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En Medio de la Tormenta

Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas


azotaban la barca, de manera que ya se anegaba.
Y Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal, y
despertándole, le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado
que perecemos? – Mar. 4:37,38

Cuentan de un hombre que se fue solo un día al


bosque a cortar árboles. Temprano en la mañana
corto un árbol que inesperadamente cayó sobre él y
le atrapó. Paso el resto del día tratando en vano de
zafarse de la condición. Sabía que no había nadie
que pudiera escucharlo si gritaba por ayuda. Estaba
muy adentro en el bosque. Ya oscureciendo
comenzó a escuchar los aullidos de los lobos y tuvo
miedo. Entonces se acordó de ese personaje al que
los campesinos menos educados clamaban en
tiempos de desgracia al cual llamaban “Dios.”
Comenzó a considerar la posibilidad de que
existiera y concluyendo que no tenía nada que perder, oró así:

“Señor Dios. Usted sabe que yo nunca le he molestado en mis 55 años de vida. De seguro que
puede apreciar la condición en que estoy. Ahora yo le prometo que si usted me saca de este
atolladero, jamás le volveré a molestar mientras viva.”

Cuando los discípulos se embarcaron con Jesús a cruzar el mar de Galilea, Jesús estaba exhausto
de un largo día de actividad ministerial y cayó rendido del sueño. En este lago, por su posición
geográfica y diferencia marcada entre su elevación y la de las montanas que le rodea, las
diferencias en temperatura y presión producen estas fuertes tormentas. Sin duda pescadores
experimentados como Pedro (Mateo 4:18) conocían estos fenómenos y sabían cómo enfrentarlos.
Pero la tormenta de esta ocasión se torno en una de proporciones gigantescas, nunca antes vista.
Lucharon tenazmente con todas sus fuerzas y habilidades, pero la barca estaba a punto de
zozobrar. Algunos han concluido que se origino del maligno, por su severidad, en un intento
fallido de acabar con el Ungido de Jehová. Pero eso es especulativo. Use discernimiento el
lector.

Lo que sabemos es que Jesús dormía profundamente mientras todo esto pasaba. Ahora,
desesperados, acuden a Jesús en un tono acusativo; “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”

Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento. Y se hizo grande
bonanza.
Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo es que no tenéis fe? – Mar. 4:39,40
Ese mismo día ellos habían visto milagros y sabían que Jesús podía salvarlos. Por lo tanto tenían
una medida de fe. Sin embargo no era suficiente para creer que Jesús, dormido, era capaz de
salvarlos. La clase de confianza que ellos debían tener era como la fe de un niño. Un niño no se
preocupa por las cosas necesarias de la vida ni por su propia protección porque sabe con certeza
que su papa suplirá lo necesario.

Nosotros, al igual que los apóstoles, estamos siendo procesados y por gracia hemos recibido una
medida de fe. También, como ellos, nos enfrentamos a tempestades. Tormentas, algunas de
nuestra propia hechura y otras que nos sobrevienen sin llamarlas. Reaccionamos, más o menos
igual. Primero tratamos de enfrentarnos a ellas con nuestras habilidades, nuestros recursos y, si
esto funciona, no tenemos que „despertar a Jesús.‟

Lo que debemos hacer es confiar en Él desde que es evidente que una tormenta se está
levantando en nuestra vida. Jesús permitió que la barca se llenara de agua y quizás lo permita en
nuestro caso, pero la seguridad de que evitaraa que zozobremos debe darnos paz. Loa apóstoles
se maravillaron cuando Jesús, con el poder de la palabra, reprendió la tempestad porque todavía
no conocían plenamente la naturaleza Divina de Jesús. Nosotros hoy, con un conocimiento más
amplio provisto por el Espíritu Santo tenemos suficiente testimonio para tener una fe que supere
la de los apóstoles en aquel día sobre las revueltas aguas del mar de Galilea.

