Professional Documents
Culture Documents
Introducción:
El debate más viejo de la historia de la antropología económica.
(Estas notas son en gran parte originales, pero también incluyen resúmenes de lecturas de muy
diversa procedencia, citadas en el texto y en clase. Su difusión queda expresamente restringida a
los alumnos de Antropología de las instituciones económicas de la UAB).
El debate más viejo de la historia de la antropología económica: Knight y Herskovits. —2—
Antes de empezar
En el uso vulgar, la palabra 'economía' tiene dos sentidos no coincidentes. Por un lado
remite a la producción y distribución de riqueza, por otro a la administración recta y prudente de
los bienes, al ahorro de tiempo, trabajo, dinero, etc. En el primero de estos sentidos la economía
parece delimitar un sector de la cultura (junto a otros como la religión, la política o el arte, por
ejemplo): el que configuran aquellas actividades humanas relacionadas con la producción y la
distribución de los bienes y de los servicios que hacen posible la vida material de una sociedad.
En el segundo, la economía se concibe más bien como una modalidad de la conducta (afín a la
prudencia, la racionalidad, la previsión), presente en todos los comportamientos humanos que
tratan de minimizar los costos o maximizar los beneficios.
DRAE
economía.
1. f. Administración recta y prudente de los bienes.
2. Riqueza pública, conjunto de ejercicios y de intereses económicos.
3. Estructura o régimen de alguna organización, institución o sistema.
4. Escasez o miseria.
5. Buena distribución del tiempo y de otras cosas inmateriales.
6. Ahorro de trabajo, tiempo, dinero, etc.
7. p. us. Pint. Buena disposición y colocación de las figuras y demás objetos que entran en una composición.
8. pl. Ahorros, cantidad economizada.
9. Reducción de gastos en un presupuesto.
—animal.
1. Zool. Conjunto armónico de los aparatos orgánicos y funciones fisiológicas de los cuerpos vivos.
—de mercado.
1. Sistema económico en el que los precios se determinan por la oferta y la demanda.
—política.
1. Ciencia que trata de la producción y distribución de la riqueza.
—sumergida.
1. Actividad económica que se desenvuelve al margen de la legislación.
La más importante de sus obras fue Man and His Works (1948), revisada y publicada (en
versión abreviada) con el título de Cultural Anthropology (1955). El concepto de cultura para
Herskovits comprendía el comportamiento y las ideas, tanto de los individuos como de los
grupos. En su concepción del cambio cultural concedía la mayor importancia a la historia.
Contribuyó a formular los conceptos de aculturación, reinterpretación, retención y sincretismo,
todavía en uso en los estudios sobre el cambio.
Sus primeros estudios sobre los negros americanos fueron de antropología física.
Posteriormente su interés se centró en los aspectos sociales y en el estudiode sus raíces culturales
en Africa. La continuidad entre el pasado y el presente es un tema que reaparece una y otra vez
en los estudios de Herskovits sobre Africa y los negros del Nuevo Mundo. En The Myth of the
Negro Past (1941) afirmaba que la herencia africana occidental es perceptible en las normas de
conducta, la organización familiar, el lenguaje y el arte de los negros del Nuevo Mundo. Por su
parte, los sociólogos han sostenido que la conducta del negro americano se explica por factores
contextuales actuales y que carece de sentido abordar su estudio desde sus orígenes africanos.
La amplitud del esfuerzo social que se engloba bajo la palabra "economizar"se pone de
manifiesto en las múltiples discusiones en torno al campo de la economía y a su nombre.
hasta la utilización del aire, ejemplo de bienes libres, entraña economía. El bien libre se
convierte en económico cuando entra en juego la opción.
La economía se enmarca dentro de una matriz cultural. Las convenciones sociales, las
creencias religiosas, las ideas estéticas y los preceptos éticos contribuyen siempre a conformar
las necesidades de los pueblos y el momento, el lugar y las circunstancias en que pueden
satisfacerse.
sociedad es algo mas que una simple suma de Robinsones Crusoes. Hay que reconsiderar aquel
punto de partida. Sin embargo, no podemos dejar al individuo: en ultima instancia, todas las
formas del comportamiento social deben ser referidas a la conducta de los individuos de una
sociedad dada, en las situaciones especificas en que esta se desenvuelve.
Pero toda opción, por mucho que pueda verse influida por consideraciones de estado
social, reivindicaciones y ventajas sociales, es siempre, en último resultado, la opción de un
individuo. La unidad cultural es el individuo que opera como miembro de sociedad, en función
de la cultura de su grupo. Ello implica que todo análisis del catalogo de las necesidades de una
sociedad dada debe complementarse introduciendo un tercer termino en la ecuación: la
definición cultural de las necesidades y convenciones que indican cómo y cuando deben
considerarse adecuadamente satisfechas.
A la luz de estos factores, consideraremos los sistemas económicos de los pueblos ágrafos,
no mecanizados, y con frecuencia no pecuniarios, de que se trata en este libro.
(En esto que sigue sólo recojo los textos significativos de Knight y de Herskovits, no
mis comentarios, que los teneis en los apuntes de clase).
situación hipotética y describirla claramente como tal, en los puntos que realmente tengan
importancia para el propósito perseguido. Habría que exhortar, sin embargo, a los profesores y
autores de economía a que procuraran hacer un poco mas explícito, tal vez mediante el empleo
de una terminología tal como la de «la sociedad primitiva hipotética» lo que se proponen, si es
que consideran importante no exponerse a las criticas de los antropólogos ni alimentar sus
«complejos de superioridad».
Primera Parte
(Estas notas son en gran parte originales, pero también incluyen resúmenes de lecturas de muy
diversa procedencia, citadas en el texto y en clase. Su difusión queda expresamente restringida a
los alumnos de Antropología de las instituciones económicas de la UAB).
El pensamiento griego. —13—
En griego la palabra «economía» (de oikos, casa, y nomos, ley) remite directamente a la
economía doméstica. Lo que luego pasará a denominarse «economía política» en Grecia no tiene
nombre; forma parte de la ética -los contratos privados- o de la política -la ordenación social-, lo
que no quita que los griegos reflexionaran sobre problemas como el del valor y otros.
De Aristóteles hay más que decir. En la Política y en la Etica Nicomaquea encontramos una
serie de consideraciones sobre fenómenos económicos que hacen comprensible que Polanyi
llegara a afirmar «Aristóteles descubrió lo económico» (en Comercio y Mercado en los Imperios
Antiguos, Ed. Labor), aunque en realidad lo que dijo al respecto no puede considerarse mas que
mero fruto de un honesto sentido común.
Como Platón, Aristóteles supone la economía de cambio basada en la división del trabajo y
en la institución de la propiedad privada (justificada por razones de eficiencia -puesto que la
gente «se ocupa más de lo suyo que de lo común»-). En su pensamiento el dinero es el medio
para superar las dificultades del trueque; «medida de todas las cosas», es también «garantía de
cambio para el futuro». Reconoce que el poder de compra del dinero varía, que se producen
fenómenos de alteración del valor del dinero; por esto, frente a Platón, Aristóteles no es
partidario del dinero fiduciario, del dinero-signo, sino de una moneda que sea fácil de manejar y
que, al mismo tiempo, tenga valor por sí misma -que sea de plata, por ejemplo-. Se plantea el
problema del valor y como única fuente del mismo ve la necesidad. En los Tópicos desarrolla los
conceptos de «valor de uso» y «valor de cambio». Schumpeter afirma incluso que en el Libro V
de la Etica hay ya una teoría de los precios; pero es una opinión que se ha discutido.
Para Aristóteles todas las relaciones económicas deben estar reguladas por la justicia. Esta es
doble: justicia correctiva (basada en el principio de equivalencia, debe regir en las transacciones
privadas), y justicia distributiva (debe gobernar la distribución de la riqueza y se fundamenta en
el principio del mérito: Aristóteles concibe, por tanto, la distribución de la riqueza como
necesariamente desigual).
Una parte considerable de sus reflexiones está destinada a desmontar la equivalencia entre el
dinero y la riqueza. Así como la agricultura, dice, es trabajo necesario y merece por ello respeto,
la actividad que acumula riquezas, el comercio -la crematística-, es considerada por Aristóteles
como una actividad deshonrosa: puede ser una actividad necesaria, pero no le parece estimable.
Son muy claras en él las condenas a la usura, al interés, al dinero que produce dinero.
Nada especial hay que decir, por otra parte, en relación al pensamiento romano sobre los
fenómenos económicos; están presentes, son objeto de atención, pero de atención regulativa: son
objeto del Derecho.
LA ECONOMIA ESCOLASTICA
La economía escolástica. —14—
En principio, no existe una economía escolástica autónoma, sino como rama de la filosofía
moral. Como tal tiene cinco fuentes diferentes: 1) la Biblia (la más importante, por lo menos
como fuente de citas), 2) la Patrística, 3) el derecho canónico, 4) la filosofía griega, 5) el derecho
romano.
La economía escolástica tiene una clara mentalidad legalista, jurídica, normativa; no es una
economía descriptiva. La pretensión de los pensadores escolásticos es determinar cómo deben ser
las cosas y el objeto más general que se plantean es determinar las reglas de la justicia
conmutativa; los escolásticos tardíos, o sea, los post-medievales, añaden una preocupación
expresa por la justicia social.
Santo Tomás piensa que la propiedad privada no es de derecho natural sino, a lo sumo, una
adición a éste obtenida a la luz natural de la razón; rechaza, sin embargo, cualquier posibilidad
de comunidad de bienes, pues la propiedad común se descuida engendrando desorden en la vida
social. El comunismo no puede rebasar los muros de las órdenes monásticas. Los pensadores
escolásticos insistirán, no obstante, en que, aunque la propiedad sea privada, el usufructo es
común, o debe serlo, pero por la vía cristiana de la limosna. Es interesante resaltar la
consideración por estos autores de que lo superfluo no es lo mismo para todos dado que las
necesidades dependen del status. Sólo en caso de extrema necesidad pueden convertirse en
comunes los bienes, pero sólo algunos; así, el pobre que muere de hambre y ve que los suyos
también, tiene derecho a tomar pan directamente, -pero no carne, que por su status para él es
superflua.
Para los escolásticos la utilidad constituye la fuente primera del valor; éste no es una
cualidad intrínseca como tampoco la utilidad lo es. El valor depende de un proceso mental. Ya
San Agustín había dicho en la Ciudad de Dios que «a pesar de la superioridad humana, un
caballo o una piedra preciosa valen con frecuencia más que un esclavo».
La economía escolástica. —15—
Bernardino de Siena tiene una teoría del valor más compleja (que en realidad no es suya,
sino «heredada» de otro franciscano, Olivi). Según él los componentes del valor son tres: la
escasez, la utilidad y la deseabilidad. De esta forma, lo objetivo se mezcla con lo subjetivo.
No se conecta, empero, la teoría del valor con una teoría acerca del precio. Aquí se atienen
al puro derecho romano según el cual «res tantum valet quantum vendi potest», pero añadiendo
«sed communiter»; es decir, que el precio debe determinarse por la comunidad. ¿Cómo? Por dos
vías: 1ª) la determinación espontánea por el mercado -precio natural o vulgar-, y 2ª) la
regulación pública -precio legal-. La línea escotista insiste en que, dado que el mercader realiza
una función útil, el precio justo debe cubrir sus gastos y que a ello hay que añadir un «plus»
natural y otro por el riesgo. Los nominalistas se situarán en la línea de la regulación pública de
los precios. En cualquier caso, todos estos pensadores consideran que los precios deben ser
iguales para todos y que nadie debe aprovecharse de la ignorancia o de otras circunstancias.
El salario
Los monopolios son objeto de condena en la medida en que son claras conspiraciones contra
la libertad al crear escaseces artificiales y elevar los precios: son, pues, «turpe lucrum», lucro
vicioso. En conexión con esto, también la actitud frente a los gremios es negativa: sólo son
aceptados como asociaciones religiosas, pero el pensamiento económico escolástico los rechaza.
La usura
Sobre el escolasticismo tardío (a partir del siglo XVI). Molina es, según W. Weber, el
primer autor que formula la ley de la oferta y la demanda: un concurso de compradores más
numeroso en un momento que en otro elevará los precios si la disposición a comprar es mayor, y
viceversa, un concurso de compradores menos numeroso en un momento que en otro disminuirá
los precios si la disposición a comprar es menor.
Como conclusión puede decirse que el pensamiento escolástico con respecto a lo económico
aborda un conjunto de temas inconexos, pero no trata de construir un sistema: la idea de que la
economía pueda constituir un sistema le es ajena.
El mercantilismo. —16—
«Mercantilismo» es el nombre con que se conoce la teoría y las prácticas económicas de las
naciones-estado entre el siglo XV y el siglo XVIII en lo tocante a la regulación de las relaciones
internacionales. El término lo introdujeron los historiadores alemanes de mediados-finales del
siglo XIX (ver más adelante, La escuela histórica alemana), si bien ya Adam Smith se refiere a
tales teoría y prácticas con el nombre de «sistema mercantil».
Las cuatro primeras proposiciones constituyen el núcleo del mercantilismo, que es una
doctrina de hombres prácticos: todos los autores que de una u otra manera pueden denominarse
mercantilistas tuvieron una actuación política directa y, más que libros, escribieron panfletos. De
hecho el mercantilismo es la doctrina de esos hombres prácticos que dominaron la política
económica durante esos siglos XV al XVIII, pero no ejerce la menor influencia teórica entre las
universidades, los teólogos, etc. de la época, que siguen en pleno escolasticismo.
A nadie se le ocurrió que la mayor cantidad de dinero pudiese tener como consecuencia el
aumento general de los precios, acaso porque estos autores tenían una visión directamente
cristiana de la naturaleza, una visión de los recursos naturales como inagotables, idea ésta que
impregna la teoría de los precios durante bastante tiempo.
El mercantilismo. —17—
Respecto, por otra parte, a la antropología del mercantilismo, quiero decir, a su concepción
del hombre, es claro que presupone un hombre por naturaleza egoísta, que persigue su propio
interés sin preocuparse de las consecuencias de su comportamiento en relación con los intereses
de la comunidad. Digamos que se tiene un primer atisbo de lo que luego se llamará el «homo
oeconomicus».
En el decenio de 1750 empieza a verse por primera vez una crítica amplia de los principios
básicos del mercantilismo, crítica hecha por los partidarios de un evangelio nuevo que ensalzará
los méritos, por razones éticas, políticas y económicas, de la libertad individual; es el de los
fisiócratas, el de Turgot, A. Smith. De hecho, fueron las opiniones pacíficas y cosmopolitas de
los filósofos y los ilustrados (Hume), más bien que los argumentos estrictamente económicos, lo
que contribuyó a la repulsa final del mercantilismo, repulsa que se ha de ver en el contexto de la
repulsa de la guerra, que para el mercantilismo era un arma más al alcance de las naciones-estado
para llevar a cabo aquella política que daba lugar a una mayor circulación de metales preciosos.
Schumpeter dice que entre los escolásticos y los autores posteriores hasta el siglo XVIII se da una continuidad, y que desde
el siglo XIV al XVII lo económico adquiere una existencia propia pero no separada. Para que se dé la existencia separada de la
economía es necesario que ésta sea concebida como un sistema, como un todo definido distinto de las otras materias, y esta
condición tiene dos caras: primero, el reconocimiento de una materia específica, y segundo, una manera específica de
considerarla. Lo primero está claro en el mercantilismo, pero no lo segundo. Los canonistas, los escolásticos plantean cuestiones
sobre el bien público con referencia a otras materias, pero sin un punto de vista especial. Los mercantilistas de los siglos XVII y
XVIII mezclan los fenómenos políticos y los económicos considerando éstos desde el punto de vista de la política. Para ellos el
fin es la prosperidad y el poder del Estado, y la economía una rama particular de la política que estudia los medios económicos
para ese fin. Añade Schumpeter que probablemente nunca existió un sistema mercantilista como más tarde lo presentó Adam
Smith; todo lo más que puede pensarse es que existieron diversos programas parciales en curso de realización, proposiciones
desvinculadas, pero ningún sistema.
Era una idea popular desde la Antigüedad clásica y la Edad Media que en el comercio un
participante no podía ganar sin que el otro perdiese. Este ideologuema está en la raíz de la actitud
negativa ante el comercio, un ideologuema que está presente en la sociedad tradicional. En el
período mercantilista va a producirse un cambio fundamental, se va a considerar el intercambio
como ventajoso para ambas partes. Esta nueva concepción es importante en tanto en cuanto
coincide con el acceso a la categoría separada de lo económico. Mas ello no se produce de un
golpe sino paulatinamente. El viejo ideologuema sigue vivo: expulsado del comercio interior,
conservará toda su fuerza en el comercio internacional -que es precisamente el que importa a los
mercantilistas. La suma de metales preciosos en el mundo se toma como constante, y cada
estado particular debe conseguir la mayor parte de tal constante en perjuicio de todos los demás
estados.
La fisiocracia. —18—
La fisiocracia constituye la primera, pero efímera, escuela de economía política. Con ella nos
encontramos ante un hecho bien curioso: hacia 1750 nadie había oído hablar de la fisiocracia, en
1760 todo el mundo hablaba de ella, y veintitantos años después parecía que nadie se acordara
ya.
Es corriente leer que en toda la historia del pensamiento económico tan sólo encontramos
tres grandes escuelas que hayan suscitado una adhesión tal que pueda hablarse casi de sectas: la
fisiocracia, el marxismo ortodoxo y el keynesianismo. La primera de ellas, la que nos ocupa aquí,
fue fundada por F. Quesnay, hijo de un abogado rural. De formación más bien tardía, practicó la
medicina; de aguda inteligencia, pronto alcanzaría el éxito que le brindó el ser médico de Mme.
Pompadour. Nada escribió de economía hasta los 62 años, momento en que para la Encyclopédie
redactó dos artículos, uno sobre granos y otro sobre los granjeros.
La primera característica citada es original de los fisiócratas, mientras que las argumentacio-
nes con que éstos apoyan la necesidad de la propiedad privada y de la libre elección proceden de
Locke. También siguen la doctrina lockiana de la libertad, libertad ligada necesariamente a la
propiedad: según Locke, ser libre es no encontrar obstáculo alguno en la adquisición de
propiedad ni en el disfrute de lo adquirido. Pero ni Locke ni sus seguidores integraron su
doctrina política en una construcción de los cimientos económicos de la sociedad. La
originalidad de los fisiócratas reside en haber, además de introducido algunos tecnicismos
económicos, estructurado un sistema de relaciones políticas sobre una base económica, y en
haber fundido esas dos partes en un todo indivisible.
La fisiocracia. —19—
Subyacente al flujo de dineros, bienes y servicios, Quesnay concibe una estructura de tres
clases sociales:
El postulado clave de todo este esquema es que sólo la clase productiva aporta producto
neto; la clase estéril se limita a recuperar el gasto, mientras que la clase propietaria, que cumple
funciones públicas y de soberanía, recibe los productos netos. El cuadro plantea, entre otros
muchos, empero, un problema: que los anticipos primitivos -o sea, los que representan la
posibilidad de la roturación de las tierras así como la de la adquisición del material agrícola-
surjan de la nada; Marx habrá de retomar más tarde este problema analizándolo a la luz del fenó-
meno histórico, que no atemporal, de la acumulación primitiva.
Por otro lado, conviene apuntar que el funcionamiento de todo este cuadro depende del
producto neto: sólo aumentándolo puede mantenerse la economía y crecer la población. Para
estimular el incremento de la producción, Quesnay condena todo tipo de restricciones a su
comercialización (barreras al comercio interior y exterior), el atesoramiento de la forma que sea
y la desviación del dinero por circuitos que no pasen por los mercados agrícolas. La misma
preocupación por incrementar el producto neto muestran los fisiócratas en su empeño por mejo-
rar tanto la calidad como los precios de lo producido.
La fisiocracia. —20—
Sobre los impuestos. En el momento en que Quesnay escribe había miles de criterios de
imposición distintos. Quesnay va a proponer algo realmente revolucionario -lo que supuso una
de las causas de la fugacidad de la fisiocracia-: gravar directamente el producto neto, la renta de
la tierra. De este modo quiere minimizar los cauces de recaudación, simplificar los impuestos
sustituyéndolos por un único impuesto sobre la renta de la tierra. Esto significa que sólo la clase
propietaria habrá de pagar este impuesto, y explica también el hecho de que los fisiócratas
defendiesen el absolutismo político: trátase de autores con una clara mentalidad reformista que
quieren llevar a cabo sus propuestas económicas; ven claro que sólo una voluntad única podría
vencer la oposición que representaban las amplias capas de población beneficiadas por el
complejo sistema tributario del Antiguo Régimen.
Marx y Schumpeter coinciden en decir que Quesnay da por vez primera la idea de lo
económico como un conjunto ligado de partes diversas; que el punto de vista económico produce
en Quesnay, no una serie de observaciones aisladas, sino la apreciación de un sistema de
relaciones, tanto lógicas como factuales, que se extiende a la totalidad del dominio de lo eco-
nómico; que Quesnay es el primero que da la formulación explícita de la interdependencia de lo
económico. Una concepción tal no podía alcanzarse, empero, desde el interior del punto de vista
económico -que no existía antes de Quesnay-, sino que tuvo que resultar de la proyección sobre
el plano económico de una concepción general del universo como un todo ordenado. Lo que
Quesnay presenta explícitamente es un desarrollo particular de la teoría del derecho natural que
había venido elaborándose, una teoría general social y política centrada sobre los aspectos
económicos construídos como un sistema lógico. Casi se podría decir que describe la sociedad
tradicional desde un punto de vista nuevo. Su visión social y política es enteramente tradicional
en prácticamente todos los aspectos, pero en el seno de esa visión instala un sistema propiamente
económico que es casi completamente nuevo. En el tercero de los Manuscritos de París, dice
Marx:
Así pues, la visión social y política de Quesnay es tradicional, pero en ella instala un nuevo
sistema económico. Ese aspecto tradicional de nuestro autor se ve, en primer lugar, en que
reduce toda la riqueza a la tierra, a la agricultura; también se presenta cuando para combatir el
relativismo histórico de Montesquieu recurre como modelo y argumento a una sociedad
totalmente tradicional, la china.
Entre los principios eternos que no hace falta más que reconocer, descubrir, está el de que la
única fuente de verdadera riqueza es la tierra; la clase propietaria habrá de ocuparse, además, de
las funciones públicas. La idea de que los impuestos deben recaer sólo sobre esta clase nos
remite también al marco de la sociedad tradicional. Por otro lado, es igualmente significativo el
hecho de que para este autor sólo la agricultura es nacional; los comerciantes, las fortunas
pecuniarias no tienen patria.
El monarca para Quesnay es el primero entre los propietarios, tiene un derecho eminente de
copropiedad sobre la tierra y es este derecho el que justifica el impuesto, que se concibe como la
renta del soberano. Los fisiócratas llaman a este régimen «despotismo legal», pero en realidad
confunden el término ya que el soberano supremo no es otro que la ley de la naturaleza (de modo
que lo esencial y lo natural se confunden). El Estado no debe intervenir contra la naturaleza, sino
que ha de ocuparse de que esa ley natural sea objeto de una enseñanza pública.
En el marco de este sistema político la riqueza circula de una manera natural, que es tanto
como decir armoniosa, y, al revés, de una manera armoniosa, que es como decir natural. La única
fuente de esta riqueza es la naturaleza, ayudada por la actividad de los hombres, y la propiedad
privada su condición de posibilidad, condición cuyo corolario principal es la libertad entendida
como ausencia de intervención directa por parte del Estado.
1) El estado (el rey) pone los límites, físicos e indirectamente morales, del sistema por donde
circula el flujo (a la manera como la sangre circula por el cuerpo -como Harvey había ya
descubierto décadas atrás-).
2) La ley natural, tanto moral como física, que Quesnay desarrolla, es la del mundo pre-
ordenado por Dios.
Así, la economía depende a la vez del cuerpo político y de una orientación teleológica global
que abarca todos los aspectos de la vida social. Si es cierto que el dominio de lo económico es
concebido como un todo, también lo es, por tanto, que ese dominio no es absoluta sino
relativamente autónomo.
La fisiocracia. —22—
Dice Quesnay: «Las leyes naturales son o físicas o morales. Entendemos aquí por «leyes fí-
sicas» el curso sujeto a regla de todo acontecimiento físico de orden natural evidentemente más
ventajoso para el género humano. Entendemos aquí por «ley moral» la regla de toda acción
humana, del orden moral conforme al orden físico evidentemente más ventajosa para el género
humano. Juntas, estas leyes forman lo que se llama «ley natural»».
Esto es puro y simple escolasticismo. Así, dentro de un orden teleológico, el hombre, libre,
no se separa de la naturaleza sino que en la medida en que se ajuste más a ella realizará mejor el
orden justo. La política justa del Estado consiste precisamente en abstenerse de intervenir y es la
condición necesaria para el funcionamiento de la sociedad. De hecho, en el pensamiento de
Quesnay el rey tiene pocos deberes positivos: la protección exterior, el mantenimiento de una red
de comunicaciones, el cuidado de los pobres, la recaudación de los impuestos -exclusivamente
sobre la tierra, recordemoslo- y la educación del pueblo en la ley de la naturaleza.
a) la producción y reproducción del producto anual, que incluye, más allá del equivalente de
la inversión total, el producto neto (o lo que Marx llamará «plusvalía», más o menos),
b) la circulación del producto entre las tres clases o agentes económicos.
Esta distinción nos revela que, frente a los mercantilistas, para Quesnay es esencial insistir
en lo que considera la verdadera riqueza y en su creación: a tal punto insiste en que la agricultura
constituye la única fuente de riqueza, que para ella reserva el nombre de producción; lo restante
es lo estéril. Y emite un juicio de valor completamente acorde con su concepción del mundo: los
objetos de la subsistencia humana son los bienes esenciales.
Cantillon y Petty habían aislado la tierra y el trabajo como las dos fuentes de la riqueza,
Quesnay las jerarquiza: la tierra es para él el único factor productivo, la fertilidad natural del
suelo por sí sola da cuenta de la producción de la riqueza verdadera; trabajo y acción instru-
mental son sólo ayudantes necesarios de dicha fuente. En definitiva, el proceso de acrecen-
tamiento de la riqueza es lo esencial del proceso económico, constituye el proceso de
producción, y el secreto de dicho acrecentamiento está en la tierra y en el conjunto de las
potencias naturales (en lo que cabría incluir la luz solar). La economía es la producción y la
producción es la tierra, por tanto.
La fisiocracia. —23—
Otra distinción importante que se debe a Quesnay es la de «valor de uso» (valor usual)
versus «valor de cambio» (valor venal). «El aire y el agua tienen valor de uso, son bienes, pero
no tienen valor de cambio, no son riquezas». La relación entre ambos valores es especial: «para
que un Estado sea próspero hace falta, primero, que las subsistencias sean abundantes, pero
también que su producción sea remunerada», que su precio, su valor venal sea elevado («bon
prix»). «El no valor con abundancia no es riqueza, la carestía con penuria es miseria, la
abundancia con carestía es opulencia». Quesnay reconoce, pues, que las subsistencias son las
verdaderas riquezas, aquellos entre los bienes dotados de valor de cambio que tienen un valor de
uso superior; y de la ley física pasa a la ley moral: ese valor de uso superior debe expresarse en
un buen valor de cambio.
Cronológicamente incurro aquí en un salto atrás, vuelvo del siglo XVIII al XVII, para
continuar en el capítulo siguiente con Smith y la escuela clásica. Lo hago para seguir mejor la
huella del individualismo que se impone con Adam Smith. Si en Quesnay el individualismo está
como contenido, sujeto a rienda por la sociedad tradicional, en Locke -como en Mandeville- es la
ley. Los Dos Tratados sobre el Gobierno consuman la emancipación de lo económico respecto
de lo político. El primero de ellos está destinado a refutar las tesis contenidas en El Patriarca o
El Poder Natural de los Reyes, de R. Filmer, firme creyente en la sociedad tradicional y en sus
valores, para el cual Adán fue el primer monarca de la sociedad patriarcal, estableciendo de este
modo una continuidad entre la preponderancia del padre en la familia y la del soberano en el
Estado. La sociedad es concebida por él como un todo sometido a la autoridad del rey, delegado
del soberano supremo. Por otro lado, la idea de subordinación es aplicada, no sólo a los hombres,
sino a todos los seres terrestres, sometidos expresamente por Dios a la voluntad del hombre. En
esta concepción lo económico (relación del hombre con la naturaleza) no se distingue de lo
político (relación entre los hombres).
«No se puede suponer la existencia de subordinación alguna entre nosotros que nos autorice
a destruirnos los unos a los otros como si estuviéramos hechos para el uso de los unos por los
otros, como lo están para nosotros los rangos inferiores de las criaturas». (Op.cit., II, 4).
La ley de la naturaleza presenta según Locke un «ordo mundi» con tres estratos: Dios, los
hombres y las criaturas inferiores. Las relaciones de cada estrato superior con el siguiente son
concebidas como relaciones de propiedad, mientras que las relaciones internas a cada estrato lo
son como relaciones de igualdad. Una visión holista de la sociedad centrada en la subordinación,
y que engloba, por supuesto, los fenómenos económicos, es reemplazada de esta forma en Locke
por una concepción centrada en la propiedad y que reduce la política, que en la práctica implica
la subordinación, a una especie de adición ontológicamente marginal que los hombres construyen
ateniéndose a sus propias luces. Sin embargo, no por ello lo político carece de importancia, ya
que se eleva del status de lo simplemente dado al de lo libremente deseado y organizado.
El aspecto más revelador de toda esta construcción es que lo económico no está simplemente
yuxtapuesto o integrado a lo político sino que es superior a él, apreciándose en cierta manera en
ello un paralelo de la relación marxiana entre infraestructura y superestructura. La jerarquía que
se establece entre lo económico y lo político está gobernada por la transición del holismo —en el
que primaban las relaciones entre los hombres— al individualismo —donde importan más las
relaciones de los hombres con las cosas—, de la subordinación de Filmer a la propiedad de
Locke. La emancipación de éste de la dimensión económica respecto de la política corresponde,
pues, a este cambio de primacías, cambio que en un lenguaje posterior colocará la infraestructura
sobre la superestructura.
Puede decirse que es el que logra la segunda emancipación de lo económico, y ahora con
respecto a la moralidad. Puede entenderse que escribiera una «Modesta defensa de los burdeles
públicos o ensayo sobre la putería como ella se presenta hoy en estos reinos», donde nos muestra
un sistema autorregulado en la oferta y la demanda de prostitutas. Encontraremos claras
influencias mandevillianas en Voltaire, Hume y Rousseau.
Con la edición más larga, de 1723, llegó el escándalo, comenzaron los insultos, las
refutaciones y... el éxito. Esta edición incluía una breve Indagación sobre el Origen de la Virtud
Moral y una Investigación sobre la Naturaleza de la Sociedad. En la primera Mandeville hace
dos cosas importantes:
No hay que olvidar que para Mandeville el hombre está dado en estado pre-social como
individuo, pero no como cualquier individuo sino como un individuo londinense de su tiempo.
Este hecho se aprecia muy bien en la Investigación sobre la Naturaleza de la Sociedad, una obra
que trata de ser una respuesta a Shaftesbury. «Este noble autor se imagina que estando el hombre
hecho para la sociedad debe nacer con un tierno afecto por el todo del que forma parte», dice
refiriéndose a él. Y prosigue Mandeville diciendo que no es la virtud sino el vicio lo que hace
posible la sociedad. La idea, no obstante, no es que todo vicio constituya un beneficio público,
sino que todos los beneficios de una sociedad están fundados sobre acciones fundamentalmente
viciosas. Pero el mal es fundamental no sólo de cara a obtener la prosperidad de una sociedad,
sino para la existencia misma de esa sociedad. «Yo demuestro —dice— que el carácter sociable
del hombre nace de la multiplicidad de sus deseos y de la oposición continua que encuentra en
sus esfuerzos por satisfacerlos». Multiplicidad de los deseos: el mal moral; oposición continua
que encuentra el hombre en sus esfuerzos por satisfacerlos: el mal natural (los obstáculos que
opone al hombre una naturaleza hostil). Así, el hombre es sociable gracias a aquellas de sus
Excurso sobre Locke y Mandeville. —27—
cualidades que los moralistas juzgan negativas desde un punto de vista moral estricto, en tanto
que son vicios, y negativas desde un punto de vista amplio, como necesidades, es decir, como
imperfecciones; y es sociable además gracias a los obstáculos que el mundo le pone para la
superación de esas imperfecciones.
Como vemos, Mandeville emplea una connotación muy amplia del mal para llevar a cabo
una transición de su tesis original, la del poema —el orgullo y el lujo son altamente
beneficiosos—, a la nueva —que, si nos remontamos a los orígenes, la satisfacción de los deseos
y de las necesidades naturales de los hombres constituyen la única razón por la que los hombres
entran en sociedad—. Las relaciones materiales, entre hombres y cosas, son, por lo tanto,
primarias, según Mandeville, mientras que las relaciones entre hombres —la sociedad— son
secundarias; y no se trata sólo de una prioridad ontológica de aquéllas sobre éstas, sino también
de una prioridad histórica, localizable en el tiempo. Efectivamente, el segundo volumen de la
Fábula contiene la lista de las tres etapas que nuestro autor considera principales en el origen y
el desarrollo gradual de la sociedad:
Mandeville concibe el desarrollo de la sociedad humana como una mejora lenta, como una
labor acumulativa de muchísimas generaciones ayudada por la plasticidad del cuerpo y del espí-
ritu de los niños y por la doble tendencia de los hombres, arraigada en la familia, a reverenciar
como hijos y a ordenar como padres. Mandeville tiende, por una parte, a reemplazar las
innovaciones de los hombres por un proceso anónimo, y, por otra, a superar la discontinuidad
entre vida animal y vida humana y la discontinuidad entre vida de los hombres como individuos
y vida de los hombres como seres sociales. El hombre no es en su esquema naturalmente social
sino, en todo caso, naturalmente socializable, enseñable: para nuestro autor el hombre tiene que
aprender la sociabilidad en el transcurso de las generaciones, un aprendizaje que, dado el
egoísmo universal de los hombres, resulta ser un aprendizaje en la hipocresía.
Pero vayamos al argumento central: vicios privados, virtudes públicas. Mandeville arranca
de un rigorismo moral: considera que sólo son virtuosos «aquellos actos con que el hombre,
contrariando el curso de la naturaleza, busca el beneficio de los otros o el dominio de sus propias
pasiones movido por la ambición racional de ser bueno». Da tres características que oponen la
acción virtuosa, moral, al egoísmo y las pasiones: la negación de sí mismo, la conformidad con la
razón y la orientación hacia el bien de los demás, considerados como individuos. Esta tercera
característica es esencial ya que Mandeville considera la relación entre las acciones de los
hombres y el bien público desde dos perspectivas:
Excurso sobre Locke y Mandeville. —28—
a) desde un punto de vista moral tal relación es normativa; una acción dada se orienta al bien
público si está de acuerdo con la moral; ahora bien,
b) la observación nos dice que esto no ocurre nunca, que la acción humana siempre es
egoísta;
así, la segunda perspectiva contempla las consecuencias para el bien público de las acciones
humanas tal como son, y lo que la observación dice es que la acción tal como es, o sea, egoísta,
sirve al bien común. De aquí va a sacar Mandeville, pero de forma muy difusa, varias consecuen-
cias:
Lo que provocó el escándalo de sus contemporáneos parece hoy más bien la transición
crítica del sistema moral al sistema económico, representantes de dos visiones de la sociedad. En
el sistema social de la moralidad los agentes interiorizan el orden moral bajo la forma de reglas
morales y cada sujeto define hipócritamente su conducta con referencia a la sociedad entera. En
el sistema económico cada sujeto se define por su interés propio y la sociedad no es nada más
que el mecanismo invisible por el que los intereses se armonizan, un mecanismo no consciente
que construye la justificación ética de la conducta egoísta asocial. La transición de un sistema al
otro, de la moralidad tradicional a la ética utilitaria, representa la expulsión de la última forma
bajo la cual en el mundo moderno la totalidad social controlaba todavía la conducta individual.
Mandeville no hace ya referencia a la moral, a la sociedad ideal del género humano, como lo
hacía Locke, lo cual a primera vista da la impresión de ser un logro sociológico, pero en realidad
ocurre que la sociedad concreta se resuelve sólo en su aspecto económico, que el bien social se
identifica con el crecimiento económico puesto que Mandeville sólo considera los individuos,
hombres despojados de sus caracteres sociales. En esta transición crítica hay todavía una cierta
opacidad, una heterogeneidad entre el punto de vista moral y el punto de vista económico que no
es solamente oposición de lo ideal y lo real, lo idealmente normativo y lo realmente acontecido;
Excurso sobre Locke y Mandeville. —29—
se trata de una transición de las relaciones entre los hombres a las relaciones de los hombres con
las cosas; la moral regula las primeras, esté o no por medio la economía, pero Mandeville se
centra en las relaciones económicas: la prosperidad material, la ganancia, la riqueza.
Adam Smith y la escuela clásica. —30—
La escuela clásica
El último cuarto del siglo XVIII presenció el comienzo de la Revolución Industrial, que iba a
abrir enormes posibilidades de expansión al capitalismo. La Declaración de Independencia de los
Estados Unidos acabó en 1776 con la explotación de una de las regiones coloniales más importantes y
privó de uno de sus sostenes más poderosos al antiguo sistema colonial sobre el cual se había levanta-
do gran parte del pensamiento mercantilista. Aquel mismo año se publicó Investigación de la
naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Pocos después, la Revolución Francesa selló el
destino de lo que aún quedaba de la sociedad medieval. Formas nuevas de producción, de
relaciones sociales, de gobierno y de pensamiento social, que en su lucha contra las antiguas se
habían desarrollado de una manera lenta y vacilante, avanzaban ahora triunfalmente. El
pensamiento social toma conciencia de sí mismo. Las disciplinas sociales se integran en una
amplia filosofía social, y cada una de ellas se sistematiza. Este proceso se pone de manifiesto con
claridad en el campo del pensamiento económico. La hazaña de Smith y de Ricardo consistió en
poner orden en el estado todavía caótico de la investigación económica.
(Schumpeter) El libro de más éxito no ya de todos los libros de economía, sino también, con
la posible excepción del Origin of Species de Darwin, de todos los libros de ciencia publicados
hasta el día de hoy.
EDICIONES.
Antes de que terminara el siglo el Wealth of Nations (1776) había conseguido nueve ediciones inglesas, sin contar las que
aparecieron en Irlanda y los Estados Unidos, y se había traducido (que yo sepa) al danés, al holandés, al francés, al alemán, al
italiano y al español (la primera traducción rusa apareció en 1802). Con eso se podrá medir el éxito del libro en el primer estadio
de su carrera. Creo que se puede considerar espectacular, tratándose de una obra de su tipo y de su calibre, enteramente
desprovista de las gracias del Esprit des Lois. Pero todo eso no es nada en comparación con el éxito que verdaderamente importa,
pese a ser mucho mas difícil de medir: a partir de 1790 aproximadamente, Smith se convirtió en maestro no ya de los
principiantes o del público en general, sino de los profesionales de la economía, particularmente de los profesores. El
pensamiento de la mayoría de éstos, Ricardo incluido, parte de Smith, y la mayoría de los profesores no lo rebasó nunca. Durante
medio siglo o más - en líneas generales, hasta que empezó el éxito de los Principles de J. S. Mill-, Adam Smith suministró el
grueso de las ideas del economista medio. En Inglaterra los Principles de Ricardo (1817) significaron sin duda una concurrencia
importante. Pero fuera de Inglaterra la mayoría de los economistas no había llegado a Ricardo, de modo que Smith siguió
dominando universalmente el campo. En esa época se le otorgó el diploma de «fundador» - que ninguno de sus contemporáneos
le habría concedido - y los economistas anteriores quedaron situados en la modesta condición de «precursores»: resultaba muy
agradable encontrar en ellos ideas que, en cualquier caso, seguían siendo las «ideas de Smith».
VIDA Y OBRA.
Vida aislada y sin acontecimientos (1723-1790).
escocés hasta la médula, puro y sin trampa;
profesor nato y de profesión
ninguna mujer, salvo su madre, tuvo papel alguno en su existencia
trabajador, metódico, sereno, distinguido.
sin generosidad. En la crítica era mezquino.
Últimos trece años de vida Comisario Real de las Aduanas de Escocia. Ironías de la vida.
Polihístor.
Edimburgo.
Glasgow.
Seis ensayos de un grandioso plan de una «historia de las ciencias liberales y las artes
elegantes», abandonado por «demasiado amplio». A destacar el primero sobre los «Principios
que conducen y dirigen las investigaciones filosóficas, ilustrados con la historia de la astronomía
(Principles which lead an direct Philosophical Enquiries; illustrated by the History of Astro-
nomy)».
Theory of Moral Sentiments (1759) (en apéndice (en la 3ª ed., 1767) A Dissertation on the
Origin of Languages). (Barber).Intento de formular el «orden natural» de la sociedad. Analizaba
la conducta humana en función de tres pares de motivos: egocentrismo y altruismo; el deseo de
ser libre y el sentido de la propiedad; el habito de trabajo y la propensión al intercambio. Se
frenaban y equilibraban mutuamente y sostenían un orden social de armonías naturales en el que
cada hombre, al perseguir sus propios intereses, promovía inconscientemente el bien común. «la
división del trabajo es la causa principal del aumento de la opulencia publica, que está siempre
en proporción a la actividad de la gente, y no a la cantidad de oro y plata, como absurdamente se
imagina». Entre La Teoría de los Sentimientos y La Riqueza, demasiadas incongruencias; pero
las dos obras son dos modelos parciales y las incongruencias son simples desplazamientos de un
modelo parcial a otro.
Adam Smith, curso 1999-2000 - 33 -
El esqueleto del análisis smithiano procede de los escolásticos y de los filósofos del derecho
natural: son perceptibles las enseñanzas de su maestro Hutcheson.[(«la mayor felicidad para el
mayor numero»). Visión naturalista de las cuestiones morales. Defensa de la libertad política y
religiosa. Choques con la ortodoxia teológica].
Poco de lo que contiene La riqueza de las naciones puede considerarse como propiamente
original de Smith. La mayor parte de los argumentos del libro habían estado, de un modo u otro,
en circulación desde hacia algún tiempo. Pero esto no disminuye de ninguna manera el logro de
Smith que estuvo sin duda a la altura de la tarea de coordinarlos sin ninguna ayuda más. El fue el
primero en juntar todos los hilos, ajustarlos en un sistema coherente y comunicar inteligente-
mente los resultados a un publico amplio. Medida con este patrón, La riqueza de las naciones es
verdaderamente un trabajo formidable.
EL PRINCIPIO DE LA LIBERTAD NATURAL.
Wealth of Nations no contiene una sola idea, un solo principio o un solo método analíticos
que fuera completamente nuevo en 1776. Pero Smith sí reivindicó (en una publicación de 1755)
su prioridad en lo que se refería al principio de la libertad natural, basándose en que él lo había
enseñado desde 1749. Smith entendía por tal principio dos cosas: una norma política - la elimina-
ción de cualesquiera restricciones, excepto las impuestas por la «justicia» - y la proposición
Adam Smith, curso 1999-2000 - 34 -
analítica según la cual la interacción libre de los individuos no produce ningún caos, sino una
estructura ordenada que está determinada lógicamente.
LA NOCIÓN DEL PROVECHO INDIVIDUAL Y SU PAPEL «BENÉFICO».
(Dobb) La noción del provecho individual como fuerza conductora de la economía sirvió de base a la concepción de un
sistema económico autopropulsado; y la idea de que su movimiento estaba sometido a leyes económicas especificas fue la
contribución que reveló y estableció la economía política clásica. La idea de la fuerza potencialmente creadora del provecho
individual se remonta a los «vicios privados, virtudes publicas», de la Fable of the Bees; éste es el principio activo dentro de la
cáscara metafísica de la «mano invisible» de Adam Smith; en este sentido, la Theory of Moral Sentiments se preocupaba de
explorar el egoísmo humano, esencia del orden burgués.
El papel benéfico del provecho individual. «No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que
esperamos nuestra comida, sino de su preocupación por sus propios intereses. Apelamos, no a su sentido humanitario, sino a su
autoestimación, y nunca les hablamos de nuestras propias necesidades sino de sus ventajas». (Hegel, «de las acciones de los
hombres se deriva algo distinto de lo que ellos desearon y pensaron conscientemente»).
EL «PRINCIPIO DE LA LIBERTAD NATURAL» Y LOS «PRINCIPIOS DE LA ARMONÍA ECONÓMICA».
Esta demostración de un mecanismo con el cual era incompatible la injerencia del soberano o del estadista, fue la
innovación crucial en el pensamiento humano respecto de la sociedad y, en forma esencial, el reemplazo del pensamiento antiguo
implicado en los términos de «derecho natural» y no su continuación, como a veces se ha dicho. Como dijo Robbins, aunque
Smith «utiliza tan frecuentemente la terminología del Naturrecht», sus «argumentos son... consistentemente utilitarios por su
carácter». Lo claramente nuevo en el «principio de la libertad natural», de Smith, que ya lo había enunciado en 1749, era la
afirmación empírica de que (Schumpeter) «la libre interacción de los individuos no produce el caos sino un modelo metódico que
está 1ógicamente determinado», un modelo que podría ser dilucidado en términos racionales. En aquella época se hacía mucha
referencia al «orden natural» y éste gozaba de una estimación heredada por su independencia de las maquinaciones artificiales
introducidas por el hombre. Pero el contenido real del así llamado orden natural (según Dugald Steward en su Recuerdo de Adam
Smith ) era el de «permitir que cada hombre, en tanto observe las reglas de justicia, persiga su propio interés a su manera,
aportando su propio trabajo y su capital a la más libre de las competencias juntamente con los de sus conciudadanos». Noción
claramente paralela a la de que los intereses individuales, cuando funcionaban en libertad, servían al bien publico por la «magia»
de la competencia, que en una «sociedad bien ordenada» asegura «que cada hombre trabaja para los demás, mientras cree que
está trabajando para si mismo». Sin embargo para ello no se apelaba a ninguna demostración lógica, sino a los «principios de la
armonía económica» concedidos al mundo por la benevolencia divina.
GUÍA DE LECTURA.
Guía del lector: An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (Investiga-
ción acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones) por Adam Smith, LL. D. y
Adam Smith, curso 1999-2000 - 35 -
Y ya la guía. Son cinco libros. Los libros I y II - que cubren respectivamente el 25 por ciento
y el 14 por ciento del total - , aunque rebosan también ilustración factual, presentan los
elementos esenciales del esquema analítico de A. Smith. Se pueden incluso utilizar como texto
completo. Si se prescinde de la información factual se pierden muchos elementos indispensables
para la comprensión plena de la teoría misma.
Adam Smith, curso 1999-2000 - 37 -
I. Libro.
Los tres primeros capítulos del libro I tratan de la división del trabajo. Esta es la parte más
acabada de todo el libro porque en su enseñanza Smith había tratado muchas veces el tema.
LA DIVISIÓN DEL TRABAJO.
Nadie ha dado tanta importancia a la división del trabajo, ni antes ni después de A. Smith.
Para éste se trata prácticamente del único factor del progreso económico. El progreso tecnoló-
gico, el invento de todas esas maquinas - y las mismas inversiones - son inducidas por la
división del trabajo, son en sustancia meros incidentes de ella.
La división del trabajo se atribuye a una propensión innata al trueque así como al desarrollo
de esa propensión hasta la paulatina expansión de mercados: la amplitud del mercado en un
determinado momento determina hasta dónde puede llegar la división del trabajo (cap. 3) De este
modo la tendencia en cuestión aparece y se desarrolla como una fuerza completamente imperso-
nal, y puesto que ella es el gran motor del progreso, el progreso mismo queda también desperso-
nalizado.
DIVISIÓN DEL TRABAJO - TRUEQUE - MONEDA.
En el capítulo 4, A. Smith completa la serie consagrada por el tiempo: división del trabajo -
trueque - moneda; y, situándose muy por debajo de las alturas alcanzadas por varios antiguos
autores - particularmente por Galiani - separa completamente el «valor de cambio» del «valor de
uso». En el capítulo 5 emprende la tarea de hallar una medida de la riqueza que sea más de fiar
que el precio expresado en dinero. Se trata, sin duda de una explicación del valor muy insatisfac-
toria, pero da acceso sin dificultades a una teoría del precio de equilibrio y a la teoría de la
distribución.
LA TEORÍA DEL EQUILIBRIO. LA TEORÍA DE LA DISTRIBUCIÓN DEL SIGLO XVIII.
La rudimentaria teoría del equilibrio del cap. 7, es con mucho el mejor producto teórico de
A. Smith. Los desarrollos teóricos del siglo XIX consisten en gran medida en perfeccionamientos
de esa teoría.
Los capítulos 8-11 estudian «las circunstancias que determinan naturalmente» el tipo de los
salarios y el del beneficio y «regulan» la renta de la tierra. Estos capítulos han resumido,
coordinado y transmitido la teoría de la distribución del siglo XVIII a los economistas del XIX.
En este punto, el argumento de Smith se construía alrededor de una división tripartita de la sociedad en «órdenes», cada
uno de los cuales recibía una participación especifica de renta. Los salarios se pagaban a los miembros de la clase trabajadora, los
beneficios iban a los capitalistas (o propietarios del capital) y las rentas de la tierra eran percibidas por los propietarios de la
tierra. Estas distinciones correspondían aproximadamente a las amplias clases sociales de su tiempo, aunque permanecían algo
confusas en sus limites. A diferencia de Quesnay, Smith, aunque también construyó su análisis de la distribución de la renta
alrededor de «tres diferentes órdenes humanos», no consideró estas divisiones como naturales. Era demasiado consecuente con
los ideales de la Ilustración como para aceptar el punto de vista de que la posición del hombre en la jerarquía social estaba fijada
desde la cuna. No obstante, las distinciones de clase tenían que reconocerse como un hecho social.
II. Libro.
TEORÍA DEL CAPITAL, EL AHORRO Y LA INVERSIÓN.
El libro segundo presenta la teoría del capital, el ahorro y la inversión que, por muy transfor-
mada que estuviera por la crítica y por ulteriores desarrollos, ha sido prácticamente la base de
todo trabajo posterior.
Barber. «los capitales se incrementan por la parquedad y disminuyen por la prodigalidad y el despilfarro». Estrictamente
hablando, los miembros de las dos clases que reciben «renta neta» podrían utilizar sus recursos de modo que apoyaran la
expansión económica. Según Smith, sin embargo, los terratenientes mostraban una tendencia lamentable al lujo y a mantener
empleos improductivos. (Smith describió a los grandes terratenientes como los hombres que gustaban de «cosechar lo que no
sembraron» y dados a la «indolencia», que es el «efecto natural de la tranquilidad y seguridad de su situación». Esta
caracterización quizá no era justa en su conjunto. Investigaciones históricas posteriores han demostrado que gran parte de la
innovación en la agricultura del periodo se debió a la iniciativa de grandes terratenientes progresistas, que mostraron rasgos del
comportamiento que Smith atribuyó a los capitalistas. Para entender la actitud negativa de Smith hay que situarla en un contexto
más amplio de lo que yo llamo la lucha contra el viejo orden, el antiguo régimen). Para él los capitalistas eran los agentes
Adam Smith, curso 1999-2000 - 38 -
principales a través de los cuales la renta neta se convertiría en acumulación. La cuantía de los beneficios se convertía asi en el
determinante básico del ritmo de acumulación y de la tasa de expansión económica. Aunque el ahorro era un requisito vital para
el crecimiento económico, Smith subrayó que «lo que se ahorra anualmente se consume con tanta regularidad como lo que se
gasta cada año, y casi también al mismo tiempo; pero se consume por grupos diferentes de personas». El atesoramiento, en otras
palabras, quedaba descartado; el ahorro se equilibraba casi instantáneamente con el gasto en inversión.
EL CAPITAL. CAPITAL FIJO Y CAPITAL CIRCULANTE.
El capítulo primero del libro segundo distingue la parte de la masa total de bienes de un
hombre - y de una sociedad - a la que se ha de llamar capital (no se trata sólo de bienes físicos,
puesto que son capital también «las capacidades adquiridas y útiles de todos los habitantes»)
separándola mentalmente del resto, introduce los conceptos de capital fijo y capital circulante; y
clasifica los bienes que se catalogarán bajo los dos títulos, incluyendo en el capital circulante el
dinero, pero no los medios de subsistencia de los trabajadores productivos, aunque la argumenta-
ción de Smith exige lógicamente e implica de hecho la inclusión de dichos medios en el capital
circulante.
LA TEORÍA SMITHIANA DEL DINERO.
El largo capítulo 2, uno de los más importantes del libro, contiene el núcleo de la teoría
smithiana del dinero. Después de subrayar que el valor de cambio de una mercancía se «estima
mas frecuentemente por la cantidad de dinero que por la cantidad ya sea de trabajo o de cualquier
otra mercancía que pueda obtenerse a cambio de ella», procede a señalar que el dinero es
variable en si mismo (aduciendo la gran inflación de la época de los Tudor). «Del mismo modo
que una medida de cantidad, tal como un pie natural, una brazada o un puñado, que de continuo
varían en su propia cantidad, no pueden nunca ser una medida adecuada de la cantidad de otras
cosas, tampoco una mercancía que esta variando de continuo en su propio valor puede ser jamas
una medida adecuada del valor de otras mercancías».
EL TRABAJO, ÚNICO PATRÓN DEL PRECIO NATURAL (O DEL VALOR).
(Viner, Dobb) «El trabajo es la única fuente del valor de mercado»; «es el único regulador del valor de cambio»; «entre
todos los factores que entran en la producción, únicamente el trabajo posee el poder de producir valor»; «todas las rentas
proceden del trabajo»; etc.
El análisis del valor
Su investigación de los problemas del valor económico se propone: 1) identificar la medida «real» del valor; 2) aislar las
partes componentes del valor; y 3) analizar los factores que pudieran dar lugar a que el «precio de mercado» se desviara del
«precio natural».Los clásicos insistieron en que precio y valor no podían identificarse el uno con el otro. El «valor» se
consideraba independiente del mercado. Los precios nominales (o de mercado) podían fluctuar, pero el «valor» permanecía
constante e invariable. La mayor parte de los clásicos dieron gran importancia a la distinción. Smith pretendía dar una
explicación de la fluctuación de los precios de mercado; y ademas asegurar una base para medir el cambio económico agregado a
lo largo de un período extenso de tiempo. Los precios de mercado eran demasiado variables para medir los cambios
intertemporales.
Smith afirmó que el trabajo era «la medida del valor». Desde Locke, al menos, el pensamiento ingles se inclinaba a
considerar el trabajo como un contribuyente «básico» u «original» al proceso económico. Smith ofrece una interpretación de los
componentes del «precio natural» (es decir, del valor). El precio natural de los bienes, según el, estaba compuesto por tres
ingredientes: los salarios, las rentas (la remuneración de los propietarios de la tierra), y los beneficios (la remuneración de los
propietarios del capital). Cuando el precio de cualquier bien no es ni mas ni menos que el suficiente para pagar la renta de la
tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital empleado para obtenerlo, elaborarlo y llevarlo al mercado de acuerdo
con sus tipos naturales, el bien se vende entonces a su «precio natural»: «El bien se vende, entonces, por su valor o por lo que
realmente le cuesta a la persona que lo trae al mercado...»
Aunque se ha puesto de moda entre los economistas el denigrar cualquier teoría del valor basado en el trabajo ¿no son
operaciones intelectuales muy similares las que llevan a cabo los economistas de nuestros días cuando suponen, en sus
proyecciones de tasas de crecimiento, que los precios permanecerán estables, o cuando comparan la capacidad económica de los
EE. UU., el Reino Unido y la URSS sobre la base del numero de horas necesarias en cada país para que un trabajador medio
pueda comprar un lote de bienes, por ejemplo, un par de zapatos, una radio o un automóvil?
El trabajo, esencia del valor. (Viner) La originalidad teórica de Smith reside en la transición que opera de la tierra al trabajo
como factor esencial en la producción, acoplando un modelo global del proceso económico que procede de Quesnay a una teoría
del valor fundado sobre el trabajo, una teoría que proviene de Locke. Marx opina que con Adam Smith la búsqueda de la esencia
de la riqueza avanza un paso importante; y contrapone los mercantilistas, que según él no conocieron más que la esencia objetiva
de la riqueza (dinero, metales preciosos), a Smith, que descubre en el trabajo la esencia subjetiva de la misma; contrapone
además Smith a Quesnay, que insistió en la producción pero no llegó a tomar conciencia del papel fundamental del trabajo.
Dumont hace notar que el impulso que anima a todos, desde Quesnay hasta Marx (o quizás ya desde los mercantilistas), es la
Adam Smith, curso 1999-2000 - 39 -
búsqueda de una esencia de la riqueza, un factor único, una entidad suficiente por sí misma generadora de valor: la búsqueda, en
definitiva, de la substancia del valor. Esta teoría del valor como fundado sobre el trabajo ejerce una fascinación peculiar sobre
nuestra mentalidad, en la medida en que estamos acostumbrados a pensar en un lenguaje de substancias más que en un lenguaje
de relaciones.
(Dobb) Después de rechazar el dinero, vuelve al trabajo como único patrón de medida posible. Dice que «iguales
cantidades de trabajo, en todas las épocas y lugares, puede decirse que son de igual valor para el trabajador. En su estado
ordinario de salud, fuerza y espíritu; en el grado común de sus capacidades y destreza, siempre debe entregar la misma porción
de su tranquilidad, de su libertad y de su felicidad... Por lo tanto, sólo el trabajo, que nunca varía en su propio valor, es el único
patrón definitivo y real por el cual puede ser estimado y comparado el valor de todas las mercancías en todas las épocas y
lugares. Es su precio real; el dinero es solamente su precio nominal».
LA DISTINCIÓN ENTRE TRABAJO PRODUCTIVO Y TRABAJO IMPRODUCTIVO.
Smith estaba dispuesto a dividir la población activa en dos categorías, en relación con el proceso de expansión económica a
largo plazo. Los empleos «productivos» 1) debían conducir a la producción de objetos tangibles, condición previa para la
acumulación, y 2) debían dar lugar a un «excedente» del que se pudiera disponer para futuras reinversiones. En la práctica,
normalmente identificaba los empleos «productivos» con aquellos en que la mano de obra trabajaba con bienes de capital. La
línea divisoria de los empleos «productivos» e «improductivos» no era considerada como un juicio de valor, sino como una
distinción analítica para el estudio de la evolución económica a largo plazo. Distinción utilizada por los fisiócratas, que
mantuvieron que la agricultura era la única actividad económica «productiva» (=generadora de excedente).
El capítulo 3 (que introduce la distinción entre trabajo productivo y trabajo improductivo),
con su gran insistencia en la propensión al ahorro como verdadero creador del capital físico
(«Parsimonia, y no industria, es la causa inmediata del aumento del capital» pág. 301; «todo
pródigo es un enemigo público, y todo hombre frugal es un benefactor público», pág. 304),
significa la victoria, que duraría más de 150 años, de la teoría favorable al ahorro. «Lo que anual-
mente se ahorra se consume tan regularmente como lo anualmente gastado, y aproximadamente
en el mismo tiempo; pero es consumido por un conjunto diferente de personas» (pág. 302), a
saber, los trabajadores productivos, cuyos salarios y cuyo empleo se relacionan así positivamente
con el tipo de ahorro identificado - o, al menos, puesto en equivalencia - con el tipo de aumento
del capital, o sea, con la inversión. En este capítulo los ingresos son el beneficio mas la renta,
exactamente igual que en Marx.
EL TRABAJO ESTÉRIL O IMPRODUCTIVO.
Smith rechaza la pretensión fisiocrática de que el trabajo en la industria era estéril o impro-
ductivo. Deseaba reservar la denominación de «improductivo» para el trabajo de los «sirvientes
domésticos» y para el de los dependientes (ya fueran de casas de familias aristocráticas o del
gobierno) que realizaban sus servicios en forma directa para su señor o dueño, quien pagaba
estos servicios con parte del «ingreso» en una transacción que debía ser calificada de «consumo»
y no de «producción»; la razón aducida era que estos servicios no eran seguidos ni
complementados por ninguna otra venta destinada a obtener beneficio. «El trabajo de los
sirvientes domésticos (a diferencia del trabajo de artesanos e industriales) no asegura la
continuación de la existencia del fondo que los mantiene y los emplea. A expensas de sus dueños
está su manutención y el trabajo que realizan es de tal naturaleza que no puede reembolsar ese
gasto. Ese trabajo está constituido por servicios que perecen, por lo general, en el mismo instante
en que se realizan, y no quedan fijados ni concretados en alguna mercancía que sea vendible. Por
tomar esto en cuenta... he clasificado a los artesanos, industriales y comerciantes, entre los
trabajadores productivos y a los sirvientes domésticos entre los estériles o improductivos».
NOCIÓN DE TRABAJO PRODUCTIVO.
(Dobb)
Noción de trabajo productivo: aquel que no solo repone los gastos directos de producción,
incluyendo sus propios salarios, sino que ademas rinde un beneficio o un excedente sobre estos
gastos (en términos modernos: un excedente sobre el valor de todos los insumos). Esta es la
misma noción que la de los fisiócratas; y Marx hubo de llamarla «la definición correcta».(Marx
Theories of Surplus Value. parte 1, traducción inglesa de Emile Burns, Moscu, sin fecha, p. 148:
«El trabajo productivo, según su significado para la producción capitalista, es el trabajo
Adam Smith, curso 1999-2000 - 40 -
asalariado que, intercambiado por la parte variable del capital... reproduce no sólo esta parte del
capital (o el valor de su propia fuerza de trabajo) sino que ademas produce plusvalía para el
capitalista... Sólo es trabajo productivo el que produce un valor mayor que el suyo propio».
Véase también El capital, t. X (edición de Moore y Aveling) p. 517: «La producción capitalista
no es simplemente la producción de mercancías sino, en lo esencial. es la creación de una
plusvalía... Ese trabajador sólo es productivo si produce una plusvalía para el capitalista. y de
este modo trabaja para la autoexpansión del capital»). Se derivaba de ello que todas las
actividades gubernamentales eran improductivas así como «... algunas profesiones tanto de las
mas graves o importantes como de las mas frívolas: clérigos, abogados, médicos y hombres de
letras de todo tipo; jugadores, bufones, músicos, cantantes de ópera, bailarines de ballet, etc».
Smith no negaba a estos grupos una renta por los servicios prestados. Sólo insistía en que sus
esfuerzos no ayudaban a hacer mas rica la sociedad del mañana. (Barber)
TRABAJO PRODUCTIVO Y PLUSVALÍA.
(Dobb)
En segundo lugar se encuentra la noción del trabajo productivo como incorporado a una
«mercancía vendible», que tiene un valor de cambio propio y por lo tanto es susceptible de
reventa: esto en contraste con los «servicios que, por lo general, perecen en el mismo instante en
que se desempeñan». En esto se ha centrado la atención de los comentarios y discusiones
posteriores hasta nuestros días. En el capitulo iii, del libro ii, Smith dice que: «hay una única
especie de trabajo que añade valor a la materia a la cual se incorpora: hay otra que no tiene dicho
efecto. El primero, en cuanto produce valor, puede ser llamado productivo... El trabajo de un
sirviente doméstico por el contrario, no añade ningún valor». Después de tratar de demostrar que
«un hombre se hace rico empleando a una multitud de gente industriosa y pobre empleando a una
multitud de sirvientes domésticos» vuelve a hacer referencia al trabajo que se fija sobre
«materias primas particulares o mercancías vendibles» en contraposición con los «servicios [que]
por lo general, perecen en el mismo instante en que se desempeñan, y rara vez dejan huella de
valor detrás de ellos». Puede suponerse que Adam Smith no consideraba la posibilidad de un
beneficio o plusvalía, a menos que el trabajo en cuestión produjera una mercancía vendible. Pero,
como lo vuelve a observar Marx, los actores, los músicos, los bailarines, los maestros, los
cocineros y las prostitutas pueden todos crear un excedente o beneficio para un empleador en el
caso en que estén empleados por «un empresario de teatros, conciertos, burdeles, etcétera».
(Marx, Theories of Surplus Value, parte 1, pp. 160-164. Añade, ademas «La cocinera del hotel
produce una mercancía para la persona que como capitalista ha comprado su trabajo, o sea el
propietario del hotel - el consumidor de costillas de cordero tiene que pagarle al propietario del
hotel por el trabajo de ella, y para el propietario del hotel este trabajo (aparte del beneficio)
repone el fondo del cual continua él pagándole a la cocinera. En cambio, si yo compro el trabajo
de una cocinera para que ella cocine para mí.. entonces su trabajo es improductivo, a pesar del
hecho de que su trabajo se fija en un objeto material y podría muy bien (en lo que resultara) ser
una mercancía vendible, como lo es en realidad para el propietario del hotel», ibid., p. 161.
