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Raúl Zibechi (Uruguay). Mesa de la mañana.

3 de
enero de 2009
Buenas tardes a todos y a todas, o buenos días —ya me he perdido—. Agradezco al Ejército Zapatista de
Liberación Nacional la invitación para estar en la fiesta de la digna rabia y, sobre todo, la apertura de este
espacio de intercambio, de aprendizaje, de comunicación, entre los que resistimos y tratamos de cambiar el
mundo.

Antes de pasar al tema, que son los movimientos en Sudamérica y América Latina, viniendo de Uruguay
quería hacer una breve mención a un territorio ocupado en nuestra América. Un territorio del que no se habla,
sobre todo, en los eventos de los partidos de izquierda institucional y de las academias.

Me refiero a Haití, territorio ocupado por soldados y militares de los gobiernos progresistas y
autoproclamados de izquierda, de Sudamérica. Allí hay más de 4 mil soldados de Uruguay, Chile, Argentina,
Brasil y también Bolivia, aunque nos pese. Creo que, de alguna manera, Haití es hoy la franja de Gaza de los
gobiernos progresistas sudamericanos.

Hay silencio, hay un cerco político e informativo en torno a Haití. Hay represión, hay muerte del pueblo
haitiano que resiste. Pero además, los gobiernos progresistas toman Haití como un banco de pruebas. Hace
pocos meses, un general brasileño reconoció que en Haití se están aplicando los mismos métodos que en las
favelas de Río y de Sao Paulo.

Y es que los gobiernos progresistas de Lula, de Kirchner, de Tabaré Vázquez, de Michelle Bachelet y,
también, de Evo Morales, están aprendiendo técnicas contra-subversivas, que luego aplican en las periferias
de las ciudades de nuestros países. Se llama “Militarización de las favelas”, en Brasil, se llama “Gatillo fácil”,
en Argentina, se llama “Intervención de barrios” enteros, bajo el gobierno de Chile.

Y me parece que nosotros tenemos que aumentar la militancia y la solidaridad con el pueblo haitiano. Y hacer
visible la ocupación.

Creo que hace tres o cuatro décadas, surgió en América Latina una nueva generación de movimientos,
diferentes a los movimientos que hasta ese momento habían sido los más importantes en nuestro continente.

Este conjunto de movimientos, nacidos en la década de los 70 y durante los 80, fueron muy activos en los 90,
se visibilizaron de forma notable en los 90, le plantaron cara al neoliberalismo. Ocuparon el lugar dejado
vacante en la resistencia por los partidos de izquierda, que se fueron plegando al modelo neoliberal. Incluso, a
la mayor parte de los sindicatos, que hicieron más o menos lo mismo que la izquierda institucional, con
algunas escasas y honrosas excepciones.

Creo que este conjunto de movimientos le cambiaron la cara al continente. Deslegitimaron el modelo, por lo
menos en su primera fase. Instalaron una nueva realidad y modificaron el mapa político de América Latina.
Voy a ponerles nombre y fechas para que tengan algún rostro.

En 1970, en Colombia, se crea la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos. Campesinos que luchaban
por su autonomía frente al Estado, que fue arrasada por la represión militar y paramilitar.

En 1971, en Perú, se produce la ocupación de Villa El Salvador, que comienza un proceso, bueno, que forma
parte de un proceso importante, en el cual los migrantes urbanos irrumpen en el escenario de la ciudad y la
transforman.

En el 71, también, en Colombia se crea el Consejo Regional Indígena del Cauca, en torno, sobre todo, a los
indígenas nasa que, años después, fructifica en una unidad de todos los pueblos indígenas, la UNIC, 1982.
En el 72, un año después, los indígenas kichwas de la sierra ecuatoriana crean Ecuarunari, la primera
organización no vinculada a la Iglesia ni a los partidos que, luego, en el 80, con otros grupos de la costa y de
la selva crean la Conaie.

En el 73, tenemos en Bolivia el Manifiesto de Tiahuanaco. Un brillante manifiesto escrito por aymaras
urbanos, alfabetizados luego de la revolución del 52, que da origen a la corriente catarista que, en el 79, crea
la CSUTCB, la Central Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia.

