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PINTURA DE PIEDRA
Exposición itinetrante
Dossier informativo
PINTURA DE PIEDRA
3
CONTENIDO DE LA EXPOSICIÓN
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LOS MOSAICOS DE LA EXPOSICIÓN
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
203 x 77 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
210 x 78 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
Diámetro: 134 cm.
5
Mosaico policromo con un texto de cinco líneas en arameo.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
118 x 58 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
Diámetro: 82 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
136 x 31 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
58 x 62,5 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
187 x 162 cm.
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Mosaico geométrico policromo de temática cristiana represen-
tando una cruz y delimitado por una trenza de dos cabos.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
82 x 97 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
234 x 54 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
110 x 150 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
133 x 160 cm.
Opus tessellatum.
Siglo IV.
Procedente de Siria.
137 x 137 cm.
7
Mosaico figurativo policromo representando unas aves en un
paisaje rural.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
164 x 84 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
162 x 70 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
124 x 50 cm.
Opus tessellatum.
Siglo IV.
Procedente de Siria.
218 x 117 cm.
Opus tessellatum.
Siglo V.
Procedente de Siria.
54 x 54,5 cm.
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LOS TEXTOS DE LA EXPOSICIÓN
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La aparición de esta técnica es consecuencia de la picturalización del mosaico. Como dijera Plinio el
Viejo, los mosaicos de teselas son «pinturas en piedra». Y, puesto que este tipo de mosaico buscaba un
mayor parecido a la pintura, se produjeron algunos cambios conceptuales con respecto al litóstrato: se
amplió la gama cromática y el espacio entre las teselas se coloreó con el tono general de las teselas
vecinas –de ahí, la desaparición de las láminas de plomo–.
Además del opus tessellatum se conocen otros tres tipos de mosaico: opus vermiculatum, opus sectile
y opus signinum.
El opus vermiculatum, especialmente difundido en
Oriente, se caracteriza por utilizar teselas de pe-
queñas dimensiones (de 1 a 4 mm), sobre todo,
para los emblemas. El opus sectile es un pavimen-
to hecho con fragmentos de mármol de grandes
dimensiones. El opus signinum –la técnica más
sencilla y modesta– consiste en incrustar las pie-
zas talladas en una capa hecha de mortero de cal
con cerámica triturada. Servía para diseños
geométricos muy elementales o para escribir un
texto. Es un tipo mucho menos habitual, pero que
cuenta con representación en Hispania (concreta-
mente, en Ampurias).
El mosaico de teselas regulares, culminación del proceso de evolución del litóstrato, tuvo una notable
expansión en el mundo helenístico, especialmente, en la Grecia continental (Atenas, Delos, Rodas,
etc.), en Asia Menor (Pérgamo) y en Egipto
(Alejandría). Y, al mismo tiempo, se difundió
ampliamente en Occidente.
Entre el mosaico griego y el romano no existe
ninguna ruptura, tan sólo novedades más o
menos importantes.
En el Imperio romano, el arte del mosaico
continúa practicándose, sin interrupción a lo
largo de todo el período, en todas las regiones,
tanto las urbanas como las rurales. Incluso los
generales cuentan con mosaicos móviles para
decorar sus tiendas de campaña. Así, puesto
que su uso se halla mucho más extendido en
época romana que en la griega la diferencia-
ción regional de los mosaicos se hace mucho más patente.
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Desde el punto de vista estilístico, predomina el opus tessellatum
con sus dos variantes: monocromo (“estilo negro y blanco”) o
policromo. Ahora bien, la gama de colores depende mucho de la
riqueza cromática de las rocas de la región, pues apenas se recu-
rre a la importación. Lo que sí cambia con respecto a la tradición
helenística son aspectos tales como: el color de fondo –que pasa
de ser oscuro a ser blanco– y la disposición de las teselas que ha-
cen de fondo –que, en ocasiones, se disponen en semicírculos
formando arcos–.
En el mosaico romano se intensifica el deseo de imitar la pintura
y se despierta mayor admiración cuanto mayor es el grado de
semblanza con la obra pictórica. Por eso, Vitruvio (siglo I aC) y
Plinio el Viejo (siglo I dC) le consideraban como una rama de la
construcción, subsidiaria de la pintura. Eso explica el extraordina-
rio desarrollo del opus vermiculatum en época romana.
El cambio más importante introducido por el mosaico romano
concierne a la composición, mucho más variada, y, en ella, se constata un enriquecimiento en el reper-
torio de motivos no figurados. Con todo, el repertorio figurativo no abandona las temáticas de las épo-
cas anteriores, aunque, como consecuencia del proceso de cristianización del Imperio, las representa-
ciones paganas se verán substituidas por temas y ciclos cristianos, principalmente, cruces y escenas
alegóricas.