Ademas «un escritor es un trabajador productivo, no en la medida en que produce ideas, pero sí
en cuanto enriquece a un editor». Lo crucial del asunto, expresa Marx, es una «relación social de
producción» y no «la especialidad particular del trabajo» o «el valor de uso particular al cual este
trabajo especial se incorpora»; necesitamos «una definición del valor que se derive, no de su
contenido o de su resultado, sino de su forma social particular».Marx. Ibid., pp. 153-154, 156. En
El capital dice Marx: «Ese trabajador solo es productivo si produce plusvalía para el capitalista y
por lo tanto trabaja para la autoexpansión del capital... La característica que distingue al
trabajador productivo, según lo han señalado siempre los economistas políticos clásicos, es la
creación de plusvalía...» (El capital, t. x, traducción de Moore y Aveling, p. 517).
Adam Smith, curso 1999-2000 - 41 -
EL INTERÉS.
El capítulo 4 aborda el problema del interés. Puesto que, según se ha dicho ya, el beneficio
se trata como fenómeno fundamental y en este capítulo se toma como dado, el interés se sigue
sencillamente del hecho de que el dinero - o realmente, como piensa Smith, los bienes y servicios
del productor que se pueden comprar con él - tiene siempre una demanda con cierto premio,
motivado por la expectativa de beneficios.
V. Libro.
El libro quinto - que es el más largo, 28,6 por ciento del espacio total - es un tratado
prácticamente autónomo de hacienda pública e iba a convertirse en - y a ser por mucho tiempo -
la base de todos los tratados ochocentistas acerca de este tema. La teoría es inadecuada y no
profundiza gran cosa. Pero lo que hay de teoría sólida está admirablemente enlazado con los
datos acerca de desarrollos generales y particulares. Desde entonces se han acumulado más datos
y se ha perfeccionado la técnica teórica, pero nadie ha tenido hasta hoy tanto éxito en fundir una
y otra cosa - más un poco de sociología política - al modo de Adam Smith.
Marx y los socialismos. —42—
[Karl Korsch]
Desarrollo de la economía política. Históricamente nació como una parte de la nueva
ciencia de la sociedad burguesa, creada por la burguesía en su lucha revolucionaria para imponer
esa nueva formación económico social. Complemento realista de la ilustración filosófica, moral,
estética, psicológica, jurídica y política, en la que los ideólogos de la burguesía expresaron la
nueva realidad de la nueva vida burguesa, expresaron la nueva conciencia burguesa. La
economía política, una unidad con el conjunto de las nuevas ciencias burguesas de la sociedad.
En Adam Smith (1723-1790) la economía abarca todavía todas las relaciones sociales del nuevo
ordo vitae burgués surgidas del cambio de mercancías y de la división del trabajo. También en el
sistema de Ricardo (1772-1823) («verdadera anatomía» de la sociedad burguesa) se conserva
aunque en una forma abstracta la vinculación orgánica de la economía con el conjunto de la vida
social. Pero atención, aquí ya hay algo nuevo, un formalismo creciente, consecuencia ideológica
inevitable de la modificación real que en la misma época sufren las relaciones de producción
burguesas, perdiendo su originaria función de desencadenadoras e impulsoras de las fuerzas
productivas y convirtiéndose en ataduras no sólo de la evolución sino también de las fuerzas
productivas existentes.
No quiere decir que antes no hubiera habido crítica. También en la evolución anterior de la
economía política, cada fase de la evolución había sido criticada por la siguiente: crítica también
en un sentido no sólo teorético, sino correspondiente a una contraposición histórica real. Así los
mercantilistas habían sido criticados por los fisiócratas, éstos por A. Smith, éste por Ricardo.
Cada fase de esta crítica teórica había correspondido a una fase de la evolución histórica real del
Marx y los socialismos. —43—
modo de producción capitalista. Pero en todas esas fases, y fases de la crítica, el sujeto teórico e
histórico de la ciencia económica y de la economía había seguido siendo el mismo. Sólo en la
nueva fase de la evolución que comienza con la crisis de 1825 y con las grandes modificaciones
políticas de 1830, aparecen en la realidad social relaciones que ya no permiten una investigación
libre de los vínculos económicos de la sociedad burguesa; más exactamente, no la permiten
desde el punto de vista burgués. Una investigación científica rigurosa de la evolución social sólo
resultaba posible ya desde el punto de vista de la clase históricamente destinada a acabar con el
modo de producción capitalista y con la propia existencia de las clases.
Larga evolución de Marx, desde (1843-1849) que advirtió la importancia de la E.P. como
verdadera anatomía de la burguesía hasta que adoptó en vez de una perspectiva revolucionaria
general una específicamente proletaria y socialista, en vez de una filosófica idealista, una “cientí-
fica” materialista.
Así hacia la formación de una teoría crítica autónoma, cuya primera expresión en sus confe-
rencias de Bruselas 1847 (Ricardo Aguilera, Madrid 1977 Akal, Obras escogidas, tomo I (75))
Lohnarbeit und Kapital. Primer fragmentario atisbo de una exposición de las relaciones
económicas que están en la base de las luchas de clases y de las luchas nacionales de aquel
momento. Caracterización ya del capital como una relación social que no se apoya en la
relación hombre-naturaleza, sino en la relación hombre-hombre apoyada en la relación
hombre-naturaleza. Así hasta los años cincuenta y el Capital (1867-1879). Junto a esta
maduración materialista de la teoría social revolucionaria, siempre una creciente atención a la
teoría económica en sentido estricto. Una dedicación creciente al estudio de la economía política.
Por esa vía, la revolución social del proletariado vendrá a presentarse como una evolución
necesaria, una evolución económica impuesta por leyes inflexibles, en la cual la producción
capitalista, con la necesidad de los procesos naturales, tiene que engendrar su propia negación.
Es el fatalismo que sus críticos achacan a Marx. En realidad no se trata sino de una determinada
transformación del tipo de acción revolucionaria en esta nueva fase del movimiento socialista de
los trabajadores. La teoría económica materialista parece mostrar a los trabajadores un nuevo
camino revolucionario, alejado del antiguo entusiasta, utópico y voluntarista, un camino por el
que con rodeos y lentamente, pero con una verosimilitud rayana en la certeza del éxito pueden
organizarse y luchar. También en la lucha de la clase burguesa contra el feudalismo, a una fase
ilusionada, entusiasta siguió una segunda sobria. (1789-Convención). La teoría materialista y
científica de la revolución en Marx es una teoría de la segunda fase de la revolución proletaria.
El paso de la fase premarxista a la marxista, dice Engels, es el desarrollo del socialismo de utopía
a ciencia. Después de 1850 Marx se apoya cada vez más en los resultados científicos de la
economía burguesa clásica, pero trascendiéndolos.
Marx y los socialismos. —45—
Marx (1818-1883) atribuyó una importancia crucial a la economía política para la investiga-
ción de la sociedad burguesa: «la anatomía de la sociedad burguesa debe buscarse en la
economía política». Pero ni Marx (1818-1883) ni Engels (1820-1895) quedaron presos de la
ilusión de que aquella nueva ciencia de la economía política, producto de la burguesía en su
lucha revolucionaria contra el feudalismo, en la nueva época histórica en que ellos vivían,
mediante una sencilla evolución de sus conceptos fundamentales, pudiera convertirse en el punto
de apoyo teórico de la lucha de una nueva clase social contra la clase burguesa. La economía
política era una ciencia enemiga. No persistieron Marx ni Engels en el error superficial de creer
que el nuevo contenido de su teoría socialista y comunista fuera la mera consecuencia lógica,
culminación si se quiere, de las teorías burguesas de Quesnay (1694-1774), Smith (1723-1790),
Ricardo (1772-1823). Esa opinión, que fue la de los socialistas ricardianos, Owen, Proudhon
(1809- 1865), Rodbertus, Lasalle (1825-1864), les pareció a Marx y Engels una «aplicación
idealista de la moral a la economía», «utopía reaccionaria». Señalaban que el ideal de igualdad
que se había desarrollado en la época de la producción mercantil burguesa y que en lo económico
se había expresado en la ley del valor de los clásicos burgueses, era un ideal burgués, sólo
ideológicamente, pero no realmente, incompatible con la explotación del proletariado por el
capital: «... en lugar de derivar, de un modo utópico e idealista, las exigencias del socialismo y
del comunismo de las leyes de la economía burguesa, Marx y Engels expresaron el
reconocimiento materialista de que «según las leyes de la economía burguesa... la mayor parte
del producto no pertenece a sus productores». Lo que hace falta no es interpretar la economía de
otro modo, sino a través de una transformación real de la sociedad llegar a una situación en la
que las leyes de la economía burguesa dejen de ser válidas y la ciencia burguesa de la economía
se quede sin objeto».
Algunos resultados muy abstractos y difíciles del pensamiento marxista que contienen al
núcleo del pensamiento de Marx. Carta a Engels tras la aparición de El capital. Los tres puntos
fundamentales y fundamentalmente nuevos.
1. Que al contrario que toda la economía anterior que trataba los fragmentos separados de la
plusvalía como datos, bajo las formas fijas de la renta, el beneficio, el interés, Marx trata
primero la forma general de la plusvalía que los contiene a todos.
2. La idea de que si la mercancía tiene doble valor, valor de cambio y valor de uso, también
el trabajo representado en la mercancía debe tener ese doble carácter. Aquí está el secreto
de su concepción crítica.
3. Que por primera vez el salario del trabajo se representa como una forma de manifestación
de una relación irracional escondida detrás de él.
Las tres cosas son de decisiva importancia para la Aufhebung crítica de la economía por una
ciencia directamente histórica y social del desarrollo de la producción material y de la lucha de
clases. No en realidad una ruptura de la forma de la ciencia económica, sino un desarrollo de las
categorías y de los principios económicos hasta sacar a la luz la contradicción entre su forma y su
contenido. Este es el secreto de la teoría económica marxista. Llevar a su límite los conceptos
económicos de tal modo que se haga visible y atacable la realidad práctica e histórica oculta tras
ellos.
Marx y los socialismos. —46—
Desarrollo, llevar al límite... enlazando inmediatamente con los análisis con que la economía
política había cerrado su evolución: el análisis del valor ---> valor de uso y valor de cambio, y la
vinculación del valor al trabajo. Desarrollando esos dos análisis se hace Marx con su punto de
apoyo para la comprensión de la economía política. La distinción entre valor de uso y valor de
cambio en la forma abstracta en que aparece en la economía burguesa resulta teóricamente
insuficiente. El valor de uso aparece como un presupuesto del valor de cambio, pero para ser
olvidado enseguida y ocuparse sólo del valor de cambio como categoría económica. Según Marx,
es un error hablar del valor de uso en general; importa el valor de uso de la mercancía. Pero el
valor de uso de la mercancía no es de ninguna manera sólo un presupuesto extraeconómico de su
valor. Es un elemento del valor y en sí mismo una categoría económica (e histórica y social). El
hecho de que cualquier cosa tenga alguna usabilidad ("Brauchbarkeit") para algún hombre, vg. su
propio productor, no nos lleva todavía a la definición económica del valor de uso. Sólo el hecho
de que la cosa tiene usabilidad social, "utilidad para otros", nos da la definición económica del
valor de uso como propiedad de la mercancía.
Pero si el valor de uso de la mercancía queda económicamente definido como valor de uso
social, valor de uso para otros, también el trabajo útil que produce ese valor de uso queda
económicamente caracterizado como trabajo social, en un doble sentido: tiene un carácter social
general en tanto que trabajo específicamente útil que produce una determinada clase de valor de
uso social; y tiene un carácter histórico específico en tanto que trabajo social general que
produce una determinada cantidad de valor de cambio. La capacidad del trabajo social para
producir determinadas cosas útiles (una condición general del cambio de materia entre hombre y
naturaleza) se manifiesta en el valor de uso; su capacidad para la producción de valía y plusvalía
(una condición que resulta de la forma concreta de socialización del trabajo en la forma de
producción capitalista de una época histórica contemporánea) se manifiesta en el valor de cambio
del producto del trabajo. Los dos caracteres sociales del trabajo productor de mercancías
aparecen unidos bajo la forma de la mercancía.
Al vincular el valor al trabajo los economistas burgueses pensaban en las diversas formas del
trabajo real: los mercantilistas en el comercio, la exportación, la navegación; los fisiócratas en la
agricultura, etc. Sólo Adam Smith dio el paso a la forma general del trabajo productor de
mercancías. Pero ni él, ni luego de él Ricardo, más consecuente todavía, distinguen nunca
expresa y conscientemente entre el trabajo, tal como se representa en el valor, y ese mismo
trabajo, tal como se representa en el valor de uso de su producto.
de clases del proletariado. Una ojeada al primer volumen de El Capital es suficiente para conven-
cerse del carácter enteramente cambiado de la ciencia económica. Como objeto de la ciencia
económica aparece ahora, y no sólo en los capítulos que le están dedicados específicamente (5, 8,
11, 12, 13, etc.) sino en la obra, el proceso de trabajo, la producción material en su desarrollo
económico y social. El Capital, sólo nominalmente; su objeto real es el trabajo en su forma
contemporánea de subyugación por el capital y en su evolución hacia una forma nueva directa-
mente social y socialista.
El fetichismo de la mercancía
En sentido estricto, la crítica de la economía política no es otra cosa que el paso desde las
categorías económicas a las relaciones históricas y sociales ocultas tras ellas. Paradigmático, El
fetichismo de la mercancía (Capital I, 1er. capítulo, 4). Los productos de la mano humana, no por
naturaleza, pero sí por las concretas condiciones sociales del modo de producción capitalista,
adquieren una propiedad peculiar que influye en la conducta de todos los hombres participantes
de un modo profundo. Esta propiedad peculiar de los productos del trabajo cuando estos han sido
hechos no para el uso sino para su venta como mercancías, es lo que los economistas burgueses
llaman valor, y no procede ni de la materia de los productos del trabajo ni de su utilidad especí-
fica, ni de las cualidades especiales del trabajo invertido en su producción. Las relaciones de
valor que se muestran en el intercambio de los productos del trabajo como mercancías no expre-
san en realidad propiedades de las cosas, sino las relaciones sociales de los hombres que trabajan
en su producción. La sociedad burguesa es la forma social en la que las relaciones fundamentales
que contraen los hombres en la producción social de sus vidas, se presentan a éstos bajo una
forma invertida como relaciones de cosas. Y en la medida en que sus acciones conscientes están
gobernadas por estas representaciones, ---> fetichismo. Fetichismo de la mercancía pero también
del dinero, del capital, del salario.
Valor y plusvalor
(El manifiesto comunista no sería pues enteramente exacto. No es verdad que la burguesía,
disolviendo la dignidad personal en el valor de cambio haya puesto la explotación abierta en un
sitio que antes ocupaban las formas encubiertas de explotación de la Edad media piadosa y
caballeresca. En realidad por lo que las ha sustituido es por otra forma de explotación encubierta
más difícil de desenmascarar: el contrato libre, la libertad de trabajo).
Consideramos a partir de aquí la doctrina del valor y del plusvalor. La "igualdad" de trabajos
cualitativamente distintos, como meras partes, cuantitativamente diferentes, de un "todo trabajo"
es evidentemente lo que está en la base del concepto económico del valor; ahora bien, esa "igual-
dad" no es una condición "natural" de la producción de mercancías; antes al revés, es la produc-
ción de bienes bajo la forma de mercancías y su general intercambio la condición necesaria de
esa igualdad que de hecho sólo se manifiesta en el valor de las mercancías. Mas que de igualdad
podría hablarse de igualación.
De aquí la inutilidad, la inanidad de los esfuerzos de Walras y Pareto, de tabular los precios
basándose en la ley del valor-trabajo. El sentido de la ley del valor en la teoría marxista no guar-
da relación con ninguna intención de determinar los precios a través del valor. El valor es un
componente en la determinación del precio, junto a otros muchos componentes (carta a Engels de
27 junio 1867).
Mas entonces ¿qué pasa con la plusvalía, trabajo obrero no pagado? No tiene sentido inter-
pretarla como una especie de corrección contable, un simple ejercicio de cálculo, por el que el
capitalismo estafa formalmente a los trabajadores una parte del salario; ni exigir la abolición de
la plusvalía sería desde este punto de vista una mera aplicación útil de la moral, que reclama la
devolución al trabajador de la parte del producto de su trabajo estafada por el capital. Esta es una
visión de convenio colectivo. Mas bien la teoría de la plusvalía, como teoría económica, arranca
del hecho de que el empresario capitalista, normalmente, compra la fuerza de trabajo de sus
trabajadores en un intercambio en el que el trabajador recibe realmente con el salario todo el
contravalor de la mercancía que él vende. La ventaja del capitalista en ese negocio, la plusvalía,
no sale de la economía, sino de su posición social privilegiada. Como propietario monopolizador
Marx y los socialismos. —49—
de los medios de producción está en situación de usar esa fuerza de trabajo que él ha comprado
por su valor de cambio para, aplicando su valor de uso, producir mercancías. Entre el valor de las
mercancías que por la aplicación de la fuerza de trabajo por él comprada puede producir, y el
precio que por la fuerza de trabajo ha pagado a sus vendedores proletarios, Marx no dice que
exista ninguna relación económica ni racionalmente determinable. La magnitud del valor
producido por los trabajadores por encima del monto de su salario no es en la sociedad capitalista
el resultado de un cálculo económico: es el resultado de una lucha de clases, difícil de dirimir en
un convenio colectivo.
Sobre el contrato social, con la mayor brevedad. Mientras para los teóricos del siglo XVIII
es el individuo liberado de su vinculación a la naturaleza de épocas anteriores y de las ligaduras
feudales de la Edad Media el que se erige en punto de partida natural de toda la vida social en la
que encaja armónicamente en plena libertad (para los pensadores más superficiales) o some-
tiéndose a la ley del más fuerte (Hobbes, Rousseau, Hegel), en la nueva concepción marxista de
la sociedad el punto de arranque es una relación social dada para los individuos,
independientemente de su querer y saber. Mientras para la concepción burguesa las cosas y las
relaciones económicas eran externas al ciudadano individual, simples medios para sus fines
privados, para sus necesidades prácticas, en la concepción marxista los hombres y sus actos se
mueven en relaciones sociales determinadas, dependientes en cada caso del grado de desarrollo
de la producción material. Los máximos ideales de la sociedad burguesa, el individuo libre y
autónomo, la libertad e igualdad de todos los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos
políticos, la igualdad de todos ante la ley, aparecen ahora como representaciones correlativas del
fetichismo de la mercancía. Expresión, como él, de un determinado tipo de relaciones sociales de
producción, que de ser formas de evolución han degenerado, cada vez con mayor claridad, a
convertirse en cadenas de las fuerzas productivas. Sólo relegando al subconsciente las verdaderas
relaciones sociales de la sociedad contemporánea puede la Weltanschauung burguesa conservar
la ilusión de que la sociedad contemporánea está compuesta de individuos libres y autónomos.
Sólo a través de la inversión fetichista de las relaciones sociales que se entablan entre capitalistas
y asalariados en la "libre" compraventa de la mercancía trabajo, es posible hablar en esta
sociedad de libertad e igualdad. La ley burguesa, como decía Anatole France, "prohíbe con
imparcial majestad tanto a los ricos como a los pobres dormir bajo los puentes". O robar pan.
Socialismos no marxistas.
El socialismo utópico. escritores del siglo XVIII y primeros años del XIX que trataron de pintar el cuadro de una sociedad
perfecta del futuro, deducible de los primeros principios tanto de moralidad como de racionalidad ilustrada.
XVIII: Mably, contemporáneo francés de Adam Smith que formuló una crítica de la institución de la propiedad privada y
que opinaba que la Naturaleza ha destinado a todos los hombres a ser iguales.
Utópicos franceses del XIX. Saint-Simon y Fourier. El primero, un conde descendiente de una antigua y honorable familia
que renunció a su título durante la Revolución Francesa, se convirtió en el fundador de una especie de escuela (de la que formó
parte el filósofo positivista Augusto Comte). Después de su muerte se creó incluso una iglesia saint-simoniana. Entre otras
propuestas de reorganización de la sociedad según nuevos principios, presentó un esquema de asociaciones productivas y un
projet de travaux bajo la égida del gobierno y defendió el principio de que los derechos de propiedad debían fundarse únicamente
en la contribución a la producción de riqueza social. Sus discípulos, que desarrollaron sus doctrinas en aspectos importantes,
fueron mucho más allá y defendieron la supresión de la transmisión hereditaria de la propiedad y su eventual transferencia al
Estado. Fueron ellos los que incidentalmente acuñaron la fórmula «de cada cual según su capacidad y a cada cual según sus
necesidades». En su última obra, Nouveau christianisme, 1825, Saint-Simon trató de fundar una nueva religión dedicada «al gran
empeño de la más rápida mejora de la suerte de los individuos de las clases más pobres..., la clase más numerosa». Perseguida y
dividida, la escuela de Saint-Simon se desintegró durante el decenio de 1830.
Marx y los socialismos. —50—
Fourier; organización de phalanstères, comunidades en las que la producción y la vida social deberían organizarse sobre
base cooperativa o comunal. Esto permitiría realizar la natural e innata «armonía» humana, armonía destruida por la civilización
comercial. En esa nueva sociedad, el trabajo, en lugar de ser una carga, sería motivo de disfrute.
Voyage en Icarie, de Cabet (1838).
Proudhon, autor de Qu'est-ce que la propriété?, 1840, y de la expresión «la propiedad es un robo». Este aforismo
constituyó su respuesta al derecho, según Locke, a la propiedad derivada del trabajo. Aun con todo, en lo que se refiere a la
propiedad, se le puede calificar de «distributivista» tanto como, e incluso más, de socialista. Su influencia ha sido mayor en la
tendencia anarquista que en la socialista, puesto que dos de sus ideas centrales fueron la igualdad y la libertad individual y se
manifestó contra el comunismo y el Estado autoritario. El remedio ideado por él contra la tentación del préstamo a interés fue un
sistema de crédito universal y gratuito organizado a base de un banco de crédito cooperativo (el sistema de mutualité), propuesta
que atrajo los tiros de la crítica de Marx en su obra Misère de la philosophie.
XVIII Spence y Ogilvie dedujeron de los principios del derecho natural la conclusión de que la propiedad de la tierra debía
ser distribuida equitativamente y de que nadie debía poseer más que lo que pudiera cultivar. La Naturaleza, o Dios, había dado la
tierra «a todos los hombres»; una equitativa división entre todos era la garantía básica y la condición sine qua non de la libertad
humana.
William Thompson (en An Inquiry Into the Principles of the Distribution of Wealth 1824) dedujo el derecho del trabajador
a todo el producto de su trabajo a partir del postulado de que el trabajo es el único creador (activo) de riqueza. En el mundo real
se impedía su puesta en práctica mediante un sistema de «intercambios desiguales» que daban lugar a que parte del producto del
trabajo fuese robada poco a poco por los poseedores del poder económico. Aparte de su injusticia y de su oposición al axioma de
Bentham «máxima felicidad», este sistema privaba al trabajo de la mayor parte de su necesario incentivo (sustituyéndolo por la
necesidad como espuela del trabajo) y, por tanto, era contrario al bienestar nacional. Podía mantenerse que tal noción estaba
implícita de algún modo en el tratamiento de Adam Smith del beneficio y de la renta de la tierra como «deducciones» y en el
tratamiento que de ellos hace Ricardo como formas alternativas y rivales de la plusvalía.
Thomas Hodgskin publicó Labour Defended Against the Claims of Capital, que comienza con la siguiente afirmación:
«Existe en el momento presente en todo este país una grave pugna entre el capital y el trabajo.» Distinguía entre la propiedad
debida al propio trabajo, a la que considera un derecho natural, y la propiedad como el poder de apropiarse el producto del
trabajo de otros, es decir, entre el «derecho natural» de Locke y el derecho «legal o artificial» de propiedad por conquista o
apropiación. En un famoso párrafo declara: «Estoy seguro de que hasta que sea absoluta la victoria del trabajo, hasta que solo sea
rica la industria productiva y solo sea pobre la ociosidad ... hasta que el derecho de propiedad se funde en los principios de
justicia y no en los de esclavitud ... no puede, ni debe, haber paz en la tierra ni buena voluntad entre los hombres.»
J. F. Bray Labour's Wrongs and Labour's Remedy, que también contrapone los «intercambios desiguales» a los equitativos
y califica el intercambio entre capital y trabajo de «robo legalizado». Ambos escritores terminaban invocando una vaga especie
de cooperación al modo de Owen.
A primera vista, estos escritores tenían en común su deducción a priori de preceptos ideales para reconstruir la sociedad a
partir de primeros principios postulados de «justicia» o de «derecho natural». Pero lo que les convierte en precursores de Marx es
su lucha común en favor del trabajo productivo y en contra de toda apropiación del producto del trabajo más allá y por encima
del salario de subsistencia, y, por consiguiente, contra la concentración de la propiedad en pocas manos.
[Además de los utopistas franceses y los ricardianos ingleses, se incluye a veces en la categoría de los socialistas
premarxistas al economista alemán Rodbertus; por su concepto generalizado de renta de la tierra se le ha considerado precursor
de la teoría de la plusvalía de Marx. Sin duda, su teoría tiene a primera vista bastante en común con la de los socialistas
ricardianos ingleses. Pero su principal preocupación fue ofrecer una explicación de las crisis de superproducción (en términos de
subconsumo) y el modo de evitarlas. Su crítica de la sociedad puede calificarse de «socialismo conservador»; y las reformas
sociales que propugnó, de precursoras del «socialismo bismarckiano», más bien que del movimiento socialista popular, tal como
hoy lo conocemos. Por último, Lassalle (influido en algunos aspectos por Rodbertus) fue más bien un vulgarizador y
propagandista de las ideas socialistas que un teórico original.]
Los socialistas fabianos y el socialismo gremial. Cuando a finales de siglo surgió en Inglaterra el socialismo fabiano,
opuesto tanto al liberalismo económico del siglo XIX como al marxismo, había ya cambiado el clima intelectual. Había
Marx y los socialismos. —51—
desaparecido la influencia del racionalismo del siglo XVIII y de la metafísica del derecho natural, y con ellos la costumbre de
deducir modelos ideales para una sociedad futura a partir de determinados estados «naturales» míticos de la sociedad pasada. El
final de la era victoriana, época de transición de la edad del vapor a la de la electricidad y del libre comercio al imperialismo,
necesitaba una estructura mental más práctica, más mundana y más realista. Los fabianos no fueron los únicos que se
preocuparon por las deficiencias de la política de laissez-faire y por la conveniencia de ampliar las funciones económicas del
Estado. Algunos economistas académicos, especialmente Sidgwick, habían ya planteado esta cuestión, como unos años antes lo
hiciera de modo más tímido Jevons y como lo habrían de hacer tiempo después Marshall y su discípulo y sucesor Pigou.
Entre los autores de los Fabian Essays de 1889, había algunos nombres famosos, como los de Bernard Shaw, Sidney Webb,
Graham Wallas y Sidney Olivier, quienes, aun partiendo de un programa común, hablaban siempre con acento personal. Bernard
Shaw, primitivamente marxista, se hizo más tarde adepto de las teorías económicas de Jevons (por influencia del economista
Wicksteed), convirtiendo su anterior fe revolucionaria en creencia en el «gradualismo» evolutivo, que era el distintivo de todo el
grupo. Webb era el paciente empírico, versado en la literatura de las comisiones reales y leyes del Parlamento, capaz de disertar
ampliamente y con todo detalle sobre los males y deficiencias sociales que necesitaran remedio y sobre los pasos prácticos que
debería dar el gobierno para eliminarlos. En su ensayo fabiano subraya que «la historia no nos ha dado ejemplo alguno de
sustitución repentina del romanticismo utópico y revolucionario», ataca a la era del individualismo como la era de la anarquía y
propone un programa radical de reformas específicas como complemento necesario de la democracia política. Como grupo, los
fabianos se preocuparon de males y remedios particulares más bien que de una filosofía general de la sociedad o (con la
excepción de Shaw) de la denuncia de la propiedad privada y de la percepción de rentas, intereses y beneficios. Pusieron mucho
énfasis en la eficacia, y su método esencial podría ser hoy llamado de «ingeniería social». Algunos les han negado el calificativo
de «socialistas», debido a su falta de interés por cualquier tipo de radical reconstrucción de los fundamentos de la propiedad en la
sociedad. Quizá solo en Bernard Shaw pueden encontrarse vestigios de continuidad de las primitivas direcciones del socialismo,
en sus variantes inglesas y continentales, dado que hace un uso polémico (en los Fabian Essays y en otras obras suyas) de un
concepto general de renta como «excedente no ganado» que recuerda la plusvalía marxista, excedente creado socialmente que
debe apropiarse la sociedad y no los individuos.
Pisando los talones a los fabianos, y en gran parte como reacción al marcado étatisme de su visión, surgió un movimiento,
relativamente efímero, pero brillante, conocido con el nombre de «socialismo gremial». Nacido de un grupo de escritores
relacionados con la revista New Age (dirigida por A. R. Orage) durante el primer decenio de este siglo, reforzó pronto sus filas
con nuevos adeptos procedentes de la última generación universitaria (especialmente fabianos de Oxford y muy particularmente
G. D. H. Cole). Utilizó ampliamente ideas de los sindicalistas franceses, con su especial insistencia en la acción industrial directa
y en la «democracia industrial» de control directo de los trabajadores para corregir el sesgo centralizador y burocratizante
tradicional en el socialismo estatal. (La primera obra de Cole, The World of Labour, de 1913, es una prueba elocuente de su
inspiración francesa.) El objetivo de su crítica no fueron tanto las deficiencias particulares del individualismo capitalista como
los males y la odiosa degradación humana de la «esclavitud del salario», que consideraba el trabajo como una mercancía, para
cuya abolición se requería que la propiedad social del capital industrial se combinara con una organización de la industria bajo el
control de gremios democráticos integrados por los verdaderos productores (esto es, los trabajadores manuales e intelectuales de
las diversas industrias). La democracia industrial de este tipo era necesaria, no solo para emancipar a los trabajadores, sino
también para complementar, e incluso conseguir, la democracia política. En su teoría del Estado, los socialistas gremiales
tendieron a ser pluralistas y a rechazar la noción de soberanía estatal. Por su denuncia de la esclavitud de salario, el socialismo
gremial tenía más afinidades con el pensamiento socialista primitivo y continental que el fabianismo inglés, más típicamente
insular.
El utilitarismo. —52—
EL UTILITARISMO.
Introducción
El rechazo de la mayoría de los economistas a las tesis marxistas tuvo como consecuencia
que, para mejor distanciarse de Marx, lo hicieran también de la economía política clásica.
Coinciden con ella en el esfuerzo por demostrar las ventajas del liberalismo económico; pero los
economistas neoclásicos lo hacen siguiendo vías y razonamientos muy distintos.
El utilitarismo.
Ello hace necesario introducir el concepto de coste: los mismos medios se pueden adecuar al
logro de más de un fin o de un mismo fin pero por diversas personas. Su utilización para un
El utilitarismo. —53—
mismo fin acarrea el sacrificio de la posibilidad de alcanzar los otros fines, lo que conduce a los
utilitaristas a una primera formulación del principio de escasez: los fines del hombre son
ilimitados y los medios para satisfacerlos son escasos.
Esta caracterización general nos permite ver que el modelo de acción que el utilitarismo
propone es extremadamente simple, simplicidad ésta que le ha permitido, como contrapartida,
servir de vehículo a importantes formulaciones de la teoría social.
El utilitarismo, pues, no es más que la teoría de la persecución racional del interés propio en
su referencia individual. Y aunque el utilitarismo se refiera exclusivamente a la conducta indivi-
dual, implica además una concepción determinada del sistema social. En todo caso, la
racionalidad no es sino una premisa axiológica, y no una teoría psicológica.
Utilitarismo y contrato social. En el interior del utilitarismo como corriente se observa una
divergencia que puede rastrearse hasta mediados del siglo XVII, hasta el Leviathan de Hobbes
(1651) y los Dos Tratados de Locke (1690). Hobbes piensa que la generalización de la búsqueda
racional del interés propio conducirá a la intensificación progresiva de los elementos del
conflicto entre los individuos: perseguir el interés propio ha de redundar en detrimento de los
intereses de los demás. Es la guerra de todos contra todos. El orden presente en el sistema de
necesidades del individuo, la primacía de la pasión por la autoconservación genera un conflicto
cada vez más profundo, un conflicto que posibilita el recurso al fraude y a la fuerza y, por ello, la
vida del hombre es «solitaria, pobre, sórdida, brutal y corta». De aquí, en un nivel de
racionalidad superior al inmediatamente utilitario, la generalización del interés por el orden
social, el contrato social por el que se instituye una autoridad soberana para imponer el orden. Es
éste un tema constante en el pensamiento utilitarista.
(Parsons, estudioso del utilitarismo y utilitarista a su vez, señalará que, de hecho, «puesto
que la teoría marxiana tendía también a adoptar acríticamente el modelo utilitarista de la acción
en interés de la satisfacción de las necesidades individuales (a través de Ricardo)... la rigurosa
concepción de la soberanía del partido comunista podría muy bien ser herencia de la doctrina
hobbesiana»).
El otro polo de la divergencia utilitarista es el que representa Locke en los Dos Tratados
sobre el Gobierno Civil y que influirá poderosamente en A. Smith. El concepto clave aquí es el
de división del trabajo en tanto que comporta un beneficio mutuo en el intercambio. Locke
presupone la identidad de los intereses. Los hombres, en lugar de colisionar por la escasez y por
el choque de sus intereses, se sienten tan atraidos por la posibilidad de fomentar mutuamente sus
intereses mediante la división del trabajo y el intercambio que no necesitan recurrir a estrategias
conflictivas. Esta armonía natural de los intereses no hace, sin embargo, innecesario el contrato
social, sino que éste presenta aquí una faz enteramente distinta que en el modelo hobbesiano: el
contrato social se restringe a la mera protección de los derechos de los demás a la vida, la
libertad y la propiedad; tal protección exige un gobierno mínimo. La importancia de este modelo
lockiano radica en el hecho de que su concepto de la búsqueda racional, inmediata y directa del
interés particular de los individuos en el contexto de la división del trabajo y del intercambio
aportó el sistema de coordenadas dentro del cual se desarrolló la economía clásica.
J. Bentham (1748-1842)
El utilitarismo. —54—
Visionario nacido con siglo y medio de adelanto, fue un defensor apasionado de los métodos
cuantitativos para la ciencia social aun antes de que se hiciese en Inglaterra censo alguno (el
primero data de 1801). Luchó por el establecimiento de un vocabulario neutral para las ciencias
sociales, esforzándose al mismo tiempo por redefinir el lenguaje emocional y ambiguo de la ética
y la política. Se esforzó además por crear una ciencia del comportamiento humano dedicada al
estudio y medición objetivos de las pasiones y los sentimientos, los placeres y las penas, la
voluntad y la acción. Los principios de utilidad habrían de compendiar estas definiciones.
Ciertamente el utilitarismo puede ser prosaico, pero Bentham es apasionado. «Conocer sin
hacer no vale la pena». Fue un científico pero también un reformador, por el horror que le produ-
cía la Inglaterra del siglo XVIII y por el odio que le inspiraban sus leyes. Su pasión por la
reforma radical impregna sus pensamientos y sus actos. El «Common Law» inglés le parece
arcaico, no codificable, incomprensible, arbitrario, cruelmente vengativo, tortuosamente dilatorio
y ruinosamente caro.
Ante éste que se le antojaba laberinto sin salida, Bentham formulará, como mandamiento
ético para los gobernantes, el famoso principio de utilidad: obra siempre de tal forma que
asegures la mayor felicidad para el mayor número. La definición de felicidad la toma de
Helvetius: felicidad es el máximo de placer con el mínimo de dolor. Y por placer y dolor entien-
de todo aquello que el hombre considere que lo es. Aspiraba a aplicar a las ciencias sociales la
precisión verbal y los métodos cuantitativos de las ciencias físicas. Su cálculo psicológico es un
intento de medición de las variedades y dimensiones del placer y del dolor. El suyo es un
principio de máxima felicidad. Para él la maldad de un crimen es proporcional al número de
personas afectadas por él, de suerte que cuanto menor sea el dolor social menor deberá ser el
castigo. Las consecuencias de su razonamiento son ejemplares incluso para nuestro tiempo: los
motivos no deben contar en la ley penal, sino sólo las consecuencias (así, por ejemplo, no sería
un delito la homosexualidad).
Según Bentham, todas las reformas deben orientarse según el principio de la máxima
felicidad y sus cuatro fines subordinados del buen gobierno (subsistencia, abundancia, seguridad
e igualdad). Se suman a estos principios las doctrinas de Adam Smith y el resultado no es otro
que el «welfare state», con educación libre, empleo garantizado, salario mínimo, seguro de
enfermedad y subsidio de vejez.
Sugiere estudios sobre trabajo y ocio y plantea cuestiones como: ¿cuánto más produce un
hombre cuyo trabajo es ameno e interesante que otro cuyo trabajo es tedioso y repetitivo? ¿Cuál
es la relación ideal entre horas de trabajo y horas de ocio? ¿Cuáles son los incentivos a la produc-
ción eficiente?
El utilitarismo. —55—
Por supuesto, se trata de utopías que se quedaron sin reflejo práctico. Pero a pesar de ello,
Bentham tuvo éxito en la reforma administrativa, jurídica y parlamentaria. Rara vez, si es que se
ha dado alguna, la historia ha conocido una puesta en práctica tan directa y amplia del
pensamiento de un hombre. Proporcionó a los benthamitas un ideal, el de la máxima felicidad
para el mayor número, y un plan para conseguirlo. También un conjunto de hipótesis de trabajo y
de reglas aplicables a cualquier problema social; por ejemplo el principio de responsabilidad
unitaria, o la prioridad del procedimiento,... Entre los años 1829 y 1932 se aprobaron por el
parlamento británico no menos de ocho leyes inspiradas en Bentham directamente: la ley de
educación, la de pobres, la de sanidad pública,...
Este cálculo complejo se complica aún más porque aunque hay catorce placeres (placeres de
los sentidos, de la riqueza, de la habilidad, de la amistad, de la fama, del poder, de la piedad, de
la benevolencia, de la malevolencia, de la memoria, de la imaginación, de la espera, etc.) y doce
penas simples (las correspondientes), la mayoría de los unos y de las otras son complejos por su
asociación y hay que realizar nuevas operaciones aritméticas para tener en cuenta esas combina-
ciones.
Bentham se dio cuenta de que el problema más fundamental no era la complejidad del
cálculo, sino su posibilidad. ¿Se pueden evaluar realmente los diversos placeres o penas sentidos
por un mismo individuo? ¿Se pueden considerar equivalentes los placeres que los diversos
individuos obtienen de un mismo acto?
En un manuscrito que dejó inédito, Bentham llega a la conclusión de que la sola medida de
los placeres y de las penas es el dinero. Lo que un individuo está dispuesto a pagar para procurar-
se un placer o evitarse una pena es lo que mide ese placer o esa pena. No obstante, observa
(anticipándose a las especulaciones sobre la utilidad marginal) que el valor de los placeres
obtenidos por el dinero no aumenta proporcionalmente a la suma de dinero gastado, aunque en la
práctica es cierto que entre dos placeres la proporción es la misma que entre las dos sumas
gastadas para adquirirlo.
El utilitarismo. —56—
Así esboza Bentham su ciencia del hombre fundada sobre el cálculo de la utilidad, ciencia
que tendría que incluir el estudio de los problemas económicos.
Bentham parece inclinarse a defender la intervención del Estado para aumentar la felicidad
de los individuos, oponiéndose así a Adam Smith. Pero en sus escritos más directamente econó-
micos rechazaba la idea con estos argumentos:
1. La riqueza común no es más que la suma de las riquezas particulares, y nadie mejor que el
individuo sabe lo que hay que hacer para aumentar su riqueza.
2. La intervención del gobierno introduce un elemento de coacción que conlleva una alarma
universal que causaría muchas penas a los individuos.
Por eso Bentham propugna el «quietismo» del Estado. O sea, escoge la línea de Locke frente
a la línea de Hobbes, renuncia a escribir —como parece que quiso— sobre economía política y
se adhiere, primero a las doctrinas de Smith, y luego a las de Ricardo. No obstante, sus ideas
tendrán resonancias entre los marginalistas así como en el siglo XX entre los defensores de la
«Welfare Economics».
Los precursores de la escuela neoclásica. —57—
Los precursores directos del marginalismo neoclásico: Von Thünen, Gossen y A. Cour-
not
Von Thünen (1783-1850) En su obra El Estado Aislado elabora una teoría de los cultivos en una región
apoyándose en el razonamiento marginal. Así, dice: «la aplicación de dosis sucesivas de trabajo a una parcela
debe continuar hasta que el rendimiento suplementario que se obtiene gracias al último trabajador empleado sea
igual en valor al salario que éste recibe», o: «la renta del capital está determinada por el rendimiento de la última
dosis de capital empleado».
Gossen (1811-1858) hace una exposición de las leyes del intercambio y establece una ley según la cual los
consumidores tienden a igualar las satisfacciones que les proporcionan las unidades monetarias marginales gastadas
en la compra de diversos bienes. Es autor de una obra titulada Entwicklung der Gesetze des menschlichen Verkehrs
(1858), donde define la ciencia económica como «la teoría de los procedimientos por los cuales el individuo y la
sociedad pueden obtener el máximo placer con el mínimo esfuerzo». Enuncia allí las denominadas leyes de Gossen:
1) Toda necesidad disminuye en intensidad a medida que se satisface. Pero ninguna unidad de una cantidad
dada de riqueza, por ser intercambiable con las demás unidades, puede tener un valor superior al de la que se aplica a
la satisfacción de la más débil de las necesidades satisfechas.
2) Todo individuo que desea satisfacer muchas necesidades de naturaleza diferente con una cantidad fija de
gastos debe distribuir estos de forma que el placer producido por cada uno de ellos sea el mismo. En economía
monetaria, todo individuo debe distribuir sus gastos en dinero entre los diversos bienes que compra para satisfacer
sus necesidades, de forma que la satisfacción extraída de cada una de las unidades gastadas en forma diferente sea
igual. Sólo así se obtiene el máximo teórico de satisfacción.
Cournot no hizo investigación alguna sobre las causas del valor. En sus Recherches sur les
principes... concentró su atención sobre el valor de cambio, al que consideraba como el único
fundamento de la riqueza en el sentido económico de la palabra. Rehuyó discutir la relación entre
el valor de cambio y la utilidad porque pensaba que no había para ésta una medida fija.
Como matemático vio que las relaciones en el mercado podían considerarse como puramente
formales, que ciertas categorías como la demanda, el precio, la oferta, etc., podían considerarse
Los precursores de la escuela neoclásica. —58—
como funciones las unas de las otras, que, por lo tanto, era posible expresar las relaciones del
mercado en una serie de ecuaciones funcionales, y que las leyes económicas podían formularse
en un lenguaje matemático. Según él, los economistas anteriores habían huido de los símbolos
matemáticos: imaginaban que el uso de símbolos y fórmulas no podía llevar sino a cálculos
numéricos, y como claramente veían que el asunto no era adecuado para tal determinación
numérica, llegaron a la conclusión de que el aparato matemático era ocioso y pedante. Pero
Cournot señaló que los símbolos matemáticos podían usarse para expresar las relaciones entre
magnitudes sin dar a esas magnitudes valores numéricos. El valor de cambio era por esencia un
concepto relativo que implica la idea de una razón entre dos términos; por tanto, era campo
natural para la aplicación del cálculo.
La separación radical entre la moral y la ciencia sostenida por Kant habría debido llevarle a
la idea de que la ciencia del hombre, ser moral, no puede ser construida según el modelo de las
ciencias de la naturaleza. Pero Kant, ecléctico y muy respetuoso con las ciencias exactas, no
quería oponerse a los que a partir de Descartes habían tratado de construir una ciencia del
hombre según el modelo de la física. Así, pensó en hacer de la economía política una «técnica
práctica», esto es, una ciencia aplicada que, aun ocupándose de fenómenos humanos, empleara
los conceptos utilizados por las ciencias exactas que Kant analiza en su filosofía teórica. De este
modo, en su introducción a la Crítica del Juicio Kant escribió que no debe considerarse a la
economía política como perteneciente a la filosofía práctica, ya que contiene normas de
comportamiento y por tanto técnicas que sirven únicamente para producir un cierto efecto
posible según los conceptos naturales de causa y efecto, normas que forman parte de la filosofía
teórica. O sea: las actividades económicas, aunque sean el producto del hombre, no ponen en
juego ni la moral ni la libertad.
Esta mecánica social será, ante todo, la economía política, que tiene por objeto esencial las
leyes bajo cuyo imperio se forman y circulan los productos de la industria humana en sociedades
lo bastante numerosas como para que las individualidades desaparezcan. Se trata de actividades
humanas que pueden ser comprendidas haciendo abstracción de la moral, ya que en la sociedad
la ley de los grandes números diluye el carácter moral de las acciones individuales.
Por lo demás, Cournot está de acuerdo con los economistas liberales en lo que respecta a las
aplicaciones prácticas de la ciencia económica y en la mayor eficacia de una economía fundada
en el principio del libre mercado.
La escuela neoclásica. —60—
En el tercer cuarto del siglo pasado, la economía política en Gran Bretaña se halla dominada
por el objetivismo clásico de Ricardo a través de las doctrinas de J. St. Mill y sus discípulos.
Pero en los años 70 se abandonó el análisis clásico del coste real y se desarrolló un intento de
basar el pensamiento económico en nociones subjetivas, prefiriéndose las ideas psicológicas
sobre el coste como vía para refutar el cambio que Marx había dado a la doctrina clásica. En
realidad, el marginalismo es una defensa, tal vez inconsciente (peroesta concesión ¿no parece
demasiado ingenua?), del statu quo; sus representantes reforzaron los vínculos débiles de la doc-
trina clásica y así restablecieron un sistema en el que los hombres de negocios y los capitalistas
absentistas podían encontrar una justificación a sus ambiciones o a la defensa de sus privilegios.
El marginalismo se constituyó así en una apología mistificada de la élite de poder; y era lógico,
puesto que se definía la economía como un estudio de la riqueza, y no del bienestar.
Su principal obra económica lleva como titulo Theory of Political Economy (1871); en ella
Jevons escribe estas frases:
«Mi teoría es de carácter puramente matemático; es más, como opino que las cantidades con
que trato tienen que estar sujetas a variación continua, no tengo ninguna duda en utilizar la rama
adecuada de la matemática, llevando implícita la intrépida suposición de cantidades
infinitamente pequeñas. La teoría consiste en la aplicación del cálculo infinitesimal a las
nociones familiares de riqueza, utilidad, valor, demanda, oferta, capital, interés, trabajo y todas
las nociones cuantitativas pertenecientes a las operaciones diarias de la industria».
Jevons creyó que la economía era susceptible de convertirse en una ciencia exacta. Para él, si
fuera posible disponer de mejores datos, el cálculo numérico y la predicción estarían asegurados.
No vio que la sociedad comprende muchos elementos -relaciones significativas entre los grupos
y los individuos- que no son susceptibles de manipulación cuantitativa, elementos sin los cuales
la realidad económica queda mutilada.
Jevons se interesaba sólo por problemas económicos puros, dejando a otros el problema de
la aplicabilidad. La economía política tradicional británica se interesaba, en cambio, profunda y
constantemente por problemas prácticos cotidianos. Smith, Ricardo, Mill y, en la época de
Jevons, A. Marshall, eran realmente economistas políticos que querían emplear su ciencia como
un instrumento directo para las mejoras. Jevons y los austriacos convirtieron la economía en un
tipo de investigación diferente. No es azar que a su muerte Jevons dejara sin terminar un libro
llamado Principles of Economics (y no Principios de Economía política).
M. Dobb sostiene que «economics» no es lo mismo que economía política. Esta, como se ve
en A. Smith, Ricardo o Marx, trata de las relaciones entre las clases y grupos sociales, mientras
que la economía se centra en el logro de un equilibrio competitivo dentro de una sociedad
atomística. El énfasis pasa de los costes de producción a la utilidad. No sólo se desecha la noción
de coste objetivo, sino que además se considera inútil el concepto de excedente. Los problemas
cruciales son ahora los del valor de mercado y el equilibrio de los estados subjetivos de la mente.
El valor ya no tendrá de ahora en adelante una causa única, sino que procederá de las relaciones
de los participantes en el mercado: se debe a una función de utilidad siempre cambiante.
Así, el análisis marginalista fue algo más que otra forma de considerar el valor: fue un
enfoque alternativo del análisis económico. Ello aunque en gran parte de su aparato analítico,
Jevons siguió siendo un clasicista: así, su teoría de la distribución está dominada por los viejos
conceptos de la renta y los cambios en la población.
Jevons critica la teoría del valor-coste de producción de Ricardo, en especial la cuestión del
valor-trabajo. Es conocido el ejemplo del pescador de perlas que extrae piedras en vez de perlas:
Jevons afirma que su trabajo no da a esas piedras ningún valor; antes al contrario, el propio
trabajo pierde su valor.
Carl Menger (1840-1921) es el más influyente pero el menos leído de los autores que
configuraron la teoría económica dominante entre 1885 y 1935. De los tres fundadores del
moderno análisis de la utilidad fue el único que (a) basó su obra en una larga tradición, (b)
presentó su teoría en una forma que durante cierto tiempo no pudo mejorarse, y (c) consiguió
crear una escuela que siguió desarrollando sus ideas; sus discípulos inmediatos configuraron la
teoría microeconómica en la forma en que hoy la concebimos. Aunque sus dos obras principales
ni se reimprimieron durante cincuenta años ni se tradujeron al inglés durante 79, ejerció gran
influencia, hasta en la única escuela rival, la neoclásica de A. Marshall, de Cambridge.
De padre jurista poseedor de una gran biblioteca, Menger cursó sus estudios en Viena y en
Praga, doctorándose en Cracovia en 1867. Ejerció de periodista en Viena y Lemberg y ocupó la
oficina de prensa del primer ministro en la primera de las ciudades mencionadas. Los informes
que hubo de presentar sobre el mercado marcaron sus intereses intelectuales.
En 1879 fue nombrado profesor ordinario en Viena. Los siguientes 24 años los consagró a
enseñar economía general a sus estudiantes de derecho y a algunos fieles. Cada año reescribía su
curso.
De 1883 son sus Investigaciones sobre el método de las ciencias sociales, libro en el que
defiende la importancia de la teoría en las ciencias sociales, ante la indiferencia y hostilidad con
que sus colegas alemanes, influidos por la actitud antiteórica de la Escuela histórica moderna,
habían recibido sus Principios. Es la época de la Methodenstreit (disputa del método). La
escuela histórica no se interesaba por la historia como aproximación empírica a una eventual
explicación de las instituciones sociales, sino que quería llegar a través del estudio del desarrollo
histórico a las leyes de desarrollo de los conjuntos sociales y, a través de éstas, a las regularida-
des históricas vigentes en cada una de las fases de ese desarrollo. En lo esencial, el de la escuela
histórica es un enfoque positivista-empirista parecido al que más tarde adoptaría el
institucionalismo americano y cuyo nombre más exacto probablemente sea el de historicismo
(Popper).
Contra este uso de la historia para descubrir leyes empíricas, Menger defendía la función de
la teoría: reconstruir la estructura de los conjuntos sociales encajando sus partes mediante lo que
él llamaba método compositivo que se asemeja mucho a lo que hoy llamamos teoría
microeconómica. Menger se esforzó por poner de manifiesto la diferente naturaleza del objeto de
la teoría y de la historia y por prevenir la confusión de sus métodos. Una distinción ésta que, por
cierto, iba a influir notablemente en Rickert y en Max Weber.
acciones individuales, y, en segundo lugar, que en esa identificación no debían separarse los
aspectos genético y funcional.
De acuerdo con Menger, como los fenómenos económicos son fenómenos humanos hay que
buscarles explicación en la psicología: sólo ella puede descubrir el mecanismo que determina el
valor de las mercancías, indagar lo que hay de permanente en esos fenómenos y facilitar la
formulación de leyes científicas.
La teoría de los bienes: Según Menger, sólo en relación con una necesidad humana se
puede hablar de bienes. Además, hay que distinguir entre «bienes» a secas y «bienes económi-
cos». Un bien es toda cosa apta para satisfacer una necesidad humana y disponible para tal
función. De donde se desprende que:
lº ) No hay bien sin una necesidad correlativa; así, la medicina es bien para el enfermo y no
lo es para el sano.
2º) Tampoco hay bien si falta la aptitud técnica para satisfacer la necesidad; así, la casa en
ruinas deja de ser un bien, igual que una máquina perfecta en manos de un salvaje que no sabe
usarla.
3º) Los objetos no disponibles tampoco son bienes (como el oro en el fondo de la tierra).
4º) Hay que distinguir entre bienes de primer grado o directos, aptos para satisfacer
inmediatamente una necesidad (pan, vestidos,...) y bienes de grado superior o indirectos, que sólo
sirven para producir bienes de primer grado (materias primas, instrumentos de trabajo). Los
bienes de grado superior sólo tienen una utilidad derivada de los bienes de primer grado, cuya
producción facilitan.
5º) No todos los bienes son «bienes económicos». Sólo los escasos, i. e., los disponibles en
cantidad insuficiente para las necesidades. El carácter económico no es una cualidad intrínseca
de las cosas, ni depende del factor trabajo. Sólo los bienes económicos son apropiables y sólo
ellos tienen valor.
La teoría del valor: Para Menger el valor de un bien reside en la importancia que presenta
para el hombre; no reside en la cosa, sino en la relación entre el hombre y la cosa. Si desaparece
la necesidad, desaparece también, por tanto, el valor. Y es que toda evaluación expresa según
esto más un grado de importancia que una cantidad mensurable.
El valor se puede dar sin intercambio alguno, en las relaciones entre un individuo aislado y
los diversos bienes para satisfacer sus (diversas) necesidades. Hay así un problema del valor de
uso, además de uno del valor de cambio. Estos dos problemas son diferentes: hay bienes con gran
valor de uso y sin valor de cambio (como los recuerdos personales) y hay también bienes con
valor de cambio sin valor de uso (como el stock de un bodeguero abstemio).
La escuela austríaca. Menger. —64—
¿Cómo se fija el valor de uso? Consideremos: 1º) que nuestras diversas necesidades tienen
para nosotros importancia desigual, 2º) que cualquier necesidad es más o menos intensa según el
grado de satisfacción que haya recibido (así, para el sediento el primer vaso de agua es más
necesario que el segundo, y el vaso enésimo no satisface ya ninguna necesidad).
Esta tabla resuelve, a juicio de Menger, el valor de uso. Son igualmente útiles bienes que se
aplican a necesidades que llevan en columnas diferentes los mismos índices. Todo hombre
racional reparte siempre su renta entre los diversos tipos de gastos, de forma que siempre se
satisfacen a la vez necesidades de igual intensidad. (La tabla nunca se ha usado en antropología
económica, pero me parece que tendría muchas e interesantes aplicaciones, por ejemplo para la
comparación intercultural).
El valor de uso de cada una de las unidades de un stock depende de la intensidad más débil
de la necesidad que pueden satisfacer. La utilidad de la última unidad disponible de un stock de
bienes de idéntica naturaleza recibe el nombre de utilidad marginal.
Ciertos bienes pueden aplicarse a diferentes necesidades, como el agua (para beber, para
abrevar a los animales, para lavarse, ...). Si perdemos, por ej., una unidad cualquiera de nuestro
stock de agua, renunciaremos sólo a la satisfacción más débil que obtenemos de ella. Así el valor
de uso de cualquiera de los cubos de agua se determina por la utilidad del cubo menos útil (por
ejemplo, el de fregar la casa). Esa es la utilidad marginal del agua.
La escuela austríaca. Menger. —65—
Cada uno, por otra parte, confecciona su tabla de Menger según sus gustos personales; v.g.:
la necesidad de lectura para un intelectual tendrá un grado de importancia alto; bajo, en cambio,
para un deportista.
El valor de uso de los bienes «indirectos» es un simple reflejo del que tengan los bienes
directos que aquellos contribuyen a producir y también depende de su utilidad marginal, esto es,
de su productividad marginal.
Menger no construyó una teoría del valor de cambio, pues para él, aunque distinto del valor
de uso, era un fenómeno de igual naturaleza. El mecanismo sería el mismo. El valor de uso
supone una elección del consumidor entre diversos tipos de satisfacción, o sea, una especie de
intercambio interno. El verdadero cambio, el intercambio externo en que intervienen varios indi-
viduos también depende de las valoraciones subjetivas: sólo puede tener lugar cuando es
ventajoso para las dos partes, esto es, cuando cada una de ellas obtiene subjetivamente más de lo
que da. Así: dos campesinos, uno que tiene muchos bueyes y ningún caballo y el otro muchos
caballos y ningún buey; el primero valora en poco los bueyes que le sobran y en mucho los
caballos que no tiene; el segundo al revés. El primer cambio de un buey por un caballo es muy
ventajoso para los dos. El segundo ya lo es un poco menos.
El intercambio durará hasta que una de las partes valore por igual lo que da y lo que recibe.
Los discípulos de Menger quisieron convertir esta teoría del cambio en una teoría del precio.
Ahora bien, ¿a qué precio se verifica el intercambio? Menger distinguía al respecto tres
situaciones:
A1: (axioma de Bentham-Gossen): todo bien es una cantidad, esto es, cualquier parte del
mismo es un múltiplo definido de alguna unidad arbitrariamente elegida. Es decir: todo bien es
cardinalmente mensurable.
A2: (axioma de Bentham): para un individuo dado, la utilidad de un bien es una variable
cardinalmente mensurable. (Este es el supuesto más critico adoptado jamás en economía. Pero
Bentham suponía aún más, que existía un patrón de utilidad común a todos los individuos. Sin
eso no habría dicho que la medida de lo recto y lo erróneo es la máxima felicidad del mayor
número posible. Aunque se mostrara escéptico -«la felicidad de un hombre nunca será la
felicidad de otro hombre; una ganancia para un hombre no es una ganancia para otro; lo mismo
podría intentarse sumar 20 manzanas y 20 peras»-, esta era la voz de la incapacidad: aunque no
tuviera fundamento la aditividad de diferentes individuos, sin ella se paraliza todo razonamiento
político.)
A3: (axioma de Gossen-Jevons-Walras de la independencia de utilidades): la utilidad de un
bien para un individuo depende solamente de la cantidad que posea de ese bien.
De estos tres axiomas se deduce que la utilidad de un bien dado para un individuo dado es
una función U(x) de la cantidad x que el individuo posee de ese bien. Siguiendo a Jevons,
podemos distinguir entre utilidad U(x) e incremento de utilidad: incremento de U= U (x+x1)- U
(x). A la razón incremento de U / incremento de x Jevons la llama «grado de utilidad» y supone
que para un bien continuo esta razón tiende a un límite cuando incremento de x tiende a 0. La
propia razón incremento de U / incremento de x la podemos representar como U' (x) y es el
grado final de utilidad. La utilidad de x tiene así lo que en matemáticas se llama una función
derivada. De este modo se formula el principio de la utilidad marginal decreciente: dada una
Significación del marginalismo. Recapitulación y valoración. —67—
sucesión de dosis iguales del mismo bien, el incremento de la utilidad marginal disminuye con
cada dosis sucesiva y, en último término, se convierte en negativa.
La teoría subjetiva del valor, tomada simultáneamente como nuevo punto de partida del
análisis económico por W. S. Jevons, L. Walras y C. Menger, entre 1871 y 1874, base de una
reformulación profunda del objeto e instrumentos del análisis económico, que ha recibido el
nombre de "revolución marginal". Su novedad no consistió tanto en señalar los determinantes
subjetivos del valor, tema de arraigada tradición, como en hacer del concepto de utilidad el
elemento central del análisis económico.
Los problemas básicos que ocupaban a los economistas clásicos eran los que se referían a la
producción y distribución de la riqueza a lo largo del tiempo, y especialmente las tasas relativas
de crecimiento de la población y de los recursos materiales, así como las consecuencias de
ambos procesos para el progreso económico y el bienestar individual y colectivo. Es desde esta
definición del problema económico por antonomasia desde donde puede apreciarse el papel que
juega la teoría de la distribución en el análisis clásico. Porque si se postula, como hicieron la
mayoría de los autores desde A. Smith a J. S. Mill, que el crecimiento de la riqueza depende de la
acumulación del capital, es decir de la inversión, y por lo tanto del beneficio que la misma
proporciona, la distribución del producto social entre los grupos de sujetos con cuya
colaboración se ha producido será el elemento determinante del crecimiento ulterior de la
riqueza.
En la perspectiva que adoptan los economistas clásicos, la teoría del valor tiene como
primera y fundamental misión la de proveer de una unidad de medida invariable de la riqueza.
La única forma de examinar los cambios en la magnitud y distribución de la riqueza, que es un
conjunto heterogéneo de bienes, será el disponer de un instrumento de medida o común
denominador de todos ellos.
Significación del marginalismo. Recapitulación y valoración. —68—
Naturalmente, a esta necesidad de hallar una medida invariable del valor, que fue el
problema que preocupó a Ricardo hasta el fin de sus días, habría que añadir la necesidad de
explicar las causas del valor, un problema conceptualmente distinto y que posiblemente está
mucho más relacionado que el anterior con el origen ético de la ciencia económica. A pesar de
ello, a los economistas clásicos no les interesaría tanto el problema del precio de mercado como
el problema de la obtención a largo plazo de los valores relativos de los bienes. Este enfoque del
problema del valor parece "natural" en autores cuya preocupación fundamental la constituían los
cambios en la riqueza de la sociedad a lo largo del tiempo.
La "nueva economía" de la década de los setenta desplaza su atención hacia otros problemas,
y aunque los términos en los cuales se definen las cuestiones económicas sean análogas a las
utilizadas por los clásicos, ello no implica que los economistas neoclásicos estuvieran analizando
los mismos problemas. La preocupación central de los economistas neoclásicos cuando se
referían al problema del valor era explicar el fenómeno de los precios de mercado, que sus
predecesores habían descuidado, y cuando se referían a la teoría de la distribución, señalaban
hacia los factores determinantes de la formación del precio de los servicios productivos -trabajo,
tierra, capital, etc.-, por lo cual estos últimos pasaban a ser nada más que un aspecto del
problema general de la formación del precio de mercado. Este desplazamiento en la teoría de la
distribución correspondería a un desplazamiento del objeto del análisis económico que, en
formulación de Jevons quedaría configurado del siguiente modo: "Dada una cierta población con
varias necesidades y capacidades productivas, y en posesión de cierta tierra y otros factores
productivos, se requiere la forma de emplear un trabajo de modo que se maximice la utilidad del
producto."
La nueva concepción del objeto del análisis económico tuvo una consecuencia de capital
importancia en el desarrollo del pensamiento económico: el comienzo de la depuración de los
conceptos económicos de sus aspectos sociológicos. Esta depuración se produjo a dos niveles y
progresó con distinta rapidez en cada uno de ellos. En primer lugar, si la teoría de la distribución
no era más que un caso particular de la formación de los precios -de los factores productivos-, se
sentaban las bases para una disolución de las categorías clásicas de tierra, trabajo y capital. En
segundo lugar y paralelamente, se produjo una clara separación entre la retribución al factor en sí
mismo considerado y la retribución al propietario del factor. Esta dicotomía daría lugar a la
distinción entre renta personal y renta funcional, distinción que no tiene lugar en el análisis
clásico, que identifica la retribución a los factores de producción con los ingresos de los
propietarios de dichos factores. La economía inicia así un proceso de depuración de sus
conceptos que se elabora a través de una abstracción básica que excluye los elementos
sociológicos e históricos. Este cambio es tan significativo que afecta al nombre que, en adelante,
se dará al tratamiento científico de las cuestiones económicas: de la Economía Política se pasa a
la Ciencia Económica.
El cuerpo de análisis que hoy llamamos neoclásico: Hutchinson ha puesto de manifiesto una
opinión que podemos suponer compartida, por lo menos implícitamente, por la mayoría de los
economistas académicos de hoy: "hacia 1900 la superestructura del análisis marginal neoclásico
estaba completa en sus líneas maestras y se había alcanzado con bastante facilidad un grado
considerable de unidad y acuerdo respecto a dicha superestructura de fórmulas”.
