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¡Atrévase a ser el segundo!

por Leonardo Álvarez

Cuando hablamos de nuestra posición en el reino de Dios, necesariamente terminamos hablando de


«motivaciones», y, entonces, no nos queda otra salida que hablar de «espiritualidad cristiana».
La misión integral de la Iglesia en esta época requiere mucho más que nuevos modelos y formas
de cumplir la tarea...

Se comenta en el ambiente de los profesionales de la música que para los directores de orquesta resulta toda
una hazaña encontrar el segundo violín. La razón es que la mayoría quiere ser primer violín. Ahora bien,
todos sabemos que en una orquesta sinfónica cada uno de sus miembros es muy importante pues su
participación resulta crucial para conseguir una hermosa sinfonía.

Es bien sabido que, en el caso de los segundos violines, su propósito es potenciar y volver notorios a los
primeros. Es como si su función consistiera en pasar inadvertidos, para que los primeros brillen. Obviamente,
en el mundo en que vivimos, esto no es, para nada, popular. Vivimos en un mundo donde se exalta el primer
lugar, nadie quiere ser un segundón. Todos aspiran a ser los primeros. Cuando llevamos esta ilustración al
campo de la iglesia y su misión, esto resulta aún más revelador.¿Cuál es el público que deseo, Dios o la
opinión pública, Dios o el índice de audiencia? Ahora bien, cuando hablamos de nuestra posición en el reino
de Dios, necesariamente terminamos hablando de «motivaciones», y, entonces, no nos queda otra salida que
hablar de «espiritualidad cristiana». Pareciera que profundizar en nuestras motivaciones últimas y
enriquecer nuestra espiritualidad no es la prioridad en un mundo donde se ha endiosado lo pragmático, lo que
funciona, en fin, lo que genera éxito. Sin embargo, en el desarrollo de la misión, vista a través de los ojos de
Cristo, la espiritualidad es el centro de la misión de la Iglesia.

En el sermón de la montaña (Mt 5–7), a partir de las bienaventuranzas, Jesús desarrolla una espiritualidad
desde las raíces más profundas del ser, donde se generan las acciones. Afirma que la clave del genuino éxito
a la manera de Dios es vernos necesitados ante el Padre lleno de gracia. Luego de las bienaventuranzas, Jesús
critica fuertemente a los que buscan la gloria personal, y que, por ella, instrumentalizan aun las mismas
disciplinas devocionales.

Lo interesante de todo esto es que, según señala Jesús, el problema no descansa en la trascendencia y fama.
En definitiva, hay dos caminos para la «fama» y estos se relacionan íntimamente con el público que
buscamos alcanzar. Esta es la pregunta clave si queremos desarrollar un ministerio integral: ¿Cuál es el
público que deseo, Dios o la opinión pública, Dios o el índice de audiencia? Uno de mis personajes favoritos
de la Biblia es Juan el Bautista. ¡Qué perfil de héroe! Algunos, incluso, podrían perfectamente tildarlo de
«anti-héroe». Un perfecto segundón. La frase que sigue podría definir toda su vida y lo que constituía su
realización plena: «Esa es la alegría que me inunda. A él le toca crecer, y a mí menguar» (Jn 3.30).

¿Dónde podríamos encontrar en estos días a alguien que sea tan feliz de ser el segundo? De hecho, me parece
que últimamente, lo que más escucho en el ambiente de las iglesias es de cosas grandes y majestuosas.
Incluso se han acuñado frases como «Dios nos ha puesto por cabeza y no por cola». Por todos lados más
bien se exalta el éxito como la meta de la vida, y mucho más cuando se refiere a algún ministerio para Dios.
Definitivamente esto no encaja con figuras como Juan el Bautista, Jeremías, Jesús y otros grandes de la fe
que permanecen en el anonimato.

Jesús, comentando sobre Juan el Bautista, declaró que no había nacido un hombre más grande que este. No
cabe duda de que los valores de grandeza en el reino de Dios difieren radicalmente de los del mundo.
Pero ¿de dónde viene el miedo a ser el segundo? Basta mirar cómo opera la búsqueda de poder en nuestras
iglesias para darnos cuenta de esa realidad. «Lo peor» que les podría ocurrir a algunos en nuestras iglesias es
caer en el anonimato. ¡Cómo sufrimos cuando baja nuestra popularidad! Sin darnos cuenta tendemos a
construir nuestros propios reinos, frágiles y escuálidos.

La figura rústica de Juan puede ayudarnos a encontrar el camino para crecer en la espiritualidad al estilo de
Jesús, de cómo aprender a ser segundos en el reino de Dios. A propósito, a menos que aprendamos a ser
segundos y a escondernos en Cristo, y a promover a los demás, no aprenderemos el significado del reino de
Dios. La vida de Juan nos revela tres áreas que fueron determinantes en el entendimiento de su lugar en el
reino de Dios. Ser segundo no solo trae libertad, también prepara para enfrentar el sufrimiento en el
cumplimiento de la misión. Conocía su identidad

Cuando los representantes de los judíos le preguntaron quién era él, respondió: «Yo no soy el Cristo», «no
soy Elías», «no soy el profeta» (Jn 1.19–21). Encuentro en su respuesta una pista para conocer nuestra propia
identidad: comience por darse cuenta de lo que no es. A veces nos pasamos la vida en multitud de
actividades, sin conseguir ser bendición para nadie, pero porfiamos en ello. Descubrir quiénes somos
comienza por conocer nuestras limitaciones —para qué no somos buenos—, y dar paso para que otros lo
hagan.

