34 LA VANGUARDIA LUNES, 26 NOVIEMBRE 2007

Cultura
Una reflexión sobre la estética y los valores morales

1. Retrato de viejo con un niño. Domenico

Ghirlandaio (1490) 2. Mujer que llora. Pablo
Picasso (1937) 3. Retrato de periodista Otto Dix
(1926) 4. Mujer. Fernando Botero (1979) 5.
Basement Bunker: Painted Queen Small Blue
Room. Paul McCarthy (2003) 6. Sam. Ganador
del concurso del perro más
feo del mundo 7. Divine, en Pink Flamingos
(1972), de John Waters 8. Les heures de Croy
(siglo XVI)

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XAVI AYÉN
Barcelona
El novelista y semiólogo italiano repasa filosófica –aceptada por la socie-
dad– entre un sabio mayor y un jo-
todo su detalle gore. “La paradoja
es que se representa a Cristo feo,

U
mberto Eco se la historia de la fealdad ven deseoso de iniciarse en el mun-
do del conocimiento. Platón, en
herido, débil”. Eco repasa las dife-
rentes representaciones de la
ha vuelto a po- fin, situó la máxima belleza en el muerte, el diablo y una variada

El libro más
ner sus gafas de mundo ideal y afirmó que, al lado taxonomía de monstruos, del basi-
profesor y, en el de una diosa, ‘¿no es cierto que la lisco a la medusa o el Golem.
mismo tono ame- doncella más bella parecerá fea?’”. La relación entre el sexo y la
no y didáctico El cristianismo supuso una revo- fealdad es otro de los ejes del libro.

con que, en el 2004, nos explicó la
Historia de la belleza, ahora publi-
ca la Historia de la fealdad (Lu-
men), un tema que le fascinó por-
que, en sus pesquisas, descubrió
que “el concepto de feo no es una
mera negación de lo bello, sino
que implica otras categorías”. Eco
demuestra, con numerosos ejem-
plos extraídos de las artes plásti-
FEO
lución: “Todo es bello –señala
Eco– porque todo es obra divina”
y en la edad media se verá el uni-
verso como “una inagotada irradia-
ción de esplendores”. “¿Cómo con-
ciliar esta idea –se pregunta el au-
tor– con el hecho evidente de que
de Umberto en el mundo existen el mal y la de-
formidad?” La solución la aportó
el santo Agustín de Hipona, que ad-
Si en la antigüedad –y en el rena-
cimiento– “la representación de
los genitales evidenciaba la belle-
za de un cuerpo”, hoy en día, como
ya apreció Freud, “los órganos ge-
nitales nunca son considerados
bellos”.
El concepto de fealdad femeni-
na ha oscilado muchísimo a lo lar-
go de las épocas, aunque el machis-

cas y la literatura, la absoluta relati-
vidad del concepto de fealdad a lo
largo de los tiempos, desde la anti-
güedad clásica a nuestros días, pa-
sando por la edad media o el rena-
cimiento. “Voltaire ya nos interpe-
laba, en su Diccionario filosófico:
‘Preguntad a un sapo
qué es la belleza, el
ideal de lo bello. Os
responderá que
la encarna
la hem-
b r a
de su
8 especie, con sus
ECO
hermosos ojos redondos que resal-
tan de su pequeña cabeza, boca an-
cha y aplastada, vientre amarillo y
dorso oscuro’”.
Eco explica que el primer trata-
do completo sobre el tema, la Esté-
tica de lo feo (1853), de Karl Ro-
senkranz ya establecía “una analo-
gía entre lo feo y el mal moral” que
se ha extendido inconscientemen-
te hasta nuestros días. “Una clara
asociación entre belleza y sabidu-
ría se daba en el elogio a la pederas-
tia de los clásicos, relación erótico-
mitió la existencia en el mundo de
“insultos para la vista” que, sin em-
bargo, forman parte del orden ge-
neral porque lo que se corrompe
no es más que un bien positivo que
se deteriora, no algo feo o malo en
sí mismo, pues lo que predomina
siempre es la belleza del conjunto.
El arte del renaci-
miento y el barro-
co da paso a la feal-
dad, asociada por
la nueva mentali-
dad al dolor y, en
concreto, al martirio de
Cristo, que se muestra en
mo y la misoginia han sido predo-
minantes al estigmatizar el paso
del tiempo en las mujeres y repre-
sentar la maldad como una mujer
vieja. Quevedo dijo de las mujeres,
despectivamente, que “si se lava-
sen las caras, no las conocerías”. Y,
en El martillo de las brujas (1486),
Sprenger y Kramer
muestran su alborozo:
“¡Bendito sea el Altí-
simo que hasta ahora
ha preservado al
sexo masculino
de tan grande delito!” co-
mo la brujería.
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FEO O BELLO, Sobre la ‘Recherche’ de Proust Sobre Bach Sobre los telediarios Sobre Kidman y Hirst
UNA CUESTIÓN “Debo de ser muy duro de mollera pero no me cabe “Sus composiciones carecen “Los telediarios se “Hay bellezas clásicas como Kidman
DE GUSTOS en la cabeza el hecho de que un señor pueda utilizar totalmente de belleza, de armonía y, demoran en el detalle de o Clooney, pero también triunfan los
30 páginas para describir cómo se vuelve y se revuelve sobre todo, de claridad” (J.A. los muertos en las tiburones muertos de Hirst o los
en la cama antes de dormirse” (Informe de lectura) Scheibe, Der critische Musikus, 1737) carreteras y en las guerras” caballos ahorcados de Cattelan”

