Professional Documents
Culture Documents
Capítulo XI
Anatocismo
Penosa cosa sería, por cierto, que el lector pierda su tiempo en una cuestión
de poca monta si no fuese porque muchas veces de lo nimio se revela
cuánta «sustancia» tiene en los hechos una doctrina. No nos ha parecido
excesivo, por ello, desvelar la inoportuna y expósita crítica del Análisis
Económico del Derecho sobre los límites y condiciones que prescribe el
Código Civil al anatocismo, ya que nos interesa demostrar lo despistados
que pueden estar algunos, en el mejor de los casos, o lo necesitados de
llenar una página en el peor de los supuestos.
Lo primero que habría que decir sobre el particular es la definición de
«anatocismo»,[1] ese exótico nombre que da origen al subtítulo de este
capítulo. Sumariamente, se entiende por anatocismo que los intereses
generados por un capital generen a su vez intereses. Esta figura ha sido
tradicionalmente repudiada por el Derecho Civil, en tanto se concibe a los
intereses como los frutos civiles del capital, incapaces, como todo fruto, de
generar por sí mismos otros frutos. Por ello, para el Derecho Civil los
intereses jamás pueden producir intereses. Y esto no está en discusión, en
la medida en que nadie en el Derecho sostiene lo contrario, pues sería un
absurdo manifiesto.
Sin embargo, en un mundo regido por las finanzas y donde el dinero es
un bien escaso, se entiende que el precio de este es decir los intereses
no puede permanecer constante en tanto que socialmente siempre serán
más los que demanden dinero. Así, pues, el capital es cada vez más caro y
esto también es una realidad que nadie discute. ¿Cómo conciliar entonces
las finanzas con el Derecho o este con aquella? ¿Cómo hacer que los
intereses generen realmente inte-reses sin que para el Derecho
formalmente los generen?
Recursos nunca le faltarán al Derecho para adecuarse a la realidad sin
ceder a la sinrazón. Y es que si los frutos no pueden nunca generar otros
frutos, sí pueden abonar la tierra que alimenta al árbol del capital. Y así
este, alimentado por sus propios frutos, producir a su vez más y más frutos.
Esto es lo que se conoce como «capitalización de intereses» que, haciendo
prosaica la metáfora, no es otra cosa que agregar los intereses generados
por el capital al propio capital, de tal modo que los nuevos intereses se
generen del resultante de este agregado y que, por lo tanto, siempre sean
mayores que los precedentes. Así, pues, estamos ante un anatocismo
edulcorado por el Derecho.
Este es el caso de los artículos 1249 y 1250 [2] del Código Civil, que
reconociendo jurídicamente la capitalización de intereses, esto es,
vistiendo a la mona de seda, señalan no obstante ciertos límites y
condiciones para su presentación en sociedad con el fin de que pase por
respetable dama. Así, establece la primera norma mencionada, que salvo
que se trate de operaciones con agentes del sistema financiero o mercantil,
queda prohibido pactar la capitalización de intereses al momento
mismo de contraerse la obligación. En buen romance, esto quiere decir que
los bancos y las financieras tienen, según el artículo 1249, el monopolio del
anatocismo ab origine obligatio. Queda para quienes no tienen, como
prestamistas, la suerte de ser bancos o financieras la posibilidad de recurrir
al anatocismo si y solo si luego de un año de contraída la obligación, los
intereses no han sido satisfechos. Así lo establece el artículo 1250
discriminando al común de los mortales. Y esto porque no se entendería por
qué Juan Pérez tiene que esperar un año de «perro muerto» sobre sus
intereses y el Banco de Crédito no. Esto tendría, sin embargo, un intento
de explicación cuyo eje es el marco del régimen de intereses que era el
referente de nuestra realidad cuando el Código fue promulgado.
En efecto, en 1984 el régimen de las tasas de interés en el Perú y en
buena parte de países era el de tasas nominales.[3] Una tasa nominal de
interés, pedestremente descrita, es aquella en que el interés no se agrega
al capital para engrosarlo, e impide así que los intereses subsecuentes se
incrementen efectivamente. Así, pues, tenía cierta lógica en 1984 que el
Código Civil limitara y condicionara la capitalización de intereses, y la
convirtiera en una figura excepcional, en tanto que lo contrario hubiera sido
desnaturalizar el régimen de tasas nominales establecido por el Banco
Central de Reserva. Incluso así, ello no explica la razón por la que la
excepción tuviera que favorecer a los bancos o desfavorecer a quienes no lo
son.
Sea como fuere, el asunto es que cualquier debate sobre estos dos
artículos del Código Civil es, desde hace 13 años, completamente
irrelevante. La razón estriba en que, en 1991, el Banco Central de Reserva
cambió el régimen que regía las tasas de interés de nominales, en las que
los intereses no se capitalizan nunca automáticamente, a efectivas, esto
es, en las que los intereses se capitalizan siempre automáticamente.[4] De
este modo, al modificarse la fórmula de calcular los intereses, los artículos
1249 y 1250 del Código Civil quedaron, para todos los efectos, inaplicables.
No existe explicación, por lo tanto, para que estas normas puedan
enardecer hoy a alguien y, más todavía, encender un debate sobre un tema
cuyas cenizas están frías por más de una década. Y sin embargo, esto ha
sucedido por obra y gracia del Análisis Económico del Derecho. En efecto,
desconociendo por completo el cambio de régimen sobre tasas de interés
operado en 1991, o simplemente poseso por un irrefrenable deseo de
polemizar con los muertos, el «Análisis» se lanza tardíamente en el año
2001 sobre los artículos 1249 y 1250 abogando por su desaparición, debido
a los perniciosos efectos que estos tendrían, según su punto de vista, para
la economía de libre mercado y, sobre todo, por atentar contra la autonomía
de la voluntad.
Así, se llega a decir que: