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capitalismo de Estado
Ignacio Iglesias
1.Preámbulo
2.Trascendencia y particularidades de la revolución de octubre de 1917
3.Burocratización del Partido Bolchevique y del Estado
4.Las etapas de la contrarrevolución estalinista
5.El concepto marxista del Estado y la realidad que ofrece la URSS
6.Carácter del régimen ruso: capitalismo de Estado
7.La burocracia estalinista, nueva clase social
8.El imperialismo ruso y sus raíces económicas
9.Conclusiones sumarias
1.Preámbulo (1)
La cuestión rusa o, dicho en términos más precisos, la naturaleza de clase del Estado ruso,
ha venido siendo al correr de los años –particularmente en estos veinte últimos- la piedra de
toque en las discusiones internas y públicas de las organizaciones, grupos y grupitos
revolucionarios. Mas lo que antaño era mera discusión teórica, de importancia
estrictamente ideológica y a largo plazo por así decirlo, se ha convertido ahora en algo tan
fundamental e insoslayable que puede afirmarse rotundamente que deslinda sin equívoco
posible las posiciones políticas. Y no sólo políticas. Las condiciones en que se ha afirmado
el expansionismo soviético –reflejo tanto de las contradicciones existentes entre la URSS y
el resto del mundo, como de la evolución interior de la URSS misma- ofrecen materiales
que permiten emprender desde un ángulo enteramente nuevo y con perspectiva mucho más
grande, el examen del problema ruso. En efecto, la segunda guerra mundial ha cambiado
radicalmente no sólo la situación internacional y las relaciones de fuerza entre los
diferentes países, sino los aspectos mismos de la cuestión rusa; al final de la misma, la
burocracia estalinista apareció como habiendo desbordado los cuadros naturales de la
Unión Soviética, convirtiéndose en fuerza dominante en una docena de países limítrofes, en
los que ejerce el poder de manera directa o indirecta. La cuestión de la URSS ya no es sólo
la cuestión de la URSS.
Hoy día nadie puede ser, como acontecía en el pasado, partidario de aquella entonces
intrascendental consigna de la defensa de la URSS sin que esto deje de acarrear la
aprobación más o menos tácita, o al menos un sostén confesado o no de la política exterior
rusa, así como del sistema de explotación inhumano imperante en la URSS con su secuela
de terror y de totalitarismo, que como muy bien dijo Trotski era la característica del
régimen ruso mucho antes de que la expresión nos viniese de la Alemania hitleriana; este
mismo sistema de explotación es el que actualmente rige en todo el llamado glacis
soviético, sometido a la URSS tanto política como económicamente. De nada sirven, pues,
las extorsiones teóricas o seudoteóricas de ciertos casuistas, ni menos aún los distingos de
los que, al ejemplo de los trotskistas, hablan de un sostén crítico. La realidad social,
insoslayable e imperativa, no deja lugar para los pedagogos que quisieran comportarse
respecto al estalinismo como dicen que Francisco de Asís se comportaba respecto al lobo,
al hermano lobo. Tratar de llevar al estalinismo al buen camino, a la vía revolucionaria e
internacionalista; ofrecer día y noche gratuitos consejos de buena conducta con una
inocencia virginal y esforzarse en facilitar su tarea -su criminal tarea, añadamos para ser
más justos y concretos- a cambio de que permita escuchar algún que otro sermón
franciscano, todo esto sería verdaderamente cómico si en el fondo de las cosas no resultase
trágico. Trágico porque se trata del destino inmediato y futuro de la clase trabajadora y del
socialismo. El estalinismo, según otra frase feliz de Trotski, es la lepra de la URSS y la
sífilis del movimiento obrero internacional. Pues bien: la lepra y la sífilis no se curan con
cataplasmas caseras y buenos consejos, por más que nos lo afirmen ciertos curanderos
trotskistas y otros. Resumiendo sobre este asunto: la defensa de la URSS supone en la
actualidad ni más ni menos que ir a la cola del estalinismo en no importa qué país y en no
importa qué situación.
Las líneas que siguen tratan de abordar algunos de los principales aspectos del problema de
la URSS, sin la pretensión de sentar cátedra ni orientar a los camaradas. Simplemente se
exponen unas cuantas ideas, las fundamentales, con la mayor claridad posible y con el
deseo de que los demás las contrasten con las suyas propias y establezcan las deducciones
necesarias. Lo único que lamenta el autor es que la falta de tiempo y de documentación
adecuada haya obligado a sintetizar demasiado y a dejar de lado aspectos que bien merecen
asimismo una cierta atención.
Febrero de 1952
La revolución rusa de Octubre ha sido, sin la menor duda, el acontecimiento social más
importante del siglo. Como señaló Rosa Luxemburgo (3) , su explosión, su radicalismo sin
ejemplo, la poderosa extensión que tomó, la acción profunda mediante la cual trastornó
todos los valores de clase y desarrolló todos los problemas sociales pasando del primer
estadio del republicanismo burgués a fases socialistas, todo esto evidencia hasta la saciedad
que no se trató de un hecho político episódico, sino de la culminación de un largo y penoso
proceso de preparación revolucionaria en el que la socialdemocracia, y los bolcheviques
sobre todo, jugó un papel, año tras año, importante y fundamental.
Desde comienzos de siglo, incluso antes, los grupos revolucionarios rusos discutían ya los
caracteres y alcance de la futura revolución. La socialdemocracia, dividida pronto en
bolcheviques y mencheviques más que nada por cuestiones de organización, definió esa
revolución como democrático-burguesa; consideraba que Rusia tendría que seguir el mismo
proceso histórico que la Europa occidental, o sea, como decía Plejanov, “pasar por el
purgatorio capitalista”. Los bolcheviques, que también reconocían el carácter democrático-
burgués de la revolución, discrepaban de los mencheviques en lo referente a las fuerzas
motrices de la misma. Éstos estimaban que la dirección correspondía a la burguesía, puesto
que la revolución era burguesa, mientras aquellos entendían que en razón del atraso del
capitalismo ruso, sería el proletariado el que, aliado con los campesinos, se pondría a la
cabeza. “Cuanto más completa, más decisiva y más consecuente sea la revolución
burguesa, tanto más garantizada se hallará la lucha del proletariado contra la burguesía por
el socialismo”, escribía Lenin (4) . Por lo demás, Lenin buscaba las fuentes de la
revolución en la tradición nacional rusa, considerando la cuestión agraria como la espina
dorsal de la revolución y a los campesinos pobres como la reserva principal de energía
revolucionaria, con lo cual se acercaba al antiguo programa de los narondnikis (populistas)
y se alejaba de los mencheviques. Pero dos opiniones más avanzadas, que superaban en
mucho a bolcheviques y mencheviques, fueron expuestas ya en 1905 por Rosa Luxemburgo
y León Trotski. Ambos coincidían en el fondo al estimar que el proletariado, a la
vanguardia de la revolución, no sólo pondría al orden del día los problemas de índole
democrática, sino asimismo los de carácter socialista; la revolución toma entonces un
sentido ininterrumpido, permanente. En 1917 la teoría de la revolución permanente
elaborada por León Trotski halló su confirmación más definitiva. Éste último escribió más
tarde: “La insignificancia de la burguesía rusa hizo que los objetivos democráticos de la
Rusia atrasada, tales como la liquidación de la monarquía y de una servidumbre de
campesinos semisiervos, no pudieron alcanzarse sino por la dictadura del proletariado.
Pero, habiendo conquistado el poder a la cabeza de las masas campesinas, el proletariado
no pudo limitarse a las realizaciones democráticas. La revolución burguesa se confundió
inmediatamente con la primera fase de la revolución socialista”(5) .
La revolución de Octubre, pues, dado el atraso económico del país tuvo que enfrentarse con
tareas socialistas y tareas burguesas. Los bolcheviques en el poder emprendieron unas y
otras, imprimiendo así a la revolución un carácter mixto, es decir, democrático-socialista.
