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Lectura y comentario del siguiente libro: PÉREZ, Joseph: Historia de una tragedia:
La expulsión de los judíos de España. Barcelona, Crítica, varias ediciones.
Joseph Pérez presenta en su libro una visión exhaustiva y razonada de los hechos que
culminaron con la expulsión de los judíos en 1492, unos judíos que, aunque hayan
conocido épocas en las que la integración y el reconocimiento eran un hecho, no
llegaron a dejar de ser completamente objeto de discriminación a través de los distintos
reinados que conoció la Península Ibérica. Por este motivo, los hechos que se venían
gestando desde mucho tiempo atrás se materializarían con los Reyes Católicos.
Aunque se carece de datos fidedignos, algunos historiadores apuntan la presencia inicial
de los judíos en la península en torno al año 70 d.C. Posteriormente, tras la caída del
imperio romano ya se constata su firme presencia durante la monarquía visigótica,
donde, inicialmente no constituían una etnia aparte distinguiéndose únicamente por su
condición religiosa ya que, en lo referente a las profesiones ejercidas, eran tan amplias y
variadas como las de cualquier otro grupo social. Será ya con Recaredo, tras su
conversión al catolicismo, cuando se inicie una política discriminatoria que se desatará
abiertamente con Sisebuto y Chintila. El poder real y la Iglesia se encargaron de
desarraigar el judaísmo. De hecho, la Iglesia argumentaba el proselitismo de los judíos y
el peligro que suponía su presencia para los conversos, por tanto, no es de extrañar que
la comunidad judía, siendo ya objeto de malos tratos y viendo amenazada su identidad,
sintiera cierta antipatía por la monarquía visigoda.
Por esta razón cuando los invasores islamitas llegaron a la península fueron recibidos
con los brazos abiertos por los judíos. A ello se unió cierto desinterés por parte de los
musulmanes en convertir a sus súbditos al islam, si bien es probable que muchos se
convirtieran a éste en los siglos VII, IX y X. Sin olvidar que la mayoría de los hebreos
vivían en condiciones medianamente normales, sí hubo algunos que conocieron una
prosperidad económica y élites judías que asimilaron lo mejor de la civilización
musulmana alcanzando un excepcional nivel cultural. Es el prestigio que algunos
alcanzaron en al‐Andalus lo que ha llevado erróneamente a idealizar este periodo y
entenderlo como una época de esplendor de la cultura judía donde la convivencia y la
tolerancia serían factores cotidianos.
La llegada de los almorávides cambió la situación ya que chocaba con la libertad de
pensamiento de al‐Andalus, pero es con los almohades y su defensa estricta y rigurosa
de la legalidad musulmana los que obligaron a los judíos a convertirse o a sufrir martirio.
Los reyes cristianos acogieron a los judíos que huían de las persecuciones desatadas por
los almohades y les dieron facilidades para instalarse en sus territorios.
Durante este periodo, el arrendamiento de los impuestos estaba a manos de unos
cuantos judíos ricos pero la masa cristiana tendía a asimilar a todos los judíos con esta
pequeña minoría. Pero, lo cierto es que los judíos pasaron a formar una sociedad
relativamente autónoma y este hecho es, a juicio de Joseph Pérez, el rasgo que
conducirá a la desaparición del judaísmo español en 1492. Asimismo, junto con la
comunidad musulmana eran sus miembros los que pagaban unos impuestos mucho más
elevados que aquellos que pagaban los cristianos.
Los siglos XII y XIII, antes de las crisis y persecuciones de los últimos tiempos de la Edad
Media, la vida en las aljamas de la España cristiana conoció una especie de edad de oro
guardada celosamente en la memoria colectiva de los judíos, época solo comparable a la
de la España musulmana, antes de la llegada de los almohades, con el esplendor de
Toledo como fondo.
Será en Castilla y con Alfonso X cuando se reglamente a mediados del siglo XIII la
situación jurídica de los judíos, autorizando la práctica del culto pero prohibiendo bajo
pena de muerte todo proselitismo, situación también aplicable a cristianos y
musulmanes que se convirtieran. Pero también se previeron una serie de medidas
discriminatorias.
