez se publica en la Revista del Ateneo (II) una
necrológica con su fotografía, evocándoselo como socio y como figura ilustre de la cultura
nacional, sin la menor recordación en su calidad de fundador sobreviviente del Ateneo (I).

Habrá que agregar que la citada Revista publicó 20 números y que ni en el editorial del
primero, ni en el resumen de actividades incluido en los sucesivos, se aclara que este Ateneo
sea el mismo de 1883 o por lo menos el heredero de sus ideales.

El Ateneo de 1934 responde -por supuesto- a un tiempo diametralmente distinto, signado


por las últimas manifestaciones del posmodernismo y aún del tercer tramo de la poética
modernista, de la que el fallecimiento de Ortiz Guerrero vendría a ser como el punto final, el
símbolo de una despedida.
131
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Algo faltará para que una corriente renovadora aparezca con los nombres de Julio Correa,
Herib Campos Cervera y Josefina Plá, si es que se toma al año de 1940 como línea de
arranque de lo que se ha dado en denominar -sin mucha discriminación- vanguardismo y cuyo
nombre más trascendente, y el más alto, será el de Oscar Ferreiro.

Este Ateneo (II) cobija muchas cosas, no un segmento de la cultura nacional y su


expresión literaria, según ocurriera con el Ateneo (I). Basta un simple cotejo de temas y estilo
entre los fascículos de éste y la Revista de aquél, para darse cuenta que en modo alguno se
hallan unidos o continuados.

El nuevo Ateneo representa, sí, la fusión de dos imágenes, facilitando la creación de una
sola: tiene las características de universidad popular o academia libre, que distinguiera al
Instituto, y el afán cultural que fuera propio del Gimnasio.

El ejemplo del periodismo nacional resulta por demás elocuente: hay en su trayectoria
numerosos diarios que han extraído de otros más antiguos su denominación, habiendo
repeticiones de hasta tres y cuatro veces, sin que a nadie de la segunda o tercera versión se le
ocurriera celebrar como propio el aniversario de la publicación inicial.

No muy diferente debería ser el caso del Ateneo (II), que no tiene más relación con el
primero que el nombre. Que se diga entonces lo que especificó Pérez Acosta al indicar que se
trata de un homenaje al pasado y no de una retoma de su historia.

(1983)

132
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Los estudios normalistas de Adela Speratti Volver al Índice

La actuación docente de Adela Speratti ha sido poco estudiada; sólo datos fragmentarios
se conocen de ella y no todos en coincidencia. Tampoco es muy pródiga la información en lo
que se refiere a sus antecedentes familiares, pese a que su hermana Celsa le sobrevivió por
espacio de 36 años. Versiones orales adjudican la paternidad de ambas al Coronel Espínola,
muerto en la batalla de Abay. Esto es lo episódico. Menos se sabe aún de sus estudios, salvo
alusiones incidentales y anecdóticas, que no ayudan a formarse una idea del conjunto de
métodos y sistemas que aprendiera y que indudablemente trasplantó al país, donde su
ejecutoria se extenderá por algo más de una década, o sea desde 1890, año del regreso, hasta
el de su muerte, ocurrida el 8 de noviembre de 1902 en esta capital.

De su condición de alumna de la Escuela Normal de


Concepción del Uruguay han quedado algunos testimonios,
que bien vale la pena exhumar. Pero antes corresponderá
explayarse sobre las características de ese establecimiento
educacional, fundado en marzo de 1873, es decir, casi un
cuarto de siglo después que lo fuera el célebre Colegio del
Uruguay, al cual funcionó anexo.

Sus planes de estudio y su reglamentación fueron


trazados por el jefe de Educación de la Provincia de Entre
Ríos, Dr. Martín Ruiz Moreno, habiendo sido tomados
ambos de uno más moderno implantado en los Estados
Unidos de Norteamérica. Se supone que la inspiración
provino del hecho de que por esa época la Escuela Normal
de Paraná -de la que ésta aspiraba a ser un reflejo- estaba
dirigida por el pedagogo norteamericano Jorge Stearns.

Dicha Escuela Normal del Uruguay (lo de Concepción estaba implícito) funcionó primero
como instituto de preceptores, pasando luego, al ser nacionalizado en 1876, a convertirse en
Escuela Normal de Maestras. De su original paranaense habrá de conservar dos orientaciones:
la del curso normal para aspirantes a maestros y la de la Escuela de Aplicación, destinada ésta
a la práctica de la enseñanza de las futuras docentes.

133
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Uno de sus propósitos esenciales consistía en responder al espíritu de formación


femenina, con un sentido práctico; por eso en su programa figuran algunos ramos propios de la
educación de la mujer, como “labores”, y quizá con el mismo criterio se proporcionaba
enseñanza religiosa, puesto que en el hogar es la mujer quien mayor influencia tiene en la
formación individual.

Su primera directora, que lo será durante 25 años, fue Clementina Contte de Allió,
educadora francesa que tenía un concepto amplio y, por aquel entonces, moderno de la
significación del naciente normalismo. Para asegurar su emprendimiento solicitó el concurso de
las madres, y en todo instante, bajo su mando, la escuela habrá de constituirse en un puente
entre la educación y la familia, como quien dice entre el saber y la vida.

¿Qué ofrece en cuestión de aprendizaje, aquel recinto en el que Adela Speratti pasará los
años de su adolescencia? Al respecto puede afirmarse que el régimen de enseñanza está
imbuido de las leyes y principios pestalozzianos y que mediante él, al par que se facilita en el
niño la observación y la discriminación consecuentes, en las alumnas predocentes se fomenta
el hábito del juicio y del discernimiento.

La educación moral se imparte en todo momento y trasciende el mero quehacer de las


aulas. También se atiende al cultivo de la sensibilidad estética a través del dibujo y la música,
principalmente.

Las recomendaciones a las jóvenes practicantes de la Escuela de Aplicación, entre las


que se cuenta Adela, tendían a facilitar la libertad de acción y, por sobre todo, la
espontaneidad. Veamos algunas de esas recomendaciones:

a) No esclavizarse a un plan elaborado, ni a un método;

b) Puede alguna de ellas emplear, si se le ocurre, algún método original;

c) Se recomienda no aprender los interrogatorios del aula de memoria, de manera que las
preguntas puedan fluir con normalidad, dando así la sensación del dominio del asunto;

d) Se sugiere no acudir a recursos preparados ni a las ilustraciones efectistas.

Por otra parte, el cumplimiento de los deberes, tanto para sí como para impartirlos, debe
serlo por convicción y no por imposición “porque el concepto del deber no nace
espontáneamente, sino que se forma a través de la experiencia”.

134
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Los sistemas de enseñanza -de acuerdo al plan vigente entre 1882 y 1885, fecha de los
estudios de Adela- se perfeccionan con la evolución de los métodos. En relación con ellos
queda proscripto el memorismo, en beneficio de la ejercitación de la inteligencia. Los
profesores deben dar, además de las lecturas consideradas obligatorias -cuya nómina se
ofrece en síntesis más adelante- una bibliografía de consulta que contribuya a ampliar los
conocimientos contenidos en los textos oficiales.

En las clases el alumno no es el eterno “convidado de piedra” sino que en torno suyo se
promoverán discusiones o debates dirigidos por profesores, en los que estará permitida la
libertad de opinión para mejor dilucidación de los temas y en ayuda de la formación del juicio
personal de los estudiantes. En lo que se refiere a la conducta y a los actos que pudieran
revelar en los jóvenes la presencia de una verdadera personalidad, serán juzgados y
calificados por un Consejo de profesores.

Aparte de los parciales, el puntaje se obtenía mediante dos exámenes anuales, uno, al
promediar el curso, que debía versar sobre temas fundamentales en preparación, y el otro, al
finalizar el año, que estaba destinado a desarrollar el contenido íntegro del programa. Las
pruebas de suficiencia eran asimismo de capacidad e instrucción. En lo relativo a los exámenes
públicos se sabe que constituían verdaderas fiestas familiares, presenciadas por padres e
invitados.

En el aspecto didáctico-formativo se concede extrema importancia a la práctica


pedagógica, centrada en tres niveles:

1) La observación;

2) La aplicación o las lecciones practicadas en la Escuela anexa;

3) La crítica. Las observaciones se iniciarán en el primer año. Las alumnas-maestras -ese


es el criterio- están distribuidas en todos los grados.

Una vez por semana se las instruye en los principios pestalozzianos, planes de lecciones
y táctica escolar. Igualmente quedan encargadas de observar las clases de las profesoras o de
otras alumnas practicantes.

Dichas prácticas pueden ser diarias. A las alumnas del curso superior se les confía la
enseñanza de las materias fundamentales y las de ejercitación. También se hace la lectura de
críticas formuladas a las practicantes. Estas previsiones están contenidas en el plan de 1881,
que rigió mientras estudiaron en Concepción del Uruguay las hermanas Speratti.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Ha de añadirse que quienes se hubieran destacado en el Curso normal tenían asegurada


la primera vacante en la Escuela de Aplicación al tiempo inmediato al de su egreso. Eso
ocurrirá con Adela, quien pasará a incorporarse como maestra en 1886. Celsa lo hará tres años
después. Las becas para la prosecución de los estudios eran concedidas, indistintamente, por
los respectivos gobiernos nacional y provincial.

Un año antes del ingreso de Adela, por decreto del 7 de enero de 1881, el gobierno del
General Roca fija una nueva reglamentación y plan de estudios. Este tiene una duración global
de cuatro años, dividido en uno del preparatorio y tres del Curso normal. En aquel se estudia
lectura, escritura, aritmética elemental, gramática, francés, historia de la República Argentina,
geografía, moral, labores, religión, costura y bordado en canevá. El primer curso comprende:
aritmética, gramática, geografía, historia de la Edad Media, anatomía, fisiología e higiene,
ejercicios, composición y declamación, caligrafía, dibujo, gimnasia, canto, labor, observación de
las lecciones modelo en la Escuela de Aplicación. En el segundo las asignaturas son las
siguientes: aritmética, geometría, gramática, geografía, historia moderna y contemporánea,
física, química, pedagogía, ejercicios de composición y declamación, dibujo, gimnasia y canto,
labores, observación de las lecciones modelo en la Escuela de Aplicación. El plan para el tercer
curso contiene: aritmética, geometría, literatura, cosmografía, historia nacional, higiene natural,
filosofía, instrucción cívica, pedagogía, ejercicios de composición, dibujo, gimnasia, práctica de
la enseñanza en la Escuela de Aplicación.

Entre 1884 y 1885 la escuela se fortalece con la incorporación de un núcleo de profesores


de Paraná, acentuándose el carácter científico y pedagógico de la enseñanza. De los diez
catedráticos debe señalarse que sólo tres son argentinos. La figura más importante es la
educacionista norteamericana Isabel King, quien supo ser más tarde la verdadera orientadora y
madre espiritual de Adela Speratti.

Miss King -como la llamaban- había nacido y estudiado en Indianápolis, llegando a la


Argentina en 1883, luego de una actuación de casi diez años en su país. En 1884 hace una
breve aparición en Catamarca y casi de inmediato pasa en calidad de contratada a la Escuela
Normal de Concepción del Uruguay, donde ingresa al Curso normal como profesora de crítica
pedagógica y de dibujo; subsiguientemente desempeña funciones de regente en la Escuela de
Aplicación. Entre 1885 y 1887 actúa como vicedirectora de la Normal; tiempo después se
traslada a la ciudad correntina de Goya, a donde lleva a las hermanas Speratti. Más tarde viaja
a su patria, vuelve a Corrientes y luego a Concepción del Uruguay, para morir en Buenos Aires

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

el 10 de junio de 1904. Está sepultada, por disposición testamentaria, en el cementerio de


Goya, donde la gratitud vecinal le ha erigido un monumento recordatorio.

Isabel King es férrea, práctica, una típica mujer de su tierra, “constructiva, tenaz, humana
y sensible”. La enseñanza de la pedagogía sufre una fuerte evolución con su presencia, pues
en ella han influido las ideas filosóficas francesa e inglesa del siglo XIX. Sus lecciones se
basaban en Froebel, Pestalozzi y Rousseau y sus clases se desarrollaban siempre “sobre un
fondo spenceriano”. Además impartía a las estudiantes todas las enseñanzas que podían
asimilar. (No debe olvidarse que se estaba en pleno auge del positivismo).

Adela Speratti ingresa en 1882. Las condiciones para aspirar a un sitio en las aulas no
son del todo fáciles, pues se requiere gozar de buena salud, tener moralidad intachable,
acreditar catorce años cumplidos (Adela tenía 17 por esa época), poseer el consentimiento de
los padres, saber leer, escribir al dictado y las cuatro operaciones de los números enteros,
obtener una de las becas provinciales, pudiendo concurrir como externas las que no hubieran
conseguido tal beneficio. Las aspirantes estaban obligadas al ejercicio de la enseñanza en la
provincia en los primeros cuatro años siguientes a su graduación. Percibirían 40 pesos fuertes
mensuales desde la recepción del diploma hasta la fecha del nombramiento. Los requisitos
indican que al término del plan de cuatro años se efectuará un examen final, oral y escrito, el
primero sobre asignaturas del plan y el posterior sobre pedagogía.

La joven paraguaya egresa con el título de maestra en 1885, siendo sus compañeras
Laura Allende, María Colombo, María Miguens, Victoria Olivera, Agustina Canales, Regina
Plaza, Adela Sobrero, Rosario Noailles y Modesta Salaverry, muchas de ellas de brillante
trayectoria en la educación argentina. A la promoción inmediata pertenece Celsa.

Al año siguiente Adela se incorpora como maestra a la Escuela de Aplicación,


acogiéndose a lo dispuesto por el plan de 1881, en el que se estipulaba que las alumnas “que
obtuvieran distinguido en todas las asignaturas tendrán derecho a ser nombradas preceptoras
de la Escuela Normal”. En 1887 es nombrada secretaria-contadora del Curso normal, y un año
después figura además como bibliotecaria. Por su parte Celsa, en 1889, enseña en la Escuela
de Aplicación.

Los torneos literarios, que fueran uno de los rasgos distintivos tanto del Colegio como de
la Escuela, siguen realizándose con la participación de “aventajadas alumnas”. El periódico El
Uruguay, del 9 de agosto de 1885, consigna la noticia de un discurso pronunciado por Adela
Speratti, cuyo tema es: “Importancia de las ciencias naturales en la educación de la mujer”. La

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

disertación ha sido dividida en dos puntos: 1) Su necesidad en el hogar; 2) Su papel en la


sociedad.

Adela manifiesta en su trabajo que cumple un deber complaciendo a la dirección y


profesores de la Escuela Normal “a quienes debo el don más precioso con que puede
engalanarse la mujer, es decir: la instrucción”. Y aclara que es esa la primera vez que se
presenta ante el público en un “torneo de la inteligencia”. La mencionada publicación agrega
que la pieza oratoria de la maestra paraguaya “es una filigrana literaria y científica sobre un
fecundo tema tratado con admirable síntesis”.

Al recordarse el 65 aniversario de la Escuela, en el capítulo correspondiente a su obra


civilizadora y a la que realizaran las egresadas en lo que allí se denomina “tierra extraña”, se
alude a la tarea efectivizada por las hermanas Speratti, quienes “cumplieron una función
educadora-instructiva de gran significación y fueron sembradoras eficientes y generosas”. En
esa evocación queda señalado que ambas emprendieron una “verdadera cruzada contra la
ignorancia y el analfabetismo” y que en el Paraguay organizaron la Escuela Graduada y la
primera Escuela Normal de Maestras. Y nombra entre sus discípulas a docentes paraguayas
de relevante misión pedagógica, entre las cuales cabe citar a María Felicidad González,
Concepción Silva de Airaldi, Serafina Dávalos, María Casal Ribeiro de Vierci.

Por esas aulas entrerrianas pasa Adela Speratti, por aquella Escuela que fuera alma
mater de la enseñanza y que juntamente con la de Paraná simbolizara por mucho tiempo, en el
Río de la Plata, las aspiraciones de modernidad y progreso social propias de la época. Y algún
día habrá que referirse a dos de las maestras argentinas que siguiendo los huellas de las
hermanas Speratti llegaron al Paraguay cinco años después, o sea en 1895: las docentes
Lorenza y Honoria Torrá (luego señora de Vico), quienes habían egresado en 1888 y 1890
respectivamente. La primera organizará la Escuela Graduada Nº 2 de Villa Rica del Espíritu
Santo, ejerciendo hasta 1907; la segunda, en tanto, será directora de la Escuela Graduada Nº 2
de la Asunción, en 1901. En 1903 reemplaza a Celsa Speratti en la regencia y luego en la
vicedirección de la Escuela Normal cuando ésta ocupe la dirección dejada vacante por el
fallecimiento de Adela. Las hermanas Torrá volverán a su país a comienzos de 1909.

Con ellas culmina una larga serie de maestros argentinos que contribuyeron a la
evolución de la enseñanza en el Paraguay en una trayectoria que se extiende a los treinta
años. A su posterior asentamiento concurrirán, a su vez, los maestros paraguayos que fueran
especialmente a graduarse de profesores en la Escuela Normal de Paraná entre 1902 y 1910.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

La nómina de los docentes rioplatenses a que se ha hecho alusión, aunque por supuesto
sin agotarla, puede ser encabezada por la figura prócer de don Juan Pedro Escalada, guía de
tres generaciones de paraguayos, juntamente con el sacerdote José Joaquín Palacios, de la
misma nacionalidad. A tales nombres pueden sumarse -además de las citadas hermanas
Torrá- los de Fidel Sáenz Cavia, Antenor Gerez, Clodomiro Rodríguez, Francisco Tapia,
Fortunato Toranzos (padre del poeta Fortunato Toranzos Bardel), Amalia Iraola de Santa
Marina, Corina Echenique y José María Monzón.

El ejemplo dejado por Adela Speratti, que regresara a la Asunción gracias a los desvelos
del por entonces Superintendente de Instrucción Pública, don Atanasio Riera -recibido en
Corrientes- ayudando así a recuperarla para el país, será desde todo punto de vista
trascendental. Aunque la inquietud pedagógica y el afán educativo tenían lejana tradición,
corresponde indicar la difusión de algunas publicaciones especializadas con aparición posterior
a 1890. Entre ellas debe incluirse a las siguientes: El lector paraguayo, primer libro de lectura,
1895; Las escuelas en el Paraguay, ensayo de Manuel Domínguez, 1897; Las escuela
agrícolas, plan trazado por don Enrique Solano López, 1898; Bases para un plan de educación,
por Antenor Gerez, 1899; Compendio de Economía Doméstica, por la libre-pensadora Ramona
Ferreira, 1900; Diccionario gramatical, por Héctor L. Barrios, 1901. Otros aportes en materia de
textos se producen en 1902: El buen alumno (Le Bon Eleve) del Padre Miguel Casabianca,
traducido por Juan E. O’Leary, y El Nene Paraguayo, por Manuel W. Chaves.
Contemporáneamente a estos esfuerzos se realiza el Primer Congreso Pedagógico Nacional y
es editada la “Revista de Instrucción Primaria”, importante elemento de difusión y consulta.

Perpetúa la memoria de Adela Speratti un sencillo monumento ubicado en el recinto de lo


que fuera la Escuela Normal de Profesores Nº 1 erigido como expresión de gratitud por el
magisterio nacional. Durante años el Centro de Estudiantes Normalistas y la revista por él
editada llevaron su nombre. También, y desde hace tiempo, una escuela y una calle de la
capital.

La fecha del nacimiento de esta educadora ha sido motivo de controversia, ya que se le


ha dado un origen guaireño, en tanto que su hermana habría nacido en Luque. En
contraposición, el historiador y profesor don Andrés Aguirre ha hecho conocer el verdadero
lugar, que no sería otro que la antigua Barrero Grande, hoy Eusebio Ayala, donde asimismo
viera la luz don José del Rosario Miranda. Con ese aporte documental -que es su partida de
defunción- queda dilucidado y corregido un prolongado equívoco, aunque el acta de bautismo
no ha sido todavía encontrada, circunscribiéndose la noticia solamente al año de 1865.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Otro error muy difundido es el que hace aparecer a Isabel King como actuando en
Concepción del Uruguay al momento de ingresar las hermanas Speratti, siendo que Adela
llevaba dos años de estudio a la fecha en que iniciara sus funciones la pedagoga
norteamericana.

Tal es la ejecutoria de Adela Speratti como estudiante y en sus primeros pasos en la


docencia. Alguna vez corresponderá tratar sobre lo que ella brindara al país y de qué modo las
nociones que recibiera, bajo la influencia del normalismo argentino, tuvieron aplicación en la
enseñanza normal y primaria del Paraguay durante la última década del siglo anterior.

(1974)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Ercilia López de Blomberg Volver al Índice

El 11 de agosto de 1865, en el tramo inicial de la guerra contra la Triple Alianza, nace


Ercilia López Carrillo y Otazú Machaín de la unión del coronel Venancio López y doña Manuela
Otazú Machaín. Era, por consecuencia, nieta de don Carlos Antonio López y sobrina del
Mariscal, además de prima de dos valiosos exponentes de la intelectualidad nacional: don
Enrique Solano López y don Arsenio López Decoud.

Cuenta apenas tres años cuando con su madre y sus hermanitos Venancio y Carlos,
integra la dolorosa peregrinación que sucede al abandono de la capital. Pasa después a residir
con los suyos en Buenos Aires, donde transcurrirá su existencia.

Allí estudia, en el colegio particular que regentean Miss Margarita Colclugh y Mrs. Brenan,
y aprende idiomas. Se cumple así el deseo de su padre, que había recomendado que sus hijos
se educaran en Inglaterra o, de no ser posible, en institutos extranjeros de aquella ciudad
argentina.

Recuérdase que un día fue Sarmiento a examinar a las alumnas y que después de
hacerlo con la pequeña paraguaya comentó: “Es curioso que del corazón de Sud América haya
salido una niña de este color y este cerebro”. (El cutis de Ercilia era célebre por su delicadeza y
blancura).

En las aulas había hecho amistad con las hijas de don Eduardo Madero, personaje
importante de la sociedad porteña, quien al encontrarla una vez, pone una mano sobre su
cabecita y dice: “¡Pobrecita!”. Ercilia, orgullosa como era, le pregunta: “¿Por qué, don
Eduardo?”; a lo que éste responde: “Porque si la rueda de la fortuna hubiera girado a la
inversa, serías casi una princesa”.

Terminado el genocidio del pueblo paraguayo y a poco de retiradas las tropas invasoras
de ocupación, vuelve doña Manuela, ya muy quebrantada de salud, con la intención de liquidar
sus bienes. Tiene pocas esperanzas de vida y quiere sentir de nuevo la tibieza de la tierra
natal. Y con ella está, adolescente de trece años, aquella hijita que la acompañara en la tristeza
y el éxodo.

Pero no sólo es una joven bella y recatada sino que asoman en su espíritu inquietudes
literarias, de las que había sido su mentor un tío paralítico de Miss Colclugh, estudioso y artista,

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

que buscaba solaz en la música y la poesía. Y así aparece en el diario “El Comercio”, de
Asunción, el 3 de junio de 1879, “Al Paraguay”, poema patriótico en doce estrofas.

Al año siguiente muere doña Manuela y Ercilia pasa a vivir con el general Benigno
Ferreira y su esposa doña Carmen Mora. Es designado tutor suyo el Dr. Lovat A. Mulcahy,
profesor de inglés y presidente honorario de la Asociación Amigos de la Educación.

El 29 de noviembre de 1886, en la iglesia de la Merced, de Buenos Aires, monseñor


Antonio Rasore bendice su casamiento con el Ing. Pedro Blomberg, argentino descendiente de
suecos. De ese matrimonio nacen seis mujeres y un varón: éste el poeta Héctor Pedro
Blomberg, en cuya obra abundan los temas paraguayos.

Enviudó joven todavía, dedicándose al hogar, a la atención de sus niños y al cuidado de


los rosales que, plantados en su solar de Ituzaingó, constituían su orgullo. En 1915 comienza a
colaborar con el periodismo, especialmente en “La Prensa”, donde gana un concurso literario,
en “La Razón”, “Mundo Argentino” y en “El Monitor de la Educación Común”, en tareas tanto de
escritora como de traductora.

En esta última revista publica, en 1921, su extenso ensayo gramatical sobre el guaraní,
complementado por un trabajo inédito relativo a los guaraníes. Debe señalarse que
frecuentemente concurría a su casa el guaraniólogo don Eduardo Saguier, con quien dialogaba
en la lengua vernácula.

Hay que decir que en sus 94 años de ausencia del Paraguay, en un medio extraño a las
tradiciones nativas, doña Ercilia nunca olvidó el idioma ancestral, y que es más: supo estudiarlo
con seriedad y hablarlo con fluidez.

Con posterioridad al fallecimiento de su hija Elena, ocurrido en 1920, escribe su segundo


poema: “Ely” de sentida acentuación romántica, que permanece inédito.

Doña Ercilia conservará una arraigada fidelidad a su país -característica de toda su


familia- sin por ello dejar de distribuir la necesaria justicia histórica. Severas pero justas, aparte
de no exentas de nobleza, fueron las palabras dedicadas a su tío, el Mariscal, tanto más
valiosas si se evoca el trágico fin de su padre, el coronel don Venancio, y a su otro tío, don
Benigno. Mantuvo siempre su equilibrio emocional en esta materia y fue siempre una López de
pies a cabeza.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Murió doña Ercilia el 10 de abril de 1962. Una solitaria y breve página de quien esto
escribe: “La nieta de Don Carlos”, aparecida en “Patria”, fue toda la recordación. Antes sólo se
habían ocupado de ella: el Dr. Cecilio Báez, en 1910, y Carlos R. Centurión en 1948 y 1961.

En su novela “Don Inca”, retrata ámbito, gentes y acontecimientos del Paraguay de hace
cien años.

Es una obra enteramente autobiográfica y de suma utilidad para conocer un tiempo


lejano, apenas levantado de las penurias de la guerra.

Se trata asimismo, de un auténtico testimonio, uno de los pocos habidos en nuestra


literatura. Su desarrollo cubre también un fragmento del romanticismo paraguayo, a cuya etapa
final perteneciera nuestra escritora. Porque ella, como Alberdi, fue una ausente que nunca salió
de su país.

(1980)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El maestro Volver al Índice

Cecilio Báez

Casi sesenta años de la vida cultural del país están signados por el nombre y la obra de
Cecilio Báez (Asunción, 1 de febrero de 1862 -18 de junio de 1941). Aunque su profuso
anecdotario haya contribuido, con los años, a desdibujar su verdadero perfil de escritor,
corresponde a nuestra época rescatarlo y ubicar su tarea en el nivel que en realidad le
corresponde.

Perteneció a la primera y esforzada tanda de


bachilleres egresados del Colegio Nacional. Nombres
tan recordados como el de "Alón", u olvidados como
el del Dr. Emeterio González, fueron sus
condiscípulos y también sus coetáneos, dicho esto
en un estricto sentido generacional.

Sus ojos de niño se abrieron a la posguerra, al


país desolado y en ruinas sobre el cual pretendía
volcarse la elegante quintaesencia de intenciones
constitucionales extrañas. Su adolescencia no
transcurrió en mejor ámbito y así pudo ingresar en
aquella institución de enseñanza que simbolizaba, con verdad, las aspiraciones del
denominado Paraguay moderno ("alma mater", que le llamó O’Leary años después).

Adolescente aún participa de los trajines iniciales del primer Ateneo Paraguayo (1883-
1889), correspondiéndole redactar el acta fundacional. Puede afirmarse que no se había
abierto por entonces su vena "criticista" y que sus miras se dirigían a la historia nacional, con
sentido de rescate. Su magisterio de la mocedad proviene de esa posición.

Muchos fueron los jóvenes que acataron su magisterio desde el 93 adelante, cuando
prácticamente, al egresar de la Facultad de Derecho, respetado maestro don Ramón
Zubizarreta lo unge su continuador. Durante una década, desde las aulas de la secundaria o
desde la Universidad, su quehacer simbolizó una bandera.

Es de creer que más que los posteriores parpadeos revolucionarios de 1904, incidió en su
cambio de frente su fugaz pero efectiva frecuentación el exterior. Sin embargo, entre 1901 y

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

1902, luego de sus respectivos regresos de México y Montevideo -en misión oficial- fue
recibido en medio de clamorosas apoteosis, de las que participaron, entre otros, don Manuel
Gondra, el poeta Goycoechea Menéndez y su discípulo Juan E. O’Leary.

Desde la impensada polémica con este último, a partir del 17 de octubre de 1902, puede
afirmarse, que en ciertos aspectos, todo confina allí. El Báez que ha de surgir en adelante, lo
será en relación con formulaciones distintas, o por lo menos nuevas, alejadas en parte de su
posición anterior.

¿Qué había ocurrido? ¿Giró el maestro en forma tal que lograra descolocarse y a la vez
descolocar a sus seguidores? ¿Sintió acaso la infiltración de un "antilopizmo" furibundo que no
evidenciara o practicara hasta entonces? Nada de eso. La cuestión es aparentemente más
complicada y, por notoria paradoja, a la vez más simple.

El amanecer intelectual de Báez creció bajo el influjo de Zubizarreta: su idealismo


doctrinario, su sentido moral, la orientación krausista de su enseñanza.

Pero supo intuir, que para el país que se insinuaba con el siglo próximo, esa armadura no
le sería del todo eficaz y que las nuevas luces requerían una nueva dialéctica. Y si su recuerdo
de Fichte, en el plano educativo, resultaba sintomático en aquel 1893 de su graduación
Universitaria, debe inferirse, como ocurrió, que esa cita -no volandera ni inpensada- no
implicaba tampoco un compromiso.

Se argumentaba que Báez fue una especie de implacable orientador positivista, aunque
debe aclararse que especialmente por vía sociológica. Aunque sin su intervención directa el
interés por confinar a la sociología en la cátedra venía manifestándose desde 1896, con
insistencia en 1898.

Recién transcurridos dos años se consiguió la sanción oficial, pero los ajetreos
diplomáticos de Báez impidieron que se concretara su liderazgo ("liderato" se escribe ahora)
hasta 1903, en que completa su programa, y en que aparece su conocida Introducción. (No
está demás indicar que la enseñanza de la sociología en el Paraguay es anterior a la de la
Argentina y el Uruguay. Esto para desvanecer la teoría de país “irremediablemente atrasado”)

Cecilio Báez fue factor directo, aunque no del todo voluntario, de la primera, única y
drástica quiebra generacional, la de 1902, por vía de la historia. Mas ha sido también, y
necesario es recordarlo, el iniciador del revisionismo histórico nacional con aquél su artículo de
1888: “El Dictador Francia, fundador de la nacionalidad paraguaya”, calidad y gloria que nadie
le podrá arrebatar. (1984)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Novecentismo Volver al Índice

Manuel Domínguez

Pocos hombres de esta tierra, llegados a altas posiciones públicas, podrían mostrar, como
Manuel Domínguez, el antecedente honroso de haberse levantado por sí mismos y de haber
ascendido en la escala social sin más apoyo que el de su propia imagen y sus propias obras.
No había dejado aún la niñez cuando el ala protectora de dos paraguayos ilustres: don
Juansilvano Godoi y don Ignacio Ibarra, se posó sobre el inquieto mitã’i que viniera desde su
Pilar nativo -donde nació el 5 de junio de 1868-primero a Itauguá y después a la capital.

Lo hizo de la mano de su madre, mujer humildísima


cuyo apellido llevaba con orgullo -honrándolo- pues la
paternidad irresponsable del Coronel Matías Goiburú no
le permitiría ostentar el de su progenitor. Pero supo
recordarlo muchas veces como para que nadie olvidara
que él sabía también de dónde procedía.

Don Ignacio funda en 1881 un gran diario, el mejor


de su época: "La Democracia", donde Domínguez
comienza su adolescencia trabajando, adscrito a tareas
menores. Ese "perfume" atrayente, insoslayable, de la
tinta de imprenta, signa en buena parte su destino, pues a
pesar de sus muchos quehaceres posteriores, siempre
tuvo tiempo para manifestar desde el periodismo nacional
no sólo su destreza de cronista joven sino sus impulsos de batallador.

Participa sin mucha relevancia, en razón de su edad, en los trajines iniciales del primer
Ateneo Paraguayo (que no tiene nada que ver con este segundo de nuestros días, salvo el
nombre), allá por 1887, donde pronuncia una breve disertación sobre “El Asia”. De ahí arranca,
igualmente, su pasión de conferenciante, que los años convertirán en orador diserto, galano y
chispeante.

Para esta recordación de su fallecimiento -ocurrido el 29 de octubre de 1935- no tiene


mucha importancia el acudir al perfil biográfico de quien con tanta intensidad vivió su
existencia, sino saber cómo y por qué ocupa el lugar de la luz (como le hubiera gustado decir)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

en la historia de la cultura paraguaya y de modo especial en la del novecentismo, que lo


contara entre sus más valiosos integrantes.

No estará demás insistir que en la periodización adjudicada a la generación del 900 por el
autor de estas líneas, que ha dedicado, casi infructuosamente, al desentrañamiento de ese
proceso tres décadas de su vida, López Decoud (1867-1945) y Domínguez se sitúan entre los
adelantados a nivel parecido -no idéntico, por cierto- al que la generación española del 98 ha
expuesto con Unamuno (1864-1936), Ganivet (1865-1898) y Valle-lnclán (1866-1936). Sigue de
cerca don Manuel Gondra (1871-1927).

Estos tres pensadores nacionales porque en verdad lo fueron: López Decoud, Domínguez
y Gondra, simbolizan la calidad de una predisposición humanística que por desgracia los
avatares nativos impidieron concretar. Los tres tuvieron alta predilección por las letras y
cultivaron un estilo renovador, desembarazado de las cargazones de la prosa heredada de los
románticos a partir de la posguerra del 70.

Domínguez, tocado del influjo que ejerciera en grado sumo la literatura francesa, amaba
la frase breve, el giro preciso, la adjetivación oportuna y, por sobre todo, las ideas que
contenían un halo de aristocracia espiritual, obtenido en la prolongada frecuentación de Renan,
a quien declara su maestro. Pero aquella inclinación a ubicar su pensamiento en los contornos
del medio, el momento y la raza, le vienen indudablemente de Taine, temas éstos que fueron
por él superados en la década del 20.

Sus obligaciones de "chacólogo" (y en tal caso de patriota), sus otras de profesor


universitario, de historiador perspicaz -unido más a la evidencia del documento, a la eficacia del
dato, desde donde le gustaba “épatar”-, de profesional de la abogacía y de fugaz político, no le
impidieron mantener el culto a la belleza ("la luz y el color y el sonido"), en una actitud estética
que por instantes se hallaba más cerca del añejo "Compendio" de Krause que de la visión
positivista de Mario Pilo.

Cultivó, sin proponérselo quizás, el poema en prosa, según se advierte en las páginas de
"Paraguayos y argentinos ante un héroe" (1907) y en sus emotivas evocaciones de Enrique
Solano López (1917) y Eligio Ayala (1930). En el fondo, tenía el alma poética, impregnada de
seducciones modernistas desde comienzos de siglo.

El ejemplo de su vida y de su obra sobrevivirán a la erosión del olvido, a la insipidez


anecdótica y a la superficialidad ambiental. (1983)

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cultura nacional.

Manuel Gondra Volver al Índice

Se ha dicho antes de ahora -por quien esto escribe- que el culto a las humanidades ha
tenido, en el país, un destino tan azaroso, y a veces incierto, como sus propios oficiantes. Tal
es la característica observada en un segmento de setenta años (1870-1940)

Los acontecimientos políticos, el ejercicio del periodismo militante, la dedicación poco


menos que perentoria a la docencia, restaron perspectiva y tiempo para esa tarea. Además, no
muchos de los que sobrevivieron a la primera posguerra y aún los que regresaron, tuvieron que
hacerlo todo.

Una de las imágenes de mayor relevancia que hoy pueda


ofrecerse a modo de ejemplo de aquella lucha -por momentos
íntima-entre el pensador, y el hombre de acción, entre el
profesor y el militante, la de Gondra, hijo de los esposos Manuel
Gondra, argentino y Natividad Pereira, paraguaya, nacido en
Buenos Aires el 1 de enero de 1871, pero ciudadano por opción
constitucional en virtud del origen materno y su afincamiento
aquí desde la infancia.

Agotadas las agitaciones de época puede afirmarse que


en nuestros días prevalece la figura de un Gondra depurado de
las adversidades de antaño y en más propicia cercanía a esa
consideración intelectual que obtuviera de sus compañeros, los
novecentistas, de los que asimismo supo ser guía en los afanes culturales de la última década
del siglo anterior y comienzos del actual.

De la efervescencia ideológica que lo tuvo por mentor queda casi nada, o quizás el
recuerdo de su pulcritud y de su desinterés, que algunos confundieron con abulia. Permanece,
sí, su concepción moral, su ética doctrinaria (no política), que aprendiera de los padres
españoles de la cultura paraguaya moderna, que fueron sus maestros, su valoración histórica
de "aceptar el pasado íntegro de la Patria", su principio de que el magisterio -más allá de las
aulas y en un plano social- se realiza por medio de la conducta. Eso es lo que será posible
extraer a través de los tiempos y que no representa otra cosa que su aproximación a los
ideales del krausismo español y en particular a los lineamientos pedagógicos expresados y
practicados por don Francisco Giner de los Ríos.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Perdura, de este modo, el otro Gondra, el esteta, el crítico de la norma literaria y el


defensor, y practicante, del estilo adecuado y preciso, ausente de camafeos y arabescos, pero
por eso mismo castizo, de severa elocuencia. El discurso de homenaje al Dr. Alberdi es una
muestra de ello.

Ha de creerse, entonces, a cada nueva lectura de sus escritos es él quien regresa, desde
páginas amarillentas y lejanas, a dictar su sabia lección, ahora felizmente continuada tras el
relampagueo de tantas interrupciones. De ella vuelve a surgir no para asediar a sus jóvenes
lectores con un puro esquematismo retórico, sino para acentuar los bienes de la belleza, no
siempre tenidos en cuenta y por lo general ocultados por otras solicitaciones de la imaginación.

Circula como suyo, si bien ya agotado, un volumen con título no del todo propicio:
Hombres y letrados de América (1942) que contiene prosas de intención dispar y de distintas
etapas de creación, antecedido por un prólogo nada feliz ni estimativo de Natalicio González.

Allí se reproduce su estudio denominado "En torno a Rubén Darío”, extensamente citado,
pocas veces leído en su verdadera hondura y sometido a interpretaciones individualistas y
caprichosas, como esa de que "detuvo" la expansión del modernismo, que se ha convertido en
un "slogan" sin base alguna de sustentación. Una adecuada edición crítica pondría en
evidencia cuales son sus fuentes y cual su auténtica dimensión.

También deberán ser incorporados a un renovado texto antológico ciertos elementos que
no es posible soslayar, como su intervención en el Congreso de Profesores de 1896, la pieza
oratoria que un lustro después dedicara en agasajo del Dr. Cecilio Báez y que es uno de los
más lúcidos recuentos de la cultura nacional. Tampoco podrán desdeñarse sus aportaciones
inéditas -posteriores a las que se conocen- sobre el idioma guaraní.

Don Manuel Gondra, cuyo apellido tenía honrosa ascendencia vascuense, quiso refugiar
en el silencio de su biblioteca los años que le restaban. Murió en esta capital el 8 de marzo de
1927, con los ojos puros, la frente limpia y las manos vacías. Está sepultado en la campaña
paraguaya, puesto que de ahí venían las raíces de su corazón y de su espíritu.

(1984)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Fulgencio R. Moreno Volver al Índice

El 17 de octubre se cumple el cincuentenario de la muerte de Fulgencio R. Moreno,


nacido -según confesión- en el "Valle de Tapuá" un 9 de noviembre de 1872, fecha esta que
posteriores investigaciones habrán de confirmar o modificar.

Transcurrida largamente la época de su actuación interesa más que su perfil de hombre


público y los detalles mismos, no muy abundantes de su biografía, fijar las líneas maestras de
su pensamiento y establecer en qué medida ellas se identificaron -de esto no hay dudas-con el
quehacer de la generación del 900, a la que por derecho propio pertenecía.

Debe señalarse, en cuanto a la concreción de ese


ideario, que la extensa tarea de Moreno, expuesta a lo
largo de cuarenta años, desde los tiempos juveniles de
"La Semana", "El Tiempo" y "El Progreso" (1891-1893)
hasta los próximos a su fallecimiento, permanece, en
mayor parte, oculta en las páginas de la prensa
periódica.

Allí supo volcar lo mejor de su inventiva, asociado


en verso al espíritu chispeante de don Victorino Abente,
el renombrado poeta de la denominada "resurrección
nacional", y en prosa -siguiendo a ratos las huellas de
Larra- su sentido crítico, recogido en editoriales que no
llevan su firma o en artículos rubricados por varios
seudónimos, siendo "Fulcio" el más conocido de ellos.

Pero aún así todo ese disperso material no alcanzaría a reflejar al escritor criterioso,
medido, pulcro; al poeta epigramático o melancólico, que fuera especialmente en su mocedad;
al historiador de severo rigor documental y al hombre de meditación que procurara ser y que la
vida no le permitiría mostrar sino a ráfagas.

Economista malgré lui -no habría transpuesto la adolescencia cuando se vio obligado a
seguir cursos de contabilidad para costear sus estudios- quiso tomar en serio la adopción de
una disciplina que lo llevaría a desempeñar el ministerio de Hacienda en el gabinete del
Presidente Escurra y a publicar su primer trabajo en la materia: La cuestión monetaria en el
Paraguay (1902).

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Podría considerarse a este aporte como definitorio de una actitud destinada a medir,
primero, y paliar, después, las consecuencias de un desenfrenado librecambismo con tintes
manchesterianos, aproximándose así a corrientes proteccionistas que desde dos décadas atrás
se venían manifestando en la zona del Plata. Esta es la verdad, la que se expresa en su obra, y
no su ubicación en un extemporáneo "nacionalismo económico", ajeno a su formación y a los
principios que caracterizaron a esa época.

Lector de filosofía, en cierta etapa de nuestra improvisación bibliográfica se le colgó el


sambenito de "materialista histórico" y hasta de "marxista", con la misma ausencia de
argumentos que para lo anterior. En este aspecto corresponde afirmar que como la mayoría de
sus compañeros novecentistas, Moreno, sintió el impacto del positivismo spenceriano y que si
algún "materialismo" hubo de cobijar no habría de valerse del de intención dialéctica sino del
llamado "vulgar" -dentro de una cerrada órbita cientificista- que lideraron con pareja eficacia
Büchner, Vogt y Moleschott, filósofos de menor cuantía entre los finales del siglo anterior y
comienzos de éste.

Pero una arraigada concepción idealista –luego de su polémica con el predicador


evangélico Dr. Juan F. Thomson sobre "El mundo de los átomos" (1901)- lo conducirá, diez
años más tarde a trazar el elogio de Fichte y sus "Discursos de la Nación Alemana", recogiendo
así lejanas referencias de Báez, y por éste abandonadas al asumir la cátedra de Sociología
(1903). Y justamente es en 1911 que da a conocer su Estudio sobre la Independencia del
Paraguay, libro a través del cual se habría desarrollado ese pretenso "materialismo histórico".

Las causas reales a que acude Moreno y que se evidenciarán con más acabada nitidez
en 1926 surgen en La Ciudad de la Asunción, cuyos antecedentes remotos pueden situarse en
La Cité Antique de Fustel de Coulanges y La ciudad indiana de Juan Agustín García y aquí en
Las clases rurales del Paraguay de Carlos Rey de Castro.

Otros fundamentos de la obra de Fulgencio R. Moreno esperan la luz, porque su nombre y


su trayectoria son insoslayables del proceso cultural del Paraguay y de nuestra América.

(1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Alejandro Guanes Volver al Índice

Los novencentistas paraguayos tuvieron al igual que sus coetáneos, los modernistas de
nuestra América, un indudable espíritu de cuerpo. Las diferencias políticas, históricas y, en
algunos casos estéticas, no bastaron para desunirlos del todo. El ejemplo local es aún más
evidente, aunque el único agrupamiento que lograron, en un orden concreto, fue el de La
Colmena, que juntó a varios de los más representativos en 1907, pero que no transcurrido un
año se hubo de evaporar por las circunstancias ambientales propias del golpe de cuartel
comandado por el entonces Mayor Albino Jara, el 2 de julio de 1908.

Aquella comprobación es la que mueve hoy a explicarse


el por qué se designara a Alejandro Guanes (18 de noviembre
de 1872-28 de mayo de 1925) con el calificativo de: es el
poeta, el que asumía las excelencias líricas de esa generación
inicial, que contaba también con integrantes de persistente
actuación como O’Leary, Pane o el esporádico Francisco L.
Bareiro, por mencionar sólo al sector de los nacidos entre
1870 y 1880.

Guanes ha tenido, en sus comienzos, una evidente


influencia posromántica, con aproximaciones becquerianas, si
bien lecturas francesas -la de Musset, entre ellas- le fueron
asimismo propicias. Pane, en 1902, lo adscribe a una corriente
hispanista, en la que señala la cercanía de Selgas y de Trueba, aparte de la americana de
Juan de Dios Peza. La traducción de "Lo que desean las lágrimas" de Catulle Mendés,
aparecida en 1897 en la "Revista del Instituto Paraguayo", indica que esos nombres -si es que
algo determinaron en él– no fueron más que pasajeros.

En un aspecto el impacto producido por su encuentro con la poesía de Poe, primero, y


con la prosa de Maeterlinck, después, signaría el destino de su obra, con posterioridad al
primer lustro del siglo. Y allí se patentizan los pasos modernistas.

Hugo Rodríguez-Alcalá, en un trabajo hasta ahora único: Alejandro Guanes Vida y Obra -
Bibliografía-Antología (New York, Hispanic Institute in the United States, 1948) traza dos etapas
en su poesía: una juvenil (y un poco más) que empieza en 1890 ("Hora de llanto", “Primavera”),
durante su corta residencia de estudiante en Buenos Aires, y se extiende a poco más allá del

152
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

900, concretamente 1905, y otra ya definidamente modernista que culmina en 1910, año en
que el autor estima que asciende y se apaga la contribución poética de Guanes.

En esas páginas se alude a la condición de adelantado del modernismo nativo (Ricardito


Brugada lo había hecho con López Decoud en 1903), que reconocería así, en ese 1905, la
señal de su inauguración. Debe recordarse que desde 1901 fue explícita la inclinación de
Goycoechea Menéndez, que cuatro años más tarde complementaría el aporte de Barrett y casi
enseguida el de Viriato Díaz-Pérez, con buenas conexiones de origen español.

Es precisamente entre 1904 y 1910 que se manifiesta la expansión del modernismo


paraguayo -de que Guanes es el insoslayable anunciador nativo en la misma época que
Marrero Marengo, Toranzos Bardel, Roberto A. Velázquez y Gomes Freire Esteves, segmento
que confina en la aparición de Guillermo Molinas Rolón en 1919.

Resulta sintomático, por consecuencia, que si ya en 1948 Hugo Rodríguez-Alcalá, con


buen criterio, elevaba a Guanes -un novecentista nato y neto- a la categoría de padre del
modernismo a nivel local a partir de 1905 (para quien esto escribe los inicios están en 1901,
como supone haberlo demostrado) se continuara evocando a "Crónica" como bastión del
movimiento y se insistiera en 1913 a modo de fecha-clave. En sus publicaciones posteriores el
propio Rodríguez-Alcalá cayó en esa costumbre.

Los elementos de información que el lector actual pueda tener de Alejandro Guanes son
escasos, no obstante haber crecido en algo la bibliografía relativa a su obra, aunque en
mayoría reducida al monótono quehacer de la repetición. Queda, con el testimonio confiable de
Juan E. O’Leary (que le dedicara un hermoso discurso), José Rodríguez-Alcalá e Ignacio A.
Pane, entre sus compañeros, y de Pablo Max Ynsfrán y Natalicio González, entre los que
llegaron más tarde para formar el tercer grupo modernista. Y en nuestros días, el ensayo que
se ha comentado.

¿Resta algo de Guanes? Algunos poemas recogidos por las antologías y que están en su
libro: De paso por la vida (1936), que no contiene toda su obra; tales poemas son: "Las
leyendas", "El domingo de Pascua", la traducción de “Ulalume” de Poe, "La ola", "Glosa de las
siete palabras" y "La serenata del río", entre varios anecdóticos y ocasionales. Y sus versos
satíricos y epigramáticos, que nadie se ha animado a reunir.

Los aniversarios del poeta (1972; 1975) han pasado en silencio. Después de todo el mejor
epitafio sigue siendo el olvido. (1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Blas Garay Volver al Índice

Su existencia apenas duró veintiséis años y un agitado lustro de actuación pública


(Asunción, 3 de febrero de 1873 -18 de diciembre de 1899). Los novecentistas, sus coetáneos,
sintieron el impacto de su ausencia y tuvieron la sensación de que una esperanza cierta se
había tronchado, una especie de liderazgo, la realidad de un espíritu a la vez culto y decidido
que iluminaría la próxima quiebra generacional.

Quien esto escribe ha afirmado reiteradamente que


con los balazos que terminaron con la vida del Dr. Blas
Garay iniciaba el novecentismo paraguayo su capítulo
trágico, que se repetirá casi de inmediato con la muerte
de Carlos García -otra promesa desvanecida-, cerrándose
el ciclo con Eligio Ayala. Esas señales se habían visto
confirmadas el 9 de enero de 1902, con el asesinato del
senador Dr. Facundo D. Ynsfrán, valioso integrante de
una promoción anterior, esa que incluye a Cesilio Báez,
Emeterio González y Delfín Chamorro, entre otros.

De tal modo las dos corrientes doctrinarias en que a


principios de siglo se manifiestan la democracia paraguaya sufren vacíos considerables,
mutilaciones sin atenuantes en los exponentes de su pensamiento teórico, del que aquéllas
han estado siempre tan necesitadas. Otros nombres pasaron a reemplazarlos, pero puede
decirse -sin mengua de su calidad personal o su saber- que no todos lograron ponerse a la
altura de los ausentes ya mencionados.

El tiempo haría surgir después a un Lisandro Díaz León, un Juan León Mallorquín, un
Adriano Irala, un Pedro P. Samaniego, quienes con diferente signo ideológico pueden
considerarse los continuadores.

Desgraciadamente, de ese "lado de la sombra" que Manuel Gondra advirtió como lo que
le hubiera restado por hacer a Garay, no nacería otro resplandor que el de su propio recuerdo.
Los novecentistas -fieles a su nucleamiento-cerraron filas dispuestos a ocupar el sitio del
compañero caído y en el bastión periodístico que era "La Prensa”, Domínguez, López Decoud y
Moreno se ofrecieron para encaminar la redacción. Eran tres pensadores de prestigio, con
amplia experiencia en esa tarea, mas no fue mucho lo que avanzó el diario porque allí estaba

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

el símbolo, no la estatura intelectual de Garay, que le había impreso el sello de su alma.

En punto a su aporte al proceso cultural del país, no estará demás indicar que si bien
muchas coincidencias lo unían a los jóvenes de su época, la senda de Garay estuvo marcada
por algunos distingos que será preciso desentrañar, pues no hay estudios sobre su obra y todo
lo que se comenta a su respecto no se aleja de lo rutinarios límites del lugar común.

Su más perdurable contribución ha consistido en haber inaugurado una metodología


histórica hasta entonces no aplicada, basándose en el cotejo e interpretación de las fuentes
hasta donde se lo permitían los condicionamientos implícitos en todo trabajo de iniciación. No
le fue posible escapar a ciertos prejuicios, como los que se descubren en su critica a la
insoslayable labor de los jesuitas (no la de catequesis sino la de testimonio cultural), actitud
que no rebasa la línea del librepensamiento de su época. Asimismo deben corregirse en sus
páginas algunos datos que posteriores investigaciones han revelado como inciertos.

Es verdad que con Blas Garay se acentúa el sentido nacional de la historia, que alentó en
sus días juveniles Cecilio Báez y que más tarde abandonara. Sus libros representan la retoma
de los temas patrios desde una perspectiva menos universalista que la que caracterizaba a los
románticos -por ejemplo-, ciñéndolos a factores surgidos de su misma entraña. Y si no le fue
dado avanzar en profundidad hasta los bordes de la polémica que ya se insinuaba, como lo
hizo O’Leary a partir de octubre de 1902, por lo menos supo ser terco en su función de
precursor. Con él se cumple el segundo tramo del revisionismo histórico, comenzado con Báez
en 1888 y terminado drásticamente con O’Leary en la fecha aludida.

La segunda de sus aportaciones -entre las varias que podrían exhumarse- es el


hispanismo que cultivara con empeño, separándose así de la influencia francesa que se
apoderó de la mayoría -si no la totalidad- de los novecentistas.

Hispanismo más que racial, de inteligencia, venido del apoyo y ejemplo que le brindaron
los doctores Ramón de Olascoaga y Ramón Zubizarreta, propulsores del krausismo en el
Paraguay, filosofía no extraña a su concepción moral. El resto lo hicieron los clásicos
españoles, leídos con fervor en la Colección Rivadeneira; su amistad con Joaquín Costa y la
penetración de sus ideas; la visión de Europa, que concitó interés en la socialdemocracia (no
tanto el socialismo, como se ha dicho) y esa pasión ciudadana que fue su pedestal y su
pérdida. Blas Garay descendía de vascos. De haber muerto ahora la gloriosa "ikurriña" estaría
cubriendo su sepulcro.
(1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Juan Francisco Pérez Acosta Volver al Índice

La actuación pública de don Juan Francisco Pérez Acosta fue tan infatigable y prolongada
como su vida. Nacido en Cerro León hace cien años, criado en Pirayú, estudiante interno en el
Colegio Nacional de Asunción -becario por Yhú-, el historiador de las "migraciones paraguayas"
fue a morir fuera del país, tras de casi treinta años de residencia en Buenos Aires, el 6 de
agosto de 1968.

Tres orientaciones singularizan, desde su juventud, la tarea de este novecentista no


menos valioso que el resto de sus coetáneos (entre ellos Blas Garay, de quien fue compañero
y amigo, Manuel Gondra y Fulgencio R. Moreno): la periodística, la historiográfica y la
bibliográfica, pudiendo agregarse otra que traduce sus inquietudes en materia educacional.

Inicióse en la primera desde "La Democracia", cuando la dirigía don Ignacio Ibarra, y "El
independiente", propiedad de Juan Manuel Sosa Escalada, de quien trazara una semblanza.

Puede afirmarse que a partir de 1891, es decir, desde su adolescencia, ese desvelo de
Pérez Acosta no conocería pausas. Tuvo a su cargo los "Anales de la Universidad”, entre 1903
y 1905 (institución de la que era secretario general) y posteriormente le tocó asistir a la
fundación de importantes publicaciones asuncenas:"El diario” (1904), "El Liberal' (1913) y "El
Orden" (1923), ideado y orientado éste por el Dr. Gualberto Cardús Huerta.

Su labor histórica está concretada en trabajos y ensayos breves, folletos y libros. En tal
sentido deben considerarse como dignas de edición sus aportaciones a la vida y obra del Dr.
Francia, además de otras que se dieran a conocer en fugaces opúsculos: "Los archivos de la
Asunción del Paraguay" (1923), “López y Rosas", (1944), "Himno Nacional del Paraguay, Su
letra y su música" (1933), "Francia y Bonpland' (1942), "El viejo templo de la Encarnación y su
reconstrucción" (1948), "Migraciones históricas del Paraguay a la Argentina" (1957).

Este tema lo había tratado ya en 1924 al ocuparse de las migraciones correntinas al


Paraguay. Dejó también patentizado en libros ese afán historiográfico:"Fechas y emblemas
patrios del Paraguay. Símbolos Nacionales" (1939), su imprescindible "Carlos Antonio López,
obrero máximo" (1948) y "El aporte italiano al progreso del Paraguay" (1950), escrito en
colaboración con el Pbro. Dr. José Maria Majavacca.

El género biográfico le debe, a su vez, capítulos de suma trascendencia, en algunos de


los cuales ofreció primicias estimables: "El Maestro Juan Pedro Escalada", Estanislao Pereira"

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

(1923), "El marino Andrés Herrero. Su trágica muerte" (1924), "El Dr. Juan Andrés Gelly”
(1927), "Benjamín Aceval” y "José Falcón" (del mismo año), "La última voluntad de Sarmiento"
(1958).

En materia educativa es autor de "Enseñanza secundaria. Proyecto de reforma" (1917),


en colaboración con el entonces director del Colegio Nacional, Dr. Pedro Bruno Guggiari,
iniciativa que fuera aprobada por decreto del 25 de julio de 1919. Esas preocupaciones las
había traducido a su informe presentado al II Congreso Científico Panamericano de
Washington (1916) sobre "La instrucción pública en el Paraguay".

La cultura nacional le debe a Pérez Acosta, en su condición de activo participante del


grupo fundador del Instituto Paraguayo (1895), uno de sus más honrosos cometidos. Secretario
de dicha entidad en sus primeros tiempos, dedicó a ella y a su hoy famosa "Revista", sus
mejores entusiasmos. Poco antes, en 1892, había saludado en verso la poco menos que
meteórica aparición de "Cultura Literaria", tribuna de conferencias impulsada por el entusiasmo
juvenil de Dominguez. No sólo a eso se concretó Pérez Acosta: en un libro merecedor de
asiduas lecturas "Núcleos culturales del Paraguay contemporáneo" (1959) hizo la historia de
los varios centros y organismos que han funcionado en nuestro país, además de aquel, entre
ellos el Gimnasio Paraguayo y los dos Ateneos: el viejo, 1883-1889, y el nuevo, desde 1934.

Una anunciada "Bibliografía paraguaya", que hubiera completado el ciclo, no tuvo


publicación en volumen.

Don Juan Francisco Pérez Acosta fue uno de los más altos mantenedores de los vínculos
entre Paraguay y Argentina, que pusiera de manifiesto en el libro: "Vieja fraternidad” (1939); en
comunicaciones académicas: "Intercambio argentino-paraguayo después de Caseros" (1937);
en notas como "El Paraguay en el Plata" (1942-43); en conferencias como "Pueblos de Mayo.
Aporte del Paraguay" (1960). Se interesó también en la figura prócer del Gral. San Martín en
1924 y 1950, y en la VII Asamblea del Instituto Panamericano de Geografía e Historia de
México (1961) colaboró con "Simbiosis argentino-paraguaya".

En 1924 la Universidad Nacional de Asunción le otorgó diploma de honor por su


trayectoria cultural y poco antes de su muerte la Casa Paraguaya de Buenos Aires le entregó,
por igual motivo, una medalla de oro.

A pesar de la intensidad con que transcurrió su existencia y de su alejamiento de cerca de


treinta años del país, Pérez Acosta fue lo que se ha indicado: un silencioso creador de cultura,
por lo mismo que supo actuar con modestia y generosidad. Si en no escasas oportunidades

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

pronunció conferencias y participó de transmisiones radiofónicas fue para que ese distintivo
signo generacional no decayera.

Puede afirmarse que él mismo fue un "obrero máximo" sin descanso posible. Había
cumplido, con justiciera celebración, su nonagenario, y seguía trabajando.

Noventa y dos años tenía cuando recordó el sesquicentenario del Congreso de Tucumán,
el 30 de marzo de 1966, con "Un símil histórico". Transcurridas más de siete décadas desde
sus comienzos y no habían decaído ni su espíritu ni su pasión creadora.
(1973)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Juan E. O’Leary Volver al Índice

El 3 de febrero de 1870, en Villa Occidental, territorio argentino por entonces, reintegrado


más tarde mediante el laudo Hayes, el cura vicario Tomás O’Canavery, casaba al ciudadano
porteño don Juan O'Leary, viudo de doña Dolores Thedy y familiar de fundadores de la ciudad
bonaerense de Chivilcoy, con doña Dolores Urdapilleta, paraguaya, a su vez viuda de don
Bernardo Jovellanos, muerto sumariamente durante la guerra de la Triple Alianza. Los
progenitores del novio eran: don Juan O'Leary,
irlandés, con ascendencia nobiliaria en la verde
Erín, y doña Eladia Costa con orígenes en el
oeste de la provincia de Buenos Aires. La novia
tenía por padres al coronel de artillería don
Pascual Urdapilleta, aquel vasco que se unió a las
fuerzas patriotas, con casa y escudo en el solar
eúskaro, y doña Cesárea Carísimo, cuyos
pergaminos nativos tenían remota historia. Fueron
testigos don Bernardino Wasmosy y doña
Ramona Urdapilleta.

Nueve años y medio más tarde, en


Asunción, después de Arturo, e! primogénito,
nacía don Juan Emiliano O'Leary Costa y Urdapilleta Carísimo, que tales son los nombres y
apellidos del vibrante maestro paraguayo. Se crió en medio de los métodos severos de un
hogar tradicional.

Aprendió de su padre una rara cualidad de cordón bleu de actuación íntima, que se
prolonga hasta nuestros días, y de la humilde servidumbre el conocimiento guaraní (prohibido a
los niños), idioma de donde brotaron al poeta en edad mayor bellos y luminosos versos.

Así creció, así frecuentó las aulas, ese mitarusú de fina estampa, prematuramente
cejijunto, amplia frente, ademán de desafío. A su lado un compañerito de la misma edad, rubio,
de mirada miope, con inocultable aire de colegial; el después doctor Ignacio A. Pane, su más
entrañable amigo y como poeta, periodista e historiador de vanguardia.

El 9 de junio de 1895, el alumno Juan E. O'Leary es elegido presidente del Centro


Literario "La Brisa del porvenir” que agrupaba a los estudiantes del segundo curso del Colegio

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Nacional. Desde esa época su pluma y su pensamiento no se han detenido. Casi enseguida
lee su poema "A Verdi” y publica las estrofas posrománticas de la primera versión de "El alma
de la raza", dedicada a uno de sus profesores: el español doctor Manuel Fernández Sánchez.
Y dice su soneto ante el sepulcro trágicamente abierto de Blas Garay, quien lo había llevado a
la sección "telegramas del exterior" de su diario, "La Prensa", donde también fue reportero.

Su vinculación con don Enrique Solano López, hijo del Mariscal, lo lleva a estudiar,
aunque sin personalizar, los temas históricos. Pero como la historia está en el ambiente y en
las heridas muy recientes de la Triple Alianza, por ella y desde ella se canalizará nada menos
que un rompimiento generacional, el del 900, a cuya generación él pertenecía.

En las vísperas reconocerá públicamente a tres de sus maestros: Cecilio Báez, Manuel
Domínguez y Manuel Gondra. El duelo polémico es con el primero y si no corrió sangre, por lo
menos abundante tinta de imprenta fue su consecuencia. De ese lance nace una modalidad
literaria, un estilo y hasta una forma de concebir e interpretar el pasado.

El revisionismo rioplatense, venido para justificar a otras figuras, por la pluma precursora
de Adolfo y Ernesto Quesada, tenía desde ya un brioso aliado, cuya fuente nacional había sido,
precisamente, el llorado Garay. La historia se llama a partir de esa época (1902), epopeya, y la
corriente que habrá de resumirla será denominada lopizmo para sus adversarios, que se
reclutaron más entre los intelectuales que en el pueblo.

La poesía y la prosa emocional de O'Leary marchan a partir de ese momento, por el


mismo camino. Se trata de una acción periodística sin ahorro de argumentos ni de adjetivos,
llevada a cabo, de sitio en sitio, como una militancia.

La historia se vive, en calles y plazas, a pleno sol, a veces en el mismo escenario de las
batallas, en una convocatoria que abarca a todos. Las sombras de la guerra, los olvidados
veteranos, los soldados anónimos, tuvieron su lápida o volvieron a la vida después del cruel
ostracismo. O'Leary, verbo y pensamiento arrojó a la pira el sentimiento de culpa que una clase
social y económica había impreso en el alma de la nación vencida, e hizo la gran convocatoria,
la que tornó posible, después, las dianas y laureles del Chaco Boreal.

Sus libros, y sus artículos tienen la entonación de su misma palabra; al encontrarse con
ellos parece que se escuchara su respiración. Fervor en la lectura y en la oración cívica, su
trayectoria de publicista y de profesor está medida por el eco de sus campañas. Ha cubierto, en
su larga y provechosa existencia, las etapas más definidas de la cultura paraguaya y de su
proceso literario.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Su aureola de poeta fue saludada por Rubén Darío, Unamuno, Rodó y Salvador Rueda, lo
que no es poco decir. Enrique José Varona y Rufino Blanco Fombona, loaron su prosa. Un
prócer civil resume sus admiraciones; Juan Bautista Alberdi. Sus amigos paraguayos se han
contado entre sus adversarios doctrinales más ilustres: Gondra, Eligio Ayala, Manuel Franco.
Entre los argentinos -no podía ser de otra manera- halló el afecto de Ernesto Quesada,
Estanislao Zeballos y David Peña.

El 12 de junio don Juan E. O’Leary, ha cumplido años. Es un nombre nacional enraizado


en la cultura americana y que nos pertenece a todos. La longevidad que acompañó a Deústua,
Sanín Cano y Baquerizo Moreno, en nuestro continente, es también la suya.

(Junio de 1969).

Falleció el 31 de octubre de ese mismo año.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

O’Leary: una amistad ejemplar Volver al Índice

La historia que sigue, contada innumerables veces por el mismo maestro y que sus
familiares no ignoran, es así, en forma de narración:

El "viejo" profesor (viejo porque ejercía desde 1898) estaba en Caacupé gozando de las
primeras delicias del estío cordillerano, allá por los finales del 1924, cuando de pronto se sintió
mal y un principio de afasia comenzó a asediarlo.

Más de 24 horas de cátedra y el abuso del cigarrillo habían erosionado su salud. Sin
poder moverse casi y con un resto de habla lo trajeron a la capital, pasándolo tumbado en su
hamaca y pensando en el incierto porvenir que le deparaba una magra jubilación y unas
asignaturas que habrían de quedar forzosamente vacantes. Su cabeza le trabajaba y ya la
soledad empezaba a planear sobre el doliente sus vuelos de yryvu.

Son las cuatro de la tarde de un monótono día cualquiera, que apenas si halla sombra en
la por entonces silenciosa calle Brasil. De pronto, un ruido afuera, como de vehículo, y alguien
que se expresa con energía, aunque sin entendérsele mucho. La esposa del enfermo mira por
las celosías y no acaba de transmitir su sorpresa porque tres golpes nerviosos se anuncian a la
puerta. Y entra a pasos firmes, ademán resuelto, mirada inquisitiva, un hombre más bien bajo,
trajeado de oscuro, que ha venido en coche de alquiler, sin acompañante alguno. Y se acerca
al enfermo, ansioso de preguntas, que éste apenas si puede contestar:

–Juan, qué te pasa? –Y enseguida la señora inicia y completa el relato.

El ambiente se carga de emoción –para los dueños de casa–porque el visitante, además


de espontáneo, no es un cualquiera y tampoco uno de los asiduos.

–¡Tienes que ir a curarte a Europa! ¡Los médicos te van a matar! –poco menos que
ordena al visitante, no muy dado a las evasivas y a las insinuaciones.

Y el hilo de voz del enfermo parece querer explicarle:

–Tal vez pueda recuperarme algo aquí, pero… ¿cómo viajar si mi jubilación es tan escasa
y no tengo otros recursos que los de mi trabajo?

El visitante responde que la solución queda a su cargo, que espera verlo recuperado y
que volverá. Y cumplió, haciéndole reajustar la jubilación por dos veces, a pesar de la fama de
"cancerbero fiscal" que se complacía en cultivar. En la misma forma regresará otra tarde, ya
entrado el 1925. El enfermo está algo más repuesto, dentro de necesarios cuidados, y la
conversación es en esta ocasión en el escritorio:

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

–Aquí te traigo el nombramiento de Cónsul general en España. Sé que es poco y que


mereces más, pero dame tiempo porque quiero ascenderte a Encargado de negocios –dice,
siempre rotundo y certero, el hombre trajeado de negro.

– ¿Y Belí? –alcanza a murmurar el enfermo, acordándose de su adversario histórico y


antes compañero de periodismo juvenil, que es como el oráculo de la situación de esa época. Y
la respuesta sale no menos tajante:

– ¡Los nombramientos los hago yo! –y con pasos decididos se va.

Grandes homenajes públicos se rinden al nuevo representante del Paraguay en España.


El más significativo es el de los profesores y estudiantes de todas las instituciones de
enseñanza. Una manifestación lo acompaña luego hasta su domicilio. Al pasar frente a la
modesta vivienda del hombre trajeado de negro, los muchachos prorrumpen en salvas y
vítores. Mas el destinatario no aparecerá.

Faltan apenas horas para la partida y el "viejo" profesor y sus familiares están terminando
de preparar el equipaje. Otros golpes premiosos se produce a la puerta y los mismos pasos
decididos están allí para despedirse del condiscípulo que se aleja, del amigo de siempre, del
camarada de la generación novecentista.

Y así solía evocar el viajero, a los muchos años, aquella breve escena:

–Llegó apurado y habló poco, pero cuando apretó sus manos entre las mías se le llenaron
los ojos de lágrimas. ¡Y pensar que se lo ha tenido por un ser frío y desalmado! ¡Qué mentira!

El hombre trajeado de negro, que había pagado su transporte y llegado y salido solo, se
llamaba Eligio Ayala, Presidente de la República, y quien se iba ya designado, unido a él por
vínculos iniciados en las aulas del Colegio Nacional, el profesor Juan Emiliano O’Leary, su
adversario político, pero, ante todo, su compatriota.

(En la biblioteca del maestro un retrato de don Eligio, personalmente dedicado, parecía
poner una luz de añoranza en la rememoración de este episodio).
(1983)

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cultura nacional.

Eligio Ayala Volver al Índice

La valoración de Eligio Ayala puede hacerse ya con independencia de los fragores que
ocasionara su no por breve menos intensa actuación pública. Toda su tarea escrita –dispuesta
"pour ne pas publier", como él dejara indicado– tiene carácter póstumo y es desde ese ángulo
que habrá que estudiarla y considerarla.

Porque su inclusión en uno de los capítulos más importantes del pensamiento teórico
nacional –el que corresponde a la generación del 900, que es la suya– no podrá ser soslayada
o desestimada por inferencias ajenas a la índole de sus ideas (sus ideas formativas, no las
partidarias, por supuesto).

Porque hay en Eligio Ayala, sin duda alguna, un


pensador, predisposición que está evidenciada en su
"Memoria del Ministerio de Hacienda" (1921) y en sus
"Mensajes Presidenciales” (1924-1928), además de las
inexorablemente tardías ediciones de "Migraciones"
(1915), aparecida en 1941, y de "La cuestión social”
(1918), impresa en 1979.

Eligio Ayala hizo pocas concesiones (o ninguna) y


fue siempre fiel a sí mismo. Las muchas "ingeniosidades"
que le fueran adjudicadas no han alcanzado a
desdibujarlo en el plano donde se asienta su
perdurabilidad: el de la cultura. Afortunadamente, fuera
de algunos esfuerzos superficiales, no ha podido ser modificado por el anecdotismo.

Tal vez no interese ahora saber cómo vivía o cómo vestía por estimarse más importante
la proyección de su tarea, la funcionalidad de su obra escrita, en una zona que quizás él sólo
imaginaría a modo de predio póstumo, puesto que nunca quiso acceder a los favores de la
fama literaria o simplemente a los de la publicidad.

Probablemente hubiera en ello modestia o en el fondo de su alma la convicción de que no


habría de ser entendido por sus contemporáneos. Y así ocurrió. Su misma prisa por hacer
decisiva y enérgicamente muchas cosas no era más que la premonición de que su quehacer no
se cumpliría sino dentro de plazos muy breves, ese quehacer que se había propuesto allá en
los días de soledad y retraimiento europeos.

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cultura nacional.

Por eso, hoy por hoy, no es el político el que interesa sino el ensayista, pues su legado no
podrá ser otro que el que parta de la esencia de sus propios escritos. A todo lo demás se lo ha
llevado el viento del olvido, la persistente ráfaga de la indiferencia.

Y no porque la política –doctrinariamente interpretada– sea una actividad insalubre, sino


porque su practicidad es siempre más perecedera que la teoría que la sustenta. (Cuando no la
sustenta ninguna o ésta queda supeditada a aquélla, surgen los monstruos totalitarios que aún
padece nuestro siglo).

Entonces, al cabo de los tiempos, cuando del contorno en que se expresaban sus
inquietudes quede poco o nada, será dado separar de su trayectoria lo perdurable de lo
accesorio, procurando así la concreción de una síntesis. Esto vale para la mayoría (tal vez la
unanimidad) de los novecentistas, en quienes –ahondando con honestidad en las páginas que
de ellos restan– se podrá hallar una imagen purificada por los años y por cierta propensión a la
ecuanimidad, que suelen conceder el beneficio de la distancia cronológica y el apagado fuego
de los días.

Es desde esta posición –un mirador humanista si se quiere– que habrá de interpretarse a
Eligio Ayala, a medida que vayan conociéndose sus páginas inéditas (entre las más
trascendentes sus "Notas de viaje" y "El materialismo histórico” esas que dan la medida de un
escritor y pensador, frustrado por su empecinada dedicación a funciones de ordenamiento y
crítica.

Al final su afán quedó subordinado a lo fragmentario, más dentro de lo que pudo que de lo
que debió hacer. Su sorpresiva ausencia estuvo rodeada de un simbolismo trágico, que es el
de su misma generación: el novecentismo paraguayo se inicia con los balazos que segaron la
existencia de Blas Garay y se cierra, tres décadas más tarde, con los que terminaron con Eligio
Ayala.

La bibliografía que le ha sido destinada no es cuantiosa, habiendo envejecido


notoriamente los capítulos que le dedicaron Justo Pastor Benítez (ru) y Arturo Bray. Sólo dos
aportes actuales podrían citarse: los de Francisco Bazán y Julia Velilla de Arréllaga.

Eligio Ayala, que era un campesino sin resentimientos, había nacido en Mbuyapey el 4 de
diciembre de 1878. Llevaba, con orgullo por supuesto, el apellido de su madre, doña Manuela,
y por sus venas corría sangre de la raza vasca. Lo que no es poco decir.

(1983)

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cultura nacional.

Ricardito Brugada Volver al Índice

Así, con diminutivo, para diferenciarlo de su progenitor, se lo conoció familiar y


popularmente. Comprobación ésta nada insólita, pues supo gozar siempre de un carisma
surgido de características que le eran propias: coraje civil, espontaneidad, espíritu
caballeresco, rectitud doctrinal, amplio desinterés, lealtad sin límites.

Su padre, don Ricardo Brugada y Puig, había llegado


desde su Barcelona natal, con 26 años, a la por entonces Villa
Occidental en el mismo 1869 en que lo hiciera don Victorino
Abente. Su madre, doña Juanita Arrua, era paraguaya.

Ricardito siente desde muy joven el fervor del bien público


y al mismo tiempo el de la cultura. Así es como desde las aulas
del Colegio Nacional (donde se graduara de bachiller el 1 de
febrero de 1898) inicia cierta cruzada entre sus condiscípulos
firmando, con José Antonio Pérez, una circular destinada a
propender a la creación de un periódico estudiantil que tendría
por principio incitar al interés por la literatura y a poner al país,
en tal sentido, a nivel de otros de nuestra América, según
expresa el texto. Consecuencia de esto habrá de resultar La Juventud, cuyas páginas
albergaron las primeras prosas de O’Leary y Pane, entre otros.

Cuando el calumniado Presidente Escurra quiso rodearse de jóvenes para prestigiar su


gabinete y su administración –quebradas ya las huellas de Blás Garay y Facundo D. Ynsfrán–
buscó para funciones representativas a Ricardito Brugada y a Ignacio A. Pane (ambos apenas
si con la mayoría de edad necesaria), quienes fueron confirmados como secretarios de
Legación en Río de Janeiro y Santiago de Chile, respectivamente.
En aquellos destinos produjeron: el primero, un libro, y el segundo una conferencia
impresa. Se trata de verdaderos informes sobre la actividad del país, considerado en un plano
más extenso el de Ricardito, pues abarca diversos aspectos: histórico, social, económico y
cultural. En cambio el de Pane, titulado El Paraguai (sic) intelectual (Santiago de Chile,
Imprenta Mejía, 1902) es un ceñido pero a la vez detallado recuento de las letras y el
pensamiento nacionales desde la Colonia en adelante.

El aporte de Ricardito se denomina: Brasil-Paraguay (Río de Janeiro, Typ. Malafaia,


1903). Difiere del anterior en que su enumeración no está dividida en épocas ni en géneros,

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cultura nacional.

sino que se atiene a la actividad de los hombres más significativos en el orden de la cultura.
Previene allí sobre el destino poético de O’Leary –su amigo inseparable–; señala su
interés en la crítica de Gondra, vaticinando (cosa que por felicidad no se cumplió, ni se propuso
don Manuel) la "pulverización de Rubén Darío por parte de aquél; y pone de resalto la
condición de escritor modernista de Arsenio López Decoud, hallazgo que, de acuerdo a la
fecha en que fue dicho, no ha sido valorado en toda su dimensión.

Sintió Ricardito el impacto de la personalidad de Gondra, su maestro de literatura, en una


actitud no extraña a los novecentistas, como Blas Garay y el mismo Pane, con relación a Alón,
cuyo resplandor romántico recibieran, y que al igual que ellos, muriera en la mocedad.
...Otra de sus pasiones fue la cuestión social –así calificaba a comienzos del siglo– en la
que los trabajadores lo tuvieron a su lado. Con Pane, Cipriano Ibáñez y Rufino Villalba
(simbólica conjunción de republicanos y liberales) fue de los pocos que rodearon con valentía
las tribunas levantadas por Rafael Barrett, convertido aquí en apóstol de los "humillados y
ofendidos".

Y por último un rasgo moral que lo define: mientras el Dr. Antolín Irala, líder de su partido,
desempata en el Parlamento en favor del “generalato” de Albino Jara (allá por los movedizos
días de 1911) Ricardito ganaba la calle con su gran garrote dispuesto a defender a las víctimas
de aquel descontrolado gobernante.

Poco fue lo que escribió, no obstante su calidad de periodista, entre lo que puede
contarse el opúsculo El Paraguay y Chile (Asunción, 1902) y varias colaboraciones –un breve e
interesante ensayo sobre el Dr. Francia– aparecidas durante su permanencia en Córdoba
(Argentina), que duró tres años (1912-1915) y que a la hora de la despedida diera lugar a
sentidos agasajos. No se hace referencia, en esta recordación, a sus temas políticos por
pertenecer ellos a otro orden de estimación.

Ricardito Brugada, nacido en esta capital el 16 de setiembre de 1880, murió


repentinamente al mediodía del 13 de enero de 1920, mientras almorzaba en un restaurante
céntrico.

Había estallado su generoso corazón, que él entregara sin pausas para la vigencia de la
cultura, la democracia y la justicia social.
Como su padre español, quiso ser también un auténtico republicano. Esa es su gloria.
(1893)

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cultura nacional.

Modernismo Volver al Índice

Recuento de “Crónica”

No hacía mucho que se habían apagado los últimos resplandores de la última guerra civil
(o incivil, como lo son todas las que ocurren entre hermanos) y que el inquieto coronel Albino
Jara (1877-1911) comenzaba a ser un recuerdo, cuando el 12 de abril de 1913 los talleres
gráficos de Zamphirópolos y Cía., instalados en Villarrica y Convención (hoy Presidente Franco
y O’Leary), daban fin a la impresión de una pequeña revista de tapas anaranjadas, flexibles,
revista literaria, social, festiva y de actualidades, según promesa de la presentación.
Ese manojo de apenas veinte páginas se llamaba Crónica. Era una publicación de
muchachos, donde se admitían colaboraciones espontáneas y no se devolvían los originales.
Su gestación –como ocurre casi siempre– tuvo lugar en la rueda bohemia de un café, bajo la
égida amable y elegante de don Arsenio López Decoud –un auténtico modernista paraguayo
desde comienzos de siglo– quien participara de la fundación del núcleo precursor denominado
La Colmena, que allá por octubre de 1907 consiguió reunir fugazmente a los integrantes del
novecentismo con quienes representaban la efusión posromántica, ya en sus tramos finales.
Cuatro son los nombres más significativos (en realidad los que participaron de su
fundación) que Crónica habrá de agrupar hasta el momento de su desaparición: los poetas
Pablo Max Ynsfrán y Guillermo Molinas Rolón, y los prosistas Leopoldo Centurión ("Leo-Cen")
y Roque Capece Faraone, quienes por entonces no alcanzaban los veinte años de edad.
El número inicial comienza –como es de práctica– como un breve programa, en el que se
expresa:
"Aspiramos a romper la antigua costumbre de aprisionar en moldes estrechos y rutinarios
los vuelos del intelectualismo que pugna por abrirse paso".
Pero además se permite fijar los lineamientos de una conducta, que bien refleja las
características del ambiente recién pacificado:
"Nuestra hoja será una revista completamente nueva, informativa, sin matiz político que la
caracterice, despojada de ataduras que comprometan su independencia e imparcialidad”.
Se recogía así la tradición de la Revista del Instituto Paraguayo, existente hasta un lustro
atrás.
Aquellas páginas se muestran pródigas en informaciones y temas literarios. Colaboran
inicialmente: Viriato Díaz-Pérez, con un pensamiento; Pablo Max Ynsfrán y Molinas Rolón con

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cultura nacional.

poemas, y Leo-Cen y Capece Faraone con cuentos. También se leen secciones fijas como:
Crónica Mundial, A través de la semana, Crónica social (con fotos de don Enrique Fratta),
Galería de “Crónica”, Bibliografía, Notas estudiantiles, una Página femenina a cargo de Noemí,
y "La casa del corazón", poesía china. Cierra el índice una sección jocosa de preguntas y
respuestas, en comunicación directa con el público, titulada "Lo que dice el canasto". A alguien,
RM de Asunción, se le contesta desde allí: "El canasto está muy satisfecho. Devoró su artículo
con gran satisfacción".
El número 3 sale con una foto del prócer Artigas en la tapa y desde el 9 al 33 se
concretará la colaboración artística –acompañada a veces de interesantes prosas del autor-
que firma otro joven algo mayor: Miguel Acevedo (1889) quien se marchará a París, donde
muere dos años más tarde. Acevedo, especialmente con sus caricaturas, ha de ser para
Crónica lo que sería después Juan (Chuchín) Sorazábal para Juventud.
La publicación recoge trabajos de Leopoldo Ramón Giménez, los españoles Fermín
Domínguez, Mariano Carmena y Pablo de Maeztu (Kentuky), el uruguayo Telmo Manacorda, el
crítico argentino Juan B. Tapia, y de los nacionales Ccilio Báez, López Decoud (con
traducciones), Manuel Domínguez, Benjamín Banks, Gomes Freire Esteves, Herib Campos
Cervera (padre), Juan E. O’Leary (firmando con su célebre seudónimo de “Pompeyo
González"), Ignacio A. Pane, y los por entonces jóvenes Policarpo Artaza, Adriano Irala,
Eusebio Averio Lugo y Juan Vicente Ramírez, entre otros.
Con trascripciones en prosa serán recordados Martín de Goycoechea Menéndez y Rafael
Barrett. Aparecen también allí los mejores poemas de Molinas Rolón y la columna de Leo-Cen:
"Nuestros hombres", plena de justicia hacia los escritores paraguayos de otros tiempos. El Nº
41, que es el anteúltimo, está dedicado al “intrépido Silvio Pettirossi", el aviador que ha
regresado al país cubierto de gloria.
El número final (42-43) presentado con satinadas tapas amarillas y fechado el 31 de
diciembre de 1914, alcanza a anunciar el año que se aproxima. El mismo corresponde también
a "Navidad-Año Nuevo" de 1915 y lleva 24 páginas sin foliar, de las cuales 16 contienen avisos.
Figura como propietario su mecenas: don Guillermo F. Campos, a quien acompañan: Leopoldo
Centurión, en calidad de secretario de redacción, y Pablo Sprinberg, de administrador. Miguel
Acevedo, ausente en Francia, es reemplazado en las ilustraciones por el argentino Ricardo
Parpagnoli.
Acentos apocalípticos y un cierto aire nietzscheano tiene el editorial de despedida, por lo
que se expresa el estilo inconfundible de "Leo-Cen":
"Con un trágico brochazo de sangre se cierra un retazo del Tiempo. Una roja aurora

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cultura nacional.

vuelca su tinta en la inmensa lobreguez de pesadilla que forma el año de la guerra. Nietzsche
triunfa. Su negro vaticinio envuelve a los hombres y a las cosas. Sobre el montón de corazones
helados levantemos nuestra copa de optimismo. Somos jóvenes. Somos la vida que se rebela
ante el destino que impone su locura. Amamos la vida que canta y no la vida que llora (…). De
nuestros corazones sube a nuestros labios un anatema y el himno al sol, padre de la vida.
Queremos lo nuevo porque es bello. Queremos lo nuevo porque es virgen".
La vida como acto de voluntad, desde luego. Nietzsche no se resignaba a morir del todo
en aquellas mentalidades juveniles, a pesar del acta de acusación que pretende levantársele.
Pero preciso será confesar que lo nuevo era ya algo que se estaba tornando viejo y que el
turbión de los acontecimientos haría más lejano aún. A pesar de todo, los jóvenes de aquella
época creían en lo que habría de venir, sin precisar de qué se trataba. Y sobre todo pensaban
en la vida, esa vida que proclamaban amar y que los dispersará con los años. Sólo uno de ellos
logra alcanzar la madurez, Pablo Max Ynsfrán, que muere en los Estados Unidos a los setenta
y ocho años; los demás no llegan a los cincuenta: Leo-Cen, a los 29; Capece Faraone, a los
34, y Molinas Rolón, a los 48. Nada de lo que escribieron ha quedado, salvo algunas páginas
del primero, consagradas al estudio de la historia.
¿Cuál ha sido el rasgo distintivo de Crónica? ¿Cuál su mérito? Ya se ha dicho -
corrigiendo un largo y persistente error-que ella simboliza la continuidad del modernismo
literario en el Paraguay, en su tercer tramo. Venía unida al premodernismo de Guanes, al ya
más asentado de Toranzos Bardel y Marrero Marengo y a ese que insurge en 1910 con
Molinas Rolón, que pasa a ser uno de sus fundadores. La recordación de Goycoechea
Menéndez y Barrett -dos precursores en los inicios del siglo- no resultará en vano.
A ese respecto conviene aclarar que los intelectuales del 900 -no obstante la formación
romántica de varios de ellos- no habían permanecido insensibles ante la seducción modernista,
según se advierte en Domínguez, Pane, O’Leary y el mismo Gondra, y tanto es así que puede
señalarse una distinta toma de posición en lo que va de un lustro, entre 1914 y 1919.
En un orden estrictamente generacional corresponde manifestar que Crónica no superó
los alcances de la Revista del Instituto Paraguayo, representativa de toda una época, debiendo
suponerse como probable el propósito de fijarse una meta modesta. Aunque su trayectoria ha
trascendido al plano literario y en la actualidad sólo en ese aspecto se la conoce, su plan
concreto es asimismo el de una revista a nivel de información, aunque predominaran prosas y
versos destinados a tener un lugar en la historia de las letras nacionales, aspiración que se
cumplió en la mayoría de sus integrantes y colaboradores.
Puede considerarse a Crónica como una de las manifestaciones más evidentes del influjo

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

modernista en su entronque rioplatense, ya que en especial en los versos resulta insoslayable


la presencia de Lugones y Herrera y Reissig, además de la siempre recordada de Darío. Su
antecedente inmediato no será otro que la Antología Paraguaya de José Rodríguez-Alcalá, que
recibe también los aportes de poetas actuantes, aunque no de modo muy directo, en ese
movimiento, y de otros plenamente identificados con él.
Los fundadores de la revista quisieron evitarse la tarea de crear un conflicto que confinara
en el deslinde de dos generaciones, resignando en definitiva una aspiración que tal vez
anidaba en el espíritu de cada cual, pero que no podía aflorar sin desmedro. Temas, lecturas,
orientación, fueron en gran medida heredados del Novecentismo a tal punto de que no pocos
de sus líderes (Pane, O’Leary) colaboraron con alguna asiduidad. Y tanto es así que la posición
histórica adoptada por este último era compartida in toto por los jóvenes de Crónica una
década después de la polémica de 1902. Así lo indicó con claridad meridiana "Leo-Cen" en su
medallón dedicado al Dr. Cecilio Báez. Eran declarados lopiztas, como se decía por aquel
entonces, en particular "Leo-Cen", Pablo Max Ynsfrán y Capece Faraone.
Las novedades que se buscaban nacerían un poco más tarde con Fariña Núñez, a través
de la interpretación estética; con Julián de la Herrería, en la renovación del arte; con Agustín
Barrios, en la creación musical, reconociéndose en ese proceso una lenta maduración que
traspondría el año final de la guerra del Chaco.
La vigencia de Crónica consistió en haber sido, ante todo, una señal. Después de ella
vendrían: Letras, 1915-1916, bajo la dirección de Manuel Riquelme; Fígaro, en su primera
época, 1918-1919, orientada por Arsenio López Decoud; Pórtico, 1919, cuya edición estuvo a
cargo de Federico García y Anselmo Jover Peralta; la inicial Guarania, 1920, de Natalicio
González, y enseguida Juventud, 1923-1926, y Alas, 1924, todas las cuales -con mayor o
menor efusividad- dieron su nota modernista y aun avanzaron hacia el posmodernismo y el
mundonovismo, como las tres nombradas en último término.
Quien en estos días consulte alguna desvaída colección de Crónica podrá tener la
seguridad de estar asistiendo a la lectura de un capítulo no desdeñable de la evolución literaria
del Paraguay, sin el cual no hallaría explicación la propia reseña cultural, en lo que ella pueda
tener de afirmación temporal y de permanente testimonio. (1963-1973)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Fariña Nuñez y el modernismo poético Volver al Índice

Un año antes de la llegada de Rubén Darío a Chile, exactamente el 25 de junio de 1885,


nace en la villa de Humaitá, el poeta Eloy Fariña Núñez. Su niñez entronca, así, con las
prolongadas vísperas del modernismo. Sus días postreros coronarán el auge del arte de
vanguardia y de la libertad estética, pregonados en ensayos que han mantenido a lo largo del
tiempo su vigencia.

Apenas si un raudo fragmento de su infancia transcurre en


suelo paraguayo: hasta 1891, en que sus padres, Don Félix
Fariña, natural de Caazapá, y Doña Buenaventura Núñez, de
Santiago de las Misiones, se trasladan a la población de Itatí, en
la provincia argentina de Corrientes, donde fijan definitiva
residencia. En 1914 Fariña Núñez se acerca a la tierra que había
cantado y soñado, más que vivido. Y su paso fue tan fugaz como
aquél de sus lejanos días. Luego, el tráfago porteño lo obligó a
poner necesaria sordina en su existencia, que, por lo demás, él
deseó siempre sosegada y recoleta. Volvería por última vez, en el
paréntesis de unas vacaciones en enero de 1920.

Durante la adolescencia busca los claroscuros del claustro, allá en el Seminario de


Paraná, a donde lo llevara una incipiente vocación religiosa. Regresa a Itatí, en 1902:
trasládase enseguida a la capital correntina, rinde en dos años el bachillerato e intenta la
carrera del magisterio, que no ha de finalizar. Buenos Aires lo espera y allá va el joven latinista
a internarse en la solemnidad de las ciencias jurídicas y sociales. Pero el periodismo lo atrapa y
empieza a colaborar en "La Nación", "La Tribuna" -que era de los Vedia-, "Caras y Caretas",
"La Razón", "Fray Mocho" y asimismo en "El Diario" de Láinez, cuando su jefe de redacción se
llamaba Leopoldo Lugones, cuya amistad cultivara.

En 1908 ingresa en la Administración de Impuestos Internos, de la que en el momento de


su deceso era titular, tal lo habían sido precedentemente los después ex ministros nacionales
Dres. Enrique S. Pérez y Roberto M. Ortiz.

Su vida está signada por acontecimientos literarios de importancia: en 1911 aparece su


"Canto secular", con el que se incorpora a las letras de su patria; en 1912 su cuento "Bucles de
oro" es premiado en el Concurso de "La Prensa"; 1913 lo sorprende integrando el directorio de
la revista "Nosotros", que nucleó a buena parte del pos-modernismo rioplatense; 1914, ya se ha

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

dicho, es la fecha de su único viaje al Paraguay, ocasión en que dicta conferencias y los
escritores modernistas de "Crónica" le dedican un número de homenaje, que incluye dos finas
caricaturas de Miguel Acevedo, y un saludo, salido de la probable pluma de Leopoldo
Centurión, donde se lo denomina "incógnito cisne" y se pone al desnudo su espíritu vernáculo,
del que tanto se gloriaba: "Ni el acento del lenguaje, a pesar de su larga ausencia, sufrió con el
roce continuo de la extraña gente".

En 1916 da a conocer su trabajo de síntesis: "El significado de la obra de Rubén Darío”.


1925 es el año de la edición de "El jardín del silencio" por los estudiantes universitarios
asuncenos y 1926 el de la publicación de su libro "Conceptos estéticos" -con el subtítulo de
"Mitos guaraníes”, sin olvidarnos que en 1922 ha entregado a la crítica su solo recuento de
poemas: "Cármenes". En 1927 la Real Academia Española lo designa miembro
correspondiente "por apreciar sus conocimientos en linguística y letras humanas".

Muere Fariña Núñez en un apartado barrio de la capital argentina, el 3 de enero de 1929.


Emocionadas voces lo despiden y desde otra orilla de nuestra América, uno de los
representativos de la generación del Novecientos, Fulgencio Ricardo Moreno, rubrica en
cablegrama su epitafio calificándolo, con justicia, de "egregio escritor, gloria de las letras
nacionales".

Hombre de ánimo reposado, al contrario de los trashumantes de las horas iniciales del
modernismo –Darío, Gómez Carrillo, el propio Lugones-, procuró hallar en la música, en el
diálogo intelectual propicio a la soledad, en sus lecturas clásicas -no muy abundantes, aunque
sí sabiamente decantadas- la frecuentación con el silencio creador. No es de asombrar, pues,
que su inspiración tenga cierta rigidez arquitectónica y que más que formales resulten sus
coincidencias con Mallarmé y Vallery, cuya lectura alternaba con sus predilectos: Santa Teresa,
Gracián, Quevedo, e igualmente "Las noches áticas", las “Geórgicas”, las “Odas” y los
"Epodos".

Su concepción estética se concentra en las siguientes proposiciones:

a) La inspiración, que era entre los griegos "una locura apolínea", es "para la ciencia de
nuestro siglo", un fenómeno cerebral muy claro y muy sencillo;

b) La fuente de toda poesía está quintaesenciada en la mujer, concebida como una


"realidad”, definición ésta de neto cuño rubendariano;

c) Por su parte, los artistas que falsifican la realidad externa incurren en el error de creer
que son capaces de crear una realidad más armoniosa y sabia que la natural;

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

d) La poesía es el panteísmo en el arte.

Se ha pensado y discutido sobre los aportes clásicos en la poemática de Fariña Núñez; es


más: se los ha puesto en duda. No se trata de un clasicismo cerrado ni de un neoclasicismo
huero: quiere ser sólo una certera ubicación junto a Darío por haber sido "restaurador del
verdadero concepto de clasicismo", según se lo capta a través del "Coloquio de los centauros".

Estima el poeta paraguayo que lo válido es la creación de nuevas formas -y aquí es de


oportunidad citar a Valéry: "La palabra es la representación del pensamiento, pero no su
expresión más cabal" -aunque muchos vieron nada más que una revolución constreñida al
verbalismo. "Por la libertad del artista (que no la tenía, en un siglo de libertades), añade Fariña
Núñez, se levantó Darío contra clásicos y románticos que peleaban por una norma de
imitación, un lugar común, un canon de belleza", con olvido o deformación de las fuentes
originales. Por eso, concluye, en los derechos contra la retórica, el nicaragüense fue "el primer
poeta americano libre".

De esta manera el modernismo es interpretado como la emancipación del yugo


neoclasicista peninsular: la concreción de la libertad en el orden, en la armonía, en la
proporción, en la sencillez y en el equilibrio, defendida y practicada por Darío.y que en el fondo
no son más que la raíz del clasicismo, clásicamente entendido, por supuesto.

La expresión de ese tono clásico se halla inserta en el "Carmen latino", escrito en 1920
con dedicatoria a Manuel Gondra, violentamente desplazado de la Presidencia de la República
por segunda vez.

Es una serena invitación a abandonar el Foro; ahí quedan algunos versos memorables,
de inocultada crudeza ambiental: "Dejemos los negocios", "Huye de la tribuna de los Rostros",
"Guardarás tu virtud”, “¡Qué duros son los tiempos que vivimos!”, “¿Cuál de las voces escuchar
pretendes?”, “¿Qué valen los honores y los triunfos?”. Todo esto mezclado con escifos,
etruscos, anagnostes; Piérides, pretores, Antonio que conspira contra “el divo Augusto" y
Lépido que vela, lo cual concede matices criollos, al mismo tiempo, a esta escenografía
imperial. Algo parecido a aquello de Horacio en su “Oda a Aristio Fusco", que tanta semejanza
guarda con Gondra:
El hombre recto y de conciencia pura
arco no quiere ni moriscas armas
ni de saetas venenosas, Fusco,
llena la aljaba.
Forma latina, en un evidente trasfondo griego, será también la que abra la magna
ouverture del "Canto secular":

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cultura nacional.

Oh, gran Tupá que, bajo el cielo de Ática


Fuiste el divino Pan, el Nous inmenso
Y plural que lo sintetiza todo
Y que en ninguna fórmula se vierte.
En tal sentido, el Nous ha de considerarse según era para Anaxágoras: "Como una
entidad (penetrada de inteligencia) que rige todos los procesos del universo". Y más adelante,
en un ansia por aprehender la esencia del misterio universal -posición que adoptaron a su turno
Guanes y Molinas Rolón-, procurará acentuar, Fariña Núñez, mediante la pesquisición
teosófica, aquella inquietud de su alma, antaño mística y simple. En su elogio de Ameghino lo
da a entender una mención de la orientalista Annie Besant.

A pesar de ello, o quizá por ello mismo, no era un puro contemplativo. Quien en "Nuevo
ideal americano" había manifestado: "Yo no sé por qué me siento intensamente americano, sin
dejar de ser ardientemente paraguayo" no estaba negado para la acción, concebida como un
ejercicio de la vida inteligente.

Al contrario de lo que afirma Walter Wey, cuando dice que Fariña Núñez es "el
representante típico del poeta olímpicamente alejado de toda realidad social, además del
hombre incapaz para la acción constructiva", determinadas conclusiones, y aun hechos, le dan
la respuesta: en 1911, plena época de convulsión política, lanza su “Canto secular"; en 1914, a
través de la encuesta que sobre la primera guerra mundial realiza la revista "Crónica", de
Asunción, formula críticas a la crisis de la civilización occidental, incita a sacudir la tutela de
Europa, y propicia, en este aspecto, la emancipación de la economía americana; en 1918
publica un ensayo sobre "El estanco del tabaco"; en 1922, entre el fragor de otra contienda
revolucionaria, escribe los versos de “Mater dolorosa", verdadera imagen de la abnegada mujer
paraguaya; en 1925, desde las páginas de "El jardín del silencio", señala que "las ideas tienen
el valor que la acción les presta".

Fue, a su modo, un poeta civil, como han tenido que serlo , en circunstancias especiales,
los grandes de América: Darío alcanzó altura épica en su canto "A Colón", y en su "Oda a
Roosevelf', al "cazador" de 1913, no al apostólico buen vecino, el otro Roosevelt de veinte años
más tarde.

Poeta civil y nacional, que es idéntica cosa, y que en Fariña Núñez se dio íntegro en el
"Canto secular", del que fueron inmediatos antecesores el "Canto a la Argentina" de Rubén
Darío y la "Oda a los ganados y a las mieses", de Lugones, ambos de 1910.

Para despojarlo de molestas aleaciones será conveniente aclarar los pasos previos a la
publicación del citado poema. Virgilio Fariña Núñez expresa que el "Canto" se insertó en

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

"Tribuna" de Asunción, por mediación de Saturnino Zayas, y que después fue modificado. La
verdad parece ser otra: en el diario "El Monitor” -que seguía las directivas presidenciales del
coronel Albino Jara y que estaba prácticamente dirigido por uno de sus redactores, el poeta
anarquista argentino Federico A. Gutiérrez-, se dio a conocer, el 22 de marzo de 1911, una
carta del citado Zayas enviada desde Buenos Aires, a la que adjunta dos fragmentos -
comienzo y final- del "Canto Secular", que el poeta, "venciendo las resistencias que impone la
modestia", tuvo la gentileza de proporcionarle. Por su lado el autor, en epístola de fecha 29 de
abril y destinada a Gutiérrez, participa el envío del "Canto Secular” y autoriza su impresión por
separado. El poema es incluido en toda su extensión en el número recordatorio de la
Independencia, el día 13 de mayo, y puede leerse, a 4 y 1 columnas, respectivamente, en el
mencionado diario. El "Canto secular" -cuya influencia lugoniana no parece tan evidente- lo
editó don Arsenio López Decoud, con bello prólogo de Fariña Núñez, quien finaliza así:
"tenga o no valor mi oda conmemorativa, débole, pues, al menos, el inolvidable encanto
de haberme sentido por un instante alma de mi pueblo y corazón de mi raza y el alto placer
moral de haber alzado mi canto en el preciso momento en que otros alzaban el puñal contra la
libertad”.
Clara alusión ésta al gobierno del coronel Jara, pese a que en su diario, oficial u oficioso,
había publicado el poeta la versión primera de su "Canto secular”: que iniciará el volumen de
"Cármenes", once años después.

El "Canto Secular” basado más que en los recuerdos infantiles, que el poeta dijo retrotraer
para su gestación, en los relatos de su abuela y su madre -cuyas edades mediaban entre el
Paraguay independiente y el de la Constitución- contiene todos los elementos naturales del
modernismo: el sol "lluvia de oro", "colosal naranja", será para Darío como un "vidrio redondo y
opaco", mas el fondo climático se mantiene igual. Y la luna: "Por ella se conserva y perpetúa /
en curso de progenies sucesivas", que para Molinas Rolón -del grupo renovador y modernista
de "Crónica"- devendrá en "la luna de la raza". Para los dos la selva ha de ser "La selva
sagrada", y Guarania tendrá una misma presencia. Insectos, frutos, flores, figurarán en la
temática de Fariña Núñez, cual en Lugones trigo, maíz, lino, caña, leña, leche, viajes, raza y
palomares, desplegados en la Oda con profusión inaudita. No obstante el empleo del verso
blanco, Fariña Núñez no incurre en prosaísmos, como los que fueron descubiertos en Lugones:
"saludemos al plácido borracho", y, entre otros, aquéllos en los que abogaba -en poesía desde
luego- por la reforma del Código Rural.

Eso sí: en el poeta paraguayo está presente la poesía de lo antiguo, del ancestro
americano, que Darío había aconsejado cantar como la única forma posible de enunciarse en

176
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

este continente. Y lo americano fue para el autor del "Canto secular" el vuelco a las fuentes
guaraníes implícitas en su "oda conmemorativa", patentes en "Conceptos estéticos", y en cuya
pesquisición andaba cuando le llegó la muerte. El himno, la bandera, la invocación a la patria
("que sea grande, poderosa y rica”) dotados de profundidad lírica, quedan incorporados al alma
popular, que circula en sus versos con sus trances de paz y de guerra, de quehacer y de
sangre.

Otros temas de marcada acentuación modernista: el uso de la jitanjáfora, la vertebración


del nativismo, la cantidad de elementos decorativos, tornarían poco menos que exhaustivo este
ensayo, que sólo ha deseado serlo de valoración, por todo lo que la obra de Fariña Núñez
significa para el destino de la cultura paraguaya en América.

(1959)

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cultura nacional.

Prosa testimonial Volver al Índice

1. Ortiz Guerrero

Facundo Recalde -en su Evocación de Ortiz Guerrero98- entrega el ejemplo de una "vida
estatuaria", la que desde sus comienzos hizo valer -con abstracción de su nombre- "las dos
cifras únicas y eufónicas de su apellido”, y se esfuerza por ofrecer un retrato de cuerpo entero
de su amigo, quejoso de que la escultura que intenta perpetuarlo en la plaza de la Recoleta no
tenga nada que ver con él.

Primeramente su aspecto: "áspera melena de león", "boca rota de


cantos y sonrisas", "ojos de un verdeazul", y luego "su sombrero alón",
"su corbata de anarquista, su larga capa".

Después aparece Ortiz Guerrero a través de su carácter, de


"áspera franqueza", de indudable fortaleza de espíritu: “él no iba a
llorar más en adelante ni en el falso llanto de los versos de amor". Pero
el aislamiento que se impuso no le permitió conocer “los aspectos
innobles de la vida", de ahí cierta ingenuidad -no desprovista de humor
e ironía-para enfrentarla. Y agrega: “Era feroz en su sinceridad, brutalmente implacable con los
otros como lo fue consigo mismo".

El autor piensa que la calidad de hombre de Ortiz Guerrero


ha sido superior a su poesía, reconociéndolo como "maestro de la
voluntad y del carácter, de valor y de dolor".

El poeta estaba, por lo demás, éticamente acorazado para


resistir aquella larga jornada agónica. "Habrá tenido defectos -
señala Recalde- que condimentan las virtudes de todo obrero del
bien, de la verdad, de la belleza, guerreando sin cesar por la
justicia. No tuvo odio sino al odio y si hizo mal lo habrá hecho al
mal". Tenía el corazón de un "arcángel vengador" y su espíritu no
descansó en la tarea de conseguir el perfeccionamiento interior.
"su bondad -añade- no fue blanducha y negativa, como es la mentirosa de los débiles, sino

98
Publicación, en folleto, de la conferencia pronunciada en el Ateneo Encarnaceno, el 8 de mayo de 1952.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

batalladora y fiera".

En soledad familiar transcurrirán los días de Ortiz Guerrero, puesto que su padre "nunca
le hizo caso" y su madre murió con su nacimiento. A ella está dedicado el poema casi póstumo
Susana, hondo, coloquial y sencillo a la vez, donde el poeta se despoja de la parafernalia
modernista ("cuando niño, me han dicho que tenía / mi madre la elegancia del bambú /
regalando frescura y melodía”) para dar la nota final, íntima y emocionada:

Mama: mi corazón se parte,


cántame el arrorró que sabes tú.
Significativamente este poema y Chamorro pertenecen a su última etapa; con ellos, Suma
de bienes (1916) y La amarga plegaria de unos labios en flor (1917), logra el poeta su acento
más alto y personal.

¿Tuvo amigos? Tantos como pudo quien fue estudiante y juvenil escritor bohemio.
Después, declarada la enfermedad, se repliega en sí mismo y su modesta vivienda será el
mundo de su experiencia y de sus días restantes. Claro que luego de morir -como ocurre
siempre- le brotaron muchos -los desconocidos de costumbre- que apenas si habían tenido
noticias suyas por su leyenda o por sus versos. Recalde menciona a dos de los verdaderos:
don José María Duarte, el impresor y editor, y don Arturo Alsina, el dramaturgo.

Se ha dicho que Ortiz Guerrero vivió voluntariamente aislado, pero aun así le fue dado
tener algunos esporádicos contactos con la realidad ambiental, siendo como era aquel período
"menos materializado y soez que el actual, en que un poeta era un señor social y nacional".

Vuelve de Asunción a su Villa Rica del Espíritu Santo (nosotros queremos rescatar para la
ilustre ciudad su denominación histórica) "a la maduradora soledad de su conciencia".

Menos de un lustro después deja para siempre su rincón natal, donde escribiera Eireté,
comedia en un acto y en verso, terminada el 19 de setiembre de 1920 y editada al año
siguiente. El resto será producción asuncena, si bien algunos poemas de Surgente (1922)
están fechados en Villa Rica: Jamás (1916); La amarga plegaria de unos labios en flor (1917);
Schubert en tu piano (1918) y también El crimen de Tintalila (1922), tragedia en tres actos.

Allá lo encontró don Arturo Alsina, su condiscípulo -era en 1920- en el sepelio del poeta
Alarcón. Tiempo más tarde, ya en la capital, se produce un sorpresivo encuentro nocturno en la
calle Yegros. A esas horas, hurtándose a la curiosidad pública, visita a su médico, o pasea con
su compañera Dalmacia por "la ciudad dormida", que no había tenido sorpresas para él.

En este ámbito, bien que estrecho, se desenvuelven sus inquietudes, insólitamente

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

activas a pesar de las circunstancias, retemplándose en ellas para enfrentar la cotidiana,


implacable adversidad. Mas antes ha tenido en su región guaireña, sus "rebeldías románticas",
teñidas de algún anticlericalismo, que era en el que solía confinar la acción de los ruidosos
alumnos del Colegio Nacional. Recalde pone mucho cuidado en el sentido de esa actitud
posterior que -de acuerdo a su testimonio- no se cumplía en el límite de los partidos
tradicionales.

Se trata, pues, de una inferencia de orden subjetivo, extraído no de la obra sino de la vida
de Ortiz Guerrero, quien en los años finales ya no se habría dedicado con exclusividad a la
literatura a cambio de su inserción en la prosa política. En uso de ésta escribía los manifiestos
y panfletos de la oposición, del estudiantado y de la clase obrera "con los cuales vivió
identificado siempre".

Duele a su biógrafo que se le haya dado "una afiliación imposible y caprichosa", ya que él
lo considera "un soldado de vanguardia -como no salía mas, escribía los discursos explosivos
de los agitadores-, un luchador de izquierda...temperalmente un militante, pero, sobre todo y
ante todo, un hombre con mayúscula". Esa ubicación en la "izquierda", a nuestro juicio está
apenas esbozada en su poesía:

“Con humildad de pan daba sustento


a la virtud callada del trabajo
en los hijos sin luz del sufrimiento:
los indoctos, los tristes, lo de abajo”99,
y esto otro:

“Y el rojo a las rebeldes inquietudes obreras


que saludan a Mayo con el rojo pendón”100,
a lo que habría que sumar el soneto a la Nicaragua de Sandino y ese otro a México en
celebración de un proyecto de ciudadanía continental. Pero acontecimientos de conmoción
universal, como el martirologio de Sacco y Vanzetti en 1927, se le pasaron por alto o no
concitaron su atención, poéticamente hablando.

Dicho "izquierdismo" era más bien de estirpe sentimental y estaba lejos de la ortodoxia de
grupo; valía ante todo como una toma de posición frente a determinados hechos. Así, recuerda
que la modesta imprenta de este hombre humilde -y sin embargo provisto de tanta dignidad

99
Referencia al maestro don Delfín Chamorro, mentor literario a la vez que guía moral del Guairá
100 Esta posición sería común a los integrantes del tercer grupo modernista, en particular a los agrupados en torno a la revista
Crónica.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

cívica- fue allanada a raíz de los sucesos del 23 de octubre de 1931.

Podría, sí, haber sentido, aunque de modo colateral, el impacto de algún "anarquismo" de
época, sin por ello despojarse de la temática nacional -incluso histórica-, según fuera el caso
de sus compañeros de promoción, en particular Leopoldo Centurión, Molinas Rolón y, con
mayor efectividad, Ramos Giménez.

Retomando la comprobación anterior y uniendo esto a su acracia de intención moral, será


posible decir que fue un patriota a su manera -en forma alguna un "nacionalista"- al que su
conducta no se sintió disminuida cuando se trataba de abordar el simbolismo de la patria, como
puede advertirse en los poemas: Los veteranos, La sortija, Diana de gloria, Ulf, Desfile de
Mayo, incluidos en su libro Nubes del Este (1928), y Parque Caballero, La canción del soldado,
Voz de clarín, Diana mbayá, Oñemitiva ñe’ê, que pertenece a Arenillas de mi tierra y en los que
se encontrarán referencias al estado de ánimo suscitado por el conflicto armado con Bolivia.

