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7.

UN DÍA PARA RECORDAR

Retrocedamos unos dos mil años e ingresemos en una humilde aldea de Nazaret, en la
antigua Palestina. Estamos a mitad de semana, caminando por una angosta calle
empedrada, pasando ante las pequeñas tiendas que tienen sus puertas abiertas. Al pasar
por los talleres, vemos a los operarios con sus herramientas. De pronto, llegamos a un
taller muy diferente. El frente está muy bien pintado, y la calle ha sido barrida. Al entrar,
nos encontramos con un hombre muy gentil, que trabaja como carpintero, y a su lado, un
joven ayudante.

El muchacho está lijando una tabla de madera para que quede lisa y recta. Descansa un
instante y se seca la transpiración. Cuando se da vuelta, vemos que tiene el porte de un
príncipe, de un rey. El es el Príncipe de los cielos. Regresamos el jueves. Regresamos el
viernes. Regresamos el sábado. Pero el sábado la carpintería estaba cerrada. Las
herramientas estaban guardadas. El aserrín había sido barrido. Todo estaba en calma.

Entonces vimos que los pobladores caminaban hacia un edificio en el centro de la aldea.
Los seguimos hasta una casa de reuniones que estaba atestada de gente, y nos sentamos
en el fondo. Esperamos por unos momentos, ansiosos. Imagina nuestra sorpresa cuando
vimos al joven carpintero encaminándose al púlpito para abrir un rollo de pergamino y
comenzar a leer. ¿Puedes visualizar todas esas imágenes?

El evangelio de San Lucas nos dice algo sobre las costumbres de Jesús: “Vino a Nazaret,
donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su
costumbre, y se levantó a leer”. (San Lucas 4:16) ¿Qué vemos? Un hombre que vivía de
acuerdo con las costumbres de su época. ¿Eran costumbres aceptables para su generación
pero no para la nuestra? ¿Estamos ante un joven carpintero judío que mantiene
irreflexivamente las tradiciones de su tiempo, o ante un Creador que está descansando en
el día que él mismo apartó para el descanso de los hombres?

¿Hay algún día que sea especial para Dios? ¿Será el viernes, el sábado o el domingo?
¿Tiene Dios un día preferido? Leamos los tres textos bíblicos que contienen la respuesta.
El primero está en Apocalipsis 1:10: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí
detrás de mí una gran voz como de trompeta”. Ese pasaje menciona algo con total
claridad. Dice que el Señor tiene un día, “el día del Señor”: pero no nos dice cuál de los
siete días de la semana es el día del Señor. Sólo nos dice que el Señor tiene un día. Pero
es un paso adelante en la dirección correcta.

Vamos al segundo texto. San Mateo 12:8: “Porque el Hijo del Hombre es Señor del día
de reposo”. (En la mayoría de las versiones se traduce correctamente como “sábado” el
término hebreo shabat, que en la versión Reina-Valera se rinde como “día de reposo”.)
Ese texto dice que Cristo es el Señor del sábado. Por lo tanto, se entiende que el sábado
es el día del Señor. De hecho, en el libro de Isaías, Dios llama al sábado “mi día santo”.
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Leamos ahora el tercer versículo: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días
trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no
hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni
tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la
tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto,
Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó”. (Exodo 20:8-11).

En estos tres versículos descubrimos que el séptimo día es el sábado del Señor. Y Dios
consideró que el sábado es tan importante que lo colocó como uno de los Diez
Mandamientos. Cuando Jesús entró en la casa de reunión aquel sábado, ¿se trataba tan
sólo un carpintero judío que seguía mecánicamente las tradiciones de su tiempo, o era el
Creador que descansaba en el día que él mismo había separado para ese fin? “En el
mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”. (San Juan
1:10) Resulta muy claro. Pero, ¿a quién se refiere ese versículo? ¿Podría estar
refiriéndose a alguna otra persona que no fuera Jesús? Es claro que no.

En Colosenses 1:15, 16 encontramos la siguiente referencia a Jesús: “El es la imagen del


Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las
cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean
tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él
y para él”. Mucho antes de haber nacido en Belén, Dios “dio a su hijo”. Jesús es nuestro
Creador. El Cristo del Calvario es el Creador del Génesis. Si rechazamos a uno estamos
rechazando al otro.

El sábado está en el centro del evangelio. Jesús tenía todo el derecho de decir: “El Hijo
del hombre es Señor del sábado”. Jesús habló poco sobre el sábado porque no estaba en
discusión. La identidad del día de descanso nunca fue cuestionada. La única controversia
existente se relacionaba con la forma de guardarlo. Jesús siempre curaba a los enfermos
durante las horas sagradas, y eso les chocaba a los dirigentes religiosos de la época.
Jamás soñaron que Aquel que estaba ante ellos era el mismo que había hecho el sábado.

