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La argumentación

Pilar García Madrazo y Mondragón

¿Qué es argumentar?

La argumentación consiste en aportar razones que apoyen y defiendan una


idea, tesis o planteamiento. Su propósito es convencer al lector u oyente de que tal
planteamiento es acertado y, en la medida en que incide sobre el receptor, tiene un
fuerte componente apelativo o de llamada de atención.

De la argumentación hacen uso todo tipo de escritos, pero principalmente los


de carácter humanístico: textos filosóficos, sociológicos, políticos, económicos,
ensayísticos, etc.; sin olvidarnos del mundo de la publicidad y de nuestro discurrir
cotidiano, que tantas oportunidades nos ofrece para tener que hacer uso de la
argumentación, aunque planteada en términos menos formales que los que vamos a
exponer aquí.

Condiciones de la argumentación

Como la argumentación trata de fundamentar una opinión, importa sobre todo


que las razones que se den sean de peso, a ser posible, irrefutables, pero aun así
conviene tener en cuenta las posibles ideas con que se nos podría replicar -llamadas
refutaciones- para tener preparadas las respuestas de antemano. Naturalmente, un
individuo argumenta mejor cuanto mayor sea su dominio del idioma.

Cuando dos partes argumentan posiciones contrarias sobre el mismo asunto,


se establece un debate. Por ejemplo, podemos suponer razones a favor y en contra
de las corridas de toros:

DEBATE
Razones a favor Razones en contra
• forman parte de la tradición nacional • las tradiciones crueles no tienen por qué
española, mantenerse,
• el espectáculo es estético, • nada que está basado en la crueldad
• el torero demuestra su valor jugán- puede ser estético,
dose la vida, • la lucha es desigual: el toro lleva las de
• el toro muere con más dignidad en la perder,
lidia que en el matadero, etc. • el toro sufre más en la plaza que en el
matadero, etc.
Modelos de argumentación

Veamos tres modelos de argumentación

Texto 1

En primer lugar, hemos elegido un texto del psiquiatra y ensayista Carlos


Castilla del Pino, en el que defiende la idea de que en la mujer está latente la
autoapreciación de sí misma como objeto erótico:

Se puede hacer, sin excesivo temor a equivocarnos, la siguiente generalización: el


narcisismo, como aprendizaje de la autoapreciación como objeto erótico, está
presente siempre, cualquiera que sea la pauta de conducta erótica o extraerótica de
la mujer. Muy raramente una mujer sería capaz de reconocer que su interés en ser
destacada como objeto erótico figura en primer plano. No obstante, lo está, aunque
sea subconscientemente, y sólo alcanza el plano de la conciencia cuando aparece
forzosamente menospreciada frente a otra, capaz de lograr el éxito en este respecto.
Como he dicho, el trasfondo narcisista está latente en conductas femeninas en
apariencia extraeróticas: piénsese, por ejemplo, en la habitual ocultación de la edad,
que es conducta típica de la mujer. No creo que pueda darse otra interpretación
plausible de este hecho sino en la internalización de cómo la relevancia del rol
erótico decrece tras la pérdida de los atributos juveniles.

Carlos Castilla del Pino, Cuatro ensayos sobre la mujer

El autor parte de la siguiente tesis: el narcisismo, como aprendizaje de la


autoapreciación como objeto erótico, está presente siempre, cualquiera que sea la
pauta de conducta de la mujer.

Desarrollo de la argumentación

A continuación contempla la posibilidad de que no se acepte este presu-


puesto, es decir, una posible refutación: muy raramente una mujer sería capaz de
reconocer que su interés en ser destacada como objeto erótico figura en primer
plano. Frente a ello, responde: lo está, aunque sea subconscientemente. Esta última
afirmación es corroborada por dos razones:

1ª. Cuando se siente menospreciada frente a otra capaz de lograr el éxito en este
respecto,

2ª. En la habitual ocultación de la edad, que es interpretada como síntoma de no


querer perder el rol —es decir, la función, el papel— erótico.
Texto 2

En el siguiente fragmento del ensayista Eugenio D'Ors se nos argumenta


cómo el carácter español está poco dotado para el sentimiento de la amistad:

¡Cosa atroz para dicha! ¡Cosa cómoda para confirmada, con sólo que cada uno de
nosotros quiera ahora dirigir a alrededor y a sus su sus recuerdos, y al interior de sí
mismo, un mirar limpio e impávido! Pronto este mirar nos descubrirá lo siguiente:
Que el corazón que un hombre español guarda en el pecho, sin ser peor, en
verdad, que el de los hombres de otros pueblos modernos, sin ser más duro, no
parece hecho, sin embargo, para la amistad. Que resbala o que se revuelve cuando
intentamos ceñirlo, mantenerlo en la virtud y la pujanza generosas. Esta disposición
puede ser, es, de hecho, vencida .muchas veces. Todos tenemos amigos
excelentes: ¡no sabría nuestra gratitud olvidarlos! Todos somos —casi todos—
buenos amigos de alguien... Pero —digámoslo con abierta sinceridad— la situación
cordial ha sido alcanzada por nosotros, en la mayoría de los casos, como precio de
una lucha contra algo, que será vicio adquirido, pero que, por la energía de su
resistencia, llega a parecernos, en ocasiones, instinto natural; contra un impulso
que, dominado, a veces, por el moral albedrío, salta, sin embargo, cuando menos
se pensaba, y reconquista instantáneamente su fuero... La amistad no parece, por
lo común, entre nosotros, blanda y voluptuosa disposición sentimental, sino
ejercicio voluntario, análogo al de la castidad esforzado y viril. Somos amigos,
cuando lo somos, como podemos ser castos, cuando lo podemos ser: por obra y
fábrica de dominación.
Eugenio D'Ors, De la amistad y del diálogo

