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En una clasificación de los períodos del cine, es tentador dejarse llevar por el siguiente
esquema basado en la historia del siglo XX y los estilos que predominaron en cada caso.
Pero hay que decir que estas fronteras temporales son insuficientes porque se pueden
encontrar excepciones a la regla por todos lados. Por lo tanto, han de tenerse en cuenta
única y exclusivamente como referencias orientativas.
1
Diégesis: aquello que la historia evoca o provoca en el espectador. Todo el mundo de la película, esté o
no en el plano. Se construye en la mente del espectador, por eso incluye lo que queda fuera de cuadro si
hay referencias perceptibles de su existencia.
2
Diferencia entre relato, narración e historia ¿?
3
Por el contrario, el azar tiene cabida en la modernidad.
Así, cualquier movimiento de los personajes tiene que confirmar su psicología. En
palabras de André Bazin (más o menos): “La mayoría de las acciones del cine clásico
nacen de la suposición intuitiva de una relación causal necesaria e inequívoca entre los
sentimientos y su manifestación externa.” Teóricamente el cine clásico es así más
artificioso que ningún otro.
3) Linealidad del relato, sostenida sobre relaciones causa-efecto: una causa desencadena
un efecto, que a su vez es causa del que sigue. El cine clásico puro no incluiría por tanto
el flashback (éste deja ver abiertamente la articulación de la narración). En la práctica,
sin embargo, sí existen los flashbacks en multitud de obras pero son pocos, no
demasiado frecuentes; la linealidad se ve poco trastocada.
6) Uso de la elipsis, no sólo para condensar y organizar el tiempo sino, llegado el caso,
también como elemento de estilo (la obra de Ernst Lubitsch es el ejemplo
paradigmático). En principio se trata de cortar los tiempos muertos y contar sólo lo
realmente significativo para el progreso de la narración. 4
9) Raccord de miradas. 6
4
Los tiempos muertos serán en cambio deleite de autores de la modernidad, como Michelangelo
Antonioni.
5
El montaje acronológico será otra de las conquistas del cine moderno, en cineastas como Alain Resnais.
6
También saltará por los aires en la modernidad: el salto de eje produce un efecto de distanciamiento
“brechtiano” que recuerda que lo que se está viendo es una representación y rompe así la identificación
del espectador con los personajes.
11) Herencia de las leyes de composición (perspectiva, dirección de la atención), de la
pintura.
Asentado desde comienzos de los años 20, se basa en cinco pilares importantes:
Entre 1923 y 1925 se forman las majors, a través de compras y fusiones de pequeñas
empresas entre sí. La configuración resultante se mantendrá hasta finales de los años 40.
Hollywood era ya Hollywood, aunque no del todo, porque, si bien era donde se
localizaba toda la producción, la parte financiera del negocio procedía de Wall Street.
Eran ocho majors: cinco grandes, con monopolio total y tres pequeñas (gigantescas si se
comparan con la productora española más grande en la actualidad). Las primeras:
Paramount, Metro Goldwyn Mayer (MGM), 20th Century Fox, Warner y RKO. Las tres
restantes: Columbia, Universal y United Artists.
A ello hay que sumar la producción semanal de seriales, que gozaban de gran
popularidad (aunque éstos no correspondían a las cinco grandes majors, sino a otras
productoras, como por ejemplo Columbia o Universal).
Como es lógico, la mitad de los largometrajes que producían las ocho majors eran serie
B, por lo que éstas constituían una parte muy importante del activo de los estudios.
Conviene explicar el significado del término, hoy por hoy se ha vuelto difuso por una
utilización incorrecta. Se trataba de departamentos de producción de películas más
baratas que las A, rodadas en menos tiempo con actores menos conocidos y decorados
7
Al respecto, el estudio más completo es el libro de David Bordwell, Jane Staiger y Kristin Thompson El
Hollywood clásico: estilo cinematográfico y modo de producción hasta 1960, editado por Paidós.
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Caso muy distinto al de España, en el que una sola película pasaba por salas de estreno durante unos
meses. Sólo cuando pasaba a reestreno y finalmente a cines de barrio se realizaban sesiones múltiples
como las descritas.
frecuentemente reciclados de películas A. Pero hay que matizar: con todo, eran
producciones más caras que las del resto de las empresas (firmas pequeñas como
Monogram o Republic), y podían perfectamente contar con una estrella para el papel
principal.
Cuando en 1948 los estudios tuvieron que desprenderse de sus negocios de distribución
y exhibición, la serie B perdió su razón de ser y sus departamentos de producción
correspondientes en cada estudio se renovaron para dar cabida a la creciente demanda
de películas para televisión.
En el período clásico se va mucho al cine. En 1928, más de la mitad de las salas de cine
en el mundo están en Estados Unidos (23.000 de 53.000, sirva de referencia la
comparación con Canadá, que sólo tenía alrededor de 2.000). De ellas, la mayoría son
propiedad de las majors. Se producen más de trescientas películas al año de manera
sostenida a partir de 1930 y en 1941 se llega al pico de cuatrocientas noventa y dos
(durante la II Guerra Mundial, se iba al cine más que nunca). En 1930, pocos años
después de la aparición del sonoro, se registran 110.000.000 de espectadores por
semana.
Semejante nivel de demanda era demasiado incluso para las cinco grandes majors, que
para atenderlo tenían que recurrir, además de a su producción propia, a la de las tres
majors pequeñas, con las que realizaban acuerdos comerciales.
Algunos ejemplos: Paramount era el feudo de Adolph Zukor, judío de origen húngaro,
MGM lo era de Marcus Loew, judío austriaco, la Fox de un judío húngaro del mismo
nombre. Los Warner eran una familia de origen polaco que, caso aparte del resto,
manifestaban simpatías políticas hacia el partido demócrata. La RKO, en cambio, era
genuinamente americana, propiedad de la familia Kennedy entre otros. Por último,
Columbia y Universal tenían en su cúpula a sendos judíos alemanes.
· MGM era conocida por los musicales más suntuosos de los años 40 y 50 (hogar
de autores como Vincent Minelli, Stanley Donen y Gene Kelly). También de las
populares comedias del hoy olvidado Mickey Rooney. En general la línea
estilística del estudio era propia del gusto de las clases conservadoras, tanto en lo
moral como en el aspecto visual lujoso y elegante (el responsable más aplaudido
de este aspecto es el célebre decorador Cedric Gibbons). Además, era un estudio
al servicio de las estrellas: era el que tenía más contratadas en nómina, lo que
frecuentemente utilizaba como reclamo comercial. Por sus platós pasaron
Tarzán, el Gordo y el Flaco, los hermanos Marx, Tom y Jerry… Una tendencia
bastante frecuente de esta casa era atraer un jugoso contrato a un creador
innovador de otro estudio para, luego, mediante su férreo control de la
producción y la imposición de sus valores conservadores, reducir
progresivamente la creatividad de los productos de tal asociación hasta llegar a
resultados mediocres y el artista hecho una piltrafa. Podrá parecer una anécdota,
pero la lista de nombres que fueron víctimas de esto es notable: Búster Keaton,
Busby Berkeley, los hermanos Marx…
· Warner era una empresa que gustaba de reflejar sus simpatías hacia el partido
demócrata, hacia el New Deal y hacia el mismo Roosevelt. La producción de
Warner solía incluir un buen número de obras de prestigio crítico y su
producción era frecuentemente más barata que la de otros estudios. Su producto
más característico era el cine negro. Eran películas breves, secas, protagonizadas
por gángsters y destinadas a la clase trabajadora en núcleos urbanos:
frecuentemente manifestaban pretensiones sociales. El asunto llegó a mayores
cuando la casa produjo Misión en Moscú (Michael Curtiz, 1943), defensa
bastante indisimulada de los ideales del comunismo.
También era el estudio en el que los directores y demás artistas gozaban de más
libertad para desarrollar su personalidad creadora: en él convivieron Cecil B.
DeMille (famoso por sus grandes espectáculos épicos), Ernst Lubitsch, Rouben
Mamoulian, Joseph Von Sternberg, Leo McCarey… Entre sus estrellas se
encontraban nombres como Maurice Chevalier o Marlene Dietrich (por citar
sólo a dos).
· 20th Century Fox era, como se ha dicho, el estudio más volcado a un target
rural, con melodramas que solían expresar apego a las tradiciones y a la
nostalgia del pasado. Un subgénero, el denominado americana, consistía en
películas que narraban los conflictos de una familia por sobrevivir en un entorno
agrícola (generalmente, conflictos relacionados con la tierra). El director más
habitual de estos productos era Henry King. Los mayores éxitos del estudio
procedieron, sin embargo, de las comedias musicales de la actriz Betty Grable,
hoy olvidada. Por otro lado, fue un estudio pionero en ciertas innovaciones
técnicas, como el Technicolor o el Cinemascope.
Una de las figuras más importantes del estudio fue Darryl F. Zanuck, cabeza
visible de la producción, bajo cuya gestión surgieron innumerables éxitos.
Zanuck además fue responsable directo de dos películas poco conocidas, de
denuncia abierta del antisemitismo: La barrera invisible y Pinky (dirigidas por
Elia Kazan en 1947 y 1949, respectivamente).
Pese a lo reducido de su producción, RKO funcionaba como una entre las cinco
grandes y esto se explica porque servía de distribuidora para las producciones
Disney. De esta asociación surgían en realidad sus beneficios más copiosos.
Una vez más, no era ley para todos los estudios. Pero en un sistema de integración
vertical de competencia monopolística como el que poseían las majors, las empresas
pequeñas estaban obligadas a pasar por el aro si querían que sus películas se
distribuyesen a un nivel que les permitiese recuperar la inversión. Producir películas sin
el sello de aprobación de la MPPDA no era imposible, sólo económicamente ruinoso.
El “código Hays” fue, por tanto, un mecanismo de relaciones públicas para evitar la ley
de censura. Es lógico que se plantease, incluso como mal necesario, porque las
presiones de los grupos conservadores expresaban una realidad social: una mayoría
protestante del país se defendía de una América moderna y urbana. Pero entraba en
contradicción con la naturaleza económica del sistema.
Paramount solía apostar por actores cuyo éxito estuviera probado de antemano en el
music-hall, el cine europeo o el teatro. MGM centraba su producción entorno a las
estrellas, a las que trataba de dar el máximo de glamour y embellecimiento posible. Fox
optaba por Shirley Temple, niña estrella cantante popular en la América profunda. RKO
fue el estudio de Katharine Hepburn, como Warner lo fue de Bogart, Bette Davis, Erroll
Flynn o Rita Hayworth. Columbia y Warner eran los que peor pagaban y MGM y
Paramount, los que mejor.
-Los productores
En relación con los resultados finales, asombra que en una verdadera cadena de montaje
diese lugar a películas de talento tan diverso y plural. Sin embargo, el sistema de trabajo
era lo más parecido a una fábrica. Funcionaba por departamentos de ocupaciones muy
específicas.
El punto 7 plantea una de las contradicciones más características del sistema, que a su
vez, ayuda a explicar su fertilidad creativa. Las malas se producen con el mismo sistema
que las buenas: lo que define a las películas finalmente es la personalidad creativa de los
autores, que de alguna manera, conseguía trascender la lógica de la estandarización.
Una noche en la ópera (Sam Word, 1935) refleja el extravagante y personal humorismo
de los hermanos Marx y, sin embargo, fue concebida industrialmente, remontada y
ajustada en la sala de montaje para optimizar el nivel de respuesta de los espectadores.
Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950), uno de los mayores triunfos personales
de su director, fue amputada por el productor, eliminando dos flashbacks. Ningún
espectador o crítico pareció notar irregularidades estructurales en la obra.