Esta actitud de independencia la mantendrá también en las dedicatorias: a Manuel


Gondra, Federico García, Arsenio López Decoud y Gomes Freire Esteves. Por último, recuerda
Recalde que "como ciudadano no tuvo más miedo que al miedo, siguiendo sin saber la orden
de César, con una inocencia que estaba de regreso, como el acero al volver del fuego".
Aclararemos, por nuestra parte, que la política que suele llamarse (o mal llamarse) "criolla", a
nivel anecdótico y folklórico, no concitó su interés. Eso se trasluce de los testimonios existentes
y de su propia obra.

En cuanto a religión -trascendiendo el "librepensamiento" de la adolescencia- quizá haya


hecho suyo ese vago esoterismo rubendariano, que es característico de la corriente
modernista, que Molinas Rolón llevara a su grado más extremo y que Recalde interpreta como
una relación no formal con el ocultismo teosófico, representado por la Doctrina Secreta,
"ciencia-religión" en la que Ortiz Guerrero se inició a su modo, por su cuenta, aderezándola con
otras filosofías y creencias, para hacerse de una religión de uso personal".

Llega de Villa Rica como estudiante-poeta para continuar el cuarto curso en Asunción,
pues allí los estudios finalizaban en el tercero. Alaba Recalde al plantel de profesores del
Colegio Nacional guaireño, calificándolo de "asamblea de varones plutarquianos", y en verdad
lo eran: Delfín Chamorro, Ramón lndalecio Cardozo, Simeón Carísimo, Nicolás Egidio Sardi,
entre otros.

Y es en 1914 cuando da a publicidad "en periódicos digamos suburbanos y en revistas

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

colegiales" sus primera poesías, que el testigo considera como las mejores101. Pero la fama de
que venía precedido era de orador y recitador.

En medio a su desgaste físico tuvo Ortiz Guerrero, la fuerza de voluntad de levantar una
pequeña imprenta a la que denominó Zurucu’a. Allí aparecieron sus libros inmediatos a Eireté y
Surgente (que incluye poemas escritos entre 1915 y 1919): El crimen de Tintalila (1922), ya
citado; el drama La Conquista (1926); Nubes del Este (1928), que el comentarista estima como
"hermano menor" de Surgente, y Pepitas (1930).

En los instantes de mayor ánimo daba en editar una especie de revista (anunciada con el
título de La Orbita), con la advertencia de Recalde de que la prosa no fue el fuerte del poeta.

"La imprenta -dice el recordado autor- era predominantemente comercial, trabajando los
dos (el poeta y su abnegada compañera), él en la composición tipográfica, mientras sus dedos
no estuvieron tan en carne viva, y ella en la impresión y encuadernación".

Profesión102 fija, en una de las pocas producciones autobiográficas de Nubes del Este –
las del primer libro serán más escasas todavía- esa condición de trabajador manual:

Yo vivo de las letras... de mi tipografía,


componiendo el poema de un recibo burgués…
Cabe señalar, en otro aspecto, que Ortiz Guerrero fue no sólo en su persona "un dolido y
recio guaraní representativo", sino también en lo idiomático, ya que usaba de preferencia la
lengua nativa, por ser "un paraguayo legítimo y completo". Muestra de esa inspiración
vernácula serán Panambí verá, Ne rendape ayú, Kerasy y Paragua'y, entre las letras propicias
al acompañamiento musical.

En su obra póstuma se recogen otros poemas de idéntica procedencia, en algunos casos


alternando con la expresión castellana en los versos, como La Canción del soldado, Voz de
clarín, Ta alaba mi che ámape; en las estrofas, como: Oñemitiva ñe'ê y Paragua’y, o en la rima,
según es el caso de La paraguaya103.

La interpretación que Recalde da de la obra del poeta y la crítica que formula es, sin duda,
lo mejor de este aporte. No cuenta aquí tanto el amigo, cuanto el expositor veraz, que abre su

101
La superación poética de Ortiz Guerrero alcanza su límite más alto en 1917, siendo un ejemplo de ello el ya nombrado
poema La amarga plegaria de unos labios en flor.
102 La intención autobiográfica de este soneto resulta evidente. puesto que alude a su profesión de trabajador manual.
103 La totalidad de estos poemas esta incluida en Arenillas de mi tierra.

182
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

panorama con una explicación: "No fue un poeta genial Ortiz Guerrero; pero quien sabe si no
hubiese llegado a serlo, si no hubiese obturado la veta de excelsitud que supuraba su alma
inmensa. Su orgullo mayestático, su virginal pudor, su espanto ante la sola idea de inspirar
piedad, le hicieron callar su voz más trágica y auténtica, la clamorosa, imprecadora y horadante
voz, que habría sido un grito de infinito en apóstrofe al destino".

Recalca, además, la importancia de Surgente por sobre el resto de su obra, apreciación


ésta muy particular si se advierte que los poemas de ese libro -a simple vista inmaturo, salvo La
amada inefable, Suma de bienes y La amarga plegaria de unos labios en flor- fueron escritos
entre la adolescencia y la juventud.

Nubes del Este, por su parte, vendría a ser como una repetición de lo anterior, aunque
con más seguro manejo del verso (Ulf, por ejemplo, en su variedad rítmica), superándose en
algunos poemas de Arenillas de mi tierra, editados póstumamente: Susana, Chamorro, Parque
Caballero, Oñemitiva ñe 'e, Ta alaba mi che ámape.

Es indudable que un gran dolor puede constituirse en la vertiente de una gran poesía,
decantada por la experiencia de vivir y sentir; ese hubiera sido el caso de Herib Campos
Cervera –existencialista esencial-, no el de Ortiz Guerrero, poeta de evidente raíz intuitiva.
Además su propio estilo poético, audible, comunicativo, popular -no obstante sus princesas,
sultanas, Favonios y sus invocaciones d'annunzianas, no se prestaba para registros de mayor
entonación elegíaca o épica, ni el poeta estaba dispuesto -en las lindes de la confesión lírica- a
ofrecer el patetismo de su alma a la curiosidad, la comprensión o la indiferencia de sus
contemporáneos. Todo se redujo a esto:

Venta abierta de mansa agua viva


hemorragia que brota y borbota104.
¿Para qué más?

Esa condición de audible de su poesía la certifica en otro sentido Recalde al manifestar


que Ortiz Guerrero reducía a la musicalidad, al acierto de su "oído extraordinario", la defensa
de lo que él llama sus "no aciertos", señalando que "así se explican las incorrecciones de su
producción poética".

Recuerda después el espaldarazo que en el concurso literario estudiantil de 1915 le diera


el poeta oriental Zorrilla de San Martín, al exaltar "su talla americana", para insistir: "No voy a

104
Fue en contra la proliferación de tales exotismos que reacciono Gondra en su ensayo sobre Profanas de Rubén Darío.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

decir a ustedes que fue como poeta un genio", aunque no deja de reconocer la estremecida
calidad de sus poemas y su poder de comunicación afectiva, aun a despecho de su propio
contenido.

Otra de las justificaciones para no haber accedido a una mayor depuración crítica
residiría, según Recalde, en el hecho de que "su enfermedad -que no intervino para nada en
su poesía- y pobreza de nuestra poesía lírica, hipertrofiaron en complicidad su fama de poeta".

Con relación a su enfermedad corresponde anotar las veces en que ciertos matices de
ella están preanunciados en los iniciales poemas de Surgente hasta 1917. Veamos:

Un peregrino que ya el alma


de tanto sufrir tiene y bien transida
la materia...
(Suma de bienes, 1916)

sangrantes rosas de oro

(Tarde glauca, 1915)

... donde la fontana


late en el silencio como un alma humana
que padece a solas inconfeso mal
... es la fuente limpia, sonora hemorragia
de música y sueños...
(Raída poti)

para nuestras heridas déjanos una venda

(Al poeta, 1915)

... sus llagas lumínicas que sangran perfume


... la herida sagrada que sangra ambrosía
(Leopoldina, 1915)

que alientan las locas almas juveniles


enfermas de grandes fiebres incurables
(Ritmos de vida, 1917)

la flor sangrante del martirio llevo


(Canción de ensueño, 1916)

De una hemorragia ha muerto


el sol...
(Saudade, 1915)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

se le inunda de sangre su pupila lejana


con la fiebre incurable de su cáncer interno
(El bohemio, 1915)

vayan a tu boca de ánfora sangrienta


(Aromas, 1915)

Que tu boca hecha flor


sea el cáliz divino, perfumado y sangriento
(Comunión, 1916)

Hay versos que tocan la altura de la confesión más despiadada, como en La amarga
plegaria de unos labios en flor, poema evidentemente autobiográfico, como lo será El bohemio,
también de Surgente, y agregados a ellos: Ricordo y Endoso lírico de Nubes del Este. Esta
puede ser considerada como la confesión de mayor alcance lírico habida en la poesía
paraguaya, y puede decirse que, en buena medida, simboliza el destino del poeta en su obra.

La primera invocación, como se verá, es la de la soledad:

Dejadme, mis amigos, solo con las estrellas;


necesito de calma, de paz, y necesito
que se nutra mi espíritu de amor y de infinito,
solo con las estrellas, bajo la noche azul.

Y la segunda será para recordar el tránsito de la enfermedad en su cuerpo.

ya soy ahora el hijo del mundo con el alma


pálida y afligida;
sobre mi joven frente se ve la enorme marca
del destino...

Mi carne pecadora ya tiene las señales


profundas de la vida
las injurias del mundo me acribillan feroces
(con sus siete puñales)
mil veces pasmada está la sangre en mis venas
he de alzar como la hostia mi corazón sangrante
de tremendas heridas

Yo, pecador, confieso!, que llevo en carne el signo


de cilicios profanos

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Más aún:

bendito es el llanto que humedece el verso


sangre del poeta
(Maternidad, 1916)
parece que por una dulce herida
se escapara en silencio nuestra vida
duele el silencio, como en carne viva
cada tajo horroroso del lamento

Transcripciones éstas de la Introducción al poema “Urutaú”

Y por fin el estallido:

Necesito el llanto, el miedo, el espanto


que dejó el azar
en mi vida, sólo se alivian con llanto
(En voz honda, 1917)

No decrece, en Nubes del Este, y en pleno proceso de su enfermedad, la mención de sus


heridas, aunque la calidad poética se haya afinado notoriamente:

si caí habrá sido de sed y de asfixia


... cuando sentíme con grillos en este mundano ostracismo
tu puñal de oro clavé en mi garganta con ansia suicida
y en vez de matarme, por esa mi herida te canto mejor
(Verbo de fe)

Hay más confesiones, a veces de una franca crudeza, otras recubierta por metáforas que
no alcanzan a ser del todo indirectas:

Salud, dalia sangrante

(Canción de Agosto)

tú que pones tus ojos a mi herida cual vendas

(Cartas)

empapada de sangre va la tarde

(Hojuelas)

la peste, el hambre, el frío son fantasmas mezquinos


que inútilmente rondan por la soledad mía
desde hace diez años sin mirarme de frente

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

(Munificencia)

... y bendigo en mis versos su ponzoña azulada

(Su mirada)

Contagióle el tramonto su sangrienta agonía

(Su boca)

Oh, pobre alma mía,


ciega de luz, loca de melancolía
y en el día infausto
en que el Ulf estrelle para siempre, exhausto
de cortar los mares ... todos vendaremos nuestro corazón
(Ulf, 1925)

Con esto creemos haber agotado, prácticamente, las trascripciones demostrativas de que
si su enfermedad "no intervino" en forma declamatoria o desesperada en su poesía, aparece,
en cambio, intuida, primero, y declarada después, aunque con aleaciones destinadas a
atemperar la visión dolorosa de su crucifixión.

En lo referente a los rasgos de su formación poética, se encarga Recalde de justificar su


relativa originalidad señalando que "es natural que los poetas jóvenes padezcan el contagio de
los poetas padres del momento", si bien esos poetas padres -como era por entonces Darío- se
hallaban en trance de extinción o eran superados en sus tendencias estéticas, por promociones
inmediatas, más avanzadas. El mismo Rubén lo había dicho, resaltando el desencanto de la
época que en los tramos finales le tocaba vivir:

La vida es triste, amarga, y pesa,


ya no hay princesa que cantar.

Esas "reminiscencias demasiado transparentes" no sólo son el reflejo de la influencia de


Darío -insoslayable, por otra parte, a lo largo de nuestra América- sino que es posible descubrir
algunas menos visibles. Hagamos un ligero recuento, según autores ajenos y poemas de Ortiz
Guerrero: Nervo: Remember (14-XII-1916); Darío: Alabanza, 1919; A España (La Conquista,
1926); Verbo de fe, Diana de Gloria, Rogación, Sonata blanca, entre los más evidentes;
Almafuerte: Los veteranos; Chocano: En el país del sol, La gran conquista; Gabriela Mistral: La
amarga plegaria de unos labios en flor, cuyo final podría emparejarse con el de los de Sonetos
de la muerte de la autora chilena, teniendo éstos sobre aquél una precedencia de apenas tres
años, en lo que va de 1914 a 1917. Por último, un roce con la temática d'annunziana en: Su

187
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

boca.

Facundo Recalde clausura su capítulo crítico con estas emotivas palabras de


conformidad, que por lo demás son absolutamente verdaderas: "No fue por cierto un poeta
genial este poeta que humedecerá siempre los ojos con amargas o con dulces lágrimas". Y
pensamos nosotros que ningún otro destino podría adjudicársele.

A pesar de algunas alusiones naturalistas, el amor trasfundido en poesía tampoco se halla


expresado y consagrado en su obra, salvo casos esporádicos, Porque aquel al cual se entregó
estaba en su vida misma -como en los versos de La amada inefable, corporeizado más tarde
en Dalmacia, la joven guaireña cuyo nombre no aparece específicamente, pero que está en la
mayoría de sus poemas y en especial en la transmutación de Susana.

No se podría estudiar o evocar este aspecto de la poesía de Ortiz Guerrero sin acudir a la
imagen y la conducta de esta mujer que estuvo a su lado con silenciosa valentía, como sólo
puede estarlo -aún más allá de los convencionalismos sociales- un amor verdadero.

Así la reconoce Recalde: "Ella soltaba el collar de sus recuerdos... con la simplicidad de la
epopeya de una madre que amamanta a su criatura, con la misma dignidad sin aspavientos del
poeta", y asegura que "habían formado una de las sociedades de mujer y hombre más felices
que puede concebirse"... y agrega que "cuando sobre esa felicidad se iba abatiendo el
apagaluz irreparable, recién entonces -como se aprecia todo bien sólo al perderse- ella aquilató
la euforia, la limpieza, la dulzura, la armonía de aquellos quince años de sereno idilio que nadie
imaginaba y que, por desconocérsela, no provocaba la maldad del mundo".

Testigo de la vida del poeta, lo fue también a la llegada de la muerte que aquel imaginaba
como "algo delicioso y tierno". Poéticamente ya estaba preparado:

La llamarada alegre que danza no se cansa


hasta que un día cualquiera en que así debe ser,
las brasas se consumen y la vida se lanza,
volátil hacia arriba... ¡Morir es ascender!
(Del fuego eterno)

Partió para siempre una tarde de mayo de ya hace medio siglo, lacerada y deshecha su
carne, pero con varonil arrogancia. Quien lo vio desprenderse poco a poco de lo que restaba
de su soplo vital, dirá: "Dificulto que alguien haya puesto el punto final o aparte de su vida en
este mundo con la majestad de Ortiz Guerrero".
Este autor admite, en cuanto al conocimiento de su existencia y de su poética, que se ha
"fantaseado en demasía" en torno al poeta. Debe aclararse que realmente es así, pero tal

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cultura nacional.

"fantasía" no tiene otro origen -muchas veces- que la transfiguración del hombre en mito:
aéreo, evanescente, ubicuo, aunque siempre igual a sí mismo, que es también uno de los
modos de seguir pareciéndose a los demás. (Señalemos, al margen de esta comprobación,
que nuestra América está saturada de tales ejemplos)105.
Esa condición de Ortiz Guerrero -que de manera alguna lo demerita o disminuye, sino
que, por el contrario, lo realza-, tan inasible como una nube, un canto o una hoja al viento, es la
condición mítica, que ante los ojos del pueblo lo protege de cotidianos avatares y lo prestigia.
Ella supera, en el conocimiento de la obra, sus no evitados recursos modernistas, de escaso
interés para las mayorías no adiestradas en los juegos verbales, en los tropos lujosos o en los
exotismos por aquellos tiempos de moda.
Debe entenderse, entonces, que fue dicha actitud lo que obligó al poeta a no
desentenderse del todo del contorno nativo, incorporando extensos parlamentos guaraníes a
los personajes autóctonos de La Conquista o incorporando la lengua madre -como ya hemos
visto- a no pocos de sus poemas.
El pueblo recuerda y sigue -con una fidelidad que podrá parecer sorprendente a quienes
no conozcan su índole- al difundido autor de India y tanto más a quién escribió los versos de
Panambí verá y Ne rendape ayú, que es donde la emoción lírica alcanza su plenitud.
El mito, es decir: el carisma sublimado por el tiempo, subsiste y subsistirá, a despecho de
todas las rarezas literarias y de la superación de su propia temática, por lo mismo que se trata
de una creación puesta más allá de las contingencias materiales, pura y sin formas, pero que
las gentes sencillas -ellas en particular- llevan en su corazón como a una imagen querida.
Los estudios, críticos análisis y recuentos bibliográficos quizá puedan contribuir a situarlo
y explicarlo atendiendo a la evolución de nuestro proceso literario, encasillándolo en
determinados casilleros teóricos.
Esa es tarea para eruditos o intelectuales. A los demás sólo les basta que este predilecto
del arte haya cantado con su propio sentimiento y hasta con sus propias palabras, ayudándoles
a expresar los eternos misterios del amor y la muerte, a través de sus letras más accesibles y
comunicativas -de preferencia en guaraní- y que haya dejado, como un resplandor
inextinguible, el ejemplo de su vida sacrificada y heroica.
En correspondencia, el pueblo paraguayo y Ortiz Guerrero han estado identificándose
mutuamente, en medio de las mutaciones y acaeceres ocurridos en cincuenta años. Allí reside
el signo de su perduración, mientras ojos asombrados y nuevos seguirán leyéndole con callada
devoción. (1972)

105 Tal tema ha sido tratado en profundidad por Roger Caillois en: El mito y el hombre. Buenos Aires, Sur, 1939.

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cultura nacional.

Ortiz Guerrero y la evolución del Modernismo en el Paraguay


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1. La llegada

Ortiz Guerrero llega a la Asunción en 1914, en prosecución de sus estudios del


bachillerato, que no ha podido concretar en su ciudad natal por cuanto el plan contempla sólo
hasta el tercer curso. Está el Colegio Nacional en vísperas de cambiar de director: pasará de
las manos de don Juan Emiliano O’Leary a las del Ing. Dr. Pedro Bruno Guggiari, graduado en
Alemania. Casi enseguida el joven guaireño se incorpora a las actividades culturales propias
del ámbito estudiantil, formando parte de la comisión del Centro respectivo. Al año siguiente,
según lo ha recordado Facundo Recalde, Ortiz Guerrero gana un concurso poético abierto en
aquellas aulas con motivo de la visita del poeta oriental Juan Zorrilla de San Martín.

De acuerdo al testimonio de Fa-Re, la fama de que venía precedido su amigo era la de


orador y recitador, lo que quiere decir que es en Asunción donde comienza a afirmarse su
expresión poética, tras algunas aportaciones en anónimas hojas que no han quedado sino para
el recuerdo. La primera publicación de indudable seriedad que acogerá poemas suyos será
"Letras", la revista dirigida por don Manuel Riquelme, que temporalmente ha sucedido a
"Crónica", iniciada en 1913 y apenas si sobreviviente hasta comienzos de 1915.

Luego, indistintamente, Ortiz Guerrero colaborará en los diarios "El Nacional”, "General
Caballero", "El Diario" y en "Patria", especialmente en la época de la actuación de su
coterráneo y amigo Natalicio González.

Digamos a manera de curiosidad, ya que no ha sido certificada la participación del poeta


en actividades burocráticas, que su nombre figura -como no podía ser menos y les ha ocurrido
a numerosos habitantes- en el Registro Oficial, aunque bien podría tratarse de un homónimo
con su nombre y apellido completos. En efecto, por decreto 3529, del 15 de julio de 1915, se
designa telegrafista y encargado de correos de Puerto Max a Manuel Ortiz Guerrero, con
antigüedad al 1º de junio pasado, por hallarse vacante el cargo. Por otra disposición, que lleva
el Nº 3902, del 22 de octubre de aquel año, apenas si tres meses después, se incorpora a
Manuel Domecq como jefe de telégrafo de 5ª categoría y encargado de correos, en reemplazo
de Manuel Ortiz Guerrero, que renunció. Como se advertirá entre ambas disposiciones hay
disparidades notorias.

El 18 de marzo de 1916, por decreto 4375, y originado en el Ministerio del Interior, se


nombra escribiente de la secretaría general de esa dependencia a Manuel Ortiz Guerrero, con
antigüedad al 1º del citado mes, en sustitución de Bernardo Candia Mora, que pasa a ocupar
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otro puesto. Finalmente por otro decreto, el 5897, queda designado para las mencionadas
funciones el señor Fernando Artaza, en reemplazo de Manuel Ortiz Guerrero, que "pasa a
ocupar otro puesto". No hay más evidencias en el Registro Oficial, por lo que se deduce que la
referida persona no continuó trabajando en la administración pública. Como este hecho
coincide con la inmediata y posterior ausencia del poeta de los medios asuncenos y su regreso
a Villa Rica del Espíritu Santo, no sería extraño que aquellos trajines -no situados en el
recuento de su vida- hubieran podido producirse.

2. El modernismo de época

A la instalación de Ortiz Guerrero en la capital, el modernismo -como lo hemos señalado


reiteradamente- tiene cumplida una marcha de trece años, a contar desde 1901. Precisamente
contemporáneos suyos como Molinas Rolón y Adriano Irala, han venido ofreciendo prosa y
verso desde 1910, lo mismo que Luís de Gásperi, y enseguida Ramos Giménez y “Maximiliano
Rolando", seudónimo éste de Francisco Ruffinelli. A partir del mismo año de la presencia de
Ortiz Guerrero se produce la de los jóvenes de "Crónica", cuya alabanza poética hiciera, desde
aquella revista, don Juan E. O’Leary, no obstante los desniveles existentes por entonces entre
su posromanticismo inicial y el reciente modernismo de sus discípulos. Así es que cuando inicia
su residencia asunceña el joven guaireño, ya la efusión modernista se halla en su plenitud. La
habían iniciado, desde 1901, Goycoechea Menéndez, Guanes y, condicionalmente Francisco
L. Bareiro; continuándola Marrero Marengo, Toranzos Bardel, Roberto A. Velázquez y Gomes
Freire Esteves.

Pero lo que Ortiz Guerrero trae es un aquilatado romanticismo y nociones idiomáticas


impresas por el maestro don Delfín Chamorro, también poeta del Guairá. Aquí el estudiante se
encuentra con otros elementos y otras inquietudes, no pudiendo escapar a la influencia del
ambiente. Tanto que sus comienzos son los de un formal poeta modernista.

En este orden habrá que aclarar que ninguno de los abanderados paraguayos de la nueva
tendencia -no podríamos, en nuestro medio, denominarla de otro modo-planteó rupturas
decisivas, como las que se habían producido en 1902, en el plano histórico.

Podemos afirmar que el paso del posromanticismo al pre y aún al modernismo pleno, fue
por cierto "indoloro" y está señalado por O'Leary en sus tantas veces recordado comentario al
primer soneto de "La cumbre del Titán" de Ramos Giménez, en 1914.

Hay otras comprobaciones: en abril de 1915 y a raíz del fallecimiento de una hija
adolescente, aquel citado maestro da la nota elegíaca más alta en los finales ya de ese

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cultura nacional.

posromanticismo, que viene instalado desde el 900 con raíces en la anterior etapa romántica,
la que va desde la terminación de la guerra hasta comienzos de siglo. Y lo paradójico de este
asunto, que no hemos dejado de indicar, es que esos ex-alumnos que en las aulas
manifestaban sus inquietudes poéticas modernistas, se hallaban -algunos de ellos, como en la
zona opuesta a la concepción poética de ese guía intelectual que los había elogiado.

La sorpresa será mayor aún si se confirma que aquellos jóvenes llegaron a ejercer, a su
vez, alguna influencia, en determinados novecentistas (no en Guanes, ciertamente) como Herib
Campos Cervera, padre, desde 1912; O’Leary desde 1916, y Pane desde 1919.

3. El ámbito cultural

Si bien aislado en razón de su enfermedad, Ortiz Guerrero seguía, indirectamente,


participando de los afanes, por lo menos literarios, de su promoción. Ya en 1917 había hecho
su aparición Ramos Giménez con “Piras sagradas", que es la primera manifestación de poesía
social del modernismo paraguayo, que otros recogerán.

Resulta indudable que el poeta que salió de aquí para regresar, según Fa-Re, "a la
madura soledad de su conciencia" y a buscar así el amparo de la tierra y el cielo que le vieron
nacer, al volver a la Asunción, luego de casi un lustro de angustias e incertidumbres, después
de esa dolorosa experiencia volverá a ser otro.

Y empieza para él la soledad afanosa, maduradora, desde la que construye sus torres
ideales.

Afuera, en la calle, todo prosigue siendo distinto y lo mismo. A las páginas de "Letras",
desaparecidas en 1916, les suceden dos años más tarde las de "Fígaro", con la orientación de
don Arsenio López Decoud. A la vez aparecen los "Anales del Gimnasio Paraguayo", que
venían haciéndolo desde 1917; "Pórtico", en 1919, con Anselmo Jover Peralta y Federico
García al frente; "Guarania", de la primera época, la prolongada publicación de Natalicio
González (por entonces unos modestos cuadernillos), y casi tocando los límites del
posmodernismo: "Juventud' de 1923 a 1926, y "Alas", en la fugacidad de sus cuatro números,
iniciaba en 1924 tras la trágica desaparición de Raúl Battilana. Por otra parte, dos editoriales
han salido: la Biblioteca Paraguaya del Centro Estudiantes de Derecho, que con la dirección de
Juan Stefanich imprime, entre 1918 y 1925 once volúmenes, y la Editorial de Indias, creada en
París por Natalicio González y Tomás Romero Pereira, que en el tramo de 1925 a 1930, dará a
conocer algunos títulos de interés nacional, impresos tanto en la capital francesa como en

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Asunción.

Sin embargo, hay quejas contra el snobismo en la literatura (ha de recordarse que en
1906 la reacción era contra el naciente decadentismo), contra la falta de cultura artística y la
carencia de un cantor que exalte las proezas y bellezas de la ciudad capital. A pesar de todo
algunos hechos son positivos: el Dr. Venancio V. López es designado representante del
Paraguay, ante los actos celebratorios del centenario de la Universidad de Buenos Aires, y bien
se sabe que el Dr. López era nieto de don Carlos y sobrino del Mariscal; en 1925, con extenso
prólogo de O’Leary, se difunde la segunda edición de "Guaraníes" de Goycoechea Menéndez,
uno de los maestros de la prosa modernista en el Paraguay; ese mismo año es el de la
conferencia del Dr. Rodolfo Ritter sobre "Marcel Proust", fallecido hacía poco en París y a quien
nuestro periodismo trata de "genial escritor francés".

Igualmente se ha verificado -y esto es importante- el viaje de Natalicio González a Buenos


Aires, prohijado por el intelectual peruano don Carlos Rey de Castro, residente entre nosotros.
Mas lo sintomático resulta que se haya evocado, paralelamente, el viaje de Lugones desde
Córdoba y a la conquista de Buenos Aires, mediante presentación del poeta Carlos Romagosa
al periodista don Mariano de Vedia. Y termina "Patria" diciendo: "Desde ya creemos que si
Darío viviese no titubearía en saludar con aquel título de “formidable” con que saludó el
advenimiento del joven autor de "Las Montañas de Oro". El bien informado cronista se refería,
indudablemente, a Lugones.

En cuanto a lecturas de época, vamos a enumerarlas, porque son de interés. Ellas


provienen, en mayoría o en totalidad, de reproducciones de periódicos locales. Entre los
autores españoles difundidos figuran: Antonio Machado, Villaespesa y Valle-lnclán; entre los
italianos, de preferencia D’Annunzio (lo que no es de extrañar); la poesía y la prosa francesas
están representadas en sus distintos capítulos por Baudelaire, Samain, Verlaine, Mallarmé; el
trajinado Pierre Loti, leído por nuestros novecentistas; Richepin, y, sorpresivamente,
Apollinaire. En lengua inglesa: Lord Byron y Oscar Wilde, en prosa: Emerson.

La lista de nuestra América es aún más expresiva: Leopoldo Díaz, Lugones y Alfonsina
Storni, de Argentina; Carlos Augusto Salaverry, un romántico y los modernistas Eguren y
Chocano, del Perú; Guillermo Valencia y Sanín Cano, de Colombia; Rufino Blanco Fombona,
de Venezuela, y Enrique González Martínez, de México, nómina, como se advierte, no
desdeñable.

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4. Los pasos iniciales

Ortíz Guerrero ha publicado “Eireté”, comedia en un acto, fechada en Villa Rica y en 1921.
Inmediatamente sale, en Asunción, "Surgente", que contiene poemas escritos o publicados
entre 1915 y 1919; algunos de ellos con expresa procedencia de su ciudad natal como:
"Jamás", 1916; "La amarga plegaria de unos labios en flor”, 1917 y asimismo "En voz honda",
en tanto que "Schuberf en tu piano" es de 1918.

Facundo Recalde ha creído ver en "Surgente" la obra capital y fundamental de Ortiz


Guerrero, arriesgando la presunción de que luego de los poemas contenidos en ese pequeño
volumen, no produjo versos de mayor trascendencia.

No será esa la opinión de quien haya podido leer "Del fuego eterno", “Ricordo” y
“Sonetín” de "Nubes del Este"; algunas de las "Pepitas", que ya son de 1930, y las páginas de
“Arenillas de mi tierra", que aunque conocidas en su conjunto póstumamente, estaban
preparadas entre 1928 y 1932, en las vísperas casi de su muerte. En ellas están asimismo
"Susana", "Chamorro" y "Parque Caballero", consideradas como las más perdurables y dignas
de honor de las antologías.

Es de pensar que el caso de Ortiz Guerrero no es insólito, ya que corresponde a la


mayoría de sus compañeros de promoción y aún de las posteriores.

Probablemente, a nivel de la crítica, el conjunto de la obra resulte dispar y en ocasiones


discordante, más en cuanto a su temática que en lo que a su conformación se refiere, ya que
no rebasa las comprobadas experiencias del modernismo, tomando como base la métrica, el
ritmo y la rima.

Ortiz Guerrero los ensayó todos, sin perjuicio de proporcionarles su nota personal. Por
eso no resultaría ilógico afirmar que para juzgar su obra debe procederse, en no pocas
oportunidades, al aislamiento de versos, metáforas, hallazgos ópticos y recreaciones
gramaticales.

Varias veces se ha aludido a la "incultura" del poeta, que el propio Recalde calificara de
"enorme y admirable" y que se considera como una de las vallas opuestas a su truncada
condición de poeta "culto". Una lectura atenta y desglosada de sus poemas, permite afirmar
que si ciertos imponderables no se hubieran producido –entre ellos el aislamiento que se
propuso- su expresión habría alcanzado estimable altura, porque en él había verdadera
profundidad de poesía, que no le fue posible desarrollar.

Uno de esos obturadores fue, aunque no en toda la medida, su enfermedad. Recalde ha

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afirmado que ésta no tuvo nada que ver o hacer en su obra.

Quien se allegue a la totalidad de ella contemplará, a veces directamente, como en "La


amarga plegaria de unos labios en flor”, la confesión de aquel mal implacable y con muerte a
plazo fijo. Sangre, heridas, vendas, hemorragia, aisladamente o situadas entre versos, no son
expresiones gratuitas.

Otro de los elementos que habrían concurrido a un condicionamiento de la originalidad,


serían las consabidas y hasta necesarias influencias de época. Ha de recordarse que en Ortiz
Guerrero esas influencias son por igual formativas y de re-creación temática, no simplemente
imitativas.

Se ha insistido en la huella, que algunos estiman indudable, de Darío, ya que poemas hay
que denuncian una evidente comparación rítmica, como, por ejemplo, "Diana de gloria", “Ulf” y
"Rogación". Igualmente, en este sentido, se nota el impacto de Almafuerte en "Schubert en tu
piano" y "Los veteranos", de etapas distintas, por cierto; Nervo está presente en "Remember”
de "Surgente" y también en este libro será posible detectar reminiscencias de Herrera y Reissig
en "Al poeta": "Olvidé de decirte que en una tarde lila"; "Ritmos de vida": "Después que pasaron
bebiendo poesía / en el suprambiente de un éxtasis hondo”; "Hacia el olvido": Mireno, el pastor
indio, en aquel día / no alegró con su flauta la alquería". Y esto de "Visión encarnacena" de
Nubes del Este: "Lleva en la sien por emblema / metacarpos de diadema".

Darío es el maestro inolvidable a lo largo de toda la obra, tanto es así que alguna vez
escribe "al modo de Rubén" y en otra le dedica un poema, incorporado a Arenillas de mi tierra:
Veamos algunos ejemplos de "Surgente": Rosada juventud, misa de oro... Un artista joven no
vendrá algún día... Infeliz marqués del ensueño... Juntó Geometría la nieve y el lirio... Abres tu
corola de luz y sonrisa / al sol de la India o a Suecia de tul?... “Feroz fue este tigre, lo saben por
cierto / los pumas tostados del pardo Brasil", que hace evocar, desde luego, la conocida
"Sonata en gris mayor”...Yo soy aquel que un día.

En Nubes del Este no decae este panorama, que equivale a una conjunción: De súbito
estallan las rosas / los lirios, y estallan los versos en salva floral, que halla semejanza con la
eufonía de la "Marcha triunfal'.

Pero lo que llamará la atención son estas anticipaciones: Ortiz Guerrero dice, en “Aromas”
de Surgente: "Ojos siempre agudos, ojos oceánicos" y en Pasa!: "Con tus azules pupilas / de
algo de inmensidad / oceánica", que llevará al Neruda de Crepusculario a cantar, mucho
después aquello de: "Echo mis tristes redes / a tus ojos oceánicos".

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Y si se exhuma esto de "Claro lunar", de Surgente:"El embrujado espejo que miro soy yo
mismo", o sea el otro, en quien Borges se ha identificado largamente, incluso con el título de un
libro: "El otro, el mismo".

La imagen del espejo resulta ser la verdadera, la que refleja el desdoblamiento y lo torna
creíble.

5. El uso de la metáfora

No vamos a tratar sobre los temas esenciales de la poesía de Ortiz Guerrero, que hacen
más que a su quehacer de poeta, a su experiencia vivida: el amor, el dolor y la muerte.
Queremos deslizar la idea de si hubo simple juglaría, aunque esta vez no fuera andante.

No dejaremos de indicar que en buena parte sí puede ser considerado como un intuitivo,
si bien no en los términos de la exaltación romántica, de la confesión o del arrebato; mas,
también, un trabajador del verso -valga el término- que conocía el material que burilaba o que
estaba en sus manos transformar.

Anticipémonos a anunciar que, sin mengua de su calidad original, algunas de ellas lo


aproximan a poetas de nuestra América como Herrera y Reissig: “Elena amorosa de ojos
vesperales... en el suprambiente de un éxtasis hondo... olvidé de decirte que en una tarde lila;
como nuestro Molinas Rolón: "por ti en las cavernas rugen de coraje / panteras encintas y
leonas en celo"; como el poeta simbolista peruano José María Eguren: "el barco ligero de
velamen rosal / se perdió en las brumas llevando la vida".

No es el tropo por sí mismo, sino armonizando o engarzando el poema, ofreciendo el lujo


de su limitación imaginativa: "lluvia de lujuria... canción olorosa... Amambay tus negras
pestañas". Algunas tienen un indudable contenido lírico: "esparce los topacios lívidos del
anhelo / madona nocherniega, mística, triste y sola... tengo en la mano el libro de mi tristeza
abierto / voy a escribirte un tenue verso sentimental...” y esta resurrección rubendariana: "En el
azul estanque mi pensamiento juega / tras el intacto témpano del cisne que navega".

Metáforas hay que están matizadas de oscuridad, pero debe inferirse que este
hermetismo no es voluntario, sino que, más bien, integra la conformación del poema, del cual
no sería posible aislar: "De día / como de noche, labró / el indio la pena fría,/ tal cual la leche en
blancor", dice en La Conquista, (1926).

Otras más arriesgadas o más atenuadas, de acuerdo a la evolución de su contenido, se


encontrarán en Nubes del Este: "ya pronto hará un soneto gris de catorce años... mi alondra

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mañanera de verbo cristalino... Mi fogata celeste que me nutre de fiebre / bajo los naranjos de
la soledad... Y esto que no hubiera desdeñado el misterioso Mallarmé: Oh radiante piscina de
mi lucio anhelar / Golfo de mis gaviotas, a mis tormentas, rada". A los "guantes de albor de
luna" de "Sus manos" sigue lo que se encuentra en los versos anecdóticos de "Desde la
plataforma de su frágil promesa", donde el sentido lírico aparece claramente materializado.

Tampoco será de desdeñar algún tropo que roza los contornos del surrealismo, si bien
adosándolo a la intención de una evidente ironía, que termina no siendo tal: "Bajo un cielo
enjoyado de turquesa y de mica / un tambor se moría de un ataque de tos". Y una más, digna
de los modernistas agresivos del Río de la Plata: "Invicta eres, Fénix de sonambulismos".

Para certificar que Ortiz Guerrero, en este ejercicio, se halla en buena compañía,
recordemos aquello de Tertulia lunática del Herrera y Reissig de La Torre de las Esfinges: "En
túmulo de oro vago / cataléptico fakir / se dio el tramonto a dormir / la unción de un Nirvana
vago". Recordemos también a César Vallejo en Trilce, 1923: "Canta el verano y en aquellas
paredes / endulzadas de mazo, / lloriquea, guasanea la arácnida acuarela de la melancolía" Y
aquello del argentino Oliveiro Girondo en Persuasión de los días: "Las ventanas escupen
dentaduras de piano". Finalmente al Neruda del "Estatuto del vino" de Residencia en la Tierra:
"Cuando a regiones, cuando a sacrificios / manchas moradas como lluvias caen, / el vino abre
las puertas con asombro, / y en el refugio de las mesas vuela / su cuerpo de empapadas alas
rojas".

La conversión de desdichado por “desdichoso”; cuarzo por “cuarzosos” y asqueante por


“ascosa” que había ensayado con anterioridad Molinas Rolón, no delatan el intento de "épatar"
cuanto de ir modificando palabras, términos, expresiones verbales, para adecuarlos al molde
de su pensamiento.

Estas que podrían suponerse audacias y que en no fueron frecuentes, están atemperadas
por el uso de diminutivos, forma coloquial de tan persistente práctica en nuestra América:
nevadas estrellitas de jazmín /...arroyito del verso mi vida (Surgente)... palomita de plata (El
crimen de Tintalila)... la alegre mucamita desde el balcón vecino... pedacito misterioso (Nubes
del Este)... con pajitas y con barro me hice el nido (Arenillas).

Manifestemos, de paso, que los colores fuertes no le son propicios al poeta, asociando el
rojo y el negro a hechos de dolor o de violencia. Siente predilección por los atemperados: lila,
esmeralda ("Color de esperanza"), "noche morena", blanco lirio y los versos “rosados” que lo
hacen suspirar.

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Quizás en este aspecto no haya podido superar la visión cromática del impresionismo,
visto en reproducciones o en aportes locales de restringida difusión.

6. El aire exótico y la raíz nativa

Ya se sabe que el modernismo es la incorporación de nuestra América a los temas


universales y el movimiento representativo que, con la Revolución Mexicana (1910) y la
Reforma Universitaria (1918) ocupó todos los sectores de nuestra vasta comunidad continental.

El dilema entre lo extraño y lo propio, entre la temática ajena y la expresión nativa, se


planteó a los modernistas iniciales como una forma de resolver la antinomia del tradicionalismo
(incubado en las postrimerías del americanismo literario) y la universalidad, a que obligaban
sus mismos lineamientos.

Así, con el tiempo, fue incrustándose una especie de aceptación y acentuación de un


denominado "mundonovismo", o sea la retoma de los temas del Nuevo Mundo, sin abandonar
del todo y por lo menos sin drásticas oposiciones a la sostenida influencia de Darío y sus
acompañantes. (Cada uno de ellos, y en particular Rubén, fue según ocasiones y a su modo,
un "mundonovista"). Esa antinomia la resolvieron de entrada, aquí en el Paraguay, los
integrantes de la generación del 900, como lo hemos manifestado en varios trabajos.

Lo extraño estaba en la base cultural, drásticamente europea, primero española y luego


francesa; lo nativo, en el sistema de sus propios hallazgos literarios. De tal modo fueron los
novecentistas paraguayos, y casi enseguida los modernistas, quienes aplicaron la fórmula de
un real equilibrio, mediante el uso directo del idioma nacional, el guaraní, como ocurriera con
Pane, O’Leary, Rosicrán y Mosqueira; o mediante su estudio, según fueron los aportes de
Gondra, Domínguez y Moreno, en especial.

En la prosa mediaba el sentido artístico, impuesto desde sus comienzos por Goycoechea
Menéndez, López Decoud y Domínguez y en cierto orden esa fue la tradición heredada,
aunque en determinados autores la absorción de los ejemplos no haya sido completa (caso de
"Leo-Cen" y Capece Faraone, entre otros), si bien rescatada por la contenida expresión de
Natalicio González y Pablo Max Ynsfrán, por no mencionar sino a los más significativos.

El poema permitía mayores libertades y, por qué no reconocerlo, una mayor aproximación
a aquellos exotismos que ante todo procuraban crear un clima de evasión mediante
ensoñaciones lejanas, en muchos aspectos de origen oriental (vía Pierre Loti) o de los modelos
franceses impuestos por Darío.

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En Ortiz Guerrero ese exotismo no alcanza a ser cosmopolitismo puesto que forma como
un aditamento de su poesía, no como su razón de ser.

Algo de esto se trasparenta desde Surgente a Arenillas de mi tierra: "mi reina sabina con
su caravana / rumbo hacia tu oasis de vida y de sol...” "Seda de ensueño que bordé, de viaje /
por el imperio azul de la quimera...” En El crimen de Tintalila se observan: "cadenas de oro"...
“elefante de marfil"... “rubia culebra"... ámbar fino"... Y en la ambientación de La Conquista,
cuarto acto: tapicería de ñandutí, alfombra de pieles, decoraciones raras, para engalanar el
alcázar real de Guaran'í. En "Rogación", de Nubes del Este, esta sensación foránea se
acentúa: "tú diste las aguas del Ganges sagrado tu azul bendición, / por ti florecieron Bagdad,
Babilonia / y Nínive y Tiro, también Macedonia, / y Menfis ilustre, la Tebas radiante, la altiva
Sión". Todo esto añadido a los príncipes bellos, reyes, magas princesas, "el innombrado
radiante país de un Ofir", no sin la referencia a las "manos de marqués", que el poeta se
adjudicaba en una insoslayable reminiscencia rubendariana.

Y más allá de todo, las trasposiciones idiomáticas: por un lado: negros anfibios... anillos
que fueran de Persia... níveo typói... tenue ñandutí... Y sigue el cortejo: pálida sultana...
príncipe moro... címbalos y liras... Favonio en los jardines...” ¿Es tu principado la Groenlandia
fría?", que no dice por cierto de un poeta inculto, con el agregado de no escasas citas de la
antigüedad clásica, desde Píndaro en adelante.

Acude Ortiz Guerrero al guaraní en trance de exorcismo, como para que no se le pegue
del todo, a riesgo de dominio, tanta parafernalia exótica. Así recogerá la tradición poética de
O’Leary, Pane, Rosicrán, Mosqueira y de un posromántico celebrado por un poema feliz:
Marcelino Pérez Martínez, y de un novecentista por varios iguales: Angel I González. Habrá la
conformación interna del verso:

mainumby con pytumby -


ybytú con Rojhaujhu -
amambay con Paraguay -
mombyry con ysapy -
mbegüemí con guaraní.
Insiste con este procedimiento en otra poesía de Arenillas de mi tierra: La Paraguaya:

guaraní con che rendumí


guaicurú con urutaú
güy con nasaindy
ñu poty con ysyry
ñandutí con pirí.
199
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Esto sin perjuicio de acentuarse hacia el castellano la pluralización de palabras en


guaraní: mbocayaes por mbocayá y pindotíes por pindotí. Por su parte en "La canción del
Soldado" y en "Voz de Clarín", los versos están entremezclados. Hay más: todos los
personajes nativos del 2º acto de La Conquista hablan en guaraní. Esto se repite en la escena
final del 4º acto, al término de la obra.

Las letras que escribió incluyendo nada más que versos en guaraní, no hacen más que
confirmar la presunción de que Ortiz Guerrero tendía al dominio no sólo idiomático de la lengua
nativa, sino al temático: demostración de ello son: "Panambí verá" y "Nde rendape ayu”, en
particular este último. En ambos alcanza su más evidente pureza expresiva, y es de sospechar
que por ese logro se encaminaba el poeta.

7. La historia

Final de finales: la diosa Clío, como hubiera dicho metafóricamente el doctor Domínguez,
uno de sus más claros oficiantes. Este es un país histórico, ha nacido, crecido y perdurará con
ese signo. La historia ha sido su corona de nardos y su otra de espinas. Pero él, por razones
que no derivan sólo de su voluntad, o de los accidentes de la hoy denominada "geopolítica",
vive la historia, ella es parte de su cuerpo y de su alma, no de la historia como pasatismo, sino
como actitud militante, entiéndase bien: la que lucha y se defiende; la que revive, no la que
momifica.

Nada extraño, entonces, que, de acuerdo a la experiencia del novecentismo, los


integrantes del tercer grupo modernista se sintieran tocados por ella, ya que, después de todo,
ése había sido el ejemplo de sus maestros.

La historia como recuerdo, que aparece en versos de Surgente, o la historia como


resonancia épica; así, en este orden, se incluyen los siguientes poemas: Nubes del Este: Los
veteranos, La sortija, Diana de Gloria y Desfile de Mayo; Arenillas de mi tierra: Parque
Caballero, La voz del clarín, La canción del soldado, Diana mbayá, Oñemitiva ñe'e, en algunos
poemas preanunciando y mencionando directamente el conflicto armado con Bolivia. Recuerda
el "gran López", calificado de "Mariscal-León" y a "El Centauro de Ybycuí”, con el mismo título
del libro de O’Leary. Algunas trascripciones bastarán para ubicarlo en la misma línea que sus
compañeros de promoción: Ramos Giménez, Natalicio González, Facundo Recalde, Molinas
Rolón, o en la de alguno posterior como Heriberto Fernández.

Surgente:

Oh mártires sin nombre, sin gestos y sin huellas


200
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

que muerto habéis ha siglos y os enterró el olvido...


Nubes del este:

Estos son los veteranos,


los despojos fabulosos de la gloria;
escapados de los lúgubres pantanos de la historia...
con su lanza de López, como lo habrá hecho tal
cuando la guerra grande, fuera de la trinchera
persiguiendo en los campos al fantasma imperial"
(La sortija) Y esto que parece trascripto de una de las quemantes páginas de El Libro de los
héroes:

Oh sombras, manes de la historia:


hay quienes grabaron por vuestro epitafio, este mote: Traidor.
Hay quienes escupen ponzoñas en vuestra memoria.
Ellos no supieron del hambre y la asfixia de vuestro dolor
y a vuestros martirios llamaron "batallas sin gloria"
tranquilos Caínes bajo de las carpas del fiero invasor".

Y cuando Erickson parte de la rada del lago Ypacaraí conduciendo al “Ulf”, su frágil
barquilla, en trance de audaz navegación mundial, el poeta, desde su doliente retiro, le pedirá,
con un acento que está lejos de denunciar sus angustias espirituales y corporales:

Erickson: Ve, vuela


al viento tendida la impávida vela,
por todos los mares, por todos los puertos, a contar que aquí existe una tierra
en donde arrasaron ciclones de guerra;
trigales y torres del noble y fecundo solar guaraní.
Donde desbocadas
cruzaron las Furias calles y cañadas
matando, incendiando doquiera existiese con vida una luz, donde las guerreras
máquinas rodaron por las carreteras
de toda la patria, dejando miriadas de huesas sin cruz;
en donde los muertos
cruzan -paradoja- vivos los desiertos!
Donde el agorero pájaro de Guido desgrana su ¡ay!
Y en donde los vientos
repiten arengas y vagos lamentos!...
Ve a decir al mundo que esa tierra mártir es el Paraguay!
Por si poco habría de faltarle al carisma personal y generacional de Ortiz Guerrero que se
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

ha trasferido a nuestros días, este poema -con todas las reservas que pudieran formulársele y
con la evidencia de su entonación rubendariana- es una de las pruebas más elocuentes de esa
identificación de tierra y hombre, que va más allá de la letra y los proyecta, ahora en horizonte
de poesía, hacia su mutua y propia perduración.

Palpita Ortiz Guerrero en el alma de las gentes sencillas que se sienten anudadas a sus
ternezas o sus lágrimas, e interpretadas, trascendiendo exotismos literarios o inevitables
influencias de época, no sólo por sus canciones, sino por la veta humana que se oculta en lo
hondo de su poesía y que, puesta a la luz, deja en las manos de este pueblo la misión de no
abandonarlo, o más bien, de seguir recobrándolo en el tiempo.

(1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

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Prosa testimonial
2. Herib Campos Cervera
Estas en mí, caminas con mis pasos, hablas por mi garganta; te yergues en mi cal
y mueres, cuando muero, cada noche.

Herib Campos Cervera


("Un puñado de tierra")

Tras el aparente hermetismo surgen nítidas las claves de su poesía. Y como él la llevó
dentro suyo como a muerte propia habrá que preguntarse dónde lo poético y lo vital convergían
en su obra. De esto se ha ocupado, aunque sin expresarlo directamente, Oscar Ferreiro,
testigo de mucha valía y en varios tramos su aventajado compañero.106 A medida que se
avanza en la lectura de este trabajo, queda evidenciada la distancia que separaba a Campos
Cervera -afirmativa y negativamente- en un caso de los modernistas, abarcándolos en
conjunto, y en otros, de sus camaradas de promoción literaria, casi todos de menor edad que
él.
Por eso también su imagen parece ser la de
un prematuro maestro, discípulo de sí mismo y guía
de los demás, fenómeno éste nada insólito y, por el
contrario, bastante repetido a lo largo del azaroso
rumbo de nuestra cultura. Lo hemos señalado antes
como una característica del novecentismo, pero se
dio igualmente en agrupamientos posteriores,
aunque en los novecentistas primaron
circunstancias ambientales y generacionales.
Distinta había sido la suerte de los románticos,
si bien no alejada de lo que un pensador de nuestra
América ha interpretado -para época y tiempo más
cercanos- como "una ansiedad discipular sin respuesta".
Valen, en esta oportunidad, las particiones ya establecidas para el estudio de Ortiz
Guerrero visto por Facundo Recalde visto y sentido.
Pero Ferreiro adopta otra actitud, más racional, menos cargada de sentimentalismo, pues
no está destinada a hacer de Campos Cervera un ser carismático o ejemplar, sino a mostrarlo

106
Oscar Ferreiro, Rev. cit.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

en su plena tarea creadora, en su realidad cotidiana, en sus desazones y en sus raros


momentos de felicidad. Líneas de su vida habrá que aparenten un destino parejo al de Ortiz
Guerrero; serán apenas un trazo, una esporádica coincidencia. Y nada más. El desarrollo de
los temas, especialmente en lo que alude a su concepción lírica, los mostrará en su verdadera
dimensión, cumpliendo cada cual, con personal fervor, su quehacer literario que, eso sí, se
mostró en ambos denodado y sin tregua.
Fue la de Campos Cervera una vida "castigada por la adversidad". De este modo la vivió
desde niño, tanto que puede decirse que el dolor lo siguió acompañando hasta su hora final, y
es así que "cuando habla de orfandad y peregrinaje no hace literatura". Por eso su poesía
tendrá una raíz dramática, que es, después de todo, la de su propia existencia.
Otros aspectos más definidos que el de la simple descripción física reclaman la atención
del autor, quien se detiene a recordar fugazmente el momento incalificable en que "para
siempre le cegaron la luz de uno de sus hermosos ojos azules, llenos de tristeza y agua". Sólo
esto rescata Ferreiro del retrato de su amigo; todo el resto quedará en sombra como para
procurar que de la misma lectura de su obra vayan surgiendo los rasgos luminosos con que
cada uno habrá de recordarlo.107
La ausencia del afecto de los padres, perdidos cuando más los necesitaba, modeló sin
duda su carácter, marcándolo desde la niñez, no sólo con aquella "grave y torturada
imaginación" que se creyó advertir, sino con la predisposición a las "frecuentes escapadas" con
que el introvertido quería recuperar un amor definitivamente trunco. Pero si bien esa
introversión fue cediendo con los años, no lo mostraba propenso al contacto con el público o a
la confesión oratoria.
Quizás, en el fondo, era un tímido que encontraba terreno de mayor expansividad en la
conversación individual, de más seguro paso hacia la confidencia. Acota Ferreiro que "le
gustaba mucho más hablar que escribir", probablemente como una compensación a su
temperamento "entre filosófico y poético".
La frecuentación de otros lugares y otras gentes no modificó su concepción del mundo, de
las cosas y la idea de su propia misión, que no nacía de efusiones sino de convicciones. Y una
de éstas, la de considerarse “víctima inocente", en grado tal "fue creciendo en su alma" o
apoderándose de ella, que parece ser como el remate de esa amarga costumbre, señalada por
su biógrafo, quien lo ve como a "un eterno sufriente", condición paralela a la del "hombre
profundamente triste" que era.

