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Reflexiones de la Guerra del Pacifico

Willam F. Sater

Artículo Extraído de la revista Bicentenario, Vol 4, N°2 del 2005.

El último cuarto del siglo XIX Europa del Este lo pasó sin ningún conflicto bélico
mayor. Durante estos mismos años, Latino América sufrió uno de sus mas
desgastadores conflictos: la Guerra del Pacífico que no tan sólo consumió
cantidades importantes de sangre y dinero, sino que cambió las fronteras y los
destinos de tres naciones. Lógicamente, podríamos asumir que las lecciones de
las guerras más contemporáneas, la Guerra civil norteamericana y el conflicto
Franco Prusiano, podrían haber afectado la conducción de la Guerra del Pacífico.
Como veremos, sin embargo, tácticas militares y tecnologías no siempre migran
fácilmente.

Superficialmente, la Guerra del Pacífico se asemeja a la Guerra Civil


Norteamericana y al conflicto Franco Prusiano. Mientras que hubo menos tropas
involucradas, si se compara el tamaño de los ejércitos involucrados en las
contiendas de Estados Unidos o de Europa, la Guerra del Pacífico
proporcionalmente usó un gran número de la población masculina de los tres
países. Al inicio de 1881 el ejército de La Moneda era de 42.000 hombres, que
sumados a los 2.000 o 3.000 marinos, constituían alrededor del 2% de la
población masculina de Chile. Calcular el número de peruanos y bolivianos que
sirvieron en la guerra es más difícil en parte porque estas naciones no conocían
exactamente cuantos habitantes residían dentro de sus fronteras. Aún así, Bolivia
levantó un Ejército de 10.000 hombres que equivale a más de 1% de su población
masculina. El Ejército peruano del Sur era de aproximadamente 9.000 hombres,
cuando a esto se le suma las 21.000 tropas que defendieron Lima, como también
los soldados que tomaron posiciones en el norte de ese país, éstos representan
más del 2% de la población. Esta cifra no incluye a aquellos hombres que lucharon
en la guerra irregular que se sucedió después de la caída de Lima.

Tanto en la Guerra Civil Norteamericana como en el conflicto europeo, conscriptos


compusieron los ejércitos de las tres naciones. Al principio de la guerra, los más
patrióticos o ingenuos fueron los voluntarios para el servicio en la milicia. Pero una
vez que los hombres cesaron de enlistarse voluntariamente, los respectivos
gobiernos volvieron a la tradicional práctica de enrolar a los sin suerte y los
descuidados para sumarlos a la milicia. Tradicionalmente los “enganchadores”
comenzaban con los criminales, luego los vagos, los alcohólicos y los errantes. Y
cuando ya no quedaban esta clase de hombres, los reclutadores peruanos y
bolivianos se concentraron en los indígenas mientras que en Chile los
enganchadores tomaron la clase rural y los trabajadores urbanos. No es
sorprendente que los países aliados usaran la fuerza para enganchar soldados:
como lo observó el historiador boliviano, Roberto Querejazu, las diferencias
lingüísticas y culturales, sumado a las barreras geográficas, fomentaron el

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regionalismo y así minaron el concepto de Nación Estado. Sentimientos similares
existían en Perú, donde un oficial de la Armada Británica escuchó la siguiente
frase de un recluta peruano: “Ellos no van a ser muertos en beneficio del blanco”.
Incluso en Chile, donde se puede decir que sus ciudadanos tenían un sentido de
identidad nacional – que algunos debaten -, también se usó la fuerza para reclutar
soldados para el Ejército.

La conscripción impactó significativamente en la economía de los países


beligerantes. La Patria, de La Paz, se quejaba por los enganchadores indígenas:
“Hemos dado a la agricultura el golpe de gracia”. Los empleadores chilenos
también se quejaron de la falta de mano de obra, tal como los peruanos quienes
argumentaban que el enlistamiento de trabajadores hacía daño a sus familias.
Desesperados por mano de obra, los Empresarios y hacendados contrataron
mujeres como reemplazos, aunque esta acción también reducía el tamaño de la
mano de obra urbana y rural, particularmente en el servicio doméstico.