Más insólito todavía: recientemente se ha tenido conocimiento de que John Ford entró
en la producción de Qué verde era mi valle (John Ford, 1941) muy poco antes de
comenzar el rodaje, con el reparto y el guión prácticamente cerrados para sustituir al
director previsto inicialmente y que había trabajado en la preproducción: William
Wyler. El resultado es una película característica y emblemática de John Ford (no en
vano, le valió el Oscar al Mejor Director), y sin embargo, el planteamiento básico de la
obra no era suyo y no parece que tuviera tiempo de hacer cambios a nivel general.
-Los géneros
Pero, al mismo tiempo, los géneros reflejan la aceptación por parte del público de una
serie de códigos. Así se forman de hecho los géneros: el éxito de una fórmula lleva a su
posterior repetición, y redesarrollo y replanteamiento.
En los años 30-40, el avance hacia la estandarización de géneros es muy clara. Esto
cambia a mediados de los años 50, cuando el desgaste de las fórmulas coincide con el
progresivo desmantelamiento del sistema de producción. Los géneros se transforman, se
desnaturalizan y pierden su hegemonía: se mezclan entre sí, acusan la influencia de la
televisión… En cierto sentido fue una conquista de determinadas libertades: la apertura
a nuevas formas de expresión.
Y cada género desarrolla sus arquetipos para los personajes. Estos arquetipos hacen
verosímil la ficción y suponen una sabiduría previa acumulada por el público. EL
espectador reconoce lo que va a ver cuando acude a la proyección de una obra de
género, con lo que se engrasa la comunicación entre la película y el público.
Los géneros no funcionan solamente por códigos, sino que además actúan como
metáfora de la sociedad en la que el espectador se mueve. Desarrollan elementos
míticos sobre la realidad social para conectar con el espectador mediante unos
mecanismos de identificación propios de cada género con los que se dirigen a la
conciencia colectiva. Esto explica su éxito, especialmente en el Hollywood clásico con
el público norteamericano de su época, en el que funcionaron durante décadas,
abarcando varias generaciones como marco de referencia.
Pese a su vigencia, los géneros mutan. Son un modelo abierto, por mucha constancia
que tengan. Las variaciones en tiempo y espacio entre ejemplares pueden asombrar: son
muy distintos un western de John Ford, uno de Nicholas Ray, uno de Hawks o uno de
Lang, por mencionar a unos pocos directores de prestigio. Por lo tanto, es difícil llegar a
la conclusión de que los géneros perjudicasen la personalidad y libertad creativas de los
autores.
Se disputa con la comedia el puesto de primer género de la historia del cine. Nace casi
con el invento: ya Asalto y robo de un tren (Edwin S. Porter, 1903) define
sorprendentemente casi todos los elementos básicos. Y dura hasta mediados de los años
70.
En palabras de André Bazin, “nace del encuentro de una mitología con un medio de
expresión moderno”, ética mitificadota y popular de un proceso de civilización
concreto: el de los orígenes de la nación americana, con la colonización, el genocidio, el
desarrollo de las instituciones etc.
El caso es que cuando el western nace, la conquista del oeste está todavía dando sus
últimos coletazos: todavía quedan algunos territorios abiertos no incorporados a la
Unión y todavía viven algunos de los protagonistas míticos del período (como Wyatt
Earp). En 1903, cuando se rodó el film de Porter, muere Calamity Jane, Pat Garrett y
Billy el Niño siguen dando tiros por ahí, y aún faltan Arizona y Nuevo México por
integrarse. Wyatt Earp no morirá hasta veintiséis años más tarde. De hecho, trabajó
como asesor de Hollywood, en los westerns protagonizados por William S. Hart. Y no
fue el único: Buffalo Bill supervisó una película sobre su vida en 1910.
· John Ford: Centauros del desierto (1956), obra atípica, dotada de extraños
saltos en la narración, que abarca varias décadas. Se trata de un retrato de un
genocida cruel, inadaptado y atormentado; la descripción de sus circunstancias
familiares integra numerosas capas de lectura posibles narradas a través de
mínimos detalles.
· Anthony Mann: Winchester 73 (1950), El hombre de Laramie (1955), El
hombre del oeste (1958), Colorado Jim (1953). El arquetipo correspondiente a
James Stewart, un hombre bueno, sensible, paciente, se convierte en varias de
estas películas en un ser atormentado y violento por una herida del pasado. Con
frecuencia persigue el objetivo de matar a alguien como venganza. Sin embargo,
su apariencia durante buena parte del metraje sigue siendo la que siempre le
hemos visto. Psicología, replanteamiento del género y cierto manierismo.
· Budd Boetticher: cineasta menos conocido que los anteriores, por lo que se le
dedica atención especial. Dirigió entre 1956 y 1960 un ciclo de westerns
protagonizados (y a veces producidos) por Randolph Scott. Son películas breves
y baratas, en las que a veces se repiten los escenarios. Su estética está marcada
por paisajes secos, minerales, pedregosos y, por su planteamiento, constituyen el
eslabón de engarce con el western crepuscular: Seven men from Now (1956), The
Tall T (1957), Descision at Sundown (1957), Buchanan Rides alone (1958), Ride
Lonesome (1959), Westbound (1959), Comanche Station (1960).
· Fritz Lang: Encubridora (1952).
· Nicholas Ray: Johnny Guitar (1954).
· Jacques Torneur: Una pistola al amanecer (1956).
· George Cukor: El pistolero de Cheyenne (1959).
Los años 60 y 70 ven aparecer el western crepuscular, en el que los viejos códigos se
replantean de arriba abajo. El psicologismo de los años 50 da pie a personajes que no
son héroes, sino que se encuentran desplazados, fuera de su sitio. Esto se explica por el
momento histórico en que se realizan las obras: la juventud cuestiona a las generaciones
anteriores, se desarrolla lucha por los derechos raciales y se mira al pasado con
escepticismo. La violencia se vuelve más cruda y el trasfondo es amargo y decadente.
El ciclo tiene su mayor fertilidad entre 1963 y 1973. Algunos rasgos comparativos con
el viejo modelo:
Así, sale a la luz por primera vez la mala conciencia del país respecto a cómo se había
contado la historia hasta entonces. Sam Peckinpah es quizá el director más
representativo, con un ciclo de westerns: los más relevantes serían Duelo en la Alta
Sierra (1962, quizá la película fundacional de la nueva etapa) y Grupo Salvaje (1969)
en los 60 y, Quiero la cabeza de Alfredo García (1974, que no es western, pero bueno),
y como culminación de la tendencia, Pat Garrett & Billy the Kid (1973) en los 70. Esta
película es el punto de llegada. Lleva al extremo todas las constantes desarrolladas
previamente; por eso no es raro que a partir de ese punto el western tendiese a
desaparecer.
Desde los 70, han pasado muchos años en los que no se ha hecho un solo western. De
cuando en cuando el género sufre un reflote esporádico, pero a diferencia de lo que
sucedía hasta los años 70, no hay producción continuada. Algunos ejemplos recientes:
Sin perdón (1993), La puerta del cielo (1980), El asesinato de Jesse James por el
cobarde Robert Ford (2007). Parece como si el género hubiese perdido la capacidad de
conectar con el público o como si tras la etapa crepuscular se hubiese agotado.
En Warner, allá por los años 30, trabajaba un coreógrafo llamado Busby Berkeley, que
fue responsable de algunos de los momentos de mayor esplendor del género en toda su
historia. No era director: la película la hacía un artesano y él se ocupaba de ciertas
secuencias musicales en las que desarrollaba un estilo imaginativo y surrealista, por su
ausencia total de sentido intelectual. Se trata de juegos visuales atrevidos y sofisticados
basados en planos picados de cuerpos enlazados que forman geometrías libres,
fantásticas. En ningún otro momento de la historia del cine musical se ha dado un
fenómeno comparable en originalidad al de la obra de Berkeley.
En 1933 saltó a la fama por la película La calle 42 (dirigida por Lloyd Bacon). Gracias
al éxito, en 1939 pasará a trabajar en MGM ya como director. Sin embargo, el tránsito a
este estudio marcará el inicio de su declive.
Algunos de sus títulos más relevantes: Vampiresas 1933 (Mervyn LeRoy, 1933), Desfile
de candilejas (Lloyd Bacon, 1933), Wonder Bar (Llody Bacon, 1934), Vampiresas 1935
(Busby Berkeley, 1935), El altar de la moda (William Dieterle, 1934). La primera de la
lista ofrece en algunos números un agudo comentario social sobre la Depresión (esto
sólo podía pasar en Warner), en el que el escapismo y la representación aparecen como
respuestas a la crisis.
Se trata de El mago de Oz, producción Metro cuyo enorme éxito convierte a Arthur
Freed como jefe de un departamento dedicado en exclusiva al género musical y asienta
a la productora como gran especialista en el género. Además, supuso la consagración de
Judy Garland, a partir de entonces, y por muchos años, gran dama del musical.
Como sucede en la comparación entre Fred Astaire y Gene Kelly, donde el primero es el
bailarín aristocrático y distinguido mientras el segundo es más popular, heterodoxo y
menos encorsetado por normas clásicas, algo parecido podría decirse de la comparación
entre Minelli y el segundo de los grandes realizadores de musicales de Metro en esta
época. Efectivamente, Stanley Donen no era el fino estilista que sí era Vincent. Por el
contrario, su estilo era algo más tosco, más frontal, directo, físico, e inmediato, con una
exhuberancia propia de la juventud (tenía menos de treinta años). Tenían en común (y
con el musical de la época, en realidad), el uso de planos de larga duración con
movimientos de cámara para seguir la coreografía. Algunas obras célebres de Donen:
Un día en Nueva York (1949), Cantando bajo la lluvia (1952), Siete novias para siete
hermanos (1954).
Se anticipa así una drástica transformación del género. Con la caída del sistema de
estudios, el musical dejó de tener una producción estable y vivió un período de
decadencia entre finales de los 50 y comienzos de los 60. Sobrevivió con un
replanteamiento: la fórmula de los grandes macroespectáculos (cuya producción,
insistimos, no era sostenida: normalmente hay uno al año y a veces ni eso). La puerta la
abre West Side Store (Robert Wise, 1961), primer musical de la modernidad del cine.
Los responsables son el coreógrafo Jerome Robbins y el director Robert Wise. Otros
ejemplares destacados de este tipo de película son My Fair Lady (George Cukor, 1964),
Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965), Funny Girl (William Wyler, 1968, director al
que no se le esperaba en este género y película que descubrió al mundo a Barbra
Streisand) y Hello Dolly! (Gene Kelly 1969). A estos títulos podríamos sumar dos
rarezas: Camelot (Joshua Logan, 1967) y La leyenda de la ciudad sin nombre (Joshua
Logan, 1969), insólitos musicales en los que se realiza una abierta apología del ménage
à trois.
En los 70 la mezcla de géneros va más lejos todavía, lo que permite la aparición de un
título como Cabaret (Bob Fosse, 1972). Esta película, que supuso el descubrimiento de
Liza Minelli entra en un terreno nuevo: la representación de la Historia (en este caso,
del nazismo). Fosse es un coreógrafo de la etapa clásica (colaborador de Kelly y
Donen), que empezó a dirigir en los 60; su debut, titulado Sweet Charity (1969), es
también estimable aunque hoy se encuentre olvidado.
En esta línea hay algunas otras obras de interés: aparece un musical crepuscular: Nina
(Vincent Minelli, 1976) y protagonizado por Liza. A estas alturas de la carrera de su
director, el rojo llena la pantalla a raudales. También destaca New York, New York,
(Martin Scorsese, 1977) primer revés comercial serio de Scorsese y una obra maestra
del musical de la modernidad. Cerrará la década All that Jazz (Bob Fosse, 1979),
extremo de la tendencia del género a volverse progresivamente sombrío.