107
Rafael Barret, Cartas íntimas. Montevideo, 1967.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Con ello quedan explicadas su ética, su estética y su filosofía, venidas de su experiencia


de la vida y sin embargo signadas por el preanuncio de la muerte, que en él estaba lejos de
ostentar el fingimiento de un gesto intelectual.
La ética de que está revestido guarda relación con su obra y con su misma posición
militante; inseparable de ambas, fluirá como recóndita vertiente y alimentará su vida interior.
La pulcritud de su conducta y el ejemplo de ella derivado han constituido su mejor código
moral, en el que la lealtad de las ideas al servicio de toda causa de justicia le indicó la senda
del primer deber, que asumiera antes que otros con inconfeso y callado heroísmo.
A pesar de aquella quiebra inicial, siempre buscó y halló los vínculos familiares que
contribuyeran a paliar su amarga sensación de orfandad. Menciona Ferreiro al padre –Herib
como él- a quien no conoció sino en forma de recuerdo y de sombra, "un padre pintoresco,
espadachín y poeta, que vino, vivió y se fue del mundo haciendo diabluras increíbles"108
Su abuelo era el español Cristóbal Campos y Sánchez -doctor en ciencias naturales-
muerto trágicamente en Manorá en 1889. Dice el autor que Campos Cervera "siempre trató de
preservar la imagen de un padre que -sin embargo no lo supo ser". En cambio de la madre, a la
que Juan Ramón Jiménez evocara como a "una bella y delicada muchacha, rodeada de poetas
y artistas", recuerda Ferreiro que "hablaba muy poco, pues había en él un hondo resentimiento"
y agrega que en realidad "fue verdaderamente un niño abandonado por sus padres aun
rodeado de la solicitud de sus parientes", entre los que se sentía feliz. "En la Argentina -agrega-
le nacieron tres hijos, dos nenas y un varón. ¡El tan esperado Herib III” Y dice Ferreiro con
honda certidumbre que "fue un hijo sin padres y un patriota sin patria", quemante y
conmovedora comprobación.
Debe recordarse que el único miembro de su familia tocado por el ala de sus versos fue
su tío Andrés Campos Cervera, nombre civil del ceramista paraguayo Julián de la Herrería, que
era de "su sangre", según lo certificara su emocionada dedicatoria. También aquí se plantea la
cuestión de los amigos. ¿Los habrá tenido? El autor indica que “cultivaba la amistad de los
grandes dibujantes de la época, Andrés Guevara y Juan Soranzábal”.109 Mas el concurso
aumentó con los años, porque el poeta se mostraba anhelante de fraternidad. "Todos sus

108 Herib Campos Cervera, padre (1879-1921) perteneció al grupo integrador de la generación del 900. Fue coetáneo, condiscípulo y fraterno
amigo de Juan E. O’Leary, quien veneraba su memoria. En contrario del dato que proporciona Ferreiro, se sabe que murió y está sepultado en
Madrid. Periodista polémico y poeta ocasional, su obra dispersa ha sido mencionada por Natalicio González ("Los poetas del Paraguay", en:
"Guarania", Asunción, Año I Nº 2, marzo-abril de 1948). Asimismo aparece, aunque no muy airosamente en las acotaciones de Doña Francisca
López Maíz de Barret, que figuran en: Rafael Barret, Cartas íntimas. p. 47, 49, 57 y 58. Éste lo llama cariñosamente “Campitos", diminutivo que
heredara el hijo. Allí se aclara también el accidente que le ocurriera a éste.
109 Antonio Mayans: Soranzábal, su vida y su obra. Buenos Aires. 1944. La posteridad no ha reunido aún, en carpeta o cuaderno de arte, los

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

amigos -expresa Ferreiro- le debemos algún libro prestado o alguna carta no contestada, y
centenares de personas -así como digo, centenares- tendrán aún el recuerdo de su voz, entre
persuasiva y quejosa, siempre tan efusiva y vivamente interesada en el interlocutor". Y son
nombrados también dos de sus condiscípulos de la edad juvenil: los eminentes historiadores
Efraím Cardozo y R. Antonio Ramos.
Cree Ferreiro que buena parte de su obra yace en el fondo de ese género epistolar
amistoso, que el poeta supo cultivar con asiduidad y no menor prodigalidad, cual si con ello
quisiera atraer a los ausentes o a los no conquistados todavía.
En sus últimos días o, más claro, en sus postreros instantes a la lumbre de una fugitiva
lucidez, alcanzó a dejar un mensaje, destinado a cubrir permanentes y ¡ay! esperanzados
afectos: "Cuando volvamos al Paraguay tenemos que abrazar a todos los amigos, nos
confundiremos en un solo inmenso y eterno corazón...”
El ámbito en que se movió -algunas veces contra su voluntad, empujado por marejadas
políticas- era vasto, amplio. Hizo relación con Aristóbulo Echegaray y con poetas argentinos de
recordada antología.110 Varias veces viajó a Buenos Aires "cumpliendo infatigable tarea
comunicadora... con lo que mantenía vivo el mundillo intelectual que se gestaba en medio de
las discordias y mezquindades de la vida".
Al igual que Ortiz Guerrero padeció las consecuencias del 23 de octubre de 1931, aunque
de modo más drástico: fue enviado al destierro con otros dirigentes juveniles, siendo por ese
entonces "universitario y poeta socializante".
Estuvo ausente cinco años, durante los cuales recaló alternativamente en Montevideo y
en la capital argentina. En el Uruguay tuvo un raudo entronque con el comunismo criollo,
militancia de la que estaba de vuelta a su regreso al Paraguay en 1936.
Después, abanderado sin bandera, se quedó doctrinariamente solo, pese a que en poesía
le rodearon fervorosos epígonos. Y de nuevo, hace 25 años, tuvo que irse a orillas del Plata,
donde dio forma a sus cantos mayores: "Regresarán un día" y "Un puñado de tierra".
Poseía sentido nacional, por lo que le molestaba "el nacionalismo de labios para afuera";
su recomendación postrera tiene esa orientación: "El arte, la política, el quehacer cultural,
deben beber los zumos mejores de la nacionalidad. El proceso debe tener este itinerario: “de lo
nacional a lo universal y no a la inversa. Que no haya arte inútil, que no haya belleza divorciada
del pueblo". Lejos había quedado el entusiasta internacionalista de la adolescencia. El poeta

datos sobre Andrés Guevara -mucho más que un simple dibujante o caricaturista- de quien el Paraguay puede legítimamente enorgullecerse.
110 El libro a que se refiere Ferreiro: Cesar Tiempo Pedro Juan Vignale, Exposición de la actual poesía argentina. Buenos Aires, 1927.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

maduro era consciente del camino que se debía recorrer.


Creyente debió ser, mas no de una religión determinada sino de sucesivos actos de fe: en
el hombre, en el pueblo, en ideales de redención y de justicia.
Ferreiro indica que "a un mundo empedernido a cuerpo gentil sólo opuso, o expuso, un
sangrante corazón". Se consideraba projimista, pero "su projimismo acendrado no era -aunque
parezca paradójico- de corte socialista sino profundamente cristiano". Infiere de ello el
comentarista que en un principio fue romántico, y añade: "creo que bien vistas las cosas, murió
siéndolo”
Contrafigura de Ortiz Guerrero, en este y otros aspectos, Campos Cervera es el escritor
culto que "leía ávidamente cuanto caía en sus manos". Matemáticas, física, filosofía,
antropología, poco escapó a su insaciada curiosidad intelectual, que no era -preciso será
recalcarlo-la de un autodidacto. Se refiere Ferreiro a su frecuentación de Rilke, autor predilecto
tanto como seductor poético. "Había encontrado en el expresionismo -agrega el autor- el molde
más adecuado en él; consideraba a ese pequeño libro -recomendando su lectura- una especie
de biblia donde se contenía la esencia rilkeana de la poesía como acto existencial (su misma
idea de la muerte fluye de allí).
Nosotros creemos que más profunda aunque menos advertida influencia ejercieron en los
escritores de 1940 los Cuadernos de Malte Laurids Brigge -citados in illo tempore por Fariña
Núñez -que fueran a aquéllos lo que María Grübbe de Jacobsen había sido para el joven Rilke:
la revelación de un mundo espiritual, poblado de misterios, más acá y más allá de la
literatura.111
Ferreiro indica con justeza el recorrido en que Campos Cervera fijara su actuación:
"Puede decirse que su destino lo empujaba hacia ese río de las letras muertas: archivos,
bibliotecas, museos, imprentas, a esos vastos cementerios de la cultura, para cuyo sacerdocio
estaba señalado". Y porque había ascendido algunas gradas y recibido no escasos
desengaños "solamente confiaba en una pacífica tarea culturizadora de las capas intelectuales
de nuestro medio".
Trabajó desde temprano, a la vez que escribía poemas, en el Archivo Nacional. Más
adelante, tal lo había hecho siendo aún niño, "buscó refugio" en imprentas y redacciones, tanto
en Buenos Aires donde formara parte del diario "Democracia", como en Montevideo, en el

111 Debe agregarse que, en traducciones, fueron en esta época leídos y hasta copiados con fervor tanto las "Elegías de Duino” como los
“Sonetos a Orfeo". La mención de Fariña Núñez: "Diario de un poema". (En: "La Prensa", Buenos Aires, 27 de julio de 1930. Se trata de una
publicación póstuma).

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

rotativo "Uruguay", clausurado por la dictadura de Terra (1934), la que completó el bordoneo
del ridículo con el apresamiento del personal. Aquí, en su país, tuvo cátedras y fue agrimensor,
ocupación que le permitió recorrer gran parte del territorio y conocerlo.
No escribió en guaraní tan frecuentemente como se supone. Buzó Gómez transcribe su
poema "Ñandu'á rory”112 y algún aporte más sumó la revista "Alcor", pero ni Ceniza redimida ni
Hombre secreto incluyen otros inspirados en la lengua madre. Ferreiro recuerda que asistieron
juntos, en 1950 al Congreso de Montevideo para la fijación del alfabeto fonético guaraní.
En las distintas versiones de un mismo poema se advierte que era exigente con su propia
obra. Esa insatisfacción y ese sentido crítico partían de sí mismo, es decir que él era el primer
insatisfecho, aunque tal vez fuera con el propósito de no dejar caer el interés por su producción
-sin búsqueda de censores- que cumplía esa fatigosa labor de alcanzar sus escritos a los
muchos amigos "en copias que iban variando con supresiones y agregados, a veces de
estrofas enteras, las palabras o los títulos con la dedicación de un orfebre". Y parece ser que
en esa "amorosa pulimentación" hallaba deleite y placer estéticos.
Considera Ferreiro que "Bajo la noche álgida" es "su primera creación significativa y
personalísima", a pesar de que cronológicamente figura, como "Alta noche", entre las últimas
de libro.113 Por su parte, el estilo que habrá de consagrarlo está implícito en el "Romance para
mi gaviota ciega", que refleja la conmoción de su espíritu en otras latitudes y junto a otras
personas.114
Magra cosecha ésta para un poeta iniciado en 1923 y decidido recién a los 45 años de
edad a recopilar, con cuidados extremos, lo producido desde 1934. Véase en esto, ante todo,
un caso de conciencia intelectual acrecentado por el hecho de haber dejado muy poco inédito.
Aunque su oficio no sea el de "crítico literario" -como bien aclara al comienzo- no se
esquiva de plantear su posición frente al poeta -actitud que también Recalde asume con Ortiz
Guerrero- y que es (afectos aparte o por fidelidad a ellos) la que honradamente corresponde.
No son reparos formales sino interpretaciones sugeridas por la lectura de algunos poemas, o,
en ciertos casos, por la conducta artística de Campos Cervera, para quien los desechados
aportes juveniles sólo habían sido "de puro ensayo".
Para el comentarista, "Letreros luminosos" traduce "el espíritu idealista del romántico" y

112
Sinforiano Buzó Gómez: Índice de la poesía paraguaya. 2ª edición Buenos Aires, Indoamericana, 1952,p. 290; también:
“Alcor”, Asunción, Nº 4, junio de 1956.
113 Buzó Gómez, ob. cit. No obstante que la citada 2ª edición de esa antología es en dos años posterior a Ceniza redimida (1950), mantiene el
título de "Bajo la noche álgida" (p. 283-284) En "Romance para mi gaviota ciega" (p. 284-285) cambia el posesivo por el pronombre.
114 Durante sus residencias en Montevideo (1931 -1936) y en Buenos Aires (1947-1 953). Estuvo ausente del país sólo once años en total.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

"el aire de superioridad intelectual de la época en que no había traspuesto del todo la exótica
concepción modernista". Esto ocurría en 1932. Lo halla después más liberado, desplazándose
en el mundo de "las bellas metáforas", en los "Versos para la novia recobrada", reconociendo
que a pesar de ello no ha declinado en su "egocéntrica postura" y en su espíritu "raciocinante",
propensión ésta que no es de censurarle en totalidad, dadas las características de su obra y su
condición de poeta que denominaríamos -con las debidas precauciones- "constructivista" o
cerebral, muy alejado de las intuiciones emocionales que son -según hemos afirmado- el
primordial elemento de la poesía de Ortiz Guerrero.
Es con independencia de aquella vigilancia impuesta a su inspiración -dicho esto con los
cuidados del caso- que Campos Cervera resguarda su trayectoria hasta el límite de no pasar
por alto los detalles más íntimos con que mantenía el prestigio de su nombre literario; quizá por
eso –Ferreiro lo anota- "de cualquier bagatela quería hacer una obra acabada".
Señala el autor que en "Cadenas, rejas, llaves" -que es de 1934 y que el poeta no
incorporó a su libro- "es fácil de separar los ingredientes políticos, casi panfletarios, que lo
recargan inútilmente", y pasa a exponer las influencias, nosotros pensamos que iniciales en su
nueva modalidad, de Emilio Frugoni y Alvaro Armando Vasseur, quienes comenzaran a
publicar bajo el auge del modernismo y que después devinieron poeta social el uno y cíclico-
whitmaniano el otro.
Ferreiro advierte que "en la arena lírica del circo montevideano ya estaban inscriptas
todas las palabras que Campos Cervera, siempre con incomparable belleza -aun en los
momentos más amargos- elevaría a la categoría de símbolos sobrecargados de sentido...",
pero supone que ese ornamento verbal "resultaba un ropaje demasiado lujoso para envolver
los harapos de la pobreza o la muerte". Sin embargo, y a pesar del uso de "ampulosas y
reiterantes estrofas", el poeta seguirá sufriendo y sangrando, porque ése era, por lo demás, su
destino de hombre.
Múltiples son las insinuaciones a la ceguera que se deslizan en su obra, similares a las de
Ortiz Guerrero con sus heridas sangrantes y sus vendas. No debe olvidarse que en todo poeta
hay inocultable condición de profecía y una intuitiva -y a veces velada- alusión a padecimientos
personales, no advertibles a simple vista.
Aclara Ferreiro en este capítulo, y como acontecimiento curioso, que la llegada del
Crepusculario de Neruda se produjo allá por 1946, siendo Campos Cervera su privilegiado
poseedor. Este tardío conocer de una poética superada y casi al pie de la aparición del Canto
general, que tan distintamente ubica la obra del chileno respecto de sus libros anteriores -aun a
Residencia en la tierra- es demostración de que la "puesta al día de nuestra literatura
209
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

continuaba en proyecto.
Los términos del amor están manifestados por algún noviazgo ideal -con reminiscencias
de lagunas y serenatas pueblerinas- y por dos matrimonios sugeridos: en la “Elegía para la
décima noche" y en la "Balada para la adolescente del alba" al asomarse el restante, cuya
trama autobiográfica descubre Ferreiro en el caso de la "Elegía" y por propio conocimiento en
la "Balada". (No quiso ser muy innovador Campos Cervera en cuanto a la raíz originaria de sus
poemas: balada, elegía, romance). Amó asimismo a su patria sin efusiones, exento de
elocuencia demostrativa, aunque en riberas extrañas seguía cautivo de este su "meridiano
caliente y forestal". Tal recato venía tanto de la sobriedad de su expresión como de la molestia
que le producía la exaltación patriótica.
El tema de la muerte ha sido tratado ya en extensión115 y es por eso que Ferreiro se
adelanta a manifestar la coincidencia. Pero conviene decir que si algo hubo de menos literario
en su vida fue ese "tiempo de morir", del cual el poeta nunca se sintió ajeno. "La muerte le
ronda -agrega su biógrafo-, inseparable compañera de la vida (son casi las mismas palabras de
Recalde para Ortiz Guerrero) eternamente le ronda y él la corteja y la conjura a lo largo de su
obra".
Ella le llegó, un día del invierno de 1953, sorpresiva y dramáticamente; pero él, que la
había vivido hasta más allá de su infortunio, supo esperarla con serena tristeza. "Sus pobres
cenizas no fueron redimidas" y su ausencia es la de tantos otros que aguardan la hora en que
un ademán generoso permita reintegrarlos, desde suelo extranjero, a la hondura maternal del
Paraguay.
Cabe preguntarse, casi al final de este recuento: ¿Pertenece Campos Cervera a la
mitología popular? ¿Es personaje mítico? La ubicación de este poeta es mucho más difícil, en
el sentido de la interrogante inicial que la de Ortiz Guerrero, leído o sentido por una amplia
mayoría que, incluso, le ha fabricado un universo anecdótico y doméstico de uso propio y que
supera su mortal condición humana.
Esto puede observarse igualmente en otros procesos literarios, como por ejemplo en el
del argentino Evaristo Carriego y el colombiano Luís Carlos López, si bien la poesía de éste -su
inconformismo, su irónica postura antiburguesa- pdría ser, en algunos aspectos, la más óptima
fuente de nuestro Julio Correa, también cantor de las miserias y dolores suburbanos. No,
Campos Cervera, intelectual puro en cuanto a las excelencias de su obra, no puede ser situado

115 Hugo Rodriguez-Alcalá:"Campos Cervera, poeta de la muerte" (En: "Revista Iberoamericana", vol.VII, julio de 1951). Cfr. del mismo autor:
Historia de la literatura paraguaya, Madrid (Asunción), S.M. (Colegio de San José), 1970 (1971), p. 122-127.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

en esa línea -creía en el pueblo sin que su expresión fuera populista- pero sí en la de Neruda,
aún el de las "odas" y los "extravagarios", mitologizado, con exclusión de militancia, por
grandes sectores del pueblo chileno.
Aceptamos, pues, la segunda instancia: su calidad de personaje mítico, que no requiere
respaldos masivos. La idea que los demás se han hecho de él es la que rige. Hay un Campos
Cervera insensible -mejor dicho: intocado- a la vista y a la muerte, hecho de todas esas
particularidades que han sido exhumadas, no sin ánimo cordial, por Ferreiro. El hecho de que
viva o subsista por encima de su poesía, y de algún modo hasta en oposición a ella, es prueba
evidente de que algo mítico mana de su nombre y, repetimos, lo trasciende.
En esto acierta, más por que por análisis, Roque Vallejos cuando afirma: "El pueblo que
lo acompañó en las luchas se debió resignar a aceptar su obra por acto de fe, con el alma
huérfana de esa poesía que Campos Cervera creyó escribir a medida de cada corazón
paraguayo”.116 Allí reside -a nuestro juicio- la diferencia entre una y otra pregunta que al
principio nos hemos formulado.
Apenas si una ultima mención resta para unir a estos dos poetas tan distintos y que, sin
embargo, siguen siendo el Paraguay, en la medida de su tiempo y de la proyección de su obra:
la de la ciudad de San Lorenzo próximamente bicentenaria, donde vivió Ortíz Guerrero en uno
de los espacios de su dolencia y donde hay una quinta que lleva el nombre de Campos
Cervera y que él heredara. Además de haber nacido bajo el cielo sanlorenzano uno de los
valiosos poetas paraguayos contemporáneos: Ezequiel González Alsina, desgraciadamente
silenciado su estro por el asedio de los quehaceres públicos y cuyo "Canto al quebracho
republicano” está aguardando los honores de una edición.117
Y se completa aquí118, y por ahora, el diagrama de la prosa testimonial paraguaya,
trazado sin más intención que la de rescatarla del olvido y ponerla al alcance de la
investigación bibliográfica, de la que tan necesitada se muestra. No otro ha sido, el propósito
de las reiteradas trascripciones, mucho más ilustrativas de lo que nuestro aporte, de simple
ordenamiento, pudiera sugerir. (1972)

116
Roque Vallejos: La literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional. 2ª ed., Asunción, Don Bosco, 1971, p.
46.
117
v. “La Unión”, Asunción, 25 de diciembre de 1952.
118
La bibliografía nacional sobre Campos Cervera tiene las mismas características que la referente a Ortiz Guerrero, a pesar de
su proximidad. Separamos para este recuento dos fuentes de conjunto: Josefina Plá, “Literatura paraguaya del siglo XX” (En:
“Cuadernos Amricanos”, México, Año XV, Nº 1, enero-febrero de 1961) y “Alcor”, Asunción, Nº 27, noviembre-diciembre de
1963. La extranjera queda reducida a una: Enrique Anderson Imbert, Historia de la Literatura hispanoamericana, 5ª ed.
México, Fondo de Cultura Económica, 1966, t. II, p. 211, 341.

211
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Arturo Alsina: Volver al Índice


realidad lejana, recuerdo presente

1
Este libro, escrito en prosa llana -para diferenciarlo de la técnica teatral- es el primero de
una serie de retratos y recuerdos que don Arturo Alsina ha venido trabajando a lo largo de los
años y que resulta ser como una "suma de nostalgias" (el recuerdo presente que se antepone a
la realidad lejana), transcurridas no para abstraerse del tiempo sino para recrearlo.
El autor anuda, en páginas de creciente emotividad, el
perfil de amigos entrañables a relatos de evidente matiz
literario, pero en los cuales -en especial los dos últimos-
asoma, por sobre la fantasía, cierta intención de realismo. Y
es así que la ficción no alcanza a desdibujar del todo
nombres, denominaciones y marcantes, a través de los cuales
no seria difícil descubrir a seres comunes que hemos visto
pasar a nuestro lado.

Corresponde advertir, por lo demás, que estas


evocaciones contienen un indudable calor humano, transferido
a maestros, condiscípulos y amigos, que aquí aparecen como
nimbados por una distinta luz, aquella con la que don Arturo
ha querido presentarlos en el diálogo que late entre sus añoranzas y las predilecciones de su
espíritu.
Es de creer que ellas cumplen un ciclo: el que está integrado no sólo por las expresiones
de su propia efusividad sino, y de modo particular, por el que destaca a personalidades de la
cátedra, las bellas artes y las letras contempladas desde la orilla de los días arduamente
vividos y moldeados en el fuego de una projimidad sin límites.
Puede afirmarse que estas páginas sirven para ofrecer el testimonio de toda una época -
la que va del tercer tramo del modernismo nativo a nuestra actualidad-, en obra y espíritu,
pasión y conducta.
Aparte de los dos estudios iniciales, el resto está referido a una función de unidad que
sería importuno soslayar, particularmente en lo que alude al capítulo II. De aquellos
mencionados puede afirmarse que simbolizan verdaderos recuentos -mucho más que visión
panorámica -que ayudan a situar la evolución de nuestra actividad intelectual. El nuevo título
212
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

del primero de ellos -originariamente incluido en la Historia de la Cultura Paraguaya de Carlos


R. Centurión- quiere señalar lo que esa progresión encierra: Tiempos y nombres en la cultura
paraguaya. En su verdadero concepto, debe interpretarse como una síntesis, llevada a cabo
con sostenida cordialidad, aunque también con rigor informativo. Lo mismo puede manifestarse
de Conocimiento de Villarrica, que le sirve de apropiado complemento.

No estará demás indicar que el capítulo 3, con que el libro comienza a cerrarse, contiene,
sumados a las particularidades que ya hemos anotado, elementos que participan de esa
calidad de elevar al nivel de añoranza lo que aquí se concreta en un plano de esencialidad
literaria, en modo alguno oculta, aunque no siempre detectable al primer golpe de vista.

Con ello se pretende que la destreza del relato que ha permitido la inclusión de Taguató -
verdadera pieza de antología, trazada de mano maestra- no difiere de la que se ha utilizado
para arrojar haces de luz sobre personas concretas y reales. De tal manera fueron puestas de
pie por la fervorosa lealtad de quien supo -antes de convertirlas en creaturas de su magia-
tenerlas junto a sí, devolviéndoles el aliento de otras edades, en una especie de retorno a la
mirada fresca, el paso primaveral, el ademán sin desmayos, que fueron de ayer y que, por
virtud de su alquimia, continúan siendo de hoy.

Una carta del ilustre escritor nacional Pablo Max Ynsfrán, enviada a don Arturo hace
treinta y seis años desde su exilio en los Estados Unidos, e incorporada al final de estas
páginas, brinda la nota solidaria de su propia generación, unidos ambos en el recuerdo de Ortiz
Guerrero, a quien sus compañeros rindieran siempre culto personal y poético.

2
La lectura de los originales, la extraña sensación de melancolía que ella deja en el ánimo
de aquel que se acerca a descubrirla con ojos limpios y sin prevenciones, ha obligado a
soslayar -momentáneamente, desde luego-la imagen del propio autor, sin la cual no sería
posible determinar la auténtica dimensión de este libro.

No valdrían tanto para nosotros, para la consumación de nuestro propósito, los datos
biográficos y críticos que suelen ofrecer los manuales, porque si bien la obra es inescindible de
la personalidad de su autor, el conjunto de ésta podrá proyectarse desde zonas más amplias,
más diversificadas, en las que el quehacer humano habrá de ser observado o analizado desde
múltiples ángulos de actuación.
Con ello se quiere adelantar que lo que a nuestro objeto interesa -aquí y ahora- sin
desdeñar otros aspectos, es ese extenso y no menos firme transitar de don Arturo por el
Campo de Agramante de nuestras letras (aunque alguna apariencia de quietismo pretenda

213
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

demostrar lo contrario) llevando a cuestas y quizás no sin lucha interior, las señas de
ciudadano de un país que siéndolo sólo en un fragmento de su existencia, no lo es el de parte
importante de ella y de toda su labor de más de setenta años.

Si su caso constituyera excepción tendríamos que detenernos a examinar ese privilegio


solitario que, afortunadamente para él, no es tal. El niño tucumano (coterráneo del prócer
Alberdi, no hay que olvidarlo) que arribó a las playas de la Asunción una mañana de mayo de
1909, debería ser -según implacables constataciones de Registro Civil- el mismo Arturo Alsina
de nuestros días. Pero por encima de esa circunstancia, se hace posible rescatar otra, mucho
más eficaz: la de un Arturo Alsina que se hizo hombre en el Paraguay, donde ha trazado su
obra y fundado un hogar, y de cuya historia intelectual nadie logrará separarlo.

Argentino sí, "pero no se alarmen" (como dijera con picardía cordobesa Goycoechea
Menéndez a principios de siglo), tanto como Fortunato Toranzos Bardel, Juan R. Dahlquist y
Arturo Lavigne, por no mencionar sino a los antecesores que alcanzaron a publicar libros.
Como ellos, será desconocido, peor aún: ignorado, no sólo por los sectores culturales que
desde las riberas rioplatenses siguen mirando a Europa y por los limítrofes, que no aciertan a
mirar a ninguna parte, sino por los representantes más o menos oficiales u oficiosos de esa
cultura -con una sola salvedad reciente- que si ha desviado la vista del ciudadano, al que
prácticamente no se le tiene en cuenta, con mayor inconsciencia aparece como cerrándola
ante el escritor.

Se argumentará que el procedimiento, por reiterado en otros órdenes, no debe extrañar, y


que la situación de Groussac, francés, fue, si no igual, por lo menos parecida. No, ese paralelo
no sería del todo correcto. Veamos:
Groussac llegó a Buenos Aires cuando tenía 18 años, o sea en 1866. Los estudios
liceales fueron los únicos que hiciera en su tierra, siendo así un auténtico autodidacto. Después
de errar brevemente por la campaña bonaerense regresa a la capital, donde se le abrirán,
mucho más tarde, las puertas de la “República de las Letras” y las de la enseñanza, no por
mano de poetas, novelistas y ensayistas (sus posteriores colegas), sino de políticos que
osaban distraer, a veces, la aridez de sus faenas electorales con el soplo, para ellos bien que
vivificante, de la literatura. Viaja a Tucumán, y es allí donde se inician sus fatigas de escritor.
Matrimonia con mujer criolla y tiene hijos argentinos. Por su edad y sus compañías debía
pertenecer a la hoy mitologizada “generación del 80".

Pero don Paul (nunca se avino a llamarse don Pablo) tuvo que asistir al drama íntimo de
comprobar que la condición de escritor argentino, que había adquirido no sin esfuerzo y que ya

214
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

era la suya, no le servía para ingresar a los capítulos de la historia literaria de su patria, a los
que secretamente aspiraba.

Europeo de origen y por formación; intelectual adosado a la cultura de una tierra remota,
cuya adopción quizás no sintiera -a pesar de la emocionante y pulcra dedicatoria de su libro
sobre las islas Malvinas- se vio obligado a desarrollar en ella una labor que trascendió el medio
siglo, desde poco más allá de los 20 años a los 81 en que murió.

No obstante haberse adjudicado el calificativo de desarraigado -no de nuestra América,


sino de Europa- y de los cuatro viajes que hiciera, ida y vuelta, y que no le sirvieron de acicate
para quedarse allá, Groussac figura en las historias, enciclopedias y recuentos bibliográficos
argentinos y en sitio destacado. Después de todo, fue allí donde aprendió ese castellano que
llegara a dominar como pocos y a expresarse con claridad y lucidez conceptuales, sin asomos
de "floripondio", peste sudamericana que su cortante ironía solía fustigar.
También debe reconocerse que su crítica acerada e incisiva hizo mucho bien y hasta
puede afirmarse que diafanizó un ámbito por lo común castigado por la oratoria y la cargazón
retórica.
Severidad y justeza, ausencia de tropos originales y el no asustarse ante los dioses y
semidioses vernáculos, fueron las pautas que hizo suyas y que lo compensan de actitudes y
errores que, por ser él, no hallaron tampoco tregua ni perdón.

A pesar de todo, rodeáronle gentes que lo respetaron y supieron medir el sentido de sus
excesos críticos, ejercidos no con el arte del facón, sí con el del estilete. Claro que en
Groussac no estaba abolido del todo el afán de justicia.
Por sobre el desdén con que solía acoger la producción intelectual de sus
contemporáneos criollos, de vez en cuando se dignaba ensayar un ademán aprobatorio,
siempre a media sonrisa -o sin ella-especialmente si en el catecúmeno descubría las huellas de
la cultura que le era consustancial. Eso ocurrió, para mayor paradoja, con Goycoechea
Menéndez, al dar a conocer, en su provincia, los incipientes medallones de Los primeros
(1897).

En resumen: Groussac, francés, en lucha contra los fantasmas de un desarraigo del que
nunca quiso apearse del todo, ha sido adoptado, sin mayores esfuerzos, por la cultura del país
de su relativo arraigo. Puede afirmarse, así, que su incorporación a la bibliografía literaria
argentina viene a ser como una compensación -por atracción de contrarios- al olvido a que lo
arrojaran sus propios paisanos, no culpables por cierto de tan empecinada ausencia.

215
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Quien sepa de la vida y la obra de don Arturo Alsina (y asimismo de los argentinos que ya
hemos mencionado) comprenderá que el resultado de su actuación es distinto. Don Arturo -
bachiller y universitario paraguayo- no reclamó "desarraigo" alguno como dolencia de su alma;
simplemente no hizo más que sumarse a la evolución de esta cultura, apareciendo, desde un
comienzo, en el núcleo de aquellos nacionales que aspiraban a modernizar la escena y los
propios temas del teatro paraguayo.
Y aquí se quedó, sin pretender o soñar imposibles, apegado a sus deberes y a sus
ideales, puestos los pies en una sola parte, como debe ser y corriendo la suerte de este pueblo
en todas sus instancias. No ha sido suya la queja de aquél que se duele de la ignorancia y del
olvido ajenos, a pesar de la escasa distancia que ha mediado entre ambas regiones. Pero en
algo Buenos Aires se asemejó a París: si Groussac no participa de los beneficios del Olimpo
natal, tampoco don Arturo integra el conjunto de nombres valorizados expandidos por las letras
argentinas.
Si resignadamente Groussac se avino, casi en silencio, a aceptar su destino de escritor de
un país que no era el suyo, don Arturo lo hizo a cara descubierta, sin plantearse estrujamientos
de conciencia, en aceptación de una marcha que él mismo había iniciado.

A estas alturas del tiempo ya no será necesario preguntarse de qué lado de la supuesta,
invisible divisoria, ancló, por voluntad de conciencia, don Arturo.
Aún así habrá que añadir que su situación no es insólita: Manuel Rojas, nacido en
Mendoza, es un novelista chileno universalmente reconocido como tal; Alberto Zum Felde,
cuya vida se inició en Bahía Blanca, es uno de los próceres de la literatura oriental del
Uruguay. Esos dos ejemplos bastan, aunque existen otros no menos contundentes.
Por último vamos a transcribir un pensamiento de Zum Felde, extraído de su Proceso
intelectual del Uruguay (3ª ed., Montevideo, 1967, t. III, p. 111), que se ajusta plenamente a
este y demás casos y que explica las condiciones nacionales de una literatura y las del propio
escritor que la integra:
"El simple y solo hecho de haber nacido en determinado país, no da nacionalidad literaria;
tal nacionalidad no la define ese hecho solo y simple; la define el arraigo espiritual del autor o la
relación que los caracteres de su obra tengan con la vida de ese país.

Una literatura nacional se compone, no de todos los escritores que hayan nacido en su
territorio político, sino de todos los que han vivido o actuado de modo más o menos
permanente en su medio, han escrito en su lengua y comparten los rasgos espirituales propios
de su nacionalidad". (1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Gabriel Casaccia, una novelística en profundidad Volver al Índice

1. El autor
Se ha creído ver, en los primeros pasos literarios de Casaccia, la influencia de su tío don
Pedro Bibolini. Pero ha de recordarse que en la vida de nuestro escritor hay ya -antes de
nacer- como un preanuncio de poesía, género que, tal vez por esa misma causa, no concitará
su atención, aun cuando fuera lector de versos.
El día en que casaban sus padres -25 de julio de 1906-
el cronista galante y poeta francés, aquí residente, Jean-Paul
Casabianca, publicaba en "El Diario" de Asunción, y en su
idioma, el soneto celebratorio "Hymen", dedicado a "Madame
et Monsieur Benigno Casaccia".
El 20 de abril del año siguiente nacía el niño Benigno
Gabriel, siendo bautizado el lunes 24 de junio "en la mayor
intimidad", según información periodística. El 24 de mayo de
ese 1907 había fallecido nonagenario, en la ciudad de
Veinticinco de Mayo, el Padre Francisco Bibolini -su directo pariente de existencia tan azarosa
como pintoresca, que escribía originales décimas y que desde la llanura bonaerense firmaba
sus famosos "bastones cantantes", otro preanuncio que obsesionará al autor de Los Huertas
hasta confinar en los avatares del simbólico bastón de don Leonardo Manuel.

Digamos que cuando empezó a firmar para el público lo hizo como "B. Casaccia Bibolini";
así aparece en Mundo Paraguayo, revista que acogiera su cuento El honor de un castellano en
su número 2, de agosto de 1925, cuando él apenas contaba 18 años.

Aparte la intención anecdótica de no querer ser confundido con una autora y el hecho de
que su hermano "Pateto" (César Alberto) firmara poesía con ambos apellidos y abstracción de
su nombre, en el deseo de acortar ambos y en la cirugía adoptada desde 1947 (primera edición
de los cuentos de El Pozo), debe verse como la decisión irrevocable de trazar un corte vertical
entre las dos zonas de su obra, hecho que se acentuará cinco años más tarde a partir de La
Babosa.
Y en esto ha de observarse la actitud del escritor militante, dispuesto a transitar un nuevo
camino. Porque se hace necesario aclarar -una vez más- que Casaccia no era el burgués
sociable, encastillado en su profesión, que podía distraer cotidianos ocios mediante el ejercicio
de un hobby, a través del cual la literatura resultara nada más que un pasatiempo.
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Será preciso insistir -recordándolo- en la vocación de este escritor solitario e


independiente y al mismo tiempo militante -en el más amplio sentido- sin otro compromiso que
el contraído con su propia conciencia; y tanto era así que se hacía difícil, en conversaciones
que podían prolongarse por horas, descubrir en él al jurisconsulto profesional.
Don Pedro Fígari, el montevideano pintor de los candombes y negros coloniales, era
igualmente abogado; el poeta argentino Fernández Moreno ocultaba a un médico fuera de
andarivel. Caso parecido, aunque no idéntico, el de Casaccia, quien había logrado separar,
poco menos que drásticamente, las actividades de servicio de las de imaginación, sin
superposiciones y sin desmedro de la una para con la otra.

2. La obra
En su obra no se advierte el esfuerzo del estilo o "la gesta de la forma", que llamara Rodó.
Pero se entiende que no ha sido sin lucha ese encuentro con una prosa desbrozada de la
afectación y del discurso. Bastaría para comprobarlo el simple cotejo de páginas de sus libros
hasta 1939 -año de Mario Pareda, su segunda novela- con las ofrecidas desde La Babosa
(1952), así como con las correcciones realizadas para la reedición de sus dos libros de cuentos
-más en El Guajhú que en El Pozo-, cambio dispuesto con amplitud y, en algunos casos, con
singular contundencia. Ese procedimiento le dio otra dimensión a su tarea, brindándole, por
supuesto, nuevas perspectivas.
Hay que reconocer, por ello, que si Casaccia hubiera mantenido su obra -empezando por
La Babosa- en los lineamientos marginales de la novela de costumbres (que no siempre suele
ser de "buenas costumbres") o en los estrechos límites de un regionalismo naturalista, su visión
pueblerina -con la atadura de anteriores influencias- no habría superado el ámbito -pongamos
como ejemplo- de La Regenta de "Clarín".

Confesó él, en alguna ocasión, haber estado bajo el asedio de Baroja y de Proust, aunque
es de creer que convenientemente divorciados. Por evidente quedaría excluida su intención de
arribar a una concepción cíclica –común a sus frecuentaciones de Galdós, primero, y Balzac
después- que más le valiera desembocar, puesto en función de novelista, en autores franceses
que no eran su frecuentado Mauriac, sino Roger Martin du Gard, Jules Romain, o el propio
antecedente previo del mentado Proust.
En otro orden podrían detectarse (tras el inevitable naturalismo finisecular de Eca de
Queiroz, con su misma cortante ironía) algunas huellas lejanas y aun menores como la del
Payró de Pago Chico, o las más recientes y apropiadas de Faulkner.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

A pesar de todo no sería justo silenciar el hecho de que no obstante la presencia reiterada
de elementos locales, este escritor se impondrá la obligación de manejarlos con intención
universal, desvaneciendo de tal modo cualquier concesión pintoresquista.

Para evidenciarlo no estará de más evocar una circunstancia sintomática y hasta


contradictoria. Por la misma época de su diatriba contra La Babosa y el autor, Facundo
Recalde (nuestro "Fa-Re") manifestaba en su conferencia sobre Ortíz Guerrero -mayo de 1952-
querer curarse (tales son sus palabras, que corren impresas) del "vicio paraguayo de carecer
de toda noción de la medida".
Bien: dos cosas habría que decir al respecto: Primero, que justamente a su crítica podría
achacársele el "vicio" que trataba de combatir; segundo, que si alguien ha tenido la "noción de
la medida" en su prosa ese fue precisamente Casaccia. Aunque bien convendrá aclarar que no
es esa prosa sin artificios y sin deslumbramientos, ceñida a la linealidad del relato, la que
pudiera atraer la atención del lector, sino aquello que se encierra y bulle en su fondo.

3. La época, el lugar
Se ha querido interpretar -por el lado de críticos desinformados, tanto del exterior cuanto
de nuestro propio proceso literario- que en Areguá (población histórica fundada por don Juan
Domingo Irala unos 443 años atrás y con ferrocarril desde hace 120) el autor se propuso
instalar todas, o casi todas, las lacras asumidas por la humanidad desde sus remotos orígenes.
El asunto no es tal. Areguá significa apenas el escenario donde se desarrolla un
turbulento desenlace de pasiones y almas. Ni siquiera podría ser tomado como caja de
resonancia o albergue de una decadencia social extraña, que por raro acoplamiento se unirá a
su posterior desgaste edilicio. Además, las gentes que allí se expresan vienen conflictuadas de
otros sitios.

Areguá, sin las galas veraniegas del préstamo de un ayer movedizo y concurrido, sólo
servirá de tranquilo puerto, de última transición, entre grandezas pasadas y miserias presentes,
más o menos como dijera Blas Garay antes de empezar un siglo que no alcanzaría a vivir: "A
pasado de gloria, presente de ignominia". Claro que ésta no corresponderá ni tocará al pueblo
y sus habitantes.

Recordaremos que fue en su ámbito que funcionó una "Sociedad de Amigos de la


Educación", nacida del impulso que le diera el Dr. Cecilio Báez, actuante de la vida vecinal
como lo fueran Rafael Barrett, los doctores Teodosio González y Alejandro Audibert y don
Ramón Lara Castro, entre otros.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Casualmente, en la quinta del señor Lara Castro la "Sociedad de Embellecimiento de


Areguá" -que así se denominaba- rindió, el 6 de febrero de 1926, un homenaje a don Victorino
Abente, el viejo poeta republicano de la resurrección nacional, que allí viviera por largos años.

El año anterior el joven estudiante Benigno Casaccia Bibolini había hecho conocer -como
hemos dicho- su cuento "El honor de un castellano", donde figura una residencia que, antes
que construcción hispánica, parece simbolizar el más inmediato y visualizado palacio de los
Palmerola.

Por esa misma fecha son editados: Baladas guaraníes de Natalicio González, en París, lo
mismo que Visiones de églogas de Heriberto Fernández; la segunda edición de El Mariscal
Solano López del maestro O’Leary; El jardín del silencio de Eloy Fariña Núñez y Sobre
latinismo de Pablo Max Ynsfrán. El 9 de setiembre de ese 1925, en el Gimnasio Paraguayo, ha
dado su hoy ignorada y valiosa conferencia sobre Proust el Dr. Rodolfo Ritter, padre del
novelista ya fallecido.

Insistimos en el hecho de que, fuera de aquellas "recreaciones arqueológicas" a las que


Casaccia sin duda habrá asistido, y que apenas si rozarían la epidermis de sus creaciones, no
se hallará en él, indicio de realidad, no obstante su acusado realismo. Pues la explotación de la
naturaleza -el color local, que le dicen- cuenta poco en su obra.

En verdad, su destreza consistirá, más que nada, en la captación de estados de ánimo,


de confusos vaivenes sicológicos, y no en la descripción colorista. En cuanto a Areguá,
personaje físico más allá de la intención narrativa, bastaría releer la dedicatoria de La Babosa
para encontrarse con el auténtico pensamiento de Casaccia.

4. Los personajes
Al plantear un recuento de sus personajes parecería que el autor los ha sometido al fuego
lento de un remozarse permanente, aunque en sus páginas no pocos de ellos circulen ya como
achacosas o decrépitas sombras. Y si ellos nunca alcanzan a vivir del todo, en plenitud de
medios y hechos, tampoco parecen morir del todo, acuciados siempre por la duda que, más
que desvelarlos, los hostiga.
En esta novela final, como en el poema Fiesta popular de Ultratumba de Herrera y
Reissig, aparecen en mayoría los que han participado de páginas anteriores, unos entrevistos
de pasada -como el asesinado Jorge Lazarra, de Hombres, mujeres y fantoches- y otros
continuando la acción a la manera de esos herederos que aquí empiezan a desaparecer.
No está demás indicar que sus personajes valen por lo que son, más que por lo que

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

representan, de ahí los toques breves, rápidos, alusivos a sus rostros o a sus vestimentas. A
pesar de que en algún caso las respectivas imágenes de Ramón Fleitas, en La Babosa, o de
Remigio Escurra, en Los Huertas, abarcan el simbolismo de un parecido -aunque no idéntico-
destino social, en parejo resentimiento.
Los personajes humildes -en su casi totalidad aregüeños- no son tocados (o a veces sólo
de refilón) por ese estremecimiento de tempestades síquicas y espirituales, a través de las
cuales dirimen sus querellas las desmedradas gentes, antaño caté. Y hasta las malas palabras
que en el diálogo surgen como pronunciadas por alguno de ellos, lo son en guaraní, idioma de
intransferible valor emocional.

Los mismos pa’i que desfilan por el conjunto de su obra no son todos iguales: ni Rosales,
ni Esquivel, ni Miranda, ni Benítez, se parecen los unos a los otros. En algún sentido podría
inferirse cierta inconsciente similitud, aunque estuviera bien identificado, del Padre Rosales con
las arbitrariedades y corazonadas del recordado Padre Bibolini, su memorable pariente, a quien
nunca mostró entusiasmo en aludir.

Agregaremos que, en algún orden, aquellos personajes han existido (o subsistido) en la


forma de seres comunes, con sus aberraciones, sus falencias, sus dudas y sus esperanzas,
vueltas éstas no hacia lo que será sino a lo que se ha dejado de ser.

Personas, en fin, frecuentes en nuestros días, que a lo hondo no son más que
representaciones.
Veamos:

1) El espíritu de dominación antes que doña Angela, en La Babosa;


2) El complejo edípico antes que Atilio, en La Llaga;
3) La sensación de la ausencia y su desacomodamiento antes que el Dr. Gamarra, en Los
Exiliados;
4) El descenso y la frustración antes que Casimiro, en Los Herederos;
5) El tiempo, la soledad y la muerte antes que Adelina y Florino, en Los Huertas.

5. Las ideas
Tenemos que señalar que las ideas de Casaccia, en lo que a connotaciones políticas se
refiere, no guardan relación con lo que de ellas podría manifestarse a nivel de colores. A todo
lo largo y ancho de su obra total, las alusiones que aparecen incorporadas en aquel sentido no
rebasan la crónica o la información -particular o periodística- de hechos consumados.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Por contraposición y al trasluz de la conducta de sus personajes son censurados: la


discrecionalidad del poder, la violencia, el mbaretecismo, los estigmas sociales y económicos,
reducidos a escuetas menciones que -repetimos- parten de la presencia y acción de los propios
protagonistas.
En lo que a la intimidad de su pensamiento concierne sólo podrían arrimarse
insinuaciones, que no lograrían definir su trayectoria de escritor o de ciudadano.

Su padre y un tío figuran entre los firmantes del acta de fundación de la Liga Nacional
Independiente, el 14 de mayo de 1928. Por su lado él mismo, un año antes, integraba la
redacción del diario La Nación, de esta capital, vocero de aquella entidad.
Por otra parte no hubiera hallado acomodo ideológico un carácter provisto de tanta
acentuación crítica y de afirmativa independencia, como el suyo. Para demostrar que los
acontecimientos no le han dejado indiferente le será suficiente exponer en vivo la decadencia
de un grupo social, que es también el declive de una clase modelada según prototipos de
medio siglo atrás.

Su novelística cubre un segmento que va de 1920 a 1950, con claras aproximaciones a


un pasado lejano: la época del Coronel Albino Jara y circunstancias posteriores, para cuyo
conocimiento se documentó con bibliografía apropiada, según nos consta personalmente.

Por eso no ha de ser difícil advertir de qué modo su temática completa el ciclo trunco de la
Historia contemporánea del Paraguay, de Freire Esteves, que finaliza en los años 20. Mas esto
hay que tomarlo desde un punto de vista meramente documental, porque no es la historia
histórica (y menos los papeles de ella derivados) lo que le interesa exponer. Aunque dos tíos
suyos hubieran firmado el álbum de 1922 en adhesión a O’Leary.

Señalaremos, vinculándola a esa actitud, que su reacción contra el 900, o lo que


implicaba dentro de él una generación eminentemente historicista, provenía de un desahucio
discipular, que aquejara a casi toda su promoción, pues ésta había llegado a la vida
comprensible cuando el mensaje de los viejos maestros daba signos de agotamiento. La
muerte del Dr. Adriano Irala, frustrado líder carismático, no haría más que acrecentar los
posibles de esa orfandad.
Menos preocupará a Casaccia la historia (militante o no) como elemento dispuesto para
evitar el anclaje en el pasado, la hipnótica visión de sólo lo que se ha sido, sin intuiciones
siquiera para lo que se ha de ser.

Ruperto Resquín ha recordado en estos días que durante prolongados paliques se hacía
persistente en Casaccia el deseo de descubrir -no precisamente para sanearlas- esas raíces

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

que conducen siempre a reiterarse sobre lo que fue. "En nuestro país -le decía- todo es cué:
Piquete-cué, Zavala-cué, Salitre-cué...”. No dudando, por nuestra parte, que se habrá
preguntado más de una vez: ¿Y para cuándo el mañana?

Podría considerarse que ahí reside la fuente de su criticismo, interpretado por algunos
como desilusionante y amargo, pero que no responde más que a una de la líneas del
pensamiento nativo: la de Báez, Teodosio González, Cardús Huerta y Eligio Ayala, cuyos
precedentes hispánicos deberán buscarse en Giner de los Ríos, Costa y don Lucas Mallada -
entre los precursores-, todos moralistas, y en los criticistas del 98, a quienes les dolía España.

6. Los temas
La ironía -lindante con el sarcasmo- derramada sobre los que en otros tiempos fueron
socialmente poderosos; esa en la que aparecen abogados y procuradores, por lo general
sometidos a instancias ridículas, no alcanza a obturar la vena por donde se manifiestan (o
habrán de manifestarse) los grandes temas de su narrativa. Ellos se han ido deslizando casi en
silencio por entre sus páginas, en una confesión sin palabras, como procurando que el lector
entendiera -mediante unas señales- las razones últimas de su mensaje.
Esos grandes temas están adosados a dos circunstancias: una, la del autor, personal e
intransferible, llevada a una meditación sin concesiones sobre las metas finales del ser y la
nada, de la finitud y lo incognoscible; otra, que abarca la dimensión del país proyectándolo
hacia planos universales y donde el paraguayo vale por lo que es hacia afuera y no por lo que
agota en sí mismo.

El tiempo de su novelística guía por igual los pasos de Atilio Cantero hacia el caruguá; los
de Casimiro y Adelina Huertas hacia la sentencia que ellos mismos habían sobrellevado como
una variante de la muerte propia. Desde ese tiempo, aparentemente detenido, se juzga el
querer y el hacer de los seres humanos, cuya instalación en un país o en una población de su
campaña, no hace a la totalidad de los bienes o los males manifestados o silenciados de una
nación.

El deterioro que Casaccia denuncia es de gentes, no tanto de cosas; de juicios, prejuicios


o costumbres, más que de instituciones. Y girando sin pausa -aunque en apariencia estático- el
tiempo unido al ser, determinado por los actos de éste y no por las resultantes de su propio
proceso. Tiempo distinto al de Areguá porque quienes moran esporádicamente en él son
también distintos a su esencia. Y acompañando a esta paradójica cosmovisión sin horizontes,
el insondable latido de los sucesivos estados de ánimo, excitados por la frustración y la

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

pobreza.
Otro de los temas fundamentales, el de la soledad, viene insinuándose desde La Babosa,
hasta culminar en Los Huertas como una reacción de la conciencia que ansía, sin expresarlo,
la salvación de un destino al parecer inexorablemente condenado. El médico don lndalecio
Rolón Palacios logrará indicar en Los Herederos esa intención: "Para ser un rebelde hay que
amar la soledad. Nadie está tan solo como un verdadero rebelde". O sea: se está solo porque
se es rebelde, y no a la inversa. Y aquí está la contrafigura de aquel personaje de lbsen -el Dr.
Stockmann- que fincaba su fortaleza en la soledad, fuerte por solo, y nada más. Por el
contrario, en los personajes de Casaccia la soledad no es indicio de fortaleza sino de rebelión.

También adquiere condición trascendente el tema de la Muerte, que parece haberlo


asediado hasta el hostigamiento de una premonición. Y en este libro, más que en los restantes,
la Muerte asume una dimensión existencial, como sólo podría develarse en algunos poemas de
Herib Campos Cervera, lector de los Cuadernos de Malte Laurids Brigge. Y añadamos que no
en vano ha de presidir las páginas de La Llaga aquella poética invocación de Rilke: "Y así, Dios
mío, es cada noche: siempre hay algunos desvelados que marchan y no te encuentran". Y es el
final del camino el que inesperadamente recorrerá Adelina Huertas, agobiada por el mandato
de su hermano Casimiro, suicida también.

A cada nueva lectura de Casaccia sucede el descubrimiento de un mundo que había


pasado inadvertido. Es que más allá de la superficie de su literatura palpitan preocupaciones
que trascienden la letra escrita y la transforman. Esta de ahora es nada menos que una
introspección, un viaje a los infiernos donde la condición de ser presenta sus últimas luchas de
salvación (o de rescate), casi siempre sin logros; un descenso a las regiones abisales del
espíritu, morada póstuma de la buena o mala conciencia de cada cual.

Y por encima o por debajo de las cosas y de las gentes, el pueblo tranquilo, casi intocado
y silencioso; los habitantes, reales o mitológicos que lo justifican, y, dentro de ese discurrir de la
existencia y de los días, las páginas de este mural paraguayo, múltiple y circundante, expuesto
no para exacerbar heridas o desangrar pasiones sino para que por contraposición de conducta
quede recuperada, para Areguá, su altura de atalaya y refugio de una partícula del género
humano.
Allí reside la lección y el legado de Gabriel Casaccia, aquel que supo acceder a los temas
profundos con palabras sencillas y cotidianas.

(1981)

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cultura nacional.

El mundo existencial de “Los Huertas” Volver al Índice

1. Estructura
Esta novela -séptima y última del autor- cierra un ciclo, no sólo vital sino también literario.
Culmina con ella lo que, desde La Babosa, se interpretara como la continuación de una serie
que por contrafigura algunos habrían deseado calificar de "tragedia pueblerina", pequeño
reflejo de una sociedad (o más bien su fragmento adventicio) cuya decadencia supo denunciar
Casaccia a partir de 1952.
La linealidad que en ella se observa quizá sea más estricta que en sus obras
precedentes. Los capítulos se presentan encadenados sin solución de continuidad, exentos de
interpolaciones o de alguna que otra intercalación explicativa. Se advierte que la idea no ha
sido tanto sorprender al lector con hallazgos formales cuanto conducirlo por un laberinto de
hechos y almas con un final que no hacía prever la voluntaria sencillez de sus recursos
narrativos.
Los episodios cambiantes se desencadenan sin mayores sorpresas, pero debajo de esa
aparente monotonía de sucesos, ocurridos en los estrechos límites de una población reducida
en gentes y acontecimientos, se mueve y agita ese otro mundo anímico de sus personajes,
socialmente desmedrados, físicamente decaídos, aunque con una rara voluntad de
sobrevivencia, instalada como cruel paradoja entre lo que se ha sido y lo que no se resigna a
dejar de ser.

Puede afirmarse así que la propia evolución del relato tiene menos importancia que lo que
corre por dentro de él: la ingobernable fatalidad que se apodera de estos seres marginados,
nostálgicos de ese pasado que en ellos perdura. Por eso no estará demás recordar que este
libro está destinado -más que nada- a desnudar almas, anudar y expresar sus conflictos, antes
que a exponer situaciones meramente anecdóticas o episódicas.
Cada novela de Casaccia -desde La Babosa en adelante- representa, en relación de unas
con otras, no un ciclo cerrado en sí mismo sino una posibilidad abierta: la que le servirá al autor
para trazar, a través de una experiencia de casi treinta años, un panorama no siempre sombrío
donde los protagonistas significan más que el paisaje y donde la realidad externa, tanto física
como social, dice menos que sus espíritus atormentados y sus vidas atribuladas, aun en los
más pacíficos o conformados a su suerte.

Resumen de hechos, después de todo, en Los Huertas reaparecen, directa o


indirectamente, a veces en una breve mención unida al relato, varios de los personajes de
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

libros anteriores. Sus nombres responden por instantes y por necesidad de la narración a
alguna lejana evocación, sin trascendencia aparente pero que para el autor cumplen el objetivo
de quedar integrados al plan general, que está implícito y que es parte de ese inconfeso
propósito de realizar, con el trasfondo de Areguá, una especie de recuento de bienes y males
universales.

Sería ilusorio creer que no median distancias entre La Babosa y cada uno de los libros
que le siguieron. Las hay de orden simplemente formativo; otras, en cuanto a los rasgos
propios de cada situación, aunque bien puede advertirse que el relato no se halla compuesto
de compartimentos estancos; y más aún las que ofrecen, en el nuevo giro de la prosa (las
fuentes francesas sustituyen a las hispánicas), un quehacer de oficio digno de destacar ya que
el autor asume una posición opuesta a la que manifiesta entre 1930 y 1952, a pesar de que en
algunos cuentos de El Pozo (1947) es posible descubrir anticipos de esa modificación.

Obras distintas pero intercomunicadas, las suyas, no podrá prescindir de alguna o


algunas de ellas a la hora de juzgar el conjunto, el que como tal guarda, en profundidad, una
coherencia no señalada todavía por la crítica. Es más: hasta podría pensarse que en las
lejanas páginas de Mario Pereda (1939) empezaban a manifestarse ciertos elementos que con
los años aflorarían, anticipando posteriores hallazgos: el propio Mario Pereda, estudiante neo-
romántico entonces y dúctil abogado de empresas extranjeras después (trasnacionales se les
llama piadosamente ahora); el párroco Benítez, la reminiscencia de Areguá, que allí parece
inaugurarse, todos los cuales resurgirán, en los dos primeros en particular y con referencias
indirectas (queremos decir: no de primer plano) en la lenta y a la vez densa acción de Los
Huertas (El único que corroe con avidez implacable es el tiempo).