Vayamos ahora a la culminación del ministerio de Cristo, aquel trágico fin de semana de
la pasión, y observemos qué hacían sus seguidores al llegar la hora de la puesta del sol, el
viernes, el comienzo del sábado. El primer capítulo de Génesis, en el relato de la
creación, leemos que “...fue la tarde y la mañana del día primero”. “...fue la tarde y la
mañana del día segundo”. “...fue la tarde y la mañana del día tercero”. Y así
sucesivamente. La parte oscura del día venía antes de la parte clara. O sea que el cómputo
divino de los días comienza con la puesta del sol, y no a la media noche. Quiere decir que
el sábado va de la puesta del sol del viernes hasta la puesta del sol del sábado. La Palabra
de Dios dice: “...de tarde a tarde guardaréis vuestro reposo”. (Levítico 23:32)

Jesús había sido crucificado y sepultado en la tumba. El sábado se acercaba. ¿Qué harían
los discípulos? Sus esperanzas habían sido despedazadas. Pensaban que se habían
equivocado. No hay palabras para describir la gravedad de su desesperación. Si hubiese
algo en el ejemplo de Jesús que los hubiera incentivado a descuidar la observancia del
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sábado, seguramente lo hubiéramos advertido en la actitud de sus amigos más íntimos en


ese momento.

Pero veamos lo que sucedió. “Fue a Pilatos, y pidió el cuerpo de Jesús. Y quitándolo, lo
envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro abierto en una peña, en el cual aún no
se había puesto a nadie. Era día de la preparación, y estaba para comenzar el día de
reposo. Y las mujeres que habían venido con él desde Galilea, siguieron también, y
vieron el sepulcro, y cómo fue puesto su cuerpo. Y vueltas, prepararon especias
aromáticas y ungüentos; y descansaron el día de reposo, conforme al mandamiento. El
primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro trayendo las especias
aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas”. (San Lucas 23:52 a
24:1)

Nota que se mencionan tres días consecutivos. El día de preparación, el sábado del
mandamiento y el primer día de la semana. Dos de ellos tienen títulos sagrados: “el día de
preparación” y “el sábado del mandamiento”. El otro día apenas recibe un número
ordinal: “el primer día de la semana”.

Entonces, ¿por qué la mayoría de los cristianos guarda el primer día de la semana?
¿Quién los autorizó a hacer ese cambio? El Nuevo Testamento no da ninguna indicación
sobre el cambio del día de reposo, por eso tenemos que recorrer la historia para descubrir,
cómo, cuándo y por qué fue hecho el cambio.

El cambio ocurrió gracias a una combinación de circunstancias. Entre 132 y 135 d. C.


ocurrió la revuelta judía de Bar Cocheba. Como resultado de esa revuelta, los judíos
quedaron mal vistos en todo el Imperio Romano. Para evitar la persecución que se desató
contra los judíos, los cristianos fueron cada vez más prejuiciosos con todo lo que podía
identificarlos con ellos. Como la observancia del sábado era una práctica que realizaban
en común con los judíos, muchos cristianos comenzaron a minimizar ese mandamiento.
Pero la persecución fue tan sólo uno de los factores.

El deseo de aceptación y popularidad también fue responsable por la indiferencia que


luego se transformó en apostasía. La iglesia percibió rápidamente que comprometerse con
el paganismo tendría sus ventajas. Por ejemplo, la ventaja de la popularidad que
obtendrían con el influjo de nuevos miembros provenientes del mundo pagano. Para que
la invitación de la iglesia fuera más interesante, ¿por qué no incorporar en la iglesia
algunas de las costumbres populares de los paganos? La fusión de costumbres haría que
los paganos se sintieran más cómodos dentro de la iglesia. ¿Por qué no adoptar el día
pagano de adoración? Esa fue la razón.

Así comenzó la erosión gradual de la pureza en la iglesia cristiana primitiva. El


emperador Constantino todavía era pagano cuando decretó que todas las oficinas del
gobierno, las cortes y los talleres de los artesanos debían cerrar el primer día de la
semana, “el venerable día del sol”, como lo llamaban. Y fue en aquel mismo siglo cuando
el Concilio de Laodicea expresó su preferencia por el domingo. Como muchos de los
nuevos cristianos habían sido adoradores del sol antes de su conversión (los adoradores
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del sol guardaban el primer día de la semana desde hacía siglos), hacer que el domingo
fuera una costumbre cristiana sería una ventaja para la iglesia.

De esa forma, durante varios siglos, se observaron los dos días simultáneamente. Esa
práctica paralela continuó hasta el siglo sexto. Pero con la infiltración del paganismo en
la iglesia, con la influencia tanto de la popularidad y como de la persecución, se puso
cada vez más énfasis en el domingo, mientras que el sábado recibió cada vez menos
atención. Los escritos de los padres de la iglesia primitiva nos cuentan la historia. Nos
trazan el camino de la apostasía. Registran las prácticas de la iglesia primitiva. No
encontramos que ningún escritor eclesiástico de los primeros tres siglos le haya atribuido
el origen de la observancia el domingo a Cristo ni a los apóstoles.

