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LAS LEYES DE REFORMA: SU ACTUALIDAD

Ministro Sergio A. Valls Hernández

La Corte y la reforma del Estado (I)


Organización Editorial Mexicana
15 de abril de 2010

En este año del centenario de la Revolución y del


bicentenario de la Independencia los mexicanos nos
encontramos en un proceso denominado de reforma del
Estado que busca modificar nuestro sistema político. Su
objetivo es concluir la transición democrática de México que
inicia con importantes reformas a la Ley Fundamental y
diversas leyes ordinarias antes del año 2000, que desembocan
en ese año en la alternancia en el Poder Ejecutivo Federal y
tres años antes en un nuevo equilibrio de fuerzas en la
Cámara de Diputados. La posibilidad de la alternancia en el
gobierno y de mayorías cambiantes en los órganos de
representación política es ya una nueva realidad en el México
de este siglo XXI. No hay mayoría congresual del partido en
el gobierno desde el año 1997 y el Presidente de la República
es desde el año 2000 de un partido político diferente al que
había dominado ese cargo público de elección popular a lo
largo de la mayor parte del siglo XX.

Es unánime en los estudios de ciencia política señalar que la


posibilidad de la alternancia es uno de los indicadores que
definen un sistema como democrático, esto es, la
incertidumbre en los resultados electorales, el no saber cuál
partido político va a ganar la siguiente elección general.

Pero la incertidumbre no es el único indicador que un sistema


es democrático. Uno más igualmente importante es la
certidumbre del Estado de derecho, la certidumbre de que las
leyes que aprueben los representantes del pueblo de México
serán debidamente aplicadas. Cuando el derecho de un país
es predecible todos sus habitantes pueden gozar de un clima
de tranquilidad que les permite desarrollar su potenciales
individuales. Cuando el derecho de un país es predecible se
contribuye enormemente a su progreso económico, que es
absolutamente indispensable para su mejor desarrollo social.

Y es este indicador, de la certidumbre del derecho, el que no


hemos logrado mejorar en estos años. Por eso la reforma del
Estado: el proceso de reformas no ha concluido; se ha
dinamizado este año con iniciativas presentadas por los
diferentes partidos políticos con representación en las
cámaras, así como por la presentada por el presidente de la
República. A este proceso de gran aliento dedicaré mis
comentarios en El Sol de México de esta semana y de las
siguientes, en lo que se refiere a las iniciativas para actualizar
la función jurisdiccional federal.

Para entender el conjunto de reformas que se han presentado


concernientes al Poder Judicial, cabe recordar que la primera
parte de la transición democrática del país consistió en
reformar las reglas de acceso al poder, esto es, las normas
electorales. Ello se ha hecho con bastante éxito pues al día de
hoy contamos con un sistema que garantiza la libertad y
respeto al voto de los ciudadanos con dos instituciones muy
sólidas: el IFE y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación.

La reforma constitucional que estableció al Tribunal Electoral


como la instancia última de resolución de conflictos
electorales fue muy positiva. Pero como no es infrecuente en
estos procesos, no se fue suficientemente pulcro a la hora de
derogar las partes con las cuales esa reforma era
incompatible, es decir, no se derogó la potestad de la Corte de
investigar la violación de los derechos político electorales
que le otorga la Constitución en el artículo 97. Tampoco se
derogó la potestad de la Corte para investigar la violación de
otro tipo de derechos diferente a los del voto público, a pesar
de que se creó la Comisión Nacional de los Derechos
Humanos que tiene precisamente este cometido como su
única razón de ser. De ahí que la iniciativa de la fracción
parlamentaria del PRI, en la Cámara de Senadores, haya
atendido esta omisión del Poder Revisor de la Constitución
que había causado, ya algunos problemas por la duplicidad de
funciones de diversos órganos del Estado.

Éste es un buen punto de la iniciativa del PRI.--- Atender….