Por un lado nacionalización de la industria, del comercio y de las bancas; por otro, reparto
de tierras a los campesinos, libre autodeterminación nacional. No cabe la menor duda que
éstas dos últimas medidas, tan importantes y decisivas, obedecieron más que a
consideraciones ideológicas, a mero oportunismo político: el reparto de tierras, sobre todo,
constituía la manera más simple y más contundente de romper la gran propiedad agraria y
ganar la simpatía de las grandes masas campesinas. Pero, en el fondo, nada tenía que ver
con el socialismo. Como lo observó Rosa Luxemburgo, esta medida de los bolcheviques
tendía a acumular dificultades insuperables en la futura transformación de las condiciones
de la agricultura en un sentido socialista. “La reforma agraria de Lenin –escribió aquella en
su citada obra- ha creado para el socialismo en el campo una nueva y poderosa categoría de
enemigos cuya resistencia será mucho más peligrosa y más obstinada que no lo era la de los
grandes terratenientes aristócratas”. La colectivización en el campo, emprendida diez años
más tarde por Stalin con una violencia inaudita, ha justificado en parte las aprensiones de la
gran militante socialista que fue Rosa Luxemburgo. Sin embargo, para ser objetivos, falta
saber -¿y quién lo sabe?- si los bolcheviques hubieran podido sostenerse en el poder sin
haber ganado previamente a las masas campesinas mediante el reparto de tierras. A decir
verdad, esta contradicción entre el fin y los medios es fruto del carácter mismo de la
revolución rusa, determinado por su atraso económico.
Es indudable que la economía semifeudal rusa, cuya producción había caído casi a cero
durante los primeros tiempos de la conquista del poder y que había de atravesar luego los
años difíciles de la guerra civil, no podía dar el salto que la transformase de la noche a la
mañana en una economía socialista. En consecuencia, durante el primer periodo
revolucionario representó un sistema combinado que iba de la primitiva economía natural
en el campo hasta el sector nacionalizado de la industria y del comercio. A fin de cuentas,
la edificación de una economía y de una sociedad socialistas en Rusia estaba totalmente
condicionada por la victoria de la revolución en la Europa occidental, particularmente en
Alemania. El problema podía ser planteado en Rusia, pero no resuelto. Incluso bastantes de
las medidas socializadoras lo fueron como consecuencia de las necesidades inmediatas de
la guerra civil, que impuso una especie de comunismo de guerra. “El comunismo de guerra
-explicó Lenin- nos había sido impuesto por la guerra y la ruina. No fue ni podía ser una
política que respondiese a las tareas económicas del proletariado”. “Los objetivos
económicos del poder de los soviets -explicó por su parte Trotski- se reducen
principalmente a sostener las industrias de guerra y a sacar partido de las débiles reservas
existentes para combatir y salvar el hambre a las poblaciones de las ciudades. El
comunismo de guerra era en el fondo la reglamentación del consumo en una fortaleza
sitiada”. Las dificultades económicas llevaron, a través del impuesto en especie y después
del insoportable periodo de comunismo de guerra, hasta la NEP. La NEP significaba o era
la expresión económica del retroceso de la revolución.
Las dificultades económicas del país tuvieron su reflejo inmediato en el terreno político. La
excesiva centralización impuesta por las necesidades militares y la eliminación progresiva
de la democracia soviética culminaron con la anulación de todos los partidos políticos,
salvo el bolchevique. La dictadura del proletariado se convirtió pronto en la dictadura de
los bolcheviques. De esta manera se suprimió toda la vida política, toda actividad, todo
control. Rosa Luxemburgo escribió páginas encendidas y plenas de pasión criticando la
acción de Lenin y su partido. “La libertad -decía- reservada a los solos partidarios del
Gobierno, a los solos miembros de un partido, por numerosos que ellos sean, no es la
libertad”. “La condición que supone tácitamente la teoría de la dictadura del proletariado
según Lenin y Trotski, es que la transformación socialista es una cosa para la cual el partido
de la revolución tiene en el bolsillo una receta ya preparada que sólo tiene necesidad de
aplicar con energía. Por desgracia –o más bien por fortuna- no es así”.”La práctica del
socialismo exige toda una transformación intelectual en las masas degradadas por siglos de
dominación burguesa. Instintos sociales en lugar de instintos egoístas, iniciativa de las
masas en lugar de inercia, idealismo que se eleve por encima de todos los sufrimientos, etc.
Nadie sabe mejor esto, ni lo describe con mayor fuerza, ni lo repite con mayor obstinación
que Lenin. Solamente él se engaña por completo en cuanto a los medios: decretos, poder
dictatorial de los inspectores de fábricas, penalidades draconianas, reino del terror son otros
tantos paliativos. El único camino que conduce al renacimiento, es la escuela misma de la
vida pública, la democracia más amplia y más ilimitada, la opinión pública. Es justamente
el terror el que desmoraliza. ¿Qué queda si se quita todo esto? Lenin y Trotski han colocado
en el lugar de los organismos representativos surgidos de elecciones populares generales a
los soviets como la sola representación verdadera de las masas obreras. Pero, ahogando la
vida política en todo el país, es fatal que la vida se paralice cada vez más en los propios
soviets. Sin elecciones generales, sin libertad ilimitada de prensa y de reunión, sin lucha
libre entre las opiniones, la vida se muere en todas las instituciones públicas, se convierte
en una vida aparente en la que la burocracia es el solo elemento que permanece activo. Es
una ley a la que nadie puede sustraerse. La vida pública se adormece gradualmente; varias
docenas de jefes de partido, de una energía inagotable y de un idealismo sin límites, dirigen
y gobiernan; entre ellos, la dirección está en realidad en manos de una docena de hombres
de eminente cerebro, y una élite de la clase obrera es convocada de vez en cuando a
reuniones para aplaudir los discursos de los jefes, votar por unanimidad las resoluciones
que se le presenta. Se trata, pues, en el fondo, de un gobierno de camarilla; de una
dictadura, es cierto, pero no de la dictadura del proletariado, sino de la dictadura de un
puñado de políticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido de la
dominación jacobina”.
La grave situación económica que hubo de vivir el naciente Estado obrero como
consecuencia de la herencia zarista y de los estragos de la guerra civil, y, sobre todo, el
fracaso de la revolución proletaria en la Europa occidental -la abortada revolución alemana
de 1923 fue el golpe definitivo- hubieron de pesar ineluctablemente y de manera definitiva
sobre los destinos ulteriores de la revolución rusa. “Una revolución proletaria victoriosa en
Alemania hubiera roto de un golpe, con enorme facilitad, la cáscara del imperialismo y
hubiera realizado, con toda seguridad, la victoria del socialismo en escala mundial sin
dificultades o con dificultades muy pequeñas”. (Lenin: Sobre la actual economía rusa).
La llamada Nueva Política Económica (NEP), recurso último al que recurrieron los
bolcheviques para salvarse de la catástrofe económica, supuso la vuelta a la producción
libre, artesanal, con la consiguiente venta libre de los productos campesinos en el mercado,
y hasta la empresa capitalista libre. Y esto, a su vez, supuso el nuevo resurgimiento de la
lucha de clases que la guerra civil parecía haber suprimido definitivamente. Merced a estas
dificultades económicas, y por lo tanto políticas -baste recordar el recrudecimiento de la
lucha de fracciones en el seno del propio partido bolchevique-, la nueva burocracia
soviética fue creciendo y ganando posiciones no sólo en las instituciones del Estado, sino
en los medios mismos del partido. La revolución y la dura guerra civil había devorado las
mejores energías del proletariado ruso, cuya vanguardia quedó en extremo debilitada. No
faltaba más que el fracaso de la revolución en el terreno internacional para que las
tendencias del nacionalismo y del burocratismo, íntimamente ligadas e inseparables, se
viesen favorecidas. Estas tendencias buscaron su expresión en el aparato gobernante. La
ascensión de Stalin fue el triunfo de las mismas.
A este particular Trotski escribió en su obra La revolución traicionada lo que sigue: “Sería
ingenuo creer que Stalin, desconocido entre las masas, salió de repente de los bastidores,
armado de un plan estratégico. No, antes que él entreviese su camino, la misma burocracia
lo había adivinado. Dábale todas las garantías necesarias: el prestigio de viejo bolchevique,
un carácter firme, un espíritu estrecho, lazos indisolubles con los bureaux, la única fuente
de influencia personal. Al principio, Stalin se sorprendió de su propio éxito. Era la
aprobación de la nueva capa dirigente que trataba de liberarse de los viejos principios como
el control de las masas, y que necesitaba de un arbitrio seguro en sus asuntos interiores.
Figura de segundo plano ante las masas y la revolución, Stalin se evidenció como el jefe
indiscutible de la burocracia termidoriana, como el primero entre los termidorianos”.