El musical desde entonces casi desaparece, con rebrotes esporádicos, algunos de ellos
muy recientes. Uno de los más tempranos es Pennies from Heaven (Herbert Ross, 1981)
única obra relevante de su director. Es un extraño musical que homenajea a Busby
Berkeley y que puede considerarse el primero de la posmodernidad. Su historia
transcurre durante la Gran Depresión y es dramática y trágica. Significativamente, los
números musicales no suceden en el contexto de la realidad, sino en secuencias que
representan la imaginación de los protagonistas. Se diría que en las últimas décadas, no
es posible asimilar el artificio de antaño: lo mismo sucede en la más reciente Chicago
(Rob Marshall, 2002).
Nace en Hollywood en los años 30, como proceso de maduración del cine cómico
mudo: se produce el paso del slapstick, una forma de humor gestual, mímico, basado en
la acumulación de gags físicos, a un estilo más sofisticado. En ello intervienen, al
menos, seis factores:
Dentro de este panorama, existió una cierta variedad de modelos condicionados por la
colaboración entre guionistas y directores, que frecuentemente era estrecha y
prolongada. Algunos casos importantes de alianzas director-guionista: Ernst Lubitsch-
Samson Raphaelson, Leo McCarey-Viña Delmar, Frank Capra-Robert Riskin, Gregory
La Cava-Morrie Ryskind.
Una de las claves de la comedia sofisticada, sobretodo en los años 30 (época de mayor
inocencia y frescura), es la reivindicación de una alegría de vivir jocosa, juguetona y
lúdica, en abierta oposición a las tradiciones, las convenciones y la hipocresía social.
La citada Vivir para gozar es un buen ejemplo; también Vive como quieras (1938), de
Frank Frank Capra.
Además es un cine lleno de figuras secundarias con relieve psicológico (virtud que a
veces pasa desapercibida). Son personajes pequeños a los que, en pocos segundos, se
reconoce con facilidad. Además, son trabajos técnicamente depurados: un cineasta tan
diferente a él como John Cassavetes escribió algunos artículos en los que manifestaba
su admiración por las películas de Capra e incidía sobre la importancia de su montaje.
Algunos títulos, además de los dos ya citados: El secreto de vivir (1936) y Caballero sin
espada (1939).
Por último, hay que hablar inevitablemente del modelo de Ernst Lubitsch y su famoso
“toque”, ése que, según Billy Wilder, todos trataban de emular sin lograrlo. Cineasta de
la metáfora, de lo sugerido, del fuera de campo, de la alusión indirecta, la elipsis, del
estilo y la puesta en escena. Ésas eran sus armas para hablar, frecuentemente, del
intercambio sexual. Era el extremo de la evasión opuesto a Capra: un mundo de
millonarios, monarquías en una Europa imaginada por Hollywood… Su puesta en
escena estaba dotada de una secreta musicalidad, de una evanescencia característica.
Algunas de sus grandes películas de los 30: El teniente seductor (1931), Un ladrón en la
alcoba (1932), Una mujer para dos (1933), Ángel (1937), La octava mujer de Barbazul
(1938), Ninotchka (1939). Ya en los 40, en su período de madurez: El bazar de las
sorpresas (1939), Ser o no ser (1942), Lo que piensan las mujeres (1941) y El diablo
dijo no (1943).
Además de casos como el de Sturges, durante los años 40, autores tradicionales como
Capra, Hawks, Cukor y Lubitsch siguen trabajando y en buena forma. Esta década no
incluye a Billy Wilder, cuyo período de comedia madura está mejor integrado en los 50.
Década en la que cosas curiosas suceden a raíz de los cambios en la estructura del viejo
Hollywood. La crisis de estudios y la aparición y crecimiento de la televisión (que
influye al cine, a nivel industrial y estético) definen la etapa en la que surgen nuevos
directores y guionistas que desarrollarán una comedia sofisticada muy distinta a la de
décadas anteriores. Se harán frecuentes en el género el empleo del color y el Scope.
Una vía muy característica de esta época es la de cierto tipo de comedia rosa, más que
sofisticada, desarrollada en la alta sociedad, en escenarios europeos, en viajes turísticos.
De protagonismo femenino, aunque la mujer aparece más como elemento decorativo
que como agente activo. El principal representante de la corriente es un autor muy
particular hoy olvidado: Jean Negulesco. La película más célebre es Cómo casarse con
un millonario (1953), también tendrán resonancia: Creemos en el amor (1954), La
sirena y el delfín (1957), El mundo es de las mujeres (1954) y Mujeres frente al amor
(1959).
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De los géneros clásicos es quizá del que más se ha escrito y no es de extrañar, porque su
influencia sobre todo el cine moderno y posmoderno es enorme.
Antes de cualquier consideración teórica, conviene precisar que el término “cine negro”,
creado por la crítica francesa de los años 50 (en aquella época los norteamericanos se
conformaban con el mucho más general “thriller”), tiene dos posibles acepciones que
afectan a la perspectiva historiográfica:
a) una más laxa, que identifica el “cine negro” con cualquier film policíaco o de
temática criminal que tenga cierta dosis de violencia.
b) una más rigurosa, que entiende que el cine negro lo integran sólo las películas
rodadas entre 1940 y 1955 que se encuentran estilísticamente a caballo entre la madurez
del cine clásico y su crisis.
El cine de gángsters que se podría considerar como el origen nace a comienzos de los
años 30. Vicente José Benet, en un estudio sobre el género (ver bibliografía), cita varias
películas realizadas entre 1930 y 1932 que sientan las bases:
En años posteriores vendrían otros títulos, pero según Benet, las bases están aquí. Se
trata de un ciclo bastante homogéneo: la mayoría son producciones Warner, breves,
concisas, secas, baratas y con cierta vocación de reflejo social. La fuente de muchos de
sus argumentos era la novela negra (un caso tan temprano como Hampa dorada está
basado en una novela de William Burnett). Lo más importante de estos títulos es que
definen el arquetipo de gángster cinematográfico a grandes rasgos; con los títulos que
vendrán más adelante se irá enriqueciendo y haciéndose más complejo.
La figura del gángster es propia de los años 20, del vertiginoso desarrollo que la
economía capitalista estadounidense vivió en esa década, así como de la Prohibición. Su
plasmación cinematográfica, el arquetipo, pertenece sin embargo a los años 30: la Gran
Depresión, el retroceso social y económico etc. (lo que no quiere decir que en los años
30 no quedaran algunos gángsters de los de antaño).
Son películas que transcurren generalmente en los 20, pero cuya lógica está
condicionada por la sociedad de la década siguiente. (Y no sólo en cuanto a los temas,
sino también a nivel tecnológico, porque parte de su auge puede atribuirse a la llegada
del sonoro: el nuevo medio se aprovechaba especialmente con ruidos de metralletas, de
los motores de los coches en las persecuciones, frenazos…)
Esta visión provoca numerosos encontronazos con la censura: el punto de vista del
relato es el del gángster, con el que el espectador, por la mera mecánica narrativa
clásica, se identifica. Es decir, asume la lucha por el éxito del mafioso. (Como ya se ha
apuntado, Warner era la productora más atrevida al hacer hincapié en estas
connotaciones del género.)
El gángster casi nunca tiene padre: suele ser más frecuente encontrarle madre, hermana
o esposa. Esto ha dado pie a una explicación hipotética: como es un inmigrante
(generalmente italiano), la figura del patriarca suele representar las viejas tradiciones
que se dejan atrás por carecer de utilidad al integrarse (para bien o para mal) en la
sociedad norteamericana. Ruptura, por tanto, con la memoria del pasado y con valores
como el esfuerzo, el trabajo y la honestidad, como una necesidad para la movilidad
social. La madre quedaría así como último reducto de la institución familiar, con todo lo
que conlleva de dependencia, idolatría, sumisión y, en los peores casos, perversión.
Los gángsters cinematográficos más célebres se ajustan a este esquema: Rico Bandello
(encarnado por Edward G. Robinson en Hampa dorada) y Tony Camonte (encarnado
por Paul Muni en Scarface), ambos de origen italiano, y Tom Powell (encarnado por
James Cagney en The Public Enemy), de origen irlandés. Comparten, además de raíces
católicas, sus anormales relaciones con las mujeres y el deber su riqueza al tráfico de
bebidas alcohólicas.
El problema es que el lado más comercial de esta fórmula pasaba por hacer heroico al
criminal, que presentaba muchas cualidades admirables: personalidad, habilidad,
perseverancia e ímpetu. Y con el que el espectador se identificaba durante la mayor
parte de la película. Esta mitificación del crimen acarreó no pocos problemas con la
censura, a raíz de la implantación del Código Hays.
Pese a la identificación con el protagonista, sin embargo, hay que señalar que existe
cierto distanciamiento entomológico en el tratamiento de las historias. Son películas de
acción que no se detienen en el melodrama, el suspense o el desarrollo psicológico de
los personajes. Están presididas por la acción física, violenta, y causal de manera
estrictamente conductista, y con el mínimo de estilización coreográfica. Son películas
rápidas, sintéticas, lacónicas y que no entran en valoraciones moralistas.
Los retratos de sus personajes son pura fenomenología: los vemos en su vestuario, sus
gestos, sus tics… Esto no quiere decir que no estén bien definidos psicológicamente
(todo lo contrario: son megalómanos, coquetos, infantiles, ambiciosos…), sino que
carecen de evolución. Nunca se hace un intento de explicar cómo el gángster llega a ser
lo que es. Los gangsters son gángsters, los asesinos, asesinos, y la gente normal, gente
normal. Lo que implica que no hay redención posible.
El género del cine de gángsters tuvo un desarrollo estético muy rápido; sólo en las
películas citadas por Benet, existe una gran diferencia entre la rigidez y el
acartonamiento de Hampa dorada y la sofisticada escritura estilística de Scarface,
realizada sólo un año más tarde. Es cierto que esta diferencia puede explicarse por el
talento de un autor como Howard Hawks, cuya trascendencia artística es evidentemente
superior a la de Mervyn LeRoy. De la misma lista podríamos citar también The Public
Enemy como un título superior al resto. La asombrosa diferenciación de estas dos obras
de otras realizadas por esos años da fe de un rapidísimo arranque de maduración muy
cerca del origen.
Una característica típica del ciclo, y sobretodo de las producciones Warner, es que el
relato suele ser lineal, sin flashbacks ni digresiones y siempre desde el punto de vista
del gángster, lo que hace a la policía (que tampoco recibe mucho tiempo de pantalla), un
oponente antipático. Cuando el Código Hays entró en vigor, este tipo de planteamientos
provocó sus airadas quejas. Y poco a poco estas confrontaciones arrojaron un saldo
estético en la producción.
Los policías empezaron así a ser protagonistas de una serie de películas contadas desde
su punto de vista en las que combatían a los gángsters. El título fundacional de este
subgénero sería Contra el imperio del crimen (William Keighley, 1935). Podríamos
denominarlo “de optimismo policial” y dura más o menos hasta 1939.
Además por esas fechas se empezaron a rodar películas sobre gángsters que se redimen
porque toman conciencia de su decadencia moral; un ejemplo sería Ángeles con caras
sucias (Michael Curtiz, 1938). Para ello, se busca la explicación: cómo el gángster llega
a ser gángster y dónde está el camino de la redención. Con esto, el cine de gángsters se
hará cada vez menos transgresor y más moral. También más complejo y rico en matices.
