editorial
Concertación, bipartidismo y
movimientismo
Las alternativas del sistema de partidos en Argentina
La crisis de los partidos es un lugar común del deba-
te político, periodístico y académico argentino. Su ori-
gen tiene fecha fija: el año 2001. Sus causas y sus pers-
pectivas de superación son objeto de ese debate y deter-
minan acciones desarrolladas por los diferentes actores.
El presente documento se propone contribuir a la
formulación de una estrategia nacional, popular y demo-
crática de superación de la crisis de los partidos políticos
argentinos, que nos permita reconstruir una nación
soberana, con justicia social e integrada al mundo.
1. El sistema de partidos 1983-2001
La recuperación del régimen democrático y su man-
tenimiento desde 1983 está asociada a la conformación
de un sistema bipartidista de características peculiares.
En primer lugar debe señalarse que, si bien los acto-
res principales se cobijan bajo las identidades políticas
heredadas del período anterior iniciado en 1945, operan
sendos cambios fundamentales en sus concepciones y
sus prácticas:
El radicalismo se propone una estrategia de supera-
ción de la dinámica peronismo/antiperonismo, renun-
ciando a su condición exclusiva de vehículo electoral de
este último.
El peronismo se estructura bajo una forma partidaria
y abandona gradualmente la dinámica movimientista.
En segundo lugar, se trata de un bipartidismo confi-
gurado por los resultados electorales de los cargos ejecu-
tivos: pese a la presentación de numerosas opciones, los
votos a los candidatos presidenciales del Partido
Justicialista y de la Unión Cívica Radical suman el 92
por ciento en 1983 y el 80 por ciento en 1989.
Entre ambos partidos se reparte, como mínimo, el 80
por ciento de los gobiernos provinciales y la abrumado-
ra mayoría de los intendentes municipales elegidos entre
1983 y 1999.
En el plano legislativo, pese a la preponderancia del
dispositivo bipartidista, se expresan los matices que
aportan las otras fuerzas políticas.
Por lo tanto, como tercer rasgo característico, debe
señalarse una asimetría entre una escena pública pobla-
da por múltiples actores partidarios y resultados electo-
rales bipartidistas.
En cuarto lugar, tanto el radicalismo como el justicia-
lismo son expresiones políticas idiosincrásicas de la
Argentina que difícilmente se ajusten a un molde bina-
rio de descripción del sistema de partidos al estilo
izquierda/derecha.
Las fuerzas políticas susceptibles de encuadrarse en
esa clasificación concitan pocas expectativas electorales.
Tomando como caso las elecciones presidenciales y
agrupando las fórmulas de distintos partidos, el mejor
resultado de “la izquierda” y “la derecha” se verifica en
1989, cuando alcanzan el 4,75 por ciento y el 15,25 por
ciento de los votos válidos, respectivamente.
En consecuencia, las posibilidades de superación del
bipartidismo dependen de una redefinición de las rela-
ciones entre los propios protagonistas del esquema
bipartidario: emergencia del FrePaSo en 1995, forma-
ción de la Alianza en 1997 y de la Concertación Plural
en 2007.
Sin embargo, resulta pertinente formularse la pre-
gunta: ¿por qué sería necesario “superar” el bipartidismo?
¿No es acaso el bipartidismo el mejor modelo de sistema
de partidos bajo un régimen democrático?
2. La naturaleza de la crisis
Conviene rechazar como explicaciones válidas para
nuestros problemas las apelaciones a una genérica crisis
de representatividad partidaria o a la emergencia de nue-
vas formas de la política (tales como la video política), o
las críticas moralistas de la política.
Estos argumentos forman parte de nuestro clima
de época, pero ni siquiera nos proporcionan buenas
descripciones.
Ajustándonos a los hechos, podemos distinguir entre
el agotamiento del bipartidismo y su crisis.
1
Los fracasos del gobierno de Alfonsín, los éxitos del
gobierno de Menem y el Pacto de Olivos contribuyeron
decisivamente a disminuir las expectativas electorales del
radicalismo.
La orientación estratégica del gobierno de Menem
(apertura económica, privatizaciones, desregulación,
indulto a los criminales de la dictadura) generó una disi-
dencia peronista expresada por distintos grupos políticos
y sindicales que intentaron nuevas expresiones electorales
en conjunto con otras fuerzas de menor peso relativo.
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Estos dos procesos confluyeron en la aparición del
Frente Grande en 1993 y del Frente País Solidario
(FrePaSo) en 1995, expresiones que lograron el tercer y
segundo lugar en las elecciones de convencionales cons-
tituyentes de 1994 y presidenciales de 1995 respectiva-
mente, configurando un fenómeno caracterizado por los
siguientes rasgos:
Fueron alianzas electorales organizadas en torno a
figuras políticas, con bases organizativas difusas.
Predominaban dirigentes de origen peronista, aun-
que la apelación genérica se hacía desde el “progresismo”
o “centroizquierda”.
Su unidad dependía de la oposición a las principales
decisiones del gobierno de Menem, caracterizado gené-
ricamente como “neoliberal”.
Sus votantes provenían del amplio abanico electoral
de base urbana que había contribuido al triunfo de
Alfonsín en 1983.
En este contexto Alfonsín y Menem acuerdan el Pacto
de Olivos, cuya función histórica resulta paradigmática y
paradojal. Por un lado, el dispositivo bipartidista logra un
hecho trascendente (la primera reforma constitucional
ampliamente consensuada de la historia argentina) a par-
tir de motivaciones relativamente mezquinas (la reelec-
ción para Menem, cargos de minoría y ámbitos institucio-
nales para el radicalismo). Por otro lado, este acuerdo
bipartidario que consolida la democracia, sin embargo,
desgasta a los partidos de cara a la sociedad.
La Alianza UCR-FrePaSo emerge, entonces, como
un intento de superación del agotamiento del bipartidis-
mo, a la vez que de recuperación del terreno perdido por
los radicales.
La estrategia de la Alianza es clara: primero, ofrece
un vehículo electoral potente para los que estaban des-
contentos con Menem. Segundo, propone una cons-
trucción política que, desde los partidos tradicionales
(transversalidad), concluiría en una fuerza de centro
izquierda, configurando un nuevo bipartidismo cuyos
polos estarían identificados con las fuerzas ideológicas
predominantes en el mundo: conservadurismo neoli-
beral/socialdemocracia progresista.
El proceso que va desde los preparativos electorales
2 de 1997 a las presidenciales de 1999 demuestra que la
condición necesaria de la viabilidad electoral de la
Alianza es la incapacidad del peronismo para superar al
menemismo.
En efecto, la dinámica de la “interna” peronista reco-
noce una doble determinación: por un lado, la confor-
mación de bases socioeconómicas diferentes en torno a
los liderazgos de Menem y Duhalde (las finanzas, los
servicios y los importadores versus la producción, el
empleo, la sustitución de importaciones y la exporta-
ción). Por otro lado, las divergencias en torno al ajuste
fiscal entre “la” provincia y “las” provincias.
En este preciso contexto deben interpretarse las dos
derrotas electorales de Duhalde y el triunfo presidencial
de De la Rúa.
Al gobierno de la Alianza le bastó con una sucesión
de ajustes, la depresión económica y el escándalo de
corrupción en el Senado para defraudar las expectativas
de cambio que había despertado en el electorado.
La crisis del sistema de partidos, que se manifiesta en
las elecciones legislativas de 2001, rápidamente será
absorbida por la crisis política de diciembre.
3. La crisis política
El 19 y 20 de diciembre de 2001 la Argentina esta-
lló. En esas jornadas de caos, violencia y acción política
de masas se condensaron las diversas modalidades de un
proceso de descomposición de nuestra sociedad que
reconoce su origen en el 24 de marzo de 1976.
Esa fecha precisa el inicio simultáneo de un deterioro
permanente de las condiciones materiales de vida de
millones de argentinos articulado a la desaparición, asesi-
nato, encarcelamiento y tortura de miles de compatriotas.
La dictadura encabezada por Videla, Massera y
Agosti inaugura un verdadero proceso de desorganiza-
ción de una sociedad que había mantenido durante
prácticamente un siglo una obstinada búsqueda de la
integración basada en la movilidad social ascendente
impulsada por la educación y el trabajo.
Durante los 25 años que van desde 1976 hasta 2001,
todos los indicadores sociales dan cuenta de la fragmen-
tación social que deviene en exclusión y se cristaliza en
heterogeneidad.
Este fenómeno se mostró indiferente a la apertura
democrática de 1983: la representación política se con-
centró en la gobernabilidad y la ética de la responsabili-
dad desplazó a la ética de las convicciones.
Lentamente la política argentina fue despojándose de
sentido, deviniendo en un sistema político divorciado de
los intereses de la mayoría de la población.
Algunos hitos que trazan este recorrido son: la decla-
ración de “economía de guerra” hecha por Alfonsín en
vísperas del lanzamiento del plan Austral; el reconoci-
miento de Menem de que si hubiera explicitado su pro-
grama de medidas económicas durante la campaña elec-
toral no ganaba las elecciones de 1989; y la testaruda
incapacidad con la que el gobierno de la Alianza se afe-
rró a la convertibilidad.
El modelo económico basado en la convertibili-
dad a paridad fija del peso con el dólar había mostra-
do sus limitaciones con la crisis del sudeste asiático
de mediados de 1997 y, aunque en el año siguiente
logró una importante recuperación, recibió un golpe
mortal con el default ruso de agosto de 1998 y la

devaluación brasileña de comienzos de 1999.
Cuando asumió De la Rúa era imposible sostener la
dinámica de endeudamiento público externo y exporta-
ción privada de divisas propia de la convertibilidad,
como quedó demostrado con los fracasos que experi-
mentaron todos los programas de ajuste, el mega canje,
el blindaje y el corralito.
Las sucesivas decepciones de las mayorías electorales
desembocaron en el repudio generalizado a la clase polí-
tica expresado en las elecciones legislativas de 2001 y en
las jornadas del 19 y 20 de diciembre que provocaron la
renuncia del Presidente De la Rúa.
4. El contexto internacional
El desarrollo de la crisis política argentina se produce
en un contexto internacional que combina dos tendencias:
el lento, aunque persistente, proceso de desplazamiento
del centro de gravedad mundial desde el occidente hacia
el oriente, y la pérdida relativa de primacía de las finan-
zas y el correlativo ascenso de los recursos naturales y los
alimentos.
China, India, el 11-S, el choque de civilizaciones, los
precios del petróleo y de la soja, la transición energética
y las reservas de agua dulce, son algunos de los nombres
propios de aquellas determinantes, cuyo efecto inmedia-
to sobre la Argentina y América del Sur, a excepción de
Colombia, fue la “desatención imperial”.
Nuestra historia nacional es la historia de las sincroní-
as recurrentes entre crisis del sistema mundial y emergen-
cia y formación de un espacio de poder autónomo: guerra
napoleónica/independencia; guerra anglo bóer/consolida-
ción del estado nacional; primera guerra mundial/yrigo-
yenismo; segunda guerra mundial/peronismo.
Las tendencias fundamentales del contexto interna-
cional actual determinan una nueva “hora de los pue-
blos” en las naciones suramericanas.
5. Emergencia y recuperación
En nuestro país, la salida de la crisis ocurrió como
consecuencia de un doble desplazamiento en el sistema
político: primero del elenco radical/frepaso al justicialis-
mo; segundo de las provincias a la provincia de Buenos
Aires.
Esta dinámica explica el breve interinato de
Rodríguez Saa y la formación del gobierno de emergen-
cia encabezado por Duhalde y sostenido en la base por
un acuerdo bipartidario bonaerense, peronista y radical.
Este dispositivo político suspendió el pago de la
deuda externa, devaluó el peso, estableció retenciones a
las exportaciones y controles de cambio, asistió con sub-
sidios dinerarios a casi 2 millones de desocupados y
pobres, facilitó el acceso popular a los medicamentos y
sostuvo el incipiente proceso de recuperación de la acti-
vidad productiva.
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6. Crecimiento y transición política
Los enormes costos sociales de la salida de la conver-
tibilidad serán el dato inicial del gobierno encabezado
por Néstor Kirchner.
La exitosa renegociación de la deuda externa, el man-
tenimiento de condiciones macroeconómicas favorables
al crecimiento productivo, la recuperación de la inver-
sión pública y el fortalecimiento del consumo, explican
las altas tasas de crecimiento sostenido a lo largo del
período y la espectacular disminución de los niveles de
desocupación.
Sin embargo, nuestro problema fundamental es la
transición del sistema político.
El bipartidismo consolidado desde 1983 no sobrevi-
vió a la crisis de 2001: la fragmentación social se expre-
só en forma dramática en el nivel de la política, y en las
elecciones presidenciales de 2003 tanto radicales como
peronistas se presentaron en tres fórmulas distintas.
Esta realidad nos plantea el desafío de reconstruir
una mayoría que asegure el gobierno y sea representada
por el gobierno.
7. La Plaza del 25 de mayo de 2006
El Presidente Kirchner convocó a la concertación
plural durante el acto de celebración de un nuevo
aniversario de la Revolución de Mayo y los 3 años de
su gobierno.
La palabra presidencial fue contundente: la Plaza es
de los trabajadores, de Eva Perón, de las Madres y
Abuelas de Plaza de Mayo, de los 30.000 desaparecidos.
Desde esa Plaza se reconoce a Juan Domingo Perón
como el “dueño” histórico del balcón. A este lugar volvió
la generación que “llenaba” la plaza hace 30 años.
Desde ese suelo se convoca a todo el pueblo argenti-
no a hacerse presente en su diversidad.
Así, la Plaza del 25 reunió a los distintos actores
sociopolíticos que, en diferentes momentos y con diver-
sas modalidades, enfrentaron a la lógica del “ajuste per-
petuo”. También se sumaron otros sectores políticos y
sociales que confluyen en la búsqueda de un país centra-
do en la producción y el trabajo para todos.
La oportunidad de transformación que abrió la 3
acción popular del 19 y 20 de diciembre de 2001
encuentra en la Plaza del 25 de mayo de 2006 su expre-
sión positiva.
8. La Concertación Plural
La Concertación Plural ha recorrido su primera
etapa desde la convocatoria del 25 de mayo de 2006
hasta las elecciones del 28 de octubre de 2007. Sus ras-
gos característicos son:
La constitución de una fórmula presidencial biparti-
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daria peronista-radical.
La proliferación de listas para el resto de las catego-
rías electorales.
Un bajo nivel de integración bipartidario en el
resto de las categorías electorales (algunas excepcio-
nes notables son la fórmula para la gobernación de
Mendoza y la lista de diputados nacionales de la pro-
vincia de Buenos Aires).
La Concertación reúne un amplio abanico de diri-
gentes validados por la representación electoral, configu-
rando una fuerza política de carácter oficialista.
No obstante, en una importante cantidad de casos los
oficialismos locales son desafiados por oponentes que
integran la Concertación a nivel nacional.
La asincronía entre algunos procesos electorales loca-
les y la elección nacional facilitó la convergencia en la
fórmula presidencial, manteniendo la competencia en el
nivel local.
En consecuencia, Cristina Fernández de Kirchner
encabezó la fórmula de una fuerza política en proceso de
formación, con un gran dinamismo “interno” y difusos
límites “externos”.
En términos del resultado electoral, se puede afirmar
que la mayor parte del voto del Frente para la Victoria
provino de electores peronistas y que la mayoría de los
peronistas votó por Cristina Fernández de Kirchner.
La fórmula también se impuso en todas las provin-
cias gobernadas por radicales incorporados a la
Concertación.
Por lo tanto, el núcleo fuerte del voto por el oficialis-
mo es un voto organizado, movilizado o referido a las
organizaciones y líderes que integran la Concertación.
El plus de “voto independiente o de opinión” puede
estimarse en el 20 por ciento del resultado obtenido por
la candidata peronista.
9. Hegemonía
El uso de los términos “hegemonía” y “hegemónico”
es recurrente en el debate público argentino, a pesar de
las fragilidades de nuestro sistema político.
Estas expresiones sirven tanto para connotar caracte-
4 rísticas personales de Néstor Kirchner y de Cristina
Fernández de Kirchner (colérico, soberbia, autoritarios),
como para describir situaciones políticas tales como la
sucesión presidencial entre los integrantes de una pareja
matrimonial, la relación entre el Poder Ejecutivo y el
Congreso o las relaciones entre el gobierno nacional y
los provinciales.
Sin embargo, esta utilización calificativa de los
términos “hegemonía” y “hegemónico” desplaza los
usos aceptados en el ámbito académico, empobre-
ciendo el debate.
En la ciencia política encontramos dos conceptos
establecidos de “hegemonía” y “hegemónico”: el prime-
ro, debido a Antonio Gramsci, es un atributo de la socie-
dad, en tanto que el segundo, formulado por Giovanni
Sartori, refiere al sistema de partidos.
En el contexto gramsciano, la hegemonía entendida
como dirección moral e intelectual de la sociedad se
asienta en instituciones, organizaciones y prácticas de la
sociedad civil. La hegemonía garantiza la estabilidad del
orden social, sintetizada en la célebre fórmula de domi-
nación más consentimiento.
Para Sartori, un sistema de partidos resulta hegemó-
nico cuando, pese a que existen partidos diversos, sólo
uno está habilitado para ejercer el gobierno durante lar-
gos períodos debido a situaciones de hecho y a disposi-
tivos institucionales que garantizan esa supremacía.
El caso típico de hegemonía es el “americanismo”, en
tanto que el ejemplo de partido hegemónico es el PRI
mexicano. En ambos casos estos conceptos se asocian
positivamente con el mantenimiento del orden social,
aun cuando resultan opuestos a las preferencias valorati-
vas de los autores (el socialismo para Gramsci, la demo-
cracia competitiva para Sartori).
Una hegemonía social o un partido hegemónico
devienen disfuncionales como efecto del conflicto
sociopolítico.
Entre 1880 y 1930 se registra la única experiencia
hegemónica de nuestra historia, basada en la comple-
mentación económica con Gran Bretaña y en el predo-
minio de valores liberales y progresistas en la sociedad
civil, y sostenida por la supremacía del Partido
Autonomista Nacional, entre 1880 y 1916.
Desde que la crisis mundial de 1930 dinamitara los
cimientos de la hegemonía liberal, vivimos una recurren-
te insuficiencia hegemónica. Entre 1945 y 1955, el pero-
nismo intentó la construcción de una nueva hegemonía,
pero fracasó.
Una de las manifestaciones de esta insuficiencia hege-
mónica es la inestabilidad política: en la Argentina del
siglo XX no hubo partido hegemónico ni democracia
competitiva. Afortunadamente, ni el régimen del fraude
electoral, ni las dictaduras militares fueron estables (el
dictador más duradero no completó un mandato consti-
tucional de seis años).
10. Las alternativas del sistema de partidos
Nuestro desafío es construir un sistema de partidos
que sostenga un proyecto nacional durante los próximos
cincuenta años.
Las alternativas en debate son: bipartidismo, movi-
mientismo y concertación.
Entre aquellos que sostienen la conveniencia de que
el sistema evolucione hacia el bipartidismo, están los que

quieren que se asimile al modelo europeo de centroiz-
quierda/centroderecha y aquellos que piensan que
debería renacer la alternativa justicialismo/radicalismo.
Sin embargo, en un contexto de insuficiencia hege-
mónica, el bipartidismo: o bien se vacía completamen-
te de contenido y se subordina a los poderes fácticos, o
bien reproduce, en su alternancia, la heterogeneidad
social y sus proyectos antagónicos, con la consecuente
espiral de decadencia.
El movimientismo, en cambio, apunta a superar la
insuficiencia hegemónica mediante un proceso de pola-
rización que desnivele la correlación de fuerzas sociales
y permita establecer una nueva hegemonía.
La historia y la geopolítica nos muestran los límites
precisos que tiene esta alternativa: el resultado más pro-
bable es la fractura social, el aumento de los niveles de
intervención extranjera y un mayor deterioro de las con-
diciones de vida de la población.
La concertación es un proyecto abierto. Ha dado
sus primeros pasos en el terreno institucional y elec-
toral, pero todavía falta mucho por recorrer. Su base
de gobernabilidad está asegurada por la mayoría elec-
toral del 28 de octubre de 2007 y los valores mínimos
que dan coherencia a las iniciativas de la concertación
son la democracia, los derechos humanos, la justicia
social y la soberanía.
Para que sea efectiva debe ser doblemente plural,
articulando a participantes diversos en diferentes esce-
narios: político, institucional y social.
En el plano político, la concertación debe proponer-
se como espacio de formación de una voluntad común a
partir de partidos políticos organizados. Su base de sus-
tentación deben ser las mayorías peronistas y radicales.
A diferencia de la “transversalidad” que se proponía divi-
dir a los dos partidos históricos y generar dos nuevas
identidades (centroizquierda/centroderecha), la concer-
tación debe reconocer y articular las individualidades
políticas organizadas.
Los movimientos territoriales de base piquetera y los
dirigentes y pequeños grupos surgidos de la diáspora del
FrePaSo y otras fuerzas políticas de centroizquierda,
deberán darse una forma orgánica para participar de la
concertación en el nivel político.
En el nivel institucional, la concertación debe pro-
ponerse como espacio de articulación de políticas
entre los diferentes niveles de gobierno y de forma-
ción de mayorías legislativas que permitan sumar
voluntades, con flexibilidad, de acuerdo a las distintas
iniciativas que se traten.
En el plano social, el Estado debe orientar y equili-
brar la concertación entre los representantes del capital y
del trabajo; profundizando los ámbitos existentes como
el Consejo del Salario y las convenciones colectivas de
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trabajo y generando nuevas instancias de negociación en
las que se establezcan metas de productividad, empleo e
ingresos por sector de actividad.
En definitiva, la concertación es plural porque son
muchos esfuerzos, grandes y pequeños, de negociación y
acuerdos en los que están involucrados diversas organi-
zaciones, grupos y dirigentes.
11. El Proyecto Bicentenario
El año 2010 nos convoca a un nuevo inicio: la
reconstrucción de la Nación, cohesionada e integrada
al mundo.
La Concertación Plural es la plataforma política que
permitirá la elaboración e implementación de un nuevo
proyecto nacional, cuyos ejes básicos son:
Cultura política
Nuestra cultura política nacional y popular se formó en
el contexto de la crisis mundial de 1930, de la guerra fría
y de la dinámica de enfrentamiento peronismo/antipe-
ronismo. Su núcleo conceptual está sintetizado en el
enunciado “todo lo nacional es popular, todo lo popular
es nacional”. Esta fórmula permitía diferenciarnos,
simultáneamente, del nacionalismo oligárquico, de ins-
piración fascista o falangista al estilo de la Liga
Patriótica, y del internacionalismo proletario del Partido
Comunista.
La reconstrucción nacional nos exige una reformulación
de este núcleo conceptual, partiendo de la afirmación de
Perón: “para un argentino no hay nada mejor que otro
argentino”. Esto significa una nacionalidad más amplia
que su base popular, que contenga la diversidad de
manifestaciones de la vida social y cultural del país.
La piedra fundamental de esta nueva cultura política es
la fórmula “educación + trabajo = movilidad social ascen-
dente”. A la luz de esta fórmula debemos reconstruir
nuestra historia nacional como la continuidad de una
sociedad que ofrece cada vez más y mejores oportunida-
des para sus ciudadanos. De Alberdi y Sarmiento hasta
Yrigoyen, Perón y Frondizi.
El golpe de 1976 interrumpió esta tendencia secular,
proponiéndose la eliminación física y social de los suje-
tos de la Argentina igualitaria.
En 1983 recuperamos la democracia, en 2002 recupera- 5
mos la autonomía de la política y en 2007 comenzamos
a experimentar con la concertación. Nuestro desafío es
generar una cultura política para el desarrollo.
Calidad institucional
El concepto de “calidad institucional” se popularizó a
partir de los debates sobre reformas de segunda genera-
ción producidos sobre fines del siglo XX en el contexto
latinoamericano.
En el centro de estos debates estaba la necesidad de
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garantizar los éxitos de las reformas de primera genera-
ción (estabilización, apertura externa, desregulación y
privatizaciones), amenazados por la creciente ola de cri-
sis de gobernabilidad que afectaba a la región.
El supuesto básico de las propuestas de reforma de
segunda generación es que estas crisis obedecían a las
deficiencias institucionales de los Estados latinoameri-
canos para hacer frente a los desafíos de la globalización.
De modo que el fortalecimiento institucional permitiría
recuperar la legitimidad perdida en la crisis y por lo
tanto aumentar la gobernabilidad democrática.
Las recetas para aumentar la calidad institucional eran
variadas y, a diferencia del Consenso de Washington,
nunca se presentaron en un corpus homogéneo. Sin
embargo, algunos tópicos eran recurrentes: el fortaleci-
miento de la sociedad civil, la descentralización, la refor-
ma judicial y el estado pequeño y fuerte.
En todo caso se trataba de iniciativas que permitieran
una buena adaptación de las sociedades latinoamerica-
nas a las condiciones de la globalización, en especial a
las exigencias de libre comercio formuladas desde
Estados Unidos.
Nuestro enfoque sobre la “calidad institucional” es dife-
rente, supone que el Estado es un dispositivo institucio-
nal que debe hacer efectivos los derechos consagrados
por la Constitución.
La política es la actividad que permite alcanzar la satis-
facción de estos derechos en un contexto de tensiones,
divergencias y conflictos por recursos escasos.
Definir prioridades en este contexto exige arbitrar, por
ejemplo, entre los derechos de los acreedores de la
deuda pública y el derecho a la movilidad de jubilados
y pensionados.
Así, los mayores niveles de calidad institucional se
logran mediante la plena vigencia de los derechos de la
mayoría de los ciudadanos, en el marco de las institucio-
nes republicanas de la democracia.
Unión americana
La Argentina arrastra una tradición secular de enfrenta-
6 miento con Estados Unidos, producto de la influencia
británica y de la guerra fría.
Por otro lado, la política norteamericana hacia
Iberoamérica, implementada como consecuencia de
los atentados del 11-S, ha oscilado entre la indiferen-
cia, la pretendida imposición del libre comercio uni-
lateral y el apoyo selectivo en materia de seguridad y
lucha antiterrorista.