Otras de las especificidades del mosaico romano es la apa-
rición de “escuelas”, que responden a las diferentes sensi-
bilidades manifestadas por cada una de las regiones del
Imperio. En Occidente destacan, principalmente, dos: la
escuela italiana y la africana. La primera desarrolló un tipo
de mosaico monocromo muy usado desde el siglo I dC has-
ta el siglo III dC, siendo Ostia el lugar más representativo
de este nuevo género. La representación puede ser figurada
o no, pero, en cualquier caso, la tridimensionalidad brilla
por su ausencia.
En cambio, la escuela africana se decanta por la
policromía. Los motivos decorativos más usados son las
representaciones vegetales y figurativas, y se advierte una
marcada preferencia por las escenas de caza o de anfitea-
tro. Además, esta escuela sabe captar la noción de ampli-
tud, lo cual revela un dominio más que notable de la técni-
ca musiva.
En lo que a la escuela oriental se refiere, ésta también es
muy aficionada a las composiciones en color, se muestra
muy apegada a las tradiciones helenísticas y el tema favori-
to son las escenas mitológicas, aunque tampoco resultan extrañas las composiciones mixtas que com-
binan representación figurativa y geométrica. Los talleres romanos más famosos exportaban sus mo-
saicos a todas las regiones del Imperio. Así, por ejemplo, se establecen claros paralelismos entre los
mosaicos africanos (especialmente, los de Cartago) y los de Tarragona, los de Siria, o los que decoran
de las grandes villas de recreo sicilianas.
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EL MOSAICO EN SIRIA
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En época romana, la influencia de las modas de la pintura mural introdujo algunos cambios, principal-
mente, la disposición de las teselas en arco y la introducción de elementos arquitectónicos para encua-
drar la representación figurativa.
El trabajo se caracteriza por su
gran finura: las teselas son de una
notable policromía y de tonalida-
des delicadas; la ejecución de las
figuras está bastante lograda; y su
disposición sobre el espacio des-
taca por reproducir una sensación
de movimiento muy realista.
En el Bajo Imperio (siglos IV-V)
sobresale, sobre todo, la composi-
ción de la villa constantiniana de
Dafne (Antioquía), con decora-
ción de temas vegetales y
mitológicos. La representación
continúa siendo figurativa y muy
variada en cuanto a los temas, ahora bien, la cristianización de la sociedad impulsada desde el poder
imperial prioriza un nuevo programa decorativo caracterizado por el aumento de la temática de tipo
geométrico y vegetal, y con la aparición de las escenas bíblicas y los ideales morales cristianos.
Todo ello provocó el retroceso de la temática pagana clásica, que se orientó hacia composiciones de
sentido filosófico –en conso-
nancia con las corrientes es-
pirituales neoplatónicas de la
época–,en las que las perso-
nificaciones se usaban abun-
dantemente.
La producción de mosaicos
se acabó en Antioquía tras el
saqueo persa del 540, al mis-
mo tiempo que en Apamea,
más o menos. Con todo, las
iglesias rurales continuaron
usándolos a todo lo largo de
los siglos VI y VII. Los últi-
mos ejemplos datan del 772 y
proceden de la Iglesia de San
Jorge (al S. de Damasco).
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EL MOSAICO MURAL
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En el siglo IV, los mosaicos murales sirvieron para decorar los
palacios imperiales, como el de Constantino (306-337), en
Tréveris. Y, sobre todo, se empezaron a usar a gran escala para
cubrir las paredes y bóvedas de las iglesias cristianas, espe-
cialmente, en Roma (Santa Maria Maggiore, Mausoleo de
Constancia, Santa Pudenziana, etc.). En la Península Ibérica se
documenta el caso excepcional de la bóveda del mausoleo de
Centcelles (cerca de Tarragona). Ello no significa que la deco-
ración de tipo pagano desapareciera, como demuestran, por
ejemplo, los mosaicos paganos de Éfeso (del siglo V) en los
que los motivos principales tienen que ver con el ocio aristo-
crático: escenas agrícolas, de caza, etc.
Con el cristianismo, se adquirió un nuevo repertorio en el que
primaban mucho más los elementos simbólicos y las escenas
del Antiguo y del Nuevo Testamento. En Occidente, la escuela
de mosaico cristiano más importante fue la de Ravenna, en
Italia. Sus mosaicos significan el momento culminante de la
evolución de esta técnica decorativa y, al mismo tiempo, ejemplifican el nuevo espíritu de las repre-
sentaciones artísticas, caracterizado por el predominio de la figura humana.