En cualquier caso, y aunque la situación de los judíos en España fue más favorable que
en otros países europeos, lo cierto es que la realidad dista de esa imagen de una España
abierta, tolerante y respetuosa con otras culturas. Se aceptó un cierto nivel de
tolerancia ya que no se podía prescindir de ellos en la vida económica debido a las
vicisitudes de la Reconquista, lo que obligaba a los monarcas a utilizar los servicios tanto
de los cristianos como los de los no cristianos, por tanto el judaísmo peninsular recibió
un desprecio idéntico por parte de moros y cristianos.
En el siglo XIV, a causa de la crisis que abatió el continente, se comenzó a considerar a
los judíos como causantes y responsables de todas las penurias que acontecieron. Surge
con fuerza la figura del judío prestamista o agente del fisco y se crea un estereotipo,
achacable solo a algunos pero que, desgraciadamente, desataría la cólera popular con
los que parecían ser los causantes y beneficiarios de la miseria. El tema de la usura
pasaría a primer plano pero no fueron, en cualquier caso, los únicos iniciadores del
capitalismo. La aversión del pueblo hacia una secta que no admitía que Jesús era el
Mesías anunciado paso a segundo plano y comenzaron a emplearse los factores
religiosos como arma ideológica en los conflictos sociales y políticos.
Entre 1391 y 1416 se gesta una situación totalmente nueva con la formación de una
importante minoría de conversos que, a la larga, acabará con el establecimiento de la
Inquisición y la expulsión de 1492. Según Américo Castro, los acontecimientos de 1391
marcaron el punto irreversible de inversión en el destino de la comunidad hebrea de
España. Una de las medidas más graves fue la formación de juderías o barrios judíos en
distintas ciudades y el retiro del derecho de cambiar libremente de domicilio. Fueron
numerosas las conversiones pero siempre supeditadas a la presión política, social e
ideológica de esos años. El número de judíos había mermado y ya no recuperarían el
nivel de antaño lo que ocasionaría importantes daños morales e intelectuales en la
comunidad.
En el siglo XV, los judíos pasan a un segundo plano ya que son ahora los conversos los
que constituyen un problema político, social y religioso. En las aljamas, son las élites
sociales las que se han convertido, empezando por los mismos rabinos siendo, por lo
tanto, gente más educada e instruida, con un nivel cultural superior, por lo que será
frecuente encontrar conversos en el clero, regular o seglar, casi siempre en puestos
relevantes.
En 1449 se promulga el primer estatuto de limpieza de sangre de la historia de España y
los conversos quedan excluidos de todos los cargos públicos. La revuelta de este año,
que empieza como una insurrección popular, de carácter fiscal, y, en consecuencia,
social, continúa como una rebelión política. Pero finalmente, y en un intento de
justificación ideológica, se utilizó la propaganda anticonversa y se elaboró la sentencia
discriminatoria.
A partir de 1462 y bajo el reinado de Enrique IV es cuando la crisis desemboca en guerra
civil, se reactiva la hostilidad contra judíos y conversos, y la aversión hacia los judíos fue
canalizándose hacia los conversos. El desprestigio de la corona en sus últimos años de
reinado estuvo marcado por una intensa lucha de clases que sirvieron para señalar a
judíos y conversos como enemigos del bien público, pero todo se debía a las series crisis
de subsistencia siendo el elemento social el principal y el carácter antijudío o
anticonverso, secundario, y apareciendo siempre como justificación ideológica de los
movimientos.
En los inicios del reinado de Isabel de Castilla y a raíz de unos incidentes acaecidos en
Trujillo, la reina firma una carta en la que pone la aljama bajo su protección y prohíbe
cualquier tipo de opresión o de humillación contra los judíos. Dejaba claro que todos los
judíos que habitaban sus reinos estaban bajo su protección correspondiéndole a ella la
labor de defenderles, ampararles y mantener la justicia. Esa misma máxima sería
inicialmente seguida por Fernando de Aragón. Aún así, los reyes no pudieron impedir
que la fobia popular, cercana al racismo, arremetiera contra los judíos a quienes
consideraban como un grupo hostil y repugnante y, a cuyos miembros se aplicaba el
término despectivo de marrano. Llegó incluso un momento en el que el pueblo ya no
diferenciaba entre judíos y conversos.
Uno de los temas que suscita más polémica, eran las actividades económicas de los
judíos. Los prestamistas ponían su dinero a disposición de quien estuviera interesado a
cambio de intereses muy altos pero no deja de ser curioso que, en ocasiones, miembros
del clero acudieran en defensa de los judíos para ayudarles a recobrar sus deudas.