Sin embargo, el continentalismo es un desafío perento-
rio. El MERCOSUR y la Unión de Naciones
Suramericanas son avances importantísimos que deben
ser completados a nivel hemisférico, por razones geopo-
líticas, económicas y culturales.
Sólo desde una América unida se podrá sostener el pro-
yecto civilizatorio basado en la democracia, los derechos
humanos, el pluralismo cultural y el bienestar.
Desarrollo
El aumento de las capacidades productivas de la socie-
dad argentina debe ser una meta fundamental del pro-
yecto nacional. La planificación concertada es la estrate-
gia correcta para alcanzar ese objetivo.
Sin embargo, a diferencia de las sucesivas aproximacio-
nes popularizadas en los últimos años sobre la compe-
titividad y el desarrollo, que concentraban sus esfuerzos
en potenciar aquellos sectores que demostraban mayo-
res aptitudes adaptativas al contexto de la globaliza-
ción, el proyecto nacional de la concertación debe
poner el foco en los equilibrios de población, de terri-
torio y de ingresos.
Las oportunidades que brinda el contexto de deman-
da mundial de alimentos deben aprovecharse para
inducir un acelerado desarrollo del Norte Grande
argentino, con un programa de inversiones públicas y
privadas que durante 20 años consecutivos permita
erradicar la pobreza, mejorar la infraestructura pro-
ductiva y social, atraer inversiones y aumentar el pro-
ducto regional, aumentar la productividad y los ingre-
sos de los asalariados.
Este programa de desarrollo del Norte Grande debe
financiarse con recursos provenientes de la rentabilidad
extraordinaria que genera la producción de alimentos en
las zonas de ventajas comparativas del país.
Una nueva cultura política que nos incluya a todos en
una renovada visión de la nacionalidad; instituciones
que garanticen los derechos de los ciudadanos privi-
legiando a las mayorías; un marco de inserción inter-
nacional orientado a la paz, la democracia y la coope-
ración económica; un desarrollo que fomente el equi-
librio y la igualdad de oportunidades en todo el terri-
torio nacional; son propósitos que sólo pueden alcan-
zarse con consensos y esfuerzos sistemáticos durante
muchos años.
La concertación entre los partidos de orientación demo-
crática, nacional y popular es la única alternativa políti-
ca para los argentinos… o la bandera flameará sobre nues-
tras ruinas.

Carlos A. Fernández Pardo
Carl Schmitt en la teoría
política internacional
Buenos Aires, Biblos, 2007, 126 páginas
Desde hace un cuarto de siglo, las acciones de Carl
Schmitt (1888-1995) están en alza en todo el mundo.
No obstante los controvertidos aspectos de su vida y
obra, el autor germano, rescatado por el entusiasmo
de intelectuales y pensadores de distinta procedencia,
está considerado hoy como uno de los exponentes
más destacados de la ciencia jurídica y política del
siglo XX. A esta revalorización ha contribuido, sin
duda, la compleja y conflictiva situación internacional
de las últimas décadas. Gran parte de lo que hemos
denominado Schmittstreit, la polémica en torno suyo
se debe, precisamente, a sus aciertos como estudioso
del derecho y la política internacional. En la
Argentina, los trabajos sobre Schmitt se reiteraron en
los últimos años, con un nivel de aproximación y aná-
lisis generalmente encomiables.
En este orden de ideas, el libro de Carlos A.
Fernández Pardo aquí reseñado es una profundización
de otros aportes vernáculos, privilegiando el autor, tal
como lo confiesa desde los primeros párrafos, exclusi-
vamente al Schmitt internacionalista. Fernández Pardo
enfatiza -parafraseamos y sintetizamos- la relación
causal y significante entre las situaciones singulares y
los grandes procesos internacionales, entre el acontecer
y la estructura internacional, la variación del accionar
de las unidades políticas y las invariantes del sistema.
En este trabajo se apunta, acertadamente, la asiste-
maticidad del pensamiento schmittiano en política
internacional. En los hechos, como internacionalista
Schmitt es autor de una sola obra: El Nomos de la Tierra
(1945-1950), en tanto sus contribuciones anteriores y
posteriores giran en torno a dicho corpus. En tanto
“pensador policéntrico”, estaba en directa relación con
su agitada época; todos coinciden en señalar que hacia
1937 o 1938 dejó de dedicarse a temas de política inte-
rior para pasar al plano internacional. Sus motivaciones
han sido muy tratadas y no interesa reiterarlas.
El pensamiento de Schmitt orientado al empíreo
internacional nace del desenlace de la Gran Guerra y la
creación de una organización supraestatal, la Sociedad
de las Naciones, paralela a una creciente utilización
ideológica del derecho como instrumento de legitima-
reseñas
ción del orden establecido. El jurista alemán enfrentó
esta tendencia -basada en el pacifismo, el normativis-
mo y el racionalismo jurídico- a través de la sólida sis-
tematización de un pensamiento reivindicativo del rea-
lismo en temas internacionales. Él respetaba el para-
digma establecido desde la paz de Westfalia en el siglo
XVII, que creó el Estado Nación moderno como enti-
dad visible, material y de potencia manifiesta.
Paralelamente, la política internacional fue basada en
las relaciones interestatales, donde jugaban los recur-
sos, las fuerzas armadas y la calidad de mando, con
reglas de juego preestablecidas y aceptadas. Al respec-
to, Fernández Pardo habla de una “conciencia” del sis-
tema europeo, repasando a numerosos juristas que con-
tribuyeron a la construcción de un ius publicum que
resultó vigente durante cuatro siglos.
Este sistema Schmitt lo veía amenazado por la evo-
lución de una esfera mundial “libre”, económica, que
marcaba el siglo liberal, disolviendo toda realidad
social y espiritual de los pueblos. En su famosa obra El
concepto de lo político, concluirá que este proceso culmi-
nará en la idea de “humanidad”, concepto abstracto
que excluye el real de “enemigo” y que no es más que la
apropiación de un valor universal para enmascarar el
imperialismo económico. No obstante, el liberalismo
internacionalista no se impuso definitivamente sino 7
hasta después de la Segunda Guerra Mundial, con la
desvalorización del Estado Nación y la entronización
de una “sociedad internacional”.
Recordando una larga serie de autores -Hoffman,
Buzan, Walter, Waltz, Lejbowicz, etcétera-, Fernández
Pardo aborda la teoría internacionalista de Schmitt,
originada en un “diagnóstico severo y pesimista sobre
reseñas
el presente y destino de la comunidad europea de
Estados”. El Kronjurist acusa la crisis del eurocentris-
mo, surgida ya en 1917 con las limitaciones a las deci-
siones y espacialidad europeas y el surgimiento de
grandes poderes extraeuropeos, la Unión Soviética y
los Estados Unidos (ya antes había expresado esta
prevención sombría en su obra, de significativo títu-
lo, Nordlicht). El universalismo naciente se corres-
pondía con el panintervencionismo, orientado desde
los imperialismos soviético y norteamericano.
Frente al nominalismo kelseniano, Schmitt pro-
ponía recuperar el ius gentium, adaptado a las necesi-
dades de una era supraestatal, pero apelando a un
realismo espacial, concepto sobre el cual pivotea gran
parte de la reflexión de Fernández Pardo. Un orden
iusnatural positivista repugnaba al pensamiento de
Schmitt, pues un orden debe tener como referencia
“algo concreto” y no el “caos”. Resulta utópico o, más
aún, falaz, sostener un derecho autonómico por enci-
ma del orden concreto de la realidad internacional.
Para él no existen ideas políticas sin un espacio de
referencia, ni espacio al cual no corresponda una idea
política; y una idea política bien definida es la que
individualiza a un adversario específico. El ordena-
miento espacial se entiende como sistema, pero
siempre dentro de los grandes procesos, pues el
mundo de las relaciones internacionales es un mundo
dinámico, y por ende la base de esta teoría será la
interdependencia espacial. Importa, pues, la situa-
ción única y concreta: la actual.
Para Fernández Pardo, las premisas analíticas de
Schmitt se afirman en consideraciones espaciales
antes que en cuestiones normativas. La estatalidad en
él está determinada por la territorialidad y ésta por
los tres postulados básicos: apropiación, distribución
y apacentamiento; el conflicto, el derecho y la econo-
mía serán los procesos consecuentes y correlativos.
La escuela realista -con Schmitt a la cabeza, pero
con exponentes como Morgenthau, Waltz,
Mearshaimer y Brzezinsky, entre otros- sostiene que
las características del sistema internacional se explican
por la distribución del poder y las capacidades y recur-
sos de los actores internacionales. El actor principal es
el Estado y la base de su accionar es la suma de sus
8 capacidades; Fernández Pardo lo clarifica: el poder
ciertamente es posicional, porque es el poder de alguien
y es ejercido desde alguna posición en el sistema.
La parte más interesante de la obra que nos ocupa
es la concretamente referida al realismo espacial
schmittiano. La teoría de Schmitt gira en torno del
nomos, medida de orden y forma de la unidad espa-
cial, principio fundamental de la distribución del
espacio terrestre (frontera/limes/“propio”/“extraño”).
La apropiación y división del espacio es la primera
acción del hombre, y un sistema de unidades políti-
cas en un espacio está sometido a las variaciones del
nomos. Schmitt siempre se aferró al espacio sin
sucumbir a las doctrinas biologistas y darwinistas en
boga: para él la palabra “sangre” es policémica, mien-
tras “suelo” es un ligamen concreto. Dado que el rea-
lismo espacial se corresponde con un espacio discon-
tinuo -pues la distribución espacial produce discon-
tinuidad y fragmentación-, necesariamente existirán
asimetrías, ya que el poder está desigualmente distri-
buido. La historia será, también, la historia de los
conflictos distributivos.
Occidente ha legitimado su Estado nacional no
sólo a través de la unidad política, sino creando un
sistema internacional. Concebido como instancia
neutral a las desastrosas guerras de religión, el Estado
moderno y su correlato el ius publicum constituyeron
un sistema que respondía al nomos eurocéntico. Sólo
la piratería actuaba en un vacío de estatalidad. En el
caso de Inglaterra, poco integrada al continente
europeo, apoyada en una geovisión marítima y en la
iniciativa privada, la acumulación de capital -apunta
Fernández Pardo- reemplazó a la acumulación terri-
torial (Schmitt desarrollará brillantemente las distin-
tas concepciones marítima y terrestre resultantes en
Tierra y Mar).
Schmitt reconoce la influencia implícita de la geo-
política en su pensamiento –Fernández Pardo dedica
varios párrafos al respecto-, pero sin sucumbir al
determinismo, interesándose por el cambio de estruc-
tura del derecho internacional a través del tiempo. La
línea esencialmente comercial y marítima -amity line
británica- reemplazará la línea interestatal que ambas
potencias católicas, España y Portugal, establecieran
en Tordesillas luego del descubrimiento del Nuevo
Mundo. Pero con el panintervencionismo norteame-
ricano surge una nueva línea global, la hemisférica, sin
fronteras definidas y basada en una geovisión no sólo
naval sino aérea. La revolución espacial tecnológica
permitía ahora no sólo la toma de la tierra y su explo-
tación, sino la conquista del aire.
Una detenida y clara exégesis y discusión de la
 reseñas
concepción estadounidense de la política internacio- Parusía. Un mundo unipolar supondría el peor totali-
nal realiza Fernández Pardo, remarcando la impor- tarismo, pues ninguna disidencia o “alteridad” sería
tancia de Woodrow Wilson y la utilización de la posible. Consideró que únicamente el Gran Espacio,
Doctrina Monroe, convertida de defensiva en ofensi- una esfera supranacional basada en valores y objetivos
va luego de la guerra hispanoamericana de 1898. El compartidos, podía ofrecer resistencia a un imperia-
trasfondo de Wilson es la concepción kantiana de la lismo global. El pluralismo de los grandes espacios
“paz perpetua”, unida a la interpretación americana de puede crear un equilibrio de poder pluralista, respe-
los Estados Unidos como garantes de esa paz mun- tuoso de sus partes integrantes.
dial, apoyados en el “destino manifiesto”. Schmitt Fernández Pardo señala agudamente que Schmitt
comprendió la importancia de la Doctrina Monroe no vislumbró ni profundizó el proceso de descoloni-
como fórmula geopolítica, interesante por su versati- zación y la creación de “un tercer vasto espacio no ali-
lidad. Comprendió la necesidad de establecer una neado”. La obra reseñada concluye: “el proceso hacia
“Doctrina Monroe europea”, como garantía de segu- el gran espacio, como lo propone el realismo espacial,
ridad de un megaespacio continental europeo frente a no requiere del complemento de una categoría teoló-
la amenaza de los panintervencionismos de oeste y gica... sino de la intensa amistad en la reunificación de
este. Particularmente frente al atlantismo, que luego culturas vinculantes y espacios económicos en posi-
de 1919 establecía que un régimen político debía ser ción de sus recursos y particularidades”. Es la misión
reconocido sólo si se atenía a los postulados de la del vasto megaespacio sudamericano, única alternati-
democracia liberal. Ello constituía las bases de un va espacial frente al accionar hegemónico del impe-
nuevo concepto largamente desarrollado por Schmitt, rialismo global.
el de guerra discriminante. Queda, finalmente, recomendar enfáticamente la
Estados Unidos propuso un modelo de sistema lectura del libro de Fernández Pardo, verdadera guía
internacional basado en la norma, aseguradora de la Baedecker del Schmitt internacionalista, plena de
paz mundial y la democracia como forma de gobier- matices y reflexiones propias, de honda significación
no y estilo de vida; la legitimidad importaba poco. y segura utilidad. Una interesante bibliografía, ade-
Schmitt comprendió la duplicidad de la propuesta, más, completa la obra
que enmascaraba el accionar de los poderes indirec-
tos, de índole económica y financiera: el atlantismo Horacio Cagni
era “una combinación de ética y negocios”. Wilson,
Root, Lord Cecil, Stimson y Roosevelt son los nom-
bres sucesivos que conducirán al panintervencionismo
estadounidense como potencia punitiva en carácter de
“cruzada” contra la “barbarie” internacional. Las
memorias del general Eisenhower se titularán, signi-
ficativamente, Cruzada en Europa. Aquí es inevitable
recomendar la excelente obra de Danilo Zolo: La jus-
ticia de los vencedores. De Nuremberg a Bagdad.
