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El enigma entre la realidad y la fantasía

El reivindicador de los ayudantes

“La distancia le hace bien a la imaginación”

Calificado como escritor de policiales, Pablo De Santis se despega de


los crímenes enigmáticos para hacer de su última novela una historia
fantástica en la Buenos Aires de mediados del siglo XX. “Nunca
cambié de género, siempre con lo fantástico, las tramas policiales,
literatura no seria”, bromea y a la vez reivindica: “Argentina tiene la
particularidad de que nuestros grandes escritores hicieron literatura
de género”.

Para llegar a la facultad de Filosofía y letras hay que tomar el subte de la línea
A. La línea A es la que recorre bajo tierra Avenida de Mayo, la avenida en la
cual los anticuarios montan sus librerías llenas de recuerdos y secretos para
coleccionistas, fanáticos y nostálgicos. La línea A es la que toma Esteban Miró
para llegar al viejo edificio de la facultad de Filosofía donde funcionaba el
Instituto de Literatura antes del derrumbe, la línea en la que se siente tan
cómodo para leer. La línea A es la de los vagones de madera desvencijados, la
que tiene puertas que se abren manualmente, la que está iluminada con luces
amarillas irradiadas por focos dentro de una tulipa, la que nos traslada a una
Buenos Aires de otros tiempos, viejos tiempos. La línea A es la que Pablo De
Santis, escritor y guionista, prefiere para realizar sus lecturas, y sus escrituras
por qué no.

Y entre ciudades modernas, subtes antiguos, muy cerca de la Facultad de


Filosofía, en el barrio de Caballito, su barrio de toda la vida y responsable de
varias de las referencias históricas y geográficas dentro de sus novelas, De
Santis recibe a EL CRUCE para contar cómo desarrolla sus obras, cómo concibe
el enigma y por qué prefiere a Watson antes que a Holmes.

-¿Cómo surge esta vocación de escribir?

Empecé a escribir cuando tenía 12 años Me gustaba mucho leer los cuentos de
Borges de Ray Badbury, imitando un poco eso empecé a escribir cuentos de
fantasía y de misterio. Eso que se puede escribir a los doce años… y ahora
como que sigo haciendo lo mismo. En realidad nunca cambié de género,
siempre con lo fantástico, las tramas policiales, literatura no seria.
-Usted dice Literatura no seria, ¿es válida esta distinción?

Yo lo digo en broma. Realmente para mí no tiene sentido plantear estas


distinciones porque son cuestiones históricas del momento. Por ejemplo, esto
lo contaba siempre Borges, Shakespeare era un autor popular que se dedicaba
al teatro, y cuando recopiló sus obras y lo titula “Obras”, sus rivales se burlan
de él porque si eran obras de teatro como les iba a poner “obras” como si se
tratara de poemas de ensayos, de cosas serias.

-Retomando el tema vocacional, además de un gusto por hacerlo, ¿de qué


forma llega a hacerlo de forma profesional?

Empecé estudiando Letras en la Universidad de Buenos Aires y a trabajar como


periodista siendo joven. Trabajé en la revista Sur, una publicación de izquierda
que duró muy poquito y estuve varios años en la revista Radiolandia donde
hacía entrevistas a la farándula. Ahí lo conocí a Fabián Poloseki, con quien nos
hicimos muy amigos. Con él hicimos el programa de televisión Del otro lado
desde 1993 hasta 1995, mezclaba la ficción con el periodismo y tuvo mucho
impacto. Fue un programa que todavía sigue teniendo influencia como forma
de narrar. Después fui jefe de redacción en la revista Fierro. Yo publicaba ahí
desde 1984 y estuve hasta que cerró aquella primera etapa. Después pude
dejar el periodismo y dedicarme a escribir.

-Al momento de escribir, ¿cómo desarrolla el enigma central, cómo nacen sus
novelas?

A mí se me aparece primero muy fuerte el ambiente donde va a ocurrir la


historia, más que el argumento. Voy pensando las novelas mucho por el
ambiente.