Con la excepción de Italia y del mundo bizantino, el mosaico fue perdiendo terreno en el resto de Oc-
cidente en favor de la pintura, técnica predominante en
la decoración de las paredes de las iglesias. En este
proceso influyeron varios factores, principalmente, que
el mosaico era mucho más costoso y lento que la pintu-
ra y que, además, a ésta le resultaba más fácil reprodu-
cir las imágenes con naturalidad, así como recrear la
ilusión de volumen y de profundidad.
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EL MOSAICO ANTIGUO: SUS ARTESANOS Y CLIENTES
Mientras que, para la estatuaria griega, resulta normal conocer el nombre de los escultores más famo-
sos, quienes no dudaban en firmar su obra, los mosaicos son, en la mayoría de los casos, una obra anó-
nima. La firma de autor aparece en muy pocas ocasiones. Tan sólo un 1% de ellos van firmados, de lo
que puede desprenderse que el cuerpo profesional de los trabaja-
dores del mosaico (o musivaras) no gozaba del mismo prestigio
social que el de los pintores o el de los escultores.
Así se desprende, asimismo, de una ley del año 301 conocida
como «Edicto del Máximo» en el que se mencionan los sueldos
de las diferentes categorías de artesanos. En ese documento se
menciona que un musivarius (o mosaicista de paredes) podía
cobrar, como máximo, sesenta denarios por día y que el sueldo
de un tessellarius (el musivara de suelos) no podía rebasar los
cincuenta –la misma cantidad establecida para un obrero de la
construcción o para un panadero–. En cambio, a los pintores
murales se les podía pagar hasta setenta y cinco denarios y a los pintores de imágenes, el doble, es
decir, ciento cincuenta.
La elaboración de un mosaico era un trabajo muy laborioso que requería un reparto muy estricto de las
tareas. Por este motivo, en ella, intervenía un número elevado de personas. De ahí que, en la mayoría
de los casos, en lugar de la firma del responsable del mosaico, aparezca la mención de: «ex officina...»
(es decir, «del taller de...»).
Gracias a la documentación de época romana se cono-
ce el nombre de dos de los artesanos que intervenían
en la fabricación de un mosaico: el pictor imaginarius
y el lapidarius. El primero era el artista que diseñaba
los patrones y, el segundo, el operario encargado de
las cuestiones técnicas, tales como: la talla de las
teselas, la realización de las capas preparatorias y el
montaje del mosaico. Además, también estaba el
maestro del taller, quien, normalmente, sólo se ocupa-
ba de realizar las partes más elaboradas y complicadas
del emblema.
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Como que el trabajo del mosaico era una
técnica muy específica y los artistas, por lo
que parece, no eran demasiado abundantes,
ello les obligaba a llevar un género de vida
itinerante. La mayoría de estos artesanos se
desplazaban de una ciudad a otra para reali-
zar su tarea. Así, por ejemplo, la lápida de
un musivara de Perinto (en Tracia) se vana-
gloria de «haber ejercido su arte en todas
las ciudades».
De sus clientes aún se sabe menos todavía.
Cuando un mosaico está en un templo o en
unas termas resulta obvio decir que fue pagado por la comunidad. Sin embargo, la mayoría de los mo-
saicos se encuentran en el interior de los domicilios privados. Es por este motivo, que este tipo de pa-
vimento se considera un reflejo de la personalidad, los gustos y los ideales –a veces banales, otras,
más metafísicos– de quien lo encargó y
pagó su construcción.
Ahora bien, sobre todo, el mosaico es una
expresión de poder, es decir, un reflejo de
la posición social y de la fortuna económi-
ca del cliente. Y es que el mosaico era
considerado un objeto de lujo de un alto
valor adquisitivo –comparable a los obje-
tos realizados en marfil, en oro o en made-
ra de cedro– al que no todos podían acce-
der. Por ello, su posesión constituía un
signo de riqueza y era indispensable en la
casa de cualquiera que quisiera dar la im-
presión de ser alguien, es decir, que qui-
siera hacer ostentación de su poder.
Sin embargo, en muchas ocasiones, el precio del mosaico dependía de la complicación del diseño y de
los materiales utilizados. No valía lo mismo un mosaico con decoración geométrica que uno con repre-
sentación de figuras humanas (mucho más costoso). El precio también variaba según se usaran piedras
locales o si las teselas se hacían con mármoles de importación. E, igualmente, no era lo mismo realizar
un mosaico monocromo que uno policromo.
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MÉTODO Y TÉCNICA DE FABRICACIÓN DEL MOSAICO
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Los materiales con los que se hacían las teselas eran variados: desde mármoles de diferentes colores
(basalto, granito, pórfido, serpentina) y piedras semipreciosas (malaquita, lapislázuli, cornalina) hasta
pasta de vidrio, esmalte o cerámica; y,
a veces, iban recubiertas de un baño
de oro. Una vez talladas, se pulían
con polvos de mármol, arena o cal
para hacerlas más lisas, compactas y
brillantes
La colocación de las teselas implicaba
el preparación de un diseño previo (en
griego, paradeigma) que se realizaba
a tamaño natural sobre un cartoncillo
y se pintaba con los colores que se
iban a usar. Luego, se procedía a in-
sertar las teselas, mediante dos técni-
cas: la puesta directa y la indirecta.