El relato incluye, igualmente aquí, el intento de sumar un estado de denuncia que


comprende numerosas variantes y que se concretan por medio de sucesos que tienen por
motivo a los propios protagonistas. Ninguno de ellos se duele por lo que le dicen (son contadas
las efusiones solidarias) sino por lo que su realidad íntima les dicta. De tal modo las menciones
de tipo político sólo se concretarán a través de personajes: la violencia, la arbitrariedad, el
arribismo, la impunidad, responden a una declinación moral y de época, de la que seres
humanos son apenas receptáculo, hilo conductor o agentes de pasiva o inconsciente
complicidad. Nadie más alejado que Casaccia de la literatura panfletaria. Su compromiso ha
sido el de un escritor y su conducta la de un ciudadano.

Lo que en verdad el autor ha querido es poner en manifiesto la decadencia y derrota de


un viejo modelo de sociedad, un tipo de convivencia y subsistencia que por no haber adoptado
las precauciones necesarias y no haber sabido dónde estaban los límites del ayer y del
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

mañana, se redujo a vivir de presentes "alegres y confiados" y luego a sobrevivir de añoranzas.


El valor indudable de su concepción novelística reside en eso, y ese valor es tanto más
creciente cuanto que Casaccia fue a un mismo nivel testigo y protagonista de ese viejo modelo
de sociedad decadente, a la que no disculpa las frustraciones que originara.
Para llevar a cabo ese propósito le era preciso adoptar un lenguaje sin concesiones,
ofreciendo con él una imagen -cierto es- nada complaciente, de realidades notorias en lo que
hace al ámbito de su acción, y de resquebrajamientos morales vistos o traducidos en actos de
conciencia -no siempre en la superficie- de cuya trama quedan como prisioneros sus
personajes, idealistas desesperanzados, en algunos casos, o dolorosamente vencidos (o
convencidos de su propia impotencia) en otros. En ese contorno, que confina en un implacable
buceamiento de almas, en una reiterada disección sicológica (a la que se superpone la remota
sombra de Dostoiesvski adosada a recursos freudianos), no hay lugar para la expresión
superficial o colorista: todo pintoresquismo ha quedado abolido.

El diálogo -intercambio de ilusiones fallidas o de fatalidades inconclusas- no es


incorporado como mecanismo independiente sino en función de lo sucedido, más que de lo
hablado. Sin que pudiera adjudicársele desusado dramatismo (Casaccia es, desde su
ubicación, un narrador sobrio; el resto lo hacen los hechos) debe recordarse el encuentro de
Florino Villalba Bogado con el Dr. José Gusari y el de Adelina Huertas con Remigio Ezcurra, su
hijo vergonzante y vengativo.
Las palabras que esos y otro diálogos intentan traducir -incluyendo aquellas de grueso y
generoso calibre- tipifican también la condición de vida de esos seres que con ello encuentran
como un desahogo a sus antiguas limitaciones sociales, particularmente en dichos
supervivientes vástagos de los Huertas y los Villalba Bogado, reducidos a sus extremos,
aunque nunca resignados ni comprensivos.

Cada cual expresa lo que siente y lo que es (aun sus ocultaciones) y aquel que sabe que
su vida debe marchar por carriles cotidianos (otros dirían normales) busca manifestarse en
consonancia con el camino elegido. Esto ocurre con Mariana Villalba Bogado, señorita de
sociedad en su juventud y empleada de tienda en su madurez, o con Florino y Adelina,
prisioneros de una fatalidad no acatada del todo y despeñados socialmente, con hosquedad,
más que con rebeldía, y no contra clases o personas sino contra ellos mismos.
Si se pretendiera abordar, con mayores exigencias, ciertos detalles propios de estructura,
cabría preguntarse si esta, como se ha sospechado de las anteriores, es una novela en clave,
donde están revelados, tras la modificación de nombres, lugares y situaciones, algunos

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

sucedidos de la vida real. Eso se supuso en La Babosa, donde los protagonistas están más
apegados a lo inmediato y contingente; igualmente de Los exiliados, en cuyas páginas se ha
creído identificar a seres de existencia bien tipificada a pesar de la hábil distorsión a que el
autor considera oportuno someterlos.
Podría afirmarse que a ese respecto tales supuestos no se dan con tanta fuerza en La
llaga, donde el centro de la frustración edípica se muestra en Atilio Cantero; ni en Los
herederos, principio de la serie que ahora termina. Por otra parte debe reconocerse que, por
más que su descubrimiento pudiera ser o parecer exitoso, los personajes de Casaccia no
participan de una identidad determinada. De tal manera -por ejemplo- La babosa, resumida
literariamente en la escueta humanidad de doña Angela Gutiérrez, no participa de las
características de una sola persona en trance vital: concentra las reacciones, defectos y
actitudes pertenecientes a varias.

Caso parecido al de doña Angela y su hermana Clara es el de Adelina Huertas, aunque


no en la versión de su existencia, pero ha de sospecharse que Adelina es ella y otros más.

A veces un personaje antagónico acaba trasfundiéndose en su opuesto, como bien podría


ocurrir con Florino, atado al fantasma inexorable de Casimiro Huertas y contradictoriamente
prolongándolo y asumiendo sus mismas frustraciones.

Quizá no haya dudas de que esos personajes alguna vez debieron tener existencia, pero
transferidos a situaciones diferentes y actuaciones no siempre similares. Son reales en cuanto
a su dependencia de una realidad determinada, que el autor no pretende soslayar, aunque sin
entregarse a ella, pero quieren ser ficticios en lo que se refiere a su identidad individual. Ese
mecanismo podría interpretarse como disociado al producirse la incorporación, al cuerpo de la
novela, de nombres propios, casi al lado mismo de su transposición: Natalio Gonzaga, Edigio
Alaya y José Gusari representan allí otra cosa que la mención de sus destinatarios auténticos,
apenas si fugazmente aludidos, aunque ellos resulten evidentes al relacionárselos con la otra
realidad, que no es precisamente la de la ficción.

2. La realidad irreal
¿En qué magnitud -podríamos preguntarnos- sigue Areguá hostigando la memoria de
Casaccia en estos trechos finales de su vida y de su obra? ¿Es acaso éste, para corroborarlo,
el remoto Areguá de Mario Pereda o el más inmediato de Los herederos? Salvo algunas vagas
alusiones y algunos detalles referidos a viviendas, el pueblo como escenario sólo aparece a
modo de elemento indirecto, casi diríamos que como telón de fondo. Porque en esta nueva

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cultura nacional.

aportación puede advertirse algo distinto: los personajes que vienen de afuera -con mayoría
asuncena, como siempre- no son asediados, por lo menos con la urgencia de antes, por el
deseo de partir sin haber tenido casi tiempo de haberse aquerenciado.

Florino Villalba Bogado, cuyas frustraciones no participan del orden creativo -según podría
detectarse en Casimiro Huertas (o más atrás: el Ramón Fleitas, de La Babosa, o Gilberto
Torres, de La llaga)- es un resentido por descenso en la escala de valoraciones sociales o
intelectuales, pero sin reacciones contra el ambiente que lo cobija.

Diferente conducta había observado el Dr. lndalecio Rolón Palacios, especie de ave-de-
paso que medía su obligada permanencia aregüeña con aquellos años de becario en
Alemania, codeándose con las luminarias del sicoanálisis y la fenomenología. Sus pretensiones
no habrían sido, desde luego, las de confinar en la atención del Centro de Salud de una
modesta villa de campaña.
Después de todo, esos personajes no tienen otra conformidad que la de deslizar sus vidas
en el pueblo tranquilo, sumergiéndose en la serie ininterrumpida de sus silencios y
ensimismamientos, allí donde "el mañana sería igual al hoy, como éste lo fue al ayer". Nada se
ha movido de su sitio -a excepción de unas pocas gentes y cosas menores- y sin embargo
cada uno lo sentía a su manera: Mariana hallándolo inmutable a pesar de una larga ausencia;
Florino llegando a saberlo "infestado de póras, ánimas en pena, pomberos, muás", los que
desde la muerte de Casimiro Huertas "se han vuelto más numerosos y activos".
Lo edilicio que alberga a toda esa mitología lugareña no alcanza a manifestarse
totalmente y hasta la iglesia ha desaparecido. Sólo el almacén y posada de Cátulo Ramírez, el
bazar de Gregorio Aguilar y el boliche y billar de Encarnación Riquelme continúan abiertos y en
pie. ¿Para qué más?
Los personajes que hacen el gasto del discurso son casi todos de clase media -unos alta,
otros baja- reducida a pretensiones de menor cuantía en la que el descenso y/o degradación
no son tan evidentes como en los residuos de la clase burguesa, con manías aristocratizantes,
representada por los Huertas y los Villalba Bogado. Las mujeres, en especial, procuran
establecer distinciones definidas, dar a conocer su procedencia de ciudad-capital. Bien se
encarga Adelina de aclararlo: "No... Yo no soy aregüeña... soy asuncena y de lo mejor".
También Gloria y Lucrecia son reconocibles como “asuncenas netas en su vestimenta,
lenguaje y maneras, sin mezcla de coyguasismo", o sea de rusticidad campesina. En ninguno
de los otros libros los protagonistas acentúan las diferencias como aquí.
¿Son reales, exactamente reales, estos integrantes del mundo creador de Casaccia? ¿Su

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cultura nacional.

origen está en la realidad o en la fantasía? Para dilucidar esto, aunque fuera a medias, bastará
recordar la advertencia de la maestra Damiana a su hermano, trunco estudiante de
arquitectura: la de que puede terminar como Ramón Fleitas. "Nicolás: -¿Cuál? ¿El de La
Babosa? Esa es una fantasía, un personaje imaginado, literario". A lo que Damiana responde:
"Sí, pero a veces la realidad copia". Es decir, que puede ser producto no tan sólo de lo que se
ve y comprueba sino de lo que se piensa o sueña.
¿Estarán las mujeres, en esas páginas, mejor perfiladas que los hombres? Sí, en esta
novela como en las otras -desde La Babosa- el papel protagónico de la mujer parece más
definido; no hay en ellas rasgos totales de pusilanimidad o de neurosis, todas aceptan su
destino y lo cumplen, y las que lo tuercen es para revelar su protesta hacia el pasado o hacia la
imposibilidad de despojarse del todo de él.
Pero no son ejemplos morales los que propone el autor sino vidas desgarradas que en
mayor o menor medida siguen asidas a la rutina, o si la trascienden es para ascender (o
descender), según sea la consideración social que se hayan ganado o se merezcan. Mujeres
de sociedad llegan a la más baja explotación de los instintos (Adelina Huertas, Quiteria Villalba
Bogado), en tanto que las pobres, sin descubrir su individualidad, ven transcurrir sus días con
digna simpleza.

Ha de recordarse -ante esta comprobación- que Casaccia nunca ataca ni moraliza sobre
los seres humildes de sus novelas, callados y resignados como siempre. En cambio Clara, en
La Babosa, se encerraba en su habitación para emborracharse con anís; Adelina, en Los
Huertas, más despejada y linfática lo hace a cara descubierta, consumiendo reiteradamente
whisky o ginebra con insistencia de dipsómana.
En cuanto a los hombres, puede afirmarse que su desmitificación machista es casi
completa y que con ella se emprende una tarea poco menos que demoledora. Esto vale para
todos porque Casaccia no intenta, ni pretende, salvar a los protagonistas de sus obras, en el
sentido religioso del término, ni en ningún otro sentido: ellos mismos desconocen la contrición y
el arrepentimiento. A los próceres de las respectivas familias, aquellos que las encabezaron y
que están difuntos, no les va mejor: el Dr. Antonio Villalba es tenido por "sirvientero"
incoercible, en tanto que don Leonardo Manuel Huertas es puesto bajo la sospecha de haber
practicado el incesto. A partir de allí la conducta de sus descendientes, que son los que
sobrellevan el peso del relato, puede tener las más inesperadas variantes.

3. Los temas

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

No son muchos los temas (no denominaríamos la temática, que se verá más adelante)
que circulan por esta novela. La historia, esa que podríamos calificar de viviente pasión
nacional, sólo surge, sin propósito deliberado, para fijar más bien el estado de espíritu o las
arraigadas prevenciones de alguno de los personajes respecto del otro. No induce esto a
suponer creencias o convicciones sino actitudes adoptadas momentáneamente, aunque
pudieran corresponder al respecto de una tradición o de una ubicación ideológica.
Los protagonistas rondan o rozan la historia sin mayores entusiasmos o, para ser más
precisos, sin enardecimientos, aun cuando el influjo de cierto prestigio generacional (el del 900,
por caso) pudiera conducir a lo contrario. Eso sí: no será posible desentenderse del todo de
ella y a tanto llegará esa convicción que lo que se dice que ha quedado de las inquietudes
intelectuales de Casimiro Huertas es nada menos que un recuento histórico-político, que
alguien habría de editar alguna vez. La dispersión de ese manuscrito, informe papelerío
ilegible, no será otra cosa que el símbolo representativo de la fragilidad de aquel influjo.
La generación del 900, que trazó rumbos en la vida cultural del país y a la que
pertenecían los difuntos Dr. Villalba y don Leonardo Manuel, es juzgada no por el resultado de
su quehacer sino por los extravíos institucionales (conspiraciones, revoluciones), en los que les
tocara participar a sus integrantes. Queda, sí, el mito de lo que fueron, de las opiniones que de
ellos o sobre ellos perduran, pero el fulgor de sus respectivas trayectorias -salvo para la íntima
y empecinada gloria familiar- se ha apagado ya por la época en que transcurren los
atormentados episodios de Los Huertas.
El idioma guaraní, de obligada presencia según el contorno en que se muevan o sitúan
los personajes, es mantenido en dos planos: aquel en que la acción misma obliga a su uso -
bien que mesurado con relación a obras anteriores-, impuesto por la fuerza de las
circunstancias, en particular aquellas determinadas por su tonalidad emocional, y el otro, en
que la lengua nativa es ubicada como elemento de comunicación. No se infiere de esto que las
frases en guaraní guarden la ilación del coloquio, pues se las halla como instaladas
esporádicamente para avalar el dramatismo o el impulso de situaciones bien acentuadas, sino
que responden a los reflejos propios de estados de ánimo no transferibles.

¿Y quiénes hablan allí? No Únicamente aquellos que por su extracción popular pudieran
quedar reducidos a expresarse con más propiedad de esa manera, como en el caso de
Remigio Ezcurra, en quien el guaraní adquiría matices e inflexiones dulcificadas, mientras que
el español le salía imperativo y metálico. (Esto tendría su perdida raíz en la Conquista). Pero
también utilizará ese idioma su madre, Adelina Huertas, no para tratar con sus iguales sino
para deslizar el diálogo afectuoso y cordial con las mujeres del pueblo, ante quienes accedía a
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

una nivelación no permitida a sus presuntos pares sociales. Demás está agregar que no lo
emplean Casimiro ni Fiorino, en quienes los prejuicios provenientes de su clase no se habían ni
siquiera atemperado.

Y cerrando este capítulo de los temas: las familias, frente a frente, irreconciliables, pero
imprescindibles las unas respecto de las otras, procurando erizar el plumaje de pretéritas
glorias sociales -derivadas de un "situacionismo" ya evaporado- en una actitud destinada más
que a recordar al resto del vecindario que ambas han sido otra cosa (in illo tempore, desde
luego), a hostigar la memoria de sus últimos y propios integrantes. Ninguno de ellos tiene, en
esencia, que ver mucho o poco con Areguá: han traído de lejos, de la capital, su carga de
deterioros, que el ambiente, antes que remediarlos, acrecentará.

Mas, en lo hondo, bien se sabe que ellos no se engañan, que no ignoran que entre las
muchas luces encendidas por el espectáculo de la figuración social han subyacido verdades no
por ocultas menos existentes. Florino se encargará de recordárselo a Adelina: "Vos mejor que
nadie sabés que por esto o por lo otro todas las antiguas familias paraguayas tienen sus
pecados veniales o mortales... la tuya tampoco se salva". Alusión a problemas de ascendencia
y descendencia que no inquietarán del todo a los personajes pero que serán utilizadas -como
por estos dos- a manera de oportuna arma de combate.

4. La letra profunda
¿Hay en Casaccia un moralista? Indudablemente que sí y por contraposición. De esta
"técnica" (algún calificativo tenemos que ponerle) no se sacan conclusiones apropiadas a una
moralidad militante; ni siquiera el autor se adelanta a decir cómo debieron actuar sus
personajes. Se limita a mostrarlos o a exhibirlos (las situaciones externas a ellos son
consecuencia de hechos ocurridos y de algún modo irreversibles) a veces hasta las
gradaciones finales de la conducta para que de allí se deduzca su opuesto. Ahí están las
hermanas Arredondo, que han compartido los favores, no por cierto románticos, de un mismo
hombre y que pasan como sombras insepultas a remolque de las paginas de La llaga; ahí la
presunción -un rumor largamente corrido en los mentideros de la capital cuarenta años atrás-
del incesto compartido por don Manuel con su hermana Gervasia; más allá, el "sirvientismo" del
expectable Dr. Villalba, dispuesto a no dejar fámula tranquila; el cortejo que Adelina hace de
los vientres de dos de sus cuatro amantes; la "atracción física" que ésta sintiera, exacerbaba
por la admiración familiar, hacia su hermano Casimiro, al parecer sin amores visibles o
misógino redomado...

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cultura nacional.

Todo eso y tal vez más queda para señalar que ni el brillo social, ni la cultura adquirida, ni
el prestigio político conseguido, ni la proceridad de familia o de nombre, pueden o podrán
contra las grietas del alma y las fracturas de la voluntad, acompañadas a la vez por la medianía
económica lindante con la pobreza o la miseria. Moralismo al fin de cuentas este de poner -sin
habérselo propuesto o por lo menos no demeritando su intento- a esos seres de raza social,
criados entre comodidades y exclusivismos, en trance de ser comparados, desde la tormenta
de sus almas (y con beneficio para éstos) con esas sirvientas, esos sencillos y casi anónimos
trabajadores (el sepulturero, el albañil, el bolichero), sin aspiraciones en sus vidas opacas pero
sin resquebrajamientos que lamentar. Pero sobre quienes se derramará la más cruda ironía
será sobre las medianías y los leguleyos, proyectos de gente sociable, inacabados también.

La mordacidad se torna implacable cuando el comentario de Eleuterio limita el adelanto y


el progreso -la modernización del Paraguay- al reemplazo de "la vulgar guaripola" por el
whisky. Y acota que hasta "en el más humilde boliche de campaña se veían en sus estanterías
tambaleantes y rústicas distintas marcas de scotch”. La sensación de ridículo muestra a Florino
con ese casco de corcho, que le da apariencia de "cazador de leones" -un simbolismo
semejante al del bastón de Casimiro- y que es un legado de su padre, el Dr. Antonio Villalba,
con el que éste hizo la campaña revolucionaria de 1922 "y otras asonadas menores".

También adquiere un tinte crítico al poner en descubierto a los petimetres que, declarada
la guerra del Chaco, procuran hurtarle el cuerpo. Sindulfo lbarra es banqueteado por sus
amigos, juntamente con Fiorino Villalba, cuando ambos visten el uniforme verde olivo. Pero
Casaccia -esta vez es él- ironiza diciendo que "volvieron a Asunción a las dos semanas,
después de estarse todo ese tiempo en el comando de Isla Poí, comiendo, bebiendo y
contando chistes verdes en guaraní”.
Pero la letra profunda de esta póstuma aportación de Casaccia a las letras nacionales no
está en eso, está orientada hacia otros planos, tal vez no sospechados por los lectores de sus
otros libros, aun de Los herederos, del que esta novela es evidente continuación. Esa
profundidad consiste en una evolución raigal, donde no lucen solamente la mera literatura ni la
habilidad temática: la de que en última instancia los personajes son símbolos de objetos y que
protagonistas finales no son otros que el tiempo, la soledad y la muerte.

Desde un orden material e inmediato los muertos mandan a través de objetos, cuyo
trágico simbolismo se apodera de los que han quedado entre los vivos: se trata de un mandato
a cumplir, pero también de una venganza, que encadena el ser al no-ser, diluyendo hasta sus
más ínfimas reservas, donde la voluntad aún podría ofrecer alteraciones, o, en este caso,
desobediencias. El bastón con empuñadura y nudos de oro de don Leonardo Manuel Huertas;
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cultura nacional.

el mobiliario de ambas familias (cuyo ruinoso destino parece sobrevivirlas); los diez chalecos de
fantasía de Casimiro; el nunca más abierto ropero de la tía Gervasia; el testamento de aquél,
que dispone ser sepultado con su revólver y su bastón; la diferencia entre el panteón donde
reposarán los Huertas y las modestas tumbas, con faroles de lata, en que han terminado los
Villalba. Y sobre todo eso del bastón, que es uno de los elementos fundamentales de la novela,
revelación del poderío perdido de una edad ya muerta. Así lo reconoce Ruperto Zabala: "Regio
bastón... hermoso bastón -exclamó con entusiasmo-, no es sólo símbolo de una familia sino de
toda una época, de toda una época que ya no vendrá; de una época que ya es historia".

El bastón en que terminará apoyándose Fiorino y el revólver que ha de terminar,


imprevistamente, con la vida de Adelina, son demostraciones palpitantes de que lo que ha
muerto sigue viviendo. La mano de Casimiro domina la escena. Y así de los que están bajo
tierra depende el sino de los que han quedado para luchar, al fin de cuentas, porque -afirma
Ruperto- "la vida sin dolor, sin dificultades, sin crisis, no se la siente, es como si no viviera".
Los muertos cubren la soledad de los vivos y por acto de ausencia -más que de
presencia- actúan sobre ellos. Se nace para morir, cierto es, pero mientras esto llega otros se
adelantan y, como bien dice Adelina, "se llevan los recuerdos, los secretos, la vida entera de
los vivos". En ese camposanto rural debería acabar la vieja lucha, la sórdida inquina que ha
separado a los Huertas y a los Villalba, pero dos de sus sobrevivientes, uniéndose y odiándose
a la vez, han resuelto, en un proceso inconsciente, prolongarlos.

De este modo la Muerte -con mayúsculas- aparece instalada como intransferible


protagonista del libro. Una muerte existencial que justifica por igual a los que están y a los que
no están y que por fin será su más definido símbolo.
Esta temática guarda relación con preocupaciones de Casaccia conducentes al plano de
la filosofía, de ahí la hondura de estas páginas, que en mucho superan a otras anteriores.

Dos o tres años antes venía él a menudear sus visitas a Areguá para prever el sitio de la
recalada definitiva. Ahora que se han cumplido sus deseos, no quedarán dudas de que sus
personajes se habrán adelantado a recibirlo y que dialogará con ellos, con todos, mientras cae
la noche hacia el pueblo tranquilo y pasa sobre el lago, tripulando las almas de los que se han
ido, una misteriosa brisa de eternidad.

(1981)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Casaccia y su obra Volver al Índice

El 24 de noviembre se cumplieron tres años de la muerte de Gabriel Casaccia. Después


de los homenajes ceremoniales y de alguno que otro ruido editorial, el hervor ha bajado de
nivel y quien sabe si uno que otro peregrinante se detiene allá, en su agreste silencio de
Areguá para recordar, junto al hermoso monumento proyectado por Hermann Guggiari, que ahí
descansa un escritor con estatura humana.

Ya se sabe que más han sido las “ideaciones” generadas en torno a caprichos
individuales o a fugaces recuentos que los estudios serios, documentados y definitorios sobre
su obra.

Aparte de los emprendidos por el eminentemente intelectual y profesor cubano en el


exilio, Dr. Francisco E. Feito, y de breves aportes destinados a concitar el interés de lectores
pasajeros, nada se ha hecho en concreto, ni aun a título de cumplir con determinados
aniversarios: los 25 años de la primera edición de "La Babosa", en 1977 y el cincuentenario de
"Hombres, mujeres y fantoches", en 1980, coincidente con la fecha de su fallecimiento, pasaron
total y robustamente desapercibidos.

No era Casaccia de los que estaban en "la cresta de la ola" de la publicidad literaria, ni
una persona propensa a acceder a las pretensiones de las mafias literarias, nacionales o
extranjeras. Alejado por propia voluntad de los medios donde se produce el ruido de la
autopromoción autoral, nadie más ajeno que él a los afanes de la sospechosa "vedettización".
Lejos de ser huraño y esquivo a la común sociabilidad, se mostraba afable, afectuoso y,
siempre, sumamente preocupado por las actividades de sus colegas jóvenes.

Imposible sería ignorar que ha habido (¿la hay todavía?) una imagen distorsionada de
su condición de trabajador de las letras, quizás porque su vida no estaba embretada en los
prejuicios de las sectas, en la complacencia hacia las indagaciones -no del todo gratuitas-de
una crítica en estado sauvage, que atiende sólo a los reclamos de una prefabricada clientela,
tal vez por eso y algo más, la consideración de su quehacer de medio siglo quedará reducida a
la inquietud investigadora de una minoría de iniciados. Entonces alguien o varios caerán en la
trampa de seguir acusándolo de "escritor burgués" con la misma falta de ponderación con que
Facundo Recalde le echó en cara su carencia de inclinación "nacional", siendo que él era
patriota a su modo, pero no patriotero.

Sin embargo, quien quiera acercarse a la historia cotidiana, a la existencia derruida y al

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

mismo tiempo cierta, de una manera de actuar y de una relación de conducta de la sociedad
paraguaya, en un tramo que abarca cerca de cuarenta años, tendrá que acudir a sus libros, y
no a la lectura fácil de sus personajes o de sus hechos, sino a su psicología, al ámbito en que
se mueven sus pasiones, sus reminiscencias, el dorado ayer cubierto por la pátina de un
presente sombrío -más dramático cuando allí confinan la medianía y la pobreza-; a la denuncia
de violencias, de agresiones, algunas de ellas conmoviendo el tranquilo discurrir pueblerino.

Quien sepa leer a Casaccia, en particular al de Los herederos y Los Huertas estará
habilitado para penetrar en un universo simbólico, donde cada cual libra su sórdida lucha de
agonista (en la acepción unamuniana del término), su cotidiana batalla contra la soledad y el
olvido. En tales libros se vislumbran ya los pasos que él se proponía continuar, porque con
ellos había acertado el camino, sin sospechar, por supuesto, que serían los finales y que con
ellos se cerraba el ciclo.

A pesar de las aseveraciones poco menos que apocalípticas que surgen de estas líneas
(Casaccia decía: "Cambien ustedes la realidad y yo voy a cambiar la de mis novelas"), de tanto
en tanto se produce el milagro de que gentes desconocidas, profesores, estudiantes, o simples
viajeros, vengan, cruzando mares o tierras remotas, a buscar esas huellas dejadas por el
escritor paraguayo y para sumergirse en la veracidad de su testimonio.

No otra cosa hicieron este año y a lo largo de todo un mes, los docentes Anne-Marie Le
Noan, francesa, y Fernando Aguirre, español, quienes sin estridencias y con auténtico fervor
dedicaron todo su tiempo a desentrañar el mundo de Gabriel Casaccia, trabajo que habrá de
culminar en una tesis universitaria.

Ante este ejemplo es de creer que las páginas del entrañable autor paraguayo no fueron
escritas en vano.

(1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Pastor Urbieta Rojas Volver al Índice

Sería largo de enumerar el sentido de una de las pasiones que asediaron a Pastor Urbieta
Rojas, quien había nacido en la Asunción en 1905 y que muriera en 1973, hace de esto diez
años. Esa pasión era la de la cultura, expresada inicialmente en inquietudes estudiantiles y
luego en el periodismo, actividad que le abrió nuevas perspectivas y un afán de
comunicatividad y sencillez, que es la característica de todas sus páginas.

Pertenecía al agrupamiento de bachilleres que culminaron


sus estudios en 1925, lo que no entraña, por supuesto, una marca
generacional, sino una determinada coincidencia. Pero con mayor
exactitud puede afirmarse que integraba un sector importante de la
historiografía nativa, tomado este término en la acepción amplia
que brinda Efraím Cardozo en su aporte homónimo y cuyas
perspectivas de continuidad -fallecido su autor hace, también
exactamente, una década- no se avizoran ni por propios ni por
extraños.

Dicho sector está representado por los nacidos entre 1900 y


1909, quienes en muchos casos -individuales, por supuesto- han
manifestado posiciones distintas a las del núcleo que va de 1890 a 1899. En aquél debe
incluirse a Pastor Urbieta Rojas, en una tarea que no estuvo meramente uncida a los intereses
de la historia sino que abordó temas que confinan en la literatura o en la expresión doctrinal, si
bien en él esta característica debe ser, ante todo, descubierta.

Urbieta Rojas pagó tributo -¡como tantos!- a los dioses lares de la política y aun al
encantamiento de las euménides criollas, no siempre piadosas con el destino final de las
humanidades, según ha sido experiencia dolorosa en la zona del Río de la Plata y a la cual el
Paraguay no podía escapar. Pero todo eso está en lo episódico, no en lo fundamental. En ese
ámbito sólo sería dado rescatar su presencia y su aporte a la defensa del Chaco, que le
permitió ubicar por sobre su espíritu civilista su orgulloso uniforme de combatiente.

Para un juzgamiento de su labor habrá que volver a su pensamiento escrito, que es el que
perdura. Los resplandores de la gloria guerrera han quedado en el tiempo y los avatares
partidistas en la ceniza, siempre efímera, de la anécdota personal.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Hay en sus obras -libros y folletos- y en sus conferencias (algunas de ellas editadas) no
un aire de prédica o de información, sino una constante vocación de servicio, manifestada en
un lenguaje claro, voluntariamente simple, coloquial, como él mismo era.

No pretendió el ensayo meditado, ni la evocación pintoresquista; su rigor estaba centrado


en el idioma con que trasmitía su emoción o sus visiones de viajero, sus recuerdos o, para
señalarlo en un género de procedencia peninsular, en sus escenas, un poco más cerca de
Larra -sin su crítica- que de Mesonero Romanos y sus famosas "matritenses".

Fue un trabajador juvenil pero no prematuro, en grado de prodigio vecinal, que muchos ha
habido, convenientemente evaporados después, salvo los ejemplos ya lejanos de Blas Garay y
Carlos García. Su volumen inicial: Estampas paraguayas, con prólogo de Enrique de Gandía,
es de 1942, es decir, cuando contaba 37 años. Luego de un prolongado silencio le siguieron
otros más aproximados entre sí: Camino de la hispanidad (1965), presentado por Julio César
Chaves, uno de sus compañeros de promoción; Paraguay, destino y esperanza (1968) y
Páginas evocativas (1970). En opúsculos dejó estos títulos: "La mujer en el proceso cultural del
Paraguay" (1944), "La mujer paraguaya (Esquema historiográfico)” (1962), “Eloy Fariña Núñez,
Su vida y su obra" (1972) y "Reflexiones sobre la España fundadora" (1973), aparte de una
disertación, que corrió impresa, sobre el libro en la "generación del 25".

Supo volcar en la glosa y no pocas veces en la estampa el detalle ameno, la referencia


circunstancial del pasado, la recordación de gentes y hechos que había visto y vivido. Con
paciencia de miniaturista trazó sus filigranas y les infundió el calor de su alma. En su obra
resaltan –sin desdeñar algunas serias aportaciones- aquellos "primores" que calificaba Ortega
a propósito de Azorín.

Su temática es igualmente accesible: la mujer (recogiendo los precedentes ilustres de


Báez, López Decoud y Pane); el país, que hostigaba sus quehaceres y sus sueños; y España,
que fue algo así como el horizonte de sus predilecciones intelectuales.

Pastor Urbieta Rojas no dejará de ser leído, en especial por los jóvenes, aunque los
monopolistas de la cultura persistan en ignorarlo. (1983)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Temas universitarios Volver al Índice

Rectores de la Universidad Nacional (1915-1940)

Adolfo Aponte

Nació en Itapé, departamento del Guairá, en 1873. Graduado de doctor en derecho y


ciencias sociales en 1917 con una tesis sobre "Propiedad literaria", fue presidente del Superior
Tribunal de Justicia, legislador, profesor, ministro de Instrucción Pública en el gabinete de Eligio
Ayala (1926).

Falleció en Buenos Aires en 1949. Rector desde el 23 de noviembre de 1928 hasta junio
de 1929, en que renunció.

José Emilio Pérez

Nació en la Asunción en 1872. Se graduó de doctor en derecho y


ciencias sociales en la Universidad Nacional. Profesor de Derecho
Procesal, desempeñó el decanato de dicha casa de estudios. Fue
ministro-secretario de Estado, miembro de la judicatura y titular del
Superior Tribunal de Justicia.

Falleció en Buenos Aires en 1942. Rector desde el 13 de abril de


1913 hasta agosto de 1920.

Antonio Sosa

Nació en la Asunción en 1870. Se graduó de doctor en derecho y


ciencias sociales. Desempeñó cargos de legislador, juez en lo civil,
secretario de Estado, diplomático y decano de la Facultad respectiva.
Falleció en la ciudad de Asunción en el año 1942.

Rector interino desde el 27 de julio al 24 de setiembre de 1926.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Rectores de la Universidad Nacional - 1889-1940

Rector Período

Dr. Ramón Zubizarreta 30-9-1889 al 30-4-1891

Dr. Héctor Velásquez al 30-4-1891 al 7-2-1893

Dr. Justo P. Duarte 7-2-1893 al 4-4-1893

Dr. Federico Jordán 4-4-1893 al 9-9-1895

Dr. Pedro Peña 9-9-1895 al 12-2-1898

Dr. Benjamín Aceval 12-2-1898 al 6-12-1898

Dr. Héctor Velásquez 6-12-1898 al 8-5-1900

Dr. Pedro Peña 8-5-1900 al 12-12-1900

Dr. Justo P. Duarte 12-12-1900 al 7-2-1901

Dr. Pedro Peña 7-2-1901 al 10-7-1901

Dr. Manuel Domínguez 10-7-1901 al 22-1-1902

Dr. Ramón Olascoaga 22-1-1902 al 6-3-1902

Dr. Héctor Velázquez 6-3-1902 al 23-5-1903

Dr. Federico Codas 23-5-1903 al 9-3-1905

Dr. Justo P. Duarte 9-3-1905 al 6-12-1906

Dr. Ernesto Taboada 6-12-1906 al 21-7-1908

Dr. Francisco Chávez 21-7-1908 al 1-10-1908

Dr. Ovidio Rebaudi 10-10-1908 al 9-11-1908

Dr. Felix Paiva 9-11-1908 al 11-3-1911

Dr. Pablo Garcete 11-3-1911 al 26-7-1911

Dr. Emilio Pérez 26-7-1911 al 10-4-1912

Dr. Félix Paiva 10-4-1912 al 12-6-1912

Dr. Pedro Bobadilla 12-6-1912 al 23-8-1912

Dr. Manuel Franco 23-8-1912 al 8-3-1913

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Dr. José E. Pérez 8-3-1913 al 31-8-1920

Dr. Cecilio Báez 31-8-1920 al 9-3-1923

Dr. Antonio Sosa 9-3-1923 al 15-6-1926

Dr. Eusebio Ayala 15-6-1926 al 14-10-1927

Dr. Antonio Sosa 14-10-1927 al 17-3-1928

Dr. Justo Prieto 17-3-1928 al 1-9-1928

Dr. Adolfo Aponte 26-11-1928 al 27-5-1929

Dr. Justo Prieto 27-5-1929 al 23-8-1929

Dr. Cecilio Báez 23-8-1929 al 12-8-1933

Dr. Cecilio Báez 12-8-1933 al 4-9-1936

Dr. Cecilio Báez 4-9-1936 al 29-1-1940

Dr. Cecilio Báez 29-1-1940 al 4-9-1940

Dr. Cecilio Báez 4-9-1940 al (Vitalicio)

Eusebio Ayala

El quehacer político y representativo en que estuvo inmersa buena parte de la existencia


de Eusebio Ayala pertenece a zonas definidas y delimitadas que no se relacionan con los
propósitos finales de esta columna. Porque es en otros tramos que ella quiere evocar su
actividad y su meditación, signadas por el aura de su tiempo y por las características de la
generación del 900, a la que pertenecía.

Habrá que señalar inicialmente que por ambas ramas de su


familia procedía del País Vasco (Alaba y Laburdi), y que nació en
la antigua Barrero Grande, consecuencia a su vez de la histórica
Capilla de San Roque, el 14 de agosto de 1875. Como
Domínguez, Moreno, Eligio Ayala, Pane y otros nombres ilustres
del pensamiento nativo llevaba con orgullo el apellido de su
madre, consustanciado con las raíces originarias de la nación
paraguaya. Su muerte se produjo en Buenos Aires el 4 de junio
de 1942.

Aprende las primeras letras en la modesta escuela rural de

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

su valle, ingresando al Colegio Nacional de la Capital en 1891. Es incierto que allá lo hubiera
encontrado, en 1892, el por entonces inspector don Manuel Gondra, calificándolo como "al niño
más inteligente de la comarca", pues por esa fecha tenía 17 años de edad y se hallaba en el
segundo curso de bachillerato. Este fue obtenido en 1895, entregándosele el diploma
respectivo el 24 de febrero de 1896. Se gradúa de doctor en Derecho y Ciencias Sociales en
1904.

Consagró sus desvelos a los tres niveles de la enseñanza, acentuándolos a partir del 26
de marzo de 1896, en que por decreto es designado profesor de Historia Patria en la Escuela
Normal de Maestros donde también ocupará la cátedra de Instrucción Cívica. En el
mencionado Colegio tendrá a su cargo las de Psicología, Lógica y Moral, y Filosofía general, en
este caso reemplazando al valioso maestro Dr. Emeterio González.

Fue miembro del Consejo Secundario y Superior (1904) y del Consejo Nacional de
Educación (1905-1907); además, Ministro de Justicia, Culto e instrucción Pública (1910 y
1912), profesor de la Facultad de Derecho desde 1921, y Rector de la Universidad (15 de junio
de 1926 a 17 de marzo de 1928). Interinó la cátedra de Sociología en 1906, año en que publica
su importante trabajo sobre "La enseñanza de la filosofía", producto del informe incluido en el
denominado "Plan Franco", de 1904, y donde propone incorporar a la metafísica,
acontecimiento excepcional en un ambiente cautivado por la "ciencia positiva".

Aparte del periodismo, que ejerciera en "El Diario" (1904) "El Liberal', y de sus
colaboraciones especializadas en "Los Anales del Gimnasio Paraguayo" y la "Revista de
Derecho y Ciencias Sociales", también hizo sus aportaciones culturales: entre mayo de 1897 y
junio de 1898, estuvo al frente de la "Revista del Instituto Paraguayo", entidad que, al
reorganizarse, en 1917, lo contó como presidente. En sus "Recuerdos de la vida literaria" el
escritor argentino Manuel Gálvez dice haberse encontrado en la Asunción y en octubre de 1928
con el Dr. Ayala, cuando preparaba bibliografía para sus "Escenas de la Guerra del Paraguay",
y manifiesta que éste le obsequió "El Mariscal Solano López" de O’Leary y le insinuó "la
conveniencia de leerlo". Por lo demás, en su mensaje legislativo de 1935, el Dr. Ayala abogará
por una enseñanza "hondamente nacionalista" en la formación del niño. Expresa asimismo que
los combatientes del Ejército del Chaco "fueron conducidos a la gloria por inspiración del
pasado". Sus ideas deben buscarse allí.

Fue rector de la Universidad entre el 26 de junio de 1926 y el 27 de julio del mismo año.
Reasume el 7 de setiembre y entrega el cargo el 19 de marzo de 1928.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Cecilio Báez

Ninguna síntesis mejor para la comprensión de su existencia y de su obra que este


epitafio grabado sobre su lápida. Porque Cecilio Báez consagró, desde sus pasos juveniles
hasta los finales, todo su pensamiento a las altas especulaciones intelectuales, sin calcular que
ellas pudieran ser entendidas o no. Más que como difusor de cultura es preciso reconocer que
su tarea ha sido la de un polígrafo de alma, a quien urgencias de servicio civil obligaron, en no
escasas oportunidades, a seguir otros caminos que los trazados por el ímpetu de su propia
conciencia.

Nace en la Asunción el el 1º de febrero de 1862, en el hogar de los esposos don Nicolás


Báez y doña Faustina González, ambos raigalmente nativos. Tenía apenas ocho años cuando
el drama de Cerro Corá dio comienzo a la “década de escombros", que dijera Cardús Huerta.
Interesa aquí recordar el orden de sus estudios, por lo que hace a la inclusión en estos
capítulos.

Becario interno por Santa Rosa en el Colegio Nacional de la


Capital, accede en 1881 a la carrera de agrimensor, que se
obtenía con la aprobación del cuarto curso en aquel
establecimiento. En 1882 se gradúa de bachiller en ciencias y
letras, pero recién el 10 de enero de 1888 habrá de retirar su
diploma, plazo casi justo para iniciar su vinculación con el
derecho, a través de la escuela homónima, primero, y de la
universidad, después. Le acompañaron en las aulas, entre otros,
el mítico "Alón" (José de la Cruz Ayala) y Emeterio González,
paraguayo eminente.

Así como el Dr. Zubizarreta cubre, con su actuación, el importante tramo de la segunda
modernidad (1870-1900), a Báez le tocará continuar el afán pedagógico del viejo educador
aunque con otros procedimientos e ideas más actualizadas, en lo que a la temática
desarrollada desde principios de siglo se refiere. Y ciertamente él se convierte en guía y mentor
del novecentismo (es eso y no un epígono de los novecentistas, como mal se ha dicho) desde
el 93 en adelante, en los extremos de otra década. Su prédica y su principismo (fuera de plano
político, desde luego) se insertan en la tercera modernidad cultural paraguaya, que se cumple
entre esos comienzos (y por gracia un lustro antes) y las vísperas del centenario de la
independencia.

No era un conductor ideológico, pese a habérselo motejado de adalid del liberalismo, con
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

el cual en función práctica no estuvo de continuo de acuerdo, aun con la fracción "radical" que
contribuyera a fundar (sucesor de Gaona; ministro de Jara). Lo era, sí, y con amplia capacidad
de proyección, desde el punto de vista intelectual.

Su temperamento de las horas tempranas lo obligaba a soslayar la meditación y


sumergirse en la batalla. De tal modo hubo de culminar una con el Dr. Zubizarreta a raíz de la
protesta de éste por la supresión de una bolilla (hoy: unidad) sobre religiones en el programa
de Revista de la Historia, que en la Facultad de Derecho dictaba don Cecilio. El conato se
diluyó merced a la actitud contemporizadora del rector, Dr. Benjamín Aceval, y a una
ponderada campaña periodística de Blas Garay, discípulo de ambos, el cual acertó a detectar
la influencia de la "teoría positivista" de Taine.

La segunda polémica (a partir del 17 de octubre de 1902), habida con O’Leary, tuvo otras
características y distinta orientación.

Ese denodado magisterio lo convierte en un educador en plenitud, ceñido su accionar al


ámbito universitario. Desde el profesorado que iniciara en la mocedad hasta la condición de
"rector vitalicio", funciones que desempeñó por designaciones en 1920 y 1929 y con sentido
honorífico desde el 4 de setiembre de 1940. En enero de ese año había aceptado y
convalidado la intervención a la casa que él mismo dirigía.

Previamente ha de señalarse que si bien magra, su bibliografía en el orden educativo


puede considerarse provechosa. "Ensayo sobre la libertad civil” (tesis, 1893); "La instrucción
pública en el Paraguay" (1910) e "Historia de la instrucción pública en el Paraguay" (1911). Se
observan, motivos de interés en aquella incursión por las gradaciones del derecho, cuando
todavía no estaba ganado el resplandor positivista, que asomaría algo más tarde.

En su discurso de graduado coincide con Fichte (al que califica de "ilustre filósofo) en que
no se presenta otro medio que la educación para entrar en el "mundo nuevo", ya que el poderío
de las naciones está vinculado en forma directa a su apertura hacia los bienes de la enseñanza
reducida, en el caso suyo, a los claustros universitarios.

Indica que desde 1870 se ha venido imponiendo el fomento de la "ilustración superior" de


las masas sociales, pues la instrucción primaria resulta insuficiente "para formar pueblos
conscientes y libres". La "postración física" en que el Paraguay quedó después de la última
guerra, puede verse superada accediendo al "poder de la inteligencia".

Piensa que la fundación de la Universidad ha propendido a nuestra independencia en ese


aspecto, con lo cual el país ha recuperado su autonomía. Incita, asimismo, a nacionalizar la

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

educación para libertar a la inteligencia patria del tutelaje extraño, posición que en las
"naciones democráticas" adquiere notoria relevancia. Tal insistencia no ha de caer en el vacío.

Antes que empezara la marea secular, detenida después por el baño de sangre del '14, y
que surgieran los jadeantes anuncios del maquinismo a ultranza y de la "velochita (como diría
uno de sus propulsores, el itálico Marinetti a través de su "manifiesto futurista" (1908) lo que
imperaba era una especie de deificación de la ciencia, "soberana del mundo", como la había
calificado juvenilmente Báez.

La solución del problema social no podía alcanzar el "fin apetecido" con el uso de la
instrucción primaria sino entregándose al ejercicio de la "instrucción científica", la única válida a
ese propósito. A ella debía adosársele la noción de progreso, que venía remolcando su
prestigio desde la época del olvidado Turgot y sus seguidores inmediatos. Esto fue meditado
por nuestro pensador en el discurso que el 24 de junio de 1899 pronunciara en la masonería
local cabe el Gran oriente, del cual era prestigioso Maestre. Databa del 16 de mayo de 1894 su
actuación en la benemérita entidad.

“Todos los avances, tanto materiales como morales, están unidos a la concepción y
aplicación de la ciencia natural”. Por eso dimana de ella la "hegemonía de unas pocas naciones
sobre todas las demás". Ataca, también las "teorías nirvanistas, antiguas y modernas, que se
han transmitido por herencia a los metafísicos de raza" y afirma que "el determinismo científico
ha revelado al hombre los más profundos arcanos de la naturaleza”, y tras aclarar que "la
verdadera ciencia positiva no es ni espiritualista ni materialista", remacha su actitud recordando
que "la sociedad se rige por leyes biológicas naturales, cual pasa por los organismos vivos".

Este derrotero ha sido muy bien sintetizado por el educador argentino contemporáneo Dr.
Juan Carlos Tedesco, al inferir que "en el marco de la subordinación a la psicología y a la
biología es posible apreciar tanto los rasgos científicos como ideológicos de la didáctica
positivista".

Mas, para Cecilio Báez, pletórico de totales, la Universidad debía continuar siendo la torre
vigía de la resurgida nacionalidad, concebida a modo de refugio de universalidad frente al
asedio de un posible y latente repliegue histórico, a pesar de estimárselo como inconcebible en
el transcurrir de los sucesos mundiales.

Porque "ella es la depositaria del genio de cada pueblo, de sus tradiciones, de todo su
pasado, la que perpetúa el espíritu nacional a través de las edades, enseñanza a las
generaciones que se suceden, su historia y su literatura, cuyo estudio, unido al de la filosofía,

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

despierta ideas liberales y el amor del bien público". Expresiones de 1893, dignas de Juan
Andrés Gelly.

Cuando le tocó salir de este mundo, el 18 de junio de 1941, la ensoñación no se había


concretado, pero la prosperidad y la grandeza, la libertad y la patria, seguirían dependiendo de
ese "eje moral".

Desempeñó las funciones de Rector de la Universidad en 1920, 1929, 1937 y 1940, año
éste en que fue designado en condición de vitalicio ad-honorem.

Justo Prieto

Otra de las aportaciones al pensamiento teórico nacional, de suma importancia, es la del


Dr. Justo Prieto, cuya obra, en el aspecto sociológico, podría estar unida a la de sus coetáneos:
Natalicio González (1897-1966): "Proceso y formación de la cultura paraguaya" (1938),
Anselmo Jover Peralta (1895-1 970):" El Paraguay revolucionario" (1946), y Justo Pastor
Benítez (1895-1963): "Formación social del pueblo paraguayo" (1955), significativamente un
guaireño, un carapegüeño y un asunceno.

Este paraguayo desvelado por los temas de su


tierra y por su destino, nace en Pilar el 15 de octubre
de 1897, en el hogar de los esposos don Juan Pío
Prieto -uno de los héroes de Acosta Ñu y de valiosa
trayectoria docente- y doña Concepción Rojas,
hermana, a su vez, de doña Josefa, que estaba casada
con el ex-presidente Escurra. El bastón hecho con
colmillo de ballena que portaba en los últimos años era
un legado de su tío político, a cuyo gobierno hubo de
hacer la necesaria justicia. Su fallecimiento se produjo
en la Asunción el 29 de junio de 1982.

Hace sus estudios primarios en su valle, y parte de los secundarios. Figura así como
alumno, matrícula Nº 14, en el Colegio Nacional lugareño, en los cursos iniciales (1908-1910),
donde obtiene altas notas especialmente en francés y en castellano. Trasladado a la Capital,
obtiene diploma de bachiller en 1913. Ingresa a la Facultad de Derecho donde logra el
doctorado en 1919 con una tesis sobre: "Efectos jurídicos de las obligaciones naturales".

Su actuación pública comienza cuando mediante decreto 116, del 18 de febrero de 1913

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

es designado auxiliar 1º de la Contaduría General y Dirección del Tesoro, juntamente con Justo
Pastor Benítez, siendo contador fiscal Juan Stefanich. El 2 de noviembre de 1917 renuncia a
las anteriores funciones. Más tarde será, sucesivamente, diputado y senador, en distintas
épocas, ministro de Instrucción Pública, primero, y de Educación, después, canciller interino,
integrante de delegaciones al exterior. Hombre de principios, renuncia por dos veces a sus
altas funciones: en 1931 a raíz de los sucesos del 23 de octubre, y en 1940 como
consecuencia del golpe de Estado del 18 de febrero.

Mas, donde sus actividades alcanzarán indudable brillantez será en el ámbito de la


enseñanza, para la que estaba naturalmente dotado: era un maestro, más de razón que de
sentimiento, y un guía doctrinario en el orden de las ideas puras. Tiene apenas treinta años
cuando es nombrado Rector de la Universidad, sin haber ejercido antes otro cargo; después de
seis meses renuncia y el 1º de setiembre de 1928 se pone al frente del decanato de la Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales, donde permanece hasta octubre de 1931. El 3 de abril de
1925 es designado profesor interino de Sociología, confirmado como titular ese mismo año.
También dictó Derecho Civil (Cosas) hasta el 1º de octubre de 1928, en que lo reemplaza el Dr.
Adolfo Aponte. Desde enero de 1931 tendrá como primer suplente a Justo Pastor Benítez,
Sociología, y como segundo, a partir de julio de 1935, a Pedro P. Samaniego. Este intenso
quehacer termina en febrero de 1936 al expatriarse. Debe tenerse en cuenta, asimismo, que
entre abril de 1928 y octubre de 1931 (números 4 al 18) dirigió una publicación ejemplar, no
repetida: la "Revista de Derecho y Ciencias Sociales”

Sus principales libros son: "Síntesis sociológica" (1937), "Sentido social de la cultura
universitaria" (1942-1946), "Augusto Comte, el apóstol de una religión sin Dios" (1944);
"Paraguay, la Provincia gigante de las Indias" (1951), y "Sociología Industrial' (1967), además
de numerosos opúsculos. Debe afirmarse que fue más entendido fuera que dentro del país y
que allá también se prolongó su magisterio.

Cuando las Universidades abandonen sus nostalgias tribales podrá estudiarse al Dr. Justo
Prieto en su aportación cierta, responsable y auténtica a la cultura nacional.

Estuvo al frente del Rectorado de la Universidad desde el 19 de marzo al 23 de noviembre


de 1928.

247
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Los Precursores de la Reforma (1918-1928)

Adriano lrala

¡Quién sabe de qué modo hostigarían su memoria, en los últimos instantes, aquellos y
premonitorios versos de Gutiérrez Nájera, uno de los predilectos de su época!:

Morir, y joven: antes que destruya


el tiempo aleve la gentil corona
cuando la vida dice aún: “soy tuya",
aunque sabiendo bien que nos traiciona.

Así fue cómo se cortó la vida de Adriano lrala (San José de los Arroyos, 21 de julio de
1894), en el anhelante invierno de 1933, al llegar el 18 de agosto. Se acentuaba de esa forma
el sino trágico que había acompañado a Natalicio Talavera, Blas Garay, Facundo D. Ynsfrán,
Carlos y Federico García, Pedro Herrero Céspedes, Heriberto Fernández, José Gómez
Brizuela, más la frustración hasta ahora inexplicable de Eligio Ayala, cuando apenas si había
traspuesto los cincuenta años.

Pero el caso del Dr. lrala podría ser considerado como algo
más: el sorpresivo oscurecimiento de una tarea generacional y la
definitiva ausencia de la realidad -humana y mediativa- que
comenzaba a cumplir su destino de conducción. Le aguardaba, sin
duda, el liderazgo universitario y doctrinal que lucieron un Gabriel
de Mazo, en la Argentina; un Carlos Quijano, en el Uruguay; un
Haya de la Torre, en el Perú, o tal vez la senda política que
recorrieron en nuestra América el uruguayo Lorenzo Carnelli, el
argentino Raúl F. Oyhanarte, el boliviano Enrique Baldivieso y más
cercanamente el colombiano Jorge Eliécer Gaitán.

A todos ellos, en mayor o menor medida líderes de la Reforma Universitaria de 1918 en


nuestra América, pudo haber emparejado este valioso y valiente pensador paraguayo, que
buscaba por igual el rumbo de las aulas, la efervescencia de la plaza publica o el sereno
refugio de su biblioteca. Su trayectoria era la de estudiante distinguido en el Colegio Nacional,
perteneciente a la promoción de 1911, característica que continuara en la Facultad de Derecho
al graduarse con una tesis que ya denunciaba sus inclinaciones: "El ejecutivo colegiado",
difundido en 1920. El otro trabajo impreso es el conocido álbum celebratorio “Paraguay-
Uruguay" (1913), que recopila con Santino U. Barbieri.

248
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Puede afirmarse que inició su carrera administrativa -no muy extensa, por cierto- bajo la
sombra carismática de don Manuel Gondra, protector de tantos muchachos que empezaban a
remontar la existencia (habría que agregar, entre otros de idéntico brillo, a "Blasito" Garay y
Pedro P. Samaniego, ya aludidos). Por decreto del 19 de febrero de 1913, Adriano lrala es
nombrado oficial de la sección Política y Diplomática de la Cancillería; el 20 de febrero del año
siguiente es ascendido a oficial de subsecretaria. Ya en el ejército en campaña, al iniciarse la
guerra del Chaco, será auditor con el grado de mayor.

Mas, donde hay que buscar su "élan vital' es en la función docente, que inauguró el 10 de
marzo de 1921 como catedrático de Psicología y Lógica en el Colegio Nacional. Tendrá a su
cargo también la primera de estas asignaturas en la Escuela Normal de Profesores. El decreto
Nº 15984, del 9 de abril de 1923, lo integra al profesorado superior desde donde dictará
Derecho Internacional Público hasta las vísperas de su partida al frente. Será continuado
sucesivamente por Enrique Bordenave, Cecilio Báez e Hipólito Sánchez Quell.

Ha alcanzado, por entonces, la condición de dirigente que por naturaleza le correspondía.


Se le ha llamado, con verdad, "maestro de los jóvenes", aunque él fuera otro de ellos, el mismo
que en Lima y en julio de 1921 pronuncia memorable discurso, que "Patria" de Asunción
calificará de "la hora intensamente bella". Es que a pesar de eso y de sus posteriores
contribuciones a "La Nación" (1925) y a la Liga Nacional Independiente (1928), seguirá, en lo
íntimo, siendo poeta, como lo viera y celebrara O’Leary, a través del soneto dedicado a Manuel
Ugarte, uno de cuyos versos podrían servir hoy como merecido laurel puesto sobre su recuerdo
ilustre de paraguayo y de vasco: "lírico sacerdote del ensueño y la acción". Ningún epitafio más
justo, ni más merecido.