Las mujeres jugaron un rol importante en la guerra como también las empresas
civiles. Algunas, como las cantineras chilenas, usaron uniformes y acompañaron a
las tropas al campo de batalla donde sirvieron como enfermeras e intendentas. En
un nivel no oficial existían las “vivanderas”, como Doña Lorenza de Cochabamba,
que caminó a lo largo de las líneas bolivianas durante la batalla de Tacna,
vendiendo cigarrillos, fósforos y pan. Sin embargo la mayoría de las mujeres eran
mujeres de soldados, que eran llamadas Rabonas, “Esas famosas e inseparables
compañeras del soldado Boliviano de otros tiempos; esas mujeres extraordinarias,
encarnación genuina de todas las virtudes y de todos los vicios”. Generalmente
aquellas mujeres mantenían un estado marital informal con sus compañeros a
quienes alimentaban, vestían y cuidaban (en muchos casos también proveían
cuidados médicos a otros soldados). Algunas, como la chilena Dolores Rodríguez,
combinaba los atributos del Ángel misericordioso y el Ángel de la Muerte. “Es tan
agradable socorrer un herido, pasar un vaso de agua o aguardiente a un
compañero fatigado”, escribió Rodríguez, “y sobre todo, disparar de cuando en
cuando un tiro y matar un cholo”. El prospecto de la muerte no importaba a doña
Dolores ya que, como escribió, “Tengo el consuelo que he mandado ya adelante a
algunos cholos para que me tengan preparado el camino de la otra vida”.

La Guerra Civil Norteamericana y el conflicto Franco Prusiano demostraron que


entrar en una guerra se había convertido en una empresa industrial. Los
comandantes necesitaron ferrocarril para concentrar las tropas, Intendencias para
alimentar, vestir y armarlos; médicos para mantener la salud de los soldados y
para evacuar a los heridos del campo de Batalla; ingenieros para construir
fortificaciones y telégrafos para mantener el contacto entre las acciones y los
puestos de comando. Y finalmente el Ejército moderno requería una elite de
oficiales altamente preparados, un Estado Mayor que dibujara el plan y dirigiera la
guerra. Pero los Ejércitos de la Guerra del Pacífico no tenían estas unidades
técnicas especializadas, en parte porque las sociedades civiles que debían
proteger sólo recientemente, si es que, estaban disfrutando los frutos de la
revolución industrial. En algunos casos, las naciones en guerra, estaban ancladas

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en una era pre industrial. Sin ferrocarriles, sistemas telegráficos, o aún caminos
decentes, por ejemplo, el Ejército boliviano usó mulas para mover los materiales y
corredores para transmitir mensajes. Obviamente la subdesarrollada Bolivia no
pudo emplear la tecnología que no existía dentro de sus fronteras. Inversamente,
los estados chilenos y peruanos tenían acceso al ferrocarril y el telégrafo, pero los
Ejércitos tenían dificultades para operar estos instrumentos. Los problemas
médicos fueron una plaga en ambos bandos. En 1881, Chile, tenía sólo 350
doctores, no había suficiente personal entrenado para atender a los enfermos de
la nación, dejados al margen para servir en el recientemente creado cuerpo
Médico. Consecuentemente, el gobierno de Pinto tuvo que reclutar estudiantes de
medicina o apoyarse en la generosidad de los cirujanos navales extranjeros para
tratar a los heridos. Claramente, los aliados estaban igualmente faltos de médicos,
como el doctor Zenón Dalence recuerda la batalla “De Pisagua, Germania, San
Francisco y Tarapacá, donde la carencia de ambulancias de nuestro ejército
motivó el que nuestros heridos quedaran abandonados en el campo a la piedad
del vencedor”. El servicio medico del Ejército peruano, que no entró en funciones
hasta 1881, también tuvo apelar a la civilidad para financiamiento, personal,
medicamentos y administrar las recién creadas unidades de Ambulancias.
Santiago tuvo que depender de los civiles para operar la Intendencia General del
Ejército y Marina en Campaña que supervisó la adquisición y distribución de
comida, ropa y suministros para el Ejército y la Armada. En resumen, sin las
unidades técnicas, los militares bolivianos, chilenos y peruanos tuvieron que
depender en la civilidad que proveyó las herramientas, y a veces los fondos, para
permitir que las Fuerzas Armadas operasen. La Guerra del Pacífico evolucionó en
una mezcla de empresas Estatales y Privadas, un modelo que escasamente
podría deleitar a von Moltke.

