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En las palabras de Lamb se halla la clave del llamado cuento de terror y, por tanto, de
la emoción del miedo, que le da carta de naturaleza: lo desconocido. Pero, volviendo a la
pregunta ¿qué es el miedo?, aclaremos los términos.
La emoción del miedo
1
Lovecraft, H. P. El horror sobrenatural en la literatura. México, Fontamara, 1995, p.7.
2
El arquetipo es una forma primordial alojada en el inconsciente colectivo que representa un contenido
profundo y se manifiesta en forma de imágenes y procesos o factores psíquicos en movimiento. En suma, es
una vivencia que se repite una y otra vez hasta instalarse en alguna región del ser. El término fue concebido
por el psicoanalista Carl Gustav Jung, discípulo de Sigmund Freud.
3
Lamb, Charles. “Brujas y otros terrores nocturnos” en VV. AA. Ensayistas ingleses. México, CNCA, 1992,
pp. 185-191.
2
Lara, Luis Fernando (Dir.). Diccionario básico del español de México. México, Colegio de México, 1986.
5
Hansber, Olberth. La diversidad de las emociones. México, FCE, 1996, p. 31.
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Lo que bien se señala en el Ritual funerario o Libro de los muertos: el cuerpo astral (el ka y el ba) buscaba
sobrevivir por medio del eterno renacer, para lo que enfrentaba difíciles pruebas, especialmente: un juicio ante
42 jueces en que debía dar cuenta de sus hechos, y la ponderación de sus actos en vida pesando el en corazón
del difunto en un plato de la balanza empleando como contrapeso una pluma: ambos debían pesar lo mismo,
de lo contrario el ba era fulminado al instante.
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monstruosos pero que finalmente forman parte de este mundo. El otro tipo se apega al
miedo a lo que viene después de la muerte, al más allá.
Llopis retoma las ideas de Sigmund Freud sobre lo siniestro (unheimlich) y lo
familiar (heimlich). Freud considera que lo siniestro es algo que en nuestra infancia (ya
olvidada) siempre se consideró algo familiar y que al reprimirse se ha tornado “extraño”; es
decir, que lo siniestro, debiendo quedar oculto (sepultado como el cadáver o muerto), se ha
manifestado. Lo que permanecía en la obscuridad ha salido de ella para irrumpir en la vida
consciente. Lo que alguna vez fue conocido se ocultó, y lo oculto se volvió “peligroso”
porque podía permitir la escapatoria de lo arcaico en nosotros. Ese instinto de la muerte,
manifiesto como pulsiones destructivas, se catalizó mediante la imaginación como sustento
del cuento de terror sobrenatural.
Por otra parte, el sentimiento de lo numinoso9 (complejo de emociones ante lo
desconocido y propio del mundo sobrenatural, sobre el cual se fundamentan las creencias
mitológicas, mágicas y religiosas, y que indica una sensación de pertenencia oceánica y un
deseo de fusión con la Divinidad) fue otra de las fuentes que dio origen al cuento de terror.
Llopis toma también la idea del arquetipo, concebida por un discípulo de Freud, Carl
Gustav Jung, para explicar la proporción: cuanto mayor es el terror mayor es el placer, que
forma parte de las sensaciones frente al cuento de terror (cuyos territorios abarcan desde los
espíritus hasta los muertos, desde los monstruos hasta los seres preternaturales). Para Jung
los arquetipos son los correlatos interiores de los instintos, así se explica el instinto de
muerte: la muerte es una boda, el alma alcanza la mitad que le falta, la plenitud del ser, se
une al misterio de lo numinoso.
De este modo, lo que inicialmente fue una concepción de lo que el hombre advertía a
través del contacto con el mundo se transfiguró en una expresión concreta. Así, de la
empiría (tipo) nació la experiencia (arquetipo), que se transmitió, con todo su contenido,
desde los primeros habitantes del planeta hasta los humanos que hoy pisamos la Tierra.
Esto sucedió a través de dos vías: la psíquica (de la mente) y la biológica (de los genes), es
decir, permanece en nuestra mente y en nuestro cuerpo.
