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La relación de
objeto / Clase 9. La función del velo. 30 de Enero de 1957
El falo simbólico. Cómo realizar la falta. El recuerdo pantalla, detención en una imagen.
Alternancia de las identificaciones perversas. Estructura del exhibicionismo reactivo.
S iguiendo con nuestras reflexiones sobre el objeto, hoy voy a proponerles lo que de ello se
deduce a propósito de un problema que materializa la cuestión del objeto de una forma
particularmente aguda, a saber el fetiche y el fetichismo.
Verán ustedes aquí de nuevo los esquemas que he tratado de aportarles en estos últimos
tiempos, expresados muy especialmente en estas afirmaciones pardójicas —lo que se ama en
el objeto es lo que le falta— sólo se da lo que no se tiene.
Este esquema fundamental que implica en todo intercambio simbólico, sea cual sea el sentido
de su funcionamiento, la permanencia del carácter constituyente de un más allá del objeto, nos
permite tener una nueva visión de esa perversión que ha tenido un papel ejemplar en la teoría
analítica, y establecer de otra forma lo que podría llamar sus ecuaciones fundamentales .
Freud aborda la cuestión del fetichismo en dos textos fundamentales, escalonados de 1904 a
1927, y si otros vuelven a referirse a esta cuestión ulteriormente, estos dos son los más
preciosos —el párrafo sobre el fetichismo en los Tres ensayos para una teoría sexual y el
artículo titulado Fetichismo.
Freud nos dice de entrada en este artículo que el fetiche es el símbolo de algo, pero que sin
duda lo que va a decirnos nos decepcionará, pues se ha dicho de todo sobre el fetiche desde
que se habla, y el propio Freud habla, del análisis. Se trata, una vez más, del pene.
Pero inmediatamente después, Freud subraya que no se trata de cualquier pene. No parece
que se le haya sacado demasiado partido a esta precisión en su fondo estructural, o sea en las
suposiciones fundamentales que implica si se lee por primera vez sin prejuicios. Por decirlo de
una vez, el pene en cuestión no es el pene real, sino el pene en la medida en que la mujer lo
tiene —es decir en la medida en que no lo tiene
Subrayo el punto oscilante donde debemos detenernos un momento para darnos cuenta de lo
que normalmente se elude. Para alguien que no se sirva de nuestras claves, se trata
simplemente de un desconocimiento de lo real —se trata del falo que la mujer no tiene y que
debería tener por razones que dependen de la dudosa relación del niño con la realidad. Esta es
la vía común, sostenida habitualmente en todo tipo de especulaciones sobre el futuro, el
desarrollo y las crisis del fetichismo, y como he podido verificar con una amplia lectura de todo
lo que se ha escrito sobre el fetichismo, conduce a toda clase de callejones sin salida
Para evitar las errancias a las que se ven llevados los distintos autores durante anos si evitan
este punto, para situar de forma adecuada lo que esta en juego, el nervio diferencial es el
siguiente —no se trata en absoluto de un falo real que, como real, exista o no exista, sino de
un falo simbólico que por su naturaleza se presenta en el intercambio como ausencia, una
ausencia que funciona en cuanto tal.
En efecto, todo lo que se puede transmitir en el intercambio simbólico es siempre algo que es
tanto ausencia como presencia. Sirve para tener esa especie de alternancia fundamental que
hace que, tras aparecer en un punto, desaparezca para reaparecer en otro. Dicho de otra
manera, circula dejando tras de sí el signo de su ausencia en el lugar de donde proviene. En
otros términos todavía, el falo en cuestión, lo reconocemos enseguida —es un objeto
simbólico.
Por otra parte, se establece a través de este objeto un ciclo estructural de amenazas
imaginarias limitadas por la dirección y el empleo del falo real. Este es el sentido del complejo
de castración, y así es como el hombre queda prendido en el. Pero hay también otro uso, que
esta, digamos, escondido por los fantasmas más o menos temibles de la relación del hombre
con las prohibiciones, en lo que en estas concierne al uso del falo —se trata de la función
simbólica del falo. La diferenciación simbólica de los sexos se instaura porque el falo está o no
está, y sólo en función de que está o no está.