Frente al panintervencionismo atlantista, Schmitt
reivindica el realismo espacial, reconociendo el agota-
miento del Estado Nación y del ius publicum europeo,
preguntándose qué sucedería con la consiguiente dis-
gregación de la estatalidad europea. A fines de la
Segunda Guerra Mundial, ante el advenimiento de
una era transestatal, ya se interrogaba sobre qué
corrientes profundas emergerían en la política interna- 9
cional y qué forma ésta adoptaría. La idea de una uni-
dad del mundo repugnaba al católico Schmitt, pues
esto sólo podría darse con el fin de los tiempos y la
reseñas
Ana Zagari
Soberanía y gobernabilidad
Para una teoría del Estado
Buenos Aires, Universidad del Salvador,
2007, 192 páginas
La crisis del Estado como pan-institución dado-
ra de sentido es uno de los tópicos intelectuales más
recorridos a lo largo de los últimos años. Este traba-
jo, corregido y ampliado, constituye la tesis doctoral
de Ana Zagari y es de alguna manera -pese a su tono
por momentos monográfico- un interesante intento
para recorrer la genealogía de esta crisis.
Las cuatro partes que componen el libro recrean
dos conceptos centrales de la filosofía política mod-
erna, como son los de soberanía y gobernabilidad;
significantes claves para una teoría del Estado mod-
erno que aún hoy, a siglos de su formalización, nos
sigue dando vueltas en la cabeza y formando parte
de airados y extensos debates.
Zagari elige un amplio repertorio de voces para
apoyar su teoría que comienza con los llamados filó-
sofos iusnaturalistas (Hobbes, Locke, Rousseau),
pasando por las lecturas que Bobbio y Schmitt hacen
de Hobbes, para detenerse en las diferentes concep-
ciones de soberanía planteada por las filosofías anti-
estatales (Bataille, Nietzsche y Foucault), y de esta
manera corroborar la suerte que el principio de
soberanía tiene en nuestras movilizadas sociedades
contemporáneas.
El objetivo central del libro es confrontar los
diversos sentidos que hoy adquieren las palabras
soberanía y gobernabilidad. Zagari formula para
ello su hipótesis de investigación, señalando “que el
inicio y la consolidación de la figura del Estado-
Nación se basan en un principio, el de soberanía; la
10
transformación del Estado y su puesta en cuestión
están basadas en la discusión de dicho principio,
dando cabida a otro, denominado principio de gob-
ernabilidad”.
Ambos principios no serían necesariamente
excluyentes. La soberanía encuentra su legitimidad
en el terreno teológico-político: la soberanía divina
por sí misma es garantía de la humana. En los siglos
XVII y XVIII las guerras territoriales y de religión
producen grandes transformaciones en las institu-
ciones religiosas y jurídicas, modificando radical-
mente este principio. Cuando las guerras territori-
ales ceden y las poblaciones comienzan a crecer acel-
eradamente, la soberanía ya no es suficiente para
garantizar la paz social. Surge así el otro principio
clave, el de la gobernabilidad, posibilitando el afian-
zamiento del orden económico-administrativo
(biopolítica) en el cual la vida humana es concebida
y tratada como masa. Este desplazamiento -de un
modelo teológico-político hacia un orden económi-
co-administrativo- es clave para entender la consti-
tución del Estado moderno. La intención última de
la autora será plantear cómo nuestros actuales mod-
elos estatales -atravesados por la globalización y el
flujo acelerado de capitales- ponen en cuestión la
soberanía de las naciones y el poder de sus Estados.
El primer capítulo del libro se detiene en los
antecedentes de la soberanía pre Leviathan de
Hobbes y en los aportes de Maquiavelo y Bodino.
La segunda parte atiende exclusivamente al concep-
to de soberanía. Allí encontramos una interesante
síntesis conceptual de Hobbes y valoraciones de la
autora, tales como las que señalan que “la movilidad
social fagocita el poder político y demanda intereses
que invoca como derechos”. Imposible que la autora
pudiera eludir las críticas al absolutismo hobbesiano.
Sin embargo -y sí hubiera sido interesante que se
explayara más en esto-, nos advierte que sería caer en
un forzamiento de los términos considerar a Hobbes

como uno de los teóricos del terrorismo de Estado.
Zagari tampoco nos explica demasiado lo infun-
dado de esta crítica. La alusión que la autora hace de
Hannah Arendt tampoco es demasiado novedosa ni
exhaustiva. La distinción de Arendt entre saber y
poder apunta a mostrar cómo el poder político olvi-
da su lugar de representación de la autoridad misma
y se ejerce como dominio. Allí se olvidaría la distin-
ción hobbesiana de poder sobre las cosas y poder sobre
las personas, convirtiendo a éstas en cosas. La autora
termina señalando que la asimilación de los concep-
tos de soberanía y autoridad al concepto de dominio
deriva en políticas totalitarias. Con ello, las “cuida-
dosas” distinciones de Hobbes entre dominio y
soberanía se han perdido en nuestras sociedades. El
totalitarismo y las experiencias de terrorismo de
Estado dan cabal muestra de ello.
La tercera parte de Soberanía y gobernabilidad se
concentra en algunas lecturas de Hobbes, como la que
hace John Locke. Las diferencias conceptuales entre
ambos autores son notables. Recordemos que Locke
rechaza el concepto de representación como mediación
entre el pueblo y el ejercicio efectivo del poder, ya que
la representación es en sí misma una usurpación de la
soberanía y las libertades individuales.
Es en el último capítulo del libro, “Crisis de la
soberanía”, donde encontramos a mi entender la lec-
tura más valiosa y los aportes más críticos de la auto-
ra. Las llamadas filosofías antiestatales y la concep-
ción de una soberanía individual tematizados por
Nietzsche, Bataille y Foucault representan la dis-
cusión contemporánea en torno a la filosofía políti-
ca de Hobbes. De Nietzsche la autora retoma sus
consideraciones en la Genealogía de la moral, donde
el filósofo llama al individuo a abandonar su lugar en
el rebaño-Estado, para de esta manera volver a recu-
perar nuestra soberanía creadora, arrebatada por un
poder que despoja al individuo de su soberanía, con-
virtiéndolo en género, clase o número, para poder ser
deducido, calculado, sometido y manejado.
George Bataille, por su parte, sostiene que el
individuo -por su constitución ontológica- no puede
sino confrontar con el poder soberano del Estado y
sus políticas de control. Propone un hombre sin
Dios y sin Estado. Al decir de Zagari, “el desplaza-
miento que produce Bataille en su concepción de la
soberanía consiste en situarla en el cuerpo propio, y
negarla en el lugar en el que se consideró patrimo-
nio de otro cuerpo, el del Estado”. La única sober-
reseñas
anía posible será la del cuerpo propio gobernado por
el principio de placer. La manifestación de lo divino
en lo humano es el placer y su forma extrema es el
éxtasis. La experiencia descentrada de un sujeto,
junto con su conciencia desdichada, es la experiencia
de una vida desbordada por el dolor, el goce y la
muerte. Allí no puede haber apelación a ninguna
serenidad, sino únicamente la aceptación de que la
existencia es pathos, excitación constante que da
cuenta de un saber no racional, mostrando el abismo
que significa la muerte.
En este sentido, la experiencia de lo divino es
experiencia de saber no racional, que recela de la
confianza racionalista del trabajo y del progreso. El
Leviatán, al despotenciar la existencia humana, ha
adquirido la forma totalitaria de los Estados del
siglo XX. El terror a la muerte llevó a un agru-
pamiento contractual, despertando la máquina buro-
crática como su consecuencia lógica. Finalmente,
concluirá la autora sobre Bataille que la única sober-
anía posible-imposible es la de la experiencia interior
que borra la distinción entre sujeto-objeto, para
volver al hombre sobre sí mismo en una subjetividad
sin contrato.
La última lectura que hace la autora es la de
Foucault y su arte de gobernar. No voy a detenerme
especialmente en ella, porque creo que está lo sufi-
cientemente divulgada. Señalaré simplemente que el
arte de gobernar para Foucault es el arte de un saber
disponer las cosas para lograr la consecución de cier-
tos fines y no simplemente la imposición arbitraria
de una obediencia.
Para terminar, como buenos modernos que aún
somos, Zagari cree que la soberanía sigue siendo el
principio regulador de las relaciones entre el Estado
y la sociedad. Por ello, “la crisis actual está presente
en la encrucijada entre una soberanía débil y un
imperativo de gobernabilidad, que sigue dejando
fuera la sacralizad de la nuda vida”. Por último, nos
propone Zagari pensar después de Auschwitz y de
todas las masacres del siglo XX, para dislocar las for-
mas más tradicionales de lo político que terminan
degenerando en antagonismos (amigo-enemigo, ciu- 11
dadano-extranjero, etcétera), y de esta manera ver
que “no hay un adentro y un afuera excluyentes uno
del otro”.
María del Milagro Casalla
reseñas
Vicente Massot
Las ideas de esos hombres
De Moreno a Perón
Buenos Aires, Sudamericana, 2007, 304 páginas
Si requiriésemos pruebas de que en la actualidad la
tradición del llamado “revisionismo histórico”
prosigue con ímpetu la abigarrada trama de líneas y
estribaciones que experimentó en el siglo XX,
entonces el libro de Vicente Massot aporta algo más
que un indicio al respecto, del propio modo, con su
estilo argumentativo y su prosa de intención ensayísti-
ca y didáctica. Sin cultivar una voluntad de alec-
cionamiento militante y resignando bastante los tonos
propios del alegato que sí tuvieron muchos de los
clásicos revisionistas que contribuyeron a la arquitec-
tónica de buena parte de la retórica política del siglo
pasado -cuyo fastigio historiográfico más visible sigue
siendo Julio Irazusta-, Vicente Massot continúa esa
crispada figuración del conocimiento del pasado que
dio en oponerse a la narrativa “liberal”, con mayor
mesura académica y mejor sopesado ánimo crítico.
Mas el espíritu revisionista late en sus prolijas pági-
nas, también en un espectro ideológico que cierta-
mente describe la misma parábola que en el siglo XX
quiso resistir a coyunturas muy específicas, donde
animó las filas opositoras a la democracia de masas y
sus más conversas tendencias de orientación socialista.
Si bien el libro se presenta articulado en nueve
capítulos que tratan, con criterio cronológico, sucesi-
vamente de los idearios políticos de Mariano Moreno,
José de San Martín, Bernardino Rivadavia, Juan
Manuel de Rosas, Bartolomé Mitre, Julio A. Roca,
Hipólito Yrigoyen, Agustín P. Justo y Juan Domingo
Perón, alcanzamos a ver que el estudio sobre Moreno
y el estudio sobre Perón, que abren y cierran el libro
respectivamente, aparecen como dos actos centrales en
el drama de la historia argentina, de acuerdo a una
trama que se entreteje en el estrato más profundo de la
12 formación de la Nación: la relación entre revolución,
guerra y política. Por ello llamamos la atención sobre
esos dos capítulos, particularmente el que versa sobre
Perón, ya que es donde mejor se manifiesta la concep-
ción teórico-política del autor, suficientemente perfi-
lada en escritos académicos, en ensayos y en interven-
ciones de carácter más publicístico.
Moreno desata el drama bélico-político que
atraviesa el hilo rojo de la historia nacional, vistas las
cosas desde un análisis retrospectivo que en Massot se
presenta con una nitidez de líneas mucho mayor de la
que solemos hallar en producciones académicas, harto
más traspasadas por calados archivológicos y alusiones
perifrásticas, aunque compartan una idéntica sensibil-
idad diagnóstica. Podríamos nombrar a Tulio
Halperín Dongui, sólo por mencionar a un historiador
de quien el propio Massot se muestra un atento lector.
A Massot no puede negársele claridad cuando nos
dice que a “la violencia como instrumento de acción
política y de control revolucionario recurrieron desde
Moreno en adelante, claro que en distinta medida y en
circunstancias de suyo cambiantes, todos los protago-
nistas de nuestra historia”.
El ensayo de Massot también quiere abrir una dis-
cusión, o mejor dicho, recogerla y continuarla, con las
grandes narrativas de la historiografía argentina.
