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La libertad

imposible.
Apuntes sobre cuestiones de Género.

Cultura y Sociedad. Una mirada sobre el género.


UNNOBA
Profesora: Laura Graciela Rodríguez
Alumno: Paulo César Bársena

Presentación.
No se puede hablar de temas relacionados con problemáticas de género sin atender la
precisión con la que se han construido teorías y prácticas que han sostenido la estructura
de dominación masculina a través del tiempo. Procesos que atendieron, paralelamente,
la construcción histórica de la diferenciación sexual y la alteridad de lo racial como
edificación de hegemonía. Si el determinismo biológico mantuvo en el centro de la
escena al hombre blanco occidental, cuyo accionar marcaba el ritmo del progreso
humano afianzando un eurocentrismo rutilante; a su interior, y en los márgenes, se
encuentran las mujeres occidentales desprovistas de derechos civiles y políticos hasta
bien entrado el siglo XX; y en su periferia, el conjunto de razas o grupos humanos
fenotípicamente diferenciables del modelo ubicado en el centro. Por todo ello, la cultura
se diferenciaba de lo biológico, en tanto que la primera era patrimonio exclusivo del
hombre blanco y lo segundo delimita instancias consideradas como innatas y causa,
como señala Claudia Briones (1998: 26), “eficiente de la (in)capacidad cultural de
ciertos contingentes humanos para integrarse en el seno de naciones imaginadas como
arenas regidas por una igualdad de oportunidades “redentora” de las diferencias
(culturales) de otros contingentes”. Si la cultura pertenece a la civilización, lo que
pulula a sus afueras representa lo no deseado, una otredad estigmatizada que violentaba
las estructuras de valores propios. La antropometría marco el itinerario de las ciencias a
finales del siglo XIX y gozo de gran prestigio en las nacientes ciencias humanas (Gould
2005: 131). Desde su aparatología se fundamentaba con “rigor científico” la
inferioridad de las mujeres, en tanto que su cerebro era más pequeño, y por lo tanto más
próximo al de los primates que al de los varones. La misma suerte corrió la raza negra y
los contingentes humanos ubicados en los márgenes de las grandes urbes ya que su
fenotipo coincidía con el de delincuente.
La teoría biologicista sobre el progreso humano provoco la emergencia de una nueva
concepción de cultura en tanto que ésta se entendía como oposición a la biología (Kuper
2001: 30). La escuela boasiana sostenía en lo fundamental que era la cultura la que nos
hacía como somos, no la biología (Ibíd.: 32). Quedaban desacreditadas, de esta manera,
todos los intentos de encumbrar teorías que reposaban sobre la diferenciación racial o de

2
género1. Sin embargo, cuánto más pesa el concepto de cultura como cualidad innata e
instancia diferenciadora entre razas y sexos en el uso popular que en los claustros
académicos. Esta “tozuda confusión - como anota Kuper (2001:32)- persiste”
garantizando la impermeabilidad y fortaleza de las estructuras de dominación, y
aquellos intentos de apertura, o como indica Nancy Fraser (2000: 142-143) de
“soluciones afirmativas”2, no son mas que gestos superficiales que no dañan, siquiera, la
dura malla que ajusta todas las relaciones de poder.

1
Al respecto es esclarecedor, a pesar de ciertas negligencias teóricas a su interior, el texto de Margeret
Mead [1950] (1994) “La tipificación del temperamento sexual” en el cual analiza las tribus de los
Arapesh y los Mundugumor y sostiene, “Estamos obligados a deducir que la naturaleza humana es
maleable de una manera casi increíble, y responde con exactitud y de forma igualmente contrastante a
condiciones culturales distintas y opuestas. Las diferencias que existen entre los miembros de diferentes
culturas, así como las que se dan entre individuos de una misma cultura, pueden apoyarse casi
enteramente en las diferencias de condicionamientos, especialmente durante la primera infancia, y la
forma de ese condicionamiento se halla determinada culturalmente. Las diferencias tipificadas de la
personalidad, que se dan entre los sexos, son de este orden, consisten en creaciones culturales,
educándose a los hombres y mujeres de cada generación para adaptarse a ellas. Persiste, sin embargo, el
problema del origen de estas diferencias, socialmente estandarizadas”. En “Sexo y temperamento”.
Buenos Aires. Altaya. Similar es la conclusión a la que llega David D. Gilmore (1994) luego de estudiar
el caso de los Tahití y los Semai en el capitulo IX de su obra “Hacerse hombre. Concepciones culturales
de la masculinidad”, subrayando, “Lo que si se puede ver es que en estas dos culturas (y en otras como
ellas) hay muy poca o ninguna presión social para `actuar como un hombre` y que los varones no sienten
ninguna necesidad `innata` de actuar virilmente. Esto respalda firmemente la noción feminista de que las
normas respecto a los sexos son más adquiridas que innatas”.
2
La autora distingue entre “soluciones afirmativas” y “soluciones transformadoras” para abordar el
dilema de redistribución-reconocimiento hacia comunidades señaladas como “bivalentes” debido a que
sufren, de manera yuxtapuesta, injusticias de orden redistributivo y de reconocimiento (raza, género,
sexualidades despreciadas). Las “soluciones afirmativas” se afanan en corregir los efectos de injusticia
del orden social sin alterar el sistema que los genera (Estado del bienestar-multiculturalismo); por el
contrario, las “soluciones transformadoras” remiten a una instancia superadora de las injusticias
reestructurando profundamente el sistema que las genera (Socialismo-deconstrucción). En Nancy Fraser
(2000) “¿De la distribución al reconocimiento? Dilemas de la justicia en la era postsocialista”. New Left
Review. Madrid, Akal. P. 143.