¿Cómo se formó esa burocracia, es decir, con qué elementos? El fermento se hallaba ya,
por poco que se busque, en la contextura misma del partido bolchevique. Rosa Luxemburgo
lo había denunciado con una pasión y visión ejemplares. Pero los elementos decisivos los
facilitó la desmovilización de los cinco millones de hombres que durante la guerra civil
formaron el ejército de la revolución. Los soldados victoriosos se reintegraron a su trabajo
en fábricas o campos, pero los jefes, en su mayoría, ocuparon los puestos más importantes
en los soviets, en los organismos dirigentes de la producción y de la distribución, en las
escuelas, en los distintos organismos estatales y del partido, llevando a todas partes un
espíritu de mando único e indiscutible. Las masas trabajadoras fueron eliminadas poco a
poco de toda participación efectiva y real en el poder. “La joven burocracia -señaló
Trotski-, formada al principio para servir al proletariado, se sintió árbitro entre las clases y
se hizo cada vez más autónoma”. En realidad, las tendencias burocráticas que la dictadura
del proletariado engendra inevitablemente, se abrazaron con las particularidades de un
partido acostumbrado a prescindir del control de las masas y a decidir según el buen
entender del centro dirigente. (Para los bolcheviques el revolucionario profesional lo era
todo y la espontaneidad de las masas no era nada). En otro lugar hemos estudiado un poco
más en detalle esta cuestión (7) .
En el proceso de degeneración de la revolución rusa, los antiguos revolucionarios se
transformaron en burócratas sin escrúpulos, ávidos de poder personal y megalómanos en
extremo, hallando natural que los triunfos de la revolución victoriosa los recogieran ellas y
no la masa de trabajadores. La ambición de nuevas generaciones, ansiosas de hacer carrera,
encontró en el burocratismo el canal por el cual se podía más fácilmente triunfar. El
proceso en cuestión alcanzó en la URSS proporciones insospechadas, incluso
inimaginables, desarrollándose a un ritmo rapidísimo. Trotski, entre otros, trató de evaluar
numéricamente la burocracia rusa, a base de informes y de deducciones distintas. Vale la
pena transcribir in extenso lo que a este respecto escribió en su citada obra La revolución
traicionada:
“Los burós centrales del Estado contaban el 1º de noviembre de 1933, según datos oficiales,
aproximadamente con 55.000 personas pertenecientes al personal dirigente. Pero esta cifra,
muy acrecentada en el curso de los últimos años, no comprende ni los servicios del ejército,
de la flota y de la GPU, ni la dirección de las cooperativas y lo que se denominan
sociedades, Aviación-Química y otras. Cada República tiene además su aparato
gubernamental propio. Paralelamente a los estados mayores del Estado, de los sindicatos,
de las cooperativas y otros, confundiéndose parcialmente con ellos, existe, por último, el
poderoso estado mayor del partido. En modo alguno exageraremos si estimamos en
400.000 almas las que componen los medios dirigentes de la URSS y de las Repúblicas que
pertenecen a la Unión. Puede que alcancen hoy el medio millón. No se trata de simples
funcionarios, sino de altos funcionarios, de los jefes, que forman una casta dirigente en el
lato sentido de la palabra, sin duda dividida jerárquicamente por muy importantes
separaciones horizontales”.
“Esta capa social superior está sostenida por una pesada pirámide administrativa de base
amplia y múltiple. Los comités ejecutivos de los soviets de regiones, de ciudades y de
distritos, doblados por los órganos paralelos del partido, de los sindicatos, de las juventudes
comunistas, de los trasportes, del ejército, de la marina y de la seguridad general, deber dar
la cifra de un orden de 2 millones de hombres. No olvidemos tampoco los presidentes de
los soviets de 600.000 pueblos y aldeas”.
“La dirección de las empresas industriales estaba en 1933 en manos de 17.000 directores y
subdirectores. El personal administrativo y técnico de las fábricas, talleres y minas,
comprendidos los cuadros inferiores y hasta los contramaestres contaba 250.000 almas (de
las cuales 54.000 especialistas que no desempeñan funciones administrativas en el sentido
propio de la palabra). Es necesario añadir a estos números el personal del partido, de los
sindicatos y de las empresas administradas, como es sabido, por el triángulo (dirección,
partido, sindicato). No será exagerado estimar en medio millón de hombres el personal
administrativo de las empresas de primera importancia. Sería preciso añadir el personal de
las empresas que dependen de las Repúblicas nacionales y de los soviets locales.”
“Desde otro ángulo, la estadística oficial indica en 1933 más de 860.000 administradores y
especialistas en el conjunto de la economía soviética. De este número más de 480.000 en la
industria, más de 100.000 en los transportes, 93.000 en la agricultura, 25.000 en el
comercio. Estas cifras comprenden los especialistas que no ejercen funciones
administrativas, pero no el personal de las cooperativas y de los koljoses. Y han sido
sensiblemente superadas en el curso de los dos años últimos”
“Teniendo sólo en cuenta los presidentes y organizadores comunistas, 250.000 koljoses nos
dan un millón de administradores. En realidad hay muchos más. Con los dirigentes de los
sovjose y de las estaciones de máquinas y tractores, el mando de la agricultura socializada
supera con mucho al millón”.
“La categoría social que, sin proporcionar un trabajo productivo directo, manda, administra,
dirige y distribuye los castigos y las recompensas (sin tener en cuenta a los maestros) debe
ser estimada en cinco o seis millones de almas...”
“Se puede admitir como hipótesis probatoria que la aristocracia obrera y koljosiana es
aproximadamente igual en número a la burocracia, o sea, de 5 a 6 millones de almas... Con
las familias, estas dos capas sociales que se penetran pueden abrazar de 20 a 25 millones de
hombres”.
Paralelamente a esto, el partido se ha visto por completo modificado desde el punto de vista
de su composición. En el XVIII Congreso celebrado en 1938, un informe señalaba que
solamente el 9,3% de los delegados eran obreros que trabajaban en las fábricas y que los
obreros representaban el 1,3% de sus adherentes en el país. El informe del jefe del servicio
de propaganda del Comité Central del partido publicado en enero de 1947, se limita a notar
que a pesar de la pérdida de centenares de miles de miembros, los efectivos del partido
habían pasado de 3,5 millones a 6 millones. El informe en cuestión sólo añade que más de
400.000 cuentan con una instrucción superior, aproximadamente 1,3 millones con
instrucción secundaria, 149.000 ingenieros, 24.000 agrónomos y 40.000 médicos, pero no
dice cuántos miembros del partido son aún obreros y cuántos trabajan en las fábricas.
Y no sólo se ha efectuado en los países donde el estalinismo tiene el poder en sus manos,
sino también en todo el mundo occidental. El yugoslavo Djilas ha escrito lo que sigue: “Se
puede juzgar el grado de burocratización de los partidos comunistas occidentales (ni
siquiera hablamos de los partidos comunistas en el poder) y de la medida en la cual se ha
convertido en la tendencia dominante en el seno de esos partidos, por los hechos siguientes:
el partido comunista del Land renano-westfaliano contaba en 1932 con 32 funcionarios
retribuidos. Cuenta hoy con 960. Si tomamos como cifra media de funcionarios retribuidos
por Land en 1932 la de 32, entonces su número habría sido para toda Alemania occidental
de 352. Se puede incluso suponer que este número era un poco menor, pongamos
aproximadamente 260, puesto que los otros Laender tenían una industria menos
desarrollada y menos miembros inscritos en el partido. Ahora, si tomamos la cifra de 960,
que representa el número de funcionarios retribuidos en el Land westfaliano-renano, como
media actual de funcionarios del partido retribuidos por Land y la multiplicamos por los
once Laender, el total sería de 10.560 funcionarios. Si deducimos el 25% en los otros
Laender, menos desarrollados desde el punto de vista industrial, el número de funcionarios
del partido retribuidos se elevaría hoy en la Alemania occidental a 7.920 aproximadamente.
Se llega a resultados aún más aplastantes mediante el análisis de los PC de Francia y de
Italia” (9) .
La burocratización del partido y del Estado ruso llevó a la pérdida de hecho del poder por la
clase trabajadora y equivalió también de hecho a una derrota total y definitiva de la
economía socialista. Es decir, el sector nacionalizado perdió su carácter socialista, puesto
que la importancia del elemento socialista en la economía soviética se basaba
principalmente en el carácter obrero del poder, adquiriendo una nueva fisonomía estática,
burocrática y totalitaria.