La misma tecnología que debería de haber alterado la organización de un


Ejército, también cambió las tácticas en el campo de batalla. Con el advenimiento
del rifle de retrocarga, como el Comblain II, la infantería atrincherada podría, en las
palabras de un pensador militar, convertir en “carne de cañón”, cualquier
formación cerrada de hombres, o incluso caballería, atacando frontalmente a
través de la línea de batalla. En adelante, los generales tuvieron que realizar en
las palabras de un agregado militar Americano, “El choque de columnas pesadas
es impotente ante la lluvia de balas vertida por los mosquetes de retrocarga”. Una
nueva formación había surgido: “disperso” u “orden disperso”, una técnica que
indica que los soldados atacantes avanzan en pequeños grupos, listos a tirarse al
suelo, como Eleodoro Camacho concisamente notó, “Recostarse al suelo cuando
se percibe el fuego enemigo, no revela cobardía y si mas bien vigilancia y
previsión”.

En vez de confiar en el choque del asalto frontal, los Ejércitos debían vencer a sus
enemigos maniobrando para envolver los flancos del enemigo. Desgraciadamente,
ninguno de los beligerantes adoptó estas tácticas. Este descuido no debió haber
ocurrido; en los ejércitos americanos no debió existir este vacío intelectual. Varios
oficiales, como los chilenos Diego y Baldomero Dublé Almeida, y los bolivianos
Narciso Campero, Guillermo Villegas y Pedro Villamil, habían estudiado en el

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extranjero y una vez que retornaron, ellos trataron de introducir las nuevas tácticas
a sus compañeros. El Coronel boliviano Miguel Aguirre incluso escribió un manual
explicativo del uso del orden disperso a nivel de batallón. (Debido a que el manual
de Aguirre, una revisión de un trabajo previo, apareció después de que Bolivia
abandonara la guerra, no pudo influir la conducción del conflicto). Pero estos bien
educados e intencionados oficiales como Narciso Campero y Eleodoro Camacho,
no pudieron hacer las reformas, según ellos “fue un ejercito sin doctrina, un
ejercito que solo había sido el artífice de motín y la asonada”. Fundamentalmente,
los Ejércitos de Bolivia, Chile y Perú fueron, en distintos grados, organizaciones
sencillas; consistían principalmente en unidades de infantería, apoyadas por un
pequeño contingente de artillería y caballería; no tenían cuerpos médicos,
intendencia, aprovisionamiento, señales o transporte. Y lo que los combatientes
llamaban orgullosamente Estados Mayores, eran a menudo creaciones ad hoc
formadas en el estímulo del momento por los oficiales que habían asistido a algún
curso. Irónicamente, salvo por las nuevas armas de infantería y artillería,
veteranos de las campañas napoleónicas se hubiesen sentido como en su casa en
los campos de batalla de la Guerra del Pacífico. En justicia, no fue solo la falta de
interés como también la ausencia de oportunidades que dictaron las tácticas
aliadas. Con la excepción de la batalla de Dolores, las fuerzas peruanas y
bolivianas centraron sus esfuerzos en defender, no en atacar posiciones fuertes.
Consecuentemente éstos Ejércitos rara vez tuvieron la oportunidad de practicar
maniobras. Incluso cuando los aliados tomaron la ofensiva, no pudieron avanzar
en orden disperso. Muchas de las tropas todavía cargaban rifles de avancarga de
corto alcance, o, pero aún, mosquetes. Por lo tanto, los soldados aliados tuvieron
que atacar en grandes formaciones cerradas para maximizar los efectos del
ataque. El hecho es que esto afectó a los reclutas, que componían la mayoría de
los Ejércitos y ciertamente limitó a los peruanos y bolivianos en sus tácticas. La
formación cerrada, con todos sus defectos, fue la única forma en que los
comandantes pudieron controlar las tropas imperfectamente entrenadas y
usualmente poco entusiastas.