En gran medida, la síntesis neoclásica a la que se refiere Hutchinson fue el resultado de los
esfuerzos de Marshall por integrar lo que consideraba elementos más valiosos de los análisis
Significación del marginalismo. Recapitulación y valoración. —69—
clásicos con los nuevos enfoques. Marshall ha sido considerado, por autores tan destacados como
Keynes y Schumpeter, como el economista más ilustre de su época, y cualquiera que sea el juicio
que merezca su obra, el hecho parece bastante indiscutible. En opinión de Schumpeter, Marshall
pensaba que: 1) El análisis inglés clásico requería una reinterpretación aquí y allí pero en él no
había nada fundamentalmente incorrecto, 2) las críticas austriacas y de Jevons se debieron en
gran parte a la incapacidad de entenderlo e interpretarlo adecuadamente, 3) la contribución
primitiva de Jevons y los austriacos consistió en iluminar el lado de la demanda de los
fenómenos de mercado, y 4) que al exagerar la importancia de la demanda, Jevons y los
austriacos habían errado tanto como Ricardo y Mill lo habían hecho al incurrir en el defecto
opuesto.
Alcanza su apogeo en 1843 con el Grundriss de Roscher, decayendo a partir de 1883, fecha
en que Menger publicó sus Untersuchungen. Una de las tendencias de esta escuela representará
una crítica socialista del capitalismo, aunque en Alemania bien pronto quedó en el fenómeno que
se acostumbra a denominar Kathedersozialismus o «socialismo de cátedra». Cuando su in-
fluencia llegó a los EE.UU. de Veblen, sus implicaciones revolucionarias se hicieron notar más.
El interés por la historia de la economía que los autores de esta corriente mostraban no era
nuevo. Algunas de las obras de la escuela clásica, La riqueza de las naciones entre ellas, se
distinguieron por el uso de métodos tanto históricos como teóricos. Pero lo que hace que autores
como Roscher, Hildebrand, Knies y Schmoller constituyan una escuela es la importancia
preponderante que asignan a la historia en el estudio del proceso económico.
Hay, empero, desacuerdos entre los historiadores del pensamiento económico. Para C. Gide
y C. Rist la escuela histórica tuvo una rama antigua (la representada por Roscher, Hildebrand y
Knies) y otra nueva (con Schmoller como cabeza visible). Schumpeter, en cambio, no cree que la
rama antigua deba considerarse «histórica». En todo caso, lo cierto es que Menger no hace
distinciones. Procedamos a una breve semblanza de estos autores:
K. Knies (1821-1898) publicó en 1853 La economía política desde el punto de vista del
método histórico. Más preciso que sus antecesores en la formulación de las cuestiones metodoló-
gicas, fue un adversario de la escuela clásica más decidido que ellos, a los que hasta cierto punto
también se opone. Así, objeta la aprobación parcial que Roscher da al método clásico y piensa
que las leyes de evolución de Hildebrand son una concesión excesiva a la teoría pura. Sostiene
entonces que el estudio histórico es la única forma legítima de la economía. Según él, en las
ciencias sociales no pueden existir leyes naturales, porque éstas son incompatibles con la libertad
humana. Tampoco hay leyes, dice, del desarrollo histórico: hasta la fe en el progreso es una
ilusión.
La escuela histórica alemana. —71—
Hacia 1870 puede decirse que se inicia la «nueva escuela histórica», representada
fundamentalmente por Schmoller y que tiene influencia en Brentano, Wagner, Sombart,
Weber, Bücher y Spiethof. Como principales tesis de esta escuela histórica podemos destacar
las siguientes:
1ª) No niega la existencia de leyes naturales en economía política, pero les atribuye un
nuevo carácter. Las leyes económicas no coaccionan a los individuos (libres, por ejemplo, para
vender a precios inferiores al del mercado, o comprar a precios superiores), sino que indican
cómo se comportan las masas (pues pese a la libertad individual, la ley de unidad de precio en
régimen de competencia sigue siendo verdadera): son leyes estadísticas. Son además
condicionales y relativas, válidas dentro de marcos institucionales determinados que deben
describirse antes de formular la ley. Igual que ciertas reacciones químicas sólo se producen en
condiciones de presión y temperatura determinadas, las leyes de los precios o de la distribución
de la renta pueden no ser las mismas en un régimen de competencia y en uno de monopolio, o en
uno de libre mercado y en otro de mercado intervenido.
2ª) La teoría clásica de los móviles económicos es absurda. Es absurdo razonar sobre el
hombre en abstracto y sobre su abstracto interés personal. Los móviles a que obedece la acción
humana son muy varios: el enriquecimiento, pero también la vanidad, la afición a la acción y al
éxito; también la piedad por los males del prójimo, el deseo de ser útiles a los demás o al
progreso; y, suponiendo que el hombre busque su interés, pocos son capaces de conocerlo bien.
Estas criticas inspiraron a Carlyle y a Ruskin en Inglaterra y a Veblen y a los institucionalistas
americanos. Además promovieron la aparición de una Sozialwissenschaft más amplia: junto a la
ciencia económica en busca de leyes causales para averiguar por deducción lo que ocurriría en un
mundo en el que cada uno buscara la satisfacción de su propio interés, la ciencia social estudiaba
los demás móviles humanos y su influencia en el comportamiento de las sociedades, acudía a
ciencias paralelas emparentadas, aunque distintas, que podían ayudarse y completarse recíproca-
mente.
3ª) Frente a los clásicos que procedieron por deducción a partir de principios considerados
evidentes, la escuela histórica trata de formular sus leyes por inducción a partir de la realidad,
tomando sus materiales de la historia, de la vida corriente, de las estadísticas. Según dice
Schmoller, la ciencia económica busca la verdad gracias a la utilización de todos los materiales
históricos, estadísticos y descriptivos que se ha conseguido acumular, y no a la continua
destilación de proposiciones abstractas, siguiendo las huellas del antiguo dogmatismo.
4ª) Como las condiciones económicas están constantemente cambiando y evolucionando, las
leyes económicas, cuando pueden descubrirse, tendrán que ser consideradas como esencialmente
relativas, como variables en el tiempo y en el espacio, como válidas dentro de marcos
institucionales determinados que habrá que describir antes de formular la ley. Las leyes de Smith
y Ricardo no pueden ser consideradas como absoluta y perpetuamente operantes, ni en la teoría
económica, ni en la práctica de la política económica. Es necesario abandonar el método
deductivo y reemplazarlo por el inductivo.
5ª) Se insiste en la unidad orgánica de la vida social. La vida económica social es algo más
que la suma de las actividades económicas de los individuos. La sociedad en su totalidad tiene
una existencia orgánica aparte de la de sus miembros. Se necesita una disciplina muy amplia que
comprenda el organismo todo de la vida social, lo que implicará la depreciación de las ciencias
sociales particulares.
La escuela histórica alemana. —72—
Todo ello constituía un poderoso estimulo para la investigación histórica de detalle, para el
conocimiento de la realidad concreta en todas sus manifestaciones particulares a través del
tiempo.
El «Methodenstreit».
Pero cuando la escuela histórica había alcanzado la cima acaso de su influencia, en 1883
Carl Menger publica su segundo libro, los Estudios sobre los métodos de las ciencias sociales y,
en particular, de la Economía política. En cuatro libros y nueve apéndices, Menger recorre muy
ampliamente los numerosos problemas de lo que los economistas y científicos están haciendo y
cómo lo hacen, en contraste con lo que deberían y cómo deberían hacerlo.
El principal propósito del libro, y el que le da su unidad, está en su provocador ataque a los
economistas históricos alemanes (Schmoller sobre todo), quienes «están siguiendo principios
metodológicos erróneos que han llevado a su investigación a una situación funesta». Les critica
muy especialmente su «fraseología sin sentido sobre problemas fundamentales».
Cierto que un estudio critico del método histórico era muy oportuno e incluso necesario,
pero Menger hubiera debido mostrar cierta comprensión de lo que los escritores históricos
estaban aportando, tanto crítica como constructivamente. Decía Marshall que «sería difícil
apreciar el valor del trabajo que ellos y sus compañeros ... han hecho al investigar y explicar la
historia de los hábitos e instituciones económicas. Es uno de los grandes logros de nuestra
época».
Las primeras partes del libro de Menger se dedican a una rígida separación entre Economía
Histórica y Estadística, de un lado, y Economía teórica, de otro, y al concepto de leyes exactas de
la última y de las hipótesis en que se apoyan. Menger distingue el conocimiento «particular»
(mejor, «singular») histórico o estadístico del conocimiento «general» teórico, y ambos de una
tercera categoría de ciencias o artes prácticas. Carece de sentido hablar del método de la
Economía Política abarcando la Teoría Económica y la Política Económica. Menger objeta a la
afirmación de Schmoller de que la Historia y la Estadística económicas eran «las partes descripti-
vas de la Economía Política»; no son tales, dice el autor de los Estudios ..., sino disciplinas
auxiliares. Añade que la opinión de Schmoller «es comparable a la de un carretero que desea ser
considerado como arquitecto porque ha acarreado algunas cargas de piedra y arena al lugar de la
edificación». Sigue diciendo que los economistas alemanes consideran equivocadamente como
un adelanto la combinación de lo teórico y lo práctico y no su superación, cuando los esfuerzos
de todos deberían dirigirse a fomentar esa separación. Las leyes exactas de la Economía Teórica
dependen de las hipótesis del puro interés individual, la infalibilidad u omnisciencia y la libertad
de movimiento. Schmoller, por su parte, señala que tal abstracción es irreal, ya que son comunes
el altruismo y los errores. Menger arguye que eso equivale a entender mal el método de las
ciencias: la química, por ej., usa conceptos como «oxígeno puro», el cual, como el interés
individual puro, nunca se encontrará en el mundo real.
Menger hace mucho uso de las comparaciones entre las ciencias naturales y las sociales,
interesado por subrayar los elementos comunes en los métodos de ambas: «estamos interesados,
dice, en estudiar cómo los fenómenos económicos más complejos se desarrollaron de acuerdo
con leyes desde sus más simples elementos... Es decir, seguir el método de investigación que ha
prevalecido en las ciencias naturales y ha llevado a tan grandes resultados, y que, en
La disputa del método. —73—
Menger trataba de insistir en ciertos temas de sus Estudios sobre los métodos tales como una
doctrina del individualismo metodológico en la que sostenía que todo análisis debe partir de
conceptos individuales, y no de los conceptos de «conjunto» y «colectivo», que no tienen
significado hasta que no son reducidos a los átomos individuales que los integran. En esta
doctrina del individualismo metodológico no siempre es fácil distinguir hasta dónde se está
simplemente estableciendo un principio lógico-científico y hasta dónde se está pronunciando un
dictamen político. En algunos autores austriacos posteriores, el «individualismo metodológico»
se halla relacionado con la doctrina de que el socialismo es económicamente imposible y de que
la economía competitiva individualista es la única norma posible.
Otro tema importante que aparece en los Estudios... es la idea de la relevancia y las ventajas
de los fenómenos sociales espontáneos, «irreflexivos», que no son resultado de ningún plan o
legislación, fenómenos tales como el lenguaje, el Estado mismo, la competencia o el dinero. Es
cierto que muchas cosas individuales y sociales se han hecho indudablemente mejor
inconscientemente que cuando fueron pensadas y planeadas deliberadamente. Los súbitos
desarrollos de la autoconciencia individual constituyen frecuentemente el origen de hondas crisis
en las vidas individuales; probablemente con las sociedades ocurre lo mismo. Desde Menger se
ha producido un inmenso desarrollo de la «autoconciencia social», con la difusión de la
urbanización, de la instrucción, los medios de comunicación de masas, las estadísticas sociales y
económicas, fenómenos que, reunidos, han producido este estado de «conciencia fanatizada» que
en su opinión caracteriza al mundo moderno. Entre los transformadores de la falta de conciencia
social en conciencia social están, claro está, los economistas y los científicos sociales. Para una
sociedad, como para un individuo, un aumento de la autoconciencia es un paso irrevocable, al
menos en una sociedad democrática con libre distribución del mayor conocimiento social. No
hay retorno a una dichosa infancia inconsciente, ni para el individuo, ni para la sociedad.
Veblen y el institucionalismo. —74—
Veblen tiene gran importancia para nosotros puesto que en buena parte se inspiró en la
antropología cultural. Según él, la economía es el estudio del aspecto material de la cultura
humana. Igual que la cultura, es producto de una evolución con diversas etapas de desarrollo.
Pese a ello, Veblen se centró en la explicación de la naturaleza y el funcionamiento del
capitalismo americano, su industria y negocios. La industria, dice, es útil al hombre porque
produce valores económicos, bienes de utilidad social que contribuyen positivamente a la
supervivencia de la raza, mientras que los negocios no son útiles al hombre porque sólo producen
falsos valores: aumentan el activo financiero de una persona, pero no aportan nada a la
supervivencia de la raza. La historia del capitalismo es la historia del conflicto entre la industria
y los negocios, un conflicto que terminará, bien con la institución del socialismo por los obreros,
bien con la imposición del fascismo por los financieros y militares.
Veblen hace una dura critica de la teoría económica neoclásica. Aunque acepta sus técnicas
de análisis de la oferta, la demanda y los costes, rechaza frontalmente su filosofía normativa, su
psicología racionalista, su metodología particularista y su visión mecanicista de la economía.
Para él la teoría económica pura tenía un nivel necesario pero insuficiente: había que completarla
con teorías económicas particulares de los sistemas evolutivos concretos.
Estas opiniones de Veblen son compartidas por todos los institucionalistas posteriores,
aunque éstos más bien piensan que el conflicto de clases se va a ver sustituido por la cooperación
de las mismas en un nuevo modelo de capitalismo. Según ellos, la industria es el motor
económico, produciéndose un desfase cultural cuando la industria avanza y no las instituciones
políticos.
Commons fue en buena parte uno de los inspiradores del movimiento sindical americano.
Todo lo dicho conduciría según él al capitalismo del bienestar. Mitchell no es, empero, tan
optimista, aunque cree también posible que el conflicto sea susceptible de corrección a través de
una planificación nacional. Clark, hijo de un economista neoclásico que fuera profesor de
Veblen, hizo una distinción fecunda entre la eficiencia social y la eficiencia comercial, entre
valores de mercado y valores sociales, entre costes sociales y costes de mercado (pudiendo éstos
ser bajos, pero acarreando altos costes sociales); esta distinción le condujo a postular la ne-
cesidad de una planificación liberal de la economía.
Vida de Veblen.
Nacido en 1857, era el sexto de los hijos de unos campesinos noruegos que emigraron a
EE.UU. en 1847, campesinos acomodados que, según se dice (aunque al parecer es falso), nunca
aprendieron el inglés. Como sus padres, el propio Veblen fue en cierta manera siempre una
personalidad marginal.
Vivió en tiempos revueltos de creciente presión de la sociedad industrial. América era presa
de la agitación de los campesinos contra los monopolios. El aumento de la productividad más el
crecimiento económico, en ausencia de una oferta amplia de dinero (pues prevaleció la
insistencia de los banqueros y hombres de negocios del Este en la necesidad de una moneda
estable), distorsionaron los precios. Había muchos bienes y poco dinero, por lo que los precios
cayeron. A la vez, las industrias manufactureras consiguieron aranceles proteccionistas. La
situación social se caracterizaba por el hambre de las masas obreras enfrentadas a unos
industriales intransigentes. El movimiento obrero no tardaría en organizarse. Cuando el dinero
aún se restringió más y los precios bajaron, los granjeros se sumaron a los obreros.
En los años ochenta y noventa el mundo de los negocios era una jungla. Prevalecían los
«trusts», y los granjeros, sin el apoyo de los obreros, se enfrentaron a ellos. Hubo profundos
cambios en el modo de vida. Hacia 1870 un 80% de la población era rural. Unos 60 años más
tarde ya había un 60% de población urbana. La cultura de las ciudades desplazaba el control
rural y en los barrios de las grandes urbes aparecían nuevas fuentes de presión política.
En este ambiente hubo constantes flujos de inmigración. La sociedad se hacía fluida, sin
raíces, caótica. Los avances tecnológicos e industriales provocaron la necesidad de nuevo capital
Veblen y el institucionalismo. —76—
e inversiones en gran escala, lo que dio a los financieros la oportunidad de ejercer controles más
estrictos sobre los hombres de negocios.
Este era el mundo de Veblen, si bien no aparecía muy claramente así en las ideas de otros
economistas. En vez de estos temas escribían sobre el espíritu de empresa, el ahorro, la
producción y la abstinencia.
A Veblen se le negó el status y los honores académicos, y tuvo pronto que soportar la
soledad intelectual por su compromiso con un conjunto de valores extraños. Los «profesores»,
alcanzados en el centro de sus proposiciones e incapaces de enfrentársele en sus propios
términos, optaron por su asesinato académico.
En el Carleton College, adonde acudió Veblen a los 17 años, se enseñaba a los estudiantes
las grandes verdades para hacer digerible la civilización monetaria del país: el hombre tiene
derecho a la propiedad como a la vida y a la libertad; el derecho de propiedad es una institución
divina para bienestar de todos los hombres; la comodidad y el ocio son los propósitos finales de
la riqueza; la renta es el resultado de la propiedad según derecho natural.
Luego Veblen pasó a la Universidad John Hopkins, de Baltimore, y después a Yale. Allí fue
alumno de W. G. Sumner, muy influido por el darwinismo social: la pobreza de los oprimidos
era consecuencia inevitable de la lucha por la perfección, creía; el hombre no debe interferir;
cualquier legislación que procure mejorar la condición humana conducirá a un mal peor. Una
filosofía así puede convertirse en una defensa feroz de los privilegios sociales, cosa que vería
perfectamente Veblen, quien además recibió la impronta del pesimismo de su maestro. Sumner
rechazaba la psicología racionalista implícita en la teoría económica clásica por que a su juicio
los seres humanos muestran tipos de comportamiento irracional y fatalista.
En 1899 Veblen publicó su primero y más interesante libro, La teoría de la clase ociosa.
Aunque su propósito fuera el de describir los hábitos de los nativos de las islas del Pacifico y
otros lejanos lugares, en realidad diseccionaba tranquilamente a los Yerkes, Rockefeller y
Harper. Un humor solemne disfrazaba el puro desprecio por el capitalismo, sus maneras y su
vulgaridad pecuniaria. El estilo de Veblen bordeaba la parodia de cómo hablaban los profesores.
Como profesor era horrible. Mascullaba sus esotéricas ideas y desanimaba deliberadamente
a sus estudiantes para que no volvieran a clase.
Murió en 1929, pocos meses antes del crack bursátil de Nueva York. Durante toda su vida
fue un agnóstico, un heterodoxo por sistema, con problemas domésticos. Nunca se integró
plenamente en la comunidad académica. Según Clark, comenzaba los cursos con 12 ó 14
alumnos y los acababa con 1 ó 2.
El Oeste medio americano fue durante su juventud, como hemos dicho, escenario de
revueltas agrarias y luchas campesinas. Y Veblen fue receptivo a las ideas reformistas y a los
ataques contra las grandes compañías anónimas. Pero gradualmente el entusiasmo por el
populismo, el sindicalismo radical y los diversos movimientos izquierdistas se eclipsó. En su
madurez ya pudo apreciar la pujanza de los valores del imperialismo, del mundo de los negocios,
y él comprendió mejor que la mayoría de sus contemporáneos la importancia de ese
acontecimiento.
Veblen y el institucionalismo. —77—
Entre las numerosas influencias que recibió Veblen cabe destacar las tres siguientes: la del
darwinismo, la del anarquismo utópico y la del marxismo, tres influencias muy desfiguradas y
entremezcladas, prácticamente irreconocibles.
Las menos claras son las darwinistas, puesto que él pensaba que el darwinismo social
reforzaba los valores capitalistas, por lo que negaba la relevancia para las ciencias sociales de la
selección natural, la lucha por la existencia o la supervivencia de los más aptos.
La influencia del anarquismo utópico viene muy marcada por la lectura de ciertas obras
antropológicas, en especial la lectura de Morgan, y arqueológicas. Al respecto valoraba el estado
salvaje en tanto que edad de oro sin jerarquías, clases, estados ni guerras: sin instituciones
sociales -esencialmente «malas»-, y sólo con los instintos humanos -«buenos»-. Estado salvaje
muy próximo al ideal de Veblen del «hombre sin amo», irreverente, frugal, independiente,
organizado en pequeñas comunidades demasiado pobres para mantener señores.
Categorías analíticas.
Lo cual nos lleva al concepto de desfase cultural. Según nuestro autor éste se produce
porque las tecnologías cambian más deprisa que los modelos organizativos y las normas
institucionales que controlan su aplicación. El proceso tecnológico de la producción industrial
Veblen y el institucionalismo. —78—
del siglo XX, por ejemplo, frenado por su contexto institucional arcaico de propiedad privada y
soberanía nacional (reliquias, por cierto del siglo XVIII), significaba el «triunfo de las
instituciones imbéciles».
Veblen no se dio cuenta, sin embargo, de que no es necesario que la tecnología cambie la
primera ni, sobre todo, de que los intereses creados pueden imponer su propia racionalidad. Un
ejemplo de las repercusiones teóricas de esta insuficiencia es su interpretación de la Primera
Guerra mundial como mero conflicto entre el dinastismo feudal alemán y las «instituciones
libres» ingresas, y no como colisión inevitable entre dos imperialismos capitalistas en expansión.
Veblen divide la evolución social en dos grandes etapas. La primera es el «estado salvaje»
prehistórico, cuasi idílico. Con la agricultura, no obstante, aumenta considerablemente el
excedente económico y, por consiguiente, aparecen la propiedad, las clases, el Estado, el clero y
la guerra. Es la segunda gran etapa que ha conocido la humanidad, la que él denomina «sociedad
rapaz» o época histórica, la cual se subdivide en (a) barbarie, donde la coacción la ejercen
directamente los militares y los sacerdotes, y (b) edad pecuniaria posmedieval, donde la coacción
es indirecta y semipacífica. La edad pecuniaria se divide a su vez en era artesanal y era de la
máquina (ss. XIX y XX), que es la que nos interesa. En ésta se agudiza el conflicto entre
«industria» (=tecnología, producción de bienes) y «negocio» (=finanzas, producción de un
beneficio).
Según Veblen, la industria es útil al hombre porque produce valores «económicos», reales,
bienes de utilidad social y privada que contribuyen a la supervivencia de la «raza». Los negocios,
en cambio, no son útiles, puesto que sólo producen valores pecuniarios, falsos, pseudovalores
que aumentan el activo financiero de la persona, pero no aportan nada a la supervivencia de la
«raza». Aunque los negocios hubieran adquirido una posición dominante desde el siglo XVIII,
los hábitos mentales impersonales, escépticos y realistas engendrados por la máquina en el siglo
XX, así como la misma tendencia de la tecnología de la máquina hacia una creciente
productividad terminarían por quebrantar los vínculos institucionales del siglo XVIII (el
nacionalismo, la observancia religiosa, la propiedad privada) que restringían la producción y la
encaminaban hacia objetivos despilfarradores, de carácter nacionalista y clasista. Ese conflicto
sólo podía terminar o en la institución del socialismo por los trabajadores o en la represión
fascista por los financieros y los militares, en una regresión a la barbarie rapaz y coercitiva.
Analizando los síntomas de su tiempo Veblen se mostraba pesimista, viendo más posible la
segunda salida.
Cualquier ciencia, como la economía, que trate de la conducta humana, se convierte en una
investigación genética del esquema de vida humano; y cuando, como en economía, el tema de
estudio es la conducta del hombre en sus contactos con los medios materiales de vida, la ciencia
debe ser necesariamente una investigación de la historia de la civilización material.
El tema propio de la economía es algo más complejo que la normalidad de las ecuaciones de
oferta y demanda, es la acción humana. La ciencia económica ordinaria, concentrada en cues-
tiones pecuniarias, se mantenía alejada de los temas relacionados con el proceso de
mecanización, con el que el hombre en sociedad estaba realmente comprometido. La teoría de la
utilidad desdeñaba los elementos de prestigio y estatus, siendo así que los intangibles del
mercado convierten la idea de la productividad especifica en algo inútil.
Además, añade Veblen, los economistas viejos trabajan con una concepción anticuada de la
psicología humana. A pesar de los descubrimientos de los psicólogos modernos, persisten en la
ecuación pena-placer, copia de una filosofía utilitaria pasada de moda. El hombre no es «un
ilustrado calculador de penas y placeres, que oscile como un homogéneo glóbulo de deseo». El
hombre, afirma nuestro autor, se gobierna por sus instintos, propensiones y hábitos. La
costumbre afecta a la realización de cualquier línea dada de esfuerzos.
Los economistas historicistas tampoco recibían mejor trato por parte de Veblen. Este no
aceptaba la noción de que la historia fuera un proceso que se realizase a si mismo y se moviese
por un impulso interno de acuerdo con los dictados de una divinidad hegeliana. Eso podría llevar
a una teoría del desarrollo, pero que también seria conjetural, sin relación con el análisis de
causa-efecto de un proceso genuinamente darviniano.
Implícita en el pensamiento de Veblen había una teoría del valor basada en la idea del
servicio a la humanidad y al individuo: puede imputarse valor a un bien en tanto que contribuya a
la facilidad para producir bienes y servicios. El valor deriva del estado de las técnicas
industriales, del tamaño de la población y del nivel de recursos naturales, La tecnología ocupa el
primer lugar. La distribución y el cambio son simplemente las expresiones pecuniarias del
proceso industrial, y a través de esos flujos los valores se convierten en beneficios privados. Esta
teoría del valor significa, como vemos, todo un ataque a los clásicos.
Veblen y Marx.
Veblen y el institucionalismo. —80—
Veblen admiraba profundamente a Marx. Sugería a sus estudiantes que Marx tenía todas las
respuestas. Se ha dicho además que su evolucionismo es más marxista que darwinista. Como
Marx, Veblen sabe que el cambio es fundamental para comprender las instituciones y las
relaciones sociales, desprecia el modo de pensar habitual -taxonómico- de los economistas
ortodoxos, reconoce la existencia de la explotación (que aparece en la apropiación de la mayor
parte posible del excedente material de la sociedad) y considera que las fuerzas directrices del
cambio económico y social son materiales (si bien Veblen daba más juego a los elementos
ideológicos y psicológicos).
Supo comprender que Marx era esencialmente un clásico que elaboró la lógica del sistema
capitalista mucho más consecuentemente que sus predecesores, pero que, como éstos, era tam-
bién teleológico al considerar que el socialismo era necesariamente el estadio final de la historia.
Calificó además la teoría del valor-trabajo como mística y metafísica. Por otra parte, su teoría de
la explotación difiere marcadamente de la marxiana, en cuanto da prioridad a los factores cultu-
rales sobre los puramente materiales. Finalmente, donde Marx parece haber tenido un objetivo
moral, Veblen evitaba decir otra cosa sobre el futuro de la civilización que no fuera señalar que
está sujeto a un proceso evolucionista impersonal. Y aunque Veblen aceptaba por completo la
interpretación económica de la sociedad, la entendía de modo diferente al de Marx; para él los
elementos psicológicos y sociológicos son tan significativos como, si no más que, los
económicos.
Veblen aceptaba que era necesario establecer relaciones y conexiones, pero, advertía, sin
olvidar que el único agente activo de la historia es el hombre. Y es que la acción económica es
siempre manifestación de la actividad de los individuos que actúan en una matriz social en la que
tiene lugar el movimiento histórico. La situación histórica constituye siempre la condición
objetiva del comportamiento humano, de forma que las instituciones y los modos de pensar
nacen de la adaptación individual a la totalidad de la acción social. Veblen pone mayor énfasis en
la función que en la estructura. Mientras que insistir en la estructura acaba, según él, en taxono-
mía, mera clasificación, un análisis funcional que incorpore percepciones históricas y
evolucionistas será realista y dinámico. ¿De qué otra manera se podría explicar el modo en que
las instituciones imponen modelos habituales de comportamiento a los individuos?
La cultura, según Veblen, se forma por los factores materiales que, a su vez, se afirman en
costumbres e instituciones. Esos factores materiales -herramientas, barcos, tierra, edificios,
maquinaria, equipo- constituyen el factor más importante del cambio. El máximo poder, base de
la historia en la sociedad moderna, es la tecnología. El interés de Veblen por la tecnología le
llevó, sin embargo, a prestar menor atención a los factores políticos. Este desprecio por tales
factores es uno de los puntos débiles de Veblen que se hace muy patente cuando llega a sugerir a
los ingenieros como los avanzados de la revolución.
Veblen concibe la historia como una sucesión de épocas o eras cuya denominación y
concepción está muy influida por las ideas de Morgan: salvaje inicial y salvaje final, bárbara
rapaz y bárbara semipacífica, era de la manufactura y era de los negocios. Estas dos últimas se
corresponden con la cultura de nuestro tiempo (o mejor, del suyo).
Veblen y el institucionalismo. —81—
Veblen pensaba que los elementos bárbaros subsisten aún en nuestro propio tiempo. Estuvo
éste precedido por una era de trabajo. El empresario, el maestro experto, el hombre pleno de
instinto de trabajo eficaz en suma era la figura característica de esa época. Pero a medida que se
desarrollaba el sistema industrial, el trabajo iba cediendo ante los estímulos pecuniarios,
iniciándose así la era del hombre de negocios. Los intereses materiales de la sociedad se
subordinan a la exigencia de beneficios del nuevo orden. Comienza la dicotomía entre el negocio
y la industria,
afectan mutuamente en cada momento. En ese proceso es en donde debe observarse la actividad
económica.
Con este análisis Veblen iba más lejos de la economía: utilizaba datos y consideraciones de
la psicología, antropología, filosofía, historia cultural, ...
Para Veblen el capitalismo ha dado origen a dos puntos de vista básicos que establecen una
dicotomía profundamente arraigada en la sociedad: el punto de vista de los negocios y el
industrial. La industria trabaja para conseguir cosas provechosas. Es una perspectiva que
promueve el progreso de un modo impersonal. El punto de vista pecuniario nace de las fuerzas
del mercado. Se refiere a los valores de cambio, valores que son de naturaleza sobre todo
psicológica. Su base es la posibilidad de venta que permite a los hombres de negocios apropiarse
el excedente material. Esta será la lucha del futuro, afirma Veblen: los que estén es-
tratégicamente situados intentaran siempre dedicar el excedente social a sus propios propósitos
privados. Desarrollan así los atributos de la clase ociosa. Por su parte, los implicados en el
proceso industrial dan expresión completa a su instinto de trabajo, y como resultado de su propia
reacción instintiva desarrollan un sentido de solidaridad, de clase.
Pero Veblen no era tan optimista como algunos socialistas sobre que la sociedad capitalista
caería por su propio peso; no había para él ninguna garantía de que los obreros se opusieran a las
clases propietarias en tiempos de crisis.
frugales y de industria. El cambio tampoco podía venir del proletariado. Los modelos de vida de
la clase ociosa dominaban más y más la sociedad entera. La critica a la profecía marxista del
inevitable advenimiento del socialismo es clara:
Puede ser que las clases trabajadores sigan la línea de los ideales socialistas e impongan un
nuevo contrato en el que no habrá discrepancias económicas de clase, ni animosidad inter-
nacional, ni política dinástica. Pero puede igualmente ocurrir, y puede pronosticarse así, que las
clases trabajadoras, con el resto de la comunidad, en Alemania, Inglaterra o América, sean
llevadas, por el hábito de la lealtad y por sus tendencias deportivas, a prestarse de manera entu-
siasta al juego de la política dinástica... Es absolutamente imposible ... predecir si el
«proletariado» llegará a establecer la revolución socialista o la abandonará de nuevo y enterrará
sus fuerzas en las extensas arenas del patriotismo.
Conclusión.
Para Veblen la acción humana en todas sus facetas era el campo propio del economista , no
sólo la estructura y organización de la vida económica, sino todo el comportamiento social. Su
economía era así una genuina ciencia cultural, cuyo punto central estaba en la concepción
institucionalista de que el mercado no es la única arena de la acción económica, y también en el
convencimiento de que el modelo económico válido para una época puede no serlo para otra.
El legado de Veblen fue una actitud mental escéptica y un fermento de brillantes ideas,
algunas más precisas y brillantes que otras: no un sistema compacto de definiciones para ser
objeto de ulterior elaboración, o un firme esquema de análisis de un tema bien definido sobre el
cual construir. Aunque la escuela de pensamiento, más bien amorfa, conocida como «insti-
tucionalismo», reconocía a Veblen como director, sus miembros siguieron en su mayor parte
diferentes temas y métodos. Por ejemplo, el paciente, preciso y prudente análisis de W. Mitchell
era casi lo exactamente opuesto a la vivaz manipulación de ideas de Veblen. Además, muchos de
los institucionalistas más jóvenes, en contraste directo con el escepticismo de Veblen, dedicaron
gran parte de su trabajo a problemas y técnicas de «control» económico y social. Pero el trabajo
de Veblen llegó a capitanear y caracterizar un sistema de planteamiento «izquierdista»
propiamente americano para los problemas económicos y para la enseñanza económica ortodoxa.
Su trabajo fue tan extremadamente americano en sus temas y fondo que la gran boga en su
propio país fue en su mayor parte compensada por un olvido casi absoluto en Gran Bretaña Pero
puede estar cercano el tiempo en que, por varias razones, se considere que el trabajo de Veblen
tiene un interés e importancia mucho mayores de lo que se ha pensado.
La teoría económica en la antropología. —84—
Malinowski.
Los conocimientos teóricos que poseía Malinowski procedían más bien de los sociólogos
(Schurtz, Cunow, Lewinski, Bücher, Thurnwald, M. Weber, Koppers) que de los
economistas. Sus conocimientos de economía sistemática fueron siempre muy limitados. Su
acercamiento al análisis económico se produjo al principio a un nivel descriptivo, de sentido
común, y a lo largo de casi toda su obra siguió siendo sencillo, nada sofisticado.
El valor de su obra y el estimulo que dio a otros para sus trabajos de campo se debe a la
novedad de sus investigaciones directas sobre el terreno y a su clarividencia al interesarse por las
relaciones entre la economía y otros aspectos del sistema social.
Hasta casi su último ensayo osciló entre una concepción convencional de la economía y otra
heterodoxa. La define como «el estudio de la producción, el cambio, la distribución y el consumo
de riquezas» (bienes materiales; no incluye los servicios). Opina que la teoría económica clásica
La teoría económica en la antropología. —85—
tiene que ponerse a prueba y reformularse en términos elásticos, pero que en su estructura
general es aplicable. Pero su concepto del valor está muy lejos del clásico (relación entre la
oferta y la demanda efectiva): «esa tendencia especifica, culturalmente determinada, a la
apropiación exclusiva de ciertos derechos de uso, consumo y disfrute de posesiones materiales».
Malinowski pensaba que él hacía sociología económica más bien que economía etnológica.
Y, así, es sobre todo en la riqueza de su análisis institucional donde está su verdadera contribu-
ción a la antropología económica. Esa contribución no cesó prácticamente en toda su vida de
trabajo, desde su articulo en la Festskrift, en el que quizá lo más importante sea la selección
especifica de la economía como un tema conexo con el ritual; además contribuyó al análisis del
concepto antropológico de trabajo y señaló el papel del totemismo como incentivo económico.
En The Family Among the Australians Aborigines (Londres, 1913), examina la naturaleza de
los derechos de propiedad, inclusive de propiedad de la tierra, y la división del trabajo, sobre
todo la división por sexos. Examina la economía de la familia, preguntándose en qué medida la
familia individual era en Australia una unidad económica y de qué forma los hechos económicos
determinaban la individualidad de la familia. Insiste en que la división del trabajo entre los sexos
también dependía de factores sociológicos: el trabajo que hacían las mujeres les tenía que
resultar repulsivo, por ser el que más difiere del juego. Y por eso cree que sólo lo hacían por la
compulsión que sobre ellas ejercían los hombres (corroborada por el terrorismo a que los varones
iniciados sometían a las mujeres).
En «The natives of Mailu: Preliminary Results of the Robert Mond Research Work in British
New Guinea», Transactions and Procedings of the Royal Society of South Australia (Adelaide,
1915), examina las leyes agrarias mailu investigando en relación con una porción determinada de
tierra todos los derechos sobre ella de que disfrutan los individuos y los grupos sociales, da datos
sobre el uso y la propiedad de las canoas, con detalles del precio por su alquiler, la composición
de la tripulación, las rutas, la carga transportada y la organización de las expediciones
comerciales. Todo breve, concreto, poco sistemático. Afirma que el principal elemento
psicológico en la propiedad del territorio de caza, las redes o las canoas parece estar más bien en
el anhelo de la preeminencia social que en el deseo de una participación mayor en los bienes
materiales y que los indígenas valoran en mucho el derecho a regalar cosas y a conceder a otros
el uso de sus privilegios.
En «The primitive economics of the Trobriand islanders» (The Economic Journal, Londres,
1921) habla de la existencia de distintas formas de organización económica, del trabajo indígena
y de los complejos principios de distribución; analiza los principios de tenencia de la tierra, la
integración del esfuerzo productivo por el ejercicio de la austeridad y de la jefatura, el papel de la
magia en la vida económica, la relación entre el caudillaje y el control de la riqueza. También
está presente la doble perspectiva que caracteriza a mucha de la obra posterior de Malinowski: el
entramado social del esfuerzo económico y la base económica de la acción social. Termina
diciendo: «el deber del etnógrafo es estudiar la acción recíproca y la correlación de la economía
con los otros aspectos de la vida social, pues pasar por alto la relación entre dos o varios aspectos
de la vida indígena es un error de omisión tan grande como pasar por alto cualquiera de esos
aspectos».
Argonauts of the Western Pacific, Londres, 1922; y en Coral Gardens and their Magic, Londres,
1935). La otra, el examen más general del papel de la organización económica en la vida social y
cultural (en «Culture», Encyclopaedia of the Social Sciences, vol. IV, 1931; «Culture as a
Determinant of Behavior», en Factors Determinig Human Behavior, Adrian, E.D. y otros,
Cambridge, Mass. 1937; y en A Scientific Theory of Culture, Chapel Hill, N. Carolina, 1944).
Su análisis del kula es muy brillante. Distingue entre la categoría tecnológica de los objetos
hechos para uso práctico, la categoría ceremonial de los instrumentos rituales y la categoría
económica de los objetos que tenían valor de cambio. Distingue también entre las diversas
formas de don y trueque atendiendo a criterios como la regularidad del traspaso, el grado de
sanción consuetudinaria, la inmediatez de la devolución, la equivalencia de la devolución y la
extensión del regateo. Demuestra la existencia de lo que luego se llamarían circuitos o esferas de
cambio diferenciadas. Introduce el concepto de reciprocidad que ayuda a centrar la atención en
las posibles implicaciones amplias de cualquier transferencia de bienes y servicios. Muestra
cómo el constante dar y recibir, no sólo entre los participantes específicos en un cambio, sino
entre los parientes y entre todos los miembros de la comunidad, da coherencia y sentido a la vida
social: «si trazamos un esquema de relaciones sociológicas, cada tipo de ellas que daría definido
por una clase especial de deberes económicos». Reconoce «la profunda tendencia a crear lazos
sociales a través del cambio de regalos». Para él, el intercambio constituye la base más notable y
sólida de la estructura social: la sociedad no se mantiene unida por un impulso místico a la
unidad, sino porque en general cada persona siente que a cambio de lo que da a los otros recibe
un servicio congruo.
Sin embargo, su concepción teórica del valor económico es poco clara; se concentra en los
factores de la demanda y en su contenido y sus determinaciones sociales. Considera principal-
mente el valor del alimento, que en las Trobriand depende principalmente de la exhibición y de
La teoría económica en la antropología. —87—
Tampoco son satisfactorios sus conceptos de uso o de utilidad, que restringe implícitamente
a la capacidad de satisfacer fines prácticos, inmediatos. Los objetos de valor kula «no son
utilidades en ninguno de los sentidos de la palabra»;son «demasiado buenos para ser usados, pero
eso hace todavía más deseable su posesión»; «se producen grandes cantidades, excesivas, sea
cual fuere la utilidad que pudieran poseer, sólo por afición a la acumulación por si misma». Esta
terminología no es la de los economistas: es el lenguaje de las amas de casa. Desde el punto de
vista del economista, esas cosas tienen utilidad: su uso consiste precisamente en almacenarlas y
exhibirlas o, caso de los excedentes de alimentos, dejarlos deliberadamente que se pudran. Mas a
pesar de la imprecisión de sus afirmaciones, Malinowski demuestra su tesis: los componentes del
valor económico, en sistemas económicos primitivos, como en el nuestro propio, tienen un
contenido social que no se puede postular a priori, sino que exige un examen empírico; son el
contenido social complejo que incluye factores de relaciones de poder y de estatus, tanto como
otros de uso práctico inmediato.
Malinowski subraya que la importancia del kula se acrecienta porque ofrece una oportunidad
para el desarrollo paralelo de un comercio propiamente tal. Pero desde un punto de vista
sociológico, lo que el kula puede ofrecer sobre todo, a través del uso y del intercambio de objetos
simbólicos, es un medio de expresar, mantener y establecer relaciones de estatus a una escala a la
que a cualquier comunidad massim aislada le seria imposible hacerlo; una «carta» para la
simbiosis social entre diversas comunidades, para la aproximación de comunidades políticas au-
tónomas a través de la aceptación de valores rituales comunes. Por otra parte, de la descripción
de Malinowski se deduce que el kula no se limita simplemente a aproximar a las diferentes
comunidades políticamente autónomas. Una importante parte consiste en las visitas recíprocas; y
los intercambios no se producen como transacciones comunitarias, sino como numerosas
transacciones individuales que se llevan a cabo simultáneamente. La simetría y la reciprocidad
de las relaciones intertribales y el individualismo y la permanencia de las relaciones de
asociación es lo que da al kula su importancia.
Respecto del uso de los términos «moneda» y «dinero» aplicado a las joyas intercambiadas
en el kula, Malinowski lo rechaza sin ambages. Su circulación tiende a promover la circulación
La teoría económica en la antropología. —88—
Mas estas objeciones quedan equilibradas por las contribuciones positivas que debemos a
Malinowski: su elucidación del sistema primitivo,de crédito, su cuidadosa descripción de los
modos de distribución representados por las entregas urigubu de ñames, su meticulosa disección
del sistema de derechos implicado en la tenencia de la tierra, su demostración de la estrecha
relación entre la autoridad política y el control económico. Pues no se limitó a analizar la
economía trobriand, sino que mostró también cómo el sistema económico tendía a mantener la
estructura de la sociedad trobriand.
Malinowski dio un inmenso estimulo a los análisis en otros sistemas económicos primitivos
de bajo nivel tecnológico y planteó algunos de los problemas básicos: problemas de organización
de esfuerzo económico, de los incentivos materiales comparados con los sociales de estatus y
prestigio, de la relación de la jefatura política y ritual con la iniciativa y la dirección de los
asuntos económicos, de las implicaciones económicas del uso de símbolos sociales, de la sutil
composición de derechos en la propiedad, de la complejidad de las operaciones del mercado
primitivo, ...
La teoría económica en la antropología. —89—
Formalistas.
En un cierto momento los antropólogos se han dividido entre aquéllos que son partidarios de
la aplicabilidad general de la teoría económica a todas las sociedades y aquéllos que niegan la
aplicabilidad de la misma las sociedades que los antropólogos estudian. Los primeros tienden a
subrayar las características comunes de todas las sociedades, mientras que los segundos parecen
sugerir que las sociedades humanas son esencialmente diferentes. A los primeros se les conoce
con el nombre común de formalistas, a los segundos los denominamos substantivistas.
Los formalistas se inspiran muy directamente en aquellos economistas que pensaban que
todos los hombres trataban naturalmente de maximizar sus productos. Ya Malinowski había
dicho que los primitivos se preocupaban más por cumplir con sus obligaciones morales que por
maximizar sus utilidades. Del urigubu, el kula y el jimbali, sólo éste estaba regido por el
principio de la maximización de las ganancias materiales. Malinowski pensaba que era la cultura
la que condicionaba la conducta. Por parte de los formalistas se piensa que Malinowski tenía
razón en parte, pero que se equivocaba al creer que en realidad la teoría económica necesitaba
ese supuesto. Malinowski dio con una idea verdaderamente importante: la idea de que es más
difícil abstraer el aspecto económico de la conducta social total en el estudio de las sociedades
primitivas que en el de las sociedades industriales.
Raymond Firth.
R. Firth sí que parte del supuesto de que todos los hombres en todas las sociedades, sin
excepción, se enfrentan al mismo problema económico: el de asignar los recursos escasos entre
los integrantes de la comunidad. Niega que los hombres de las sociedades primitivas y
campesinas sean autómatas movidos ciegamente por las demandas de su medio; esos hombres
tienen que economizar el mismo modo que tienen que hacerlo los hombres de las sociedades
complejas. Por eso, aunque las sociedades primitivas y campesinas carezcan de instituciones
económicas especializadas como las fábricas, los bancos, los mercados, etc., aún así pueden ser
objeto del análisis económico. Firth explica cómo los hombres reparten sus esfuerzos entre las
distintas actividades productivas: entre la producción de los bienes de inversión (cono canoas),
bienes de consumo duradero (chozas, casas, vestidos) y bienes de consumo inmediato (productos
alimenticios), y cómo asignan su tiempo y sus recursos, así como el modo de distribuir el
producto y de intercambiar bienes y servicios. Concede que las sociedades primitivas y
campesinas, con relaciones sociales de pequeña escala, tienen características resultantes de su
propia simplicidad: pagos de servicios y tasas de intercambio establecidos por la costumbre y
que fluctúan poco a corto plazo. Estas características forman parte de un sistema de participación
moral. Firth señala cómo fuera de la comunidad moral hay escasa actividad económica. En las
economías campesinas, donde la tecnología es algo más elaborada, el sistema económico es
también más complejo; las tasas de interés se ven afectadas por las condiciones de la oferta y la
demanda, y la diferencia que ello introduce entre esas sociedades y las industriales es menor de
lo que podría parecer: es una diferencia de grado y no de especie.
Firth es quien ha aplicado de manera más explícita la teoría económica a la antropología. «El
concepto básico de la economía es la asignación de recursos disponibles escasos entre las
La teoría económica en la antropología. —90—
necesidades humanas que pueden satisfacer, con el reconocimiento de que son posibles las
alternativas en cada esfera. Como quiera que se la defina, la economía trata, pues, de las
implicaciones de la opción humana, de los resultados de las decisiones». Por lo tanto:
economizar es elegir de entre las necesidades humanas cuáles deben ser satisfechas y cuánto de
los recursos disponibles se debe emplear. Firth hace hincapié en que dichas opciones implican
relaciones personales y sociales: «Un marco teórico para el análisis del cambio social debe
ocuparse en gran parte de lo que sucede con las estructuras sociales. Sin embargo, para ser
verdaderamente dinámico debe dar cabida a la acción individual». Reconoce que el principal
asunto de que se ocupa la economía son los campos de acción que «implican bienes y servicios,
y sobre todo aquéllos que tienen asignado un precio; las relaciones entre las personas en la
producción o intercambio de estos bienes y servicios son relaciones económicas». A partir de
aquí Firth establece que:
1°) en una sociedad determinada, las relaciones económicas y las opciones implicadas en
ellas siguen una pauta, forman un sistema;
2°) las relaciones de intercambio son fundamentales en todas las sociedades humanas;
3°) aunque cada sociedad (cada economía) es única, es útil adoptar una clasificación sencilla
en sociedades primitivas, campesinas e industriales. Conviene que nos detengamos en esta
clasificación:
a) Respecto de las sociedades primitivas dice Firth: «El término primitivo es relativo. Más
aplicable a un sistema económico que a un sistema social, no tiene un valor definidor muy
preciso y se utiliza en diversos sentidos ...; implica un sistema de tecnología sencilla, no
mecánica, con escasa o nula innovación, orientada más al mantenimiento que al incremento de
los bienes de capital, con una diferenciación relativamente baja de los papeles económicos de la
población en las funciones productiva, empresarial y administrativa. Ordinariamente carece de
instituciones de mercado definidas o de medios de cambio de aceptación general para la
conversión expedita de un tipo de recurso en otro». El término «economía de subsistencia» lo
rechaza por equívoco.
b) A las economías campesinas las define como sistemas de productores en pequeña escala,
con una tecnología y equipo sencillos, que dependen principalmente de lo que ellos mismos
producen ... «Esta organización productiva en pequeña escala en relación estrecha con los re-
cursos primarios tiene sus propios sistemas concomitantes de acumulación de capital y
endeudamiento, de comercialización y distribución. La relación necesaria de esta economía rústi-
ca con tipos concretos de estructura social da una forma característica a la vida de las
comunidades campesinas.
La economía campesina se caracteriza más por su tipo de relaciones sociales que por su tipo
de tecnología: podemos hablar no sólo de agricultores campesinos si no también de pescadores
campesinos, artesanos campesinos, tenderos campesinos, etc. El sistema campesino puede
encajar en diversas clases de relaciones sociales externas: feudales, capitalistas y otras, En la
sociedad local «los lazos económicos son personalizados, las relaciones como agentes
económicos dependen de la posición y relaciones sociales de las personas de que se trata. Dicho
de otra manera, el trabajo se hace como servicio social y no simplemente como servicio
económico. En consecuencia, su retribución puede calcularse de acuerdo con la situación social
La teoría económica en la antropología. —91—
total, y no sólo con la situación económica inmediata. Los medios económicos tienden a
traducirse en fines sociales.» A todo este respecto Firth cita con acuerdo el siguiente pasaje de El
capital: «Ninguna relación de mutua independencia existe para los miembros de una comunidad
primitiva ... El intercambio de mercancías comienza donde termina la vida comunitaria; empieza
en el punto de contacto entre una comunidad y una comunidad ajena, o entre los miembros de
dos comunidades diferentes. Sin embargo, tan pronto como los productos se han convertido en
mercancías en las relaciones externas de una comunidad, se convierten también por repercusión
en mercancías en la vida interna de la comunidad».
c) En la sociedad industrial, dice Firth, «... el individuo normalmente tiene un alto grado de
anonimato, de impersonalidad en la situación económica ...; su función como factor de energía,
como proveedor de capital, o de capacidad de organización, es lo que tiene primordial
importancia ... Sus características industriales especificas y no sus características sociales totales
son las que importan. Se le considera sustituible. Lo que le define es la magnitud y calidad de su
contribución al proceso económico, independientemente de su situación personal o de su
posición en la sociedad. En las comunidades primitivas, el individuo como factor económico es
personalizado, no anónimo, tiende a mantener su posición económica en virtud de su posición
social: por ello, el desplazarlo económicamente implica una perturbación social».
4°) Firth subraya la importancia de los datos cuantitativos. Discute incentivos, escasez,
capital, opción y toma de decisiones, ahorro, inversión, interés y crédito. Considera que el
antropólogo económico debe aplicar a la sociedad tradicional, primitiva y campesina los
conceptos utilizados en los estudios económicos de la sociedad capitalista.
R. Burling asegura que los antropólogos no saben lo que están haciendo en economía. O no
han leído a Lionel Robbins (Ensayo sobre la naturaleza y significación de la ciencia
económica), o no lo han entendido (los substantivistas), o no lo han aplicado en forma coherente
(los formalistas tales como Firth). Señala luego las formas en que los antropólogos han consi-
derado la economía:
Según él, la primera opción tiene nombres que le van mejor, como los de tecnología, sub-
sistencia o ecología (?). La segunda, afirma, es tan general que no tiene sentido. La tercera es
etnocéntrica. La cuarta, limitada. Sólo la última es aceptable.
Ahora bien, es dudoso que L. Robbins haya realmente echado por tierra la primera
definición, esto es, la definición materialista. Los argumentos sobre que los salarios de los
cantantes de ópera o las entradas de teatro «no son materiales» y sobre las opciones económicas
entre lo material y lo no material parten de un enfoque individualista de la ciencia social difícil
de aceptar para los antropólogos sociales así como para los economistas modernos, desde Keynes
La teoría económica en la antropología. —92—
y el renovado interés por la macroeconomía. El que un individuo se decida por un viaje a Europa
o por un automóvil es una opción entre lo material y lo no material para ese individuo; mas para
la sociedad en la que vive se trata de una opción que afecta a la disposición de recursos
materiales. Como cualquier científico social, el antropólogo tiene que considerar al individuo
dentro de su marco social.
La critica a la tercera de las alternativas es más convincente: lo que han hecho los
antropólogos ha sido observar el tipo de bienes y servicios a los que nosotros asignamos un
precio y considerarlos como económicos incluso en otras sociedades, sin percatarse de que es el
propio fenómeno de la asignación de precios lo que da a estos bienes y servicios su unidad. Esto
es mero etnocentrismo. Algunos pueblos fijan precios a bienes y servicios a los que nosotros no
se los ponemos: por ejemplo, pagan por las novias. Pero como nosotros no acostumbramos a
ponerles precio, los antropólogos se oponen a la idea de que las mujeres puedan ser objeto de
compra-venta. Esta magia de las palabras no puede oscurecer el hecho de que en algunos lugares
se transfiere riqueza a cambio de mujeres. Igualmente hay pueblos que entregan una
compensación monetaria por el robo, el adulterio o el asesinato. Pero como nosotros no les
ponemos precio (ojo: indemnizaciones), no consideramos económicas esas transacciones.
Respecto a la cuarta de las formas como los antropólogos han considerado la economía,
Burling niega que en si mismos los sistemas de intercambio sean necesariamente económicos.
Su conclusión final es que debería ser posible hablar de oferta de prestigio, de demanda de
poder y costo de autoridad. Pero siempre se centra en el individuo, no en la sociedad, como lo
prueba su analogía entre el hombre freudiano que maximiza el placer y el hombre económico que
maximiza la utilidad. Por eso, porque no considera el contexto social, no le parece necesaria
ninguna clasificación de sociedades.
más profunda de cómo un cambio tecnológico ha producido cambios económicos que, a su vez,
han conducido a cambios en la estructura de la sociedad.
En el sistema económico siane, que estudió en su trabajo de campo y con el que quiere poner
a prueba su teoría, Salisbury distingue tres nexos de actividad: subsistencia, lujo y gima o
intercambio ceremonial. En el nexo de subsistencia la gente trabaja para si misma, pero con la
obligación generalizada de ayudarse recíprocamente dentro del clan. Todos los miembros del
clan tienen acceso igual tanto a los factores de producción como a los productos. El individuo
tiene poca libertad de opción. La competencia entre fines no se da entre los fines a que tienden
las actividades de subsistencia, sino entre aquellos a los que tienden las otras actividades. La
existencia de los nexos es un mecanismo que asegura que los bienes de subsistencia se usen para
mantener un nivel de vida básico por debajo del cual no quede nadie; que el poder que oscila
libremente se asigne en forma pacifica, con un mínimo de explotación, o de perturbación del
derecho del individuo a la subsistencia, y de acuerdo con los patrones aceptados; que los medios
de asegurar la flexibilidad en la sociedad no rompan la asignación formal de posición en la
sociedad.
Antes de disponer de hachas de acero, tanto los hombres como las mujeres utilizaban el
80% de su tiempo en actividades de subsistencia; después los hombres utilizaban el 50% pero
para las mujeres hubo poco cambio. A falta de un mercado de bienes de subsistencia, los
hombres no produjeron, como podría pensarse, dos veces más, sino que dedicaron su tiempo a
otras actividades, la guerra y las actividades gima particularmente. Se ensanchó la brecha entre el
prestigio y el poder de los big men y los otros.
Salisbury predijo que en el futuro podría ser o bien que se reforzaran los grupos integrados
o bien que se desarrollara una sociedad atomista. Todo dependería de si los big men ganaban o
perdían influencia. Lo cual se relacionaba con la cuestión de si llegaría a producirse una
demanda de cultivos comerciales y vinculada a ella una escasez de tierra.
nuevas, sino que han comenzado a desarrollar una existencia autónoma independiente de su sig-
nificación en las relaciones múltiples de posición. Pronto los siane conocerán el precio de todo y
el valor de nada».
La teoría económica en la antropología. —95—
La antropología marxista.
¿Qué es lo que en los años cincuenta y sesenta provoca y favorece en Francia el despegue de
una antropología económica? ¿Qué hace que los políticos, los expertos del orden occidental, los
militantes que se enfrentan a él, el público y los universitarios, cada uno a su manera, se
interesen cada vez más por lo que se empieza a llamar tercer mundo? ¿Por qué y cómo la imagen
de estas sociedades se hace cada vez menos exótica, más económica y política, menos cerrada en
su pasado? Para entender todo esto hay que pensar en las nuevas relaciones entre colonizadores y
descolonizados, en la nueva percepción ideológica de los pueblos no occidentales posterior a la
Segunda Guerra Mundial, en las iniciativas y la efervescencia del tercer mundo, que generan la
necesidad de conocer y de comprender, en el nuevo modelo de inserción de las sociedades
dominadas en la economía dominante.
También en los años cincuenta los economistas abordan el tema del subdesarrollo y del
desarrollo y comienzan a ocuparse con más frecuencia e insistencia de un objeto nuevo, las
sociedades tradicionales. La economía difunde así un interés, crea una demanda y con eso
contribuye, aunque de manera directa no lo haga, a preparar el terreno de la antropología
económica.
Más aún, algunos autores sienten la necesidad de un puente, de una confrontación, de una
traducción recíproca de las perspectivas de los economistas y las antropológicas. Samir Amin es
el mejor ejemplo de este análisis economista, abierto en el plano teórico y práctico a las realida-
des antropológicas, y capaz de nutrir directamente la investigación antropológica.
Pero mayor influencia que el Marx de los textos fragmentarios y marginales ejerce el Marx
analista en profundidad de las leyes de funcionamiento de una formación social, el capitalismo,
el Marx que desarrolló un método y unas cuestiones directrices. Cl. Meillassoux se inspira
profundamente en ese Marx que sugiere lo que hay que buscar y cómo, pero que no dice lo que
hay que encontrar.
Claude Meillassoux.
Claude Meillassoux sugiere que los diversos fenómenos de ostentación tienen, junto a su
función manifiesta de dar publicidad a los estatus sociales, un efecto más profundo de desviación
de los bienes hacia fines improductivos (ni reproducción ni consumo), aproximándolos así a los
casos de destrucción (real o por esterilización social). En las manifestaciones ostentosas, un
excedente de bienes improductivas se utiliza para mantener los estatus y no para modificar el
orden social. Y si el excedente está hecho de bienes productivos, no refuerza el poder más que si
éste está en condiciones de invertirlos en provecho suyo; si no, es una amenaza y las formas de
esterilización y de destrucción pueden servir para impedir una ampliación del sistema económico
y una modificación del orden social. El excedente no funda, pues, necesariamente la jerarquía
social.
Femmes, Greniers et Capitaux (1975) lleva mucho más lejos sus precedentes análisis de la
producción y de la reproducción en las sociedades agrícolas de autosubsistencia. Allí propone
una teoría del modo de producción doméstico y una visión del lugar de las relaciones domésticas
en la historia que trata de mostrar dónde y cómo se hace hoy la sobreexplotación del trabajo en
los países económicamente dominados.
Maurice Godelier destaca por su presencia constante y vigorosa en todos los frentes de la
antropología económica y por su didáctica y sintetizadora obra de reflexión crítica y de defi-
nición de los problemas, los conceptos y los métodos, de los limites y de la naturaleza del campo
de estudios. Marxista, Godelier ha contribuido al estudio del método de Marx y a la
La teoría económica en la antropología. —98—
revitalización de los textos menores sobre las formaciones precapitalistas (debates sobre el modo
de producción doméstico, ...). Ha estado abierto también a las corrientes de pensamiento de la
antropología anglosajona y ha intentado pensar conjuntamente el marxismo y el estructuralismo.
Aunque aboga por la antropología económica, teme los inconvenientes de su demarcación
demasiado clara en el campo de la ciencia social. No sólo sabe que en las sociedades
precapitalistas lo económico no se ha recortado un lugar especifico y sigue empotrado en las
manifestaciones más globales de la vida social; no sólo considera que en las sociedades
primitivas el parentesco funciona a la vez como infraestructura y superestructura, sino que
además tiene un interés directo por la ideología, por el carácter fantasmagórico de las relaciones
sociales. En resumen, teme la fetichización de la antropología económica en detrimento de una
visión globalizante de la sociedad y de la historia.
En El marxismo ante las sociedades primitivas (1969) Emmanuel Terray, partiendo de las
proposiciones teóricas del grupo althusseriano y apoyándose ocasionalmente en su propia expe-
riencia de campo entre los dida, reelabora el estudio de Meillassoux sobre los guro para dar una
definición precisa del concepto de modo de producción (del que Meillassoux sólo había hecho un
uso fugitivo) y hacer un examen didáctico de los trámites a seguir para sacar a luz los modos de
producción presentes en una formación social. Con los materiales de Meillassoux, muestra la
presencia en la formación social guro precolonial de dos modos de producción realizados en el
sistema tribal aldeano y en el sistema del linaje.
Meillassoux, que había puesto de relieve el control de los primogénitos sobre los menores en
las sociedades de linajes, señalaba que el poder de esos mayores no les aseguraba, en el marco de
una organización comunitaria, una situación económica concreta demasiado ventajosa. Dupre y
Rey, en cambio, partiendo de la misma representación fundamental de la sociedad de linaje,
dibujan muy claramente una explotación de los menores por los mayores, que ejercen al menos
una función de clase. Terray se niega a usar la palabra «clase» en una situación en la que los
individuos que sufren los efectos de esa función de clase (los menores) están llamados a ser con
el tiempo los mayores que la ejercen. Sobre todo, dado que el sobretrabajo que el mayor extrae
del menor sirve ante todo para asegurar a este último una esposa, o sea, su liberación progresiva
de la tutela del primero.
Terray se ha interesado por los reinos del oeste africano precolonial. Cree discutible que el
comercio haya dado origen a las formaciones estatales africanas y que la clase dirigente
obtuviera sus ingresos de su posición privilegiada en los ejes del intercambio a larga distancia y
de las tasas exigidas a los comerciantes. Entre el carácter militar y el carácter mercantil de esos
Estados hay, dice, una fuerte incompatibilidad; y sus aristocracias se apoyan menos en el
comercio o en las tasas que en el trabajo de los cautivos: el comercio a larga distancia es uno de
los medios de realizar el sobretrabajo de los cautivos.
Rey concede el lugar fundamental al proceso de circulación de los hombres y de las mujeres.
Se había reprochado a Meillassoux el haber incurrido en el error de los substantivistas de
privilegiar el intercambio a expensas de la producción, al presentar como la clave de las
La teoría económica en la antropología. —99—
sociedades de linaje el control social de los matrimonios en una doble circulación paralela de
mujeres y de bienes de prestigio. Rey señala que, antes al contrario, Meillassoux ha tomado de
los substantivistas sus proposiciones, limitadas y neutras (dos procesos de circulación, uno
parasitario, otro prestatario), para unir esos dos procesos entre si y a la realidad productiva:
circulación paritaria entre los mayores de los bienes de prestigio salidos, a través de las
prestaciones, del trabajo de los menores.
Si el fundamento de la reproducción de las relaciones sociales, asegurado por el control de la
reproducción de las unidades de trabajo, es económico y reside en la producción, el modo
dominante de la reproducción económica y social es el intercambio entre linajes y, así, es
político. Es el momento de la reproducción el que en el proceso de la producción organiza el
reparto y el control de los productores directos y permite la reproducción de las relaciones
sociales. Así el lugar principal del intercambio se explica por su papel a un nivel distinto del
propio intercambio. Los procesos, las unidades y las relaciones de producción están íntimamente
vinculados a los procesos de circulación. Las relaciones de producción determinantes no son las
relaciones de los hombres entre si en los procesos inmediatos de producción, sino el proceso de
reagrupación de los hombres con vistas a la producción. La apropiación real (no jurídica) de los
medios de producción es menos decisiva para la articulación de una estructura social que la
«apropiación» de los hombres, de los productores. Y esto vale no sólo para las sociedades de
linajes, sino también para el capitalismo y para toda sociedad de clases.
varios tipos de relaciones. Junto a modos típicamente neocoloniales de dominancia del capital
(comercial, industrial) en la formación social, se da la coexistencia de un modo de producción y
un modo de producción del linaje.
Temas y orientaciones.
