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www.bvp.org.py ÍNDICE
JUSTO PRIETO
PARAGUAY,
LA PROVINCIA GIGANTE
DE LAS INDIAS
Archivo
del Liberalismo
Asunción – Paraguay
1988
Consejeros
Proyecto conjunto
Coordinadores
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
Biblioteca Virtual del Paraguay Justo Prieto
LAS INDIAS
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
Biblioteca Virtual del Paraguay Justo Prieto
LAS INDIAS
Se han trazado en gris los límites del Paraguay actual, cuyo aspecto aparece un tanto
deformado al seguir los trazos del mapa de Allard, que, como todos los de la época, da al
Continente una configuración defectuosa. (Colección del Pozo Cano). Las disminuciones
territoriales operadas en el curso de los gobiernos de Hernandarias, Rodríguez de Francia,
Carlos Antonio López y Francisco Solano López, llegan a su máximo en 1900. La mitad del
Chaco, virtualmente perdida entonces, fue recuperada por Eusebio Ayala, el Presidente de la
Victoria, en la guerra de 1932-35.
INTRODUCCION
Un país es una entidad que puede estudiarse como naturaleza y como historia. Ninguno
de estos dos elementos pueden darnos por separado su interpretación unitaria. Su vida es una
resultante del suelo y del subsuelo, de sus bosques y de sus campos, de su cielo, de sus
vientos y de sus aguas, de las razas que lo habitan, de las luchas que se desarrollan dentro de
sus fronteras, de sus hombres representativos y de sus muchedumbres. Parafraseando a
Ihering, en cierta manera, su naturaleza es la determinación anticipada de sus destinos, y
éstos, su naturaleza en acción.
Los destinos de un país nacen y toman cuerpo dentro de sus fronteras, como los del
individuo en su fisiología y en su mentalidad. La nación es susceptible de una biografía
animada por el relato de los acontecimientos, de las luchas y de la pugna por la elevación del
espíritu y la realización de la libertad. Ludwig ha comparado al Nilo con una vida humana,
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desde que nace hasta que echa sus aguas en el mar. Una nación, aunque carece de la
posibilidad de desplazarse, es también una fuerza viviente, una expresión dinámica que al
enlazarse con otras por sobre sus fronteras, contribuye a formar la síntesis que se conoce
como humanidad.
El Paraguay tuvo que defender su vida desde los primeros momentos de su existencia.
La Corona de España lo amamantó con amor mientras lo creyó l'homme à la cervelle d´or, de
la leyenda de Alfonso Daudet. Cuando se convenció de que allí no había más que bosques
inmensos y nada de piedras preciosas, lo consideró una mera ruta; luego, como a un niño
expósito, lo abandonó a merced de los conquistadores y de los discípulos de San Ignacio de
Loyola. Hernandarias le asestó el primer golpe cuando ya estaba atado de pies y manos por el
régimen feudal que lo exprimía. El doctor Francia lo secuestró después, y tras la inyección que
Carlos Antonio López dio al cuerpo exánime, Francisco Solano López lo lanzó a la palestra
donde hubo de medir sus fuerzas aún no recuperadas en un torneo desigual. Y sin embargo,
durante esa vida azarosa y accidentada, desde Asunción, ciudad fundada a igual distancia de
los dos océanos y del Amazonas y del Río de la Plata, el Paraguay generó ciudades y
doctrinas universales elaboradas en el intervalo que dejaban las luchas cruentas, y se hizo
símbolo: el de la fecundidad y el desinterés, el del predominio del espíritu sobre la fuerza y el
del ideal de libertad, que en ese pequeño escenario, miniatura del universo entero, dio sus
mártires y sus héroes, gracias a esos adalides, que cual predestinados a una misión, realizan
las etapas de la vida colectiva.
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A través del papel desempeñado por estos enviados del destino, que nunca se sintieron
hombres providenciales, y de los hechos aparentemente contradictorios –ensayos de
feudalismo, de comunismo, de democracia y de fascismo– puede encontrarse la lógica que
preside el desenvolvimiento paraguayo hasta llegar a las puertas de su madurez.
Este doble imperativo es avizorado por los hombres de pensamiento e intuido por las
muchedumbres, aunque hasta ahora no se hayan clarificado las aspiraciones ni se haya
logrado trazar la senda que ha de conducir directamente a la Nación hacia el ideal. En estos
momentos el Paraguay está como detenido en una ruta obstruida por una congestión del
tránsito. Idearios, propósitos y programas se cruzan, chocan y forcejean por llegar a la misma
meta. Ellos derivan de todos los grupos –liberales y estatistas, conservadores y
revolucionarios–, los cuales al no encontrar la fórmula de cooperación, se obstinan en tomar la
delantera sin otro resultado que aumentar la confusión en medio de la estéril algarabía. La
nación no podrá salvar el atolladero de las ideas indefinidas si los grupos persisten en
interceptarse el paso empeñados en una batalla de eliminación. .
Para salir de él se necesita algo más que conductores; se requieren certeros intérpretes
de la voluntad general. Los aspirantes a führers, duces o caudillos, que se autoeligen con o sin
plebiscitos, carecen de aptitud para ello. La "nueva" democracia que ellos proclaman no se
funda rompiendo el equilibrio de los poderes y con establecer el «Dominatus» que sustituye a
la voluntad popular por el despotismo de la voluntad-ley.
La democracia debe definirse como la influencia en la cosa pública del "hombre común",
de Henry Wallace, como sujeto y fin de toda organización político-social, Toda acción política
es, no para los partidos, gremios o clases –que todos ellos tienen su función propia en el
organismo social–, sino para el "hombre común» que no es el hombre mediocre ni el
energúmeno que proclama ruidosamente sus derechos y olvida intencionalmente sus deberes.
Es el ciudadano consciente, materia prima de la nación que, rico o pobre, sabio o ignorante,
tiene una clara conciencia del privilegio de ser un hombre capaz de ser libre, de ser depositario
de la soberanía espiritual y de conocer el bien y el mal, como un título habilitante para ser
dirigente o dirigido, para ser rector u obrero, en el engranaje de la vida social.
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La descripción del proceso vital y de sus resultados requiere la determinación de los ciclos
históricos del Paraguay con indicación de su estructura, función y destino peculiares, alrededor
de un eje económico-jurídico en el período colonial y jurídico-político en la etapa nacional.
1) Lucha entre indígenas e invasores por la posesión del territorio, que termina gracias a
la disipación de la quimera del oro. Nace la política, pero el «Estado" –dado que fuera tal en
aquella época– carece de contenido y de formas precisas (1516-1540).
2) Era de la lucha del pueblo por la definición territorial, en la que se proclaman los
Derechos del hombre y del ciudadano y los principios democráticos, y se sustituye !a
voluntad-ley por la soberanía popular. (1864-1935).
***
Cada país americano tiene su sociología y sus modalidades propias que determinan el
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criterio predominante para su interpretación. Las condiciones históricas del Paraguay son
excepcionales en América, sin que ello signifique que el país sea algo misterioso, como podría
inferirse de relatos de turistas o viajeros antiguos o contemporáneos. Debe, sí, destacarse que
el juicio sobre él escapa a los criterios aplicados invariablemente a los demás países
americanos.
Para definir la personalidad histórica del Paraguay, y su sino al mismo tiempo glorioso y
desventurado, parece haber escrito Víctor Hugo la siguiente estrofa de La leyenda de los
siglos:
En efecto, el Paraguay fue cuna de las primeras luchas por la implantación de la libertad
y de la autonomía gubernativa en el continente. Esas luchas fueron cruentas y sin armisticios,
y le permitieran elaborar una expresión intelectual o artística, económica o religiosa, peculiar
y sobresaliente. El arte fue una mera artesanía, obra material indígena –no espiritual sino
simplemente manual– carente de fisonomía propia y genuina como, por el contrario, lo fue en
México, Perú o Guatemala. La cultura moral o jurídica, sin base universitaria y sin una clase
intelectual ahogada en germen por sucesivos y diversos despotismos, es esencialmente
europea, traslado de una cultura foránea preexistente, cuya aparente originalidad, si así
puede hablarse, consiste apenas en tenues modificaciones explicables sociológicamente,
como un fenómeno de refracción producido al amparo del tiempo y del desplazamiento.
Por ello la vida paraguaya reclama una interpretación esencialmente política, factor
más preponderante en nuestro medio, que el artístico, el religioso o el económico.
Creemos que sobre tales fundamentos, sin pasiones localistas y sin egoísmos patrióticos
puede intentarse la descripción del Paraguay como naturaleza y como historia. Sólo así será
posible llegar a la interpretación científica y reflexiva de ese país cuya personalidad determinó y
determina influencias dentro de los límites trazados por su lengua autóctona y por su amplio
liberalismo, más que por las fronteras dibujadas por sus ríos y montañas.
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CUNA
CAPÍTULO PRIMERO
HÁBITAT
EL RASGO GEOGRÁFICO
Si pudiéramos contemplar desde las alturas a la América del Sud, distinguiríamos en ella
tres rasgos diferenciales que la presentan dividida en otras tantas regiones. La primera abarca,
desde las orillas del Caribe hacia el sud, toda la región ecuatorial regada por los sistemas
fluviales del Amazonas y del Orinoco; es la parte septentrional. La segunda comprende la zona
limitada por el Pacífico en toda la extensión costera, incluyendo la cordillera de los Andes; es la
parte occidental, de aspecto peculiar al igual que la anterior. La tercera comprende el resto: la
parte sud del Brasil, el Paraguay, la Argentina y el Oriente boliviano; es el sistema hidrográfico
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de los ríos Paraguay y Paraná, que comprende desde el Jaurú, el Guaporé y el Momoré, hasta
algunas vertientes de la Pampa y de la Patagonia.
En la tercera zona está el Paraguay, arrinconado en sus confines posteriores que lo unen
a Bolivia. Ambos países, uno al perder su litoral atlántico y el otro al perderlo en el Pacífico,
forman un solo trozo geográfico, un plano inclinado que comienza en las cumbres andinas y
baja en busca de las aguas saladas.
El Paraguay llega a ellas por el cauce de sus dos grandes ríos que juntan sus aguas en el
límite argentino.
RESEÑA GEOLÓGICA
En la región occidental la superficie es aún más llana. Un plano suavemente inclinado que
comienza en Bahía Negra a 89 metros 10 centímetros sobre el nivel del mar y termina en el
Pilcomayo a 59.45. Las primeras estribaciones de los Andes, al oeste, no son más que un telón
de fondo que rompe la monotonía de la maraña que crece en un suelo cuyo tránsito continuado
convierte en un lecho de arena. La estructura geológica del Chaco, prolongación de la
formación pampeana, es uniforme; el mar que lo cubriera en otros tiempos dejó, en toda su
extensión, depósitos de sal que afloran cuando el explorador sediento hace perforaciones en
busca de agua. La poca tierra vegetal que allí se encuentra descansa en un lecho de lodo
impermeable; su vegetación, preponderantemente herbácea, ocupa 100.000 km2; su fauna
está reunida por especies, y éstas, separadas de acuerdo con las modalidades del medio.
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extendía al sud, cubriendo las vastas regiones que comienzan en el Chaco y terminan en la
Tierra del Fuego.
Los pocos estudios geológicos que se han hecho de estas regiones no permiten
reconstruir las huellas de los cataclismos y de las sucesivas transformaciones ocurridas en los
tiempos pretéritos. Sin embargo, se da como científicamente establecido que los fenómenos
que han dado al Continente Sudamericano su fisonomía actual datan del período plioceno. Una
compresión producida a comienzos de la época terciaria, de este a oeste, habría dado lugar a
una serie de ondulaciones paralelamente escalonadas desde el Océano Pacífico hasta llegar al
bajío que termina en las playas atlánticas formando una serie de cadenas de montañas.
Estos son los orígenes remotos de la orografía paraguaya que dejaron en el Cerro
Tacumbú, cerca de Asunción, vestigios de basalto y otros productos volcánicos. Durante el fin
de la época terciaria tuvieron lugar numerosos sacudimientos que produjeron rectificaciones
sensibles en la distribución de los ríos, a lo largo y bajo la zona de influencia del eje
montañoso; aparecen las Sierras de Mbaracayú al este, la Cordillera de los Altos en el centro,
las protuberancias de Misiones más abajo, todas islas volcánicas de distintas edades que no
modifican los terrenos circundantes y no entorpecen las exigencias naturales de la vida
orgánica.
El más famoso de ellos por su tradición legendaria, impuesta en toda América, es el Cerro
Santo Tomás, que decora los suburbios de Paraguarí. Una de las tantas excavaciones
naturales que presenta es la llamada Gruta de Santo Tomás (Chumé o Sumé en el idioma
guaraní, el Quetzalcóhuatl de los aztecas, el Viracocha de los Incas, el Votan de los indios de
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Guatemala, el Ytzamna de los Mayas). Según la leyenda, ahí fue donde el Santo dubitativo se
habría albergado cuando, en castigo de su poca fe habría sido enviado a estos lejanos confines
para predicar la buena nueva a los guaraníes.
Tal es a grandes rasgos el estrato eruptivo, recubierto por una costra que sirve de asiento
a la civilización del país.
EL SUELO.
En el alto Paraná comienza una capa de la célebre terra roxa, de maravillosa fecundidad,
que Moisés S. Bertoni, un sabio aprisionado definitivamente desde su juventud por la poderosa
sugestión de la jungla paraguaya, considera originada en una descomposición producida en la
«vasta formación jurásica y triásica que se extiende sobre las Misiones Argentinas y los
Estados del Sud del Brasil hasta Minas».
Esta tierra ferruginosa cruzada de arcilla de variados matices revela su edad. D'Orbigny la
llama «terreno terciario guaraniano» y la describe como compuesta de tres capas horizontales.
De ahí se extraían el ocre rojo y amarillo que los Jesuitas usaban para decorar sus templos y la
arcilla negra que los indios utilizaban para fabricar sus cacharros.
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Entremos ahora en la selva tan calumniada por turistas y viajeros sensacionalistas, en esa
selva que ha dado árboles de los que sin auxilio de alquitrán se fabricaron barcos más
resistentes que los de Europa, por la misma época, y cuya extraordinaria densidad resiste
todavía la barbarie de nuestra civilización.
La selva es una síntesis, con una individualidad propia y con una misión profundamente
humana. Desarrolla la facultad de comprensión y estimula la capacidad de observación, en esa
tendencia invencible del ser humano de escudriñar la causa, de los fenómenos que, a la
superficial observación, se presentan como insondable arcano. Aislándolo de los prejuicios y de
los mezquinos intereses que chocan en las luchas cotidianas, despoja al hombre de su
egoísmo, eleva su espíritu y aguza su inteligencia.
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Por muchos siglos los bosques condicionaron e impusieron su fuerza conservadora a las
tribus autóctonas. En ellos, no solamente las transformaciones del medio se producen con
mayor lentitud; también aíslan a los grupos humanos del contacto con posibles vecinos. Las
tribus guaraníes fueron bloqueadas allí en su estado primitivo durante un tiempo incalculable.
Allí adquirieron esa actitud cohibida y tímida que han transmitido a sus descendientes. Sólo
cuando en esos bosques se abrieron brechas, y los guaraníes se comunicaron con el río,
aquéllos fueron perdiendo su influencia. El estado tribal no puede mantenerse por mucho
tiempo fuera de ese recinto que es defensa y prisión. Por eso los guayakíes encerrados hasta
ahora en las selvas del Alto Paraná, no salieron aún (Bertoni los observó directamente a
principios de este siglo) de esa mentalidad inferior que los hizo irreconciliables enemigos de los
blancos y aún de los guaraníes que mezclaron su sangre con la de ellos.
Puede ser que salgamos a bañados o a tierra firme cultivable, horizontal o en declive.
Praderas de acuarela, alfombras de toda clase de gramíneas –trébol o pequeños yuyos–, bajas
o altas, están matizadas de arbustos florecidos, llenos de color y aroma, o de frutales que
ofrecen sombra al viajero, o palmeras que brindan toda clase de provecho al hombre
industrioso. Llanuras, campos rasos y praderas, es el vasto escenario en que la ganadería y la
agricultura prodigan sus dones a quien sabe pedirlos a una Naturaleza generosa y maternal.
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de Paitití, aquel Eldorado que torturó la mente de miles de aventureros, quienes empujados por
un cruel espejismo, realizaron la proeza de la conquista y de la colonización y que, al llegar al
sitio que señalaban las cartas, no encontraron sino inabordables pantanos. Es la sugestión
irresistible de los ríos fundamentales. Como el Nilo del que los egipcios decían que sus aguas
brotaban del altar de un dios.
El Río Paraguay es navegable desde los 27º en que junta sus aguas con el Paraná hasta
su fuente de los Xarayes, en una extensión de seiscientas leguas. Es la causa eficiente de la
existencia soberana de la nación, su arteria vital, la explicación de su grandeza pasada, la
razón de ser de su independencia, el motivo de doctrinas continentales enunciadas
precozmente, la causa de las guerras sostenidas con sus vecinos y la flecha que indica la ruta
natural de su destino regional. Es la columna vertebral de una civilización.
El Río Paraná corre 200 leguas entre campos fértiles en donde se pierde la vista, y entre
bosques de cedros que han sido comparados con ventaja con los del Líbano. Su caudal a
veces se estrecha o se dilata sobre su lecho pétreo y profundo. Las creencias populares
atribuían a sus aguas la virtud de petrificar toda materia vegetal que fuera cubierta por ellas
durante algún tiempo. Fue el eje del sistema que organizó los más importantes núcleos de la
"República Cristiana" gracias a los cuales los heroicos discípulos de San Francisco y los
arrogantes sectarios de San Ignacio de Loyola, en ambas orillas primero, y en paulatino avance
después, se esparcieron tierra adentro para enseñar el catecismo a los nativos.
Los ríos están en la superficie de todo el país. Ciento de ellos desembocan en las orillas
del Río Paraguay, desde el Apa al Paraná, y en las márgenes de éste desde el Salto de Guairá
hasta su unión con el río epónimo. Un cronista escribió que "cada ciudad dispone de un río y
cada hogar de un arroyuelo". Sólo el Chaco tiene pocos ríos. Si no fuera por las aguas
pluviales que descienden de los Andes y que bien pronto se evaporan sin llegar al Río
Paraguay, la Región Occidental sería casi total y perennemente seca.
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El Río Pilcomayo, río vagabundo nacido en los contrafuertes andinos, calmo y silencioso,
de azarosa historia, mantuvo un litigio por muchos años con la Argentina. El Pilcomayo o
Aracuay como lo llamaban los nativos –que equivale a Río del Entendimiento, por la pericia
que su curso tortuoso exigía a los navegantes– defendía empeñosamente sus secretos de la
curiosidad e intrepidez de los exploradores, o de la avidez de lograr la ruta más corta al
Potosí. En 1721 el Padre jesuita Gabriel Patiño y Lucas Rodríguez, entraron en él con el
propósito de llegar a la Sierra del Perú y tuvieron que retroceder en 1722 ante el empuje de
los indios que les interceptaban el camino. En 1741 el P. Castañares también tuvo que
desandar lo andado después de infructuosas tentativas. A Casales, pocos años después, mil
azares y, finalmente, un naufragio le convencieron de las dificultades de la empresa. En 1785,
Azara no fue más afortunado; Magariños en 1843, Van Hivel en 1844, no obtuvieron
resultados más felices. En 1882 el Dr. Crevaux encontró la muerte en el mismo intento.
Thonar, Fontana y Feilberg tampoco lograron su propósito.
El Río Blanco, considerado como límite norte del Paraguay en virtud del Tratado de San
Ildefonso, suscripto en 1777 entre las coronas de España y Portugal, desencadenó también
una guerra, delegando en el Río Apa su papel de limítrofe con el Brasil.
río, en su incesante correr, agudiza la inquietud irresistible que incita a los viajes que unen a los
hombres.
Por los ríos paraguayos ha corrido toda la historia del hemisferio sud. La vida política y el
destino de la Nación han estado estrechamente vinculados a ellos. Por el Paraguay, el Paraná
y el Pilcomayo, la naturaleza le señaló su derrotero después que hubieron servido de cauce a
su historia. Ellos y sus afluentes prepararon el nacimiento y el desarrollo de sus ciudades y
pueblos, su desenvolvimiento económico y cultural y sus epopeyas inmortales. La guerra
contra la Triple Alianza, que hizo más infranqueables las barreras de la naturaleza y de los
egoísmos económicos, tuvo como primer escenario sus aguas y sus riberas. Bolivia, después
de ver clausurados sus puertos sobre el Pacífico por la guerra con Chile, y de haber perdido su
acceso al Río Paraguay por el Tratado de Petrópolis, atisbaba el exterior sudamericano
solamente por insignificantes lagunas, por cierto poco útiles como base del tráfico comercial.
De ahí nació otro conflicto que costó miles de vidas a ambos países: por la posesión del Río
Paraguay.
Tal la importancia cada día acrecentada de los ríos paraguayos. Sin embargo, siendo el
Paraguay el primer país que proclamó la libertad de navegación en Sudamérica –antes que lo
hiciera el Congreso de Viena– hoy es una nación prisionera de sus ríos limítrofes.
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Si del fondo de la tierra surge la vida orgánica, su fuerza dinámica viene de arriba, del
cielo y del sol que iluminan el ambiente formado por sus montañas y sus bosques, sus
praderas y sus ríos.
La luminosidad diurna del cielo del Paraguay es extraordinaria e igual en todas sus
latitudes. Su intensidad se filtra en los montes más tupidos y permite así la coexistencia de
especies vegetales que de otra manera no podrían estar próximas o mezcladas.
La claridad lunar, a su vez, es tan viva que permite en ocasiones distinguir los caracteres
gráficos y aún leer.
De la atmósfera, de gran diafanidad y pureza, cae durante la noche un rocío que aplaca el
polvo y que, al día siguiente, con el sol, esmalta las hojas húmedas con tonalidades increíbles.
Hay, pues, un perfecto equilibrio de absorción y de evaporación de la humedad cuyo porcentaje
resultante es óptimo para la salud, pues favorece la transpiración y suaviza el cutis.
Para terminar con el cuadro de esta naturaleza privilegiada, digamos que los efectos del
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viento norte de tan perniciosa influencia en muchas partes, y los del pampero, llegan bastante
atemperados, y no extreman la imperceptible diferencia de clima entre invierno y verano,
únicas estaciones allí prácticamente conocidas.
EL DESTINO VITAL
En este habitat, el ritmo de la vida humana se aceleró velozmente desde el siglo XVI. En
el sitio en que se alza la ciudad de Asunción se dieron cita hombres y razas que acudían de
todos los vientos. Solís, Mendoza, Irala penetraban por el Río de la Plata. Alvar Núñez apuntó
la proa de sus naves a San Vicente y de ahí, en línea recta, de este a oeste llegó a la Capital
de la Conquista. Alejo García avanzaba por el norte, mientras grandes masas de guaraníes
que habían emigrado hacia el límite oeste después de haber luchado contra las huestes de
Manco Capac, se establecieron en el Chaco apoyando sus tiendas en las primeras
estribaciones de los Andes. Seres selváticos clasificables como anfibios –los payaguaes–
patrullaban en sus barcas impetuosas todo el curso del Río Paraguay y miraban con aversión
curiosa a los intrusos.
Desde el primer día, hombres y armas chocaron. Había una celada en cada recodo y
detrás de cada árbol acechaba la muerte. El escenario se animó cada vez más con el impulso
de la ambición y la marcha cruenta tras la áurea quimera. Asunción, centro de una
circunferencia cuyos radios medían centenares de leguas, era un solo campo de batalla en el
que la espada trató de abrirse paso entre una nube de flechas. Y tras la espada vino la cruz, y
tras la violencia el amor. Las luchas se suavizaron poco a poco y una nueva civilización advino
y con ella la pugna por el poder.
confundían con los mares, animales que parecían monstruosos, siquiera porque eran nuevos y
peregrinos».
Y empezó la historia de América y a escribirse esa historia, vista al principio con ojos de
ingenuidad y de superstición.
Los siglos XVI y XVII constituyen una época en que la imaginación predominaba sobre las
verdades de la cosmografía y sobre los progresos de las ciencias naturales. Miles de leyendas
nacían en América y tomaban cuerpo en Crónicas y Diarios: el árbol de la vida y de la muerte,
la incombustible salamandra; la generación espontánea y las metamorfosis, árboles
antropomorfos como la mandrágora, dragones y otros animales monstruosos; palacios de oro y
plata en el Reino de Paitití, relucen y son descriptos en esas páginas influidas por la literatura
en boga, que exacerbaba la afiebrada mentalidad aventurera. He aquí por qué en la
ornamentación de los mapas y en la ilustración de obras de cosmografía y geografía de
aquellos tiempos aparecen, como leit mofiv, sirenas, tritones y otros seres fabulosos, que
traducían el estado de esos espíritus que veían por todas partes prodigios sobrenaturales.
Y al fin y al cabo, en todo esto no hay sino una sola verdad: la Naturaleza, pura, simple y
generosa. Y en medio de ella, el hombre –guaraní-español– que en sí refleja su habitat
opulento y luminoso. En él se encuentra la emoción del panorama contemplado, de la flora y de
la fauna que le nutre, del cielo que lo ilumina, todo ello en un conjunto armonioso que enfrenta
los azares de la historia.
El Paraguay, "el jardín de la América del Sur" a que se refería Bonpland, ha dejado de ser
la tierra misteriosa que describieron viajeros y cronistas. La floresta subtropical, su poderosa
vegetación, su maravilloso florecer y su atmósfera fresca; los lagos y ríos fecundantes, el suelo
montuoso, sus mesetas fértiles, los valles risueños, los llanos y horizontes pintorescos sin otro
límite que el cielo azul y sereno, convidan al extranjero ahuyentado por las guerras y la miseria
de otros continentes, a formar en esas comarcas una nueva patria en medio de una naturaleza
virgen, asentada sobre esa tierra y bajo ese cielo en donde el sol y la luna no se apagan jamás.
En ese habitat montaraz pero atrayente, aquellas legiones de hombres blancos, que
irrumpieron con estrépito desde el siglo XVI, complicaron a los habitantes de tez sombreada,
con problemas por ellos nunca soñados: la noción de la exclusividad de lo tuyo y lo mío. Se
parcelaron tierras y se agrupó a los habitantes para distribuirlos entre los conquistadores. No
se hacían diferencias esenciales entre unas y otros. Se formaban lotes patrimoniales
integrados por «caciques y sus principales, montes y aguadas, pesquerías y cazadores» que
se entregaban a los encomenderos. En la explotación que comenzaba no se iba a distinguir al
hombre de su habitat, todo convertido en utensilios de trabajo y medios de poderío económico
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Los poderosos invasores apoyaban sus derechos en bulas de los Pontífices de la Iglesia
Católica, que habían otorgado la propiedad de esas tierras cuya ubicación no conocían ni les
preocupaba, pero que ejercían jurisdicción sobre todo lo creado, en nombre y por delegación
de un ser superior. Este no era Tupá, el dios de los dueños naturales de la comarca invadida,
sino el del otro, el de los conquistadores que ostentaban su símbolo en el puño de la espada y
en las velas de sus navíos. Algunos clavaron estacas, de trecho en trecho, como signos
divisorios y excluyentes del señorío así adquirido; otros plantaron largas filas de árboles; los
jesuitas cavaron fosos que marcaban los límites de sus dominios con profundas heridas hechas
en el suelo, grandes zanjones, que también sirvieron para separar y aislar sus feudos y
controlar la entrada y salida en su vasto imperio. En una palabra, una vez sofocada la lucha
que se había empeñado por la tierra entre dos razas extrañas, la pugna iba a trabarse ahora
entre los propios conquistadores. La raza propietaria original ya no contaba. Se crearon las
divisiones administrativas del Rey y sobre ellas se dibujaron las que, sobre el dominio
eminente, trazaban los contornos del patrimonio privado. Las unidades tribales, al mismo
tiempo, perdieron su personalidad. Sus restos dispersos se habían transformado en esclavos o
sirvientes, perpetuos o redimibles. Y como no había minas, hecha esta primera distribución de
la tierra y establecidas las condiciones básicas del señorío de las mismas, comenzó la gran
batalla de la yerba-mate, la que debía de originar guerras y revoluciones sin cuento, que iban a
poner su matiz característico y definitivo en la vida de la nueva comunidad.
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ESTIRPE
CAPÍTULO II
LA SOCIEDAD TRIBAL
LEYENDA Y PROTO-HISTORIA
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Los guaraníes eran señores del suelo cuando el descubrimiento; «la raza dueña moral del
país, desheredada por la ley del más fuerte”, al decir de Bertoni.
Si bien coexistieron otras razas, la nación guaraní, o sea el conjunto de tribus que hablan
idiomas derivados de un tronco lingüístico común, era la más importante por su número y por la
superficie ocupada. Aún ahora, la toponimia acusa esa influencia desde la Patagonia hasta las
Antillas que habían llegado a invadir, expulsando de allí a sus primitivos habitantes.
Sus fastos prehistóricos abundan en fábulas. Así la llegada de Tupí y Guaraní –dos
hermanos– que desembarcaron con sus respectivas familias en Cabo Frío, estableciéndose en
el Brasil, donde no encontraron seres de su especie. Luego la disputa entre las mujeres de
ambos, por la posesión de un papagayo parlero –tan repetida por los historiadores– que habría
motivado la venida del menor de ellos al Paraguay. Esta versión, carente de todo valor literal,
referida originariamente por el P. Guevara, no pasa de ser una ficción alegórica de sentido
mítico, acogida por la política eclesiástica con el fin de unificar las religiones indígena y
católica, pues no está comprobado que antes de llegar los europeos, los indígenas hubieran
conocido la domesticación de los animales. La aplicación en América de la anécdota bíblica de
la separación de los hermanos Abraham y Lot era apta para sustentar la posición monogenista,
cara a todas las religiones. El supuesto origen común de las tribus Guarani y Tupí sirvió de
ejemplo para extender la teoría en el Nuevo Mundo.
Modernamente, los guaraníes ocuparon desde el Río de la Plata al Delta del Orinoco,
desde las costas del Atlántico a los Andes. La población encerrada dentro de este perímetro es
la que con propiedad puede llamarse Nación Guaraní, y que aparece dividida en muchos
grupos independientes, que adoptaban como nombre colectivo el de sus caciques o el de la
comarca que habitaban. Sus restos puros actuales son los guarayos y los chiriguanos.
cuestión que pertenece a la prehistoria, que hasta hoy no ha sido dilucidada científicamente.
Las infinitas hipótesis no pasan, por tanto, de meras inferencias. Antes que referirse a
supuestas migraciones prehistóricas es preferible considerar a la nación guaraní como
relativamente autóctona, por haberse desarrollado fuera de todo contacto durante siglos, y
tomarla con lo que se sabe de ella en la época de la llegada de los conquistadores.
En esta época los guaraníes (carios o caraibes) habitaban en número aproximado a los
150.000 en el territorio del Brasil y del Paraguay, de los cuales solamente unos 50.000 en lo
que propiamente podía considerarse el Paraguay. Los últimos desplazamientos importantes
comprobables se habían producido en épocas cercanas a la llegada de Colón a América. Se
sabe que más o menos entre 1430 y 1450, algo así como medio siglo antes del
descubrimiento, los chiriguanos llegaron al norte del Chaco después de combatir y vencer a las
huestes del Inca Tupac Yupanqui que pretendía subyugarlos, y que los guarayos, en 1531,
pasaron de la región Oriental a las fronteras de Santa Cruz de la Sierra.