-Y en el caso de Filosofía y letras ¿cuánto tuvo que ver su paso por esa
facultad?

Si bien cuando yo estudiaba ya no funcionaba el edificio viejo allá en la calle 25


de mayo, esa novela se me ocurrió cuando visité el edificio viejo y vi un salón
completamente lleno de monografías, tesis, papeles hasta el techo. Uno se
preguntaba si un edificio podía aguantar todo ese peso. Y con ese recuerdo fui
ideando la novela.

-Eso en el caso de las tramas centrales, pero en El enigma de París cada unos
de los detectives cuenta un caso que haya resuelto a propósito de qué es el
trabajo para ellos. ¿Cómo ideaste cada caso? Porque tuviste que idear para un
solo libro un montón de enigmas.
Yo quería que esa novela, más allá de contar una historia, que tuviera algo de
cónclave, de reunión, de gente que discute, un poco como el banquete de
Sócrates. Entonces quería que todos tuvieran diferentes opiniones sobre el
enigma y que cada uno lo ilustrara con un caso. A mí me parece que en cada
novela hay una especie de tensión entre la forma corta y la forma larga. Es la
gran tensión que hace que una novela tenga corazón y que sea un libro largo
naturalmente, porque hay una gran tensión que la recorre. Y a la vez la forma
corta, los cuentos que encierra.

-¿Es esa su concepción de la novela?

Me parece que así nace históricamente, se me ocurre el Cameron de Bocaccio,


si bien es una tradición él inventa la historia central de la peste y de los
personajes. Algo de esto siempre tiene la novela, el equilibrio.

-Cada uno de los personajes tiene su concepción del enigma, ¿cuál es la suya?

Para mí es la más obvia: el rompecabezas.

-Desde este punto de vista usted ya vio el rompecabezas armado, ¿su trabajo
es desarmarlo y entregar piezas al lector de a poco para que lo reconstruya
junto con el detective?

Si. Yo el final más o menos o tengo pensado. Para mí, de todas formas, el
Enigma de París, al margen del enigma es una relación entre maestro y
discípulo. Entonces esa idea recorre toda la novela, está al principio y en la
resolución. No me gusta que la novela se termine cuando se descubre al
asesino.

-Ya que menciona la relación detective – discípulo, en ese caso, como en


Filosofía y letras o La Traducción, el protagonista de la novela no es el
detective sino quien sería su ayudante, pero que a la vez es el que resuelve el
misterio. ¿Es un reivindicador de los adláteres?

A mí siempre me resultó simpático el papel del Doctor Watson. Porque es el


tipo razonable, buena persona, entonces me resultaba más simpático que
Sherlock Holmes, además es el que escribe la historia. Lo que me gusta es esa
capacidad de hacer frente a las cuestiones prácticas de la vida.

-El detective tiene siempre ese rasgo como de estar al límite de lo permitido,
muchas veces sobrepasarlo en su vida privada.

Claro, por un lado la razón para la solución del enigma, pero por el otro son
locos. El detective de Poe que está en El escarabajo de oro, también es una
especie de loco. Ahí está la diferencia de la inteligencia aplicada a cuestiones
abstractas o ajenas a la subjetividad del individuo y la inteligencia aplicada a la
vida verdadera. Sherlock Holmes su vida es un desastre, no le conocemos una
pareja estable, una organización, se droga. No es un ejemplo precisamente.

-En general no hay mujeres detectives, ¿por qué?

En El enigma de París hay una que es muy importante, pero es un mundo muy
machista que no la acepta. En el libro cuando el grupo de detectives se entera
que uno de ellos tiene una ayudante mujer lo expulsan del círculo.

-¿Nunca pensó en romper con el machismo de ese ámbito y tener una mujer
protagonista?

En un par de cuentos largos lo hice. Uno se llama El silencio de Emma, está


contado por una mujer de cierta edad. Y es un cuento que muchas veces pensé
en hacer una novela. Es una historia que me gusta la idea, pero también me
parece que es un cuento en el que hay demasiadas cosas metidas apretadas.