_ _ _ ___ _ _ _ _ _ _ _ ___ _ _ _ _ __ __ _ _ __ _ _ _ __ __
Segunda parte
AMBITO Y PERSPECTIVA
Tal vez quepa pensar que esa diversidad de los discursos corresponde a la que hay entre las
economías de que hablan. Mas es una explicación incompleta. Podría explicar la tendencia de la
antropología económica a no hablar de inflación, ahorro, crédito, renta, si no existen en la
economía primitiva. No explica, evidentemente, que los economistas acostumbren a prescindir de
útiles, procesos técnicos, condicionamientos ecológicos y motivaciones sociales, presentes sin
duda en la economía de la sociedad industrial. Para entender esto no sirven las diferencias que
pueda haber entre las economías, objetos reales: la disparidad temática traduce aquí no dife-
rencias en el objeto, sino discrepancias en el concepto.
De hecho, incluso en el uso vulgar la palabra 'economía' tiene dos sentidos no coincidentes.
Por un lado remite a la producción y distribución de riqueza, por otro a la administración recta y
prudente de los bienes, al ahorro de tiempo, trabajo, dinero, etc. En el primero de estos sentidos
la economía parece delimitar un sector de la cultura (junto a otros como la religión, la política o
el arte, por ejemplo): el que configuran aquellas actividades humanas relacionadas con la
producción y la distribución de los bienes y de los servicios que hacen posible la vida material de
una sociedad. En el segundo, la economía se concibe más bien como una modalidad de la
conducta (afín a la prudencia, la racionalidad, la previsión), presente en todos los comporta-
mientos humanos que tratan de minimizar los costos o maximizar los beneficios. En su primer
sentido la economía tendría un contenido sustantivo; en el segundo uno formal.
De esta última distinción toman nombre las dos concepciones de la economía esbozadas en
las líneas anteriores. La que subyace al discurso que habla de capital disponible, ahorro, inver-
sión, renta, es la concepción formalista; la implicada en el otro discurso que se ocupa de
tecnología, ecología, motivación social, es la concepción sustantivista.
más propio sentido de la palabra; pero no percibe un salario, ni vende sus flores en el mercado, y
así no es trabajo, ni él lo considera tal, sino pasatiempo, externo al ámbito de lo económico, en el
que sin embargo sí incluye él, sí le computa la sociedad como trabajo sus horas de inmóvil
lectura y reflexión, porque por ellas percibe un salario. Y si este ejemplo se antojara excéntrico y
de menor cuantía (ciertamente el salario en cuestión es mínimo), piénsese en todas las atenciones
y cuidados que la madre dedica al hijo; a no dudar son trabajo, servicios imprescindibles para la
subsistencia material del hijo como de la sociedad. Pero trabajo sin precio de mercado, y así no
computable en un balance, en definitiva no económico, por más que las horas-hombre (horas-
mujer) invertidas en él al cabo del año sumen posiblemente más o por lo menos tantas como las
invertidas en todas las actividades económicas. Todo lo cual muestra a las claras no sólo que es
el mercado, la moneda, lo que delimita en nuestra sociedad el campo de lo económico, sino a la
par lo arbitrario de esa delimitación. Poca utilidad podría tener entonces proyectar nuestra
delimitación de lo económico sobre culturas diferentes, en las que a priori nada autoriza a
suponer que la también arbitraria selección que su moneda y su mercado hayan operado, coincida
con la nuestra, o todavía más claro, en las que ni siquiera existen moneda y mercado que
introduzcan alguna delimitación.
La controversia formalistas-sustantivistas
Para los formalistas es una condición de escasez. Se suponen infinitas las necesidades del
hombre (no necesidades infinitas, sino infinitas necesidades; no que cada necesidad sea
insaciable, sino que su conjunto es ilimitado) y los recursos para la satisfacción de esas
necesidades intrínsecamente escasos a la vez que plurivalentes (en el sentido de que pueden ser
aplicados alternativa pero excluyentemente a la satisfacción de una u otra necesidad). Se sigue de
aquí para el hombre un imperativo bifaz: jerarquizar sus necesidades, asignar sus recursos. Esa
jerarquización y esa asignación constituyen la esencia de la conducta económica que es una
La polémica formalistas - sustantivistas. —105—
constante elección. Las necesidades jerarquizadas son los fines a cuya consecución se orienta la
acción individual o social; los recursos asignados son los medios de esa acción. En el bien
entendido de que no hay fines específicamente económicos, como tampoco medios; sólo la
jerarquización de las necesidades, la asignación de los recursos, la relación entre los fines y los
medios es económica. Tan económica es la conducta del labrador cuando decide qué superficie
sembrará de trigo y cuanta de patata, como cuando escoge entre asistir a la novena o jugar la
partida en el café. Como es económica la conducta del ama de casa que organiza su trabajo
doméstico, la del niño que distribuye su tarde del sábado entre el fútbol y el cine. Pues en todas
ellas hay fines (aunque no sean bienes materiales), medios (aunque no sean útiles ni técnicas),
elección. La decisión de tener más ocio es tan económica como la de trabajar más, pues ambas
implican la asignación excluyente del recurso humano escaso y plurivalente por excelencia. Las
horas de ocio no tienen distinta sustancia, ni otra duración, ni salen de un reloj diferente del de
las horas de trabajo: unas y otras consumen del tiempo de la vida de los ciudadanos.
Tampoco hay, por lo demás, grupos económicos, instituciones, técnicas económicas: todos
lo son. La sociedad es un conjunto de individuos y de grupos que en todas sus acciones
economizan, seleccionan fines, aplican medios. Ninguno está solo, sino justamente en sociedad.
Es oportuno recordarlo porque ni las necesidades son sólo biológicas ni los recursos naturales,
sino aquellas y éstos y su jerarquización y relación ingenio de la cultura, de la forma de vida del
grupo total. Pero además porque la ilimitación de las necesidades y la limitación de los recursos
con la existencia en sociedad se intensifican y sobre todo cobran diferente cariz. Cada uno ha de
atender no sólo a sus decisiones, sino a las de todos los otros; se abre una plural posibilidad de
colisiones y colusiones, de competencia y cooperación. La elección que es lo económico incluye
así jerarquización y asignación, pero también estrategias de enfrentamiento y de ayuda mutua. Y
en todo ese juego es razonable suponer que cada participante, si puede obtener más, no se
contentará con menos; si puede obtenerlo con menos, no dará más. Dicho de otro modo, se
esforzará por conseguir lo más que pueda por lo menos que pueda dar; la máxima satisfacción o
la mínima inversión. Principio de maximización que para los formalistas rige la vida económica,
o sea, toda la vida social.
Turno de réplicas
Los sustantivistas identifican así lo económico con específicos contenidos, los formalistas,
como se vio, con una forma específica. El tercer paso parece que tendría que ser conjugar forma
y contenidos, mas esto desde ambas posiciones se rechaza.
Desde posiciones sustantivistas se rechaza la forma propuesta con dos argumentos que a
primera vista no parecen del todo compatibles. Por una parte se señala que la mera forma no es
discriminatoria: mientras el contenido de la acción se deje indeterminado, a todo lo que puede
llegarse por la aplicación del principio formal es a una praxeología, a una lógica de la acción
racional orientada a un fin, válida para todas aquellas situaciones en que el logro de fines
explícitos con medios limitados exija el cálculo y la elección. Esta definición de la situación
puede ajustarse a la actividad económica, pero igualmente bien se ajusta al arte militar o al
ajedrez, y por supuesto a mil otros campos de la humana actividad. Arrasando las diferencias
entre esos comportamientos sustantivamente diversos, el formalismo se mueve en un nivel de
abstracción en el que el sujeto y su acción parecen universales cuando en realidad sólo están
indeterminados. Pero ésta es seguramente la perspectiva menos adecuada para un proyecto
científico como el de la antropología económica que por su propia naturaleza comparativa lo que
tiene que captar no es la generalidad del comportamiento económico, sino sus modulaciones
específicas. Postulando un principio formal universal que tal vez pueda dar cuenta de las
coincidencias, pero de las divergencias obviamente no, el formalismo invierte el trámite
antropológico de observación de las economías concretas, comparación de sus semejanzas y
diferencias, y explicación a través de éstas de la génesis, la evolución y la estructura de aquellas.
Crítica
De las divergencias precedentes cabría decir que algunas explican la polémica, pero las
más, la polémica las explica. En ésta, como en otras muchas ocasiones humanas, como Hobbes
decía, tantas veces como la razón se vuelve contra un hombre, un hombre se vuelve contra la
razón. Por ejemplo, cuando los formalistas arguyen, como se acaba de ver, que la definición
sustantiva no consigue aislar ningún contenido, sin duda están en lo cierto; pero hay una patente
incongruencia entre el argumento y quienes lo usan, en la medida en que éstos mismos en su
propuesta alternativa identifican explícitamente la vida económica con toda la vida social. Por la
La polémica formalistas - sustantivistas. —108—
Otras consideraciones no usadas tal vez resultaran más eficaces no para descalificar, pero
sí para dejar en sus justos límites las pretensiones formalistas y para mostrar a la vez la inevita-
bilidad, ya que no la adecuación, del sustantivismo. Privilegia el formalismo declaradamente la
perspectiva de lo individual, lo consciente, lo intencional. Concibe la economía como jerarquiza-
ción, cálculo, elección: procesos mentales que se desarrollan en el interior de la cabeza de cada
individuo. Mas ése es el lugar de dificultoso acceso para una ciencia social, para una antropo-
logía económica, no una psicología económica. Todavía si el individuo dispone de instrumentos
(públicos) de cuantificación, calcula con magnitudes mesurables y concreta su elección en
decisiones monetarias, es posible (aunque siempre arriesgado, y de ninguna manera necesario)
referir sus operaciones observables a sus procesos mentales: el empresario sube sus precios
porque ha calculado que la utilidad marginal que obtendrá de las ventas subsiguientes superará
las pérdidas resultantes de la contracción de la demanda, etc. Mas la propuesta formal no puede
aceptar tal restricción monetarista. Desde luego sus tesis tienen que ser aplicables a aquellos
tipos de conducta en los que lo económico se manifiesta en dinero, pero también, creen los
formalistas, a aquellos otros en que la elección y la asignación son de otras especies más etéreas,
no cuantificables y menos fácilmente observables. Cada persona dispone de determinadas
cantidades de paciencia, amor o admiración, como de dinero, y las economiza con la intención de
maximizar sus propias satisfacciones a través de alguna forma de devolución. La mujer
economiza al distribuir sus atenciones entre su esposo, sus hijos, sus amigas, el aspirante a jefe al
dosificar su padrinazgo entre sus secuaces. Sólo así se puede hablar de oferta de prestigio,
demanda de autoridad, utilidad marginal del amor materno, la propuesta formalista tendrá
viabilidad para las sociedades sin moneda ni mercado. Mas esto supone que para sus intenciones,
sus motivaciones, sus objetivos, sus actitudes: un mundo privado al que no hay acceso posible
más que a través del informe verbal del individuo que lo vive. Y es un lugar común de la práctica
psicoanalítica y de la experiencia cotidiana que las personas acostumbran a ser observadoras
poco competentes y narradoras poco honestas de sus propios estados internos. De hecho hasta la
psicología actual parece desentenderse de la conciencia, Proteo que aparecía en todos sus
problemas pero nunca con la misma figura, y prefiere definirse como una ciencia de la conducta,
es decir, de la actividad pública de un organismo observable desde fuera.
Y por otro lado, ¿no es cierto acaso que la psicología y la ciencia social contemporánea (de
modo eminente, si puede decirse, la economía y la antropología) saben de las muy numerosas y
centrales situaciones en las que en su comportamiento aparentemente libre el individuo no tiene
en realidad posible iniciativa independiente, aunque a nivel consciente esté convencido de
tenerla? Su pretendido cálculo, su elección, no son en realidad más que su autoengaño. El
individuo no saca de la nada sus recursos; usa aquellos que el medio ambiente al que tenga
acceso (socialmente concedido y/o asegurado) presenta al alcance de la tejné desarrollada en la
La polémica formalistas - sustantivistas. —109—
cultura de su grupo social. Ni inventa sus necesidades: para el tiempo en que se hace físicamente
viable su existencia no dependiente, las lleva ya impresas en la Gestalt biocultural resultante de
su proceso de enculturación. Ni siquiera la jerarquía, la prioridad entre esas necesidades, la
establece él, sino la sociedad, aunque aquí es cierto que pueden abrirse más resquicios a la
idiosincracia personal; pero por más que para el campesino sea primero comer que pagar la renta,
primero paga la renta y luego si puede come. Por decirlo con una frase famosa y exacta: no es la
conciencia del hombre la que determina su ser social, sino al revés, su ser social el que determina
su conciencia. Mas entonces el propio formalismo se convierte en el más poderoso argumento
contra el formalismo. Pues si la conciencia no es determinante, sino determinada, y es además
(por lo que unas líneas más arriba queda escrito) de más dificultoso acceso, más inescrutable que
las conductas sociales objetivas, externamente observables, que la determinan, no se aplica
precisamente el principio del mayor rendimiento o del menor esfuerzo al tratar de estudiarla en
vez de estudiar aquello que la determina, a saber, el sistema económico substantivo. A no ser,
que también es posible, que lo que realmente interese maximizar sea la confusión.
Formalistas y sustantivistas. Apuntes bibliogáficos. —110—
Apuntes bibliográficos.
La tendencia formalista.
La tendencia sustantivista.
postura substantivista está incluido en este libro: The Economy as Instituted Process, en el que
Polanyi, además de separar radicalmente el significado "formal" del "substantivo" de la Eco-
nomía, expone cuáles son las formas de integración.
El artículo de G. Dalton "Economic Theory and Primitive Society", trad. cast. "Teoría
Económica y Sociedad Primitiva", en Godelier, Antropología y Economía, defiende claramente
el análisis substantivo en su revisión del surgimiento del Mercado y las teorías económicas. G.
Dalton con J. Köcke son los autores del artículo "The Work of the Polanyi Group: Past, Present,
and Future", publicado en el libro de S. Ortiz, Economic Anthropology. Topics and Theories
(1983),en el que realizan una apasionadísima defensa de las contribuciones de Polanyi. En el
mismo libro, Neale y Mayhew exponen de forma muy precisa las relaciones de K.Polanyi con la
escuela económica institucionalista, y cómo el viejo debate con los marginalistas repercutió de la
mano de los substantivistas en la configuración de los problemas de la Antropología Económica;
"Polanyi, Institutional Economics, and Economic Anthropology". La defensa de las tesis
substantivistas en los últimos tiempos se ha realizado con más vigor que la de los formalistas,
aunque hay que decir que éstas están también bastante modificadas, M. Sahlins en su Stone Age
Economics, trad. cast. La Economía de la Edad de Piedra, Madrid, Akal, 1977, toma claramente
postura por la posición substantivista, como también se encuentra en la colección de artículos
editada por R. Halperin y J. Dow, Peasant Livelihood, New York, St. Martin Press,1977,
especialmente en la introducción y en el artículo de R. Halperin, "A substantive approach to
peasant livelihood".
El debate más famoso que se produjo en Antropología Económica tuvo lugar durante los
años sesenta, y casi todos los participantes siempre comenzaron sus artículos haciendo una
"historia" del mismo: en los orígenes estaban Herskovits, Firth y Goodfellow en el lado
formalista, y Malinowski, Thurnwald, y hasta cierto punto M. Mauss en el substantivista. El
debate, muy grandilocuente, era una disputa "teórica", que la mayor parte de los autores que
escribieron después de sus momentos de pleno apogeo consideran más bien "ideológica". Una de
las mayores dificultades a la hora de valorar retrospectivamente la polémica es la pérdida de
contextualización, el estatismo, y los problemas metodológicos implicados. De hecho, aunque
actualmente se puede asociar la postura de los antiguos formalistas con la de los estudiosos de la
toma de decisión, éstos suelen adoptar posturas yuxtapuestas, similares a las que ya hace unos
años habían adoptado Cancian o Salisbury. Muchos de los substantivistas se definirían más bien
como "culturalistas" (Sahlins, Gudeman). No es que los problemas que dieron origen a la po-
lémica hayan desaparecido, sino que se han transformado, y los planteamientos de la mayor parte
de los estudios empíricos no parten de una visión tan monolítica como la de hace unos años. Los
textos básicos de la polémica están recogidos en tres libros: En el editado por M. Godelier,
Economía y Antropología, Barcelona, Anagrama, 1977, se echa de menos el artículo de Cook,
"The obsolete anti-market mentality", sobre todo vista la inclusión de la respuesta de D. Kaplan
("La controversia formalistas-substantivistas de la antropología económica: reflexiones sobre sus
amplias implicaciones"), que desde el punto de vista de la Metodología es una de las mejores
aportaciones de la polémica. En el libro editado por los formalistas E. LeClair y H. Schneider,
"Economic Anthropology: Reading in Theory and Analysis", New York, Holt, Rinehart, and
Winston, 1968, sí se encuentra el artículo antes citado de Cook, y además el muy bueno de Frank
Cancian, "Maximization as Norm, Strategy, and Theory: a Comment on Programmmatic
Statements in Economic Anthropology", que en sólo cinco páginas critica el planteamiento del
Formalistas y sustantivistas. Apuntes bibliogáficos. —112—
En ciencias sociales es tópico afirmar que el pensamiento de izquierdas reduce los seres
humanos a la categoría de animales políticos, determinados a defender los intereses adquiridos al
ocupar posiciones desiguales en la división social del trabajo, mientras que el de la derecha los
reduce a la de animales racionales determinados a buscar la eficiencia mediante el cálculo
optimizador de la asignación de recursos escasos.
Entre uno y otro polo, la moda intelectual fluctúa en amplios ciclos oscilatorios. Si durante
las décadas de desarrollo económico predominó la moda más o menos progresista
(keynesianismo, sociología funcionalista, marxismo), desde la crisis de 1973 ha venido
predominando el pensamiento liberal conservador más reaccionario (monetarismo, análisis
microeconómico neoclásico).
Pero hay quien piensa que esto se acaba, según la intuición que flota en el ambiente tras la
catastrófica ruina de las bolsas internacionales, que ha pinchado el globo del idealismo
económico (caracterizado por analizar la realidad no en términos de factores productivos, sino en
términos de valores monetarios).
Se diría que toda una época estuviera finalizando y se anunciase la inflexión hacia otro ciclo
inmediato mucho más sociologista y politizado. Es pronto para saber algo del futuro inmediato,
pero a mí me gustaría esperar la pronta agonía del pensamiento neoliberal, uno de cuyos más
brillantes testamentos lo constituye un Treatise on the Family, de Gary Becker, publicado en
1981. La obra original apareció en 1981 editada por la Universidad de Harvard. Los editores
recurrieron a Milton Friedman para que certificara que A Treatise on the Family estaba destinado
a revolucionar "los fundamentos de todas las ciencias que tratan del comportamiento humano".
En 1991 una nueva edición incluye la réplica de Becker a sus muchos críticos.
Formalistas y sustantivistas. Apuntes bibliogáficos. —113—
Es cierto que puede parecer chocante analizar matemáticamente mercados no monetarios tan
implícitos como el mercado matrimonial o el mercado de hijos, con curvas de demanda de
esposas y con inversión en hijos como capital específico del matrimonio. Tratar los problemas de
tener o no descendencia recurriendo a 'precios sombra', curvas convexas de indiferencia y
elasticidades de sustitución puede parecer inapropiado, como lo parece utilizar funciones de
Cobb-Douglas en apoyo de la tesis de que es más lógico que el altruismo en el seno familiar vaya
más en el sentido padres-hijos que en el de hijos-padres, porque desde el punto de vista de la
rentabilidad de las inversiones resulta más lógico. Si nos suena tan raro, dice Becker, es porque
los seres humanos creemos emparejarnos y cuidar hijos más por intuición que por cálculo
interesado.
¿Qué trae más cuenta, tener muchos hijos o pocos (invirtiendo en cantidad o en calidad de
hijos), darles muchos estudios o ponerles a trabajar pronto (invirtiendo en elevar el capital
humano de la familia o consumiendo actualmente el ya acumulado), especializar a la esposa en el
trabajo doméstico o enviarla a competir a los mercados laborales a cambio de un salario?
Por lo general, la gente, un poco a ciegas, suele terminar por elegir aquella alternativa que le
trae más cuenta, en comparación con la cuenta que le traerían las opciones a las que renuncia.
Esta evidencia de sentido común (el coste-oportunidad), es la que Becker adopta como hipótesis
de partida sobre la que aplica el refinamiento deductivo del análisis microeconómico neoclásico,
edificando una catarata de implicaciones teoréticas rigurosas y coherentes, pero yo creo que
artificiosas.
Frente a este armónico consensualismo automático cabe argüir no sólo la empírica evidencia
de relaciones de dominio, sino también toda la reciente literatura acerca de los dilemas que
plantea la racionalidad colectiva, desde el dilema de los bienes comunales (Schelling, 1978;
Hardin, 1982) y el dilema del gorrón (Olson, 1965) hasta el dilema de las coaliciones
redistribuidoras (Olson, 1982) y el dilema del prisionero (Axelrod, 1984).
En realidad, lo más lógico es que los miembros de la familia se dediquen con todo su
entusiasmo racional al juego de tratar de explotarse mutuamente.
El último artículo de Becker que yo leí había aparecido en enero de 1992: "Education, Labor
Force Quality and the Economy", Business Economics.
Tercera Parte
Lo primero parece fácilmente decidible desde cualquiera de los dos criterios que decíamos:
en el uso vulgar la palabra 'economía' tiene dos sentidos no coincidentes. Por un lado remite a la
producción y distribución de riqueza, por otro a la administración recta y prudente de los bienes,
al ahorro de tiempo, trabajo, dinero, etc. En el primero de estos sentidos la economía parece
delimitar un sector de la cultura (junto a otros como la religión, la política o el arte, por ejemplo):
el que configuran aquellas actividades humanas relacionadas con la producción y la distribución
de los bienes y de los servicios que hacen posible la vida material de una sociedad. En el
segundo, la economía se concibe más bien como una modalidad de la conducta (afín a la
prudencia, la racionalidad, la previsión), presente en todos los comportamientos humanos que
tratan de minimizar los costos o maximizar los beneficios. La esencia de la conducta económica
es una constante elección. La jerarquización de las necesidades, la asignación de los recursos, la
relación entre los fines y los medios es economía. Al nivel de hechos humanos, sociales, que
puedan considerarse económicos, según cualquiera de los dos sentidos dichos, sí que parece que
los hechos económicos existen, no son mera invención, pueden ser descritos y estudiados.
Lo segundo, si existe la economía como una totalidad definible (lo cual implica que pueda
constituirse en objeto de una ciencia, la Economía precisamente) es una cuestión más peliaguda.
(De todas formas no parece que la existencia de la Economía ciencia exija la existencia de
la economía totalidad empírica, sistema. La Sociología afirma que estudia la Sociedad,pero lo
cierto es que estudia grupos sociales, clases, generaciones, facciones políticas, la drogadicción
etc. La Geometría no estudia el Espacio, sino puntos, rectas, planos, triángulos, conos... Ni la
Biología estudia la Vida, sino las células, o los ácidos nucleicos; ni la Lingüística estudia el
Lenguaje, sino los fonemas, o los monemas, la estructura de los textos, etc).
Concluir declarando inexistente toda unidad esencial entre las partes del conjunto de
materiales que llamamos económicos equivaldría a renunciar a cualquier definición de la
economía. Quedaría ésta resuelta en una enciclopedia de proposiciones históricas, psicológicas,
sociológicas o antropológicas. Lo cual no quiere decir que no sea ésta una alternativa muy útil,
por su capacidad informativa y, sobre todo, por su virtualidad crítica respecto de las definiciones
unívocas. En la práctica, el tratamiento de la unidad del material económico como si fuese un
agregado de partes heterogéneas, vinculadas por nexos de contacto o de simple semejanza es la
regla habitual de los historiadores y antropólogos de la economía. Probablemente sea una regla
sabia y sensata en el plano fenomenológico descriptivo: la economía es un nombre para designar
una polvareda de hechos heterogéneos que el azar ha mantenido unidos. Esta conclusión (que
paradójicamente muchos historiadores y antropólogos rechazarían verbalmente, aun aplicandola
prácticamente) debe tenerse presente como una alternativa abierta a la definición de la economía
Instituciones sociales. Una propuesta. —117—
si las demás aparecieran cerradas. Pero ¿acaso entre las partes del material económico no cabe
introducir más que esos nexos azarosos de contigüidad casual?
Ahora bien, si su unidad es casual, su contigüidad producto del azar, la economía no podría
reclamarse como ciencia, los hechos económicos no podrían constituirse en objeto de una
ciencia. Los economistas (recuérdese a Knight) dirían que no, que la economía configura un
campo cerrado y que los términos que lo pueblan tienen la más alta unidad que una ciencia pueda
alcanzar, exigir, unidad deductiva.
Diamérico
Vocablo acuñado por G. Bueno a partir de los términos griegos dia (entre, a través de) y
meros (parte) para designar un plano de relaciones en cuanto contradistinto de otro (metamérico)
al que dialécticamente se opone. El plano diamérico exige que para cualquier término u objeto
eventualmente se privilegie (por ejemplo el objeto A1) debe ser posible determinar un conjunto
de objetos A2, A3, A4,..., An, homogéneos y pertenecientes a la misma clase, de forma que A1
se relacione con ellos al modo como una parte lo hace con otras partes pertenecientes al mismo
todo. Por ello, las relaciones diaméricas sólo pueden establecerse entre objetos que han sido
despiezados a la misma escala formal o material a partir de un todo de referencia.
Instituciones sociales que no hablan sobre el funcionamiento «objetivo» de las cosas (de la
naturaleza vista como exterior a la ciencia), sino que ofrecen el propio funcionamiento que ellas
dan a sus objetos, tanto como el que estos les imponen a ellas. De este modo el sujeto de la
Instituciones sociales. Una propuesta. —118—
ciencia pasa a ser la propia institución científica histórica con sus conjuntos de normas, aparatos,
laboratorios, libros e incluso comunidades de científicos. ¿Cómo puede pensarse un sujeto así?
En tanto que fenómeno histórico cultural donde los individuos aparecen en la actividad científica
como intercambiables aunque necesarios. Intercambiables porque (tratando de recuperar a Kuhn)
poseen un paradigma, aunque en otro sentido podría decirse que el paradigma les posee a ellos.
Necesarios porque han de ser intercalados en los propios procesos constructivos. La dualidad
científica sujeto/objeto o teoría/ hechos es mantenida, pues, por la teoría del cierre categorial,
pero no como dualidad metafísica primitiva, sino como institucional e históricamente
construida.
Discernir aquello que define a las ciencias como tales. Las ciencias se nos muestran
esencialmente como un mecanismo colectivo o social de construcción por medio del cual se
acotan campos de términos en un sistema de relaciones de modo que se establezca una
operatividad cuyos resultados se mantengan siempre dentro del campo de partida. Se ha dado a
este mecanismo el nombre de «cierre categorial»: a través de sus diversos cierres cada ciencia
explora, y conforma a la vez, un campo categorial o, lo que es equivalente, la razón se transforma
con el mecanismo del cierre en razón científica, episodio o momento privilegiado de las esferas
categoriales racionales (sean religiosas, políticas, económicas o científicas).
Con ello se quiere dar a entender, entre otras cosas, que las ciencias no surgen por el
descubrimiento de un continente científico ignoto hasta el momento y de algún modo
preexistente (teoría del corte epistemológico), sino en continuidad con operaciones anteriores, de
carácter preferentemente artesanal, a partir de las cuales se ha logrado construir un cierre. Así, la
geometría habría surgido de las operaciones de agrimensura, la química de la alquimia, la
medicina del arte de los curanderos, la física de la construcción artesanal de artefactos para la
explotación de recursos (turbinas de agua, barcos, poleas, palancas)... La imagen de la filosofía
como árbol de las ciencias (Piaget, por ejemplo) olvida que ambas se asientan sobre las mismas
bases y se desarrollan inextricablemente unidas, y que las ciencias, como prolongación de la
actividad racional humana, constituyen un terreno aún más rico donde se realizan, y no donde
mueren o desaparecen, las propias ideas filosóficas.
Categoría
Comenzaremos estas páginas con unas precisiones en torno al sentido de una palabra que
en las que siguen aparecerá con frecuencia: la palabra "cultura". Se suele decir que los
antropólogos estudian la cultura. Así enunciado parece que la cultura sea el objeto de
observación, descripción y análisis de los antropólogos, objeto dado fuera de ellos, en el mundo,
al modo que están dados en el mundo el río que describe el geógrafo o los agnatos que estudia el
ictiólogo.
Esto posiblemente sea un error. ¿Qué hacen en realidad los antropólogos? Observar,
describir y analizar el modo en que una población determinada vive en un medio dado. Ni el
estudio de la población ni el del medio ambiente por sí mismos competen a los antropólogos,
pero deben acometerlos porque la una y el otro están íntimamente relacionados con el modo de
vida: las características demográficas de la población lo condicionan (una población en la que
sea elevada la proporción de ancianos vivirá de otra manera que una población proporcional-
mente joven, por ejemplo) y a la vez son resultantes de él (una población que practique la
occisión de los ancianos difícilmente llegará a tener una proporción elevada de éstos); y algo
similar cabe decir del medio ambiente, condicionante del modo de vida (no se vive igual en la
llanura litoral que en el interior montañoso) y condicionado por él (vías de comunicación,
métodos de cultivo que impiden la erosión o que la propician, regadíos artificiales que trastornan
el ecosistema, etc).
A una primera observación esas conductas reiterativas se presentan como acontecen: como
un flujo continuo y desordenado. El análisis antropológico tiene que discernir en ese continuo
Instituciones sociales. Una propuesta. —120—
Aquí conviene volver atrás por un momento. Decíamos que el antropólogo observa
conductas humanas conscientes, intencionales y reiterativas. Sujetos agentes de esas conductas
son los seres humanos que componen la población observada. Así como las conductas se
presentan como un flujo continuo y desordenado, así también los actores humanos se presentan
de entrada como un conjunto desordenado. Pero la agrupación de las acciones por la semejanza
de sus fines permite advertir que, por ejemplo, esa mujer que alimenta a ese niño también lo
viste, juega con él, lo instruye, lo castiga y lo premia, es decir, entra con él en numerosos y
diversos tipos de interacción; y que esa misma serie de tipos de interacción se da entre otras
muchas mujeres y otros muchos niños del grupo. Para referirse a toda esa serie de tipos de
interacción entre esas personas concretas, el antropólogo, y probablemente las gentes que están
siendo estudiadas, usan una abreviatura y hablan de madre e hijo, de la relación social madre-
hijo. De esta forma la proyección sobre el conjunto desordenado de los actores de series de tipos
de interacción permite introducir en él un orden, definir posiciones, relaciones, grupos. Esa mujer
del ejemplo tal vez no cuida sólo a ese niño, sino también a otro u otros, y no los cuida sola, sino
que hay un hombre que coopera de alguna forma con ella, puede que también una pareja de
ancianos. Entre la mujer, el hombre, los niños y los ancianos, se dan varias series más de tipos de
interacción reiterativa, y similares series se dan también entre otros hombres, mujeres, niños,
ancianos. La proyección de la totalidad de esas series sobre el conjunto de los actores aisla otra
configuración de posiciones y relaciones, la familia. Y el mismo trámite permitiría definir las
restantes posiciones, relaciones y agrupaciones sociales.
esa semilla, en qué tierra, de qué abonos le convienen y cuáles no. Aquella madre que alimenta a
su hijo lo hace también según normas aprendidas de cuáles son los deberes de una madre, cuáles
son los alimentos adecuados, cuál la mejor forma de prepararlos, las horas de administrarlos, etc.
Para esas ideas, normas, valores, conocimientos, aparentemente se necesitaría un cuarto plano
imaginario que podríamos llamar el plano de las ideas.
Instituciones sociales. Una propuesta. —122—
I.
II.
III.
Si se releen, sin embargo, los últimos párrafos, se advertirá que están escritos con cautela.
Abundan los condicionales, las expresiones precautorias: "parece", "aparentemente", "a primera
vista". En efecto, estamos convencidos de que este modo de abordar el problema, aunque tenga
cierta tradición en antropología (v.g., NADEL), no es correcto. Es un error separar el lenguaje
del sistema de acciones, como (luego se verá) también lo es separar el sistema de ideas del
lenguaje.
Para entender por qué razón no, no es un mejor entendimiento de la implicación acción-
lenguaje lo que necesitamos, sino una concepción más radical de su completa identidad. No es
que todo hablar concreto esté entre acciones: es que él mismo es acción. Acciones son todas las
actividades del hombre entero dirigidas a un fin. No sólo aquellas que se sustancian en movi-
mientos corporales, en desplazamientos en el espacio, en manipulaciones con las manos: también
son acciones las que movilizan sus órganos de fonación y resultan en palabras. El hablar
pertenece a la praxis (en el sentido de ARISTOTELES, acción, acto, ejecución, conducta),
exactamente igual, ni más, ni menos, que el golpear el hierro en el yunque, o el levantar la tierra
Instituciones sociales. Una propuesta. —123—
con la azada. Piensese que hay actividades humanas que se resuelven en puro lenguaje: una
sesión de un tribunal de justicia, por ejemplo, o el regateo, la negociación en busca de un acuerdo
comercial. Piensese en la máquina de hablar de una soirée mundana (PROUST).
Esta inclusión, que estamos proponiendo, de la acción verbal en el plano de las acciones,
enriquece con nuevas distinciones y separaciones la organización que la proyección de éste per-
mite introducir en el plano de los actores. Refuerza las posiciones, relaciones y agrupaciones
sociales definidas por la proyección de las series de tipos de acción e interacción no verbales (los
campesinos, los pescadores, los pastores no se diferencias y definen sólo por acciones e
interacciones no verbales específicas, sino también por el desarrollo en sus acciones verbales de
jergas propias) y permite, o ayuda a, descubrir grupos nuevos: uno de los rasgos que distinguen a
los grupos sociales emergentes, muy fluidos e inestables, que tratan de consolidarse, es la
adopción de estrictas convenciones lingüísticas diferenciales de los usos de la comunidad total.
Es el caso de los grupos juveniles que se afirman ante la sociedad adulta muy especialmente en el
plano de su acción verbal; el cheli, por ejemplo.
Así ¿no necesitamos ningún tercer plano? ¿Agotan, el plano de las acciones y el plano de
los actores, toda la utilidad que desde perspectivas antropológico-sociales puede extraerse del
estudio del lenguaje? Del estudio de la acción verbal, efectivamente. Mas el lenguaje no es tan
solo actividad verbal, sino también el producto de esa actividad, producto lingüístico.
Evidentemente, también de las acciones no verbales se siguen productos, pero esos no plantean
mayor problema. Son bienes que se extraen de la naturaleza y se consumen o se acumulan o se
intercambian, son artefactos que se elaboran y se usan, son modificaciones que se introducen en
el entorno: quedan en el eje de la acción, como desencadenantes de ulteriores acciones o
condicionantes de ellas.
Ahora bien, la actividad lingüística no es en esto como las otras actividades humanas. En la
acción verbal, la tarea de la circunstancia vital puede resolverse hablando: la acción queda
acabada, cumplida, con la transmisión y recepción de elementos informativos básicos. Mas en
otras ocasiones, la actividad lingüística trabaja creativamente en la formulación lingüística -no
necesariamente escrita- de una materia dada (todas las actividades humanas, incluida la propia
actividad lingüística, y más allá, la realidad entera, y aún la ficción y la irrealidad fantástica, son
objeto de posible formulación lingüística, de posible discurso) y engendra un producto
lingüístico: definiciones, clasificaciones, divisiones, máximas, sentencias, dichos, frases hechas,
salutaciones, pláticas, relatos, historias, fábulas, dramas, parlamentos, poemas, mitos, sagas, tra-
Instituciones sociales. Una propuesta. —124—
diciones, leyendas, reglas, etc., amén de todos esos usos parásitos del lenguaje, trópico,
metafórico, hiperbólico, alegórico y demás.
Estos productos lingüísticos sí que desbordan el plano de las acciones y requieren uno
propio, evidentemente. La cuestión es si tal eje tiene interés para el estudio antropológico o sólo
para el lingüista, el historiador de la literatura, el crítico literario. Y la respuesta, que para ellos
sin duda lo tiene, pero para el antropólogo tiene otro: es en ese eje donde el antropólogo
encuentra directa o indirectamente formuladas aquellas ideas, normas, valores, creencias,
presupuestos y opiniones, que en nuestra propuesta inicial integraban el plano de las ideas. La
visión del mundo de una sociedad, la propia autoconcepción y autoevaluación de la misma
sociedad, su conciencia de sí, todo eso es en este eje de los productos lingüísticos -escritos o no
escritos- donde se encuentra. El parlante de un idioma, mientras desarrolla su competencia lin-
güística, no se limita a aprender un vocabulario y una sintaxis, sino también una cosmovisión; no
aprende sólo a sujetarse a unas normas gramaticales y semánticas y lógicas, sino en el mismo
proceso a unas epistemológicas y pragmáticas y socioculturales. Con lo cual hemos ganado dos
cosas: mostrar el lugar (escindido) del lenguaje en este juego de ejes que estamos utilizando, y al
mismo tiempo, elucidar la sustancia propia de las ideas, que en nuestra propuesta primitiva
quedaba indeterminada y etérea, como escondida en los circuitos neuronales de los actores, de
imposible acceso para el estudio antropológico. Su sustancia, y su accesibilidad, son las de los
productos lingüísticos (e insistiremos, escritos y orales).
III.
INSTITUCIONES SOCIALES
Hemos tratado en las páginas precedentes de discernir las unidades que nos permitan
introducir un orden en el flujo continuo y desordenado de las conductas conscientes e inten-
cionales que integran un modo de vida. Al hacerlo, hemos llegado a lo que, con plena conciencia
de la inadecuación de la analogía, llamaríamos la estructura atómica de esas conductas: como en
un átomo protones, neutrones y electrones extranucleares, en cualquier conducta consciente hay
acciones, actores e ideas. Mas la forma de presentación escogida puede inducir a un error que
habrá que prevenir: la consideración secuencial, sucesiva, "lineal", de las acciones, los actores,
las ideas, la propia denominación usada en el esquema (sistema de acciones, sistema de actores,
sistema de ideas) pueden hacer pensar que estudiando separadamente una tras otra (digamos, en
Instituciones sociales. Una propuesta. —125—
tres capítulos consecutivos) esas unidades relativamente aisladas que hemos hallado, tendremos
estudiado (en un cuarto capítulo de síntesis) el modo de vida.
No es así. Nuestra única excusa por esta confusión que hemos podido generar es que ya
resulta todo bastante complicado incluso con la presentación que hemos hecho, secuencial,
lineal, como para haberlo complicado más intentando otra más ajustada, dialéctica, que hiciera
patente la indivisibilidad esencial de las conductas reiterativas integradoras del modo de vida.
Por eso ahora hemos de insistir explícitamente: aunque las integren acciones, actores e ideas,
como a los átomos protones, neutrones y electrones, antropológicamente las conductas, como
químicamente los átomos, son indivisibles. Y, como todo el mundo sabe, de la fisión del átomo
poco bueno puede esperarse.
Pero, entonces, volvemos a estar donde estábamos al principio y el camino hecho hasta
aquí ha sido tiempo perdido. Habrá que repetir otra vez que una antropología de la praxis no
puede limitarse a ser mera observación ingenua, ni contentarse con la ordenación ambigua y
fortuita con que las conductas reiterativas que integran el modo de vida se producen en su ocu-
rrencia real. Así no sería mas que descripción y probablemente apenas inteligible, como la propia
vida. Si quiere ser descripción ordenada, análisis, comparación, explicación, ciencia, tiene que
comenzar por separar el continuo fluido y desordenado del acontecer en unidades que pueda
manipular, ordenar sistemáticamente, contrastar, interrelacionar, organizar.
No es verdad, sin embargo, que hayamos hecho todo este camino en vano. Pues ahora
conocemos la estructura atómica de nuestra materia de estudio, y sabemos de la improductividad,
e incluso de la inviabilidad antropológica de cualquier intento de separar esa estructura. Gracias
a eso, estamos en condiciones de formular nuestra hipótesis que, sólo por continuar con la me-
táfora, llamaremos molecular: el modo de vida es continuo, pero para propósitos de descripción y
análisis puede tratarse como si fuera discreto y descomponerse en unidades menores, siempre
que éstas, como las moléculas, conserven la estructura atómica y las propiedades de la materia a
la que pertenecen. O dicho de otro modo, sean unidades indivisibles de acciones, actores e ideas,
y su naturaleza sea, por tanto, la del todo que ellas componen.
Esta descripción de lo que son las instituciones sociales es nuestra, pero apenas se separa
de la mayoría de las que se han expuesto en la tradición antropológica. Es, quizá, algo más
explícita. Y sólo eso, pues en la descripción de lo que se entiende por instituciones sociales la
antropología ha alcanzado cierta claridad y un grado considerable de acuerdo.
El acuerdo se extiende al uso que se hace del concepto, pero ahí la claridad se pierde.
Pocos antropólogos vacilarían en decir que la familia es una institución, como lo es el mercado, o
la justicia, o la caza cooperativa, o el noviazgo, o las jati indias (las castas), o la misa dominical,
o la propiedad, o el ejército, o el matrimonio, o la iglesia, o la reciprocidad. He aquí sin duda una
lista de cosas bien heterogéneas. Que todas puedan llamarse (de hecho, se llamen con frecuencia)
instituciones, sugiere que el acuerdo puede que se haya conseguido, pero la claridad dista mucho
de haberse alcanzado.
Pero miremos con más atención. ¿Qué es lo que hace tan patentemente heterogénea a esa
lista de instituciones? Primero y principal: que para denominar a unas instituciones se escoge
como nombre el del personal o grupo estructurado (la familia, el ejército, la iglesia o las castas),
para otras, el nombre de la tabla de valores y normas (la justicia, la propiedad, la reciprocidad).
Tan pronto como se distribuyen bajo esos tres epígrafes, los conjuntos parciales resultantes
pierden su inicial heterogeneidad.
De todos modos, ¿no es un proceder arbitrario éste que cambia de criterio en cada caso y
toma sus denominaciones ora de la unidad de actividad, ora del grupo estructurado, ora de la ta-
bla de valores y normas? ¿No se corre el riesgo de que, procediendo de este modo, resulte
imposible hacer una clasificación completa, o ni siquiera una enumeración exhaustiva de las ins-
tituciones sociales?
Y queda una segunda causa de aquella heterogeneidad: es también claro que no todas las
instituciones sociales enumeradas al azar son magnitudes del mismo rango. Se diría que la misa
dominical, más que una institución por sí misma, es una observancia, una unidad de actividad, de
la institución de más alto rango, Iglesia católica. Y similar reflexión cabría aplicar al noviazgo y
al matrimonio. ¿Son dos instituciones o dos unidades de actividad consecutivas de una misma
institución de rango superior?
Instituciones sociales. Una propuesta. —127—
Si se tiene esto presente, entonces las dificultades de los diferentes rangos que acabamos de
plantear se esfuman. Para propósitos de descripción y análisis de algo que es (está dicho
expresamente) un continuo, es enteramente legítimo manipular el diafragma y cambiar la
profundidad del campo cuando y cuanto convenga.
Pero, entonces, si el noviazgo, que en muchas sociedades cumple las condiciones descritas,
es decir, es un agregado duradero de conductas humanas integradas por sus tres planos y
organizadas en al menos dos de ellos -en el de las ideas (hay normas que rigen el grado de
intimidad permisible, hay valores como la fidelidad) y en el de las acciones (existe todo un ritual
del cortejo)- en torno a un propósito o fin central (que es el matrimonio), si el noviazgo,
repetimos, cumpliendo todas las condiciones, puede ser considerado una vez como una insti-
tución y la siguiente como mera parte de una institución, dependiendo sólo de las necesidades de
la descripción y del análisis, o en definitiva, de nuestra libérrima voluntad, ¿para qué sirve el
concepto de institución social?
Por el momento, sólo podemos dar una respuesta provisional, pero suficiente: sirve, en
primer lugar, para asegurarnos de que manejamos unidades que tienen la misma estructura
atómica, la misma naturaleza de nuestro objeto de estudio, el modo de vida en que están
entretejidas. Sirve, en suma, para asegurarnos de que nos mantenemos dentro de la antropología
de la praxis.
Instituciones sociales. Una propuesta. —128—
De entrada parece que plantear en estos términos los problemas de denominación equivale
a reintroducir subrepticiamente la perspectiva aislacionista ya más arriba rechazada. La propues-
ta oculta sería: tomemos como guía un solo sistema, el de acciones, el de actores o el de ideas,
dividamoslo en unidades menores hasta agotarlo y así tendremos una lista de instituciones
sociales con garantías de completitud. Sea, por ejemplo, el sistema de actores, que de hecho es el
preferido de los antropólogos que transitan por esta vía. La lista sería de unidades del género de
la familia, el linaje, la banda, el clan, las clases de edad, las castas, las asociaciones voluntarias,
etc. Concedemos que la lista es homogénea. Concedemos que las unidades que figuran en ella
son instituciones sociales, en los términos de nuestra definición. Pero enseguida habrá que
advertir que los problemas de rango subsisten (el linaje está integrado por familias y así la fami-
lia, según la perspectiva adoptada, una vez tendrá que ser considerada como una institución y la
siguiente como parte de una institución; el clan está integrado de linajes, etc.). Esto, en verdad,
no es una objeción, puesto que la propuesta no pretendía resolver ese problema, aunque tampoco
vemos cómo sin resolver el problema del rango se puede pensar en hacer una lista completa. De
todos modos, la objeción de fondo es otra, a saber: ateniéndonos a la propuesta, tampoco se logra
una enumeración exhaustiva.
semicírculo, golpeando los matorrales y gritando y haciendo ruido para espantar a los animales y
orientar su huída hacia las redes. El éxito de la caza depende de que el círculo formado por las
redes y los batidores sea suficientemente extenso.
Ahora bien ¿cómo llamaremos a esta institución social? Está claro que no por el nombre
del grupo que se encarga de la actividad, pues ese grupo carece de existencia organizada. Se
podría decir que ese grupo es la aldea, pero es mentira: la aldea son los hombres y las mujeres, y
éstas en la caza quedan al margen. Es sólo un sector de la aldea, apenas organizado, casi sin
estructuras de dirección y control. Cualquier hombre de la aldea puede proponer una batida y si
consigue la ayuda de los hombres suficientes se convierte en su jefe para esa cacería. Sus órdenes
(como todo el mundo sabe lo que hay que hacer, apenas necesita dar ninguna) suelen ser
atendidas. Pero su autoridad es temporal, dura lo que esa cacería. Por supuesto no es una relación
de autoridad exportable fuera del tiempo ni del espacio de la caza, no es una autoridad
sancionada por privilegios formales de ningún tipo. Sí que se da una organización y división del
trabajo, entre cazadores y batidores: pero es organización del trabajo (=actividad), no del grupo.
Y con el reparto de las presas, que se hace en cuanto se da muerte a la última, a pie de obra, por
decirlo así, el personal se disuelve.
Insistimos: ¿qué nombre habrá que dar a este institución? Parece claro que el de la
actividad: caza cooperativa. La relación grupo-actividad es biunívoca. El grupo dura lo que dura
la actividad, sólo se reúne para la actividad, sólo se estructura para la actividad. Ella es su único
vínculo y toda su organización. La inclusión de un grupo de estas características dentro de la lista
antes avanzada: familia, linaje, clan, grupo que se constituye para la caza con red resulta, como
se ve, asaz extraña. Pues evidentemente no es un grupo en el sentido en que la familia lo es, o el
clan, o el linaje.
Por sí mismo, todo esto no descalifica la propuesta de tomar como guía un solo sistema -
acciones, actores o ideas- y dividirlo en unidades menores hasta agotarlo para obtener una lista
de instituciones sociales homogénea y completa. Puede que nuestras dificultades provengan sólo
de que (siguiendo la preferencia antropológica más generalizada) hemos escogido un plano, el de
los actores, que ha resultado ser inadecuado. Tal vez hubiéramos debido escoger, por lo que
ahora se ve, el plano de las acciones. Claro está que tal cosa conllevaría de inmediato, para
mantenernos dentro de un solo y mismo plano, como la propuesta nos obliga, que tendríamos que
tachar de la lista instituciones todos los grupos, la familia, el linaje, el clan, y la lista resultaría
harto sorprendente. Pero no es eso sólo lo que nos hace rechazar la posibilidad, sino también el
Instituciones sociales. Una propuesta. —130—
comprobar que hay agregados de conductas sociales en torno a un propósito central, que están
organizados en el plano de los actores, o en el de las ideas, pero en cambio, aunque comportan
desde luego un plano de acciones (pues son instituciones), ése no está estructurado. Sea el
ejemplo de la propiedad: en torno a un conjunto de propósitos entre los que es central el de,
dicho sea en los términos más genéricos, prevenir y resolver las disputas que puedan surgir por el
acceso a y la disposición sobre los recursos y los bienes, se genera un agregado de conductas
sociales que sólo están organizadas en el plano de las ideas bajo la forma de una tabla de valores
y de normas que posibilitan y sancionan la atribución a determinadas personas (o grupos, v.g. a
un linaje) de determinados derechos sobre determinados bienes (inclusive inmateriales:
propiedad intelectual, propiedad de conjuros mágicos, o de mitos). Esos derechos pueden ser
consagrados como absolutos, perpetuos e ilimitados, e incluir el derecho de poseer la cosa,
utilizarla, disfrutarla o percibir sus frutos, disponer de ella, gravarla o enajenarla, abusar o
destruirla, reivindicarla de cualquier otra persona que pudiera tenerla indebidamente. O bien la
tabla, reconociendo la propiedad y protegiéndola, puede no obstante poner limitaciones y
cortapisas a los derechos dominicales supeditando la propiedad a otros intereses sociales, por
ejemplo prohibiendo los actos de emulación (así se llaman los que realiza el propietario con el
fin de causar perjuicios a terceros, por ejemplo, cegar una fuente que brotando en tierra suya
riega tierras de otros) o asegurando a la comunidad ventajas que no puedan perjudicar al dominio
(v.g., derechos de paso, permisión de espigar en un campo ya segado).
No hay duda de que en el plano de las acciones hay actividades que se integran en esta
institución de la propiedad. Hay acciones preventivas como cercar un campo o marcarlo con pie-
dras, o marcar a una res, o poner un candado a una puerta, o instalar dispositivos de alarma. Y
hay acciones reivindicatorias tendentes a reprimir la más grave de las lesiones de la propiedad y
dirigidas contra cualquier persona que se apodere de un bien que no le corresponde: como
recurrir a la policía para que recupere un objeto robado, o a los tribunales para que juzguen y
castiguen al ladrón. Mas es claro que esas acciones no están estructuradas en una unidad de
actividad organizada, coordinada, que pudiera figurar en una lista al lado de la caza con red de
los negros guro de la Costa del Marfil. Añadamos explícitamente que sin duda la institución de la
propiedad moviliza un personal, los propietarios, los conciudadanos que reconocen su propiedad
o la discuten, los agentes de la ley que la protegen, los jueces que intervienen para dirimir los
conflictos. Pero otra vez más esto es un personal desestructurado, no un grupo organizado, y sólo
podría denominarse tautológicamente: el conjunto de personas que guardan relación con la
propiedad. La inclusión de este conjunto en aquella lista de: familia, linaje, clan, etc., resultaría
todavía más disonante que la inclusión del "grupo que se constituye para la caza con red". (Bien
es verdad que en sociedades capitalistas complejas sí se han desarrollado modalidades de
organización de ese conjunto: cámaras de la propiedad, comunidades de propietarios).
Sólo queda una posibilidad de salvar la propuesta: que sea el recorrido del plano de las
ideas el que nos permita visitar todas las instituciones sociales y trazar su mapa completo, llegar
a su enumeración exhaustiva. Lo cual, incidentalmente, vendría a justificar la ya aludida
preferencia de la antropología a la moda por el estudio del sistema de ideas (antropología
simbólica, antropología cognitiva, antropología hermenéutica, antropología de las mentalidades),
justificación ciertamente no pedida, ya que los intereses y preocupaciones de esas corrientes
siguen otros caminos, los que llamábamos aislacionistas.
Para evaluar esta tercera y última posibilidad tendremos que hacer no pocas precisiones y
distingos. Lo cierto es que, de entrada, nos inclinamos a pensar que ese plano de las ideas sí que
Instituciones sociales. Una propuesta. —131—
podremos dividirlo en unidades menores estructuradas hasta agotarlo y obtener así por fin una
lista de las instituciones sociales homogénea y completa. Tal impresión se apoya en un
razonamiento que podría expresarse así: en toda institución tienen que estar los tres planos, y por
lo menos uno tiene que aparecer organizado, estructurado, por definición. Puede que ese plano
estructurado sea el de las ideas, y entonces no hay más que hablar: ahí está. O puede que el plano
organizado sea el de las acciones, o el de los actores. Pero en ese caso ¿cómo imaginar que no
esté organizada la correspondiente tabla de valores y de normas tecnoecológicas, éticas y
sociales por obra de la cual se organice la acción, o se organice el grupo? Dicho de otro modo: si
los hombres guro no conocieran las reglas que rigen la caza con red, no se distribuirían en las dos
filas de cazadores jóvenes y adultos, y batidores niños y ancianos, no se dispondrían en
semicírculo en los dos lados extremos del extenso coto, ni tensarían las largas redes los ca-
zadores, ni comenzarían a avanzar ruidosamente los batidores; no repartirían equitativamente las
presas apenas terminar la cacería. Y a partir de la existencia de cualquier grupo organizado sería
muy fácil hacer idénticas reflexiones. De donde se sigue que si al menos un plano tiene que estar
organizado por definición, entonces, para que ése lo esté, el plano de las ideas tiene que estarlo
por necesidad.
Pero al llegar aquí el lector puede pensar que ha alcanzado los límites extremos de la
confusión. Pues ¿no hemos hablado sin cesar, desde las primeras páginas hasta estas últimas,
nosotros mismos de ideas y creencias y valores, de plano de las ideas, de sistema de ideas? Mas
se recordará que ya de buen principio aclaramos que la expresión "sistema de ideas", o "plano de
las ideas, normas, reglas, valores, creencias" era para nosotros sustitutoria: lo que hay en ese
plano, dijimos, son productos lingüísticos. Y expresamente nos felicitamos por haber elucidado
Instituciones sociales. Una propuesta. —132—
la sustancia propia de las ideas, inicialmente indeterminada y etérea, como escondida en los
circuitos neuronales, en la mente de los actores, de imposible acceso para el estudio
antropológico: su sustancia y su accesibilidad, precisamos, son las de los productos lingüísticos.
Véase, por tanto, que nunca hablamos de ideas, valores y creencias como actividades
clandestinas de la mente, actos privados en un teatro oculto, interno, sino como formulaciones
lingüísticas, es decir, actividades inteligentes públicas.
Abandonando, pues, aquella abreviatura sustitutoria (sin perjuicio de que luego, por
comodidad, volvamos a adoptarla, deshecho ya el equívoco), el plano que nos queda por
recorrer, por ver si en él podemos llegar a una enumeración exhaustiva de las instituciones
sociales, trazar su mapa completo, es el de los productos lingüísticos. En aquellas líneas que aquí
estamos repitiendo decíamos también que todas las actividades humanas, incluida la propia
actividad lingüística, y más allá la realidad entera, social o no, y aún la ficción fantástica, son
objeto de posible formulación lingüística, de posible discurso. Pero para saber si en el plano de
las ideas (retomamos la abreviatura sustitutoria) todas las instituciones aparecen estructuradas,
organizadas, no todos los productos lingüísticos nos interesan por igual. De las muchas
tipologías que de los productos lingüísticos pueden hacerse retendremos ésta para nuestro
propósito: hay productos lingüísticos que quieren referirse al ser de las cosas, y otros a su deber
ser. Unos guían la acción, otros se dejan guiar por ella. En principio, el Decálogo de Moisés y el
Periplo de Hannón de Cartago no guardan la misma relación con la realidad: el Decálogo la
configura (la realidad), el Periplo la describe. Las cosas no son, desde luego, tan simples: una
descripción interesada puede omitir ciertos aspectos de la realidad y resaltar, o incluso inventar,
otros, en un intento sutil de hacer que la realidad termine pareciéndose a su descripción (los
discursos sobre el estado de la nación podrían servir de ejemplo); y alguna tabla de
mandamientos (no la de los diez) puede limitarse a enumerar las cosas como son. Pero no
importa; en la segunda hay siempre ese componente de autoridad sacralizadora que a la primera
le falta. Usando una distinción familiar: el Decálogo es un modelo-para-la-realidad, el Periplo un
modelo-de-la-realidad.
Lo que nosotros necesitamos encontrar para poder decir que en el plano de las ideas todas
las instituciones están estructuradas, son valores que orienten la acción y normas tecnoecoló-
gicas, éticas y sociales que la rijan, lingüísticamente formulados bajo la forma de un modelo-
para-la-realidad estructurado y unitario: en términos de MALINOWSKI, una carta o cédula de la
institución. Una descripción nativa de la institución podría ayudarnos, podría guiarnos en nuestra
indagación. Pero en definitiva sería un discurso de la misma naturaleza que el nuestro,
probablemente más ingenuo, técnicamente menos sofisticado y, en suma, una forma de discurso
inferior.
Así la pregunta es, no si están (lingüísticamente formulados) los valores y las normas, que
desde luego están, sino si están estructurados en una tabla; de la misma manera que en los otros
planos la pregunta no era si hay acciones que correspondan a la institución (por descontado que
las hay), sino si esas acciones se presentan bajo la forma de una unidad de actividad coordinada;
ni si hay actores, que por supuesto los hay siempre, sino si esos actores, que por supuesto
siempre los hay, sino si esos actores se presentan como un grupo organizado. Pues bien: en todas
las instituciones hay en el plano de las ideas, que en ninguna falta, definiciones, clasificaciones,
máximas, sentencias, dichos, fábulas, dramas, mitos, tradiciones, reglas, que formulan
lingüísticamente valores compartidos y normas asumidas por el personal de la institución, pero
como a retazos, sueltos. Sólo en determinadas instituciones, el plano de las ideas aparece
Instituciones sociales. Una propuesta. —133—
formulado como una tabla estructurada de valores y normas que incluye la disciplina
autoperpetuadora de la institución, con previsión de incentivos o estímulos para la participación
y para el cumplimientos de las normas, así como de sanciones contra la no participación y contra
la desviación.
Ahora bien, las corporaciones son, incluso en nuestra sociedad corporativa, mucho menos
frecuentes y numerosas que las instituciones defectivas. El análisis que hemos hecho de éstas,
mostrando cómo en ocasiones lo que aparece organizado es sólo el plano de la acción, en otras
nada más que el de los actores y en otras más sólo el de las ideas, ha podido aclara la razón de la
heterogeneidad perceptible en aquella lista casual páginas atrás, pero no ha eliminado esa
heterogeneidad. La lista sigue pareciendo un saco de retazos y remiendos, o una lista de
lavandería, por usar dos expresiones con raigambre en la literatura antropológica más redicha. La
heterogeneidad quizá quede explicada, pero subsiste, y con ella sus problemas.
Si a esto sumamos lo que más arriba, al hablar del noviazgo y del matrimonio, decíamos de
las posibilidades de expansión y de contracción de las instituciones, está claro que la empresa de
hacer su enumeración exhaustiva no tiene ninguna perspectiva de viabilidad. Entre los guro de
Instituciones sociales. Una propuesta. —134—
que antes hablábamos, además de la caza con red se practica la caza menor con trampas, la caza
con rifle o con arco y la caza mayor con trampas. ¿Cuantas instituciones tendrían entrada en la
lista? ¿Una sola -caza-, cuatro? ¿O tal vez sólo dos, caza mayor con trampas y caza con red (las
otras dos modalidades son individuales)? En cuanto a las actividades agrícolas, se cultiva el
arroz, la banana, el ñame, el maíz, el gombo, la mandioca, el taro y hoy también el café y el
cacao. ¿Habría que hablar de nueve instituciones? De hecho, las actividades organizadas
presentan en los distintos cultivos variantes diferenciadas: por ejemplo, el ñame hay plantarlo en
caballones y cuando comienza a crecer hay que disponer tutores e ir ligando su tallo para que se
sostenga. Nada parecido requieren los otros cultivos, que a su vez presentan sus propias
peculiaridades. En el reclutamiento del personal también hay diferencias: del cultivo del maíz, el
gombo, la mandioca y el taro se ocupan sólo mujeres; del café y del cacao, sólo hombres; de la
banana, hombres y mujeres conjuntamente en todas las fases del cultivo; del arroz y del ñame
hombres y mujeres, pero separada y alternadamente. En el ejemplo del ñame, son hombres los
que preparan los caballones, hombres y mujeres los que plantan, mujeres las que escardan las
malas hierbas, hombres los que se cuidan de los tutores y de ligar los tallos, y mujeres las que
cosechan. Así pues ¿nueve instituciones? ¿O una sola, agricultura? La pesca de los isleños
trobriand ¿es una sola institución? ¿O hay que distinguir la pesca en la laguna interior y la pesca
en mar abierto? Al menos en el plano de las ideas, difieren: la pesca en la laguna interior, que es
tranquila y de rendimiento seguro, no está conectada con creencias mágicas de ningún tipo; en
cambio, la azarosa pesca en mar abierto lleva aparejadas creencias y prácticas mágicas profusas.
¿Dos instituciones, pues? ¿O tal vez más? La construcción de una canoa trobriand, un conjunto
complicado de actividades, moviliza un grupo de hombres que operan según reglas técnicas y
mágicas precisas, y luego la manejan de acuerdo con las normas del arte de marear y reparten la
pesca obtenida también según leyes. Habría que plantearse si procede hablar de la institución de
la canoa.
Pues esto ocurre con las instituciones: que se expanden y se contraen, se entretejen,
encajan unas dentro de otras. Lo que llamamos cultura no es sino un enmarañamiento de
instituciones, una platónica symploké de instituciones. Pensar en hacer un catálogo de las
instituciones equivale a no haber comprendido lo que son, cómo son ni sobre todo para qué nos
sirven a los antropólogos que hablamos de ellas.
El problema de su clasificación es, por supuesto, otro distinto. Nadie ha sugerido nunca
que fuera necesario esperar a que alguna vez se complete el catálogo de los miles de millones de
estrellas presumiblemente existentes antes de proponer divisiones y clasificaciones de todas las
estrellas posibles. No es que el ejemplo sea muy apto: las estrellas son por cierto bien distinta
cosa que las instituciones. Pero subraya un extremo esencial: lo importante para clasificarlas no
es conocer todas las instituciones por su nombre, o ni siquiera de vista, sino saber qué son (en
definitiva, saber cómo las definimos) y sobre esa base de su definición hallar un principium
divisionis, capaz de desmembrar todas las instituciones posibles en conjuntos disjuntos. Y de
tales principios hay varios.
Uno primero subyace a toda nuestra exposición anterior. Las instituciones se dividen en
corporaciones, organizadas en sus tres planos, e instituciones defectivas, y estas segundas en
instituciones organizadas ya en uno solo de sus tres planos, acción (la caza cooperativa), actores
(así los clanes en numerosas sociedades), o ideas (la propiedad), ya en dos de ellos, normas más
Instituciones sociales. Una propuesta. —135—
acciones (el mercado), normas más actores (la exogamia) y actores más acciones (los llamados
grupos personales centrados en ego o parentelas).
Hay más criterios cuya aplicación da también divisiones formalmente ciertas, esto es,
cuyos membra divisionis agotan toda la extensión del concepto dividido. Ateniéndonos al plano
de la acción, la aplicación del criterio de la vigencia temporal de la actividad divide a las
instituciones en periódicas, intermitentes y continuas. Son periódicas las instituciones que se
activan a plazo: por ejemplo, las fiestas de año nuevo, el nauroz persa, el akitu babilónico,
ceremonias que cierran un ciclo temporal e inauguran otro, con un conjunto de rituales
extraordinariamente rico, purificaciones, confesión de los pecados, expulsión de los demonios y
del mal fuera del poblado, extinción del fuego viejo y obtención del nuevo, representación
dramática de la cosmogonía. Instituciones intermitentes son las que se activan sólo cuando se da
alguna circunstancia contingente, como es el caso de la vendetta: entre los nuer, por ejemplo,
cuando se produce un homicidio, voluntario o involuntario, todos los miembros del linaje de la
víctima quedan por igual obligados a vengarla, teóricamente matando al homicida o a algún
miembro del linaje del homicida. Por último, continuas son las instituciones que operan sin
período de latencia, por ejemplo, la familia o la propiedad.
Todavía en el plano de la acción cabe aplicar otro punto de vista divisivo, a saber, el del
régimen de participación. Así se distinguen las instituciones que son activadas paralelamente por
diferentes personas y grupos de personas (el matrimonio sería un ejemplo claro, o también el
linaje), de aquellas otras que requieren una acción colectiva mancomunada (así la caza
cooperativa o las recién descritas ceremonias del año nuevo). A las primeras las podemos llamar
paralelas, y a estas últimas asociativas.