En aquel tiempo las epidemias habían asolado estas poblaciones; el aborto era una
práctica consuetudinaria; la fecundidad de las mujeres estaba debilitada por diferentes causas
y las guerras entre las diversas parcialidades, todas belicosas, habían reducido su vitalidad. La
nación guaraní no era un cuerpo compacto y homogéneo bajo la autoridad de un jefe.
Fraccionadas en tribus rivales, bajo distintos nombres, carecieron, lógicamente, de resistencia
frente al conquistador hispano y el usurpador lusitano, enemigos más inteligentes y mejor
equipados y que oponían un propósito firme y claro a la intuitiva defensa aborigen.
Las descripciones que han hecho los observadores directos de los guaraníes actuales nos
revelan que la evolución de su mentalidad y de su organización social y doméstica ha sido muy
lenta o ninguna comparada con la de sus antepasados, también relatada por hombres de
ciencia que los conocieron en otras épocas. Los restos sobrevivientes que, a través de 400
años, no han recibido los beneficios del contacto con la civilización, presentan una identidad,
favorable al conocimiento de lo que fueron los guaraníes, antes y en tiempo de la Conquista. La
regla de la inalterabilidad de los seres autóctonos, sin el influjo de nuevas razas vecinas o
superiores, no es perturbada en este caso por una excepción.
Cuando los españoles pisaron tierras americanas, los guaraníes vivían en tribus
independientes, ocultas en los montes, especialmente en los bordeados por ríos o arroyos.
Esas agrupaciones estaban constituidas por familias relacionadas por vínculos de
consanguinidad y de afinidad bajo el mando de un Cacique (Mburuvichá). Su autoridad estaba
asentada en el principio hereditario, pero con frecuencia esta dignidad era discernida al más
inteligente, generoso, valiente, diestro o bondadoso, sobre todo en caso de guerra, pues el
cacicazgo no coincidía rutinariamente, en esa oportunidad, con la comandancia de las huestes.
En tales circunstancias el conductor era designado por una asamblea de jefes de familia, una
suerte de Consejo de Estado, una especie de dictadura electiva que vigila, orienta y protege la
vida da la comunidad, y cuyos miembros, sentados en cuclillas y en círculo, deliberaban para
hacer frente a las emergencias relacionadas con los importantes intereses de la colectividad.
Era un puesto muy codiciado y disputado, y cada candidato lo postulaba encarnizadamente
relatando con elocuencia sus hazañas; pero una vez producida la decisión, todos lo acataban
incondicionalmente.
Fuera de esto, en la tribu imperaba una igualdad completa, y los españoles notaron
apenas una diferencia poco sensible en el porte de natural nobleza y señorial majestad de los
descendientes de caciques que, por lo demás, no tenían más derechos que aquellos a quienes
podría caracterizarse como plebe.
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LAS INDIAS
IDEAS ECONÓMICAS
No concebían la propiedad privada. Campos y ganados eran comunes. Sólo aquellos que
habían abandonado el nomadismo y preferido el establecimiento en un lugar fijo llegaron a
intuir la propiedad individual al advertir las ventajas del trueque de los productos de su
rudimentaria industria con los que le presentaban los recién llegados. Vivían de la caza y de la
pesca y del cultivo de frutos y hortalizas autóctonos, pero no tenían árboles frutales, pues
creyendo que la cosecha agotaba de una vez la tierra, la tribu mudábase cada año de lugar. No
conocían otros medios de locomoción que sus piernas o las piraguas que fabricaban
ahuecando troncos de árboles por medio del fuego. No conocieron las virtudes de las miles de
plantas curativas, que después fueron catalogadas, por primera vez, por el P. Segismundo
Asperger.1
CONCEPCIONES JURÍDICAS
Los guaraníes no tenían la idea de lo mío y de lo tuyo. Nunca rehusaron dar lo que se les
pedía, y era para ellos cuestión de honor el no requerir sino lo que realmente necesitaban.
Como corolario de la inexistencia de la propiedad privada no conocieron el derecho de
sucesión por causa de muerte. Sus normas eran las del derecho natural y el respeto a las
1
Sin embargo, toda la nomenclatura de las plantas medicinales y sus aplicaciones se obtuvo del guaraní. V. Materia médica
misionera. Padre Pedro de Montenegro. Asunción: www.BVP.org.py (N. de la E.D.)
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decisiones del Consejo de padres de familia y del cacique. Defendían fieramente sus tierras,
que consideraban como parte integrante de su personalidad identificada con la tribu, por
instinto, y no por tener el concepto del derecho de propiedad. El hurto era inconcebible en la
comunidad, y si se apoderaban de algo era sólo por carecer de la idea de propiedad exclusiva,
sin desdeñar, sin embargo, la violencia cuando se trataba de ocupar la propiedad enemiga. Sus
leyes fundamentales más severas eran las que castigaban el robo y el adulterio con las penas
de expulsión o muerte, más legítimas, por naturales, que la privación de la libertad, que para el
indio es inalienable.
ORGANIZACIÓN FAMILIAR
El guaraní posee todos los sentimientos e instintos –afecto, compasión, odio–. Es bueno,
afable, franco, hospitalario y fiel a sus propios principios o a los que ha aceptado, y no conoce
la envidia. Pero su semblante severo y triste y su actitud introversa jamás deja traslucir su
estado de ánimo o sus emociones. No hace amistades íntimas. Habla poco y bajo y es ajeno a
los arrebatos de hilaridad o de furia. No pone pasión, ni entusiasmo, ni celo en sus galanteos y,
aun en su aparente indolencia, pone firmeza para satisfacer sus necesidades y lograr sus
deseos.
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rudas pruebas. Si de ellos salía airosa, si resultaba diestra para las tareas domésticas y de
probada laboriosidad, se le vestía y adornaba con abalorios y se le declaraba apta para el
matrimonio. Los padres preferían que sus hijas quedaran solteras antes que darla por esposa a
un cobarde, y el candidato debía demostrar haber realizado una hazaña para aspirar a la mano
de una doncella.
Era un crimen que la mujer conociera hombre sin haber pasado antes por las pruebas
consuetudinarias, y el hábito del casamiento precoz era observado como una regla tanto por
aquélla como por éste.
IDEAS ANIMISTAS
IDEAS ESTÉTICAS
En realidad lo estético no llegó a ser idea en el indio guaraní; no se había despegado aún
de sus raíces sentimentales. Era, apenas, una resultante de su sensibilidad excitada por la
naturaleza y por todo cuanto contiene el paisaje, por sus mitos y por sus hábitos. Sus danzas
eran representativas y simbolizaban la defensa del grupo contra los genios maléficos. Sus
juegos y fiestas denotaban un relativamente avanzado carácter social y ellas se verificaban
especialmente al comienzo del verano (ara puajhú o año nuevo), al compás de una música
monorrítmica y animada con fermentación de cereales o frutas de efecto alcohólico. Tenían un
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gran sentido del color y de la línea, y su fuerte inclinación imitativa suplía su inicial torpeza en
los senderos del arte en el cual sobresalen toscos e infantiles diseños de escenas guerreras y
de caza. No tenían ninguna inclinación extraordinaria a la pompa o al lujo, el que apenas se
traducía en los rudimentarios adornos que desde tiempo inmemorial atraen, más bien como
una necesidad "natural" al habitante de la selva.
IDEAS RELIGIOSAS.
IDEA TEOLÓGICA
Para los guaraníes existe un Dios creador: Tupá, a quien aman sin temor, y que es
indiferente a los acontecimientos. No gobierna el universo, ni premia ni castiga a los hombres.
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La única ley del indio es la ley natural; acomodarse a ella le produce prosperidad y felicidad, y
lo contrario le proporciona dolor y sufrimiento. Sus concepciones rudimentarias no le privan de
concebir la religión como sanción práctica de la moral. Su valor está en la coincidencia de la
doctrina con la conducta.
Por eso no alcanzaban a comprender las contradicciones entre la moral religiosa y las
atrocidades de los blancos: “Ustedes dicen que su Dios les ordena amar a todos los hombres,
pero ustedes mienten, nos roban, ofenden a nuestras mujeres y nos matan por cualquier cosa.
El nuestro es mejor que el de ustedes”, decía al doctor Bertoni, en 1877, el Cacique de la
parcialidad sobreviviente Ava-mbyá.
No existe para los guaraníes el demonio, aunque sí los espíritus malignos que acechan su
tranquilidad y de los cuales deben defenderse. Los jesuitas no pudieron convencerlos de la
existencia de un infierno con llamas abrasadoras que, dentro de su concepción objetiva, podían
ser evitadas fácilmente apartándose de ellas. El P. Guevara relata que uno de ellos,
amenazado en el confesionario con las penas eternas, contestó con gran calma: Anichene
añang oyechá co ñeangüéchacájhara pe (no se verá el diablo en este espejo). La lógica
primitiva se rebelaba contra el absurdo de que un Dios de amor se vengara tan
implacablemente.
Eran tan porfiados y tenaces en sus convicciones tradicionales que resultaba imposible
convencerlos de aquello en que no coincidían las dos organizaciones religiosas –la guaraní y la
católica– en acelerado proceso de fusión.
IDEAS COSMOGÓNICAS.
Su noción del espacio cósmico y de los astros se manifiesta por concepciones animistas.
Sus antepasados habían recorrido la vía láctea y la denominaban Tapécué (camino recorrido).
La Cruz del Sur (Ñandú´ipo) señala las huellas del avestruz al bajar a la tierra, y la Luna tiene
como papel principal descender cada mes para amar a las mujeres. Todas las constelaciones
tienen su interpretación que denota un proceso imaginativo fundado en atenta observación. El
eclipse de sol o de luna, por ejemplo, que consideran de mal augurio, se produce al ser
tragados estos astros por un tigre monstruoso, o al ser perseguidos por una jauría. Producido
el fenómeno, en medio de enorme gritería, disparaban sus dardos al aire contra los supuestos
perseguidores.
Los años los cuentan por inviernos –ro'y– y los meses por lunas –yasy–. Su numeración
ordinal no pasa de cuatro. Las cantidades mayores se expresan por manos –po–.
Todas estas tradiciones, que no son conocidas ni por la escritura, ni por jeroglíficos, ni por
caracteres de ninguna clase –que no los tenían–, sino por el relato y el canto, explican esa
psicología y ese exterior hechas de piedra y tiempo, que presenta el indio.
La lengua del Paraguay primitivo es el guaraní, un dialecto del Tupí, que se hablaba en
todo el Brasil, pero aquélla es la que realmente se ha conservado y enriquecido.
"Yo no sé –dice Fariña Núñez– si según el célebre paralelo del solitario de Yuste, el
italiano sirve para hablar con las damas, el francés con los hombres y el castellano con Dios;
pero puedo afirmar que el guaraní sirve para dialogar con la naturaleza en tono íntimo, llano,
casi familiar”.
Idioma de un pueblo que no llegó a dar por sí mismo los primeros pasos en la civilización
es, posiblemente, el más armonioso y eufónico entre los demás que se hablaron en la América
autóctona. Cada palabra es una definición o una descripción y aun una explicación sintética de
la naturaleza de la cosa designada. Las palabras se componen de monosílabos tan sutilmente
combinados, que parecen el idioma de una raza capaz de madurar reflexivamente, además de
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estar dotada de un espíritu de análisis de sutileza extraordinaria. Guevara juzga que el guaraní
puede clasificarse entre los idiomas más elegantes, expresivos y copiosos, y que «sus voces
son de eficacia persuasiva, ceñidas sin confusión, claras sin redundancia y majestuosas sin
afectación". Se acomoda al ritmo del verso español y a la música. La variedad de matices de
expresión, su riqueza para denotar ideas generales o abstractas, mayor en ciertos respectos
que en muchos idiomas civilizados, revela que en el hombre inculto que lo hablaba existió una
veta fecunda de sentimientos y de la espiritualidad que la educación y la experiencia forman y
definen. Gracias a esto el Padre Bolaños pudo verter a él el Catecismo de la doctrina cristiana,
que desde 1609 se utilizó para la «conquista espiritual". Los únicos idiomas americanos que
con el guaraní pudieron admitir esta prueba decisiva de su riqueza de expresión fueron el
aimará, el quíchua y el azteca.
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demás razas. Algún casual parecido que se ha encontrado entre vocablos del guaraní y otros
idiomas ha sido mera coincidencia y no se han podido enunciar reglas etimológicas que den a
la afirmación una base científica. Sabido es que en el lenguaje es más fácil encontrar huellas
extrañas, antes que en lo físico; más fácil es transformar un idioma que la contextura
antropológica; los rastros foráneos son más indelebles en el habla que en la estructura
craneana, en el cabello o en el orden fisiológico. El no hallarse en el guaraní primitivo vocablos
o raíces extrañas, prueba que la raza vivió dentro de su propio mundo, sin contacto
extraamericano, durante una larga serie de siglos.
La lengua guaraní se ostenta en la toponimia, desde las Antillas a Tierra del Fuego. Los
conquistadores se vieron obligados a aprenderla como un medio de robustecer los resultados
de las uniones, lo que no ocurrió con los demás idiomas. Aniquilada y absorbida la raza
guaraní, su medio de expresión soportó los varios embates que querían extinguirlo. "Verdad es
que los dioses guaraníes han muerto, probablemente al sentirse extraños en su propia patria y
desterrados de ella; pero por encima de los dioses y de las razas, permanece inextinguible el
verbo hecho carne, que significa la voz en que los hombres y los dioses expresaron un día, con
ansia de vibración eterna, su humanidad efímera y dolorosa".
Será muy difícil que el guaraní desaparezca del cuadro lingüístico de América. Más de
cinco millones de hombres, en el Paraguay y los países limítrofes, lo hablan y preservan su
vigor y supervivencia.
Sobre la masa guaraní, plástica y fluida, un poco amorfa, anárquica, dispersa y salvaje,
orgullosa y jactanciosa de no haber soportado jamás un yugo extranjero, vino a actuar el
conquistador.
Este advirtió la necesidad de considerar al indio no como un esclavo, sino como un aliado.
Por lo menos había que persuadirle de ello en interés del éxito de la empresa conquistadora.
fundirse en la clase productora y menos resignarse a ser artesanos ni a ser absorbidos por la
masa. Todo lo habían perdido, menos ese sentimiento colectivo de ser parte de un "pueblo
elegido”, forjado por sus cualidades heroicas y por un disconformismo inquieto. El
descubrimiento abría ante sus ojos nuevas oportunidades, si no para la expansión nacional
precisamente, sí para la recuperación, en otro escenario, del bien perdido.
Por otro lado, cada factor interviniente en el escenario de la contienda estaba impulsado
por estímulos distintos que daban tono y carácter diverso al encarnizamiento con que cada
uno actuó para sostener su posición. El guaraní vivía un mundo sin dimensiones. El pasado, el
presente y el futuro estaban para él inseparablemente unidos. Eran una sola y misma cosa.
Dentro de su lógica, una lógica universal, por lo demás, ellos eran dueños de las tierras, de los
ríos, de las selvas y de su Dios. No podían concebir que la Santa Sede Apostólica pudiera
haber hecho donación de ellos y de su habitat, a la Corona de Castilla y haber erigido al Rey,
"Señor de las Indias Occidentales, Islas y Tierra firme del mar océano, descubiertas o por
descubrir”. No comprendían ese derecho tan absurdamente denominado cristiano, aplicado
por pontífices y reyes que autorizaba a privar de sus bienes a infieles o idólatras.
Su mentalidad intuitiva juzgó al español como un vulgar asaltante. Por su parte, el invasor
se había forjado su dialéctica: el Rey creía lógico y justo engrandecer sus dominios; los nobles,
recuperar su situación y su influencia, y los religiosos, lograr la conversión –de grado o por
fuerza– de los infieles. El propio Padre Charlevoix ha de confesar que aunque le quisieron
desanimar en la empresa de la publicación de sus memorias, era necesario abordarla «por el
honor de la religión". Sólo para los indios, que sentían en carne propia el atropello, se realizaba
un acto de pillaje. Todos los demás habían olvidado los principios morales milenarios que había
ido definiendo una civilización de carácter universal desde la época de la Roma clásica. Aquélla
era una gloriosa empresa como la de la conquista y colonización de Abisinia en nuestros días,
sin el justificativo siquiera de la necesidad de espacio vital.
FUSIÓN ÉTNICA
Desde el descubrimiento del Río de la Plata (Paraná-guasú) por Juan Díaz de Solís, en el
curso de la primera expedición que hizo desde España a San Vicente con Vicente Yáñez
Pinzón –uno de los compañeros de Colón en su primer viaje–, las luchas entre indios y
españoles encontraban apenas muy transitorias treguas.
Ambas costas hasta Asunción se jalonaron con los huesos de los audaces huéspedes,
que encontraban la muerte en las pérfidas celadas de quienes defendían fieramente sus
dominios contra la ambición económica. Largos e ineficaces esfuerzos demostraron que había
que cambiar de táctica y así comenzó con la reglamentación del comercio entre españoles e
indios primero, y se llegó al casamiento después.
En Buenos Aires la raza latina había logrado mantenerse sin mezcla gracias a los
continuos oleajes humanos que venían de Europa; pero entre Buenos Aires y Asunción, centro
de la conquista, había demasiada distancia. No se podía contar con Buenos Aires en caso de
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necesidad. Era menester cimentar uniones entre los indios y los españoles, encargar al amor lo
que la violencia no había podido lograr. En el concepto de Irala, si las uniones eran una
necesidad biológica, también se imponían como un acto político, y con visión genial decretó la
unión de dos razas que con el correr de los años convirtieron los grupos genéticos aborígenes
en una composición demótica. La agregación social rudimentaria se convirtió en una amalgama
compleja que a la vez de llevar la paz indispensable para la colonización, suministró los
factores necesarios para la estabilidad espiritual.
Como consecuencia de las medidas tomadas por Irala, se fundaron ocho colonias que
fueron pobladas por los nuevos matrimonios y las sucesivas generaciones.
Al describir las condiciones sociales de la población así formada, uno de los primeros
historiadores de la conquista, Rui Díaz de Guzmán, nieto de Irala, dice que «ellos tienen gran
valor y ánimo, inclinados a la guerra y a las armas, las cuales manejan con mucho acierto y
destreza… el que no mata al vuelo, de un tiro de bala rasa, aunque sea un gorrión, es reputado
mal arcabucero… Buenos hombres de a caballo de ambas sillas, y para su entretenimiento
doman potros”. En cuanto a ellas, "son de buen parecer, hábiles en la labor y en la costura,
nobles, de condición afable, discretas y sobre todo virtuosas y honradas». Respecto de sus
rasgos físicos, sostiene D'Orbigny que de todas las mezclas de raza ocurridas en América, la
de guaraní y español es la más perfecta: «Es sorprendente la belleza y nobleza exterior, cutis y
ojos claros, nariz y gran parte de sus rasgos españoles. Casi rivaliza con la raza blanca". Es el
nuevo elemento étnico que se incorpora a la vida americana.
Según el empadronamiento hecho por Irala, había 27.000 guaraníes agrupados en 400
encomiendas a 50 leguas a la redonda de Asunción. Estas agrupaciones fueron los núcleos
originarios de la nueva raza.
La postura de los indios en relación con los propósitos de Irala, no fue igual. Había dos
grupos de intransigentes.
Uno de ellos incluía individuos que aún vivían en hordas, o sea en estado pre-tribal. Eran
de una evidente inferioridad. No conocían la agricultura ni la domesticación. Para ellos, la vida
carecía de continuidad. Comenzaba al amanecer y terminaba en la noche, para recomenzar al
día siguiente. Carecían en absoluto de la idea del tiempo y del progreso.
«Racistas" intuitivos, hoscos y feroces, sin admitir trato con los españoles, se refugiaron
en el Brasil y en la Cordillera de Mbaracayú. Huían de la civilización, y ahí, en su último
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LAS INDIAS
reducto, como raza suicida, fueron degenerando paulatinamente. Eran los Pytá-yovái de Santa
Catalina y las hordas Guayakí, Guayaná, Tarumá, Cayguá y Carimá, del Paraguay. Bertoni
clasifica como protomorfas a las dos primeras, y paleomorfas a las demás.
El otro grupo de intransigentes era el de los payaguaes, dividido en dos tribus: sarigüeses
y agaces, que dominaban el Río Paraguay desde los Xarayes hasta Corrientes, con sus
veloces barcas. Fueron los asesinos de Juan de Ayolas. El Gobernador Rafael de la Moneda
consiguió en 1741 concertar con ellos un modus vivendi de paz que, maltrechos pero no
vencidos, respetaron lealmente, estableciéndose en Tacumbú, hasta que se extinguieron por
completo.
Las tribus propiamente guaraníes, por el contrario, fundieron su sangre con la del español.
Para bien de la raza paraguaya en aquella época, no existía aún en la vasta comarca ocupada
por la Nación Guaraní una idea equivalente al «nacionalismo» de hoy. Así pudo escapar la raza
madre a la acusación de traición que le hubieran lanzado las tribus inferiores y degeneradas
como los guayakies y guaicurúes.
EL NEGRO.
Los negros que llegaron al Paraguay no entraron como inmigrantes. Fueron una
mercancía de importación, muy cara por cierto. Eran adquiridos a muy alto precio en Buenos
Aires para ser destinados a tareas serviles en el círculo doméstico de la población acaudalada.
El doctor Francia puso término a ese comercio y a esa importación. Carlos Antonio López, al
liberar los vientres estimuló su aniquilación biológica, su desaparición en el seno de una raza
numerosa y fuerte, que absorbió y fundió sin dificultad a unos pocos individuos de color.
Terminada la guerra de la Triple Alianza, uno de los países vencedores dejó algún aporte
negro, que pronto corrió la misma suerte.
Por eso en la colectividad étnica que puebla al Paraguay debe considerarse solamente el
guaraní y el español.
EL HOMBRE NUEVO.
Una feliz predestinación biológica se realizó con la fusión étnica, pues los rasgos físicos
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LAS INDIAS
del indio se borran rápidamente y apenas perduran en la tercera generación. Otra cosa hubiese
sido si la mediterraneidad de Asunción no la hubiera defendido del negro, cuyos rasgos son
persistentes y que aún después de muchas generaciones resucita el atavismo.
Las cualidades del español y la resignación y la dulzura del guaraní están mezcladas;
pero los instintos y los gustos de la raza a la que se quiso vencer se impusieron y sobreviven
en la población actual. Puede decirse que de los españoles quedó principalmente la envoltura
carnal. Los «vencidos» absorbieron a los "vencedores", imponiéndoles sus medios de
expresión, transformando sus costumbres bajo el imperativo de las condiciones de existencia,
de la aclimatación y de la vida en común.
Como consecuencia de la fusión de ambas razas hubo que declarar españoles a los
mestizos. Mientras no se hizo esto, la colonización fue imposible, pues el indio tenía en la
sangre el principio de igualdad que los españoles no habían traído del otro lado del mar.
Así apareció en América el hombre nuevo, el más nuevo. Sea para los otros continentes
la vanagloria de haber sido la cuna del hombre más antiguo.
***
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DESAMPARADA INFANCIA
CAPÍTULO III
En 1530 Gaboto había llegado hasta Angostura, en donde 300 piraguas le interceptaron el
paso con tanto denuedo, que por un momento los indios, que habían llegado a abordar las
naves españolas, parecían ser los vencedores.
Luego la situación se complicó aún más. En 1534 las huestes de España y Portugal
vinieron a librar sus batallas en América por el inmenso habitáculo indígena.
les permitían. Con este ejército y un brillante estado mayor formado por los más grandes
capitanes de la Conquista, Mendoza iba a enfrentar lo desconocido y a difundir en alas de la
fama, audacias, hazañas, crueldades y ambiciones. Iban en pos de ciudades misteriosas a las
que la leyenda prestaba singular atractivo: la ciudad maravillosa de Manoa, Elelín o la tierra de
los Césares o Trapalanda, y Eldorado o fantástico imperio de Paitití, que se decía situado en el
centro de la laguna de los Xarayes, en una isla que ojos humanos no llegaron a ver, aunque
descripta por la imaginación poética del arcediano D. Martín del Barco Centenera y la fantasía
de Ulderico Schmidel.
Como primer jalón, quedó fundado el Fuerte de Buenos Aires, que se inauguró con una
mortandad de personajes y gentilhombres en 1536. Mientras Mendoza y Ayolas se internaban
por los ríos Paraguay y Paraná, se produjo en el fuerte tan terrible hambruna, sólo comparable
con la de Jerusalem en la época de Vespasiano y Tito, y que dio lugar a actos desesperados,
como el de la Maldonada, que luego los cronistas hicieron legendarios. Su comandante
Francisco Ruiz de Galán, para mantener el orden e impedir que sus hombres devoraran los
caballos y aún los unos a los otros, tuvo que ahorcar a varios de sus soldados. Las
expediciones de Ayolas y Salazar y la subsecuente fundación del fuerte al que denominaron
Nuestra Señora de la Asunción en 1538, significaron epopeyas de penurias y sacrificios, y una
nueva “traición de los bárbaros” llevó un ataque al fuerte de Buenos Aires, que tuvo que ser
evacuado, trasladándose su población a Asunción, en tanto Alvar Núñez llevaba la guerra y la
derrota a los guaicurúes en 1542.
Siguieron corriendo ríos de sangre, y esta lucha, que excitaba más y más en los nativos
su sentimiento de libertad, y en la que nadie parecía dispuesto a ceder, no tenía trazas de
cesar. Y no cesó hasta fines del siglo XVI. Salvo cortos armisticios, la guerra guaranítica fue
una de las más reñidas y largas que conoció la Humanidad.
habían entrado por el Río de la Plata, al llegar por el Pacífico, al Perú y conquistar el Reino de
los Incas!...
LA POLÍTICA DE APASIGUAMIENTO.
Domingo Martínez de Irala había remontado el Río Paraguay en 1543. Dinámico y de gran
talento político, abarcó el problema y lo encaró con medidas prácticas. Aunque las crónicas y la
historia de la conquista registran en sus páginas los nombres de decenas de gobernadores,
muy pocos han quedado –y entre éstos especialmente Irala– en el corazón de los paraguayos.
Las piedras y metales preciosos fueron olvidándose. Don Pedro de Mendoza en 1535
había traído los primeros caballos. Juan de Salazar en 1546 las primeras siete vacas y el
primer toro que llegó a tierras de América, desde Andalucía. Irala, por su parte, había pedido a
España plantas y semillas. Después de una larga y cruenta guerra en que nativos y españoles
se disputaban palmo a palmo la tierra, la paz iba a cimentarse en el trabajo. La población
paraguaya iba a trocar su organización tribal por la colonial.
Ambicioso y organizador como era, Irala empezó a fundar, ya en 1536, varios pueblos
destinados a dar una residencia fija a los indios: Altos, Areguá, Atyrá, Guarambaré, Itá, Ipané,
Tobatí y Yaguarón; pero su política encontró, durante algún tiempo, grandes tropiezos en la
irreductibilidad de los indios.
Llegó un momento en que los españoles tuvieron que rendirse a la evidencia. Las armas
carecían de eficacia para vencer a una colectividad, tan integralmente decidida a defenderse
hasta el aniquilamiento, que había organizado legiones de "mujeres flecheras" que al lado de
los hombres combatían contra los invasores. Los guaraníes demostraban que jamás admitirían
la dominación española, Del Barco Cententera, en una pretensa "Odisea" en que relata la
conquista bajo el título de La Argentina, describe la decisión con que defendían su tierra:
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LAS INDIAS
Los españoles preparaban para la noche del Jueves Santo de 1540, una procesión de
flagelantes. Era una de las tantas ceremonias que con solemnidad y pompa extraordinaria se
efectuaban periódicamente para impresionar la simpleza indígena y, de esta manera, afirmar la
sumisión perseguida. Los guaraníes habían escogido ese día y oportunidad para el exterminio
total de los españoles. Pero una india desvió el curso de los acontecimientos denunciando el
intento a Juan de Salazar, padre de su hijo. Irala ajustició a los caciques culpables y la conjura
fracasó. El hecho, sin embargo, le sirvió de lección y le indicó la necesidad de cambiar de
procedimientos. Para cimentar la reconciliación, dispuso la unión sistemática de españoles con
indias. Para obtener la cohesión del grupo colonial, la violencia iba a ceder su lugar a la astucia
y al amor. Por su parte, los guaraníes, a medias, aceptaron la medida, pues vieron la
posibilidad de contar con la fuerza de los españoles para destruir a sus tradicionales enemigos
los agaces, guaicurúes y payaguaes, los "corsarios del río", como los llamaba Alvar Núñez.
Mucho tiempo transcurrió antes que la resistencia fuera vencida por completo.
Esporádicos levantamientos de hombres y aun de mujeres guaraníes se producían, y como
consecuencia, asesinatos de españoles, pues ni aquéllos se resignaban a ver sus mujeres
casadas con los españoles, ni éstas que sus hombres quedaran anulados en su acción.
Por el mismo tiempo fue solucionado otro problema conexo. La lejanía de la civilización
en que los audaces conquistadores jugaban su vida y su suerte común, no fue suficiente
para mantener entre ellos la unión y la solidaridad. La áspera lucha trabada con la
naturaleza y los aborígenes, las penurias y las zozobras constantes los habían endurecido y
llevado al terreno de las querellas que derivaban en continuos rozamientos entre las
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diversas autoridades. Ellas pudieron llegar a un equilibrio también gracias a las uniones
entre la gente principal, lo cual dio lugar, no a una nueva aristocracia, pero sí a una suerte
de oligarquía, tan característica del Río de la Plata. Irala dio en matrimonio sus hijas
mestizas a Francisco Ortiz de Vergara, Alonso Riquelme de Guzmán, Pedro de Segura y
Gonzalo de Mendoza, y con esta "cadena de amor", como dice Juan Francisco de Aguirre
en su Discurso Histórico, la paz y la armonía quedaron establecidas en la Colonia, al
producirse las condiciones propicias para la nueva organización económico-social.
Todo iba dotando a la incipiente comunidad de nuevas bases para su economía, de una
vida más estable y segura y de la noción de la propiedad individual; en síntesis, modificó los
caracteres personales señalándoles las ventajas de una vida social cada vez más desenvuelta.
Así, siquiera en parte de la vasta comarca, terminó la disputa por la tierra que en los
nativos tuvo por objeto la defensa de su supervivencia, y para los españoles dejar expedito el
camino hacia las supuestas riquezas. Las intenciones excluyentes fueron abandonadas, y los
propósitos se refundieron en el régimen de la explotación del agro por la acción de un tipo de
sociedad que, biológica y socialmente, era distinta tanto en sus elementos componentes como
en las miras y esperanzas que cada uno de ellos abrigaba anteriormente.
El cambio de estructura social pudo haber requerido una disciplina férrea para su
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cohesión. Por fortuna, los sentimientos sociales aglutinantes de la nueva sociedad no habían
surgido sensiblemente de la ley del más fuerte sino de la ley de la sangre. La nueva biología y
la nueva cultura produjeron el apaciguamiento y el comienzo de una nueva era. La comunidad
paraguaya salía de su infancia y entraba en la adolescencia.
En este momento se inicia una nueva pugna que durará dos siglos. Dos fuerzas
absorbentes lucharán, categóricas o capciosas, para apoderarse de la incipiente sociedad.