-Tampoco hay demasiado romance en sus novelas, está pero como escondido.

Los anticuarios es una novela romántica. Pero en casi todos hay una historia de
amor. A veces más oculta pero siempre está.

-Dice Arzaky, uno de los detectives de El enigma de París, que el crimen


pasional es el peor. ¿Coincide con él?

Esa es una apreciación del personaje, y que incluso él comete un crimen


arrastrado por la pasión, aunque trata de ocultar que el núcleo sean los celos.

-Pero en gran parte de los policiales se plantean crímenes en serie que son
desafíos intelectuales, relación con lo simbólico.

Lo que se encuentra en muchas novelas es el tema de la falsa serie, hay una


serie pero la verdadera intención es hacer caer al detective en una trampa,
está en Crímenes imperceptibles de Guillermo Martínez. Y está en el libro de
Agatha Christie, Los asesinatos en la vía del ferrocarril.

-Cuando se plantean enigmas relacionados con lo simbólico suele aparecer lo


esotérico o lo oculto. Pasa en La Traducción con la Lengua del Aqueronte, con
ciertas simbologías en El enigma de París, mucho que tiene que ver con el
pasado, en esos casos ¿cómo construye ese conocimiento?

Siempre son cosas que uno más o menos conoce, que alguna cercanía tiene.
Todo lo que es el mundo intelectual me resulta fácil. En las novelas uno tiene
que inventar como ciertos campos del saber. Pero uno siempre tiene que darse
cuenta de qué es lo que sirve narrativamente, no sirve poner información
porque si.

-¿Y en cuanto a los datos históricos cómo lo maneja?


A mí me cuesta mucho escribir mientras voy consultando cosas. Me resulta
más fácil hacer la trama y después tratar de ir solucionando los errores, los
anacronismos.

-Sus novelas tienen elementos fantásticos, unas más que otras, sobre todo la
última (Los anticuarios), pero tienen una fuerte dosis de realidad, no inventa
escenarios irreales. Si bien algunos son lejanos en el tiempo, siempre nos son
familiares.

Claro, hay algunas que son fantásticas y otras netamente policiales. Pero a mí
siempre me gustó realzar la literatura de género y creo que en Argentina tiene
un lugar muy importante, en otros países se toma como algo menor pero
Argentina tiene la particularidad de que nuestros grandes escritores hicieron
literatura de género. Borges escribió cuentos policiales y fantásticos, Bioy
Casares, Cortázar. Está muy ligada la literatura argentina a estos géneros.

-¿Le lleva mucho tiempo corregir las novelas?

Si, cada vez más con el paso de los años. Cuando era joven tenía mucha
ansiedad por publicar. Ahora no me pasa.

-Y cuando lee lo que ya publicó, ¿le cambiaría cosas?

Si. Como muchas de mis novelas no pasan estrictamente en el presente


siempre encuentro algo. La otra vez mi padre que había leído Los anticuarios
me dijo que había un error, que en el año 50 no existían los semáforos en
Buenos Aires. Y después yo me acordé de la imagen del policía en las garitas,
pero el semáforo es algo muy presente, entonces no se nos ocurre que no
estén.

-¿Por qué elige que sus novelas no sean tan actuales?

No sé, incluso muchas de las novelas inéditas se dan como mucho en 1989,
pero hay tantas cosas que han cambiado. Me es un poco incómodo el presente
estricto porque hay que ser más realista, el tema del celular, de Internet. En la
novela uno podía hacer mover a los personajes para buscar información, para
averiguar algo. Ahora no sabría qué hacer para moverlos.

-¿Cree que se perdería algo de acción?

Si, además esto de contar la historia de alguien frente a una computadora en


vez de que vaya a una casa, mire.

-¿El género no se presta a las historias actuales, cree que el lector se resiste a
esa combinación?

Claro, además uno tiene a un lector que va a corregirte detalles. En cambio


una vez que tenés cierta distancia… es como recortar. Es como contar un
cuento, todos los cuentos empiezan con “Había una vez un rey…”. Para mí
escribir es eso, es contar un cuento con un rey, una princesa, un dragón, uno
no cuenta cuentos con lo más inmediato. Me parece que esa distancia le hace
bien a la imaginación.