Precisamente él demuestra un caudal de lecturas his-
toriográficas argentinas nada desdeñable, a pesar de
que muchos de los autores nombrados a lo largo de las
páginas de Las ideas de esos hombres no se acompañan
de las consiguientes referencias bibliográficas, hecho
que tal vez se corresponda con la intención divulgado-
ra de su ensayo, que lo descarga de la pesada tarea de
tener que explicitar todo el tiempo un aparato erudito,
tal como se acostumbra en la investigación académica.
Con todo, al hilo de su exposición nos encon-
tramos, entre otros, con los siguientes nombres: Paul
Groussac, Norberto Piñeiro, Ricardo Levene,
Enrique de Gandía, José Ingenieros, Coriolano
Alberini, Gabriel Del Mazo, Carlos Ibarguren,
Ernesto Palacio, René Orsi, Julio Irazusta, Manuel
Gálvez, José María Rosa, Vicente Sierra, Antonio
Pérez Amuchástegui, Sergio Bagú, Jorge Abelardo
Ramos, Rodolfo Puiggrós, Milcíades Peña, José Luis
Romero, Ezequiel Gallo, Klaus Gallo, Natalio
Botana, Tulio Halperín Donghi y Carlos Altamirano.
Tal vez el gesto más beneficiario del espíritu con-

servador-revisionista de Massot (si es un rótulo que
pudiéramos endilgarle sin merma de su inteligencia
de la historia argentina) se deja ver en su reivindi-
cación de la controvertida figura de Agustín P. Justo,
simétrica a su revaloración, más implícita, de la déca-
da del treinta.
Ahora bien, hasta la lectura más ecuánime y
desprejuiciada de este libro no podría sustraerse del
todo a la impresión de que Perón debe enfrentar la
mayor cantidad de cargos por sus faltas al orden
republicano, o es quien más despierta prevenciones
y distancias por sus inconsecuencias con el mismo.
En este sentido, el último capítulo del libro desata
cierta entonación acusadora que en los previos ape-
nas se insinuaba.
Por ejemplo, Massot subraya la admiración por el
fascismo que a su juicio tenía Perón por encima de
toda otra expresión histórico-ideológica, y más allá
de lo polimorfo y tornadizo de su ideario en relación
a las distintas circunstancias en que lo enunciara, que
no fueron precisamente pocas. Además, Perón exalta
el drama agonal-revolucionario abierto por Mariano
Moreno, que en los términos del propio Massot,
concierne a “la relación de la guerra y la política”.
Las consideraciones de Massot sobre Perón no
dejan de estar atravesadas por distanciamientos críti-
cos que sólo se revelan tales en el contexto general
del libro, es decir, en cotejo con el tratamiento por lo
general amable y comprensivo, cuando no laudatorio,
que dispensa a otras figuras -en su óptica- más
republicanas, como Mitre, Roca, Yrigoyen (éste casi
en un tono reivindicativo compartido con Justo) y
hasta un Rosas sobreseído por su contexto, digá-
moslo así.
En torno a Perón, sin embargo, los tintes de un
republicanismo defectivo abren un cono sombrío
sobre su figura y, por añadidura, sobre la historia
finisecular argentina. Y ello en consideración de la
centralidad que el propio Massot adjudica al peronis-
mo como actor central y decisivo de nuestra época
actual, que es también un horizonte de época legado
por Perón. Veamos algunos pasajes lo suficiente-
mente elocuentes al respecto.
Al momento de indagar las “invariantes” concep-
tivas de Perón, y habiendo insistido en su inque-
brantable admiración del fascismo como modelo
político de referencia, Massot precisa que el “tema
del enemigo y de la enemistad será una constante en
el pensamiento de Perón”, porque, añade más ade-
lante nuestro autor, “nunca abandonó algo que con-
sideró esencial de su temprana formación militar
hasta el último de sus días: si el carácter decisivo de
la política es su dimensión agonal, entonces la orga-
nización -o sea, la empresa de prepararse para actuar
reseñas
en tiempo y forma- y la conducción representan sus
dos principales soportes”.
Es cierto que Massot reconoce -por no decir que
rescata- el hecho de que el peronismo fue una
respuesta inevitable al desafío que deparaba incor-
porar a las masas y las clases obreras a la vida políti-
ca, en clave populista, movimientista, y por tanto
no integrada al totalitarismo de partido al estilo
nazi o soviético. Claro que Perón, con todo, “se
confundió con la nación misma”, esto es, con la
totalidad social sin más, y concibió una repre-
sentación popular que “no se correspondía”, según
Massot, “con los valores republicanos clásicos”, al
grado que “la democracia pasó a ser considerada,
apenas, en clave instrumental”.
Si esto fuera un rasgo no ya de la mentalidad tác-
tico-estratégica de Perón, sino una nota constitutiva
de la experiencia histórica concreta del peronismo
realmente existente hasta hoy día, entonces podemos
cargar a la cuenta del llamado movimiento nacional
justicialista el hecho de que a su forma de legiti-
mación plebiscitaria “le faltaba solidez republicana,
no era portadora de instituciones y se casaba mal con
el Estado de derecho”.
Cabe entonces, como ecuación sociológica de la
“democracia peronista”, destacar que ésta “ha sido
siempre rica en multitudes y pobre en instituciones,
en razón del contenido igualitario y distributivo que
a esa forma de gobierno le marcó su jefe
todopoderoso”. Acaso esta última calificación podría
sugerir a oídos demasiado susceptibles un íntimo
dejo de resentimiento.
Con todo, es menester indicar que Massot com-
prende de Perón cabalmente que “su convicción fue
siempre la misma sobre las ventajas de la alianza de
clases”, en el sentido de una “empresa superadora de
la guerra social”. Así lo dice Massot, con categorías
que recuerdan a Sarmiento, cuyo espíritu sobrevuela,
junto con el de Alberdi, las tesis nunca simplificado-
ras que defiende con un estilo a la vez coloquial y
experto que nunca decae.
Como lectores, tenemos el derecho a preguntarnos
qué piensa Massot acerca del peronismo contemporá-
neo, en el sentido de si las alternativas más republi-
canas que -deducimos de su libro- este movimiento 13
parecería no contemplar por su propia constitución
intelectual, se ofrecen ante aquel acometimiento que sí
tuvo siempre ante la vista el viejo caudillo “mítico”:
superar la guerra social que atraviesa desde sus orígenes
revolucionarios la experiencia histórica de lo que aún
llamamos la Argentina.
Gerardo Oviedo
 Mabel Thwaites Rey y Andrea López (editoras)
reseñas
Entre tecnócratas globalizados y
políticos clientelistas
Derrotero del ajuste neoliberal
en el Estado argentino
Buenos Aires, Sudamericana, 2007, 304 páginas
El desempeño del Estado, en cualquier país del mundo,
acontece como un tema de interés permanente. Un
Estado, como el argentino, reformado y contra-reformado
por una catarata de leyes, disposiciones y reglamenta-
ciones, sucede sujeto a un análisis crítico que ha sido y es
indispensable.
El libro que revisamos nos conduce de manera fluida
por el sinnúmero de ajustes realizados a los aparatos técni-
cos de la gestión pública, sus procesos y su nunca satisfac-
toria relación con los ciudadanos, desde los años 80 hasta
nuestros días. Partiendo de una revisión conceptual sobre
qué es el Estado y cuáles son sus formas de manifestarse
(las políticas públicas, los procesos administrativos), las
editoras asumen al Estado en tanto contradicción, para así
revisar desde allí: a) las nuevas teorías para la “modern-
ización” del Estado, b) las reformas administrativas que
tuvieron lugar en la Argentina democrática, c) las prin-
cipales tendencias y las consecuencias emergentes de
dichos procesos y, finalmente, d) una mirada sobre el
futuro del aparato público y sobre cómo hacer de él un
espacio democrático y participativo que devuelva dig-
nidad al ciudadano.
Moderna modernización. La irrupción de las técnicas
de gestión propias del sector privado, bajo la New Public
Management o las reformas de nueva generación, son vis-
tas como respondiendo a la necesidad de crear en el ámbito
publico las condiciones de funcionamiento de los merca-
dos y, como tales, insuficientes para responder adecuada-
mente a la realidad propia de los procesos políticos. Más
interesante que este argumento conocido, resulta el análi-
sis del impacto que esas reformas tuvieron y tienen en la
relación entre la política y la burocracia. Aquí se llega
quizás al nudo del argumento, donde tecnócratas (moder-
nos) y punteros (antiguos) se encuentran sometidos a una
nueva falacia (los políticos-gerentes) de una vieja dico-
tomía: política contra administración. Y esto resulta de
14 utilidad, porque tales consecuencias pueden observase
actualmente como emergentes más o menos estables de la
viejas reformas.
El Estado argentino: ¿qué estado? Luego de un análisis
histórico sobre las reformas impulsadas por los gobiernos
democráticos a partir de los años 80, entendidas principal-
mente como una respuesta eficientista a las debilidades del
Estado Benefactor, y sumado a un recorrido por la evolu-
ción del gasto público, se prepara el terreno para una
revisión de la intervención (y responsabilidad) del Banco
Mundial y demás organismos de financiamiento interna-
cionales, con foco en sus condicionalidades sobre el resulta-
do de las llamadas reformas de segunda generación.
Los trabajadores y el empleo público. En franca retirada
desde el 75, el empleo público se vio transferido al sector
privado, descentralizado a las provincias y de allí a los
municipios, “desestabilizado” en el contrato de trabajo,
sometido por la estructuras paralelas de largo a eterno plazo
y desvirtuado en su carrera profesional, significando sola-
mente el 10% del gasto del presupuesto nacional. Así las
cosas, los diseños técnicos propios de las reformas no pare-
cen haber dado respuesta a problemas clave como eran y
son: la composición del empleo público, los privilegios
reales que lo diferencian del privado, sus contrastes con el
sistema de carrera laboral-profesional y la especificidad de
las calificaciones profesionales indispensables para la
gestión de lo público.
¿Todo está perdido? No si lo enmarcamos en un proyec-
to de país, donde la refundación del Estado remplace a una
nueva generación de reformas, donde lo político vuelva a
ocupar el espacio cedido a lo técnico, donde lo público se
re-signifique y el “saber hacer” del Estado se redefina en
torno de objetivos políticos claros, y donde ese Estado se
entienda, antes que como “aparato”, como trama densa de
relaciones de poder que atienden las demandas y necesi-
dades de ciudadanos capaces por sí mismos de decidir, ges-
tionar y controlar en un continuum de diálogo entre dos
esferas que se perciban como inteligentes y complemen-
tarias.
Paradójicamente, la investigación de base para la real-
ización del libro estuvo enmarcada en el programa
UBACyT dependiente y financiado por la Secretaría de
Ciencia y Tecnología de la UBA. El análisis que falta sigue
siendo el del rol que tuvieron las universidades nacionales y
sus intelectuales en los procesos de reforma del Estado -
quizás en tanto barricada a la ofensiva neoliberal-, que aquí
se describen para que tampoco la historia de la intelectual-
idad argentina sea la historia de otro “gran fracaso en las
expectativas de cambio depositadas en ella”.
Pequeño tesauro para recorrer el libro: Estado, con-
tradicción, modernización, reformas, administración públi-
ca, lógica tecnocrática, clientes-ciudadanos, organismos
financieros internacionales, gasto, presupuesto nacional,
empleo público, agentes, burocracia, refundación, ciu-
dadanía, participación.
Natalia Aquilino

Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi
Aramburu
La biografía
Buenos Aires, Vergara, 2005, 416 páginas
El libro está escrito por Rosendo Fraga, miembro de
la Academia Argentina de la Historia, miembro del
Instituto de Historia Militar Argentina, y por Rodolfo
Pandolfi, periodista y colaborador en la redacción de
discursos y documentos durante los gobiernos de
Lanusse y Alfonsín.
Por razones de espacio tomaré para la crítica sola-
mente dos capítulos del libro: aquellos en que se hace
mención a la responsabilidad o no que tuvo Aramburu
en la muerte de civiles y militares peronistas en 1956
(“Los fusilados”); y cuando otros peronistas -mon-
toneros- lo mataron en 1970 (“El crimen”). De por sí
el título de ambos capítulos está determinando una
posición tomada sobre los hechos que se cuentan.
El libro cierra con una certeza a modo de corolario:
“Pedro Eugenio Aramburu ha sido una buena persona.
Supo exponer su vida muchas veces, hasta que la perdió
con la altivez de los hombres libres. Tuvo aciertos y
cometió errores, pero cuando se escriba la historia del
nacimiento de una República en que la gente puede
expresarse y respirar, Aramburu será protagonista ine-
ludible del relato”. Me gustaría poner en duda esta afir-
mación a la luz de la vigencia que tuvo durante su gob-
ierno el decreto ley 4.161 de prohibición al peronismo,
las persecuciones y allanamientos que instrumentó
desde los autodenominados “comandos civiles” que
sembraron terror y violencia en sindicatos y hogares de
trabajadores, las cárceles repletas de personas privadas
de su libertad por su ideología política y sujetas a
humillaciones y vejaciones al por mayor, cuando no a
torturas y simulacros de fusilamientos.