Los gobernadores, por medio de las encomiendas, y los jesuitas por medio de las
reducciones, se disputarán el monopolio de su tutela para regirla y succionarla por sistemas
que no difieren en sus resultados.
Tanto unos como otros establecerán un régimen feudal –que en América se denominará
coloniaje– y que consistirá en la explotación exhaustiva de todos los recursos naturales y
humanos, sin reparar en el empobrecimiento consiguiente de la naturaleza y del elemento
étnico.
A falta de oro con que recompensar los servicios de sus vasallos, el Rey tuvo que
pagarles, aplicando las Instrucciones Reales de 1497, con tierras y los indios que las
habitaban, es decir, con los instrumentos de producción. Las tierras, repartidas con la
supervisión del Adelantado, eran concesiones que se denominaron encomiendas. Unas eran
conocidas con el nombre de yanaconas, y consistían en la explotación de los indios tomados
prisioneros en la guerra, o mejor en las «malocas" o cacerías de indígenas, o de aquellos cuya
resistencia al Evangelio debía de ser vencida por la fuerza. Los deberes del encomendero que
explotaba su trabajo eran vestirlos, enseñarles la doctrina cristiana y asistirlos en su vejez, a
cambio de la servidumbre. Aunque los indios no podían ser vendidos, éste resultaba el sistema
más productivo. El otro tipo se denominaba mitayo. Como indios que habían hecho espontáneo
acto de sumisión o se habían aliado a los españoles, su situación era menos dura, y su
servidumbre, temporal. Eran algo así como colonos que, bajo la autoridad de su cacique,
prestaban por dos meses cada año una especie de servicio personal obligatorio.
" …para que os sirvan est contribuyan… e hagan todas aquellas cosas que vos les
mandárades guardando e cumpliendo todas las ordenanzas que fuesen hechas e publicadas al
presente y de aquí en adelante, encargándoos, como sobre ello y en el buen tratamiento es
doctrina de los dichos indios há encargo vuestra conciencia descargándola de S. M. est mía, en
su real nombre”…
Como concesionario, el encomendero debía pagar un tributo per capita, una especie de
canon por el uso de estos elementos de trabajo. La influencia, importancia y posición de una
persona en la sociedad de la época se medía por la suma que en tal concepto abonaba al
Rey.
De acuerdo con las leyes impuestas por Irala, los indios quedaban liberados y adquirían
la condición de españoles, sea pagando un tributo, sea después de dos generaciones, tiempo
que se consideraba suficiente para que ellos supieran bastarse a sí mismos gracias al oficio
aprendido y para adquirir los rudimentos de civilización que les permitieran vivir
independientes.
Este régimen de servidumbre duró más de un siglo (hasta el 17 de mayo de 1803, en que
una Cédula Real lo extinguió); pero con todos sus defectos era preferible a las condiciones
desordenadas y arbitrarias en que se hacía sentir, lógicamente, la acción individual de los
gobernadores, que encontraban para ello estímulos y justificativos, no sólo en su ambición,
sino en las cláusulas autorizadas en un principio por Carlos V que rezaban así: "Reducir a
esclavitud a los indios que no quisieran someterse al vasallaje". Posteriormente, este mismo
emperador, como resultado de la resonante polémica entre Bartolomé de las Casas y el doctor
Juan Giménez de Sepúlveda, rectificó esa política, aboliendo el servicio personal de los indios.
Así quedaron vigentes las ordenanzas reales que disponían que debían ser tratados "como los
demás vasallos libres de estos mis reinos”, las cuales fueron confirmadas por Cédula de Felipe
IV del 14 de abril de 1633. "Que en las capitulaciones se excuse la palabra conquista y usen la
de pacificación y población”, decía la ley VI, Tít. I, Libro IV, de las Recopilaciones de Indias.
Desde entonces quedó reafirmado, por lo menos en la letra, que en vista de "los graves daños
y vejámenes" ocasionados por las encomiendas, el fruto del trabajo de los indios debía ser
estimado y los tributos debían ser equitativos.
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Las leyes de la Corona eran buenas. La práctica de los conquistadores que con
frecuencia no se ajustaba a ellas, fue otra cosa. No podía ser de otra manera a causa de los
fundamentos filosóficos y sociales que el clero –la fuerza más importante de la época– había
dado al derecho de conquista, fundado en la Bula Papal de 1493, que asignaba a los Reyes
de Castilla y de León, sus herederos y sucesores, "Señores desas tierras, con libre, llano y
absoluto poder, autoridad y jurisdicción». En distintas épocas y lugares de América, Fray
Tomás Ortiz, Fray Agustín Avila de Padilla, Fray Gregorio García, Fray Juan Zapata y tantos
otros, decían que los indios tenían que ser considerados como cosas, «bestias, leños, o
piedras”. Desgraciadamente, Bartolomé de las Casas, «el padre de los indios", no podía estar
en todas partes, y esas apreciaciones, ecos lejanos de las desigualdades naturales
sustentadas por Aristóteles antes de la era cristiana, hicieron el ambiente del desventurado
indio y, dentro de él, tomó incremento esa organización metodizada de la explotación que se
denominó encomiendas.
“LIBERTAD, LIBERTAD”
Las frecuentes contradicciones de las leyes de Indias, dictadas lejos del suelo en que
debían regir, modificadas o rectificadas según los informes que llegaban a la metrópoli, traían
frecuentes desequilibrios en la realidad colonial.
Uno de ellos fue la reacción producida por el absolutismo y arbitrariedades cometidas por
Alvar Núñez. Clamoreando ¡Libertad, libertad!, Felipe de Cáceres, Garci-Venegas, Pedro de
Oñate, Francisco de Mendoza y Jaime Resquin se alzaron contra él, so pretexto de la tiranía de
sus actos de gobierno, lo engrillaron y luego lo remitieron a España. Tal la suerte que corrió el
primer "dictador" de Asunción, áspera e impolítico con indios y españoles, arbitrario, tirano y
cruel, que para sostenerse y escarmentar protestas declaraba la guerra a ciertas parcialidades
con falsos pretextos, incendiaba tolderías, arrasaba los campos, ahorcaba o flechaba a los
indios y vendía como esclavos a sus prisioneros.
Schmidel, uno de sus soldados, relata este episodio, que es uno de tantos, y que dada la
poca honra que puede rendir a sus ejecutores, es, sin duda, una expresión de autenticidad
como de cinismo en este cronista caracterizado por sus pocos escrúpulos. "Cautivamos 2.000
muchachos y muchachas, saqueamos el pueblo, y ejecutando lo referido, con gran injuria de
aquellos pobres indios que tan bien nos habían tratado, volvimos al Adelantado [Alvar Núñez],
que aprobó lo hecho».
Efecto de las mismas causas fue una de las más temibles subversiones de la época, la
promovida por Pablo y Nazario Curupiratí, nativos que habían acompañado a Ñuflo de Chaves
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Pocos años después, Suárez de Toledo, también al grito de libertad, se erigió en Capitán
y Justicia Mayor de la Provincia. En poco tiempo era la tercera vez que retumbaba en la
Colonia el acento subversivo de los siglos.
A pesar de estas frecuentes conmociones del espíritu público, Asunción había llegado en
1558 a la cumbre de su prosperidad gracias a la política firme que había suprimido las
disensiones y había satisfecho a los nativos. Desde entonces comenzó a ser un centro de
atracción y una fuerza de expansión. De su seno irán brotando no solamente decenas de
pueblos dentro del perímetro circundado por los ríos Paraguay y Paraná, sino también saldrán
las expediciones que fundarán importantes ciudades: Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes,
Concepción del Bermejo, Santa Cruz de la Sierra… Carlos V le había concedido como "muy
noble» un escudo sobre campo de azul. En el primer cuartel figura Nuestra Señora de la
Asunción; en el segundo, San Blas; en el tercero un castillo, y en el cuarto una palma, un árbol
frondoso y un león. La Real Cédula de 1618 le agregó el título de "muy ilustre” por los
importantes servicios prestados a la Conquista y por haber sido Capital de ocho ciudades. Pero
éstos no son sino episodios decorativos. Más importante es consignar la invariable visión
sociológica de los gobernadores, al colocar jalones para mantener siempre la "metrópoli"
colonial –Asunción– en comunicación con el mar. Este es el testamento de tres siglos de
Coloniaje que las generaciones sucesivas debieron haber ejecutado.
LA YERBA MARAVILLOSA.
Por aquella época comenzó el laboreo de un fruto autóctono y misterioso de las selvas: la
yerba mate, el ilex paraguayensis de Geoffray Saint-Hilaire.
Nadie puede determinar ni la fecha exacta ni quién fue el primero en probarla. El Padre
Montoya refiere en el siglo XVII que indios de ochenta a cien años de edad, a quienes había
interrogado, contestaron que ellos no la habían conocido en su juventud, y que "un insigne
hechicero, amigo estrechísimo del demonio, fue impuesto por el infernal maestro en que
bebiese dicha yerba cuando quisiera escuchar sus oráculos... y que era reputado por hombre
infame el que la tomaba... y que aún se llegó a prohibir su uso con excomunión». Otra leyenda
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atribuía a San Bartolomé o a Santo Tomás la enseñanza del uso de la yerba mate. El Padre
Segismundo Asperger, después de haber elogiado sus cualidades, la llegó a combatir como
perniciosa.
En sus andanzas por el Paraguay, Montoya encontró en los yerbales osarios de indios,
muertos por un sol abrasador, y lo confirma el Padre Lozano al referirse al laboreo de la yerba
mate diciendo: «es el medio más idóneo que pudieran haber descubierto los tiranos para
destruir el género humano o la nación miserabilísima de los indios».
DECADENCIA DE LA COLONIA
Muerto Irala, las reglamentaciones de las encomiendas fueron letra muerta y comenzó en
la Colonia un momento de sensible regresión. Con razón los españoles e indios lo habían
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llorado diciendo: "Ya se nos ha muerto nuestro amado padre y quedamos todos huérfanos".
Delitos de toda clase ponían su nota de extravío y desenfreno en estos seres irreverentes
y pródigos, al punto de que un historiador, citado por Fulgencio R. Moreno, Gregorio Alcorta,
calificó al Paraguay como una Babilonia, una "tierra de confusión”. Un soplo de decadencia
parecía haber cruzado sobre la Colonia cada vez más descuidada por la Corte, decepcionada
al no encontrar en aquélla las riquezas soñadas. Constantes rebeliones indígenas alternaban
con “golpes de Estado" españoles.
Algunas tribus se amontaron, y aunque débiles en elementos bélicos para hacer frente a
la autoridad, los suplieron con la astucia. Otros prohibieron a los españoles la entrada a sus
pueblos, convertidos en reductos que defendían encarnizadamente.
El ambiente colonial parecía haber entrado en franco retroceso y los organismos estaban
a un paso de la disolución.
Hay, además, una tarea que denota en él una clara visión del futuro: su esfuerzo por
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Irala veía en esta tendencia un grave riesgo para el futuro de Asunción. Comprendió que
su misión tenía un doble imperativo. En primer lugar, "abrir las puertas de la tierra», que así se
denominaba en aquella época el establecer en forma permanente las comunicaciones con
España. Con estas miras anhelaba tener un puerto en San Francisco, en las costas del Brasil
actual, y decidió la fundación de Ontiveros que serviría de etapa, y ambos como avanzadas
para impedir las invasiones portuguesas. La Real Cédula del 26 de febrero de 1557 aprobó la
fundación de ambas ciudades como puertos de mar de Asunción. Desgraciadamente esta
Cédula llegó cuando Irala acababa de fallecer, y las naves de Jaime Rasquín, nombrado su
sucesor y dispuesto a ser el ejecutor de los proyectos de Irala, perdieron su rumbo y jamás
llegaron a las costas de América.
El otro impulso de Irala consistió en dar una definición territorial a la raza que había
forjado, constituir un habitáculo sobre un sistema hidrográfico que le asegurara para siempre
una firme vitalidad gracias a los recursos naturales que todo país necesita para su
desenvolvimiento. La estructura de la nación no podía ser otra que la determinada por las
tierras regadas por el Río Paraguay y sus numerosos afluentes, cuyas aguas, después de
recibir las del Pilcomayo, el Bermejo y el Paraná, iban juntas a desembocar en el mar.
Con estas miras, y porque la producción agrícola, superior a las necesidades locales, le
indicaba la urgencia de buscarle una salida, y porque la incomunicación y el aislamiento en que
el desierto que quedaba a sus espaldas dejaba a Asunción, insistía en restablecer las rutas
hacia el mar, repoblando Buenos Aires y fundando Santa Fe, Corrientes y Concepción del
Bermejo. Así entendía satisfacer los imperativos de la economía colonial, los reclamos de su
creciente expansión y los destinos de la comunidad.
Sea en el gobierno o fuera de él, la influencia de Hernandarias se hace sentir durante más
de treinta años (desde 1590 a 1620). Es el precursor y prototipo del político criollo –dictador o
caudillo– que es dueño de vidas y haciendas en razón de poseer el monopolio de la vida
económica gracias a un rudimentario "aparato estatal" cuyos principales fundamentos estaban
en sus vinculaciones con la Corte lejana, el apoyo jesuítico y su dinamismo, tenacidad y pocos
escrúpulos, sumados a su habilidad demagógica. Con certera intuición adivinó las futuras
consecuencias de la creciente impopularidad de las "encomiendas” y planeó un "nuevo orden”
que aseguraría el triunfo de sus ambiciones. Para ello Hernandarias se valió de los jesuitas y
los jesuitas se valieron de él.
Nada más favorable para el hábil gobernador que combatir aquellas costumbres, dando a
su política el sentido de un plan para reconstituir el hogar y defender la propiedad privada,
convirtiendo el derecho de "vaquear" en un monopolio a su favor.
En otro orden, la confusión no era menos grande. Los extranjeros eran perseguidos en mil
formas. La xenofobia, hábilmente atizada, desembocó en medidas contra la inmigración y el
consiguiente nacimiento del sentimiento regional que, con el tiempo, ha de convertirse en el
nacionalismo hosco y egoísta. De esta manera el acaudalado gobernador favoreció también el
propio monopolio de la producción, venta y tráfico fluvial de la yerba-mate. Por manos de este
infatigable, inteligente y dinámico mercader, el Paraguay quedó aislado del comercio extranjero
y éste, como organización permanente, quedó dentro de la férrea órbita de los jesuitas.
Decisivo fue el viraje que comportaron para la historia de América aquellas medidas
económicas precursoras del cercenamiento de la Provincia Gigante a cuyo rededor se había
trazado ya el cinturón de hierro que debía formar un pequeño Paraguay asfixiado en la
mediterraneidad. Pero como que la historia dirigida apareció ya entonces, Hernandarias pasó
a la posteridad como gran gobernante. Los intereses que sirvió le habían asegurado una
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Coincidiendo con la designación de Fray Martín de Loyola, sobrino de San Ignacio, como
Obispo del Paraguay, Hernandarias, en 1605, pidió al Rey el envío de misioneros que trajeran
la palabra del Evangelio a estas comarcas atan vastas como el Océano”.
El Rey accedió a este pedido y así, por cédula firmada en 1608 por Felipe III, se proveyó
la instancia con el propósito de realizar la conquista espiritual y contribuir a edificar las misiones
y a suavizar los males de las encomiendas, sobre las que habían empezado a afluir copiosas
quejas a la Corte. Hernandarias logró, así, en 1612, el título de "protector de los indios”.
En 1620, otra cédula cercenó la Provincia Gigante. Así se alejó el Paraguay de su litoral
Atlántico y quedó privado de su influencia en la cuenca del Plata. La misma disposición real
creó la Gobernación de Buenos Aires. La jurisdicción de Asunción se contrajo desde entonces
a casi los límites actuales del Paraguay.
1º – La paz entre los indios y los españoles dio lugar a una nueva raza, resultado de la
fusión étnica, la cual sería en adelante la base demográfica de un nuevo país.
3 º – La introducción del ganado provocó una enorme y súbita evolución, en primer lugar
porque se introdujo un sistema de locomoción desconocido. El caballo aceleró el ritmo de la
vida, caracterizado hasta entonces por el infatigable andar indígena y el deslizarse de las
piraguas. El ganado vacuno dio nacimiento a una nueva fuente de riquezas y a importantes
actividades industriales.
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Estos trascendentales resultados ponen de resalto y con nitidez, como frutos de este
período histórico, el lamentable fraccionamiento de la Provincia Gigante en dos porciones
desvinculadas entre sí, pero dependientes de la Audiencia de Charcas.
Termina, pues, este ciclo de la historia paraguaya con la determinación de un sino fatal.
La Provincia Gigante ya no existe; la madre de ciudades quedará sometida a la tutela de una
de sus hijas.
***
ADOLESCENCIA HERÓICA
CAPÍTULO IV
LA "REPÚBLICA" CRISTIANA
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Fray Martín Ignacio de Loyola, a su paso por Buenos Aires, en 1604, había encontrado,
arrojados a sus costas por un naufragio, a los PP. Juan Cataldino y Marcial Lorenzana. Ellos y
los PP. Francisco Martín y Simón Mazeta, fueron los primeros que comenzaron a trabajar en el
Paraguay en la organización sistemática de las doctrinas. Su labor se caracterizó por un
fervoroso celo apostólico, y está evidentemente exenta de las censuras que después se
hicieron a la actuación de los ignacianos.
Los padres Cataldino y Mazeta fundaron la primera reducción en 1610 –la Villa de
Loreto–, cuna de la República Cristiana de los guaraníes. Con la cooperación de caciques
sometidos, se fundaron otras destinadas a cumplir el papel de centros auxiliares para reunir
prosélitos.
Tales los modestos orígenes de la República Cristiana, que traería a estas tierras
selváticas y bárbaras, días luminosos para el Cristianismo, dentro de un régimen feudal que,
por su parte, echaría espesas sombras sobre ellos.
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una colectividad cuya "razón embrutecida no había conservado siquiera casi ninguna huella de
la religión natural".
Un hecho relatado como milagroso por el padre Charlevoix vino con sus relieves
terroríficos en ayuda de los designios de aquellos misioneros. El cacique de la Reducción de
Loreto, uno de los primeros conversos y colaborador de la Misión, había recaído públicamente
en sus ideas y costumbres primitivas, constituyendo un grave peligro para el desarrollo de la
naciente sociedad cristiana. Reconvenciones, exhortaciones y aún las amenazas de los
misioneros no surtieron el efecto de atraer al redil a la oveja descarriada. Y un día la cabaña
del hereje fue pasto de las llamas, siendo él quemado vivo dentro de ella. El hecho fue
interpretado como una manifestación de la cólera divina, y después de este suceso las cosas
se desarrollaron siguiendo el proceso previsto. Los jesuitas entraron a ejercer su ministerio bajo
la autoridad y en representación del Rey, del Consejo de Indias y del Obispo del Paraguay.
Bajo la dirección y control de un superior o Provincial quedaron encargados de las tareas
temporales y las espirituales en las Misiones.
Estas promesas no fueron cumplidas hasta 1649. Felipe V los declaró "fieles vasallos" y
"Barrera del Paraguay contra el Brasil".
LA AGRICULTURA MILITARIZADA.
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Acalladas sus pasiones por el tesón sistemático de sus dominadores, sus arrestos
llegaron a paralizarse. Vivían en beneficio de la comunidad, privadas de iniciativa y de
oportunidades para aprovechar sus talentos naturales, su habilidad manual y su capacidad
imitativa en plena evolución. El carácter de la enseñanza que se les suministraba no les
predisponía a los altos vuelos. Cantaban maravillosamente en latín, o copiaban manuscritos,
pero sin entender ni uno ni otros. Eran engranajes de una máquina, sin más destino que el de
cumplir una función, y cuando eran castigados, debían agradecer a quienes los azotaban por
haberles enseñado con ello la buena senda. Aguiyevé, Cheavaré, che mbo aracuaá itére (Te
agradezco, Padre mío, porque sabes infundirme entendimiento).
Para acomodarse mejor a este régimen de sumisión absoluta se contaba con los hábitos
militares que habían inculcado en el indio. Cada uno era soldado y agricultor al mismo tiempo.
Luego, se le llenó de recelos respecto de los extraños, y esta desconfianza hizo renacer en él
ese sentimiento de prevención y aun de odio al extranjero, que los españoles habían logrado
desarraigar en amplia proporción.
Las Reducciones eran como plazas fuertes en las cuales un extraño no podía penetrar
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sin permiso de los padres, y esto mismo por un plazo no mayor de tres días, y menos si eran
españoles que poseyendo el idioma guaraní podrían traer a esos sitios de secuestro los ruidos
de fuera.
Los mismos gobernadores y obispos, que a ello tenían derecho, no lo ejercitaban sin
previa autorización. Es cierto que teóricamente, éstos y el Rey tenían autoridad sobre las
Reducciones, pero en su interior, leyes propias y tribunales exclusivos determinaban la
situación y las normas de convivencia, desde los delitos hasta las reyertas conyugales. Es
cierto también que cada pueblo elegía el día de Año Nuevo un gobierno de carácter comunal:
un Cabildo compuesto de Corregidor, Teniente de Corregidor, dos Alcaldes ordinarios, cuatro
Regidores, dos Alcaldes de la Hermandad, un Alguacil Mayor, un Mayordomo y un Secretario.
Pero estando condicionada la elección a la asistencia y a la aprobación de los padres, era un
gobierno puramente nominal. Por lo demás, el papel de estos funcionarios no era de los más
edificantes: presenciar el faenamiento del ganado para la comunidad, vigilar la asistencia de la
gente a la doctrina, a la misa y al rosario, y estar al tanto, para informar, de cuanto en el pueblo
ocurría. En compensación, a veces eran distinguidos con escaños especiales en las iglesias y
con una insignia consistente en un bastón con puño de plata. Este ya no era el Cabildo que
había implantado Irala como un germen de la soberanía, sino una estructura decorativa y sin
vida.
Los pueblos fundados por los jesuitas eran realizados de acuerdo con un plan constante,
cuyo centro vital, no geométrico, era la Iglesia: calles de N. a S. y de E. a O. Una plaza, un
Colegio, cementerio, Casa Capitular, almacenes, hospital, residencia de huérfanos, viudas y
mujeres de mala vida. Dentro de ellos la Compañía de Jesús realizó su obra singular y
discutida.
Organizada así la república cristiana, iba a poder sostener con ventaja una lucha por el
poder económico. La yerba-mate fue su principal estímulo, al ser el primer producto que abrió
rutas comerciales terrestres y fluviales.
En aquel tiempo los conventos de la Compañía de Jesús habían llegado a ser los
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centros de producción comercial y aun bancario, si así puede llamarse a los préstamos
usurarios, especialmente en especies, concedidos a obispos, cabildantes, gobernadores y
encomenderos. A una institución bien organizada le era fácil aumentar su poderío e influencia
(aun cuando llevaran en sí el germen de su posterior aniquilamiento) en un conglomerado
social en que las actividades lucrativas no habían recibido aún los beneficios de la
especialización y de la división del trabajo. Seculares, regulares y seglares eran, al mismo
tiempo, encomenderos, comerciantes, industriales y funcionarios. Cada uno procuraba manejar
la mayor cantidad de resortes. Así el licenciado Cepeda pudo apostrofar al dominico Francisco
de Vittoria, Obispo del Tucumán, diciéndole que "había olvidado su oficio pastoral tan ajeno del
de mercancía y tratos en que se halla metido".
Ambos monopolios que habían organizado su peculiar sistema feudal, tenían que chocar
temprano o tarde. Frecuentes incursiones de catecúmenos por los dominios de los
encomenderos iban a ser las primeras chispas del incendio que iba a abrazar a los propios
iniciadores.
Los jesuitas se emplearon a fondo para el conocimiento del medio físico y el ambiente
social de la Colonia. Tan pronto como llegaron al Paraguay se informaron científicamente de la
región y de sus habitantes. Mientras unos organizaban las condiciones de existencia y
aprendían la lengua indígena, otros exploraban y estudiaban la naturaleza. Algunos recorrían
los ríos, otros se internaban en el vasto Chaco. Fueron ellos los primeros en mandar a Europa
los mapas más exactos.
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5 º – Que al dejar de percibir el Rey las alcabalas, nada podía invertir la Corona en
asistencia de la Provincia, suscitando la miseria, inquietudes y subversiones de los habitantes.
6 º – Que de todos esos caudales nada utilizaba España, salvo el caso en que hubiera
alguna vinculación con algún negociado cortesano.
7 º – Que gran parte de las cuantías de plata y oro que correspondían a la Corte, iban a
otros reinos, especialmente a Roma, a manos de su General, destinada a obtener bulas y
privilegios tendientes a una más completa explotación de la comarca y sus habitantes.
Pocos asuntos han sido objeto de tantos debates como los actos de los discípulos de
San Ignacio en el Paraguay. Muchos de los acontecimientos de la época han quedado
definitivamente ignorados, pues numerosos documentos, en virtud de sentencias y de órdenes
de ellos mismos, fueron destruidos por el fuego.
A las congregaciones de Santo Domingo, San Francisco (en cuyo convento se daban
clases de Filosofía y Teología) y La Merced, se les atribuye sin excepción haber desenvuelto
una buena política de caridad y gobierno espiritual. La estada de los jesuitas, aun cuando su
conducta no siempre se caracterizó por tal política, rindió estimables beneficios a la
colectividad: Dejaron allí lo que no es corriente entre los mercaderes: huellas de su ciencia, de
su arte y de su destreza que, aunque no fueron aprovechadas por los indios, lo fueron por la
posteridad. Respecto de la mayoría de los conquistadores no puede decirse lo mismo, sin que
por eso deba silenciarse lo que América les debe por haber echado los cimientos de la
civilización cristiana a costa de sus padecimientos y de sus vidas y a cambio de sus
ambiciones.
Las Reducciones jesuíticas tienen el valor de una organización del trabajo colectivo y de
distribución de la riqueza que constituye una solución –buena o mala como tantas– de un
problema social; y en el choque producido entre aquéllas y los conquistadores, es evidente que
fueron un paragolpes a la avidez de los encomenderos y colonizadores, aunque tanto en unas
como en otros el sistema consistiera en el señorío por un lado, y el vasallaje, por el otro.
Por esto los antagonismos eran frecuentes y a medida que el tiempo transcurría iban en
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constante aumento. Además de romperse con frecuencia la armonía entre dichos poderes,
había luchas entre los jesuitas y otras órdenes, entre aquéllos y los gobernadores, los obispos,
los portugueses y los indios. En 1648 había ya dos partidos bien definidos, el de los jesuitas y
el de los encomenderos. La Colonia era un gran campo de Agramante. Pocos fueron los
Adelantados o Gobernadores que llegaban a retirarse tranquilamente a la vida privada. Casi
todos fueron a su turno asesinados, procesados, ejecutados, desterrados o remitidos a España
cargados de cadenas. El propio Bernardino de Cárdenas, obispo, político y guerrero, que
apoyaba a los encomenderos y tenía el apoyo de las órdenes rivales, y que ya en 1649 expulsó
a los jesuitas, lejos de escapar a la regla, a pesar de su carácter sacerdotal, fue
frecuentemente castigado y humillado por autoridades seculares y eclesiásticas, varias veces
deportado y excomulgado.
Hubo más motines y sublevaciones que gobernadores, y en todo esto los guaraníes eran
utilizados unos contra otros y desangrábanse en los estériles conflictos de ambiciones, de
mando o de lucro, y aun en los originados en absurdas disputas escolásticas.
CAPÍTULO V
LA REVOLUCION COMUNERA
NACIMIENTO DE LA CIUDAD.
Ya cien años antes, Asunción había recibido el título de Metrópoli colonial, pero ahora
está a punto de adquirir la jerarquía urbana a que su categoría le da derecho. La población iba
sedimentándose biológicamente, la vida nómada había desaparecido como hábito, las
relaciones coactivas entre españoles y nativos volvíanse espontáneas dando nacimiento a
instituciones, mientras la noción de riqueza adquiría poco a poco el valor social que enseñó a la
colectividad despojada, su derecho al goce de los bienes fundado en el vínculo evidente entre
la riqueza y el esfuerzo para crearla.
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DESAZÓN ESPIRITUAL.
Así Asunción surge como ciudad populosa para su época, más que Buenos Aires y que
las ciudades de la América sajona, que le iban en zaga en población, organización y como
emporio artístico.
También se levantan lejos o cerca de Asunción otras ciudades en donde los Cabildos
van dando ritmo y tono a la vida política y adiestran a los "hijos del país" para la vida cívica.
Si bien la sociedad feudal no le dio una clase ilustrada, debido a la calidad de los
colegios y a su corto número, la experiencia de tantas clases de opresión dotó al Paraguay de
un espíritu de independencia tan expansivo, que no iba a tardar en aflorar en el ambiente
social.
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Este espíritu había venido forjándose paso a paso desde tiempos remotos y era
fomentado por disposiciones reales originadas en los preceptos cristianos o en el deseo de dar
solución a dificultades derivadas de la lejanía de la Metrópoli: los nativos tenían derecho a
designar gobernador provisorio desde los primeros tiempos de la conquista; en 1605, las
ordenanzas de Alfaro prohibieron el servicio personal del aborigen, extinguiendo así
virtualmente –aunque no en la práctica– el señorío; también se habían concedido privilegios
municipales a los nativos.
Así, la influencia del Trono, por su propia acción, iba diluyéndose en las ciudades
coloniales.
Todos aquellos atributos de la nueva ciudadanía se vieron cohibidos por este nuevo
factor que vino a absorber todas las manifestaciones de la vida colectiva. No existían, por
entonces, partidos organizados, pero las ideas iban aglutinando los espíritus y definiendo las
tendencias. Frente a la realidad monárquica, que significaba el poder civil o temporal, apareció
la jesuítica como una energía combatiente con envoltura religiosa o espiritual pretendiendo
asumir el papel de intermediaria entre los nativos y la Corona.
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Revolución comunera.
En el fondo del movimiento de Antequera, Mompox y Mena palpitaba toda una historia
que comenzó con el derecho profundamente humano establecido por las Ordenanzas de Alfaro
y culminó en un «nuevo orden» que iba a trasladarse de las conciencias a los hechos.
La asunción del cargo de Gobernador de la Provincia por don Diego de los Reyes
Balmaceda, acontecimiento no bien recibido por los «hijos del país», fue la primera chispa.
Como todos los grandes movimientos ideológicos, el comunero tuvo orígenes modestos, una
causa ocasional fútil, sin relación con la grandeza de los motivos y de las consecuencias.
Llegado Antequera a Asunción y reconocido por el Cabildo, comprobó que Reyes era
culpable de abuso de autoridad, malversación de dineros reales y violación de la fe pública.
Una encarnizada pugna en la que el Gobernador era fuertemente apoyado por los jesuitas, se
inició entonces entre Antequera y Balmaceda. Las alternativas fueron múltiples y variadas. Se
formaron bandos. La provincia estaba soliviantada por la explotación y la arbitrariedad, y en la
conciencia pública tomaba cuerpo un capítulo de cargos contra las autoridades. En él se
consiguió en primera línea el soborno de Luis de Céspedes Jeria por los mamelucos, a los que
dejó invadir la provincia del Guairá para destruir sus pueblos y arrear 60.000 habitantes que
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fueron vendidos como esclavos en el Brasil en 1628. Tampoco se pasó por alto que los
gobernadores comerciaban con sus cargos, como Antonio Victorica, que había vendido el suyo,
con aprobación de la Corte, a Diego de los Reyes Balmaceda.