Este falo, la mujer no lo tiene, simbólicamente. Pero no tener el falo simbólicamente es
participar de él a título de ausencia, así pues es tenerlo de algún modo. El falo siempre esta
más allá de toda relación entre el hombre y la mujer. Puede ser alguna vez objeto de una
nostalgia imaginaria por parte de la mujer, puesto que ella sólo tiene un falo pequeñito. Pero
este falo que puede sentir como insuficiente no es el único que interviene en su caso, pues al
estar implicada en la relación intersubjetiva, para el hombre hay, más allá de ella misma, el falo
que ella no tiene, es decir, el falo simbólico, que existe ahí como ausencia. Esto es del todo
independiente de la inferioridad que ella pueda sentir en el plano imaginario, debido a su
participación real en el falo.
Este pene simbólico, que el otro día situaba yo en el esquema de la homosexual, desempeña
una función esencial en la entrada de la niña en el intercambio simbólico. Porque la niña no
tiene este falo, es decir también porque lo tiene en el plano simbólico, porque entra en la
dialéctica simbólica de tener o de no tener el falo, así es como entra en esa relación ordenada
y simbolizada que es la diferenciación de los sexos, relación interhumana asumida,
disciplinada, tipificada, ordenada, objeto de prohibiciones, marcada, por ejemplo, por la
estructura fundamental de la ley del incesto. Esto es lo que quiere decir Freud cuando escribe
que la niña entra en el complejo de Edipo por medio de lo que el llama la idea de la castración
—precisamente esta, que ella no tiene el falo, pero no lo tiene simbólicamente, de modo que
puede tenerlo— mientras que el niño, así es como sale.
Esto puede uno expresarlo de mil maneras en cuanto lo ve. Este tema fundamental, que la
mujer se da, ¿qué expresa si se examina detenidamente, sino la afirmación del don? Nos
acercamos aquí a la experiencia psicológica concrete tal como la encontramos, que es, en este
caso, paradójica. En el acto del amor, quien recibe realmente es la mujer, recibe mucho más
de lo que da. Todo nos indica, y la experiencia analítica lo subraya, que no hay posición más
receptora, más devoradora en el plano imaginario. Si esto se invierte en la afirmación contraria,
que la mujer se da, es porque así debe ser simbólicamente, o sea que debe dar algo a cambio
de lo que recibe, es decir del falo simbólico.
He aquí pues que el fetiche, nos dice Freud, representa al falo como ausente, el falo simbólico.
¿Como no ver que hace falta esta especie de inversión inicial para que podamos comprender
cosas que de otro modo serían pardójicas? Por ejemplo, el fetichista es siempre el niño, nunca
la niña Si todo residiera en el plano de la deficiencia, o incluso de la inferioridad imaginaria, el
fetichismo debería declararse más abiertamente en aquel de los dos sexos que esta realmente
privado de falo. Pero no es así. El fetichismo es excesivamente raro en la mujer, en su sentido
propio e individualizado, encarnado en un objeto tal que podamos considerar que corresponde
de forma simbólica al falo como ausente.
Tratemos de ver en primer lugar como puede engendrarse esta singular relación del sujeto con
un objeto que no es un objeto.
El fetiche, nos dice el análisis, es un símbolo. En este sentido casi lo ponemos en pie de
igualdad con cualquier otro síntoma neurótico.
Pero si en el fetichismo no se trata de una neurosis, sino de una perversión, eso no va. Así es
como se clasifican las cosas desde un punto de vista nosográfico, por razones de apariencia
clínica que sin duda tienen cierto valor, pero hay que examinarlo de cerca para confirmarlo en
la estructura, desde el punto de vista del análisis. En verdad, no pocos autores muestran aquí
alguna vacilación y llegan a situar el fetichismo en el límite de las perversiones y las neurosis,
precisamente dado el carácter simbólico por excelencia del fantasma crucial.