Esas etapas las podemos establecer, grosso modo, así: 1917-18, momento en que existe una
democracia casi integral para las diferentes tendencias del movimiento obrero ruso;
socialistas-revolucionarios, mencheviques, anarquistas y bolcheviques cohabitan en los
soviets, en los sindicatos y en los diversos organismos del nuevo régimen; es un periodo de
libertad de prensa, de libertad de organización, de libertad total de manifestación. 1919-23,
periodo en el que la guerra civil conduce poco a poco a la hegemonía total del partido
bolchevique: todas las demás organizaciones son suprimidas, perseguidas y destruidas; las
necesidades militares cubren en apariencia esta transformación de la dictadura del
proletariado en dictadura de los bolcheviques; pero en el seno del partido bolchevique
continúan enfrentándose diversas tendencias; no existe en la URSS más que una sola
organización, pero en su interior la democracia es respetada. 1924-27, años en los que, tras
la muerte de Lenin se inicia la lucha entre las distintas tendencias, lucha que finaliza con la
victoria completa de Stalin, representante típico de la burocracia soviética; esta victoria
entraña el fin de toda democracia en el interior mismo del partido y por tanto en el país
entero; el aplastamiento de la oposición trotskista en 1927 consume la derrota definitiva de
la clase obrera rusa y establece el Termidor, primera etapa de la contrarrevolución
stalinista. 1928, año en el que se inician los planes quinquenales, la industrialización a
ultranza y la colectivización forzosa en el campo, que en su forma externa terminó con la
liquidación de la economía individual agraria; la etapa termidoriana se transformó primero
en régimen bonapartista, para terminar en el totalitarismo de una nueva sociedad asentada
sobre la base del capitalismo de Estado. “El régimen -escribió Trotski- había adquirido un
carácter totalitario varios años antes que la palabra viniese de Alemania”.
La burocracia estalinista llevó a cabo su ofensiva primera contra el poder obrero y el sector
socialista de la economía rusa, sirviéndose de la parcial restauración de la empresa libre y
del mercado, es decir, del capitalismo representado por la NEP. Lenin depositaba su
confianza en el poder obrero para poner un freno a los males de la NEP; Stalin se sirvió
justamente de los males de la NEP para destruir el poder obrero. La nueva política
económica atrajo al régimen soviético a los elementos capitalistas y sobre todo
pequeñoburgueses, formándose de hecho una alianza entre la burocracia y el pequeño
propietario del campo. El “¡Campesinos, enriqueceos!”, lanzado por la camarilla estalinista
tendía a algo más que a mejorar la situación del mercado interior; a decir verdad, resumía
toda su orientación política, francamente antiobrera y contrarrevolucionaria. La expresión
en cifras de esta política es la siguiente: en 1917 el número de unidades económicas
campesinas individuales era de 18 millones; en 1928 alcanzó 25 millones. El número de
koljoses existentes en 1925 era de 21.900, que representaban el 1,2% de las granjas
campesinas; en 1927 descendió a 14.880, que representaban sólo el 0,8% (10) . La
productividad ofrecida por los campesinos ricos era mayor que la de los campesinos medios
y pobres. La burocracia se encontró frente al peligro de una supremacía del campesinado
rico en el terreno económico. La ofensiva contra el campesinado, caracterizada por una
colectivización a ultranza de una brutalidad inusitada, tendió a liquidar ese peligro.
Cuando en 1929 se proclamó el primer plan quinquenal, éste preveía la colectivización del
18% de las tierras cultivables. Pero la nueva política contra el campesinado se llevó a un
ritmo tal que en 1931, en lugar del 18% previsto para el final del plan quinquenal, la
colectivización alcanzaba el 67,8% de las tierras; en 1935, era del 94,1%; en 1940, del
99,9%. Tales son, al menos, los datos de carácter oficial.
Sin embargo, para intentar pacificar el campo, dolorido de la terrible guerra civil que
significó la colectivización forzosa, la burocracia estalinista se vio obligada a ir otorgando
sucesivas concesiones a las tendencias individualistas y al espíritu de propiedad de los
campesinos, comenzando por la entrega de la tierra a los koljoses en disfrute perpetuo. Esta
medida última supone ni más ni menos que la liquidación de hecho de la nacionalización
del suelo. A este respecto Trotski escribió: “¿Ficción jurídica? Según la relación de fuerzas
puede convertirse en realidad y constituir próximamente un gran obstáculo a la economía
planificada. No obstante es mucho más importante el que el Estado se haya visto obligado a
permitir la resurrección de las empresas campesinas individuales, en parcelas diminutas,
con sus vacas, sus cerdos, sus carneros, sus aves de corral, etc. A cambio de este golpe a la
socialización y esta limitación de la colectivización, el campesino consiente en trabajar
tranquilamente en los koljoses, aunque sin gran celo por el momento, lo que le da la
posibilidad de cumplir sus obligaciones hacia el Estado y de disponer de algunos bienes.
Estas nuevas relaciones presentan aún formas talmente imprecisas que sería difícil
expresarlas en cifras, incluso aunque las estadísticas soviéticas fuesen más sinceras.
Numerosas razones permiten no obstante suponer que para el campesino, su minúsculo bien
individual tiene más importancia hoy día que el koljós. Es decir, que la lucha entre las
tendencias individualistas y colectivistas impregna todavía toda la vida del campo y no está
decidido cómo terminará” (11) .
Esta tendencia del campesinado hacia la propiedad individual y el afán de lucro de los
burócratas locales hizo que se asistiese en los años que siguieron a la última guerra mundial
a una apropiación pura y simple de las mejores tierras en detrimento de los koljoses y
bienes comunales. El autor del citado libro La Glacis soviétique recoge distintas
manifestaciones de la prensa rusa en las que se descubren esas apropiaciones. Citemos
algunas: un diario agrícola señalaba el 6 de febrero de 1947 que a consecuencia de la
ordenanza gubernamental que prescribía el fin de las violaciones del estatuto de los
koljoses, “más de 4 millones de hectáreas de tierras ilegalmente arrebatadas a los koljoses
les han sido restituidas en el curso de los cinco meses últimos”. La Pravda del 18 de
diciembre de 1946 escribía que a consecuencia de un control parcial se había puesto de
manifiesto “7.607 casos de expoliación en 1945, y en la primera mitad de 1946, 11.760
casos de apropiación ilegal de terreno comunal y de aumento excesivo de parcelas
individuales”. Y el mismo periódico añadía: “Frecuentemente ha sido organizado un
verdadero pillaje de las granjas colectivas, por iniciativa del soviet local y de los
organismos regionales que toleran apropiaciones ilegales en los haberes de estas granjas,
poniendo a disposición de diversas organizaciones o personas, con la disculpa de
creaciones de pretendidas empresas subsidiarias, una parte de las tierras de los koljoses.
Tales actos han alentado el acaparamiento por parte de los elementos individuales de tierras
pertenecientes a la comunidad”.
La cuestión del Estado fue, como es bien sabido, de capital importancia en la obra de los
fundadores del marxismo. Baste recordar que fue precisamente refiriéndose al origen,
naturaleza y función del Estado que Marx emprendió, en 1837, la crítica de Hegel y de todo
su sistema filosófico. En Hegel la idea de la moralidad absoluta es el Estado, al que otorga
categoría de ser perfecto; en tanto idea de la comunidad moral, este último era dividido por
Hegel en dos esferas: la familia y la sociedad civil. Marx, en su Crítica de la filosofía del
Estado de Hegel, invirtió los términos de la cuestión: la familia y la sociedad civil son
integrantes reales del Estado, modos de existencia suyos, merced a lo cual es Estado no
existe más que en tanto existen aquellas. Concretamente: el Estado no puede existir sin la
base natural de la familia y la base artificial de la sociedad civil.
Planteado así el problema por Marx, éste le dio una solución años más tarde. Es en El 18
Brumario de Luis Bonaparte donde subraya que todas las revoluciones anteriores habían
perfeccionado la máquina del Estado, siendo así que lo que se precisaba para la necesaria
transformación de la sociedad era romperla, destruirla, hacer que el Estado desaparezca.
“Esta conclusión -comentó Lenin- es lo principal, lo fundamental en la doctrina marxista
sobre el Estado”. En efecto, el concepto marxista sobre tal cuestión quedaba completado.