Como lo he sostenido en otras ocasiones, creo que esta
iniciativa va en la línea correcta. El Tribunal Electoral tiene
una sanción contundente en el caso de la violación del voto
público: la anulación de la elección; pero la Corte no cuenta
con un poder sancionador eficaz en el caso de las violaciones
a los derechos. De ahí que su imagen ante la opinión pública
se deteriore ya que a pesar de que en su investigación
establezca la responsabilidad de los altos funcionarios
públicos a los que se les imputan tales transgresiones, no
puede hacer nada al respecto. Es el Congreso y no la Corte a
través del juicio político el que puede remover a un
funcionario al exigirle responsabilidad política por
violaciones graves a los derechos de los gobernados. Es la
CNDH la que debe hacer esa investigación, y el Congreso
actuar en consecuencia aplicando la sanción que proceda de
acuerdo a la gravedad del caso.
Las Leyes de Reforma: su actualidad
Ministro Sergio A. Valls Hernández

La Corte y la reforma del Estado (II)


Organización Editorial Mexicana
22 de abril de 2010

El estado de emergencia

Dentro del marco de la reforma del Estado, donde el titular


del Ejecutivo Federal y diversos grupos parlamentarios han
presentado propuestas de renovación a la estructura del
mismo, me avocaré en estas líneas a un punto en el que se
toca una atribución al Poder Judicial en materia de Derechos
Humanos, la cual, consiste en reformar la cuestión del
"estado de emergencia".

Dicha reforma presentada por el Grupo Parlamentario del


PRI en la Cámara de Senadores, consiste en limitar la
facultad con la que cuenta el Estado para suspender los
derechos o garantías individuales cuando se enfrente a un
estado de emergencia.
Para efectos de dar mayor claridad a esta exposición,
abordaré brevemente en qué consiste la suspensión de
derechos en un estado de emergencia.

La suspensión de derechos o de garantías, consiste en una


atribución con la que cuenta el Estado para hacer frente a una
situación extraordinaria, la cual, puede presentarse ya sea por
fenómenos naturales (v.gr., terremotos o inundaciones), por
actividades humanas (v.gr., levantamientos civiles), o por
hechos delictivos (v.gr. delincuencia organizada), en la que se
posibilita al Estado para restringir las garantías individuales.
Por ejemplo, si en un determinado territorio de la República
se presenta una situación de delincuencia extrema, se puede
restringir el derecho con que cuentan las personas para
desplazarse por el mismo en determinadas horas, a través de
un "toque de queda".

Ahora bien, la cuestión del estado de emergencia, cobra gran


relevancia en la actualidad ya que diversos diputados y
senadores han propuesto que se restrinjan ciertas garantías en
los estados del norte, como en Chihuahua, por la situación de
inseguridad que se vive.

Es pertinente señalar que actualmente la Constitución en su


artículo 29, otorga prácticamente un "cheque en blanco" al
Estado para decretar las medidas conducentes en un estado de
emergencia, pues puede decidir ampliamente los derechos
que suspenderá, sin prácticamente ninguna limitante.
Así, tenemos que la reforma propone adecuar nuestra
Constitución a algunos principios que han sido reconocidos
en ciertos instrumentos internacionales, como el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y la
Convención Americana de Derechos Humanos.

En este sentido, la reforma propone establecer tres limitantes


a dicha potestad:

a. Establecer una serie de derechos que no pueden


suspenderse: dicha reforma es de gran importancia, ya que la
Constitución actualmente no establece ninguna limitante
respecto de qué derechos pueden restringirse, inclusive se ha
discutido si permite la Constitución, suspender el derecho a la
vida. Por este motivo, es relevante esta propuesta pues
delimita dicha potestad al señalar que no se pueden suspender
algunos derechos como la vida, la integridad personal,
prohibición de la esclavitud, etc.

b. Se establece que la medida debe respetar ciertos principios


como los de proporcionalidad, legalidad, fundamentación y
motivación. Así, la actuación del Estado estará acotada bajo
ciertas directrices reconocidas en otros instrumentos
internacionales, con lo cual, se limitará su actuación a
criterios más objetivos.
c. Se dota a la Suprema Corte de la facultad de revisar de
manera oficiosa la constitucionalidad del decreto de
suspensión de garantías. Este punto reviste suma importancia
ya que inclusive estos actos podrán ser analizados a la luz de
los postulados constitucionales, con lo cual el Máximo
Tribunal podrá garantizar que aun en estos casos, se
salvaguarden los derechos humanos.