Este algo no es nada, sin lugar a dudas, sino que tiene la propiedad de estar ahí
simbólicamente. Como es símbolo, no sólo puede sino que debe ser esa nada. ¿Qué puede
materializar para nosotros, de la forma más neta, esta relación de interposición por la cual
aquello a lo que se apunta está más allá de lo que se presenta, sino una de las imagenes
verdaderamente más fundamentales de la relación humana en el mundo, el velo, la cortina?
Tengan presente este esquema fundamental si quieren situar correctamente los elementos que
intervienen en la instauración de la relación fetichista, con independencia del momento en que
la consideremos.
(1) gráfico(2)
He aquí el sujeto, el objeto y ese más allá que es nada, o bien el símbolo, o el falo en cuanto
que le falta a la mujer. Pero una vez colocada la cortina, sobre ella puede dibujarse algo que
dice —el objeto esta más allá. El objeto puede ocupar entonces el lugar de la falta y ser
también propiamente el soporte del amor, pero en cuanto que no es precisamente el punto
donde se prende el deseo. En cierto modo, el deseo aparece aquí como metáfora del amor,
pero lo que lo cautiva, o sea el objeto, se muestra como ilusorio, y valorado como ilusorio.
El famoso splitting del ego, en el caso del fetiche, nos lo explican diciendo que la castración de
la mujer es al mismo tiempo afirmada y negada. Si el fetiche esta ahí, entonces es que no ha
perdido el falo, pero al mismo tiempo es posible hacérselo perder, es decir castrarla. La
ambigüedad de la relación con el fetiche es permanente y se manifiesta sin cesar en los
síntomas. Esta vivencia manifiestamente ambigüa, ilusión sostenida y adorada, se vive al
mismo tiempo en un frágil equilibrio siempre a merced de que el telón se derrumbe o se alce.
Esta es la relación que esta en juego en la relación del fetichista con su objeto.
¿Por qué se produce esto? ¿Por qué es necesario? Lo veremos más adelante. Como siempre,
se va demasiado aprisa. Si se va directamente al porque, se entra inmediatamente en un caos
pandemoniaco de todas las tendencias, que acuden en tropel a explicar por que puede estar el
sujeto más o menos lejos del objeto y sentirse detenido o amenazado por el, en conflicto con
el. Por ahora, sigamos en la estructura.
Aquí está la estructura, en la relación con el más allá y con el velo. Sobre el velo puede
imaginarse, es decir instaurarse como capture imaginaria y lugar del deseo, la relación con un
más allá, fundamental en toda instauración de la relación simbólica. Se trata del descenso al
plano imaginario del ritmo ternario sujeto-objeto-más allá, fundamental en la relación simbólica.
Dicho de otra manera, en la función del velo se trata de la proyección de la posición intermedia
del objeto.
Antes de ir más lejos y abordar la exigencia que hace que el sujeto tenga necesidad de un
velo, veremos por que otro rodeo se instituye también una relación simbólica en lo imaginario.
La otra vez les hablé, a propósito de la estructura perversa, de la metonimia, así como de la
elusión y el mensaje entre líneas, que son formas elevadas de la metonimia. Esta claro, Freud
no nos dice otra cosa, salvo que no emplea el término metonimia. Lo que constituye el fetiche,
el elemento simbólico que fija el fetiche y lo proyecta sobre el velo, se tome prestado
especialmente de la dimensión histórica. Es el momento de la historia en el cual la imagen se
detiene.
Recuerdo haber recurrido en otro tiempo a la comparación con la película que se detiene de
pronto, precisamente antes del momento en que lo que se busca en la madre, es decir el falo
que tiene y no tiene, se ha de ver como presencia-ausencia y ausencia-presencia. La
rememoración de la historia se detiene y se suspende en el momento inmediatamente anterior.