No sólo el Estado es un órgano de dominación de clase, sino que su destrucción resulta
absolutamente necesaria e ineluctable. ¿Qué necesidad puede haber del Estado una vez
desaparecidas las clases? Ninguna. En La miseria de la filosofía, Marx escribió: “En el
transcurso del desarrollo, la clase obrera sustituirá la antigua sociedad burguesa por una
asociación que excluya las clases y su antagonismo; y no existirá ya un verdadero poder
político, pues el poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo de
clases dentro de la sociedad”. Y Engels, en su Anti-Duhring , se explicaba más claramente
aún: “Cuando no se trate ya de mantener en la opresión a ninguna clase social, cuando
desaparezcan, junto con la lucha por la existencia individual engendrada por la actual
anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esta lucha, no habrá
nada que reprimir ni hará por tanto falta ese poder especial de represión, el Estado... La
intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales será superflua e irá
desapareciendo por sí misma sucesivamente de cada uno de los distintos campos de la vida
social. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por
la dirección de los procesos de producción. El Estado no será abolido; irá extinguiéndose”.
Las conclusiones del marxismo sobre esta cuestión son, pues, las siguientes: el Estado es un
producto de la sociedad, surgido del seno de la misma cuando se llegó a un cierto grado de
desarrollo; el Estado es un órgano de dominación de clase, el arma empleada por la clase
dominante contra la otra clase oprimida; la supresión de las diferentes clases supone ipso
facto la gradual desaparición del Estado; finalmente, el Estado no tendrá razón alguna de
existencia en una sociedad en la que no existan las clases. “Tan pronto como pueda
hablarse de libertad -escribía Engels a Bebel en 1875-, el Estado como tal dejará de existir”.
Lenin, por su parte, ofreció esta fórmula lapidaria: “Mientras exista el Estado, no existe
libertad. Cuando haya libertad, no habrá Estado”.
Nadie puede negar que el proceso seguido por la URSS bajo la égida estaliniana se ha
desarrollado en un sentido diametralmente opuesto al esquema marxista sobre la cuestión
del Estado. No sólo no ha habido extinción alguna del Estado, sino que se ha fortalecido de
tal manera y ha extendido de tal modo su control sobre toda la vida del país que ha
producido un totalitarismo superior incluso al que el nazismo había implantado en
Alemania. La máquina totalitaria aplasta con su peso la inmensa mayoría del país; el
organismo de represión pertenece a una minoría y es empleado contra una mayoría, la de
los trabajadores; las funciones del poder, lejos de ser ejercidas por el conjunto de los
productores, se ha convertido en el monopolio de una burocracia privilegiada; el ejército ya
no es el pueblo en armas, sino que a imagen y semejanza de todos los ejércitos del mundo
capitalista tiene establecido en su seno el régimen de clases y su misión es defender los
intereses de la burocracia. En fin, coronando esta inmensa pirámide, en cuya cúspide se
halla la burocracia opresora y en la base los trabajadores oprimidos, un jefe todopoderoso al
que se le otorga oficialmente poderes omnipotentes y casi divinos, detenta en sus manos
todos los poderes que antaño pertenecían al partido, a los soviets, a los sindicatos, en una
palabra, a los obreros y campesinos pobres.
La desaparición del Estado supone la existencia de una sociedad sin clases. Y una sociedad
sin clases no puede establecerse en un solo país, en medio de un mundo en el que el
capitalismo está lejos todavía de hallarse en situación comatosa. Por estas razones bien
simples no puede exigirse que en la URSS el Estado como tal haya desaparecido o esté a
punto de desaparecer. La cuestión no es ésta, por más que se empeñen algunos casuístas y
ergotizantes, cuyo único afán es tratar de justificar lo injustificable. No, la cuestión es otra.
Nosotros acusamos al estalinismo de su mixtificación al propagar que en la URSS han
desaparecido las clases y ha alcanzado el estadio del socialismo, habiendo entrado la
sociedad soviética en la senda definitiva del comunismo. Y lo acusamos sobre todo de su
falsificación de los principios marxistas sobre al cuestión del Estado, puesto que tratan de
presentar el monstruoso reforzamiento de este último como una conquista más del
socialismo. El hecho de que a los treinta y cinco años del triunfo de la revolución de
Octubre, el Estado lejos de irse extinguiendo y por ende de ir otorgando al pueblo productor
mayores libertades, se haya hecho más absorbente, más tiránico, hasta un punto tal que ha
ahogado toda libertad y ha monopolizado por completo toda la vida social del país, es a
nuestro juicio la condena más concluyente del estalinismo y, sobre todo, el más rotundo
mentís a su propaganda mixtificadora.
Lejos de haber avanzado, de haber logrado nuevas conquistas, los trabajadores rusos se
hallan hoy día, desde el punto de vista político, en situación inferior al período de la guerra
civil. Ninguna libertad queda en pie; ninguna posibilidad de manifestar una opinión, salvo
la que se ajuste exactamente a la expresada por la camarilla dirigente; nadie es libre ni tan
siquiera de levantar un dedo de su propia mano, que tampoco es propia por no ser suya ni
poder disponer de ella. ¿Qué existe del primer régimen soviético instaurado por la
revolución triunfante de Octubre de 1917? Nada, mil veces nada. Refiriéndose a la famosa
Constitución rusa –famosa por la estrepitosa propaganda hecha por los estalinianos en torno
a la misma, presentada como la más progresiva y avanzada del mundo entero-, Trotski
escribió estas líneas atinadísimas: “Sin duda los reformadores han decidido, después de
algunos titubeos, dejar al estado la denominación de soviético. No es sino un subterfugio,
dictado por razones análogas a las que hicieron que el Imperio napoleónico guardase
durante un cierto tiempo la denominación republicana”.
Marx dejó señalado que entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se extenderá
un período de transición, en el que la forma del régimen será la dictadura del proletariado.
Para que ese período de transición se cumpla satisfactoriamente y sea lo más breve posible,
es necesario que las fuerzas productivas se desarrollen rápidamente, de modo y manera que
eleven de manera constante el nivel de vida material de las masas y también su nivel de
vida cultural mediante una reducción progresiva de las horas de trabajo. En caso contrario,
es decir si se produce el proceso inverso, si el desarrollo de las fuerzas productivas no
redunda en beneficio de las masas trabajadoras sino que sirve para acrecentar el poder de
las capas parasitarias y facilitar el triunfo definitivo de la burocracia, entonces el final será
la instauración de una nueva economía de explotación que mediante otra forma distinta
reproducirá lo esencial de la dominación capitalista. Ni que decir tiene que en tal caso la
perspectiva del socialismo queda cerrada y nos encontraremos ante una especie de
restauración capitalista, que en el caso de no instaurarse la propiedad individual y detentar
la burocracia el Poder en todos los dominios sobre la base de una economía estatizada,
tomará la forma de capitalismo de Estado.
En la URSS se formó, por tanto, un nuevo tipo de propiedad, una forma nueva de propiedad
privada del Estado, es decir, el capitalismo de Estado. Fenómeno nuevo éste en la historia,
por más que la tendencia hacia el capitalismo de Estado sea la dominante hoy día en el
mundo capitalista, por imperativos económicos. Y la particularidad de dicho fenómeno es
que su tendencia no es la de ir descentralizándose en beneficio de las masas trabajadoras,
sino bien al contrario, la de acrecentar si cabe su centralización o mantenerla
indefinidamente en beneficio exclusivo de una minoría privilegiada. Esta minoría, la nueva
clase surgida de la burocracia, detenta en sus solas manos el poder, lo cual quiere decir que
es propietaria a su vez del Estado propietario. La estatización juega pues en provecho
exclusivo suyo y la restauración de la propiedad privada, repetimos una vez más, no tiene
sentido alguno en el caso de la URSS.
Trotski, que siempre se negó a aceptar la definición del régimen de la URSS como el de un
capitalismo de Estado, se elevó con energía contra los que alimentan el mito de la
propiedad estatal como forma socialista –con defectos o sin ellos, degenerado o no- por el
solo hecho de mantener estatizada la propiedad. “La propiedad privada -escribió- para
convertirse en social, debe ineluctablemente pasar por la estatificación, lo mismo que la
oruga para convertirse en mariposa tiene que pasar por el estado de crisálida. Mas la
crisálida no es una mariposa. La propiedad del Estado no se convierte en propiedad del
pueblo entero más que en la medida en que desaparecen los privilegios y las distinciones
sociales, y en que por consecuencia el Estado pierde su razón de ser. Dicho de otro modo:
la propiedad de Estado se transforma en propiedad socialista a medida que cesa de ser
propiedad del Estado. Pero al contrario: cuanto más se eleve el Estado soviético por encima
del pueblo, más duramente se opone al pueblo dilapidador como el guardián de la
propiedad y más claramente testimonia contra el carácter socialista de la propiedad estatal”.