Depuesto por presión popular, Balmaceda acudió en queja a Buenos Aires. El Virrey
ordenó su reposición, en vista de lo cual Antequera proclamó ante el Cabildo una doctrina que
setenta años después Jefferson había de sostener: el derecho y el deber del pueblo a derrocar
al gobierno que sistemáticamente quiere entronizar el despotismo: "El pueblo reservó para sí
una facultad, especialmente en lo que se refiere a las leyes de su gobierno político y a las que
tienen fundamento en el Derecho Natural. El pueblo puede oponerse al Príncipe que no
procede ex aequo et bono». No todos los mandatos del Príncipe deben ser ejecutados. Dos
concepciones políticas se encuentran frente a frente en una lucha cuya primera etapa no se
definirá hasta 1811, proyectándose hasta los tiempos actuales.
Acorde con tales pautas, el Cabildo, en abierta rebeldía contra la tradición absolutista
representada por la Audiencia y los virreyes, dispuso el apresamiento de Balmaceda.
Partidarios de uno y otro bando eran alternativamente cargados de cadenas y libertados. Se
cruzaban acusaciones, intrigas y persecuciones, y se produjeron luchas cruentas. Antequera, a
su vez, fue demandado ante la Audiencia. Los partidarios de éste suscribieron un manifiesto
dirigido al Rey en el que se acusaba a los gobernadores anteriores a Antequera de haber
violado todas las leyes, haber saqueado el tesoro real y oprimido al pueblo. Los jesuitas fueron
compelidos a abandonar el Paraguay en el término de tres horas por orden de los Regidores
Capitán Juan Caballero de Añasco y Antonio de Rego y Mendoza, y los religiosos la cumplieron
saliendo con sus breviarios, sombreros y manteos como único equipaje. A la cabeza de la
comunidad marchaba el ilustre Rector, Padre Restivo, en presencia del pueblo hostil reunido
frente al Colegio ante el cual habían sido emplazadas varias piezas de artillería listas para
hacer respetar el decreto de expulsión, y aun con orden de cañonear el edificio en caso de
resistencia.
Asunción era ocupada alternativamente por uno u otro bando. Mientras uno es el
vencedor, el vencido huye de una ciudad a otra o de Reducción en Reducción. El estandarte
del Rey a veces flameaba al frente de las tropas, y otras, era arrastrado por el arroyo; las ideas
definíanse en virreynalistas y antivirreynalistas, insensiblemente, y las líneas de separación se
tendían sin que muchos protagonistas lo advirtieran con claridad. Los jesuitas acusados como
perturbadores de la paz pública permanecían leales al Virrey; el pueblo, apoyado por otras
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órdenes religiosas, formaba enfrente, con Antequera como jefe, acusado, a su vez, por los
jesuitas como caudillo de los encomenderos, culpable de despotismos y exacciones, y
calificado por el Virrey de Buenos Aires como reo de desacato y rebelde a la Corona por los
hechos cometidos contra los jesuitas. Derrotado después en Misiones, Antequera huyó, y se
refugió en el convento de los franciscanos. Violado su asilo, fue detenido y arrancado de él por
la fuerza como reo de lesa majestad. Ante la Corte, el Presidente no le permitió defenderse; le
impuso silencio y ordenó fuese remitido, engrillado, a la cárcel de Lima.
Cinco años estuvo Antequera en la cárcel de Lima, en donde gozaba de relativa libertad,
como si se le diera oportunidad para escapar. Pero él no la aprovechó, expresando a quienes
le insinuaban rehuir la acción de la Corte, que él había procedido de acuerdo con su conciencia
y documentado debidamente su conducta y que nada le importaban ni su vida en peligro ni sus
bienes confiscados.
Entretanto el Rey dispuso que Antequera fuera juzgado en España, contra la opinión de
los que querían hacerlo en América.
Las rebeldías comenzaron nuevamente en Asunción, y los tumultos eran cada vez más
frecuentes y ruidosos. Los partidarios de Antequera aparecieron acaudillados por don
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"La voluntad de la Comuna es superior a la del mismo Rey, porque la soberanía del
pueblo es anterior a toda ley escrita". Estas ideas, derivadas del Fuero Juzgo y difundidas de
acuerdo con una técnica revolucionaria, iban invadiendo la provincia. Sólo faltaba la
oportunidad para hacerlas estallar.
Mompox dio la voz de orden: «Es necesario oponerse a la recepción del nuevo
Gobernador en nombre de la soberanía de la Comuna". El movimiento subterráneo apareció en
la superficie estructurado como un nuevo partido, el de los comuneros. Los "oficialistas"
recibieron de Mompox el mote de contrabandos, o sea escamoteadores del derecho común del
pueblo.
El instante, sin embargo, era confuso como en todas las revoluciones. Muchos no
alcanzaban todavía a comprender con exactitud las dimensiones ni la naturaleza
profundamente transformadora del movimiento. Había en la superficie una mezcla de
tendencias conservadoras y revolucionarias, en el fondo todas liberales y autárquicas. Por eso
bajo la invocación del interés público, se distingue en medio del alboroto una buena proporción
de intereses creados al rededor del aprovechamiento de la yerba mate, del servicio personal de
los indios en competencia con la organización del trabajo en las Doctrinas, sed de mando, de
honores, ambiciones y rencillas personales, agravada por la vacilación de la Metrópoli en dar
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funciones de autoridad a los "hijos del país». Así es cómo José Luis Bareiro, monarquista
mimetizado, o comunero timorato, ignorante de la misión que los acontecimientos le depararon,
sin advertir que los Comuneros habían depositado en él un gobierno al mismo tiempo
independiente del Rey, de los encomenderos y de los jesuitas, cae en las redes de éstos y
traiciona a Mompox y a la causa de la libertad. Apresa al adalid y lo remite a Lima, vía Buenos
Aires, pero en el camino sus conductores se descubren como sus partidarios y lo ponen en
libertad.
Antequera, a caballo, era conducido en medio del tumulto hacia el tablado donde debía
ser ajusticiado. En esas circunstancias los soldados lo asesinaron para evitar que el pueblo lo
libertara. La multitud reaccionó apedreando a los militares. Después, por orden del Virrey, se
alzó el cadáver sobre el tablado, se le cortó la cabeza, y a continuación también fue decapitado
Juan de Mena. Todo fue ejecutado por un verdugo ad-hoc, pues el profesional había
desaparecido.
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1732. La revolución comunera del Paraguay parecía fracasada. Así se creía en Lima;
pero en Asunción ocurría algo inusitado.
La Junta Comunera se había constituido en una especie de tribunal del pueblo que
operaba con procedimientos breves y sumarios: se dispuso en el acto la expulsión de los
jesuitas; los Regidores Benítez y Caballero de Añasco, principales culpables de la ejecución de
Antequera y Mena, fueron condenados a muerte, e igual pena quedaba impuesta contra todos
los reaccionarios; los altos dignatarios eclesiásticos quedaron bajo custodia en el Palacio
Episcopal, y las puertas de la Catedral fueron guardadas para que nadie tomara asilo en ella.
Luego, dos mil hombres, al mando del Capitán Roch Insaurralde, cayeron de improviso, hacha
en mano, sobre los colegios y establecimientos jesuitas, y los expulsaron sin darles tiempo esta
vez, siquiera, de tomar sus breviarios. La turba frenética “se sentía implacable en su furor
sacrílego", escribe un cronista jesuita, y añade que la multitud se tapaba los oídos para no oír
la sentencia de excomunión en Coena Domini que les leía el Obispo prisionero.
Los años de 1732 y 1733 fueron una sangrienta sucesión de combates entre el Ejército
de la Comuna y el de los Gobernadores, cuyo propósito fundamental era la restitución de los
jesuitas a sus colegios y Doctrinas. La guerra civil se había desatado con furor y saña. Toda la
Provincia era un fraccionamiento cívico, militar y religioso, pues en ambos bandos revistaban
ciudadanos y tropas regulares que combatían a muerte, y clérigos que se batían con
memoriales y libelos. En ambas parcialidades se hacía derroche de valor y de pasión.
Después se constituyó una junta general para el Gobierno de la Comuna, con el título
Junta de Defensa. La primera medida fue la confiscación de los bienes de las Misiones
Jesuíticas y la de los que permanecieron fieles al Rey. Los jesuitas se vieron obligados a
trasladar sus Doctrinas y Reducciones al otro lado del Paraná. El pueblo dueño de sí mismo,
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LAS INDIAS
Poco tiempo de calma tuvo la Junta. Cuando un ejército al mando de Bruno Mauricio de
Zavala aparecía enviado por el Gobernador del Río de la Plata, y acampaba en las márgenes
del Tebicuary, la Junta Comunera era presa de la anarquía y de una profunda desorientación.
Los adalides liberales eran víctimas del fermento revolucionario propio de las primeras horas
de todo movimiento transformador de la estructura político-social. En tal estado fueron
fulminados por excomuniones y recibieron un Auto Exhortatorio para restituirse a la fidelidad
del Monarca. Las circunstancias no eran propicias para una defensa bien articulada y eficaz.
Bruno de Zavala, con un ejército numeroso reclutado en todo el Virreynato, desde Buenos
Aires a Corrientes, batió fácilmente a los comuneros, que padecían de la desconexión de su
jefatura y de un aislamiento mediterráneo que les impedía proveerse de lo necesario para la
defensa. Muchos miembros de la Junta y otros partidarios conspicuos cayeron prisioneros y
fueron ejecutados. Otros huyeron o fueron desterrados.
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LAS INDIAS
España (1767), un rudo golpe para el monopolio, la caída de un baluarte alzado contra el
liberalismo que los Enciclopedistas iban sistematizando en todos sus aspectos, para que
estallara en 1789 frente a la Bastilla y se expandiera luego en Europa y América. El liberalismo
paraguayo, gracias a este suceso, se incorporó al movimiento universal. El absolutismo
político, económico y religioso, sistematizado, había caído. Su ulterior resurgimiento, como
arbitraria expresión de los dictadores, sería menos grave.
Observando los hechos desencadenados desde 1717 a 1735, nótase que la Revolución
Comunera ha pasado por tres etapas.
El segundo período corre desde 1721 a 1725. En esta etapa el pueblo reproduce en
América el conflicto que se desarrolla en España a causa del intento de las ciudades de definir
sus derechos y desintegrar los poderes monárquicos en beneficio de su autonomía. Es el
período doctrinario, la época propiamente revolucionaria. En ella, las rebeldías desarrollan
dinamismo y los ideales son sustentados con la pasión que les es inseparable. Como ocurre
ordinariamente, esa pasión que se desprende de los intereses individuales afectados, de las
injusticias y persecuciones, aglutina a las muchedumbres. Lo justo y lo violento, lo reflexivo y lo
emocional, extremos tan opuestos en momentos normales, encontraron el caudillo en Mompox.
Sin embargo, el estandarte comunero se mantuvo por diez años más, entre 1726 a
1735, que es su etapa final.
CAPÍTULO VI
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LAS INDIAS
Mientras tanto las víctimas, por ambos lados, eran los elementos de la formación
nacional: los autóctonos y los hijos del país. En el ínterin, los indios montaraces, especialmente
los del Chaco, irrumpían poniendo en peligro la civilización en cierne, y los portugueses
clavaban fortines en el territorio de la desmembrada Provincia Gigante en una persistente tarea
de penetración.
Expulsados ellos, que habían venido ejerciendo la ceñida tutela del Paraguay indígena,
sus dominios quedaron vacantes. La Corona tenía que reasumir esa tutela para impedir el
apoderamiento ilimitado de las tierras por parte de sus propios súbditos, en perjuicio de los
indígenas e "hijos del país". Pero aun entre esos dos elementos nacionales había un
antagonismo, ya social, ya de intereses, que se tradujo en una lucha entre ambos por la
propiedad de las tierras cuya posesión de hecho la ejercían los indígenas que en ella habían
sido asentados por las Reducciones. Los audaces hijos del país, nuevo producto biológico,
invadieron esas tierras a pesar de los Virreyes, de los gobernadores y de la resistencia activa
de los indios, y asumieron el papel de los encomenderos.
Los indios se vieron de esta manera, desde los primeros tiempos, como seres errantes y
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LAS INDIAS
sin patria, perseguidos por toda clase de gentes y sistemas: desde los conquistadores
buscadores de oro, hasta los nacidos de madre india y padre blanco o mestizo, los llamados
hijos del país. Era el comienzo del largo peregrinaje a que el destino los había sometido.
Feudalizados primero, en ciertos puntos de la Región Oriental, fueron luego empujados por sus
propios hijos, que los obligaron a vadear el Río Paraguay para arrinconarlos por fin en los
llanos de Ysosog y las primeras elevaciones de los Andes que proyectan su sombra sobre la
planicie chaqueña. Con la detentación de la tierra por esas generaciones jóvenes, los
"naturales", como los llamaba Belgrano, se dividieron definitivamente en "guaraníes" e «hijos
del país", manteniendo para siempre, mediante el idioma, el recuerdo de su vinculación
originaria.
Un informe pasado a don Félix de Azara en 1785 por el Gobernador Gonzalo de Doblas,
da un cuadro de la situación en los años en que se desarrollaron estos acontecimientos: "Los
indios saben que son libres y desertan de los pueblos, sin otro motivo que sentirse oprimidos y
sin la libertad que desean; los que permanecen es porque aún no han adquirido valor para
dejar a su patria, y en la repugnancia que tienen a todo lo que los destina la comunidad, se
conoce lo violentos que están; y así es preciso mucha prudencia y suavidad para gobernarlos”.
Era evidente que la ausencia repentina de las Misiones Jesuíticas había producido un
desequilibrio. La sociedad criolla, anárquica, quedó como una energía desatada, cuya
aplicación y destino dependería de las normas que se dictaren para regir la nueva situación.
Por Cédula del 8 de agosto de 1776, el Rey agrupó bajo la jurisdicción del Virreinato del
Río de la Plata, con Buenos Aires a la cabeza, al Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la
Sierra y Charcas, y desde el año siguiente a Mendoza y San Juan. Las autoridades de
Asunción quedaron sometidas a Buenos Aires, la ciudad que aquélla había fundado y cuya
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LAS INDIAS
Desde 1782, según la Real orden de Valladolid, Asunción figuró apenas como una de las
ocho intendencias erigidas dentro del Virreinato, y para peor, mal demarcada. Los Tratados de
la época no le dieron límites bien definidos. Así tuvo que heredar todos los pleitos entre las
Coronas de España y Portugal, germen de todas las futuras disputas de fronteras.
momento en que las llamaradas de la Revolución Francesa entraban en América por todas
partes.
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LAS INDIAS
La primera tentativa que tuvo éxito fue la destitución del Virrey Cisneros en Buenos Aires
el 25 de mayo de 1810. Su autoridad pasó a la Junta Gubernativa. Era el comienzo de la
disgregación de los dominios de España, aunque no todos los próceres argentinos lo
advirtieran con claridad.
Entre tantas ideas circulantes, sin embargo, había una bien definida: el propósito porteño
de mantener la unidad del Virreinato. La primera preocupación de la Junta fue la de sujetar a la
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LAS INDIAS
Provincia del Paraguay unida a las otras. La misión –orientada a tal fin– aparentemente
pacífica del Coronel D. José de Espinola, que iba en realidad con el propósito de suplantar al
Gobernador del Paraguay, Bernardo de Velazco, fracasó. La maniobra malograda suscitó una
reacción en Asunción y alarma en Buenos Aires. En el Paraguay se produjo un estado de
subversión, y en la capital del Virreinato se preparó una expedición militar que se confió a Don
Manuel Belgrano, vocal de la Junta, para someter a la Provincia insurgente. Fue el error inicial
de esta autoridad que pretendía obtener un aliado por la fuerza, sin conseguir otra cosa que
revelarle aún más sus posibilidades con la lección elocuente que dan los acontecimientos. En
efecto, la inexistencia de la soberanía real, que hasta el 25 de mayo de 1810 había constituido
el fundamento esencial de la cohesión política, del derecho a mandar y de la obligación de
obedecer, había determinado una vacancia de la autoridad central. Por consiguiente, el lógico
dilema para cada una de las provincias del Virreinato era: o seguir acatando la autoridad de
Fernando VII, o gobernarse por sí mismas. Jurar fidelidad a la soberanía real y acatar al mismo
tiempo a la Junta de Buenos Aires, una autoridad que había suplantado al legitimo
representante del Rey, era absurdo y contradictorio. Y esto lo sabía Velazco y lo
comprendieron objetivamente los jefes, oficiales y soldados que lucharon contra las tropas de
Belgrano, y que posteriormente sostuvieron la situación creada por la revolución del 14 de
mayo de 1811, que fue la prolongación del triunfo de Paraguarí y Tacuarí, pero no todavía la
emancipación de España.
Belgrano había partido de Buenos Aires, al frente de sus tropas, a fines de 1810. El 19
de diciembre cruzó el Paraná, en cuya orilla derecha esperaba encontrar bandos de amigos y
ejército de enemigos. Pero nadie vino a recibirlo ni a interceptarle el paso. ¿Dónde estaba el
importante partido porteñista que según había informado Espínola, actuaría de "quinta
columna" tan pronto como Belgrano cruzara el Paraná?
¿Y los enemigos? Fuera de pequeñas partidas que parecían vigilar sus movimientos
para luego tomar la delantera al invasor, ni Belgrano ni sus tropas encontraron hombre viviente,
y lo que es peor, nada utilizable. En todo el camino y ya apenas a veintisiete leguas de
Asunción iban comprobando una sistemática aplicación de la táctica de "tierra arrasada”. Los
paraguayos habían evacuado el territorio llevando consigo haciendas, víveres y todo cuanto
pudiera ser útil al invasor.
deliberadamente preparado, tomó contacto con un numeroso ejército que no tenía más armas
que las de uso personal y su férrea voluntad. Con ellas, éste se proponía anular al adversario
para quedar solo y decidir, libre de presiones extrañas, de los destinos de la patria intuida, que
en su mentalidad estaba aún en estado nebuloso como una quimera indeterminada, densa y
confusa.
¿Se luchaba por fidelidad al Rey, o por sostener a Bernardo de Velasco, el Gobernador
respetado y temido, que muchas veces pareció interpretar el espíritu de la Provincia? ¿O se
luchaba para afirmar una personalidad político-social sin poner el pensamiento anticipado en
ciertos moldes institucionales o en determinados gobernantes?
El hecho es que ese día se eclipsó para Velasco la estrella que lo había guiado en las
guerras del Rosellón y en las invasiones inglesas. Y lo curioso es que esta caída se produjo en
una lucha realista contra otro ejército realista, cuyo resultado fue el triunfo del Paraguay sobre
el Virreinato, o sea la realización de la primera etapa de su emancipación.
Poco tiempo antes, al frente de los mismos criollos paraguayos, con los criollos
argentinos que ahora venían como enemigos, había combatido en Buenos Aires, en 1807,
contra las fuerzas de Beresford.
Y en esta ladina lucha de criollos, verdaderamente una lucha fratricida, las acechanzas y
sorpresas se suceden, tanto en las proclamas como en las trincheras, ora en las filas
invasoras, ora en las defensoras.
¿De quién parte ese sentimiento vital que va invadiendo e imponiéndose en los ánimos
sin que nadie pueda determinar su procedencia?
¿De quién? De cualquiera. De nadie y de todos. ¿Su estallido se deberá a las masas o a
sus conductores? No se puede determinar quiénes serán heridos, afectados y aun eliminados.
Hasta que por fin ese sentimiento, al principio mera intuición, se convierte en concepto y luego
en actos.
Tal ocurría en esos días tormentosos. Miranda, en Venezuela, pudo tener la aspiración
franca y clara de emancipar su país de la Metrópoli porque sus ideas entroncaban con los
acontecimientos norteamericanos de 1776 y los de Francia de 1789.
En cambio en el Río de la Plata, alejados del teatro de aquellos sucesos, sin ideas
claras, solicitados los hombres por los conflictos inmediatos entre nativos y peninsulares, por la
organización del Virreinato y por las contiendas políticas locales, debieron forzosamente incurrir
en constantes contradicciones. Obstaculizados por la herencia religiosa, política, económica y
social de la Colonia, los resultados se impusieron, no obstante, impelidos por el curso
vertiginoso de los acontecimientos.
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
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LAS INDIAS
El propio Belgrano estaba envuelto en este torbellino cuando defendía los derechos de
Fernando VII, después de 1810, lo mismo que el doctor Francia, hasta el Congreso de 1813.
Aun así, para el Paraguay el proceso de clarificación fue más corto, lógicamente: el Paraguay
tenía un elemento étnico más definido, tradiciones regionales más añejas y concretas y una
conciencia más firme de su personalidad política, debido a las enseñanzas y experiencias del
rígido régimen jesuítico y al enclaustramiento geográfico.
Con el golpe de estado del 25 de mayo en Buenos Aires, un orden político ha caído
definitivamente. La organización del Nuevo Estado y su difusión en la América Española
seguirá espontáneamente hasta cubrir toda su superficie. Para ello no hizo falta prédica ni
propaganda, porque el ideal del gobierno propio estaba en todos los espíritus como la meta de
un proceso natural de acuerdo con las leyes de la evolución. El gobierno metropolitano se
hallaba ya en quiebra y había comenzado su liquidación.
LA INDEPENDENCIA
En el Paraguay los acontecimientos corrían por los cauces lógicos. Cuando Velasco
regresó a Asunción encontró que el ambiente había cambiado totalmente para él. En esa lejana
retaguardia se difundía una solapada campaña de murmuraciones que lo presentaban como un
desertor frente al enemigo. Y su principal autor era otro realista que nada de su tranquilidad
había arriesgado en la reciente campaña: José Gaspar de Francia, Doctor en Sagrada
Teología y Catedrático de Vísperas de Teología Dogmático-Moral en el Real Seminario de San
Carlos, de Asunción. Al principio estaban en todas las bocas y en todos los corazones los
nombres de Velasco, De la Cuesta, Gracia, Gamarra y Cabañas como inseparables coautores
de los triunfos de Paraguarí y Tacuarí, pero pronto la campaña de intrigas comenzó a hacer
discriminaciones. El doctor Francia empezó a censurar el acuerdo de Tacuarí, minando así el
prestigio de Cabañas, que había firmado el armisticio, y tan hábilmente maniobraba el teólogo
para escamotear los frutos de la victoria, que todo el movimiento, que tomaba cuerpo, parecía
no tener otro objeto que el de sustituir a Velasco con el Gobernador de Misiones, Teniente
Coronel Fulgencio Yegros.
A falta de gobierno, había un pensamiento rector que por fin iba a triunfar. Y los patriotas
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
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LAS INDIAS
preferían regir ese pensamiento vivo a presidir una burocracia muerta. Era el sentimiento de
independencia y de autarquía por el que la raza guaraní había luchado impotente a partir de la
llegada de los españoles, desde el Río de Solís a los Xarayes. Era el de Irala cuando alentó la
conspiración contra la tiranía de Alvar Núñez; el de Pablo y Nazario Curupiratí al proclamar
"libertad y guerra sangrienta contra los españoles» y el de Martín Suárez de Toledo cuando se
erigió en Capitán y Justicia Mayor de la Provincia. Pronunciamientos prematuros e indefinidos,
sin duda, que no tuvieron claridad sino en la mente de los comuneros cuando exigieron el
gobierno propio, democrático e independiente, nacido del pueblo, hacía ochenta años.
Con el movimiento del 14 de mayo de 1811, son dos ya los países americanos que
declaran su decisión de emanciparse. Ambos pronunciamientos son al comienzo simples
golpes palaciegos que no transforman más allá de la superficie de la sociedad,
pronunciamientos que "reemplazan el ápice de la pirámide, pero dejan intacta la base", como
diría Noël-Pierre Lenoir, si en su Sociología de la Revolución hubiera analizado estos dos
acontecimientos.
En realidad, ellos son los síntomas premonitorios de una conmoción más profunda que
abre su propio camino con un cambio material del régimen administrativo, por la fuerza, para
luego, desde ese día, comenzar a actuar en profundidad, dinámicamente, desde el fondo a la
superficie.
Pero en cada caso, en el golpe de estado del 25 de mayo de 1810, como en el del 14 de
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mayo de 1811, existiendo esa común razón suficiente, los motivos impulsores fueron distintos.
En el primero la decisión vino de las luchas en que, por el dominio económico de las rutas
marítimas, estaban empeñadas España, Inglaterra, Portugal y Francia. El extenso litoral
marítimo de América era el punto de mira de esas ambiciones enderezadas a extender esa
influencia sobre las islas y tierra firme de este Continente.
El Paraguay, en cambio, arrinconado lejos del mar, estuvo inmune de esas batallas
piráticas que dieron nacimiento al comercio internacional moderno. Él concibió, preparó y
realizó su independencia sobre una base ideológica ecuménica. Su idea de libertad por largo
tiempo difusamente intuida, quedó concretamente formulada en el curso de la Revolución
Comunera. Y cuando esa idea estalló, fiel a su estirpe espiritual, apareció como un exponente
del movimiento libertador universal, como las revo luciones norteamericana de 1776 y la
francesa de 1789, de las que la comunera (1717-35) ha de citarse como antecedente obligado,
especialmente en cuanto a la formulación clara de los principios de autonomía y democracia.
El resultado inmediato del golpe fue una transición que más parecía una transacción,
puesto que se mantuvo en el cargo al Gobernador Velasco en una Junta que integraron el hijo
del país, doctor Gaspar de Francia y el español Juan Valeriano Ceballos. Pero en los días
subsiguientes, Velasco es acusado por sus colegas –tan realistas como él– de querer entregar
la Provincia a la dominación portuguesa, lo cual constituía lo peor para los paraguayos, que no
olvidaban la destrucción del Guairá, Igatimí y Alburquerque por los bandeirantes. Primero había
sido señalado como desertor, y luego algo así como un «vende patria". Los porteñistas, por su
parte, sindicaban tanto a Velasco como al Cabildo de pretender la separación completa de la
Provincia "para abandonar a un pueblo tan generoso e ilustrado como Buenos Aires”. La táctica
de Francia logró de esta manera unir a los dos partidos contra Velasco y, como consecuencia
de estos hechos, éste y los Capitulares, casi todos españoles, cayeron. Fue éste el primer
signo de hostilidad contra España. El mando quedó en manos de Francia y de Ceballos. En el
Congreso de la Provincia, realizado el 17 de junio, ambos dirigían una arenga que expresaba
"protestamos nuevamente una firme adhesión a los augustos derechos de Fernando VII".
El momento seguía siendo confuso. Los hechos consignados están lejos de configurar
una hábil maniobra política con vistas a dar nacimiento a una nación independiente. Los
mentores no tenían por qué ser forzosamente limpios, sagaces y perfectos, en flagrante
contradicción con las condiciones sociológicas imperantes. Ni Francia ni sus colegas
sospechaban que estaban en una contienda emancipadora cuyo curso era irresistible. El
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pasado colonial no podía desvanecerse en pocos días. Ese lastre espiritual, tortuoso y ladino,
es el que predomina en el discurso de Francia, que revela en el orador el afán de poner en
evidencia su superioridad sobre sus colegas, con el fin de no ser estorbado por ellos en el plan
que ulterior y paulatinamente ha de poner en práctica para quedarse solo en el poder,
aspiración esencial a cuyo servicio pondría después lo que para él era accesorio: la
independencia.
La segunda, la independencia de España, aún estaba en cierne; pero la vida colonial del
Paraguay había terminado virtualmente.
Ella duró doscientos setenta y seis años. Actuaron durante ese lapso, sesenta y ocho
gobernadores, sin contar los interinos y provisorios y muchos que no llegaron a posesionarse
del cargo.
***
JUVENTUD ARROGANTE
CAPÍTULO VII
EL SALDO DE LA COLONIA
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LAS INDIAS
EL ASIENTO GEOGRÁFICO
Al salir el Paraguay de ese estado feudal de tipo religioso-militar en que vivió a través de
las Encomiendas y del comunismo jesuítico, la nación, geográficamente es la unidad de dos
regiones diferentes unidas de modo indisoluble por debajo del río epónimo por la trabazón de
ensambladuras geológicas. Mantiene un leve contacto con los Andes, pero está sin litoral
Atlántico y muy lejos del Amazonas y del Río de la Plata. Su asiento ya no abarca siquiera la
cuenca hidrográfica completa del Río Paraguay y sus afluentes. Las condiciones de su
desenvolvimiento como nación iban a tener, pues, graves y constantes inconvenientes. Ya los
había tenido. La derrota comunera no reconocía otra causa inmediata que el cerco que
asfixiaba el espacio en que se libraban las batallas. El aislamiento sería también muy pronto el
motivo directo de las dictaduras, que al inaugurar el período nacional iban a matar por sesenta
años esa vocación por la libertad que fue la característica colonial desde el golpe contra Alvar
Núñez hasta las asambleas tumultuosas que vitoreaban a Fernando de Mompox.
EL POTENCIAL DEMOGRÁFICO.
En su superficie mediterránea vive una raza, producto del cruzamiento, que por la
cristalización del etnos y la definición precisa del demos, constituye una unidad biológica y
moral.
Indios ...........................................................10 “
Españoles ......................................................0.04 “
El porcentaje de españoles era ínfimo ya por aquel tiempo, a pesar de las enormes
multitudes hispanas que habían cruzado el mar para dirigirse a las Antillas, a Panamá, a
México, al Pacífico, al Río de la Plata y para dar la vuelta al Mundo. América estaba
absorbiendo la savia de la Metrópoli. El éxodo consistía especialmente en la nobleza
desarraigada, pero no dejaba de ajustarse a la ley natural: los inmigrantes y conquistadores
constituían la parte más audaz, dinámica y viril del lugar de origen.
Tanto el gobernante, como el misionero, el colono y los "hijos del país" se sintieron
íntimamente fundidos en la nueva entidad que iba adquiriendo conciencia de sí misma.
Mientras los conquistadores querían hacer de América una España de ultramar, el
indoamericano aspiraba a una personalidad propia. La impracticabilidad de aquel propósito
hizo inevitable la segregación política.
El cuadro de Renger y Longchamps, que ninguna otra comarca pudo igualar en aquella
época, es causa y efecto de un complejo psicológico. El mestizo desde la primera generación
se sintió partícipe de las cualidades del padre español y de la madre indígena. Su condición no
le molestaba, y así no sentía odio hacia sus progenitores y al mismo tiempo gozaba de la total
simpatía de sus ascendientes.
Esta afinidad creó la más amplia tolerancia entre las razas originarias, estimuló la
intensificación del cruzamiento, aseguró la estabilidad del agregado dándole una cohesión
cada vez mayor. Solamente dos razas que no sienten repugnancia para unirse pueden dar
nacimiento a una comunidad en que sus miembros tienen el orgullo de su origen y la
conciencia de su capacidad de realizar.
luchando desde afuera. De este modo se explican los desplazamientos constantes en el curso
de su historia. De esta manera el Paraguay fundó muchas ciudades a su rededor y siempre
suministró enormes contingentes de población a los países vecinos. Su fatalidad o su misión
histórica sigue consistiendo en sembrar su espíritu a centenares de leguas a la redonda.
Hernandarias, Francia y los López pudieron reducir sus dominios territoriales, pero no pudieron
asfixiar su aliento vitalizador. Los despotismos contemporáneos continúan empujando fuera de
sus fronteras a los exponentes intelectuales de la nación que fundan en extrañas tierras,
ciudadelas intelectuales donde se lucha por la cultura y por la libertad.