No voy a hablar de esto, porque es muy conocido por ustedes. En el 74, se produjo aquí, en Chiapas, en San
Cristóbal, el congreso indígena.

En el 77, en pleno genocidio de la dictadura militar, surge en Buenos Aires la Asociación... las primeras
movilizaciones de lo que después fue la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que jugó un papel
fundamental, como puente entre el movimiento obrero de antes de la dictadura y los nuevos movimientos
juveniles, urbanos y de derechos humanos que tuvieron especial participación a partir del año 97, y en la
insurrección nacional del 19 y 20 de diciembre de 2001.

En el 78, surge el Comité de Unidad Campesina, en Guatemala, campesinos e indígenas fuertemente


golpeados por la represión.

En el 79, se produce la primera ocupación de una hacienda, organizada después de la dictadura que había
destruido las ligas campesinas en el sur, Macali, Brasil que, luego, da origen, en el 83, al Movimiento Rurales
Sin Tierra.

En el 80, el movimiento campesino paraguayo retoma la lucha de las ligas agrarias y fructifica, luego, en un
conjunto de movimientos campesinos, que encarnan la resistencia y la posibilidad de cambio en Paraguay.

Y, por supuesto, en el 83, surge aquí el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Yo no voy a hablar de esto,
sino de los movimientos de Sudamérica, que es lo que más conozco.

Creo que estos movimientos, nacidos en este periodo, de los cuales mencioné apenas algunos, pero hay
muchísimos más, comparten por lo menos cinco características en común:

1. Hay una lucha por recuperación de tierras. Son millones de hectáreas las que han sido arrebatadas a los
hacendados, a los latifundistas. Sólo en Brasil, 25 millones de hectáreas, en 5 mil asentamientos a lo largo de
más de 25 años. Pero no son sólo tierras en los espacios rurales. También hay ocupación y disputa de tierras
en las zonas urbanas, en las periferias urbanas. Y que han convertido la tierra en territorios, o sea, en espacios
donde los pueblos —indígenas, campesinos, sectores populares urbanos— sobreviven y viven, hacen sus
vidas cotidianas, y transforman las iniciativas para la sobrevivencia en modos y formas de resistencia y de
confrontación al sistema.

2. Se proclaman, por lo menos en el Cono Sur, en una primera etapa, autónomos de los partidos, de las
iglesias, de los sindicatos, de los Estados. Pero, en ocasiones, esa autonomía encarna en territorios. Y eso,
como veremos, va de la mano de la creación de formas y modos de vida diferentes, de ejercicio de poder,
autogobierno. Necesitamos la autonomía porque no somos iguales al capital, al Estado, y a los partidos y los
sindicatos que están integrados en él.

3. Son movimientos de base comunitaria, colectiva. En el sentido general del término comunidad. A
diferencia de los movimientos anteriores, no hay una pertenencia individual, sino familiar. Y la base social de
esos movimientos implica organización colectiva.

4. Creo que no son movimientos sociales, tal y como los ha definido la academia eurocéntrica. Son
movimientos políticos, o político-sociales, si se prefiere. Creo que la división entre lo social y lo político,
creada —como dije— por las ciencias sociales y la izquierda tradicional, no resulta útil para comprender esta
nueva generación de movimientos.

5. Aunque la mayor parte de estos movimientos nacieron en las zonas rurales, han surgido importantes
movimientos urbanos. Y creo que ambos forman parte de la misma generación de movimientos, ya que tienen
características similares. Pienso que la división rural/urbano tampoco es la mejor forma de comprenderlos.
Hay movimientos urbanos que tienen características rurales y, por lo que conozco, hay movimientos rurales
que tienen características de los movimientos urbanos.

Pero, además, estos movimientos son portadores de un mundo nuevo, de un mundo diferente. Creo que no se
pueden comprender estos movimientos desde afuera. Ni con una mirada fijada en las estructuras, en los
aparatos, en los dirigentes. Aquellas estructuras que capturan la atención de los medios, de las academias, de
las izquierdas institucionales. Me parece que hace falta una mirada interior, capaz de captar los procesos
subterráneos, invisibles, lo que sólo puede hacerse en un largo proceso de acompañamiento, de
involucramiento con los movimientos, no sólo con los dirigentes.