Augusto Neander, uno de los principales historiadores de la era cristiana, escribió: “El
festival del domingo, como todos los demás festivales, era apenas una ordenanza
humana, y estaba lejos de la intención de los apóstoles establecer un mandamiento
divino. Ni ellos ni la iglesia primitiva tenían la intención de transferir las leyes del sábado
al domingo”. (La Historia de la Religión y de la Iglesia Cristiana, pág. 186)

Dean Stanley, en el libro Lecciones sobre la Iglesia Oriental, en la pág. 291 dice: “La
retención del antiguo nombre pagano Dies Solis o Domingo para el festival semanal
cristiano se debe, en gran parte, a la unión de los sentimientos paganos y cristianos”.

En los últimos años, muchos cristianos reconocidos, que también observan el domingo,
han afirmado públicamente que el día de culto fue cambiado por los hombres, no por
Dios. Encontramos esa declaración en la publicación oficial católica Nuestro Visitante
Dominical, del 11 de junio de 1950, donde se defiende la creencia católica en la tradición
y se destaca la inconsistencia de la adhesión protestante a la misma. El editor de Nuestro
Visitante Dominical autorizó la publicación de dicha declaración. Dijo: “En todos sus
libros oficiales de instrucción, los protestantes afirman que su religión se basa en la
Biblia y sólo en la Biblia, y rechazan la tradición como parte de su regla de fe... No hay
ningún lugar en el Nuevo Testamento donde se afirme claramente que Cristo haya
cambiado el día del culto del sábado para el domingo. Pero todos los protestantes, menos
los Adventistas del Séptimo Día, observan el domingo. Al observar el domingo, los
protestantes están siguiendo la tradición”.

Hay cristianos que realmente observan el sábado. A decir verdad, los Adventistas del
Séptimo Día no son los únicos, pero son el grupo más grande. J. H. Robinson, en su libro
Introducción a la Historia de Europa Occidental, en la página 30 dice: “Desde sus
simples comienzos la iglesia desarrolló un sacerdocio distinto y un culto elaborado. De
esa manera, el cristianismo y las más altas formas de paganismo tendieron a aproximarse
cada vez más el uno con el otro con el paso del tiempo. Es verdad que en un sentido se
encontraron como ejércitos en un conflicto mortal, pero al mismo tiempo la tendencia fue
a fundirse el uno en el otro como extremos que seguían rumbos convergentes”.

También tenemos una declaración de William Frederick, en el libro Tres días proféticos,
págs. 169, 170: “A esa altura era necesario que la iglesia adoptara el día de los gentiles.
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Cambiar el día de los gentiles habría sido una ofensa y una piedra de tropiezo para ellos.
La iglesia podría alcanzarlos mejor si guardaba su día”. La terrible verdad es que el
sábado del Señor Jesucristo fue sacrificado en aras de la popularidad.

El cardenal Gibbons dice: “Puedes leer la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis y
no encontrarás una sola línea que autorice la santificación del domingo. Las Escrituras
refuerzan la observancia religiosa del sábado, un día que jamás santificamos”. (La fe de
nuestros padres, 92nda. edición, pág. 89) El domingo no está en la Biblia y no es un
mandamiento de Cristo. Es tan sólo una institución humana. Pero, ¿no te parece una
tragedia que haya llegado junto con la apostasía, como un legado directo del paganismo?
Qué pena que la iglesia lo haya recibido tan ciegamente.

¿Hemos estado apoyando, sin advertirlo, una institución que no es sagrada? Con casi
veinte siglos de interferencia, desde los días de los apóstoles, cuando las Escrituras
estuvieron a disposición solamente de los reyes y los ricos, no es de extrañar que millones
jamás se hayan cuestionado sobre el día de descanso. Millones de personas asisten a los
cultos los domingos, y lo consideran un privilegio santo. Dios ha aceptado su devoción
sincera. Pero, con relación al verdadero significado de este tema, ¿qué podemos hacer
sino andar en la luz que Dios nos reveló y dejarlo que convierta al sábado en un
verdadero placer tal como él lo prometió?

Un pastor acababa de compartir estas verdades sobre el sábado con su auditorio. Cuando
estaban cantando el último himno, salió por la puerta del costado, que quedaba junto al
púlpito. Quería llegar rápidamente al atrio de la iglesia para saludar a los fieles cuando
iban saliendo. Pero un caballero había salido antes, mientras se cantaba el himno, con el
propósito de estar solo para meditar y orar. En el apuro, el pastor casi tropezó con aquel
hombre. Estaba solo. Sus ojos estaban húmedos. Había quedado muy conmovido con el
mensaje.

El pastor le puso la mano sobre el hombro, tratando de averiguar cómo podía ayudarlo. El
hombre se dio vuelta lentamente, miró con sinceridad al rostro del pastor, lo tomó por las
solapas y le dijo: “Toda mi vida he orado para conocer la verdad. Pero nunca se me
ocurrió preguntarle a Dios cuánto me costaría”. El pastor le respondió: “Sí, la verdad
tiene su precio”.

¿Qué tal si le agradeces a Dios por el sábado y le dices que, cueste lo que costare estarás
dispuesto a pagar el precio y andar en la luz que el Señor te ha dado? Puedes hacerlo en
este mismo momento, si así lo quieres.

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