Professional Documents
Culture Documents
Profesores:
• Sandra Lazzer
• Romina Pellegri
2
Desarrollo
3
otras palabras, se considera que los criterios de evaluación apropiados para cualquier
argumento deben ser obtenidos a partir de la lógica formal, es decir, teniendo en cuenta la
forma lógica y centrándose en el criterio de validez3.
Es, entonces, a partir de la segunda definición de forma como Johnson arriba a la
definición citada previamente. Es decir, lo propio de la lógica informal sería la evaluación de
argumentos, pero dejando de lado los criterios proporcionados por la lógica formal. Pero esta
manera de entenderlo podría llevarnos a deducir algo que, según Johnson, sería incorrecto.
Esto es, que la lógica formal y la informal tienen el mismo objeto de estudio, pero abordado
de distinta manera. De hecho, según Johnson, la lógica formal no se ocupa de la
argumentación (entendida como instrumento de persuasión racional y no como eslabones de
una inferencia deductiva). Extendámonos un poco más sobre este punto. El autor sostiene que
una buena forma de explicar su posición es teniendo en cuenta el hecho de que puede haber
buenas razones tanto para aceptar como para rechazar cierta proposición. Y de hecho la
historia de la filosofía da buena cuenta de ello. Si no fuese de esta manera, ésta se habría
desarrollado en una sola dirección y, de hecho, no habría demasiado para agregar. La
posibilidad que tenemos de argumentar tanto a favor como en contra del idealismo, pero
también del realismo, es una prueba a favor de la posición de nuestro autor. Es en este sentido
que la aplicación de la lógica formal en la evaluación de argumentos falla, porque no puede
aceptar que un argumento pueda ser bueno y malo al mismo tiempo. La validez o no validez
de un argumento en la lógica deductiva no es graduada. Una proposición no es más o menos
válida y, menos aún, es verdadera en cierto contexto pero falsa en otro. Dicho de otro modo:
no puede haber buenas razones para aceptar a la vez a P y ¬P. Y es por esto que Johnson
sostiene que la lógica deductiva no se ocupa de argumentos. Tomemos un ejemplo: la
consideración de los enunciados metafísicos en la filosofía de la ciencia. En el manifiesto del
Círculo de Viena encontramos el siguiente argumento:
4
Y a la vez encontramos en Popper:
El hecho de que ciertos juicios de valor hayan influido en mis propuestas no
quiere decir que esté cometiendo el error de que he acusado a los
positivistas –el de intentar el asesinato de la metafísica por medio de
nombres infamantes–. Ni siquiera llego a afirmar que la metafísica carezca
de valor para la ciencia empírica. Pues no puede negarse que, así como ha
habido ideas metafísicas que han puesto una barrera al avance de la
ciencia, han existido otras –tal el atomismo especulativo– que la han
ayudado. (p. 38)
Es decir, podemos encontrar en filosofía de las ciencias argumentos que sostienen que se
debe erradicar a la metafísica por no proporcionar teoría ni conocimiento y, a la vez,
argumentos que defienden a la metafísica (o al menos parte de ella) por ayudar en el avance
de las ciencias. Esto no quiere decir que los argumentos sean inválidos, paradójicos o
equívocos. Son buenas razones que nos permiten aceptar P y ¬P a la vez.
Ahora bien, ¿de qué se ocupa la lógica formal según Johnson? Ésta se ocuparía de estudiar
la relación entre proposiciones: «se ocupa de clarificar relaciones tales como la verdad
lógica, la consistencia lógica y la equivalencia lógica» y esto es posible en virtud de la
noción de forma lógica tal y como lo definimos con anterioridad. Es decir, el hecho de que no
se ocupe de los argumentos como instrumentos de persuasión racional, no implica que no se
ocupe de los argumentos en sentido alguno. Se debe recordar que aquí se está considerando a
los argumentos como una práctica y, en este sentido, funcionan como herramientas más o
menos efectivas para persuadir a cierta audiencia. En este contexto se entiende por qué el
estudio de falacias, por ejemplo, es tan trabajado en tanto parte del dominio de la lógica
informal4. Así, podemos decir que ésta es justamente no-formal porque su estudio «no se basa
ni en la noción de forma lógica ni toma a la validez como normativa» 5, sino que se erige a
partir de tomar a la argumentación como una práctica discursiva. Es en este sentido que
pensamos que la definición del objeto de estudio de la lógica formal proporcionada por
Johnson no entra en contradicción con la aportada por Falguera López y Martínez Vidal: en
uno y otro escrito se considera a la argumentación desde distintos puntos de vista. Para éstos
últimos el estudio de los argumentos es el objeto de la lógica formal pero porque los definen
como, citamos nuevamente, «un conjunto de proposiciones tales que una de ellas, llamada
conclusión, se sigue de las otras, llamadas éstas premisas». Johnson por su parte, define a los
4
Sobre todo teniendo en cuenta la definición de las mismas proporcionada por Comesaña: «una falacia es una
maniobra verbal destinada a conseguir que alguien acepte una afirmación u obedezca una orden por motivos
que no son buenas razones» (p. 47).
5
Johnson, p. 272.
5
argumentos desde una visión más bien pragmática con un fin claro: la persuasión. Si uno
quisiera objetar una u otra visión debería recurrir más bien a una petición de principios y pedir
buenas razones para aceptar una u otra posición6.
Una última pregunta puede formularse con respecto a la lógica formal y la lógica informal:
¿qué tipo de relación puede establecerse entre una y otra? Johnson responde que se trata de
una relación complementaria. No deja del todo claro los motivos por los cuales sostiene su
posición, pero sí afirma que necesitamos tanto a una como a la otra. Para justificar tal
respuesta podríamos recurrir a Comesaña. Según este autor «parece indudable que un
conocimiento mínimo de la lógica formal es una herramienta muy valiosa (quizás
indispensable) en el análisis de razonamientos en contextos no formales. […] Esto no
significa que esas nociones tengan una aplicación directa en esos contextos. […] Creemos
que hay cosas interesantes que decir acerca de la argumentación “real” que no son –no
pueden ser– tratadas por la lógica formal»7. Es decir, el estudio de la lógica formal puede
darnos algunas herramientas útiles para el estudio de ciertos campos de la lógica informal,
pero no quiere decir que podamos reducir los argumentos diarios a una formalización.
La oposición lógica formal – lógica informal resulta, entonces, un falso problema y no
podemos prescindir de una ni de la otra.
6
Que, a fin de cuentas, es algo que tomaría Johnson como muestra positiva para su postura.
7
Comesaña, p. 19.
6
Conclusión
Sabemos que las definiciones que pueden proporcionarse a la disciplina que tratamos
pueden ser varias e incluso se puede alegar que la lógica informal no existe. No creemos que
podamos dar una respuesta satisfactoria a posibles objeciones relacionadas con ello, pero sí
que la propuesta de Johnson es interesante para tenerla en cuenta como posible definición. El
hecho de que vea a la argumentación como una herramienta de persuasión y no como
eslabones de una inferencia deductiva, permite una profundización en un campo que aún no
ha sido definido con rigurosidad.
Por otro lado, creemos que la enseñanza de la lógica informal entendida tal y como lo
propone este autor puede llegar a resultar verdaderamente útil. Saber cómo argumentar en
filosofía, por nombrar solamente el campo que nos atañe, puede llegar a resultar sumamente
ventajoso.
7
Bibliografía