Juan Bautista Rivarola

No imaginaría el capitán de los ejércitos de Su Majestad


en gobernación, don Juan Bautista Rivarola y Cafareña, que al
dirigirse a nuestra América muchas cosas raras le pasarían en
el orden de que sus respectivos nombres y apellido habrían de
prolongarse no tanto en el Perú, donde arribara en 1637, sino
en el Paraguay ocho años más tarde. Vino a nuestra tierra viudo
ya de doña Lucía de Herrera, reincidiendo aquí con doña María
de Soto -sin descendencia con ambas- y previo fallecimiento de
ésta, y por tercera vez, con doña María Ana de Rivas, de quien

249
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

hubo cuatro varones. Tal el origen de la progenie intelectual, social y de la cultura que se ha
mantenido hasta estos días.

Ascendiente de aquél era don Juan Bautista Rivarola y Acosta, de cuyas nupcias naciera,
entre otros, don Octaviano Rivarola y Díaz de Bedoya quien como su inicial antepasado
contrajo nupcias tres veces, la última con doña Emerenciana Bogarín, de cuya unión nació -
sexto entre diez hermanos -el después Dr. don Juan Bautista Rivarola y Bogarín, pensador
ilustre que viera la luz primera en Santaní un 8 de setiembre de 1892 y falleciera el 30 de abril
de 1957.

Después de cursar el bachillerato en el Colegio Nacional, viaja a Buenos Aires para seguir
estudios de medicina, mediante una beca concedida por decreto 1715, del 3 de marzo de 1914.
Al mismo tiempo que la carrera, cumple tareas de investigación en el Instituto de Medicina
Experimental bajo la dirección del célebre Dr. Angel H. Roffo. A poco de su permanencia en la
Argentina estalla en la provincia de Córdoba el movimiento de la Reforma Universitaria (15 de
junio de 1918), con vanos de cuyos líderes se vincula.

Transcurridos casi tres lustros entre los porteños regresa al país en 1927, enfervorizado
por los incidentes del fortín Sorpresa. Algo más tarde, el 7 de mayo de 1928, el diario "La
Nación" de esta capital anunciaba que al día siguiente pronunciaría, en el salón de actos de la
Facultad de Derecho, su conferencia sobre "La nueva generación", calificándoselo de "joven
estudiante". Vendrá seguidamente una extensa actividad profesional y docente, su actuación
en la guerra, por la que obtuviera la Cruz del Chaco y la Cruz del Defensor, sus funciones en la
sanidad militar -en la que alcanzara el grado de coronel- y finalmente sus pesquisiciones
históricas, que lo convertirían en académico.

Pero lo que resalta en el Dr. Rivarola es su aportación a la intelectualidad patria. Dos


elementos de suma importancia integran su bibliografía, que no es abundante aunque sí
segura: el ensayo denominado "La nueva generación" y su libro: "La ciudad de la Asunción y la
Cédula Real del 12 de setiembre de 1537' (Asunción, Imprenta Militar, 1952), prácticamente
terminado en 1949. En ambos podrá hallarse la fuente de sus ideas, que siempre fueron claras
y precisas, como que provenían de un legado familiar entroncado con la nacionalidad.

El primero de ellos es, ante todo, una profesión de fe reformista, situación que lo coloca a la
altura de los argentinos Gabriel del Mazo, Saúl Taborda y Julio V. González; del oriental Carlos
Quijano, del peruano Antenor Orrego, por no mencionar sino algunos. Esas aproximaciones
serán suficientes para calibrar la calidad de su ideario, nutridas de pasión hispanoamericana.
Comprendió muy bien el problema de la unidad de nuestra América y la necesaria actualización
250
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

de las universidades, que aquí se cumplió, desgraciadamente, con dos décadas de atraso
(1929). No sólo trató temas propios de la realidad cultural sino aquellos que se referían (y se
refieren) al ingreso a una modernidad plena. Su cita de Ortega (el que visitó Buenos Aires en
1916 y al que había escuchado y leído) implica una verdadera revelación. Esa pasión y esa fe en
la libertad de estos pueblos, que eran bandera de la reforma, se patentizaron en su segunda
obra.

El pensamiento nacional espera quien lo escriba. Cuando esto ocurra quedará inscripto el
nombre de Juan Bautista Rivarola, valioso exponente de cultura y paraguayo ejemplar.

Fuentes:

Raúl Amaral

Los Rectores

“Eusebio Ayala”’, en: El Diario Noticias, 14 de agosto de 1985. "Cecilio

“Cecilio Báez”, en: Revista Noticias, 14 de octubre de 1990, p. 20.

"Justo Prieto", en: El Diario Noticias, 15 de octubre de 1985.

Los Precursores

“Adriano Irala”, en: El Diario Noticias, 21 de agosto de 1985.

"Juan B. Rivarola", en: El Diario Noticias, 1 de mayo de 1985.

(1993)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Los primeros graduados Volver al Índice

1. La modernidad inicial

a) Legado de don Carlos Antonio López y del doctor Juan Andrés Gelly -Ambos
próceres retoman en 1850 los ideales universitarios inicialmente sustentados por Hernandarias
entre 1598 y 1603. Tanto las propuestas como las meditaciones de don Carlos están dirigidas a
ese fin. Ya en su mensaje de 1844 expresa: "A pesar de las graves atenciones el Gobierno no
ha separado su vista de la enseñanza de la juventud. La ignorancia de una nación ha sido
siempre el gran fondo de los díscolos y de los ambiciosos".

Por fin, el 15 de marzo de 1850 se produce la creación de la Escuela de Derecho Civil y


Político, cuya dirección y cátedras ejerce el Dr. Gelly, quien cinco años antes se había
reintegrado al país tras larga ausencia. El principal elemento de estudio se titulaba: "Deberes y
derechos del hombre social".

b) Fundación de la Universidad Nacional (1889) - El experimento anterior duró poco y


recién en 1882, mediante ley del 12 de julio se procede a la fundación de una nueva escuela de
Derecho, anexa al Colegio Nacional de la Capital, regida por la comisión de dicho instituto, que
presidía el Dr. Benjamín Aceval.

La renuncia de su propiciador, en 1886, lleva al languidecimiento y prácticamente a la


desaparición hasta que el 15 de junio de 1888 el Dr. José Zacarías Caminos logra su
reapertura. Fueron profesores de la misma, al igual que de la anterior, los Dres. Ramón
Zubizarreta, César Gondra y Alejandro Audibert. El interés de los egresados del Colegio obligó
a proyectar la definitiva Universidad Nacional, iniciativa que corresponde el senador don José
Segundo Decoud y que es aprobada el 24 de setiembre de 1889, previo veto del Poder
Ejecutivo e inmediata insistencia de aquel Cuerpo legislativo.

Los claustros empezaron a funcionar el 1º de marzo de 1890, o esa dos décadas después
del martirologio de Cerro Corá. Inicia sus actividades el Consejo Secundario y Superior con la
presidencia del doctor Zubizarreta también Rector de la Universidad- y la secretaría del Dr.
Ramón de Olascoaga, jurista vasco de reciente residencia en el país. El primero de los
nombrados era a la vez decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, donde
enseñaba Derecho Natural.
252
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

La asignatura de Economía Política y Estadística estaba a cargo del Dr. Alejandro


Audibert y la de Historia del Derecho Romano y Literatura Española y Americana por su parte
funcionaba bajo el dictado del Dr. Olascoaga.

c) El Influjo krausista - La filosofía sistematizada por el pensador alemán Karl Christian


Friedrich Krause (1781 -1832) es adoptada por el profesor español don Julián Sanz del Río a
su paso por la Universidad de Heidelberg y a partir de su regreso a España en 1845. Uno de
sus discípulos más valiosos fue don Francisco Giner de los Ríos, docente universitario y
creador de la célebre Institución Libre de Enseñanza en 1876. Tres lineamientos distinguían al
krausismo español, en particular:

a) la propensión espiritualista;

b) la concepción autonómica de la personalidad;

c) la afirmación de los principios éticos.

Alumno y seguidor de ambos fue el ya mencionado Dr. Zubizarreta, que había llegado al
país en 1871 y que comenzó a explicar los referidos principios filosóficos en su cátedra de
Filosofía General, en el Colegio Nacional, desde 1878 y en la de Derecho Natural en la
Universidad.

Desde distintas ramas del derecho fueron asimismo predicadores de esta doctrina los
doctores Olascoaga, Federico Jordán y en el orden de su difusión escrita el doctor Carlos
López Sánchez. Colateralmente fijó parecidos rumbos el doctor Manuel Fernández Sánchez,
español como los anteriores y que era médico dedicado a las disciplinas históricas.

Todos ellos son los denominados “padres de la modernidad cultural del Paraguay" en su
segundo tramo (1870 – 1900), así como don Carlos Antonio López y el doctor Gelly lo habían
sido del primero. Toca aclarar que el posterior auge del positivismo se verifica en propiedad
desde 1903 en adelante, cuando se crea la cátedra de Sociología de la que el doctor Cecilio
Báez, discípulo de Zubizarreta, es titular.

La predica e influencia del krausismo se desvanece desde mediados de 1902, una vez
producido el fallecimiento del doctor Zubizarreta.

2. Los primeros doctores

a) La ceremonia de graduación

253
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

En su "Memoria" correspondiente al año 1893 el rector interino doctor Federico Jordán


recordó la terminación de la carrera de derecho por parte de seis estudiantes, de los cuales
tres se hallaban habilitados por haber presentado sus respectivas tesis; ellos eran los doctores
Cecilio Báez, Emeterio González y J. Gaspar Villamayor, quienes aparecen cumpliendo esa
formalidad en fecha 15 de julio de 1893.

Otro de los que figura en la nómina es el doctor Benigno Riquelme, pero con su
nominación el 5 de agosto del mismo año. Por ese motivo no participa de la ceremonia de
graduación.

Cabe consignar que, de los mencionados, Báez tenía 31 años y Villamayor, 28, siendo
ambos asuncenos; Emeterio González, tenía 29 y procedía de Paraguarí.

Todos ellos habían terminado el bachillerato en ciencias y letras en 1882 e ingresado en


la Escuela de Derecho de 1888, cuyos estudios fueron reconocidos al producirse la
inauguración de la Universidad.

Toca consignar los títulos de las respectivas tesis, que fueron impresas ese mismo año:
Cecilio Báez: "Ensayo sobre la libertad civil”, Emeterio González: "Derecho civil de los hijos
sacrílegos", y J. Gaspar Villamayor:"Disertación sobre el derecho de copia". El acto al que se
calificó de "verdadera fiesta" estuvo encabezado por el Presidente de la República, don Juan
G. González, y su ministro de Justicia, Culto e Instrucción Cívica don Pío Otoniel Peña.
Igualmente concurrió en pleno el Consejo de Ministros, sumándose los integrantes de los tres
poderes del Estado, profesores, el jefe político y numeroso público.

Las crónicas de época hacen saber que "el ejército se asoció con sus bandas de música"
y que el pueblo, que contemplaba la ceremonia, prorrumpió en vítores, juntamente con los
estudiantes, al término de la misma. Este espectáculo de conciencia ciudadana y patriótica,
que colocaba al Paraguay entre las naciones civilizadas del mundo, no se volvió a repetir.

Primeros egresados de la Universidad Nacional del Paraguay en 1903

b) El discurso del decano

El doctor Zubizarreta comenzó aludiendo a su agrado de vivir en comunidad intelectual


con la "nueva generación paraguaya", refiriéndose también a su trato con una parte del
"Paraguay niño". Indica que la perseverancia en el estudio "es el principal camino del
enaltecimiento moral de la juventud y del que depende el porvenir de la nación”. Y dirigiéndose

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

a esa generación recuerda que “La espantosa lluvia de sangre" producida por la guerra no
pudo dejarle "otra herencia que la de las lágrimas y el venerando recuerdo de los progenitores,
mártires en el culto de la patria".

Siente que la juventud "abre las puertas de la esperanza" y que de ella dependerá la
regeneración nacional. Confiesa más adelante que cree haber inspirado a sus discípulos "algo
de ese espíritu filosófico, que debe sacarse de las aulas para fecundizar con los grandes
principios de la verdad la otra enseñanza que comienza después, la más ardua, la que tiene
que adquirirse en el trabajo constante, con el contacto del mundo, en el estudio del corazón
humano, en la lucha de las pasiones con la razón y de la razón con las pasiones".

Agrega seguidamente que la enseñanza ya no es oral sino que se ha trasladado de la


cátedra "al inmenso campo de la aplicación del libro", mostrando, al mismo tiempo, el
"verdadero camino de la investigación". Luego de calificar a la carrera del derecho como una de
las más difíciles y de recordar los sacrificios que la Nación hacía para la instrucción de la
juventud, termina diciendo que los graduados quedaban investidos, desde ese instante, "como
sacerdotes en la práctica del derecho, que es el camino más recto que pueda trazarse desde la
razón humana hacia Dios".

c) La tesis del Dr. Báez

La contestación del doctor Báez, a nombre de los graduados, estuvo inicialmente


centrada en las ideas de "nacionalidad" e “independencia”, a la par que sostiene, en
aproximación a los "Discursos a la Nación alemana" de Fichte que indican el camino de la
reacción germánica contra la invasión napoleónica que la resurrección del país ha de afirmarse
en las instituciones educativas. Y añade, premonitoriamente "Nacionalizar la educación es
libertar al espíritu de la tutela intelectual de otra nación".

Califica a la fundación de la Universidad como prueba de "independencia intelectual" y


agrega: "que era lo que al Paraguay le faltaba para ser nación verdaderamente autónoma". Así,
la transfiguración moral del país será realizada por la Universidad a la luz de la ciencia.

En cuanto a su tesis, conviene advertir que no se aparta en mucho del estilo y la temática
de su alocución. En ella hace referencia a la conciliación de la libertad con el poder, añadiendo
que éste "debe servir sólo como fuerza conservadora y protectora de la libertad.

Trata a continuación del municipio y su necesaria autonomía, de la aplicación del habeas


corpus, de la indispensable actividad de la prensa, de los beneficios de la justicia, de la
instrucción popular para el ejercicio del sufragio, formulando estas conclusiones finales: "Que la
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

omnipotencia del Estado y el principio de autoridad, tan invocado entre nosotros, cedan a la
autonomía del individuo, principio y fin de todo derecho, y a la supremacía de la ley, condición
sin la cual no puede reinar el orden en la sociedad política".

3. Hacia la tercera modernidad

a) Los siete años fundamentales

Son los que van desde la fecha de graduación hasta prácticamente el alborear del 900,
extendiendo dicho segmento temporal hasta 1902, año en que tienen lugar dos
acontecimientos de evidente trascendencia:

I) Los sucesos políticos del 9 de enero, ocurridos en el parlamento y que determinan la


renuncia del presidente Emilio Aceval;

II) La polémica desatada a partir del 17 de octubre, entre el maestro Cecilio Báez y su
discípulo, el joven estudiante de derecho y periodista Juan E. O’Leary, quiebra generacional
que da lugar a la aparición de la tercera revisión histórica, ya que la primera fue iniciada por el
propio Báez en 1888 y la segunda por Blas Garay en 1896.

Como ha quedado dicho, en ellos se afianza el influjo de ideas que confirmarán su


vigencia en los claustros universitarios. Y con los inicios del siglo XX empieza a desarrollar su
cometido la llamada "generación del 900" integrada por los nacidos entre 1870 y 1880, según la
acertada definición del Dr. Gualberto Cardús Huerta, complementada por aquella otra de
O’Leary que vale por una confesión: "Pertenezco a la generación del 900, la que hunde sus
raíces en el gran siglo XIX.

b) Los lineamientos de la tercera modernidad

Son los que impone la generación novecentista, que ha tenido como primer mentor y guía
al Dr. Zubizarreta, y después a dos de los graduados del 93: Cecilio Báez y Emeterio González.
El primero desde la sociología y el derecho y el segundo desde la filosofía. Esa "tercera
modernidad" tiene como característica principal el desenclaustramiento cultural del país, la
apertura de los estudios hacia conocimientos generales y en particular el sentido de
universalidad, que uno de los beneficios de la prédica de los maestros españoles ya citados y
luego del mismo doctor Báez, convertido en mentor principal, aunque con orientación a partir
del 900. Ese tramo se mantiene hasta las vísperas de guerra del Chaco, que no sólo alcanza a
conmover, por sí misma, las bases sociales, económicas y culturales de la comunidad nacional,
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

sino que ha de producir el resquebrajamiento de un Estado de derecho vigente desde el 70 y al


que se intentará reemplazar mediante la breve experiencia de febrero de 1936. Pero lo cierto
es que después de esa fecha nada será igual y que el país transitará por otros senderos.

c) Las ideas de la época y su inserción en la siguiente etapa.

Cumplido el intermedio bélico puede afirmarse que es en el quinquenio inmediato a la


posguerra del Chaco: 1935 1940, que se producen cambios, no en profundidad, sino más bien
periféricos, aunque significativos, los cuales se traslucen en nuevas concepciones políticas de
derecha e izquierda, cuyas efervescencias se trasmiten al quehacer de la Universidad, a la luz
de la Reforma practicada en 1929. Tampoco es de descartar el protagonismo de las
asociaciones gremiales, la presencia de una condicionada "literatura de vanguardia" y los
propios anuncios de un reacondicionamiento social.

Los herederos de los novecentintas, o sea los nacidos entre 1890 y 1910, quedan, en
mayoría, sumidos en otras actividades que las características de la inteligencia y se vuelcan al
periodismo, a la cátedra explicativa, a la actuación parlamentaria, sin cuidarse de la formación
de discípulos y menos de crear una nueva expresión generacional.

Bastión en realidad valioso y hasta puente entre dos épocas, fue la "Revista de Derecho y
Ciencias Sociales", iniciada en 1927 y desaparecida en 1944, la cual a lo largo de 17 azarosos
años mantuvo la tradición jurídico-cultural comenzada por Zubizarreta y prácticamente
finalizada por Báez, cuya fecha de fallecimiento, ocurrido el 18 de junio de 1941, debe
considerarse como todo un símbolo.

(1993)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Temas histórico-literarios Volver al Índice

Una dedicatoria de O’Leary a Borges

El 12 de marzo de 1956 pudimos volver a la Argentina más concretamente a la Provincia


de Buenos Aires después de tres años y cinco meses de obligada ausencia. Nuestro propósito
fue el de Ir con algún mensaje, libros o publicaciones que concretaran la presencia de
Paraguay en aquel ambiente.

A pesar de las funciones que desempeñábamos en la Biblioteca Nacional desde abril de


1955 el viaje tuvo carácter oficioso y no oficial, pues teniendo nosotros por entonces una
militancia definida (las ideas de antes son las mismas de ahora, pero con una acentuación
critica y moral más exigente) creímos oportuno no comprometer al eminente maestro que nos
había propuesto y al Estado que hizo nuestro nombramiento, máxime cuando las relaciones
entre ambos países no se cumplían sobre mares de almíbar (El pasaje por barco, ida y vuelta,
fue donado por aquel caraí guasú inolvidable que fue don Segundo Reres).

Anunciación a Borges

El maestro O’Leary aceptó el plan que le presentáramos y que se realizaría en su nombre


y en su condición de Director General de Archivos, Bibliotecas y Museos de la Nación, uno de
los puntos de aquél consistía en establecer contacto y posterior intercambio con la Biblioteca
Nacional de Buenos Aires, cuyo director era Jorge Luis Borges, escritor célebre ya, aunque
algo menos "vedettizado" que hoy.

Así fue que le escribimos con tres meses de anticipación a nuestro traslado (la vieja
sangre materna neerlandesa que llevamos no nos permite muchas improvisaciones), carta que
tuvo su respuesta cinco días más tarde. Allí se advierte que se trataba de materializar ideas y
directivas trazadas por O’Leary.

Cargamos nuestro frágil carameguá con abundante provista "literaria" entre la que se
contaban libros, opúsculos y varias revistas de mayor o menor antigüedad. Don Juan había
Incluido un paquete con trabajos suyos que para mejor distribución hubo que reubicar.

La sorpresa fue mayúscula al comprobar que, sin anunciárnoslo, había incorporado al


material un ejemplar de "El Centauro de Ybycuí”, espontánea y generosamente dedicado a

258
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Borges en estos términos: “Al brillante intelectual argentino don Jorge Luis Borges con mi
mayor simpatía". No dudando que se trataba de un acontecimiento sin precedentes, incluso
personal, si se tiene en cuenta el apego del maestro a los lineamientos intelectuales de su
generación, quitamos algunas fotocopias -procedimiento no muy difundido por aquella época -y
las guardamos. Una segunda reproducción de ellas es la que aquí se ofrece como testimonio
que honra en mucho a la cultura paraguaya.

El poeta pregunta por Don Juan

Ya en La Plata, el 5 de abril, volvimos a dirigirnos al autor de "El Aleph”, quien volvió a


contestar de inmediato, el día 9, añadiendo algo que conmovía en mucho las razones
meramente bibliográficas de esa misión. Se refiere allí al "ilustre historiador de patria don Juan
E. O’Leary”, creyéndonos, y a mucha honra para nosotros, paraguayos, y calificando al
maestro en prueba de que no ignoraba su trayectoria. Nosotros nada habíamos manifestado en
nuestra correspondencia, la que, por lo demás, era siempre firmada por el "cantor de las glorias
nacionales".

Borges nos recibió con una cordialidad exquisita de antiguo criollo que al fin de cuentas es
y la primera pregunta estuvo referida a la edad de O’Leary, ponderando los trazos seguros de
su firma. Se la dijimos y con una leve sonrisa que quizá disimulaba su emoción señaló "Tiene
casi la edad de mi padre". Y desgranó varias recordaciones y anécdotas del Dr. Jorge Borges,
hombre de grande y refinada cultura.

También, y según su costumbre incursionó en la etimología guaraní, especialmente en el


significado de "yaguané", "yaguereté" y otras palabras. E hizo mención a una visita que hiciera
a Posadas, de donde tuvo ocasión de pasar a Encarnación y hospedarse en un "hotel de
suizos" (Así dijo). Mucho le gusté el agregado de que ya a comienzos de siglo don Leopoldo
Lugones había cumplido semejante itinerario.

La dedicatoria y el Paraguay

Nos pidió que agradeciéramos vivamente al maestro por el envío de su libro y que como
no tenía vista para leer que le hiciéramos conocer el contenido de la dedicatoria. "Dígale al
señor O'Leary -en ningún momento lo mencionó sólo por su apellido-, según costumbre porteña
que me disculpe si no le retribuyo con algo mío porque dependo de los editores, los que, como
se sabe, no son muy pródigos en la entrega de ejemplares".

259
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Aquella conversación, interrumpida por llamadas telefónicas que atendía personalmente


(él mismo nos había franqueado la puerta de su despacho), duró cerca de dos horas durante
las cuales nos solicitó múltiples noticias del Paraguay con preocupación en verdad afectuosa.
Todas las expresiones de aquella tarde fueron afectuosas para con el país, evocando la
condición de que, al fin de cuentas, "somos paisanos".

Su compromiso para dar una conferencia interrumpió la continuación de aquella


entrevista. No quiso bajar por el ascensor, haciéndolo, de nuestro brazo, por la ancha y
hermosa escalera de mármol. Ya en la calle seguimos por México arriba y en la esquina de
Bernardo de Yrigoyen nos despedimos en medio de evocaciones juveniles (las suyas) y de una
nueva versión de la "historia del cowboy negro", que mucho le gustaba repetir.

Como en uno de sus versos, "el vago azar y las secretas leyes" nos acercaron,
transcurridos los años, más de una vez. Solía recibirnos con un: “¡Qué dice el paraguayo!
¿Cómo andan por aquella tierra?"

No sería raro que su prodigiosa memoria pudiera repetir y aun ampliar estas
circunstancias, que tuvieron lugar hace ya 28 años.

Varias otras actividades cumplimos en esa misión que duró hasta agosto y a la que hizo
alusión expresa el maestro O'Leary en su presentación a nuestra conferencia sobre "Fulgencio
R. Moreno y las ideas de la generación del 900” pronunciada en el paraninfo de la Universidad
Nacional el 27 de noviembre de 1956. Pero de todas ellas, persistió en nuestro espíritu el
recuerdo de Borges, ameno en el mano a mano, cuando se siente liberado de los asedios de la
inquisición periodística.

El maestro O'Leary quedó gratamente impresionado con el relato de esas


conversaciones, agregando luego de nuestro informe verbal: “Algún día hemos de visitarle".
Cuantas veces lo hicimos más tarde no dejamos de representarlo en esa intención y así se la
manifestamos a Borges.

Estas páginas han sufrido los vaivenes de la existencia de su autor, pero felizmente
hemos podido rescatarlas porque ellas unen a dos grandes escritores de sus respectivas
tierras.

(1984)

260
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Epílogo Paraguayo Volver al Índice

1
La primera edición de este libro Cartas a la juventud paraguaya, vio la luz hace casi medio
siglo. El país y el mundo han soportado muchos avatares desde entonces con protagonistas de
diversa tendencias y variada calidad doctrinaria. Y no es que el panorama actual de ambos, por
vía de comparación, sea distinto sino que es otro. Las realidades nacionales de nuestra
América no han conseguido aun establecer los fundamentos de una realidad de conjunto como
la soñaron los Libertadores, como fue la demanda de la Reforma Universitaria de Córdoba en
1918 ("estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana") y el
sentir de los jóvenes de toda una época.
Mientras tanto cada pueblo va dando su propia versión y haciendo posible, en la medida
en que los signos exteriores se muestran menos amenazantes, el trazado de ese tape guasú
que pueda servir de confluencia y que hasta hoy sólo alcanza a tocar las márgenes de la
ilusión.
No Importa, porque se trata de una tarea que si ha marcado un comienzo no ha requerido
termino. Una función de nacionales dispuestos a fundamentar las bases de una nueva vida sin
la cual esta que se sobrelleva no merecería ser. La experiencia del Paraguay implícita en la
común del Río de la Plata, por constituirse en símbolo de nación fundadora, tiene, para reforzar
la teoría juvenil el antecedente de un ayer aureolado de hazañas (en ambos heroísmos: el civil
y el militar) y la esperanza de un futuro que en mucho depende de la lucidez patriótica y de la
ortodoxia moral de todos.
La rebeldía histórica de los mancebos de la tierra fue, en verdad, una empresa de jóvenes
y probablemente encierre, en sus finales, la característica de una auténtica eclosión
generacional. Muchachos surgidos de este ámbito salieron para fundar la argentina Santa Fe
de la Vera Cruz y allí encendieron la tea del movimiento de los "Siete Jefes", el 30 de mayo de
1580. También los encontrará en vigilia la palabra de Antequera, el verbo de Mompox y la
conflagración más que bélica de los comuneros hallará cauce en este continente de nuestros
antepasados y aquí cerca no más, en Corrientes, provincia guaranítica.

Nuestra edad hispanoamericana, equívocamente calificada de "colonial", está saturada de


esos "malos" ejemplos insurgentes, nacidos de nuestras raíces -y no del asedio de ejemplos
foráneos- según suelen argumentar los que no han resignado su capacidad de sentir y pensar
con vocación heredada venida de la Independencia, o mejor dicho: de la soberanía plena y que
sobrevive a la erosión de los tiempos por acción de la voluntad consciente de quienes tienen el
261
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

deber de defenderla y prestigiarla.

Y ella se ha expresado siempre a través de una tarea de mocedad, que no procede de


efusiones sicológicas sino del cumplimiento de una continuación de ideales, principios y de
¿por qué no? intereses, idéntica a la de los que tuvieron en su momento manos libres y ojos
limpios y puros.

2
Los jóvenes no lo son por decreto biológico, proceden como tales porque deben dar
testimonio de la época en que les corresponde actuar siendo no simples espectadores sino
protagonistas principales. La urgencia que en ellos suele observarse proviene de esa
necesidad, no siempre bien interpretada por los que comenzaron antes. Su ausencia de
contemporización y la rigidez de sus preceptos en el caso de que pudieran serlo en totalidad se
originan en la suposición no del todo inadvertidas de que hay que agrandar el espacio de lucha,
hacerlo posible para que otros transiten por él.
El ánimo con que se prepara este emprendimiento tiene mucho que ver con el "ánima", la
efusión espiritual que, como en ninguna época de la existencia, sabe anudar su mismo signo
con el clásico que dice que cuerpo y alma se identifican en la criatura humana para un
determinado fin. La preponderancia del uno sobre la otra no hará más que denunciar que en
ese mecanismo armónico por así llamarlo por razones expositivas algo falla, ya que esa
descompensación no puede producir más que alteraciones.
Si se lee bien el plan de estudios del Colegio Nacional de la Capital con vigencia entre
fines el siglo anterior y comienzos del presente, y con mayor razón los lineamientos del
aprobado en 1904, bajo la dirección del Dr. Manuel Francos se descubrirá que esa era su
intención primordial, aunque, como es lógico, primaran en los quehaceres intelectuales. Con
ese criterio fue integrándose la generación del 900, nucleación poco menos que excepcional
por la calidad de sus representantes, modelados en sus inicios por maestros "de saber y de
virtud", como los krausistas que se constituyeron en padres de la cultura paraguaya moderna
(Zubizarreta, Olascoaga, Fernández Sánchez, Jordán), todos españoles, y los nativos como
Emeterio González y Cecilio Báez.
¿Tenían acaso los novecentistas un programa que aventure a sospechar una identidad de
miras, si bien manifestada por sendas que en más de una fueron opuestas? Las proposiciones
que pudieron enumerar a lo largo de tres lustros ¿eran nada más que el resultado de una
conducta adoptada al alborear la madurez o el sedimento de aquello que permanecía larvado
desde los días juveniles y que era como la consecuencia de la orientación impresa por esos

262
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

conductores intelectuales?
Sería osado afirmar que mediara entre ellos un invisible y tácito acuerdo para señalar el
destino de esa generación cuyos límites (los nacidos entre 1870 y 1880) interpretara con tanta
oportunidad el Dr. Gualberto Cardús Huerta -uno de ellos- en 1922. Pero es indudable que ha
sido ese impulso juvenil el que los ha identificado y aquellas normas las que en mayoría
tomaron como punto de partida.

3
Un estudio minucioso dedicado a determinar cuáles fueron las premisas que movilizaron
la inquietud novecentista sería de suma utilidad para esclarecer las que anidaron en
promociones posteriores. A eso obliga la progresión dialéctica de nuestro proceso cultural,
anhelosa ya de coger más que atisbos superficiales, certeros resultados. Porque quienes
arribaron más tarde y se agitaron dentro y fuera de las aulas eran consecuentemente
portadores de aquella docencia. Los que nacieron entre 1890 y 1900, con actuación a partir de
1915, tendrán la misión de favorecer una síntesis que ayude a interpretar ese auge del
pensamiento doctrinal a nivel teórico -que habría de señalar desde 1911 en adelante, la
declinación de las formulaciones positivistas (Spencer, Taine, Renan) para dar lugar a otras no
por asombrosas menos insólitas: Fichte, Bergson, Boutroux, Fouillée, Guyau, marcando estos
tres últimos una notoria evolución.
Esos adalides juveniles recogieron en lo literario la versión modernista brindada de 1901
en adelante por los adelantados del novecentismo propiciando la tercera y cuarta etapas del
modernismo local ("Crónica" no sería más que una posta de paso), que estuvo vigente hasta
las vísperas de la guerra del Chaco. El periodismo militante habrá de atrapar a la mayoría, que
dejaron en páginas esporádicas no escasos jirones de su inteligencia. Sin embargo allí
aprendieron a comunicarse, a descender a la arena no comúnmente tranquila, y a bajar el tono
del estilo, que siendo a veces algo oratorio devino coloquial.
Y es en 1925 que llega de reemplazo otra remesa: la de aquellos que vieron la luz primera
entre 1905 y 1910, sin que esta cronología deba ser, por cierto excluyente. Ella ha dado
nombres para la meditación y la profundización teórica; historiadores que airearon la
metodología y que accedieron a las cátedras por méritos indiscutibles; novelistas que se
adentraron en su discreta sociabilidad desnudándola por medio de la introspección y del
análisis; poetas que se enfrentaron al hecho social y que proveyeron a su modalidad lírica de
acentos de universalidad hasta esos instantes desconocidos a través de los temas eternos de
la muerte y del destino humano. No se ha hecho todavía un recuento serio, documentado y
veraz de la trayectoria de ese núcleo, que no abarca a los egresados de un solo

263
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

establecimiento educacional (“los famosos bachilleres”) sino a un agrupamiento más amplio, de


horizontes no limitados por la concurrencia a las aulas. Pertenece a él, por derecho propio, el
autor de estas Cartas a la juventud paraguaya, que retoman la marcha en una segunda y más
que imprescindible edición.

4
El doctor Alejandro Marín Iglesias une a sus muchas cualidades personales y a la
indeclinable firmeza de su actividad pública, la no menos privilegiada de ser guaireño, o sea
ciudadano de la antigua Provincia del Guairá e hijo de la Villa Rica del Espíritu Santo, en sus
épocas fulgurantes y dentro de su conformación geográfica, algo así como la Córdoba de estas
regiones.
De su valle trajo ese fervor que lo acompaña en sus altos años y la lozanía de su prosa, el
espíritu docente de su magisterio de escritor. Por eso este epistolario, que se manifiesta
intencionalidad cívica, puede constituirse en una "silva de varia lección", aunque su temática
esté vinculada al objeto de su título.
Los jóvenes paraguayos a quienes estaban dirigidas estas páginas no lo eran menos que
quien las firmaba. Tenían ellos una tradición de lucha no muy lejana aunque sí efectiva y
estaban situados en un universo que no había alcanzado a padecer -tal vez si a presentir- el
asedio de las barbaries contemporáneas, cuyo primer fogonazo lo representara la Segunda
Guerra Mundial. Claro que ellos habían hecho su experiencia y su bautismo de fuego en los
cañadones del Chaco o en Isla Poí, donde Estigarribia aparecía rodeado o acompañado más
que por estudiantes-soldados, por una verdadera guardia de honor.
Sobre una hecatombe prevista -no importa la distancia ni la dimensión- y sobre otra, más
cercana, que había dejado señales indelebles en la vida y el alma de dos naciones vecinas y
bolivarianamente hermanas, se expandían los designios de una juventud a la que era preciso
apoyar en procura de rumbo, primero, y de meta, después. Lo que pasó con el correr de las
muchas horas pertenece a aquella zona del espíritu que no ignora dónde han quedado -sin
olvido posible- tanta "sangre, sudor y lágrimas” derramadas a lo largo y a lo ancho del mapa del
Paraguay sin más compensación que la justicia póstuma o la esperanza lejana.
Y si todo se transforma -para aludir a una cita conocida- también hay en él un remanente
que requiere permanencia para que lo eslabonado ayer contribuya a la cadena vital del
mañana.
Siendo así esta contribución del Dr. Marín Iglesias no podría recibir el calificativo de
"ociosa", en cuanto a que lo de otras edades no corre para los requerimientos del presente.
Porque nada mejor que advertir para guiar, y enseñar para que la existencia tenga una

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

renovación acorde la configuración doctrinal del país que, a los fines de la comunidad de
naciones, debe ser uno solo, cualesquiera sean las diversificaciones internas tan necesarias
como el agua y el aire.
Los muchachos de hoy -que trabajan, piensan y acrecientan su desvelo, que deben ser,
desde luego, los más -carecen de obras que les permitan situarse en los andariveles de su
propio quehacer. A falta de maestros -cuya ausencia es notoria- bien pueden suplir ese vacío
libros señeros como éste, que no pretende el desvío de nadie hacía corriente alguna sino
fortalecer la conciencia de los que aún no han consentido la penetración del consumismo y de
la superficialidad.
El calendario no se deshoja impunemente, desde luego. La naturaleza no alberga
mutaciones caprichosas, muy cierto y comprobado. Pero en medio de ambos hay algo que
persiste en mantener su vigencia: la memoria histórica del país, que no es conjugación de mero
pretérito sino preanuncio de porvenir. Se dirá que esta obra intenta volver sobre las huellas de
un tiempo ya cumplido, que no es –Perogrullo dixit- el que rige, para bien o para mal, sin que
esto importe aceptar de hecho ningún fatalismo. Mas, una nacionalidad, al igual que quienes la
conforman, no puede prescindir de los capítulos de su propia existencia. Y es por ese motivo
que quizás no sea descaminado recordar que al fin de cuentas todo ha de tratarse como en
una transferencia de juventudes, que recurriendo a un pasado, un presente y un mañana, logre
acertar con la imagen de una sola, permanente juventud.
Aparte dos aportaciones de interés: "Preparación integral de la juventud paraguaya" por el
Tte. Cnel. don Basiliano Caballero Irala. Y "Juventud y renovación" por el Dr. Bacon Duarte
Prado, en sus respectivos volúmenes, es poco lo que a nivel de pensamiento y teoría puede
encontrarse acerca de una temática de tanta trascendencia. Aunque desde un ángulo bien
definido, éste del Dr. Marín Iglesias servirá para escoger una diferente posición y, además,
para acrecentar la bibliografía y hacer más provechosa la aproximación a ella.
Cartas a la juventud paraguaya, libro manuable y sencillo "Vuelve al camino", para decirlo
en lenguaje cervantino. Y lo hace en una hora en que aquellos que la interpretan a nivel de su
ideario y de su ética comienzan a intuir que sólo por sí mismos, por su propio esfuerzo, darán
con el tape guasú de la conciencia nacional.
(1985)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Un gesto heroico de Rafael Barrett Volver al Índice

A la memoria de Soledad Barret Viedma, su


nieta asesinada por la dictadura militar
brasilera

El episodio que va a relatarse es muy poco conocido o para decir verdad totalmente
desconocido. Tuvo repercusión en su tiempo, pero luego fue desvaneciéndose, como todos los
acaeceres de la vida cotidiana, la “petite histoire" de cada día, que, sin embargo hace a la
grande. No lo han recogido sus numerosos biógrafos extranjeros y mucho menos los
comentaristas locales. A pesar de tan significativo olvido puede afirmarse que él conforma uno
de los rasgos más humanos de la personalidad de don Rafael Barrett, en ciertos casos
reducido a la ortodoxa condición de apóstol libertario que asumiera aquí sin mengua de sus
antecedentes personales y sociales.

¿Quén era?

Se llamaba Rafael Ángel Jorge Julián y era hijo de don


Jorge Barrett Clark, natural de Coventry (Warwickshire) y de
doña María del Carmen Álvarez de Toledo Toraño, de
Villafranca de Verzo (León).

Su padre lo Inscribió en Torrelavega (Santander)


dándolo por nacido el 7 de enero de 1876. Tal viene a ser su
lugar de origen. Su familia se aposenta y tiene sus
propiedades en Vizcaya, donde vivirán su tía paterna Susan y
su hermano Fernando, fallecido en 1907.

Ha estudiado en España y Francia y dicho tener


constancia de su titulo de agrimensor, no habiendo llegado a
graduarse de ingeniero. Allá en sus tiempos jóvenes y hasta traspuesto el 900 integra cierto "jet
set” madrileño. Se le cierran las puertas a raíz de un público incidente con un "grande de
España", aunque por su parte lo fuera más que el otro, puesto que así lo determinaba su
ascendencia materna.

266
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Bien trajeado, con cierta apostura inglesa, frecuentaba, antes del enojoso asunto, la ruleta
de Montecarlo y se imponía por su "elegancia", actitud de la que abominará después, ya entre
nosotros. Fue, además, actor y padrino de algunos encuentros de los denominados
“caballerescos", en los que tuvo por acompañante al ilustre don Ramón del Valle Inclán, cuya
amistad frecuentara.

La llegada

Tanto para escapar al ambiente en que por entonces actuara cuanto para probar y
posibilitar nuevas experiencias se embarca con rumbo a Buenos Aires, ya opulenta
“cosmópolis” cantada por Rubén Darío y, por consiguiente, capital europea del Río de la Plata,
situación que para desgracia del país limítrofe no ha podido superar hasta ahora. Durante largo
tiempo, a pesar de las referencias de Ramiro de Maeztu que fueran incorporadas a la primera
edición de sus incompletas "Obras Completas", en la serie de prólogos que las antecede se
creyó que su tarea carecía de precedentes en España.

Determinados aportes señalan lo contrario, En sus "Recuerdos de la vida literaria" el


escritor argentino Manuel Gálvez traza una semblanza de Barrett, al qué evoca complacido,
aparte de haberlo como colaborador a la revista literaria "Ideas", que codirigía. Su mención
pertenece a 1903.

Asimismo, en una correspondencia de Goycoechea Menéndez a Modesto Guggiari,


fechada el 31 de enero de 1906 en Roma, se lee esta postdata: "Recuerdos a Barret (sic) de
parte de Gómez Carrillo", o sea el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, de intensa actividad
en la "ciudad luz". Esto quiere significar que había existido una actuación literaria anterior.
Investigaciones efectuadas en nuestros días y en fuentes hispánicas, por el director del Centro
Cultural "Juan de Salazar” de Asunción, Lic. don Francisco Corral Sánchez, han desplegado
nuevas luces sobre esa época.

Por tradición se sabe que su arribo ocurrió en plena efervescencia revolucionaria, esa que
se iniciara en la zona sur y culminara con el Pacto Pilcomayo, el 12 de diciembre de 1904, en
apariencia "sin vencedores ni vencidos" según se dice cuando olímpicamente el uno va a
aplastar al otro, seguro de su fuerza. Venía Barrett con un amigo, el pianista Joaquín Boceta,
dispuesto a hacer notas para "El Tiempo" de Buenos Aires por interés de su director don Carlos
Vega Belgrano (nieto del vencido de Tacuary y Paraguarí). Nada se sabe acerca de la
concreción de dichas funciones.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

A partir de su inserción en la realidad nativa Barrett ya no se desprenderá de ella,


siguiendo unida a su trayectoria.

Puede afirmarse por su lado no lo intuiría siquiera que con su presencia y la de Viriato
Díaz Pérez (8 de agosto de 1906) quedaba clausurado el ciclo de los grandes maestros
españoles, padres de la cultura paraguaya moderna, que se abriera en la primera posguerra
con don Victorino Abente, don Ricardo Brugada y el Dr. Ramón Zubizarreta.

Casamiento

Comienza en 1905 a publicar sus más tarde célebres "glosas", y antes de darse de lleno a
la faena profesional, cumple con el desempeño de tareas burocráticas, a las que renunciara
para dedicarse solamente a sus escritos.

Fue auxiliar y casi en seguida jefe de la Dirección General de Estadística -enero,


setiembre de aquel año- y colateralmente secretario del Ferrocarril, regentado por una empresa
británica.

En planos de sociabilidad forma parte, con el poeta Ricardo Marrero Marengo, de la


comisión de recepción del Club Recreativo. En febrero de 1906 pasa a integrar la directiva del
Club Español, en uno de cuyos "saraos" conoce a Panchita (Francisca) López Maíz, con quien
se casa el 20 de abril de 1906, siendo sus testigos nada menos que don Juansilvano Godoi y el
Dr. Manuel Domínguez. El 24 de febrero de 1907 nace su único hijo Alex Rafael.

Tiene espacio aun para dictar cursos y conferencias de índole científica en el Instituto
Paraguayo, que las publicaciones asuncenas promocionan abundantemente.

Se adjudica al "exceso de trabajo" la fatiga que lo lleva a descansar en la campaña.


Permanece en Areguá por prescripción médica, trasladándose luego a Yabebyry, a la estancia
de su cuñado el Dr. Alejandro Audibert.

El Paraguay va anudándose a su existencia, fuertemente atado por un ysypó sentimental


que crece en la misma medida en que el mal incurable (la tuberculosis) mina su cuerpo. Y no
deja de soñar: "Yo quiero que esta tierra donde han de nacer mis hijos sea un día grande y
dichosa".

Morirá lejos, entre los pinares de Arcachón, escuchando los rumores del Cantábrico y
ante la desolación de su tía Susan, un 17 de diciembre de 1910. Sus restos se han perdido,
pero su estrella reaparece en nuestro cielo cada vez que debemos convocar a la justicia, a la
belleza, a la decencia y al bien.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El drama

Josefina (o Norberta) Saracho, joven mujer de 24 años, vendedora o mercadera quizás


(las crónicas no lo aclaran), en aquella tarde apacible del 18 de noviembre de 1906 está
aguardando uno de los tranvías que circulan por la Avenida España para volver a su casa.

Los grandes jardines de las suntuosas residencias y los pequeños de las casas humildes,
perdidas casi entre el verde del follaje, están poblándose de propietarios y visitantes que
gozarán, con las primeras sombras, de la fresca brisa que se anuncia desde el sur.

Todo es tranquilo, sereno. En el sillón presidencial se halla un jurista, el Dr. Cecilio Báez,
y a pesar de que el periodismo se muestra inquieto, parece haberse recobrado
momentáneamente el antiguo, prestigio de la comunicatividad, que abarca a todos los niveles.

Ahí cerca no más, aguardando la combinación que ha de llevarlo a Villa Morra, está don
Rafael Barrett, que aquel día ha tenido que cumplimentar intensos quehaceres. Viste de traje
claro y en su mano derecha sostiene lo que hoy se denomina un "portafolios" con papeles,
proyectos, ideas. Reside con su esposa en aquel sector alejado del centro.

Aborda el tranvía, en el que también se instala Josefina. Otros vecinos se dispersan por
las veredas y ven partir el vehículo con la indiferencia que produce la costumbre.

Algunas damas agitan sus pantallas de caranday, los hombres acomodan sus "bombines"
o sus chambergos, y todo hace suponer que será igual, hasta que de uno de los coches surge
un alarido que quiebra la armonía de la tarde y el ánimo de los paseantes.

Una mujer se precipita envuelta en llamas y sale gritando, sin saber a dónde ni por que.

Una tea humana

Está poco menos que convertida en eso y aturdida por el dolor. Los muchos
contempladores del dramático espectáculo continúan estupefactos sin ensayar alguna
reacción. De pronto, el caballero de la barba rubia que también viajaba y que iba
entreteniéndose con el repaso de algunos de sus apuntes, sigue a la víctima y entre gritos,
llantos y azoramientos, logra sujetarla; su serenidad ayuda a contener a aquel despojo
humano.

Se quita el saco don Rafael, envuelve el cuerpo incandescente y apretándolo consigue


sofocar las llamas. El socorro ha resultado eficaz, con deterioro para el espontáneo salvador.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Una señora ofrece su casa para atender en ella a la joven hasta que se presente la
cansina ambulancia a tracción a sangre, pero el santoró de su mena se opone a tan noble
gesto. "Otros vecinos -indican las publicaciones- más caritativos aunque más pobres, recogen
a la víctima".

El público, ávido de novedades, empieza a rodear a los circunstantes. Barrett, asediado


por el esfuerzo, está allí mostrando las huellas de dolorosas quemaduras, que son bastante
serias, en los labios y en las manos; igualmente tiene las pestañas, las cejas y el bigote
chamuscados. Su cartapacio ha quedado convertido en cenizas, lo mismo que su vestimenta y
su cartera. La conducen a la casa de don Constantino Misch (en la que se verificara, meses
atrás, su enlace) y donde el Dr. Ricardo Odriosola, le practica las curaciones de emergencia.
Toda la prensa se une para destacar la abnegada conducta del periodista y escritor que ha
arriesgado su vida por salvar la ajena.

Josefina Saracho, de 24 años (identificada posteriormente como Norberta), es derivada al


Hospital de Caridad, y transcurridos diez días deja de sufrir, se ha apagado esta vez para
siempre. Un simple fósforo encendido y ubicado debajo de su amplia y larga pollera había
hecho presa de sus ropas y de su carne, desatando la tragedia.

Ignoraba, a la hora definitiva, el nombre de aquel que quiso, en un rasgo de generosidad y


altruismo, rescatarla de una muerte inmediata. Un hecho fortuito habla marcado su destino.

Amor al Paraguay

Pretende una leyenda, subsistente a riesgo de las numerosas rectificaciones habidas aquí
y en el exterior, que don Rafael Barrett (un de Álvarez de Toledo al fin de cuentas, especie de
hidalguía moral que nunca desaparece del todo) haya sido un "enemigo" de nuestra tierra y, no
obstante haberse asimilado a ella en la forma en que lo hizo, un "antiparaguayo" de
pensamiento y obra. Es hora de evaporar semejante monstruosidad porque si alguien dio
pruebas de cariño, projimidad, comprensión y cercanía a lo hondo de la paraguayidad,
simbolizada en su pueblo, ese es, precisamente, don Rafael.

No fue su enfermedad, ni las sombras por tal motivo proyectadas en su alma y que
sobrellevara con un silencio tan digno como elocuente, las que incidieron en su espíritu para
obligarle a asumir deberes sociales y doctrinarios que no había traído de España a excepción
de los fundamentos de una sólida cultura y que brotaron en este ámbito, en lo que calificaría de

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

su "pequeño jardín desolado", cuando apenas dos años después acarreaba muertos y heridos
en medio de las balas cruzadas en el famoso "2 de Julio de Albino Jara".

No podía él -hombre verídico- cambiar la realidad que se le mostraba en toda su amarga


crudeza y así surgieron páginas inolvidables dueñas de un estilo entre periodístico y literario,
que no ha vuelto a repetirse.

¿Y acaso no ha sido este acto de heroísmo una nueva muestra de su indeclinable amor
al Paraguay?

(1986)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Los rostros ocultos del Coronel Albino Jara Volver al Índice

Las dos carátulas -tragedia y comedia- prolongan en la ficción lo que es tan solo reflejo de
la vida. Acentúase la una sobre la otra a medida en que los personajes, o uno solo, cumplen su
cometido en el ámbito de alguna de ellas.

Este pensamiento inicial se relaciona con el recuerdo del coronel Albino Jara a quien en la
biografía firmada por don Alfredo L. Jaeggli se le denomina "un varón meteórico".

En realidad, no fue del todo eso, sino la característica de los acontecimientos a los que el
inquieto y rebelde militar (un contrasentido profesional) acopló su existencia.

A casi nueve años exactos de la declaración de Luque


como capital de la República en términos provisionales el 28
de febrero de 1877 nace Albino de la unión del coronel
Zacarías Jara y de doña Eulalia (su apellido, como el de otras
tantas nobles mujeres, se ha perdido en el tiempo). Hogar
pobre, quizás triste, a cargo, como de costumbre, de la madre.

Así, en condición de pensionado, cursa sus estudios en


el Colegio Nacional de la Capital, habiéndolos iniciado en
1891. Tiene por compañeros a Atilio Peña, Orosimbo lbarra y
Adolfo Aponte, y como profesores el padre Facundo Bienes y
Girón, de Gramática Castellana, Retórica y Poética; Emeterio
González, de Filosofía e Instrucción Cívica; Manuel Domínguez, de Zoología, Fisiología e
Higiene, Geografía e Historia del Paraguay. Le antecede, en el primero, Antolín Irala.

También comparte las aulas con Eusebio Ayala y Francisco L. Bareiro, más adelante
están: Adolfo Riquelme, Manuel Franco y Eugenio A. Garay, nombres todos ligados de una u
otra manera a su trayectoria posterior.

En noviembre de 1895 cursa el quinto, siendo sus condiscípulos Ignacio A. Pane y


Gualberto Cardús Huerta. En el año académico correspondiente a 1896-97 figura sin
clasificación media. En 1897 integra al grupo de becarios que, hasta principios de siglo, serán
alumnos de la Escuela Militar de Chile.

Da comienzo a sus desvelos universitarios inscribiéndose en la Facultad de Derecho y


Ciencias Sociales en 1907. En febrero del siguiente aprueba Derecho Romano e
Introducción al Estudio del Derecho, además de Economía Política y Estadística.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Es eliminado en Sociología y no logra rendir Derecho Penal. En el primer año están


Juan R. Dahlquist y Lisandro Díaz León y en el tercero: Ricardito Brugada y Modesto
Guggiari, quienes no llegarán e graduarse.

Se dice que alcanzó a cursar dos asignaturas del cuarto y que, siendo ya presidente,
concurría a la Facultad vestido de civil, rasgo que en mucho lo honra.

Nadie ha señalado –desgraciadamente- este aspecto de su actuación. No dura mucho,


pero es significativo puesto que desempeña dicha función hasta las vísperas de la revolución
desatada el 10 de agosto de 1904 y en la que tuviera tan agitada como controvertida
participación. En efecto: por renuncia de Enrique Porta Bruguez, el 12 de junio de 1903 es
designado bibliotecario de la Universidad.

En el informe que rinde el 21 de marzo posterior (luego habrían de acapararlo las furias
de Marte) da detallada cuenta del movimiento de la repartición confiada a su responsabilidad,
acompañando su texto con varios cuadros anexos concernientes al uso de la sala de lectura,
extravío de ejemplares, compra de libros, servicio de préstamo y encuadernaciones.

Hace saber que se han enviado circulares para obtener el rescate de los volúmenes no
devueltos, a la vez que indica el hecho de no haberse llevado a la práctica ningún sistema de
registro.

El total de obras es de 2.596; en cuanto a folletos, anales y revistas provenientes del


extranjero expresa que suman 469. De los referidos cuadros, que no se insertan por su
extensión, se trascriben los relativos a adquisiciones y encuadernación.

Entre los autores incluidos se cita a los siguientes: Harmilton (el de "El Federalista”),
Altamira, Spencer, Fouillée, Guyau, Kant, Giner de los Ríos, Posada, Ihering, Lombroso,
Ramón Zubizarreta, Cecilio Báez, los chilenos José Toribio Medina y Vicente Pérez Rosales y
el cruceño Gabriel René Moreno.

¿Poseía Jara visión de gobierno, afanes de figuración o de espectabilidad pública,


ambiciones políticas? Puede suponerse que algo de eso en conjunto, y, para más elocuente
paradoja, nada por separado. La rapidez con que las consumara si las tenía no permite
arriesgar afirmaciones contundentes ya que en él las apariencias superaron a los hechos. En la
carrera de las armas tuvo, sí, ascensos demasiado urgentes que iban del grado de Capitán de
Artillería con antigüedad al 24 de setiembre de 1904 a su ascenso a Coronel el 9 de julio de
1908.

El Dr. Antolín Irala, titular de la Cámara de Diputados desempató en su favor un proyecto

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

de convertirlo en General de Brigada, pero la prédica y la contundencia de Ricardito Brugada


dejaron las cosas en su lugar. Por otra parte, eran ya las vísperas de su alejamiento no, desde
luego voluntario, del poder.

Se había estrenado en el campo de Agramante de la política integrando, en abril de 1906,


la Liga de la Juventud Independiente; el 4 de julio de 1908 encabeza el manifiesto justificatorio
de aquella jornada insurreccional, y el 7 de agosto firma, con varios, la convocatoria a la
asamblea liberal celebrada una semana después y en la que su antiguo maestro y amigo, don
Manuel Gondra, lo calificara de "pundonoroso".

Desde el 17 de enero hasta el 5 de julio de 1911, en que detenta el mando -motín


mediante-, defenestrando precisamente a Gondra, los sucesos se anudan como en una
película, sucesos que tenían como telón de fondo las hábiles maniobras de quienes venían
acentuando los perfiles de algún modo carismáticos de su personalidad.

Constituyó tarea previa de "ablandamiento" o de influencia en la opinión pública la


fundación de “La Evolución", dirigido por los senadores Daniel Codas y Liberato M. Rojas,
cuyos tirales cubren el 1909. En diciembre de 1910, ya con más definidos propósitos, surge “El
Monitor”, diario de propiedad de Cipriano Ibáñez y que tiene como jefe de Redacción el ex
oficial de policía argentino, y por entonces anarquista, don Federico A. Gutiérrez. Esta hoja, de
creciente anticlericalismo, tenia como colaboradores a los españoles Fermín Domínguez y
Manuel Molano, a don Pedro Sayé y a Francisco L. Bareiro, el popular "Panchito". Para el día
de Reyes -particularidad asombrosa que tendrá imitadores- se repartieron allí juguetes a los
niños. En julio de 1911, al caer la situación, "El Monitor" se evaporó por carencia de estímulos.

No obstante persecuciones (no debe dejarse de lado, para enjuiciar la que le fuera
destinada la anterior vinculación de Barrett con los cívicos) y otras contingencias, varios
periódicos impresos continuaron saliendo, algunos con esporádica suspensión, como "El
Diario", que denunciara como auténticos los fraguados amores del Presidente provisional con
una artista teatral, y otras con mayor asiduidad como "El Tiempo", "La Capital', "El Nacional',
"Los Principios", "La Prensa" y "El Día", que ven la luz en esa época.