Además, el concepto de trabajo de campo, que utiliza la academia, me parece que es limitado, ya que no
contempla ni la convivencia, ni la ligazón afectiva con los de abajo.

Son portadores de un mundo nuevo, por varias razones: producen y reproducen sus vidas, de las familias y de
las comunidades, de modo colectivo. En base a relaciones de reciprocidad, de ayuda mutua, no para acumular
capital, no para acumular poder, sino para crecer y fortalecerse como comunidades y movimientos. O como
comunidades o colectivos en movimiento.

En ese sentido, creo que en los territorios de los movimientos predominan relaciones no capitalistas. Por
cierto, no de forma pura, no de forma incontaminada. Sino en pugna constante, en lucha constante, contra los
Estados y el capital, que buscan destruirlos y desterritorializarlos.

Dicho de otro modo: la producción material, la producción simbólica de valores de uso —y con valores de uso
entiendo, aquella producción en la cual los seres humanos son lo fundamental, no las cosas—, la producción
de valores de uso desplaza la producción de mercancías, de valores de cambio. Por cierto, no para siempre ni
absolutamente, sino como tendencia.

Estas características las podemos de ver en multitud de movimientos. Los de abajo, organizados, han
construido sus pueblos, sus viviendas, sus barrios y hasta ciudades enteras. Como El Alto, una ciudad de un
millón de habitantes aymara, enteramente auto-construida, desde las viviendas hasta las calles, los campos
deportivos, las escuelas, los puestos de salud.

El Plan 3 mil, que emergió recientemente como una nueva realidad en Santa Cruz, la ciudad blanca y mestiza,
racista. El Plan 3 mil es un barrio de 250 mil quechuas y aymaras que, en el corazón de esa ciudad,
representan y luchan por la autonomía como barrio.

Podemos hablar de los conos de Lima, de los barrios piqueteros de Buenos Aires. Y no sólo han construido
sus viviendas y sus equipamientos, sino que encaran los servicios de agua, de salud y de educación. En
Cochabamba, Bolivia, no esperaron que el Estado les entregue, les lleve el agua a sus casas. Decenas, cientos
de colectivos han perforado sus pozos de agua con sus recursos, construido sus cisternas de almacenamiento,
las tuberías, incluso las redes de alcantarillado.

Todo en base al trabajo colectivo. De modo que, ahora, el agua llega a la mayor parte de los 300 mil
habitantes de la zona sur de la ciudad. Un agua que no es una mercancía, que es un valor de uso, que es un
bien común al servicio de los seres humanos y de la vida. La defensa de ese valor de uso comunitario los llevó
a la insurrección de abril de 2000, para defender ese bien común y las comunidades que lo estaban
construyendo.
Tenemos, además, miles de huertas rurales y urbanas. Miles de emprendimientos productivos en las periferias
urbanas, cientos de fábricas recuperadas, que nos hablan de que no sólo en las áreas rurales, sino también en
las periferias urbanas existe una enorme capacidad de los de abajo de producir sin patrones, sin capataces, sin
división jerárquica del trabajo. O sea, sin lo que los estudiosos han dado en llamar fordismo o taylorismo.

Un reciente relevamiento del gobierno de Brasil habla de 22 mil emprendimientos de este tipo en todo el país.
No voy a detenerme en las iniciativas de salud y de educación, porque creo que son el aspecto más conocido.
Sólo decir que en las periferias de Buenos Aires, los piqueteros han construido cientos, quizá miles —porque
no están, por suerte, contabilizados— de puestos de salud.

Que los Sin Tierra cuentan con mil 500 escuelas en los asentamientos rurales. Y que la salud busca salirse de
la lógica comercial de las pastillas. Y en algunos casos, conseguimos que el lugar del paciente, pasivo, lo vaya
ocupando un naciente sujeto activo, capaz de cuidar su propia salud con la comunidad, sin enajenarla al
médico.

