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23-01-2011
Del Philosophie Magazine a los filo-cafés, hace ya algún tiempo que la Filosofía abandonó su torre
de marfil para devolver sentido a la empresa de vivir. Convocada en primer lugar en el ámbito
raramente comprometedor de la moral, hoy lo es también en el campo político. Es un signo de los
tiempos: se intentan abrir brechas en la melancólica impotencia suscitada por el famoso dúo ley de
mercado-fin de las ideologías.
Por lo tanto, nada tiene de asombroso el regreso de la cuestión del compromiso, que corrobora la
renovada curiosidad por Jean-Paul Sartre o Albert Camus. En cambio, más allá de la seducción que
ejerce el vigor panfletario del breve De quoi Sarkozy est-il le nom? [¿Qué representa el nombre de
Sarkozy?] (1), la repercusión de las obras recientes de Alain Badiou era poco previsible: no porque
allí se expresara una crítica al capitalismo -ya no es una anomalía en nuestros perturbados
tiempos-, sino porque esta crítica está ligada a un elogio del comunismo, "esa magnífica vieja
palabra", que la historia parecía haber convertido en sinónimo de fracaso y despotismo. La actual
proyección de Badiou atestiguaría entonces que las invocaciones a la moralización del sistema ya
no bastan y que el combate contra la resignación busca sueños y armas. Queda por examinar cuál
es el fundamento de esta alternativa radical de la cual el reconocido enunciador es hoy, junto con
Slavoj iek , su gran interlocutor.
Badiou no espera definir un programa, sino usar la Filosofía como una "potencia desestabilizadora
de las opiniones dominantes" e imponerle una "pertinencia revolucionaria" (2), demostrando en
primer lugar el "vínculo interno entre el capitalismo ampliado y la democracia representativa" (3).
Puesto que ésta admite "adversarios, pero no enemigos", nadie puede "ser portador de otra visión
de las cosas, de otra regla de juego que no sea la que domina" (4): es decir el respeto de las
libertades individuales, entre ellas la de ser empresario, propietario, etc. Inscribirse en la discusión
democrática es aceptar sus limitaciones intrínsecas, que prohíben pensar fuera de esos valores
-ahora bien, esos valores son también los del capitalismo-. Por lo tanto, el único programa político
que puede haber es "la definición gestora de lo posible", lo posible encerrado en los límites de la
propiedad privada... Con total lógica, partidos y sindicatos están condenados a ser colaboradores
del capital-parlamentarismo, y así la izquierda revela su "bajeza constitutiva" (5). La libertad de
pensamiento y de elección que ofrecen tanto el liberalismo como el reformismo es ilusoria, hasta -e
incluso- en su expresión mediante el sufragio universal. Dado que el individuo está sometido a las
influencias, los egoísmos y las ignorancias, la "recurrente estupidez del número" -o dicho de otro
modo, la ley de la mayoría- sólo puede ser una tiranía de la opinión.
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Nada tiene de revolucionario ese banal desprecio de las "elites", convencidas de que sólo ellas
están dotadas de inteligencia. Salvo que Badiou lo justifique en el propio nombre de un ideal
revolucionario, el de la verdadera igualdad, que implica que "los otros existen exactamente como
yo". Lo que lo obstaculiza es lo que llama "la animalidad": el apego a sí mismo, a la propia
identidad, ese mal fondo que espontáneamente lleva a preferirse, y que se desarrolla en la
posesión. Sufragio universal, sufragio de egos...
Allí se encuentra una constante del pensamiento de derecha que, para "naturalizar" el capitalismo,
se basa en esa misma definición de la naturaleza humana como ávida y egocéntrica. A pesar de
todo Badiou salva a esa pobre "especie animal que intenta superar su animalidad" (6), dotándola
de aptitud para la trascendencia, es decir, de capacidad para subordinar las necesidades egoístas a
los principios, verdades que valen para todos. Por otra parte, allí se encuentra el fundamento
mismo de la democracia, que postula que todo hombre está dotado de razón, a cargo de la
sociedad -en especial a través de la enseñanza- y de brindarle los medios (para aprender a usarla)
para emanciparse de la confusión de las pulsiones y de otros provocadores de opinión. Sin
embargo, Badiou considera que la salida de la caverna del ego no es ni progresiva ni programable.
Tiene lugar en el choque de un encuentro con lo que llama "el acontecimiento". Un acto histórico,
artístico o amoroso, de repente hace "aparecer una posibilidad que era invisible o incluso
impensable" (7), rompiendo el consenso del valor soberano atribuido a lo que singulariza al
individuo, más que a lo que tiene de universal. Ese descubrimiento súbito permite arrancarse de "la
finitud animal de las identidades" y, por último, saludar la igualdad fundamental de los humanos:
entrar en la trascendencia.
Esta fulgurante apertura de posibilidades plantea varias preguntas. ¿De dónde viene eso de que
uno se desprende súbitamente del error para saludar a la verdad? ¿Por qué azar uno es "elegido"?
La activación de la trascendencia se parece extrañamente a la "gracia", y el efecto transfigurador
de la verdad no existe sin aludir a una conversión. No podemos sino aprobar a iek, gran
conocedor de la obra de Badiou, cuando subraya que "la revelación religiosa constituye su
paradigma inconfesado" (8). ¿La "hipótesis comunista" sería pues el otro nombre del amor, esa
"experiencia personal de la universalidad posible" (9), a la que el filósofo platónico, tras haber
escrito sobre San Pablo, consagró un libro de entrevistas?
Así, se comprende mejor por qué Badiou no se interesa por la clase obrera sino por el último pobre,
simbolizado por los obreros inmigrantes, y más todavía por los indocumentados, quienes "deben
ser honrados porque organizan en nombre de todos nosotros la afirmación de un pensamiento
diferente de la vida humana" (10). También se comprende mejor por qué, para existir, el
comunismo debería proveerse de los medios para "controlar la influencia de la identidad" siempre
amenazadora, so pena de no poder mantener una sociedad realmente igualitaria. Pero ¿quién
sabría juzgar que tal elección, tal propósito, es portador de desigualdad, si no es una aristocracia de
ilustrados, los filósofos poseedores de la verdad? "Sin Idea, la desorientación de las masas
populares es ineluctable" (11). Por cierto, debería llegar el día, "quizás dentro de mil o dos mil años,
en que la sociedad esté educada en el sentido de Platón" (12): es decir que todos sean filósofos.
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Pero a la espera de ese Edén, habría que imponer el bien común. Esto no espanta a quien siempre
recordó que "nuestra deuda con la Revolución Cultural sigue siendo inmensa", y aprueba la
pregunta de Saint-Just: "¿Qué desean los que no quieren ni la Virtud ni el Terror", si no es la
democracia no igualitaria?...
Notas
1 Alain Badiou, De quoi Sarkozy est-il le nom?, Circonstances, 4, Lignes, París, 2007.
2 Alain Badiou, Segundo Manifiesto por la filosofía, Manantial, Buenos Aires, 2010.
3 Alain Badiou y Alain Finkielkraut, LExplication. Conversation avec Aude Lancelin, Lignes, París,
2010.
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8 Slavoj iek , El sublime objeto de la ideología , Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.
9 Alain Badiou (con Nicolas Truong), Eloge de lamour, Flammarion, Colección "Café Voltaire",
París, 2009.
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