Aramburu puede haber sido buena persona con su
familia, pero con su pueblo seguro que no. Yo afirmo
que simuló su adhesión al gobierno peronista (elegido
con el 62,49% de los votos emitidos) hasta último
momento, para luego pasarse con armas y bagajes al
otro bando. Con fecha 24 de mayo de 1955, muy pocos
días antes de la sublevación aeronaval del 16 de junio y
a menos de cuatro meses de la caída definitiva del gob-
ierno justicialista en septiembre del mismo año, el
entonces Director General de Sanidad del Ejército,
General de Brigada Pedro Eugenio Aramburu, orden-
aba a todas las dependencias a él subordinadas que:
reseñas
“Cuando se eleven propuestas de nombramiento,
ascensos, pases de carrera o mejoras para el personal
civil, se consigne la posición que observan el o los cau-
santes ante la doctrina nacional y su identificación con
la misma, acompañándose copia fotográfica o certifi-
cación debidamente autenticada, por autoridades que
corroboren dicha identificación”. Se sobrentiende que
la documentación exigida era el certificado o constan-
cia de afiliación al Partido Peronista.
Con respecto al fusilamiento del General Valle y
otros, entre el 9 y el 12 de junio de 1956, los autores de
este libro afirman que el plan de los sublevados “incluía
ataques terroristas a conocidos simpatizantes del gob-
ierno y el secuestro de funcionarios y dirigentes políti-
cos antiperonistas”, como así también que “con el fin de
identificar los objetivos, se pintaron cruces rojas en
diversos domicilios de dirigentes políticos”. Eso es lo
que dijo el gobierno de facto para justificar los fusil-
amientos, pero como refutación podrían usarse las pal-
abras de Juan José Valle antes de su trágico deceso y
que sí están presentes en el libro: “Conservo toda mi
serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es
un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una
expresión más de la indignación incontenible de la
inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado.
Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o
comunista y que programábamos matanzas en masa.
Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exi-
gir respeto a las instituciones, templos y personas. En
las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hom-
bre de ustedes, (...) no tenemos alma de verdugos, sólo
buscábamos la justicia y la libertad del 95 por ciento de 15
los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido
político, sin garantías constitucionales, sin derecho
obrero, sin nada”.
Se equivocan los autores del libro cuando afirman
que con Valle y los suyos “por primera vez en la histo-
ria del siglo XX (en Argentina) se aplica la pena de
muerte”. Olvidan, por lo menos, el fusilamiento del
maestro y tipógrafo Severino Di Giovanni, anarquista
italiano, junto a su compañero Paulino Scarfó en 1931,
reseñas
durante la dictadura militar de Uriburu, y los fusil-
amientos de peones en la Patagonia a cargo del coronel
Varela, diez años antes. Pero sobre todo ignoran la fuerte
relación de camaradería y amistad que existía entre los
generales Aramburu y Valle, compañeros de promoción,
que va mucho más allá de las especulaciones que ellos
hacen en un pie de página como al pasar.
En un reportaje que le hace Diana Piazzolla -hija de
Astor- a Susanita Valle en 1986, ésta afirma: “cuando
mi padre integra la junta de calificaciones del Ejército
nombrado por Perón por su alto puntaje y porque era
el primero de su camada, le pide al presidente tres días
más, para darle a Aramburu, que era el último y el de
más bajo puntaje, la posibilidad de ascender. Perón
firma el ‘cúmplase’, pero le dice: mire Valle, este hom-
bre le va a pagar muy mal. Estos favores siempre se
pagan caros”. Y así fue nomás. Aramburu le pagó el
favor con un tiro.
El hijo de este oficial de apellido vasco recurre a una
justificación curiosa de por qué su padre ordenó fusilar
al camarada de armas Valle, luego de hacerlo primero
con suboficiales y civiles. Dice que dijo: si “le perdon-
amos la vida al máximo responsable, a un General de la
Nación que era jefe del movimiento, estamos creando
un antecedente terrible. Va a parecer que la ley no es
pareja para todos”. ¡Ah, fenomenal!, entonces lo
fusilaron pese a que la sublevación ya había fracasado y
no estaban en peligro las instituciones “democráticas”.
Siempre con respecto a los fusilamientos, Fraga y
Pandolfi dicen que Aramburu los ordenó “para evitar
una guerra civil”. Curiosa manera de evitarla... Y tam-
bién que para Aramburu “la sublevación implicaba una
grave subversión de la jerarquía y el orden militar: era,
ante todo, una rebelión de los suboficiales contra los
oficiales”, y por eso había que fusilar. ¿Lucha de clases
dentro del ejército argentino?, me pregunto. ¿Los sovi-
ets de soldados se rebelan en armas contra sus oficiales
superiores burgueses?, me inquieto. No. Todo es mucho
más simple. Se trató de implementar un magnicidio
para escarmentar al pueblo y retrotraer la Argentina a
la década infame.
La única manera de poder llevar a cabo adelante ese
plan era mediante el terror y los fusilamientos. Es que
el pueblo seguía siendo peronista, porque con Perón
16 había tenido acceso por primera vez en la historia de su
país a salud, trabajo, educación y bienestar; a sentirse
digno y protagonista de su presente. Por eso la
Resistencia Peronista existió durante 18 años. Y en uno
de ellos (1970) Aramburu probará su propia medicina.
Debo decir que el capítulo que cuenta su secuestro y
muerte manifiesta algunas desatenciones o inexacti-
tudes, en un relato que no se aparta de la subjetividad
y los lugares comunes. Tal como cuando afirman los
autores que “a Aramburu lo asesinaron los nazis en
combinación con un buen fragmento de la izquierda
delirante y del mismo aparato del Estado”.
Afirmación que diluyen en una serie de trascendidos
(“Todo parece indicar”, “En ese caso”, “Muchas ver-
siones...”, “Existen quienes dicen”) y teorías de difícil
comprobación empírica.
Les quitan la condición de peronistas al grupo
primigenio de la organización Montoneros -salvo José
Sabino Navarro, dicen. Es más, aseguran que el resto
del grupo era antiperonista, lo que de alguna manera se
da de bruces con las firmas de todos y cada uno de los
comunicados montoneros que terminaban con el con-
sabido: “¡Perón o muerte! Viva la patria”; además de la
dilatada y fructífera campaña de pintadas que motor-
izaron en todo el país a lo largo de 1972 por el regreso
de Perón a la Argentina (“¡Luche y vuelve!”). De la
condición de peronistas de este grupo habla el exce-
lente libro de Lucas Lanusse, Montoneros. El mito de
los 12 fundadores.
Otras inexactitudes gruesas de aceptar a esta altura
de las investigaciones, teniendo en cuenta la cantidad
de bibliografía que trasciende sobre el tema, es cuando
dicen que Firmenich “es directivo de la empresa Bunge
y Born” (me imagino que se equivocan con Rodolfo
Galimberti, que sí estuvo ligado empresarialmente a
Jorge Born). O cuando dan por muerto o en el exilio a
otro peronista del grupo primitivo montonero, el abo-
gado Ignacio Vélez, que hace muchísimos años vive en
Argentina y trabaja en el INCUCAI, estando a su
cargo la Campaña Nacional de Donación de Órganos.
Además a Firmenich lo presentan como “contador” a
secas, en un tono peyorativo, cuando realmente es
licenciado en Economía en la UBA con el mejor
promedio de su promoción (1996) y doctor en
Economía en la Universidad de Barcelona, tres años
más tarde. Datos a los que uno pude acceder simple-
mente entrando en Internet.
No resisto la tentación de concluir el comentario sin
incorporar a este escrito lo dicho por otro militar
golpista -el contralmirante Arturo Rial- a un grupo de
obreros municipales que esperaban ser atendidos en la
Casa de Gobierno para solucionar problemas gremi-
ales: “Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se
hizo para que, en este bendito país, el hijo del barren-
dero muera barrendero”. Aramburu era quien estaba al
frente de esa “revolución”.
Roberto Baschetti

César Tcach
Sabattinismo y peronismo
Partidos políticos en Córdoba (1945-1955)
Buenos Aires, Biblos, 2006, 287 páginas
¿Existe el fenómeno Córdoba? ¿O se trata de un mero
“epifenómeno”, de un mito creado por la auto-imagen de
las clase dirigente mediterránea? Partiendo de las consid-
eraciones de algunos de los más relevantes intelectuales
argentinos, Tcach enumera las diferentes imágenes que
han procurado atrapar los rasgos fundamentales de su
fisonomía: ciudad de frontera, para Pancho Aricó, periferia
criolla y tradicionalista en contraste con la modernidad
de Buenos Aires y el Litoral, receptores privilegiados de
la marea inmigratoria europea.
Frente a estas primeras consideraciones, comen-
zarán los reparos: Germani pretende estudiar a
Córdoba a partir de categorías dualistas, tales como
tradicional y moderno, lo que provoca la sospecha de
Tulio Halperín Donghi, quien señala “una nitidez
acaso demasiado rígida”.
Ahora bien, la imagen de una Córdoba periférica
contrasta radicalmente con la auto-imagen que los cor-
dobeses tenemos de nosotros mismos; por ello,
Córdoba se asimilaría a algo más próximo a una
Ciudad-Estado que a un espacio periférico. Aquí se
perfilará la orientación de una de la tesis del libro y que
intentará demostrar la existencia del fenómeno
Córdoba.
A partir de estas consideraciones, tendrá lugar una
interpretación influenciada, a nuestro entender, por la
perspectiva de Aricó, que pone el acento en la
bifrontalidad que caracteriza el comportamiento de los
actores sociales y políticos locales. Así, la imagen que
muestra una ciudad católica y tradicionalista, de doc-
tores y apellidos ilustres, se contrapone a la de Córdoba
como centro de la cultura de resistencia, basada en los
antecedentes de la reforma universitaria de 1918, la
escuela radical-progresista de Amadeo Sabattini, la
intelectualidad gramsciana de los 60 y el sindicalismo
democrático y combativo.
Con el trasfondo descrito, el libro se propone estu-
diar los partidos políticos en Córdoba durante el perío-
do de la hegemonía del peronismo en el nivel nacional,
interpretada ahora como el bastión del radicalismo
argentino, eje de la oposición política nacional al pero-
nismo, cuna de los primeros intentos golpistas contra
Perón y epicentro de la conjunción cívico-militar que
terminará derrocando a Perón en 1955.
reseñas
Respecto a la matriz del peronismo cordobés, la
cuestión se formula en base a un interrogante: “¿Cómo
explicar el surgimiento del fenómeno peronista en un
universo económico y social como Córdoba, que aún
no había sido marcado por la huella de la industrial-
ización?”. Así, las hipótesis válidas que pretendían
explicar el surgimiento del fenómeno peronista en el
nivel nacional, y en Buenos Aires en particular, basada
en la presencia de un nuevo proletariado industrial
como producto de inmigrantes recientes, o en la exis-
tencia de una burguesía nacional, aparecían como irrel-
evantes para dar cuenta del fenómeno en Córdoba.
Según el investigador, recién a mediados de los años
50 se constataría una cierta gravitación de los sectores
industriales en la política cordobesa, pero no antes.
En base a esta descripción, Tcach propone una
primera tesis: la configuración del peronismo mediter-
ráneo estuvo centrada en actores políticos e institu-
cionales provenientes de los siguientes sectores: a)
aportes del viejo partido conservador, el Parido
Demócrata Nacional de Córdoba; b) el apoyo católico,
que lejos de ser genérico o limitarse a determinadas jer-
arquías de la Iglesia, se canalizó a través de una organi-
zación, Acción Católica, provista de un proyecto
definido, la “democracia cristianizada”, y c) la contribu-
ción proveniente del radicalismo “converso” de sesgo
nacionalista y antiliberal.
En consecuencia, la tesis central del libro señala el
predominio de los factores tradicionales en la constitu-
ción del peronismo cordobés, tibiamente mitigada por
el intento de organizar una fuerza democrática y semi- 17
independiente en el interior mismo del movimiento
peronista, denominada Partido Laborista, que fracasa
irremediablemente.
En franco contraste con el movimientisto y el anti-
democratismo del peronismo local, Tcach propone la
imagen de Don Amadeo. Dirigente radical oriundo de
Villa María, ubicada en la pampa gringa, si bien revela
algunos puntos de contacto con el peronismo -el
movimientismo, por ejemplo-, se diferencia inmediata-
reseñas
mente por una iniciativa articulada por el partido y el
apego a las reglas del juego democrático.
También Sabattini representaría un cierto nacionalis-
mo, pero inspirado en el “garibaldismo”, tan presente en
la pampa gringa. Por ello, Tcach marca otra diferencia
con el nacionalismo peronista: mientras éste se centra en
el Estado, el “garibaldismo” lo hace en la Nación.
En consecuencia, Don Amadeo será, entre 1945 y
1954, una figura hegemónica en el radicalismo local y,
por extensión, en el nacional: controla la presidencia
del Comité Nacional, lidera la oposición a la Unión
Democrática, promueve la abstención revolucionaria y
detiene el avance del “frondizismo” con la creación del
Movimiento de Intransigencia Nacional. Tentado por
Perón para compartir la fórmula presidencial, amigo de
militares yrigoyenistas y conspirador impenitente, Don
Amadeo es caracterizado por Tcach como “el hereje”
de la política argentina.