Y en las escuelas, intentamos que los niños no sean objetos de saberes que les inyectan como inyecciones los
maestros, para lo que vamos construyendo nuevas formas de aprendizaje. Ni la salud ni la educación, en estos
casos, son mercancías, ni fotocopia de las pedagogías o de los modos estatales de hacer.

Está de más decir que, en estos mundos otros, las mujeres juegan un papel significativo, determinante, no sólo
porque son la mayoría cuantitativa, sino porque además, los modos de hacer son otros.

Y aparece, también, en muchos lugares una justicia otra. Tanto en los Cabildos nasas de las montañas del
Cauca de Colombia, como en los barrios de El Alto, las comunidades, cuando tienen un conflicto, no llaman a
la policía, porque la policía está del lado de los delincuentes. Y ejercen, con mayor o menor acierto y a veces
con poco acierto —hay que decirlo—, su propia justicia.

Con personas que están aquí, hemos compartido en la periferia de Bogotá, experiencias de un barrio entero
organizado cuadra por cuadra. Setenta cuadras organizadas: Potosí, la Isla, que pese a estar rodeados por
paramilitares, se organizan desde abajo, en formas de micro poder que son capaces, incluso, de resolver
pequeños conflictos entre los vecinos.

Finalmente, en estos mundos también nacen pensamientos otros, diferentes. Por suerte, no son ya las
academias ni los partidos del sistema los que piensan a los de abajo, sino nosotros mismos nos estamos
pensando, con mayor o menor acierto, tanto da, no para producir teoría, no para escribir una tesis, sino para
potenciar a los movimientos, para profundizarlos, para defendernos mejor, para expandirlos más y más, y
compartir lo que aprendemos con otros movimientos.

O sea, tal vez ni siquiera estemos produciendo teoría, sino apenas ideas para alumbrar el camino que
queremos seguir caminando.

Para terminar, quiero hablar brevemente de que, en estos movimientos y en estos territorios en resistencia,
surgen poderes diferentes. Tanto en las remotas zonas rurales, como en las periferias urbanas. Existen mundos
diferentes al mundo del capital y del Estado, que necesitan defenderse, que necesitan poner los medios para
seguir siendo.

Quizá no sean grandes mundos, ni mundos perfectos. Porque muchos critican estos mundos por estar aislados
y por creer que se conforman con mirarse al ombligo. Sino apenas mundos que tratan de nacer, que tratan de
sobrevivir. Que luchan por no desaparecer como seres humanos, pero, sobre todo, por crecer, por expandirse.

Todos esos mundos, en mayor o menor medida, tienen alguna forma de poder. Y sus poderes aquí y allá —por
lo que he visto— son distintos en cada lugar. Tienen mayor o menor grado de desarrollo, pero todos tienen
algo en común: la asamblea, como forma de decisión colectiva. Que es el modo que hemos encontrado en
muchos lugares, de eso que ustedes le han puesto un nombre feliz, que es mandar obedeciendo.
Y quiero decir, de paso, que la frase, el término Mandar Obedeciendo, la he escuchado en lugares muy
distintos de nuestra América. La he escuchado en boca de jóvenes aymaras de Achacachi, cerca del Altiplano,
que fue uno de los epicentros de la insurrección de septiembre-octubre de 2003. La he escuchado en boca de
militantes de comunidades peruanas, que resisten a la minería. La he escuchado en nasas del Cauca, en
mapuches y en jóvenes urbanos.

De modo que ha sido una formulación acertada, que logró encarnar muchas prácticas de muchas personas en
América Latina.

Dos cosilla o tres más: Primero, este mundo otro no puede ser representado en el mundo formal del Estado y
el capital. Diría algo más: no puede ser representado. Sólo es representable lo que está ausente, lo que es igual
al de arriba. Pero lo diferente —y vaya si son diferentes los movimientos del abajo— no son representables.
¿Cómo pueden representarse las 550 juntas vecinales de El Alto? Ni siquiera la Federación de Juntas, la
Fejuve, puede hacerlo.