Expuesto lo anterior, considero que la figura contenida en el


artículo 29 constitucional, debe actualizarse de manera que se
adecue a las fuentes reales del Derecho, como la situación de
inseguridad imperante en ciertas partes del territorio nacional,
siempre y cuando se delimite la actuación del Estado a través
del respeto a los derechos y principios establecidos en
diversos instrumentos internacionales.
Las Leyes de Reforma: su actualidad
Ministro Sergio A. Valls Hernández

La Corte y la reforma del Estado (III)


Organización Editorial Mexicana
29 de abril de 2010

Si en México se produjera la hipótesis de una acusación sobre


un miembro del Poder Legislativo, el grupo parlamentario del
PRI en el Senado de la República propone que la Corte tenga
competencia para valorar los elementos aportados por el MP
y decidir si ha lugar a la apertura o no del juicio penal
correspondiente -pronunciamiento que, según la propuesta,
automáticamente conduce al cese de la inmunidad procesal
penal del indiciado. La iniciativa de reforma del Estado del
grupo parlamentario de dicho partido en la Cámara de
Diputados no aborda este asunto que tiene que ver con el
fuero constitucional. Tampoco lo hace el Presidente, ni la
iniciativa del PRD.
El tema es muy importante porque, de aprobarse la reelección
de los legisladores, se abrirían dos cuestiones que deben ser
objeto de reflexión: la primera de ellas es si un diputado o un
senador en funciones llegase a cometer delitos electorales
durante su campaña para reelegirse ¿cómo se procedería ante
esta situación dado que gozan de fuero constitucional? La
iniciativa lo resuelve: la Corte le suspende la inmunidad
procesal penal con lo que queda libre la vía para que sea
procesado ante un tribunal de Justicia del Poder Judicial.

La segunda cuestión a reflexionar es la siguiente: el proceso


electoral ya en la fase conclusiva de campaña y jornada
electoral, es sumamente corto -estamos hablando de meses.
Por contraste, el proceso penal es un proceso temporalmente
mucho más prolongado, que cuenta al menos con dos
instancias. En otras palabras en materia penal un proceso se
puede extender más allá no sólo del día de la jornada
electoral y de la toma de posesión del cargo público, sino
incluso después de concluir el periodo de servicio del
legislador de tres o seis años según sea.

¿Cómo inhibir los delitos cometidos por los propios


legisladores o incluso por un presidente de la República en
funciones? y ¿cómo limpiar un proceso electoral al tiempo
que las campañas electorales se desarrollan? En este contexto
es que se entiende cómo resolvía el derecho constitucional
mexicano tal problema hasta antes de que se judicializara la
materia electoral en 1996 y se afinaran los tipos penales
electorales: por la vía de la responsabilidad política y no de la
responsabilidad penal. Seguíamos entonces el modelo
estadunidense.

En ese país, todos lo recordamos, el presidente Nixon se vio


obligado a renunciar por supuestamente pervertir las leyes
electorales durante su proceso de reelección. La maquinaria
del impeachment -el equivalente a nuestro juicio político- se
había echado a andar. Después del juicio político, que de ser
condenatorio separaría a Nixon del cargo, seguiría el proceso
penal. Por disposición de la Constitución, la resolución del
juicio político es inapelable, lo que lo convierte en un juicio
de una sola instancia.