A B C D
grupo de los grupo de los grupo para grupo máxi-
actores efectivos actores el que es válida la mo o total
potenciales institución
(1) A = B = C = D
(2) A ¹ B = C = D
(3) A = B ¹ C = D
Instituciones sociales. Una propuesta. —136—
(4) A = B = C ¹ D
(5) A ¹ B ¹ C = D
(6) A = B ¹ C ¹ D
(7) A ¹ B = C ¹ D
(8) A ¹ B ¹ C ¹ D
En todas las siete fórmulas restantes entre el grupo de los actores efectivos y el grupo
máximo se interpone alguna relación de desigualdad. El grupo de los actores efectivos no
coincide con el grupo máximo o total, y eso justifica el nombre que damos a estas instituciones:
las llamaremos instituciones sectoriales.
Para la fórmula (8) A ¹ B¹ C ¹ D vale, entre otros muchos, el ejemplo de la orden monástica
con que introducíamos estas reflexiones.
Sin dejar el plano de los actores, aún quedan dos criterios divisivos que dan también
divisiones ciertas. El primero atañe a las modalidades de reclutamiento del grupo de los actores
efectivos, de las que hay tres: adscripción automática (con tres subdivisiones: por nacimiento,
por edad y por sexo), adscripción forzosa y adhesión voluntaria. El segundo se refiere a la
duración de la pertenencia al grupo, también con tres posibilidades: pertenencia vitalicia,
vitalicia renunciable, y temporal. Estos criterios se cruzan como muestra el cuadro que sigue:
automática
Más detenida consideración merecen los grados de edad, escogidos como ejemplo de
instituciones de adscripción automática (por edad) y pertenencia temporal. En numerosas
sociedades primitivas la edad se usa como un principio para el reclutamiento de grupos
corporativos y para la integración política de la sociedad. Entre los konso del Africa oriental, por
ejemplo, hay grupos de edad para ambos sexos. Cada trece años se inaugura un nuevo grupo de
edad en el que se integran todas las personas del sexo correspondiente que hayan cumplido los
nueve años desde la constitución del grupo precedente (tendrán pues entre nueve y veintidós
años). La pertenencia al grupo de edad así constituido es vitalicia. Cada hombre tiene que tomar
su primera mujer del grupo de edad femenino que corresponde al suyo. Ahora bien, los grupos de
edad de los varones avanzan periódicamente a través de una serie jerarquizada de cuatro grados
de edad: fareita, chela, gada y orshada. El grupo permanece en cada grado dieciocho años. Una
vez cada dieciocho años, en una espectacular ceremonia tribal, cada grupo de edad pasa al grado
de edad inmediatamente superior. Mientras están en el primer grado, fareita, los hombres se
ocupan de los trabajos comunitarios: construcción o reparación de empalizadas, plazas, edificios
públicos, caminos, obras de regadío. Ni antes de ingresar en ese grado ni mientras están en él
pueden los hombres casarse, aunque sí acostarse con mujeres casadas; se piensa que en todo ese
tiempo son estériles, por lo que los maridos no se oponen. Al ingresar en el segundo grado,
chela, los hombres se casan, y los dieciocho años que pasan en este grado los dedican a atender a
sus familias y criar a sus hijos. Evidentemente, con este sistema los matrimonios se contraen
masivamente cada dieciocho años, y en los intervalos sólo tienen lugar uniones secundarias (los
konso son polígamos). En el tercer grado, gada, los hombres se ocupan del gobierno y
desempeñan los cargos públicos, administrativos, judiciales y sacerdotales. Al entrar en el cuarto
grado, orshada, abandonan esos cargos y se limitan a actuar como consejeros de sus sucesores.
Se someten a la circuncisión y cesan en su vida sexual. Hay noticias según las cuales los
individuos que en el grado gada ocuparon cargos particularmente altos, el ingresar en este grado
orshada adoptan vestimentas femeninas y llevan una vida propia de mujeres ancianas. Como esta
descripción deja claro, los grados (no los grupos) de edad son instituciones de reclutamiento
automático y pertenencia temporal.
Instituciones sociales. Una propuesta. —139—
En cuanto al ejército que figura en la celda siguiente como ilustración de las instituciones
de reclutamiento forzoso y pertenencia temporal, lleva un paréntesis necesario: levas. En efecto,
si hablásemos por ejemplo del servicio militar obligatorio, su lugar sería la celda inmediatamente
superior: pertenencia temporal, pero con reclutamiento automático a cierta edad. No es ése el
ejemplo en que pensamos, sino en la movilización forzosa de parte de la población en caso de
guerra o para impedirla, por tanto con un propósito temporalmente limitado. De aquí la
necesidad del paréntesis.
Y no nos queda más que el plano de las ideas, que a efectos de la división de las
instituciones se muestra mucho menos fecundo. De hecho no hallamos en él mas que un
principio divisivo significativo, a saber, entre instituciones autorreguladas e instituciones
heterorreguladas. Propondríamos el nombre de instituciones autorreguladas para aquellas que se
rigen por una carta o cédula de valores, normas e ideas autogenerados en el juego dialéctico de
las tres planos de la propia institución, exclusivos de ella y excluyentes de toda otra idea alógena:
Instituciones sociales. Una propuesta. —140—
Mas sobre nuestra praxis social ignotos pensadores de los que jamás sabremos nada, y
junto a ellos y después de ellos filósofos y científicos que si conocemos, llevan siglos reflexio-
nando. La historia de esos esfuerzos es una parte importante de la historia del pensamiento
occidental y el resultado de ellos ha sido la clasificación de tales contenidos de propósito en
categorías que todos conocemos: economía, ciencia, religión, política, derecho y otras más
similares. Son categorías enteramente convencionales y ninguna de ellas se ha definido nunca de
un modo que haya sido generalmente aceptado. Pero su conjunto nos da un mapa de referencias
Instituciones sociales. Una propuesta. —141—
que de hecho usamos constante y confiadamente como exhaustivo y fidedigno. Nadie puede
alegar que ignore lo que quiere decir economía o derecho o ciencia; sí puede decir que sólo lo
sabe aproximadamente porque esas categorías son vagas e imprecisas. Pero tal vez las
necesitemos así si pretendemos que nos sirvan para ordenar la compleja variedad de los
propósitos sociales (NADEL).
Así, no hay opción: mientras no dispongamos de otras más finas y precisas de validez
transcultural, no podemos prescindir de nuestras categorías convencionales por que hacerlo
equivaldría a cuestionar la unidad misma de nuestro objeto de estudio, la sociedad humana. Por
eso los rubros bajo los que intentaríamos la clasificación de las instituciones según sus
contenidos de propósito son los mismos que desde MALINOWSKI vienen utilizándose por una
mayoría de estudiosos:
Al justificar hace un instante el uso de estas categorías alegábamos que todo el mundo
sabe, siquiera sea aproximadamente, lo que quiere decir economía o religión o ciencia. Y poco
más arriba reconocíamos que, tras secular reflexión sobre ellas, aún no se han definido de un
modo que haya sido generalmente aceptado. Así, poco sentido tendría que después de enumerar-
las, acometiéramos el esfuerzo de definirlas: puede que fuera deseable, pero no es necesario ni,
en definitiva, tampoco es posible. Sólo una categoría, por que es más técnica, merecerá somero
comentario. Llamamos instituciones parentales a todas aquellas cuyo contenido de propósito es
la reproducción de las personas sociales, en el más amplio sentido que se pueda dar a estas
palabras: desde la procreación y la crianza de los niños hasta su socialización (preparación para e
incorporación a roles) como miembros que renuevan el grupo estructurado parental y que a
través de él, como nuevos sujetos de derechos y deberes, integran y perpetúan física y
socialmente el grupo máximo.
diferencian mal de todos los otros (pues la educación siempre ha de tener algún contenido
distinto de ella, económico o científico o estético o religioso, etc.).
He aquí, pues, que la aplicación de este último criterio clasificatorio por los contenidos de
propósito viene a enmarañar todavía más aquella platónica symploké que decíamos es la cultura
humana. Pues bien, la importancia y la utilidad del concepto de institución social que aquí hemos
desarrollado, radica precisamente en que es capaz de darnos un extremo del hilo cuyo
Instituciones sociales. Una propuesta. —143—
seguimiento nos permite adentrarnos en esa maraña para tratar de entender el secreto de su
complicación y su funcionamiento.
BIBLIOGRAFIA
DAVY, George, La foi jurée. Etude sociologique du problème du contrat. La formation du lien contractuel, París, Alcan,
1922.
EISENSTADT, Shmuel N., "Anthropological Studies of Complex Societies",Current Anthropology, 1961, 2:201-222.
EISENSTADT, Shmuel N., Essays on Comparative Institutions, Nueva York, Wiley, 1965.
EISENSTADT, Shmuel N., "Institutionalization and Change", American Sociological Review, l964, 29:235-247.
EVANS-PRITCHARD, E. E., The Comparative Method in Social Anthropology, Londres, Athlone, 1963.
FIRTH, Raymond, Elements of Social Organization, Londres, Watts, 1951.
HOBHOUSE, L. T.; WHEELER, G. C.; GINSBERG, M., The Material Culture and Social Institutions of the Simpler
Peoples. An Essay in Correlation, Londres, The London School of Economics and Political Science, Monographs on Sociology,
nº 3, 1930.
MALINOWSKI, Bronislaw, Argonauts of the Western Pacific, Londres, Studies in Economics and Political Science,
1922.
MALINOWSKI, Bronislaw, Crime and Custom in Savage Society, Londres y Nueva York, International Library of
Psychology, Philosophy and Scientific Method, 1926.
MALINOWSKI, Bronislaw, "Culture", Encyclopaedia of the Social Sciences, Nueva York, 1931.
MALINOWSKI, Bronislaw, A Scientific Theory of Culture, N.Carolina, Chapel Hill, 1944.
MURDOCK, George P., Social Structure, Nueva York, Macmillan, 1949.
NADEL, S. F., The Foundations of Social Anthropology, Londres, Cohen & West, 1951.
PARSONS, Talcott, The Social System, Glencoe, Ill., Free Press, 1951.
ETNOGRAFIA DE LA PRODUCCION Y DE LA CIRCULACION
Cuarta Parte
La prioridad histórica entre las artes de subsistencia corresponde sin duda a la recolección
de frutos silvestres y a la caza de animales salvajes, con las que la especie humana ha asegurado
su sustento durante la mayor parte de los dos millones de años que lleva sobre la Tierra. Con
ambas, caza y recolección: todas las pruebas arqueológicas muestran que nunca se han
presentado separadas, y en cuanto a los pocos pueblos contemporáneos que aún dependen
básicamente de esas artes de subsistencia (sin excepción pueblos marginales, relegados a los
intersticios más inhóspitos del mapa neolítico que en los últimos diez mil años ha configurado la
difusión generalizada de la agricultura y la cría de ganado), todos ellos cazan y recolectan. En
realidad, cabría considerarlas a las dos, y con ellas a la pesca, como una sola arte de subsistencia,
e introduciendo un neologismo necesario, con etimología convenientemente ambigua, hablar de
artes de predación (derivándolo del latín praeda, botín, despojo, presa de guerra, pero que sig-
nifica también, en Plauto, Virgilio y Ovidio, presa hecha en la caza o en la pesca, y en Cicerón y
Plinio, ganancia, provecho, beneficio; y a la vez de praedatus, dado previamente).
¿CAZA O RECOLECCION?
Antes de seguir hablando de la caza se hacen necesarias dos aclaraciones. La primera: sólo
unos pocos entre los grupos humanos de que nos vamos a ocupar en estas páginas conservan este
arte de subsistencia en su forma más pura. Los cazadores de hoy consiguen una parte a veces
considerable de sus alimentos intercambiando bienes y servicios con los no cazadores que les
rodean o incluso cultivando el suelo y criando ganado ellos mismos. Pero "a efectos de la
Artes de subsistencia. La predación: caza y recolección. —146—
investigación antropológica y del análisis teórico, no hemos de buscar solamente grupos cuya
única base de subsistencia sea la caza y la recolección. Podemos encontrar todos o muchos de los
elementos esenciales de una sociedad cazadora y recolectora en un pueblo que consuma
alimentos cultivados por otro o que incluso practique un cultivo limitado. Lo esencial es que
exista una total independencia económica potencial, que la mayor parte de las provisiones
provenga de la caza y la recolección" (TURNBULL, 1974). La segunda aclaración se refiere a la
denominación más usual. Hablamos de cazadores. Mas, restringiéndonos ahora a los pocos pue-
blos que conservan incontaminada esta forma de subsistencia, casi todos dependen para la mayor
parte de su alimentación de los vegetales silvestres y/o de los peces y los moluscos. Hay
excepciones: los pueblos del Artico central que prácticamente no comen nada de origen vegetal,
porque en la pobre flora y en la escasa vegetación ártica, cuando existe, no hay plantas que el
hombre pueda digerir, y que además en algunos casos tampoco pueden pescar, de forma que
dependen enteramente de la caza. Pero lo normal es que los cazadores coman toda la carne que
puedan conseguir, que rara vez representa más del 40 por 100 del peso total de sus alimentos y
con más frecuencia no llega al 20 por 100, y completen su ración con vegetales. Los bos-
quimanos kung del Kalahari, por ejemplo, conocen y usan ochenta y cinco especies vegetales
comestibles, de las que una, la nuez mongongo (Ricinodendron rautaneii Schinz), les proporcio-
na más de la mitad de su ración calórica y proteínica cotidiana, que se compone así:
Esta situación es típica de la mayoría de los pueblos cazadores. Usando los datos del Atlas
Etnográfico de Murdock para una muestra de 58 sociedades cazadoras, Lee concluye que aunque
todas ellas cacen, 29 viven primariamente de la recolección, 18 de la pesca y sólo 11 de la caza.
Las cifras resultan aún más reveladoras si se desglosan por latitudes, pues entonces se advierte
que más de la mitad de esos once pueblos que subsisten principalmente de la caza, viven o en las
zonas polares o muy cerca de ellas, o sea, en áreas en las que, como hemos dicho, la posibilidad
de abastecerse de plantas comestibles es prácticamente nula.
Artes de subsistencia. La predación: caza y recolección. —147—
50º-59º ---------- 1 9 10
40º-49º 4 3 5 12
20º-29º 7 ---------- 1 8
10º-19º 5 ---------- 1 6
0º-9º 4 1 ---------- 5
Totales y 29 (50%) 11 18 58
porcentajes (18,96%) (31,03%) (100%)
La importancia que tienen las plantas recolectadas para la subsistencia de los cazadores es,
por otra parte, perfectamente comprensible. Incluso en los casos más favorables, la caza, siendo
móvil, migratoria, es vecera e impredecible. Es una actividad de alto riesgo y bajo rendimiento.
A la inversa, el riesgo de la recolección es bajo y su rendimiento elevado. Los vegetales son
sedentarios y seguros. Crecen año tras año en el mismo sitio. Su recolección puede aplazarse,
escalonarse. Y ese escalonamiento de la recolección a la medida de las necesidades sustituye con
ventaja a cualquier otra técnica de conservación de alimentos.
Sin embargo la denominación de cazadores para pueblos que, aún siéndolo, subsisten
fundamentalmente de alimentos distintos de la carne, es algo más que un uso conveniente.
Responde primero a la conciencia que esos pueblos tienen de sí mismos, de su actividad. Aunque
también recolectan, ellos se consideran cazadores. Aunque coman vegetales cuando no tienen
carne bastante (es decir, siempre), se consideran comedores de carne. Pero además esta concien-
cia de sí es la conciencia históricamente adecuada. Sin abordar el espinoso problema de si en el
pasado la mayor abundancia de animales salvajes permitió a los antecesores de los cazadores de
hoy vivir y comer como verdaderos cazadores, una cosa es clara: lo que organizó la estructura y
el funcionamiento de esos hombres y de esos grupos humanos fue la caza de animales, no la
recolección de alimentos vegetales. La dieta de los hadza del lago Eyasi, en Tanzania, se
compone en un 80 por 100 de plantas y sólo en el restante 20 por 100 de carne. Pero la forma en
que proceden con los vegetales y con la carne es enteramente distinta. Recolectan las mujeres y
los niños por un lado y los hombres por otro, y casi todos los vegetales que así consiguen los
consumen sobre el terreno, a medida que los van encontrando. Sólo una parte mínima de esas
plantas llega al campamento, y aun no siempre. En cambio, la carne cazada sí se transporta al
Artes de subsistencia. La predación: caza y recolección. —148—
campamento y se reparte entre los que allí están (WOODBURN, 1972). Y es que la caza no sólo
aumentó el potencial de subsistencia del hombre en el pasado remoto en que éste se hizo
carnívoro. Hizo más: le abrió la posibilidad que los carnívoros tienen de compartir sus alimentos
con sus compañeros de grupo. Los primates comedores de plantas, para obtener una ración
calórica equivalente a un par de kilos de carne, deben procurarse un peso y un volumen de hojas,
de ramas, de retoños, de bayas, considerablemente superior. Si quisieran recolectar para otros
necesitarían lo primero cestas o redes o sacos en que transportar su cosecha. Mas la fabricación
de contenedores como ésos rebasa su capacidad de coordinación neuromuscular de movimientos
finos y precisos, empezando por sus esquemas de organización de las percepciones sensoriales.
Para acometerla hacen falta un ojo y una mano largamente ejercitados en actividades más
exigentes y en la preparación de otro utillaje más simple que, por otra parte, a los comedores de
plantas no les sería de utilidad. En cambio, el más primitivo carnívoro puede cazar para otros. La
carne es un concentrado de proteínas y calorías, compacto y adecuadamente empaquetado en su
propia piel, y así fácilmente transportable incluso con los dientes. Fue esa posibilidad de
compartir la carne la que permitió que se prolongase el período de dependencia (y con él el de
aprendizaje) de los homínidos subadultos, la que reforzó los lazos madre-hijo y a la vez impuso
restricciones a la actividad de las mujeres, la que facilitó la cristalización de la unidad familiar
(por la adición de un macho cazador al núcleo madre-hijo de los primates) y proporcionó la
diferenciación de funciones. Además, los estímulos para el desarrollo de la cultura son con la
caza incomparablemente mayores que con la recolección. A las plantas es posible acercarse en
cualquier momento y desde cualquier dirección. No tienen olfato, ni ven, ni oyen, ni se escapan.
No se revuelven, no atacan, no muerden. No es necesario golpearlas, alancearlas o perseguirlas
corriendo hasta hacerlas caer exhaustas. No hay que acorralarlas. La cantidad de información que
precisan reunir, manejar e intercambiar los comedores de plantas es así ínfima en comparación
con la que les hace falta a los cazadores, sobre todo a los cazadores en grupo.
PERICIA CAZADORA
La simplicidad de las artes de predación hace fácil trazar su tipo ideal. Recursos,
básicamente los espontáneos que el medio ofrece, y aun dentro de éstos no todos: los
bosquimanos del Kalahari conocen 223 especies animales diferentes, pero sólo consideran
comestibles 54, y de ellas no suelen cazar más que 17. De todos modos, en el mundo hay muy
pocas zonas verdaderamente aisladas y la mayoría de los cazadores llevan siglos viviendo en la
vecindad de poblaciones agricultoras e intercambiando con ellas bienes y servicios. La energía
disponible, salvo raras excepciones, es sólo la humana. El utillaje es, por lo general, limitado:
para la caza, dardos o venablos, arcos o flechas, mazas y martillos arrojadizos, hachas; para la
recolección, el hacha y el bastón de excavar y redes y bolsas para transportar los frutos y las
bayas, las raíces y los tubérculos recogidos. Aunque limitado no siempre equivale a simple:
como es sabido, en las colecciones de más de un museo etnográfico europeo se conservan des-
montadas trampas de cazadores que todo el ingenio occidental no acierta a reconstruir. La
precariedad de los recursos, de la energía, del utillaje, las compensan los cazadores recolectores
con su pericia, con su saber predador, su profundo conocimiento del medio en que conviven con
sus presas y de las características y costumbres de éstas, así como del período de larvación de los
insectos, de la etapa de letargo invernal de algunos animales, del tiempo de celo de todos. La
atenta observación de la tierra que pisan les ha enseñado a escrutar las huellas, las plantas
mordisqueadas, las ramas rotas al paso de los animales que buscan, pero también a leer en las
grietas y en las protuberancias del suelo la situación y el tamaño de las raíces comestibles o a
adivinar bajo una capa de maleza más verde y más fresca la presencia de aguas subterráneas
Artes de subsistencia. La predación: caza y recolección. —149—
poco profundas. Las mil interrelaciones entre el medio abiótico y la comunidad biótica de su eco-
sistema son para ellos mil mensajes que han aprendido a descifrar para guiar sus esfuerzos.
La caza es todo lo contrario que una búsqueda a ciegas que sólo el azar premia (aunque
también se puede hacer intervenir el azar, por ejemplo, eligiendo por adivinación las rutas de la
partida cazadora, procedimiento aleatorio que contrapesa la conocida capacidad de los animales
para ajustar rápidamente su conducta a los hábitos del hombre). El tiempo invertido en la explo-
ración es el más largo de la secuencia de la caza. Las huellas, las plantas mordisqueadas, las
heces, informan al cazador de la presencia en el coto en que habitualmente caza de estos o aque-
llos animales. Localizadas las huellas, empieza el rastreo, la persecución. Por las huellas sabe el
cazador, mucho antes de haberla visto, el tamaño de su presa, su sexo, su edad, la dirección y la
rapidez de su marcha. El que las huellas sean más recientes o estén más secas le permite estimar
qué delantera le lleva. Cuando se acerca más a ella tiene que recordar todo lo que sabe de la con-
ducta de ese animal, interpretar todos los factores situacionales relevantes para esa conducta,
captar cualquier signo premonitorio de la huida o del ataque.
Hemos dicho que el disparo es el acto penúltimo. Es que rara vez el animal alcanzado por
las flechas o por las jabalinas se desploma fulminado. La herida, incluso con muchos de los
venenos, tarda unas horas, a veces un día o un par de días en matarle. De modo inmediato sirve
para impedirle que siga huyendo velozmente y prolongadamente. Claro que también da a los
cazadores la posibilidad de acercarse más y rematarlo. Posibilidad que no siempre aprovechan:
más veces prefieren seguir ahuyentando al animal debilitado y entorpecido en la dirección que a
ellos les interese, para ahorrarse en lo posible el esfuerzo de cargar con su cadáver. Por lo
mismo, cuando el animal muere lo descuartizan y abandonan sobre el terreno todo lo que no van
a aprovechar. O si han abatido un animal muy grande, en lugar de transportarlo, trasladan el
campamento junto a él hasta que terminan de comérselo.
Para que una caza así tenga éxito se han de cumplir sus condiciones básicas: profundo
conocimiento de sus presas, largo entrenamiento, constante aprendizaje. Los cazadores no sólo
viven de la caza; también viven para la caza. La inculcación de los hábitos de observación, de
atención cuidadosa, la transmisión de los conocimientos etológicos, la enseñanza de los
minuciosos sistemas de exploración y rastreo, todo eso comienza en la infancia y no cesa.
Narraciones de episodios de caza, discusiones interminables sobre el tiempo atmosférico y sus
efectos, predicciones entorno a la abundancia o escasez de unos u otros animales, son los
motivos constantes de la conversación de los cazadores, los argumentos de su literatura oral, el
centro de sus preocupaciones.
la Gran Cuenca, tienen en común lo más importante: que los tres cazan; pero en el detalle
concreto y menudo de esta caza muy poco tienen en común.
Más importancia diversificadora que la mera diferencia de recursos correlativa a la
diferencia de latitudes, climas, áreas, tiene todavía la variable amplitud de los respectivos nichos
ecológicos de las distintas poblaciones de cazadores recolectores. El concepto de nicho ecológico
no es directamente, como el término parece sugerir, un concepto espacial, sino biológico o, más
exactamente, trófico; un nicho ecológico es la proyección de la estrategia trófica o alimentaria de
una población (humana o no) sobre el conjunto de recursos presentes en su ecosistema, es decir,
es la parte de los recursos utilizada por esta población. Cuál sea esa parte depende de factores
plurales y heterogéneos: en primer término, por supuesto, de la presencia de mayor o menor
variedad de recursos en el propio ecosistema, la que a su vez es función del mayor o menor
número de microambientes o biotopos diferenciados (término con el que se designa el más
pequeño espacio o área natural que dispone de medio ambiente propio y en donde vive una
comunidad homogénea de plantas y animales) que integran ese ecosistema; en segundo lugar, de
la presencia o ausencia de poblaciones, humanas y no humanas, que compitan por esos mismos
recursos; y para el caso de las poblaciones humanas, de las características y del alcance de su
desarrollo tecnológico, de la definición de los recursos deseables y no deseables, y de otros
muchos rasgos culturales. El nicho ecológico será más amplio cuanto más numerosos (no
necesariamente más abundantes) sean los recursos diferentes utilizados; de un nicho amplio se
dice que es un nicho ecológico generalizado. A la inversa, se hablará de nichos especializados
cuando los recursos que los integran sean menos variados (pero no necesariamente menos abun-
dantes). Por sí sola, la amplitud de un nicho nada dice de la abundancia absoluta de los recursos
en el ecosistema o cantidad (un nicho generalizado puede ser pobre), ni de su calidad o abun-
dancia relativa (un nicho ecológico generalizado y rico puede ser desequilibrado si la cantidad de
algún recurso necesario de uso frecuente y que no tenga sustitución posible es desproporciona-
damente baja), ni de su oportunidad o ajuste de sus periodicidades (un nicho ecológico
generalizado, rico y equilibrado puede ser inestable si estacional o cíclica o esporádicamente se
presentan en él condiciones de pobreza o desequilibrio). Mas con las oportunas reservas para las
matizaciones que en cada caso concreto resultan necesarias al introducir y al conjugar esas varia-
bles, parece claro que en las condiciones de las artes de predación, cuanto más amplio sea el
nicho ecológico de una población humana, más probable será que ésta consiga y mantenga nive-
les adecuados de nutrición, salud y reproducción. Y lo que todavía es más claro: cuanto más
amplio sea el nicho ecológico de una población predadora, menor será su grado de nomadismo.
Los animales que persigue el cazador no permanecen mucho tiempo en el mismo sitio, sino
que se desplazan en busca de nuevos pastos; y los frutos silvestres, las bayas, las raíces comesti-
bles que cosechan los recolectores también se agotan pronto. Por eso los cazadores recolectores
son casi todos nómadas, aunque el grado de su nomadismo es muy variable: va desde los
cambios diarios de campamento de los birhor de la India hasta la sedentariedad permanente de
los ainu de Hokkaido, pasando por los traslados mensuales de los pigmeos, trimestrales de los
indios pies-negros, semestrales de los vedda de Ceilán.
campamentos durante cortas temporadas de trabajos especiales, por ejemplo, durante la pesca del
salmón. Pero entre los que viven sobre todo de la recolección hay pueblos como los semang que
son todo el tiempo nómadas y otros como los paiute del valle de Owen que nunca trasladan sus
poblados. Y entre los propiamente cazadores se da una similar variación.
Menos valor explicativo tiene todavía un segundo factor que ciertamente ha de influir: la
posesión de alguna técnica de conservación de los alimentos. De los cazadores meridionales ni
los más nómadas ni los más sedentarios suelen ensayar ninguna, quizá por lo difícil que es
conservar los alimentos en un clima caluroso y húmedo, quizá porqué el escalonamiento de la
recolección sustituye con ventaja a todas las técnicas de conservación, quizá simplemente porque
rara vez reúnen alimentos en cantidad suficiente para que se les plantee el problema de
conservarlos. Y en cuanto a los cazadores septentrionales, para quienes la conservación de los
alimentos en las estaciones más crudas es una necesidad vital, todos disponen de técnicas
apropiadas, los más movedizos como los más estables.
Primera consecuencia del nomadismo es la pobreza del equipo material. Para sus
frecuentes, y en ocasiones constantes desplazamientos, unos pocos grupos disponen de medios
auxiliares de transporte y hasta de fuerza motriz animal: canoas o balsas los que viven cerca de
las aguas, trineos y perros los cazadores del Artico, travois y caballos los indios de las Praderas.
Pero incluso ellos, y a fortiori todos los demás, emplean fundamentalmente su propia fuerza
Artes de subsistencia. La predación: caza y recolección. —153—
muscular y lo que poseen lo llevan al hombro, o más corrientemente sobre sus cabezas, de
campamento en campamento. De ese modo es muy poco lo que pueden llevarse, y menos aún si
se piensa que por lo general carecen de contenedores adecuados (sólo tienen las bolsas y las
redes de la recolección y pieles para hacer los hatillos) y sobre todo que de esa función de
porteadores suelen quedar exentos los hombres, que acompañan a la expedición sin más carga
que sus armas, prestos para defenderla de cualquier peligro que pudiera surgir. Así el nomadismo
ha inhibido poderosamente el desarrollo de las técnicas artesanales que requieren un utillaje
relativamente voluminoso y pesado, y cierto grado de permanencia en un mismo lugar que
permita un aprovechamiento razonablemente prolongado de la producción artesana. Para
trasladarse a menudo en aquellas condiciones hay que prescindir de todo lo prescindible. La
vivienda se prepara con los materiales que se encuentran sobre el terreno y se abandona al dejar
el campamento. Los utensilios de cocina se reducen a los recipientes para conservar y transportar
el agua. Otro ajuar no hay. Con frecuencia, ni el vestido existe. Ocurre incluso, sobre todo en los
tiempos difíciles, que se abandona o se da muerte a los miembros del grupo que no pueden
seguirlo por sí mismos, los enfermos, los inválidos, los muy ancianos, los muy niños. Pues el
nomadismo no es sólo un freno al desarrollo tecnológico: resulta serlo también, y por similares
razones, al crecimiento demográfico, como veremos. En efecto, el mayor peso con que los
nómadas se cargan en sus desplazamientos no son los utensilios, su ajuar, o el agua y los
alimentos que llevan como viático: son sus propios hijos, a los que hasta los tres, cuatro años de
edad tienen que transportar en sus brazos o a su espalda. Y un niño de tres o cuatro años, incluso
mal nutrido, puede pesar fácilmente más de doce kilos, doce kilos de carga suplementaria, pues
su madre no puede pasar a nadie el otro peso que habitualmente le corresponda. Espaciar los
nacimientos se convierte de esa forma en una necesidad imperiosa: mientras las madres se ven
obligadas a trasladarse en esas condiciones, les resulta imposible criar varios hijos a la vez. Así,
se imponen severos tabúes sexuales después del parto, y si no dan resultado se mata o deja morir
a los niños que lleguen a nacer.
Carga media por kg/km transportado por una madre bosquimana con su hijo a cuestas:
Esa pobreza del equipo material da a la vida de los cazadores su apariencia de dura. Así la
han descrito y la describen aún muchos manuales de antropología. Entregados sin descanso a la
búsqueda de alimentos escasos, a la persecución de animales huidizos en un medio hostil, los
cazadores no viven, a la sumo sobreviven. "Apenas cubren las necesidades mínimas de la
subsistencia y con suma frecuencia se quedan por debajo de ellas. Sus densidades de población
de una persona por cada 10 ó 20 millas cuadradas lo reflejan. En constante movimiento en busca
de alimento, es evidente que les faltan horas de ocio para actividades de alguna entidad que no
están directamente relacionadas con la subsistencia, y si ahorran tiempo para fabricar alguna cosa
Artes de subsistencia. La predación: caza y recolección. —154—
Recientes estudios más críticos y la relectura a su luz de los informes antiguos han
suscitado serias dudas sobre la validez de estas descripciones tradicionales. Se pretende hoy que
incluso los cazadores contemporáneos, acorralados en áreas marginales y ciertamente inhóspitas,
explotan gran cantidad de recursos y, sin necesidad de trabajar muchas horas, su subsistencia es
en los peores casos segura y en los mejores sorprendentemente holgada. Incluso los que
dependen de recursos muy especializados, por ejemplo los esquimales que durante una larga
parte del año viven de la caza de las focas, han aprendido a aprovecharlos tan exhaustivamente
que cubren con ellos un amplio abanico de necesidades. Además de la carne como alimento y la
grasa como aceite para cocinar y como combustible, usan la piel para forrar los kayaks y para
hacer líneas para los aparejos de pesca, las costillas como layas para excavar raíces, los húmeros
como mazas, los dientes como adornos, los tendones para coser y hacer cuerdas, la membrana
pericardial como recipiente para líquidos, el estómago como bolsa y el esófago y los intestinos
para la confección de algunas piezas de su vestimenta.
Por ingeniosas y justas que sean las críticas precedentes, debe señalarse ya que las
generalizaciones que se extraen de ellas resultan tan inútiles como aquéllas a las que quieren sus-
tituir. Tipologías regionales detalladas tendrían más valor que estas suposiciones arriesgadas
sobre la presencia o la ausencia global de presiones tecno-ecológicas en las sociedades
cazadoras. Es verdad que en el Kalahari, o al menos en parte de él, la nuez mongongo, con un
alto contenido calórico y proteínico, se da con tal abundancia que sobre el suelo se pierden
muchas más de las que los bosquimanos kung se pueden comer. Pero igualmente es verdad que
los esquimales netsilik no tienen nueces mongongo ni nada que las supla. En el invierno, que es
larguísimo, no consiguen ningún alimento vegetal. Los animales que para los bosquimanos no
dejan de ser un lujo, son para los netsilik la apremiante necesidad. Ahora bien, ese apremio no
hace a los animales más abundantes, ni más seguros. El carácter errático, mudable, vecero,
imprevisible de sus migraciones, sumándose al frío intenso y a otras carencias menores como la
falta de materias combustibles, configuran un medio ambiente riguroso al extremo y hacen de la
vida de esos pueblos la más precaria forma de supervivencia humana. Las presiones
tecnoecológicas alcanzan con frecuencia el nivel crítico, es decir, aquél en que se llega a la
muerte por inanición de miembros productivos del grupo. En 1921-1922 el grupo con el que
convivía Rasmussen perdió por inanición el 10 por 100 de sus miembros.
Artes de subsistencia. La predación: caza y recolección. —155—
Teniendo en cuenta todo esto se hace difícil aceptar que las sociedades de cazadores
merezcan el título de sociedades de la abundancia. O en todo caso habrá que decir que la suya es
otra vía, la vía Zen a la riqueza (SAHLINS, 1972): la que conduce, no a un alto nivel de vida,
sino a un mínimo nivel de aspiraciones, no a tener mucho, sino a desear poco. Es una vía libre de
preocupación, mas no por ello llena de felicidad. Sobre la base de una estimación realista de lo
que verdaderamente pueden hacer, se sienten unidos por el afecto sin por ello sentirse
responsables los unos de los otros. No por egoísmo, ni por indiferencia, sino por impotencia:
realmente es muy poco, no es nada lo que pueden hacer. La misma raíz tiene su denunciada
apatía, su falta de preocupación por un mañana que, por mucho que les preocupara, no están en
condiciones de asegurarse. Así el futuro todavía no les ha atrapado. Un día u otro confían en que
tendrán que comer, y todos, saben aún que no es necesario hacerlo: la necesidad del pan de cada
día es una adquisición cultural relativamente reciente. Incluso cuando saben que hay caza cerca,
las bandas de pigmeos mbuti pueden muy bien en el último momento optar por no salir a cazar.
A veces encuentran una excusa, una disputa trivial por ejemplo; otras, ni se molestan en buscarla.
El resultado es hambre para ese día. O bien, satisfecha tal vez con varios días sucesivos de buena
caza y abundante comida, a la banda se le antoja salir a explorar en la dirección más absurda y al
cabo de una jornada extenuante regresa hambrienta con las manos vacías. O tras un par de días
de lluvia (cuando llueve no suelen intentar cazar y en seguida se presenta el hambre, porque no
guardan nada para mañana), amanece uno espléndido y la banda decide quedarse en el
campamento, ocupada en menudencias intrascendentes y por supuesto aguantándose el hambre
(TURNBULL, 1972). Son dueños de una olvidada sabiduría que no les hace más ricos, ni tal vez
más felices, pero sin la que su existencia sí sería de verdad miserable: la de que no es imprescin-
dible comer cada día.
DEMOGRAFIA Y POBLAMIENTO
Y aún hay otra reflexión que añadir. Si los cazadores sobreviven con cierta holgura, sólo lo
hacen a costa de controlar con gran severidad su crecimiento demográfico. Es sabido que entre
los cazadores el índice de natalidad es muy alto. Por otra parte, las enfermedades crónicas son
infrecuentes y, salvo en los que viven en los trópicos, las infecciosas y parasitarias tampoco
contribuyen sustancialmente a la mortalidad. El porcentaje de muertes accidentales y
traumáticas, variable según las características del medio, nunca es alto. Lo que compensa aquella
elevada tasa de natalidad, lo que refrena en realidad el crecimiento demográfico es la mortalidad
social a que antes nos referíamos, el infanticidio sobre todo, el senilicidio, el suicidio. El in-
fanticidio alcanza valores del 15 por 100 al 50 por 100 del total de los nacidos. Además, es un
infanticidio selectivo: se da muerte (o se deja morir, pues el infanticidio tanto puede ser activo
como pasivo, por mera desatención) a más niñas que niños. Entre los cazadores australianos, la
proporción niños/niñas es de 130/100 en las familias modales; tomando sólo las familias con
cinco o más hijos alcanza un increíble 260/100. Sin duda se trata de elevar el número de futuros
cazadores. Los esquimales netsilik que, mientras Rasmussen estuvo con ellos, dieron muerte a 38
(en su mayoría niñas) de los 96 hijos que les nacieron, explican: "Los perros tiran más fuerte que
las perras". Pero a la vez se consigue restringir el número de futuras reproductoras y con ello
frenar el crecimiento demográfico: cada niña a la que se da muerte reduce el potencial
reproductivo del grupo y ahorra todas las muertes que tendrían que darse a los hijos que nacerían
de ella. (El infanticidio de los niños no produciría los mismos efectos, porque los varones son
reproductivamente redundantes: diez mujeres con un solo hombre pueden tener diez hijos en un
año, mientras que en el mismo tiempo una mujer con diez hombres no puede tener más que un
hijo).
Artes de subsistencia. La predación: caza y recolección. —156—
Cuando pese a este control estricto del crecimiento demográfico y a las otras causas de
muerte limitantes de la población ésta aumenta, su densidad no lo hace. Más seres significan
dispersión en más bandas, no concentración en bandas más grandes. Un resultado sorprendente
de la comparación intercultural de las sociedades cazadoras es éste de la general coincidencia en
el tamaño de las bandas o grupos locales. Son, puede decirse que universalmente, grupos de
menos de cincuenta individuos, con el valor modal muy constante en torno a los veinticinco.
Veinticinco es el primero de los dos que se han llamado números mágicos de la demografía de la
caza y la recolección. El segundo es quinientos y corresponde a la moda de individuos de las
tribus dialectales, es decir, las sociedades compuestas por las bandas más vecinas y relacionadas
que hablan un mismo dialecto y cuyos miembros se casan entre sí.
Artes de subsistencia. La predación: pesca. —157—
LA PESCA
A la tercera de las artes de predación, la pesca, hasta aquí apenas mencionada, las ventajas
de la ecotomía y de la amplitud del nicho ecológico le son inherentes: la costa, las orillas siempre
son borde de biotopos. Ellas explican en buena parte que entre los pocos pueblos pescadores
(ocasional y complementariamente muchos pescan, sobre todo en los ríos; pero pocos pueblos
primitivos son habitual y fundamentalmente pescadores) la sedentariedad sea la norma y que la
mayoría de las veces de la sedentariedad hayan resultado el crecimiento demográfico y el
desarrollo cultural. En las costas canadienses del Pacífico, en un paisaje de fiordos y de islas, con
montañas hasta la misma orilla del mar, cubiertas de bosques de cedros, viven todavía hoy algu-
nos descendientes de los indios que a la llegada de los europeos poblaban aquella región. Pese a
que está muy al Norte, entre los 45 grados y los 69 grados de latitud, el clima es bastante suave,
por la influencia de la corriente cálida de Kuro-Shivo, que además hace que las aguas sean ricas
en pesca. Prácticamente todos estos indios, a los que se suele llamar indios del Noroeste, han
vivido de ella hasta comienzos de este siglo, especialmente de la pesca del salmón, que en
primavera se da en sus ríos en gran abundancia. Lo pescaban con anzuelos y con redes, con nasas
y con diques. Además, en verano salían al mar abierto en largas piraguas a pescar rodaballos,
meros y arenques, e incluso a cazar con arpón ballenas y delfines. En otoño y en invierno
cazaban en el bosque osos, ciervos y cabras monteses. La mujeres recogían durante todo el año
mariscos en las playas y bayas y raíces en los bosques. Con esta tecnología de pesca, caza y
recolección el inventario cultural de los indios del Noroeste resulta impresionante. Vivían en
poblados costeros, largas filas de casas todas con la fachada vuelta al mar. Las casas eran de
madera, con sólido armazón de troncos y paredes y techo de tablas, en unas regiones plano o
inclinado hacia delante y en otras a dos vertientes. Ante la fachada plantaban un alto poste
tallado y policromado, con un vano redondo en su parte inferior que servía de puerta. Las di-
mensiones de las casas siempre eran grandes y a veces enormes: las había de más de 150 metros
de largo. Por supuesto, todas eran comunales y su interior estaba dividido por tablas o esteras en
estancias separadas para las distintas familias nucleares integrantes de las familias extensas que
vivían en ellas. La estratificación social, muy marcada, se basaba en la riqueza. Pero es preciso
aclarar que la base de las diferencias de rango no era la riqueza en sí misma, sino el uso que de
ella se hacía en dispendiosos banquetes y en las grandes fiestas llamadas potlatch, en las que los
indios del Noroeste competían en generosidad y en desprendimiento, regalando (y en
determinadas ocasiones destruyendo) una gran cantidad de objetos valiosos: el mayor prestigio y
el más alto rango eran para aquéllos que de este modo conseguían deshacerse de más bienes. Por
otra parte, las relaciones entre los distintos poblados eran muy intensas, el comercio muy activo y
los conflictos frecuentes. Los prisioneros de guerra se convertían en esclavos (a veces se
emprendían campañas militares sólo con el fin de hacer prisioneros). Aunque en general se les
trataba bien, carecían de derechos. A todo esto hay que añadir que los indios del Noroeste eran
entre todos los norteamericanos los que más alto nivel habían alcanzado en sus manifestaciones
artísticas. Dominaban la escultura exenta, el relieve y la pintura con igual perfección. Práctica-
mente todos los objetos de importancia religiosa o social o personal, e incluso las piezas
menores, como los platos, las escudillas, los mangos de los cubiertos, las cabezas de las pipas,
los decoraban con parecido cuidado, con motivos tomados del mundo animal y del mito, y con
una técnica de representación que unía el realismo y el convencionalismo de un modo singular.
Este inventario cultural, que resiste con ventaja la comparación con el de numerosas
poblaciones de agricultores, lo desarrollaron los indios del Noroeste sin más base de subsistencia
que la pesca, la recolección y la caza: las mismas artes de predación con las que en medios más
Artes de subsistencia. La predación: pesca. —158—
hostiles viven precariamente (o incluso perecen) tantos otros pueblos menos afortunados. Y entre
esos dos extremos de abundancia y penuria hay que inscribir toda una gama de adaptaciones
tecnoecológicas tan diversas entre sí que cabe preguntarse hasta que punto está justificada la
denominación unitaria, o la exposición de rasgos comunes. Máxime si se piensa que de ninguna
manera se trata de artes de subsistencia clausuradas, antes al contrario constantemente se están
incorporando nuevos tipos, enriqueciendo con otras variantes: los agricultores, los pastores, la
civilización industrial siguen cazando, pescando, recolectando. Lo que ocurre es que aunque las
diferencias sean más numerosas que las semejanzas, las semejanzas son más importantes que las
diferencias, hasta el extremo de que éstas se explican por aquéllas. Y la semejanza fundamental
en las que las demás se basan es que para todas las artes de predación (recuérdese la etimología)
el medio entorno es presa, ganancia dada previamente, sin inversión anterior de energía humana.
Así la caza, la pesca, la recolección, desde una perspectiva evolucionista, son callejones sin
salida, artes que dependen estrechamente de su objeto y cuya eficiencia se mide en último
extremo por la propia aniquilación del objeto al que se aplican. La densidad de las poblaciones
humanas recolectoras y cazadoras puede acercarse al límite que le imponga la densidad del
poblamiento de plantas silvestres y animales no domésticos dentro del radio de acción de su
recolección y de su caza, acercarse hasta alcanzarlo, pero sobrepasarlo no puede. Pues con las
artes de predación, la densidad de población está en función de los recursos espontáneos
existentes.
Artes de subsistencia. Agricultura. Agricultura de barbecho largo. —159—
AGRICULTURA
Esta última afirmación debe ser entendida literalmente y en su mayor alcance. No se trata
de que el hombre abra caminos, perfore túneles o tienda puentes; es algo menos espectacular y
más profundo que eso. Lo que se llama agricultura no es otra cosa sino una forma de
intervención activa y deliberada del hombre en las relaciones energéticas que enlazan el substra-
to abiótico físico (luz y calor solar, humedad, vientos, corrientes) y físico químico (elementos
inorgánicos básicos y compuestos: agua, anhídrido carbónico, calcio, oxígeno, carbonatos,
fosfatos, nitratos y compuestos orgánicos) con el conjunto biótico de las plantas, los animales y
los microbios, intervención que tiende a introducir en aquellas interacciones energéticas
modificaciones que amplíen, enriquezcan, equilibren y estabilicen el nicho ecológico de la
población humana.
competirían por los mismos alimentos escasos, y favorece la asociación de plantas de especies
diferentes con necesidades de alimentación complementarias. Las condiciones del substrato
abiótico determinan también algunas características comunes a casi todas las especies florales de
la selva. Son en general plantas de gran volumen, ricas en hidratos de carbono que, con la
energía que les suministra la luz solar, sintetizan a partir del dióxido de carbono atmosférico y de
agua; en cambio, son casi todas pobre en sodio, azufre, potasio y calcio, así como en proteínas
para cuya formación les faltan los nitratos solubles que las lluvias arrastran fuera de su alcance.
Las plantas traspasan a los herbívoros de la selva (como éstos las traspasarán a los carnívoros)
carencias y deficiencias similares a las que sufren ellas en su nutrición. Así, en la fauna
predominan los animales solitarios sobre los gregarios (que necesitarían concentraciones de
plantas comestibles para pacer en compañía), de cuerpos generalmente pequeños, adaptados a
una dieta pobre en proteínas, calcio, vitaminas y sal.
Las principales labores culturales a lo largo del ciclo vegetativo de los tubérculos y los
cereales son las escardas que se realizan a mano o con el bastón de plantar, cada vez que la vege-
tación espontánea, de crecimiento más rápido, amenaza con ahogar los cultivos. A muchas de las
plantas hace falta aporcarlas a medida que van creciendo y para algunas, como los ñames, hay
que disponer tutores que las ayuden a sustentarse. En numerosos lugares, tan pronto como las
plantas empiezan a crecer se cercan los sembrados para impedir la entrada de los animales, sobre
todo de los domésticos. En cuanto a la cosecha, hay una principal cuando se recogen los cereales;
pero los tubérculos y los frutos de los árboles cultivados pueden recogerse prácticamente a lo
largo de todo el año, y como a muchos pueblos les faltan técnicas de conservación eficaces en las
Artes de subsistencia. Agricultura. Agricultura de barbecho largo. —161—
difíciles condiciones de la selva, es frecuente, aunque no sea la norma, que se dejen o en la tierra
o en las ramas, hasta el día de consumirlos.
Todo ello junto explica que tanto el rendimiento por unidad de superficie como el
rendimiento por unidad de trabajo, que suelen ser excelentes el primer año y aceptables el
segundo y hasta el tercero, baje luego con la misma espectacular rapidez con que desaparecen los
nutrientes del suelo o con que aparece una maleza incontrolable por muchos desyerbes que se
practiquen. No hay otra solución sino dejar que la selva se regenere hasta que la masa de su
vegetación reponga los nutrientes perdidos y su sombra inhiba otra vez el crecimiento de la
maleza. El tiempo necesario para ello es muy variable según las diferentes condiciones locales,
pero siempre largo: oscila entre los ocho y los veinte años. Mientras tanto, los agricultores van
talando y quemando, y abandonando también cuando se agotan, una sucesión de nuevas parcelas
hasta que, al cabo de estos años, vuelven a roturar la que inició el ciclo.
Agricultura de barbecho corto. —162—
Mientras la expresión "barbecho largo" designa un ecotipo con variantes locales, pero
relativamente uniforme, la denominación de "agricultura de barbecho corto" (se considera corto
el barbecho que dura menos tiempo del necesario para que se regenere el ecosistema original:
normalmente menos de siete años) encubre una diversidad tan grande de prácticas agrícolas que
cualquier descripción general resulta por fuerza insatisfactoria. La reducción del período de
barbecho sólo es posible si las características del substrato abiótico son más favorables o si el
hombre puede actuar sobre ellas aplicando técnicas distintas del barbecho. Habitualmente la
agricultura de barbecho corto aparece cuando se cumplen estas dos condiciones. Hay agricultura
de barbecho corto en la selva, pero excepcionalmente: su ecosistema más corriente es la sabana.
Hay agricultura de barbecho corto sin ninguna técnica de mejora del suelo, pero pocas veces: la
norma es que esos agricultores apliquen al menos el estercolado.
El substrato abiótico de la sabana presenta algunos rasgos apenas distintos de los conocidos
de la selva: las temperaturas medias son similarmente altas o incluso más altas, aunque con
oscilaciones diarias y estacionales mucho más marcadas; la insolación igualmente intensa. Pero
los rasgos diferenciales tienen mayor importancia: las precipitaciones alcanzan en las zonas
húmedas valores comparables a los mínimos de la selva (hasta 1.500 mm. anuales), pero en las
zonas secas no llegan ni a la tercera parte (400 mm.) y en las restantes, principales por su
extensión, se quedan en la mitad (800 mm.). Y, sobre todo, esas precipitaciones, en la selva
constantes, son en la sabana estacionales: hay una o dos estaciones en el año (según las zonas)
durante las que se evapora más agua de la que aportan las precipitaciones. De este modo, aunque
la erosión sí tenga parecida importancia, la lixiviación (el lavado) no es tan completa como en la
selva: los suelos de la sabana son también pobres, pero no tan pobres. La periodicidad de la o de
las estaciones secas impide el desarrollo de una comunidad biótica como la del bosque húmedo.
Las especies de la sabana son mucho menos numerosas que las de la selva (algunas son comunes
a los dos ecosistemas) y, sobre todo, su asociación es diferente. En lugar de individuos dispersos,
entremezclados, de una multitud de especies, vastas extensiones pobladas más o menos
densamente de individuos de las mismas especies: árboles resistentes a la sequía, plantas crasas y
sobre todo hierbas, gramíneas que alcanzan los dos metros de altura. La biomasa vegetal (el peso
de la vegetación por unidad de superficie) de la sabana es mucho menor que la biomasa vegetal
de la selva: 40 toneladas frente a más de 400. En cambio, su biomasa animal es mucho mayor.
Además, los animales de la sabana son animales gregarios, como era de esperar vista la
concentración de las especies vegetales comestibles, y de cuerpo grande, indicio del esperable
mayor contenido proteínico de las plantas que ingieren.
Para la puesta en cultivo de tierras nuevas se procede, también en la sabana, por tala y
quema; aquí la labor no es tan penosa como en la selva, dada la menor densidad de la cubierta
vegetal. Esa menor densidad, sin embargo, plantea en algunos lugares un problema que en la
selva no se presenta, a saber, el de la insuficiencia de la capa de cenizas resultante de la quema.
Para soslayarlo se recurre a talar, generalmente de manera incompleta (tala de sotobosque y
simple poda de los árboles mayores, por ejemplo), un área bastante más extensa, hasta cuatro o
cinco veces mayor, que el calvero destinado al cultivo: toda la vegetación talada se apila sobre la
zona que se va a trabajar y allí se quema. El labrado del duro suelo se acomete por muchos
agricultores de barbecho corto con el bastón de plantar ya descrito, aunque en general conocen y
usan la azada (no en América) y otros aperos como el pico, la pala, el bastón curvo. Las
principales plantas cultivadas son los mismos cereales y tubérculos de la selva, con mayor
Agricultura de barbecho corto. —163—
importancia de los primeros. Tampoco son distintas las labores culturales y sí, en cambio, la
cosecha, porque la agricultura de barbecho corto es estacional como su ecosistema, con lo que la
mayor parte del producto no se recoge más que una vez al año. De aquí el desarrollo de técnicas
diversas de conservación de alimentos que permiten afrontar el período entre cosechas.
La prolongación del período de cultivo y la reducción del barbecho está relacionada sin
duda con la aplicación de técnicas más cuidadosas (rudimentaria rotación de cultivos, que
previene el esquilmo del suelo, labores más profundas), pero sólo en parte. Influye también la
menor densidad de plantas por unidad de superficie, impuesta por la falta de humedad y cuya
consecuencia no buscada es la preservación durante mayor tiempo de los nutrientes de la tierra.
Mas la mayor causa es climática: la ausencia de aquellas lluvias constantes que en la selva
empobrecen los suelos. Así y todo, las diferencias pluviométricas tampoco son tan grandes que
lleguen a anular los efectos negativos de la remoción de la vegetación espontánea y de las
cosechas, que sin la intervención humana permanecerían dentro del ecosistema, renovando los
nutrientes de la tierra. De este modo, la agricultura de barbecho corto sólo se desarrolla
plenamente cuando dispone de técnicas distintas del propio barbecho para actuar sobre el subs-
trato abiótico. El uso de abonos (la basura de las casas, el estiercol de las ovejas, las cabras, las
aves de corral), aunque menos generalizado de lo que cabría pensar, es la más importante de
ellas.
En los dos ecotipos precedentes, de barbecho largo y corto, como en todos los demás
agrícolas, un aspecto es fundamental: la inversión de energía humana. Mientras en la dinámica
del ecosistema no modificado por el hombre la única energía entrante es la solar y el flujo
energético es siempre unidireccional (la energía solar capturada por las plantas en la fotosíntesis
no vuelve al Sol, la que pasa a los herbívoros a través de la alimentación no vuelve a las plantas,
etc.), en los ecotipos agrícolas hay al menos otra fuente de energía, la humana, no transformable
por fotosíntesis pero con manifiesta incidencia en el crecimiento, desarrollo y reproducción de
las plantas; y en ese sentido, puesto que la energía humana invertida en la producción de las
plantas tiene su origen en esas mismas plantas de las que el hombre se alimenta, se corrige la
dirección única del flujo energético que, aunque sea en una parte mínima, se hace circular.
Agricultura permanente. —164—
AGRICULTURA PERMANENTE
Mas casos favorables como éstos no representan sino una mínima fracción del total de los
ecotipos de la agricultura permanente. En todos los otros ésta no resulta posible sino a través de
la sustitución del ecosistema preexistente por otro nuevo, producto de una formidable inversión
de trabajo humano. En el Norte y Nordeste de Africa y aisladamente en el Sudán occidental y en
el Africa oriental (no más al Sur de los wadschagga de Tanganyka); en toda el Asia meridional y
oriental y en el cinturón árido adosado a ella por el exterior; en Indonesia y en algunas islas de
Oceanía (Fidji, Nueva Caledonia, Marquesas, Hawaii), y por fin en América, en el eje de las
antiguas culturas de Méjico y del Perú, con prolongaciones al Norte, hasta el Suroeste de los
Estados Unidos (indios pueblo), y el Sur, hasta el Noroeste de la Argentina, aparecen formas
complejas de cultivo que no pueden asimilarse a las descritas. Las variantes locales son muchas,
pero con algunos rasgos comunes. Salvo en Oceanía, se trata en general de pueblos
cerealicultores que en Africa cultivan mijo (no sorgo), en Asia mijo y arroz, en Indonesia arroz y
en América maíz. Aparte del arado, que sólo algunos conocen y del que hablaremos luego, no
poseen más tipos de aperos que los mencionados antes, casi siempre en sus formas más
complejas: pala y coa de pie, bastón curvo, azada, pico y mazo para destripar los terrones. Los
bastones de plantar más simples faltan. La siembra se hace en hoyos o en surcos abiertos con la
azada.
Más generalizadas que estas técnicas de mejora y conservación del suelo están las de
control del agua, tanto de drenaje de las aguas excesivas como de aportación de las necesarias.
La forma más simple del drenaje es la que con frecuencia se aplica en las agriculturas de
barbecho: en lugar de plantar directamente sobre el suelo, se hacen caballones y se planta sobre
su lomo, con lo que se consigue que el sembrado no se encharque. Una aplicación a gran escala
del mismo principio se da cuando se sobreeleva, no un caballón, sino todo un campo, al que
aportando materiales de otro lugar se hace literalmente emerger de las aguas. Es el caso de los
aterraments de la Albufera valenciana: se marcan en las aguas con haces de carrizo los límites de
la futura parcela y con cieno extraído del lecho de las acequias y dejado secar en bloques se
levantan en esos márgenes con diques de hasta 1,5 metros de alto, de forma que superen el nivel
de las aguas. El embalse resultante va luego rellenándose con más cieno, que se transporta en
barcas. De esa forma, con el paso de los siglos la Albufera, que en 1579 tenía una superficie de
13.962 Ha., ha quedado reducida en la actualidad a apenas tres mil. Un procedimiento inverso al
descrito, y con el objetivo contrario, es el que se pone en práctica en los sistemas del tipo del
mahamae o pukio, en los valles secos del litoral peruano, donde se excavan los terrenos hasta
rebajarlos de dos a cinco metros en toda su extensión, para de este modo acercarse a la capa de
aguas freáticas y con la humedad que asciende por capilaridad poder cultivar maíz, frijoles y
calabazas. Pero todas estas técnicas de control del agua son locales, y en ese sentido menores.
Mucha más importancia y difusión tienen las técnicas de regadío, de las que hay gran variedad,
desde las más elementales, conocidas ya por pueblos recolectores como los paiute septentrionales
del valle de Owen, en el Oeste de Norteamérica, que al llegar la primavera, antes de que se pro-
dujera la crecida estival de los arroyos que cruzaban su territorio, los represaban con diques de
ramas y barro para regar por desborde los campos en que crecían las plantas silvestres que
recolectaban, hasta las más complejas, que probablemente son las incaicas, en la América
precolombina: represaban los ríos, aterrazaban las laderas, abrían canales de irrigación en plena
roca (el de Chicama tiene 120 km de longitud), construían acueductos de mampostería (el de
Ascope mide 1,5 km de largo y alcanza los 15 m de altura). En Asia oriental y meridional, en
Africa del Norte y en algunos lugares del Sudán, para alimentar las acequias se recurre a ingenios
para elevar el agua, del tipo de la noria, el balancín indio o el shaduff. En los sistemas qanat o
fogara del Asia sudoccidental se perfora la base de las montañas para llegar a las aguas, que
largos conductos subterráneos llevan hasta los campos de cultivo: técnicas similares se aplican
en el centro de Asia (Hsinchiang, en el Turquestán oriental) y en algunas zonas del Africa del
Norte.
Pues bien, en estas tierras con irrigación artificial una familia puede vivir perfectamente
con una parcela cultivada de 0'86 hectáreas y sin necesidad de tener en reserva ninguna
superficie complementaria de tierra cultivable, puesto que esas 0'86 hectáreas abonadas y
regadas pueden cultivarse indefinidamente sin dejarlas ningún descanso. Aplicando estos índices,
una comunidad de cien familias necesita: en sistema de rozas, de barbecho largo, 1.200
hectáreas; en sistema de barbecho corto, 650 hectáreas, y en sistema de riego 86 hectáreas.
Ya con estas cifras resulta fácil comprender que las formas complejas de cultivo pueden ser
aún más marcadamente sedentarias que la agricultura de la estepa. Mejor dicho, tienen que serlo,
si se piensa en la inversión de tiempo y trabajo que representa la construcción de esos sistemas
de regadío y de esas terrazas. Cuando se trabaja durante quince o veinte años en abrir un canal o
en abancalar unas colinas, es obvio que no se cuenta con abandonar los campos al año siguiente.
Y volviendo a las cifras de antes: su atenta lectura dice algo más, dice que con estas formas
complejas de cultivo la población puede ser más que sedentaria, a saber, puede ser concentrada.
Con una extensión de tierra cultivable idéntica a la que necesita un poblado de 100 familias de
agricultores de barbecho, subsiste un pueblo de 750 familias de regadío. Así se comprende que
puedan ser verdad afirmaciones como las que hace Jerónimo López en su Memorial: "Los
vecinos de Tacubaya y otomíes fasta Cuyoacan tenían sacada antiguamente una agua que lle-
vaban por la falda de la sierra... con la cual regaban sus panes en tierras estériles e con ellas
hacían muchas granjerías de huertas e legumbres con que se sostenían, con la cual dicha agua se
sostenían más de veinte mil vasallos de vuestra majestad".
La descripción que precede da una idea de la cantidad de esfuerzo humano que consumen
estas formas de agricultura permanente: se calcula que el trabajo invertido al cabo de un año en
una hectárea de arroz de regadío en Japón asciende a 225 días/hombre, con días de diez horas; en
el Sudoeste de China, donde el cultivo milenario ha acabado por empobrecer los suelos, llega a
ser casi el doble. Así, no resultará extraño que aunque en el rendimiento por unidad de superficie
la agricultura permanente supere a las de barbecho, su rendimiento por unidad de trabajo
Agricultura permanente. —167—
invertido sea inferior. En general, parece claro que en esa evolución tecnológica que arranca de
la caza y la recolección, pasando a través de los diversos tipos de cultivos, con períodos de
barbecho cada vez más cortos hasta llegar al cultivo continuado sin barbecho, la producción por
unidad de tierra irá creciendo paulatinamente, pero la producción por unidad de trabajo tiene que
ir decreciendo. Pues en todos estos ecotipos la principal aportación de energía sigue siendo la luz
solar, y respecto de ella la energía introducida por el hombre, por mucha que sea, es siempre una
fracción menor: así, no es posible que exista proporcionalidad entre el incremento del esfuerzo
humano y el incremento del producto. Esta tendencia desfavorable para el hombre no se
corregirá más que en la medida en que éste sea capaz de controlar y de introducir en el proceso
de producción otras fuentes de energía distintas de la humana. De aquí la importancia del arado.
Agricultura de arado. —168—
AGRICULTURA DE ARADO
Fuera de Europa, el área de la agricultura de arado se extiende sólo a Africa del N. y del
NE., a Asia y a algunas zonas contiguas de Indonesia. Ni los pueblos de América ni los de
Oceanía, ni prácticamente ninguno de los de Africa negra, conocían el arado antes de la
expansión europea.
Como ocurre con los agricultores intensivos, también los pueblos que poseen el arado son
en su totalidad cerealicultores. Los del N. de Africa, del Asia sudoccidental y central y el N. de
China cultivan fundamentalmente trigo, junto con cebada y centeno. Los de la India, el SE. de
Asia e Indonesia, el S. de China y Japón siembran sobre todo arroz y además mijo.
El problema de los orígenes del arado es muy complejo y dista mucho de estar resuelto. Se
presume que su precedente inmediato debe buscarse en aquellos bastones y palas y azadas de
tracción que aparecen entre los agricultores de la estepa, y basándose en eso se clasifican los
arados primitivos en dos grandes tipos, arados de bastón y arados de azada. En el arado de
bastón, la mancera o esteva sobre la que presiona el agricultor forma una sola pieza con la reja
que se hunde en la tierra, y la cama a la que se uncen los animales de tiro encaja en ese "bastón"
en ángulo recto. En el arada de azada es la cama la que en su parte posterior se curva y forma la
reja que entra en el suelo; la mancera, que en este tipo de arado puede faltar, se une a esa pieza
única de cama y reja más o menos en el punto en que la cama se dobla. Mas esta clasificación,
que tendría la ventaja de asociar los criterios morfológicos y los genéticos, resulta de aplicación
muy incómoda porque prácticamente todos los arados existentes son tipos mixtos. Y como, por
otra parte, el origen del arado constituye un problema arqueológico y no etnológico, aquí
adoptaremos la tipología puramente formal de Leser que distingue entre arados rectos, como el
simple arado de bastón pero también como el de marco o cuadrilátero (formado por el dental, que
en su extremo anterior lleva la reja, la cama, la mancera y un puntal que une el dental con la
cama), y arados curvos, que incluyen tanto el arado de azada como los arados de cama arqueada.
