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EFE
Los shipibos de Lima, junto con otros pobladores, han creado el asentamiento
de Cantagallo, donde 100 familias selváticas viven sin agua corriente aunque
han logrado adaptarse a su nuevo entorno y ahora quieren mostrar al mundo su
cultura con un proyecto de turismo vivencial.
Puede que los shipibos de Lima no sean muchos, pero se los disputan los
políticos del gobierno y la oposición: en un solo día, el pasado martes, un
equipo gubernamental fue a ofrecerles un programa de afiliación a la seguridad
social, y otro de un partido político les obsequió con un comedor comunal.
Parte de los más de 58.000 metros cuadrados de este árido lugar lo habita la
tercera etnia selvática más grande de Perú, la shipiba, originaria de la zona de
Ucayali, en la selva central de Perú, explica a Efe Augusto Valles, vicepresidente
de la Asociación de Artesanos shipibos residentes en Lima "Ashirelv".
Acostumbrados a sus grandes ríos, los shipibos se han acercado al único curso
de agua de la zona, el mísero Rímac, para ubicar sus pequeñas y modestas
casas, desde las cuales intentan preservar vivas sus tradiciones culturales y
gastronómicas.
Conscientes del bien que poseen, una "cultura diferente a la gente de Lima y de
la sierra" y con un idioma propio (el shipibo), el ámbito familiar se ha convertido
en la mejor vía para garantizar la conservación de sus tradiciones selváticas.
"En ningún momento queremos ver que hemos perdido nuestra cultura.
Tenemos que seguir cultivándola", reivindica Valles, mientras las cocineras
preparan un manjar selvático, el tacacho con cecina (plátano frito con carne
ahumada), para celebrar la apertura del comedor.
Por las polvorientas calles del "tercer nivel" de Cantagallo, que coincide con la
zona más elevada del poblado, se escuchan palabras desconocidas, pues, como
parte de su señal de identidad y ante la ausencia de escuelas que impartan el
idioma, hablan shipibo entre ellos.
Lo mismo sucede en sus casas, donde, además, los más pequeños aprenden el
oficio de las artesanías y son adiestrados en el arte culinario selvático, ya que
no lejos de sus casas un mercado los abastece de productos típicos de esa
región del Perú como la cocona, fruta anaranjada con fama de afrodisíaca.
"En unos años, esta comunidad será de gran atracción para turistas, porque
tendrá un proyecto de viviendas con diseños shipibos, como las de la selva", y
el diseño del barrio será más "organizado", pronostica Valles.