Sólo hablamos de represión en la medida en que hay cadena simbólica. Si puede designarse
como el punto de una represión un fenómeno que puede pasar por imaginario, pues el fetiche
es de alguna forma imagen, e imagen proyectada, es porque tal imagen es sólo el punto límite
entre la historia, como algo que tiene una continuación, y el momento en que se interrumpe.
Esta imagen es el signo, el indicador, del punto de la represión.
Si leen ustedes atentamente el texto de Freud, verán que esta forma de articular las cosas da,
en verdad, todo su peso a las expresiones que el emplea.
Una vez más, vemos como se distingue aquí entre la relación con el objeto de amor y la
relación de frustración con el objeto. Se trata de dos relaciones distintas. El amor se transfiere
mediante una metáfora al deseo que se prende al objeto como ilusorio, mientras que la
constitución del objeto no es metafórica, sino metonímica. Es un punto en la cadena de la
historia, allí donde la historia se detiene. Es signo de que ahí empieza el más allá constituido
por el sujeto. ¿Por qué? ¿Por qué es ahí donde el sujeto ha de constituir este más allá? ¿por
qué el velo le es al hombre más precioso que la realidad? ¿Por qué el dominio de esta relación
ilusoria se convierte en un constituyente esencial, necesario, de su relación con el objeto? Esta
es la cuestión planteada por el fetichismo.
Antes de ir más lejos, ya pueden ver ustedes cuantas cosas se aclaran entonces, incluido el
hecho de que Freud nos dé como primer ejemplo de un análisis de fetichista esa maravillosa
historia de un calembur. Un señor que había pasado su primera infancia en Inglaterra y había
ido a convertirse en fetichista a Alemania, buscaba siempre un ligero brillo en la nariz, y
edemas podía verlo, ein Glanz auf die Nase. Esto significaba, nada más y nada menos, una
mirada a la nariz, nariz que a su vez era, por supuesto, un símbolo. La expresión alemana se
limitaba a trasponer la expresión inglesa a glance on the nose, que le venía de sus primeros
años. Ya ven ustedes como interviene aquí, proyectándose en un punto sobre el velo, la
cadena histórica, que puede contener incluso toda una frase, y más aún, una frase en una
lengua olvidada.
¿Cuáles son las causas de la instauración de la estructura fetichista? Aquí, los gramáticos no
nos den ninguna garantía.
Desde hace algún tiempo los autores pasan buenos apuros. Por una parte, no podemos perder
de vista la noción de que la génesis del fetichismo esta articulada esencialmente con el
complejo de castración. Por otra parte, es en las relaciones preedípicas, y en ninguna otra
parte, donde se pone de manifiesto de la forma más clara que la madre fálica es el elemento
central, el motor decisivo. ¿Cómo conciliar las dos cosas?
Los autores lo hacen más o menos cómodamente. Observemos tan sólo las comodidades, por
otra parte medianas, que pueden encontrar aquí los miembros de la escuela inglesa, gracias al
sistema de la señora Melanie Klem. Dicho sistema estructura las primeras etapas de las
tendencias orales, particularmente en su momento más agresivo, introduciendo la presencia
del pene paterno por proyección retroactiva, es decir retroactivando el complejo de Edipo a las
primera relaciones con los objetos considerados como introyectables. Se tiene así un acceso
más fácil a un material que permite la interpretación. Como todavía no me he lanzado nunca a
hacer una crítica exhaustiva de lo que significa el sistema de la señora Melanie Klein,
dejaremos de lado por el momento lo que pueda traer a colación en este sentido algún que
otro autor. Para limitarnos a lo que nosotros mismos hemos sacado a la luz, partiremos de la
relación fundamental que es la del niño real, la madre simbólica y su falo, el de ella, que para
ella es imaginario.
Este esquema debe manejarse con precaución, porque se concentra en un mismo plano,
cuando de hecho corresponde a distintos planos e interviene en etapas sucesivas de la
historia. En efecto, durante mucho tiempo el niño no está en condiciones de apropiarse la
relación de pertenencia imaginaria que constituye la profunda división de la madre con
respecto a el. Este año trataremos de dilucidar esta cuestión. Siguiendo en esta vía veremos
como y en que momento esto entra en juego para el niño, como se produce la entrada del niño
en la relación con el objeto simbólico, con el falo como su principal moneda. Aquí hay
cuestiones temporales, cronológicas, de orden y de sucesión, que trataremos de abordar,
como nos lo indica la historia del psicoanálisis, desde el punto de vista de la patología.
¿Qué nos enseñan aquí las observaciones cuando las desmenuzamos? Nos muestran
fenómenos que se manifiestan correlativamente a este síntoma singular que pone al sujeto en
una relación electiva con un fetiche, el objeto fascinante inscrito sobre el velo, en cuya órbita
gira su vida erótica. Digo órbita porque sin duda el sujeto conserve cierta libertad de
movimientos, perceptibles cuando analizamos y no cuando se hace tan sólo una descripción
clínica. Si se toma una observación, se ven muy bien elementos que les he articulado hoy y
que Binet ya había indicado, por ejemplo ese punto asombroso del recuerdo pantalla, que fija
la detención en los bajos del vestido de la madre, o de su corsé, o también la relación
esencialmente ambigüa del sujeto con el fetiche, relación de ilusión, que así es como se vive y
así se prefiere, o bien la función particularmente satisfactoria de un objeto inerte, plenamente a
merced del sujeto para la maniobra de sus relaciones eróticas. Todo esto se ve en una
observación, pero hace falta el análisis para aislar mejor lo que ocurre cada vez que, por una
razón cualquiera, el recurso al fetiche decae, se agota, se gasta , o simplemente se escabulle .
El comportamiento amoroso, y más simplemente la relación erótica del sujeto, se reduce a una
defensa. Pueden comprobarlo si leen en el International Journal las observaciones de la señora
Sylvia Payne, XX-2, del señor Gillespie, de la señora Greenacre, del señor Dugmore Hunter,
XXXV-3, o también algunos trabajos aparecidos en el Psycho-Analytic Study of the Child. Esto
también lo entrevió Freud y esta articulado en nuestro esquema. Freud nos dice que el
fetichismo es una defensa contra la homosexualidad y el señor Gillespie indica que el margen
entre ambos es extraordinariamente estrecho. En resumen, en las relaciones con el objeto
amoroso que organizan este ciclo en el fetichista, encontramos una alternancia de
identificaciones. identificaciones con la mujer enfrentada al pene destructor, el falo imaginario
de las experiencias primordiales del período oro-anal, centradas en la agresividad de la teoría
sádica del coito, y en efecto, muchas experiencias que el análisis saca a la luz muestran una
observación de la escena primitiva percibida como cruel, agresiva, violenta, incluso asesina. A
la inversa, identificación del sujeto con el falo imaginario, que le hace ser para la mujer un puro
objeto que puede devorar y en el límite destruirlo.
El niño se encuentra enfrentado a esta oscilación entre los dos polos de la relación imaginaria
primitiva, de una forma que podemos llamar bruta, antes de la instauración de la relación en su
legalidad edípica por la introducción del padre como sujeto, centro de orden y de posesión
legítima. El niño está entregado a la oscilación bipolar de la relación entre dos objetos
inconciliables, que conduce de cualquier forma a un desenlace destructivo, incluso asesino. He
aquí lo que se encuentra en el fondo de las relaciones amorosas cuando emanan de la vida del
sujeto, tienden a esbozarse y se tratan de ordenar. En una determinada manera de
comprender el análisis, que es precisamente la via moderna, y en esto recuerda en parte al
que es mi propio camino, el analista interviene aquí para hacer percibir al sujeto la alternancia
de sus posiciones y al mismo tiempo sus significaciónes respectivas. Podemos decir que
introduce la distancia simbólica necesaria para que el sujeto advierta el sentido.