Para finalizar, una cita podría sintetizar una de la
tesis centrales del libro: “en muchas provincias, la con-
fluencia entre peronismo y conservadurismo, lejos de
ser un hecho anómalo o contranatura, formó parte de
la matriz constitutiva del peronismo histórico, más
aún, constituyó un capítulo esencial de una historia
compartida que ha sido velada por los mitos funda-
cionales del peronismo”.
Familias de la más rancia elite del interior, tales
como los Cornejo y los Bavio en Salta, los Vallejo en
La Rioja, los Zabala Ortiz y los Rodríguez Saa en San
Luis, y los Novillo Saravia o los Aliaga Argañaráz,
ejemplificarían este rasgo constitutivo del peronismo,
tanto cordobés como del norte y oeste del país.
El libro nos deja la impresión de una rigurosa inves-
tigación histórica, ampliamente documentada y con
hipótesis plausibles. Pero a la hora de los balances,
podemos marcar una cierta idealización de la figura y
del ideario sabattinista cuidadosamente elaborada, no
sabemos si desde el rigor científico o desde la exclusión
de todo rasgo negativo que muestre algún contraste
con el actual ideario democrático y progresista: apego
al juego democrático, respeto por la institucionalidad
del partido, movimientismo no-populista, rechazo al
estatismo, atmósfera liberal y nacionalismo garibaldino
identificado con la Nación, ideario laico anticlerical,
reformismo universitario, carisma, etcétera, son valo-
raciones que quedan del lado de Sabattini. Mientras
que al peronismo cordobés solamente le toca el conser-
vadurismo, mitigado por el anti statu quo de Torcuato
Di Tella, la ausencia de los obreros, el autoritarismo y
el desprecio por la institucionalidad y las reglas
democráticas, justificado en su origen conservador-
católico-demócrata y tradicionalista.
Tal vez en este punto convenga revisar el concepto
de resistencia que, sin pretender salvar lo caduco, pro-
ponga una lectura del peronismo cordobés basada en
una definición de democracia fundada en parámetros
no-eurocéntricos y contextualizados en la historia lati-
noamericana de los movimientos popular-nacionales, y
una revisión del papel que en la historia y en el imagi-
nario latinoamericano jugaron, tanto en el campo
social, económico y político-democrático, los supuestos
actores liberales, progresistas y librecambistas.
Jorge Leonardo Méndez

Mónica Gordillo (editora)
Actores, prácticas, discursos en la
Córdoba combativa
Una aproximación a la cultura política de los ‘70
Córdoba, Ferreyra, 2001, 357 páginas
Como lo indica la editora en la Introducción, este
libro es el resultado del trabajo de un equipo de
investigación por ella coordinado, realizado a lo largo
de varios años y financiado con aportes de la
Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad
Nacional de Córdoba y de la Agencia Córdoba
Ciencia del gobierno de Córdoba.
El trabajo, y tal como era de esperar de un
equipo universitario, responde a los criterios de
investigación que aseguran un estudio meduloso y
bien documentado, susceptible por ello de un
análisis necesariamente respetuoso de su seriedad,
más allá de compartir o no las tesis que de él emer-
gen como producto.
El temario del libro, que recorre el nacimiento del
sindicalismo clasista, los medios de prensa que lo ali-
mentaron y combatieron, y las expresiones político-
partidarias y su relación con los trabajadores, prom-
ete (y cumple) brindar elementos para una aproxi-
mación rigurosa a esa problemática. Sin embargo,
antes de entrar a ponderar las propuestas de lectura
que sobre el tema formula el libro, se hace necesario
fijar un marco de referencia para su consideración,
impuesto por el tono asertivo con que lo enfoca y el
modo indubitable con que presenta los supuestos en
que se apoya.
Considerar, de manera insospechable, que “com-
bativa” es una característica consustancial a Córdoba,
o al menos a una etapa de su desarrollo, es, al menos,
un condicionante severo para revisar su historia, en
cuanto necesariamente lleva a cercenar posibilidades
de investigación al reducir las mismas al acopio de
datos que así lo confirmen. Con todo, no es esta -la
adjudicación del señalado calificativo a Córdoba-
una idea extraña a la tradición de cierta intelectuali-
dad cordobesa; antes bien, partiendo de la Reforma
Universitaria, que por estos días celebra sus 90 años,
al salvajismo antipolítico de los sindicalistas actuales,
pasando por el hecho de ser la cuna de la Revolución
Libertadora y de los sindicatos clasistas de principios
de los años 70, una determinada corriente interpreta-
reseñas
tiva ha trazado una línea que le ha permitido con-
struir una leyenda sobre la aptitud revolucionaria o
al menos rebelde que le daría perfil a su decurso
histórico, perspectiva que hoy constituye una
escuela consolidada.
En sus antípodas, alimentada por el hartazgo que
produce una serie sostenida de fracasos políticos y
sociales, comienzan a aparecer voces que se animan a
suponer que esa Córdoba, la de la Reforma y el
Cordobazo, del modo como la pretende un liberalis-
mo ciego de amplio espectro ideológico, está muerta,
y el no haberlo advertido a tiempo nos trae el casti-
go de soportar que impere su cadáver.
Aún así, deudor como es de aquella matriz ide-
ológica, este libro muestra un respetuoso acer-
camiento a la problemática sindical, con particular
énfasis en el tratamiento de las respuestas de las cor-
rientes peronistas que lo integraban, y con aproxima-
ciones meritorias a temas escasamente revisados. En
este punto cabe un especial reconocimiento al ilus-
trativo capítulo dedicado a los diarios cordobeses
frente al golpe de estado de 1976.
Por último, cabe también señalar cómo, y tal vez
sin proponérselo, este material trae nuevos y
valiosos interrogantes nacidos de lo dificultoso del
abordaje de nuestra historia, dada la vertiginosidad 19
con que ésta se desenvuelve: el primero podemos
registrarlo en el subtítulo, cuando se refiere a la cul-
tura política de los 70, revisando una vez más cuán
sólida era, y el segundo en la fecha de edición de
este trabajo: de haberse editado en estos días y no
en 2001, ¿podrían los autores sostener el mismo
énfasis en sus afirmaciones?
Adolfo Sequeira
Ciclo de pensadores contemporáneos
Ciclo de pensadores contemporáneos
El Instituto ha iniciado una serie de reuniones de capacitación sobre pensadores contemporáneos. El ciclo consiste en invi-
tar a alguna persona a exponer su visión acerca de algún autor que permita reflexionar desde un punto original la doctri-
na peronista. En esta edición se incluyen las reflexiones sobre Franco Crespi (analizado por Carlos Campolongo), Ernesto
Laclau (por Pablo Belardinelli) y Jean Baudrillard (por Jorge Bolívar). La reseña de las reuniones fue realizada por Paz
Del Percio.
Ernesto Laclau
por Pablo Belardinelli
En su exposición sobre La Razón Populista de
Ernesto Laclau (Fondo de Cultura Económica, 2005),
Belardinelli explica que este libro contiene el mayor
esfuerzo sistemático que se ha hecho desde la teoría
política para analizar y justificar el populismo, no
como un fenómeno marginal y propio del subdesarro-
llo social y político, sino como una lógica central de la
política occidental. Laclau parte del marxismo estruc-
turalista, que sostiene que la política es una práctica
cuyo objeto es el momento actual. Es por ello que el
objeto propio de la política es la coyuntura, que no es el
presente, el día de hoy, sino un momento determinado
en el que se condensan todas las potencialidades de
transformación que tiene una formación social. La polí-
tica, por el hecho de actuar sobre ese momento, es siem-
pre revolucionaria.
Laclau parte de esta premisa para analizar el popu-
lismo, y para entenderlo debemos tener en cuenta al
menos tres niveles dentro de los cuales se constituye un
discurso. En primer lugar, el nivel del lenguaje natural,
que implica una función descriptiva e interactiva del
lenguaje. En segundo lugar, el nivel del lenguaje cientí-
fico, que tiene una función lógica y conceptual. Y por
último, el del lenguaje político, que tiene una función
que llamamos preformativa. Si tomamos como ejem-
plo la palabra “gorila”, en el primer nivel hablamos de
20
un animal.
En el segundo, debemos efectuar una descripción del
animal a nivel científico. Y en el tercero, el del lengua-
je político, la palabra “gorila” hace referencia a un sec-
tor de la sociedad argentina en un determinado
momento histórico. Por lo tanto, esta equivalencia
entre populismo, lógica política, política y revolución,
no cobra el mismo sentido en el nivel del lenguaje
científico que en el del político.
Laclau afirma que cualquier sociedad puede ser
organizada en términos de demandas. Si una demanda
es satisfecha (y por lo tanto anulada como tal), o si se
mantiene aislada del resto de las demandas, estamos en
presencia de una situación “democrática”. El populismo,
es decir la construcción del pueblo, aparece en el
momento en que un conjunto de demandas se presenta
de manera conjunta al sistema institucional, básicamen-
te por efecto de dos fenómenos: en primer lugar, debido
a una división del sistema en torno a una marca de fron-
tera; de un lado están los que demandan y del otro los
que impiden la satisfacción de esas demandas; en segun-
do lugar, este conjunto tiene que definir una unidad
propia, un espacio en el cual todas las demandas conflu-
yan. Ese espacio necesariamente va a ser una particula-
ridad, que en su condición de particular asuma la fun-
ción de contener todas las demandas.
Laclau representa las demandas con círculos dividi-
dos diametralmente. La mitad inferior de estos círculos
representa aquello en lo que difieren, y la mitad supe-
rior, aquello en lo que son equivalentes. En la construc-
ción de la unidad entre las demandas operan dos lógicas
simultáneas y en tensión: una es la de la equivalencia,
que es la lógica por la cual una de las demandas particu-
lares asume la representación del conjunto de las que
están en juego en esta construcción populista; la otra es
la de la diferencia, que mantiene la individualidad de
cada una de las demandas.
El planteo de Laclau difiere de las fuentes originarias
de la teoría marxista con las cuales está dialogando. El
marxismo plantea que la contradicción de la totalidad
capitalista es trabajo asalariado y capital. En su versión
historicista, es una contradicción simple; en la visión
estructuralista, es una totalidad y una contradicción
complejas. La contradicción capitalista contiene un

término, trabajo asalariado, que necesariamente debe
superar esa contradicción, y en la medida en que lo
consigue construye el sujeto revolucionario que trans-
forma la sociedad.
Laclau, en cambio, sostiene que el trabajo asalaria-
do tiene que apelar a alguna noción de justicia para
poder asumir que existe una incompatibilidad con el
capital. La justicia, al no formar parte de esta relación
capital-trabajo asalariado, funciona entonces como
una referencia externa que tiene que entrar y romper
con esta lógica, para construir a partir de ahí cualquier
instancia de superación. Por lo tanto, la emergencia
de un sujeto popular no es una necesidad estructural,
como dice el análisis marxista, sino que es una posi-
bilidad contingente.
Nacido en Reims, Francia, Jean Baudrillard se doc-
toró en Sociología y desde 1966 fue profesor en la
Universidad de París X-Nanterre. Más tarde ingresó en
el Instituto de Investigación Social, laboratorio del
Centre National de la Recherche Scientifique
(CNRS). Su trabajo se relaciona con el análisis de la
posmodernidad y la filosofía del posestructuralismo.
Jorge Bolívar, en su exposición, hace un recorrido por
su bibliografía para explicar sus ideas clave. Comienza
explicando que para Baudrillard la base del nuevo
orden social es el consumo, y no la producción: “el con-
sumismo degrada al ser humano, que ya no puede reco-
nocer sus necesidades reales de las artificiales, que son
las creadas por la red semiológica de la publicidad. Los
objetos de deseo crean categorías de personas, los
supuestos sujetos, de manera tiránica. El sistema de
objetos organiza las nuevas diferencias sociales”.
En El espejo de la producción (1973), Baudrillard no
critica al marxismo desde la derecha, sino por ser para
él el pensamiento y el movimiento que, al no subvertir
el capitalismo, lo refuerza. “El sistema de la economía
política inglesa no sólo produce al individuo como
fuerza de trabajo vendida e intercambiada, produce
también la concepción misma de la fuerza de trabajo,
como potencialidad del hombre, como potencialidad
humana fundamental. Sobredeterminación metafísica
del hombre como productor en el marxismo. Esto es lo
que refuerza al capitalismo”.
Critica la canonización científica de los conceptos
marxistas. “No hicieron más que tratar de expresar una
realidad objetiva, pero se convirtieron en signos, en sig-
nificantes de un significado real potencial. Y si bien en
los mejores momentos estos conceptos se practicaron
como tales, es decir, si se han tomado como reales, pos-
teriormente cayeron en lo imaginario del signo, esto es,
Ciclo de pensadores contemporáneos
El momento en que se produce esta emergencia es en
el milagro de la unidad que surge bajo un significante vacío,
que es significante porque es un símbolo que significa, y
es vacío porque puede contener lo que cada sujeto en par-
ticular está demandando. Si este momento no se produ-
ce, es irrelevante que las demandas sean similares o dife-
rentes entre sí. Siempre hay diferencias, pero a partir del
momento de la equivalencia, todas estas diferencias se
van a ver identificadas de manera unívoca. Si todas las
demandas, aun siendo similares, se manejan en la lógica
de la satisfacción democrática de la demanda, no va a
emerger el sujeto popular. La construcción del pueblo
ocurre cuando se produce el milagro de la concertación
en un significante vacío, que con la lógica de la equiva-
lencia hace que todos se sientan contenidos en él.