Quiso rodearse de buena gente y no sólo de contertulios o de afines ideológicos,


consiguiéndolo en parte.

Hizo numerosos nombramientos que delatan la intención de prestigiar no ya su


administración sino su propia investidura.

Tuvo por prestigiosos a Cecilio Báez, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y Manuel

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Domínguez, en el de Justicia Culto e Instrucción Pública. Coetáneos suyos, novecentistas,


fueron destinatarios de cargos de valía sin que se les preguntara su "color", como en los
respectivos casos de don Marcos Caballero Codas, hijo del General; Juan E. O’Leary, Juan
León Mallorquin, Francisco R. Chaves, Juansilvano Godoi, Fulgencio R. Moreno, el Dr. Rodolfo
Ritter, don Viriato Díaz Pérez. Como dato curioso debe consignarse la designación de la
maestra señorita Concepción Leyes (después señora de Chaves) como profesora de Geografía
en los tres cursos del Colegio Nacional de la Villa Rica del Espíritu Santo. Esto ocurría el 17 de
mayo de 1911; la distinguida docente renunciará el 18 de julio, una vez defenestrado Jara.

Pero a pesar de la euforia oficial sostenida por un núcleo de legisladores adictos don
Albino seguía moviéndose entre sombras.

Dos de ellos [iniciativas] de evidente interés y que si se hubieran materializado otra seria
la imagen de la cultura nacional. Salieron, Indudablemente, de la mano de Manuel Domínguez,
pero es Jara quien firma ambos decretos, que estaban destinados a producir efectos de
incalculables alcances.

Por el primero, rubricado el 23 de marzo de 1911, se procede a la creación de cátedras


libres de Historia Nacional y de Economía o Finanzas Nacionales en la Universidad,
acontecimiento en verdad insólito que anticipa en más de un lustro una de las propuestas más
trascendentes de le Reforma Universitaria de Córdoba, estallada el 15 de junio de 1918.

El ideario reformista entendía que ésa era una de las formas de "airear" la enseñanza, de
facilitar el ejercicio de la docencia sacándola de su asfixia burocrática y de aproximarla al
pueblo. Esta frustración ha de interpretarse como una de las más serias ya que pocas veces se
la llevó a cabo en el futuro, aun sin la mención de tal precedente.

El restante fue la organización del Instituto de Historia y Geografía del Paraguay, según
disposición suscrita seis días más tarde, el que estaba destinado a llenar el espacio de una
Academia o de una Comisión de Cultura como no existían por aquellas en el Río de la Plata.

Sus propósitos eran los de "estimular toda clase de conocimientos científicos y artísticos".

Una de sus obligaciones consistía en reunir y publicar elementos documentales


agregándose que "en materia histórica reeditará los libros agotados más antiguos y sobre todo,
la historia documentada de nuestra independencia como el mejor medio de celebrarla".

Se establecían premios anuales para monografías sobre el Paraguay, aparte de la edición


de una revista. Con ese motivo se formó una comisión especial compuesta por el Dr. Pablo H.
Garcete, rector de la Universidad; don Juan E. O’Leary, director del Colegio Nacional, don Juan

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Godoi, titular de la Biblioteca Museo y Archivo y por los señores don Enrique Solano López y
don Fulgencio R. Moreno.

Una "gaffe" memorable oscurece la calidad de tan bellas iniciativas: el 22 de abril de 1911
se fija la fecha del 12 de octubre de 1813, declaración de la República, como la de la auténtica
independencia trasladándose así su conmemoración.

No obstante, se declaró feriado la semana comprendida entre el 13 y el 20 de mayo. La


relación de ese paso en falso que removía hasta los cimientos de la nacionalidad, corresponde
a otras páginas.

Tras su caída que se convirtió en definitiva hubo de instalarse en Buenos Aires.

Sus sucesores lo quisieron endulzar dándole una "beca dorada" para "perfeccionar
estudios militares en Europa" con la apoyatura de 500 pesos oro mensuales cifra nada
desdeñable.

En febrero de 1912 regresa subrepticiamente y empieza a promover un movimiento


armado de proporciones.

Por fin el 12 de mayo de ese año recibe una herida mortal mientras huía a caballo y
rodeado del silencio de sus adversarios muere en Paraguarí. Sus cenizas descansan en el
camposanto de su ciudad natal.

Muchas cosas se fueron con él. Pero más allá de los pintoresquismos al uso habrán de
perdurar esas desconocidas imágenes suyas: la del estudiante, la del bibliotecario y la del
gobernante que también acarició sueños de cultura.

(1986)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Valoración de un álbum con historia Volver al Índice

1. Época y Antecedentes

Los preparativos del Álbum Gráfico comenzaron en agosto de 1910 por parte de la
empresa editora de Ramón Monte-Domecq y Cía., con el propósito de hacer coincidir su
aparición con la celebración del centenario del 14 y 15 de Mayo.

Se trataba más que de un "esfuerzo", como lo calificara don Arsenio Decoud, de un


emprendimiento sin referencias anteriores en el país en cuanto a la orientación y desarrollo del
plan a cumplir.

Como queda indicado en la bibliografía correspondiente,


venían siendo publicados de antiguo -medio siglo atrás- diversos
materiales de información general relacionados, las más de las
veces, con intentos de propaganda comercial. Esta era incipiente,
por cierto, aunque efectiva, pues dependía del apoyo de
actividades mercantiles a escala mayor, representadas por las
casas importadoras -y también vendedoras-, cuyos propietarios
eran extranjeros afincados en el país desde la posguerra del 70.

También funcionaba -esto no debe olvidarse- un no


desdeñable comercio local, anexado a núcleos sociales
intermedios, de extracción ciudadana, con ramificaciones en el
interior. Las mismas se concentraban en las villas históricas (Villa Rica del Espíritu Santo,
Concepción, Pilar y Encarnación), especie de "centros regionales" de unificación económica,
favorecidos por una incipiente industria, proveniente de las artesanías, y la existencia de
grandes establecimientos ganaderos.

Se entenderá que estas eran expresiones minoritarias aunque concretas de la vida


nacional, manifestadas a lo largo de cuatro décadas y en medio de no escasas tribulaciones
institucionales y políticas. Tal movilidad estaba reducida, desde luego, a estamentos bien
identificados, pudiendo afirmarse que hasta ese entonces aquellos no ponían -se trataba más
de traer que de enviar- mucho interés en la información propia del ámbito interno, sino en la
que podía suscitar la apetencia de los exportadores, de afuera para dentro.

Por lo demás, la participación, no muy contundente pero si real, en exposiciones


internacionales -entre 1882 y 1890- con productos y artesanías nativas, obligaba a crear

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

elementos informativos que trascendieran el simple material de lectura de tiraje casi siempre
reducido, presentación rústica y difusión restringida.

Habían proliferado, desde 1860 y hasta comenzado el siglo, aunque tímida y


persistentemente, los denominados almanaques, mezcla de calendario, registro de hechos y
anticipaciones, referidos, ante todo, a la evolución de ese estado económico y social a que se
ha aludido. Dicha denominación respondía -y no resultaría ocioso probarlo- al prestigio y
arraigo alcanzado por el famoso Almanaque Bristol, pequeño cuadernillo de tapas anaranjadas,
de procedencia foránea, que anualmente se distribuía con puntualidad y no disimulada
expectativa, muchas veces desde el aromado recinto de las boticas. En sus páginas, según la
humorística conclusión del Dr. Manuel Domínguez, se atesoraba el summun de la sapiencia
humana, donde se brindaban desde los más raros y desconocidos nombres del santoral hasta
recetas de "conocimientos útiles".

Mas, tanto el Bristol como sus coetáneos, y quizá rivales, asuncenos, debían reducirse -
más éstos que aquél- a los avatares de una rigurosa anualidad. Y si bien la existencia era
lánguida y un tanto contemplativa, los hechos se sucedían y consumaban inexorablemente y
nuevas necesidades surgían de ellos. Sin embargo, no con mucha rapidez en cuanto a su
denominación, esos almanaques -que no pocos hogares solían conservar más que como
recuerdo por los variados elementos de utilidad que conservaban en sus páginas- cedieron sin
violencia, y desde 1903, el paso a las llamadas guías.

En verdad, el apelativo destacaba una diferente denominación, sin superar más que en
detalles las características de los consabidos almanaques. Puede señalarse, eso si, como una
distinción bien marcada, el abandono de las generalidades, una atención más ceñida a lo
propio y la presencia de ilustraciones fotográficas, borrosas y hasta ingenuas, aunque de valor
documental en cuanto a testimonio.

Si los almanaques habían alcanzado, de alguna manera, a entretener o distraer la


monotonía de los días, las nuevas guías aspiraron, paradójicamente, a guiar. En ellas está
presente y se patentiza el desarrollo del quehacer nativo. Ya aparecen las notas sobre el
incipiente progreso público, sobre la calidad de productos de la tierra, y noticias relativas a
comunicación y transporte. Modelo ellas serían las que a partir de 1906 dirigiera don Manuel
W. Chaves (1878-1939), el esforzado editor del Novecentismo y novecentista él mismo.

Tienen estas publicaciones un aire de época –preanuncios de la "belle époque”- que se


vuelca con delectación hacia los logros edilicios (mansiones, como se las calificaba, para

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

residencia de propietarios; amplios locales para el comercio de importación) en una


particularidad que se transferirá a los inmediatos álbumes.

Conviene decir, a la vez, que no siempre esas guías (o baedekers de circulación


vernácula) aparecieron con su expresa denominación. Merece citarse, en esta oportunidad, el
libro El Paraguay en marcha de don José Rodríguez-Alcalá (1883-1959), que mantiene muchos
de los lineamientos de las recordadas guías y ninguno de los superados almanaques, aunque
engalanado por una inocultable calidad periodística -Don José era, además, un excelente
escritor- y por el desenvolvimiento de los temas, no reducidos a mera enumeración o
propaganda.

Cuando el Álbum Gráfico se materialice y tome cuerpo, lo hará ofreciendo abundantes


novedades en materia de presentación, estilo y programa, aparte de que con su nombre no
había surgido ninguna publicación similar, por lo menos a nivel local. Tampoco en los veinte
años siguientes se lo volverá a encontrar como si con ello quedara confirmado un implícito
deseo de caracterizarlo.

En sus páginas puede observarse que por ese medio el país busca dejar señalada su
expresión -que vale tanto como su autenticidad- y, como lo confesará su director, brindar una
imagen del Paraguay destinada a captar el interés ajeno, al tiempo que ofrecer a los nacionales
y a los residentes, la ocasión de contemplar el camino recorrido, en esa penosa pero firme
reconstrucción, que ninguna adversidad (y fueron muchas) lograría impedir del todo, ni antes ni
después.

2. El propósito y su historia

Toca afirmar que intención de don Arsenio fue la de presentar una versión "aunque rápida
de la vida nacional durante un siglo”. O sea: que esa visión se extendería a los sucesos
ocurridos a lo largo de una centuria, pero con un sentido de actualidad, acoplando así pasado y
presente. Era esta una forma de ofrecer a la consideración de los habitantes intramuros y de
los lectores del exterior un panorama no circunscrito a estrictos límites locales, procedimiento
que desde el 70 en adelante venía siendo de uso cotidiano. En el concepto de López Decoud el
Álbum debía constituirse en una especie de resumen antológico –los distintos capítulos delatan
esta idea- de las luchas sostenidas por la Nación paraguaya en el orden de los diversos
aconteceres que signaron su vida, en la misma medida que las metas propuestas y sus
resultados.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Desentendida la firma de Monte-Domecq y Cía., de llevar a cabo el plan, por motivos no


explicados allí, recién en enero de 1911, es decir, a cinco meses de la proyectada y anunciada
aparición, López Decoud se convierte en director y administrador de la obra. Dificultades
materiales impidieron concretar la edición dentro de los términos relacionados con la
celebración. Una de aquéllas resultó del acopio y selección de las fotografías que al final, y de
acuerdo a lo expresado por don Arsenio, fueron embretadas en la nada modesta cifra de 4.000,
previo descarte. Otra, aunque no sea mencionada, consistió en la imposibilidad de algunos
autores de terminar sus respectivos ensayos. Esto surge evidente en don Enrique Solano
López y su historia del periodismo nacional, reducida, con el apuro a la mera exposición de
primeras planas. Por su lado, don Juansilvano Godoy debió resignar su participación por
compromisos derivados de su traslado al exterior en misión diplomática.

Mas, el inconveniente de mayor calibre con que hubo de tropezar, unido a la tardía
compilación del material escrito y gráfico, fue el de la carencia de casas fotograbadoras y de
talleres de imprenta en el ámbito local (los de Hans Kraus eran muy buenos, pero a escala
reducida), pues por sus características se veían impedidos de dedicar a semejante obra
jornadas enteras que serían indispensables a las tareas de composición e impresión.
Concentrarlas fuera del país -si bien con la ganancia en cuanto a calidad y dignidad estética-
significó resentir los plazos y dejar librado a otras instancias lo que hubiera podido, en
condiciones favorables, resolverse aquí.

3. El ideario. Los colaboradores

Ha quedado dicho que a pesar de las apremiantes circunstancias con que tuvo que
conducir el trabajo, y del sentido, desde luego, comercial de la obra, López Decoud no se privó
de fijar los trazos tanto culturales como doctrinarios que habrían de definirla. En esto se
patentizan los planos en que se concierta el programa:

1) La expresión generacional del Novecentismo, y

2) El espíritu patriótico que insuflara el pensamiento y la trayectoria de López Decoud.

Podría afirmarse, con amplio margen de seguridad, que este es el Álbum en que nuestro
900 plasma y proyecta -con intención temporal- el acta testimonial de su actuación, venida de
la última década del siglo XIX ("el gran siglo", como lo llamó el maestro O’Leary) y asumida en
plenitud en la primera del siguiente. Los novecentistas acceden a realizar un rencuentro de
ayer –que no deja de serles familiar- para que su madurez, parejamente de tragedia y

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

esperanza, pueda encontrar el necesario punto de fusión con el presente, pasando así ello a
convertirse de espectadores o de indirectos recipiendarios, en actores directos de la trama de
su tiempo. Por esa causa es que este Álbum tiene un incalculable valor documental; el querer y
quehacer de toda una generación (la única y más brillante que haya tenido el Paraguay) se
hallan evidenciados en sus páginas, aun más allá de los nombres concretos de sus integrantes.
Es de este modo cómo López Decoud logra resumir, extrayéndola de su propia experiencia, la
esencia de ese ideario, y así dice la obra:

"Tal como es representa un esfuerzo que no es ni puede ser la resultante de un estado de


prosperidad económica del país, sino un fruto de su intelectualidad desinteresada. Lo que para
otros pudo ser, siendo un beneficio para el país, móvil de ganancias muy lícitas, para nosotros
no es más que un empeño sustentado por dos cosas: Amor patrio y amor propio. De amor
patrio hablamos porque nos sentimos con derecho a invocarlo los que desde veinte años en la
cátedra, en la prensa y en el libro, no hemos desvirtuado con nuestros hechos lo que en ellos
predicamos. De amor propio porque nombre y reputación nos empujan a intentar empresas en
cuya realización no buscamos oro, que es para nosotros elemento bien secundario, sino la alta
satisfacción de vincularnos a obra de beneficio para la colectividad a que pertenecemos".

Para poner en marcha esta idea había que escoger los acompañantes. Justo será
reconocerle a don Arsenio que supo hacerlo con destreza. Debe señalarse que desde julio de
1908 el ambiente se había cubierto -en lo intelectual y en lo ideológico- de espesas nieblas de
desconfianza y falta de fe. A la desazón colectiva se unían los repliegues individuales. Y el
vaivén de los acontecimientos no cejaba de agitarlos. Tómese en cuenta que cuando este
Álbum empieza a preparar su andanza -agosto de 1910- ha caído un gobierno y quien manda
es un vicepresidente en ejercicio del Poder Ejecutivo. El 25 de noviembre de ese año asume la
primera magistratura don Manuel Gondra; un golpe de Estado lo aleja el 17 de enero de 1911,
mes y año en que don Arsenio se pone al frente de la edición. Mientras ésta se tramita, el
Coronel Albino Jara se posesiona de la presidencia, pero en julio tiene que resignarla ante el
asedio de muchas presiones, íntimas y ajenas. Finalmente, al coronar la impresión, doce
meses más tarde, quien ejerce de Presidente es don Eduardo Schaerer, tras el inexorable
provisoriato de don Emilio González Navero.

Suponemos que tantas tribulaciones alcanzarán sino a explicar en todos sus alcances,
por lo menos a justificar ciertas sombras que, con atingencia a un plan de estricta uniformidad,
no hubieran debido presentarse en épocas normales. Esto también clarifica el denuedo con
que don Arsenio cumplió su labor, no privándole tampoco de la lucidez necesaria para la

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

elección de sus colaboradores intelectuales, hombres de actividad pública dispar, aunque


formando un grupo bastante homogéneo en lo que a algunos de ellos respecta, según sus
tendencias, don Enrique Solano López, don Arsenio, Moreno, O’Leary y Pane, por un lado; del
otro, tres firmas controvertidas y no por ello de menor predicamento: Godoi, Báez y
Domínguez.

Desfilan por estas páginas dos románticos: don Juan Godoi (1846-1926) y don Enrique
Solano López (1858-1917); un solitario, ubicado en extremos de dos tiempos y no siempre
guardando el equilibrio entre ambos: Cecilio Báez (1862-1941), y el resto integrado por
novecentistas netos: López Decoud (1867-1945), Domínguez (1868-1935), Moreno (1872-
1933), O’Leary (1879-1969) y Pane (1880-1920), maduros todos o de avanzada juventud
durante la década inicial de este siglo. La inclusión de Blas Garay (1873-1899), muerto
trágicamente a los 26 años, debe interpretarse como el reconocimiento a un ausente cuyo
pensamiento carismático (más que su propia persona) produjera fuerte impacto en su
generación. Y no debe olvidarse que en todo momento acompañó a los novecentistas
paraguayos un acentuado espíritu de cuerpo, como aquí, una vez más, queda demostrado.

Para cada uno de quienes lo apoyaban en la empresa tuvo don Arsenio [López Decoud]
palabras de reconocimiento, que iban más allá de la común amistad o del solidario vínculo de
letras e historia. Señalemos en este aspecto que las dedicó respetuosas a Godoi y Báez que
eran sus adversarios en el terreno ideológico, tanto como para [Enrique] Solano López a quien
además de coincidencias doctrinales lo acercaba notorio parentesco. Igualmente encomió la
presencia del sabio Dr. Moisés S. Bertoni (1857-1929) único extranjero de esa serie –según
aclara- y la colaboración de O'Leary, en quien destaca el valor que entraña su aporte para la
dilucidación integral de la guerra de la Triple Alianza, ensayo con el que el joven docente
inaugura, de manera sistemática y metodológica, un tema que habría de consustanciarse con
su vida.

4. Un Plan distinto a otros

Se ha adelantado ya la comprobación de que esta obra no es parangonable, o de modo


más directo: que es otra, con relación a las que le precedieron. Su conformación así lo
determina: profusión de grabados, diagramado, nitidez de impresión, calidad del papel, todo
ensamblado en una insistente variedad temática, cuya propensión historicista asoma
inocultable. No hay allí resquicio por donde puedan filtrarse la anécdota fugaz o la gacetilla
frívola; hay, sí, no sólo ensayos de especialización sino verdaderos tratados, algunos de ellos
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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

novedosos, de creciente perdurabilidad y hasta de vigencia actual, en lo referente al


ordenamiento bibliográfico de esas disciplinas.

Los trabajos de López Decoud, Moreno, O'Leary y Pane constituyen primicias y se


encomian por sí solos. No sería exagerado decir que en su época tuvieron el significado de
auténticas sorpresas. La economía había sido campo virgen, en lo que atañe al conocimiento
de sus precedentes nacionales; la geografía no rebasaba las fronteras elementales que se
impusiera uno de los autores en boga: Héctor P. Decoud; con los aportes de Garay y O'Leary
quedaba salvado el vacío proyectado en el texto de Terán y Gamba, con el que se iniciaban los
estudiantes del 80; el capítulo correspondiente a Pena reitera una disposición suya de historiar
la cultura (en esto será un olvidado precursor), que contaba con versiones publicadas en el
exterior, como El Paraguai Intelectual (Santiago de Chile, 1902), mas no difundidas en el país;
las colaboraciones de los doctores Báez y Domínguez, lucen dentro de sus respectivas
especialidades. El descubrimiento de una aportación inédita, tocante al periodismo y de la que
fuera autor don Enrique Solano López, quedó, como se sabe, trunco.

Aunque el volumen figura dividido en dos partes: la que trata del Paraguay Antiguo (p. 11-
210) y la que abarca al Moderno (p. 211-360), en realidad debe admitirse como una tercera
partición esa segunda seguida por numeración romana de III a CXXXVI en la que se expone el
movimiento bancario, industrial y comercial.

No habrá de cerrarse este sector del comentario sin llamar la atención sobre la extensa
galería fotográfica que destaca los rasgos más evidentes de la sociabilidad nacional, cortesía
muy propia de don Arsenio y, por consecuencia, nada extraña en quien había dedicado diez
años atrás singulares meditaciones a la mujer desde las páginas de su breve pero interesante
libro: Sobre feminismo.

5. La ausencia del "Canto Secular"

En el desarrollo del plan se observa una laguna cuya interpretación se torna


imprescindible: la ausencia del Canto Secular de Fariña Núñez poema especialmente creado
para celebrar las glorias de la independencia. ¿Por qué tan elocuente homenaje no participó de
los honores de esa edición, siendo don Arsenio un confeso amador de la poesía? El misterio
podría, condicionalmente, develarse de acuerdo a los siguientes tramos:

a) La proyectada o prometida incorporación al Álbum es deducida de las propias palabras


del poeta, puestas a modo de encabezamiento al publicarse finalmente en folleto el citado

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

poema. En ellas recuerda al "selecto y delicado espíritu" de López Decoud y agrega que éste
"ha querido que vea la luz menos efímera del opúsculo mi homenaje al centenario de la
independencia de nuestra República";

b) Como dicho Canto se diera a conocer en folleto antes de la impresión del Álbum, cabría
la sospecha de que algún oculto motivo hubiera decidido su exclusión. No lo aclara don Arsenio
en su explicación final y tampoco el poeta al sumar su poema a Cármenes, once años más
tarde;

c) Ha de recordarse que en enero de 1911 don Arsenio se hace cargo de la dirección de


la obra, pero a mediados de ese mes se produce el derrocamiento de Gondra y el ambiente se
enrarece. Buena parte de la intelectualidad (no toda) con Ricardito Brugada a la cabeza, no se
privaba de mostrar su repudio al Coronel Jara, autor y usufructuario de aquella asonada;

d) Por la mediación de un amigo paraguayo, residente en Buenos Aires, Fariña Núñez


envía al diario oficioso de aquel gobierno: El Monitor -cuyo secretario de redacción era el
anarquista argentino Federico A. Gutiérrez- la versión inicial del Canto Secular, aparecida a
doble página en la edición del 13 de mayo. Esa actitud generosa y en cierto modo no
comprometida de su parte, le valió a Fariña Núñez prolongados enconos, no disipados del todo
cuando en 1914 vino al país y cuando anudó amistad con Gondra;

e) Otra inferencia puede centrarse en el hecho de que al terminar, la impresión del Álbum
(30 de junio de 1912, según el colofón) habían sido depuestos, a su vez, Jara y su inmediato
reemplazante, don Liberato Marcial Rojas, quienes, separadamente, habían decretado y
consumado la adquisición de ejemplares. Quizá haya sido esa circunstancia la que incidiera en
la exclusión del poema que hallara tan amplia cabida en el diario del defenestrado Jara;

f) Al final de esa escueta introducción al Canto y como queriendo afirmar el sentido del
mismo, Fariña Núñez recuerda haber levantado ese poema en el momento en que "otros"
(léase Jara) "alzaban el puñal contra la libertad". Como se verá más adelante, don Arsenio
podría haber tenido iguales o parecidos escrúpulos;

g) Lo cierto es que el Canto Secular, con todas las características de separata de una
obra de mayor aliento, apareció en folleto por los mismos talleres gráficos que imprimieron el
Álbum, con idéntica tipografía y clase de papel. Sólo variaría tamaño, acorde con la distribución
del texto.

6. Decretos a cuenta de buena fe

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Sumados a los motivos propios de su consumación material, que ya han sido


comentados, será oportuno exhumar otros no menos válidos. Ha de indicarse, en tal sentido,
que la preparación del Álbum preveía su entrega al público para mayo de 1911. Hallándose el
volumen aun en gestación y sujeto a la autorizada promesa de don Arsenio (¿quién podía
dudar de su palabra?) se produce la Ley del 20 de junio de ese año, por la cual, con la firma del
Presidente Jara y refrendada por su ministro de Justicia, Culto e Instrucción Publica, Dr.
Manuel Domínguez integrante del panel de colaboradores se autoriza la adquisición de un mil
(1.000) ejemplares del Álbum Gráfico del Paraguay.

Antes de cumplido el mes, el 5 de julio, Jara renuncia y el Congreso designa a don


Liberato Rojas, titular del Senado. A excepción del Dr. Alejandro Audibert (1859-1920), de
Interior, todos los otros ministros son novecentistas, y tanto es así que a don Arsenio le toca
también un nombramiento: el de Intendente Municipal de Asunción, dispuesto el 3 de octubre.

Con las firmas de Rojas y Audibert -extrañamente soslayado el ministro de Justicia, Culto
e Instrucción Pública, Dr. Federico Codas- se dicta el 4 agosto un decreto mediante el cual, en
virtud de la Ley del 20 de mayo de 1911 (época de Jara) se concreta la suscripción oficial a
razón de 100 pesos por ejemplar, lo que hacía un total de 100.000. Cuatro días después por
similar disposición, se establece la forma de pago, de acuerdo con el convenio celebrado con el
director: una cuota de 50.000 al firmarse el contrato, y dos de 25.000 cada una, a pagar el 8 de
setiembre y 8 de octubre siguientes. (Don Arsenio había resignado la Intendencia el 5 de julio,
siendo reemplazado por el poeta Francisco L. Bareiro, luego Ministro de Hacienda. El
recordado "Panchito" Bareiro -1878-1930- de la epístola de Gondra).

Toda esa operación se realizó a impulsos de la buena fe, como era el signo de los
tiempos, pues el Álbum recién estaría en la calle ocho meses después de abonada la última
cuota.

7. El aniversario móvil

Resta, finalmente, una tercera causa a la cual adjudicar el retraso en la aparición del
Álbum imputable por supuesto, a los vientos cambiantes de nuestra vida institucional. Ella se
asienta en el insólito decreto de lo que sin ironía alguna podríamos denominar: aniversario
móvil, surgido de la imaginación del Dr. Domínguez (hagámosle justicia al decir que los
fundamentos no eran tan deleznables, aunque si dudosos) y prohijado por el Presidente Albino
Jara.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Sintetizamos los altibajos del asunto, en medio de los cuales deambularían las luego
fallidas esperanzas de que pudiera el Álbum aparecer en la prometida fecha del 14 de mayo:

a) Con el no confesado propósito de evitar aglomeraciones populares y sus consiguientes


efervescencias, por un decreto que firma Jara y refrenda Domínguez, el 22 de abril de 1911 se
resuelve trasladar al ignoto mes de octubre de 1913 más de dos años de espera la celebración
de la independencia.

b) ¿Por qué tanta precaución? Los considerandos (el Dr. Domínguez, inteligencia de lujo,
dominaba por igual la lógica, la casuística histórica y la metáfora literaria) recordaban:

1) Que la Revolución se Mayo se hizo a nombre del Rey de España;

2) Que lo verdadero era que el Congreso del 12 de octubre de 1813 había proclamado
la República "declarando resueltamente nuestra lndependencia política";

c) Pero la “verdadera" va siendo otra, por lo que enseguida se aclaran las intenciones:

1. Imposible celebrar en Mayo por el actual estado del país, de las finanzas del
gobierno y por "los enormes gastos ocasionados por la última rebelión". (Cabría
preguntarse, aunque fuera sotto voce: ¿Cuál? ¿Cuáles?)

2. El clero, las sociedades particulares y los centros de enseñanza creen que la


celebración debe hacerse en mayo (sic);

d) A pesar de esto último, el Presidente Jara resuelve que la fiesta oficial tenga lugar en
octubre de 1913. También, y con evidente anticipación, el artículo 2º dispone pedir al Congreso
que "declare feriados algunos días" de ese imprevisible futuro;

e) Sin perjuicio de todo lo enunciado, una Ley del 12 de mayo de 1911, en homenaje al
centenario de la independencia, documento suscripto por Liberato Rojas, titular del Senado, y
Antolín Irala, de la Cámara de Diputados, declara feriados los días 13 al 20 de mayo. Dicha
Ley, en contradicción con lo anterior, es firmada por Jara, pero ya no la refrenda el Dr.
Domínguez sino el ministro del Interior, por entonces don Cipriano Ibáñez;

f) No pararían allí los desasosiegos de la celebración: bajados del poder Jara y Rojas,
consumado el inevitable interinato de don Emiliano González Navero, en plena presidencia
constitucional de don Eduardo Schaerer, surge el decreto Nº 1165 (ahora las disposiciones
oficiales llevan numeración) del 10 de octubre de 1913, dos días antes de vencerse el plazo
establecido por el Dr. Domínguez. En su texto se manifiesta que subsisten las causas que
motivaron el decreto de prórroga (las armas de Jara eran esgrimidas según oportunidad por
sus contrincantes sin mayores molestias) y por lo tanto se lo transfiere a los días 14, 15 y 16 de

286
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

mayo de 1914, en que se evocará la fecha de la Independencia. En cambio el Congreso de


octubre de 1813 "será celebrado en el año actual". Nadie sabe en qué radicaba la diferencia.

Luego de esa montaña de circunstancias nada comunes, con respecto a una


conmemoración que debería haber sido poco menos que sagrada para todos aquellos
gobernantes, ¿podría extrañar que el Álbum, su director, los colaboradores y el público
terminaran no sabiendo qué fecha concreta de glorificación patria habrían de enaltecer aquéllas
páginas?

Por fin, un decreto más: el 1237, del 27 de octubre de 1913, resuelve, con relación a lo
precedente, que se constituya la comisión encargada de organizar las fiestas conmemorativas
de la Independencia en 1914. Se prestaron a integrarla: el ministro del Interior, Dr. José P.
Montero, como presidente; el Dr. Francisco Pecci, secretario, y en calidad de miembros los
señores Ernesto Egusquiza, Dr. Ernesto Velásquez, Dr. Luis A. Riart, Dr. José P. Guggiari, Dr.
Venancio Galeano, D. Estanislao Pereira, Dr. Cecilio Báez, Dr. Ovidio Rebaudi, D. Carlos R.
Santos y el Dr. Pedro P. Peña.

8. Introducción que es un final

Varios senderos, "que se bifurcan", aunque no siempre con la debida y deseada nitidez,
serán los que conduzcan a las diversas interpretaciones a que podrían tanto la letra como el
espíritu de la Introducción con que López Decoud deja inaugurado el Álbum y donde procede a
exponer su programa.

Pero del desglose de su texto, realizado para dividir lo meramente expositivo de lo que es
su ideario, pueden nacer otros pensamientos adjudicables a su autor, que no muy a simple
vista parecen manifestarse desde distintos niveles temporales en un afán que deseando ser de
reafirmación, aparenta conducir a una no solicitada aunque sí aguardada justificación.

Las oscilaciones a que estuvo sometida la concreción del plan, las contradicciones
exhibidas, por los titulares del poder público -según turnos-, las mutaciones, unas veces
sorpresivas y otras de premeditada violencia, el desacomodamiento en trance de erosión
espiritual de no saber a ciencia cierta qué golpe de timón (o de Estado) favorecería o no las
circunstancias propicias al fracaso o éxito de la empresa en la que asimismo arriesgaba su
prestigio personal fueron escollos que, sin proponérselo tuvo que sortear don Arsenio. Mérito
suyo ha sido el de haber sacado indemne y a la luz el propósito, llevándolo a buen puerto.

287
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Pero él, como todas las gentes de su generación que varias veces se quemaron las alas
en las plazas, en los atrios electorales, en las revoluciones, reconstituyéndolas al roce de los
ateneos y de las aulas había adoptado para con los hechos, seres y cosas de su país una
posición militante (transparentada, además, en el ejercicio del periodismo de opinión), y tal vez
fuera en resguardo de ella que concibió la parte final de la introducción, un algo diferente a la
serena exposición del principio, quizá redactada sin el asedio de horas y acontecimientos
candentes, como los que le tocara vivir entre 1910 y 1912.

Párrafos decisivos contiene ese prefacio, como si en él López Decoud hubiera creído
oportuno desdoblar sus meditaciones sobre el destino nacional, que mucho lo hostigaron a
pesar de cierto nostálgico "europeísmo" y de las raíces ríoplatenses de su formación cultural.
Siempre hizo gala de una paraguayidad sin concesiones ufanándose en mucho de sus
orígenes familiares, sin por ello orillar o desdeñar los bienes de la modernidad, que le eran
generacionalmente consustanciales y que justificaban el universalismo no cosmopolita de sus
compañeros novecentistas, cuyos afanes compartió siempre.

En ese término de labor hay dos zonas plenamente identificables, aunque no a muy
simple lectura. Y es desde una de ellas que le tocara aludir a las vicisitudes y circunstancias
adversas que imposibilitaron la perfectibilidad de la obra (preciso será tener en cuenta que se
está frente a un esteta que nunca arrió el estandarte de su esteticismo como tampoco el de su
refinamiento personal). Pero, no obstante ello, el objeto primordial no dejará de cumplirse, ya
que lo seduce la pretensión, bien fundada, de que "con todo (el libro) dará la idea aproximada
de lo que es este país, tan mal tratado por los que no lo conocen". (Setenta años después la
óptica no ha variado mucho).

Quiere rescatar para su tierra el antiguo concepto de civilidad, que en horas históricas
impusiera su abuelo don Carlos; de ahí la presteza por declarar cuál es el auténtico rostro del
país, sustentado desde un remoto ayer. Y con ello, con esa predisposición orgullosa que en
modo alguno podía ser confundida con presuntuosidad, por ser él quien era, creía poder
enfrentar a la calumnia (las más de las veces asalariada y otras ignorante) que se gozaba con
rebajar el país, haciendo abstracción de lo que históricamente había sido y de lo que, en esa
actualidad, representaban sus gentes. Y condensa de este modo expresiones que encendían
su ánimo y que lo ilusionaban en cuanto al cometido que suponía no sin razón debía llenar este
volumen:

"Él dirá –afirma- que no fuimos la horda de bárbaros fanatizados, el millón de salvajes al
que debió redimirse por la sangre y por el fuego. Que hicimos patria, que intereses poderosos

288
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

nos la deshicieron y que la reconstruimos pacientemente". Hoy, por suerte, por influencia de las
nuevas corrientes historiográficas puede saberse cuáles fueron esos "intereses poderosos" y
quiénes los manejaron.

Enseguida desciende don Arsenio a las bases étnicas de la nacionalidad, temática afín a
las ideas de su tiempo, señala las posibles [causas] de la homogeneidad que preside la
formación de este pueblo y termina en una confesión que lo define y que viene a ser como el
sello distintivo de su generación: “Amamos nuestra tradición y nos es grato conservar nuestro
dulce y poético idioma guaraní, y él y ella, a pesar de todo, nos mantendrán unidos a través del
tiempo y de sus vicisitudes". Equivale esto último, en particular, más que a la resultante de una
confesión, a una afirmación de la conducta y de la confianza en la supervivencia de los valores
troncales de la nacionalidad, confesión tanto más luminosa si se considera que provenía de un
verdadero caraí guasú, descendiente de un hogar ilustre, que dominaba, además de los dos
que le eran propios, cuatro idiomas extranjeros (inglés, italiano, portugués y francés),
traduciéndolos, y que entre los salones de sociedad y los patios del pueblo no reconocía más
que diferencia de matices, sin asomo de demagogia para unas o para otros. La aristocracia que
se le adjudicaba, y que quizá él de buen grado aceptara, era nada más que el trasunto de una
distinción espiritual.

La enérgica definición de los párrafos finales permite sospechar que López Decoud podría
haber acusado, aunque sin mencionarlo, el impacto del Jarismo, que era después de todo una
tendencia sin sustentación doctrinal, condenada a indolora extinción (como ocurrió) sino el del
propio Albino Jara, los ramalazos de su "arte de gobernar" y aquellos expansiones (no las que
con injusticia se le han adosado) que tendían a presentarlo tal vez como en lo íntimo no
deseara ser: una "fuerza de la naturaleza".

El equívoco -adelantémonos a aclarar- no residía en Jara, sino en quienes pretendían


erigir en sistema las apetencias políticas y hasta personales crecidas a su sombra. Porque,
apartando las líneas de su vocación profesional y las que conducían a una voluntad en exceso
demostrativa, de cuyas demasías quizá no tuviera toda la culpa, podríamos ya en nuestros
tiempos, con la perspectiva que ofrece la distancia, advertir que debajo del uniforme del
apuesto aunque indómito coronel, latían también las ilusiones del joven novecentista (había
nacido en 1877), del estudiante de Derecho, que lo fuera hasta el cuarto curso y aun del fugaz
bibliotecario de la Universidad.

Don Arsenio parece dar a entender que no deben ser confundidas las glorias del viejo
ejército con los escarceos de un "militarismo" (así lo califica) locuaz y movedizo, antítesis de la

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

condición profesional del verdadero soldado. Ese militarismo (el subrayado es ahora nuestro)
es el que ha ocasionado "revoluciones" y "cuartelazos", que confina a la condición de
"accidentes desgraciados". Sus arremetidas más implacables son contra el "caudillaje militar"
(ese que algunos han supuesto despuntar en Jara), que, según su concepto, "no ha podido
arraigar en nuestro organismo”. Se trataría, pues, de exuberancias esporádicas de alguno que
otro ambicioso en desvelo.

Y evocando probablemente sombras dolorosas arraigadas en su alma, no vacilará, por el


contrario, en hacer justicia, para que la lección que se extrae de la historia pueda sustentarse
de pasado con proyección al porvenir:

"Sentimos -dice- real admiración y respeto por nuestros gobernantes de antaño y por
nuestros verdaderos héroes, por esos soldados, capitanes y generales en cuyos pechos jamás
brilló un entorchado, humildes y modestos, desprovistos de ambiciones innobles, para dejarnos
deslumbrar y domeñar ahora por salteadores de galones de honores y de prebendas", más
claro, agua.

Se complace en afirmar que el país "no corre el peligro de caer, y lo hemos probado, bajo
el dominio duradero de un déspota galoneado", respondiendo con esto a probables
insinuaciones nacidas de la animadversión o del infundio.

"La experiencia vendrá -termina esperanzándose- y con ella el ansiado imperio del orden,
fructífero en bienes".

Joya de la bibliografía nacional -aun en su reedición presente, o por ello mismo- seguirá
siendo este Álbum Gráfico de la República del Paraguay salido de las manos de uno de los
nietos de don Carlos Antonio López -siempre honradas y leales- como si con su conducta de
escritor y de ciudadano hubiera querido prolongar el entronque y la continuidad de una función
de cultura, iniciada por el Presidente prócer, hace casi siglo y medio, en una afirmación
paraguaya volcada hacia la extensión de nuestra América

(1987)

290
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Meditación cervantina ante el Guairá Volver al Índice

El aniversario del 23 de abril, en recordación de don Miguel de Cervantes Saavedra (o en


el lenguaje de don Miguel de Unamuno: "Alonso Quijano el bueno" tiene significación universal,
pero no por ello menos vinculada a los precedentes culturales y lingüísticos de nuestra tierra.

Debe recordarse que el español (denominado así en su conjunto) más que el castellano,
ha tenido aquí una trayectoria y no pocos avatares que vienen de lejos.

El ilustre y ya fallecido compatriota profesor doctor don Marcos A. Morínigo (formado en la


escuela idiomática de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña, lo que en la materia no es
poco decir) se refirió alguna vez, en docta disertación, al lenguaje de los conquistadores, o sea
aquellos fogosos hispánicos que terminaron siendo conquistados.

La lengua escrita, adscripta a las particularidades de la época, no armonizará del todo con
la hablada (como es común) sino a través del testimonio de un mestizo como Rui Díaz de
Guzmán, nuestro primer cronista histórico y también el iniciador de la narrativa local. Por
consecuencia y aunque no se lo confiese la imaginación paraguaya (y por consecuencia su
proceso literario) puede ostentar la robustez de casi cuatro siglos.

Quizás en algún probable futuro podrá estudiarse, con el magisterio póstumo del doctor
Morínigo, la evolución de la lengua española en el Paraguay (procedimiento que ya ha
intentado para el guaraní el señor profesor doctor don Dionisio González Torres), sin desdeñar
la prosa originaria de sus cronistas foráneos, necesitada de saber desde dónde y hasta cuando
la aleación fue exitosa entre mestizos, criollos y sus respectivos descendientes.

2
Como parece que las lenguas muertas van al omanóva rendá119 de la historia sólo cuando
el ámbito de la cultura y la movilidad social adoptan nuevos modos de expresión, poniéndolos
en la vía de alguna nueva modernidad (siempre, a cada tiempo, las ha habido), el castellano
hispánico, lejos de ser un sobreviviente, continúa en su calidad de titular de comunicación, en
los niveles oral y escrito, por lo cual es de aguardar la resurrección de su prestigio y la retoma
de su mejor tradición, que es, desde luego, la que viene del pueblo.

La palabra suelta y desinhibida que se observa en el Quijote, con sus nada ortodoxas

119
omanóva renda: guaraní. lugar o propiedad de los muertos

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

interjecciones, es hija de una proyección que va más allá del estrecho margen vital de su autor.
Y debe reconocerse que no obstante el apego cervantino y la cualidad de narrarlos, de acuerdo
a situaciones propias de su tiempo y de los lugares que le tocó transitar, su ubicación en la
posteridad reside en el acierto de haber hecho uso de ejemplos y elementos humanos que sólo
suelen producirse a distintos niveles y en presencia de gentes y circunstancias que, aunque
separados geográfica o idiomáticamente, puedan reflejar el drama o la comedia de cada
hombre y su época.

En eso consiste la perdurabilidad y la gloria de Cervantes, más allá de la trama de su obra


y de las variadas impresiones que aun hoy ella pueda producir, fuera de la curiosidad de los
especialistas o superándola. Sus páginas viven por haber sido escritas con estatura humana.

Sería de fatigosa extensión el enumerar las peripecias (que tales son porque la vida
misma lo impone) de la lengua española en nuestro entorno histórico, en una medida más
amplia, y si se quiere complementándola, que la iniciada por el profesor Morínigo.

Ya se sabe, por inevitable progresión dialéctica que lo hablado y lo escrito, desde las
horas fundacionales en adelante, contienen distintas formas y presentan diferentes matices,
como no podía ser menos puesto que una lengua representa al ser que la contiene, en todas
sus instancias. Es de pensar (y este aspecto no ha sido aún estudiado) que el sistema de
comunicación oral de los mancebos de la tierra (y por descontado sus propios códigos), y en
modo particular de los mestizos, no era el mismo que el de sus padres y abuelos y tal vez
tampoco el de sus parientes cercanos como el criollo Hernandarias.

El segmento comprendido entre los finales de la sociedad pre-independiente (mal


llamada "colonial") y los inicios de la independencia político-institucional (desde 1811 en
adelante) tiene su propias maneras de manifestarse, que no son las de trascender
ecuménicamente sino las de adecuarse al ámbito nativo, un tanto modesto pero cierto.

No se trata. entonces, de el misterio de la inserción de lo hispánico y su lenguaje en el


Paraguay, y sí, más bien, de descubrir el modo en que ha venido expresándose mediante una
aleación que aun no ha terminado.

El maestro don Delfín Chamorro, que encabeza la nómina, bien que privilegiada, de la

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

que se suele denominar "Escuela de educadores del Guairá" (Cardozo, Riera, Carísimo, Sardi)
es ejemplo viviente de esa toma de conciencia que significaba la necesidad perentoria de
mantener en toda su pureza posible, la lengua internacional de los antepasados. Y se propuso
enseñarla, aceptando, y hasta superando para nuestro medio, el magisterio augusto de don
Andrés Bello, sin desdeñar los aportes que la lingüística había desarrollado hasta ese
entonces.

En contrario de lo que se cree (y prueba de ello es la prédica de uno de sus principales


discípulos: el profesor don Juan lnocencio Lezcano) don Delfín no despreciaba la aportación
popular ni pretendía momificarla o convertirla en feto de laboratorio. Lo que él intentó (y logro
suyo ha sido) fue separar los andariveles de las dos lenguas, la que hoy con no mucha
propiedad se denomina el avá ñe’e y el caraíñe'e120, esto último sin las connotaciones clasistas
o raciales que se ha pretendido sumársele.

Y fue así que el guaireño Chamorro (nadie osará retacearle esta glo-ria) comprendió
como pocos o como ninguno que el destino del Paraguay estaba unido a la solución del
problema de su mediterraneidad no geográfica sino mental y que para trascenderla era preciso
hacer fondo en la entraña hispánica que era, y tendría que seguir la única vía posible de
nuestro desahogo cultural.

Hasta hace pocos años, al menos de medio siglo, existían en territorio nacional
comunidades cuyas formas de expresión (con referencia a lo hispánico) se mantenían en su
mayor pureza, con el agregado de inevitables localismos. Claro está que podrá argumentarse
que ese fenómeno distaba de ser insólito, ya que se había presentado en algunas provincias
argentinas y en ciertas regiones chilenas, debiendo añadirse las consecuencias del aislamiento
geográfico y la facilidad de intercomunicación (no aplicada sino implícita) de los vecindarios y
comunidades sociales asentadas en una misma jurisdicción.

No se dudará de esta comprobación de orden sociológico, mas será necesario reconocer


que ha existido, también e idiomáticamente, una ley de la herencia que las sucesivas
promociones (hasta más allá del 900) se empeñaron benéficamente en aplicar. Ese es uno de
los aspectos más importantes de la anhelada personería en términos de cultura y de identidad
nacional, cuyas particiones (hispano guaraní) se considera imprescindible unificar cada cual en

120
ava ñe’ê: guar. el habla del indio (o del pueblo); karai ñe’ê: el habla del señor (personaje de mayor peso social, económico o
político, asociado a menudo al criollo o europeo) – nota de la edición digital.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

su entorno, desde luego.

Es dado reconocer que las lenguas (orales o escritos) son producto de un inevitable
proceso de transculturación, a pesar de que la demagogia patriotera tarde en reconocerlo. La
mejor prosa de Natalicio González, corochiré del Guairá, tiene raíces francesas, así como
anglosajonas las de Arturo Bray y germánicas las de Eligio Ayala, por mencionar sólo a los que
le dieron al español paraguayo una entonación distinta.

6
El denominado “quijotismo” ya ha sido expuesto hace algunos años bajo el cielo mismo de
la Villa Rica del Espíritu Santo, pero en gracia del calendario habrá que agregar a los antiguos
conceptos la comprobación de que desde la posguerra del 70 se produjo un incalculado
impulso del espíritu hispánico, nacido de la participación de los maestros krausistas españoles
que participaron de la creación del Colegio Nacional (1877) y de la Universidad (1889).

Por otra parte habrá que exhumar el valioso ensayo del doctor don Ignacio A. Pane: "El
Quijote desde el punto de vista sociológico”, en el que sigue la huella positivista de Guyau. Este
trabajo se publicó en 1913. Tres años más tarde don Juan Emiliano O’Leary ya producía, junto
a un célebre soneto: "Don Quijote en el Paraguay", una de sus más bellas prosas celebratorias
dedicadas a sus alumnos y que pueden leerse en "El libro de los héroes" (1922).

España simboliza nuestra representación espiritual en el exterior, tanto como el Paraguay


debería serlo aquí con respecto a ella. La obra que mejor traduce el alma del pueblo español
es el Quijote, cuyas páginas tienen que volver a ser nuestra Biblia literaria.

Parafraseando al gran pensador oriental uruguayo don José Enrique Rodó, habría que
decir (¿y por qué no afirmar?) que España es el Paraguay de Europa y el Paraguay la España
de esta región sur de nuestra América.

(1997)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Libros y bibliografía paraguaya Volver al Índice

El mundo del libro en el Paraguay

La Bibliografía, rama importante de la Bibliotecología, es una especialización de


reciente data. Ella comprende a todas las actividades vinculadas con la formación cultural y
debe ser de ejercicio constante en escritores, investigadores, libreros y aun en el lector
anónimo y fugaz de todos los días. En primer lugar porque ya no es posible -fuera de lo que
corresponde a la imaginación creadora- dejar libradas al azar las fuentes bibliográficas, de
suma importancia para fijar una posición, certificar o rectificar un dato, encauzar, en último
caso, una polémica.

Pero antes habremos de preguntarnos qué posibilidades ha contado para su desarrollo la


Bibliofilia, otro de los compartimientos no estancos, por cierto de la Bibliotecología, que se
define por el acopio de ediciones príncipes, obras raras u originales, impresas en un pasado
que puede remontarse casi a sus orígenes, o de propósito cuando se trata de congeniar el arte
tipográfico de esta época con determinados títulos cuya perduración se desea exaltar a través
del sentido precisamente artístico de su contenido.

Sabido es que nuestro país ha vivido horas urgentes y de prueba y que situaciones
derivadas de sus luchas internacionales (en defensa de su soberanía amenazada) no le han
permitido crear una tradición o, mejor dicho, una continuidad de cultura que facilite el
anudamiento de sus diferentes etapas, Tampoco ha existido aquí esa actividad biblíofílica
como prolongación de los ocios del "rico home", que generalmente invierte en libros caros y
raros su dinero o su tiempo, ya por pasión o por deleite.

¿No hemos tenido, entonces, bibliófilos? Hemos tenido, ante todo, bibliógrafos, que sin
pretenderlo directamente y más bien en forma colateral, han ido accediendo a la bibliofilia
considerada en uno de sus aspectos: el volumen añejo, cuya data es como una marca de
familia, una expresión de temporalidad. Por otra parte, esos libros fueron unidos a otros,
mezclados, casi diríamos, y adquiridos no por sus cualidades, intrínsecas sino por su utilidad
de objeto de vistosidad externa.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Mas, estimamos necesario exponer inicialmente el caso de don Enrique Solano López
(aquel hijo del Mariscal que fue honra y decoro de la antigua sociedad paraguaya), que si
puede ser considerado como nuestro adelantado en bibliografía nativa por la temática que
reuniera, especialmente , debe ser presentado también como nuestro primer bibliófilo.

No es muy nutrido el recuento que al respecto podría hacerse, pero sí lo suficientemente


demostrativo de las inquietudes de aquel gran ciudadano y de su patriotismo, pues no sin
esfuerzo pecuniario trajo del extranjero y aquí completó su después famosa biblioteca, modelo
y ejemplo de amor a la cultura y el más sólido edificio erigido para la justificación de nuestras
virtudes heroicas y de nuestros derechos territoriales. Todo ese material fue conservándolo don
Enrique en medio de la más impiadosa pobreza a través de la cual resplandecían los gestos
propios de su señorío.

Don Enrique, niño héroe de Cerro Corá y el segundo de los hijos del Mariscal habidos de
la señora Elisa Alicia Lynch, regresó al país en 1890, después de largo y doloroso ostracismo,
que abarcó veinte años de su vida. En cuanto le sonrió levemente la fortuna se hizo el
propósito de regresar a la tierra natal.

Después de una estada en París viaja a Buenos Aires, donde reanuda su recuento
bibliográfico sobre la guerra de la Triple Alianza, quizá por entonces con la no publicitada
intención de justificar la actuación de su padre y brindar los elementos necesarios a la aparición
de una nueva historiografía.

Veremos más adelante que no quiso concretarse solamente a eso. (Cabe aclarar que
recién cinco años después de él retornará don Juansilvano Godoi, otro caballero de cultura,
mas corresponde la honra a don Enrique de ser el primero).

Ha de afirmarse, sí, que la tarea de bibliófilo de "Solano López E." (como solía firmar) es
una consecuencia de su otra importante de lector, pues no mostró inclinaciones de convertirse
en simple y anecdótico coleccionista. Su biblioteca fue algo viviente y en marcha; además de
su constante préstamo de libros, don Enrique asesoraba a los historiadores y hasta en sus
viajes al exterior servía de generoso intermediario de sus amigos, que lo fueron tanto los
románticos como los novecentistas.

Piezas de subido valor bibliográfico lindantes ya con la bibliofilia se observarán en algunos


títulos "Essais sur I'histoire natural des quedrupédes de la Provence du Paraguay, par don Félix
de Azara”, en los dos tomos de la edición París de 1801; el jesuita Martín Dobrizhoffer: “An
account of the Abipones and the aquestria people of Paraguay", en los tres tomos de la tirada

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

londinense de 1822; la difusión francesa del ensayo histórico de Rengger y Longchamp,


impresa en Sttügart en 1829, y también la alemana de 1827; de Cesar Famin, autor ahora poco
menos que olvidado. "Provinces Unies du Rio de la Plata, Buenos Aires, Uruguay et Paraguay"
(París, 1840); y del año siguiente y el mismo lugar la Histoire du Paraguay de Celliez; una obra
sobre la Compañía de Jesús de 1649; la "Relación de las Misiones del Paraguay" del P.
Muratori, que es de 1826. Estos, que por supuesto no son todos, significan algunas muestras
sólo de la capacidad selectiva de don Enrique cuanto de su generosidad económica para
concretarla.

Expresa don Manuel Gondra cuya sabiduría en materia de libros nadie ha osado
desconocer en una epístola de 1897: "Sé que el señor Decoud (don José Segundo) tiene
también uno en su valiosa biblioteca (se refiere al controvertido "Catecismo de San Alberto", en
su edición paraguaya de 1863) e indudablemente lo contará en su rica colección D. Enrique
Solano López, el más diligente de los bibliófilos paraguayos".

Extensas serán las alusiones de Gondra a don Enrique. Al tratar sobre la "Historia y
bibliografía de la imprenta en el Río de la Plata", obra del polígrafo chileno José Toribio Medina,
reconoce que es de difícil adquisición (conviene aclarar que había sido editada en 1892, o sea
un lustro antes) y añade: "El ejemplar que yo he leído me lo ha facilitado don Enrique Solano
López, que lo posee en su abundante e inestimable biblioteca".

En carta a Blas Garay, del 8 de noviembre de 1896, recuerda Gondra su visita a Fuerte
Olimpo, en 1889, y se refiere a la leyenda que observó en el pavimento de la fortaleza. No tuvo
el cuidado de anotarla por eso la cita de memoria; “pero sé que D. Enrique Solano López -
señala- la tiene anotada en su cartera de viajes y si llega a leer estas líneas podrá rectificarla si
ella es inexacta". También le comenta el anuncio de que don Enrique, "en sus exploraciones de
bibliófilo" (son sus palabras) había hallado en Brasil otro ejemplar de la obra atribuida a Molas,
además de haberle solicitado al mismo don Enrique el ejemplar de su "Carranza" corregido.
Queda cerrado así, con esta breve mención, el capítulo destinado a la bibliofilia en el Paraguay,
sobre cuya evolución mucho resta investigar y escribir. La síntesis que hemos ofrecido se ha
centrado en torno a la figura de don Enrique Solano López, porque a él se deben –insistimos-
los aportes iniciales.

En cuanto a la Bibliografía nacional propiamente dicha se inicia con nuestra modernidad y


se hace efectiva bajo el gobierno de don Carlos Antonio López. En 1845 aparece por las
prensas del Estado lo que hoy se conoce por "La Argentina" (ese no es su título verdadero) de
Ruy Díaz de Guzmán, el primer escritor nacional, cuatro años más tarde el breve libro del Dr.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Juan Andrés Gelly (cuya biografía, trazada por la mano ilustre de R. Antonio Ramos, está por
aparecer), reeditada por Natalicio González en París (1926) como “El Paraguay, lo que fue, lo
que es y lo que será”.