Según el mismo Leser, las áreas en que aparece el arado recto (prescindiendo por supuesto
de las estrictamente europeas) son el Cáucaso, Armenia, Azerbaiján, Persia, parte de China,
Japón, Indochina, Filipinas y Java. El arado curvo (otra vez dejando aparte a Europa) se usa en el
N. y NE. de Africa, el SO. de Asia, el Turquestán, la India, China meridional y Asia del SE. e
Indonesia.
Los arados primitivos de los dos tipos son instrumentos toscos, cuya reja a veces no lleva
ni regatón metálico, sin cuchilla y sin vertedera. Con aperos como esos no se puede voltear la
tierra ni ensanchar el surco trazado, mas incluso con ellos un arador hábil sí puede hacer en el
suelo más duro labores más profundas que con la azada, devolviendo a la superficie los nu-
trientes que las lluvias arrastran hacia el fondo y mejorando la estructura del suelo; sí puede
hacer escardas más eficaces, destrozando y enterrando la mayor parte de la maleza espontánea.
Pero sobre estas ventajas funcionales del arado lo importante en él es la nueva situación tecno-
lógica que inaugura, definida por el control que el hombre adquiere de una energía no humana,
una fuerza animal mayor que la suya, que le permite cultivar en menor tiempo la misma
superficie que cultivaba con la azada o cultivar en el mismo tiempo una extensión mayor. Ambas
opciones corrigen por igual aquel rendimiento decreciente de los incrementos del esfuerzo
humano, aunque desde luego no el de la energía total (no solar) invertida en el proceso
productivo. La primera de las dos posibilidades, la de abreviar el tiempo de trabajo, tiene una
Agricultura de arado. —169—
particular importancia ecológica, pues facilita la implantación del cultivo en ecosistemas, como
los monzónicos, en los que la acusada estacionalidad obliga a concentrar el trabajo en un período
muy corto.
Hemos anticipado ya que sólo algunos de los pueblos agricultores que poseen las técnicas
complejas de cultivo permanente que vimos antes cuentan entre sus aperos con el arado. En
cierto modo, el arado y esas técnicas representan dos soluciones divergentes al problema del
aumento de la producción. El abono, el cultivo en terrazas, el regadío, lo resuelven intensificando
el trabajo (no sólo hay que construir canales y paratas, hay que conservarlos, limpiarlos,
reforzarlos, reparar los deslaves y los hundimientos) y disminuyendo o al menos manteniendo
constante la superficie cultivada: entre aquella intensificación y esta disminución hay una rela-
ción casi necesaria, pues sólo desviando una parte del esfuerzo destinado al cultivo, se puede
hacer el preciso para atender a loa que llamaríamos la construcción del propio campo. Una vez
en funcionamiento el sistema, las ulteriores necesidades de aumento de la producción se
procurarán atender multiplicando las mejoras ingeniosas en el mismo cultivo. A la ampliación de
la superficie explotada sólo se recurre en último extremo, porque su aumento, aunque sea
pequeño, exige una formidable inversión de trabajo en la infraestructura. Con el arado, en
cambio, el aumento de producción se logra ampliando la superficie cultivada y disminuyendo, o
al menos manteniendo constante, el trabajo (humano).
Pues con el uso del arado la agricultura se asocia necesariamente a la cría de ganado
mayor. De aquí se derivan obvias ventajas subsidiarias. A la vez que se aprende a usar la fuerza
del animal para labrar la tierra, se aprende a usarla en otras faenas agrícolas como la trilla y en
general se aprende a usarla en todos los casos en que puede sustituir a la fuerza del hombre: y el
transporte es la siguiente aplicación más importante. Por otro lado, el animal no es solamente
fuente de energía, lo es también de alimentos (leche), de materias primas (cueros), de estiércol.
Pero de la asociación se derivan igualmente limitaciones, no sólo las bioclimáticas que restringen
el hábitat del ganado mayor y en consecuencia la difusión del arado: están además las que
impone el simple hecho de que el animal que trabaja también come. Una parte del esfuerzo tiene
que desviarse (aquí no hay mayor problema, visto que el hombre se ahorra tanto) y una parte de
la superficie tiene que apartarse para la producción de alimentos para el ganado; y en esto sí
puede haber problema en las zonas más densamente pobladas y más intensamente cultivadas (lo
que ocurre con nuestras reflexiones anteriores): dedicar a pastos una parte de los terrenos de
regadío no incrementa la capacidad de carga de esos ecosistemas, más bien la reduce.
Agricultura de arado. —170—
CRIA DE GANADO
El carácter unidireccional del flujo energético dentro del ecosistema, más arriba aludido (la
energía solar capturada por las plantas en la fotosíntesis no vuelve al Sol, la que pasa de las
plantas a los herbívoros a través de la alimentación no vuelve a las plantas, etc.), presenta otra
peculiaridad: en cada transferencia se produce una pérdida de energía. Las plantas capturan
solamente de un 1% a un 3% de la radiación solar incidente, y todavía pierden por respiración
una parte considerable de esa energía fotosintetizada. Las pérdidas en las transferencias de las
plantas a los herbívoros aún son mayores, en parte por la ineficiencia de las estrategias tróficas
de los animales (pérdidas de consumo, es decir, las que se derivan de que no todas las plantas
consumibles son efectivamente consumidas), en parte por las limitaciones de su metabolismo
(pérdidas de asimilación), en parte por las necesidades energéticas del mantenimiento de esa
misma actividad metabólica (pérdidas de respiración). Según Slobodkin, la eficiencia ecológica
bruta es del orden del 10%: en la transferencia energética de las plantas a los animales, de cada
100 calorías se pierden 90 por consumo, asimilación o respiración. Dicho de otro modo, el valor
calórico de los alimentos vegetales que un animal se ha comido es siempre mucho mayor que el
valor calórico del cuerpo de ese animal.
Mas entonces parece obvio que la inclusión de eslabones animales en una cadena trófica
tiene que incidir negativamente sobre la eficiencia de esa cadena: comiéndose directamente las
plantas, los hombres se nutrirán mejor que comiéndose los animales que se hayan comido las
plantas, dispondrán de más calorías per capita. Es lo que hacen los agricultores de la selva que
destinan básicamente a la alimentación humana la producción de su agricultura y por lo general
apenas crían ganado: ninguno en América, cabras y volatería, menos frecuentemente ovejas y
casi nunca cerdos en Africa, cerdos y aves en el SE. de Asia y en Oceanía. Sin embargo, el
hombre necesita más que calorías para sobrevivir, necesita vitaminas, minerales, sobre todo
necesita proteínas, sin las cuales se ven afectados su desarrollo y su metabolismo, disminuye su
resistencia a una gran variedad de enfermedades, sufre trastornos su reproducción. Y aunque las
plantas también las contienen, las proteínas de origen animal son más nutritivas que las
vegetales, más adecuadas y más completas: ciertos aminoácidos esenciales no están presentes
más que en las proteínas de origen animal. La carne es así componente necesario de una dieta
equilibrada. Los agricultores de la selva tratan de obtenerla en la caza y en la pesca, pero si viven
lejos de los ríos y si la caza les falla (lo que no es raro, pues los animales aprenden pronto a
evitar la vecindad de los poblamientos humanos) no les queda otro remedio que intensificar su
ganadería, a pesar del desperdicio calórico que representa. Los del interior de Nueva Guinea, por
ejemplo, que cultivan taro y batata, ñame, mandioca, plátanos y variedad de verduras, crían pia-
ras de cerdos. Durante el día los dejan vagar libremente por el poblado y sus inmediaciones, ali-
mentándose de lo que encuentran. Al caer la tarde regresan atraídos por la comida que se les va a
dar, de tubérculos como los que comen los hombres. Mientras la piara es pequeña, ni el esfuerzo
ni el gasto son excesivos: se dejan para los cerdos los tubérculos de desecho, los defectuosos o
los que no han acabado de madurar, o los atacados por alguna plaga. De cualquier modo habría
que recogerlos, y otro uso no se les sabría dar. Pero cuando la piara se hace muy numerosa, hay
que cultivar y recoger para ella y eso ya representa más tierra quemada y más trabajo, sin hablar
de las molestias y de los inconvenientes de todo tipo que para la población humana se siguen de
la presencia durante el día de un excesivo número de animales sueltos. Por un lado, pues, los
Pastores nómadas. —171—
agricultores de la selva se ven en la necesidad de criar animales en cantidad suficiente como para
asegurar el indispensable complemento proteínico de su dieta y a la vez para garantizar la conti-
nuidad (la reproducción) de la propia piara; por otro, tropiezan también con la necesidad de
mantener controlado el número de animales, de manera que su cría no redunde ni en la
disminución de la ración calórica humana ni en un incremento desproporcionado de la inversión
calórica (es decir del trabajo) de los agricultores. Estas contrarias necesidades dejan a los
agricultores de la selva un margen muy estrecho de actuación. Para no salirse de él, más que a la
corrección tecnológica del proceso de producción (también presente, por ejemplo, en la
castración de los animales machos), suelen recurrir a la regulación social del consumo,
restringiéndolo a ocasiones rituales: de ese modo se prolonga y distribuye en el tiempo el
aprovechamiento de un número reducido de animales que, además, puede mantenerse
relativamente constante. Tal regulación incluye también previsiones para corregir el crecimiento
inmoderado del número de animales, si llega a producirse: es el sentido de las fiestas periódicas
melanesias con matanza masiva de cerdos, seguida de su consumo en banquete ritual.
Los pastores trashumantes, sin embargo, dejan sin aprovechar una gran parte de los pastos
de verano en la montaña porque en invierno no encuentran en la llanura, entre las tierras cultiva-
das, pastos suficientes para criar rebaños más numerosos: al no tener las dos áreas de pastos la
misma capacidad de sustentación, es la menos favorable la que impone su límite al crecimiento
de la población animal.
PASTORES NOMADAS
Para que se dé este pastoreo nómada, que es la forma más completa de especialización
ganadera, son necesarias vastas extensiones de pastos naturales, terrenos cubiertos de una vegeta-
ción herbácea de gramíneas y leguminosas, en general inadecuadas para la alimentación humana
por su elevado contenido de celulosa, pero que los animales rumiantes, con su peculiar proceso
digestivo, transforman perfectamente. Los pastos más ricos se dan en la sabana y en las latitudes
templadas, pero esos dos biomas se prestan bien a otras artes más eficientes de explotación del
medio, las agrícolas, y los pastores que penetran en ellos pronto se sedentarizan y empiezan a
cultivar la tierra (aunque también sea cierto, sobre todo en los países árabes, que ocasionalmente
el nomadismo ha desbordado los límites de la aridez y se ha extendido por territorios aptos para
más usos, en un proceso expansivo que no se ha detenido hasta el siglo XX). Las formaciones
ecológicas más típicas del pastoreo nómada son así las estepas y aun los desiertos, en una
dilatada franja casi continua que arranca del Asia Central, pasa por el Asia sudoccidental y se ex-
tiende en Africa por el Sahara y el Sahel, las costas áridas del Nordeste, el Africa oriental y el
Africa austral, regiones en las que, hasta épocas recientes, los pastores nómadas han representado
más del diez por ciento de la población total. De la América precolombina el pastoreo nómada
está ausente, como en general toda la cría de ganado (salvo la de camélidos domesticados por los
incas en el altiplano andino, la llama como animal de carga y la alpaca productora de lana). Los
pastos de la estepa no son tan ricos ni tan abundantes, pero en compensación la atracción del
sedentarismo agrícola también es menor, pues en estas tierras áridas no hay posible cultivo sin
regadío, que exigiría una inversión formidable de capital y de trabajo.
Los pastos de la estepa son, además, discontinuos. Las pastores nómadas tienen por eso
que desplazarse anualmente con sus rebaños por circuitos de a veces varios centenares de
kilómetros, buscando en invierno los pastos bajos y, cuando arrecia el calor, los intermedios y los
más altos, si es que los hay. Esos desplazamientos no son nunca erráticos, sino que siguen
itinerarios y se ajustan a calendarios complejos y flexibles. Para maximizar el uso de los pastos,
casi todos crían rebaños mixtos de varias especies, generalmente ovejas, cabras, camellos,
caballos (no en el Africa subsahariana) y bóvidos (los bóvidos, más exigentes en cuanto a los
pastos y al agua y más lentos en sus desplazamientos, sólo adquieren importancia en las áreas de
aridez atenuada). Los distintos requerimientos y hábitos alimenticios de esos animales posibilitan
un aprovechamiento más completo de la hierba, sus diferentes especializaciones una producción
final más abundante y variada. El pastoreo es una ocupación compleja. Además de conducir a los
rebaños y vigilarlos mientras pastan, los pastores se ocupan de preparar refugios para recogerlos
por la noche y protegerlos contra la intemperie, contra los animales de presa y contra los
cuatreros (todos los nómadas son subsidiariamente ladrones de ganado), de suministrarles
alimentos complementarios y especiales (heno y grano que adquieren de los agricultores, y
también sal), de abrevarlos (para lo que en las condiciones de aridez de la estepa, y más del
desierto, es frecuente que haya que extraer el agua de pozos profundos en odres de piel), de
facilitarles incluso los alimentos naturales (cuando, por ejemplo, en las estepas frías las nieves
cubren la hierba y hay que descubrir el suelo para que los animales puedan comer), de castrar a
los machos no destinados a la reproducción, de ayudar a parir a las hembras, de cuidar a las crías,
de herrar a los animales que lo necesitan, de marcarlos a todos, en las orejas o en las ancas, con
señas de propiedad. Si se piensa que la proporción de cabezas de ganado por pastor activo
normalmente pasa de cincuenta, esa lista de ocupaciones resulta impresionante. Pero, además, es
que hay que sumarle las técnicas de aprovechamiento, no menos laboriosas. Los pastores comen
por lo general poca carne: la de los animales viejos o enfermos. De los sanos, matan los robados;
a los propios, nada más que en ocasiones señaladas, fiestas, matrimonios, visitas, o bien cuando
la estación es mala y no hay pastos. En este último caso tratan de conservar la carne, salándola o
Ecotipos del nomadismo. —173—
secándola. La dieta normal se basa en la leche y en los derivados de la leche: leche agria, yogurt,
leche fermentada, mantequilla, quesos. Algunos pastores africanos consumen además la sangre
de los bóvidos que crían, sangrándolos cada quince o veinte días en una vena del cuello. Como es
fácil de suponer, ni el ordeño ni la extracción de sangre de unos animales ariscos y fuertes son
operaciones sencillas.
A cambio de mucho trabajo, los pastores nómadas alcanzan niveles de subsistencia más
altos que la mayoría de los agricultores, sobre todo en Asia y en el Norte de Africa; en el Africa
subsahariana la productividad de la cría de ganado es más baja. A todos ellos los animales que
crían les proporcionan, además de alimento, materias primas abundantes para la fabricación de
bienes de equipo muy diversos. La lana de las ovejas y el pelo de las cabras se hilan y tejen. El
pelo de la muda invernal del camello, que le cae en primavera y pesa mucho, se usa para guatear
las ropas y como relleno, y algunos pueblos lo hilan y tejen también, haciendo una tela recia,
apropiada para cubierta de las tiendas. Con las pieles curtidas hacen coberturas, capas, calzones y
sillas de montar, gorros, calzado y hasta escudos. Los estómagos y los intestinos se usan como
odres y recipientes. Con los huesos y los cuernos se preparan utensilios de todas clases. Hasta el
estiércol se aprovecha, como revoque en la construcción y sobre todo como combustible: arde
despacio con una llama muy constante. Por otra parte, aunque el nomadismo imponga las
conocidas restricciones al desarrollo del ajuar, que nunca es excesivo ni excesivamente pesado,
la situación de los pastores no puede compararse con la de los cazadores. Sus desplazamientos no
son tan frecuentes, aunque sean más largos. Y sobre todo los pastores disponen de la fuerza de
sus animales para transportar sus bienes y hasta para transportarse a sí mismos. El camello
recorre hasta treinta kilómetros diarios con cargas de más de ciento cincuenta kilogramos. El
caballo puede hacer con su jinete un centenar de kilómetros al día. Pese a la disponibilidad de
materias variadas y abundantes, sin embargo, pocos son los pastores que fabrican por sí mismos
la totalidad, o ni siquiera la mayor parte de los bienes que componen su ajuar, pues a casi todos
ellos les resulta más fácil obtener las manufacturas que precisan de los agricultores con que
entran en contacto en el curso de sus migraciones, dándoles a cambio los excedentes de su propia
producción: reses vivas, lana, pieles. El intercambio incluye también alimentos, cereales, dátiles,
frutos diversos que sí se incorporan a la dieta habitual de las mayoría de pastores. Pues de hecho
todos ellos están vinculados por relaciones de mutua dependencia a los agricultores que viven
dentro del área por la que los pastores transitan o en su inmediata vecindad, de tal modo que,
aunque sean políticamente independientes y hasta hostiles entre sí, nómadas y sedentarios son en
realidad meros grupos especializados dentro de un sistema económico que sin cualquiera de ellos
dejaría de funcionar.
La península arábiga al Norte del gran desierto de Rub al Khali, un área poblada por
pastores nómadas y agricultores sedentarios que hablan la misma lengua, el árabe del Corán,
ilustra con claridad la situación descrita. El árabe dispone de gran variedad de términos para
designar las diversas modalidades de subsistencia. Los hadhar (o chadarijùna o chuddâr) son los
agricultores sedentarios que habitan junto a la costa y en los oasis en casas de piedra y ladrillo y
cultivan campos de cereal, leguminosas, calabazas, melones, tomates y pepinos. Son también
arboricultores, con olivos e higueras, albaricoqueros y almendros y palmeras datileras. Crían
algo de ganado, pequeños rebaños sobre todo de ovejas y cabras. Junto a ellos los qarauna, con
menos tierra y más ganado, tienen también casas permanentes, pero después de sembrar sus
campos los abandonan junto con sus rebaños para pasar las lluvias en la estepa. Al acercarse la
Ecotipos del nomadismo. —174—
época de la cosecha vuelven otra vez al poblado. Los sâwaqa (o ma`âz) son pastores nómadas
pero en tierra de sedentarios. La necesidad de agua de los rebaños que crían, de ovejas y cabras
solamente, les deja poca autonomía, y así no se arriesgan a adentrarse en el desierto. Por fin, los
badawin, los beduinos, los grandes nómadas, pastores de camellos y caballos, con una facilidad
extrema de movimientos por la rapidez de sus animales y sobre todo por la resistencia del
camello a la sed. Aunque sea el caballo el animal que más aprecian y al que cuidan con mimo,
hasta reservando agua para que beba cuando ya no la hay ni para los hombres, no es del caballo
de lo que viven: más bien hombres y caballos viven del camello. Eso significa otro nombre que
se les da, alh-al-ba-ir, pueblo del camello. Dice el Corán (16, 5-8): "Y los camellos los crió para
vosotros, en ellos hay calor y utilidad y de ellos coméis. Y para vosotros en ellos hay hermosura,
cuando los recogéis por la tarde y cuando madrugáis al pasto. Y cargan vuestro fardo hasta un
país al que no llegaríais sino con molestia del alma; en verdad Alá es sin duda clemente y
apiadable". Los nexos, los contactos, las relaciones de todo tipo entre estas cuatro modalidades
de subsistencia son incontables. Los sedentarios hadhar confían sus rebaños a los qarauna o a
los sâwaqa, e incluso son propietarios de camellos que cuidan los beduinos. Los sâwaqa toman
tierras en aparcería y se sedentarizan parcialmente. Los beduinos cambian con los otros tres
grupos mantequilla, lana, tejidos de pelo de camello por dátiles, cereales, vestidos, útiles
diversos. En la canícula, cuando hasta los camellos necesitan beber a diario, se establecen los
beduinos en tierras de los sedentarios y se aprovisionan de grano, telas y armas a cambio de sus
excedentes de camellos. A veces invierten en tierras las ganancias que llegan a acumular gracias
a la sobriedad de su vida y las entregan en aparcería a los hadhar, por la quinta parte de las
cosechas. Y cuando el año ha sido muy malo y no tienen nada que cambiar, los nómadas recurren
a un expediente más práctico que el comercio, recurren a la razzia. Jueces 6,2 ss. describe con
fuerza inigualable esos milenarios intercambios frustrados de los nómadas: "La mano de Madián
pesó fuertemente sobre Israel. Por miedo a Madián se hicieron los hijos de Israel los antros que
hay en los montes, las cavernas y las alturas fortificadas. Cuando Israel había sembrado, subía
Madián con Amalec y con los Bene Quedem y marchaban contra ellos; acampaban en medio de
Israel y devastaban los campos hasta cerca de Gaza, no dejando subsistencia alguna en Israel, ni
ovejas, ni bueyes, ni asnos; pues subían con sus ganados y sus tiendas como una nube de
langostas. Ellos y sus camellos eran innumerables y venían a la tierra para devastarla".
La vida de los nómadas es dura. La estación seca la pasan los pastores con sus rebaños
cerca de los oasis o de los pozos permanentes que son propiedad común de la tribu y cuyo
aprovechamiento está minuciosamente reglamentado. Al comenzar la estación húmeda se
dispersan para aprovechar las hierbas y los abrevaderos temporales que las lluvias hacen nacer.
Los incesantes desplazamientos en busca de pastos, la conducción y vigilancia de los rebaños, la
protección de los animales más débiles, el suministro de agua cuando están lejos de los
abrevaderos naturales, son trabajos penosos y constantes. Cierto que el principal de sus animales,
el camello, es de gran rusticidad y resistencia: es capaz de pasar días enteros sin comer, y sin
beber, muchos. En su panza, o primer departamento de su estómago, tiene una células especiales
La desaparición de los pastores nómadas. —175—
en las que puede almacenar hasta nueve litros de agua que luego va usando poco a poco. La giba,
por otra parte, que está formada por grasa, le sirve como reserva de alimento. Además, es un
animal de múltiples usos. Como animal de silla (el mehari de los moros es el más afamado) hace
sin fatiga jornadas de cien kilómetros. Puede recorrer hasta treinta kilómetros diarios con cargas
de más de ciento cincuenta kilogramos. Su leche y su carne se usan en la alimentación humana, y
su pelo, su piel, sus huesos y sus tendones en la fabricación de diversos bienes de equipo. Pero
esta lista de ventajas hay que contrapesarla con una desventaja muy grave: es un animal de
reproducción muy lenta. No se aparea hasta cumplir los seis años. La gestación dura uno y la
lactancia más de uno, lo cual quiere decir que una hembra difícilmente dará más de una cría cada
tres años. Ahora bien, en las condiciones del desierto no son infrecuentes las sequías de varios
años que acaban hasta con los pastos más tenaces. Y cuando se reproducen, los nómadas se ven
obligados a dar muerte a la mayoría de sus animales, si no quieren dejarlos morir. Los rebaños de
cabras, animales de reproducción rápida, se reponen luego con relativa facilidad. Mas para los de
camellos esto tiene efectos desastrosos.
Así, la existencia de los pastores saharianos no sólo es dura, es precaria. El apoyo que
representan la caza de pequeños mamíferos y de lagartos y la recolección de granos, bayas y
raíces que habitualmente practican no les resuelve nada, pues también esos alimentos son muy
escasos, sobre todo en los años malos. Lo que sí les ayuda a subsistir, y hasta les permite hacerlo
holgadamente, son dos actividades a las que dedican más tiempo y esfuerzo que al propio
pastoreo: el comercio y la guerra. En el Sahara hay abundante sal, un bien que en el Sudán es
muy escaso y codiciado. Los moros explotan las salinas de Ikjil y Taudeni y los tuareg la de
Amadror, y sus caravanas llevan esa sal a los mercados sudaneses, donde la cambian por los
productos que ellos no pueden conseguir. Tradicionalmente esas rutas caravaneras se
complementaban con las del Norte, a cuyos mercados también acudían los nómadas, convertidos
en intermediarios entre el Africa mediterránea y el Sudán, un comercio que les dejaba pingües
beneficios. La segunda actividad provechosa, la guerra, era constante hasta la pacificación im-
puesta por las potencias coloniales. Una guerra de todos contra todos: moros contra tuareg, y
unos y otros contra los árabes y los bereberes del Norte y contra los negros del Sur.
Esas son para los nómadas las tres únicas ocupaciones dignas del hombre: el pastoreo, el
comercio de caravanas y el pillaje. Y su vida nómada, la fuente de toda nobleza, la imagen
misma de la libertad. Para otras ocupaciones como la agricultura, y para otras formas de vida
sedentaria, no tienen sino desprecio. Así no cultivan los oasis, que sin embargo poseen en sus
territorios, sino que dejan que los trabajen sus esclavos o sus vasallos, generalmente negros de
origen sudanés, quienes entregan a los propietarios nómadas una parte considerable de sus
cosechas. Incluso entre los teda de Tibesti, al cultivo de los palmerales sólo se dedican los
kamaya, antiguos esclavos. Esta agricultura de los oasis sólo es posible gracias a la irrigación
artificial, que aprovecha las aguas subterráneas recurriendo a la noria para elevarlas. Por lo
común se usan en ella aperos agrícolas muy primitivos, lo que no se refleja sin embargo en un
menor rendimiento: la palmera datilera, el olivo, diversos frutales, cereales y leguminosas dan en
los oasis cosechas muy abundantes.
Todas las artes de subsistencia que hemos descrito se han visto afectadas por la progresiva
occidentalización del mundo, pero ninguna en la medida en que lo ha sido el pastoreo nómada,
hoy en trance de desaparición.
La desaparición de los pastores nómadas. —176—
En el transcurso del siglo XX, a medida que las potencias coloniales o, en su caso, los
estados indígenas consiguieron extender su control a los desiertos, los nómadas se vieron obli-
gados a renunciar a una de sus actividades lucrativas: la razzia. La paz resultante tuvo
consecuencias múltiples. Libres de aquel temor, los pastores pudieron dispersarse más y apro-
vechar mejor los pastos. El tráfico de caravanas se intensificó y se abarató. Pero también
desapareció la posibilidad de seguir explotando a los campesinos tributarios, cuya dependencia
servil respecto de los nómadas ha quedado legal y prácticamente abolida. Y por último: se
relajaron las estructuras tribales, que en buena parte tenían su razón de ser en la organización de
la razzia y en la defensa contra ella.
A partir de 1930, y más marcadamente desde que finalizó la segunda guerra mundial, esta
evolución se aceleró. El transporte motorizado amplió el radio de acción de los comerciantes
urbanos y redujo la importancia de las caravanas camelleras. Lenta, pero progresivamente, se fue
mecanizando la agricultura de los sedentarios vecinos y eso hizo decrecer la demanda de
camellos (hasta entonces utilizados en el transporte y en el cultivo de la tierra), que eran el
principal producto que los nómadas podían ofrecer.
Por otra parte, en la década de los sesenta los propios nómadas comenzaron a hacerse con
camiones ellos mismos. Los camiones les permitieron liberarse del factor de fijación que
suponían los pozos y los abrevaderos naturales: con ellos pueden acercar el agua al rebaño,
aunque esté pastando lejos, y trasladarlo en pocas horas a gran distancia, sin preocuparse de que
haya o no pastos y abrevaderos intermedios. Así tienen la posibilidad de aprovechar
continuamente los mejores pastizales, lo que si por una parte permite el crecimiento espectacular
de los rebaños, por otra conlleva un riesgo cierto de sobreexplotación y, por tanto, de
degradación del ambiente. Pero además, como esta motorización del pastoreo exige una
inversión de capital que la mayoría de los nómadas no puede hacer, está apareciendo una
burguesía ganadera compuesta por los clanes más poderosos y el resto más numeroso de los
pastores se está proletarizando.
La crisis se ha hecho, al menos en Africa, irreversible por la terrible sequía que afecta a la
región desde 1969. No es sólo que haya desaparecido una gran parte de la cabaña ganadera, sino
también que todos los programas de ayuda, estatales e internacionales, se esfuerzan por
conseguir la sedentarización de los nómadas y su conversión en agricultores, sedentarización que
en algunos países (Somalia, por ejemplo) está siendo espectacularmente rápida.
ETNOGRAFIA DE LA PRODUCCION Y DE LA CIRCULACION
Quinta Parte
(Fragmentos de esta parte, en lo sustancial escrita hace muchos años, los he utilizado en la
parte anterior, pero los repito en ésta para que no se resienta su inteligibilidad. Por otro lado,
quiero dejar claro que aunque éstas páginas sean tan viejas, hoy suscribo su contenido, salvo en
aspectos conceptuales como la ingenua noción de cambio cultural que aquí no defiendo, pero sí
manejo)
Tecnología, ecología y evolución. —178—
TECNOLOGIA Y EVOLUCION
Porque, ¿es realmente la caza, con la pesca y la recolección, una tecnología más primitiva?
En las costas canadienses del Pacífico, en un paisaje de fiordos y de islas, con montañas hasta la
misma orilla del mar, cubiertas de bosques de cedros, viven todavía hoy algunos descendientes
de los indios que a la llegada de los europeos poblaban aquella región. Pese a que está muy al N.,
entre los 45º y los 60º de latitud, el clima es bastante suave, por la influencia de la corriente
cálida de Kuroshivo, que además hace que las aguas sean ricas en pesca. Prácticamente todos
estos indios, a los que se suele dar el nombre genérico de indios del NO., han vivido de ella hasta
comienzos de este siglo, especialmente de la pesca del salmón, que en aquellos ríos se da en gran
abundancia. Lo pescaban con anzuelos y con redes,con nasas y con diques. Además, salían al
mar abierto a pescar rodaballos, meros y arenques, e incluso a cazar con arpón ballenas y
delfines. La acusada estacionalidad de la pesca que no podía practicarse más que en la temporada
de verano, daba mayor importancia a la recolección, de mariscos en las playas y de bayas y
raíces en los bosques, a la que las mujeres se dedicaban en todo tiempo, y a la caza, que en
invierno practicaban los hombres, de ciervos y de cabras monteses. Algunos indios del NO.
habían llegado a conocer los rudimentos de la agricultura, pero no cultivaban más que el tabaco,
cuyas hojas, machacadas y prensadas con conchas de almeja calcinadas, usaban como
masticatorio. Con esta tecnología de pesca, caza y recolección, el inventario cultural de los
indios del NO. resulta impresionante. Vivían en poblados costeros, largas filas de casas adosadas
unas a otras por sus lados mayores y todas con la fachada vuelta hacia el mar. Las casas eran de
madera, con sólido armazón de troncos y paredes y techo de tablas, en unas regiones plano e
inclinado hacia adelante y en otros a dos vertientes. Ante las fachadas de sus casas plantaban un
alto poste tallado y policromado, con un vano redondo en su parte inferior que se usaban como
puerta. Las dimensiones de las casas siempre eran grandes y algunas veces enormes: las había de
más de 150 metros de largo. Por supuesto, todas eran comunales y su interior estaba dividido por
tablas o por esteras en estancias separadas por las distintas familias que vivían en ellas. Las
familias nucleares que habitaban en la misma casa pertenecían todas a una misma familia
extensa, y las familias extensas que descendían o creían descender de un antepasado común
formaban un grupo de filiación. La estratificación social era muy marcada y se basaba en la
riqueza. Pero es preciso aclarar que la base de las diferencias de rango no era la riqueza en sí
misma, sino el uso que de ella se hacía en dispendiosos banquetes y en las grandes fiestas
Tecnología, ecología y evolución. —179—
llamadas potlatch, en las que los indios del NO. competían en generosidad y en desprendimiento,
regalando (y en determinadas ocasiones destruyendo) una gran cantidad de objetos valiosos: el
mayor prestigio y el más alto rango eran para aquellos que de ese modo conseguían deshacerse
de un mayor número de bienes. Por otra parte, las relaciones entre los distintos poblados eran
muy intensas, el comercio muy activo y los conflictos frecuentes. Los prisioneros de guerra se
convertían en esclavos (a veces se emprendían campañas militares sólo con el fin de hacer
prisioneros). Aunque en general se les trataba bien, carecían de derechos podían venderlos e
incluso darles muerte. A todo esto hay que añadir que los indios del NO. eran entre todos los
norteamericanos los que más alto nivel habían alcanzado en sus manifestaciones artísticas.
Dominaban la escultura exenta, el relieve y la pintura con igual perfección. Y aunque su logro
más notable quizá fueran los altos postes tallados y policromados que erigían ante las puertas de
sus casas, prácticamente todos los objetos de importancia religiosa o social o personal, e incluso
las piezas menores como los platos, las escudillas, los mangos de los cubiertos, las cabezas de las
pipas, los decoraban con parecido cuidado, con motivos tomados del mundo animal y del mito, y
con una técnica de representación que unían el realismo y el convencionalismo de un modo
singular.
Y no se piense que los indios del NO. constituyen un caso único. Son el más notorio, y eso
justifica la prolijidad de nuestra exposición; pero el único no. Otros pueblos de cazado-
res-recolectores han alcanzado también una densidad de población relativamente alta y un grado
considerable de sedentariedad, con sólidas viviendas en poblados estables para hasta un centenar
de familias, con utillaje abundante y especializado, técnicas complejas de explotación del medio
y de conservación y almacenaje de alimentos, y formas relativamente avanzadas de división y
organización del trabajo. Este inventario cultural, que es el de los menomini de los Grandes
Lagos o también, por ejemplo, el de los indios de California, o el de los cazadores-recolectores
del SO. de Nueva Guinea, aun siendo bastante más pobre que el de los indios del NO. puede, sin
embargo, compararse con ventaja con el de muchos agricultores de rozas. Entonces, ¿qué sentido
puede tener la afirmación de que la caza, con la pesca y la recolección, es una tecnología más
primitiva que la agricultura de rozas?
La respuesta más inmediata sería tal vez: en tanto que tecnología, la caza, pesca y
recolección es una tecnología menos evolucionada que la agricultura de rozas, sin que los
posibles avances en otros aspectos de la cultura (organización social, arte o religión) puedan
alterar este hecho. Claro está que aceptar esta respuesta plantearía inmediatamente otro proble-
ma, a saber el de que entonces las artes de subsistencia no ofrece ni una «base sólida» ni ninguna
base para la división de la historia en sus períodos evolutivos ni para la clasificación de las
sociedades humanas según su grado de evolución. Interesan, si acaso, a la historia de la
tecnología.
Pero de todos modos tampoco parece que tal respuesta se pueda aceptar. Pues si el grado
de evolución de una tecnología tiene que medirse por la abundancia y la especialización del
utillaje, el bastón de excavar de las recolectoras no es más evolucionado ni menos evolucionado
que el bastón de plantar de los agricultores: simplemente es el mismo. O si el criterio son los
saberes y las habilidades, la tejné de los que manejan esos útiles, probablemente los del cazador
que sabe la fuerza y la debilidad del animal al que caza, y sus costumbres y caminos, igualan en
complejidad a los del agricultor que planta y espera.
Tecnología, ecología y evolución. —180—
e = E / p.h.150
La aplicación de la fórmula a los datos que poseemos de dos pueblos, uno de recolectores,
los bosquimanos del desierto de Kalahari (Lee, 1968), y otro de agricultores de rozas, los
tsembaga maring de Nueva Guinea (Rappaport, 1968), parece que corrobora brillantemente la
superioridad de la agricultura sobre la caza y la recolección. El valor calórico de todos los
animales cazados y todas las plantas recogidas a lo largo de un año por veinte productores
bosquimanos que trabajaron un promedio de ochocientas cinco horas anuales ascendió a veinti-
trés millones de calorías. Aplicando la fórmula, el índice de eficiencia tecnológica de la caza y la
recolección bosquimana resulta ser 9,5.
Dicho de otro modo, la eficiencia de la agricultura de tala y quema de los tsembaga maring
es prácticamente dos veces mayor que la eficiencia de la caza y recolección bosquimana. Y aun-
que siempre nos quedaría la duda de si con otros ejemplos obtendríamos los mismos resultados,
si no tuviéramos más que decir podríamos aceptar que, efectivamente, la agricultura de rozas es
una tecnología más eficiente que la caza, la pesca y la recolección.
Pero sí hay más que decir. Hay que decir que en el total de calorías obtenidas por los
bosquimanos se incluyen tanto las de procedencia vegetal, de las plantas que recolectan, como
las de procedencia animal, de los animales que cazan. Mientras que los 150 millones de calorías
de la fórmula de los tsembaga maring son todos de procedencia vegetal, de las plantas que
cultivan. Por supuesto, no es que los tsembaga maring no coman carne. Con la caza no pueden
contar, porque es escasa y difícil de conseguir. Pero crían cerdos, aunque ni las calorías que
invierten en su cría ni las que obtienen con su carne están recogidas en la fórmula anterior. Ahora
Tecnología, ecología y evolución. —181—
bien, ocurre que la carne es un alimento de bajo contenido en calorías: los 160 cerdos que criaron
en aquel mismo período los tsembaga maring no representan más que 18 millones de calorías. Y,
en cambio, los 146 productores invirtieron en su cría (en cultivar los ñames para cebarlos, cercar
los campos y reparar las cercas, facilitarles el alimento y el agua y en cuidados especiales) un
promedio de cuatrocientas horas anuales, o sea, más que en la producción de alimentos vegetales.
Entonces, para que el índice de eficiencia de los tsembaga maring pueda compararse realmente
con el de los bosquimanos, la fórmula tendría que incluir, como la de los bosquimanos incluye,
las calorías obtenidas en alimento cárnico y las calorías invertidas en la producción de esa carne.
Con lo que quedaría así:
Lo que quiere decir que por cada caloría que invierten en la producción de alimentos, los
tsembaga maring, agricultores, obtienen 0,3 calorías más que los recolectores y cazadores
bosquimanos. Y hasta esa sombra de ventaja se desvanecería si en las respectivas fórmulas
diéramos entrada al tiempo que unos y otros invierten en preparar los alimentos, ya que los
bosquimanos lo hacen en unos momentos, mientras que entre los tsembaga maring (que cultivan
la mandioca venenosa) ese proceso es bastante largo.
Es verdad que, como insinuábamos antes, nuevos ejemplos podrían arrojar tal vez
resultados distintos. Es verdad también que la fórmula se presta a críticas. Pero lo que en
definitiva queda en duda es que el índice de eficiencia, por lo menos si lo medimos así, pueda
probar que la agricultura de rozas sea una tecnología más evolucionada que la caza y la
recolección.
TECNOLOGIA Y ECOLOGIA
Mas lo que en realidad ocurre es que, así, el problema está planteado de una forma
engañosa, porque ni el inventario cultural ni el índice de eficiencia pueden reflejar la auténtica
superioridad de la agricultura sobre las formas precedentes de adquisición de alimentos. Incluso
si todos los pueblos recolectores tuvieran un inventario cultural más extenso y una mayor
eficiencia que los pueblos agricultores (lo que desde luego no es el caso), la agricultura seguiría
siendo decisivamente superior a la caza y a la recolección. Pues su superioridad reside en que
abre posibilidades de cambio y de desarrollo, de evolución, enteramente nuevas; y el hecho de
que tales posibilidades se realicen o no, no añade ni resta nada a esa superioridad. La caza y la
recolección son callejones sin salida, técnicas no adaptativas (en el sentido evolucionista de la
palabra) que dependen estrechamente de su objeto y cuya eficiencia se mide en último extremo
por la propia aniquilación del objeto al que se aplican. La densidad de las poblaciones humanas
recolectoras y cazadoras no puede sobrepasar el límite que le imponga la densidad del
poblamiento de plantas silvestres y animales (no domésticos) dentro del radio de acción de su
recolección y su caza. Con otras palabras, la densidad de población está en función de los
recursos espontáneos existentes. La agricultura, que es eminentemente adaptativa (otra vez en el
sentido evolucionista de la palabra), invierte todas estas relaciones. La medida de su eficiencia la
da precisamente la multiplicación, y no la aniquilación, del objeto a que se aplica, pues con ella
no es la técnica la que depende del objeto, sino al revés, el objeto el que depende de la técnica.
Tecnología, ecología y evolución. —182—
Por eso, la densidad de una población de agricultores no es función del volumen de recursos
existentes, sino a la inversa: la producción de recursos está en función del crecimiento de la
población.
Todas estas relaciones que la agricultura invierte pueden tal vez resumirse en una: la
agricultura invierte la relación entre el hombre y el ecosistema. Sin duda, los agricultores viven
de lo que obtienen del medio, como los cazadores y los recolectores. Pero mientras el mundo
humano de los cazadores y los recolectores es casi enteramente un producto de su ecosistema, el
ecosistema en que viven los agricultores es en gran parte un producto de su mundo humano. El
ecosistema no sólo determina (a través de los recursos espontáneos que ofrece) la densidad de la
población recolectora y cazadora, sino también el tamaño máximo y mínimo de las bandas en
que se divide, la frecuencia e intensidad de los contactos entre ellas, e incluso algunos rasgos de
su organización interna y del ritmo de su vida social. Los bosquimanos no pueden permanecer
indefinidamente junto al pozo de agua más abundante que conozcan porque en aquel medio
semidesértico pronto agotan los alimentos que pueden hallar alrededor de ese pozo. Tienen que
trasladarse a un nuevo coto y a un nuevo pozo. Aunque en años normales todos los pozos,
permanentes y estacionales, tienen agua bastante para más de treinta personas, en los muchos de
sequía no ocurre eso. Así el tamaño máximo de la banda bosquimana está condicionado por la
capacidad de los pozos más pobres entre los del circuito que esa banda ha de recorrer para que no
le falte su alimentación. A su vez, el factor determinante del tamaño mínimo de la banda viene
dado por la existencia en aquel medio de caza mayor, cuya captura y transporte hasta el
campamento sólo es posible con la cooperación de varios cazadores. So pena de renunciar
sistemáticamente a uno de los recursos más codiciables que el medio ofrece, ninguna banda
puede, pues, dejar de contar con un cierto número de cazadores activos, hombres adultos, y como
es lógico con sus correspondientes familias. La frecuencia y la intensidad de los contactos entre
las bandas es la pluviosidad la que las regula, pues sólo en la estación lluviosa más favorable
pueden darse en un mismo punto agua y alimentos suficientes para los componentes de varias
bandas. Las alianzas entre bandas son una consecuencia de la extrema irregularidad de las lluvias
en el desierto, que puede hacer que en el territorio de una banda llueva y en la otra vecina no
llueva nada. Esta segunda tiene entonces en su alianza con la primera su única esperanza de
supervivencia. La propia organización social de la banda, su carácter abierto, la facilidad con que
se escinde y se recompone, total o parcialmente, con los mismos elementos de antes o con otros
nuevos, son rasgos estructurales que guardan una conexión clara con la azarosa meteorología del
Kalahari.
supervivencia, de tal modo que sólo la intervención sistemática de una selección distinta de la
selección natural puede explicar la proliferación de esas especies.
Así es como la agricultura, invirtiendo totalmente las relaciones del hombre con el medio,
inaugura posibilidades inéditas de cambio y de desarrollo, de evolución; y justamente en eso
reside su ventaja sobre la recolección y la caza. Que esas posibilidades se realicen o no, y la
medida en que lo hagan, vamos a ver que no es ya cosa que dependa sólo de la nueva tecnología.
Los arqueólogos nos han familiarizado con la idea de que, con el paso de la mera
recolección a la producción de alimentos, a la agricultura, la humanidad entra en un proceso
acelerado de cambio cultural. El hombre deja de ser nómada y se hace sedentario, a la espera de
la cosecha junto al campo que ha sembrado. Al cultivo de las plantas se añade casi
inmediatamente la domesticación y cría de animales. Las técnicas productivas se perfeccionan.
Los útiles mejoran, se especializan y se diversifican. La invención del arado permite al agricultor
usar la mayor fuerza de los animales de tiro, y el regadío artificial le libera de la incertidumbre de
la lluvia. Con el incremento de la producción, la población se concentra y la organización social
se hace más compleja. Por primera vez hay ricos y pobres, gobernantes y gobernados, pueblo y
campo. El hilado y el tejido, la cerámica y el barro cocido, la fundición del bronce, el torno de
alfarero y la rueda, la navegación a vela, la escritura, los primeros calendarios, el uso de pesas y
medidas, son algunos de los logros más salientes de esa revolución tecnológica desencadenada
por la invención de la agricultura, que lleva aceleradamente hasta la segunda gran revolución de
la historia del hombre, la revolución urbana. Todo lo cual sin duda ocurrió. Pero el problema es:
¿qué factor o qué conjunto de factores estaba presente en las sociedades agrícolas que pasaron
por esa sucesión acelerada de cambios y ausente en las muchas más, también de agricultores, que
no lo han hecho?
Porque hay que desechar la idea de que la mera invención de las técnicas básicas del
cultivo de la tierra automáticamente baste para desencadenar todo ese proceso de desarrollo
cultural. En realidad, por sí misma no basta ni siquiera para mover al pueblo que la hace a
adoptar la agricultura como base de subsistencia. El descubrimiento por R. S. MacNeish del
agriotipo del maíz en los altiplanos de Tamaulipas fija el comienzo de la agricultura en Méjico
en torno al año 7.000 a. C. Casi cuatro mil años después de los primeros ensayos, cuando ya se
habían añadido al inventario de las plantas cultivadas las calabazas, los fríjoles y variedades de
maíz híbrido, el porcentaje de los desechos hallados en los yacimientos muestra que más del 70
por 100 de la alimentación procedía aún de la caza y de las plantas silvestres. De los recolectores
y cazadores de hoy, varios conocen (a juzgar por los informes arqueológicos, desde hace siglos)
los rudimentos de la agricultura; mas no hacen ningún intento por basar en ella su supervivencia.
Y todavía son muchos más los pueblos agricultores que siguen obteniendo de la caza y la
recolección una parte muy considerable de sus alimentos.
ring. A los cazadores y recolectores hadza, que viven en las cercanías del lago Eyasi, en el Africa
oriental, les basta un promedio de dos horas diarias para obtener los alimentos que necesitan.
Aunque conocen bien las técnicas agrícolas, porque están rodeados de pueblos agricultores, se
niegan a cultivar el suelo ellos mismos y «la principal razón que dan es que sería demasiado
trabajo, un trabajo demasiado duro» (Woodburn, 1968). Datos recientes y la relectura, a su luz,
de otros más antiguos, han llevado efectivamente a revisar la imagen, antes aceptada como
válida, de los cazadores y recolectores como gentes entregadas sin descanso a una agotadora
búsqueda de alimentos escasos en un medio hostil. De hecho, si todo lo que hiciera falta para el
progreso fuera tiempo libre, los cazadores y recolectores lo habrían llevado más lejos que los
agricultores, porque en general invierten menos tiempo que éstos en la obtención de alimentos. Y
aún hay otra cosa que debe pensarse: que estos cazadores y recolectores que conocemos hoy son
pueblos marginados, relegados a los rincones más inhóspitos y desfavorables. La situación de los
que antes habitaran en áreas más propicias sin duda sería mejor. Y así es todavía más fácil
entender que, visto desde la recolección de la abundancia, el esfuerzo del cultivo primitivo pueda
resultar poco prometedor.
Todavía existe otro factor retardatario que puede contribuir a explicar la lentitud del
proceso de la adopción de la agricultura, y es la dificultad con que ésa o cualquier otra innova-
ción tiene que tropezar para imponerse en el mundo social de los pueblos recolectores. No por la
apariencia poco ventajosa de la innovación en sí, sino por la dificultad que representan las
propias condiciones demográficas de las poblaciones recolectoras, su baja densidad, la extrema
dispersión de los grupos con frecuencia minúsculos en que se subdividen, el carácter inestable y
abierto de esos mismos grupos, la naturaleza no económica de los pocos contactos que entre los
grupos llegan a entablarse. Es un medio humano tan enrarecido y escaso que resulta enteramente
verosímil que en su seno se hayan llegado a intuir, e incluso a comprobar, una y mil veces las
posibilidades del cultivo de la tierra y otras tantas se hayan olvidado.
Mas nos estamos esforzando por explicar la ausencia del cambio y no nos planteamos la
explicación del propio cambio. Aunque de todos modos no es ocioso que nos hayamos detenido
en la acción negativa de estos factores retardatarios, porque después de lo que llevamos dicho
parece razonable que la causa de la adopción de la agricultura haya que buscarla en cada caso en
la intervención de algún estímulo exterior. Con frecuencia se habrá tratado de un estímulo
negativo: pérdida, por variaciones climáticas o por alguna otra razón (epizootías, plagas de las
plantas, degradación irreversible del ambiente), de una parte de los recursos habituales con el
correlato de la destrucción de la milenaria adaptación al medio; o pérdida del propio medio al
que se había ajustado la adaptación, en el caso de un pueblo recolector expulsado de su habitat
tradicional y acorralado en otro nuevo y distinto. Casi con la misma frecuencia, a esos estímulos
negativos se habrá asociado otro positivo bajo la forma del contacto con pueblos ya poseedores
de técnicas agrícolas desarrolladas. Lo cual nos lleva inevitablemente a mencionar el problema
de la invención primera de la agricultura. Es claro que las evidencias etnográficas no pueden
extrapolarse legítimamente a los acontecimientos prehistóricos y que en definitiva en esta
cuestión son competentes los arqueólogos y no los etnólogos. Pero si las reflexiones precedentes
sobre los factores retardativos de la agricultura son aplicables a las poblaciones recolectoras del
Paleolítico (y por lo que los arqueólogos han llegado a saber de ellas, lo son) y si hay que recurrir
también a la intervención de un estímulo exterior, es obvio que el positivo del contacto entre
grupos no pudo actuar, puesto que todos los pueblos existentes eran recolectores y cazadores, y
estímulos negativos como el de la expulsión de un pueblo recolector de su hábitat secular y su
acorralamiento en otro distinto, resultan del todo inverosímiles en un mundo tan débilmente
Tecnología, ecología y evolución. —185—
poblado (Deevy ha estimado la población humana total en el umbral del Neolítico en menos de
cinco millones). El único estímulo en que es razonable pensar es el del cambio climático que
efectivamente se produjo al final del Pleistoceno. Ahora bien, en las zonas tropicales ese
estímulo no se dejó sentir con intensidad y los recursos existentes no sufrieron variaciones
sensibles que hubieran podido forzar a los recolectores que allí vivían a adoptar la agricultura.
Igualmente hay que excluir las zonas más septentrionales, cuya población pudo emigrar hacia el
norte para conservar condiciones de vida similares a las que antes tenía. En cambio, en las zonas
subtropicales, una población de recolectores intensivos y cazadores, que en algunos lugares
particularmente favorables (como el Cercano Oriente) ya habitaba en poblados sedentarios, sí
que tuvo en la creciente desertización el estímulo exterior preciso para dar el paso al cultivo de
las mismas gramíneas silvestres que ya recolectaba. Así pues, si los arqueólogos han llegado a la
conclusión de que los primeros cultivos debieron realizarse en un amplio territorio del Próximo
Oriente que abarca la meseta del Irán con las zonas montañosas del Zagros, el Luristán, y se
extiende por el Norte hasta las costas meridionales del Caspio, por el Sur a Siria y Palestina y por
el Oeste a la meseta de Anatolia y quizá al Sudoeste de Europa y a la zona Sur de la península
balcánica (Maluquer, 1969), la etnología no puede objetar nada. Antes al contrario, a la luz de las
consideraciones anteriores sobre la dificultad del paso a la agricultura y sobre la necesidad de un
estímulo exterior, y visto que en la zona propuesta intervino ese estímulo con el proceso de
desertización, tiene que aceptar esa hipótesis como muy verosímil. Otro problema distinto es el
de si todos los pueblos agricultores actuales han recibido sus técnicas de cultivo del suelo a
través de una cadena de difusión cultural cuyo primer eslabón perdido en el tiempo sea para
todos los casos esa agricultura del Próximo Oriente. Dicho de otro modo, si hay que admitir un
solo foco de difusión de la agricultura, o una pluralidad de focos o incluso una multitud de
evoluciones independientes. Es evidente que ésta es una cuestión que sólo podría resolverse con
el estudio monográfico, arqueológico y etnológico, de cada caso regional. Pero lo cierto es que
con el peso de las consideraciones precedentes nos atrevemos a afirmar que en la historia de la
agricultura los procesos de difusión tuvieron una importancia mucho mayor que la que hoy está
de moda concederles. No hasta el extremo de admitir un foco inicial único, pero sí probable-
mente, otra vez de acuerdo con los arqueólogos, no más de tres distintos: el de Oriente Próximo,
el del Sudoeste de Asia (muy antiguo a juzgar por las dataciones que con ayuda del Carbono 14
ha podido establecer W. Solheim) y un tercero en las altiplanicies de México (R. MacNeish).
Volvamos una vez más a los índices de eficiencia de los bosquimanos y de los tsembaga
maring. Hasta aquí hemos venido subrayando su escasa, o mejor, su nula diferencia. Mas ahora
vamos a señalar que, aunque la eficiencia de las dos tecnologías sea prácticamente equivalente si
se calcula así, desde otra perspectiva la diferencia es notoria: la agricultura de los tsembaga
maring es a todas luces más eficiente que la caza y la recolección de los bosquimanos desde el
instante en que puede, expresémonos así, dar trabajo a ciento cuarenta y seis productores,
mientras que la caza y la recolección no da trabajo (ni puede darlo, so pena de inmediato
agotamiento de los recursos) más que a veinte. Digamos que la verdadera eficiencia no la miden
las calorías obtenidas por cada caloría invertida, sino sencillamente el número de hombres que
Tecnología, ecología y evolución. —186—
pueden invertir útilmente su esfuerzo en una y otra tecnología, incluso si la utilidad que obtienen
es prácticamente la misma en ambas.
El primer problema de una economía primitiva no es tanto el de mejorar los rendimientos
como el de crear trabajo, trabajo útil, por supuesto, para más gente. Y aquí es donde reside la
auténtica potencia económica de la agricultura: en su capacidad de poner más hombres a trabajar,
a sobrevivir. Aquel mundo humano enrarecido y escaso de los bosquimanos, de los recolectores,
se puebla y se densifica. Sin dejarse arrastrar por la mística de los números, se puede hacer una
reflexión muy obvia: entre ciento cuarenta y seis agricultores es más probable y más fácil que
entre veinte cazadores la ocurrencia de la invención y la conservación de ella, la transmisión a
las generaciones venideras del hallazgo hecho, la acumulación y la memoria de pacientes
ensayos y de nuevas mejoras. En suma, es más probable y más fácil el desarrollo cultural.
Máxime porque con el incremento de la población no sólo crece cuantitativamente el número de
relaciones interpersonales, sino que además su contenido se diversifica cualitativamente en la
misma medida en que se diversifican las propias condiciones de la producción.
La división del trabajo por sexos, con las mujeres a cargo de la agricultura, mientras los
hombres siguen dedicándose a la caza o a la pesca, a la guerra y a otras actividades, en particular
a las actividades religiosas, suele presentarse como característica de toda la agricultura primitiva,
contribuyendo de ese modo a prolongar la vida del viejo dogma etnológico según el cual fue la
mujer, antes recolectora, la que descubrió las posibilidades del cultivo de la tierra. Ese descubri-
miento habría puesto en sus manos el poder económico, lo que explicaría los supuestos rasgos
matriarcales de las sociedades agricultoras. Pero en realidad esto es una hipótesis superflua y
gratuita que sólo pasaba por verdadera gracias a la frecuencia con que se repetía. Hay una
agricultura femenina, por ejemplo entre los iroqueses, y una agricultura masculina, por ejemplo
entre los indios pueblo; pero en general entre casi todos los agricultores primitivos los hombres y
las mujeres invierten en el campo más o menos el mismo trabajo. Por otra parte, tampoco es
cierto que allí donde la agricultura sí está principalmente en manos de la mujer, como ocurre en
las selvas de Africa y de Melanesia, eso mejora siempre su situación social; antes al contrario, lo
más frecuente es que contribuya a hacer de ella una fuerza de trabajo explotada y sojuzgada,
desposeída de todo poder económico.
Esto no quiere decir que en los pueblos agricultores no exista una división del trabajo por
sexos. Existe, aunque por lo que se refiere al cultivo de la tierra no se presenta bajo la forma de
una separación de actividades, sino más bien como una distribución de tareas dentro de la misma
actividad. Sobre el hombre recaen normalmente los trabajos más duros, sobre la mujer los que
exigen más atención y más asiduidad. Por ejemplo, en Nueva Caledonia los hombres roturan la
tierra, preparan las instalaciones de riego artificial y levantan los muretes para asegurar las
terrazas; las mujeres siembran y se ocupan del aporcado, las escardas y la cosecha. En cambio,
en las otras actividades no agrícolas que los agricultores acometen, la división sexual del trabajo
no aparece como distribución de tareas, sino como separación de las propias actividades: entre
esos mismos indígenas de Nueva Caledonia los hombres se ocupan de la confección de útiles y
adornos de piedra pulimentada, hacen tela de cortezas y realizan todos los trabajos de la madera,
mientras las mujeres son quienes trabajan el barro y las fibras, hacen cestas y esteras y preparan
la choza.
Tecnología, ecología y evolución. —187—
Además de la división por sexos, en los pueblos agricultores se dan cuando menos los
rudimentos de una especialización por oficios. La especialización es sin duda una consecuencia a
largo plazo, por una parte del crecimiento demográfico del grupo, por otra de la sedentariedad.
Con ésta, desaparece la necesidad a que tienen que plegarse los recolectores nómadas de reducir
su equipo al mínimo para poder transportarlo, y el ajuar doméstico se enriquece y se multiplican
los útiles de todo tipo. Con el crecimiento demográfico hay un mayor número de usuarios
potenciales para cualquier bien que se produzca, y sobre todo hay más holgura en la repartición
de actividades. No es que el artesano se encuentre de un día para otro liberado de la necesidad de
producir alimentos, o ni siquiera que aumenten las horas libres de que dispone cada uno de los
miembros del grupo (ya vimos el tiempo libre que tienen los cazadores recolectores). Lo que
aumenta con el grupo es el total de horas disponibles en el conjunto del grupo. Así cuando una
cestera es más mañosa o un hombre trabaja mejor la madera, el grupo puede concentrar en ellos
esa disponibilidad de horas artesanales permitiéndoles perfeccionar su habilidad. De todos
modos. hasta entre muchos agricultores relativamente avanzados, esos especialistas tienen que
seguir cultivando la tierra, pues su trabajo especializado no les basta para asegurarse la
supervivencia. Porque la existencia de especialistas que se ganen la vida sólo con su oficio,
totalmente liberados de la producción de alimentos, no es posible hasta que aparece un mercado
capaz de absorber sus productos artesanales. La especialización no es un umbral que se franquee
de un paso, sino un proceso gradual que se acelera con las formas superiores de cultivo intensivo
de la tierra y de agricultura de arado, pero no está completo hasta la aparición del mercado y la
ciudad. Claro está que esto se refiere a la emancipación profesional de una clase artesana y no
tiene necesariamente una relación directa con el número de actividades especializadas, que in-
cluso en sociedades en las que no existen más que especialistas no profesionales, de tiempo
parcial, puede ser ya elevado.
ADAPTACION INTERCULTURAL
Mas el impulso decisivo para la especialización parcial no menos que para la plena, y para
la diversificación económica y cultural a que ella lleva, no procede de la dinámica interna de
cada grupo, sino más bien de la situación enteramente nueva a que la agricultura da origen en el
campo de lo que podemos llamar dialéctica intercultural. Las posibilidades de que se produzcan
influencias mutuas entre los grupos, mínimos y dispersos, de cazadores y recolectores, son muy
bajas. Todos ellos viven del mismo modo, en un territorio de las mismas características,
deambulando cada uno en su coto en busca de los mismos alimentos. No es que no haya
contactos entre las bandas: los hay. Pero igual que esos contactos tienen poca importancia
económica porque todas las bandas producen casi lo mismo, parece obvio que los procesos de
adaptación intercultural, las mutuas influencias de unos grupos sobre otros, tendrán también poco
alcance porque el nivel y el inventario cultural de todos es el mismo, o por lo menos muy similar.
Las acusadas diferencias a que aludimos en nuestra exposición del «tipo ideal» de la caza y la
recolección no invalidan lo dicho, puesto que son diferencias entre recolectores cazadores que
habitan en medios físicos muy distintos y, por consiguiente, alejados, separados y sin contacto
fácil.
disminuye la distancia que separa a los grupos y aumenta correlativamente la posibilidad física
de los contactos entre esos grupos. Pero además, aunque los agricultores de una misma región
puedan cultivar casi las mismas plantas, por una parte el general enriquecimiento y la
diversificación del ajuar de todo tipo y por otra la incipiente especialización, por no hablar de
otros desarrollos más complejos cuya consideración debemos posponer, deshacen aquella
homogeneidad cultural que junto con la dispersión era el mayor obstáculo para que entre los
cazadores y recolectores se produjeran procesos significativos de adaptación intercultural.
Así es cómo los contactos y las interrelaciones de toda clase entre los grupos de
agricultores se multiplican y su trascendencia crece. Evidentemente, las variables que intervienen
en esas situaciones de contacto, en esa dialéctica intercultural, son demasiado numerosas para
que aquí podamos pensar en tipificarlas circunstanciadamente: las características del propio
medio en tanto que favorezcan o dificulten la capacidad de movimientos, la magnitud relativa de
los grupos que entren en contacto, su grado de organización, la existencia o ausencia entre esos
grupos de vínculos culturales (muy particularmente, lingüísticos) y/o genealógicos previos, no
son más que algunas de ellas. Mas aunque no podamos tipificar esas variables, hay ciertas
consideraciones que parecen válidas por igual para los contactos de todas clases, tanto para los
intermitentes como para los continuos, los amistosos o los hostiles, los directos o los indirectos.
La situación de contacto puede describirse como un proceso de realimentación (por eso decíamos
antes que la trascendencia de los contactos crece con su reiteración). Cada grupo se incorpora los
bienes culturales, las soluciones e innovaciones que recibe de los otros, y de ese modo se asimila
a ellos y se identifica con ellos, pero al mismo tiempo se configura y se organiza cada vez más en
función de sus contactos con los otros, se especializa para el cambio (por supuesto, no hay que
pensar ese cambio como sólo de productos) y en ese sentido potencia sus diferencias con los
otros.
Dicho de otro modo: por la vía de lo que se ha llamado adaptación cultural complementaria
(cada grupo complementa a los otros) se llega a una intensificación de la especialización, a una
acentuación de la propia diversidad cultural de partida, a una diversificación cultural
acrecentada. Pero es una diversificación aparente, que encubre una unidad real: lo que ocurre es
que los grupos han dejado de ser culturalmente autónomos y esa interdependencia de sus
diversidades, y del crecimiento de sus diversidades, es la manifestación de base de una unidad de
más alto nivel.
Sin duda la inicial contracción de los focos puede ir seguida de una expansión de algunos
de ellos, de una extensión de las órbitas de aquellos procesos locales en los que mayor sea el
aumento de la presión demográfica o más intensa la realimentación y más rápido su ritmo. Mas
esa misma propagación es selectiva, pues para que el proceso de adaptación intercultural se
mantenga se precisa un cierto equilibrio de las partes que entran en él, una cierta simetría de
Tecnología, ecología y evolución. —190—
relaciones. Si no la hay, resulta más difícil, como resultaba más difícil la difusión. Así las
desigualdades (¡no las diferencias!) entre los focos paralizan la propagación de los procesos
locales de dialéctica intercultural. Y sólo cuando las desigualdades llegan a hacerse totalmente
drásticas, vuelve a ser posible la adaptación intercultural, pero ahora de otro tipo distinto y poco
común entre los primitivos, una adaptación intercultural a través de relaciones asimétricas de
dominio (por supuesto no político, o no exclusivamente político) y no de relaciones simétricas de
igualdad.
Tecnología, ecología y evolución. —191—
LA “REVOLUCION AGRICOLA”
Ahora quizá ya no resulte extraño que tantos logros culturales vinculados a la revolución
agrícola sigan todavía fuera del alcance de los agricultores primitivos. Eso que suele llamarse
“revolución agrícola” es un episodio de la historia de la tecnología por el que han pasado muchos
de los pueblos de la tierra. Pero a la vez, tal y como los arqueólogos la describen, es un proceso
local muy concreto de adaptación intercultural el que se produjo en el Oriente Próximo a partir
más o menos del 9000 a. C. Para explicar la rapidez y el vigor de aquel proceso local habría que
considerar las variables específicas que intervinieron en él. Mas eso aquí no nos incumbe. Lo
único que nos interesa es señalar que los supuestos logros de la revolución agrícola son en
realidad logros de ese específico proceso local de adaptación intercultural, el primero y el más
vigoroso. Y que después de lo que llevamos dicho sobre las dificultades de la difusión y sobre la
selectividad de la propagación, la ausencia de esos logros en otros muchos focos no tiene nada de
misteriosa. Pues (para terminar eliminando aquel riesgo al que aludíamos en las líneas
introductorias de esta lección, el de sobrevalorar la importancia de la tecnología) después de
todas estas consideraciones puede que se vea claro que el impulso para el cambio y el desarrollo,
el impulso para la evolución cultural no viene de forma automática de las innovaciones
tecnológicas, sino de las nuevas condiciones demográficas que ellas crean y de las nuevas
relaciones en que a través de esa tecnología y esa demografía modificadas pueden entrar los
hombres con los otros hombres y las culturas con las otras culturas.
