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"PRESUPUESTOS FILOSÓFICOS E IDEOLOGÍA DE LA LEY DE

EDUCACIÓN UNIVERSITARIA"

Por: Miguel Ángel Mata González

Primero es conveniente que comencemos por hacer una diferenciación entre lo que es la
filosofía y la ideología para luego pasar a revisar la presencia de ambos en la propuesta
de ley de educación superior aprobada por la Asamblea nacional saliente.

Lo primero que debo admitir, es que no existe algo así como “la filosofía”, sino más
bien escuelas filosóficas. El mal de casi todas las corrientes fundadoras de dichas
escuelas, tanto en filosofía, como en ciencias sociales en general, es el de pretender ser
“la filosofía”.

Cada gran autor, hasta bien entrada la modernidad, ha estado poseído de una especie de
furor explicandi. Decir la última palabra y la pretensión de totalidad, son dos grandes
complejos gremiales entre los que cometemos el abuso de dedicarnos a esta tarea con la
sola ayuda de la razón. Suicidios, infartos y hasta la locura ha procurado dicha
propensión tan pretensiosa de explicarlo todo, de contener en un solo sistema de ideas
articulado con bella arquitectura, desde las pasiones, las formas de gobierno, el arte y la
educación.

Nuestra condición epocal se caracteriza por la crisis de dichos sistemas. El proyecto de


la modernidad occidental que pretendió la emancipación humana teniendo como punto
de partida la secularización, se asienta sobre el gran mito fundacional de la historia. Las
dos más grandes utopías occidentales: positivismo y marxismo, parten del supuesto de
la evolución, del progreso de la condición humana; de un estadio arcaico, primitivo,
gobernado por las pasiones y asentado en el mito; a uno racional, asentado en la razón y
la ciencia.

Ya en las últimas horas, algunos tratan de recoger los pedazos del viejo proyecto de la
realización de “lo nuevo”. Contrario a lo que predijo Comte, se observa el contraste en
las sociedades más tecnificadas, un boom de religiosidades que apuntan a revivir los
aspectos justamente más arcaicos del espíritu religioso (lo místico, lo mítico, el
sentimiento tribal). Maffesoli señala que el desarrollo más importante de la sociedad
moderna; Internet, es el contenedor de los aspectos más arcaicos y básicos del hombre:
sexo, religión y la necesidad de relacionarse. Esto en el contexto de las sociedades
llamadas “desarrolladas” de acuerdo a los cánones de la ideología del progreso del
capitalismo.

En la acera del frente de las sociedades socialistas del bloque soviético, luego de un
largo y tortuoso proceso de educación “liberadora” de ese opio del pueblo que es la
religión, observamos que con la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas y la caída del Muro de Berlín, hay una vuelta a las religiosidades de tono
incluso más fundamentalistas.
Ante este panorama, es indispensable para la cultura occidental plantearse los
fundamentos de sus principales modelos civilizatorios. Sobre todo, ese fenómeno de
suplantación de las religiones por las ideologías políticas, que se pretendían, no
filosóficas, sino científicas.

El cientificismo de los tiempos modernos llevó a muchos filósofos con Comte a la


cabeza, a la necesaria conclusión de que había que dar sepultura a la vieja filosofía y
con ella a ese modo de pensar especulativo sin base en lo real, desprovisto de todo rigor.
Para Marx, el tiempo de la filosofía, el de pensar y tratar de explicar la realidad había
pasado, pues llegó la hora de transformarla.

Aunque con una lógica distinta a la positiva, Marx concluye que la ciencia, viene
definitivamente a suplir a la filosofía. No sobre la positividad de lo real, sino sobre la
dialéctica, pero ciencia al fin. Aunque muy distinto al pensamiento positivo, basta tratar
de leer El Capital, para percatarse del titánico esfuerzo de Marx por abandonar la
especulación y fundar su pensamiento político, sobre la base del rigor científico.

Los innegables éxitos en los campos de las ciencias naturales llevaron a los fundadores
de las ciencias sociales de finales del siglo XIX, todos filósofos, a perseguir con suma
ansiedad lograr el status ontológico, epistemológico y político que la ciencia había
ganado a fuerza de experimentos y matematización.

La testomanía psicológica en particular y la cuantofrenia de las ciencias sociales en


general, están sufriendo hoy en día un estrepitoso fracaso a la hora de lograr los
máximos fines de la ciencia: predecir y controlar las acciones humanas y la vida en
sociedad.