Creo, además, que participar en instancias estatales debilita a los movimientos y los desvía de su tarea
principal, que creo que es, por decirlo de algún modo, fortalecer lo nuestro. Y en ese sentido, me identifico
totalmente con las propuestas del zapatismo. Sin embargo, veo que hay muchos movimientos que siguen
siendo combativos y que luchan por verdaderos cambios y que mantienen relaciones con los Estados. Y que
éste es un debate que, para bien o para mal, nos va a acompañar durante un largo tiempo. Y que no tenemos
otra alternativa que enfrentarlo del modo más unitario posible, siempre que sea un debate entre nosotros.

Segundo, he dicho que los mundos otros están formando otras formas de poder. No creo que pueda existir un
mundo sin poderes. No creo en un anti-poder. No me lo puedo imaginar, no lo veo. Y lo que no veo, pues no
creo en ello. Pero los hechos nos enseñan que pueden haber, por decirlo de alguna manera, poderes no
estatales. Quizá exista otra forma mejor de denominarla que ésta. Digo no estatales, porque estos poderes no
son iguales al del Estado. No son jerárquicos, no están centralizados, son dispersos. No diría siquiera
descentralizados, por que creo que el término descentralización —inventado por el Banco Mundial— habla en
simetría, por oposición, a la centralización. Creo que son dispersos, que son rotativos, por turnos. Que tienden,
de alguna forma a ser horizontales. Y esa rotatividad permite que todos y todas puedan aprender a mandar
colectivamente y a obedecer colectivamente.

Ustedes aquí tienen las Juntas del Buen Gobierno, que son fuente de inspiración. Tenemos en Bolivia los
cuarteles aymaras. ¿Qué son los cuarteles aymaras? Son espacios, son cerros —yo conocí el de Qalachaca—,
que son los lugares donde las comunidades en estado de emergencia se juntan, en estado de militarización,
para enfrentar el peligro que, normalmente, es la fuerza armada del Estado. Tenemos cuarteles aymaras.

Y tenemos muchas otras formas de poder. Los cabildos indígenas de los nasas, que he mencionado, en
Colombia. Los pequeños barrios que se organizan. Los asentamientos rurales tienen formas asamblearias de
decidir, de tomar las decisiones colectivamente.

En cada lugar, por cierto, asumen formas distintas, pero existen. Tienen vida y, sobre todo, ya no se
referencian en el Estado, como lo hicieron los sindicatos que ustedes llaman charros —si no me equivoco—.

Se nos pregunta: ¿Cómo triunfa este mundo otro? ¿Puede triunfar alguna vez o son islas que están destinadas
a quedarse aisladas allí? ¿Cómo triunfa este mundo de valores de uso, de no mercancías, comunitario,
auto-centrado y auto-dirigido, pero capaz de producir y de reproducir la vida?

Yo no lo sé, no lo sé, no tengo idea de cómo puede triunfar. Sólo puedo decir lo que veo. Y veo que crece por
expansión, por dilatación, por contagio, por irradiación, por resonancia. Pero, claro, no crece solo.

Y sobre esto, dos cosas finales: Creo que no crece este mundo otro de forma simétrica al capital y al Estado, o
sea, aniquilando, destruyendo, imponiendo, digiriendo y dirigiendo. No podemos imponer el mundo otro,
porque lo estaríamos negando. Lo estaríamos aniquilando.
Los movimientos y los mundos otros que están creando los movimientos, creo sí, que son lo único que puede
salvar a la humanidad. Salvarnos de la catástrofe que nos preparan, todos los días, los de arriba. Pero podemos
hacer muchas cosas, para contribuir a expandirlo a insuflarle vida, actuando como levadura, como fermento.
Quizá la mejor forma sea estar todos en movimiento, ponernos en movimiento, seguir en movimiento.

Los movimientos existen, y esta es una de las realidades más felices que tenemos entre nosotros. No hace falta
inventarlos, ni dirigirlos, pero podemos formar parte de ellos, moviéndonos también, mejorando el arte de
movernos. No es poco, sobre todo, porque esa capacidad de movernos, creo que es la única que puede
salvarnos. Muchas gracias.

Texto descargado de CedoZ.org

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