El Ejército chileno tuvo que rechazar las tácticas de maniobras por muchas de las
mismas razones que los aliados. En la mayoría de las batallas - Pisagua,
Tarapaca, Los Ángeles y Arica – las tropas chilenas tuvieron que escalar
montañas antes de acercarse al enemigo. Obviamente, estas condiciones
limitaron la habilidad de los chilenos para atacar en orden disperso. Cuando
defendieron sus posiciones en San Francisco Sur y San Francisco Norte,
estuvieron severamente restringidos en sus movimientos. En corto, sólo dos
veces, en Tacna o Campo de la Alianza y Chorrillos, el Ejército chileno tuvo la
oportunidad de aplicar las nuevas tácticas. (El ataque chileno en Miraflores no
cuenta ya que no ocurrió como consecuencia de un plan pre establecido, pero si
en respuesta a un inesperado ataque peruano.) . Pero en ambas ocasiones, el
comandante del Ejército Manuel Baquedano, rechazó las maniobrar y la dispersión
para aplastar a los enemigos.

Baquedano tuvo dos opciones en Tacna y Chorrillos: Pudo haber seguido el


consejo del General Helmut von Moltke, quien consideraba que “muy poco éxito se

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puede esperar de un ataque frontal, pero si una gran cantidad de bajas.
Debemos, por lo tanto, girar hacia los flancos de las posiciones enemigas”. Este
acercamiento, que implicaba la envoltura del flanco aliado, podría haber sido no
solo eso, sino que además llevar a la captura del oponente. En vez, Baquedano se
guió por las “Tácticas Antiguas” del Mariscal Ney, atacando en masa a través de
una larga línea del frente de batalla. La lista de bajas de Tacna, que impresionó al
público chileno, debió de haber sido una alerta para Baquedano, que debía
cambiar sus tácticas cuando se atacara Lima. En vez de eso, el general rechazó el
consejo del General Marcos Maturana y de José Vergara, quienes abogaban para
que Baquedano tratara de envolver los flancos del enemigo en Chorrillos. Que
motivo al Comandante General a no seguir los consejos, no está del todo claro.
Habiendo ingresado al Ejército a la edad de 15 años, Baquedano había a prendido
a ser soldado sin asistir a la Escuela Militar, como si lo hizo Maturana, sino que en
el campo. Él pudo haber despreciado las sugerencias de sus subordinados, ya
que aparecían, en un sentido, casi cobardes. Él, como soldado autoentrenado, no
tenía que seguir los consejos de sus colegas más académicos. En corto,
Baquedano pudo haber preferido el asalto frontal, en parte porque era más simple,
pero también mucho más viril que la maniobra aconsejada por Maturana. Pero
independientemente de qué motivó su decisión, el historiador militar chileno
Guillermo Ekdahl ácidamente observó: “No hablamos aquí de la influencia de las
formas tácticas empleadas, pues el ejército chileno, evidentemente no conocía
otras en esa época”.

Por que Chile Triunfó?

Dado lo problemático de algunos líderes militares – la senectud del General


Domingo Arteaga, la obsesión de Escala con la religión y la confianza de
Baquedano en las tácticas primitivas – uno se podría preguntar como Chile venció
a Perú y Bolivia. Los cínicos podrían sugerir que Chile ganó por defecto, que los
aliados simplemente colapsaron por el peso de la incompetencia peruana y
boliviana; la respuesta, sin embargo, no es tan simple. No todas las unidades
aliadas se comportaron pobremente en los campos de batalla. Dependiendo de la
batalla, mientras algunos contingentes huyeron, otros lucharon tenazmente. Los
batallones bolivianos Victoria y Dalence, resistieron a los chilenos vigorosamente
en Pisagua y Dolores respectivamente. Similarmente, en 1880, los Colorados y
Amarillos prefrieron inmolarse en el Campo de la Alianza en vez de retirarse. Lo
mismo es válido para los batallones peruanos Zepita o la Columna de Artesanos,
en Tacna, la toma de Arica, o en muchos de los elementos que custodiaban Lima.
Puesto en simple, algunas unidades peruanas y bolivianas lucharon hasta la
muerte. ¿Si es así, por qué los ejércitos de Perú y Bolivia fallaron en última
instancia?