La planificación política siguiendo las “leyes del mercado” como si de leyes naturales
se tratara, ha llevado por la vía de la pobreza y la crisis social a nuestros países
latinoamericanos. Las fórmulas neoliberales del Fondo Monetario Internacional, aunque
sin duda calculadas con máxima precisión de Harvard por el flamante ministro de
economía del segundo CAP, no permitieron calcular la variable humana dentro de su
visión macroeconómica. Ahí tenemos El Caracazo, como duro ejemplo de lo que trato
de decir.

Más recientemente, la crisis financiera que vivió el capitalismo, en principio


caracterizada por sus defensores como producto de la falta de moral de algunos
inescrupulosos, ya fue asumida, incluso por el mismo Obama, como sistémica. De esta
forma, podemos pensar que las leyes del mercado no son tan naturales y si requieren de
la intervención humana. Podemos pensar, que la lucha del más apto en el plano de
nuestras sociedades humanas, no sólo puede llevar a la catástrofe económica, sino
también a la ecológica y a la devaluación de la condición humana que es justamente lo
que nos distingue del reino animal.

Por otro lado, la alternativa socialista, como puede verse en el caso del denominado
socialismo real, ha sofocado la iniciativa privada en el contexto de la sociedad civil. Los
síntomas de tal inflamación, de la estatitis crónica que han sufrido los regímenes
socialistas, son entre otros: burocratismo ineficiente, improductividad, control excesivo
del plano privado, pues a diferencia del libre juego de la oferta y la demanda que
pregona la ideología del capitalismo, las políticas económicas socialistas son en
extremo planificadas y dirigidas desde el Estado. De allí los llamados planes de la
Nación desde Lenin.

El máximo empleador es el Estado, dirigido por una vanguardia revolucionaria


encarnada por máximos líderes militares con rango de héroes. Esto es, se trata de
individuos excepcionales, irremplazables, llenos de virtudes carentes en la mayor parte
de los mortales, por lo que es indispensable luchar por mantenerlos en el poder para
conservar el único orden posible de justicia y paz, el socialismo. Recordemos algunas
figuras representantes de dicho socialismo: Lenin, Stalin, Mao, Fidel Castro, todos
dotados sobre todo, de un gran carisma y muchos desafortunadamente, también de
longevidad.

Como la única forma de ganarse la vida es trabajar para el Estado, entonces la mayoría
de la gente intenta no hacer oposición al régimen y de vincularse lo mejor que puedan,
con la crema del partido único, para poder lograr la única vía posible hacia ciertos
privilegios de una sociedad que pregona la ausencia de privilegios. De esta forma, la
mejor manera de ascender es por medio de una red de relaciones y de lealtades
partidistas, más que por méritos personales.

Ambos modelos descritos sucintamente, parten del supuesto de que tienen “la verdad” y
de que esa verdad es de carácter científico, ni siquiera filosófico. De allí que los países
más poderosos de cada uno de los frentes se siente en todo su derecho de intervenir en
la realidad política de otro, pues si existe una sólo verdad y yo la poseo, entonces me
veo en la obligación de intervenir, por “bien” de la humanidad.

Pongamos atención a las múltiples intervenciones norteamericanas en territorio


latinoamericano en nombre de la “democracia” y “el progreso”, así como la invasión de
los chinos al pueblo del Tibet en nombre del “socialismo” y “el progreso”, pues si mi
verdad es “la verdad”, entonces imponerla es casi una obligación.

La ciencia no triunfa sobre la filosofía, sino que se impone el cientificismo como la


verdad, cuando se trata de una filosofía entre muchas. Dicha imposición llevó a finales
del siglo XIX y mediados del XX, cuando las verdades religiosas estaban agotadas para
los hombres de mentalidad moderna, a la justificación extrapolítica de la política. Es
decir, el pensamiento político dejó de ser sometido al debate político desde el mismo
momento en que se enunciaba como verdad científica.

Esto es uno de los elementos fundamentales para que se pase de la búsqueda


deliberativa de la verdad a la imposición del dogma. Esto es precisamente el rasgo más
destacable de la ideología y lo que lo distingue de la filosofía. El filosofar es siempre un
ejercicio de búsqueda, de interrogar y de interrogarse, es más un proceso que un
resultado, se alimenta más de la incertidumbre que de la certeza.
Desde el mismo momento en el que se postule una certeza, se abandona la pregunta para
instalarse en la comodidad de la respuesta, de la verdad universal. Este es el fundamento
de los más grandes totalitarismos del siglo XX, el totalitarismo de mercado, descrito en
la primera parte de este texto y el totalitarismo de Estado, en la segunda. En ambas
visiones, lo que es en definitiva sofocado, es el individuo. Es lo que aparece cada vez
más desdibujado, tragado, o por el engranaje del mercado o del Estado.