Efectivamente, el hecho de que la propiedad sea estatal puede significar mucho y puede no
significar nada. La cuestión fundamental, esencial, consiste pura y simplemente en saber
quien detenta el poder, o sea, en manos de quien se encuentra esa propiedad estatizada. Es
esto lo que determina las relaciones económicas y sociales, que son las esenciales, y no la
forma jurídica o legal que puedan presentar. Los medios de producción pueden hallarse
estatizados y en cambio continuar rigiendo las mismas leyes económicas del capitalismo
clásico. Tal es el caso actual de la URSS, que utiliza todos los mecanismos de tipo
capitalista. En otro lugar hemos escrito lo que sigue: “Como muy acertadamente señaló el
economista Dunayevskaya, los trusts, carteles y combinados soviéticos, así como las
empresas aisladas, se rigen según los principios de la contabilidad del precio de coste. Los
precios de los bienes se basan en los costes de producción integrales, comprendidos los
salarios, los precios de las materias primas, los gastos de dirección, las cargas de
amortización, el interés, más un beneficio planificado y los diferentes impuestos para el
entretenimiento del Estado. Crédito garantizado, interés, letras de cambio, cheques, billetes,
aseguramientos, etc., son instituciones indispensables al funcionamiento de la industria
soviética” (12) . La existencia de estas categorías es justificada por la burocracia estalinista
diciendo que la ley del valor, en su acepción marxista, funciona asimismo en régimen
socialista, esa ley del valor que el marxismo ha afirmado siempre que supone el concepto
de trabajo enajenado y, por consiguiente, el de plusvalía.
La ley del valor es una de las más fundamentales del sistema de producción capitalista.
Según dicha ley, la fuerza de trabajo representa una mercancía suyo valor se mide de
acuerdo con los medios que precisa el obrero para mantenerse y sostener su capacidad de
trabajo. Pero la fuerza de trabajo produce más valores que los necesarios para su
reproducción; este sobreproducto es la llamada plusvalía, que representa llanamente el
secreto del desarrollo capitalista basado en la ganancia o beneficio. Pues bien, este
beneficio capitalista representa el incentivo principal de la producción en la URSS; es más,
el grado de explotación de la fuerza de trabajo es en el régimen ruso actual mayor que en
los países capitalistas. La acumulación en la URSS alcanzó en 1940 el 32,5% de las
inversiones de capitales, siendo así que en los Estados Unidos, por ejemplo, no pasó nunca
del 9%. El grado de acumulación primitiva en Rusia recuerda solamente los periodos del
capitalismo naciente y de la explotación de trabajo en los pueblos coloniales, afirma muy
justamente Juan Reytan en su citada obra. Más adelante veremos, al estudiar la formación
de la nueva clase social surgida de la burocracia estalinista, a quien va a parar la mayor
parte de la plusvalía lograda mediante esa forma de acumulación primitiva.
El ritmo cada día más acelerado de la acumulación primitiva y el creciente aumento de las
inversiones industriales, junto con la concentración del poder económico y político en
manos de la burocracia estalinista, van acompañados de un desarrollo de la miseria en la
inmensa mayoría de la población rusa. Trotski afirmó que “por la amplitud de la
desigualdad en la retribución del trabajo, la URSS ha alcanzado y ampliamente superado a
los países capitalistas”. En franca oposición a la consigna lanzada por Lenin en sus famosas
tesis del mes de abril de 1917, según la cual “los sueldos de los más altos funcionarios no
deben superar el salario medio de un buen obrero”, la burocracia ha establecido
desigualdades inimaginables, que van de 3.000 rublos por año a 300.000. Esta bárbara
desigualdad social representa, a decir verdad, la expresión externa de las relaciones
capitalistas en la producción, llevadas a su extremo máximo: la apropiación de los medios
de producción y del Estado por la burocracia estalinista
; la acumulación primitiva del capaital y la acumulación de la miseria; la composición
orgánica del capital, en la que el capital variable, destinado a mantener la fuerza de trabajo,
disminuye rápidamente a favor del capital constante, que es el invertido en los medios de
producción; en fin, la ley del valor, la producción tendente al beneficio, el mercado, los
precios, el dinero, etc., son todos fenómenos y leyes de la producción capitalista que rigen
también en la URSS, si bien en forma inmensamente más brutal que en el capitalismo
privado y que recuerda, como ya hemos dicho, la explotación que se ha llevado y lleva aún
a cabo en los países coloniales.
La URSS ha alcanzado este estadio del capitalismo de Estado sin pasar por las otras etapas
inevitables en un régimen capitalista, y ello a merced al gran salto hacia delante que supuso
la revolución de Octubre. Habiendo liquidado la propiedad privada y estatizado todos los
medios de producción, la URSS fue a parar por el canal de la contrarrevolución estalinista
al capitalismo de Estado, régimen que ofrece a la burocracia inconmensurables ventajas
puesto que el capital se halla en manos del Estado y el Estado se encuentra en manos de esa
misma burocracia.
Se arguye que durante un cierto tiempo, hasta que el desarrollo de los medios de
producción sea capaz de satisfacer por completo las necesidades de toda la sociedad, las
formas burguesas de distribución son inevitables; es decir, que la desigualdad continuará
persistiendo en régimen socialista, como resto último de la herencia legada por la
burguesía. Pero incluso admitiendo la necesidad histórica de la desigualdad durante un
tiempo más o menos largo, que, indudablemente, no puede establecerse a priori, no hay
duda alguna de que existen unos límites bien precisos a esa desigualdad. Superar esos
límites, hacer que la diferencia crezca en proporción casi geométrica en lugar de ir
disminuyendo de modo y manera que el aumento de la producción sirva, no para ir
liquidando las normas burguesas de distribución, sino para reforzarlas y acrecentarlas, es
establecer de nuevo las relaciones económicas de dueño a criado, de explotador a
explotado, es decir, transformarlas en diferencias de clase. La diferencia social supone la
explotación del hombre por el hombre. “La condición de la madre de familia, comunista
respetada -continuó apuntando Trotski-, que tiene una criada, un teléfono para pasar sus
encargos a los almacenes, un automóvil para sus desplazamientos, etc., presenta poca
similitud con la de la obrera que corre las tiendas, hace su comida, va a buscar a sus hijos al
jardín infantil, cuando puede disponer de un jardín infantil.
Ninguna etiqueta socialista puede ocultar este contraste social no menos grande que el que
distingue en todo país de occidente la dama burguesa de la proletaria”.
La dictadura totalitaria de la burocracia no es una superestructura accidental o vulgar
excrescencia de una economía socialista. Es la expresión política propia y legítima del
hecho económico provocado por la explotación que esa burocracia lleva a cabo respecto a
las masas trabajadoras. El reparto de bienes no es nunca un factor de segunda clase, de
importancia menos en una sociedad que lo son las formas de producción. No es la
producción la que sobresale respecto a la distribución. Producción y distribución son partes
integrantes de un mismo proceso económico; la distribución es un producto de la
producción o, como señalaba Marx, “la organización de la distribución está enteramente
determinada por la organización de la producción”. Por otra parte, la separación o
contradicción entre las formas de propiedad y las normas de reparto no puede aumentar
indefinidamente. O las normas burguesas de distribución acaban por extenderse a los
modos de producción socialistas o éstos terminan por implantar normas socialistas de
distribución. Porque no debe de olvidarse que con las diferencias en el reparto aparecen
fatalmente las distinciones de clase. Como escribió Engels: “La sociedad se escinde en
clases privilegiadas e inferiores, explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, y el
Estado... tiene en lo sucesivo igualmente por objetivo mantener por la fuerza las
condiciones de existencia y de supremacía de la clase dominante contra la clase
dominada” (13) .