La mejor prueba de esto último que decimos, del carácter no automático, no mecánico del
desarrollo que tras la innovación tecnológica puede producirse, la dan los muchos casos en que la
innovación se produce y el desarrollo no. Porque ya lo anticipamos: hay numerosos pueblos
agricultores (muy numerosos de hecho son los más) que ni siquiera inician el desarrollo, el
despegue demográfico, y siguen dispersos con una baja densidad de población, muy inferior a la
máxima que podrían alcanzar con su sistema tecnoecológico. Aquel poblado tsembaga maring de
nuestros ejemplos anteriores tiene 204 habitantes, de los que 146 son productores activos: se
calcula que si con las mismas técnicas que dominan hicieran un uso total de la tierra de que
disponen la población podría llegar holgadamente a los 373 habitantes (Rappaport, 1967). La
densidad de población de los ndembu de Rodesia del Norte es de 3,17 habitantes por milla
cuadrada; pero sin más que la agricultura de rozas tal y como ellos la practican, en la mayor parte
de su territorio podrían vivir 17 habitantes por milla y en algunos lugares 38 (Turner, 1957). Los
poblados de los agricultores de la Amazonia brasileña rara vez pasan de los 500 habitantes y con
la mayor frecuencia no llegan a los 200; con las técnicas y los útiles que conocen y con los
recursos a su alcance, casi todos podrían albergar por lo menos 2.000 habitantes (Carneiro, 1960,
1968). Sería muy fácil multiplicar los ejemplos: servirían prácticamente todos los agricultores de
la selva y de la sabana.
Es verdad que esos cálculos se prestan a críticas: es muy difícil determinar la densidad
máxima potencial y todas las fórmulas que se han propuesto son hasta cierto punto arbitrarias. La
más usada, la de Allan (1949; revisada por Brown y Brookfield, 1963), opera con la extensión
total de tierra cultivable a disposición de la comunidad, la media de tierra cultivada por cabeza y
el número de hojas necesarias para un ciclo completo de cultivo y barbecho. Enumeramos los
factores para que se vea cómo omite otros --caudal y régimen anual de las fuentes de agua
Tecnología, ecología y evolución. —192—
potable, procedencia de los alimentos cárnicos-- que sin duda han de tener también una
incidencia directa sobre la densidad máxima potencial. Y luego está el problema, más grave
todavía, del valor que deba atribuirse a esa discrepancia entre la población real y la posible. La
densidad real de los Estados Unidos es de 21,42 habitantes por kilómetro cuadrado. Su densidad
máxima potencial con sus medios técnicos y sus recursos será probablemente por lo menos diez
veces mayor. Esa disparidad, ¿significa algo? En general, ¿no puede ocurrir que los datos tengan
una profundidad temporal insuficiente para juzgar su significado?, ¿que las curvas sean dema-
siado cortas para conocer su dirección? En problemas como éste, macroevolutivos, siempre se
plantean las mismas dudas, nunca se sabe exactamente cuál es la forma adecuada de emplear los
datos aislados ni las series temporales pequeñas.
Así y todo, el hecho poco discutible es que hay un gran número de agricultores de rozas
entre quienes la población crece, pero no al ritmo que le permitiría hacerlo su sistema tecnoe-
cológico, y mucho antes de alcanzar el máximo nivel de concentración compatible con sus
técnicas de producción y con los recursos de su medio, se fisiona y se escinde. Los mecanismos
de esa fisión son claros. Es evidente que las ocasiones de discordia, las tensiones de todo tipo, en
una comunidad cualquiera aumentan a medida que aumenta el número de sus miembros. Es
evidente también que la aproximación al nivel máximo de población tiene consecuencias que
desde el punto de vista individual resultan poco deseables: habría que cultivar parcelas más
alejadas del poblado y su explotación se haría más penosa y más insegura, habría que recurrir
con más frecuencia a talar y quemar bosque virgen y no sólo bosque secundario, etc. Sin duda, si
la organización social de la producción lo requiriera o si existiera algún tipo de control político
eficaz, esas tendencias centrífugas podrían vencerse (aunque también cabría argüir a la inversa
que para vencer a esas tendencias centrífugas la producción podría organizarse de otro modo y el
control político desarrollarse). Pero el caso es que la producción está organizada sobre una base
estrictamente familiar, el control político no existe y las tendencias fisivas prevalecen.
tecnoecológicamente tolerable y por debajo del máximo compatible con la organización social)
puede impresionar mejor, pero si se piensa se verá que no elimina ninguna de las dificultades
anteriores. Acumulando imprecisiones no se gana en precisión, sino sólo en la apariencia de ella.
Tal vez sería mejor no hacer demasiado misterio de todo el proceso y reconocer
paladinamente que hasta la aparición de la ciudad la centrifugación de la población se da siempre
que ningún factor exterior se oponga a ella. Ese factor es a veces geográfico (islas, ecosistemas
cerrados) pero con más frecuencia es humano, bajo la forma de otros hombres, otros grupos que
ya ocupan las tierras circundantes a las que se podría emigrar. Y es justamente entonces cuando
pueden cobrar vigor los procesos de adaptación intercultural.
ETNOGRAFIA DE LA PRODUCCION Y DE LA CIRCULACION
Sexta Parte
No es, desde luego, este rasgo del predominio de las unidades domésticas el único que las
economías primitivas suelen tener en común. A otro presente en casi todas ellas hemos aludido
ya al hablar de la centrifugación de la población en la agricultura primitiva. Allí nos interesaba
explorar qué interrelaciones podían existir entre la base tecnoecológica, el ritmo de crecimiento
de la población, la forma de poblamiento, la organización social y el control político. Desde esa
perspectiva los aspectos estrictamente económicos de la centrifugación de la población quedaban
en la sombra. Mas es claro que la dispersión de la población, mucho antes de llegar a la densidad
máxima alcanzable con su sistema tecnológico, conlleva un desaprovechamiento de los recursos
existentes. Ciertamente, este deficiente uso de los recursos disponibles hay que manejarlo con
precauciones idénticas a las que adoptábamos ante aquella discrepancia entre la población real y
la posible y ante todas las conclusiones que se podían sacar de ella o todas las explicaciones que
de ella se querían proponer. Sin embargo, igual que allí decíamos que el hecho poco discutible es
que en la gran mayoría de los agricultores primitivos la población crece a un ritmo inferior al
compatible con su sistema tecnológico, y se fisiona y dispersa mucho antes de llegar al umbral
máximo que con él podría alcanzar, aquí diremos que por problemática que resulte la
determinación y la interpretación de la disparidad entre la explotación real y la explotación
posible, lo indudable es que la inmensa mayoría de los primitivos desaprovechan una gran parte
de los recursos que en sus ecosistemas y con sus técnicas, tienen a su alcance.
Todavía más claro resulta un nuevo rasgo común a casi todas esas economías: el
desaprovechamiento de las fuerzas de trabajo existentes. En los informes de todo tipo sobre los
primitivos, las noticias sobre su pereza y su inconstancia son abundantísimas. Por supuesto, en
muchas ocasiones informes así nos dicen más de los prejuicios etnocéntricos (y de los intereses
colonialistas) de sus autores que de los hábitos de trabajo de los nativos. Pero el trabajo de
campo de los antropólogos profesionales ha corroborado en lo esencial la veracidad de esas
195
noticias. La mayor parte de las sociedades primitivas hacen uso notoriamente escaso de sus
fuerzas de trabajo. La vida activa comienza en general tarde y dura poco. Cierto que en esto hay
diferencias muy acusadas entre unos pueblos y otros. Pero casos como el de los bushongo, que
empiezan a trabajar antes de los veinte años y lo siguen haciendo hasta después de los sesenta
son la excepción: la regla coincide más bien con los vecinos lele del Kasai, que no trabajan hasta
cerca de los treinta años y dejan de hacerlo apenas cumplen los cincuenta (DOUGLAS 1962,
1963). Los lele quizá no sean típicos por su temprana edad de retiro; en cambio, lo son
enteramente por su tardía fecha de comienzo. Los pueblos primitivos que como ellos posponen
hasta muy tarde la entrada en la vida activa son numerosísimos, sobre todo (pero no sólo) entre
las sociedades polígamas, donde los hombres de cierta edad acaparan las mujeres y los demás
jóvenes tardan en encontrar esposa y, consecuentemente, en contraer las responsabilidades del
matrimonio y la paternidad. La consecuencia de una situación así es que el sector físicamente
más capaz, el de los hombres más vigorosos, se sustrae al trabajo y éste pesa casi exclusivamente
sobre los de más edad, que es verdad que son los de más experiencia, pero también los de menos
fuerza. Según un escrupuloso registro del tiempo trabajado por los habitantes del poblado bemba
de Kasaka, durante el mes de septiembre de 1933, los únicos que trabajaban asiduamente eran los
hombres más viejos, a los que el gobierno colonial consideraba ya demasiado débiles para pagar
los tributos. «En un período de veinte días, los cinco hombres más viejos trabajaron en promedio
catorce días; los siete jóvenes sólo trabajaron en ese mismo tiempo siete días. Es obvio que una
comunidad en la que los hombres jóvenes y activos trabajan justo la mitad del tiempo que
trabajan los viejos, lo tiene que notar en su producción de alimentos» (RICHARDS, 1961).
La división del trabajo por sexos contribuye también a reducir el uso que los primitivos
hacen de sus fuerzas de trabajo. Es frecuente que sea una división equilibrada y que los dos sexos
trabajen, cada uno en las actividades que le son propias, más o menos lo mismo. Mas en no
pocos casos, las actividades encomendadas a uno de los sexos son menores y se despachan con
prontitud, lo que en la práctica significa que la mitad de la población está inactiva la mayor parte
del tiempo. En Moala (Fiji), las mujeres no participan en el cultivo de los campos. Se ocupan de
la casa, cocinan y trabajan en ciertas especialidades artesanas. Pero les queda el día casi entero
para tomar el fresco y contarse chismes (SAHLINS, 1972). Entre los árabes nómadas del Oriente
Medio, los hombres pasan el día fumando, platicando y bebiendo café. No tienen más oficio que
cuidar de los camellos. Todo el trabajo de levantar las tiendas, ocuparse de las ovejas y de las
cabras y acarrear el agua se lo dejan a sus mujeres (AWAD, 1962).
Pero, además, no es sólo que con estas restricciones de sexo y de edad la población
verdaderamente activa pueda quedar reducida a una fracción mínima del total de la población há-
bil. Además es que los que trabajan, trabajan poco. En todos los pueblos en que se han hecho
cómputos rigurosos del trabajo verdaderamente realizado, estableciendo calendarios, llevando
diarios y midiendo tiempos, el resultado ha sido el mismo. La jornada de trabajo real es muy
corta. O si es larga, es discontinua, con interrupciones muy numerosas. O si es larga y continua,
entonces es estacional o por lo menos no es diaria, y a un día de trabajo sigue otro de descanso.
El promedio de horas año que cada productor tsembaga maring invertía en todas las operaciones
del cultivo de la tierra y de la cría de cerdos era, como se recordará, de 780: eso equivale a un
trabajo diario de 2 horas, 8 minutos y 13 segundos. Los recolectores bosquimanos trabajaban
algo más, 805 horas al año: o sea, 2 horas, 12 minutos y 26 segundos cada día. Incluso en
pueblos que gozan fama de ser verdaderamente industriosos, como los kapauku de Nueva
Guinea, la situación es prácticamente la misma. La división del trabajo por sexos y por edades no
196
es equilibrada: las mujeres se ocupan de todas las faenas de la casa, ayudan a cultivar los campos
y a pescar, y atienden a los cerdos, mientras sus maridos se ausentan por hasta tres y cuatro
meses seguidos, en expediciones mercantiles y bélicas, y los solteros muestran una olímpica
indiferencia por el trabajo de la tierra. Cuando se deciden a trabajar, los hombres lo hacen de
firme: empiezan de buena mañana y no se paran hasta las primeras horas de la tarde. Mas como
tienen «sentido del equilibrio en la vida», si un día trabajan, al otro descansan. Y para dar cierto
atractivo a esa rutinaria alternancia de trabajo y descanso, cada poco intercalan vacaciones más
prologadas, tiempos para danzar, hacer visitas, pescar y cazar. Así que al cabo del año, la media
diaria de trabajo en el campo es para los hombres de 2 horas 18 minutos, y para las mujeres (pero
ellas tienen más trabajos que ése) de 1 hora 42 minutos (POSPISIL, 1963).
Sólo la tercera parte de las familias estudiadas produjeron más de lo que precisaban para
vivir. A ellas se añade aún una cuarta parte que produjo tanto como necesitaba o poco menos. El
44 por 100 restante quedó notablemente por debajo de lo que hubiera tenido que producir
(FREEMAN, 1955). Los iban son arroceros de Borneo. Pero no se piense que su situación es
característica ni exclusiva de su específica técnica de subsistencia o de su ecosistema. En
numerosísimas sociedades primitivas que se encuentran en ecosistemas muy diferentes y que
dominan muy distintas artes de subsistencia, la situación es la misma: hay un porcentaje
considerable de familias que con lo que producen no pueden vivir. Y lo que es más descon-
certante: parece como si muchas de ellas de antemano renunciaran a producir lo que necesitan.
Una familia media yakö, compuesta de marido, una o dos mujeres, y tres o cuatro hijos puede
vivir sembrando cada año acre y medio de ñames que es el terreno que se precisa para obtener
unos 2.500 ñames de tamaño medio. Pero de las 97 familias estudiadas por Forde, el 40 % plantó
menos de un acre y el 10 % menos de medio acre (FORDE, 1946). En el poblado Mazulu de los
gwembe tonga, en Tanzania, la extensión que habría que plantar para asegurarse la subsistencia
sería de un acre por cabeza: en el año en que se hizo el cómputo, de las veinte familias del
poblado diez plantaron menos de eso (SCUDIER, 1962). Y en ninguno de estos dos casos, ni de
197
los muchos otros similares, cabe achacar la insuficiencia de la superficie cultivada a la dificultad
del acceso a la tierra, que en muy pocos pueblos primitivos es un bien escaso.
LA UNIDAD DE PRODUCCION
Rasgos de tanta fijeza y constancia difícilmente podrían tener una explicación coyuntural.
Ni, evidentemente, es posible buscársela en los factores de producción. La escasez de los
recursos, en el supuesto de que los recursos fueran escasos, no explicaría el desaprovechamiento
de los que hay. La insuficiencia de las fuerzas de trabajo, que no son insuficientes, tampoco
explicaría su uso incompleto. En cuanto a los útiles y a las técnicas, son de sobra adecuados para
mantener un ritmo de producción más elevado. La explicación hay que buscarla, pues, en el
marco social en que esos factores se interrelacionan y combinan. O sea, en la unidad doméstica
de producción.
(TABLA 2)
La tabla no incluye, porque las fuentes no los dan, datos sobre la proporción
hombres/mujeres en cada una de las familias. Pero la inspección de la columna b muestra las
considerables variaciones de tamaño en las diversas unidades, la columna e las acusadas desvia-
ciones de la media en la proporción consumidores/ productores. En la columna c se advierte la
fragilidad de la fuerza de trabajo: nueve unidades familiares, del total de las veinte, cuentan sólo
con dos o menos de dos productores. No habrá que decir lo vulnerable que esa mínima fuerza de
trabajo resulta ante cualquier eventualidad.
Más interesante que todos esos aspectos es la correlación que parece existir entre las
columnas e y h. Cuando mayor sea el número de consumidores por cada productor, mayor es
198
también el número de acres cultivados por productor La correlación no es exacta ni se cumple en
todos los casos: los dos productores de la familia S cultivan más acres de los que les
corresponderían, los de la familia K cultivan menos de los que habría que esperar. Pero una
correlación aproximada sí se da, como puede verse en esta otra tabla, en la que las unidades
familiares aparecen ordenadas según su índice consumidores/productores:
(TABLA 3)
Lo que esta correlación ilustra es algo perfectamente obvio: que cuanto mayor es el número
de personas que dependen de un productor, más tiene que trabajar ese productor. Pero ilustra
también algo que ya no es tan obvio, a saber, que cuanto menor es el número de consumidores
que dependen de un productor, menos trabaja ese productor. Ahora bien, la proporción consu-
midores/productores igual varía con el cambio en el número de consumidores que con el cambio
en el número de productores. Suponiendo entonces que el número de consumidores se mantuvie-
ra constante, las dos observaciones precedentes podrían conjugarse y expresarse de este modo:
cuanto mayor es el número de productores de una unidad doméstica, menos trabajan esos pro-
ductores. Lo que equivale a decir que las unidades domésticas que más pueden trabajar son las
que menos trabajan. Es la regla que, siguiendo a Sahlins, llamaremos de Chayanov, con el
nombre del investigador que por primera vez la formuló en sus estudios sobre la producción en
las aldeas rusas prerrevolucionarias: en el modo de producción doméstico, la intensidad del
trabajo de una unidad de producción está en razón inversa de su capacidad de trabajo.
LA ECONOMIA DE SUBSISTENCIA
Así la estructura de las unidades familiares explica, en parte, los rasgos que veíamos del
modo de producción doméstico. Pero para explicarlos por entero, es preciso considerar aún otra
característica de esas unidades y de ese modo de producción, a saber, que las instituciones de
producción son a la vez unidades de consumo cerradas y aisladas, y que su producción es
producción para el uso, no para el cambio. El modo de producción familiar es el que más se
acerca a aquella «antigua y sublime concepción que hacía al hombre el objetivo de la pro-
ducción, en vez de hacer a la producción el objetivo del hombre, y a la riqueza el objetivo de la
producción». Sólo que proyectada sobre una atomizada sociedad de familias esa «antigua y
sublime concepción» tiene su riesgo: la economía de subsistencia a nivel familiar, la producción
de cada familia para su propio uso, no para el cambio. La economía de subsistencia es por
definición antiexcedentaria. El excedente es puro desperdicio, es un sin sentido. La unidad
doméstica de producción no está organizada para el excedente, sino para la subsistencia; no para
el cambio, sino para el uso.
Decíamos más arriba, al tratar de la relación entre demografía y trabajo, que la verdadera
eficiencia de una tecnología no la miden las calorías obtenidas por cada caloría invertida, sino el
número de hombres que pueden invertir útilmente su esfuerzo con esa tecnología; porque el
primer problema de una economía primitiva es el de crear trabajo, trabajo útil, por supuesto, para
más gente. Ahora hay que añadir que, resuelto ese, el problema siguiente con que se tiene que
enfrentar una sociedad primitiva no es tanto el de perfeccionar o ampliar su equipo como el de
conseguir que la gente trabaje más. Hasta la revolución industrial según Sahlins, y en mi opinión
hasta el presente, el trabajo del hombre ha sido más importante que sus útiles y el producto del
trabajo humano ha aumentado mucho más como consecuencia del perfeccionamiento de la
199
habilidad del trabajador y de la intensificación de su esfuerzo, que no del perfeccionamiento o la
ampliación de su equipo. Es probable que estas afirmaciones hubiera que matizarlas para dar
entrada a ciertas rupturas mayores en el curso de la evolución tecnológica de la humanidad
(invención del arado, vg.); pero en lo esencial, son válidas.
Pues bien, el modo de producción doméstico no incorpora ningún dispositivo para que la
gente trabaje más ni desde luego para que trabaje más gente. Al contrario, si acaso los incorpora
para que la gente trabaje menos o para que trabaje menos gente. Atomizando tanto las fuerzas del
trabajo como las necesidades del consumo, y distribuyéndolas arbitraria y desigualmente en
unidades mínimas e insolidarias que producen sólo para su propio uso, priva de sentido a la
producción de un excedente y hace que el trabajo de cada unidad no dependa en último extremo
más que de su proporción consumidores/productores: de esa forma, a la vez que obliga a la parte
menor de los productores a extremar su esfuerzo, refrena el trabajo de la otra parte, la mayor,
muy por debajo de su capacidad productiva. Así es como la presunta pereza e inconstancia de los
primitivos no son la causa del desastre económico del modo de producción familiar, sino su
consecuencia. Pero además, la producción para el uso no da origen a ningún tipo de relaciones
materiales entre las familias. Cada familia está organizada para prescindir de las otras y vivir por
sus propios medios. La infraestructura de la producción familiar resulta así particularmente
inepta para servir de base a una sociedad medianamente solidaria. Nada en ella obliga a las
instituciones de producción a agregarse, a renunciar a su autonomía. Aunque no se le pueda
atribuir aquella tendencia a la dispersión, aquella centrifugación del poblamiento entre los
agricultores primitivos, lo que sí es claro es que no tiene medio de frenarla; y en ese sentido no
sólo explica el deficiente uso de las fuerzas de trabajo, sino a la vez el otro rasgo de las
economías primitivas, el desaprovechamiento de los recursos existentes.
INTENSIFICACION DE LA PRODUCCION
El dilema es, pues, muy claro: o se superan las deficiencias del modo de producción
doméstico y se intensifica la producción, o de otro modo desaparece la sociedad e incluso
desaparecen las propias unidades domésticas. Y la elección es la esperable: entran en juego las
otras instituciones de producción distintas de la doméstica, aparecen las diversas formas de
200
trabajo organizado. Pero la contradicción subsiste, porque esas fuerzas de integración no tienen
su raíz en las relaciones de producción dominantes.
201
FORMAS PREINDUSTRIALES DE TRABAJO COOPERATIVO ORGANIZADO
Cuando los medios de producción y la fuerza de trabajo de cada familia no bastan para
realizar determinadas operaciones productivas, como la tala y la quema del bosque, o el cercado
de los campos, o la cosecha si tiene que ser rápida, pueden aparecer formas relativamente
complejas de trabajo organizado que coordinan los esfuerzos de varias unidades de producción,
cada una de las cuales recibe la ayuda simultánea de todas las otras y queda obligada a prestarla a
su vez a éstas cuando la requieran. En unos casos, esa cooperación moviliza a los vecinos
miembros del mismo grupo local, en otros a los parientes, por sangre o por alianza matrimonial,
que no pertenecen ya a la unidad familiar, en otros a personas ligadas por lazos rituales, como
pueden ser los componentes de una misma clase de edad que pasaron conjuntamente la
ceremonia de iniciación. Por ejemplo: los indios de la localidad de Taos, en el norte de Nuevo
Méjico, recurren a la cooperación de los parientes, mientras que entre los indios zuñi de la
frontera entre Arizona y Nuevo Méjico, que son también pueblo, la cooperación se presta entre
vecinos, y entre los hopi de Arizona, igualmente pueblo, unas veces son los vecinos los que
cooperan y otras son los parientes. En algunas áreas en las que las formas cooperativas de trabajo
están particularmente desarrolladas hay grupos permanentes, como los llamados dokpwe en
Dahomey, organizados sobre la base de las clases de edad, que además de trabajar
alternativamente para cada uno de sus miembros, ofrecen su trabajo a personas ajenas al grupo a
cambio de una retribución. Pero en general este tipo de ayuda no se retribuye, sino que se
devuelve. La obligación de devolver el servicio recibido es muy fuerte y si cuando se le requiere
para ello la familia obligada no puede acudir, tiene que esforzarse por enviar a otra en su lugar.
El anuncio de una fiesta suele atraer a un gran número de personas, normalmente más de las
precisas para el trabajo que se ha de realizar; sea cual fuere su contribución al esfuerzo común,
202
todas esas personas participan del banquete final, que se convierte en una exhibición de la
riqueza y de la prodigalidad del organizador de la fiesta. En cambio, los grupos cooperativos de
ayuda recíproca corresponden más ajustadamente a la tarea para la que se reúnen. De todos
modos, en ambos casos se puede movilizar una fuerza de trabajo considerable. Mas hay empresas
que los grupos de ese género no pueden acometer, porque por su propia naturaleza rebasan el
ámbito local en que ellos operan. Así ocurre, sobre todo, con las instalaciones de regadío en gran
escala, que atraviesan el territorio de varias comunidades locales e incluso el de varias tribus, y
cuya construcción y explotación, y lo mismo su conservación, nunca son el producto de la
iniciativa de muchos pequeños grupos cooperativos, sino el resultado de una gran empresa
planificada, bajo una dirección y una autoridad común capaz de organizar y controlar el trabajo
de una gran cantidad de personas. Esto no es aplicable a todos los regadíos, pues los que
encontramos entre los primitivos son las más de las veces regadíos locales, que no afectan más
que a una comunidad o a un número reducido de comunidades vecinas, y para ellas bastan casi
las formas de cooperación que hemos visto u otras muy parecidas. Pero los grandes sistemas de
irrigación sí que requieren esa dirección centralizada, sí que requieren en definitiva una
organización política, aunque para reclutar la fuerza de trabajo necesaria no se encuentra fórmula
mejor que la de las primitivas prestaciones recíprocas: tras apoderarse de las tierras baldías de las
tribus sometidas (las cultivadas propiedad de las comunidades locales las respetaban), los incas
las acondicionaban para el cultivo, abancalándolas, desecando las pantanosas y abriendo canales
para el riego de las áridas. Para ello, obligaban a los poblados a reclutar y enviar cuadrillas de
trabajo. Vertiendo las nuevas relaciones económicas de explotación en los viejos moldes
tradicionales de la reciprocidad comunitaria, el Estado familia, al son de la música y los festivos
cánticos, mientras él por su parte, como el dador de la antigua fiesta, aportaba los aperos y las
semillas y comida para todos. Aquí no podemos ocuparnos más del desarrollo del Estado, pero sí
indicaremos que esa necesidad de coordinar los trabajos que sobrepasan la capacidad
organizativa de los antiguos grupos locales, actúa en general como un factor de importancia en el
paso a la organización estatal y en la aparición de una clase dominante superpuesta a la clase
campesina (GODELIER, 1971).
203
PARENTESCO, ORGANIZACION POLITICA Y PRODUCCION
La forma en que opera el parentesco parece clara (pero cuando en los dos temas siguientes
tratemos de la organización de la distribución, hemos de ver que no lo es): postulando la exis-
tencia de relaciones interfamiliares análogas a las familiares, subsume en una especie de falsa
unidad doméstica de segundo grado varias unidades domésticas reales y así corrige parte de las
deficiencias del modo de producción doméstico, de la producción para el uso. Los grupos de
parentesco son ya grupos mayores en los que la fuerza de trabajo no es tan pequeña ni tan frágil y
vulnerable como la de las familias; en los que por razones de mera probabilidad estadística, es
más fácil que se den proporciones próximas a las óptimas (hombres/mujeres,
consumidores/productores); y entre los que las diferencias de tamaño y composición podrán ser
grandes, pero no tanto como entre las unidades domésticas. Aunque la economía siga siendo
básicamente economía de subsistencia, la subsistencia es de un grupo más numeroso. Al nivel
del grupo total de parentesco se sigue produciendo para el uso, pero es uso de mucha más gente y
a nivel de las unidades domésticas ya implica cambio entre unidades, ya obliga a las unidades
que pueden trabajar más a maximizar su esfuerzo en beneficio aparentemente de las que no
pueden, y en último extremo en su propio beneficio.
Para que se entienda cómo esa intensificación del trabajo a la vez que subsana las
deficiencias de la producción de las unidades domésticas más débiles, revierte en último término
en beneficio de las más fuertes, de aquellas que no necesitan, debe aclararse que en las
sociedades primitivas la organización política de la sociedad no se separa netamente del orden
del parentesco. Esa situación de dependencia de unas unidades respecto de otras, que se genera
como consecuencia por una parte de las deficiencias del modo de producción doméstico y por
otra de la corrección de las deficiencias del modo de producción doméstico y por otra de la
corrección de esas deficiencias, a través del orden del parentesco, resulta propicia para que se
instauren entre las unidades relaciones de dominio y subordinación, relaciones morales para
corregir deficiencias del modo de producción sí que logra su objeto; pero a costa de transportar al
plano moral las desigualdades que corrige en el plano económico.
De todos modos, hay que precaverse contra el error de concebir de un modo demasiado
mecánico y unilateral la conexión entre producción de un excedente y desarrollo político, e
incluso la que hay entre excedente y caudillaje. El párrafo anterior podría leerse como si del
excedente viniera el poder. Mas lo que vemos en las sociedades primitivas es que esa relación
tiene los dos sentidos: del excedente viene el poder y el excedente viene del poder. En
sociedades como pueden ser las melanesias, en las que no hay rango hereditario y cada jefe tiene
que ganarse el serlo, esto se ve muy claro: «Sus manos (las del que quiere ser jefe) nunca se ven
204
libres de tierra y de su frente continuamente gotea el sudor» (HOGBIN, 1951). El proceso mismo
de la adquisición del status político --a través de la generosidad-- moviliza así el esfuerzo
productivo, primero en la unidad doméstica del ambicioso aspirante, luego en las de aquellos a
los que precisamente con su generosidad logre él atraer a su séquito. Los estrechos límites de la
explotación para el consumo propio no se superan en todas las unidades domésticas, pero todas
se benefician de aquellas en que se superan. Y puede que al fin, por la fuerza misma de las
relaciones entre ellas, todas se vean arrastradas por esa tendencia general a la intensificación. En
el otro extremo, en las sociedades estratificadas de Polinesia o del Africa central, en las que el
caudillo no tiene que construirse su poder porque su autoridad está ya construida en la
organización jerárquica de la sociedad, en el cargo que él hereda o usurpa, la circulación de
bienes entre las unidades domésticas --corveas y tributos-- y los caudillos --gestos magnánimos
de generosidad personal, gastos públicos y ceremoniales-- es continua, y su importancia para la
intensificación de la producción (el único aspecto de este fenómeno que aquí nos interesa) es tan
clara que no precisa más comentario.
LA PROPIEDAD DE LA TIERRA
Suele decirse que entre los agricultores primitivos quienes detentan la propiedad de la tierra
no son los individuos y ni siquiera las familias, nucleares o extensas, que la cultivan, sino grupos
mayores como la comunidad local o como el linaje. Los ocupantes reales de una tierra, se afirma
también, sólo tienen un derecho de uso, aunque es un uso exclusivo, temporalmente ilimitado y
en la práctica hereditario, que no prescribe más que en el caso de que la abandonen. Es, se dice
por fin, una forma de propiedad distinta de la propiedad privada, pero también diferente de la
propiedad colectiva, porque la primera confiere más derechos al propietario individual y la
segunda no le reconoce tantos.
En realidad, es muy probable que con este empeño en utilizar el término «propiedad» se
desfigure enteramente la verdadera relación que existe entre el agricultor primitivo y el campo
que cultiva. Uno de los factores que determinan la especificidad de esa relación es la existencia
habitual de una tierra sobrante que no es de nadie y en la que quien esté dispuesto a hacer el
esfuerzo puede abrir su campo de cultivo. En las islas Trobriand, por ejemplo, además de los
huertos y de las tierras de la aldea, hay bosques sin talar a disposición de cualquier miembro de
la comunidad. En la isla polinesia de Uvea (Wallis), cualquiera puede aprovechar como le venga
205
en gana las tierras vírgenes. Incluso entre los ibo de Nigeria, pese a que allí la presión
demográfica es muy fuerte, casi en todas las aldeas hay, además de las tierras ya cultivadas,
tierras sagradas y selva virgen que si se necesitan se pueden roturar y explotar. Los ejemplos
podrían multiplicarse a placer, ya que salvo en contadas regiones densamente pobladas, como el
Africa occidental, el sudeste de Asia, algunas islas de Indonesia y Polinesia y los altiplanos de
México y de Perú, la tierra es tan abundante que no tiene demasiado sentido reivindicar la
propiedad de un pedazo de ella.
Otro aspecto que hay que considerar es que el desarrollo de los derechos de propiedad o de
uso agrícola no se produce sobre un espacio virgen de cualquier norma previa de aprove-
chamiento. Es decir, esa tierra que en un momento dado se cultiva, es la misma en que antes se
cazaba libremente, la misma sobre la que todos los miembros del grupo tenían derecho igual de
libre paso, derecho a las raíces y a las bayas y a los frutos silvestres, a la madera y a la leña, al
agua y hasta a la propia tierra, a la arcilla. El derecho de uso agrícola cercena el derecho de la
recolección y la caza, el derecho del ocupante agricultor cercena los de toda una comunidad que
no ha dejado de ser recolectora y cazadora. Temporalmente, esa comunidad puede abdicar sus
derechos, aunque a veces sólo en parte. Los navajo no renunciaban a los arbustos ni a los árboles
silvestres ni tampoco a las fuentes, aunque estuvieran dentro de una parcela cultivada. Si alguien
necesitaba sacar leña de un árbol que creciera en ella, por supuesto sin haber sido plantado, podía
entrar y tomarla sin lesionar en lo más mínimo los intereses legítimos del ocupante de la tierra.
Mas incluso si la abdicación es total, si se extiende a los recursos espontáneos que pueda haber
en el interior de la parcela renunciada, temporalmente es limitada, dura lo mismo que el uso. Esto
viene a significar que el correlato de la impermanencia de ocupación, condicionada por
determinantes tecnológicos, no es solamente la caducidad de un derecho, sino más bien la
sustitución de un derecho por otro, el derecho a la agricultura de una unidad de producción por el
derecho del conjunto de las unidades de producción a los recursos espontáneos. Dicho de otro
modo, la parcela en cultivo es tierra de uno, pero la parcela en barbecho no es tierra de nadie,
sino de todos. Recae en las normas del aprovechamiento preagrícola, vuelve a ser tierra sin
lindes, espacio de recolección y de caza, vuelve al uso común.
Aún hay otra faceta más en las condiciones en que se desarrolla la agricultura primitiva:
como sabemos, la unidad de producción no puede disponer de más fuerza habitual de trabajo que
206
la suya propia. Aplicada ésta al cultivo de un terreno dado, la ampliación de ese terreno o la
adquisición de otro sólo es rentable en la medida en que por nacimiento o matrimonio aumente la
misma fuerza de trabajo de la unidad de producción. Pues mientras exista tierra sobrante, será
difícil que alguien se preste a cultivar el campo de otro y a recibir sólo una parte de los productos
como salario (o a la inversa, a entregar parte de los productos como arriendo), habiendo tierras
libres en las que toda la cosecha sería suya. A veces aparece la cesión de un campo a terceros,
con formas de arrendamiento o de aparcería, o que al menos suelen llamarse así. Pero la
semejanza es muy superficial: entre los ibo, por ejemplo, el uso de una parcela se cede a un
amigo por un cántaro de vino de palma, o a cambio de una fiesta en el tiempo de la cosecha, y
hasta la mayor parte de las veces sin recibir nada a cambio. Y es que en sociedades en las que no
existen medios de disponer del trabajo ajeno, la propiedad de la tierra por sí misma no es fuente
de riqueza.
Así, no parece que tenga demasiado sentido hablar no ya de propiedad, sino ni siquiera de un
derecho de uso de la tierra con las características que generalmente se le atribuyen, o sea, uso
exclusivo, temporalmente ilimitado y en la práctica hereditario. Cuando se dice «uso exclusivo»
ha de entenderse de la tierra, por supuesto. Pero entonces se omite lo que hemos visto, que el uso
cuya exclusividad se protege es el de las plantas cultivadas, no el de la propia tierra cuyos recur-
sos espontáneos siguen siendo bienes comunes. Por otra parte, mal puede desarrollarse un
derecho de uso temporalmente ilimitado cuando en las condiciones tecnológicas del cultivo
primitivo el mismo uso es con frecuencia un uso temporalmente restringido. En cuanto a que el
uso sea en la práctica hereditario, hay que distinguir: si la muerte del usuario ocurre en un
instante en que tiene el campo en cultivo, lo que se produce no es una transmisión hereditaria,
sino más bien la continuación del cultivo emprendido, sobre la misma parcela y por la misma
unidad de producción que lo había iniciado. Pero la transmisión de la reserva de dominio de una
parcela en barbecho mal puede hacerse si la propia reserva de dominio no existe.
Hay una noticia de Assam que quizá abra una perspectiva más válida para entender la
relación del hombre con la tierra en el contexto de la agricultura primitiva: en ciertos lugares de
Assam, aunque una parcela ya esté cultivada, cualquiera puede entrar en ella y plantar bambús,
siempre que tenga buen cuidado de no dañar los cultivos del ocupante anterior. Este no puede
hacer nada, ni siquiera quejarse, y desde luego no puede arrancar los bambús. Antes al contrario,
tiene a su vez que cuidar de no estropear esa plantación indeseada y si, por ejemplo, quema el
rastrojo, proteger el bambú del intruso abriendo un cortafuegos. Aquí sí se ve claro: nadie tiene
derecho a la tierra, al suelo, porque en él hundan sus raíces las plantas cultivadas o sus cimientos
las casas. El único derecho es a los frutos plantados, no a la tierra en que se plantan. El único
derecho lo da el trabajo. El ejemplo de Assam es un caso extremo y atípico. Pero lo último que
hemos dicho, que el derecho lo da el trabajo, es un principio de extensa validez. Dice un
proverbio ashanti: «Sólo la azada tiene derecho a la tierra.» El hombre tiene derecho a la azada o,
por decirlo de otro modo, el derecho del hombre a la tierra, pasa por la azada. No es un derecho
de uso exclusivo: tiene que compartirla en la medida en que en ella hay recursos naturales que no
son producto de su trabajo. No es un derecho de uso temporalmente ilimitado, porque no puede
usarla ilimitadamente. Y, por último, no es un derecho de uso en la práctica hereditario: lo
hereditario si acaso es el propio uso, no el derecho.
207
también las conocemos muy distintas de éstas. Pero no es sorprendente que cuando eso ocurre,
las variaciones se puedan explicar siempre por la pérdida de vigencia o por la alteración de
alguno de los cuatro factores condicionantes que hemos visto. Por ejemplo: por la inexistencia de
un sobrante de tierra. En las montañas de los bordes septentrionales del Sahara una densa
población de cerealistas y arboricultores lucha desesperadamente contra los progresos de la
desertización: allí sí que la tierra es un bien escaso y allí sí que existe la propiedad, no sólo de la
tierra, sino también del agua, y extraordinariamente fragmentada. Otro tanto ocurre, y hasta es
más común, con la aparición de cultivos permanentes o de larga duración que alteran
radicalmente las condiciones de la ocupación del suelo. En Laos, por ejemplo, si alguien planta
árboles, conserva el uso de esa parcela todo el tiempo que duren los árboles. De un modo similar,
inciden aquellas técnicas que permiten un cultivo intensivo de la tierra y con él la ocupación
permanente de una parcela por un mismo agricultor. Volviendo a Laos otra vez: si lo que ese
agricultor hace en vez de plantar árboles es preparar instalaciones de regadío artificial, la parcela
ya no vuelve a quedar vacante, ya es suya. Los yoruba del Africa occidental respetan incluso las
tierras sobre las que sólo se alzan una casa o un granero abandonados, restos en ruinas del trabajo
de un hombre. La agricultura de arado crea igualmente condiciones nuevas por varias causas,
sobre todo por aumentar enormemente la superficie que una sola unidad de producción puede
cultivar por sí misma. Factores políticos, como la guerra, pueden también incidir al hacer posible
la explotación de una población vencida que incluso si existen tierras sobrantes, no puede
recurrir a ellas. Entre los nupe del norte de Nigeria una parte de las tierras es tierra de los linajes,
pero resulta insuficiente para los miembros que los componen; el resto es propiedad de terrate-
nientes individuales que la tienen por derecho de conquista y la ceden en arrendamiento
(«préstamo» por un período limitado o indefinido o vitalicio) o en aparcería, hereditaria mientras
el aparcero les pague la parte de cosecha convenida.
Parece, pues, que una explicación como ésta de la relación de los agricultores primitivos con
la tierra, presenta ciertas ventajas sobre la usual, no sólo porque refleja mejor su especificidad,
sino también porque permite explicar las variaciones que aparecen como un producto de la
modificación de los factores que condicionan la situación original. Mas, ¿qué hay de esa
semblanza de propiedad que detentan los grupos mayores, los linajes o la comunidad local?
Básicamente, esa supuesta propiedad del grupo mayor no se manifiesta mas que en su capacidad
de garantizar a las unidades de producción que lo componen una reserva de tierras en las que
otras unidades de producción no pertenecientes al grupo no pueden trabajar. La situación entre
los lobi del Africa occidental es típica: las tierras de los diversos grupos mayores (allí, las tribus)
están claramente diferenciadas, y la violación de las lindes por alguien ajeno a la tribu es un
asunto muy grave, enteramente distinto de la violación de los linderos entre unidades de
producción de la misma tribu. Pero los grupos mayores no son entidades económicas, sino
políticas, y ni usan ni disfrutan esa tierra que se supone ser de su propiedad: no hacen más que
defenderla contra los extraños y reservarla para sus propios miembros. En suma: lo que se suele
llamar propiedad del grupo mayor no es, desde esta perspectiva, más que el aspecto territorial de
un poder político incipiente. Mejor que de las tierras del grupo debería hablarse de su territorio.
Y así decir que la unidad de producción tiene el uso y el grupo mayor detenta la propiedad es a
doble título inexacto y confusivo. Malinowski lo ve más agudamente, hablando de las Trobriand:
el derecho que sólo los miembros del grupo tienen a cultivar en el territorio del grupo es análogo
al derecho de residencia, de ciudadanía. Lo que ocurre es que la situación se oscurece por varias
causas: primero, porque generalmente coexisten y se entreveran sobre un mismo suelo,
fragmentándose y dispersándose, los territorios de varios grupos mayores, de varios linajes. En
208
segundo lugar, porque los principios de reclutamiento de algunos de esos grupos mayores (v.g. la
comunidad local y los linajes) no son mutuamente excluyentes y para unos mismos individuos
puede haber más de un territorio. Y finalmente, por la escasa magnitud de esos territorios. A esa
fragmentación, a ese solapamiento y a esa mínima dimensión todavía hay que añadir la
incapacidad de los propios primitivos para distinguir sistemáticamente sus instituciones políticas
de sus instituciones económicas. Mas el que ellos no las distingan, no justifica que nosotros las
confundamos.
209
ORGANIZACION DE LA DISTRIBUCION
Transferencias del tipo de éstas existen en todas las sociedades y la suma de los bienes que
se mueven a través de ellas es, sin duda, muy alta. Piénsese, por ejemplo, en todos los bienes
producto del trabajo que en nuestra propia sociedad el padre va entregando al hijo desde el
instante del nacimiento de éste. Cada una de esas transferencias, mayores o minúsculas, es
justamente un episodio momentáneo en una relación social continua que dura, por lo menos,
tanto como dura la convivencia de los dos. Y a la vez, el conjunto de esas transferencias no
constituye más que un aspecto parcial en una relación social muy compleja que junto a ése
incluye otros muchos aspectos, como los enculturativos o educativos, que la definen y
caracterizan mejor que los aspectos económicos. Por otra parte, las reglas a que esas
transferencias se ajustan son distintas de las que rigen las transferencias mercantiles: el padre no
espera contraprestaciones definidas, equilibradas, a plazo fijo. Porque lo que impera en esas
transacciones no son los criterios que ese mismo padre aplica en su conducta económica, sino
otros valores, otras normas: la generosidad, el deber del padre para con el hijo, la gratitud del
hijo hacia su padre, en suma, los valores y las normas que en nuestra cultura definen la conducta
apropiada en la relación social total padre-hijo.
Mas en sociedades como la nuestra, lo que estamos llamando distribución, aunque exista e
incluso mueva un volumen considerable de bienes, ocupa sólo un lugar periférico en la actividad
económica: el que corresponde al ámbito de la economía doméstica. En cambio, en las
sociedades primitivas su lugar es central. La afirmación no puede sorprender después de lo que
llevamos dicho sobre el papel que en las economías primitivas desempeñan las unidades
domésticas, tan importante que hemos podido llamar doméstico a su modo de producción. Sin
embargo, no es eso sólo lo que la justifica ni lo que más la justifica. Lo que en la economía
primitiva da su importancia a la distribución es que también las transferencias que se realizan
fuera de la unidad doméstica, entre unidades domésticas diferentes o entre personas que
pertenecen a unidades domésticas diferentes, se ajustan al mismo modelo.
A poco que se piense, no resulta difícil entender por qué ocurre así. En los grupos
demográficamente débiles, como son la gran mayoría de los que la antropología estudia, la totali-
dad de las personas están unidas entre sí por una intrincada red de vínculos, económicos y no
económicos, previos a cualquier transferencia de bienes que entre ellas pueda realizarse. Y así,
cuando se realiza una de estas transacciones, de un modo enteramente natural, viene a inscribirse
210
como un nuevo episodio en una relación preexistente y continua y como un aspecto parcial en
una relación compleja y polivalente. Inevitablemente, los criterios económicos que podrían regir
la transacción momentánea tienen que quedar subordinados a la ética que gobierna la relación
continua. Anticipemos, sin embargo, que por supuesto ni siquiera en las más pequeñas de esas
sociedades las relaciones previas entre las personas tienen todas el mismo carácter, la misma
intensidad, la misma continuidad. Esto quiere decir que en la subordinación de los intereses
económicos a los imperativos sociales de distinto origen, tiene que haber grados. Pero de ellos
hablaremos más adelante.
Formalmente, cabe distinguir dos tipos básicos de distribución. El primero es el que hasta
aquí venimos describiendo: tanto la relación previa como la transferencia implican sólo dos
partes, personas o conjuntos de personas. En la literatura antropológica suele dársele el nombre
de reciprocidad, que será el que adoptemos aquí (aunque resulta muy poco satisfactorio, ya que
un rasgo característico de esas transferencias como hemos explicado, es que pueden no ser
recíprocas). El otro tipo básico, al que se suele llamar y llamaremos nosotros redistribución, es
más complicado. En la redistribución, las relaciones previas y las transferencias implican a un
grupo, en el que los productos del trabajo de varios individuos pasan a un fondo común que
luego se reparte, equitativa o desigualmente, entre todos los consumidores del grupo. sin que en
el reparto se tome en cuenta lo que cada uno haya aportado o dejado de aportar al fondo común.
El ejemplo en nuestra propia sociedad hay que buscarlo nuevamente en el ámbito de la economía
familiar: la redistribución es el modelo de la circulación de los bienes en una familia en la que
hay varios productores, cuyos ingresos pasan a manos de un depositario. v.g.. la madre, que los
administra para atender con ellos a las necesidades, iguales o desiguales, de todos los miembros
del grupo familiar, productores y no productores.
Las diferencias formales entre los dos tipos básicos de distribución son tan acusadas, que
hay que preguntarse si subsumirlos en el concepto común de distribución puede resultar legítimo
y provechoso. La pregunta se hace doblemente necesaria porque uno de esos dos tipos, la
reciprocidad, presenta una marcada analogía formal con otras transferencias no distributivas, las
que nosotros estudiaremos con el nombre de intercambio: el intercambio, como la reciprocidad,
es una transferencia entre dos partes, personas o conjuntos de personas. Se distingue de la
reciprocidad por el hecho de que no es un episodio momentáneo en una relación continua, sino
más bien una relación episódica y momentánea; ni en principio tiene más aspectos que el
económico y, por consiguiente, los criterios que lo rigen son los que imperan en la conducta
económica, no las normas que gobiernan la conducta apropiada para una relación social total
aquí inexistente. Aunque estas diferencias puedan parecer de más peso que la analogía formal de
ser ambas transferencias duales, lo que justificaría la decisión de aproximar la reciprocidad a la
redistribución y separarla del intercambio, hay una cosa que no debe olvidarse y otra que es
necesario anticipar; y las dos juntas proyectan cierta duda sobre la validez de esa aproximación y
esa separación. Lo que no debe olvidarse es que en esa subordinación de los intereses
económicos a los imperativos éticos de otro origen, que es característica de la distribución, ya
hemos dicho que hay grados: y cuanto menor sea la subordinación, mayor será la semejanza
entre la reciprocidad y el intercambio. Máxime porque, y esto es lo que hay que anticipar,
además de en su modelo abstracto de transferencias diádicas, la reciprocidad y el intercambio se
asemejan también en sus manifestaciones concretas: veremos como las sociedades primitivas,
cuando cambian, se esfuerzan por salvar las apariencias de la reciprocidad. Se finge que la
prestación se hace sin esperar contraprestación, o que no se calcula la contraprestación adecuada,
211
o no se fija explícitamente plazo para cerrar la operación. En parte, esto se explica porque el
predominio de la distribución en el seno de las comunidades primitivas lógicamente inhibe el
desarrollo de una normativa de la conducta estrictamente económica, a la que puedan ajustarse
las relaciones de simple intercambio; así que se recurre a los modelos (o a los modales) de las
transferencias recíprocas. La consecuencia de todo esto, es que por bien fundada que pueda estar
la separación entre la reciprocidad y el intercambio, sería erróneo presentarla como una dis-
yunción completa. Más bien es un antagonismo polar. Reciprocidad e intercambio son los dos
polos ideales. Las transferencias reales están más cerca de uno u otro polo; pero todas entre los
dos.
En las líneas precedentes, la palabra reciprocidad está usada en un sentido que sólo
aparentemente es análogo al que suele recibir en la literatura antropológica más influida por el
pensamiento de los grandes etnólogos franceses, Marcel Mauss y Claude Lévi-Strauss. En su
Ensayo sobre el don (1924), Mauss se esforzó por reducir a una forma elemental común las más
extrañas transferencias primitivas de bienes, el potlach, el kula, los banquetes melanesios y otras
igualmente desconcertantes. Del potlach hemos hablado ya: es aquella fiesta en la que los indios
del Noroeste hacían alarde de generosidad y de desprendimiento y regalaban, o destruían, un
gran número de objetos valiosos. El mayor prestigio y el más alto rango eran para aquellos que
de ese modo se deshacían de mayor cantidad de bienes. En cuanto al kula, constituye tal vez el
más espléndido e inescrutable ejemplo de transferencias diádicas en el mundo primitivo. Con
riesgo de su vida, los isleños de las Trobriand (un archipiélago al este de Nueva Guinea)
emprendían peligrosas expediciones marinas para regalar a sus vecinos collares de conchas rojas
y recibir de ellos brazaletes de conchas blancas. Esos brazaletes, que como los collares, rara vez
se usaban, no se guardaban para siempre: pasado algún tiempo había que regalarlos a otros
vecinos, de los que a cambio se recibían nuevos collares de conchas rojas. Así, los collares y los
brazaletes no dejaban nunca de circular en sentidos opuestos a lo largo de todo el anillo que
formaban las comunidades kula. Por lo que se refiere a los banquetes melanesios, no son más que
el ejemplo mejor conocido de una costumbre, ampliamente extendida. El individuo que aspira a
mejorar su rango, trabaja encarnizadamente para acumular alimentos de todas clases. Cuando
cree que ha reunido bastantes, los ofrece en un pantagruélico festín en el que, dicen los
indígenas, «comemos hasta que nos hace daño y vomitamos». Si su derroche resiste
favorablemente la comparación con otros que se hayan hecho en ocasiones similares, la
comunidad reconocerá la superioridad de su rango y él se pondrá a trabajar todavía con más
ahínco, para estar en condiciones de hacer y recibir los regalos que corresponden a un hombre de
su prestigio.
Por exóticos e impenetrables que comportamientos como estos puedan resultar, en nuestra
propia economía no deja de haber ciertos bienes para los que el único cauce apropiado de circu-
lación parece ser el regalo (las flores, por ejemplo, o los bombones, los perfumes, los artículos de
lujo), ni en nuestra cultura faltan las fiestas periódicas en las que algunas clases sociales se
entregan con ardor a una especie de potlach gigantesco (regalos navideños, v.g.) ni los gestos y
las costumbres menores, pero no más transparentes: piénsese en ese ceremonial, cotidiano y
humilde, del ofrecimiento de cigarrillos. Parece que en nuestra propia sociedad puede advertirse
una clara repulsión individual y una cierta reprobación social ante el consumo unilateral, egoísta,
de ciertos bienes. Hay alimentos y bebidas que un mortal ordinario no soñaría en consumir a
212
solas, servicios de mesa que se reservan para los invitados. Por supuesto, lo que estos
comentarios pretenden no es explicar esas costumbres nuestras como survivals primitivos, sino
más bien aproximar a nosotros aquellos exóticos fenómenos, ayudarnos a redescubrir en nuestra
propia experiencia sentimientos, intenciones, actitudes presumiblemente análogas a las
motivaciones subjetivas de los primitivos implicados en uno de esos ciclos de prestaciones.
Las intuiciones de Mauss resultan sin duda esclarecedoras (fulgurantes, las llama
Lévi-Strauss) para muchos fenómenos, que de otro modo no son fáciles de entender. No, desde
luego, para el potlach, el kula ni los banquetes melanesios, que simplemente no caen dentro de la
categoría de los hechos a los que sus explicaciones podrían aplicarse: Mauss los conocía mal, no
por culpa suya, sino de Boas y de Malinowski que los describieron inadecuadamente, como más
adelante vamos a ver. Pero en el cambio de regalos idénticos entre los polinesios, o en el cambio
yukaghir de un reno por otro de las mismas características, o en el patukhtuk de los esquimales
(una orgía de cambios en la que dos individuos comienzan a hacerse regalos recíprocos, hasta
que al final cada uno de ellos tiene lo que antes tenía el otro), y en muchos casos más que Mauss
aduce, el cambio tiene que valer más que las cosas cambiadas pues si no ¿para qué cambiar lo
mismo? De hecho, es probable que las tesis de Mauss obtuvieran el consenso de los primitivos, si
éstos llegaran a conocerlas. Los bosquimanos afirman: «Lo peor de todo es no hacer regalos. Si
dos hombres no se llevan bien, pero el uno hace un regalo y el otro tiene que aceptarlo, eso trae
la paz entre ellos. Nosotros damos lo que tenemos. Y así es como vivimos juntos»
(MARSHALL, 1961).
Pero en seguida hay que señalar que todos los hechos a los que las tesis de Mauss resultan
aplicables, todos los que él aduce en su apoyo, son como ésos: hechos menores, pintorescos, ex-
213
céntricos. Si lo que se pretende hacer es explicarlos, la explicación puede ser válida. Pero si lo
que se quiere es deducir a partir de ellos, la universal vigencia de un principio de reciprocidad
capaz de explicarlo todo en la economía y en la sociedad primitiva (y eso es lo que quiere Mauss
y, sobre todo, lo que quiere Lévi-Strauss). entonces la excentricidad de los propios hechos, su
carácter menor, su anormalidad, se convierten en un lastre muy serio. Basarse en el patukhtuk
para concluir que los cambios entre los esquimales obedecen a la obligación profundamente
impresa en sus espíritus de dar, recibir y devolver, tal vez resultara aceptable si el patukhtuk
fuera un tipo de cambio central en su vida económica, o su modo de cambio normal; pero el
patukhtuk no es eso, es una forma de cambio esporádica, anecdótica, anormal y, en
consecuencia, la conclusión resulta inaceptable.
De todos modos, esta crítica es superficial y previa. Pues parece que aún se puede hacer otra
a esas tesis de Mauss. Por movernos dentro de aquella aproximación a nuestra experiencia:
posiblemente nuestros sentimientos, nuestras intenciones y nuestras actitudes al hacer circular
nuestro paquete de cigarrillos entre quienes nos acompañan, no sean el ángulo desde el que se
pueda contemplar con más provecho la economía del tabaco español. Seguramente el control de
las superficies cultivadas, la situación de monopsonio ante la que se encuentran los productores,
el monopolio de las ventas, la participación del capital público y privado en la empresa
concesionaria, la intervención estatal y muchos otros aspectos más, ofrecen perspectivas
infinitamente más válidas para su estudio y su comprensión. El ejemplo es grotesco,
evidentemente, y sería del todo justo replicar que ni Mauss ni Lévi-Strauss pretenden nada de
eso. Pero lo que queremos resaltar es que el Ensayo sobre el don adopta una perspectiva emic en
el estudio de un fenómeno económico y trata de explicarlo por las motivaciones subjetivas de los
participantes y por las consecuencias sociales no del fenómeno económico, sino de esas
motivaciones subjetivas (pues esto es lo más portentoso del caso, que al término del Ensayo
sobre el don el propio don se esfuma y todo lo que queda es la obligación, profundamente
impresa en el espíritu humano, de dar, recibir y devolver, y la solidaridad social que de ella y no
del cambio, que sólo es su expresión, resulta). Todo lo cual sumado tal vez justificara una
conclusión que se podría formular así: sobre la base de evidencias etnográficas incompletas o
incorrectas y de otras anómalas y anecdóticas, Mauss y Lévi-Strauss excluyen la consideración
de los factores objetivos (como la habitual desigualdad de las cosas cambiadas, por citar sólo el
más pertinente) y consiguen eludir toda alusión a las causas, dando al mismo tiempo la impresión
de que están ofreciendo una explicación (HARRIS, 1968).
Sin embargo, lo que aquí nos interesa marcar más es la diferencia entre este uso de la palabra
reciprocidad y el que de ella se hizo en el apartado anterior, y va a hacerse en el que sigue. En
ellos la reciprocidad no es un principio impreso en el espíritu, o la base de la solidaridad del
grupo humano. Designa convencionalmente un subtipo de la distribución: las transferencias de
bienes entre dos partes unidas por alguna relación social continua y compleja de la que esas
transferencias son instantes, episodios, aspectos.
RECIPROCIDAD
Transferencias diádicas como esas son las que mueven la mayor parte de los bienes en
sociedades de población muy poco numerosa, especialización inexistente o mínima, producción
baja y organización social igualitaria. Dicho de otro modo: en casi todas las sociedades de
cazadores recolectores. Cuenta E. M. Thomas de una ocasión en que unos bosquimanos del
214
grupo que ella estudiaba «recogieron casi trescientas libras de nueces tsi... Cuando la gente
terminó de recoger todas las que pudo encontrar y de llenar todos los sacos posibles, me dijeron
que estaban listos para volver. Pero cuando acercamos el jeep y nos disponíamos a cargarlo, ya
estaban entregados a su ocupación favorita de dar y recibir, y habían empezado a hacerse los
unos a los otros regalos de tsi. Mientras esperaban el jeep, Dikai dio un gran saco de nueces a su
madre, su madre dio otro a la primera mujer de Gao Feet y Gao Feet le dio otro a Dikai. En los
días siguientes continuaron regalando tsi, ya en cantidades menores, montones pequeños;
después sólo un puñado que otro, y por fin unas pocas nueces cocidas, que se daban los unos a
los otros en el momento de ir a comer» (THOMAS, 1959). Podríamos pensar en Mauss y en el
cambio que vale más que las cosas cambiadas; pero nos equivocaríamos. Lee, otro de los
antropólogos que han hecho trabajo de campo en el Kalahari, ha descrito la rutina diaria de la
reciprocidad bosquimana. Todas las mañanas, muchos de los veinte adultos que había en la
banda con la que él convivió, se quedaban en el campamento, por necesidad o por pereza,
mientras los otros se iban a cazar o a recoger frutos y raíces. Los alimentos que por la tarde traían
los cazadores y las recolectoras no se reservaban para ellos y para sus familias. El campamento
entero, incluidos los visitantes, participaba por igual de todo lo que hubiera. Cada familia
cocinaba los alimentos que había obtenido y los repartía entre todas las otras, en un alborotado
tráfico de niños que iban de un fuego a otro cargados con las nueces, los frutos, las bayas, la
carne del día. Al final, cada uno recibía su porción igual de comida o de hambre, sin que se
hiciera ninguna distinción entre los que habían trabajado, los que no habían podido salir del
campamento por alguna razón de peso y los que se habían quedado sesteando. Y a la mañana
siguiente era un grupo distinto de cazadores y recolectores el que emprendía el esfuerzo y todo
volvía a empezar.
Como al cabo de unos días todos los adultos han cazado o recolectado alguna vez, todos han
dado y recibido comida. Pero si se dan casos persistentes de desequilibrio, incluso durante un
largo período de tiempo, no se toma ninguna medida concreta para remediarlos. Se habla de ello,
ciertos individuos adquieren fama de cazadores más hábiles o de recolectores más diligentes,
otros de holgazanes y de vagos; mas no existen mecanismos sociales coercitivos para obligarlos
a pagar sus deudas, sólo esa desaprobación social difusa. La gente no los quiere bien y eso
indirectamente puede tener consecuencias, por ejemplo, puede dar origen a acusaciones de
brujería. Pero directamente nadie piensa en obligarlos a trabajar ni desde luego en escatimarles
su parte de alimentos.
215
Más difícil parece encontrar los factores objetivos que condicionan la tolerancia que se tiene
con los casos de holgazanería pertinaz. Por supuesto, no habría ninguna dificultad en admitir que
en ella no intervienen factores objetivos: las normas y los valores del grupo han recogido la
obligación de la reciprocidad, que es una respuesta efectiva a los condicionantes tecnoecológicos
que indicábamos, mas no han previsto conductas especiales para los casos anómalos. El holgazán
es un miembro de la banda y la tolerancia que con él se tiene no aparece como tal tolerancia, ya
que desde la perspectiva de los propios bosquimanos la obligación de la reciprocidad se extiende
a todos los que son de la banda, produzcan o no. Pues esas transferencias no son más que un
aspecto, un episodio en la relación social continua, compleja y múltiple, que une entre sí a los
miembros de la banda, vagos o industriosos. Pero es que ser de la banda es ya un factor objetivo
capaz de condicionar la tolerancia. Lo que queremos decir es que cada miembro de la banda es
útil para todos los otros de muchos modos, no sólo, o ni siquiera primero, como productor.
Cuando la debilidad demográfica es tan grave, un ser humano cualquiera representa mucho: un
posible guerrero si el grupo ve amenazada su seguridad, otros brazos para acarrear lo
imprescindible en las marchas de un pozo a un pozo, un consejo más para escoger entre las rutas
a seguir, un trozo personal de experiencias y recuerdos que pueden necesitarse, un marido para
una mujer o una mujer para un marido que de otro modo quizá quedarían solteros, otro
procreador, y, en último extremo, alguien más que podría sobrevivir si todo fuera mal.
Mas justamente esos mismos rasgos nuevos que acaban con los determinantes objetivos de
la reciprocidad cotidiana de los cazadores recolectores, configuran un nuevo estado de necesidad,
el que se deriva de la desigualdad entre las unidades domésticas de producción. No es que en el
estadio de la caza y la recolección las unidades familiares fueran iguales; pero sus desigualdades
no se acusaban del mismo modo, por una parte porque casi no puede decirse que funcionen como
instituciones de producción (la verdadera unidad de producción es la banda), y por otra porque
en el rendimiento de esas tecnologías entra un componente aleatorio muy importante y además el
fraccionamiento diario del trabajo y del producto minimiza las diferencias y las enmascara. Todo
al contrario de lo que ocurre con la agricultura. La atomización de las fuerzas de trabajo y de las
necesidades del consumo, y su distribución arbitraria y desigual en unidades mínimas e insolida-
rias sensiblemente diferentes en tamaño y composición, inciden del modo que ya vimos sobre la
producción y generan una situación nueva en la que un sector considerable de la población es
crónicamente incapaz de subvenir a sus necesidades. Pero, además, el resto del grupo no puede
obtener ningún beneficio aparente de continuar con las transferencias diádicas, si su propia
seguridad la tiene en su granero, en las riquezas que puede conservar. Y en todo caso, para que la
inversión sea rentable, es decir, para que aquel sector menos favorecido pueda ofrecer un
216
contradón por el don que se le haga, ha de pasar un tiempo considerable, porque las causas de su
desvalimiento no son una herida, una enfermedad, un parto o la muerte de un familiar, no son de
las que se subsanan en unos días, sino mucho más profundas y persistentes: la pequeñez y la
vulnerabilidad de su fuerza de trabajo, la desfavorable proporción mujeres/hombres o consumi-
dores/productores. De modo que para que en una sociedad así todos den y todos reciban algo,
han de pasar no días, como entre los cazadores-recolectores, sino años, quizá muchos años.