El cuento de terror es la expresión racionalizada y re-creada estéticamente del instinto
de la muerte, lo cual nos permite vivir tal experiencia en un terreno seguro: el de la ficción
9
Término creado por Otto Rank, quien lo utiliza para indicar la necesidad que tiene el hombre de lo sagrado.
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literaria. A todos nos agrada asustarnos estando seguros. Sin embargo, uno de los rasgos
principales del cuento de miedo es la capacidad de transposición que hace de los
acontecimientos narrados hacia la realidad, es decir, involucrar verosímilmente al lector en
los hechos: lo que lee puede estar ocurriendo ahora mismo, en este mundo.
El terror no siempre se encuentra en el plano del contenido, pues no es suficiente
narrar historias de muertos, fantasmas o monstruos para producir espanto: el terror no se
logra con una larga lista de personajes sobrenaturales ni con situaciones típicas de miedo.
Lo fundamental en un relato de terror es, precisamente, provocar miedo en quien lee o
escucha, hacerlo dudar de su seguridad, de su confianza en un mundo ordenado, aunque tal
impresión ocurra únicamente durante la lectura misma y se conserve sólo un poco después.
Provocar miedo es, pues, lo fundamental del discurso literario de terror. Al respecto,
Howard Phillips Lovecraft señala en El horror sobrenatural en la literatura que “podemos
juzgar un cuento macabro, no a través de las intenciones del autor o la pura mecánica de la
trama, sino más bien a través del nivel emocional que es capaz de alcanzar”10 y, más
adelante señala que cuanto mejor se evoque una atmósfera que suscite en el lector “un
hondo sentimiento de espanto al contacto de unos elementos y fuerzas desconocidos”11
mejor y más auténtico cuento de terror será.
Se teme a la muerte porque se supone una pérdida de identidad ante lo Otro, el mundo
numinoso, pero esa zona crepuscular de lo sagrado la llevamos dentro de nosotros mismos.
De hecho, el hombre no está completo sin la experiencia de la muerte. En el fondo,
tememos a esa experiencia primitiva señalada anteriormente, a la revelación arquetípica que
descubre ante nuestro entendimiento la posibilidad de que sea el caos y no el orden el
principio rector del universo. Bajo el cuento de terror late un obscuro e irresistible deseo de
revelarnos la plenitud que nos obsequia la muerte. En otras palabras, vivir la muerte para no
matar la vida.
10
Lovecraft, H. P. Op. cit., p. 11.
11
Ibidem, p. 12.
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Lo fantástico, lo maravilloso y lo extraño suelen enlazarse con el reino del terror, pero no
son lo mismo. Lo fantástico es la oscilación entre lo maravilloso (un mundo con leyes
distintas a las del nuestro, el de hadas, duendes y elfos) y lo extraño (lo insólito, lo que
aparenta no responder a las leyes que rigen nuestro mundo, pero que finalmente tiene una
explicación racional). En lo fantástico perdura una sensación de perplejidad y duda aún
después de haber leído: ¿fue cierto, fue un sueño, qué fue? se preguntan el personaje y el
lector.
Aunque comparten ciertos recursos (como el narrador en primera persona, las
ambigüedades...), lo fantástico y lo terrorífico no forman un conjunto ni éste pertenece a
aquél: tienen nexos, como los tiene el cuento de miedo con la novela policíaca, el thriller
(obra de suspenso), la literatura de misterio e incluso la ciencia ficción. Es decir, que el
terror participa de todo ello, pero implica ciertos contenidos y formas distintas en su
esencia. Sus rasgos fundamentales se encuentran no tanto en la anécdota que se narra como
en la atmósfera que impresiona vivamente los sentidos.
Hablar de la evolución del cuento de terror a lo largo de la historia significaría partir
de textos tan antiguos como el Libro de Enoch o el Claviculae y sumergirnos en el mundo
del folklore y del ocultismo, lo cual sería asunto de otra conferencia. Por lo pronto, nos
centraremos en el cuento materialista de terror. A fines del siglo XIX y principios del XX
los cambios culturales produjeron una profunda crisis del racionalismo, las convulsiones
políticas, los adelantos científicos y la subversión de los valores absolutos trajeron a cuento
lo antiguo, el hombre miró con ojos distintos su pasado primordial y encontró que los
terrores más antiguos de la humanidad podían revivir el interés por el presente.
