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Alejandro Diez
PUCP-CEPES
1 Arpasi, Paulina: Desarrollo comunal en la era global. Derecho Indígena en el siglo XXI. Lima:
Congreso de la República, 2005.
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3 Glave, Luis Miguel: Vida, símbolos y batallas: Creación y recreación de la comunidad indígena.
Cusco, siglos XVI-XX. Lima: FCE, 1992.
4 Diez Hurtado, Alejandro: Comunidades mestizas: Tierra, elecciones y rituales en la sierra de
Pacaipampa (Piura). Lima: CIPCA/PUCP, 1999.
5 Flores Galindo, Alberto, editor: Comunidades campesinas: Cambios y permanencias. Lima-Chi-
clayo: Concytec/CES Solidaridad, 1987.
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6 Los términos campesino y colectividad rural están siendo muy cuestionados teóricamente desde
hace un par de décadas, en el fragor de los debates sobre la posmodernidad, y en particular
por las críticas deconstructivistas. Así, se encuentra en la literatura especializada referencias a
comunidades transnacionales (Kearney), culturas híbridas (García Canclini), lógicas mestizas o
interconexiones (Ampselle), o no-lugares (Augé), que no desarrollaremos aquí, todas las cuales
ponen en duda la existencia de un espacio local aislado.
7 Existen al menos cuatro acepciones del término “comunidad”: 1) la comunidad formal,
constituida de acuerdo con la ley; 2) la comunidad como parte de un pueblo indígena; 3)
la comunidad como conglomerado de pequeños propietarios; y, 4) la comunidad como
sinónimo de pueblo.
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ción—; d) otras comunidades vecinas que interactúan entre sí; y, e) un Estado que
las reconozca y les otorgue legitimidad y que regule algunas normas y funciones.
Es de destacar el hecho de que las comunidades no se hallan aisladas sino que
forman parte de un contexto mayor, local y regional, que las envuelve y del que
forman parte.
Estas similitudes generales entre los grupos que legal, sociológica y común-
mente llamamos comunidades campesinas ocultan una sorprendente diversidad
a lo largo del territorio nacional, y existen, de región a región y de comunidad
a comunidad, una serie de diferencias por razones históricas, por extensión
geográfica, población, región en la que se insertan, identificación indígena, tipo
de organización, conservación de rituales tradicionales, integración al mercado,
tipo de recursos y tierras que controlan, y otras.8
Por ello, aunque seguiremos refiriéndonos a las comunidades de manera
genérica, queremos señalar que, sobre el terreno, es necesario hablar de casos
caracterizados por lo menos regionalmente. Así, por ejemplo, en el Cusco encon-
tramos comunidades herederas de los ayllus y las haciendas, la mayoría quechua-
hablantes, en tensión permanente entre modernidad y tradición; en Ayacucho,
comunidades pobres que integran comités de autodefensa y en situación de pos-
guerra; en Cajamarca, comunidades/caseríos sostenidos por las rondas en espacios
con débil tradición colectiva; en Huancayo, comunidades emprendedoras, con
altos porcentajes de población emigrada, que comparten el espacio político con
los distritos; en Piura, macrocomunidades costeñas asediadas por la urbanización
y la tentación constante hacia la parcelación; en la costa de Lima, comunidades
de no agricultores, que especulan con terrenos eriazos de playas; en Puno, co-
munidades-parcialidades de pequeños propietarios, agricultores y ganaderos.
9 Se entiende aquí por “apropiación” el conjunto de prácticas, reglas y normas que ordenan el
uso y aprovechamiento de un terreno por sus ocupantes: la forma como lo hacen producir,
lo usufructúan o simplemente consideran “suyo” un territorio (véase Godelier, Maurice: Lo
ideal y lo material: Pensamiento, economías, sociedades. Madrid: Taurus, 1990).
10 Diez, Alejandro: “Interculturalidad y comunidades: Propiedad colectiva y propiedad indivi-
dual”, en Debate Agrario n.º 36, pp. 71-88. Lima: CEPES, 2003.