Si algunos de los aliados fueron bravos, pocos oficiales – 2.631 en Perú y 228 en
Bolivia- estaban debidamente entrenados. Ellos ganaron su experiencia militar, no
luchando guerras foráneas, sino que tratando de proteger o deponer gobiernos,
sólo un puñado había aprendido alguna cosa que se asemejaba a tácticas
militares formales.

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Un visitante italiano observó que el noventa porciento de los oficiales peruanos
son: “Picaros para quien el deber y la patria y la honra son palabras necias”.
Ricardo Palma, un intelectual peruano, vislumbró lo mismo, sólo que fue más
benigno cuando le escribió al Presidente Nicolás de Piérola “para formar ejercito
tendrá usted que empezar fusilando la mitad siquiera de los militares”. Los
oficiales del cuerpo boliviano estaban tan retrasados que incluso el Ministro de
Guerra se quejaba de “Nuestro ejercito fue educado en la escuela de Federico el
Grande, que le fue transmitida por los maestros españoles no conocían ninguno
de los adelantos que se han hecho en las guerras europeas desde el año 1866”.
Esa fue una frase generosa; el Presidente boliviano Narciso Campero lamentó que
sus oficiales no sólo “que no conocían sus obligaciones propias, pero que ni
siquiera se habían instruido en las obligaciones del soldado ni habían visto jamás
el reglamento o táctica de su arma”.

La guerra exigiría demasiado a la mano de obra aliada, los altos comandantes


peruanos y bolivianos tendrían que asignar a sus mejores oficiales, tanto
graduados como efectivos, a comandar al recién formado Ejército peruano del Sur,
y en el caso boliviano sus fuerzas armadas se apresuraron para reconquistar el
litoral. Desafortunadamente, las derrotas de Pisagua, Tarapacá, Tacna y Arica, o
incluso la “victoria” en Tarapacá – donde 572 hombres, incluidos 18 oficiales
peruanos graduados cayeron – fueron muertos o heridos muchos oficiales donde
éstos ejércitos perdieron sus mejores líderes. Cada vez más, los aliados tuvieron
que depender en oficiales de campo novatos, y nuevos y forzados reclutas. Lo que
es sorprendente, tomando en cuenta la suerte de los oficiales expertos, no es que
los nuevos contingentes aliados colapsaran, sino que muchos resistieron cuanto
pudieron. Actuando ya sea por orgullo, miedo, cólera o patriotismo, algunas
unidades continuaron resistiendo a los chilenos incluso después que estaba claro
que la batalla había terminado. Así atribuir la victoria de Chile a la ineptitud aliada
injustamente disminuye la resistencia de héroes como el Coronel Francisco
Bolognesi, el General Andrés Cáceres, el Almirante Grau, como también a los
oficiales del Huáscar. También degrada los esfuerzos heroicos de Santiago de
derrotar a estos hombres. Con todo, ambos bandos lucharon bien, entonces
¿Cuales fueron las razones que le dieron el triunfo a Chile?.