La angustia apocalíptica ya no era la misma para los hombres que habían
experimentado otros horrores más cercanos: los de la guerra. Ese hombre moderno ya no
creería en fantasmas ni en muertos resucitados, esta situación condujo a los escritores de
cuentos de terror a buscar elementos de mayor credibilidad en las hipótesis científicas que
explicaran los miedos más profundos y más próximos, aquellos que habitan en la penumbra
de la conciencia, grieta por la cual se desciende a verdaderos infiernos.
A esta mutación del cuento de miedo se le conoce como cuento materialista de
terror, llamado así por Jacques Bergier. A partir de ese momento, la característica
fundamental del nuevo cuento de terror será la racionalización de la forma y la arcaización
7
El principal exponente del cuento materialista de terror es, sin duda, Howard Phillips
Lovecraft. Sin embargo, antes de él se encuentra una pléyade de escritores no menos
interesantes, en cuyas obras se nutrió nuestro autor; se trata de nombres fundamentales en
la narrativa de terror: Edgar Allan Poe, Arthur Machen, Algernon Blackwood, Lord
Dunsany, Ambroise Bierce y Robert W. Chambers.
De Poe aprendió la maestría en cuanto a la composición sistemática de una obra, los
tonos lúgubres y las atmósferas malsanamente pútridas, la exasperación y la estructura
dramática in crescendo. De Machen --autor de una alucinante novela llamada El dios Pan--
heredó el interés por las aberraciones de lo numinoso, el deseo de realismo, la construcción
de ciudades en ruinas y los ritos de fertilidad de pueblos antiguos.
Blakwood sembró en Lovecraft la sospecha de que existe una realidad monstruosa y
terrorífica alterna a ésta y que puede salir a flote peligrosamente en cualquier instante. Las
atmósferas oníricas y la creación de una mitología es influjo de Lord Dunsany, cuyos
ensueños fueron transmutados por Lovecratf en pesadillas reales. Los dioses arcaicos, los
seres bárbaramente putrefactos, la desolación del alma y los misterios estelares al acecho de
los hombres, presentes en la obra de nuestro autor, se deben a la figura de Ambroise Bierce,
autor del Diccionario del Diablo. Chambers lo introdujo en la invención de libros
prohibidos, como cuando Lovecraft concibió El Necronomicón.
ciudad portuaria del estado de Massachussets, ubicado en el este de los E.U., frente al mar
Atlántico. Probablemente creció en un ambiente social conservador. Su padre agotó la vida
en juergas y mujeres, por lo que su madre inculcó un sentimiento de aversión hacia los
hombres en el pequeño Howard, quien fue un niño asustadizo y acomplejado cuyo único
refugio fue la literatura.
Sus lecturas iniciales fueron sobre religiones antiguas y ritos paganos, lo cual redundó
en los terrores nocturnos que no le permitían conciliar el sueño tranquilo. Para conjurar sus
miedos, Howard comenzó a escribir cuentos de miedo a los ocho años. Paradójicamente, el
Lovecraft adolescente era un enamorado del racionalismo del siglo XVIII, lo cual no
significa que creyera en el hombre, pues era un ser escéptico ante todo.
Al morir su madre, se vio obligado a trabajar escribiendo (publicó su primer cuento,
“El alquimista”, en la reconocida revista Weir tales), solamente así se relacionó con otras
personas y cambió un poco sus puntos de vista: perdió su desconfianza al entorno que antes
veía hostil, se mostró entusiasta y comenzó una intensa correspondencia epistolar con
numerosos escritores. Sin embargo, una desafortunada experiencia amorosa lo hundió de
nuevo en la amargura y en la misantropía.
