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EDUCACIÓN UNIVERSITARIA"
Primero es conveniente que comencemos por hacer una diferenciación entre lo que es la
filosofía y la ideología para luego pasar a revisar la presencia de ambos en la propuesta
de ley de educación superior aprobada por la Asamblea nacional saliente.
Lo primero que debo admitir, es que no existe algo así como “la filosofía”, sino más
bien escuelas filosóficas. El mal de casi todas las corrientes fundadoras de dichas
escuelas, tanto en filosofía, como en ciencias sociales en general, es el de pretender ser
“la filosofía”.
Cada gran autor, hasta bien entrada la modernidad, ha estado poseído de una especie de
furor explicandi. Decir la última palabra y la pretensión de totalidad, son dos grandes
complejos gremiales entre los que cometemos el abuso de dedicarnos a esta tarea con la
sola ayuda de la razón. Suicidios, infartos y hasta la locura ha procurado dicha
propensión tan pretensiosa de explicarlo todo, de contener en un solo sistema de ideas
articulado con bella arquitectura, desde las pasiones, las formas de gobierno, el arte y la
educación.
Ya en las últimas horas, algunos tratan de recoger los pedazos del viejo proyecto de la
realización de “lo nuevo”. Contrario a lo que predijo Comte, se observa el contraste en
las sociedades más tecnificadas, un boom de religiosidades que apuntan a revivir los
aspectos justamente más arcaicos del espíritu religioso (lo místico, lo mítico, el
sentimiento tribal). Maffesoli señala que el desarrollo más importante de la sociedad
moderna; Internet, es el contenedor de los aspectos más arcaicos y básicos del hombre:
sexo, religión y la necesidad de relacionarse. Esto en el contexto de las sociedades
llamadas “desarrolladas” de acuerdo a los cánones de la ideología del progreso del
capitalismo.
En la acera del frente de las sociedades socialistas del bloque soviético, luego de un
largo y tortuoso proceso de educación “liberadora” de ese opio del pueblo que es la
religión, observamos que con la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas y la caída del Muro de Berlín, hay una vuelta a las religiosidades de tono
incluso más fundamentalistas.
Ante este panorama, es indispensable para la cultura occidental plantearse los
fundamentos de sus principales modelos civilizatorios. Sobre todo, ese fenómeno de
suplantación de las religiones por las ideologías políticas, que se pretendían, no
filosóficas, sino científicas.
Aunque con una lógica distinta a la positiva, Marx concluye que la ciencia, viene
definitivamente a suplir a la filosofía. No sobre la positividad de lo real, sino sobre la
dialéctica, pero ciencia al fin. Aunque muy distinto al pensamiento positivo, basta tratar
de leer El Capital, para percatarse del titánico esfuerzo de Marx por abandonar la
especulación y fundar su pensamiento político, sobre la base del rigor científico.
Los innegables éxitos en los campos de las ciencias naturales llevaron a los fundadores
de las ciencias sociales de finales del siglo XIX, todos filósofos, a perseguir con suma
ansiedad lograr el status ontológico, epistemológico y político que la ciencia había
ganado a fuerza de experimentos y matematización.
La planificación política siguiendo las “leyes del mercado” como si de leyes naturales
se tratara, ha llevado por la vía de la pobreza y la crisis social a nuestros países
latinoamericanos. Las fórmulas neoliberales del Fondo Monetario Internacional, aunque
sin duda calculadas con máxima precisión de Harvard por el flamante ministro de
economía del segundo CAP, no permitieron calcular la variable humana dentro de su
visión macroeconómica. Ahí tenemos El Caracazo, como duro ejemplo de lo que trato
de decir.
Por otro lado, la alternativa socialista, como puede verse en el caso del denominado
socialismo real, ha sofocado la iniciativa privada en el contexto de la sociedad civil. Los
síntomas de tal inflamación, de la estatitis crónica que han sufrido los regímenes
socialistas, son entre otros: burocratismo ineficiente, improductividad, control excesivo
del plano privado, pues a diferencia del libre juego de la oferta y la demanda que
pregona la ideología del capitalismo, las políticas económicas socialistas son en
extremo planificadas y dirigidas desde el Estado. De allí los llamados planes de la
Nación desde Lenin.
Como la única forma de ganarse la vida es trabajar para el Estado, entonces la mayoría
de la gente intenta no hacer oposición al régimen y de vincularse lo mejor que puedan,
con la crema del partido único, para poder lograr la única vía posible hacia ciertos
privilegios de una sociedad que pregona la ausencia de privilegios. De esta forma, la
mejor manera de ascender es por medio de una red de relaciones y de lealtades
partidistas, más que por méritos personales.
Ambos modelos descritos sucintamente, parten del supuesto de que tienen “la verdad” y
de que esa verdad es de carácter científico, ni siquiera filosófico. De allí que los países
más poderosos de cada uno de los frentes se siente en todo su derecho de intervenir en
la realidad política de otro, pues si existe una sólo verdad y yo la poseo, entonces me
veo en la obligación de intervenir, por “bien” de la humanidad.
Dos grandes maquinarias construidas por el hombre y que terminan por devorarlo.
Inventamos el mercado para el intercambio de bienes y en lugar de servirnos de éste,
quedamos a su servicio. Igual, inventamos el Estado para organizar la convivencia y
luego éste nos devora sin consideración alguna aplanando cualquier atisbo de
peculiaridad. Mary Shelley intuyó en su Frankenstein o el moderno Prometeo, cuál sería
el drama de las sociedades modernas. El Dr. Frankenstein es el arquetipo del hombre
moderno atormentado por los productos de su razón descorazonada.
Tal como lo señalé en un escrito anterior, la ley de educación universitaria aprobada por
la Asamblea Nacional naciente, se erige como un instrumento de lucha del socialismo
contra el capitalismo, un instrumento que permite enfrentar las terribles fuerzas del
capital, con la única arma conocida por el hombre moderno de finales del siglo XIX y
principios del XX, el Estado llevado a su máxima expresión.
Mires propone en un bello texto intitulado: Civilidad, que en tanto las propuestas dejen
de convertirse en dogmas, podremos pasar al replanteamiento, no de determinados
problemas políticos, sino de la política como problema. Maffesoli por su lado, señala
que hoy no vivimos una crisis política, sino una crisis de la política. Desde esta
perspectiva, incluso el viejo lenguaje del que nos servíamos para referirnos a los asuntos
de la polis, de la convivencia, debe ser revisado a fondo, ni que decir de las ideologías
que le sirven de sustento.
Por otro lado, considero que es en espacios académicos en donde debemos fomentar
visiones que permitan recomplejizar el problema de la universidad y del país, salir del
estrecho asunto de la guerra entre Estado y mercado y sus respectivos representantes.
Un espacio en el que se permita la discusión real, esto es, sin dogmas.