DEMOCRACIA ÉTNICA.
Las bases para el desarrollo de una democracia étnica adquiere robustez dentro de sus
límites. Ya no puede decirse que la comunidad sea una mera formación indoamericana ni una
prolongación de Europa. Es una fusión con entidad propia, susceptible de ser peculiarmente
caracterizada.
La herencia de los dos tipos coexistentes de feudalismo fue el espíritu militar, pero un
espíritu militar sui generis, pues no estaba al servicio de un Estado expansivo.
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
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LAS INDIAS
el cual estaban identificados sin sentirse encadenados a él. Así esta estructura social de tipo
religioso- militar fomentaba, antes que la cohesión de la maquinaria Estado, la exaltación de la
personalidad, que es la clave para el estudio de su vida turbulenta.
La lectura de las Actas Capitulares revela que en los Cabildos se consideraban muchas
veces asuntos nimios, caseros, pero también denota que ahí germinó el impulso emancipador.
Su poder era más decisivo de lo que a la distancia parece. Hernandarias, uno de los
gobernadores más influyentes y de mayor prestigio, tuvo que inclinarse y confesar sus yerros
ante el Cabildo.
ejercitar la soberanía de las muchedumbres que después iba a suplantar a la soberanía real.
La revolución argentina se proclamó en su salón de sesiones, y ante él se profirió el grito: "El
pueblo quiere saber de lo que se trata.
"La sociabilidad del Plata –dice M. A. Montes de Oca– debe mucho a los Cabildos que,
aunque sojuzgados en diversas ocasiones, conservaron como en arca santa el lema
irreverente de los comuneros paraguayos: la autoridad del pueblo es superior a la del Rey,
argumento que en boca de los patriotas del año 10 derrumbó el edificio del sistema colonial”.
EL ESPÍRITU DE IGUALDAD.
Contrariamente a lo ocurrido con los Cabildos, los gremios, cuya cerrada y jerarquizada
organización se pretendió importar en el siglo XVI, no lograron arraigo alguno. Las
corporaciones de artesanos no tuvieron éxito ni como sistematización del trabajo ni como
criterio para distinguir los oficios considerados viles de los que eran dignos de los caballeros.
Asimismo muy corta vida tuvieron en el Paraguay las disposiciones que castigaban con multa o
destierro a los que formaban parte de los gremios no autorizados o "ilegales".
que pudiera encauzar el nuevo espíritu por caminos trillados. El germen del poder
personalísimo en política, los moldes patriarcales en lo jurídico-social, el sistema del monopolio
en lo comercial y la tendencia catequista, más que .evangélica, de la enseñanza no prepararon
a los adalides ni a las masas para triunfar de las sorpresas que acechaban en cada recoveco.
He aquí por qué la nación caería muy pronto en las redes de la reacción, que con verbo
demagógico usaría como etiqueta las palabras República e Independencia para encubrir un
fondo de despotismo esclavista.
Los indios, por su parte, carentes de una noción científica del mundo y de la vida, eran
como una materia plástica, expuesta y dispuesta a ceder a la insistencia y a la fuerza que no
podían resistir. Con el contacto constante, violento primero y pacífico después, en un proceso
en que la tolerancia crecía en razón inversa al antagonismo, también se produjo el mestizaje
del pensamiento. Es así cómo no se puede hablar propiamente de un hombre americano, como
tampoco puede denominarse arte americano a la grabación de una cultura ya definida, en una
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LAS INDIAS
TRADICIÓN ECONÓMICA.
Esta falta de vinculación económica impidió la formación de una unidad psicológica entre
los numerosos hijos del país y el pequeño grupo de españoles. Los antagonismos étnicos y
sociales no pudieron atenuarse a causa de la carencia de un interés común en el trabajo y en
la producción. Las uniones sexuales habían producido una nueva raza que luego enfrentó a
sus opresores que carecían de la visión necesaria para hacer evolucionar el régimen del
trabajo y del comercio, y forjar así la solidaridad que podría haber mantenido por más tiempo el
dominio hispano en tierras de América.
Entre los hechos que con más fuerza provocaron la emancipación del Paraguay, figuran
los económicos, cuyo proceso puede ser estudiado en la historia de la moneda. La
organización del cambio durante la época colonial era de lo más original.
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LAS INDIAS
explotación de la tierra y del indio, el espejismo del oro continuaba obsesionando el sueño y la
vigilia de tanto aventurero, las transacciones se hacían pagándose las compras con moneda
que no podía ser más incierta y aleatoria: el oro que se buscaba y estábase seguro de
encontrar. Un convenio de la época contenía ordinariamente esta cláusula: "...que nos
obligamos a pagar en esta provincia del Río de la Plata, del primer oro o plata, piedras o perlas
o cualquier cosa de valor que Dios nos diere y se nos repartiere como conquistadores desta
Provincia...». Las especulaciones, tan fácilmente concertadas, llegaron a tan elevado número y
condición que la ilusoria moneda sufrió también los fenómenos de la inflación y de la
desmonetización. Nadie creyó a la larga en la posibilidad de materializar las promesas, las
minas no se hallaban por ninguna parte, y tuvieron que idearse otros arbitrios. "visto que no hay
oro ni plata ni otras cosas en la tierra para poder contratar... ", decía una resolución de
Hernandarias, que iba a dar una solución de emergencia al problema.
El comercio con los indios requería un signo monetario especial cuya eficacia no habrían
tenido las propias monedas de oro y plata; y en consecuencia se excogitaron ciertos productos
que luego de cotizados, desempeñaban el papel –y lo eran realmente– de mercadería
intermedia: el hierro, primero (especialmente anzuelos, escoplos, cuchillos) y después –
denotando el nacimiento de una industria colonial–, el lienzo. Posteriormente otros objetos
útiles adquirieron curso legal, una capacidad adquisitiva y un poder liberatorio. “...Y que
ninguno los pueda desechar por sus dichos precios... ", rezaba el acta del 3 de octubre de
1541.
Los pesos y los reales no eran más que una expresión verbal para fijar el valor de una
transacción; el precio, una referencia al volumen o peso de la mercancía intermedia. Se había
restaurado la economía primitiva.
Pero como esta moneda deleznable no podía atesorarse, se cambió –en cuanto lo
permitía el sistema de las encomiendas y de las reducciones– por lo que era permanente: la
tierra. El latifundio tiene su nacimiento en este original sistema económico.
Antes de 1779 no llegaron monedas de oro y plata al Paraguay. Hasta entonces los
españoles no se habían convencido de que no había más remedio que importar lo que habían
venido a explotar con el propósito de exportar.
En cuanto al comercio exterior, nada tan mezquino. Los puertos de Buenos Aires y de
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LAS INDIAS
En las postrimerías del coloniaje la tradición económica llegó a ser, por estos cauces, un
rígido monopolio comercial que no pudo enseñar las ventajas de la cooperación, y menos
despertar en la colectividad un ideal de solidaridad y de bienestar.
TRADICIÓN POLÍTICA.
El Cabildo, por su parte, dio nacimiento a la ingerencia del pueblo en el gobierno a fin de
ir moldeando su destino mediante la garantía de la libertad, el cuidado de su bienestar y el
consiguiente germinar de su democracia.
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LAS INDIAS
quien designaba sus autoridades locales, pero lo que no pudo ocultarse al indio fue la pérdida
de su libertad, el derecho de correr a su albedrío por esa tierra que los blancos huéspedes le
habían quitado.
TRADICIÓN JURÍDICA.
Ese estado revolucionario se afirma con la cédula de 1803 que da por terminado el
sistema de explotación con la reabsorción de las encomiendas vacantes o no, por la Corona.
A cada pueblo se dota de un campo comunal de cuatro leguas de superficie para uso de
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LAS INDIAS
todos. Bosques, aguas y frutas silvestres de toda la comarca pertenecen a todos los
habitantes. Nuevas relaciones jurídicas de trabajo van a nacer. Todos iban a tener derecho al
reparto, uso o usufructo de las tierras, e iban a ser defendidos de los avances de quienes, hijos
del país o españoles, pretendían invadir las tierras comunales y volver a someter a los
indígenas a la servidumbre.
Durante la Colonia, la estructura jurídica estaba constituida por tres fuentes principales:
el Derecho Natural, el Consuetudinario y los dogmas de la Iglesia.
Estas leyes estaban imbuidas del noble espíritu de los Reyes Católicos. Sus bases
generales estaban inspiradas en la solidaridad humana y en declaraciones generales –si bien
elementales– de las que arrancan los derechos del hombre definidos siglos después. La
naturaleza de la legislación colonial coincidía con lo proclamado por la Ley de Partidas al
estatuir que “muestran cómo los hombres se aman unos a otros, queriendo cada uno para el
otro su derecho, guardando de non facer lo que non querría que a él ficiese". Isabel la Católica
en su codicilo anexo a su testamento, encargaba a sus sucesores «que no consientan ni den
lugar a que los indios vecinos y los moradores de las dichas islas y tierra firme, ganadas y por
ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes".
Pero tan humanos preceptos fueron olvidados por la codicia. El recuerdo de Antón
Montesinos, Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas iba esfumándose y otras leyes se
sancionaron para sostener sistemas que los reyes, desde la distancia, no podían evitar.
Las Capitulaciones también podían ser consideradas como una fuente del Derecho
Positivo, pues aunque eran esencialmente un conjunto de estipulaciones contractuales entre el
Rey y los conquistadores, también reglaban indirectamente la situación de los nativos.
En realidad, tan sólo aquellas tres fuentes primordiales constituían el Derecho Indiano en
el sentido estricto. Lo que llamamos Derecho Positivo no era otra cosa que un conjunto de
fórmulas de convivencia oportunistas y variables que posteriormente dieron lugar a normas
jurídicas mediante la jurisprudencia, la exégesis y la generalización. Todas esas leyes eran
interpretadas y aplicadas a su talante y sin recato por virreyes y magistrados que iniciaban de
esta manera a los nativos en las prácticas antijurídicas e inmorales y en el desprecio a la ley.
Tan vasta organización jurídica no pudo, por tanto, alcanzar consistencia en la turbulenta
Colonia. Las leyes de la Metrópoli eran muchas veces desconocidas o modificadas por el
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LAS INDIAS
pueblo por propia autoridad antes que ser acatadas tal como habían sido promulgadas. Aun sin
poder legislativo, virtualmente el Paraguay se dio sus leyes desde muy pronto. El pueblo vivía
en un permanente Cabildo abierto, si no en estado de permanente rebelión.
Tales las consecuencias directas del régimen político imperante. De él deriva como
lógica reacción el más exacerbado individualismo que pone su nota bravía en todas las
relaciones de convivencia. Este sentimiento existió en la Colonia, antes que en Europa se
hubieran concretado las teorías que hicieron famosos a los enciclopedistas. Surgió como una
impetuosa inclinación a la ilimitada exaltación de la dignidad y de la personalidad humanas.
Nació durante el ciclo tribal en la lucha diaria contra la naturaleza, por las inclemencias del
batallar cotidiano contra los factores cósmicos para la obtención de los medios de subsistencia.
Tomó cuerpo en el estadio nacional, reflexivamente, por la desconformidad con el régimen
opresor, contra el despotismo de la autoridad y de la organización económico-religiosa.
Otros factores más contribuyeron a dar aplomo a los «hijos del país" para los
pronunciamientos de su instintivo individualismo: su conciencia igualitaria, que se había
impuesto logrando ser considerados como españoles mediante la decisión de Cédulas Reales
por las cuales la Corona, adoptando normas verdaderamente revolucionarias, les había dado la
misma situación jurídica que la de todos los vasallos de ultramar. Así cayeron, sin haber
alcanzado vigencia, algunas disposiciones civiles que establecían distinción entre libres y
siervos, nobles y plebeyos, naturales y extranjeros.
El orden jurídico se establece así sobre esas bases: arriba, el rudo y porfiado
despotismo; abajo, como contrapeso, la frase significativa del aragonés: «Nos, valemos tanto
como vos, y juntos valemos más que vos". De aquí nació el espíritu de rebeldía que aún hoy es
el común denominador de muchas repúblicas latinoamericanas.
TRADICIÓN ARTÍSTICA.
Al fin del ciclo colonial hay inmensas lagunas en esta zona espiritual.
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LAS INDIAS
rudimentario del guaraní. Pueblos errantes, con organización política y doméstica confundidas,
sin ciudades ni templos, han recibido muchas veces el mote de "pueblos sin historia”; y así
como fueron fácilmente desalojados por conquistadores organizados, la nueva cultura los
desalojó igualmente de su mundo espiritual.
El folklore, como expresión anónima de una síntesis social, carece de carácter personal.
Es algo incorpóreo, algo que, aun que nacido de alguien, al pasar por el crisol social, ha
perdido todo rastro de individualidad, toda reminiscencia de su creador: es una obra de la
sociedad.
Fácil fue, por tanto, la desaparición de gran parte del folklore guaraní. En la actualidad
sólo se manifiesta en unas pocas leyendas, fábulas y cuentos escritos en castellano que son
expresión de la raza, de su cosmogonía, de sus costumbres y de su elemental organización.
Los versos en idioma guaraní, hoy conocidos, no constituyen folklore. Son expresiones
modernas en que la lengua es mero soporte idiomático sobre el que se edifican realidades o
motivos, experiencias o complejos contemporáneos.
Lo mismo puede decirse de la música y la danza, que en nada nos recuerdan las que
han sido descriptas por viajeros y cronistas.
Versos, músicas y danzas de hoy son manifestaciones sociales solamente por lo que el
artista transmite a través de su espíritu, su visión de lo social; pero en la expresión hay mucho
más de su propio espíritu que del complejo colectivo que intenta traducir. Es una personal
postura ecológica, si trasladamos esta palabra de lo biológico a lo humano y espiritual. La
música y su letra, como también las danzas, son apagados exponentes del fondo social a
través de nítidas individualidades que las han creado y puesto su sello, esté o no su origen
cubierto por el anonimato. En tales creaciones aparece, no la remota y pura intimidad de la
raza sino el poderoso dinamismo de su autor.
El hecho de la rápida difusión popular que adquieren a veces, no es suficiente para dar
el carácter de folklore a lo que, con intención o sin ella, no pasa de ser una ingenua imitación a
la que falta lo principal: el fondo étnico o alma autóctona en su expresión unitaria e indivisible.
Es apenas una expresión «paraguaya» en el sentido definido que tiene esta palabra cuando se
denota con ella a la nueva "raza"; la expresión espiritual en potencia desarrollada por el
estímulo español, una especie de atavismo que se traduce en las modalidades de la
concepción religiosa; en la peculiaridad psíquica, en el ritmo, en la decoración, en las
industrias, en las leyendas y en los mitos.
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LAS INDIAS
TRADICIÓN RELIGIOSA.
El mismo lenguaje confirma la amalgama de los credos, pues la iglesia o templo, gracias
a la invención jesuítica de un vocablo apropiado, viene a ser Tupaó, o sea literalmente Casa de
Dios, como la bendición o acto de invocar la protección de Dios –desconocido entre los
guaraníes– es Tupanói, textualmente invocar a Dios. El pase de una creencia a la otra, en
realidad viene a ser un reajuste de dos organizaciones teológicas; se verifica insensible y
suavemente sin la cruenta intervención de los métodos inquisitoriales, y las creencias de hoy
muestran al alma paraguaya leve e íntimamente saturada de una concepción equidistante de
las creencias fusionadas. Lo prueba el fatalismo activo sin el temor a Dios del paraguayo
moderno, sentimiento enraizado en una estructura anímica idéntica a aquella en que reposa la
resignación del indio que no esperaba la protección ni temía el castigo de Tupá.
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LAS INDIAS
Todo esto explica que aun hoy sobreviva la esperanza en los milagros, la confianza en
ciertos santos que hacen de "abogados", el desconocimiento del significado místico del
sacrificio del Nazareno por la redención de la Humanidad y el obrar rectamente por simple
temor a la ira de Dios o para hacerse acreedor a su clemencia y perdón.
TRADICIÓN INTELECTUAL.
Al fenecer el coloniaje, el Paraguay carecía de letrados, y los pocos que habían nutrido
su intelecto en Córdoba o en Lima, nada tenían que hacer con su ciencia, pues no hallaban en
una masa ignara la estrecha correspondencia que es indispensable entre las multitudes y sus
conductores. A la necesaria cultura espiritual sustituía una incipiente experiencia cívica
adquirida en sus rebeliones y guerras contra las sucesivas tiranías.
viajeros escribieron, comentaron y documentaron sus viajes. Pero estos comentarios, historias
o narraciones, se produjeron lejos del país sin que ellos entraran en la esfera de la tradición
intelectual paraguaya.
Si el intelecto del paraguayo presentaba en sus blancas páginas algunas chispas de luz,
su espíritu iletrado ardía y siguió ardiendo en las épocas posteriores con el fuego de las
inquietudes ciudadanas. La conciencia social que había despertado con la trascendental
resolución de Irala –padre del etnos paraguayo–, adquirió continuidad y perfeccionamiento
indefinido gracias al desarrollo de las manifestaciones sociales sintetizadas en las tradiciones.
Así fue durante la Conquista y la era colonial. Así seguirá aún durante mucho tiempo,
porque si el año de 1811 encontró al Paraguay con una robusta tradición política fundada en el
liberalismo, la sustancia intelectual colectiva era nula. La élite era ínfima; estaba concentrada
en la capital y no podría, eventualmente, evitar los efectos de las palabras y de las maniobras
de un hábil demagogo. Así quedó demostrado al poco tiempo, cuando la dictadura perpetua fue
establecida por los votos de los diputados del campo, contra los inútiles esfuerzos de los de la
ciudad, a pesar de coincidir todos en espíritu liberal y democrático. La revolución de la
independencia, como movimiento social renovador, había terminado, se había disgregado. Los
nuevos problemas no alcanzaron la categoría de teorías concretadas. Sobrevino la
contrarrevolución y a su cabeza estaba el doctor Francia. Aunque no se volviera a la
dependencia de España o a la del Virreinato, el progreso social quedaba estancado. La acción
del dictador iba a encaminase a desfalcar la obra revolucionaria, cuya amplitud ideológica –el
liberalismo de 1789– era mucho más vasta que el aniquilamiento del vínculo con la madre
patria, simple requisito formal de la transformación social que se operaba.
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LAS INDIAS
CAPÍTULO VIII
Los vínculos sociales en relación con la tierra son tan flojos y los límites tan indefinidos
que no puede hablarse siquiera de una comunidad territorial. La raza hispano-guaraní
pertenecía a su Encomienda o a su Reducción hasta poco tiempo antes. A lo sumo se sentía
ligada a su ciudad o a su pueblo por el lazo político local de los Cabildos. La tentativa de
relacionarse en virtud de un sentimiento político nacional se había esfumado con el revés
sufrido por la Revolución Comunera.
El Estado, que es una "forma", debe estar, como tal, supeditado a la Nación y a su
servicio. En el Paraguay comenzó siendo un molde violento de la Nación, y de forma se
convirtió en esencia. Los tres hombres que gobernaron al país hasta 1870 podían decir: "El
Estado soy yo". Sometieron a la Nación a la prepotencia del Estado, con resultados
desastrosos para la comunidad, con la leve excepción del primero de los López, que usó del
mando para reincorporar a la nación postrada por la larga tiranía del doctor Francia.
Dos recias figuras históricas que adquirieron relieve continental, resaltan en el período
que se inicia con la caída del régimen colonial. Ambos actúan con procedimientos distintos,
dentro de la situación emergente de la Revolución de Mayo. El doctor José Gaspar de Francia
secuestrando a la nación, Carlos Antonio López abriendo de par en par sus puertas a la
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LAS INDIAS
civilización. Ninguno de ellos dotó de soberanía al pueblo para que hiciera conocer su voluntad.
Ambos la interpretaron a su albedrío.
Algunos cronistas del pasado dedujeron lo contrario y sostuvieron lo ilógico con meras
inferencias, sin aportar prueba alguna. Seducidos por las versiones de la «historia patriótica",
como de nomina Xenopol a estas nobles desviaciones del espíritu, han ido repitiendo tan
injustificada cuanto absurda afirmación, contribuyendo así a la formación de lo que Fulgencio
R. Moreno llama "la leyenda de Francia en el Paraguay».
Creer que no había más arbitrio que el despotismo, y que el enclaustramiento y la tiranía
fueron indispensables para concluir la obra de la Revolución, equivaldría a negar el valor del
movimiento comunero, a desconocer las ideas libertarias, y a cerrar los ojos a las
consecuencias evidentes del triunfo de los patriotas sobre Manuel Belgrano, y por fin, a la
realidad y fuerza de los factores sociológicos que habían forjado una condición social innegable
en la tierra de los guaraníes.
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LAS INDIAS
Capital, como en tal caso debió ser, dado el papel histórico desempeñado en los trescientos
años anteriores.
Carlos Antonio López, en cambio, con su acción civilizadora y su ilustración poco común,
consolidó la independencia, al hacer entrar al país en la comunidad internacional. Si su
gobierno fue deficiente en algunos aspectos, se debe, en primer término, a la ineficiencia del
centralismo administrativo, fatal herencia del régimen dictatorial, que perduró un poco por rutina
e inercia y, principalmente, porque la supresión de los centros de cultura por la tiranía del
doctor Francia había impedido la formación de hombres instruidos que hubieran podido
colaborar en la tarea del eminente estadista.
GOLPES Y CONTRAGOLPES.
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LAS INDIAS
Los militares oyen desde los cuarteles los chasquidos del látigo, entre acres censuras y
estridentes apóstrofes formulados con audacia y coraje.
Resuelto a afirmarse en el poder, Francia usó dos semanas después del más atroz
procedimiento de terror, valiéndose nuevamente de los mismos cuarteles. Hizo salir de uno de
ellos a una unidad armada aclamando al Gobernador Velasco. Algunos españoles se plegaron
a la asonada. Entonces, de otro cuartel, salió otra unidad que ametralló a la primera.
Todas sus ansias estaban concentradas en la captura definitiva del poder a cualquier
costa. Fulgencio Yegros, Pedro Juan Cavallero y Fernando de la Mora –sus compañeros de
Junta– lo ponen al descubierto en una admonición que le dirigen y que se protocoliza mediante
copia remitida al Cabildo al expresarle que sus arbitrariedades "han descubierto y hecho ver
que Vd. nada menos que trata de –separar sus intereses de los de la Patria, bajo el pretencioso
y decantado título de amor a ella». El futuro dictador no olvidará jamás el desafío y más tarde
ha de ejercer su venganza. Por lo pronto se retiró del Gobierno "irrevocablemente*, haciéndolo
saber a Belgrano por carta.
comuneros. Hábil demagogia que un siglo después aun persiste en las zonas instintivas e
irreflexivas del alma nacional.
Cuando las batallas contra Belgrano, Francia se había agazapado en la retaguardia sin
cooperar en la defensa de la Provincia. También estuvo ausente del pronunciamiento del 14 de
mayo de 1811, pero se presentó después a recoger los frutos de la Revolución. El 17 de junio
reitera su "fidelidad al amado Rey Nuestro Señor Fernando VII", y el 20 de julio suscribió una
nota a la Junta de Buenos Aires en la que expresaba, en nombre de la Provincia, "su voluntad
de unirse con esa ciudad y demás confederados y principalmente con las que comprendían la
demarcación del Antiguo Virreinato". En menos de un mes había vuelto sus ojos a Buenos
Aires. Si Buenos Aires hubiera aceptado esta idea del doctor Francia, el Paraguay hubiera
escapado de su tiranía para caer después bajo otra análoga: la de Rosas.
Se encontraba en perpetua fluctuación entre todas las ideas y todos los procedimientos
en beneficio de su idea fija.
Así fue cómo pocos días después, el 12 de octubre de 1811, autorizaba con su firma el
Tratado entre la Junta Gubernativa y los plenipotenciarios argentinos Manuel Belgrano y
Vicente Echeverría, por el cual si se obtuvo de Buenos Aires el reconocimiento verbalista de la
total independencia política, se perdió por completo la independencia económica futura.
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
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LAS INDIAS
Las condiciones especiales del país hicieron posible el éxito de Francia en su plan de
encierro, equivalente a una continuación de la política de aislamiento de las Reducciones
jesuíticas. Estas estaban rodeadas de profundos fosos artificiales y centinelas militarizados. El
feudo del doctor Francia estaba naturalmente defendido. Al sud y al este circundaban al país
ríos profundos; inmensos bosques desconocidos al norte, y al oeste los misteriosos desiertos
del Chaco en donde los payaguaes indómitos y otras tribus nómades eran como centinelas
amenazantes que recorrían el litoral con sus veloces piraguas. No había siquiera caminos ni
medios de transporte y toda piedad o ayuda al que quería huir de la vasta prisión era negada
por la temida venganza del déspota.
Sería erróneo afirmar que el pueblo se reunió al rededor de Francia para sostener, así
enclaustrada, la independencia. El pueblo nunca rodea a los tiranos y menos a costa de su
libertad. El doctor Francia no fue un exponente social del pueblo paraguayo, aunque sí lo era
del ambiente continental en aquellas horas en que la fuerza y la violencia suplieron al talento y
a la reflexión que la didáctica colonial no había creado. Era el período iniciado por Francia y
Rosas dentro del cual han de actuar Páez en Venezuela, García Moreno en el Ecuador, Belzú
y Melgarejo en Bolivia, Castilla y Prado en el Perú, regencias, imperios y triunviratos en México
hasta llegar a Porfirio Díaz.
No hay pruebas de ninguna clase de que el pueblo, ni tan sólo un hombre, en vida de
Francia, haya manifestado, siquiera por condescender o halagar al Dictador, su conformidad
con la política de aislamiento. Siempre le faltaron los turiferarios que en todas las épocas y
países se esfuerzan por congraciarse con el usufructuario de la suma del poder.
San Martín y Belgrano, y que aumentó mucho hacia la administración del General Rosas», todo
lo cual venía a ser un eco no lejano de aquella sugestiva carta del 19 de enero de 1812 en la
que Belgrano estimulaba con inusitado interés al doctor Francia a permanecer en el gobierno y
a "no abandonar el timón de la patria".
LA TIRANÍA.
Desde entonces ya no hubo distinción entre actos públicos y privados, a los efectos de la
reglamentación y vigilancia personal ejecutados por el Dictador. Los próceres de la
Independencia, que vieron la pendiente por la que se deslizaba el doctor Francia, tramaron una
conjura para eliminarlo. Pero esta reacción del liberalismo paraguayo fue traicionada. Una
"gestapo" implacablemente organizada acechaba en cada hogar, en cada calle, en cada rincón.
Los conspiradores fueron descubiertos por la violación del secreto de la confesión.
Uno de los conspiradores justificaba su actitud alegando que Francia «atropellaba todos
los derechos de la comunidad. A una violencia inicua tratamos de oponer una violencia justa.
Repeler la fuerza con la fuerza es un derecho natural común a todos los vivientes.» ¡Tal el
terrible apotegma libertario lanzado por la conciencia viril de un pueblo, en su santo afán por
arrancar a la Nación de las garras de la tiranía!
La delación y el espionaje –en el ejército, en el clero, en los hogares y en las calles–, las
multas, la confiscación y la extorsión, adquirieron el carácter de instituciones regulares. El terror
se apoderó de los habitantes. Una profunda noche cayó sobre la nación secuestrada por el
tirano que padecía del delirio del poder. El doctor Francia no quiso el mando para libertar una
nación. Si luego de ser un hecho consumado, aceptó la independencia del país fue para ejercer
un despotismo sin límites.
El sistema de gobierno era el del más absoluto totalitarismo. Hubo una confiscación casi
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general de las tierras. Los bienes del clero y de las comunidades religiosas revirtieron al
Estado, corriendo así la misma suerte que los de los enemigos reales o supuestos del Dictador.
Tardíamente volvió sus ojos al Brasil para paliar los efectos de su desastrosa política.
Pero las licencias otorgadas eran obtenidas después de engorrosos trámites y del examen de
la procedencia del dinero y mercaderías y jamás se otorgaban a los descendientes de
españoles de la primera generación, ni a los parientes de sospechosos o presos y tampoco a
quienes casualmente coincidiera con éstos en el apellido. El largo transporte por tierra a través
de las selvas de ambos países, el alto precio que el Dictador asignaba a las mercaderías
paraguayas –lo que era exactamente retribuido en cuanto a las suyas por los brasileños, a los
efectos del trueque–, y los altos impuestos de importación y de consumo, hacían llegar las
mercaderías a Asunción con un precio astronómico y muchas veces ya no aptas para el
consumo.
el Primer Congreso, Francia había pronunciado un discurso acorde con los conceptos de la
época. Habló de que el derecho natural protegía "una libertad proporcionada a la capacidad de
los pueblos, y de la necesidad de poner una valla inexpugnable contra los abusos del poder”.
Nunca se ha visto nada tan contradictorio como sus palabras y sus acciones.
Como todos los déspotas, azuzó los sentimientos nacionalistas atacando a los
extranjeros. Francia los pintaba como seres despreciables e inferiores, y al Paraguay como
víctima de aquéllos. El sabio Aimé Bonpland fue confinado por muchos años, sin que un amago
de Bolívar de conquistar al Paraguay para libertarlo de su cautiverio tuviera éxito.
Como todos los tiranos, identificó al Estado con su persona. Un complot contra el
Gobierno era una traición a la Patria. Tal cual ocurriera en la época de los jesuitas, la máquina
gubernamental era el producto del despotismo y del aprendizaje violento del arte de obedecer.
Desaparecieron los Cabildos. El Dictador los abolió en 1824, y con ello sepultó el germen
democrático que había sido causa y contenido de la Revolución de los Comuneros.
Francia falleció en 1840. Un tiro de cañón –a la usanza jesuítica en los casos graves–
anunció al pueblo el fin de la tiranía. Al ser inhumados los restos del Supremo Dictador
Perpetuo en la Iglesia de la Encarnación, el sacerdote cordobés Manuel Antonio Pérez
pronunció una oración fúnebre justificando todas sus atrocidades.
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sostener un gobierno propio fue muy anterior al doctor Francia. Fueron esas muchedumbres
superpuestas y desaparecidas en el correr de tres siglos, las que obligaron al primeramente
españolista y luego anexionista, a rectificar su conducta y, como consecuencia, a sostener la
independencia absoluta e inevitable de la República. El espíritu paraguayo, como en todo
momento revolucionario, estuvo situado entre dos mundos: el pasado que debe ser destruido, y
el futuro que debe forjarse sobre la base de la cultura, de las aspiraciones de la nación y del
bienestar de las generaciones venideras. Esta vocación es la que debe ser orientada y regida
por el adalid. Pero el doctor Francia no superó ni el régimen de las encomiendas ni el de las
reducciones, sino en cuanto a la tiranía y a la esclavitud en que mantuvo al pueblo. Se limitó a
perpetuar el sistema anterior, bajo un mecanismo administrativo diferente. Dio las espaldas a lo
por venir.
Los próceres de la independencia de un país tienen una misión definida que cumplir. La
emancipación, como mandato de la historia, es la que traza los límites y señala la
trascendencia de ese designio. El Paraguay era la nucleación de mayor fuerza histórica en la
conquista que se inició por el Río de Solís. Era nada menos que «La Capital del imperio
español en el Río de la Plata", como la denominó Carlos Antonio López. Según Mouchez, era
el único capaz de civilizar el centro del continente sudamericano, demasiado distante de Río de
Janeiro y de Buenos Aires.