Bajo este sistema de responsabilidad política, impartido por


las cámaras del Congreso, el proceso electoral en curso se
limpiaba en un periodo relativamente corto antes de que se
tomara posesión del cargo o ya durante el mismo. La misma
solución descrita para el presidente se aplicaba igualmente a
los legisladores que, en la búsqueda de su reelección, llegasen
a violar el derecho de libertad de elegir de los ciudadanos
establecido en la Constitución. Después daba inició al
prolongado proceso penal que podía llevar a la privación de
la libertad del responsable, pero era la exigencia de
responsabilidad política lo que permitía reaccionar con
celeridad ante un presunto violador de las normas electorales,
a fin de que no ostentara el cargo de elección popular
obtenido fraudulentamente.

Siguiendo el modelo estadunidense, la Constitución de 1857


y la actual de 1917 estipulaban que la calificación de las
elecciones era una potestad del propio Poder Legislativo.
Esto es, el propio Poder Legislativo determinaba quién había
cumplido con la Constitución y con la ley para acceder a un
cargo de representación popular; el Poder Legislativo podía
no admitir a un candidato a legislador que hubiese ganado la
elección en forma fraudulenta. Pero la reforma constitucional
en materia electoral de 1996 -por explicables y justificadas
razones que tenían que ver con su predominio por un solo
partido político- suprimió esta competencia del Poder
Legislativo, y se la transfirió al Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación. Tal esquema no producía ningún
conflicto porque la no reelección de los legisladores hacía
imposible que el propio legislador violara la norma y se
planteara el doble problema -como el que preveía el abrogado
modelo anterior- de: (a) como suspenderle de su fuero en
caso de violar las normas electorales y; (b) cómo evitar que
un legislador llegara al Congreso violando la Constitución y
la ley electoral, mediante un proceso diferente al proceso
penal que consume mucho tiempo. Por ello considero que, de
aprobarse la reelección de los legisladores, este es un tema de
la reforma del Estado que merece reflexión. Los tribunales de
justicia -incluida la Corte- obligados por el principio de
presunción de inocencia en materia penal, no podrían separar
a un legislador de su cargo sin antes agotar todo el proceso
penal.

Las Leyes de Reforma: su actualidad


Ministro Sergio A. Valls Hernández

La Corte y la reforma del Estado (IV)


Organización Editorial Mexicana
6 de mayo de 2010

La iniciativa de reformas a la Constitución que el presidente


de la República presentó al Congreso de la Unión incluye una
propuesta a fin de otorgar a la Suprema Corte de Justicia de
la Nación la potestad de iniciar leyes en materias de su
competencia. El Presidente recoge con ello una proposición
que ha partido originalmente de algunos ministros de la
Corte, y de jueces y magistrados del Poder Judicial federal así
como de abogados litigantes.
El sentido común parece animar esta iniciativa. Los
simpatizantes de la misma asumen con razón que es el propio
Poder Judicial el que observa día con día los problemas de la
administración de la justicia -los que sufren en carne propia,
entre ellos la recarga de trabajo y el rezago judicial. Se afirma
que dichos problemas son derivados en alguna medida tanto
de la organización del Poder Judicial, como de los
procedimientos por medio de los cuales se administra justicia.
Problemas de este tipo desde luego se pueden resolver si no
completamente, sí en forma por demás significativa, con la
reforma de ciertas leyes de organización y de procedimiento.

Ahora bien, para sostener la inteligencia de tal propuesta, sus


promotores esgrimían que la competencia que se pretende
atribuir a la Corte está ya reconocida a varios tribunales de
justicia de los poderes Judiciales de los estados por sus
respectivas constituciones -argumentos que se recogieron en
la iniciativa presidencial. Concretamente, son veintinueve los
tribunales de justicia estatales que gozan ya de la misma.

Sin embargo habría que considerar que, de aprobarse la


reforma constitucional que se propone, nada garantiza que
una iniciativa de reforma a las leyes de organización judicial
o procesales presentada por la Corte sea aprobada por el
Poder Legislativo; es más, ni siquiera garantiza que la
iniciativa se estudie, discuta y resuelva, ya sea a favor o en
contra de la misma. De tal suerte que si la iniciativa desde su
formación no cuenta con la simpatía de un número
importante de legisladores de diferentes partidos o de un
grupo parlamentario en concreto, la potestad de iniciativa que
se otorgue a la Corte podría ser intrascendente.