El punto de llegada es una obra fundamental: Los violentos años 20 (Raoul Walsh,
1939). Se trata de una producción que presenta ya características muy diferentes a las
originarias. Para empezar, con el aumento de la distancia temporal respecto a los años
de la crisis y la consolidación del New Deal, la película se presenta deliberadamente
como una crónica histórica, más allá de los arquetipos. Lo hace mediante la
intercalación en la narrativa de pasajes con comentario vocal y aspecto de noticiario que
glosan la evolución socioeconómica del país año a año. Por otro lado, incide en el
desgarro emocional del protagonista, acercándose a veces al romanticismo.
Llegado el cine de gángsters a su madurez, surge un nuevo modelo sobre sus bases (lo
que no quiere decir que desapareciese). Se trata del cine negro, cuyos rasgos canónicos
son bien distintos:
· Las películas dejan de ofrecer certezas morales. A cambio, las historias se desarrollan
en un clima de ambivalencia, de contornos difusos, de sentidos ocultos. Atmósferas
contaminadas por el mal, dado que éste pasa a ser intercambiable por el bien. Esto
sucede porque:
· La violencia deja de ser patrimonio exclusivo del hampa y la policía. Cualquiera puede
ser un criminal; la violencia es algo cotidiano y generalizado, que puede salir incluso de
los seres más frágiles. El mundo criminal coincide, aquí sí, con el medio social.
· Se realiza así un reflejo de la sociedad que resulta incómodo y poco tranquilizador para
el espectador: las tramas de crímenes y violencia actúan como turbadora metáfora
crítica, que apunta a las tentaciones y tensiones morales del americano medio, le
muestra las últimas consecuencias de su individualismo y del relativismo moral del
american way of life.
9
Hasta un cine tan optimista como el de Capra plasmó este pesimismo característico: Juan Nadie (1941).
Los gángsters, aunque aparecen, dejan de ser heroicos, excepcionales y grandilocuentes.
Se normalizan y, al final, no resultan muy distintos a un simple agente de seguros. Las
calles y los garitos dejan de ser tan frecuentes y la violencia pasa a practicarse en las
casas de los ciudadanos. Las bandas se transforman a veces en sociedades anónimas
normales y corrientes. Esto reabre la perspectiva crítica con la acusación directa al
capitalismo de practicar el gangsterismo. Ejemplo: Los sobornados (Fritz Lang, 1953).
Si el arquetipo del gángster era un producto de la Depresión, en el cine negro surgen dos
nuevas figuras predominantes que también van acorde con los tiempos: el detective
privado y la mujer fatal. No son ciudadanos respetables ni ejemplares, ni tampoco se
quedan en lo criminal, sino que transitan entre ambos entornos. Son hijos del
desencanto de la posguerra.
Los casos más célebres de este tipo de personaje proceden de dos autores literarios:
Dashiell Hammett y Raymond Chandler, cuyas plasmaciones cinematográficas más
célebres constituyen títulos fundamentales: por un lado, la película que inaugura el
género: El halcón maltés (John Huston, 1941), basada en la obra homónima de
Hammett con el detective Sam Spade como protagonista encarnado por Humphrey
Bogart. El otro título es El sueño eterno (Howard Hawks, 1946), sobre la obra
homónima de Chandler y con Bogart encarnando a Philip Marlowe.
Si Spade y Marlowe son de por sí figuras ambiguas, el final del período canónico
presentará a detectives que resultarán ya totalmente decadentes, como sucedió con los
gángsters. Un buen ejemplo es Mike Hammer, el protagonista de El beso mortal (Robert
Aldrich, 1955), que presenta rasgos psicopáticos. La moralidad de los detectives se
enturbia.
El otro gran arquetipo del género es el de la mujer fatal. Su éxito tiene relación con
ciertos factores sociales: cuando los hombres luchaban en el frente durante la II Guerra
Mundial, las mujeres tuvieron que incorporarse al mundo laboral para mantener a las
familias. Con ello, la mujer ganó en peso e independencia a nivel social.
La mujer fatal pone en crisis la (supuesta) honradez del americano medio, que es su
antagonista masculino, porque deja al descubierto su disponibilidad para el amor. Pero
además (y por esto ha recibido mucha atención de ciertos estudios feministas), es una
figura imaginada por hombres que cuestiona a ellos, su virilidad y su patriarcado. Y les
induce al crimen, lo que puede ser entendido como un exorcismo fabricado por los
hombres para paliar el temor que la independencia de la mujer americana de los 40 les
infunde. Dicha inducción se produce mediante la promesa de sexo: la violencia aparece
como una condición indispensable que el varón debe cumplir; evidentemente esta idea
remite al mito del pecado original.
En las tramas de las películas, supone una protagonista activa que controla sus actos.
Produce con ello cierta inversión de los roles sexuales característicos de años anteriores.
Algunos ejemplos destacables de mujer fatal: Phyllis Dietrichson, encarnada por Barbra
Stanwyck en Perdición (Billy Wilder, 1944), Kathie Moffat en Retorno al pasado
(Jacques Torneur, 1947).
Por último, hay un nuevo arquetipo mucho más borroso salvo por ciertas constantes
psicológicas. Se trata del ciudadano medio que, en un momento de debilidad, comete un
crimen. Con frecuencia víctima de mujeres fatales. Es inseguro, indeciso y solitario,
incapaz de gobernar su existencia y víctima de sus deseos frustrados, a veces de su
perturbación mental. Podría ser cualquiera. Esto abre un nuevo subgénero: el de la
psicología criminal. Ejemplos: La mujer del cuadro (Fritz Lang, 1944), Perversidad
(Fritz Lang, 1945), En un lugar solitario, (Nicholas Ray, 1950).
Con estas obras se describe un fondo indefinido de dudas, vacilación y debilidad que
pueden acechar al ciudadano por sus propias carencias. Se pone así en solfa la supuesta
solidez moral de una sociedad construida sobre los patrones del éxito. En el cine negro
todo el mundo es susceptible de engañar o de ser engañado, nada es lo que parece y la
representación del mal se transforma en la misma sustancia del relato.
Por último, cabe mencionar un aspecto interesante y revelador. En muchas ficciones del
cine negro se hace referencia a “la herida del pasado”, que los personajes arrastran. Es
una cicatriz emocional que condiciona sus comportamientos. Esto ha dado pie a muchas
interpretaciones: puede ser visto como una clave simbólica de la ruptura traumática con
los valores antiguos. Esto implica que los personajes son anacrónicos y se encuentran
desubicados en una sociedad que les ha adelantado y ha progresado por delante de ellos
y en la que pretenden sobrevivir y adaptarse. Así, los personajes de estas películas
sueñan con una América idílica del pasado que es rural. En ella les quedó la inocencia
perdida. La corrupción que retrata el cine negro es, efectivamente, urbana.
Ejemplos: El último refugio (Raoul Walsh, 1941), La jungla de asfalto (John Huston,
1950). Esta tendencia pervive en películas de las dos última décadas, como Un mundo
perfecto (Clint Eastwood, 1993).
Dicho lo cual, el cine negro es cine clásico. Pero ampliamente evolucionado, con una
riqueza estilística que es el germen de la modernidad.
NEORREALISMO ITALIANO 10
-El movimiento
Por lo tanto, durante la construcción del nuevo estado, neorrealismo juega un papel más
importante de lo esperado: se convierte en el movimiento cinematográfico más
influyente a nivel mundial hasta entonces, quizá la mayor renovación global vivida por
el arte cinematográfico en mucho tiempo. Y fue apoyado por la crítica y las elites
culturales mundiales.
Fue un modelo de cine nacional y de otros cines nacionales posteriores que surgió hacia
1947 con películas cuya influencia tuvo dos consecuencias: por un lado sirvió para
instaurar en Italia y en el mundo la convicción de la condición artística del cine, su
relevancia cultural. Por otro, su surgimiento espontáneo (dado que no tuvo carácter
10
Como forma de acercamiento a este período del cine es recomendable el visionado del documental Il
mío viaggio in Italia (Martin Scorsese, 1999). También el estudio de Ángel Quintana Cine Italiano 1942-
1961.
teórico a priori) y ecléctico no provino de una elite, sino que fue una exigencia colectiva
del cine italiano de su tiempo.
Y aunque se debe a una coyuntura histórica muy concreta, no surge de golpe, sino que
tiene unos antecedentes reconocibles:
1) Por un lado, cabe mencionar influencia del cine ético soviético de la etapa
revolucionaria.
6) Dos películas italianas previas al movimiento en sí, que por su preocupación verista
pueden considerarse antecedentes: Cuatro pasos por las nubes (Alessandro Blasetti,
1942) y, sobretodo, Obsesión (Luchino Visconti, 1942). Esta película, basada en El
cartero siempre llama dos veces, novela de James M. Cain, fue un claro referente para
los cineastas neorrealistas: fue prohibida por la censura de Mussolini por alejarse de la
visión triunfalista típìca del cine del régimen. A cambio mostraba un retrato crudo de la
realidad social desde una sensibilidad verista y marxista.
a) los que creen que la vía hacia el realismo pasa por la recuperación de las fórmulas
literarias del relato realista (como el de Honoré de Balzac). Es el caso de directores
como Visconti y De Santis.
b) los que favorecen la dimensión documental del cine para llegar al realismo en la
ficción. La figura emblemática de este grupo sería Rossellini; también podríamos añadir
al primer De Sica.
Una ficción en la que los autores estaban preocupados por potenciar la verosimilitud
con elementos propios de la realidad. Eso le da a las películas su enorme fuerza y
también sus mayores debilidades. Por un lado le lleva a potenciar la transparencia del
clasicismo, y a buscar una estética de la anti-espectacularidad, de lo cotidiano, de lo
propio de la vida real, con una renuncia deliberada a cualquier tipo de retórica. Se busca
por tanto, la mayor sencillez posible, la mayor inmediatez, la mayor elocuencia.
Parte del estilo del neorrealismo se basa además en una situación de necesidad: en los
primeros años, los estudios estaban destruidos por la guerra y se rodaba en las calles
porque no había dónde hacerlo. Superada esta primera remesa de películas, los
siguientes títulos neorrealistas podrán contar con rodaje en estudio.
-Los autores
Para citar los nombres más relevantes del neorrealismo, podría destacarse la importante
labor de los guionistas, algunos de los que luego serán directores. Por ejemplo: Federico
Fellini, Suso Cecchi D’Amico, Sergio Amidei o Cesare Zavattini.
En cuanto a directores, uno de los cineastas más representativos es sin duda Roberto
Rossellini, con una serie de tres películas (conocida como “trilogía de la guerra”):
Roma, ciudad abierta, Paisá (1946) y Alemania, año cero (1948). La primera de ellas
puede considerarse el acta de nacimiento del neorrealismo: rodada con película
caducada, con un rodaje accidentado y lleno de interrupciones, y con escenas
improvisadas por los actores y el director. Originalmente concebido como documental
sobre un sacerdote fusilado por los alemanes, finalmente se desarrolló como ficción. Es
una película con imágenes fieles a la topografía de Roma (el espacio era un aspecto
esencial en el cine de Rossellini). Obtiene buena parte de su frescura por el trabajo de
sus dos protagonistas, Anna Magnani y Aldo Fabrizi. Paradójicamente, quizá sea la
película más melodramática del neorrealismo. Su éxito mundial fue inmediato, tanto en
Estados Unidos, como en Francia, en el Festival de Cannes. Se celebró la viva sensación
que transmitía de presente inmediato.
Sin embargo, para muchos la gran obra del neorrealismo es Paisá, la siguiente en la
trilogía. Es la que supone una conquista mayor para el lenguaje, la más vanguardista.