Juan no se había demorado en descubrir quién sí era él: «Una voz que grita en el desierto: Enderecen el
camino del Señor». Entonces, una vez claro en su identidad podía avanzar hacia su propósito.

Tengo la impresión de que el cristiano comienza a disfrutar su verdadera libertad solo después de descubrir
su lugar en el plan soberano de Dios, aunque no sea vistoso ni reciba la alabanza de los demás. Lo que le
importa, sin embargo, es que otros reciben los beneficios de su servicio. Ser segundo no solo trae libertad,
también prepara para enfrentar el sufrimiento en el cumplimiento de la misión. Juan el Bautista supo
enfrentar el martirio por causa del reino después de que vio disminuida su popularidad, y el aparente
abandono de sus discípulos.

Cultivaba el discernimiento

El desierto es un sitio en que no solo están ausentes las comodidades, sino que también es un lugar óptimo
para cultivar la cercanía a la voz de Dios. Ese desierto representa para nosotros nuestro tiempo de silencio
ante Dios, nuestro tiempo de contemplar a Cristo. El bullicio y el activismo extremo de nuestra sociedad
atenta contra nuestra espiritualidad. Debemos ser capaces de conseguir, partiendo de nuestra soledad, la
quietud del alma, que encuentra su plena satisfacción en la presencia de nuestro amado Señor. Juan supo que
Jesús era el Cristo cuando vino a él en el Jordán porque el Padre lo había preparado en el desierto para que
supiera reconocerlo (Jn 1.29–34).

Conocía bien su llamado

A los discípulos de Juan el Bautista les preocupaba (Jn 3.26) que la popularidad de su maestro menguara, y
muchos se «cambiaran de iglesia», así que se lo hicieron notar: «Mira, aquel a quien tu has apoyado te está
haciendo competencia».

Juan permanece tranquilo, con esa calma de quienes se saben completos. No hay sobresalto ni angustia
alguna, todo está bajo control. Él conoce cuál es su posición en el reino, está claro en su vocación. Sabe cuál
es su identidad y está gozoso, nadie puede robarle esa alegría, está completo. No contemplaba ningún reino
propio qué proteger, porque el fin de su vida es rendirlo todo al reino majestuoso de su maestro. «No se
preocupen» —los anima—, «yo sé cuál es mi posición, solo soy el amigo del esposo» —se refería al papel
que cumplía el amigo en la preparación de una boda judía— «Esto es lo que me toca a mí, nadie puede
recibir nada si no le fuera dado del cielo». Su llamado era preparar el camino, y ahora podía partir tranquilo y
satisfecho. «A él le toca crecer, y a mí menguar».

Nuestro gran desafío

La crisis de identidad, discernimiento y vocación podrían ser considerados como algunos de los más agudos
problemas de base de la espiritualidad evangélica de esta época. Al profundizar en ellos, probablemente
descubriremos que están generando un tremendo grado de desorientación. Lamentablemente pretendemos
resolverlos buscando reconocimiento y poder. Aprender a ser segundo en medio de una sociedad donde se
exalta a los primeros es el gran desafío en el reino de Dios y para ello no encuentro otro camino que el de la
renuncia y la cruz.

La misión integral de la Iglesia en esta época requiere mucho más que nuevos modelos y formas de cumplir
la tarea, mucho más que valentía, esfuerzo y sacrificio. En las Escrituras abundan los relatos que nos
modelan que es mucho más que todo eso. Nos basta con citar a una de las iglesias más «completas» del
Nuevo Testamento: trabajaban muy duro en la obra del Señor, eran perseverantes, celosos y capaces de
discernir a los malos, y eran carismáticos en promover el nombre de Jesús. Cualquier pastor moderno se
sentiría muy orgulloso de pastorear una iglesia así. Pero no se entusiasme, fue reprobada por Jesús y su luz
estaba a punto de desaparecer. Sufría un problema capital, sus motivaciones habían variado y su
espiritualidad se había vuelto funcional. «Tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor» (Ap 2.4),
es la queja del Señor. No encuentro en las Escrituras mayor motivación para el servicio en el reino de Dios
que el amor (Mt 22.34–40).

En estos días, resuena fuertemente en mi conciencia una pregunta, la que Jesús planteó tres veces a Pedro:
¿Me amas? Después de examinarme cada día a la luz de esta pregunta, solo me queda una última reflexión:
«Si nuestra espiritualidad es incorrecta, lo más grave que podría ocurrirnos es que nuestro ministerio
funcione y tenga éxito».
El autor es pastor bautista, miembro de la RDC de Chile. ©Red del Camino para la Misión Integral en
América Latina. Apuntes Pastorales, Volumen XXIV – Número 3

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