Y para que una gran parte de estos privilegios no se pierdan y puedan transmitirse a su
familia, la burocracia ha restablecido el derecho de sucesión, pudiendo testar a favor de tal
o cual familiar. Ahora bien, el derecho de testar es inseparable de la noción de propiedad,
pues sólo se lega lo que se tiene, se dispone o se posee. El restablecimiento del sistema de
sucesión es la prueba más concluyente de la cristalización de la nueva clase surgida de la
burocracia. La herencia había sido suprimida totalmente merced a un decreto del 27 de abril
de 1918, que decía: “Las sucesiones quedan prohibidas. Los bienes de todo individuo,
muebles o inmuebles, pasan a su muerte a ser propiedad de las Repúblicas soviéticas”. En
1922 este rigor draconiano fue levemente atenuado, volviéndose a admitir la herencia pero
sólo en línea de descendencia directa y hasta un máximo de 10.000 rublos. En 1943 toda
cortapisa fue abolida y la herencia restablecida sin condición ni tasa alguna. Por otra parte,
la URSS es, tal vez, el único país en el mundo donde la sucesión no sufre impuesto alguno.
Frente a estos privilegiados, enfrentados a esta nueva clase social, se encuentran los
trabajadores de la ciudad y del campo, obligados a trabajar a destajo, a vivir en necesidad
perpetua, privados de toda libertad y sometidos perennemente al terror polcíaco: es la clase
explotada y oprimida.
Cuando Lenin definió el imperialismo como la fase superior del capitalismo basado en la
exportación del capital financiero, se refería a un momento concreto de la historia, teniendo
en cuenta el cuadro que entonces ofrecía la economía mundial con sus conexiones
internacionales; más concretamente, estudió el imperialismo en el periodo comprendido
entre los comienzos del siglo XX y el estallido de la primera guerra mundial, es decir, aquel
en que el capitalismo alcanzó su mayor desarrollo y expansión por los métodos de la
exportación de capitales. Kautsky consideraba como rasgo particular del imperialismo la
anexión de las regiones agrarias por las naciones industriales, mientras Lenin juzgaba como
característica del imperialismo precisamente la tendencia a la anexión no sólo de las
regiones agrarias, sino también de las más industriales. En todo caso, como expuso
Hilferding (14) , el capital financiero persigue un triple fin en su acción imperialista: en
primer lugar, la creación de un territorio económico lo más vasto posible; en segundo, la
defensa de ese territorio contra toda concurrencia extranjera y, en tercer lugar, la
transformación de éste en campo de explotación por los monopolios del país expansionista.
Los que niegan el carácter imperialista de la expansión rusa, alegando que según la teoría
de Lenin el imperialismo descansa sobre la base de la exportación del capital financiero, se
atienen más a la forma que al fondo. Ya hemos indicado que la exportación del capital
financiero, que según la teoría leninista constituye la expresión del imperialismo, es por así
decirlo un fenómeno secundario, o, dicho de otra manera: la manifestación exterior de una
necesidad imperiosa para el imperialismo -el ruso como los otros-, que es la búsqueda del
beneficio. Basta observar los tratados comerciales establecidos entre la URSS y sus
satélites –mejor sería decir impuestos por la URSS a sus satélites- para que quede
confirmado el carácter en el fondo capitalista del imperialismo ruso. La URSS exporta en
grado limitadísimo el capital financiero y también sus mercancías, por la razón de que se ha
servido de otros procedimientos más primitivos y de la más pura rapiña, con mayor
parentesco con la política esclavista de la antigua Roma que con la del capitalismo
contemporáneo. Pero no por ello su expansión deja de ser imperialista, puesto que el móvil
de la acción rusa es el beneficio comercial. La necesidad de aumentar la masa del beneficio
por medio del acrecentamiento del capital constante, empuja al sistema de capitalismo de
Estado ruso a imponer su expansión por los países vecinos. Y es empujado a ello, no en
razón de haber alcanzado su máximo desarrollo productivo, como le ocurre a los Estados
Unidos, sino justamente a causa de su atraso en los medios de producción. Esto explica,
además, los métodos de rapiña empleados.
La URSS exporta muy poco capital financiero, hemos dicho, porque se lo impide su atraso,
por lo que se dedica a la acumulación por todos los medios. Pero su imperialismo está
engendrado por la necesidad de realizar la plusvalía. La acumulación primitiva ha obligado
a la URSS a convertirse en un Estado ladrón, brutal, que despoja a los países subyugados de
todo cuanto tiene un valor, ya sea máquinas o instalaciones industriales completas, materias
primas, fuerza de trabajo, etc., es decir, de todo cuanto signifique riqueza. Lo único que
exporta en abundancia es lo inherente a su sistema de explotación, o sea, oficiales,
burócratas, etc., es decir, los elementos necesarios para aplicar su política de dominio y
explotación. La nota característica del imperialismo ruso es que asocia los métodos más
antiguos a los modernos. Habiendo nacido en un país atrasado, asocia estos métodos de
explotación y de acumulación primitiva al hecho fundamental de que la economía rusa
descansa sobre un monopolio estatal, sobre el capitalismo de Estado. Siendo la burocracia
la dueña del Estado, este monopolio de producción se convierte en el monopolio de la
burocracia, de la nueva clase social, siendo en esencia una especie de monopolio capitalista.
Y este monopolio, como todos los monopolios, vigoriza la tendencia a la expansión como
medio de realizar la plusvalía y aumentar la masa del beneficio. Pero siendo su sistema de
producción muy atrasado, la expansión adquiere formas brutales y primitivas. El
imperialismo estalinista no sólo es expansivo, como todos los imperialismos, sino también
absorbente en el sentido económico de la palabra. Así hemos visto cómo ha desmantelado
industrias enteras en Alemania, Checoslovaquia, Polonia y otros países caídos bajo su
esfera de explotación, llevándoselas a Rusia. Igualmente se ha adueñado y se adueña aún de
las más importantes materias primas de esos mismos países por medio del ingenioso
sistema de las sociedades mixtas, a las que luego nos referiremos y que en el fondo viene a
ser algo así como el conocido timo de las misas. Por si fuese poco, en sus tratados
comerciales impone unos precios totalmente arbitrarios, sin relación alguna con los
imperantes en el mercado internacional.
Los armisticios firmados entre la URSS y los distintos países vecinos impusieron a éstos, a
título de reparaciones, las cantidades siguientes: a Rumanía y a Finlandia, la entrega sobre
la base de los precios de 1938 de mercancías por un valor de 300 millones de dólares; a
Hungría también por valor de 300 millones de dólares-oro; a Bulgaria, por 70 millones; a
Alemania, 10.000 millones de dólares-oro... En otros países, donde no pudo imponer el
pago de reparaciones, por ejemplo en Austria, la URSS se dedicó a desmantelar su zona de
ocupación, habiéndose llevado por valor de 100 a 150 millones de dólares. Por si fuese
poco, a parte de lo requisado por las tropas rusas de ocupación, cuya suma es también
elevadísima, la URSS transformó en trabajadores forzados a 5 millones de prisioneros
alemanes, a 700.000 prisioneros japoneses, a varios millares de prisioneros húngaros,
rumanos e italianos, así como a trabajadores y técnicos de otros países ocupados, sobre todo
alemanes.
Para acrecentar el volumen de sus reparaciones, la URSS se apoderó de todos los bienes
alemanes en los países ocupados, incluso en los casos muy numerosos en que estos bienes
alemanes eran producto de la rapiña hitleriana. Dueño de una gigantesca sucesión, la URSS
comenzó por crear una gran red de sociedades mixtas en las cuales la participación rusa
estaba representada bien por los bines antiguamente alemanes o bien por bienes del propio
país requisados a título de botín de guerra. Estas sociedades mixtas se extendieron a la
industria, a los transportes, al comercio y a la agricultura (15). En el discurso pronunciado
el 27-28 de noviembre de 1951, ante la Comisión política especial de la ONU por el
representante yugoslavo Milovan Djilas, se proporcionaron interesentes informes sobre la
base de la experiencia yugoslava. Con razón dijo Djilas: “El Gobierno soviético se ha
esforzado por medio de tales sociedades mixtas de apoderarse no solamente de las ramas
esenciales de la economía, y comprendido la parte más importante de nuestros ingresos en
divisas, sino que asimismo ha buscado el ejercer las funciones de Estado correspondientes a
estas ramas de la economía. Cuando las relaciones son esas, no existe plaza desde luego
para esos bonitos cuentos sobre la igualdad en derechos, ayuda fraternal, socialismo, etc. Si
los negocios son los negocios, hay que hablar de negocios y obrar como los hombres de
negocios”.