Consiste en seis episodios distintos sobre el avance de las tropas aliadas en los últimos
momentos de la liberación. Por lo tanto, recreaba hechos ya históricos, pero muy
recientes. La gran idea central que define a la obra es que en Italia en ese momento
conviven culturas distintas con diferencia de idiomas, algo que se respeta en la película
y que refleja las dificultades de comunicación entre los personajes: alemanes, ingleses,
italianos y norteamericanos. André Bazin equiparaba la importancia de esta obra con la
que tuvieron en la narrativa moderna autores como John Dos Passos, Ernest
Hemingway o William Faulkner. José Luis Guarner, estudioso de Rossellini de
importancia mundial, decía que esta película “se presenta como un reportaje pero
expresa un punto de vista tan personal como el que podamos encontrar en una película
de Hitchcock.” Se percibe en ella la urgencia de mostrar la complejidad de lo real,
abriendo una nueva forma de realismo en el cine, con la inserción esporádica en la
narración de fragmentos documentales que informan del contexto histórico global antes
de volver a la perspectiva individual de cada historia. Por todas estas cuestiones, esta
película es una obra revolucionaria y de referencia obligada en el estudio de esta etapa
del cine.
El realizador Carlo Lizziani, por su parte, aportó dos importantísimos títulos: Achtung
banditi (1951) y Crónica de los pobres amantes (1954). Se trata de un director de ideas
marxistas, con una personalidad poliédrica y experiencia previa como documentalista y
colaborador de Roberto Rossellini.
De la órbita cristiana, Luigi Zampa se diferencia de los citados hasta ahora por un cine
más amable, menos áspero, más cálido y tierno, cercano a la comedia. Títulos como
Vivir en paz (1947), Noble gesta (1947) y Años difíciles (1948).
Alberto Lattuada ofreció al menos dos títulos de interés: El bandido (1946) y Sin piedad
(1948). El primero combina las constantes neorrealistas con la influencia del cine negro
norteamericano.
Otro autor, Pietro Germi, compaginaba el compromiso social con una sólida factura
clásica. Obras destacadas: Juventud perdida (1948), En nombre de la ley (1949) y El
camino de la esperanza (1950), ésta última destaca especialmente. Narra las vicisitudes
a las que se enfrentan un grupo de mineros sicilianos.
Aunque todos los cineastas de este período evolucionaron hacia otros campos, quizá el
que arrojó un saldo de mayor interés fue Rossellini, por cuanto adelantó algunos
elementos propios de la modernidad. De su ciclo de películas con Ingrid Bergman hay
que destacar Stromboli (1949), Europa ’51 (1952) y sobretodo, Te querré siempre
(1953). Ésta última es un título clave por muchas razones. Obra de culto para la
nouvelle vague, influye a multitud de cineastas modernos como Godard, Pialat, Straub,
Wenders, Antonioni… y a Jacques Rivette, que en Cahiers du cinéma, decía con su
radicalidad típica que a partir de ella “todas las películas han envejecido diez años de
golpe.” Aunque suene a exageración, es cierto que convulsionó a la crítica moderna y
que la sombra de su influencia se alarga hasta nuestros días (por citar sólo un ejemplo,
es posible rastrearla en Los abrazos rotos, de Pedro Almodóvar).
Te querré siempre rompe con todos los cánones del neorrealismo y también con los del
cine tradicional hasta entonces. Se rueda de manera casi improvisada: por la noche se
escribía lo que se iba a rodar al día siguiente. Y como todas las películas de este ciclo,
refleja la crisis de pareja que vivían Roberto Rossellini e Ingrid Bergman. El método de
rodaje de Rossellini, cada vez más poroso y abierto, encuentra en esta obra su punto de
llegada. Aunque, en principio, partía de un proyecto más convencional: la adaptación de
una novela, cuyos derechos no fue posible conseguir. De ahí que la película se
improvisara.
Por un lado, presenta múltiples fuentes de inspiración contradictorias entre sí: por un
lado, lo real, con la fijación por capturar los escenarios por los que transitan los
personajes, lo que está alrededor de ellos; por otro, influencias literarias. No hay arco
dramático, no sucede nada a este nivel en el sentido convencional. De hecho todo es
deliberada y concienzudamente desdramatizado. Sólo vemos los paseos de la pareja
encarnada por Ingrid Bergman y George Sanders y sus reacciones ante lo que ven. De
estas actividades emerge de manera creciente un drama que les afecta.
A nivel técnico esto se refleja con un uso frecuente del contracampo de la mirada de los
personajes, con insistencia en el componente subjetivo: lo que ven les altera el estado de
ánimo, les “mueve el suelo que pisan”. Además abundan planos secuencia de duración
muy larga que, sin embargo, no dilatan el tiempo de la narración. Por el contrario son
sintéticos y exploran la duración, el sentido existencial del discurrir del tiempo. De
hecho, contra lo que pudiera parecer, es una película sintética y rápida, en la que no
sucede nada demasiado llamativo. Las secuencias se suceden con brusquedad.
Cruce entre ensayo filmado, home movie y diario íntimo, Te querré siempre denuncia
finalmente la alienación de la civilización a un nivel moral. Constituye un anticipo serio
de la modernidad por su puesta en escena, no sólo causal sino abierta a la captura de lo
real. Con ella obliga al espectador a interrogarse sobre todo lo que está viendo y no
sobre lo que verá, a ponerse frente a la imagen, entendida ésta como categoría
existencial: el sentido de lo que vemos.
CINE JAPONÉS
El rasgo diferencial más importante con la llegada del cine sonoro entre el cine japonés
y el de otros países proviene de una tradición cultural específica. Una tradición curiosa
y determinante que hace que las películas habladas se consoliden mucho más tarde en
este país que en cualquier otro. Por citar algunos datos representativos: en 1934 sólo la
mitad de los cines de Japón proyectan cine sonoro, y la primera película sonora no se
produjo hasta 1931. Un cineasta como Yasujiro Ozu no incorpora el sonido a su obra
hasta 1936. Ese año marca el punto en el que las grandes compañías japonesas dejan de
producir cine mudo, las pequeñas siguieron hasta 1941. Todavía en 1938 se produjeron
veinticinco películas mudas.
El fenómeno que explica esta aversión al sonoro es una institución entonces adjunta al
cine japonés: el benshi, encargado de interpretar los diálogos durante la proyección de la
película muda. La importancia que adquirió esta profesión apunta a la idea de que el
cine japonés nunca fue, en rigor, mudo, porque contaba con la intervención del benshi
desde la producción de la película. Un rasgo cultural explica cómo pudo desarrollarse
esta variante: el arraigo que tienen en Japón las artes de tradición oral. Así, el cine mudo
japonés era una obra abierta a una relectura, a una remodificación que hacía cada
benshi.
El mayor auge de la profesión tuvo lugar entre 1927 y 1933, cuando hay casi 7000
profesionales registrados. Y se trataba de figuras tan populares entre el público como las
estrellas: figuraban en las carteleras y podían ser un factor determinante para elegir qué
película ver. Es decir, que tenían la capacidad de despertar atracción mediática.
La costumbre estaba tan extendida para la llegada del sonoro que en algunas de las
primeras proyecciones se eliminó la banda sonora de la película y se reemplazó por un
benshi. Sin embargo, por muchas dificultades que hubiese, la tecnología del sonido
poco a poco se fue implantando y en 1932 se produjo una huelga de benshis que veían
amenazada su forma de ganarse la vida. En 1949 todavía había registrados unos 1200
benshis.
Por lo tanto, la palabra hablada nunca estuvo ausente del cine japonés. En otros países
hubo tradiciones similares (México, España donde a veces había comentadores), pero su
arraigo nunca llegó al nivel de entorpecer la llegada del sonoro.
-Categorías del cine nipón: jideigeki y gendaigeki
Otra característica del cine japonés es que las películas se pueden dividir en dos grandes
categorías (no exactamente géneros), importantes para el desarrollo industrial:
· El gendaigeki es una tipología más amplia y ecléctica que abarca películas que
transcurren en la época contemporánea. Dentro de ella sí cabe hablar de diferentes
géneros. Una de las grandes compañías, la Sochiku, produce la mayoría de ellos. Es un
tipo de película especialmente frecuentada por dos autores básicos: Yasujiro Ozu y
Mikio Naruse.
Para colmo de males, tras la derrota de Japón durante la II Guerra Mundial, con la
ocupación estadounidense que persistirá hasta 1952, se introduce una censura que opera
en sentido contrario. Es decir, occidentalizadora, que miraba con recelo el jideigeki cuya
producción disminuye. Las autoridades ordenan, además, destruir el 40% de las
películas rodadas en Japón durante la guerra por ser poco acordes con la democracia,
defender el feudalismo etc. Así, hay una buena parte del patrimonio fílmico japonés que
se ha perdido para la posteridad.
De 1945 en adelante, con la construcción del nuevo Japón surge un nuevo modelo de
jideigeki mucho menos belicoso, más reflexivo, menos dramático, más civilizado. Dos
películas son especialmente representativas de este nuevo cine de época: Rashomon
(Akira Kurosawa, 1950) y Vida de Oharu, mujer galante (Kenji Mizoguchi, 1952).
Aunque hay que matizar que durante los años 30 y 40, de la producción mayoritaria de
jideigekis ya existían algunos menos combativos y más reflexivos: por ejemplo, los de
Kenji Mizoguchi.
Otro rasgo diferencial importante para entender el cine de este país es el propio arte
japonés. Es difícil de comprender desde una óptica eurocentrista, pero hay que pensar
que a diferencia de otras naciones asiáticas, Japón vive aislada sin intervenciones
extranjeras en su suelo hasta la II Guerra Mundial, con autonomía y sin ingerencias o
influencias relevantes de otras sociedades: no hay ocupación y no hay inmigración. Por
eso su proceso de desarrollo artístico-cultural es muy distinto al de occidente y
condiciona mucho la obra cinematográfica de autores como Yasujiro Ozu.
Noel Burch, en El tragaluz del infinito, uno de los mejores estudios que se han escrito
sobre cine japonés, reconoce el rechazo de dos cosas muy occidentales: la transparencia
y la linealidad. Esto tiene contrapartida en la polisemia, la integración del significante
en el arte, el rechazo de la perspectiva y la linealidad visual, la conciencia plena de los
límites del cuadro. “Más que representación, presentación”, para que el espectador no
pierda nunca la concienca de que lo que ve es representado (en el kabuki, los hombres
interpretaban frecuentemente a mujeres y con poco disimulo). La búsqueda de la ilusión
naturalista propia del cine americano clásico está ausente en la pintura y el teatro
japoneses y, por influencia de éstos, en el cine. Sobre este punto hay que mencionar una
polémica definida por las posturas encontradas de dos historiadores:
2) David Bordwell, en cambio, sostiene que el cine japonés del período clásico es el
fruto valioso de la confluencia entre las tradiciones del arte japonés y la influencia del
cine occidental que se consumía masivamente en el país (especialmente el clásico
americano). “La mayor parte del cine de los 20 a los 40 no es ni una práctica radical
solo ni una herencia exclusiva del arte japonés, sino cine ecléctico.” 11
11
La cita no es exacta.
c. Analítico: asociado al gendaigeki. Más montaje y más fragmentación que en
los otros estilos, en busca de una mayor legibilidad posible de los planos. Es la más
cercana a la planificación del cine clásico norteamericano. Los dos grandes autores de
este estilo son Mikio Naruse y, en su vertiente más radical y particular, Yasujiro Ozu.