Son estas circunstancias las que indicaban el destino de la Provincia Gigante de las
Indias. Su rumbo histórico estaba trazado por Irala y Garay, que habían convertido a Asunción
en el «amparo y reparo de la Conquista» con una jurisdicción que se extendía del Amazonas al
Plata y desde los Andes al Océano Atlántico.
Frente a ella estaba Buenos Aires con su ambición de declararse heredera única de la
Corona en el Río de la Plata. Pugnaba por convertir el régimen administrativo del Virreinato en
una estructura política de la cual formaría parte el Paraguay. Es decir, hacer de algo que había
caducado, una entidad nacional artificial que vendría a anular comunidades naturales e
históricas.
Esta situación no fue cabalmente advertida o no pudo ser afrontada con eficacia por los
autores de la independencia, que todo lo dejaron al arbitrio del doctor Francia, eclipsándose
prontamente el amago de liberalismo de la Junta Yegros-Cavallero-De la Mora, después de
despertar efímeras ilusiones en el pueblo. A ello se sumó la indiferencia de los militares, que en
inoportuno renunciamiento en una cuestión atinente a la soberanía, dejaron la revolución en
manos de un hombre que no tenía otras normas y principios que las de un maquiavelismo
imposible de ascender a la categoría de doctrina.
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Frente al problema, que el Dictador Rosas agudizó hasta llevarlo a un punto crítico,
Carlos Antonio López tuvo que escribir vehementes artículos que constituyen una rotunda
condenación a la política del doctor Francia. Ambos López, padre e hijo, tuvieron que afrontar
el conflicto durante los primeros treinta años siguientes, con grandes pérdidas. Cien años
después debía corresponder a Eusebio Ayala salvar el Chaco, cuyos límites habían sido
descuidados por aquéllos.
En el tiempo transcurrido desde los reveses sufridos por Belgrano y la revolución del 14
de mayo, el Gobernador Velasco, para prevenir eventuales ataques que harían peligrar la
seguridad de la Provincia, había ordenado la ocupación de Corrientes por las fuerzas
paraguayas. Dos semanas después del golpe, el gobierno provisorio presidido por el doctor
Francia dispuso su evacuación, confesándose él, posteriormente, como autor responsable de
la orden. Fue el primer renunciamiento con todas las consecuencias de una traición. El ulterior
arrepentimiento llegó demasiado tarde, cuando Ferré no le dejaba «vivir en reposo», para
recuperar el cual no vaciló en ofrecerle en venta los pueblos de Yapeyú y La Cruz.
Lo que se llamó la «Cuestión de auxilios» dio lugar a un movido entredicho en que las
partes se hacían mutuas reconvenciones, en el que la historia, sin necesidad de dar un fallo en
el pleito, tiene que ver las consecuencias del aislamiento geográfico de «esta antigua, vasta y
respetable provincia de la Asunción”,como la designó Carlos Antonio López. Además, el doctor
Francia no intentó lograr las compensaciones territoriales legítimas a cambio de lo prometido,
cosa que le hubiera sido fácil si se tiene en cuenta el hecho de que el reconocimiento de la
independencia no fue regateado por Buenos Aires. Durante el período comprendido entre 1810
y 1816, en que la Revolución del 25 de mayo estaba en peligro, no era difícil obtener la plenitud
de los indiscutibles derechos de Asunción. El Paraguay, potencia bélica sin par del Río de la
Plata, era el único que podía proporcionar los auxilios pedidos con la urgencia necesaria: tenía
milicias aguerridas, con plena conciencia de su poderío, adquirida en el reciente triunfo sobre
Manuel Belgrano, y una masa dispuesta a todo. Basta recordar el parte que el mismo Belgrano
dirigió desde el Paraguay a la Junta de Buenos Aires, en cuanto mencionaba que los
paraguayos habían venido a atacarlo “venciendo imposibles", y que "las mujeres, los niños, los
viejos, los clérigos, y cuantos se dicen hijos del país, están entusiasmados por su patria".
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Los años corrieron. En 1832 ya no existía aquel aguerrido ejército que había batido a
Belgrano veintidós años antes. La dictadura lo había arrasado y el aislamiento había menguado
el espíritu cívico y también aniquilado su capacidad de reacción. El gobernador correntino
Ferré, aprovechándose de la situación, ocupó Misiones sin resistencia alguna en represalia de
la negativa del Paraguay de establecer el tráfico comercial con Corrientes.
El dictador que fusiló a tantos, so pretexto de conspirar contra él, se limitó a propinar una
insustancial reprimenda al Delegado de Itapúa, a cuya vigilancia estaba encomendado el
territorio invadido, y poco después él mismo ordenó la evacuación del campamento del Salto,
después de arrear el ganado, sin dejar entretanto de vejar a los militares a quienes imputaba
defecciones y flojedad.
Desde entonces quedó disminuida la soberanía sobre las Misiones Orientales, que
posteriormente quedaron sometidas a un simple statu quo, primer paso hacia su pérdida
definitiva. El aislamiento, por tanto, no servía para defender la independencia, si es que esta
situación jurídico-política se considera, como es lógico, inseparable del concepto de integridad
territorial. A lo sumo servía para impedir que se filtraran en el Paraguay las ideas de liberación
que podían poner en peligro la permanencia de la dictadura.
El litoral del Río Paraguay, al norte entre los ríos Apa y Blanco, con su inmenso
hinterland al este, tampoco fue defendido por el doctor Francia en la medida de lo necesario.
Fuera de algunas incursiones esporádicas de los mamelucos, nadie turbaba la posesión
tranquila que habían ejercido plenamente los anteriores gobernantes paraguayos. Pero el
aislamiento franciano, la destrucción de su ejército y la esclavitud en que sus habitantes eran
mantenidos, estimularon al imperialismo brasilero, y lo que siempre se había considerado como
práctica y jurídicamente dependiente del gobierno de Asunción, empezó a ser
sistemáticamente codiciado por el vecino. Un nuevo litigio habíase engendrado por la incuria de
Francia, y comenzó a tejerse la trama que desencadenó la guerra de 1864-70. Así se perdió el
litoral norte. El Río Paraguay corrió desde entonces, en gran parte, por tierras que habían
perdido su nombre.
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Otro litigio se había originado en el Tratado que Francia firmó en 1811 con Belgrano y
Echeverría. El futuro Dictador aceptó aquella redacción, que luego sirvió de base a la Argentina
para no reconocer los límites del Paraguay y adjudicarse en 1870 gran parte del Chaco (entre
el Bermejo y el Pilcomayo), en el peor de los casos, materia litigiosa, sin aparente desmedro de
aquello de que "la victoria no da derechos". La frase, «por ahora" del art. 4º del Tratado del 12
de octubre ya mencionado, denota al más desaprensivo que aun lo reconocido como límite era
una falaz apariencia de desprendimiento y tenía un carácter meramente precario, como
fronteras provisorias sujetas a posterior revisión. Era un simple statu quo de posesiones. El
propósito no podía ser más claro, y los términos en que está redactado hace notorio que
cualquier modificación que se hiciere sería en perjuicio del Paraguay. El Tratado secreto de la
Triple Alianza y la guerra de 1864-70 fueron el desquite de Belgrano por los reveses de sus
tropas en Paraguari y Tacuarí.
En el «DEBE» del doctor Francia figuran, por tanto: la pérdida del litoral Atlántico y la
siembra de disputas futuras, todas resueltas en forma adversa para la nación. Tiene algo en su
«HABER» con la oprobiosa esclavitud en que mantuvo a su país; haber enseñado
prácticamente al paraguayo el valor de aquello que –como el aire– se estima solamente en el
grado en que se lo pierde: el valor de la libertad.
Las condiciones políticas de las provincias y las bases jurídicas de su situación eran
propicias para que la constitución de las nuevas nacionalidades hasta entonces no definidas,
entraran en la vida libre con los límites exigidos por su tradición y por su futuro. Pero a Francia
no le interesaba la independencia geográfica y económica futura del Paraguay, sino la
emancipación política para que quedaran sus actos fuera de toda censura. Ella le era más fácil
de obtener, y aun suficiente para ejercer su poder omnímodo.
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indivisa e indivisible del Rey. Las delimitaciones hechas a pedido de Hernandarias, o por las
Cédulas que demarcaban las Reducciones Jesuíticas, o por la creación del Virreinato, o por las
ordenanzas de Intendentes, no tenían valor político ni internacional, puesto que eran hechas
dentro de un patrimonio indiviso. Eran de similar trascendencia práctica y análoga naturaleza
jurídica a las Capitulaciones otorgas a los conquistadores. Al ordenarlas, el Rey no pensaba
que esas tierras alguna vez saldrían, en todo o fraccionadas, de sus manos. No eran como los
Tratados de Tordesillas o de San Ildefonso, por ejemplo, en que se ratificaban o desplazaban
soberanías, en que se las adquiría o renunciaba. El caso de las provincias de Paraguay y de
Buenos Aires era el de dos herederos en iguales condiciones, ninguno de los cuales puede
adjudicarse de facto o por propia autoridad, una porción de bienes en perjuicio y sin
consentimiento del otro. Hubiera sido preferible que el doctor Francia en vez de aislarse para
ejercer el poder dictatorial, hubiera llevado a la práctica, lealmente, la palabra paraguaya
empeñada de aliarse con las provincias necesitadas, para luchar por la emancipación común y,
merced a la caducidad del poder real, reivindicar o defender lo que le señalaban sus títulos
históricos antes que se adoptara el principio del uti-possidetis. Pero si él porfió en permanecer
ajeno a los hechos y disensiones de las provincias del Plata, no fue porque peligrase la
independencia política del Paraguay, sino porque con ello arriesgaba su poder personal. Al
contrario –y esto es lo que Francia no advirtió–, el riesgo estaba precisamente en mantenerse
solo, indiferente, rodeado de territorios que continuaban bajo el dominio de España y Portugal.
Con la misión de Nicolás de Herrera, que venía a Asunción "para tratar sobre el estado
en que deben quedar ambos territorios en sus relaciones políticas y mercantiles, afianzar la
alianza sobre bases efectivas, y hacerle las demás comunicaciones de que estoy encargado”,
se presentó y se perdió la última coyuntura de situar a la nación dentro de sus límites
históricos. El Paraguay quedó enclaustrado en su mediterraneidad y la raza prisionera, lejos del
mar, a cuyas playas había asomado durante siglos.
Algunos historiadores han intentado explicar el gobierno del doctor Francia como influido
por ciertos laudables principios actualmente axiomáticos. Se ha dicho así que el doctor Francia
era sostenedor del principio de la autodeterminación de los pueblos, de que era firme partidario
de la causa de la independencia de todas las provincias y que no intervino en las querellas
interprovinciales por ser devoto de la política de prescindencia. Nada de esto puede sostenerse
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
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Es cierto que a veces hablaba de doctrinas liberales y fustigaba al Ejército. Pero sus
hechos disentían de sus palabras. Aquellas expresiones no pasaban de ser manifestaciones
delirantes del sopor de una nación aherrojada que el propio tirano no podía menos que
proclamar por su propia boca para oprimirla cada vez más.
Lo único que Francia cuidaba, era rehuir todos los problemas que pudieran perturbar la
permanencia y la integridad de su poder. Así también se explica la inútil dramaticidad de las
negociaciones con Ferré en 1827. «Así dejó pasar de lado el Supremo aquella oportunidad que
se presentó al Paraguay de acaudillar diez provincias, de pesar en el concierto platino»,
concluye Julio César Chaves después del examen y comentario de los documentos pertinentes
al entredicho con Corrientes.
Por el lado del Brasil, se repitió el caso. Varias oportunidades tuvo, sea para definir
límites con ese país a cambio de las concesiones que se le solicitaban, especialmente con
motivo de la misión Correa da Cámara en 1824, sea en ocasión de la guerra del Brasil con las
Provincias Unidas del Río de la Plata por la posesión de la Provincia Cisplatina. Todas las
desaprovechó, excepto las de ostentar, en oposición con su conducta, la pueril manía de exigir
el reconocimiento expreso de la independencia política paraguaya, que existiendo de facto y en
forma definitiva, en nada mejoraría con una declaración más, salvo que en ella se hubiesen
delimitado claramente las fronteras de la nueva República, que era lo que Francia nunca
planteó.
Con la batalla de Ituzaingo el apoyo del Paraguay perdió toda importancia y, con ella, la
última posibilidad de mejorar su posición geográfica y cimentar su futuro económico. El ideal
del doctor Francia nunca fue más allá de su idea fija de asegurar el predominio absoluto sobre
un lote cualquiera de territorio.
El principal estímulo del pueblo para sacudir el yugo de la Metrópoli fue la conciencia
económica que se formó paulatinamente como una reacción contra el régimen mercantilista.
La primera Junta paraguaya, expresión del nuevo ideal económico de bienestar fundado
en la convicción de que el fruto del trabajo corresponde a quien ha puesto su esfuerzo creador
para la producción, implantó la doctrina liberal en todos los aspectos de la vida económica.
Decretó el comercio libre de todos los frutos y productos, no sólo dentro del país sino también
con las provincias vecinas. Pero la mediterraneidad a que la política franciana condenó para
siempre al Paraguay bien pronto anuló los propósitos de fundar el liberalismo económico que
como polo opuesto del mercantilismo iba a servir, por contraste, como una enseñanza por
demás elocuente para que cada uno pudiera estimar el fruto de su esfuerzo y el valor de la
libertad económica y política.
Buenos Aires, situado al cabo de nuestras rutas terrestres y fluviales, pronto debió
comenzar su sistema de hostilidad económica, y cuando Francia quiso aplicar a los ríos la
doctrina del "camino libre” ya era demasiado tarde para hacerse oír, enclaustrado por ríos sin
doble hinterland y que no desempeñaban ya otro papel que el de ser otras vallas más para
encerrar con sus cauces a un pueblo para el que pronto iba a empezar la era del martirio.
Así mató el Dictador el comercio y las industrias agropecuarias, sin siquiera volver al
sistema mercantil. Ya no hubo desde entonces sistemas propios ni foráneos. Era una
economía totalitaria destinada irremediablemente a empobrecer por igual al Estado y al pueblo,
sin otras normas que las caprichosas y circunstanciales, como aquella famosa medida de
combatir la plaga de la garrapata: ordenando el exterminio de gran parte del ganado de la
república.
CAPÍTULO IX
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LA ANARQUÍA MILITAR
El Dictador Francia nada había dejado previsto para después de su muerte. Días antes
destruyó gran parte de su archivo personal, u oficial, si se quiere.
Al desvanecerse en el aire el tiro de cañón que anunciaba la muerte del tirano, el fiel de
fechos Policarpo Patiño convocó a los comandantes de cuartel, quienes se constituyeron en
Junta Suprema Gubernativa Provisoria. Bajo la presidencia del Alcalde Manuel Antonio Ortiz, la
integraban los Comandantes Cañete, Arroyo, Pereyra y Maldonado.
La Junta militar abrió las puertas de las mazmorras de Francia, pero bien pronto perdió
su popularidad al no tener otra preocupación que la de usufructuar el poder y mantenerlo
distribuyendo el magro patrimonio fiscal entre sus partidarios. Pero en el reparto de ese caudal
había hijos y entenados, y muchos oficiales y soldados fueron imprudentemente olvidados.
La nueva Junta, presidida por Juan José Medina, tenía por misión convocar al Congreso
que debía dictar una Constitución y elegir de acuerdo con ella a sus magistrados.
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Pero a los veinte días otro tiro de cañón anunciaba al pueblo que tenía un nuevo
gobierno, el del Subteniente Mariano Roque Alonso, que adoptó el título de Comandante
General de Armas y designó secretario a Carlos Antonio López.
Así como el doctor Francia apoyó los comienzos de su gobierno en los campesinos,
Carlos Antonio López los apoyó en los militares hasta que su férrea voluntad le indicó que ya
no eran indispensables soportes de ninguna clase fuera del aparato estatal propio de los
tiempos que corrían. Las condiciones para este paulatino cambio de frente le eran favorables,
ya que contaba con el acervo político que heredó del doctor Francia: el poder omnímodo,
tradición ineluctable, cuyo peso los paraguayos soportaban calladamente y cuyas raíces se
hallaban en las encomiendas y en las reducciones. Por eso, López estuvo siempre presente en
las reuniones del cuartel de San Francisco. Se captó la confianza de los militares maniobrando
por sí y por intermedio de sus amigos con vistas a influir en el próximo Congreso y,
subsiguientemente, a resolver los problemas planteados por la anarquía desatada. A ello se
debe que la fuerza, factor decisivo y fatal, en el proceso existencial paraguayo, haya podido ser
encauzada después, por Carlos Antonio López, en el sentido de su eficacia y con resultados
fecundos dentro de los cuadros de un ejército sui-generis.
de gobierno. Estaba aún demasiado atontada por la tiranía para poder valorar la ley por encima
del hombre.
Afirmado el primer Cónsul –López–, abrió las puertas del país, a pesar de los militares,
inclinados a seguir la política de aislamiento del doctor Francia. De él habían heredado su
hosco «nacionalismo», y aún lograron imponer que no se exteriorizaran opiniones en contra o
en favor de Francia. Nada querían saber del aporte extranjero ni tener con él cualquier clase de
contacto comercial o cultural. Pero López pudo capear temporales y proseguir el adelanto del
país en todos los órdenes con mano paternalmente férrea, y sin dejarse impresionar por
patrioterismos ni prejuicios, adoptó el Código de Comercio español de 1829, y aunque abolió
las Leyes de Indias, continuó manteniéndolas como base de las instituciones patrias.
No obstante, López, electo para ejercer la presidencia de la República por diez años, de
acuerdo con sus disposiciones, en ese período echó las primeras bases que irían
desentumeciendo el espíritu nacional.
El Comandante Mariano Roque Alonso, entretanto, pasó sin pena ni amargura a la vida
privada. Siempre reconoció la superioridad de su colega, y nunca había pretendido ocupar el
primer sitio. La posteridad aun no ha reconocido los méritos de este militar sin ambiciones
egoístas que supo cooperar sin presionar con los cuarteles.
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Del Gobierno antijurídico y de fuerza tuvo que pasarse al «gobierno fuerte por la ley".
Este abordaría la ardua tarea de destruir "la obra de tres siglos”, como decía el propio López.
En realidad, en el desarrollo de su acción gubernativa, no era la ley, sino su voluntad
personalísima la que se traducía en fortaleza.
Con aquella mira creó un ejército capaz de sostener la independencia y de respaldar los
primeros impulsos hacia la vida civilizada. Lo organizó en la escuela del trabajo, con finalidades
prácticas, eficaces y patrióticas, como un instrumento de producción. En época o país alguno
se vio una concepción y una realización más semejante a las de Esparta. En las filas regulares
los oficiales hacían la misma vida que los soldados. La nación entera era un ejército
frugalmente sustentado por el Estado, productivo, industrioso, que construía obras públicas,
explotaba los bosques, la ganadería y el transporte en beneficio exclusivo de la patria. Ese
ejército se fabricaba sus propias armas y buques de guerra y mercantes. Era una vasta
colmena que a lo largo de los veinte años que duró en total el gobierno de Carlos Antonio
López no tenía tiempo para pensar en conjuras, pretender ingerencias en la política o pesar
con las armas de la nación, en provecho propio, en las actividades comerciales e industriales
del país.
Pero las armas ya no podían pesar para que el Paraguay readquiriera sus límites
jurídico-naturales. Los países que lo rodeaban, mejor organizados y con sus convicciones
patrióticas ya arraigadas, con superficies y límites determinados, por lo menos en el campo de
sus ambiciones, y la enunciación de la doctrina del uti possidetis, eran realidades que impedían
una fácil revisión de su posición geográfica. De nada valía lo que sostenía El Paraguayo
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Independiente: que “la división territorial que había sido creada y era mantenida por el poder
real, quedó sin valor y sin existencia, en virtud del mismo y propio hecho que engendró la
separación e independencia de aquel poder». Las armas sólo servían para dar una relativa
autoridad a la diplomacia, y ésta tenía que cimentarse más en las fuerzas morales que en las
otras.
Con visión americanista concede a los mismos la ciudadanía, con los derechos civiles y
políticos inherentes, si inventaren o introdujeren una industria, o se hubieran herido al servicio
del país, o hubieren desempeñado puestos científicos, literarios e industriales en la República,
o hubieren prestado otros servicios importantes o hubieren adoptado un niño paraguayo o
desposado una mujer de dicha nacionalidad. "De todos los síntomas exteriores que revelan la
ignorancia, la pobreza, el atraso moral de un pueblo o de una fracción de él, ninguno más
infalible que la prevención, los celos, la envidia contra el extranjero y el deseo de verle retirarse
del país... sólo el que reconoce su nulidad propia para influir en el progreso de su patria, clama
contra la influencia de la cultura extranjera". Así comentaba maravillado El Comercio del Plata,
de Montevideo, en 1846, esas innovaciones sorprendentes en aquella época.
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Realizada esta labor previa se abordaron los problemas de orden económico, financiero
y administrativo y los del orden moral, social, intelectual y eclesiástico.
Pero su tarea interna debía encontrar muchos escollos dejados en lo externo por la
dictadura. El principal era la tenaz oposición de Rosas al reconocimiento de la independencia
paraguaya. El Paraguay, arguyó el Dictador argentino, "incorporándose a la Confederación
formaría una gran nación que impondría respeto a los extranjeros”. El Paraguay era batido con
las armas que el doctor Francia había entregado al adversario en 1811.
López llevaba a cuestas los errores de su tiránico antecesor, y las situaciones sólo
habían de afrontarse con palabras que si traducían conceptos jurídicos, eran ineficaces para un
éxito político.
La política brasilera, por lo demás, tenía un norte bien definido: su expansión territorial a
todos los vientos. Para realizarla no omitía medios. Como base de sus pretensiones alegaba,
según el caso, ora el Tratado de San Ildefonso, ora la teoría del uti-possidetis o sostenía la
caducidad de todos los tratados que antes de 1810 habían concertado límites entre las
Coronas de España y Portugal. Desde su negativa a ratificar el Tratado de 1844, el Brasil
intentó realizar y robustecer sus ocupaciones al norte del Río Apa. La situación llegó a un punto
crítico el año siguiente y comenzó entre Paraguay y Brasil una carrera armamentista.
La opinión argentina estaba, sin embargo, bien dividida. José Rivera Indarte, Florencio
Varela, Domingo Faustino Sarmiento y Manuel Derqui apoyaban con libros y revistas los
derechos del Paraguay a la Independencia. Entretanto Tomás Guido, por orden de Rosas la
combatía ante la Cancillería del Brasil.
López resuelve cortar toda discusión con Rosas expresando que «ni los principios ni la
arrogancia de la violencia o de la fuerza” pueden más que esta verdad: «que el siglo de las
conquistas ya pasó». «El Paraguay conoce lo que puede y vale, él juró su independencia,
renueva anualmente su juramento y sus hijos aman su tierra, que para ellos es sagrada. El
pueblo paraguayo es inconquistable, puede ser destruido por alguna potencia, mas no será
esclavizado por ninguna”. Desde esta carta que dirigió a Rosas, en todos los documentos es
colocada la leyenda «Independencia o muerte", y se decreta la «medida grande y gloriosa» del
servicio militar obligatorio.
El 4 de diciembre López declara la guerra a Rosas, con la salvedad de que ella iba
contra el tirano y no contra el pueblo argentino, «guerra justa y santa –dice– que cesará luego
que él respete la justicia de los pueblos y los preceptos del Creador". Recuerda López que,
como «en la aurora de la Independencia", se encuentra nuevamente en el trance de pelear por
ella; y que por esta vez no se esperará al enemigo «en nuestros lares, sagrado territorio de la
patria, sino que irá a su encuentro para forzarlo a retroceder sobre sus criminales pasos».
"El Virreinato de Buenos Aires decía López en la declaración de guerra es una institución
de la Metrópoli que caducó con la caída del sistema colonial. Desde entonces hasta el
presente, la sociedad y destino paraguayos han formado una entidad totalmente soberana y
distinta de las Repúblicas del Plata... Ambos países eran colonias que se libertaron del
cautiverio común y lo hacían con el mismo e igual derecho... No tenían entre sí vínculo alguno.
Los coloniales cayeron rotos. Extinguida la delegación del trono español, no sobrevivió
Virreinato ni autoridad alguna. Los derechos de fundación, posesión o división colonial...
pertenecían a España. Disuelta la sociedad española de la América y restablecidos los socios
al estado de su libertad natural, se organizó el pueblo paraguayo como nación soberana... Era
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del 17 de mayo de 1803 que otorgaba a esa región un Gobierno político independiente al
mando de Bernardo de Velasco, y el subsiguiente nombramiento de éste como Gobernador del
Paraguay en 1806. Por el principio del uti-possidetis, por consiguiente, los treinta pueblos en
ellas existentes correspondían al Paraguay. Pero Ferré lo había ocupado con tropas
correntinas en tiempos del Dictador Francia. López, por propia autoridad, ordenó su
reocupación "definitiva" por decreto de junio 10 de 1849, aunque por el art. 2º del Tratado de
1841, entre Paraguay y Corrientes, López se había mostrado dispuesto a renunciar a la
soberanía sobre los pueblos situados sobre el Río Uruguay; o sea a la mitad de aquella zona.
Pero su propósito de agregar un valor jurídico contractual a esta ocupación, mediante la
renovación del Tratado de 1811, fracasó por la negativa del tirano de Buenos Aires. Es que al
propio López no se le había ocurrido anteriormente dar esa base jurídica a los límites
paraguayos aunque fuera por un acto unilateral, y por el contrario, en algunos de éstos
expresaba su poco apego a la conservación de esa zona. En efecto:
llanamente que el límite argentino paraguayo es el Río Paraná (tratado que aunque no
ratificado sienta un funesto precedente), a cambio de una falaz posibilidad de afirmarse su
dominio entre el Pilcomayo y el Bermejo. Las Misiones eran ofrecidas al Brasil y a la Argentina
alternativamente. Pareciera que el Paraguay quisiera desprenderse de ellas a toda costa.
Con tanto criterio tornadizo, del que estaba ausente la idea de la conveniencia de
mantener contacto con Río Grande del Sud, la zona misionera se perdió total y definitivamente
como consecuencia de la guerra de la Triple Alianza.
La pérdida del Departamento de Candelaria fue uno de los golpes más rudos que recibió
el Paraguay en el siglo pasado, y el que acentuó más decididamente su aislamiento geográfico.
Es realmente inconcebible que Carlos Antonio López no lo hubiera defendido para que la
nación tuviera acceso al mar por el Río Uruguay, estando a la vista y candente, como lo
estaba, la guerra económica que Rosas hacía al Paraguay en el Río Paraná.
Así, con el transcurso de los años, el Paraguay perdía las vías fluviales cuya
disponibilidad en parte pudo haber compensado su encierro. El destino mediterráneo del
Paraguay iba tejiendo su trama final: pronto no tendría otra salida al Océano sino por el
estuario del Plata, a la entrada del cual dos poderosos centinelas, Buenos Aires y Montevideo,
vigilarían todo su tráfico económico e inmigratorio.
A pesar de sus veinte años de gobierno (al que no se debe negar sus resultados
progresistas), Carlos Antonio López, tal vez el más insigne gobernante de su época en
Iberoamérica, legó a sus sucesores las cuestiones más graves que una nación pueda soportar
después de su independencia.
Sin duda, Carlos Antonio López era apto para la política interna pero no para la política
internacional. Su alianza con Corrientes en 1845 lo condujo al año siguiente a la campaña
entre Madariaga y Urquiza en la que el ejército paraguayo al mando del General Francisco
Solano López tuvo una actuación poco brillante después de vadear el Río Santa Lucía
(Corrientes), en donde no encontró aliados ni enemigos, como antaño le ocurriera a Belgrano
en 1810, después de cruzar el Paraná. No advirtió que su intervención en las luchas
interprovinciales de la Argentina lo conducían por una pendiente sumamente peligrosa, pues a
ellas no era indiferente el Imperio del Brasil.
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LAS INDIAS
1859, con el pacto de San José de Flores, la unidad argentina, hizo la cohesión del futuro
enemigo y atrajo sobre el Paraguay, autor y garante de la nueva situación, la animosidad del
Brasil, dentro de cuyos planes estaba la segregación de Corrientes y Entre Ríos para impedir la
formación de otro país de gran extensión territorial en América.
La pendiente se iba inclinando cada vez más, y ni la espada de Cepeda, obsequiada por
Urquiza al General López como recuerdo de su triunfo, podría detener el drama de la Triple
Alianza que se avecinaba.
Carlos Antonio López debe forzosamente compartir con Francia y con su sucesor
Francisco Solano López algunas de estas disminuciones del patrimonio nacional. El pueblo
paraguayo confiaba ciegamente en él, y jamás se atrevió a desconocer el poder y el valor de su
voluntad.
Casi todos aquellos territorios perdiéronse en 1870. Sólo se salvaron los de la Región
Occidental que correspondió defender a Eusebio Ayala en la guerra de 1932-1935.
Una élite reducida en número, mentalidades de tierra adentro, con una mezquina
información puramente libresca, sin la flexibilidad y los horizontes que dan los viajes y la
frecuentación de los extraños, es la responsable de los destinos de la nación, forjados con
instituciones inadaptadas e inadaptables, que en última instancia debían ceder su lugar a la
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LAS INDIAS
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LAS INDIAS
Sus principios de gobierno estaban fundados sobre el ideal del despotismo ilustrado tan
caro a los enciclopedistas y cuyos modelos eran Federico de Prusia, Carlos III de España y
José II de Austria. Aún en Europa, a pesar de haber sido el escenario de la Revolución
Francesa, no se había logrado el ideal de la libertad, igualdad y fraternidad, y la organización
de las repúblicas y de los partidos liberales mostrábase vacilante. Nadie debe extrañarse por
eso de que, en un país liberado recientemente de un secuestro de un cuarto de siglo, durante
el cual, excepto unas pocas escuelas particulares, se habían suprimido todos los centros
educacionales, religiosos o laicos, se buscara la solución de los problemas político-
administrativos en esa especie de democracia dirigida.
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LAS INDIAS
libertarias de los Comuneros. El Grito Paraguayo y El Clamor de los Libres, que circulaban de
Buenos Aires al Paraguay con el apoyo argentino, eran señalados como expresiones
anárquicas contrarias a la "unidad paraguaya”. El pueblo estaba demasiado acostumbrado a
ver en el Estado al dueño de la Nación, y el Gobierno que lo materializaba ejercía su dominio
cuasi feudal, su poder de vida y muerte, de prisión, destierro y confiscación, apoyado en una
organización clerical que mucho había aprendido del régimen jesuítico para mantener en la
pasividad a una masa demográfica que había heredado el espíritu de sumisión y conformismo.
CAPÍTULO X
MUTILACION Y RUINA
Los límites perpetuamente indecisos, variables y confusos desde los primeros días de la
vida colonial, constituyeron una trisecular cuestión que hizo crisis en 1864. El Paraguay tenía
disputas en los cuatro puntos cardinales.
Al morir, Carlos Antonio López, dejó a su hijo el consejo de que no arreglara los pleitos
de límites "con las armas sino con la pluma, especialmente con el Brasil».