-La distancia aparece en algunas novelas con escenarios poco precisos, pero
casualmente en su última novela, que es la más fantástica, es en la que
aparecen referencias temporales y geográficas más marcadas: sucesos
políticos de la Buenos Aires de los 50, nombres de calles, de confiterías, de
editoriales y diarios. ¿Cómo maneja el equilibrio entre ficción y realidad?

En ese caso salió solo. Me gustó reconstruir esa Buenos Aires, mirando los
edificios y sus calles. Y desde mis recuerdos en la editorial Abril reconstruí lo
que eran las redacciones de los ´80 que se parecían más a las de los ´50 que a
las de ahora.

-¿Así nacen Los anticuarios, de sus recuerdos de las redacciones?

El principio lo tenía escrito desde hace mucho tiempo, pero no sabía para
dónde llevar la historia. Hace poco lo convertí en una historia de vampiros. La
combinación sale porque yo quería escribir una novela de vampiros pero que
tuviera algo personal, que no sea una historia de colmillos y castillos.

-Los recuerdos parecen muy importantes, ¿recurre mucho a sus impresiones


de la infancia y la adolescencia?

Sí, yo creo que es mejor escribir así siempre que uno lo sienta. Creo que en
todo tiene que haber una parte de imaginación y una parte de experiencia. Si
uno cuenta solamente con lo que se informó de una época, no resulta
convincente, siempre tiene que haber algo de introspección, uno tiene que ver
dentro suyo qué recuerdos tienen que ver con lo que se cuenta.

-En más de una ocasión hace referencia a la línea A del subte, ¿eso tiene que
ver con haber vivido en Caballito toda la vida?

-Puede ser. Yo siempre viví por acá, cerca de donde guardan los vagones. Así
que muchas veces veo el subte hasta en la calle. Para mí el subte fueron mis
primeras salidas solo, las salidas a la calle Corrientes, cuando tenía 12 o 13
años, iba con el subte.

-De todas sus novelas, ¿alguna tiene más de usted?

Yo creo que todos tienen algo, no me quedo con ninguno en particular. Si te


puedo decir cuál tiene menos, La sexta lámpara. Es una novela que la veo y
me parece escrita por otra persona. Es una novela cuya trama no tiene nada
que ver conmigo, que le dediqué mucho trabajo. Pero está contada en tercera
persona, cuando a mí me gusta contar en primera.
-¿Existe alguna diferencia en escribir para grandes o para adolescentes y
chicos?

Hay algo que me hace saber si lo que estoy escribiendo va a ser un libro para
chicos o no. Pero no son muy distintas las novelas, quizás al principio sí, pero
ahora ya no.

-¿Le gustaría que alguno de sus libros se transforme en película?

Siempre hay proyectos, pero no me desespera porque siempre el cine es un


riesgo muy grande. Si sale mal puede que la buena imagen del libro quede
cubierta por una mala imagen de la película. Puede ser algo muy bueno, pero
también algo muy malo.

Cuadro cómics

“Con los guiones me parece muy importante el dibujante, eso es fundamental.


No puedo escribir una historia y que después alguien la dibuje”, explica De
Santis. En la actualidad está haciendo una historieta con Max Cachimba para
ADN que se llama La cazadora de libros. “Yo lo conozco desde que él tenía
quince años, de la revista Fierro, y sé que tiene un humor absurdo y poético
muy particular, entonces uno no puede hacer una historieta realista”, agrega.
Además escribe para la revista Fierro Justicia poética, la historia de un viejo
poeta que se dedica a matar criminales y le dedica a cada uno un poema a
modo de epitafio. “Es otra cosa totalmente opuesta, es una historia realista
que no tiene nada que ver con lo otro porque son distintos dibujantes”, aclara.

-¿Nunca se dedicó a la poesía?

No, a veces nada más aparecen en los libros motivados por la historia, pero no.

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