Durante los años 50 el cine japonés empezó a ser conocido por primera vez en
Occidente (hasta entonces para Europa y América era como si nunca hubiese existido).
Sucede a raíz de la apertura tras la II Guerra Mundial, cuando Japón recibe ayudas al
desarrollo para evitar que sirviese de refuerzo a sus vecinos comunistas y consolidarlo
como un aliado fiable habida cuenta de la Guerra de Corea. Estados Unidos invierte así
mucho capital en el país. Las cifras de producción cinematográfica vuelven a dispararse
como antes de la guerra: en 1950 ya se producen unas doscientas cincuenta películas al
año. Y en 1958 la asistencia media es de una vez al mes por persona: un total de
1.127.000.000 espectadores. En realidad, el crecimiento del cine es el reflejo del
vertiginoso desarrollo económico que vive en país (que acabará, en años recientes,
haciéndose con la titularidad de algunas majors).
12
Denominado por alguno efecto kimono; esto es, hiperbólicamente hablando: “Si no hay kimonos, esto
no es arte.”
13
Uno de los libros más interesantes sobre el cine de Kurosawa es el escrito por Manuel Vidal Estévez,
publicado por Cátedra. Un factor relevante que afecta a su calidad es el hecho de que el autor domina
perfectamente el idioma japonés.
quizá sea su conexión más profunda con occidente. Se trata de una obra reflexiva que
sintetiza claves culturales de Japón tanto como del mundo europeo, dando así la razón al
concepto de David Bordwell.
El interés de Akira Kurosawa por Occidente fue muy correspondido, algunas de sus
películas tienen financiación Europea o norteamericana, concretamente cabe destacar
obras mayores como Dersu Uzala (El cazador) (1975), Kagemusha (1980) y Ran 14
(1985). Además, en Estados Unidos se realizaron algunos remakes de películas suyas:
Los siete magníficos (John Sturges, 1960), basada en Los siete samuráis (1954) o
Cuatro confesiones (Martin Ritt, 1964), inspirada en Rashomon, por citar un par de
ejemplos.
Otro de los grandes. Desarrolla su obra entre 1923 y 1956, período en el que dirige
alrededor de setenta películas. Y ya en los años 30 es una primerísimo figura del cine
mudo de su país. Como gran parte de la producción de estos años se ha perdido,
sabemos poco de estos inicios de su obra: los cuarenta y un primeros títulos se
encuentran hoy perdidos. Nos quedan menos de treinta.
Por una de esas curiosas ironías que a veces otorga el destino, Mizoguchi resultaba ser
en su vida personal un despreciable machista, cuya mujer tuvo que ser internada en un
centro psiquiátrico por los maltratos recibidos cuando se negó a cocinar para él.
Las películas, eso sí, son preciosas. Se trata de un cine muy estilizado, que a medida que
encuentra su madurez (a partir de 1945), desarrolla movimientos de cámara expresivos,
independientes a la acción (en la última etapa de su obra el travelling lateral se
convertirá en una figura de estilo fundamental). Una escritura fílmica concisa, basada en
14
Según Heredero, la mejor adaptación de Shakespeare a la gran pantalla.
15
Como es de prever, no es una de las obras más destacadas de Kurosawa.
planos de muy larga duración (a veces secuencia), que mantiene a distancia a los
personajes y se abstiene de hacer cortes para desarrollar el montaje en el interior del
plano. Este aspecto de su cine hizo que la difusión de su obra en occidente, a partir de
los años 50, provocara una inmediata fascinación, sobretodo en los impulsores de la
modernidad, como en los críticos de Cahiers du cinéma Jacques Rivette, Jean
Douchet 16, Eric Rohmer, o Jean-Luc Godard, así como en los principales festivales
internacionales.
Otras obras importantes: Historia del último crisantemo (1939), Cuentos de la luna
pálida (1953), El intendente Sansho (1954), Los amantes crucificados (1954), Yohiki
(1955, obra moderna y autoconsciente), La calle de la vergüenza (1956).
Otro de los que llaman la atención en occidente, aunque por motivos bien distintos. Ozu
es un estilista radical, que lleva hasta las últimas consecuencias la mezcla de clasicismo
y tradiciones artísticas (éstas reciben considerablemente más peso que en otros autores),
creando un mundo formal autónomo de un rigor extraordinario. Un importante
historiador japonés dijo sobre el rigor estilístico de Ozu: “una vez dominó su estilo, se
empeñó en perfeccionarlo con la disciplina del arte zen.”
Minimalista, austero, asceta del estilo, presenta sin embargo elementos formales que
chocan con el clasicismo: composiciones con la cámara baja (como se suele decir, “a la
altural de tatami”), desde las que obtiene una perspectiva chocante de los personajes.
Éstos aparecen como pegados al fondo, ruptura constante del eje de miradas en las
conversaciones para favorecer una planificación libre, entendida en 360º alrededor de
los personajes. Es capaz de combinar sin pudor en una conversación un plano frontal
con un contraplano a 90º de la mirada del personaje, es decir, prácticamente de perfil,
saltándose las leyes más básicas de orientación espacial según el lenguaje clásico.
Uno de los sintagmas más frecuentes en su cine son los denominados pillow shots:
planos vacíos de personajes que irrumpen intermitentemente en la narración. No se trata
de naturalezas muertas, porque en ellos hay movimiento. A veces están relacionados
con el entorno de los protagonistas. Funcionan como transiciones entre escenas, sin
conexiones causales o función narrativa específica. Recrean ciertos aspectos de los
haikus. Además su presencia pone en cuestión el carácter antropocéntrico de la cultura
16
Dijo algo así como que Mizoguchi era para el cine lo que Bach fue para la música, Cervantes para la
literatura o Tiziano para la pintura: el más grande.
17
Para estudiar a Ozu es recomendable el estudio de Paul Schrader: El estilo trascendental en el cine, que
también abarca el análisis de la obra de Carl Theodor Dreyer y de Robert Bresson.
occidental. Más allá de explicaciones parciales, pueden considerarse entre los elementos
más enigmáticos del cine de su realizador. Otros elementos estilísticos característicos:
repeticiones, elipsis, uso del fuera de campo.
Llama la atención por ser un cine de protagonismo femenino poco habitual entonces:
melodramas urbanos sobre mujeres de clases humildes retratadas con conciencia de la
injusticia social en la que viven; son personajes de gran fuerza vital y lucidez pese a la
adversidad. Aunque rueda películas desde los años 40, su obra alcanza su madurez en la
década de los 50. Entre sus obras más destacadas cabe citar: Nubes flotantes 19 (1955),
18
Hasta hace poco era un cineasta poco difundido. El Festival de San Sebastián organizó una
retrospectiva para la que se preparó un excelente monográfico.
19
Peliculón.
La voz de la montaña (1954), Crisantemos tardíos (1954) y Diario de una vagabunda
(1962).
CINE FRANCÉS
El origen del hecho puede hallarse en sus raíces: fueron los hermanos Lumière,
franceses, los que inventaron el cine. Según Noel Burch, esto se explica porque el cine
siempre fue un espectáculo interclasista y universal: rápidamente, todos los niveles
sociales de población lo hicieron suyo desde su aparición.
Como consecuencia, es una institución cultural fructífera tanto a nivel de público como
a nivel cultural, hasta el punto de que está presente en el sistema educativo. Y lleva
generalmente señas de identidad propias: es un cine nacional, con todo lo que esto
conlleva de chauvinismo, pero también con una amplia riqueza de margen para la
pluralidad de voces muy dispares.
Para estas fechas el cine francés cuenta con dos grandes productoras: Pathé y Gaumont.
No se ocupan sólo de cine comercial, sino que abarcan todo tipo de producciones. Es
una época en la que el cine es el espectáculo de masas por excelencia (siempre lo había
sido, pero incluso así, su nivel de espectadores fue muy alto en este período).
Sin embargo, las patentes del sonoro llegarán al país de los creadores del cine con
bastante retraso, paradójicamente. Y cuando por fin aparece genera una crisis en la
industria.
Sin embargo, el director de mayor relevancia en esos años, está fuera del realismo
poético: se trata del entonces celebérrimo René Clair. Es el primer cineasta en ser
reconocido culturalmente de manera unánime, algo que refleja su entrada a formar parte
de la Academie Française (como comparación, cabe mencionar que en España este
reconocimiento le tocó por primera vez a Fernando Fernán Gómez y muchos años más
tarde). Este gesto confirmó de una vez por todas que el cine formaba parte de la gran
cultura del país.
Clair no era sólo importante en Francia, sino que el impacto de su obra es mundial: sus
películas aparecen con frecuencia en las listas de las mejores jamás hechas que críticos e
intelectuales elaboran por esos años. Algo que, desde la perspectiva actual resulta un
poco difícil de entender: su cine no ha envejecido demasiado bien. Ofrece una visión
populista de París, sobretodo un Montmartre de tarjeta postal fabricado en estudio con
cantantes callejeros, trifulcas y cosas así. Retrato, pues, de una mitología arrabalera
característica, en cierto sentido podría considerarse el equivalente francés del sainete
madrileño, si bien con el componente humorístico menos pronunciado. Algunas de los
títulos más célebres: Bajo los techos de París (1931), El millón (1932), ¡Viva la
libertad! (1931) y 14 de julio (1933). A partir de los años 60 pierde el altísimo
predicamento que hasta entonces tuviese y hasta hoy permanece bastante olvidado.
Otra figura importante es Julien Duvivier, director con una obra larga que abarca varias
décadas y que lleva a cabo en esta década dos películas muy representativas: Carnet de
bal (1937) y Pelirrojo (1932). La primera de ellas consolida el arquetipo de galán en
Jean Gabin (habitual en la filmografía de este director), la segunda es un drama de
temática infantil.
También hay que mencionar a Jean Grémillon, cuya película Remordimiento (1939)
protagonizada de nuevo por Jean Gabin y Michèle Morgan, se cuenta entre las más
relevantes del período.
Esto en cuanto al cine entonces considerado relevante. Aparte hay que citar tres casos
insólitos que han envejecido mejor que todos los anteriores, hasta el punto de constituir
una referencia duradera para el cine moderno. Por un lado, una película del belga
Jacques Feyder titulada La kermesse héroique (1935): una farsa libertina y sarcástica
sobre la presencia de tropas españolas en los Países Bajos en la época del conde duque
de Olivares. Ofrece una visión singular de la Historia por cuanto toca un período
especialmente sensible (no por casualidad esta película fue prohibida en España), y se lo
toma a coña con saludable osadía. La gracia de la historia es que retrata a los hombres
de la ciudad en la que transcurre la acción como cobardes y a las mujeres como
portadoras de la iniciativa y resolución de lidiar con los recién llegados españoles
empleando sus armas más eficaces: se ofrecen a los soldados y encima se lo pasan en
grande. Reivindicación lúdica y vitalista, se prohibió en casi todas partes, incluida
Francia.
Las otras dos excepciones tienen mayor relevancia temporal e histórica. Se trata de dos
importantísimos cineastas, cuya trascendencia se mantiene hoy vigente a nivel mundial:
1) Jean Vigo, típico cineasta maldito que muere joven de tuberculosis, dejando una
filmografía extraordinariamente breve. À propos de Nice (1929) es un importante
documental crítico sobre la ciudad de Niza ligado a ciertas vanguardias europeas de la
época. Su primera película de ficción, Zéro de conduite (1933) es un canto anarquista a
la rebelión de los colegiales contra los adultos 20. Su primer y último largometraje es
L’Atalante (1934), una obra mil veces citada de influencia universal. Heredera de la
fortísima influencia del realismo poético, trascenderá dicho movimiento convirtiéndose,
décadas después de su realización, en una obra de referencia nutritiva básica para la
Nouvelle Vague. Es ajena a las tradiciones literarias del cine francés coetáneo,
centrándose en cambio en momentos pequeños (imágenes, gestos, miradas) que le
otorgan su fuerza expresiva; característica inusual que hace de ella una de las obras más
modernas y vigentes de su tiempo desde la perspectiva actual.