Chile venció a sus enemigos gracias a su locación geográfica, su infraestructura


civil superior, como también por sus instituciones políticas, que se las arreglaron
para funcionar incluso durante la agotadora guerra y lo más importante el grado de
preparación intelectual y la experiencia práctica de los cuerpos de oficiales
chilenos. La locación física de Chile contribuyó, en gran medida a la victoria. El
acceso de Santiago al Estrecho de Magallanes facilitó la importación de
armamentos, ropas y equipo militar. En 1879 y 1880 los Ministros de Pinto
compraron más de 40.000 rifles, 36 ametralladoras y 38 piezas de artillería,
esencialmente Krupp, material que Chile necesitaba para derrotar a los aliados.
Por el contrario, incluso cuando los buques de Grau dominaban las costas, el
proceso de aprovisionamiento peruano no sólo era más complicado que el chileno,
sino que dependía de la buena voluntad de las autoridades colombianas para

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transportar materiales a través del Istmo de Panamá. Desde luego que después
de la captura del Huáscar en Punta de Angamos, Octubre 1879, el control de
Santiago sobre el Pacífico Sur drásticamente obstaculizó el esfuerzo peruano.

Los sistemas ferroviarios chilenos, que conectaban a Santiago con el Sur de la


nación y luego con Valparaíso, facilitó el aprovisionamiento de hombres y
materiales y sus movimientos hacia los campos de batalla del Norte. En contraste,
la principal ferrovía peruana corría desde Lima a Chicla, un corto trayecto a las
zonas más despobladas de la nación. Y aunque la línea férrea de Mollendo a
Arequipa alcanzaba a las regiones más pobladas de Arequipa y Puno, éstas no se
sumaron al esfuerzo de la guerra. El gobierno careció las instalaciones ferroviarias
para entrenar o equipar a oficiales de menor grado, NCO y reclutas desde
Mollendo, particularmente después de Angamos. Como un autor peruano
agudamente observó sobre la crucial red ferroviaria de la nación “Se torno tan
absurda, que militarmente, quedábamos a merced del que dominara el mar, pues
los ferrocarriles empezaban ahí”.

Claramente la estabilidad interna chilena contribuyó enormemente al éxito militar.


Y claramente la falta de orden perjudicó el esfuerzo aliado. De estos dos, Bolivia
aparece como el país más inestable, disfrutando de solo dieciocho años de calma
política en el periodo 1826 a 1879. “La política boliviana es mejor descrita como
puramente personal”, observó el visitante inglés Edward Mathews, ya que “los
partidos políticos brotan, cambian y mueren a medida que sus ambiciosos líderes
pierden sus puestos por gente más joven”. Bolivia vivía en tal estado de
inseguridad que su capital, como observó un boliviano, era “El lomo del caballo
que monta el presidente de la republica”.

Perú sufrió del mismo problema. Sólo durante la presidencia de Manuel Pardo
(1872 – 1876), Lima tuvo 9 golpes de estado. El sucesor de Pardo, Mariano Prado
(1876 – 1879) no sólo falló en restaurar la tranquilidad, además su repentina
abdicación hundió a la nación en una tormenta de malestar tal que al menos cinco
hombres vieron la posibilidad del poder. Contrariamente, en casi 50 años después
de 1830, solamente dos guerras civiles, la última en 1859, afectaron a Chile.

La misma carencia de orden que previno la creación y perpetuación de las


instituciones políticas también lisió a las fuerzas armadas aliadas. Sólo en 1877, la
primera vez en 10 años, el Colegio Militar peruano graduó oficiales de menor
grado. Eleodoro Camacho, quien había visitado Escuelas Militares Europeas en
operación, se quejaba de la falta de instituciones similares en Bolivia, una
condición que un oficial retirado atribuyó a: “el estado convulsivo en que vivió
siempre el país, debido a las rencillas de ambición o de partido”. Es así que
algunos bolivianos y peruanos, se convirtieron en oficiales como si fuese una
respuesta a un mandamiento divino. Los constantes “pronunciamientos” y las
agitaciones domésticas, por otra parte, rompían la integridad de la cadena de
comando militar. Por lo tanto, las fuerzas armadas peruanas y bolivianas que
emergieron de esta agitación domestica crónica consistían en un revoltijo casual
de oficiales que ganaron sus comisiones, asignaciones y promociones, no a través

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de méritos militares, si no que por tomar partido en los bandos ganadores de los
incontables golpes de estado y guerras civiles de esas naciones. Los mismos
conflictos fraticidas también consumieron los activos militares, forzando a los
Ejércitos aliados a comenzar la guerra utilizando las armas rescatadas de los
campos de batalla domésticos.