Algunos historiadores han presentado a los judíos como motores de la economía, del
capitalismo y del progreso, y su expulsión habría provocado a largo plazo la decadencia
de España al verse ésta incapaz de sustituirlos por banqueros y empresarios cristianos
pero, lo cierto es que el Estado podía prescindir de los judíos tanto en el aparato
burocrático como en la gestión de la hacienda tomando los conversos el relevo en estas
actividades y no faltando tampoco cristianos viejos que se sumaran a esta labor.
No obstante, en tiempos de los Reyes Católicos, muchos sectores en el seno de la Iglesia
y, sobre todo en la masa plebeya, continuaban viendo en los judíos unos enemigos de la
fe y una amenaza para la sociedad aunque aquel odio se había ido desplazando hacia
los cristianos nuevos o conversos, judíos que a finales del XIV y principios del XV habían
pedido el bautismo, constituyendo además, una importante minoría. Pero, a pesar de la
conversión, muchos judíos seguían practicando el criptojudaísmo y cuando la Inquisición
tuvo los instrumentos necesarios para erradicarla comenzó a castigar dichas prácticas.
En 1480 se crean unos barrios totalmente marginales y cercados por muros de forma
que no hubiera manera de comunicarse con los barrios poblados por cristianos y aunque
los reyes siguen protegiendo a los judíos, exigen también que su comunidad esté aislada
del resto.
Ese mismo año, y con el consentimiento de los reyes, la Inquisición comienza una
durísima represión contra los conversos que se tradujeron en detenciones e
innumerables procesos que terminaban en severos castigos, cuando no, en la condena a
muerte. Insistiendo la Inquisición en su objetivo de conseguir la asimilación de los
conversos, para quienes los judíos no eran un buen ejemplo, obtienen en 1483 un edicto
de expulsión de los judíos en Andalucía, medida que sienta el precedente para la
expulsión definitiva de 1492 y muestra una política coherente consistente en acabar con
el judaísmo peninsular.
En 1492 se utilizaron todos los medios para intentar la conversión de los judíos, salvo
pena de expulsión. Muchos de ellos se convirtieron y aquellos que no lo hicieron,
tuvieron que malvender sus bienes y emigrar hacia otros territorios en los que fueran
acogidos. Del Edicto sacaron provecho individuos sin escrúpulos pero no parece ser que
la corona se beneficiara económicamente de este hecho. Aun así es necesario señalar
que estaba en marcha la concepción de un Estado moderno. A pesar de que las medidas
represivas contra judíos y conversos encontraron amplia aceptación en las masas
cristianoviejas, ello no significa que hubieran inspirado esta acción.
La expulsión de los judíos fue un acto de terrible dureza, llevado a cabo en condiciones
inhumanas, pero no fue distinto a otros acontecimientos que ocurrieron tanto dentro
como fuera de España. De lo que no hay duda es de que la idea de expulsar a los judíos
partió de la Inquisición, pero los reyes también estaban de acuerdo, ya que, por una
parte querían “limpiar” el reino de la herejía y por otra había preocupaciones políticas ya
que esperaban que la eliminación del judaísmo facilitara la asimilación definitiva y la
integración de los conversos en la sociedad española.
La visión de Julián Marías al respecto es que en la Edad Moderna surge un principio de
unitarismo y uniformidad y se piensa que puesto que España es cristiana, los españoles
deben ser cristianos, por lo que aquel que no lo sea no es plenamente español.
La pretensión de los Reyes Católicos fue asimilar a los judaizantes y judíos para que solo
existieran cristianos pensando en la expulsión animaría a los judíos a convertirse
masivamente y que la paulatina asimilación acabaría con los restos del judaísmo, pero
erraron. Una gran proporción prefirió marcharse, y a pesar de las vejaciones y sacrificios
que tuvieron que sufrir se negaron con rotundidad a la asimilación.
Cuando se habla de intolerancia con los judíos y, en general con otras culturas que en
aquellos momentos no predicaban con el cristianismo, desgraciadamente no se limitaba
únicamente a España ya que era toda Europa la que durante el siglo XVI no admitía la
idea de que la creencia religiosa pudiera ser independiente de la nacionalidad.