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Que de conformidad al art.457 del CPPN solo son susceptibles de ser casadas las
sentencias definitivas y los autos que pongan fin a la acción o a la penal, o hagan
imposible la continuidad de las actuaciones o denieguen la extinción, conmutación o
suspensión de la pena.
Por su parte la Corte Suprema de Justicia de la Nación desde hace ya tiempo ha
considerado que procede contra sentencia equiparables a definitivas, es decir, aquellas
resoluciones que si bien no ponen fin al pleito, generan un perjuicio de imposible o
tardía reparación ulterior, razón por la cual requieren de una tutela inmediata.
Que el art. 123 del CPPN exige la motivación de las resoluciones. En efecto
indica “Las sentencias y los autos deberán ser motivados, bajo pena de nulidad…”.
Asimismo el art. 399, entre los requisitos de la sentencia expresamente señala que “…
contendrá: …la exposición sucinta de los motivos de hecho y de derecho en que se
fundamente;…”
La motivación es parte fundamental del decisorio ya que es la exteriorización
por parte del Juez o Tribunal de la justificación racional de determinada conclusión
jurídica. Se identifica con la exposición del razonamiento. Desde antaño nuestra Corte
Suprema de Justicia ha exteriorizado tal obligación de los jueces en tanto tienen
entendido que “hay que tener en cuenta que, por su naturaleza, todas las resoluciones
judiciales deben estar fundadas en debida forma” (Fallos 290:418; 291:475; 292:254;
293:176…entre muchísimos otros), indicando además que “la exigencia de que las
sentencias judiciales tengan fundamentos serios reconoce raíz constitucional” (Fallos
236:27; 240:160; 247:263) agregando que es condición de validez de los fallos
judiciales que ellos configuren “la derivación razonada del derecho vigente, con
particular referencia a las circunstancias comprobadas de la causa” (Fallos 238:550;
244:521; 249:275) descalificando como arbitrarios –y sancionándolos con la nulidad- a
los pronunciamientos que no reúnen dicha condición.
Dicha exigencia de motivación no solo es una garantía que se acuerda al acusado
sino también al Estado en cuanto asegura la recta administración de justicia. En este
sentido nuestra Corte tiene dicho “Que es evidente que a la condición de órganos de
aplicación del derecho vigente, va unida la obligación que incumbe a los jueces de
fundar debidamente sus decisiones. No solamente para que los ciudadanos puedan
sentirse mejor juzgados, ni porque contribuye así al mantenimiento del prestigio de la
magistratura es por lo que la mencionada exigencia ha sido prescripta por la ley. Ella
persigue también excluir también la posibilidad de decisiones irregulares, es decir,
tiende a asegurarse de que el fallo de la causa sea derivación razonada del derecho
vigente y no producto de la individual voluntad del juez” (Fallo 236:27).
Esta obligación no solo se aplica a la sentencia sino también a todas las
resoluciones que pueden dictarse hasta su arribo y que pueden comprometer derechos o
libertades individuales. Todas han de tener un sólido respaldo que justifique haber sido
adoptadas.
Que cuando la resolución no se encuentra debidamente fundamentada, es decir
no se vislumbra de la misma el razonamiento que ha llevado al juzgador a adoptar
determinada decisión nos hallamos frente a una sentencia arbitraria. Se han inobservado
las reglas del razonamiento que imponen la lógica y la sana crítica racional. Si los
fundamentos no se condicen con los hechos o las pruebas aportadas, no hallamos ante
un resolutorio con fundamento aparente. Ambas resoluciones son atacables por medio
del recurso de casación.
Tal como se ha puesto de manifiesto en el fallo “CASAL”, la doctrina en general
rechaza en la actualidad la pretensión de que pueda ser válida ante el Derecho
Internacional de los Derechos Humanos una sentencia que se funde en la llamada libre o
íntima convicción , en la medida de que por tal se entienda un juicio subjetivo de valor
que no se fundamente racionalmente y respecto del cual no se pueda seguir (y
consiguientemente criticar) el curso del razonamiento que lleva a la conclusión de que
un hecho se ha producido o no se ha desarrollado de una u otra manera. Por
consiguiente, se exige como requisito de la racionalidad de la sentencia, para que ésta se
halle fundada, que sea reconocible el razonamiento del juez. Por ello se le impone que
proceda conforme a la sana crítica, que no es más que la aplicación de un método
racional en la reconstrucción de un hecho pasado.
Que dicha regla se viola cuando directamente el juez no la aplica en la
fundamentación de la sentencia, cuando no puede reconocerse en la sentencia la
aplicación del método histórico, corresponde entender que la sentencia no tiene
fundamento. En el fondo, hay un acto arbitrario de poder.