Ahora bien, hay aún otro problema con la propuesta -quizá


todavía de mayor calado-, ya que puede repercutir en el
prestigio de la Corte como custodio imparcial de la
Constitución. El problema es el siguiente: en caso de
aprobarse una ley iniciada en la Corte, previsiblemente se
podría presentar el supuesto de que se impugnara la
constitucionalidad de la ley ante la propia Corte. Ello
convertiría a la Corte en juez y parte, y se comprenderá que
su resolución difícilmente podría optar por la
inconstitucionalidad. Este no es el caso con la posible
impugnación de leyes iniciadas por los poderes Judiciales de
los estados, pues éstas se pueden recurrir ante un órgano
diferente al mismo que las generó: a los tribunales del Poder
Judicial de la Federación, entre ellos a la Suprema Corte de
Justicia de la Nación.

Por último advierto una asunción en la propuesta de otorgar


potestad de iniciativa de ley a la Corte, que no comparto: que
no existe una comunicación ágil y respetuosa con el Poder
Legislativo. Prueba de que sí existe tal comunicación es que
el presupuesto de egresos de la Corte y del Poder Judicial se
tiene que explicar y justificar cada año ante los legisladores, y
éstos han venido siendo muy receptivos a los planteamientos
del Poder Judicial en esta última década. Por las razones
señaladas, y bajo la hipótesis que prospere la iniciativa del
Presidente sobre la reelección de los legisladores, quizá la
permanencia de diputados y senadores por periodos de doce
años en las respectivas comisiones de justicia de las Cámaras
del Congreso de la Unión -vía la reelección- pueda contribuir
a una mayor especialización de sus miembros de la que ya
existe, así como a incrementar aún más su sensibilidad a los
temas que preocupan a los ministros de la Corte y en general
a los jueces y magistrados del Poder Judicial de la Federación
y a los abogados que defienden en juicio los intereses de sus
clientes.

Las Leyes de Reforma: su actualidad


Ministro Sergio A. Valls Hernández

La Corte y la reforma del Estado (V)


Organización Editorial Mexicana
13 de mayo de 2010

En diciembre de 1994 se promovió una exitosa reforma a la


Constitución consistente en el reforzamiento de la potestad de
control constitucional de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación. Es así que, en adición a la controversia constitucional
y al juicio de amparo ya reconocidos desde el siglo XIX por
el constitucionalismo mexicano, en la víspera del siglo XXI
se incorporó a la Constitución un nuevo instrumento procesal
para su defensa: la acción de inconstitucionalidad.
No parece haber duda del éxito combinado que han tenido
estos tres instrumentos procesales: para el año 2000 cuando el
PAN ganó la Presidencia de la República, la Corte había
sustituido eficazmente el arbitraje metaconstitucional entre
poderes que por práctica política había construido el
presidencialismo mexicano en el siglo pasado. (Actualmente
y en línea de continuidad con el mejoramiento del arbitraje
entre poderes del Estado mexicano, se piensa en la posible
incorporación de los órganos constitucionales autónomos a la
lista de sujetos legitimados para intentar controversias y
acciones de inconstitucionalidad, de tal manera que tengan
una vía institucional para proteger su autonomía y
competencias frente a otros poderes u órganos
constitucionales -medida que me parece ir en la línea
correcta).