Estableciendo una pesada hipoteca sobre los países satélites; apoderándose de bases y
concesiones estratégicas; explotándolos en su conjunto sobre la base del desmantelamiento
industrial, de la requisición de parte de la producción corriente y de la deportación de la
mano de obra; instituyendo tratados comerciales con unos cambios favorables; implantando
las sociedades mixtas que permiten poner la mano sobre las principales riquezas
económicas, comportándose de esta manera, la URSS ha puesto inequívocamente de
manifiesto su carácter imperialista.
9.Conclusiones sumarias
La revolución rusa fue, desde luego, el acontecimiento más importante del siglo veinte
desde el punto de vista social. Pero nació en medio de contradicciones históricas
formidables, que determinaron en parte su curso ulterior. Marx y los marxistas habían
estimado que el desarrollo mismo del capitalismo habría de conducir a los países más
industrializados –Inglaterra y Alemania sobre todo- a la revolución socialista; sin embargo,
por haberse roto la cadena imperialista por su eslabón más débil, según frase leninista, la
revolución en cuestión se produjo en un país atrasadísimo y con predominio decisivo
agrario en su economía, es decir, en Rusia. Este hecho trascendental, y el que la revolución
no se extendiese al Occidente, provocó el aislamiento del primer Estado obrero y facilitó el
desarrollo de la burocracia, que habían de conducirla al pináculo del poder y a su
transformación en una nueva clase social sobre la base del capitalismo de Estado.
La situación paradójica en que se halló la URSS en los primeros años de su existencia, sólo
podía resolverse o bien lanzándose a la aventura de imponer por las armas la revolución en
otros países, aprovechándose para ello del desconcierto y desorganización del capitalismo
en los años de la posguerra primera y de la ilusión revolucionaria producida en el
proletariado europeo como consecuencia de la revolución victoriosa de Octubre, o bien
replegarse transitoriamente sobre sí misma en espera de que las condiciones revolucionarias
objetivas y subjetivas se diesen en el resto de Europa, pero consciente de que sus intereses
eran los del resto de la clase obrera mundial y que a éstos debían de ser supeditados los
suyos. El triunfo de la burocracia en el interior del partido bolchevique y, por ende, del
Estado, torció esta última perspectiva, que aparecía como la más razonable. Los intereses
del proletariado mundial fueron sometidos por completo, a través de los partidos
comunistas burocratizados, a los exclusivamente nacionales de la URSS. La Internacional
Comunista, que fue creada como un arma de y para la revolución socialista mundial, se
convirtió pura y simplemente en un instrumento de la burocracia del Kremlin; los distintos
partidos comunistas no fueron luego sino meras agencias de los intereses rusos; la menor
acción, la más insignificante huelga, eran llevadas a cabo si Moscú estimaba que favorecían
a su política exterior. La burocracia estalinista se aprovechó de todo el significado de la
revolución de Octubre para mixtificar al proletariado y hacerle juguete de sus propósitos.
Esta mixtificación aún dura y perdura.
Una rica experiencia sobre el papel jugado por esta burocracia existe: ahí está ante los ojos
de todos, al menos de todos cuantos quieran ver. Las sucesivas transformaciones sufridas
por la URSS también son evidentes como la luz del día. Cerrar los ojos en aras de un
pasado ya liquidado, otorgar a la burocracia un papel progresivo que no tiene, empeñarse en
ver en la URSS lo que no es otra cosa que vulgar apariencia –nacionalización,
planificación, etc.-, apariencia porque lo fundamental es otra cosa, es decir, saber quién
detenta el poder y en beneficio de quién juegan las realizaciones económicas; todo esto no
es más que llevar consciente o inconscientemente el agua al molino stalinista. Y todos
sabemos qué clases de moliendas nos ofrece el molino en cuestión. Baste recordar que en
todo momento y ocasión el estalinismo ha aparecido y ha actuado como el verdugo más
implacable de las vanguardias revolucionarias y de los elementos más clarividentes de la
clase trabajadora.
Hace años, en los comienzos de la segunda guerra mundial, cuando aún se daba ante la
historia el espectáculo vergonzoso e inolvidable del pacto de la Rusia de Stalin con la
Alemania de Hitler, León Trotski insistió en que “sería de una monstruosa absurdidad
separarse de camaradas que en la cuestión de la naturaleza sociológica de la URSS
sostienen una opinión diferente”. Y es que Trotski ponía su confianza en las consecuencias
a su juicio ineluctable de la guerra, que habían de provocar el hundimiento para siempre de
la burocracia estalinista y el triunfo de la revolución socialista en Europa. En caso
contrario, advertía, la burocracia habrá de ser considerada como una nueva clase
explotadora. Pues bien, ha sido este segundo pronóstico el que desgraciadamente se ha
realizado: la burocracia es una nueva clase explotadora.
Notas
(1) El C.E. del POUM nombró a los compañeros Rebull e Iglesias para que redactasen una
ponencia sobre la cuestión rusa. El estudio que hoy ofrecemos a nuestros lectores ha sido
íntegramente concebido y redactado por Iglesias, pero refleja los puntos de vista de los dos
ponentes.
(2) Los comunistas yugoeslavos pecan de indudable estrechez de miras al insistir una y
otra vez que sólo a partir de su ruptura con el Kominform se ha puesto al descubierto el
verdadero carácter de la URSS. Uno de sus dirigentes más notorios, Milovan Djilas, cuyo
esfuerzo teórico es por otra parte digno de encomio, escribió no hace mucho: “No ha sido
posible descubrir en qué consiste la esencia de la organización social de la URSS así como
su política exterior, que depende estrechamente, ni por el solo estudio de los clásicos del
marxismo-leninismo, ni siquiera por la comparación de sus tesis con la realidad “soviética”.
Este descubrimiento no pudo hacerse más que en una lucha y a través de una práctica
revolucionaria excepcionalmente rica de otro partido comunista y de un país que ha tomado
otra vía de desarrollo, una vía socialista. Este partido no ha sido ni podía ser otro que el
Partido Comunista de Yugoeslava, y ese país Yugoeslava, y esto gracias a que nuestro país
y nuestro partido han tenido un desarrollo revolucionario borrascoso y particular y se han
entregado sin desfallecimiento a la edificación del socialismo”. (Questions actuelles du
socialisme, nº 1-2, pág. 59). Queremos creer que si Djilas conociese un poco mejor la
verdadera historia de la revolución española –no la que le han enseñado en Moscú o desde
Moscú, sino la otra, justamente la que fue escrita en algunas de sus mejores páginas con
sangre de camaradas nuestros- si estuviese al corriente del papel jugado por el POUM,
repetimos, su juicio sería menos unilateral y más objetivo. Cuando se produjo la resolución
del Kominform y la consiguiente ruptura del Partido Comunista de Yugoeslava con Moscú,
hacía doce años que los trabajadores españoles habían visto a la luz del día la verdadera faz
de la URSS.
(6) Esta revolución no fue debida al azar, puesto que se inscribe en la lógica misma de los
hechos. Repetimos que una de las causas principales de la degeneración que entronizó el
estalinismo reside en no haberse extendido la revolución rusa a los países del Occidente, es
decir, al aislamiento en que quedó el primer Estado obrero. Stalin trató de llenar teórica y
políticamente el vacío producido con su teoría del socialismo en solo país. Pero esa teoría,
como tantas veces se ha dicho, es una grosera mixtificación, en contradicción con el
marxismo y el propio bolchevismo. Recordemos, por ejemplo, que en el Manifiesto del IV
Congreso de la Internacional Comunista se dice que “la revolución proletaria no podrá
triunfar jamás en el interior de un solo país, sino en el cuadro internacional, en tanto que
revolución proletaria mundial”. Así han pensado siempre los bolcheviques, Lenin a la
cabeza. Pero, ¿qué importa a los estalinistas, falsificadores profesionales?
(7) Véanse los artículos que con el título general “Burocracia y capitalismo de Estado ”
fueron publicados por mí en los números 101, 102, 103 y 104 del periódicoLa Batalla,
órgano del POUM en Francia.
(8) Cifras tomadas de la interesante obra La Glacis soviètique , publicada en 1948 por
Nicolás Clarion.
(12) Artículos publicados por mí en los números 101, 102, 103 y 104 del periódico La
Batalla, con el título general de "Burocracia y capitalismo de Estado ".
(15) Para ilustrarse sobre el carácter y extensión de estas sociedades mixtas, léase el
interesante libro de Nicolas Clarion Le Glacis soviétique, ya citado anteriormente.