La buena noticia es que Jesús ya no necesita dormir, pero si no acudimos a Él y le hacemos


participe de nuestras tormentas, es igual que si durmiera plácidamente, aunque vive en nosotros.
Esta fe en quien no vemos fue descrita por Pablo en su carta a los Romanos con gran persuasiva:

Porque en esperanza somos salvos; mas la esperanza que se ve no es esperanza, pues lo que
uno ve ¿por qué esperarlo aún?
Mas si lo que no vemos esperamos, con paciencia lo esperamos.
Y de la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos indecibles.
Y el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la
voluntad de Dios intercede por los santos.
Y sabemos que todas las cosas ayudan a bien, a los que aman a Dios, a los que conforme a su
propósito son llamados. – Rom. 8:24-28

Entonces tenemos un consuelo doble; cuando ni siquiera sabemos que pedir a Dios, el Espíritu
Santo lo hace por nosotros y sin importar los bríos de la tempestad, al final del día obrara para
bien. Podemos concluir que Jesús está despierto y listo para obrar con poder a nuestro favor. Cuando no
inquietamos desmedidamente y perdemos la paz, examinémonos. Quizás somos nosotros los que
dormimos.

Cuando en su hora final Jesús se enfrentó a su propia tempestad, fueron los discípulos quienes se
durmieron cuando debieron estar intercediendo en oración al Padre por Él. (Mateo 26:40.41) Pero aun
Jesús obtuvo beneficios de la „tormenta.‟ El autor de Hebreos nos dice:

Cristo, en los días de Su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y
lágrimas al que Lo podía librar de la muerte, fue oído a causa de Su temor reverente.
Aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció; - Heb. 5:7,8
Y si Jesús se benefició, a nosotros también nos aprovecha cruzar mares revueltos en la compañía de Él.
Santiago escribió:

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando cayereis en diversas pruebas;
sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
Mas tenga la paciencia su obra perfecta, para que seáis perfectos y cabales, y que nada os
falte. – Santiago 1:2-4

El mantenernos despiertos a la realidad de la presencia de Cristo en nuestras vidas es vital si queremos


evitar el naufragio espiritual. Aunque pensemos que duerme, no es así. Él está ahí para en el momento
correcto –desde su perspectiva, no la nuestra- levantarse y reprender al viento y al mar diciendo: “Calla,
enmudece.” Entonces el viento cesará y tendremos una gran bonanza. (Marcos 4:39)

En contraste con la actitud mental de los cristianos comprometidos están las personas del tipo descrito en
la historia al principio de este escrito. Estos son aquellos que solo han oído acerca de Dios y ya se han
alineado con los escépticos y con los que consideran una pérdida de tiempo y esfuerzo buscar a un Dios
que no puede ser palpado. Sencillamente no les es rentable seguirle ni sacrificarse por su causa. Estos se
sienten autosuficientes, capitanes de sus destinos. Hasta que llega la tormenta. Entonces, como último
recurso, algunos juegan su ultima baraja a favor del Dios que siempre rechazaron “por si acaso es real.”
Estos han creado a un Dios a su imagen y semejanza. Tratan de negociar con El a final del camino como
si fuese un hombre de negocios. Tristemente estas negociaciones de último minuto no funcionan sin un
quebranto de corazón, tal como experimento el ladrón que murió al lado de Cristo. Aquel hombre
anónimo, sin calcularlo, se puso en vías a la vida eterna. Lo poco que sabia del moribundo nazareno lo
utilizó para su beneficio a la vez que se humilló y este solo acto de contrición movió el corazón de Jesús a
prometerle vida eterna. El otro ladrón estimo las cosas desde una perspectiva netamente humana y
pereció. –(Lucas 23:39-43)

La parábola de Jesús del los viñadores contratados para laborar durante la extensión del día nos muestra
que el Señor Jesús nos remunera a todos sin importar cuánto tiempo hemos laborado. (Mateo 20:1-16) La
gracia no se dispensa por medida. El precio que hizo posible la gracia fue un sacrificio infinito y es la
voluntad de Dios que todos los hombres la reciban por igual. Se requiere humildad para aceptar un regalo
de tal magnitud. Muchos lo rechazan por sentirse más justos que Dios o por sospechar que tiene que
existir alguna cláusula en letras muy pequeñas que niegan la buena voluntad de Dios.

En fin, el camino de la salvación está lleno de tormentas inesperadas y mientras más vivimos, más
precaria se puede hacer nuestra existencia. El éxito está en descansar en el hecho que Jesús nos acompaña
y que aun si estuviese durmiendo, es más fuerte que cualquier viento y olas que pudieran batir contra
nuestra frágil barca. Amén.

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