La reforma de 1994 disparó todo un movimiento de reflexión


sobre la justicia constitucional mexicana y su mejoramiento,
que no ha cesado hasta el día de hoy. Uno de sus más
importantes logros han sido las propuestas de reforma a la ley
de amparo que se encuentran en la fase final de su
procedimiento legislativo. Sobresale de dicha iniciativa de
ley la propuesta de otorgarle efectos generales a la resolución
judicial que declare la inconstitucionalidad de una ley por la
vía del amparo. De ser aprobada, con un solo juicio de
amparo se anulará una ley inconstitucional y no se aplicará a
nadie más -lo que garantizará el derecho de los mexicanos de
igualdad ante la Constitución y la ley-, y también contribuirá
enormemente en el ahorro de recursos pues de acuerdo al
modelo actual un mismo asunto puede conocerse varias veces
por los tribunales del Poder Judicial de la Federación, incluso
varios cientos de veces.

Otras propuestas de reforma importantes se encuentran en


proceso de reflexión entre los ministros que integramos esta
Corte, así como en el foro, y en la academia -como el control
previo de constitucionalidad de los tratados internacionales.
El propósito de este instrumento procesal es que la Corte
exprese su opinión sobre la posible incompatibilidad de un
proyecto de tratado internacional con la Constitución, pero
antes de que el tratado se perfeccione y surjan ineludibles
responsabilidades internacionales para el Estado mexicano.
Otros países latinoamericanos y europeos con constituciones
más jóvenes que la mexicana han incorporado esta figura que
obliga, o bien a que se corrija el tratado, o bien a que se
reforme la Constitución.

Todas estas medidas que tienen que ver con el


perfeccionamiento de nuestros instrumentos procesales de
naturaleza constitucional para garantizar la supremacía de la
Ley Fundamental, son desde luego de aplaudirse. Pero este
encomiable esfuerzo de reingeniería institucional puede no
cumplir sus objetivos a plenitud si al mismo tiempo no se
libera a la Corte de tareas de control de legalidad que pueden
ser atribuidas a otros tribunales del Poder Judicial, de suerte
tal que la Corte pueda concentrarse únicamente en su función
de control constitucional. Desde hace varias décadas se han
dado pasos en este sentido pero no se ha tomado la
determinación de concluirlo en definitiva, y creo que ha
llegado el momento de hacerlo en el marco de la reforma del
Estado.

Coincido con quienes han sugerido crear un Tribunal


Superior Colegiado que tenga esta encomienda. Como su
nombre lo indica, dicho tribunal estaría por encima de los
tribunales colegiados, y por debajo de la Corte. Su cometido
sería servir como tribunal de legalidad de última instancia, lo
que significaría que -al tiempo que en él se descarga la tarea
de la Corte de estos asuntos-, se crea un órgano jurisdiccional
encargado de la uniformidad en la interpretación de la ley de
todos los circuitos judiciales del país y por consiguiente en su
aplicación.

El Tribunal Superior se encargaría de derramar la


interpretación constitucional de la Corte sobre derechos
fundamentales en los asuntos de legalidad que conocen todos
los tribunales del Poder Judicial de la Federación. En adición,
al interpretar leyes, el Tribunal Superior también crearía su
propia doctrina judicial -para no llamarle jurisprudencia-, con
efecto vinculante hacia el resto de tribunales de menor
jerarquía. Ello contribuiría tanto a garantizar con bastante
más eficacia el derecho de igualdad ante la ley, como la
eficiencia del Poder Judicial de la Federación y por tanto el
rendimiento de las aportaciones de los contribuyentes. Aún
sería necesario ocuparse de la justicia en el ámbito de los
estados, a lo que dedicaré mi reflexión de la próxima semana
en El Sol de México.

Las Leyes de Reforma: su actualidad


Ministro Sergio A. Valls Hernández

La Corte en la reforma del Estado (VI)


Organización Editorial Mexicana
20 de mayo de 2010

La tarea de control de legalidad del Tribunal Superior


Colegiado permitiría a la Corte asumir como tarea única la
interpretación de la Constitución mediante los instrumentos
procesales de la controversia constitucional, la acción de
inconstitucionalidad y el juicio de amparo. Pero aún sería
necesario incorporar a los poderes judiciales de los estados en
las tareas de control de constitucionalidad y de legalidad
como instancias finales de los asuntos de su competencia,
tanto por coherencia con nuestro esquema federal, como por
tratarse de una medida que incrementaría notablemente la
eficiencia y calidad en la administración de justicia del
Estado mexicano. Para ello es necesario racionalizar el
amparo y concretamente reducir el uso del amparo directo.