Por desgracia faltaba el hombre que pudiera arreglarlos "con la pluma». ¿De dónde
partiría la iniciativa? Sociológicamente considerado el problema, de cualquier parte. En cada
bando, el pueblo, el gobierno, los prejuicios patrióticos, los intereses económicos –mil virtudes
y defectos– forman un potencial que puede estallar en cualquier momento. "La guerra no tiene
fácil explicación, expresa acertadamente Telmo de Manacorda en la biografía de Julio Herrera
y Obes, El Gran Infortunado. Problema de límites, reclamos políticos, manejos diplomáticos,
medidas coercitivas, intereses creados, alianzas fraguadas, nacionalismo intrépido, forman el
proceso del drama... América contempla la escena y en los ríos indígenas y en los esteros
inmensos retumba, gigante, la emoción de la historia”.
Tal ocurrió en 1864 y en 1932, en que las disputas de fronteras adquirieron caracteres
dramáticos. En ambos casos, en la superficie turbulenta de la historia de la desmedrada
Provincia Gigante aparecen luchando entre las olas embravecidas dos conductores del pueblo
en armas, el Mariscal Francisco Solano López y Eusebio Ayala, quienes, con inteligencia y
suerte diversas, manejaron el destino de la nación.
El Tratado de 1811 entre las Juntas Gubernativas de Asunción y Buenos Aires contenía
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A su muerte, el estado social ya había variado notablemente del que existía al deceso
del doctor Francia. Su política educacional había apresurado la instrucción del pueblo y
operado un evidente cambio de mentalidad. Los estudiantes que habían regresado de Europa
desempeñaban el papel de clase directora, y su contacto con el pueblo había suscitado la
necesidad de darle un mayor desahogo que el que le permitían los estrechos moldes jurídicos
vigentes.
Así lo comprendió el Padre Fidel Maíz, apresado a raíz de la votación que elevó al
General Francisco Solano López al cargo presidencial, cuando dijo que hubiera querido ver
gobernar a su país con una Constitución que estableciera una auténtica división de poderes.
Dicha votación –no elección, ejemplo repetido reiteradamente con algunas variantes
ochenta años después–, acaeció el 16 de octubre de 1862.
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diputado, había jurado obedecer la ley ante todo. Esto le valió la prisión inmediata. El Juez
Lezcano y el Coronel Marín, conocidos por sus ideas liberales, corrieron la misma suerte,
acusados de pretender provocar “una revolución social, moral y política». Acaso era cierto; lo
que infortunadamente se frustró una vez más.
A la larga cadena del absolutismo añadíase así un nuevo eslabón. En el futuro irán
agregándose otros más. El liberalismo y la democracia sufrieron una nueva derrota. Es la
fatalidad paraguaya.
El juego, disimulado por ambas partes, amenazaba romper el “equilibrio del Río de la
Plata», que en aquella época tenía los visos de un imperativo geopolítico, convertido para
todos en una "razón de Estado", comparable al equilibrio europeo, origen también de tantas
guerras. El campeón de ese equilibrio, que requería la independencia del Estado Oriental, era
el General López. Cualquier intervención de éste, so pretexto de mantenerlo, era sumamente
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LAS INDIAS
En tan difícil circunstancia el coeficiente de azar que contiene cada hecho, cada actitud y
cada palabra, escapa a toda previsión. No hay fuerza humana capaz de detener los
acontecimientos. ¿Cómo una pequeña nación, aislada geográficamente podría erigirse como
un tercero en la discordia entre dos grandes países que le tenían planteadas cuestiones
territoriales cada uno por su lado? Si en la época del doctor Francia la intervención en el Plata
era factible y hasta podía ser beneficiosa, a pesar de la cómoda o miope visión del Dictador, en
1862 el campo estaba erizado de peligros.
En 1864 se precipitan los hechos. Con la amenaza de una intervención armada del
Imperio del Brasil y de la Argentina en los asuntos internos del Uruguay, circulan las intrigas
internacionales que difunden noticias de supuestos avances paraguayos en Misiones. Los
uruguayos buscan la intervención del General López, acicatean su orgullo con insistentes y
halagadores reclamos. El Presidente paraguayo, después de algunas vacilaciones, ofrece su
mediación al Brasil, que no la acepta. El Canciller uruguayo Juan José de Herrera, para incitar
a López, presenta al Paraguay y al Uruguay como envueltos en el mismo peligro de las
ambiciones imperiales, y éste no advierte que el peligro paraguayo tenía su mayor inminencia
en ser un tercero en la discordia.
¿Imaginó López que iba a intimidar al Brasil? ¿Creyó en la acción de las fuerzas
morales?
La acre censura de los diarios porteños al Paraguay era el síntoma infalible de que ya
existía una inteligencia entre Brasil y Argentina, una alianza que después fue "Triple". El
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LAS INDIAS
El temperamento del General López no era el más apropiado para circunstancias tan
difíciles. El Coronel Centurión, allegado suyo, lo pintaba como hombre poco sereno, de fácil
exaltación y súbitas reacciones. «Era un verdadero autócrata. Solamente le faltaba la Corona”.
EL VÓRTICE.
El Tratado de la Triple Alianza fue firmado pocos meses después. En él, el Imperio del
Brasil, la Confederación Argentina y el Uruguay decretaban el aniquilamiento del Paraguay. El
Paraguay se convertía en la "Polonia de América", según la frase del Padre Maíz. El Tratado
era la estructuración de un acuerdo preexistente entre los dos primeros países. El Uruguay
entró en la órbita por intermedio del nuevo gobierno formado gracias a la intervención argentina
y brasilera.
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la nación sino contra el tirano, tal como lo hiciera Rivera a Rosas en 1839, y Carlos Antonio
López al mismo Rosas en 1845.
El pretexto sirve para aglutinar en Buenos Aires hombres de la nación agredida, contra
la propia patria. Y así en el mismo Tratado se crea la Legión Paraguaya, en la que se
enganchan paraguayos que tienen viejas cuentas propias y de sus antepasados contra los
gobernantes del ciclo independiente. Signo de aquellos tiempos de confusión y de
indeterminación de fronteras y de nacionalidades, en que las discordias políticas se
desplazaban fuera del país para organizar guerras contra los gobernantes, desafectos, o por
principios, como en el caso de unitarios y federales que luchaban en Montevideo. En el medio
americano han sido comunes estas actitudes en las batallas de la libertad o por simple
predominio. Los españoles usaron y abusaron de los guaraníes para que aniquilaran a
guaicurúes y payaguáes, sus hermanos de raza reacios a todo entendimiento con el blanco
usurpador de sus tierras. En 1825 el Deán Funes, en una patética carta, reclama de Bolívar la
cooperación de sus legiones para reconstruir el Virreinato. En 1851, Urquiza se alió con el
Brasil y con los colorados del Uruguay para combatir a Rosas. Venancio Flores recurrió a la
intervención argentina y brasilera para desalojar a los blancos y hacerse Presidente del
Uruguay. Mitre y Flores se ayudaban mutuamente contra sus propios compatriotas y se
trataban como "antiguo compañero de armas y correligionario político"; en 1873, Jovellanos
implora del Vizconde de Rio Branco que mantenga en el Paraguay el ejército de ocupación
para sostenerse en la Presidencia; en 1876, Cirilo Antonio Rivarola pide ayuda al Brasil para
derrocar al Gobierno de Gill, y aun en nuestros tiempos el General Francisco Franco llega al
poder español con la colaboración de Alemania e Italia, y el General Charles De Gaulle tiene
que aliarse a las fuerzas norteamericanas e inglesas para desplazar al Mariscal Petain y llegar
al Gobierno de su país. El hecho de que los "legionarios" hayan argüido que la lucha era
solamente contra el tirano y no contra su patria no los absuelve de culpa y cargo, aunque a la
vista de tantos ejemplos, el criterio histórico requiera, para un juicio ecuánime, desplazarse,
para juzgarlos, al ambiente y sobre todo a la época en que el concepto de unidad histórica de
los países americanos prevalecía sobre el concepto incipiente de la diversidad política, aún
difusa a pesar de las revoluciones emancipadoras.
EL REPARTO.
La guerra duró cinco años. La metralla, el hambre y las epidemias se habían cebado en
una pequeña nación de 1.200.000 habitantes. No quedaron al fin sino 250.000 ancianos,
mujeres y niños. El Paraguay era una inmensa superficie en ruinas, por cierto mucho más
pequeña que antes, pues en esa guerra "contra el tirano" (Art. VII) en que los aliados se
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LAS INDIAS
comprometían a dejar a salvo «la soberanía, independencia e integridad del Paraguay” (Art.
VIII), se perdieron inmensas áreas territoriales al norte, al sudeste y al sudoeste, que no
pertenecían al tirano sino a la nación. La Argentina continuaba proclamando que “la victoria no
da derechos”. Pero tanto ella como el Imperio del Brasil se adjudicaron anticipadamente
aquellas porciones "para evitar –decía el Art. XVI del Tratado de la Triple Alianza– las
discusiones y guerras que traen consigo las cuestiones de límites».
Pero las disputas territoriales aún no habían terminado. El Paraguay debía luchar una
vez más por la delimitación de sus fronteras.
Entre 1870 y 1932 corre una época que podría denominarse de la conquista de la
soberanía popular.
La vida y la propiedad eran, por tanto, patrimonio del gobernante, pues aquellos cuerpos
jurídicos desconocían la soberanía del pueblo. El fundamento de la "cosa pública" era la
voluntad-ley.
Las bases y el fundamento del nuevo derecho público y privado debieron ser todos esos
elementos del alma popular y, además, ese estado social formado por mujeres, ancianos y
niños que, formando el 90 % de la población, se entregaron a la tarea de la reconstrucción con
el recuerdo puesto en los hombres jóvenes sepultados bajo las ruinas de la patria.
los que la elaboraron, que eran los paraguayos que, emigrados a la Argentina antes de la
guerra, habían vivido un ambiente de cultura más generalizada.
No hay duda que la Constitución era muy adelantada. Pero esa desproporción entre el
continente y el contenido, por decirlo así, dejó un amplio vacío, en el que se desarrollaron
motines y batallas de acomodamiento. La Constitución de 1870 no era una norma de
convivencia para aquel entonces. Era un conjunto de soluciones anticipadas, una intuición de
las aspiraciones colectivas, un compromiso con las generaciones venideras. Estaba destinada
a sustituir la voluntad-ley por la voluntad soberana del pueblo, aunque su establecimiento haya
sido también el resultado de la voluntad-ley de los proyectistas.
El ambiente político estaba constituido desde enero de 1869 por los componentes de la
Legión Paraguaya, que había colaborado activamente con los ejércitos enemigos, y por otros
paraguayos que durante la guerra habían residido en el extranjero, ya como becados, ya como
funcionarios de la dictadura.
Pero todos ellos coincidían en que el nuevo régimen debía basarse en la soberanía del
pueblo. La «revolución» de 1811 renacía con fuerza en busca de su cauce desviado por las
autocracias.
Club del Pueblo y Gran Club del Pueblo se denominaron las primeras asociaciones que
se formaron para cumplir la misión de los partidos aún inexistentes. Los diarios se denominan
La Opinión Pública, El Pueblo, La Regeneración y La Asociación Constitucional. En el primer
manifiesto que lanzan los legionarios al país, para justificar su actitud y explicar sus propósitos,
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LAS INDIAS
se declara al pueblo como titular de todos los derechos y como fuente de la soberanía.
EL CAUDILLISMO.
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LAS INDIAS
Como que las leyes hacen ciudadanos, pero no llegan a forjar el alma de las
muchedumbres, la tarea era ardua y difícil. Los gobernantes de fines del siglo XIX eran como
exploradores en una comarca desconocida. Careciendo ellos mismos de la brújula de la
instrucción, gobernaban un país de lejana y exigua tradición democrática y sin hábitos legales,
teniendo que enfrentar la desesperanza del vencido con la impaciencia y aún las pasiones del
reconstructor, con modernos instrumentos a cuyo uso no estaban acostumbrados.
Por su parte, el pueblo, no comprendiendo muy bien las doctrinas que se le imponían,
pero sintiendo ansias constructivas, se nucleó alrededor de hombres representativos de las
promesas de progreso y de una sociedad mejor. Así nació el personalismo de los caudillos
civiles o militares, o sea, la tendencia de dar más importancia al jefe influyente que a los
principios.
Este no fue el caudillismo campesino del Uruguay o de la Argentina que nace al amparo
del desierto, de la falta de alambrados y caminos, que da nacimiento al gaucho ecuestre,
pendenciero y romántico.
Las condiciones sociales para la actuación ordenada de los gobiernos eran, pues, poco
firmes. Esos caudillos fueron los primeros roturadores de la pesada costra psicológica del
pueblo, y así forzosamente tenía que prevalecer el factor personal en todos los órdenes. No
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LAS INDIAS
hay duda que hasta la presidencia del General Escobar época de una gran transformación la
constitución fue violada en todos y cada uno de sus artículos. Los quince primeros años de la
postguerra fueron un período de terror organizado. En cada calle, cárcel o cuartel había una
emboscada. Presidentes y ciudadanos eran asesinados a puñaladas o envenenados. La
prisión y el fraude electoral, las persecuciones y la expulsión del magistrado de su cargo, los
empastelamientos de las imprentas, confiscaciones, los golpes de Estado y los motines eran
cosas de todos los días. Desde 1886 a 1898 hubo más calma, pero no faltaron los destierros,
las sangrientas reyertas en las calles, en el campo y en el Congreso. El desbarajuste en lo
financiero no era menor: desfalcos, ventas de tierras y yerbales públicos, enajenación del
Ferrocarril y concesiones que revivieron las características de la explotación colonial, aún no
totalmente eliminadas. Todo esto era la consecuencia de sesenta años de autocracia que
impedían que la Constitución de 1870 pudiera operar el tránsito a una democracia ordenada.
La ley fundamental apenas podía pretender educar, y no servía para regir hábitos políticos. La
nación era un simple hecho; no era una fuerza moral, social, política o económica, y en este
sentido no era posible que los ciudadanos sintieran la responsabilidad de cuidar lo que no
existía fuera de las páginas olvidadas de la Ley fundamental.
Por eso, de tantos desmanes no eran culpables exclusivamente los gobiernos, sino
principalmente el ambiente social, dentro del cual se desarrollaban titánicos esfuerzos para
ensayar el sufragio como fuente de la soberanía popular. En realidad toda la América padecía
el mismo achaque.
MOVIMIENTO RENOVADOR.
Los hombres nuevos que el pueblo reclamaba para sustituir a los viejos generales que
aplicaban en la política su táctica de combate en una lucha despiadada y sin cuartel, aparecen
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aglutinados por las ideas liberales de la Constitución y por los propósitos de llevarlas a la
práctica.
La ley natural del perfeccionamiento indefinido iba a imponerse una vez más, gracias a
esos hombres jóvenes que querían acelerar el proceso y orientarlo tal como lo veían en los
libros y en las academias extranjeras. Una legión de juventud venía a ocupar el escenario para
aventar los últimos vestigios del régimen colonial, hacer una realidad del libre examen y echar
las bases de una economía reflexiva y de una cultura más real y nacional que no viviera de los
recuerdos estériles de una guerra infortunada. Ellos eran los universitarios y militares que
habían sido formados por el régimen que iba a ser, si no destruido totalmente, por lo menos
suplantado por su propia creación.
Cecilio Báez fue el exponente doctrinario del movimiento. Con su verbo apasionado y
lógico a la vez, reveló que en la efervescencia había un problema de cultura, al mismo tiempo
que político. Los abogados recién egresados estaban frente a frente con los viejos cuarteles
sectarios, como dos mundos en pugna. Los flamantes militares recién llegados del extranjero
tomaron contacto con aquéllos en las filas de la Guardia Nacional. Así se produjo la revolución
de 1904 que es fin y comienzo de ciclos vitales de la nacionalidad paraguaya.
El propio Presidente Coronel Juan Antonio Escurra –militante en el Partido político que
perdía el poder, como lo eran casi todos los militares de la época– mostró su certera convicción
del carácter cultural del movimiento con un rasgo de patriótico desinterés: cuando uno de sus
ministros le expuso un plan infalible para aniquilar al reducto revolucionario acampado a pocas
leguas de la capital, le contestó: "Yo sé que puedo destruirlo, pero ello sería exterminar la
mejor juventud del país, y tendrían que pasar muchos años antes que pudiera ser
reemplazada. No quiero que se derrame una gota más de sangre para sostener mi Gobierno».
MANUEL GONDRA.
En ese grupo Juvenil que el patriotismo de Escurra evitó aniquilar, estaba Manuel
Gondra, en quien puede encarnarse el respeto a la Constitución. Tal vez se adelantó
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LAS INDIAS
Gondra fue a la Presidencia dos veces, y las dos veces la abandonó por no querer
subordinar el ejercicio de su mando al de prepotentes coroneles. Buscó dar a su Gobierno una
base de opinión. Sus aparentes indecisiones tenían el propósito de dar tiempo a que las
fuerzas morales de las instituciones se impusieran sin violencia. Al no conseguir esos fines
prefirió apartarse y no ligar su nombre y sus posiciones a logros pasajeros, y ser en cambio, un
arquitecto del futuro.
NACIMIENTO DE LA CIUDADANÍA.
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LAS INDIAS
posesión del poder. Desde entonces se han producido muchos pronunciamientos –no
revoluciones– a medida que el pueblo iba despertando y adquiriendo mayor conciencia de sus
problemas, a fin de reafirmar los fines de aquélla, sea desde el poder, sea fuera de él.
Es un síntoma del instinto de conservación que obliga al hombre a forjar las condiciones
circundantes para satisfacer sus necesidades vitales. La aparición de las muchedumbres en el
escenario político y económico contemporáneo aportan los grandes movimientos colectivos, y
en sus aciertos o en sus errores al elegir sus adalides, en el dominio de su poder revolucionario
para promover reformas, o en el escamoteo que sufren al día siguiente del pronunciamiento, no
ha de verse siempre una lucha de apetitos, sino el doloroso y obligado aprendizaje para la
perfección de las instituciones a través de cuyo imperio esperan encontrar la realización de sus
aspiraciones democráticas.
La guerra con Bolivia y la tragedia mundial han traído una conmoción profunda de la
estructura política cimentada en la Constitución de 1870. Una repentina hipertrofia del cuerpo
social ha hecho que el ropaje, antes holgado, se estrechara súbitamente, oprimiéndolo. La
opinión pública se esfuerza ahora por adecuar sus instituciones a los tiempos, sobre la base de
la organización regional del Continente Americano y de la Carta de las Naciones Unidas,
especialmente en cuanto se refiere al sostenimiento de los derechos humanos, que son los
mismos por los que el Paraguay ha luchado desde el ciclo colonial.
El camino para llegar a la meta está, como en toda época de transición, lleno de
acechanzas, francas o disimuladas, imprevistas o esperadas. No hay duda, sin embargo, que
la libertad, eje de la interpretación de la historia paraguaya, impondrá, como siempre, su
imperio.
CAPÍTULO XII
INCONFORMISMO NATO.
desvinculada de la política, nótase, cuando se trata del Paraguay, un forcejeo entre la autoridad
y la libertad. Sea una cuestión de organización política, sea económica o cultural, presentan
como causa, como pretexto, como fundamento o como efecto, esos dos expresados polos del
mundo político social.
Hay en toda la historia paraguaya una línea en la que se mueve de un extremo a otro la
amenaza (a veces la realidad) de la opresión del gobierno, y la defensa (a veces la resistencia
pasiva) del ciudadano que se aferra a su soberanía.
He aquí por qué no deben estimarse como inclinaciones delictuosas ciertas formas de
rebeldía política, doméstica, económica o ideológica, sino como alardes de ese precioso don
de la libertad, que unas veces son innatos y, otras, reacciones contra todos los despotismos
sufridos a través de las épocas. Burlar un impuesto, llevar una vida errante que impulsa a los
nativos a salir del país para correr tierras extrañas, sin límites ni obstáculos que los detengan, y
aun cambiar con frecuencia de gobiernos, son los síntomas de inconformismo que impulsa a
cada uno a ejercitar u ostentar de alguna manera su libertad física o psicológica.
La rebelión contra Alvar Núñez en los prolegómenos de nuestra historia y muchas otras
que la siguen son ejemplos elocuentes de ello. La sublevación frustrada contra Irala en un
memorable Jueves Santo, el retorno a las selvas a raíz de la expulsión de los jesuitas, la
práctica del contrabando como una reacción contra el monopolio o como una instintiva
expresión de libre-cambio, la revolución de los Comuneros y la independencia política, son, a
su vez, otros tantos ejemplos.
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
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LAS INDIAS
Las mismas tendencias se traducen en los umbrales de la vida nacional. Hay dos
partidos que tratan de someter al espíritu libertario del Paraguay. Son el "realista" y el
"porteñista". Los enfrenta el espíritu liberal que anima el partido de los «patriotas" que triunfa
con la Revolución de 1811, víctima luego de la aviesa contrarrevolución del doctor Francia, que
sólo aparentemente forma en las filas patriotas, arrastrado por los acontecimientos, y sólo
gracias a que las disensiones de las provincias del Plata, no ponían a éstas en situación de
reincorporar a la nueva "República".
Monopolizadas por la violencia de los gobiernos absolutos, tanto las iniciativas como las
realizaciones cívicas, no hubo partidos en el Paraguay hasta después de la guerra de la Triple
Alianza. Únicamente en Buenos Aires se habían nucleado muchos emigrados en una
resistencia de carácter aparentemente personal contra el Mariscal López, quien no permitía
que dentro del país se exteriorizase la opinión pública opositora. Esta nucleación, que formó la
Legión Paraguaya, se fraccionó a la vista del Tratado de la Triple Alianza, y su disolución total
ocurrió tan pronto como Asunción fuera ocupada por las tropas aliadas.
LOS CLUBES.
En 1870 se fundó el Club del Pueblo con miras a «formar un club político, que trabajaría
para establecer los principios liberales y llevar a la gran Convención y al poder ciudadanos que
fuesen la genuina expresión del pueblo". Al cambiar su denominación por la de Gran Club del
Pueblo, se formó otro con la denominación primitiva, que agrupó a los reaccionarios. En estos
centros los partidos Liberal y Colorado encontraron su génesis aunque sus características no
eran puramente políticas. Cada uno tenía su peculiar raigambre social y accidentalmente
histórica. En efecto, ellos se adjudicaban recíprocamente los motes de antilopizta y de lopizta,
los cuales no pasaban de ser rótulos falaces, pues no solamente en ambos bandos estaban
distribuidos los legionarios, sino que el propio jefe de la Legión ingresó en el tildado como
lopizta, y los miembros de uno y otro se redistribuyeron después en los partidos originados en
esos clubes.
En ese mismo año el Gran Club del Pueblo fue designado como Partido Liberál, bajo la
presidencia de Benigno Ferreira. Sus tendencias aún más renovadoras que antes, su
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LAS INDIAS
Su estructura ideológica –si así puede hablarse– fue, por tanto, compleja. Por un lado el
antilopizmc, el liberalismo y la Intransigencia con el invasor ocupante; por el otro, el lopizmo, la
inmovilidad y la resistencia pasiva.
A manera de una reacción contra la opresión en que el Paraguay había vivido dentro de
la plena «legalidad constitucional" otorgada por la Carta Política de 1844, los legionarios, al
hacerse cargo del Gobierno en 1869, habían proclamado: la implantación de la libertad en su
más lata expresión, el voto del pueblo como evangelio del mandatario, la conciencia coma un
santuario en que sólo debe penetrar la voz de Dios y los rayos de la razón humana, la libertad
de prensa y de pensamiento como patrimonio de todo el pueblo, la propiedad de lo suyo, de su
trabajo y de los frutos de su inteligencia para cada uno, la libertad de locomoción y de cultos, la
soberanía del individuo y la limitación de la autoridad.
Proclamados estos principios por quienes habían colaborado con el enemigo, contra la
patria o contra quien encarnaba la defensa del territorio, y en el momento en que el invasor
todavía continuaba su tarea de destrucción de los últimos restos del ejército paraguayo,
podrían haber sido rechazados por la Nación. Sin embargo, esos dogmas del más acendrado
idealismo tenían la sugestión de las verdades eternas y sirvieron de base a la Constitución de
1870, fuente hasta hoy de las más caras aspiraciones democráticas, como que la cultura cívica
del Paraguay entroncó de esta manera sus bases esenciales con la tradición francesa, inglesa
y norteamericana.
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
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LAS INDIAS
una lucha desordenada y anárquica por la libertad y contra la tiranía. Fundados los partidos,
definitivamente, las pugnas fueron menos cruentas y más responsables. Las luchas habían
sido antes tan arteras y crueles, que parecían asaltos de forajidos, y difícilmente podría verse
en su fondo íntimo una cuestión de libertad. Después, los tintes de ferocidad no desaparecieron
del todo, pero sus fases, su fondo y su objetivo político eran más nítidos y menos bárbaros.
Una revisión sumaria y rápida de los hechos salientes nos mostrará cómo en el fondo de esa
batalla entre adversarios implacables, se veía la voluntad indeclinable de la exaltación de la
personalidad humana.
Poco tiempo después los procesados por tal hecho y su abogado son apuñalados en la
cárcel por orden del gobierno.
El 18 de octubre de 1891, llevados por las mismas ideas de libertad, un grupo asalta sin
éxito los cuarteles para deponer al Presidente González. Los autores del golpe frustrado tenían
redactado de antemano un manifiesto que dice que su objeto es "restituiros vuestra calidad de
ciudadanos libres y ver a la nación regida por instituciones liberales".
Desde esa época empezó a amainar la anarquía, hasta que en 1904, previo un proceso
de preparación ideológica, el Partido Liberal suplanta en el poder al Partido Colorado. Según
los autores del manifiesto lanzado en esa sazón al pueblo, ese movimiento, que llega a tener
mayor trascendencia que los anteriores, se verifica «por la libertad del pueblo oprimido, por la
reivindicación de los derechos populares.
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LAS INDIAS
En 1912, gracias a una ley electoral, quedaron suprimidos de los atrios los habituales
episodios sangrientos, y poco a poco fue haciéndose del sufragio libre una realidad.
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La vida de los partidos políticos está estrechamente vinculada con el fin del Estado, el
cual es la perfecta cohesión social.
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LAS INDIAS
Los partidos son los cauces naturales por donde fluyen robusteciéndose las normas
peculiares empleadas o concretadas para considerar la solución de los asuntos públicos. Como
naturales que son estas instituciones, como lo son la familia o la nación, tienen su génesis
natural, explicable por un criterio, más que sociológico, ecológico-social. De acuerdo con esa
génesis, es su desenvolvimiento, su conducta colectiva y sus resultados.
Decir que los partidos paraguayos son conjuntos de individuos unidos por sus intereses
económicos, o de clase, o por sus opiniones históricas, sería juzgarlos superficialmente. La
conmoción mundial del momento, contagiada a los partidos políticos, en sus manifestaciones
creadoras o en las destructoras de la libertad, han revelado que aquéllos conservan las raíces
profundas que han determinado sus destinos. Porque en los partidos existentes no hay
problemas económicos divergentes, ni hay clases, y aún las diversas opiniones históricas los
saturan de manera que no afecta su equilibrio interno.
Hasta hace unos años, los propios vocablos distintivos parecían comunes al espíritu de
ambos: liberal el uno y republicano el otro, hasta 1946, diríase que ambos eran liberales y
republicanos al mismo tiempo, ya que coincidían en pregonar los principios de la Constitución
liberal y republicana de 1870.
Pero en el último lustro ha quedado demostrado que en el Paraguay, por encima de las
nucleaciones partidarias, existe un liberalismo y un antiliberalismo, un núcleo democrático y
otro totalitario, con todos los procedimientos propios a estos encasillamientos. El sino
paraguayo queda patente una vez más: la lucha por la libertad, en la que por un lado está el
esfuerzo por la expansión de la personalidad y, por el otro, el hábito y la tara de la servidumbre.
La reciente publicación del libro de Carlos Pastore, La lucha por la tierra en el Paraguay,
ha puesto sobre el tapete valiosos datos de una acuciosa investigación que da la clave de las
circunstancias que han puesto su sello distintivo en los partidos paraguayos: uno oriunda de las
poblaciones de origen mitayo y el otro en los de origen yanacona, unos que lucharon al lado de
las Comuneros y otro contra los Comuneros. Así, mientras el núcleo antiliberal sigue
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LAS INDIAS
traduciendo el espíritu de las Encomiendas, el agrupamiento liberal que formó el partido de ese
nombre, se constituye sobre la invocación de las "virtudes cívicas”, "libertad electoral”, los
"derechos del hombre», el triunfo de la "ley" y de la "causa del pueblo". Por eso encarna el
espíritu de recuperación en ese final del siglo XIX en que encuentra al Paraguay desnudo y
desollado, sin cultura y sin tierras para el campesino.
En la estructura social la Universidad y los Partidos políticos son los organismos cuyas
características son más coincidentes entre sí. El principio de la deliberación y del libre examen
constituye la esencia de ambas instituciones y, llegado el caso, sus funciones son de la misma
naturaleza, aunque presenten diferencia de grado. Mientras una realiza la cultura general del
pueblo, los otros realizan el aspecto cívico de la cultura.
En los dramáticos momentos que vivimos, la lucha sorda pero persistente se incuba en
la Universidad.
Guiada por ese clamor la Universidad ha constituído en las épocas criticas el último
reducto de las libertades, y así la alta casa de estudios del Paraguay ha llegado a ser otro
factor de vanguardia para la lucha por la personalidad humana, a la vez que el cauce por el que
la sociedad paraguaya recibe las más robustas corrientes del pensamiento contemporáneo.
CAPÍTULOXIII
2
Este capítulo es el esquema de una conferencia pronunciada en Buenos Aires el 23 de noviembre de 1949, publicada luego
con el nombre de "Eusebio Ayala, Presidente de la Victoria”.
155
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LAS INDIAS
Desde entonces iban a quedar dos países mediterráneos frente a frente para dirimir en
una guerra absurda la posesión de lo que ninguno de ellos tenía y sí solamente sus vecinos:
una salida al mar.
Muchos y tenaces esfuerzos se realizaron para buscar un acuerdo. Pero las porfías
diplomáticas fueron inútiles ante la exacerbación de dos pueblos a los que la dialéctica
patriótica había enseñado la técnica del uso y abuso de las Cédulas Reales, sentencias de las
Audiencias, las Ordenanzas de los Intendentes y las Recopilaciones de Indias, y a los que la
instrucción oficial y la propaganda política habían convencido de sus derechos exclusivos e
indiscutibles sobre el Chaco.
EL CONDUCTOR DE LA NACIÓN.
Y apareció Eusebio Ayala. Hijo del pueblo, verdadera expresión democrática, salió de
cuna humilde y escaló, sin abrirse paso a codazos, las más altas cumbres universitarias por su
talento, un discreto bienestar económico con su honradez y laboriosidad, y las situaciones
políticas, no por combinaciones palaciegas, sino por el reclamo de los campesinos al Partido
Liberal al que pertenecía.