Pero ¿quién era el hombre de carne y hueso? Se ha mencionado que Lovecraft era un
hombre racista, que sentía repulsión hacia lo sexual, que el prójimo le inspiraba
repugnancia, pero sus aspiraciones pacifistas y humanitarias le permitieron transformar su
visión del hombre. En sus textos se advierte que perseguía reconocer al extraño que él
mismo era, que intentaba comprender los beneficios de la inteligencia al servicio de la
creación y no de la destrucción. Lovecraft creó una mitología arquetípica llena de
aterradoras presencias, amó la muerte (el pasado oculto, lo familiar de que hablaba Freud),
porque ésta era parte fundamental de la vida; se reconoció en lo siniestro, porque las zonas
incomprendidas de uno mismo no dejan de ser uno mismo.
La obra de Lovecraft
Los primeros cuentos de Lovecraft son de carácter tradicional y siguen a los modelos más
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acabados de Poe. Esta etapa del escritor es llamada gótica, pues en sus relatos se
manifiestan ambientes similares a los del autor de “El corazón delator” y “El cuervo”. El
autor emplea un realismo racionalista así como construcciones canónicas y sencillas.
La segunda etapa, la onírica, muestra el fuerte influjo de Lord Dunsany, se expande
ligeramente por los territorios del sueño, del irrealismo y del misterio. Abandona lo
macabro y se encamina hacia lo lírico y arquetípico. Se vuelve barroco, arcaizante y
ampuloso. Lo antiguo irrumpe como una presencia siniestra. Su bestiario está lleno de
monstruos más próximos a la Quimera que a los indescriptibles seres que formarán parte de
los posteriores Mitos de Cthulhu. “Los gatos de Ulthar” y “La ciudad sin nombre” forman
parte de esta época del escritor.
Su época realista se caracterizó por una apertura que hizo surgir una forma de terror
más racionalista apoyada en la ciencia --aunque al mismo tiempo en el caos--, inserta en la
corriente del cuento materialista de terror, y que incluso colinda con la ciencia ficción.
Dentro de esta etapa hay dos ciclos literarios: las Narraciones de Nueva Inglaterra y los
Mitos de Cthulhu. En el primero predomina lo macabro (como en “Las ratas en las paredes”
y “En la cripta”), mientras que los Mitos constituyen una racionalización de contenidos
numinosos, lo cual los dota de una verosimilitud única.
Se trata, en el fondo, del problema del conocimiento: el que sabe se preocupa, el que
se preocupa ya no quiere saber. Paradójicamente, lo desconocido fue a lo primero que el
hombre temió. Lo inconmensurable y la aniquilación absoluta son dos grandes temores del
ser humano, aunque no pocas veces lo que lo estremece resulta ser lo más natural y
cotidiano de la vida.
La figura de culto
H. P. Lovecraft es un autor de culto porque sus obras lo son, no es sino una sinécdoque
decir que el autor es sus obras. No se lee a la persona como ser físico, sino como ser de
palabras. Este escritor de cuentos de terror ha sido objeto de veneración para los lectores,
que han reconocido el valor literario del mismo después de su muerte, ocurrida en 1937.
El culto implica tres elementos: un objeto de veneración (el universo literario), una
forma de veneración (la lectura) y el grupo que realiza la veneración (los lectores). De su
interacción surge el culto. La obra debe posibilitar la fragmentación de sí misma en
pequeñas unidades memorables15, es decir, en imágenes que fácilmente puedan recordarse
14
Lovecraft, H. P. “La llamada de Cthulhu” de En la cripta. Madrid, Alianza, 1992, p. 78.
15
La escena en que Pepe “el toro” (Pedro Infante) toma en sus brazos el cuerpecito calcinado de su hijo y
11
Alrededor del sumo sacerdote H. P. L. se reunieron varios escritores con los que éste
mantuvo correspondencia, entre ellos destacan: August Derleth (Las máscaras de Dios),
Frank Belknap Long (Los perros de Tíndalos), Clark Ashton Smith (El regreso del brujo),
13
Robert Bloch (El vampiro estelar, Psicosis, Suyo, afectísimo Jack “El destripador”),
Robert E. Howard (Conan el bárbaro) y Ray Bradbury (Crónicas marcianas).
Su herencia fue una pléyade de escritores que expandió un universo en mundos
distintos, desde el terror psicológico hasta la fantasía y la ciencia ficción. Lovecraft llevó el
cuento de terror sobrenatural a dimensiones extraliterarias que le han valido lectores fieles,
algo que todo escritor desea secretamente.