Advierto sin embargo que las ideas que a continuación


expreso deben obedecer a un plan maestro de mediano y
largo plazo de transformación del Poder Judicial federal y de
los estados que requiere necesariamente de planeación
presupuestal y de la enseñanza del derecho del Estado
mexicano como medidas que deben acompañar a la tarea
legislativa federal y de los estados. Las complicaciones que
en estos últimos años se han presentado en la instrumentación
de los juicios orales en el ámbito de los estados debe servir de
experiencia para planear conjuntamente con ellos una ruta
crítica en la que se considere la profesionalización de los
poderes judiciales de los estados, los ministerios públicos, los
abogados litigantes, y en general de todos los operadores
jurídicos, sin descuidar aquellos que en las escuelas de
derecho forman a los nuevos abogados.

Habiendo hecho este señalamiento considero que, en primer


término, la justicia constitucional local debe extenderse a
todos los estados. La primera razón que presento como
motivo de mi propuesta es que la Corte no puede conocer y
resolver en tiempo real de los estados los asuntos que elevan
a su consideración los ciudadanos o actores políticos de los
estados, sino tan sólo en forma diferida. La Corte tiene una
agenda muy apretada de tal manera que asuntos
verdaderamente críticos para un estado, pero no para los
demás o para la federación, deben esperar con paciencia a ser
atendidos en el seno de la Corte -a veces con graves
consecuencias que afectan la gobernanza democrática de un
estado.

Tal dificultad se puede resolver si los tribunales superiores de


justicia se hacen cargo de sus propios asuntos de
constitucionalidad. Para ello desde luego, además de los
instrumentos de justicia constitucional local, debe preverse la
forma de designación de los magistrados para garantizar su
independencia de los otros poderes en cada uno de los
estados y particularmente de los gobernadores.

Por cuanto a la acción estatal de inconstitucionalidad y al


juicio local de amparo -que ya existe en varios estados-,
algunos han expresado ciertos temores. Apuntan que ello
puede propiciar una interpretación arbitraria de derechos de
la constitución estatal que cuentan con un derecho homólogo
reconocido en la Constitución federal, lo que en forma
indirecta implicaría la violación a la Constitución federal.
Entiendo estos temores, pero no los comparto; y como no
podía ser de otra manera, asumo además que toda propuesta
de reforma a la justicia constitucional y de control de
legalidad de los estados -como la que yo hago-, debe
garantizar que no se viole la Constitución federal.

En mi opinión, como ya lo he expresado con anterioridad en


foros académicos, la garantía de uniformidad interpretativa
de los derechos de la Constitución federal y su proyección a
los estados puede venir de la mano de lo que he llamado la
"interpretación constitucional estatal bloqueada". Esta técnica
consiste dicho en términos muy gráficos y simples, en que el
tribunal superior de justicia, al conocer un asunto local que
inevitablemente tiene que ver con interpretación de derechos
reconocidos en la Constitución federal, debe "clonar" en su
sentencia la interpretación que de ese derecho ha hecho la
Corte. Al proceder de esta manera, el Tribunal Superior de
Justicia no sólo defiende su constitución local sino también
en forma indirecta la federal. Su margen de interpretación de
los derechos está bloqueada por la interpretación que la Corte
hace de los derechos de la Constitución federal,
interpretación que le es vinculante. En mi siguiente
comentario de El Sol de México me ocupo de cómo
actualizar el control de legalidad en los estados en
consonancia con su control constitucional local, de forma tal
que todos los jueces locales del país participen en la
"aplicación" difusa de la Constitución federal -no en la
"interpretación" difusa de la Constitución federal, a la que sí
se le debe tener temor.

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