Ildefonso Antonio Bermejo dará a conocer "Un paraguayo leal” en 1858: dos años
después aparecerá el Almanaque o anuario popular y literario para año bisiesto 1860 contenido
en 66 páginas. Pero previamente había sido distribuido el "Catecismo político y social para los
alumnos de la Escuela Normal" que es de 1855 y que debe reputarse como el único impreso
por orden de don Carlos. Esa etapa, tan fecunda en realizaciones, se clausura
bibliográficamente con otro libro del mencionado Bermejo: "La Iglesia Católica en América"
(1862)

Después, la guerra, el Apocalipsis desatado sobre una tierra creadora y en camino de su


felicidad. Y con la primera posguerra viene la urgencia impostergable de reconstruir la Patria
poco menos que desde sus bases institucionales. Se produce entonces un paréntesis de casi
una década, ya que el "Compendio de la Historia" de Terán y Gamba (un simple manual),
incorporado como texto para el Colegio Nacional, recién se editará al año siguiente de
comenzar a funcionar dicho instituto, o sea en 1879.

La única biblioteca era de carácter municipal y había iniciado sus modestísimas


actividades en 1869. La Biblioteca Nacional se formará recién al constituirse la comisión
especial designada en 1887. Afirmamos esto para desvanecer un involuntario equívoco que
hace figurar a don Juansilvano Godoi como fundándola en 1903.

¿Con qué elementos podría contarse para trazar un panorama de nuestra bibliografía,
que comienza a formarse básicamente en los alrededores de 1890? Pues, con algunos
catálogos, cuya nómina daremos siguiendo el orden cronológico, de más fácil acceso al público
lector:

1904: "Catálogo alfabético de la Biblioteca Nacional del Paraguay" consta de 87 páginas y


comprende 4.592 asientos bibliográficos, de los cuales sólo 49 corresponden a nuestro país. La
clasificación solo se ciñe al número de tomos, volúmenes, líneas y estanterías, siendo
imposible poder discriminar entre libro y folleto, aun partiendo de una cantidad convencional de
páginas.

298
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

1906: “Bibliografía Paraguaya. Catálogo de la Biblioteca Paraguaya Solano López”.


Asunción, Talleres Nacionales H. Kraus, 984 páginas. Esta obra ha sido dispuesta en forma de
"catálogo diccionario por índice alfabético corrido". Suma 9.877 asientos bibliográficos, todos
los cuales se refieren, directa o indirectamente, al Paraguay. Su reedición es absolutamente
indispensable debe ser declarada de interés nacional.

1912: “Biblioteca de José Segundo Decoud, estadista del Paraguay" (sic). Catálogo
detallado en secciones, conteniendo nombre de editores, número páginas, clase de
encuadernación, tamaño y fecha de impresión. Fue editada en volumen de 462 páginas. La IV
Sección es de "Historia y literatura, ciencias y política de la República del Paraguay", p. 225 /
272.

1916: "Polibíblión Paraguayo”. Conjunto de indicaciones bibliográficas sobre el Paraguay,


relacionadas con la geografía y la historia, las ciencias y las letras, la política y los progresos
del país, dispuesto y clasificado por orden de materias por el Dr. Viriato Díaz Pérez, jefe del
Archivo Nacional, Asunción. 1916.

Este trabajo de indudable importancia fue presentado como "Contribución al Congreso


Americano de Bibliografía e Historia” realizado ese año en Buenos Aires. Figura en volumen
manuscrito en la Biblioteca Nacional de Asunción. Es en ese mismo año que Guillermo
Recalde, Rafael Cuevas, Rodolfo Morales y Gaspar Trinidad (quien después sería el heroico
administrador de la revista "Juventud”) publican, en folleto de 39 páginas e impreso en Buenos
Aires, en aporte: "La Sociedad Tipográfica del Paraguay en el Primer Congreso Americano de
Bibliografía e Historia cuyo tercer capítulo, entre las páginas 17 y 27, está referido a la
bibliografía paraguaya, por año de edición, nombre de autor y título de obra. En el segundo
volumen de su "Historia de las letras paraguayas". Carlos R. Centurión lo trascribe
íntegramente.

1959: Aparece la "Historiografía Paraguaya" de Efraím Cardozo, libro que comprendo el


período guaranítico, español y jesuita y que a los fines de la consulta bibliográfica resulta poco
menos que imprescindible, especialmente en cuanto a bibliografía indígena. El Dr. Cardozo
hace allí uso de los modernos procedimientos catalográficos, lo que torna más estimable su
obra, dado que la precisión es uno de los requisitos indispensables para el uso de una
adecuada y honrada bibliografía.

1965: Es publicado el opúsculo: "La bibliografía sociológica en el Paraguay”, de Guillemo


Heisecke Velázquez, segundo caso en que ha sido posible efectuar un recuento por
especialización en esta materia. El primero se debe al Dr. Ignacio A. Pane con el nombre de
299
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

"índice sociológico" y que es a la vez un sintético diccionario de sociología, sustentado en el


por entonces clásico del Italiano Fausto Squillace. Este último aporte es de 1916.

Finalmente, en 1970, Carlos B. Fernández Caballero editó en los Estados Unidos una
sinopsis bibliográfica denominada "Aranduká jha kuatia ñe'e”.

Otros elementos han quedado reducidos a la colaboración periodística o a publicaciones


especializadas. Citaremos los más importantes

1) "Bibliografía de bibliografías paraguayas" del profesor Narciso Binayán, historiador


chileno residente en la Argentina, ya fallecido, y que tuviera allí larga actuación docente. Su
trabajo apareció en la revista "Humanidades" de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación de la Universidad Nacional de La Plata, 1922, t. III, p. 449 / 457;

2) Transcurridos cuatro años el Dr. Viriato Díaz Pérez publica un comentario: "Sobre una
Bibliografía de bibliografías paraguayas”, en "Revista Paraguaya", Asunción, Nº 2, p. 26 / 37;
donde formula numerosas aclaraciones;

3) En 1942 Juan Francisco Pérez Acosta ofrece su "Bibliografía Paraguaya y conexa"


(1528 -1942);

4) El Dr. Amadeo Báez Allende, por su parte, da a conocer su "Bibliografía de la


República del Paraguay" En: "La Tribuna", Asunción, 14 de diciembre de 1943;

5) Por último, entre fines de julio y comienzos de agosto de 1971, uno de los principales
bibliógrafos paraguayos residentes en el exterior, José Antonio Pérez Echeguren, ofreció, a
través de 200 asientos bibliográficos, una "Bibliografía del Dr. Cecilio Báez”.

No hemos de olvidar (porque lo consideraremos más adelante) el esquema bibliográfico


de José Segundo Decoud que comprende una de libros (desde 1638 a 1903), artículos de
revistas y mapas relativos al Paraguay, editado inicialmente por el International Bureau of the
American Republic (Washington, 1902) y distribuido en folleto de 53 páginas dos años más
tarde.

Estimamos que conviene hacer una corta discriminación acerca de algunos de los aportes
mencionados: El "Catálogo de la Biblioteca Nacional” vale, más que nada, como obra de
referencia y a estas alturas del tiempo sólo puede tener mero valor documental. Se trata, en
realidad, de un reservorio de libros destinados a un servicio público, por cuya causa su nómina
es amplia, estrechándose como lo hemos señalado en la de procedencia nacional. Don Arsenio
López Decoud, desde las páginas de "Sobre feminismo" se quejaba, en 1901, de no haber
podido hallar en anaqueles más que una sola obra de la especialidad. Se comprueba que luego

300
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

de tres años aparecen algunas más: "La mujer ante el socialismo” de Augusto Bebel;
"Derechos de la mujer" de Bridel; "Enfermedades de las mujeres" de Tomas Gaillard; "Manual
de las señoritas” de Ana María Poveda y "La esclavitud femenina" de John Stuat Mill.

Esto no quita que no pudieran consultarse obras de Fernán Caballero (seudónimo de


Cecilia Böhl de Faber), de George Sand (la inefable Aurora Dupin) y de la condesa de Pardo
Bazán, esta vez sin seudónimo.

Debe aclararse al respecto que el del feminismo era tema de época, o sea hacia el 900; al
mismo supo referirse el Dr. Báez y reiteradamente el Dr. Pane, cuya tesis universitaria se
denomina, significativamente: "La mujer ante la causa obrera".

También por ese tiempo habían actuado dos feministas extranjeras: la uruguaya (o tenida
como tal) Dora Belén de Sárraga y la conocida como Baronesa de Wilson que en realidad era
española y se llamaba más prosaicamente Emilia Serrano. Es la misma que nos dedicara aquel
romance que terminaba: “Adiós suelo generoso / leal tierra paraguaya / con tu corona de flores
/ y tu mano de esmeralda". Y una feminista criolla: Ramona Ferreira, que llegó a fundar un
periódico novecentista "La voz del siglo".

La bibliografía relativa al Paraguay queda reducida a Audibert, Azara y Benjamín Aceval;


a dos aportes extranjeros: "Antecedentes históricos de los tratados con el Paraguay" del
argentino Santiago Alcorta y otro sin mención de autor, "Paraguay in the war in La Plata";
figuran, asimismo. Victorino Abente, los extranjeros Richard Burton y Bourgad le Dardye,
Bartolomé Bossi, Alexander Braillie, Charlevoix, Cadell, el Coronel Centurión, un documento
oficial sobre la cuestión Canstatt, Du Graty, Brossard, Héctor Decoud, Expilly, Techo, Garay,
Guevara, Godoi, hasta sumar el medio centenar.

En lo atinente a su utilidad histórica, ella puede comprobarse en el cotejo, no siempre


preciso, de las fuentes bibliográficas a que acudieran (de un mismo autor, por ejemplo)
románticos y novecentistas. Alguna vez se podrá establecer cómo Guizot, Quinet, Taíne o
Spencer, leídos o trascritos por Decoud o Godoi, no tienen el mismo significado que cuando
son comentados por Domínguez, Báez o Pane.

Se observa buen acopio de literatura clásica, teoría literaria, alguna literatura romántica
(inexistente la modernista), más un poco de filosofía, entre ella alguna de absorción ambiental:
el krausismo, leído a través de las traducciones de don Francisco Giner de los Ríos, Tiberghien
o González Serrano, y el positivismo, mediante copiosa bibliografía de Spencer, especie de
socio filósofo de moda.

301
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Y también Hugo, Balzac y Zola, entre los aspirantes a la inmortalidad. Una aclaración
importante tanto allí como en la Biblioteca "Solano López" figuraban ejemplares de la Diferencia
entre lo temporal y eterno del P. Nieremberg, ahora misteriosamente evaporados. La lista se
cierra con la copiosa Baronesa de Wilson y su América en fin de siglo, en la p. 87.

Ya hemos expresado que el Catálogo de la Biblioteca "Solano López" tiene una


orientación precisa: los temas están reducidos al Paraguay, tanto en autores nacionales como
extranjeros. Si en p. 22 se nos adelanta el "Almanaque Guaireño", editado por José Pirotta en
1902 poco después aparecerá el primero de los caciques guaraníes Ayuabá, 1583; al que
seguirán, entre otros, José Boraytí, 1665; Boyyusú (sic), cacique guaraní del Guairá; Caarupé,
1628, asesino de misioneros; Candizé, también del Guairá, y su colega Carubá, todos ellos
extraídos de la colección de la "Revista Patriótica del Pasado Argentino", que dirigiera Manuel
Ricardo Trelles y que puede conceptuarse como la más segura fuente de algunas de las
monografías preparadas por Fulgencio R. Moreno.

La enumeración más nutrida, en dicho volumen, es esta: Bolivia-Paraguay, con 38


asientos bibliográficos; Chaco, 63; Guaraní, 84, abarcando desde 1768 a 1899, Guerra del
Paraguay, 348. Indios, 85; Carlos Antonio López, 32; Francisco Solano López, 34; cierra la lista
el Dr. Ramón Zubizarreta con 22.

Este catálogo tiene la particularidad de incorporar artículos de revistas, recortes, mapas y


una amplia colección de folletos, ya que éstos han sido, hasta no hace muchos años, una
indispensable fuente de consulta.

La Bibliografía de José Segundo Decoud está referida a temas generales121 no figurando


con demasiada profusión la correspondiente al Paraguay. El Dr. Báez señaló para la inicial de
1904122 y en la de 1912 se confirma plenamente, la exclusión total de las obras de don
Juansilvano Godoi, tal vez como silenciosa réplica a la acusación que por presunta campaña
"anexionista" le formulara aquél públicamente123 y que motivó una resonante movilización
parlamentaria. No agrega ni innova mucho Decoud a lo ya observado como característica de la

121
Este catalogo fue preparado y editado bajo los auspicios del Dr. Rafael Calzada.
122
Cecilio Báez, Resumen de la historia del Paraguay desde la época de la conquista hasta el año 1880.
Seguido de la historia particular de la instrucción pública desde el gobierno de Domingo Martínez de Irala
hasta nuestros días, Asunción, 1910. p. 224.
123
Juansilvano Godoi, Mi misión en Río de Janeiro y Asunción, 1897

302
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Biblioteca Nacional. Hemos de recordar, eso sí, que dicho catálogo fue editado tres años
después de la muerte del mencionado hombre público (1909).

En cuanto al “Polibiblión” consideramos que es el aporte de época más interesante, pues


inicia una metodología basada en la catalogación temática, lo que no se advierte en los
anteriores, ceñidos a las normas del denominado "catálogo diccionario". y en algunos casos al
simple orden alfabético de autores. Se incluye allí, asimismo, todo lo producido en otros países
y relacionado con el Paraguay. No indica su autor, el Dr. Díaz Pérez (quien debe ser estimado,
con justicia, como nuestro primer bibliógrafo moderno) la procedencia de ese caudal
bibliográfico, sin duda perteneciente a la colección "Godoy", ya que pocos son los títulos que
coinciden con los de la sección Paraguaya de la Biblioteca Nacional según el catálogo a que
hemos aludido.

Por su parte el Dr. Binayán toma como base el comentario crítico de Adolfo P. Carranza, y
se remite a la cita de que la nuestra se trata de “una literatura caracterizada por los escritos en
verso, recopilaciones de artículos y algún ensayo histórico. Tan ilícito es pretender modificar
bruscamente tal estado común, por otra parte, a los orígenes literarios de muchos países como
suponerlo eterno...” La bibliografía comprende 17 asientos y en buena parte se apoya en las
referencias de Báez. Igualmente cita el aporte primero de Decoud (cuya versión originaria es
de 1902) como conteniendo "más o menos" los títulos de 700 libros y folletos, 120 artículos de
revistas y 80 mapas124. Trascribe a su vez la crítica de Báez por la exclusión de Godoi. Señala
también, el Dr. Binayán, que no han sido incorporadas obras de filología americana y las
atinentes al guaraní. Lafone Quevedo, Brinton, Cavalcanti, Ludwig, como tampoco la “Revue de
lingüstique et de filologie comparan", que contiene varios artículos sobre nuestro idioma patrio;
además formula el reproche de haber sido olvidadas las "Leyendas de los indios guaraníes" de
Filiberto de Oliveira Cézar (1892) y las de Oriol Solé Rodríguez.

Esto en lo que respecta a la bibliografía estrictamente considerada; es decir; como


elemento de investigación y compulsa. Toca mencionar al mismo tiempo otras fuentes que,
aunque indirectas, pueden contribuir a un mayor acrecentamiento bibliográfico, siempre dentro
de la línea de los autores nacionales. Una sinopsis podría ser esta: "Guía de la República del
Paraguay", 1896, "Álbum Gráfico de la República del Paraguay", dirigido por Arsenio López
Decoud, 1911 (aunque distribuido en 1912); "La República del Paraguay en su primer
centenario", con edición de Ramón Monte Domecq, 1911; "El Paraguay Moderno", bajo la

303
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

dirección de Cecilio Báez y José Rodríguez Alcalá, 1915; "El Paraguay ilustrado” editado por
Manuel W. Chaves, 1918; Natalicio González y Pablo Max Ynsfrán: "El Paraguay
Contemporáneo", 1929, por no incorporar sino a los que ya son historia.

Un trabajo concebido con mayor amplitud debería abordar más particularizados temas:

a) Bibliografía paraguaya a través de autores extranjeros;

b) Bibliografía paraguaya en las bibliotecas públicas populares y universitarias del Río de


la Plata;

c) Bibliografía paraguaya en obras de referencia y consulta;

d) Bibliografía paraguaya inédita proveniente de catálogos de bibliotecas existentes o


desaparecidas.

No hemos de cerrar estas esquemáticas líneas sin aludir a los sellos editoriales en la
mayoría provenientes de librerías que han contribuido a poner de resalto nuestra actividad
bibliográfica: A. de Uribe, 1896; Biblioteca Paraguaya del Centro de Estudiantes de Derecho,
1918; La Mundial, 1919; Sylvis, 1922; Ariel, 1925, Surucu'á, 1928; Puigbonet, 1933; Guarania,
1942; Tupã, 1945, estas dos últimas desde Buenos Aires, como igualmente a la breve Editorial
de Indias que lanzó desde París (1925-26) Natalicio González.

Ha de evocarse también a sus heroicos iniciadores y propulsores entre los que no deberá
ser ignorado el nombre ilustre del Dr. Blas Garay como de Ramón de Olascoaga, Manuel W.
Chaves, Juan Stefanich, José María Duarte (cuyas glorias con las artes gráficas acaban de ser
justamente celebradas), Moisés S. Bertoni, Orlando Franco, Ortíz Guerrero, Santiago
Puigbonet, Natalicio González y Anselmo Jover Peralta.

Otras editoriales más modernas y con comienzos en el exterior: "Ayacucho" (1947),


"América Sapucai” (1954), entre algunos acrecientan la nómina sin por cierto agotarla, como
tampoco la de aquellas obras de escritores foráneos que contienen bibliografía paraguaya en
varios idiomas. Tal ha sido, a grandes rasgos, la evolución histórica de lo que genéricamente
podría denominarse "Bibliográfica paraguaya".

Su mejor uso por parte de autores modernos demuestra un claro progreso, pero en varios
otros se torna imperiosa la necesidad de su aprendizaje. La bibliografía no significa sólo el
conocimiento de los diferentes sistemas de aplicación sino una tarea de ordenamiento ardua y
difícil, que requiere conocimientos, vocación intelectual y devoción por el libro.

124
Se refiere, por supuesto a José Segundo Decoud, A list of books, magazine articles and maps relating to
Paraguay (Books 1638-1903, Maps 1599-1903) A supplement to the Hand Book of Paraguay, pub. in sept. 1902

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El nombre prócer de don Carlos Antonio López no habrá de ser nunca excluido de este
rito nativo de lenta pero segura práctica, como es el de poner conciencia en el destino (que
todo deseamos alto) de la cultura nacional.

a) Bibliografía general indirecta

Germán Arciniegas, El continente de los siete colores. Historia de la cultura en América Latina.
Buenos Aires 1965
Horacio Jorge Becco, Fuentes para el estudio de la literatura hispano-americana, Buenos Aires,
1968
Guillermo Furlong, Historia y bibliografía de las primeras imprentas rioplatenses, Buenos Aires,
1953; t. I. La imprenta en las Misiones del Paraguay, 1700-1727.
Guillermo Furlong, Historia social y cultural del Río de la Plata, Buenos Aires, 1969, 3 ts.
Pedro Henríquez Ureña, Las corrientes literarias en la América Hispánica, México, 1949.
Julio A. Leguizamón, Bibliografía general de la literatura hispanoamericana, Bs. Aires, 1954.
José Toribio Medina, Historia y bibliografía de la imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la
Plata, Buenos Aires, 1592.
Arturo Torres Rioseco, Nueva historia de la gran literatura iberoamericana, 3ª ed., Bs. As.,
1960.
Leopoldo Zea, El pensamiento latinoamericano, México, 1965, 2 ts.

b) Bibliografía de bibliografías generales

C. K. JONES, A bibliography of Latin American 2nd edition, Washington,

c) Bibliografía general directa

Adolfo P. Carranza (Seud. X.X.X.); "Las letras en el Paraguay" (En:"Revista Nacional', Buenos
Aires, 1890, t. XII, p. 313-359. Cfr.: ENRIQUE D. PARODI, "Revista del Paraguay",
Buenos Aires, 1891, t. I. p. 94-96.
Clagett, Helen: A guide to the Law and Legal Literature of Paraguay, Washington, 1947.
Adolfo Decoud; "Las letras en el Paraguay" (En:"Biblioteca Internacional de Obras Famosas,
Londres-Buenos Aires-Santiago de Chile (1910?), t. XXIV, p. 11.992.
Viriato Díaz Pérez, La literatura del Paraguay (En: Historia Universal de la Literatura, compilada
por Santiago Prampolini, 2ª ed., Buenos Aires, 1957, t. XII, p. 295-296.
Alexander Dalrymple, Catalogue of authors who have written on Río de la Plata, Paraguay and
Chaco, London, 1807.
Arthur Elwood Elliott, Paraguay; its cultural heritage, social conditions and educational
problems, New York, 1931
Guillermo Heisecke, La bibliografía sociológica en el Paraguay, Asunción, 1965

by the International Bureau of the Américan Republics, Washington, 1904. 53 P.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

José Antonio Pérez Echeguren: "Poetas paraguayos en un índice Argentino” (En: “Paraguay en
América" Buenos Aires, Año I, Nos. 5 / 8, setiembre-diciembre de 1969, p. 20 / 22.
José Antonio Pérez Echeguren: "Bibliografía del Dr. Cecilio Báez” (En "La Tribuna", Asunción,
18 y 25 de julio, 1, 8, 15 y 22 de agosto de 1971)
José Antonio Pérez Echeguren: "Una bibliografía paraguaya con omisiones y errores" (Ref.:
Carlos F. S. Fernández Caballero, Aranduká ha Kuatiañee Paraguaí Rempiapocué / The
paraguayan bibliography / A retrospective and enumerative bibliography of printed works
of Paraguayan authors / Paraguay Arandú books. Asunción, Washington D.C., 1970.)
Copia fotográfica p. 1 / 10 proporcionada por el señor Pérez Echeguren al autor de esta
nota)
Marguerite C. Suárez Murias, La novela romántica en Hispanoamérica, New York, 1963.
Maxwell Isaac Raphael and Jeremiah Denis Matthias Ford, A tentative bibliography of
Paraguayan literature, Cambridge, Mass., 1934.
Antonio Zinny, Bibliografía histórica del Paraguay y Misiones. (En: Revista Nacional, Bs. As.
1887-89. v. IV. p. 87-96,179-191, 372-383; v. V. p. 92-96, 168-180, 264-288, 364-384; v.
VI. 373-383; v. VIII. p. 67-94, 185-162, 272-288, 369-383; v. IX. p. 342-383; v. X. p. 67-93.

d) Catálogos

Biblioteca Paraguaya "Catálogo", EMASA Librería “Comuneros”, Asunción, junio 1971. 35 p.


Librería "Comuneros" (Ricardo Rolón): "Catálogo", Asunción, octubre 1971, 23 p.
Primera Muestra del Libro Paraguayo en España, Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica,
Madrid, 1971, 16 p.
Riquezas Bibliográficas del Paraguay, Amigos del Arte, Asunción, 1972, 26 p, (con separata a
color de 3 p.)
(1972)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Primera bibliografía literaria del Chaco Volver al Índice

La guerra del Chaco sirvió a la reivindicación de Buenos Aires y a una nueva toma de
posición histórica –que allí se inicia- respecto al Paraguay. Sabido es que de su puerto había
salido la guerra "incivil" encendida por Venancio Flores, cuya culminación fuera la inmolación
de Paysandú. De allí también partió aquella expedición macabra que ayudara -olvidando los
maternos orígenes guaraníes- a traer sangre, fuego y exterminio a este "sagrado suelo" que
cantó el viejo poeta Guido y Spano.

Los sesenta y dos años transcurridos hasta ese entonces significaban a la vez una
acumulada y amarga experiencia. Además, el paso de las generaciones y la prédica americana
y fraterna de Hipólito Yrigoyen desde el gobierno, fueron creando conciencia.

La orgullosa y europea ciudad vivió la contienda chaqueña como propia y toda ella -como
lo estuviera siempre el interior argentino- se puso del lado del Paraguay, es decir -sin ánimo de
ofensa ni menoscabo- del lado de la bella causa.

En mayoría sus intelectuales, artistas y hombres de pensamiento así lo expresaron en


varios manifiestos, y dos grandes diarios vespertinos "Crítica" y "La Razón", que
monopolizaban la opinión publica, abundaban en informaciones del frente y sus simpatías
hacia esta tierra eran inocultables. Puede decirse que desde aquellos tiempos el corazón de la
mestiza paraguaya Ana Díaz recuperó a su ciudad de Buenos Aires.

No era extraño, pues, que el tema de esa contienda terminara interesando a los escritores
del Plata, aún después de su mismo desarrollo. El nombre del Paraguay, a la vez que
contribuía a acentuar la cariñosa expectativa de aquel pueblo, ayudaba a devolverle su perdido
acento continental. Fue así que María de Villarino, alto y valioso exponente de las letras
argentinas y prestigiosa profesora en La Plata, donde residía, se dispuso a trazar, en un
comentario crítico, el primer esquema bibliográfico con que hoy cuenta la historia literaria del
Chaco125.

Múltiples han debido ser los inconvenientes con que tropezara, no siendo el menor de
ellos, la idea remota, casi brumosa, aunque por momentos romántica, que se tenía del
Paraguay. Las páginas que surgieron de aquella inquietud han servido para señalar su

125 María de Villarino; "La novela de la guerra chaqueña” (En: "Sur”, Buenos Aires, Año VIII, Nº 41, 1938); también de la autora; "Nota sobre
la novela de la guerra chaqueña” (En: "Paraguay en América”, Buenos Aires, Año I, Nº 5 / 8, setiembre-diciembre de 1969, p. 14 / 15).

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

primacía. Poco es lo que pudo recoger, pero ha de verse en ello, por sobre todo, el aporte de
una extraordinaria voluntad, porque si nuestro país quedaba, por esa época, intelectualmente
lejos, habrá que imaginarse a qué distancia se hallaría Bolivia.

Dos escollos no logró salvar María de Villarino y que no por eso deslucen su intento: las
historias de la literatura americana que ignoraban robustamente al Paraguay y los ensayos
provenientes de nuestros escritores, que sólo habían circulado fronteras adentro como muestra
de esfuerzos editoriales apenas compensados126. Innecesario será agregar que en librerías se
repetía el fenómeno.

Esto explica lo magro de la cosecha en lo que a nosotros alude: figuran Arnaldo


Valdovinos y José S. Villarejo, éste con un título distinto del de sus dos libros conocidos, que
tampoco son mencionados, al igual que los del primero127. El interés se centra en torno a la
novela "El infierno verde", de 1935 del costarricense José María Cañas, cuya nacionalidad no
se aclara. También aparece como presumible autor paraguayo Henry Milton, de quien no hay
aquí noticias, ni en las antologías de nuestro continente. Nuestra propia nómina, al finalizar la
guerra era escasa y no llegaba a orillas del Plata.

Enrique Anderson lmbert dice que "Paraguay no produjo, en ese tema, novelas y cuentos
128
de alta calidad estética" , afirmación más cercana a la realidad que la de Arturo Berenguer
Carisomo y Jorge Bogliano cuando afirman que "la guerra del Chaco será un incentivo para los

126 Los aportes del Paraguay, hasta 1937, eran estos por orden de fecha: José Segundo Decoud: "La literatura en el Paraguay" 2ª ed.,
Buenos Aires, 1889; Ignacio A. Pane, El Paraguay intelectual, Santiago de Chile, 1902; Ignacio A. Pane, "La intelectualidad Paraguaya” (En:
Álbum gráfico de la República del Paraguay, dirigido por Arsenio López Decoud, Buenos Aires, 1911); Rodolfo Ritter, "El movimiento intelectual
en el Paraguay" (En: "El Economista Paraguayo", Asunción, Año VIII, Nº 2, 22 de enero de 1916); Natalicio González, "Letras del Paraguay"
(En: "Guarania", 1ª época, Asunción, Nº 7 / 8, julio y agosto de 1920); Solano López y otros ensayos, París. 1926; El Paraguay contemporáneo,
con Pablo Max Ynsfrán, Asunción, 1929; Heriberto Fernández, "La literatura paraguaya contemporánea" (En: L’Amérique Latine", París, 2 de
noviembre de 1924. Cfr. "Juventud' Asunción, Año II, Nº 41, 15 de diciembre de 1924); Justo Pastor Benítez, Aspectos de la literatura
paraguaya, Río de Janeiro, 1935.

127 Bibliografía paraguaya durante la guerra, se incluyen Crónicas y relatos: Rigoberto Fontao Meza, Infierno y gloria, Asunción, 1932;
Leopoldo Ramos Jiménez, Los guerrilleros de la muerte. Semblanza de Plácido Jara, Asunción, 1932; Arnaldo Valdovinos (cambia el nombre
por “Osvaldo”) Bajo las botas de una bestia rubia (Episodios de la guerra en las selvas tropicales del Chaco contadas por un combatiente)
Asunción, 1933; (del mismo autor); Cruces de quebracho, Buenos Aires. 1934; Pastor Benitez, Bajo el signo de Marte. Crónicas de la guerra
del Chaco, Montevideo, 1934; Grosso Sosa, El crimen de los cinco apocalípticos. Concepción, Paraguay, 1934; Jose D. Molas. Polvareda de
bronce, Asunción, 1934; José S. Villarejo. Ocho hombres, Asunción. 1934; (del mismo autor): Ojhóo la Sayoiby (sic), Asunción, 1935; Silvio A.
Macias, La selva, la metralla y la sed, Asunción. s.a.

128 V. Historia de la literatura hispanoamericana, II. Época contemporánea, 5ª ed., México, 1966. t. II, p. 275.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

escritores bolivianos y paraguayos"129. Conviene dejar indicado que el total de obras de época,
en ambos países, apenas si sobrepasa la docena.

Mas, lo que hace ponderable el trabajo de María de Villarino es su tarea interpretativa,


sustentada sin otras fuentes que las de su propia intuición. El historiador literario peruano Luis
Alberto Sánchez había desahuciado la presencia del Paraguay en uno de sus libros
recientes130. Sola estaba la autora de "Tiempo de angustia" en ese emprendimiento; y tal
soledad es la que con los años ha premiado su labor.

Para ella la temática de esta guerra tiende a rescatar al hombre de América en su


contorno, cuya incorporación a la narrativa de la naturaleza iniciara el colombiano José
Eustacio Rivera con "La vorágine" (1924). Ya lo europeo no influye en la medida en que ámbito
y personajes van adentrándose en nuestra geografía, descubriéndola por momentos y
descubriéndose ellos mismos.

Por otra parte la experiencia de este conflicto -denominado "La última guerra en
Sudamérica" por el escritor y periodista misionero-argentino (de ascendencia guaireña) César
L. Sánchez Bonifato- será distinta de aquella que en literatura desgarrada y a veces lúgubre
brindara la mundial de 1914 al 18: Remarque Barbusse, Renn, Leonhard Frank, el propio Emil
Ludwing, sólo pueden recordarnos alguna que otra universal demasía.

En el Chaco se vuelca toda la pasión y el quehacer de un pueblo que ha concurrido a la


defensa de su heredad, sin preguntar quiénes son sus propietarios ni si en sus entrañas el
sórdido color del petróleo ha de ser propicio a su desangre. "Y allí sufrió también el paraguayo
humilde que tenía los pies endurecidos como la tierra, de andar por ella descalzo". Si: ese
paraguayo humilde, que a la hora de la victoria se volvió a su casa o a su valle sin pasarle a la
Patria las cuentas de su heroísmo. Hasta hoy.

"A través de la novela chaqueña -prosigue María de Villarino- o ya en relatos, en


estampas biográficas o en diarios autobiográficos, vamos penetrando un aspecto de la guerra
que apenas conocíamos los que éramos espectadores desde lejos". Porque la historia -que
siempre requiere perspectiva- no podía ofrecer el testimonio crudo y veraz de la guerra, la
tragedia de la selva, el reiterado asedio de las barricadas. Ella -dice la autora- "nos dará el
documento de la contienda, su interpretación histórica, no el documento del sufrimiento del
hombre que participó, hizo la guerra como lo hace la novela en este caso, donde la invención
se basa en realidades vividas, en pequeñas constancias de ese gran sufrimiento, del miedo,

129
v. Medio siglo de literatura americana, Madrid, 1952, p. 214.
130
v. Medio siglo de literatura americana, Santiago de Chile, 1ª ed., 1936; 2ª ed., 1937

309
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

del horror a la muerte, de sólo la conciencia del presente destruido".

Algo alcanza a vislumbrar del drama. Lo ha advertido en las páginas que le fuera posible
leer, si no muchas, por lo menos atentamente gustadas. Su conclusión de la novelística de los
dos países sirve para desentrañar dos sicologías distintas, dos actitudes no sólo ante la vida, sí
ante el propio destino nacional. "La novela boliviana, en general, es acusadora", afirma María
de Villarino; una acusación que se resuelve a señalar a los verdaderos culpables de esta
desgracia, que no están enfrente sino en lo interno. En cambio "la paraguaya no juzga; se
duele de todos los hombres que desangra la tragedia". No juzga porque está el país en guerra,
porque ésta es la causa de todos y ganarla es el objetivo primordial y "se duele de todos los
hombres" porque nuestro pueblo es el que ha calado más hondo la experiencia del dolor en
carne viva a través de las madres de la Residenta y de los héroes de Cerro Corá. No ha estado
solo en el combate. Es el legatario de una idea de justicia que viene de su más lejana historia.
El redivivo Don Quijote que cantaron los hermosos versos de Juan E. O’Leary en 1916.

Se cumplen ya treinta y siete años desde la cesación del fuego y poco menos de la firma
del protocolo de paz. El ensayo de María de Villarino, que ella califica modestamente de "notas"
es casi contemporáneo de aquellos acontecimientos, escrito bajo su resplandor. El mérito que
ostenta, además de la calidad literaria de su autora, es el que hemos señalado: haber abierto
picada en esa jungla de la ignorancia hacia el Paraguay, como lo hicieron nuestros soldados en
inhóspito escenario para defender el cuerpo y el alma de la Patria, sin pedirle otra recompensa
que la de que ella siguiera existiendo.

Final: El autor de este recuento fue alumno de María de Villarino en el Colegio Nacional
de la Universidad de la Plata hace ya treinta y ocho años. Desde entonces, discipulado literario
y amistad afectuosa lo han unido, con admiración inalterable, a la gran escritora argentina.

(1972)

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Raúl Amaral (Veinticinco de Mayo, R.A. 5-XII-1918 – Asunción 3-XII-2006)

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Apuntes biográficos

Investigador, ensayista, poeta y maestro, Don Raúl Amaral fue el escritor paraguayo que
armonizó perfectamente su talento poético con la tarea del investigador veraz y riguroso.
Asumió esta responsabilidad con rigor científico y ética profesional inclaudicables.

Nace trillizo y sietemesino en Veinticinco de Mayo,


provincia de Buenos Aires el 5 de diciembre de 1918.
Empujado por los avatares políticos llega a nuestro país, el
7 de octubre de 1952. Sin embargo, este escritor y
periodista argentino, será paraguayo por adopción, mucho
antes de que la Corte Suprema de Justicia con el voto
unánime de todos sus miembros, le concediera la
ciudadanía paraguaya, el 16 de julio de 1993. Es éste un
acto de justicia a su perseverante trabajo intelectual,
aporte valioso a la historia, la cultura y la educación
paraguaya.

En su ciudad natal hace sus estudios primarios.


Luego, en La Plata, completa su carrera de maestro y profesor de Letras de nivel secundario y
universitario. Ejerce con verdadera satisfacción la docencia en zonas rurales bonaerenses y
actúa en el periodismo platense antes de abandonar definitivamente su país.

En el Paraguay, su auténtica vocación de maestro le lleva a dictar cursos en escuelas


normales y otras instituciones de Asunción, Encarnación, Eusebio Ayala y Coronel Oviedo.
Igualmente, es profesor (por varios años) en colegios secundarios y universitarios de nuestra
ciudad capital. Como bibliotecario profesional, desempeña los cargos de asesor bibliográfico de
editoriales, funcionario técnico y jefe de la Biblioteca Nacional, director general de Archivos,
Bibliotecas y Museos de la Nación, jefe de seminario de la Universidad Nacional, y encargado
de cátedra de la Universidad Católica.

En 1989, da curso teórico y práctico de literatura paraguaya a nivel docente,


especialmente para profesores de las ciudades del interior del país y desde entonces fue
asesor del Centro de Estudios de Lengua y Literatura Castellana (CELELIC). Entre sus
numerosos proyectos tiene uno de "Cultura itinerante" con miras a extender la cultura literaria
más allá de la capital del país.

311
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Dictó numerosas conferencias y seminarios sobre diversos temas por él investigados. De


la misma manera escribió artículos periodísticos y ensayos en revistas, periódicos,
suplementos culturales de nivel nacional e internacional.

Se dedicó durante décadas a profundizar el estudio del Novecentismo y Romanticismo en


el Paraguay.

Declarado admirador del dos veces presidente argentino Hipólito Yrigoyen y discípulo de
Gabriel Del Mazó (1898-1969) y Leandro Alem (1842-1896), localmente adhiere al
pensamiento político de Eligio Ayala (1878-1930) y Juan León Mallorquín (1882-1947).

Sin embargo, por el énfasis que ha puesto en la defensa de la causa nacional, es


considerado discípulo del escritor paraguayo don Juan Emilio O'Leary y continuador de su
obra.

Publica sus libros "El Modernismo poético en el Paraguay" (1982) y "El Romanticismo
paraguayo" (1985), y este último obtiene en 1985 el Premio Nacional de Literatura "La
República" siendo editada, en una segunda versión corregida y aumentada, en 1995, con el
título de "La literatura romántica en el Paraguay". Ambos son el resultado de una minuciosa
investigación documentada y constituyen importantes contribuciones para la literatura del país.

Publica sus poemarios "La sien sobre Areguá" (1983) y "El león y la estrella" (1986).
El primero, inspirado en los recuerdos y afectos entrañables hacia Areguá y su gente sencilla.
Otras publicaciones del autor son: "Breviario aregüeño de Gabriel Casaccia", crítica literaria
(1993); "Escritos Paraguayos" (1994 / 2003), la última edición en dos tomos; "Los
presidentes del Paraguay: crónica política" (1994); "Antecedentes del nacionalismo
paraguayo" y "El grito de Piribebuy" (1995); Es coordinador de la “monumental obra” –como
la calificara José Vicente Peiró– “Poesía del Paraguay” (2001). En el 2006 publica El
novecentismo paraguayo.

A la desaparición del autor, quedan inéditas “Antología del novecentismo paraguayo”,


"La filosofía paraguaya", “La línea y el rostro” y otras varias obras. Dejó un tesoro
documental en monografías, correspondencias literarias con Viriato Díaz Pérez, 50.000 fichas
bibliográficas, etc.

Casado, una hija, tres nietos y numerosos sobrinos y ahijados y amigos, fue don Raúl
Amaral, el investigador, el poeta, el ensayista que estuvo siempre al servicio de la vocación
esencial de ser un maestro.

312
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

El adiós a Raúl Amaral Volver al Índice

Luis María Martínez

El pasado domingo falleció en Asunción el historiador de nuestras letras, Raúl


Amaral. Con su trabajo paciente, ordenado, riguroso, consiguió que hoy fuesen
conocidos y admirados muchos de los intelectuales que han permanecido ocultos,
olvidados, marginados, mal comprendidos, generalmente por razones políticas.

En sus exequias se han pronunciado sentidas palabras de agradecimiento por su


prolongada labor –extendida hasta el instante final de su vida– centrada en el rescate de los
auténticos valores literarios y artísticos reunidos en lo que se dio en llamar la generación del
900. Por el juicio crítico de Amaral pasaron los principales movimientos literarios del país, en
los que halló nuevas aristas que los iluminan. Con su muerte, el país pierde a un gran hombre,
a un gran intelectual.

Podemos afirmar con muchísima razón que don Raúl Amaral, insigne polígrafo e
investigador cultural, parte hacia el recuerdo o hacia la posteridad tras el deber cumplido. Lo
expreso en representación de la Sociedad de Escritores del Paraguay.
Fue el más serio y encumbrado investigador de la generación del 900. Aquella que trató de
reanimar con hálitos de vida a la patria caída en 1870 en la más horrenda postración.
Generación que reivindicó a héroes y combatientes de la Gran Guerra de la resistencia patria.

Desde “la noche antes”, sus componentes, se sabe, se erigieron en resucitadores-guías


de la nación caída como en un despeñadero. Fueron precursores del patriotismo de verdad y
primeros representantes de la intelectualidad virtuosa, romántica y racional en los caminos del
porvenir, cuya tarea nunca ha de acabar.

Se dijo de don Raúl Amaral que fue escritor paraguayo nacido en la Argentina. Y es
verdad. Llegó prácticamente en la década del 50 (siglo XX ) cual peregrino, sólo con su morral
de ensueños. A poco agitó y desempolvó viejos impresos que a nadie había llamado la
atención. Se hizo investigador y se avino al papel de archivero mayor de la República. Insufló
vida nuevamente a hojas muertas o carcomidas por la acción del tiempo con la enjundia de su
interés. Fue así amanuense de la historia desatendida y exánime del país. Poco hace que
ganapanes minúsculos de la política anacrónica y funeraria de nuestros días, parceláronle
suma insignificante a sus reales merecimientos. ¡Qué inaudito! ¡Qué lamentable acción de

313
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

quienes decidieron ser nadie en los avatares de la nación! Victorioso representante de la


intelectualidad laboriosa, el Maestro don Raúl Amaral deja imborrables huellas en los campos
inevitablemente contradictorios de la cultura.

Le corresponde con toda justicia la máxima condecoración de la república heroica, aquella


fecundada en el último bastión de Amambay, en Cerro Corá, por quienes habían llegado casi
desnudos y sólo con el coraje, y que lo dice todo: “Venció penurias y fatigas”.

Por lo demás, ya reposa en paz y en la gloria nacional, este gran hombre nacional, que
supo erigirse su propio pedestal.

HASTA SIEMPRE RAÚL AMARAL

PEN Club

Fue amigo de nuestro país hasta las últimas consecuencias porque dio todo de su enorme
talento, de su afán de investigador, de su periodismo bien cultivado, y de su vasta literatura al
Paraguay. Si bien nació en Argentina, en la provincia llamada 25 de Mayo, se hizo hombre de
letras, literato, investigador, erudito, y figura pública en nuestro país. En los últimos días de su
larga enfermedad, que lo tuvo postrado en el lecho por más de dos años, todavía escribía y
publicaba libros. Me consta que, a pesar de su condición de enfermo, gozaba de una fuerza de
voluntad ponderable. Cuando fuimos, hace muy poco tiempo, William Báecker, Luis María
Martínez, Efraín Enríquez Gamón, Emi Kasamatsu y yo, a entregarle su pergamino de socio
honorario del PEN Club, nos encontramos con un Raúl Amaral amigable, sonriente, de larga,
entusiasta y brillante charla. Creo que él fue una de esas rarezas intelectuales que para fortuna
de los novecentistas (a quienes estudió metodológicamente, haciéndolos conocer en toda su
vastedad) echó raíces en nuestra patria.

Era un hombre infinito, y a la vez, tan humano. Lo recordaremos siempre a través de sus
obras: La sien sobre Areguá, Escritos Paraguayos, El romanticismo paraguayo, Breviario
aregüeño de Gabriel Casaccia, El Modernismo Poético en el Paraguay.

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

SE FUE AMARAL
Victorio V. Suárez.
3 diciembre de 2006

Se apagó la sabiduría milenaria


montó la aurora y desató trenes
con esencia de lapachos
para llegar a Dios.

El día se esfumó en sus pulmones


sonrió con mucha añoranza
y tejió con su luenga barba
la nostalgia que nos quemará
perpetuamente.

Siempre será un pájaro


encendido en la distancia
de su mudez florecerán algodonales
tibios
y los arreboles del viento
nos recordarán que fue durante su vida
la carne de Aldebarán movida a tropel
de misterios y fulgurantes estaciones.

Se fue con el aroma de los cocoteros


en flor que adornan este diciembre.

Cruzó el límite
llevó consigo la sinfonía del Bardo Thodol
y el enjambre de luz que traspasa los muros
para colgar su vestidura en la plenitud
de las sombras que indefectiblemente llega.

315
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Se fue, entero,
con su perfil maduro
y su piel de silencio
que nos enmudeció a todos.

EL ALIENTO A LA CRÍTICA Y EL ELOGIO

Beatriz Bosio

Decimos un postrer adiós a un querido amigo, erudito profesor y prolífico autor. Sus
trabajos cubrieron casi toda la gama de las Ciencias Sociales y nosotros recordamos con
particular aprecio su contribución al pensamiento paraguayo y latinoamericano.

El Centro Unesco Asunción siempre contó con el profesor Amaral como un entusiasta
colaborador desde su misma fundación. Fue también el profesor Amaral miembro y asiduo
colaborador del movimiento multidisciplinario que congrega a las universidades de la Región
bajo la denominación del Corredor de las ideas del Conosur. Su colaboración crítica dio
inmensos frutos y su nombre está indeleblemente ligado al de su Paraguay adoptivo como un
catedrático de renombre y un polígrafo de fuste.

Nos cupo con don Raúl Amaral compartir el Consejo Asesor de Cultura del MEC por
varios años. Bajo su magisterio, hemos desplegado una fecunda labor y hemos dejado valiosos
documentos de reflexión en los que plasmamos nuestra angustia por la debilidad institucional
en el campo de la cultura, la ausencia de sólidas políticas culturales asociadas a políticas
económicas y sociales, tan necesarias, y, al mismo tiempo, la preocupación por la banalización
y, en algunos casos, politización de la cultura; siempre en la convicción de que la Salud, la
Educación y la Cultura no pueden ser mercancías.

Gracias, don Raúl, querido maestro, por la guía, el aliento, la crítica y el elogio.

316
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

Don Raúl Amaral nos ha dejado

Pedro Gamarra Doldán

Con él se cierra toda una etapa de investigación de las letras paraguayas.

Alguien dijo que era un escritor paraguayo que venía de la Argentina.

Llegó en 1952, a Encarnación, y pocos que lo conocieron en esos años hubieran


imaginado lo que esta persona iba significar ética y estéticamente en nuestra cultura.

Si bien fue, por algún tiempo, Director de Archivos, Bibliotecas y Museos de esta
república, o por unos años Agregado Cultural de la Embajada Argentina, la obra de don Raúl,
se volcó en la prensa, la monografía, las conferencias, los libros, preferentemente.

Valorizó el novecentismo paraguayo, dándole un nombre y un sentido. Reubicó el


romanticismo en el Paraguay, con una selección muy buena que lo refleja en sus pensamientos
y sus escritos.

Fue polémico y polemista. Era un analista riguroso. Muy severo con lo que discutía. No
admitía sobornos, ni elogios.

Era un investigador nato que iba a las fuentes. Muy poco de la obra de don Raúl es
trascripción de opinión de terceros. Él llegaba al material inédito o a la interpretación eficiente,
como un orador perseverante en su objetivo.

Sus investigaciones, sus datos, su banco de información, eran generosamente facilitados


a quienes no tenían el mérito de búsqueda, o el tiempo para ello.

No transigió con gobiernos, ni personas de fuerza, de este continente. Era un anarquista


humanista, que amaba la verdad de un tiempo seducido por la mentira.

Deja una esposa que le acompaña desde hace 33 años, en los avatares de la vida del
intelectual paraguayo. Deja una hija y varios nietos, paraguayos, estos últimos.

Deja una obra vasta, rica y redifinidora de nuestra cultura. Deja mucho material inédito,
que sus herederos y amigos verán no quede en el olvido.

(Algunas despedidas pronunciadas en Parque Serenidad – Lambaré – el 4-XII-2006)

***

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Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

AUTOEPITAFIO
raúl amaral

(Veinticinco de Mayo – R. A., 5-XII-1918 – Asunción, 3-XII-2006)

teólogo anarquista1
y agnóstico existencial2
vivió en Babia o en la Luna3
cual gorrión sentimental4
lo que brilla5
ciudadano paraguayo6
de su raíz ancestral7
invicto veinticinqueño8
transformó en aregueño9
que dijo ser de Isla Valle10
llamado mbopí tuyá11
republicano sin fin12
fue admirador de Yrigoyen13
boina blanca14
discípulo de Del Mazo15
Leandro Alem16
viejo muchacho de FORJA17
fanático del Decano18
Cerro, dijo19
Imbatible pincharrata20
quien soñó, rozando el mito21
raro, distante y distinto22
ascendió al Cielo Animal23
perrito Pinto24
trillizo sietemesino25
Aldea Global26
Aquí está don amaral
viejo, cansado, sin bríos:
llegó con las manos limpias
y los bolsillos vacíos.27

318
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

1
Lo de “teólogo” se refiere a su no consumado connubio con las Iglesias, a pesar de tener en
su familia un abuelo seminarista, una tía abuela monja, muerta (presumiblemente) en “olor
de santidad” y un primo hermano cura. “Teólogo anarquista” por aproximación administrativa
hacia la vida y obra del gran escritor católico francés León Bloy (1846-1917) sobre quien
tiene un ensayo inédito denominado: “El anarquista del espíritu santo”
2
“agnóstico existencial” significa una toma de posición filosófica, esto sin negar sus
aproximaciones ético-educacionales al Krausismo español, en particular al pensamiento de
Don Francisco Giner de los Ríos (1839-1915)
3
“vivió en Babia o en la Luna”, lugares donde se ejercita la impracticidad vital.
4
“cual gorrión sentimental” referencia a un verso del repertorio de Gardel, originariamente
francés (Gardés)
5
“lo que brilla”. Lo optimo, lo máximo, entre el Paraguay y la República Oriental del Uruguay,
patria ésta de su mucha admiración. El tatarabueno materno del autor, Don José Julián
Arriola (o simplemente Julián Arriola) fue uno de los más generosos donantes a la Cruzada
de los Treinta y Tres Orientales, habiendo nacido en la provincia argentina de Santa Fe.
Oriental era también su padrino de bautismo, el Dr. Miguel Angel Mercader, exiliado de su
patria por la dictadura de Máximo Santos. Se refugió en la Argentina, donde formó una
ilustre familia de radicales. Su padrino de bautismo era oriental.
6
“ciudadano paraguayo”. El 16 de julio de 1993 la Corte Suprema de Justicia, por voto unánime
de sus miembros le otorgó la ciudadanía paraguaya tras 41 años de residencia continuada
en el país.
7
“de su raíz ancestral”. Su primer ascendiente materno llegó al Río de la Plata en 1538. Sus
antepasados paternos residieron en el Paraguay a partir de 1758.
8
“invicto veinticinqueño”. Habitante originario de la comarca de Veinticinco de Mayo, provincia
de Buenos Aires, de cuya fundación, el 8 de noviembre de 1836, participó la familia de su
madre. Su bisabuela materna fue la primera maestra y directora de escuela de ese lugar.
9
“transformó en aregüeño”. En dos poemas, aún inéditos: “Transfiguración” Areguá es la
representación subtropical de la llanura bonaerense y Veinticinco de Mayo el Areguá de esa
región.
10
“que dijo ser de Isla Valle”. El autor fijó residencia en la “compañía” de Isla Valle, a partir del
6 de mayo de 1954, consustanciándose con su ámbito y sus gentes. La denominación
correspondería a “cuartel” o “distrito” en la provincia de Buenos Aires. El equivalente de Isla
Valle sería “Martín Berraondo”, identificado por la estación ferroviaria de su nombre. Desde

319
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

hace más de treinta años el autor fecha todos sus escritos en Isla Valle de Areguá, aunque
ya no resida allí.
11
“llamado mbopí tuyá”, denominación que en guaraní significa “murciélago viejo”, dada su
condición noctámbula. El marcante o apodo pertenece a Doña Myriam de Amaral en
relación con los prolongados insomnios ambulatorios de su marido.
12
“republicano sin fin”. Pertenece a una definición doctrinaria, sin aditamentos partidarios, que
comprende a los mencionados próceres del pensamiento político paraguayo: Eligio Ayala
(1878-1930) y Juan León Mallorquín (1882-1947).
13
“fue admirador de Yrigoyen”. Mención del por dos veces presidente de la nación argentina
(1852-1933), derrocado por el atraco fascista-militar del 6 de setiembre de 1930. A su
tendencia doctrinaria se le donominó: la causa nacional.
14
“boina blanca”, símbolo popular que identifica a los radicales argentinos, en particular a los
jóvenes.
15
“discípulo del Mazo”. Mención del ingeniero Gabriel del Mazo (1898-1969), maestro del autor,
uno de los líderes reformistas de la Federación Universitaria Argentina (1918), dirigente
fundacional de FORJA (primera versiónL 1935-1940), y el que rescató en 1935 “el
pensamiento escrito de Yrigoyen”
16
“Leandro Alem”, (1842-1896). Referencia al fundador y primer doctrinario de la Unión Cívica
Radical (1891). En realidad el apellido es de origen gallego y se escribe: Alén. Se ignoran
los motivos por los cuales agregó una n al finalizar el apellido.
17
“viejo muchacho de FORJA”. Agrupación política (Fuerza de Orientación Radical Joven
Argentina) fundada el 29 de junio de 1935 para rescatar el ideario del radicalismo histórico
liderado por el Dr. Yrigoyen. El autor ingresó en julio de 1940, manteniendo siempre sus
orígenes radicales. Al advenimiento del protoperonismo varios forjistas adhirieron a ese
sector. Pero JORJA nunca fue oficialmente “peronista”, puesto que se autodisolvió el 12 de
noviembre de 1945, dejando a sus afiliados en libertad para adoptar el rumbo que quisieran
ante la nueva situación. Por eso el autor “no pasó a otra alforja y fue siempre radical”, como
que lo era desde el 25 de noviembre de 1938 por su afiliación concretada en el Comité de la
sección 2ª de La Plata y confirmada (enero de 1939) en el Comité Local de Veinticinco de
Mayo.
18
“fanático del decano”. Se llama así al Club Olimpia de Asunción fundado en 1902 por el
ciudadano neerlandés Don William Prats.
19
“Cerro, dijo”. Se trata del rival futbolístico a partir de 1912. Esta rivalidad es equivalente a la
de Boca-River en la Argentina o a la de Nacional-Peñaron en el Uruguay.

320
Raúl Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 – Introducción a la
cultura nacional.

20
“Imbatible pincharrata”. Denominación locay y folklórica de los partidarios de Estudiantes de
la Plata, fundado en 1915 en la ciudad del mismo nombre. El autor es “hincha” o fanático
desde 1928, es decir, cuando tenía apenas 10 años de edad.
21
“quien soñó, rozando el mito”. Alusión a Eduardito, su único nieto varón nacido el 29 de junio
de 1986 y al sueño de que, tiempo mediante, logre ser presidente de la República del
Paraguay en democracia y en libertad.
22
“raro, distante y distinto”. Así suele tenérselo por lo común, no siendo “aristocrático” ni
“populista”.
23
“ascendió al Cielo Animal”. El autor cree que los animales, especialmente los domésticos,
tienen un cielo aparte, sin pasos previos por el Purgatorio ni finales por el Infierno.
24
“perrito Pinto”. Es el nombre de mi traductor, confidente y secretario... en cuatro patas,
privilegio éste que, según el autor, uno ha logrado alcanzar. También responde al apodo de
“Pintito” (+19.XII.01, a los 16 y medio años de edad). (Ver: “Los pasos finales” en La sien
sobre Aregua, 3ª. ed., su poema: “El viejo y su perro”)
25
“trillizo sietemesino”. Juntamente con sus hermanos Samuel y Daniel nació el 5 de diciembre
de 1918. Sus padres se habían casado el 19 de abril del mismo año.
26
“Aldea Global”. El autor moteja de “siniestra y apocalíptica” para la especie viviente. La
predicción de Marshall McLuhan, a quien califica, en guaraní, de “tarová tuyá”, o sea “loco
viejo”
27
Falleció en Asunción el domingo 3 de diciembre de 2006 a dos días de cumplir los 88 años.

321

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