Jean Baudrillard
por Jorge Bolívar
en la esfera de la verdad, no ya en la esfera de la inter-
pretación sino en la de la simulación represiva. El mar-
xismo simula la revolución del mundo cuando en reali-
dad concreta el desarrollo del capitalismo”.
En El intercambio simbólico y la muerte (1976)
Baudrillard explica que en las razas primitivas el inter-
cambio simbólico del hombre y la naturaleza estaba en
los símbolos de vida y muerte. En cambio, en la socie-
dad moderna el simbolismo se pierde. El capitalismo, y
más aún el hipercapitalismo, también están influidos
por relaciones simbólicas, entre el orden de la produc-
ción (de mercancías y signos), y el orden de la seduc-
ción, que es “lo ingobernable, lo misterioso, lo sagra-
do”. Pero esta ingobernabilidad se oculta en el orden de
la producción. “Los objetos, como las mujeres, seducen
por las apariencias, por el misterio que tienen, y sus sig-
nificados subvierten o precarizan nuestros juegos de
poder. El deseo sexual seducido nunca se satisface. El
deseo de poseer objetos del hipercapitalismo, tampoco.
A partir de la adquisición de una cosa comenzamos a
planear la adquisición de otra”. La mujer y lo femenino
del mundo, en el cual él creía que había una esperanza
de liberación, “quedan atrapados en este juego y pierden
su naturaleza originaria liberadora para constituir nuevas
esclavitudes en una especie de razón sexual no diferente
de la razón mercantil del hipercapitalismo”.
21
En Las estrategias fatales (1983), Baudrillard trabaja
la traspolítica, fruto del hipercapitalismo y lo hiperreal.
Afirma que en la sociedad moderna lo falso se presen-
ta como verdadero. “Si lo falso puede transparentar
toda la fuerza de lo verdadero, ésta es la forma sublime
de la seducción. También lo verdadero puede transpa-
rentar toda la fuerza de lo falso, y ésta es la forma de la
obscenidad. Lo obsceno es lo más verdadero que lo
verdadero. Lo más visible que lo visible, eso es lo obs-
Ciclo de pensadores contemporáneos
22
ceno, y lo más invisible que lo invisible, eso es lo secre-
to. La escena política es del orden de lo visible, ha per-
dido su contacto con el misterio del mundo, con lo
secreto”. Aquí aparece el problema de lo traspolítico.
“Cuando todo es político, se llega al fin de la política
como destino y al comienzo de la política como cultu-
ra, y por lo tanto, a la miseria de esta cultura política.
Cuando todo se hace cultura, se llega al fin de la cul-
tura como destino, al principio de la cultura como polí-
tica y a la miseria inmediata de esta política cultural”.
Baudrillard dice que la escena política se ha llenado
de estrategias sin estrategas. Se supone que las estrate-
gias mueven el mundo, pero no se sabe quién diseña
estas estrategias. “La era de la política fue la de las ano-
mias, crisis, violentas revoluciones. La era de la traspo-
lítica es la de la anomalía. Son aberraciones sin conse-
cuencias. En la política contemporánea, a pesar de las
catástrofes que provoca, no hay consecuencias ni res-
ponsables”. En este juego, la política se va disolviendo
en cultura y subcultura a medida que es dominada por
los medios de comunicación.
En América (1986) Baudrillard explica que el primer
mundo no es un espacio geográfico al que un país pueda
entrar. Los que conforman el primer mundo son una
clase alta global, conformada por europeos, argentinos,
brasileros, norteamericanos, etcétera, que comparten
valores y tratan de construir un mundo manejado por
ellos. No hay primer mundo a imitar, ningún pueblo es
primer mundo hoy. También aclara que no hay cuarto
mundo sólo en países y continentes pobres.
En Estados Unidos, que es según él la realización de la
utopía de los europeos, también hay cuarto mundo.
La miseria, que antes era un tema que generaba movi-
miento político, ya deja de operar sobre la conciencia
de esta clase alta global. “La utopía se ha realizado. Los
que no han participado en ella, que desaparezcan o se
las arreglen. Ya no tienen derecho a asomarse a la
superficie del primer mundo. (...) Virtualmente el
mundo se ha liberado ya, no hay por qué luchar. El
cuarto mundo es el corazón de lo traspolítico”. “El con-
cepto marxista del hombre sólo como trabajo útil pro-
ductivo erradicó la esperanza de transformación del
mundo. La producción de mercancías y capital se con-
virtió en un código tiránico que organiza toda la vida
social humana y que avanza sobre todos los pueblos del
mundo. (...) Hemos entrado en el hipercapitalismo. El
imperativo de éste, el cumplimiento inmediato del
deseo, a falta de otras liberaciones, absorbe hasta la vida
sexual, que se reproduce e incita a las pantallas de cine
y televisión. El feminismo, que era una esperanza de
liberación, queda atrapado en un orden sexual domina-
do por los valores fálicos del mundo dominado por el
hipercapitalismo”.
Baudrillard trabaja en sus últimos textos la idea de lo
hiperreal, es decir, la liberación de lo real, que se ve prin-
cipalmente en la TV. La voluntad de poder ya no tiene
ningún compromiso por lo real, de manera que a través de
la TV puede manipular los sucesos sin que se le adjudique
ninguna responsabilidad por eso. Surge aquí la idea de
simulación como destino de lo real, y lo hiperreal como
contrapartida del hipercapitalismo. “La política ya no fun-
ciona como elemento ordenador y proyector de la socie-
dad. Entonces aparecen algunas categorías, por ejemplo lo
obsceno, el espectáculo; y la espectacularidad que uno
siempre espera del espectáculo desaparece. Lo obsceno es
más visible que lo visible, y está saturado de información.
(...) Entonces surge la obesidad: es la anomalía de los
cuerpos, individuales y sociales. Todos los gordos se vuel-
ven obesos. Son como los síntomas informáticos que
almacenan todo sin poder diferenciar lo útil de lo no útil,
lo valioso de lo no valioso. La obesidad es el reemplazo
estratégico de la estrategia. Se trata de ocultar que el cuer-
po obeso de las sociedades de masas ha desaparecido
como un cuerpo deseado, querido, seductor. Ya no quere-
mos a los cuerpos. Este es el fin de lo social humano”.
En La violencia del mundo (2004) Baudrillard analiza la
figura del terrorismo y lo vincula con el fenómeno de lo
hiperreal de la comunicación. Trabaja también el éxtasis
de la comunicación. El terrorismo, explica Bolívar, es una
forma de éxtasis de la violencia. Es más espectáculo que
sentido. Realiza actos carentes de sentido político, que
aceleran el sinsentido del poder actual, porque el poder
actual no va a realizar nada que tenga sentido para el
hombre. Lo que muestra esta violencia es un sinsentido
que muestra a su vez el sinsentido del mundo actual. Aquí
Baudrillard recupera la idea del intercambio simbólico y la
muerte. “No nos asustemos por este terrorismo. El terro-
rismo está tratando de reconstruir el intercambio simbó-
lico de la vida y la muerte. Nosotros vivimos en realidad
en una sociedad que ha muerto”.
El capitalismo había convertido la muerte en una cues-
tión individual, y no más social. El terrorismo, instalando
una inmensa muerte social, vuelve a poner de relieve que
la muerte es un hecho social y, ahora más aún, un hecho
político. “Todo el sistema de lo real y del poder se densi-
fica. Se tetaniza lo real y el poder se recoge sobre sí mismo
y se arruina en su propia sobreeficacia. La táctica del
modelo terrorista consiste en provocar un exceso de reali-
dad y en hacer que el sistema se derrumbe bajo este exce-
so de realidad. Toda la irrisión de la situación, y además la
violencia movilizada del poder, se tornan contra éste, ya
que los actos terroristas son a la vez el espejo exorbitan-
te de su propia violencia y el modelo de una violencia
simbólica que está prohibida, pero es la sola violencia
que el sistema capitalista no puede ejercer, la de su pro-
pia muerte”.

Franco Crespi, italiano, se graduó en Leyes en
1954. Fue profesor de Sociología en la Universidad
del Estudio de Perugia, director del Instituto de
Estudios Sociales y de la revista Cuadernos de
Teoría Social. En su libro Acontecimiento y estructu-
ra. Por una teoría del cambio social (Ediciones Nueva
Visión, 1997), propone insertar el cambio social
dentro de una estructura operativa, confrontando
con grandes teorías sociológicas contemporáneas
como las de Pierre Bourdieu, Niklas Luhmann,
Jürgen Habermas, Raymond Boudon y Anthony
Giddens, que han tratado de construir una teoría
general de la sociedad. Crespi, partiendo de la
imposibilidad de definir leyes generales del devenir
social, propone una compleja tipología de las situa-
ciones de apertura o de clausura al cambio social.
En primer lugar, diferencia claramente los con-
ceptos de acontecimiento, sentido y significado.
Entiende al acontecimiento como acciones e interac-
ciones, que a su vez tienen un sentido y un signifi-
cado. El sentido está en las cosas, y el hombre inter-
actúa con ellas. No es el hombre quien le da senti-
do a las cosas, sino que las cosas nos muestran su
sentido. Para quien tiene esta experiencia, el senti-
do es inconmensurable y no puede ser puesto en
palabras. El significado, en cambio, surge junto con
el lenguaje, en el momento de la separación entre el
mundo biológico y el mundo de la cultura. La ope-
ración de otorgar un significado a las palabras y a
las cosas por medio del lenguaje es absolutamente
necesaria en la cultura, ya que cumple la función de
reducir la complejidad.
Las cosas, entonces, tienen en su origen un sen-
tido inconmensurable, cuya complejidad es reduci-
da por el lenguaje. Por lo tanto es ilusorio tener
dominio sobre todas las variables o situaciones,
cuando su sentido excede nuestra comprensión. No
es posible generar un molde para el comportamien-
to humano a través de una teoría. Tampoco se
puede predecir el cambio social. Sin embargo, es
posible identificar los factores de resistencia al cam-
bio dentro de cada cultura.
En su exposición sobre esta idea de Franco
Crespi, Carlos Campolongo parte de los conceptos
Ciclo de pensadores contemporáneos
Franco Crespi
por Carlos Campolongo
generales de cambio social para luego enunciar las
tipologías que distingue el autor.
En primer lugar, el cambio social se define como
“toda transformación observable en el tiempo que
afecta de una manera duradera a la estructura o fun-
cionamiento de una sociedad dada y modifica el
curso de su historia”.
Es un fenómeno colectivo, no individual, y la modi-
ficación que ejerce sobre la estructura de una socie-
dad presenta cierta permanencia.
Un acontecimiento puntual (elecciones, huelgas,
catástrofes climáticas) puede generar o acompañar
un cambio social, pero no lo representa por sí solo.
El conflicto social no es necesariamente un motor
de cambio, ya que puede ser funcional al estado de
cosas. Será un motor de cambio si produce ajustes
dentro del sistema, o si produce un cambio de siste-
ma cuando éste se ve desbordado.
Algunos factores impulsores del cambio pueden
ser demográficos (Emile Durkheim, Herbert
Spencer), económicos (Karl Marx), tecnológicos
(Lewis Mumford), culturales o ideológicos
(Auguste Comte, Max Weber).
Crespi rescata además la relevancia de las elites
como agentes de cambio. No las entiende sólo como
minorías de alto poder económico, sino como “per-
sonas y grupos que dado el poder que detentan o la
influencia que ejercen, contribuyen a la acción his-
tórica de una colectividad, ya sea por las decisiones
que toman, por las ideas, los sentimientos, las emo-
ciones que expresan o simbolizan”.
Crespi reconoce principalmente cuatro tipos de
cambio social: endógeno, exógeno, ascendente o
descendente.
El cambio endógeno es “aquel que se produce
como resultado de la acción social llevada a cabo
dentro de un colectivo”. Su eficacia depende del 23
grado de organización del tejido social, y siempre
incide en él un factor externo de presión.
El cambio exógeno es “aquel que se produce como
resultado de actuaciones llevadas a cabo desde fuera de la
colectividad”. Su eficacia depende del nivel de implica-
ción de la colectividad en los cambios y de la adecuación
de éstos a las necesidades percibidas por la población.
Ciclo de pensadores contemporáneos

El cambio ascendente es “aquel que se desarrolla
espontáneamente a través de la consecución de objeti-
vos comunes”. Es flexible, se adapta a circunstancias
concretas, está basado en relaciones informales y difí-
cilmente sea posible traspolarlo a otros contextos.
El cambio descendente es “aquel que resulta de
actuaciones planificadas u organizadas desde las eli-
tes”. En general se reconoce en él cierta rigidez e
inadecuación a necesidades, y cuenta con una mayor
velocidad de difusión.

Tipologías de cambio social según grado de actividad de los agentes,

divergencia o convergencia entre los agentes de las interacciones y los
valores dominantes, formas de poder y nivel de flexibilidad o rigidez de
los sistemas.

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