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Para llegar a la facultad de Filosofía y letras hay que tomar el subte de la línea
A. La línea A es la que recorre bajo tierra Avenida de Mayo, la avenida en la
cual los anticuarios montan sus librerías llenas de recuerdos y secretos para
coleccionistas, fanáticos y nostálgicos. La línea A es la que toma Esteban Miró
para llegar al viejo edificio de la facultad de Filosofía donde funcionaba el
Instituto de Literatura antes del derrumbe, la línea en la que se siente tan
cómodo para leer. La línea A es la de los vagones de madera desvencijados, la
que tiene puertas que se abren manualmente, la que está iluminada con luces
amarillas irradiadas por focos dentro de una tulipa, la que nos traslada a una
Buenos Aires de otros tiempos, viejos tiempos. La línea A es la que Pablo De
Santis, escritor y guionista, prefiere para realizar sus lecturas, y sus escrituras
por qué no.
Empecé a escribir cuando tenía 12 años Me gustaba mucho leer los cuentos de
Borges de Ray Badbury, imitando un poco eso empecé a escribir cuentos de
fantasía y de misterio. Eso que se puede escribir a los doce años… y ahora
como que sigo haciendo lo mismo. En realidad nunca cambié de género,
siempre con lo fantástico, las tramas policiales, literatura no seria.
-Usted dice Literatura no seria, ¿es válida esta distinción?
-Al momento de escribir, ¿cómo desarrolla el enigma central, cómo nacen sus
novelas?
-Y en el caso de Filosofía y letras ¿cuánto tuvo que ver su paso por esa
facultad?
-Eso en el caso de las tramas centrales, pero en El enigma de París cada unos
de los detectives cuenta un caso que haya resuelto a propósito de qué es el
trabajo para ellos. ¿Cómo ideaste cada caso? Porque tuviste que idear para un
solo libro un montón de enigmas.
Yo quería que esa novela, más allá de contar una historia, que tuviera algo de
cónclave, de reunión, de gente que discute, un poco como el banquete de
Sócrates. Entonces quería que todos tuvieran diferentes opiniones sobre el
enigma y que cada uno lo ilustrara con un caso. A mí me parece que en cada
novela hay una especie de tensión entre la forma corta y la forma larga. Es la
gran tensión que hace que una novela tenga corazón y que sea un libro largo
naturalmente, porque hay una gran tensión que la recorre. Y a la vez la forma
corta, los cuentos que encierra.
-Cada uno de los personajes tiene su concepción del enigma, ¿cuál es la suya?
-Desde este punto de vista usted ya vio el rompecabezas armado, ¿su trabajo
es desarmarlo y entregar piezas al lector de a poco para que lo reconstruya
junto con el detective?
Si. Yo el final más o menos o tengo pensado. Para mí, de todas formas, el
Enigma de París, al margen del enigma es una relación entre maestro y
discípulo. Entonces esa idea recorre toda la novela, está al principio y en la
resolución. No me gusta que la novela se termine cuando se descubre al
asesino.
-El detective tiene siempre ese rasgo como de estar al límite de lo permitido,
muchas veces sobrepasarlo en su vida privada.
Claro, por un lado la razón para la solución del enigma, pero por el otro son
locos. El detective de Poe que está en El escarabajo de oro, también es una
especie de loco. Ahí está la diferencia de la inteligencia aplicada a cuestiones
abstractas o ajenas a la subjetividad del individuo y la inteligencia aplicada a la
vida verdadera. Sherlock Holmes su vida es un desastre, no le conocemos una
pareja estable, una organización, se droga. No es un ejemplo precisamente.
En El enigma de París hay una que es muy importante, pero es un mundo muy
machista que no la acepta. En el libro cuando el grupo de detectives se entera
que uno de ellos tiene una ayudante mujer lo expulsan del círculo.
-¿Nunca pensó en romper con el machismo de ese ámbito y tener una mujer
protagonista?