2) El otro capítulo aparte es llamado cine del Frente Popular, coalición de partidos de
izquierda que gobernó en el país desde mediados de la década de los 30 hasta el
estallido de la II Guerra Mundial. Se trata de una coyuntura perteneciente a un momento
muy particular, en el que se produjo cierto consenso entre la intelectualidad de
izquierdas, que jugó con entusiasmo un papel relevante en la movilización social que
llevó a la victoria electoral. En este contexto hay que situar a Jean Renoir, entonces
militante comunista; también a Jacques Prévert. Ambos cineastas, junto con varios más,
estaban agrupados bajo el nombre “Grupo Octubre” y su producción consistió en un
ciclo de obras con personalidad propia, diferenciadas, en sintonía con el estado de
ánimo imperante. Predominaban tendencias anticlericales, antimilitaristas, anarquistas y
comunistas.
El cine del Frente no sólo se alimenta de Renoir. Podemos citar dos obras importantes
de diferentes directores, centradas en la vida cotidiana de las clases populares humildes:
Le temps des cerises (Jean-Paul Dreyfus, 1937) y La belle équipe (Julien Duvivier,
1936), en la que cinco parados ganan la lotería y se asocian para poner un merendero 21.
La figura de Renoir es, no obstante, el centro del cine francés de esta etapa. Desde
comienzos de los años 30 es considerado una primerísima figura del cine francés. En
retrospectiva, se trata de uno de los pocos casos históricos de hijos de artista importante
cuya trascendencia creativa, en su campo, es similar a la de su padre. Y es que, a lo
largo de toda esta etapa, produce títulos importantes en los que varias veces despunta
como un adelantado a su tiempo. Así, por ejemplo, Toni (1934), anticipa aspectos del
20
Significativamente, inicia una larga serie de películas realizadas en Francia sobre la educación que
llega hasta nuestros días.
21
Se puede rastrear la influencia de estas películas en un cineasta como Robert Gédiguian.
Neorrealismo. También destacan Los bajos fondos (1936), La gran ilusión (1937), que
es un profundo manifiesto pacifista y antimilitarista.
Y, entre medias de ambas, en plena tapa del Frente, la inacabada Une partie de
campagne (1936), que constituye, con más fuera todavía que L’Atalante, una obra de
referencia básica del cine galo. No montada hasta 1946 (año en que se exhibe por
primera vez), refleja hasta qué punto el cine de su autor iba por delante. Se trata de una
obra que retrata la fisicidad de la pasión con un alto nivel de perfección formal; en
particular a través de un recurso que la relaciona directamente con la modernidad: un
tipo de interpretación especial que echa mano de códigos del teatro y la literatura, los
utiliza y los pone en juego para desembocar en un estilo no realista, con elementos
propios de la comedia dell’arte italiana. Transmite extrañeza y distanciamiento y, a la
vez, consigue generar cierta sensación de captura espontánea y accidental de lo natural.
Se trata, en palabras de Renoir, de “ir a la verdad por el camino de lo falso”, un
concepto que enlaza con la teoría de André Bazin 22 de la ontología de lo
cinematográfico: es decir, su capacidad para lo real en lo físico, más allá de elementos
artificiales. Así, esta película está en el origen teórico de la Nouvelle Vague en cuanto al
privilegio de la cámara para capturar lo auténtico: cómo la naturaleza afecta a un estado
de ánimo, o cómo se produce una mirada, un momento fugaz…
22
Cabeza visible de los críticos de Cahiers du cinéma durante la gestación de la Nouvelle Vague.
Según Truffaut “cuando se ve, en vez de observar un producto terminado, parece que se
está rodando ante nuestros ojos. Creemos ver a Renoir organizando todo aquello”,
clara referencia a la conciencia de representación que domina la obra. De hecho, está
constituida en sí misma por todo tipo de representaciones, unas dentro de otras como en
un juego de cajas chinas. Renoir, por su parte, deja a la vista premeditadamente las
huellas de sus procedimientos; el resultado del conjunto es una operación reflexiva
sobre las máscaras, las apariencias y su relación equívoca con la realidad. En esta
misma línea, también sobre el hecho del lenguaje del cine.
Una “política” novedosa, sentó bases que todavía hoy se mantienen (el cine puede dar
obras personales, como cualquier otro arte), y también fue fuente de todo tipo de
excesos dogmáticos propiciados por el carácter apasionado de sus impulsores.
23
Como era natural, a Cahiers le surgieron rivales; en especial destaca la presencia de una importante
revista que fue su principal competidora: Positif.
Con este concepto como lema, la crítica trastoca el consenso de prestigio nacional
mantenido hasta entonces y arroja sobre los cineastas más tradicionales una visión muy
dura. En particular, un famoso artículo de François Truffaut aparecido en Cahiers en
1954 y titulado Una cierta tendencia del cine francés, sirvió de banderín de enganche
contra el cine despectivamente denominado “de qualité”, del que realizaba una bruta,
salvaje impugnación radical. 24 Truffaut decía perlas como “Esa escuela que busca el
realismo lo destruye en el momento de captarlo”. Este concepto proviene de la
ontología cinematográfica de André Bazin: el cine para captar lo imprevisto, como
búsqueda de revelación, de un momento de verdad no incluido en la fórmula narrativa.
En resumen, un cine abierto.
Así en este marco se libra una sorda batalla entre directores santificados y jóvenes
tremendistas y dogmáticos que defienden la necesidad del cambio, de un nuevo modelo
de cine. El siguiente cuadro comparativo muestra, a grandes rasgos, la diferencia entre
las corrientes culturales tradicionales y la crítica juvenil que reclamaba cambios.
Hablando de guionistas, hubo dos de gran prestigio con los que Truffaut 27 la cogió muy
gorda: Jean Aurenche y Pierre Bolt. Quizá los dos profesionales más respetados
entonces en su campo, recibieron todo tipo de embestidas del autor de Los cuatrocientos
golpes. 28 En este tipo de polémicas tenía cabida no sólo el aspecto estético, sino también
24
Estas posturas le valió a esta generación de estudiosos el apodo de “jóvenes turcos”.
25
De los cineastas defendidos por la Nouvelle Vague, es posible reconocer en la obra posterior de
algunos jóvenes críticos influencias específicas. Así, Bresson influiría claramente en Truffaut, Renoir en
Rivette, Cocteau y Bresson en Godard.
26
Un número monográfico de la revista Nosferatu se dedicó a analizar minuciosamente y en tono
reivindicativo la obra de estos directores olvidados.
27
Qué ironía, pues, que una película como El último metro (1980) se asemeje más a la obra de los de la
lista de la izquierda que a la de cualquiera de los de la derecha.
28
Décadas más tarde, Bertrand Tavernier, enemigo acérrimo de la Nouvelle Vague, defendió con uñas y
dientes la labor de ambos profesionales (colaboradores suyos).
el político: Aurenche y Bolt eran izquierdistas y eso se reflejaba en sus guiones.
Algunos de los jóvenes críticos de la época eran de un mundo cercano al idealismo
católico; este no era un factor necesariamente determinante, pero indudablemente se
sumaba al componente estético y laboral.
Todo el cine francés de los 50 estará atravesado por este tipo de agresivas polémicas. Y
ganan los que ganan. Incluso hoy, la perspectiva crítica de la mayoría de los que
estudian el cine está condicionada por el impacto de esta renovación crítica y nos resulta
difícil disfrutar (con la dificultad consiguiente para valorarlo adecuadamente) con el
cine de los del grupo de la izquierda.
Por su parte, Renoir continúa con su importante obra en los 50: Carroza de oro 29
(1952), Elena y los hombres (1956) y French Can Can (1954), incorporan
explícitamente lo teatral.
CINE DOCUMENTAL
29
Homenajeada explícitamente por Jacques Rivette en Vete a saber (2001), por su juego entorno a la
comedia dell’arte.
-Definición y fronteras
Previamente a cualquier otra consideración, hay que establecer algunas cuestiones. Por
un lado, nos vamos a referir a la etapa del documental correspondiente al período
clásico del cine. Se trata de un documental alejado del concepto que hoy tenemos del
género (particularmente, de la estupenda floración de los últimos 10 ó 15 años, en la que
su vitalidad se ha renovado mediante intercambios con la ficción).
Por otra parte, en la definición misma de este tipo de obras siempre acaba planteándose
un debate: qué tipo de cine es en realidad, cuáles son sus fronteras con la ficción
(cuando menos, borrosas), y, lugar común obligado que en realidad afecta a todo el
séptimo arte, el hecho de que el cine nace como documental 30. También la propia
consideración de si es o no un género (en rigor, la conclusión generalizada parece
afirmar que no lo es).
Una aproximación tradicional permitiría separarlo entre películas con argumento y sin
él. Pero evidentemente éste es un concepto erróneo que nos descubre una verdad
importante: los documentales tienen argumento con mucha frecuencia. Aunque trabajen
con materiales extraídos de la realidad, los deforma mediante la aplicación de todas las
técnicas cinematográficas y genera, cuando no un argumento per se, al menos un
discurso que puede ser tan autoral como una película de ficción.
Además, conviene no olvidar que el cine de ficción ha tenido, desde sus comienzos, una
importante dimensión documental. En palabras de Jean Cocteau: “El cine filma a la
muerte trabajando”. Es decir, captura momentos irrepetibles en la vida de los seres que
están ante la cámara (tanto en documentales como en ficción) 31.
En este sentido, hay quien interpreta toda la Historia del Cine como una tensión entre
dos tendencias contrapuestas: la tendencia Lumière 32 (representada por las teorías de
ontología del cine de André Bazin: capturar la realidad, la ambigüedad de lo real) y la
tendencia Méliès (creación de universos imaginarios estilizados). Y no queda libre de
ella el cine de ficción. Así, Víctor Erice integra en películas como El espíritu de la
colmena (1973), momentos surgidos espontáneamente, no provocados y lamenta hoy la
desaparición del cine de ficción de “grietas” por las que, el que se hiciera antaño,
permitía la aparición de destellos de realidad; sin olvidar que son elementos que tienen
sentido en el contexto de la ficción creadora, por cuanto ésta los dota de sustrato.
30
Efectivamente, la primera función del cine es capturar la realidad, para llevarla de un sitio a otro y
poder reproducirla. Así, vistas de un país son llevadas a otro lado del globo y se produce un intercambio
de conocimiento. Sólo posteriormente evolucionaría hacia la ficción.
31
Esta dimensión es importante para un autor como Abbas Kiarostami, que toma decisiones en sus
rodajes en función de las variables en el estado físico y de ánimo que observa en sus actores.
32
La tendencia lleva su nombre porque los inventores del cinematógrafo lo empleaban para capturar
vistas documentales.
Otro cineasta de ficción que cultiva esta tendencia es Rossellini. Así, en Strómboli
(1950) introduce en la historia una secuencia documental propia de un reportaje. Se trata
de unos pescadores que capturan atunes; el fuerte impacto que produce un momento de
realidad capturada sin florituras afecta emocionalmente a los personajes de la ficción y
toma partido así en la historia. En palabras de José Luis Guarner: “Strómboli es uno de
los grandes documentales de la historia del cine” y “es la película que mejor ha
descrito el enfrentamiento del hombre con la naturaleza desde Hombres de Arán.”