Las observaciones son aquí extremadamente ricas y fructíferas, por ejemplo, cuando nos
muestran las mil formas que puede adquirir, en la actualidad de la vida precoz del sujeto, el
descompletamiento fundamental que deja al sujeto entregado a la relación imaginaria, ya sea
por la vía de la identificación con la mujer, ya sea ocupando el lugar del falo imaginario, es
decir, de cualquier forma, en una simbolización insuficiente de la relación tercera. Los autores
notan con mucha frecuencia la ausencia a veces repetida del padre en la historia del sujeto, la
carencia, como suele decirse, del padre como presencia —se va de viaje, a la guerra, etc.
Más aún, se advierte cierto tipo de posición del sujeto, a veces singularmente reproducida en
los fantasmas, la de una inmovilización forzada. En ocasiones se manifiesta a través de una
atadura efectivamente sufrida por el sujeto —hay un ejemplo muy bello en la observación de
Sylvia Payne. A consecuencia de una extravagante prescripción médica, habían impedido a un
niño que caminara hasta la edad de dos años, con ataduras efectivas que lo mantenían en su
cama. Esto tuvo sus consecuencias. El hecho de haber vivido tan estrechamente vigilado en la
habitación de sus padres lo dejaba en la posición ejemplar de una total entrega a una relación
puramente visual, sin el menor esbozo de reacción muscular. Había asumido la relación con
sus padres en el estilo de rabia y de cólera que pueden ustedes suponer. Si bien son raros los
casos tan ejemplares, algunos autores han insistido en que la fobia de algunas madres que
mantienen a sus hijos a distancia, sin contacto, casi como si fueran una fuente de infección, sin
duda tiene alguna relación con el valor predominante dado a la relación visual en la
constitución de la relación primitiva con el objeto materno.
Mucho más instructiva que tal ejemplo de enviciamiento de la relación primordial, es la relación
patológica que se presenta como el reverso, o el complemento, de la adherencia libidinal al
fetiche. El fetichismo es en efecto una clase que engloba nosológicamente toda clase de
fenómenos cuya afinidad o parentesco con el fetichismo nos indica de algún modo nuestra
intuición.
Que determinado sujeto de quien nos habla la señora Payne este prendado de un
impermeable, parece de la misma naturaleza que si lo estuviera de unos zapatos. No nos
equivocamos al pensar así. Sin embargo, hablando desde un punto de vista estructural, el
impermeable contiene por sí mismo ciertas relaciones e indica una posición algo distinta de las
que suponen el zapato o el corset Estos objetos se encuentran de por sl, directamente, en la
posición del velo entre el sujeto y el objeto. No ocurre igual con el impermeable, ni con el resto
de tipos de fetiches vestimentarios más o menos envolventes. Por otra parte, hay que
concederle un lugar a la cualidad especial que implica el plástico. Esta carácterística, muy a
menudo presente, alberga como un último misterio, que sin duda esclarecerla
psicológicamente la sensorialidad que alberga el facto especial del propio plástico. Tal vez
pueda tomarse, con mayor facilidad que cualquier otra cosa, como un forro de la piel , o quizás
tenga carácterísticas aislantes especiales. Dejando de lado la estructura misma de los informes
aportados en determinados centros donde la observación se plantea analíticamente, se ve que
el impermeable juega aquí un papel no exactamente igual al del velo. Mas bien se trata de algo
detrás de lo cual el sujeto se centra. Se sitúa, no ante velo, sino detrás, es decir en el lugar de
la madre, adhiriéndose a una posición de identificación en la que esta tiene necesidad de ser
protegida, en este caso mediante una envoltura.
Esto nos da la transición entre los casos de fetichismo y los casos de travestismo. La envoltura
no es como el velo, sino una forma de protección. Se trata de una égida con la que el sujeto se
envuelve, identificado con el personaje femenino.
A falta de poder asumir esta paternidad, a falta incluso de creer en ella, ese buen hombre se
fue a enseñar al lugar oportuno el equivalente del niño, es decir lo que entonces le quedaba del
uso de su falo.
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Dibujante de gusto dudoso, que dibuja mujeres desmesuradas y señores pequeñitos.