Cuando el doctor Eusebio Ayala ocupó el centro del escenario nacional, dos fuerzas
espirituales luchaban en el Paraguay con golpes de luces y de sombras, en el año 1912,
En medio de ellas la visión certera de los problemas y de las soluciones fue la nota
predominante de su mentalidad realista. Liberal en su completo sentido filosófico, en la
interpretación de la historia, en lo internacional, en lo comercial, en lo económico y en lo
político, consideraba esa doctrina como el más hermoso ideal por cuya implantación trabajó
con actitud persistente, paulatina y reflexiva. Juzgaba al liberalismo como una filosofía
culminante de la civilización y del espíritu, cuyo único peligro –la anarquía– podía contenerse
por la autoridad libremente elegida y consentida. No le apasionaban ni las personas ni las
concepciones, tan misteriosas e impenetrables las unas como las otras. Le apasionaban los
hechos, y ellos y su observación sociológica fueron los determinantes de sus actos; los hechos
porque son más imparciales que las personas, porque ofrecen un campo más despejado para
el conocimiento de la verdad, y la observación porque presenta a aquéllos con claridad y
franqueza en sus interrelaciones. De esta manera su juicio adquiría una diafanidad capaz de
situarlo dentro de un mínimum de error.
Espíritu continental, Ayala sabía conectar su profundo amor patriótico con el de todo el
hemisferio. Buscaba la grandeza del país por su posición en la comunidad internacional, y
obraba convencido de que el aislamiento no se borra con ceremonias cortesanas o con
tratados sin eficacia práctica, ni con un crudo tráfico comercial que oculta una guerra
económica en que se absorben más energías que la que corresponde a la utilidad obtenida.
Tenía una inmensa fe en la cooperación que convierte a los pueblos en aliados por las
perspectivas de satisfactorias ganancias y que evitan la subordinación económica, tan
perniciosa como la servidumbre política.
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LAS INDIAS
La nación que desde hacía años lo destinaba a las tareas constructivas de la paz, tuvo
que ponerlo, por esos azares de la historia, al frente de las legiones del Chaco en los
entreveros de la guerra.
Eusebio Ayala había captado con exactitud el momento en que el pueblo puso sobre sus
hombros el peso de las responsabilidades que antes habían soportado, con resultado adverso,
el doctor Francia y ambos López.
Y esa confianza no iba a ser defraudada. Ayala fue el hombre más completo que pasó
por el escenario político del Paraguay. Era sabio, austero, justo, honrado, bondadoso y
enérgico, sereno y dinámico. Todo lo tenía en medida exacta y lo mantenía en imperturbable
equilibrio, aun lo más difícil: la libertad del ciudadano, la autoridad del mandatario y el respeto a
las instituciones.
EL CHACO RECUPERADO.
La lucha que el Paraguay mantuvo con su vecino del noroeste fue, sin embargo, de otra
índole que la de la Triple Alianza. Esta dejó en el Paraguay amargos recuerdos que si no los ha
conservado es solamente por esa personalidad colectiva poderosa que desafía todos los
reveses y todas las desventuras. En efecto, el Paraguay fue arrastrado a la guerra de la Triple
Alianza por sus sentimientos de solidaridad americana. Fue víctima de sus grandes hechos y
del cumplimiento de la palabra empeñada en aras del papel que el momento histórico le
encomendara realizar.
Con Bolivia, en cambio, fue una lucha de igual a igual, en que se debatían intereses
análogos, en que no se avasallaban deberes de gratitud. Cada país combatía patrióticamente
por lo que creía suyo. Por ello después de la guerra el sentimiento de fraternidad americana
desalojó en poco tiempo a la animosidad inevitable que produce la absurda lucha de
destrucción a la que los pueblos se ven arrojados por el destino.
Eusebio Ayala cumplió el mandato del pueblo y desempeñó el papel que él le había
asignado. Tuvo que hacer la guerra y la hizo reincorporando al país el territorio del noroeste,
que era suyo por derecho secular. Cuando el doctor Ayala resignó el mando el 17 de febrero de
1936, durante el armisticio que medió entre el cese de la guerra y la firma de la paz, dejó bajo
custodia y salvaguarda del Ejército triunfante la totalidad del Chaco. Fue así el único
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gobernante paraguayo que, puesto en el caso de decidirse una disputa de fronteras, entregó a
su pueblo un territorio no disminuido sino acrecentado y con sus bases jurídicas robustecidas.
CONSECUENCIAS DE LA VICTORIA.
Eusebio Ayala fue, además de todo esto, el impulso indispensable para la recuperación
espiritual del pueblo, en cuya mentalidad aún perduraba el complejo del vencido frente a las
huestes de la Triple Alianza. En la guerra de 1932-35 la nación se reencontró a sí misma y
adquirió nuevos arrestos para una acelerada evolución.
En las grandes conmociones sufridas por el Paraguay, desde la época remota en que
era conocido con el nombre de Provincia Gigante de las Indias hasta nuestros días, a cada
acontecimiento corresponde una valoración especial.
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LAS INDIAS
batalla más grande de su historia, empujado por intereses comerciales y mediante un decreto
de la Corona, ajena a la realidad y a toda visión del porvenir. La Revolución Comunera tuvo
como motivo la autonomía de la comunidad y la de la individual de sus miembros. Antequera,
Mena y Mompox incorporaron así el precoz espíritu de la libertad, a un movimiento universal
que puso su sello en los siglos XVIII y XIX. La Revolución de 1811 fue por la emancipación
política.
La guerra declarada por Carlos Antonio López a Juan Manuel de Rosas, aunque no
efectuada tuvo por fin el reconocimiento de la independencia paraguaya. La del Mariscal
Francisco Solano López contra la Triple Alianza tuvo como motivo los principios de la
solidaridad y del equilibrio internacionales. La de 1904 fue una revolución estructural de la que
surgió la ciudadanía.
Jamás el Paraguay podrá pasar por un momento tan trascendental de su vida, como
aquel en que fue suscripto el armisticio del 12 de junio de 1935. Sólo le sería comparable otro,
hoy de todo punto incierto, ese en el que el Paraguay reapareciera en las playas atlánticas con
los mismos derechos con que lo hacían sus antepasados los guaraníes.
***
MADUREZ REFLEXIVA
CAPÍTULOXIV
INDICES Y RESULTANTES
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LAS INDIAS
EL FENÓMENO PARAGUAYO.
No hay una clave segura para descubrir la ley del progreso humano. Las del progreso de
un país y aun las de su desenvolvimiento permanecen igualmente ignoradas. La progresiva
“abolición de las distancias”, que Wells señala como característica del mundo moderno,
complica los intentos de llegar a una solución del problema, pues, al provocar la
interdependencia creciente de las naciones, disminuye el valor de la recíproca influencia entre
los factores locales que forman el medio y las sociedades que en él se desenvuelven.
Las teorías ensayadas son, apenas, espejismos que se alejan a cada instante, y el fin,
en el curso de una larga serie de esfuerzos, no quedan sino ansias frustradas que se burlen del
intento de desentrañar el origen y el destino de las comunidades humanas.
El Paraguay, como Provincia Gigante que fue, o como pequeño país mediterráneo que
es, se desarrolló en un área imponderable, de cierta extensión, pero siempre definida, formada
por el perímetro en que se habla la lengua guaraní. Además, como primera comunidad indo-
americana de la era medioeval del hemisferio meridional, ha ejercido una influencia singular.
Ambas circunstancias, su medio espiritual y su papel, dan relieves propios a su personalidad.
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LAS INDIAS
intentó aplicar teorías de espacio vital o de hegemonía política fuera de sus cambiantes
fronteras físicas, ni concibió dialécticas para alegar la existencia de "minorías". Sin embargo, su
carácter y su energía espiritual no dimanan solamente de las fuerzas telúricas que influyen o de
los recursos naturales con que cuenta dentro del marco actual de sus ríos y montañas.
Arrancan de esos miles de ciudadanos que, perseguidos por esporádicas dictaduras, han
salido de su patria a gozar aires de libertad o a luchar por ella y a fundar, no ya pueblos y
ciudades a los cuatro vientos, como sus antepasados, pero sí urbes de cultura y de civilización
y emporios de riqueza.
Pero esta misma enunciación requiere una clave que se encuentra en la Naturaleza, en
la Raza y en el Tiempo. Los tres están en el fondo de todo proceso histórico, y juntos forman la
base de toda interpretación.
La masa demográfica que debe examinarse a la luz de estos tres elementos vive y se
desenvuelve en la parte más rica, al sur del trópico, en la zona templado-cálida. Sus
agrupaciones más importantes se encuentran en la parte media de la Región Oriental, y a lo
largo del Río Paraguay. La distribución de los habitantes no es uniforme. Hay zonas en las que
la vida social –aparte de las actividades inherentes a las industrias extractivas o
agropecuarias– es escasa a causa de la paca densidad y por el aislamiento.
El desierto, sin embargo, no está determinado por ninguna causa física o geográfica,
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LAS INDIAS
puesto que todo el territorio se caracteriza por su fertilidad y por la variedad de recursos que
estimulan la vida orgánica, base de la vida social. Son las periódicas vicisitudes históricas y las
condiciones propias de su situación mediterránea las que han disminuido su población e
impedido su rápido incremento por la inmigración. El país ha estado prácticamente secuestrado
por la dictadura de Rodríguez de Francia, por el bloqueo natural de los países limítrofes, por los
errores y omisiones de los gobernantes del siglo XIX y por las guerras que fueron su
consecuencia.
El crecimiento vegetativo, si bien rápido ya que las facilidades para la vida material
liberan de preocupaciones una gran cantidad de energías aplicables al aumento de la
población, no ha sido suficiente para el progreso demográfico y para la correspondiente
composición demótica. Es así cómo el Paraguay que hace cien años tenía una población de
600.000 unidades, en 1870 tenía escasamente 250.000 y en 1945 apenas rebasaría el millón,
según estadísticas organizadas con deficiencia y cuyos resultados son apreciados con
optimismo.
Las excelentes condiciones físicas del medio y de las potencias étnicas de la población,
generadoras de la recíproca y necesaria influencia que requiere el incremento del progreso
económico y del social, no tienen, por consiguiente, debido empleo y provecho. Por todo esto,
la vida en el Paraguay está lejos aún de manifestarse como una actividad eliminatoria. Sus
habitantes pueden aumentar en cantidad y en calidad sin que ello provoque una lucha de
selección. Toda la energía vital puede emplearse dentro de las propias fronteras, no como
ocurre en comarcas cuya población ofrece un desequilibrio con el medio empobrecido en que
viven. Sin embargo, sus habitantes emigran, aunque no por causas universales. Frecuentes
crisis jurídico-políticas provocadas para eliminar al pueblo del papel que le corresponde en el
manejo de sus propios destinos han dado origen a acontecimientos cuya consecuencia fueron
la emigración, el empobrecimiento demográfico y el estancamiento cultural del Paraguay.
LA NATURALEZA Y EL HOMBRE.
orientadora.
Así pues, en el estado tribal su expresión peculiar fue un equilibrio inalterable entre el
interés general y el individualismo de sus componentes, el cual ponía su nota indeleble en
todas las manifestaciones sociales, sean domésticas, sean tribales. En la era colonial y ya bajo
la férula del jesuita y del encomendero, el absolutismo totalitario rompió ese equilibrio, aherrojó
su libertad, y de ello derivaron esas intermitentes explosiones anárquicas, que en la época
nacional tomaron la forma de motines y "revoluciones» para sacudir el yugo de la opresión.
Esto nos permite una generalización determinante del hombre nuevo, levadura y
simiente del futuro Paraguay.
El ansia vital y el accidente mortal se confunden en él. Son la vida y la muerte, para él,
extremos que se tocan, una y misma cosa. El indio del predescubrimiento sobrevive dormido y
aparece cuando menos se espera con una fuerza singular. De ahí su tenaz resistencia a la
opresión, una de cuyas formas morbosas la encuentra en el mando y el predominio dentro de
su patria o de su aldea.
En el desarrollo de los hechos históricos, las energías étnicas han sido de extraordinaria
influencia sobre la sociedad. Actuando a la manera de fuerzas telúricas, muchas veces han
tenido mayor poder que éstas.
paraguaya.
EL ÍNDICE HISTÓRICO.
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LAS INDIAS
historia.
Por eso, al formular una interpretación en la época moderna, podemos comprobar que
los hechos históricos en que los primeros gobernantes del siglo XIX fueron protagonistas, eran
la consecuencia directa del régimen jesuítico y de las Encomiendas, y éstos de los sucesos del
Descubrimiento y Conquista. Antagonismos, pasiones, rivalidades, audacias, ambiciones
económicas o políticas deben ser contempladas desde esa altura, como un resultado del
sometimiento de los nativos a la pasión española por el gobierno y por lar armas, matizadas
por su espíritu religioso y económico.
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LAS INDIAS
La raza nativa tuvo su historia, que no es sino prehistoria paraguaya. Los invasores
tuvieron una historia varias veces secular. Comunidad que tenía ya una conciencia propia, llegó
a América en una empresa que podríamos caracterizar por su resultado como urbanizadora de
la existencia tribal autóctona.
El caso de Irala es un ejemplo patente. Por un lado él buscaba minas sin descanso, sin
reparar en medios ni en las penurias y sacrificios de sus legiones. Por otro lado repartía sus
bienes y sus camisas entre los necesitados. Las minas eran para el bien común, para el
servicio de Dios y del Rey: no podían confundirse con los bienes propios ni con los
sentimientos personales.
En la acción española, por consiguiente, nos interesa menos la intención que el proceso
y los resultados; una empresa que empezó siendo comercial y luego se trocó en un plan
político-feudal organizado y cumplido con la ayuda de las corporaciones religiosas.
EL PROBLEMA GEOGRÁFICO.
Frente a esa política suicida y temeraria de la que surgieron las ansias de dominación
universal y del espacio vital, y usando con prudencia y sin exageraciones la teoría
antropogeográfica de Ratzel, la del organicismo de Spencer y las interpretaciones objetivas de
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LAS INDIAS
Montesquieu, debe defenderse la idea lógica de que una nación es una entidad viva con un
destino dependiente de sus condiciones elementales: Naturaleza y Hombre, hermanados en su
Historia.
Pero la Geopolítica, cuyos fracasos prácticos hemos visto en las últimas guerras, ha
dejado dos conceptos aprovechables. a) La conciencia de comunidad, es decir, la de la
realidad de una Nación, al demostrar la influencia de los factores naturales sobre los procesos
sociales; b) La posibilidad de llegar a lo que preconizaba Augusto Comte, la política científica, o
sea la que no busca la dominación y el poder sino el bienestar, lo que Francisco Ayala califica
como la aspiración final de la Sociología.
marítimas quedó la toponimia, especialmente en el nombre de los ríos, la mayoría de los cuales
comienza con Pará, que en guaraní significa mar.
ECONOMÍA FEUDAL.
En cierto período de la historia paraguaya –la que encierra el primer cuarto de siglo de
vida independiente–, la nación no tenía abierto el cauce de su economía a causa de los
monopolios y de la falta de conciencia económica. Consideramos como conciencia económica
un standard óf living, una concepción de la vida cuya base es el bienestar fundado en el
patrimonio individual y en la libertad. Nada de esto podía existir, no precisamente por el
régimen de explotación personal del encomendero o del jesuita, sino por la forma y la
intensidad de la explotación de la naturaleza y el aborigen, con los procedimientos de la
economía feudal.
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LAS INDIAS
umbrales de la independencia. Esta deficiencia se prolongó por mucho tiempo, con pequeñas
variaciones. La época del doctor Francia no es específicamente colonial, pero la dictadura
acalla las aspiraciones económicas, y en consecuencia, las espirituales y políticas. No se
desnaturalizan los recursos naturales, porque a nadie se podrá vender la producción, ni se
agota de fatiga al hombre porque se ha matado en él las necesidades y el deseo de
satisfacerlas. La nación durmió una larga siesta después de la fatigante mañana colonial.
El régimen extractivo volvió en la época de Carlos Antonio López, aunque con ciertos
relieves mercantilistas. La tierra y el hombre pertenecían al Estado y el producto de las
energías combinadas eran en beneficio de la patria, pero se abrieron prudentemente al
ciudadano las puertas de la riqueza, de la cultura y de la libertad.
CONSECUENCIAS DE LA MEDITERRANEIDAD.
EL LATIFUNDIO.
En el mal uso de los recursos naturales hay que incluir también la mala distribución de la
tierra. El latifundio ha sido uno de los obstáculos, herencia típica de la colonia, ya que era el
mecanismo gubernamental –Estado o simple gobierno territorial– el que monopolizaba las
tierras. Durante el ciclo colonial, el dominio eminente de la Corona se confundía con la nuda
propiedad. No existía en los dominios de Asunción el distingo entre los bienes del dominio
público y los del dominio privado. El Rey, por intermedio del Adelantado o del Gobernador,
otorgaba mercedes territoriales que se poblaban con encomiendas y que eran la razón del
dominio sobre grandes áreas de tierra, constituyendo una propiedad sui-generis, ya que en su
uso, goce y disposición no coincidían con los clásicos atributos reconocidos por el derecho
común. Es así cómo el derecho real inmueble fue una suerte de latifundio: una extensa
superficie territorial trabajada por nativos, sometida a la voluntad y poder de su titular. Los
indios encomendados eran siervos de la gleba adscriptos a la tierra.
El perímetro a urbanizarse, bajo la supervisión del agente del fisco se dividía en cuadras
y éstas en solares, al rededor de sitios reservados para edificios públicos, iglesias y
cementerios. Al rededor se extendía una zona de chacras destinadas al cultivo, circundadas, a
su vez, por lotes más grandes asignados a la cría de ganado y que recibían el nombre de
estancias. La precariedad económica propia de los regímenes de las Encomiendas y de las
Reducciones y la inexistencia de la fortuna personal que deriva del ahorro o del comercio
dificultaban las adquisiciones, pero aún así muchos particulares lograron tener su tierra propia,
que con todo, sumadas las unas con las otras, formaban un volumen insignificante frente al
gran latifundista –el fisco–, que en toda forma hacía la competencia a la magra economía
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
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privada.
Durante el Gobierno paternalista de Carlos Antonio López las cosas mejoraron, pero aún
así, según las referencias de Cecilio Báez, de 16.500 leguas que el Paraguay tenía de
superficie, sólo 260 eran de propiedad particular.
Esta desamortización territorial, como la llamó Ramón Zubizarreta, dio lugar a los
latifundios privados. Algunos de ellos cumplieron, generalmente mal, su misión económica;
otros nunca fueron siquiera ocupados, en espera de la plus-valía.
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EQUILIBRIO FÍSICO-SOCIAL.
La tensión creadora del hombre, por su parte, manifestada con todo su poderío sobre
ese cúmulo inerte pero plástico de la naturaleza, crea paulatinamente las condiciones
indispensables al bienestar.
Sin embargo, aunque no sería exacto hablar de un desequilibrio, existe entre el medio y
la población un desacomodamiento, resultado del sistema extractivo tradicional en todo el
orden económico, como una consecuencia de las encomiendas y del comunismo jesuítico. La
ganadería y la agricultura, actividades básicas del Paraguay, que generan problemas
vinculados al de la tierra, adolecen de las taras de aquel sistema y se traducen en un proceso
de disolución y dispersión de los individuos, sea en forma de marcha sobre las ciudades, sea
en la de un éxodo hacia el extranjero.
RESULTANTE EDUCACIONAL.
El sistema, los planes y la extensión de los estudios, en sus distintos grados, son en el
Paraguay similares a los de cualquier otro país americano. Sólo difieren en el estudio
especializado de las respectivas historias nacionales.
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LAS INDIAS
Los sistemas extranjeros que se aplican sin el debido análisis no pueden ser más que
simples guías administrativos o didácticos. Un fondo educacional propio debe reflejar la propia
naturaleza, la raza y la historia como generadores de las energías psicológicas, intelectuales,
físicas, económicas y políticas y como índice de la peculiar conducta pública y privada. Sólo así
los sistemas educacionales son capaces de formar hábitos de sinceridad, virtudes sociales y
políticas e ideales colectivos en vez de ambiciones personales.
Las expresiones literarias y oratorias del comienzo de este siglo han mostrado que se
había enseñado más la historia griega y la romana –a veces también la francesa y la inglesa–
antes que la paraguaya. Para mencionar grandes acontecimientos o los actos de grandes
hombres se recurría a ellas pasando como sobre brasas –o cenizas– por encima de la temida o
ignorada historia patria. Se llegó a condenarla expresamente sin conocerla. Mencionado está
en la Introducción a La Revolución de Mayo de Gregorio Benítez el conocido episodio en que el
entonces Senador Dr. Teodosio González se opuso a un proyecto que establecía un premio
para quien escribiera una Historia patria, porque "nada se podía sacar de obras de esa
naturaleza y que, por tanto, el Congreso no se debe preocupar de esas cosas superfluas,
extemporáneas y perjudiciales para los intereses del Estado". Mantener al pueblo en la
ignorancia de su propia historia facilita el predominio de hombres o clases con argumentos o
razonamientos capciosos.
Es una necesidad ineludible organizar una enseñanza que supere el nivel en que se
agita la mentalidad mezquina del presente, que forja el complejo de que sus alcances son
precarios y estrechos. Cada ciudadano ve a su patria como cosa suya y, cuando no la palpa y
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LAS INDIAS
la posee como tal, la reclama con justicia con el mismo derecho con que la monopolizan
aquellos que, por tener en sus manos los resortes de ese régimen feudal aún no desaparecido
del todo, excluyen prácticamente a los débiles en cultura y valimiento. No basta que la
república sea la «cosa pública”, gracias al sufragio universal. Al mismo tiempo que en el
sentido político, debe serlo en el sentido material y de la cultura.
Así, al ser la patria, patrimonio de todos, también cada ciudadano se sentirá responsable
de ella y del gobierno que elija, sostenga o soporte. Frente a un déspota que se conduzca
como diciendo: «El Estado soy yo", el pueblo contestará: «El Estado somos nosotros,), como
dice la conocida expresión suiza.
Este imperativo cobra una importancia cada día mayor. La comunidad paraguaya se ha
desarrollado como un árbol de sus bosques o ha seguido espontáneamente su carrera como el
curso de sus ríos, cuando no ha quedado estereotipada como sus campos y montañas,
encerrándose en modelos políticos y sociales no creados por él ni para él. Ha seguido un curso
instintivo, y la nación, en vez de fabricarse su propio molde, se ha adaptado a la rigidez del que
le han dado y del que le están dando.
Cada país tiene una personalidad distinta dentro de su base física continental y como
integrante de la comunidad de naciones. Esa personalidad le asigna un destino, un papel que
desempeñar en su historia y en la de los demás países.
CAPÍTULO XV
Si la vida de la nación puede dividirse en ciclos vitales, como la del hombre, cabe decir
que históricamente el Paraguay llegó a su mayoría de edad en 1811.
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LAS INDIAS
Aparentemente, tuvo fin, entonces, la vida colonial, pero en realidad la nación quedó aún
fuertemente ligada a su pasado. El nuevo régimen mantuvo siempre el sistema feudal, que en
América se denominó colonial.
Cada país: Inglaterra, Estados Unidos, Suiza, México, Brasil, Argentina, Francia, o
cualquier otro, forjan su destino de acuerdo con sus elementos nacionales: población, territorio,
tradición. El Paraguay debe forjar el propio, previo un inventario de los suyos, considerados
cuantitativa y cualitativamente. Querer forzar un destino o una aptitud, es tan falaz y absurdo
en los hombres como en las naciones. No ver el camino que se extiende hacia adelante y
perder las oportunidades, son ceguera e irresponsabilidad.
***
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PARAGUAY, LA PROVINCIA GIGANTE DE
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LAS INDIAS
Estas voces deben despertar a la nación de su letargo culpable y hacerle volver los ojos
hacia sus elementos sociológicos, en busca de una orientación firme y definitiva para el futuro.
Los dos atributos están inexorablemente condicionados por los países que le rodean. El
Paraguay está flanqueado por tres países de más territorio y de mayor población que él:
Argentina, Bolivia y Brasil. En un momento dado, un país grande y fuerte puede desarrollar
influencia y preponderancia que hagan peligrar la suerte de los países pequeños como lo ha
hecho Alemania en Europa, máxime cuando al revés de lo que ocurre con esa potencia, no
existen en la proximidad de los países poderosos, fuerzas más eficaces que puedan vigilar el
efecto de sus determinaciones. Además, el Paraguay no es dueño de su vía de comunicación
principal y natural con el exterior: el río. La apertura de rutas aéreas no solucionará este déficit
geográfico, por cuanto el recurso de la aviación estará en relación directa con todo el potencial
nacional. Entretanto, desde la independencia hasta ahora, el Paraguay es un campo de batalla
diplomática en que los grandes países vecinos procuran obtener privanza y preeminencia, con
resultados que están en razón inversa a la mayor o menor responsabilidad de los gobiernos
paraguayos.
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Tampoco ella reside solamente en el territorio inerte en aras del cual se sacrifican las
otras fuentes de la soberanía: la población y las tradiciones. Cuando el concepto de patria sea
menos bárbaro y más humano, se encontrará su más profunda expresión (más que en la tierra
y en los hombres armados que la invocan) en el maestro, en el estudiante, en el agricultor, en
el proletario, en los que por querer mejorar sus condiciones espirituales son arrojados al exilio –
en una palabra– en el hombre común, supremo titular y directo responsable de la salvaguarda
de todos los derechos y privilegios inherentes a la civilización.
Sólo las fuerzas morales serían capaces de evitarla si no fueran enervadas, fatalmente,
por las circunstancias que erigen en principio la obediencia ciega al Estado, y olvidan que las
condiciones de la democracia existen únicamente en la interdependencia entre el gobernante y
el pueblo.
Por eso, frente a esta modalidad de los tiempos, que subsiste a pesar de que la guerra
mundial la ha declarado prácticamente en bancarrota, se levanta el americanismo, que es una
norma más permanente de convivencia internacional compatible con el verdadero
nacionalismo, reconocido como virtud indispensable que contribuye a unir a todas las naciones
en un sentimiento de solidaridad.
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de Manuel Gondra: su aceptación total con todos sus aciertos y con todos sus errores.
Este dilema corresponde al que queremos plantear como destino y función para un país
que por su pequeñez territorial, por su posición geográfica, por su raza bien caracterizada y por
su tensión histórica, ocupa y está obligado a ser, realmente, el corazón de América: o el
Paraguay se expone a ser lo que dijo el Padre Maíz –Polonia– será una comunidad respetada,
necesaria e indispensable : la Suiza americana.
Hay otras coincidencias entre esos dos países que les señalan una misión análoga, y es
su historia. Ambos han nacido bajo el signo de la cruz y de la espada, y su espíritu se ha
formado en las Comunas: Suiza, para su estructuración orgánica fundada en el lema "la
innovación en la continuidad»; el Paraguay, poniendo en sus manifestaciones sus ansias de
libertad. Es indudable que sólo en las naciones pequeñas pueden encontrarse las tradiciones
en un estado tangible y verificable, a la medida del hombre ciudadano.
Aparte de los elementos naturales que constituyen una nacionalidad, su vida como
entidad soberana debe buscarse en su democracia nacional e internacional.
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Suiza puede tomarse como un ejemplo de ello. Es la democracia más antigua. Ragaz
dice que en Suiza, desde el Pacto de 1291, "la democracia tiene como punto de partida la idea
del valor absoluto de cada individuo, y reposa en la fe en el sentido moral del ser humano”.
Durante sus 655 años de desenvolvimiento ha podido conservarse como la nación más
tradicionalista de Europa, presentando, al mismo tiempo, las formas y el espíritu democrático
más avanzados. El hecho de estar rodeada de las naciones más totalitarias no le ha impedido
mantener un envidiable equilibrio de acuerdo con la fórmula: uno para todos, todos para uno.
Para que el Paraguay viva y se desarrolle dentro de una atmósfera de concordia cívica e
internacional, debe forjar el estado de neutralidad perpetua. Si el equilibrio del Río de la Plata
es un imperativo sudamericano, él no se logrará ni con reproducir intentos de hegemonía, ni
con la posibilidad de que el Paraguay se alíe con una de las grandes potencias en latente
conflicto. Lo único que con ello se obtendría es ver alguna vez convertida la nación en un
inmenso campo de batalla de predominio en que no tendremos nada que ganar y sí todo que
perder. Por el contrario, mediante la inviolabilidad de su territorio, el Paraguay logrará el
respeto a su independencia y la preservación de toda influencia extranjera, y evitará que en
caso de conflictos, uno de los países intente anticiparse al adversario para "protegerlo" al estilo
hitleriano.
El hecho de no ser posible hasta ahora calcular en cifras y con afirmaciones concretas
las consecuencias de estos graves problemas, no justificaría la pasividad del Paraguay y su
persistencia en la dirección común adoptada por otras naciones cuya respectiva posición
geográfica les libra de riesgos.
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La neutralización del Paraguay, además, permitirá aunar la libertad cívica con el sentido
militar del ciudadano; el Ejército ya no se organizará como fuerza política y no será
considerado como algo aparte en la vida de la nación, el país se convertiría en un reducto de
las libertades y los eventuales roces internacionales ya no darán motivo a innobles juegos
políticos, que terminan, con frecuencia, en concesiones restrictivas de nuestra soberanía. En
síntesis, la nación podrá ser asiento de los grandes organismos americanistas y el refugio de
todos los exilados y perseguidos por sus ideologías políticas y sociales, y el hombre común
adquirirá la convicción de que el gobierno reside en él y no admitirá más dictadores.
El Paraguay está a punto de recaer en un vasallaje que puede ser peor que el que
soportó durante trescientos años de existencia colonial.
FIN
BIBLIOGRAFIA
de la Plata.
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FUENTES DOCUMENTALES
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formado por Cirilo Antonio Rivarola, Carlos Loizaga y José Díaz de Vedoya.
1870. – Convocatoria de la Convención Nacional Constituyente y primera ley electoral.
1871. – Manifiesto del Primer Presidente de la República.
1873. – (Junio 3). Carta del Presidente Salvador Jovellanos al Vizconde de Rio Branco.
(Fotocopia, atención del señor Walter de Azevedo).
1874. – Acta de Gabinete, por la que el Presidente Salvador Jovellanos y sus Ministros
Generales Bernardino Caballero, Germán Serrano y Patricio Escobar y Señores Juan
B. Gill e Higinio Uriarte piden la intervención brasilera para reprimir una subversión.
1876. – (Julio 16). Carta de Cirilo A. Rivarola al Vizconde de Río Branco. (Copia, atención del
señor Walter de Azevedo).
1877. – Proclama al pueblo suscripta por Matias Goiburú y José D. Molas.
1877. – Manifiesto de los Jefes de la Revolución, lanzado desde Corrientes, por Matías
Goiburú, José Dolores Molas y Nicanor Godoy.
1887. – Acta de fundación del Centro Democrático (Partido Liberal).
1887. – Acta de fundación de la Asociación Nacional Republicana (Partido Colorado).
1891. – Manifiesto al pueblo, por Eduardo Vera, Antonio Taboada, Pedro P. Caballero y Juan
B. Rivarola.
1904. – Manifiesto de Benigno Ferreira y Emiliano González Navero.
1904. – Pacto del Pilcomayo, por el que se pone fin a la Revolución y se entrega el Gobierno al
Partido Liberal.
1916. – Ideario del Partido Liberal.
1936. – Acta Plebiscitaria del "Ejército Libertador” y Proclama de la Revolución Libertadora.
1936. – Decreto-Ley N.º 152, por el que se identifica a la Nación con la "Revolución
Libertadora".
1936. – Manifiesto del Partido Liberal.
1945. – Ideario del Partido Liberal.
1946. – Manifiesto del Partido Liberal, al Pueblo Paraguayo.
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