11 Mayer, Enrique y Manuel Glave: La chacra de papa: Economía y ecología. Lima: CEPES, 1992.
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no comuneros, lo que plantea una serie de problemas entre las diversas cate-
gorías de ocupantes de los terrenos y aquellos emigrantes que, sin residir en
la comunidad, consideran tener también derechos. Aunque existen mecanis-
mos regulares para la elección de dirigencias, en muchos casos les impugnan
o cuestionan sus resultados, deslegitimando a las dirigencias en funciones;
además, rara vez se inscriben las listas ganadoras en Registros Públicos, con
lo que su representación legal puede ser cuestionada fuera de la propia co-
munidad. Hay también una serie de debilidades relativas a la capacidad de
los propios dirigentes, que cuentan con un escaso nivel educativo pero sobre
todo carecen de conocimientos en instrumentos modernos de gestión que se
hacen cada vez más necesarios. La escasa legitimidad de las dirigencias, su-
mada a los intereses diversos de las familias que las componen, incide en el
ausentismo en elecciones comunales, en asambleas y en faenas colectivas, lo
que reduce sensiblemente la capacidad de acción de las comunidades. Como
suma de estos factores, las dirigencias tienen dificultades para armonizar los
intereses de sus diversos componentes: familias, facciones y colectivo se
mantienen en tensión permanente. La comunidad en su conjunto se muestra
incapaz de resolver sus conflictos internos y de potenciar los intereses por
mayor bienestar de sus miembros.
En tercer término, la capacidad de la comunidad para representar a sus
miembros hacia el “exterior” se ha visto seriamente disminuida tanto por la mul-
tiplicación de organizaciones al interior como, y sobre todo, por la apuesta del
Estado (y también de otros organismos privados de desarrollo) por el Municipio
como instancia de articulación del espacio local —particularmente en el actual
proceso de descentralización—. Comunidades y municipios se articulan a redes
diferentes, y las comunales son las más débiles. Esta articulación diferenciada,
no integrada, parte de una separación de atribuciones de la comunidad y del
Municipio: para la primera, el campo y el mundo agrario y rural; para la segun-
da, el mundo urbano, los servicios públicos y el progreso. Así, la competencia
histórica entre el Municipio y la comunidad —instaurada con el reconocimiento
de las comunidades y vigente hasta finales del siglo XX— parece inclinarse
definitivamente hacia el Municipio.
A partir de estos tres grupos de dificultades se puede afirmar que, en
general, la comunidad campesina, si bien conserva y efectivamente desarrolla
algunas de sus funciones históricamente construidas, tiene serias dificultades de
adaptación a los cambios del nuevo siglo y a los retos que imponen las nuevas
ruralidades, las tendencias del desarrollo agrario y territorial y las nuevas con-
diciones en las que tienen que desenvolverse los espacios locales en el actual
mundo globalizado.
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señalados. Finalmente, habría que anotar que aun en el caso que se decidiera
mantener las dirigencias comunales tal y como existen actualmente, estas necesitan
con urgencia capacitación en gestión, que debería abordarse con seriedad —es
decir, más allá de las campañas de difusión y explicación de las leyes—, orientán-
dose a transferir capacidades y competencias técnicas (en gestión, administración
y desarrollo) a los dirigentes de las comunidades.
los próximos años. Así, los derechos de los pueblos indígenas están aún en
construcción. Ello supondrá un proceso en el cual existe gran probabilidad y
peligro de sobreposición de competencias entre los derechos de los pueblos
indígenas y los derechos colectivos de las comunidades.
Al respecto, cabe señalar que la construcción de los derechos de los pueblos
indígenas estará sin duda vinculada a los derechos comunales de propiedad
de la tierra, pero tales derechos irán cierta y forzosamente más allá que ellos.
Los derechos de pueblos indígenas suponen poblaciones cuya extensión —y
ubicación— trasciende seguramente la limitada propiedad de las comunidades
campesinas e involucrará a individuos que viven dentro y fuera de las comu-
nidades, de origen comunal y no comunal, y con residencia tanto en ciudades
como en espacios rurales, e incluso en el extranjero.
Tres consideraciones generales deberían tomarse en cuenta en el desarrollo
de los nuevos derechos. Primero, las leyes sobre pueblos indígenas u originarios
deberían tender a reducir y eliminar la diferenciación excluyente entre peruanos
(lo que supone una serie de arreglos en lo referente a salud, educación y al me-
nos uso de las lenguas originarias en los ámbitos de residencia de los pueblos).
En segundo lugar, deberían involucrar la salvaguarda de derechos colectivos,
no a la propiedad de la tierra sino a consideraciones históricas, identitarias y
culturales referidas a territorios más amplios que las propiedades colectivas: el
ámbito de un pueblo indígena es un territorio y no una propiedad. En tercer
lugar, deberían suponer una serie de derechos sobre conocimientos, saberes,
usos y patentes, que van más allá del ámbito reducido de una comunidad y
que suponen pertenencias y derechos amplios aplicados a pueblos residentes
en sus lugares de origen, sus emigrados y a los descendientes de estos en otros
o los mismos espacios.