-Tampoco hay demasiado romance en sus novelas, está pero como escondido.
Los anticuarios es una novela romántica. Pero en casi todos hay una historia de
amor. A veces más oculta pero siempre está.
-Pero en gran parte de los policiales se plantean crímenes en serie que son
desafíos intelectuales, relación con lo simbólico.
Siempre son cosas que uno más o menos conoce, que alguna cercanía tiene.
Todo lo que es el mundo intelectual me resulta fácil. En las novelas uno tiene
que inventar como ciertos campos del saber. Pero uno siempre tiene que darse
cuenta de qué es lo que sirve narrativamente, no sirve poner información
porque si.
-Sus novelas tienen elementos fantásticos, unas más que otras, sobre todo la
última (Los anticuarios), pero tienen una fuerte dosis de realidad, no inventa
escenarios irreales. Si bien algunos son lejanos en el tiempo, siempre nos son
familiares.
Claro, hay algunas que son fantásticas y otras netamente policiales. Pero a mí
siempre me gustó realzar la literatura de género y creo que en Argentina tiene
un lugar muy importante, en otros países se toma como algo menor pero
Argentina tiene la particularidad de que nuestros grandes escritores hicieron
literatura de género. Borges escribió cuentos policiales y fantásticos, Bioy
Casares, Cortázar. Está muy ligada la literatura argentina a estos géneros.
Si, cada vez más con el paso de los años. Cuando era joven tenía mucha
ansiedad por publicar. Ahora no me pasa.
No sé, incluso muchas de las novelas inéditas se dan como mucho en 1989,
pero hay tantas cosas que han cambiado. Me es un poco incómodo el presente
estricto porque hay que ser más realista, el tema del celular, de Internet. En la
novela uno podía hacer mover a los personajes para buscar información, para
averiguar algo. Ahora no sabría qué hacer para moverlos.
-¿El género no se presta a las historias actuales, cree que el lector se resiste a
esa combinación?
-La distancia aparece en algunas novelas con escenarios poco precisos, pero
casualmente en su última novela, que es la más fantástica, es en la que
aparecen referencias temporales y geográficas más marcadas: sucesos
políticos de la Buenos Aires de los 50, nombres de calles, de confiterías, de
editoriales y diarios. ¿Cómo maneja el equilibrio entre ficción y realidad?
En ese caso salió solo. Me gustó reconstruir esa Buenos Aires, mirando los
edificios y sus calles. Y desde mis recuerdos en la editorial Abril reconstruí lo
que eran las redacciones de los ´80 que se parecían más a las de los ´50 que a
las de ahora.
El principio lo tenía escrito desde hace mucho tiempo, pero no sabía para
dónde llevar la historia. Hace poco lo convertí en una historia de vampiros. La
combinación sale porque yo quería escribir una novela de vampiros pero que
tuviera algo personal, que no sea una historia de colmillos y castillos.
Sí, yo creo que es mejor escribir así siempre que uno lo sienta. Creo que en
todo tiene que haber una parte de imaginación y una parte de experiencia. Si
uno cuenta solamente con lo que se informó de una época, no resulta
convincente, siempre tiene que haber algo de introspección, uno tiene que ver
dentro suyo qué recuerdos tienen que ver con lo que se cuenta.
-En más de una ocasión hace referencia a la línea A del subte, ¿eso tiene que
ver con haber vivido en Caballito toda la vida?
-Puede ser. Yo siempre viví por acá, cerca de donde guardan los vagones. Así
que muchas veces veo el subte hasta en la calle. Para mí el subte fueron mis
primeras salidas solo, las salidas a la calle Corrientes, cuando tenía 12 o 13
años, iba con el subte.
Hay algo que me hace saber si lo que estoy escribiendo va a ser un libro para
chicos o no. Pero no son muy distintas las novelas, quizás al principio sí, pero
ahora ya no.
Cuadro cómics
No, a veces nada más aparecen en los libros motivados por la historia, pero no.