Desarrollo de la argumentación

Normalmente la argumentación comienza con la idea que se va a defender,


pero a veces esta idea se encuentra en la mitad o incluso al final del texto
argumentativo. Este es el caso que nos ocupa; la opinión que se ofrece aparece
formulada al final: La amistad no parece, por lo común, entre nosotros, blanda y
voluptuosa disposición sentimental, sino ejercicio voluntario, análogo al de la
castidad esforzada y viril.

Como tal afirmación le parece escandalosa al autor, comienza defendiéndose


con la exclamación inicial: ¡Cosa atroz para (ser) dicha! Pero enseguida asegura que
resulta muy fácil confirmarlo: basta con fijarse en lo que nos rodea y en nosotros
mismos. Y con esto inicia la idea que va a defender: el corazón que un hombre
español guarda en el pecho no parece hecho para la amistad.

La razón que aporta para pensar así es su falta de generosidad: resbala


cuando intentamos ceñirlo, mantenerlo en la virtud y en la pujanza generosas.
Contempla, no obstante, una posible refutación: todos tenemos amigos excelentes;
pero señala que la amistad se consigue como una lucha constante, instintiva; cuando
no existe el dominio sobre sí mismo, el corazón reconquista inmediatamente su
fuero.
Así nos lleva a su planteamiento, expuesto anteriormente, y como conclusión
del mismo añade que la amistad, como otras virtudes, sólo se consigue por obra y
fábrica de la dominación.

Texto 3

Veamos a continuación cómo Ortega y Gasset establece que la diferencia


entre el arte vanguardista de los años veinte y el de épocas anteriores consiste en
que el primero es y quiere ser intrascendente, como fruto de una nueva mentalidad:

Para el hombre de la generación novísima, el arte es una cosa sin trascendencia.


Una vez escrita esta frase me espanto de ella, al advertir su innumerable irradiación
de significados diferentes. Porque no se trata de que a cualquier hombre de hoy le
parezca el arte cosa sin importancia o menos importante que al hombre de ayer,
sino que el artista mismo ve a su arte como labor intrascendente. Pero aun esto no
expresa con rigor la verdadera situación. Porque el hecho no es que al artista le
interesa poco su obra y oficio, sino que le interesa precisamente porque no tienen
importancia grave y en la medida que carecen de ella. No se entiende bien el caso
si no se le mira en confrontación con lo que era el arte hace treinta años, y, en
general, durante todo el siglo pasado. Poesía o música eran entonces actividades
de enorme calibre; se esperaba de ellas poco menos que la salvación de la especie
humana sobre la ruina de las religiones y el relativismo inevitable de la ciencia. El
arte era trascendente en un doble sentido. Lo era por su tema, que solía consistir
en los más graves problemas de la humanidad, y lo era por sí mismo, como
potencia humana que prestaba justificación y dignidad a la especie. Era de ver el
solemne gesto que ante la masa adoptaba el gran poeta y el músico genial, gesto
de profeta o fundador de religiones, majestuosa apostura de estadista responsable
de los destinos universales.
A un artista de hoy sospecho que le aterraría verse ungido con tan enorme misión Y
obligado, en consecuencia, a tratar en su obra materias capaces de tamañas
repercusiones. Precisamente le empieza a saber algo a fruto artístico cuando
empieza a notar que el aire pierde seriedad y las cosas comienzan a brincar
livianamente, libres de toda formalidad. Ese pirueteo universal es para él el signo
auténtico de que las musas existen. Si cabe decir que el arte salva al hombre, es
sólo porque le salva de la seriedad de la vida y suscita en él inesperada puericia.
Vuelve a ser símbolo del arte la flauta mágica de Pan, que hace danzar los chivos
en la linde del bosque.

J. Ortega y Gasset, La deshumanización del arte

Desarrollo de la argumentación

La tesis se apunta al principio: Para el hombre de la generación novísima, el


arte es una cosa sin trascendencia. Seguidamente matiza esta opinión: no es que
para el hombre nuevo el arte no tenga importancia, sino que el artista mismo ve su
arte como una labor intrascendente; y aún continúa concretando: al artista le interesa
su obra precisamente porque no tiene importancia grave.
La argumentación del planteamiento se basa en la actitud que observaba el
creador de épocas pasadas, a diferencia de la que mantiene el artista de su tiempo:
antes el arte era trascendente por su tema y por sí mismo, como potencia humana
que prestaba justificación y dignidad a la especie, lo que investía de solemnidad a su
creador.

En cambio, para el artista de la nueva generación, la trascendencia no forma


parte de lo artístico, sino que le empieza a saber algo a fruto artístico cuando
empieza a notar que el arte pierde seriedad y las cosas comienzan a brincar
livianamente, libres de toda formalidad. Para concluir, advierte Ortega el aspecto
positivo de esta nueva concepción: si cabe decir que el arte salva al hombre, es sólo
porque le salva de la seriedad de la vida y suscita en él inesperada puericia.

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