En la primera, las teselas se coloca-
ban directamente sobre la capa de
mortero. En la segunda, las teselas se pegaban sobre el cartoncillo del diseño –a su vez, enganchado
sobre una tabla– por el lado que quedaría a la vista; luego, la tabla se presionaba sobre la capa de mor-
tero, se dejaba secar y se despegaban las teselas del cartoncillo. Una vez puestas todas las teselas, a
veces, el espacio entre ellas se rellenaba con mortero y se pulía con arena. En los mosaicos bizantinos
(siglos V al IX) las teselas se incrustaban en un fondo brillante de oro.
La construcción del emblema era la que recibía mayor atención. La técnica, heredada del mundo
helenístico, consistía en poner la argamasa sobre una placa de mármol o sobre una teja plana y colocar
encima las teselas. Una vez acabada la composición, el panel se insería en el lugar que se la había re-
servado en el mosaico.
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EXTRACCIÓN DE LOS MOSAICOS
EN YACIMIENTOS
Los mosaicos son partes funcionales y estéticas de las obras arquitectónicas. Por este motivo, pueden
aportan información muy valiosa cuando se encuentran en el lugar exacto para el que fueron concebi-
dos, como, por ejemplo, la ubicación y distribución del mobiliario de la estancia. Por ello, su preserva-
ción debería contemplar siempre la posibilidad de que continúen en su emplazamiento original. Ahora
bien, esto no siempre es posible, sobre todo, cuando su consistencia física está muy deteriorada o las
condiciones ambientales son adversas. En esos casos, lo mejor es trasladar el mosaico a un lugar más
apropiado.
Para extraerlo, deben realizarse una serie de pasos: con-
solidación perimetral, limpieza, documentación,
engasado (o entelado), determinación de las piezas de
corte, extracción mecánico-manual y volteo.
Antes que nada, es necesario consolidar los perímetros
mediante la realización de un bisel. Luego, se limpia en
profundidad toda la superficie de las teselas para elimi-
nar las plantas, tierras, suciedades u otras concreciones.
A continuación, se procede a una documentación gráfica
exhaustiva mediante calco, medios fotográficos o
digitales.
Una vez seca la superficie del mosaico, se realiza la
adhesión de las telas de arranque mediante la aplica-
ción de una o más capas de gasa hidrófila de algodón
y, al final, de una de arpillera que garantice su resis-
tencia. Si no es posible arrancar el mosaico en un
bloque, debido a sus dimensiones, éste ha de ser frac-
cionado en piezas más manejables. Para ello, se mar-
ca sobre la gasa las piezas en las que se va a dividir y
éstas se numeran. Luego, debe confeccionarse un
plano general del mosaico en el que figuren los cortes
previamente marcados en las gasas.
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Para desprender el mosaico, en primer lugar, los cortes
se marcan mediante la inserción de clavos finos que
atraviesen la capa de preparación del mosaico y éstos se
separan con la ayuda de cuchillas. Después, se procede
a extraer las placas mediante la inserción de barras entre
el rudus y el nucleus hasta que éstas acaben de despren-
derse. Una vez separadas, las planchas de mosaico se
depositan –por la cara engasada– sobre una plancha
lisa; para su traslado y almacenaje.
Una vez en el laboratorio de conservación, hay que apli-
car los métodos que permitan la presentación del mosaico al público. Los tratamientos que se realizan,
normalmente, son: eliminación de los restos de mortero del reverso de las placas, readhesión al nuevo
soporte, eliminación de las telas de arranque, limpieza y reintegración de lagunas.
Los trabajos de restauración de los mosaicos se aplican por el reverso. En primer lugar, se les tiene
que liberar de las capas de mortero hasta dejar a la
vista la cara interna de las teselas. A continuación, se
les proporciona un nuevo mortero de agarre como
capa intermedia entre las teselas originales y el nuevo
soporte. Una vez listo el mortero, éste se aplica sobre
un soporte rígido y ligero que permita un fácil manejo
y transporte, por ejemplo, uno de fibra de vidrio y
aluminio.
Así, una vez asegurada la estabilidad y el aguante de
las teselas, se procede a la eliminación de las telas,
haciendo reversible el material o producto adhesivo
utilizado para la extracción. Y, por último, se procede
a la limpieza exhaustiva del mosaico y, si se precisa, al reintegro de las lagunas con el fin de facilitar
su lectura y su disfrute visual.
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