Este concubinato entre ficción y documental debe ser tenido en cuenta siempre, porque
antes o después acaban saliendo a colación problemas teóricos con los que se relaciona.
33
Al respecto, citamos la obra de Maikouski, del que Vertov se consideraba discípulo. Hay un libro
interesante de Ángel Fernández Santos sobre ella.
34
Dudoso propósito si se considera el dato recientemente conocido de que, de la primera película jamás
rodada, hicieron varias tomas, vigilaron la puesta en escena y, en definitiva, recrearon el hecho que
supuestamente capturaban de la realidad. Es decir, nunca fueron capturas totalmente objetivas.
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Nanook el esquimal es una de las piedras fundacionales del cine documental. Da cuenta
de los ciclos vitales para una familia de esquimales en el ártico. Lo sorprendente es que,
a la vez, es una sabia película narrativa, con técnicas propias de un cineasta
experimentado en el campo de la ficción. Esto explica su enorme éxito de público; las
audiencias descubren y aceptan masivamente el documental “al estilo Flaherty”. Así,
por un lado es una referencia en el campo del documental y, a la vez, puede
considerarse una película “construida” mediante procedimientos narrativos clásicos,
estructurados entorno a los ciclos de la vida de los personajes.
El gran tema omnipresente en la obra de Flaherty (el hombre, visto de una forma
romantizadamente heroica, en su lucha con la naturaleza adversa), llegará a su cima en
uno de sus documentales más importantes, Hombres de Arán (1934). Transcurre en una
zona rocosa del norte de Irlanda y narra la vida de sus habitantes, que transitan por el
Mar del Norte.
1) El alemán Walter Ruttman, con Berlín, sinfonía de una gran ciudad (1927). Esta
película retrata la ciudad desde el alba hasta la noche, privilegiando más que la
presencia humana a formas, líneas y texturas. El montaje es dinámico. Se retrata así la
fisonomía de la urbe con carácter de sinfonía visual abstracta.
3) Grupo “cine directo”, que desde Norteamérica enlazan con la utopía del registro de lo
real. Representantes ilustres: Richard Leacock, Robert L. Drew y David y Albert
Mayles.
4) Escuela documentalista británica: fundada por John Grierson a finales de los 40 y que
dura hasta principios de los 50. A mediados de los 20 Grierson se convierte en el primer
teórico importante sobre cine documental (con el ya citado artículo de Flaherty). Años
más tarde funda el National Film Board of Canada, uno de los centros documentalistas
y de animación experimental más importantes del mundo incluso a día de hoy.
La escuela de Grierson, no obstante se forma en los años 20, tiempo que el cineasta pasa
en Inglaterra. Allí crea la corriente documentalista que nos ocupa, ligada a la cultura del
laborismo. Eran documentales con vocación social y pedagógica, un cine de servicio a
la sociedad que daba cuenta de cómo se organizaban y funcionaban las fuerzas de
trabajo del estado. Eran producciones financiadas por el estado, cada una por el
ministerio cuya actividad retrataba.
Grierson dirige un solo largometraje: Drifters (1929), sobre tareas de pesca en el mar
del norte siguiendo el recorrido hasta la distribución del pescado en las lonjas.
Esta escuela sienta influencia en muchas partes del cine inglés, incluso contemporáneo.
Más allá de la vertiente documental, en el cine británico existe una tendencia de clara
vocación verista: por ejemplo, los largometrajes realizados para la cadena de televisión
Channel 4 en los 80. Esta tradición realista en televisión también se refleja en el cine de
pantalla grande, con nombres como Ken Loach o Mike Lee. También son, en cierto
sentido hijos (rebeldes) de esta escuela, algunos integrantes del Free Cinema, que
dieron en ella sus primeros pasos y luego se rebelaron contra sus tradiciones.
Efectivamente, a mediados de los 50 los jóvenes rebeldes que trabajaban en esta escuela
luchaban contra la concepción prosaica de Grierson, que no dejaba espacio a la
creatividad. Sólo un cineasta de la escuela era considerado por ellos como figura de
referencia: se trata del singular Humphrey Jennings, que rompía en muchos aspectos
con los moldes de la escuela. Hace un documental más poético, desarrolla una fuerte
personalidad a través del lirismo. Hay tres documentales especialmente relevantes de
todos los que dirigió. Listen to Britain (1942) es una obra singular que muestra a
Inglaterra durante los bombardeos por parte de los nazis. Intenta reconstruir la vida del
país sin emplear voz en off explicativa: sólo imágenes y sonidos. Pretende mostrar cómo
suena el país. Además refleja una cuestión apuntaba por varios historiadores: a nivel
social y político, el país, en ese momento, de manera aislada, borra sus fronteras de
clase. Los elementos diferenciales propios de una sociedad democrática desaparecen en
situación de crisis de excepción y todos los habitantes van al unísono. Sea verdad o no,
lo cuenta el documental: la vida continúa en Inglaterra. La transmisión del mensaje, a
nivel expresivo, es excepcional. Otros títulos de Jennings: A Diary for Tommy (1945) y
Fires Were Started (1943).
5) Obra militante de Joris Ivens, cineasta holandés fundamental con una obra inmensa:
Spanish Faith (1937), defensa de la II República. Ivens es un viajero apátrida de
tendencia marxista que combatía con sus documentales contra causas ajenas a su
ideario.
7) Jean Rouch y el cinéma verité 35: en la frontera con la modernidad (finales de los 50,
comienzos de los 60). Es un fenómeno muy importante, que cuenta con dos títulos
fundamentales: Moi, un noir (1958) y Crónica de un verano (1961). Rouch es otro de
los cineastas de referencia de la Nouvelle Vague. Basa su trabajo en la labor de un
importante sociólogo, Edgar Morin. El cinéma verité es heredero directo de Vertov en el
intento de colocar la cámara ante la realidad participando lo menos posible o nada en su
configuración. Y curiosamente cae en las mismas contradicciones: Rouch, como
Vertov, aparece en pantalla haciendo la película en uno de los dos títulos.
En sintonía con la Gran Depresión, se trata de un brote de una productora particular que
en estos años se mantiene muy activo. Es una cooperativa caracterizada por su estrategia
de agitación cultural conectada con la movilización sociopolítica del New Deal.
Empresa de origen neoyorquino, su documental es de contenido social, educativo y de
agitación, Dará algunos documentalistas importantes: Paul Strand, Herbert Klein, Leo
Hurwitz o Pare Lorentz. Éste último es la figura fundamental; vinculado a una corriente
literaria norteamericana centrada en la reivindicación del contacto con la naturaleza
(derivada de Thoreau), tiene dos títulos muy relevantes: The Plow that Broke the Plains
(1936) y The River (1937).
John Huston es un caso particular porque de las dos obras de importancia que aporta,
una de ellas tiene una importancia histórica fundamental por su singularidad. La primera
es La batalla de Sant Pietro (1944); la obra más relevante de las dos es Let there Be
Light (1945). Encargada por el Departamento de Estado, el resultado se alejaba tanto de
lo que ellos esperaban que la secuestraron y nunca, hasta la década de los 80, fue
exhibida. Describe el tratamiento psiquiátrico de soldados que regresan de la guerra en
un estado de alienación enfermizo. En lugar de la exaltación heroica de los hombres que
se sacrifican por su patria, el resultado es una espeluznante muestra del otro lado de la
cuestión: la pesadilla de las víctimas. Feroz alegato antibélico y obra muy importante.
1) Leni Riefenstahl, cineasta del nazismo. Figura fascinante por muchos motivos,
realiza obras al servicio de la exaltación de la belleza y pureza de la raza aria, con una
fuerza poética y de convicción realmente notables. Se trata, por tanto, y a pesar de lo
degradado de su mensaje, de persuasivas y seductoras obras de arte. Dos muy famosas:
El triunfo de la voluntad (1934) y Olimpiada (1936), que describe los juegos celebrados
en Berlín en ese año bajo la tutela de Adolf Hitler. El origen de su estilo proviene de sus
primeras películas “de montaña”, en las que parecía buscar la pureza de la naturaleza.
Tras sus obras nazis pasó a realizar documentales en los que buscaba la pureza de la
raza negra en África. Finalmente, sus últimas obras las realizó en forma de
documentales submarinos: el fondo del mar era el último sitio en el que le quedaba por
buscar. Personaje curioso, negó haber sido militante nazi pese a que las películas por sí
solas eran una evidencia bastante fuerte en su contra.
5) Chris Marker. Un caso crucial, de importancia muy superior, cuya obra se desarrolla
en la modernidad así como en la época contemporánea más reciente. Aquí nos vamos a
referir a sus comienzos, allá por los años 50. De origen marxista, pero con pensamiento
crítico independiente, cuestiona los dogmas del propio marxisto y del estalinismo, e
incluso a sí mismo, a lo largo de una obra de contenido político, ideológico, llena de
interrogaciones. .
Empieza a trabajar como ayudante de Alain Resnais, pero pronto revela una
personalidad propia con el desarrollo de una obra de importancia sustantiva: abre una
vía realmente nueva para el desarrollo del documental. Esto es, el ensayo filmado.
Anticipa así, desde mediados de los 50, las novedades del documental contemporáneo,
su búsqueda no sólo de la captura de la realidad, sino también de la reflexión sobre ésta
y sobre el propio cine. Con esto denota una fuerte influencia del teatro de Brecht: le
preocupa, en estas primeras películas, dejar conciencia de representación y plantear los
límites del documental a la hora de restituir la verdad. De esta etapa cabe destacar dos
obras: Un domingo en Pekín (1956), Descripción de un combate (1961) y Carta de
Siberia (1958). Ésta última destaca por la innovación (luego muy repetida), de cambiar
la locución informativa que acompaña a unas mismas imágenes tres veces consecutivas,
logrando crear en los tres casos discursos pertinentes, pero contradictorios entre si.
6) Roberto Rossellini, con un punto de inflexión total en su obra: India (1958). Germen
de mucha producción futura, lo rodó tras su ruptura con Ingrid Bergman, en un viaje a la
India que realizó por consejo de su amigo Jean Renoir, que había rodado allí
recientemente El río (1952). En realidad el proyecto inicial de Rossellini era una gran
producción televisiva realizada en los cinco continentes. En la India rueda unas ocho
horas de material 36de las que extrae hora y media para montar su película. Con ella
arroja una mirada particular: europea y occidental pero con suficiente sensibilidad para
captar la realidad de un país en transformación. Con el avance del mundo moderno,
como sucedía en Japón, el paisaje y las costumbres sociales se modifican. Este choque
con el mundo ancestral con el desarrollo económico incipiente es narrado mediante un
ritmo aparentemente lento. Sin embargo, la película es una síntesis apretada, llena de
cosas. Está dividida en cuatro episodios que funcionan como mosaico de la vida en la
India. No hay tesis o discurso particular. Incide en las contradicciones con la cultura
tradicional: el trato con lo sagrado, la sumisión a un mundo religioso en choque con la
rapidez y fugacidad de la transformación económica.
36
Se busca.
El segundo episodio es quizá el más interesante. Tiene como protagonista a un obrero
de una gigantesca presa (indicador de desarrollo económico) que provoca la anegación
de un paisaje y que altera el hábitat hasta entonces existente. El obrero es seguido por la
cámara hacia el final del capítulo cuando acude al lago artificial y se da un baño de
purificación hindú. Es el momento culminante, en el que se fusionan lo viejo y lo
nuevo; el rito necesita recurrir a un lago artificial. El documental plantea una
perspectiva extraña: la cámara capta la realidad de forma aparentemente objetiva,
mientras una voz en off del obrero en primera persona incorpora un enfoque existencial,
vivencial y subjetivo,.