5 6 7

Más rico que lo bello

Otro grupo que ha recibido de
lo lindo son los judíos, de cuyo as-
pecto externo decía Wagner en
1850: “Repugna más que cualquier
otra cosa: con un hombre que pre-
senta semejante aspecto no quere-
mos tener nada en común”.
Los románticos redimieron lo
que “acababan infundiendo la idea
de que en la fealdad hay algo aristo-
crático y resulta indiferente que el
rostro de una gran señora –si es
distinguido– sea hermoso”.
Las vanguardias del siglo XX op- JUSTO BARRANCO mica”. “Así, lo que es bello para tivo. “Pero también representa a
tan por la estética de la fealdad, Barcelona la clase baja, es feo o muy feo pa- los demonios feos...”.
hasta el punto de que Hitler –ada- ra la clase alta y, curiosamente,

feo y surgió con fuerza el concepto
de lo sublime en un marco en que
los poetas “gozan del vacío, de la
oscuridad, de la soledad y del silen-
cio”. Esos mismos románticos (Ma-
ry Shelley) crearon al monstruo in-
feliz, Frankenstein (“su diabólica
fealdad hacían imposible el mirar-
lo”), a Quasimodo (Victor Hugo)...
Es la misma sensibilidad que reac-
cionará frente a los adelantos técni-
cos de la revolución industrial, con-
siderando monstruosas las máqui-
nas que nacen en las aglomeracio-
nes urbanas. Proust, por su parte,
nos muestra cuánta relación hay
entre los prejuicios de clase y el
ideal de belleza, al describir en
su Recherche a la princesa de
Guermantes: “Lo que permi-
tía identificar su rostro era
la conexión de una gran na-
riz roja con un labio lepo-
rino o de dos mejillas
arrugadas con un bigo-
te fino”, rasgos que aca-
baban seduciendo por-
lid de la belleza, ya ven qué peli-
gro– los llamará degenerados. Me-
nudo siglo, el XX, con Duchamp
pintando bigotes a la Gioconda, y
Warhol inspirándose en las basu-
ras. Nace lo kitsch y lo camp, que
sitúan sus criterios estéticos muy
lejos de la alta cultura.
Los ejemplos traídos del arte
–con vistosas ilustraciones– son
numerosos, así como como los lite-
rarios, que van desde la Biblia y
Platón hasta Don DeLillo o Patrick
McGrath, pasando por Dante, Bau-
delaire o Sartre (alguien, por cier-
to, que también estuvo obsesiona-
do por considerarse feo).
En fin, que la lectura de este Eco
confirma lo que dijo Schiller: nos
fascina lo horrendo, “las escenas
de dolor y de terror nos atraen y
repelen con la misma in-
tensidad” y nada que no
sea “la disposición natu-
ral del espíritu huma-
no” puede explicar tal
pulsión.c
C
omo corresponde a un
libro que aparece en
27 idiomas, la Historia
de la fealdad (Lumen)
de Umberto Eco tuvo una presen-
tación multitudinaria en la feria
de Frankfurt. Y lo primero que di-
jo el autor de El nombre de la rosa
al entrevistador del Sofá Azul fue
que escribir sobre la fealdad es
mucho más interesante que ha-
cerlo sobre la belleza, a la que
dedicó otro libro. “Para ser bello
no puedes ser más alto de tal y
más bajo de cual, es limitado. Pe-
ro se puede ser feo de muchas
maneras, gigante, enano. La feno-
menología de la fealdad es rica”,
bromeó.
El kitsch. Tras esta reflexión, Eco
abordó uno de los temas que cie-
rran su libro: el kitsch, que, recor-
dó, es diferente al resto de re-
flexiones de la obra, porque se
trata de una distinción social de
clase, “más intelectual que econó-
para la clase aún más alta es
camp. Ya ven que el mercado de
valores de la fealdad fluctúa mu-
cho”, bromeó.
Jerry Lewis. Por supuesto, aña-
dió, los estándares cambian con
el tiempo: “La anorexia era bella
hace unos años y ahora empieza
a ser fea”. Y como muestra de las
ambigüedades en el tema, Eco se-
ñaló un cuadro clásico en el que
un niño sonríe al feo individuo
que le abraza. “Hay caras horri-
bles que nos gustan, nos hacen
sonreír, como Jerry Lewis”. La
ambigüedad continúa cuando ha-
bla del cristianismo: recuerda
que en la cultura griega también
había horror y fealdad, pe-
ro fue el cristianismo el
que empezó a afear el
cuerpo divino,
mostrándolo su-
friente, torturado,
representando la feal-
dad como elemento posi-
Botero. Cuando le muestran un
cuadro de Botero, y le preguntan
si es su tipo, Eco sonríe: “Desde
luego no es anoréxica. A Botero
no le gusta representar la belleza
contemporánea. Habría que co-
nocer a su mujer”. Luego con-
frontan para Eco dos páginas
del libro: unos ladrones fotogra-
fiados por el criminólogo Lom-
broso y un joven con piercings. Y
se ven similitudes. “Los jóvenes
se ven atractivos así”, acierta a
decir.
Ancas de rana. Y es que, recuer-
da, la ambigüedad sobre lo que es
o no desagradable va desde co-
mer ancas de rana hasta
la sangre, que tantos
iban a ver brotar a rau-
dales en espectáculos públi-
cos durante la Revolución
Francesa. “Hay mucha
depravación en nuestra
visión de la fealdad”,
concluye Eco.c

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