Gracias a que Chile escapó, casi del todo, del malestar civil, sus fuerzas armadas
no se convirtieron en una plataforma de ascenso político. Esto no significa que los
oficiales chilenos no apelaran a los políticos por favores. El Almirante Juan
Williams, por ejemplo, usó sus conexiones con el partido conservador para retener
su comando. Pero los oficiales chilenos no ganaron sus promociones o comisiones
fomentando o combatiendo “cuartelazos”. Para 1870, la mayoría de los cuerpos de
oficiales había estudiado en la Escuela Militar chilena que, a pesar de sus
limitaciones, se ganó las alabanzas del diario Ejército Argentina, por “los brillantes
resultados que la iniciativa y la audacia prudente de sus antiguos educandos han
obtenido en las guerras de indios y nacionales, y especialmente en la ultima del
Pacifico”. Con la graduación no se ponía fin al entrenamiento profesional.
Después de la década de 1850, el alto mando del Ejército insistió que los oficiales
atendieran a una serie de cursos de nivel militar –mini seminarios- donde se
practicaban juegos de guerra. Algunos oficiales superiores intentaron reformar el
entrenamiento con la incorporación de nuevos manuales técnicos, incluyendo
algunos escritos por europeos. Los oficiales comisionados del Ejército, más aun,
tuvieron una amplia gama de oportunidades para aprender su profesión en la
frontera araucana. Luchando contra los Araucanos –claramente no una tarea para
los débiles de corazón- podría no haber educado al oficial en el sentido de batalla
europeo, pero al menos le entregaba experiencia de combate. Y, para 1878, el
Ejército promulgó un conjunto de regulaciones que establecían los criterios para
las promociones basados en antigüedad y merito.

Similarmente, la Armada chilena venció a la flota peruana gracias a la calidad de


su personal. La mayoría de los oficiales de Santiago habían estado en la Escuela
Naval; y más de algunos pocos –como Lynch, Toro y Silva- sirvieron como
voluntarios en la Armada Real. Una vez que el gobierno extirpó la “madera vieja”
de la Armada, como el hipocondríaco Williams y el alcohólico Simpson, Riveros, a
la cabeza de un grupo de bien entrenados oficiales, rápidamente borró a los
peruanos de las costas. Por el contrario, muchos de los oficiales navales
peruanos, algunos literalmente ancianos, carecieron de cualquier forma de
entrenamiento, o, gracias a las penurias o miedos del gobierno, de suficiente
experiencia práctica. Al contrario del peruano, el gobierno chileno confiaba lo
suficiente en su Armada para no tener que esconder partes importantes de las
naves, motores para prevenir una rebelión de la flota. En resumen, Chile empezó
la Guerra del Pacífico con un grupo pequeño pero muy bien entrenado de
oficiales. Comandando un cuadro de oficiales profesionales, no comisionados,
como también a soldados y marinos comunes. Al final, por supuesto, la
superioridad de las fuerzas armadas derrotaron a los enemigos de Chile.

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Conclusión

En retrospectiva, no debería sorprendernos que ninguno de los combatientes


estudiara o asimilara completamente las lecciones de la Guerra Civil
Norteamericana o el conflicto Franco Germano. Si los supuestamente mas
avanzados Gran Bretaña y Rusia pudieron ignorar la experiencia de estas guerras
–como la Guerra de los Boer, el conflicto Ruso Turco o el conflicto de España con
Estados Unidos –tan penosamente confirmado- entonces podrían las naciones de
Latinoamérica?. Irónico, incluso los franceses y alemanes volverían a aprender,
dolorosamente, lo que ya habían descubierto. Mientras que en el siglo XX Bolivia y
Perú volverían a ir a la guerra, Chile no lo hizo, aparentemente aprendió otra de
las lecciones de la Historia: que la apariencia de una poderosa fuerza militar,
juiciosamente usada, puede alcanzar los mismos resultados que ir a luchar una
guerra

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