Mas aquí hay que recordar lo que hablando de la tolerancia de los bosquimanos con los
holgazanes del grupo, ya dijimos: que cada una de las unidades de producción suele ser útil para
las otras de muchos modos, y no sólo como productora. Sólo que a la larga éste es un lazo tenue
para que se mantenga una reciprocidad generalizada de todos para todos, como la que vimos en
operación entre los cazadores-recolectores. Por otra parte, con el incremento de la población,
transferencias diádicas entrecruzadas como aquellas resultarían en la práctica poco viables. No es
extraño que la reciprocidad de los agricultores de preferencia siga otros caminos que nuevos no
pueden llamarse, puesto que las transferencias diádicas de algunos cazadores-recolectores
muchas veces transitan por ellos, pero que antes no se usaron con parecida intensidad: los que
dijimos al hablar de la intensificación de la producción, los caminos del parentesco. Los bemba
dicen que alimento es aquello a lo que los parientes tienen derecho, y que parientes son aquellos
que proporcionan alimento o toman su parte del alimento de uno. Si las cosechas de un hombre
quedan destruidas por alguna calamidad imprevista, o si lo que ha plantado resulta insuficiente
para sus necesidades, sus parientes en su propio poblado le ayudan con sacos de grano o le dan
de comer. Pero si toda la comunidad ha sufrido la misma desgracia, por ejemplo si una nube de
langosta ha arrasado los campos, cada familia busca el socorro de aquellos de sus parientes que
viven en otra área donde el alimento no sea tan escaso. Y los campesinos cuyas tierras se han
librado de la destrucción, se quejan de que no están mejor que los demás, porque: «los nuestros
se vienen a vivir con nosotros o nos piden sacos de grano». Podríamos multiplicar los ejemplos,
pero lo que nos interesa más es esa queja. O noticias como ésta, también de los bemba: «Más de
una vez he visto a las mujeres tomar sus jarras de cerveza y esconderlas en el granero de alguna
amiga, cuando se les avisaba la llegada de algún pariente anciano. "Ay, señor, pobres de
nosotros, pobres diablos, que no tenemos ni para comer". Con un pariente próximo esto no se
hace, pero con uno distante sí» (RICHARDS, 1939). Porque lo que informes así revelan, además
del funcionamiento de la reciprocidad en las comunidades de agricultores es su fragilidad, su
contradicción interna. Entre la economía de subsistencia del modo de producción doméstico y la
reciprocidad del parentesco hay una permanente contradicción. Diríamos que la misma
contradicción manifiesta, es una contradicción encubierta, precisamente por la aparente conti-
nuidad que hay entre las relaciones familiares y las relaciones sociales, entre la familia y la
comunidad. En muchas ocasiones menores y en los cuentos, en los proverbios, esa contradicción
se expresa sutilmente, y en las épocas de crisis, en los tiempos bisa-bisa, «especialmente a finales
del invierno, cuando el grupo familiar esconde sus alimentos, incluso de los parientes» (PRICE,
1962), se muestra de un modo claro. En Tikopia, tras unos catastróficos huracanes en 1952 y en
1953, el otoño de este último año fue una época terrible de hambre. La gente en conjunto
sobrevivió y el sistema social se mantuvo, pero lo primero no se debió a lo segundo. Tras una
expansión de la reciprocidad en los primeros momentos de la prueba, durante los huracanes de
1952, en los que las familias emparentadas hicieron fondo común, cuando se empezó a ver toda
la magnitud del desastre se exacerbó el aislamiento familiar. Fuera de los límites estrictos de la
familia, el parentesco siguió vigente como un código formal de reciprocidades, pero un código
que todos eludían cumplir. «En los momentos de más escasez de alimentos... se siguieron
217
observando todas las formas de la etiqueta... pero en realidad se dejó de compartir el alimento
con los visitantes... Lo que hizo el hambre fue revelar la solidaridad de la familia nuclear... En
muchos casos cuando en una casa había alimentos, había siempre un miembro de la familia, no
tanto por miedo a los robos de los extraños como por temor a las visitas de los parientes, a los
que en tiempos normales se les permitía de buen grado llegar y coger lo que quisieran... Se
hicieron intentos de derogar los privilegios tradicionales de acceso a los huertos familiares, se
disputaron las tierras comunes... Los grupos de parentesco más extensos se atomizaron y cada
familia se valía por sí misma» (FIRTH, 1959; SAHLINS, 1972).
En cambio, cuando en las sociedades de cazadores y recolectores se presentan crisis como
éstas, no parece que la reciprocidad habitual se reduzca del mismo modo. Al contrario, más de un
informe habla de que se intensifica. Para los esquimales de Alaska, que más o menos vivían
todos de su trabajo en empresas norteamericanas establecidas allí, la gran depresión de los años
treinta representó una catástrofe comparable a los huracanes de Tikopia. Su reacción, sin
embargo, fue justamente la inversa. «El sentido de comunidad y la conciencia de grupo
parecieron desarrollarse todavía más que en los tiempos de prosperidad. Los que cazaban estaban
obligados a compartir sus presas... con los menos afortunados... Las familias se ayudaban en el
trabajo y unían sus esfuerzos en beneficio de la comunidad» (SPENCER, 1959).
¿No tendríamos entonces que concluir a partir de esto que el ámbito propio de la
reciprocidad es la misma unidad de producción y consumo, la banda entre los recolectores y
cazadores, la unidad doméstica entre los agricultores? ¿Y que su extensión, más allá de los
bordes de la banda o más allá de los límites de la familia, es constitutivamente una extensión
precaria porque en el fondo es contradictoria con la organización de la producción?
Si esas conclusiones fueran legítimas, la descripción que al principio de este tema hacíamos
de la reciprocidad seguiría siendo válida, pero adquiriría un sentido distinto. Describíamos allí la
reciprocidad como las transferencias diádicas entre partes unidas por otros vínculos previos,
económicos y no económicos, distintos del que establece la propia transferencia, que así es sólo
un aspecto en una relación social compleja, un episodio en una relación social continua. Ahora
las palabras clave en toda esta definición resultan ser «económicos y no económicos».
Cuando los vínculos previos son económicos, o sea, cuando las partes pertenecen a la misma
unidad de producción, la reciprocidad está subordinada a la relación social total que une a las
partes. En cambio, cuando las partes no pertenecen a la misma unidad de producción y los
vínculos previos no son económicos, las transferencias parecen más sumisas a los criterios
económicos: exigencia de un cierto equilibrio, interrupción cuando no hay una expectativa
razonable de retorno. En suma, tal vez ahora se vea, y ésta podría ser la conclusión de este
apartado y de todo este tema, que si es verdad que «todo cambio (palabra que aquí incluye
distribución e intercambio) incorpora cierto coeficiente de sociabilidad y así no puede entenderse
en sus términos materiales, prescindiendo de sus términos sociales» (SAHLINS, 1972), todavía
lo es más que toda sociabilidad incorpora cierto coeficiente de cambio (en el sentido amplio de
antes) y así no puede entenderse en términos sociales: hay que tener presentes sus términos
materiales.
218
Las crisis pueden revelar los verdaderos límites, el ámbito propio de la reciprocidad, y así la
precariedad, la interna contradicción de las transferencias recíprocas que traspasan los bordes de
las unidades de producción. Pero aunque la adaptación tecnoecológica, y sobre todo la
organización social de la producción de la mayor parte de los pueblos primitivos, les haga
especialmente vulnerables a catástrofes de este tipo, las crisis no dejan de ser excepcionales. La
regla, la rutina de la vida económica normal es enteramente compatible con la reciprocidad o,
más genéricamente, con la distribución en el sentido en que antes la definíamos. Mejor todavía:
en la rutina de la vida económica normal están dados los determinantes objetivos de una distribu-
ción que es precaria porque es contradictoria, pero es común porque es necesaria.
Cómo reaccionan los tikopia en una situación de crisis ya lo hemos visto, y resulta
instructivo y revelador; pero los tiempos normales son mejores, y en ellos la casa, la familia
tikopia no se cierran a los parientes. Al contrario, constantemente se les ayuda en el trabajo, se
les hacen presentes de alimentos, crudos o ya cocinados. Si un linaje tiene que celebrar alguna
ceremonia, los hombres que están casados con mujeres de ese linaje hacen de cocineros; cada
uno de ellos lleva una carga de leña y un montón de cocos, y sus mujeres van cargadas con taro,
bananas y otros alimentos. Los cocineros comen con los demás y al terminar la fiesta reciben
como obsequio parte de lo que haya sobrado. Cuando una pareja va a casarse, durante cierto
tiempo los parientes de los dos intercambian regalos. El último es un cesto de comida ya
preparada que los parientes del novio le dan a la novia para que lo lleve a su casa. Suele ser tanta
que muchas veces la muchacha no puede con ella. Cuando al día siguiente vuelve para quedarse
ya con su marido, la novia lleva lo que se llama un tanga, o sea, un saquito, aunque en realidad
es un cesto de alimentos tan grande como el del día anterior. Se le da ese nombre un tanto
despectivo probablemente por que el ciclo de regalos ya se ha cerrado: los parientes del novio no
tienen por qué corresponder, después de todo no es mas que un saquito. En las danzas formales
que se celebran durante el día, las familias llevan la comida preparada, pero no para comerla
ellas: se procede a un entrecruzamiento de regalos, en parte tradicionalmente prefijados y en
parte improvisados sobre el terreno. Y el resultado es que cada familia consume la comida
preparada por alguna otra. Transferencias diádicas similares se hacen en numerosas ocasiones y
otras menos dramáticas, menos solemnes, todos los días (Firth, 1973).
Sin embargo, esta manera de decirlo resulta muy poco satisfactoria: parece así que las del
parentesco fueran relaciones sociales preexistentes, exógenas al orden económico, usadas a
posteriori para servir de cauce a las transferencias recíprocas, de las que el propio parentesco
sería independiente. No es eso, ni tampoco que el parentesco sea a la inversa un producto de la
reciprocidad, relaciones nacidas sólo para ordenar las transferencias, encauzarlas. Mas bien las
de parentesco son relaciones complejas, uno de cuyos componentes fundamentales es la
219
reciprocidad, son las transferencias, pero entre otros muchos. Así, la dinámica de las
obligaciones sociales sólo es distinta de la dinámica de las necesidades materiales porque además
de a éstas incluye a otras, y de conjugarlas todas resulta una dinámica que no coincide con
ninguna. Y las normas complejas que definen la conducta apropiada en la relación total social del
parentesco no son independientes de los criterios que rigen la conducta económica; antes bien,
dependen de ellos, pues una parte de la conducta del parentesco es conducta económica. Lo que
ocurre es que, además, dependen de otros criterios heterogéneos, y esa dependencia de muchos
las hace en cierto sentido independientes de todos.
220
La reciprocidad es una relación diádica, que no funde a las partes que entran en ella en una
unidad superior. Al contrario, lo que hace es justamente posibilitar su existencia separada y en
ese sentido prolonga su separación, su oposición. La redistribución, en cambio, esa forma de
distribución en la que los productos del trabajo de varios individuos o de varias unidades de
producción pasan a un fondo común que luego se reparte, equitativa o desigualmente, entre todos
los consumidores del grupo, implica ya unidad social, centralidad.
221
La redistribución estratificada es aquella en la que el colector y redistribuidor lo es por
iniciativa propia y/o permanentemente, puede participar en el esfuerzo productivo o abstenerse
de hacerlo, y obtiene un beneficio material y/o social superior al que obtienen los demás
miembros del grupo. Iniciativa propia, participación en el esfuerzo productivo y beneficio social
son los tres rasgos de la definición anterior que convienen para describir la actividad
redistributiva de los aspirantes a jefes en sociedades segmentarias e igualitarias. En Guadalcanal,
por ejemplo, el hombre que siente ambición empieza por trabajar él mismo más que los otros. Si
puede, toma otra mujer además de la que ya tiene, para que le ayude en los huertos. Juega con
cálculo prudente en las transferencias recíprocas hasta que su sostenida generosidad va atrayendo
un séquito, una clientela de vecinos y parientes que hacen suya la ambición de él. Cuando juzga
llegado el momento, deja que se extienda el rumor de que va a construir una casa o a patrocinar
alguna otra actividad colectiva. A los que acuden, con el pensamiento más en la fiesta que en el
trabajo que han de hacer, mientras éste dura los agasaja y regala de mil maneras. Por fin, en la
fiesta con que retribuye su cooperación, despliega las riquezas que con su trabajo y el de sus
mujeres y su séquito ha conseguido reunir en todo ese tiempo, y reparte la mayoría de ellas. Los
que le han ayudado y los que sólo han venido a mirar reconocen desde entonces su rango
superior y lo respetan. Su séquito crece y a la vez su prestigio. Y él con todos los suyos cada vez
trabaja más porque cada nuevo paso es más difícil. Su próxima redistribución es en una fiesta de
danza, en la que los participantes y beneficiarios de su liberalidad no le dejan a cambio ni
siquiera una apariencia de trabajo compartido. Es así, patrocinando con los frutos de su propio
esfuerzo y de su ingenio grandes fiestas públicas, como consigue el beneficio social de una
autoridad que se le reconoce hasta que con la vejez pierde la fuerza, y puede que también la
ambición, y se va quedando en un hombre respetado pero olvidado.
Si fueran éstos los dos únicos tipos de redistribución estratificada, en la descripción que
antes hicimos de ella hubiéramos podido prescindir del uso de la doble conjunción, copulativa y
disyuntiva, y emplear sólo la disyunción, pues efectivamente se excluyen el uno al otro. Pero es
que hay un tercer tipo que los combina a los dos: el potlach, en el que el colector y redistribuidor
lo es por iniciativa propia y permanentemente, puede participar en el esfuerzo productivo o abs-
222
tenerse de hacerlo, y obtiene un beneficio material y social superior al de los restantes miembros
del grupo.
EL POTLACH
Cuando Franz Boas los visitó por primera vez en 1886, los indios del Noroeste americano, y
entre ellos especialmente los kwakiutl, practicaban una forma de redistribución que parece
desafiar cualquier intento de explicación económica. Cada numaym, o sea, cada grupo de
residencia y descendencia común, tenía un jefe principal, al que los hombres del común daban
una parte de los productos de todas sus actividades económicas. «He aquí lo que se nos pregunta
acerca de los antiguos indios... Cuando el cazador sale de caza y consigue coger varias focas,
toma una de ellas y se la entrega como regalo al jefe principal de su numaym... si un cazador
cicatero da al jefe la mitad de una foca, porque prefiere el precio que le ofrece otro jefe de otro
numaym, el jefe del numaym a que pertenece el cazador... muchas veces... le golpea con tanta
furia que lo deja sin vida. Por eso los jefes de varios numaym tienen sus cazadores propios. Estos
entregan a los jefes todas las focas... Los cazadores de cabras monteses, cuando cazan diez
cabras en una batida, entregan cinco cabras al jefe del numaym... A veces, el jefe, si desea
hacerlo, corta la carne de las cabras para repartirla en su numaym. Pero si desea convertirla en
cecina, lo hace así. Cuando el jefe es un hombre bueno, no le quita la cabra al cazador por la
fuerza, y el buen jefe nunca piensa que no tiene bastante con la mitad de las cabras... Quiero
hablar ahora... del salmón obtenido por los pescadores de salmones. Si un pescador coge cien
salmones ... entrega veinte al jefe de su numaym, y a veces más de veinte, si el jefe y el pescador
son gente de buenas intenciones... Ahora quiero hablar de los que cavan cincoenramas... la mujer
echa las raíces cortas en el cesto más grande y las largas en el más pequeño... Tan pronto como la
mujer y su marido llegan a la playa de su casa, el hombre grita al jefe y le pide que venga a verle
y el jefe, por lo general, se presenta en seguida a ver a la mujer que ha cavado las raíces de cin-
coenramas,...el marido muestra al jefe los cestos de corteza de cedro llenos de raíces largas y le
dice: "Esto es lo que le da mi esposa, jefe", y el jefe le da las gracias por sus palabras. No le
entregan ninguno de los cestos llenos de raíces cortas, que son las que el hombre corriente
come»(BOAS, 1921). El informe, que tiene toda la sencillez y la gracia de las palabras de los
propios kwakiutl, sigue enumerando la parte que recibe el jefe de los racimos de bayas, las
almejas, los mejillones, las ostras, los osos, las nutrias. Como en él se ve, algunos de esos regalos
el jefe los redistribuye inmediatamente entre sus súbditos («si desea hacerlo, corta la carne de las
cabras para repartirla en su numaym»), pero los que quiere conservar, los conserva («si desea
convertirla en cecina, lo hace así»). Unidos los regalos que guarda a los productos de su propio
esfuerzo, o del esfuerzo de los que no trabajan más que para él («los jefes de varios numaym
tienen sus cazadores propios»), la riqueza de los jefes llega a ser mucho mayor que la de todos
sus súbditos.
Hasta aquí, nada es distinto de lo que hemos visto en la redistribución estratificada de los
ashanti. Tampoco lo parecerá el que ahora digamos que los jefes distribuían una gran parte de
esas riquezas (o, mejor dicho, de las riquezas que obtenían comerciando con esos bienes de
subsistencia) en el transcurso de las fiestas que organizaban para celebrar la construcción de su
casa, o el funeral de algún pariente suyo eminente, o un matrimonio en su familia, o el rescate de
un hijo prisionero de guerra o alguna otra ocasión de importancia. Pero es que lo peculiar son las
fiestas en sí mismas, los potlach. No por su etiqueta ceremonial, ni por el despliegue espectacular
y ostentoso de los bienes que se iban a repartir (mantas de pelo de cabra, planchas de cobre
223
decoradas, canoas, pieles preciosas y otros artículos como ésos) y ni siquiera por la importancia
de las cantidades repartidas (más de una vez, el dador de un potlach quedaba enteramente
arruinado), pues todo eso se da también en otras fiestas redistributivas, por ejemplo en las de
Guadalcanal que antes comentábamos. Lo que en el potlach es sobre todo característico, es que
quienes recibían los regalos no eran las gentes del numaym del organizador de la fiesta, sino los
de algún otro numaym, especialmente invitado. O sea, la redistribución no se hacía entre quienes
habían participado en el esfuerzo productivo, sino entre gentes de otro grupo distinto.
Pero todavía hay algo más extraño. Como colofón en ocasiones de ese diluvio de regalos, y
otras veces como único contenido de las fiestas que ofrecían, los jefes destruían ante los
admirados ojos de sus visitantes los bienes valiosos, arrojaban al fuego litros de aceite de
pescado, desgarraban mantas, destrozaban canoas, aplastaban planchas de bronce, daban muerte
a sus esclavos o prendían fuego a su casa. Y el numaym invitado, o mejor dicho su jefe, se
consideraba deshonrado y vencido si, pasado algún tiempo, no estaba en condiciones de ofrecer
otro potlach a los dadores de la fiesta original y repartir y destruir en él una cantidad todavía
mayor de riquezas.
Desde 1960 se han comenzado a atisbar algunas de esas razones, al demostrarse la falsedad
del mito, desde Boas dominante, del paraíso del Noroeste. Nuevos estudios más rigurosos han
demostrado que ni el salmón ni los otros peces migratorios se presentan en aquellas aguas en la
abundancia y con la regularidad que se decía. La variabilidad anual en la flora y la fauna
terrestres es también muy grande. Hay pues, motivos para pensar que aquella supuesta sociedad
opulenta pasaría de la abundancia a la escasez y de la escasez al hambre con bastante frecuencia.
El potlach tradicional pudo muy bien representar una solución al problema de las fluctuaciones y
las desigualdades en la producción de los grupos locales. La ausencia de salmón en un río
determinado amenazaría la supervivencia de ciertos grupos locales, mientras otros vecinos y
parientes seguían teniendo en otro río su subsistencia asegurada. En esas circunstancias, los
habitantes de los poblados empobrecidos tendrían el mayor interés en asistir a tantos potlach
como pudieran, alardeando de la generosidad de los que ellos ofrecieron en días mejores. A una
escala diferente, el mecanismo es idéntico al de la reciprocidad: el grupo que ofrece el potlach
hace una inversión que retirará cuando él mismo se vea preso en esas circunstancias
desfavorables.
224
Es cierto que eso no explica mas que una parte del problema. El aspecto más desconcertante
del potlach, a saber, la destrucción, y no el regalo, de cantidades impresionantes de objetos
valiosos no puede explicarse de este modo. Pero aunque de la historia del potlach sabemos muy
poco, una cosa sí se sabe: que la inclusión en la fiesta de excesos de ese género no se produjo
hasta finales del siglo pasado. Ahora bien, en esa época no hay la menor duda de que los
kwakiutl estaban produciendo alimentos en cantidades muy superiores a las que podían
consumir. Por una parte, porque las enfermedades y las epidemias que se introdujeron por el
contacto con los blancos habían hecho descender verticalmente la población y en el mismo
territorio en que y del que a principios de ese siglo vivían 23.000 kwakiutl, no quedaban más que
2.000. Y por otra, porque gracias a ese mismo contacto su equipo para la explotación del medio
se había enriquecido con armas de fuego para la caza, puntas de arpón, anzuelos y hachas de
acero y muchos otros útiles de procedencia europea. En esas nuevas condiciones demográficas y
tecnológicas, es obvio que el potlach ya no podía servir para minimizar las fluctuaciones en la
producción de los grupos locales, ya que todos producían más de lo preciso. Mas el que
precisamente entonces derivara el potlach hacia la agresiva destrucción de bienes, ¿no debería
hacernos pensar en que se había convertido en un medio de eliminar del tráfico económico los
bienes excedentarios precisamente para no redistribuirlos, o sea, para conservar la escasez en
determinadas capas de la población y por esa vía salvar el status social de la clase noble,
conservar los privilegios de los jefes kwakiutl? Además, los numaym ya no tenían que temer que
les faltara comida, pero lo que sí empezaba a faltarles era gente que la comiera. Era su propia
existencia como grupos numéricamente viables la que veían amenazada. Esos despliegues de
loca generosidad, ¿no podían responder al deseo de los jefes y de los grupos de atraer más
hombres a sus debilitadas filas, de reclutar lo que más les faltaba, miembros? Sabemos que si un
jefe de un poblado era incapaz año tras año de ofrecer un potlach adecuado, su prestigio se
hundía y sus gentes lo abandonaban y se pasaban al poblado de otro jefe de más fama. Se dirá
que aquí reaparece el prestigio cuyo valor aclaratorio negábamos hace poco. Pero es que no se
trata de negar la importancia de ese prestigio como motivación individual, subjetiva, sino de
mostrar cómo el sistema entero del prestigio se articula ajustadamente con, y se explica por, las
condiciones ecológicas (fluctuaciones en la producción), tecnológicas (uso de útiles más
eficaces) y demográficas (descenso vertical de la población) en que se desarrollaba la vida de los
kwakiutl. Y así podríamos concluir este tema con las mismas palabras con que terminamos el
anterior: que como allí el análisis de la reciprocidad, aquí el de la redistribución muestra que para
entender los términos sociales del cambio (en el más amplio sentido) hay que entender primero
sus términos materiales.
225
Aquí vamos a ocuparnos de aquellas transferencias que están más cerca del polo del cambio,
de la relación episódica y momentánea sin más aspectos que el económico. En la economía
primitiva, son transferencias en un doble sentido periféricas. Primero, porque el lugar central en
la circulación de los bienes lo ocupan las transferencias distributivas que ya hemos visto. Y
después, porque los cambios que con más frecuencia se producen en las sociedades primitivas,
son los que traspasan los límites, la periferia, de los grupos locales y de parentesco, los que se
hacen entre grupos extraños. (No deja de ser paradójico que, por lo que se refiere a nuestra
sociedad, el cambio sea doblemente central, central por su importancia en la actividad económica
y porque es el tipo de transferencia más frecuente en el interior de nuestro grupo, y la distribu-
ción doblemente periférica, periférica respecto a la actividad económica y a veces periférica
respecto al grupo: piénsese en las espectaculares donaciones de alimentos al tercer mundo).
Porque es periférico respecto a la circulación de bienes más común, el cambio primitivo es,
en comparación con ella, infrecuente. Faltan sus instrumentos, un patrón homogéneo de valor,
los criterios aptos para regir una transferencia estrictamente económica están sin desarrollar. El
temor al engaño ajeno o a la propia ineptitud tiene que ser vivo. Se cambian las cosas por las
cosas, es el trueque. Discernir los valores relativos de cosas que son distintas, pues si no, no
tendría sentido permutarlas, es una operación erizada de dificultades. Está además erizada de
peligros, porque el cambio es territorialmente periférico. Se cambia con otros grupos, grupos
lejanos. Hay que salir del propio territorio, seguir otros senderos. Eso los primitivos no suelen
hacerlo con gusto. La seguridad, precaria siempre en su mundo, todavía es más precaria cuando
se pasan las fronteras conocidas. Se desconoce el suelo que se pisa, se desconocen los hombres,
los peligros.
Así, el contexto del cambio en el mundo primitivo es un contexto quebradizo, explosivo. Los
que cambian son dos extraños que no se deben nada, sólo esperan sacar provecho el uno del otro.
La paz del trato es la gran incertidumbre. «Hay un lazo, una continuidad, entre las relaciones
hostiles y la provisión de las prestaciones recíprocas. Los cambios son guerras pacíficamente
resueltas y las guerras son el resultado de transacciones fracasadas» (LÉVI-STRAUSS, 1949).
Hay que cambiar, pero hay que salvar la paz. Y para ninguna de esas cosas hay medios: no hay
patrones de valor ni garantías de seguridad. Así, el cambio se convierte en un acto diplomático
orientado, más que por la obligación moral de hacer amigos, por la necesidad utilitaria de no
hacer enemigos (SAHLINS, 1972).
La fórmula más sencilla para resolver el problema de la seguridad física es la de evitar todo
contacto entre los que cambian. Según la vieja descripción de Herodoto: «Otra historia nos
refieren los cartagineses: que en Libia, más allá de las columnas de Hércules, hay cierto paraje
poblado de gente donde fondean y sacan a tierra sus géneros, y luego los dejan en el mismo
borde del mar, se embarcan de nuevo y desde los barcos dan con humo señal de su llegada.
Apenas lo ve la gente del país, cuando llegados a la orilla dejan al lado de los géneros el oro, y se
apartan otra vez tierra adentro. Luego, saltando a tierra los cartagineses hacia el oro, si les parece
que el expuesto es justo precio de sus mercancías, alzándose con él, se retiran y se van; pero si
no les parece bastante, embarcados otra vez se sientan en sus naves. Viendo eso, los naturales
vuelven a añadir oro hasta tanto que con sus aumentos los llegan a contentar. Pues sabido es que
226
ni los unos tocan el oro hasta que llega el precio justo de sus cargas, ni los otros tocan éstas hasta
que se les tome su oro.»
De este comercio silencioso hay bastantes ejemplos entre los primitivos. Así es como los
pigmeos del Ituri, cazadores y recolectores, cambian la carne y las pieles de los animales que
cazan y los frutos de la selva y la miel por los plátanos, y los útiles y armas de hierro que les
ofrecen los agricultores bantú vecinos suyos. De Ceilán, de Filipinas, de Nueva Guinea y de
otros muchos sitios hay informes similares. En cierto modo se podría decir que este trueque
mudo es el prototipo del cambio, el polo mismo del cambio como opuesto a la reciprocidad.
Pero hay otra solución más común: aproximar las transferencias al polo de la reciprocidad,
contrayendo con los extraños relaciones análogas a las que se tienen con los próximos. O como
dijimos más arriba: recurrir a los modelos (y a los modales) de las transferencias recíprocas. Es
lo que se busca con la institución que suele llamarse de los amigos o de los socios comerciales:
cada miembro del poblado A tiene un socio comercial en el poblado B (y éste a su vez otro en el
poblado C). Cuando se realiza una expedición comercial, no tratan todos con todos, sino que
cada uno se dirige a su socio, que le ofrece hospitalidad y comida y le trata como a un pariente.
De ese modo, son las relaciones sociales y no los precios, ni la demanda y la oferta, las que
determinan entre qué partes se realizarán las transferencias. Si un hombre no tiene un socio
comercial en ese poblado, puede resultarle imposible obtener lo que desee, por mucho que esté
dispuesto a dar a cambio. Porque todo el tráfico se realiza a través de esas transferencias diádicas
aisladas y paralelas entre partes prefijadas.
Mas aunque conscientemente se imite el modelo de la reciprocidad, la relación entre los dos
socios comerciales no es una de aquellas relaciones continuas y complejas que unían a las partes
en las transferencias distributivas. Allí las transferencias dependían de las relaciones; aquí la
relación depende de las transferencias. Aunque se finja, o incluso se piense, que lo que se entrega
es un regalo, que no espera contraprestación equivalente en un plazo determinado, lo cierto es
que si no la recibe la relación se interrumpe porque en realidad no consiste mas que en eso. Un
socio que no corresponda a los regalos que recibe ya no es un socio. (¿en qué podría serlo?)
mientras que un hermano que se muestre avaro, a muchísimos efectos más sigue siendo un
hermano. Es verdad que el socio es la garantía de la paz, de la seguridad. Pero de la seguridad
para el cambio, de la paz para el cambio. Si el cambio no se produce, las garantías huelgan.
Es desde esta perspectiva de los socios comerciales desde la que hay que contemplar el kula,
aquel inescrutable ejemplo de comercio primitivo cuya descripción anticipábamos al comentar el
libro de Mauss. «El kula es un tipo de intercambio tribal de gran envergadura; lo llevan a cabo
comunidades que ocupan un amplio círculo de islas (al este de Nueva Guinea) y forman un
circuito cerrado. Dos tipos de artículos, y solamente dos, circulan sin cesar en sentidos contrarios
a lo largo de esa ruta. En el sentido de las agujas del reloj se desplazan constantemente los
artículos de un tipo, los largos collares de conchas rojas llamados soulava. En el sentido
contrario se desplazan los del otro tipo, los brazaletes de concha blanca llamados mwali... Todos
los movimientos de los artículos kula, todos los detalles de las transacciones, están regulados y
determinados por un conjunto de normas y convenciones tradicionales, y algunos actos del kula
van acompañados de ceremonias mágicas, rituales y públicas, muy complicadas». La primera de
esas normas es que los objetos del kula no se pueden cambiar libremente entre dos personas
cualesquiera que los tengan, sino sólo entre socios. La relación de asociados, que es hereditaria y
227
dura toda la vida, está gobernada por reglas muy precisas. Los socios practican el kula entre sí, se
hacen regalos y se tratan como amigos. En una tierra, en la que el socio visitante se siente
inseguro y en peligro, el socio visitado es la garantía de la paz, su huésped, su protector, su
aliado. Como la regla del kula es que los brazaletes y los collares circulen en sentidos contrarios,
cada uno de los hombres que está el kula tiene como mínimo dos socios en dos comunidades
distintas. En sus transferencias con el uno entrega brazaletes y recibe collares, mientras que al
otro le da collares a cambio de brazaletes. Las transferencias en sí mismas tienen un carácter
ceremonial. El socio que hace el regalo inicial (en realidad, devolución de otro pasado) no espera
una contraprestación inmediata: el plazo y la equivalencia, del regalo de retorno quedan al
arbitrio del que lo tiene que hacer, aunque lo que sí se sabe es que éste pondrá todo su empeño en
que el plazo sea breve y la devolución generosa.
En opinión de los propios «argonautas del Pacífico occidental» (así era como los llamaba
Malinowski), lo que les mueve a arriesgar la vida en sus peligrosas expediciones de alta mar es el
deseo de intercambiar con sus socios kula esos ornamentos de concha. Pero en todo esto hay algo
muy extraño. Los brazaletes y los collares que se intercambian son adornos de uso restringido a
las grandes ocasiones, las danzas ceremoniales más importantes, las asambleas en las que hay
representantes de varias aldeas. Jamás pueden usarse como adorno cotidiano, ni en fiestas de
poca monta. En muchas comunidades, los dueños de esos objetos no se los ponen nunca, aunque
sí se los prestan gustosamente a sus hijos, a sus parientes, a sus amigos. Tampoco es posible
cambiarlos por bienes de subsistencias, son dos categorías de bienes no intercambiables. Por
último, incluso la propiedad que de ellos se adquiere a través del cambio de regalos es precaria:
nadie puede guardar indefinidamente ni por demasiado tiempo un objeto kula. Si se quiere
conservar la reputación y seguir perteneciendo al anillo de los amigos, es necesario pasarlo
pronto al otro socio que ya lo está esperando. Realmente no resulta fácil comprender que sólo por
tener un poco de tiempo en su poder unos objetos de dudoso valor estético (es Malinowski quien
lo dice) y nulo valor práctico, los «argonautas» inviertan tanto tiempo y esfuerzo, corran tanto
peligro. Pero es que además de esos regalos ceremoniales que ritualizan la transacción, los parti-
cipantes en el kula cambian entre sí de un modo menos solemne y formal, no sólo con sus socios,
sino también con los convecinos de sus socios, otros bienes no tan apreciados pero de más valor
práctico, alimentos, objetos de artesanía local. Así, a través de las expediciones kula, los produc-
tos de cada isla alcanzan a todas las otras del archipiélago. La relación de asociados, los saludos,
los discursos, los propios regalos de brazaletes y collares lo que crean es la paz y la seguridad,
las garantías que le faltan al explosivo contexto del cambio. Mientras se acepte por todos que lo
que importa son los generosos regalos de brazaletes y collares, la paz del trato está a salvo y en
lo demás se puede regatear (UBEROI, 1962).
Por lo que resulta difícil ver esto es porque Los argonautas del Pacífico occidental, el
excelente libro en que Malinowski publicó la primera descripción del kula, no se interesa por la
importancia económica de ese circuito de cambios. Superficialmente, parecería que ningún tema
tuvo para Malinowski tanta importancia como la economía. De hecho, J. G. Frazer, que puso un
prólogo entusiasta a Los argonautas, lo ensalza por haberse centrado en ella. Pero por lo que en
realidad le parece que Malinowski es digno de elogio es por «haber rehusado limitarse a la mera
descripción de los procedimientos de intercambio y haberse decidido a penetrar en las
motivaciones subyacentes y en los sentimientos que despierta en el espíritu de los indígenas».
Dicho de otro modo, por haber adoptado una perspectiva emic en el estudio de la economía
primitiva. Efectivamente, si hay algún tema dominante en el libro entero de Los argonautas, es el
228
de que toda la empresa kula está motivada por sentimientos y por necesidades no económicas.
Malinowski hace una descripción detenida de los preparativos rituales para la expedición, del
ansia de prestigio y aventuras de los argonautas, de los monstruos marinos, las brujas voladoras,
el pez gigante salvador, el ceremonial del encuentro entre los asociados. Pero entre esos temas y
los mil más de interés e importancia que su libro aborda, apenas queda sitio para que de un modo
incidental y sin detalle nos enteremos de que los participantes en el kula comercian además con
cocos, sagú, productos agrícolas, pescado, cestas, esteras, piedra, conchas para hacer cuchillos,
etc. En suma, Malinowski opta por la perspectiva emic y el resultado de su opción es que el
sistema económico queda literalmente sumergido en el contexto de las apreciaciones y
reacciones subjetivas de los actores, que resultan de nula utilidad para comprender el sistema
económico que en realidad las ha condicionado; más aún, privadas de su base, ellas mismas
resultan incomprensibles (HARRIS, 1968).
Ahora bien, el diplomático protocolo de la relación entre los socios puede ser la más visible
garantía de la paz, pero no la más importante. La mas importante, no paradójicamente, es la que
puede ofrecer el propio cambio. En la determinación del valor de cambio de las cosas entran sin
duda consideraciones sobre el trabajo necesario para su producción, su abundancia o escasez
relativas, su uso social, las posibilidades de su sustitución. Pero otro componente del valor, tal
vez decisivo, es la necesidad de salvar la paz. La necesidad de que la otra parte, potencialmente
hostil, no se sienta defraudada. De aquí la generosidad calculada de las dos partes. Porque las dos
piensan, cómo no, en lo que quieren recibir, pero también cada una en lo que quiere recibir la
otra. En suma, todo lo que es posibilidad de conflicto es por eso mismo posibilidad de paz. Así el
cambio.
Quizá el rasgo más significativo de las transacciones que se realizan en el mercado sea
precisamente que la necesidad de salvar la paz deja de ser un componente del valor de cambio.
La paz está ahora en el contexto, no en el cambio. Es la paz del mercado.
229
Productos Volumen Vendedores Volumen por ven-
dedor
Cerveza 300 l 15 20 l.
Grasa vegetal 250 k. 20 12,5 k.
Quimbombó 12 k. 8 1,5 k.
Alubias 30 k. 10 3 k.
Ñames 12 tubérc. 4 3 tubérc.
Maíz 60 k. 6 10 k.
Mijo 200 k. 20 10 k.
Mijo de siembra 50 k. 5 10 k.
Pimienta 10 k. 15 0,66 k.
Sumbara 40 k. 6 6,66 k.
Ganado vacuno 6 cabezas 6 1 cabeza
Cabras 5 5 1
Ovejas 5 5 1
Gallinas 40 10 4
Pollos 32 8 4
Sal 100 k. 8 12,5 k
Azadas 60 piezas 5 12 piezas
Abalorios 90 sartas -- --
No es que el de Koul sea un mercado sin importancia. Acuden a él gentes de tres tribus
distintas, procedentes de diecisiete comunidades locales; en el territorio de algunas de ellas, la
densidad de población llega a los 40 habitantes por kilómetro cuadrado. En la estación de las
lluvias los vendedores no pasan de 20, pero en la estación seca hay más de 150, y los compra-
dores (o mejor, los asistentes, porque muchos no van a comprar) son diez veces más. La
insignificancia de las transacciones se explica porque los bienes de la sociedad primitiva circulan
por otros canales --reciprocidad, redistribución-- que no pasan por el mercado. Ni los que venden
viven de vender, ni los que compran compran para vivir. «Cada cual posee su campo y vive de lo
que cosecha; quien se negara a trabajar en las faenas agrícolas, se expondría a morir de hambre»
230
(LABOURET, 1931). Tanto los vendedores como los compradores van al mercado con un
objetivo concreto, desprenderse de la cerveza que les ha sobrado en una fiesta, conseguir una cría
para una vaca que en plena lactancia ha perdido la suya. Hasta que no se les presente de nuevo
alguna necesidad de ese estilo, tal vez no vuelvan o no vuelvan más que a ver.
Ni en la fijación de los valores de cambio tampoco parece que el mercado signifique una
innovación radical. Es verdad que la paz está en el contexto y no hay que salvarla con el cambio.
Cada parte puede pensar en lo que quiere recibir y dejar que la otra se preocupe de defender su
interés. Los otros componentes del valor (el trabajo necesario para la producción de las cosas, su
abundancia y escasez relativa, su uso social, las posibilidades de su sustitución) pasan a primer
plano. Sin duda también la oferta y la demanda. Pero de ahí a decir que la oferta y la demanda
determinan el valor hay una gran distancia. Hay un valor para los parientes próximos, y otro para
los que no lo son. Hay valores distintos para las gentes del linaje y para los de otros linajes, para
los hombres de rango y para los comunes. Las normas de la distribución se interfieren con las del
cambio, también en el mercado.
Por otra parte, en las economías primitivas con mercados periféricos no ocurre lo mismo que
en las economías de mercado. En éstas últimas, los precios del mercado orientan a la producción
hacia los bienes más rentables. El mecanismo de los precios se convierte en un elemento
integrador de todos los sectores de la economía. En la economía primitiva, los valores de cambio
de los mercados periféricos no tienen una incidencia apreciable sobre la elección estratégica de
los bienes que deban producirse. Lo que determina esa elección es siempre el valor de uso de los
bienes, no su valor de cambio.
LA MONEDA PRIMITIVA
Si por moneda hemos de entender un patrón o medida común de valor, en términos del cual
se expresan y comparan, o dicho de otro modo, se hacen conmensurables los valores o los
precios de todas las cosas que se cambian (precio =el valor de cambio de una cosa expresado en
moneda) y que por eso se usa como instrumento universal de cambio o de pago (pago = el
cambio de un bien o un servicio por moneda) y secundariamente puede atesorarse como reserva
231
y depósito de valor, entonces lo mejor es decir sin más distingos que en la economía primitiva la
moneda no existe.
La idea de establecer equivalencias más o menos fijas entre un objeto de cambio (un patrón
de cambio) y algunos otros, se les ha ocurrido a numerosos pueblos. Pero unos han escogido
objetos que no poseen las cualidades físicas o no tienen las características económicas necesarias
para funcionar del modo que se ha dicho, y otros han establecido las equivalencias de tal manera
que resulta imposible que esas funciones se cumplan. Los fei de los isleños de Yap (Carolinas),
enormes discos de aragonita del tamaño de la rueda de un carro, eran tan voluminosos y pesados
que el coste de su transporte habría hecho prohibitivo su empleo como instrumento universal de
cambio o pago. Las pastillas de fibra de té prensada, que circulaban en algunos lugares de
Siberia, sólo podían usarse en unas pocas transacciones, pues en seguida empezaban a des-
moronarse y ya no servían más que para hacer té; la rapidez de su deterioro las hacía inútiles
como reserva y depósito de valor. El ganado que algunos pueblos africanos usan para ciertas
transacciones es más fácil de transportar que los fei de aragonita y no se deteriora tan deprisa
como las pastillas de té siberianas; pero no es homogéneo, en el sentido de que no puede decirse
que cada unidad, cada res, sea tan buena como cualquiera otra, las robustas como las enfermizas,
las bien cebadas como las famélicas. Y si las propias unidades de valor no tienen el mismo valor
ni un valor estable, mal pueden servir como patrón común para medir los valores de otros bienes.
La mayor dificultad para llamar moneda a los patrones de valor primitivos no está, sin
embargo, en que los objetos elegidos carezcan de ciertas características necesarias, físicas o
económicas, sino sobre todo en la forma en que se establecen las equivalencias entre ellos y los
otros bienes. Es frecuente que sólo unos pocos bienes tengan equivalencias monetarias. Los
nativos de Tanga, en Melanesia, hacen unos brazaletes de conchas, llamados amfat, que no se
usan nunca como ornamento sino se reservan para fines cambiarios. «Un amfat es una medida de
valor, pero nada más que para ciertos bienes y servicios; es también un medio de cambio, aunque
tan sólo para determinados artículos» (BELL, 1933). Las cuentas policromas de vidrio o de barro
que serían la moneda de las islas Palaos (las más occidentales de las Carolinas), constituyen una
reserva de valor que se maneja con exquisito cuidado y se guarda en la parte más sagrada de la
casa. En cuentas se hacen los pagos por la construcción de una casa o de una canoa, por el tallado
de una vasija de madera y por el tatuaje. El estipendio de los sacerdotes y adivinos también se
paga en cuentas igual que los favores sexuales de las concubinas. Pero éstos son todos los
servicios que se pagan así. Los muchos más restantes se recompensan con bienes en especie, o se
devuelven en trabajo. Las cuentas circulan además en otras ocasiones: en las ofrendas a los
dioses, en los repartos entre los asistentes a los ritos del nacimiento, el matrimonio y la muerte,
en los mutuos regalos que de vez en cuando se hacen las familias unidas por alguna alianza
matrimonial, en las entregas a una esposa enfurecida para conseguir que regrese al hogar, o en
las que han de hacerse por el divorcio, o por el adulterio, o por la derrota en la guerra. Mas en
ninguno de esos casos se puede hablar ni de servicios ni de pagos. De redistribución, de
reciprocidad, de regalos, de indemnizaciones, sí; pero no de pagos por servicios. En cuanto al
pago de bienes con cuentas, no se da. Se establece la equivalencia 100 swalo de taros (el swalo
es un cesto con una cabida de unas 10 libras de taros)= 1 kluk (cuenta). Pero no se cambian taros
por cuentas, ni para comparar los valores de los productos que entran en un trueque directo se
usa su valor en cuentas. No se podría, porque sólo los taros lo tienen (HERSKOVITS, 1954).
232
El ejemplo ilustra bien esa dificultad que para considerar a los patrones de valor primitivos
como moneda (mejor sería decir: a las monedas primitivas como patrones de valor), representa la
forma en que se establecen las equivalencias entre ellos y las cosas que se cambian. Todo lo que
tenemos en Palaos es en realidad un conjunto muy restringido de bienes (que incluyen las
cuentas) y servicios que siguen circulando por los cauces tradicionales de la reciprocidad, la
redistribución y el trueque. Se pueden separar de todas las otras aquellas transferencias
recíprocas y redistributivas en que entran las cuentas y llamarlas pagos; se pueden separar de
todos los trueques los que sean trueques por cuentas y llamarlos cambios monetarios; se puede
separar de las demás cosas a las propias cuentas, y llamarlas moneda. Mas si se hace hay que
especificar que se trata de una moneda que primariamente funciona como reserva y depósito de
valor y se usa en las transferencias recíprocas y redistributivas; pero no es un patrón común en
términos del cual se hagan conmensurables los valores de los bienes y de los servicios que se
cambian. Entonces, ¿es una moneda?
Otro tanto podría decirse de la moneda primitiva mejor conocida de toda la literatura
antropológica, la de los nativos de la isla de Rossel (al este de Nueva Guinea). En Rossel circu-
laban dos monedas, no intercambiables entre sí, una de conchas rojas de espóndilos, que se
llamaba ndap, y otra de conchas de almejas, que se llamaba nkö. Por su tamaño, su color y su
pátina las piezas de esas monedas se clasifican en distintas categorías. Había 22 categorías de
ndap y 16 categorías de nkö; y como esas categorías tampoco se podían cambiar entre sí, en la
práctica había 38 monedas diferentes y ninguna unidad base de la que esas monedas fueran
múltiplos o fracciones. Por otra parte, decir que todos los bienes y todos los servicios tenían
precio sería incorrecto. En realidad, para cada bien o para cada servicio existía una moneda
equivalente que era la única adecuada y que no era negociable mas que en esa transacción
concreta. Las cestas, por ejemplo, se compraban con un ndap relativamente corriente; pero lo que
no se podía era dar varios ndap-para-cestas y adquirir con ellos otra mercancía de más valor, ni
por supuesto cambiarlos por el ndap adecuado para esa mercancía. Si un cerdo, por ejemplo,
valía diez veces lo que una cesta (aunque a ningún isleño de Rossel se le ocurriría pensarlo en
estos términos) no había manera de comprarlo con diez ndap-para-cestas; lo único que se podía
hacer era comprar con los ndap-para-cestas diez cestas y luego cambiarlas por el cerdo, en
trueque directo. Evidentemente, aquí es imposible decir que los valores de las cosas que se
cambian se hagan conmensurables, porque se expresen en términos de un patrón común, porque
se expresen en moneda. Es justamente a la inversa: si las monedas se hacen conmensurables, es a
través de los valores de las cosas que se cambian en trueque directo (ARMSTRONG, 1928;
DALTON, 1965).
A estas economías en las que la moneda primitiva no tiene curso mas que para un conjunto
limitado de bienes, o en las que para los distintos bienes circulan distintas monedas no
intercambiables, se las llama casi siempre multicéntricas. Más en general, se suele llamar
economías multicéntricas a todas aquellas que, tanto si conocen como si no conocen algo que
recuerde la moneda, colocan los bienes existentes en esferas disjuntas, de tal modo que los bienes
que pertenecen a una misma esfera se pueden cambiar libremente entre sí, mas para el cambio de
bienes pertenecientes a esferas distintas existen ciertas barreras que lo imposibilitan o lo
dificultan. Otro rasgo que se atribuye a las economías multicéntricas es el de la coexistencia de
transferencias de diversos tipos (recíprocas, redistributivas, trueques directos y cambios
233
monetarios): en cada una de las esferas no sólo hay distintos bienes, sino que además rigen
distintos principios de cambio.
P. Bohannan, uno de los proponentes y defensores del concepto y del término de economías
multicéntricas, ha hecho una lúcida exposición de su funcionamiento entre los tiv (P.
BOHANNAN, 1959; P. y L. BOHANNAN, 1967). Los tiv, que son un pueblo de prósperos
agricultores de Nigeria central, en plena expansión demográfica y territorial, distinguen tres
categorías de bienes, tres esferas en términos de Bohannan. La primera esfera, a la que llaman
yiagh, incluye todos los bienes de subsistencia, tanto los de consumo como los de equipo: los
ñames, los cereales, los condimentos, frutos de diversas especies, el ganado menor, los utensilios
domésticos, los aperos agrícolas, un buen número de productos artesanos y gran cantidad de
materias primas de utilidad diversa. Todos los bienes de esta esfera pueden circular por dos
cauces distintos, las transferencias recíprocas o el trueque directo en el mercado periférico.
La segunda esfera lleva el nombre de shagba, «que puede traducirse aproximadamente por
prestigio» (BOHANNAN, 1959). Pertenecen a ella los esclavos, el ganado mayor, los cargos
rituales, los ritos mágicos, unas piezas muy anchas de tela blanca que llaman tugudu, y las barras
de metal. Las barras son casi todas de latón y tienen medio centímetro de diámetro y algo menos
de un metro de longitud. Su introducción en el país de los tiv se remonta probablemente a la
época de la trata de esclavos, pues se sabe que los negreros las usaban como moneda en sus
transacciones con los indígenas. En todo caso, hoy funcionan como moneda (aunque sería mejor
decir que funcionaban como moneda en un pasado inmediato, ya que la economía multicéntrica
que estamos describiendo se hundió con el impacto de la moneda europea; pero seguiremos
usando el presente etnográfico): constituyen el patrón común en términos del cual pueden
expresarse los valores relativos de todos los bienes que integran esta esfera shagba, esta esfera de
prestigio, y sirven como medio de pago para adquirirlos, además de, por supuesto, como reserva
y depósito de valor. Así, pues, el modo de circulación dominante para los bienes shagba es el
cambio monetario, aunque en sustitución suya o como complemento, se aceptan determinados
trueques (vacas por esclavos y vacas y/o esclavos en la compra de cargos). Las telas tugudu
ocupan dentro de esta esfera un lugar aparte: no pueden cambiarse por nada y sólo entran como
complemento en el pago de los ritos mágicos y en la compra de cargos.
En la tercera esfera el único principio de cambio válido es la reciprocidad. Los bienes que en
ella circulan son «los derechos sobre seres humanos que no sean esclavos, especialmente los
derechos sobre las mujeres». Más simplemente diríamos que es la esfera del cambio matrimonial.
El matrimonio tiv en su forma más simple es el matrimonio de dos hombres que cambian sus
hermanas. Como en la práctica esto es difícil, cada varón tiv forma con los otros varones de su
linaje que vivan en su misma localidad un grupo de «guardianes». Ese grupo se encarga de la
custodia matrimonial de las muchachas del linaje, que se reparten entre los «guardianes». Cada
«guardián» recibe así una o varias muchachas, pero no como esposas, ya que con las mujeres de
su mismo linaje no se puede casar, sino como ingol, que podría traducirse por «pupilas» o,
todavía mejor, por «rehenes». El guardián se esfuerza entonces por casar a la «pupila» que le ha
correspondido con algún hombre de otro linaje, y así, como ese hombre le tiene que entregar a
cambio una de sus propias «pupilas», consigue una mujer, una ikyar para sí mismo.
El siguiente diagrama, en el que por el momento debe prescindirse de los vectores marcados
con C, facilitará la comprensión de lo que hasta aquí se ha dicho:
234
(DIAGRAMA)
Ahora bien, aunque en principio las tres esferas sean disjuntas y se excluyan mutuamente, ni
la disyunción ni la exclusión hay que entenderlas en términos físicos. Las barreras que se oponen
al cambio de bienes yiagh por bienes shagba o de éstos por mujeres no son físicas, no son ni
siquiera económicas. Son barreras morales. No es que no puedan cambiarse: es que no se deben
cambiar. Pero como es lógico, sí se cambian. Lo que ocurre es que esos cambios, a los que
llamaremos conversiones, «suscitan una reacción moral»: el hombre que se ve obligado a
cambiar barras por ñames pierde prestigio y el que cambia ñames por barras lo gana. Mientras
que el que cambia ñames por cereales o cereales por ñames, esclavos por barras o barras por
esclavos, o en fin una ingol por una ikyar, no pierde ni gana prestigio, porque las transmisiones
(que es el nombre genérico que vamos a dar a los cambios de bienes en el interior de una misma
esfera) son moralmente neutras.
Las conversiones más frecuentes están representadas en el diagrama por los vectores
marcados con c. No son las únicas, pues aunque Bohannan no describe otras, al hablar de ésas
dice que son las que se hacen «usualmente», lo que sin duda implica que también se hacen otras
menos usuales. Un hombre que por la causa que sea lo necesite puede, pues, llevar una barra al
mercado y conseguir una gran cantidad de ñames, pollos, cabras, o cualquier otro de los
productos que allí se cambian. De todos modos la conversión de bienes de prestigio por bienes de
subsistencia no es corriente. No se da mas que en ocasiones especiales, cuando alguien necesita
reunir una gran cantidad de alimentos, por ejemplo para dar una fiesta.
Además, el cambio de mujeres no es la única forma de matrimonio que pueden contraer los
tiv. Una de las cosas que mejor miden la prosperidad de un tiv es su capacidad de llegar a
disponer de mujeres sobre las que el grupo de «guardianes» al que él pertenezca no pueda
reivindicar ningún derecho. La manera de lograrlo es contrayendo un matrimonio kem: entregan-
do barras (no ganado) que sean solo suyas, el tiv ambicioso puede conseguir de algún grupo de
«guardianes» que tengan muchas pupilas o pocas barras, una mujer kem. El matrimonio kem es
menos perfecto que el de cambio de mujeres, menos perfecto en el sentido de menos completo,
no en el de que sea una forma inferior de matrimonio socialmente menos aceptable. Es menos
completo porque el marido no adquiere sobre la mujer más derechos que los derechos in uxorem,
los derechos a sus servicios «sexuales, domésticos y económicos», y no los derechos in
genetricem, o sea los derechos sobre los hijos que les nazcan. Esos hijos pertenecen a la familia y
235
al linaje de la mujer, aunque el marido puede rescatarlos haciendo nuevos pagos kem por cada
uno de ellos.
La exposición de Bohannan ya hemos dicho que es de una gran claridad. Mas lo que resulta
dudoso a la luz de los datos que él mismo aporta es la pertinencia de este esquema suyo de las
tres esferas jerárquicamente superpuestas, y con ella la del concepto mismo de economías
multicéntricas. Las seguridades que se nos dan de que las conversiones suscitan una reacción
moral parecen, a poco que se piense, bastante endebles. El hombre que entrega una barra a
cambio de los alimentos para una fiesta pierde prestigio, de acuerdo. Pero ¿más o menos
prestigio del que gana dando la fiesta? ¿Quién lo mide, cómo se mide? Dar una mujer kem a
cambio de barras hace igualmente perder prestigio. Mas tanto tampoco será, si se piensa que el
grupo de «guardianes» que la entrega podría perfectamente optar por la otra fórmula, la que
dijimos que es especialmente interesante: darla como una ikyar, a la espera, aunque fuera fingida,
de que el marido o sus descendientes devolvieran una ingol. Las dos partes saldrían beneficiadas.
El grupo dador de la mujer conservaría las barras (recuérdese que los aplazamientos admisibles
en esta fórmula son, según Bohannan, hasta de tres generaciones), sin perder nada del prestigio.
El dador de las barras no tendría que pagar por los hijos, puesto que serían hijos de una mujer
ikyar, no de una mujer kem. Y si el antropólogo en su gabinete tarda tan poco en encontrar este
subterfugio, ¿cómo no se les va a haber ocurrido a los tiv, que se pasan la vida casándose así? Sin
duda se les habrá ocurrido, pero probablemente también piensan que el negocio del prestigio no
hay quien lo entienda, que depende de tantos factores además de las conversiones que no importa
demasiado escoger una fórmula o la otra.
236
En definitiva, todos los ingeniosos esfuerzos que se han hecho por demostrar la estructura
multicéntrica de las economías primitivas, por probar cómo se organizan en esferas disjuntas
jerárquicamente superpuestas, pretenden una misma cosa: mostrar la importancia de los factores
no económicos en las decisiones económicas, la relación de la economía con la organización
social y su condicionamiento por valores distintos de los estrictamente utilitarios, por valores
morales que tienen su fundamento en la estructura de la sociedad. De todo esto ya hablamos
largamente en los tres temas anteriores. Aquí sólo queremos señalar una paradoja: la de que en la
medida en que para probar sus tesis los antropólogos que así piensan se esfuerzan por demostrar
cómo el prestigio domina las decisiones económicas, parece que consiguen justo lo contrario de
lo que se proponen. Pues evidentemente, si es la conquista del prestigio la que orienta la gestión
económica, entonces es el éxito económico el que confiere el prestigio. Y, ¿no nos llevaría esto a
un utilitarismo aún mas romo que el que sólo acepta la vigencia de los intereses estrictamente
materiales? ¿No es mejor aceptar que, como antes decíamos, el negocio del prestigio depende de
tantos factores además de los económicos que en estos tiene que dejar un margen de indiferencia
considerable?
LA GUERRA
Más arriba hemos citado a Lévi-Strauss: «Los cambios son guerras pacíficamente resueltas y
las guerras son el resultado de transacciones fracasadas» (LÉVI-STRAUSS, 1949). Allí era el
cambio, aquí es la guerra lo que nos interesa. ¿Tienen realmente las guerras primitivas causas
económicas?
Sin embargo, la menor es falsa y la conclusión prematura. No es verdad que la guerra sea
universal. Hay sociedades que simplemente no conocen la guerra: de los indios fueguinos, de los
shoshone, de los bosquimanos, de otros muchos pueblos más, no hay la menor referencia de que
jamás emprendieran una. «Las únicas luchas entre ellos (la noticia se refiere a los isleños
andamán) eran esas cortas refriegas, en absoluto sangrientas, que antes se han descrito: no
participaban en ellas más que unos cuantos guerreros y rara vez morían más de uno o dos. De
algo parecido a una guerra en la que toda una tribu se uniera para luchar contra otra, no he
podido encontrar ninguna evidencia» (RADCLIFFE-BROWN, 1964). Casi de todos los demás
237
pueblos como éstos, recolectores cazadores, podría decirse otro tanto. Hay conflictos armados,
pero son conflictos entre individuos o entre grupos menores, venganzas por agravios indivi-
duales, duelos y refriegas que terminan a primera sangre. He aquí una descripción de esas
batallas entre los tiwi de las islas Bathurst y Melville, en la costa norte de Australia. Los
individuos que se sentían agraviados por algunos de otra banda se armaban y acompañados de
sus parientes, también en armas, iban en busca de los ofensores. «Una vez en el lugar en que
éstos últimos, debidamente avisados de su venida, les estaban esperando, la expedición guerrera
anunciaba su llegada. Las dos partes intercambiaban unos cuantos insultos y se ponían de
acuerdo para encontrarse en algún lugar abierto en el que hubiera suficiente sitio.» Durante la
noche, los beligerantes iban de visita al campamento enemigo, a charlar tranquilamente con sus
viejos amigos. Las batallas «solían durar un día entero, pero las dos terceras partes de ese tiempo
se pasaban en discusiones violentas y en insultos mutuos entre los personajes centrales y sus
adláteres... Las rachas de lanzamiento de dardos... terminaban cuando alguien resultaba herido...
No pocas veces la persona alcanzada era un no beligerante o alguna de las viejas que, llorando y
vociferando obscenidades contra todo el mundo, pasaban entre las filas de los guerreros... Tan
pronto como alguien caía herido... la lucha se detenía hasta que las dos partes podían calibrar las
implicaciones de ese nuevo incidente» (HART Y PILLING, 1960; HARRIS, 1971).
En cambio, entre los agricultores de rozas, que tampoco han traspasado aquel umbral
polémico de que hablábamos, es innegable que existen verdaderas guerras, guerras en las que se
enfrentan grupos mayores y en las que el objetivo es la aniquilación del contrario. Los indios
amazónicos vivían en una situación de permanente hostilidad con todos sus vecinos. Esa era una
de las razones de que prefirieran levantar sus poblados lejos de los ríos, por los que el enemigo
podía llegar silenciosa y fácilmente, y los construyeran en calveros ocultos en el interior de la
selva, disimulando lo mejor que podían entre la densa vegetación los caminos que llevaban hasta
ellos y sembrándolos de cepos y de trampas. Generalmente, la lucha se entablaba sólo entre
poblados. La movilización de unidades mayores del tipo de la tribu no se daba más que en los
pueblos más fuertes y mejor organizados. Pero los asaltos y las emboscadas de aquellos
enfrentamientos menores no eran menos crueles ni menos sangrientas que las guerras en gran
escala, que sólo esos pocos pueblos eran capaces de emprender. No pedían ni concedían cuartel,
aunque a veces más que matar a los enemigos en el calor de la batalla, lo que buscaban era hacer
el mayor número posible de prisioneros. Las mujeres y los niños pasaban en ese caso a
convertirse en miembros del poblado vencedor, aunque no de pleno derecho, y a los jóvenes y a
los hombres que habían escapado con vida del ataque se les daba muerte luego en el trascurso de
la fiesta de la victoria.
No es nada fácil analizar las causas de estas frecuentes luchas entre los pueblos amazónicos
o entre los otros muchos agricultores de rozas de los que hay noticias similares. Los motivos que
aducían los que participaban en ellas no son distintos de los que dan origen a las incruentas
refriegas de los recolectores cazadores: la venganza de un homicidio, o de una afrenta o de un
insulto colectivo. Mas en este caso esos motivos son ellos mismos una manifestación de ese
estado de permanente hostilidad, de modo que no pueden ser su verdadera causa. La falta de
tierra tampoco parece que las explique, pues aunque casi todos los indios de la Amazonia eran
muy conscientes y celosos de los límites de su territorio, el de cada poblado bastaba
sobradamente para sus posibilidades de cultivo, y así las violaciones de los límites, cuando se
daban, respondían al deseo de hostilizar al vecino y no a la necesidad de arrebatarle sus tierras.
Quizá la verdadera causa de la guerra fuera la escasez de algunos recursos naturales impres-
cindibles, como la caza (la fauna de la selva amazónica es muy variada, pero es pobre en
238
animales mayores y, en general, en salvajina comestible), y en ciertos casos la pesca, y la nece-
sidad de controlar los pocos cotos en que se daban con relativa abundancia.
Mas de esto a asegurar que la guerra de los agricultores obedezca siempre a causas
económicas, hay mucha distancia. Puede haber causas económicas para la guerra incluso antes de
alcanzar el umbral polémico que decíamos. Pero también puede haber guerra sin que ellas estén
presentes. Entre los yanomamö de la frontera entre Brasil y Venezuela, en plena Amazonia, la
guerra sigue siendo hoy muy frecuente, hasta el punto de que es la causante de la cuarta parte de
las muertes de los hombres adultos. Sin embargo, los poblados hostiles, que rara vez pasan de los
cien habitantes (el mas importante tiene 240), están separados por distancias considerables, de
dos y hasta de tres días de marcha. Es muy difícil pensar que esas guerras constantes entre
poblados tan pequeños y alejados puedan tener causas económicas (CHAGNON, 1968). En casos
como éstos, en que la textura completa de la vida de un pueblo está enteramente dominada por la
guerra, sólo un análisis riguroso de toda su cultura (y de la historia de esa cultura, si hubiera
modo de llegarla a conocer), podría decirnos cuales son las verdaderas causas de esa guerra, y
qué papel les corresponde entre ellas a los factores económicos.
No así entre los pastores nómadas. Si en algún caso vale la cita de Lévi-Strauss al comienzo
de estas líneas, es en el de ellos. En la relación simbiótica entre nómadas y sedentarios, los
cambios son más que nunca guerras pacíficamente resueltas, y las guerras cambios frustrados.
«La ciudad que un año acogió gustosa al intercambio comercial con los hombres de la estepa,
vese al próximo víctima de ellos, transformados en una horda de saqueadores... Al explotar a los
ciudadanos mediante la violencia, los nómadas no hacen sino invertir las relaciones ordinarias.
En el comercio pacífico el nómada se halla en desventaja; es el más pobre... En cambio, pese a
que son inferiores económicamente a los sedentarios, militarmente los nómadas son superiores a
ellos. Nacido y criado sobre la silla... el nómada pastor adopta la preparación bélica como una
forma de vida... A menudo la incursión armada debe parecer a los nómadas un expediente mejor
que el comercio, sobre todo cuando han sufrido pérdidas de ganado por efecto del tiempo, la
enfermedad o el robo, en cuyos casos poco tienen para intercambiar» (SAHLINS, 1972). En la
página 153 hemos hablado ya de esos intercambios frustrados de los nómadas que Jueces 6, 2 ss.
describe. Repetiremos la cita que allí hicimos: «La mano de Madián pesó fuertemente sobre
Israel. Por miedo a Madián se hicieron los hijos de Israel los antros que hay en los montes, las
cavernas y las alturas fortificadas. Cuando Israel había sembrado, subía Madián con Amalec y
con los Bene Quedem y marchaban contra ellos; acampaban en medio de Israel y devastaban los
campos hasta cerca de Gaza, no dejando subsistencia alguna en Israel, ni ovejas, ni bueyes, ni
asnos; pues subían con sus ganados y sus tiendas como una nube de langostas. Ellos y sus
camellos eran innumerables y venían a la tierra para devastarla.»
239