Dos grandes maquinarias construidas por el hombre y que terminan por devorarlo.
Inventamos el mercado para el intercambio de bienes y en lugar de servirnos de éste,
quedamos a su servicio. Igual, inventamos el Estado para organizar la convivencia y
luego éste nos devora sin consideración alguna aplanando cualquier atisbo de
peculiaridad. Mary Shelley intuyó en su Frankenstein o el moderno Prometeo, cuál sería
el drama de las sociedades modernas. El Dr. Frankenstein es el arquetipo del hombre
moderno atormentado por los productos de su razón descorazonada.

Tal como lo señalé en un escrito anterior, la ley de educación universitaria aprobada por
la Asamblea Nacional naciente, se erige como un instrumento de lucha del socialismo
contra el capitalismo, un instrumento que permite enfrentar las terribles fuerzas del
capital, con la única arma conocida por el hombre moderno de finales del siglo XIX y
principios del XX, el Estado llevado a su máxima expresión.

Se trata de un instrumento legal que no percibe el paso del tiempo y el agotamiento de


ese discurso maniqueo que tanta sangre ha hecho correr, pues nos mantiene presos en
ese territorio de la guerra ideológica, del enfrentamiento de dos dogmas irreconciliables,
que planteado como está, impide la percepción de los matices y las complejidades de la
contemporaneidad, que ha sido imposible explicar en su totalidad, mucho menos
transformarla en pro de la emancipación del hombre.

Pensar la política y por tanto la educación, en la contemporaneidad, pasa por el retorno


de éstas a la filosofía, a ese juego de la búsqueda de la verdad que es el filosofar, ese
juego de diálogo permanente, de encuentro de mi mismo en la mirada del otro, de amor
a la sabiduría, más que al poder o el conocimiento meramente intelectivo de la ciencia.

Mires propone en un bello texto intitulado: Civilidad, que en tanto las propuestas dejen
de convertirse en dogmas, podremos pasar al replanteamiento, no de determinados
problemas políticos, sino de la política como problema. Maffesoli por su lado, señala
que hoy no vivimos una crisis política, sino una crisis de la política. Desde esta
perspectiva, incluso el viejo lenguaje del que nos servíamos para referirnos a los asuntos
de la polis, de la convivencia, debe ser revisado a fondo, ni que decir de las ideologías
que le sirven de sustento.

A esta hora de la historia en que la fundamentación teórica de las grandes utopías


occidentales han quedado en entredicho, una hora de incertidumbre, en la que el mundo
occidental plantea la necesidad de cuestionar sus fundamentos, mal podríamos en un
país como Venezuela, postular en una ley de educación universitaria, la supeditación del
debate académico a los fines de la construcción de una sociedad socialista, utopía
predilecta de la modernidad.

Por otro lado, considero que es en espacios académicos en donde debemos fomentar
visiones que permitan recomplejizar el problema de la universidad y del país, salir del
estrecho asunto de la guerra entre Estado y mercado y sus respectivos representantes.
Un espacio en el que se permita la discusión real, esto es, sin dogmas.

La ideología y su encerrona dogmática, nos impide el diálogo filosófico a plenitud, un


ejercicio que sin duda nos permitiría construir un instrumento para sobrellevar nuestras
tensiones sociales sin pretender erradicarlas de raíz. La eliminación de la tensión social,
termina en eliminación del otro que se resiste a ser converso.

Reducir el complejo problema de la exclusión escolar a nivel universitario, a la muy


simplona decisión de cupo pleno, es producto de las visiones simplistas y limitadas de
los más vastos y complejos problemas estructurales del país. Para abordar el asunto,
habría que estudiar qué ocurre en los otros subsistemas del sistema educativo, por qué
los egresados de diversificada no saben escribir un párrafo. Qué pasa con la prosecución
en los primeros grados, cuál es la calidad de esa educación primaria.

La propuesta, el restablecimiento del diálogo filosófico, rescatando los matices, saliendo


de la dicotomía blanco – negro. Abriendo así el compás a la infinidad de posibilidades
que brinda el encuentro con el otro sin pretender negarlo, incluso en el caso de que sus
ideas no me sean gratas. Entendiendo por tal diálogo, el ejercicio pleno y consciente del
filosofar y no la imposición de una filosofía. Que deja de ser tal en el mismo momento
en el que sea impuesta.

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