3
Introducción.
Atendiendo los argumentos que Pierre Bourdieu sostiene en el capitulo 3 de su obra “La
dominación masculina”, una historia de las mujeres que no de cuenta de las constantes y
permanencias de las estructuras que sostienen y reproducen como un hecho natural
inmutable los patrones de la dominación masculina, no cumpliría con la tarea de
“reconstruir la historia del trabajo histórico de deshistorización”. Se trata, en definitiva,
de derribar los presupuestos que dotaron a una construcción histórica de un
esencialismo natural. Presentar a las mujeres como sujetos dignos de la historia3
significa, de esta manera, hacer visible toda una serie de discursos y prácticas que
reposaban sobre presupuestos que confinaban a las mujeres a la contracara del escenario
donde el hombre desarrollaba su pulsión vital; seria, pues, el ámbito doméstico y la
maternidad virtuosa el anticlímax de la vida pública dominada por los varones, únicos
detentadores del universalismo individual. El texto que se desarrolla a continuación
pretende observar y analizar algunos tópicos que circularon en el debate de las distintas
tendencias que tuvo el feminismo argentino a principios del siglo XX. Constantes como
la reclusión en el hogar, la maternidad, el trabajo asalariado femenino, la educación de
las mujeres y la lucha por el ingreso pleno a la ciudadanía circularon y avivaron
tensiones dentro de un feminismo que no se presentaba homogéneo sino, y muy por el
contrario, tan heterogéneo como compleja y conflictiva su composición.

3
Gil Lozano, Pita e Ini (2000) sostienen la necesidad de cuestionar los supuestos que colocaron a las
mujeres en una posición marginal en el relato historiográfico que las rescataba del olvido sólo cuando
formaban parte de un elenco de “reinas, santas, heroínas y malvadas” que no hacía más que condenar al
olvido al resto del colectivo mujeres. Por todo lo cual las mujeres formaban parte de un “tiempo
ahistórico marcado por los ritmos biológicos más allá de la cultura y de la esfera de las acciones
humanas”. A partir de allí se hace imprescindible una revisión atenta del relato historiográfico canónico
para focalizar el análisis en la construcción histórica de las estructuras garantes de la opresión de género.
Es a partir del rechazo del modelo androcentrico donde tendría lugar la renovación del corpus teórico de
la disciplina histórica. En la “Introducción” de su Historia de las mujeres en la Argentina. Colonia y siglo
XIX. Buenos Aires, Taurus. Por su parte, Débora D`Antonio (2000: 248-249), utiliza el concepto
invisibilidad para explicar la ausencia femenina en relatos masculinizados sobre movilizaciones obreras.
El trabajo de hacer visibles procesos históricos que involucraron a mujeres necesariamente echaría luz a
prácticas y discursos reproductores de la desigualdad de género que operan en una dimensión de sentido
común. En su trabajo “Representación de género en la huelga de la construcción. Buenos Aires, 1935-
1936”, en Gil Lozano, Fernanda; Pita, Valeria e Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la
Argentina. Siglo XX. Buenos Aires, Taurus, pp. 245-265.

4
“Históricamente, la diferencia sexual, considerada como un hecho natural, a servido para
legitimar la exclusión de las mujeres, primero de la ciudadanía y después de la participación
política activa. Ha sido la base sobre la que se a sustentado la división sexual del trabajo que,
al menos en el ámbito de lo ideal e imaginario, asocia a los hombres con lo político y a las
mujeres con lo domestico y lo social. En otras palabras, para las mujeres, la diferencia de su
sexo ha sido la razón por la que no han disfrutado de los derechos universales del hombre”.
Joan Scott “La querelle de las mujeres a finales del siglo XX”

Hogar, maternidad y política.


La Revolución Francesa como proceso de convulsión política y social introdujo la
posibilidad de obliterar los patrones de dominio ejercidos por los hombres sobre las
mujeres. Para ese ligero sentimiento de liberación femenina el Código Civil Francés de
1804 represento un duro muro de contención, un dique casi infranqueable a lo largo de
los dos siglos que lo sucedieron (Sineau 2000: 509-511). El llamado Código
Napoleónico de 1804 se expandió rápidamente por toda Europa gozando de un amplio
consenso. Su impacto sobre el sexo femenino en términos de desigualdad y
sometimiento fue demoledor y la fuerza de ese impulso se hizo sentir en el Río de la
Plata. El Código Civil argentino de 1869 elaborado por un grupo de juristas con
Dalmacio Vélez Sarsfield a la cabeza acentuó la desigualdad femenina presente en aquel
código del cual era tributario (Barrancos 2000: 112). La idea de individuo universal fue
equiparada a la de marido-ciudadano colocando a la mujer casada en un estado de
minoridad respecto de su cónyuge4. A partir de allí el hogar se transformo en el ámbito
natural de la mujer. Representaba, de alguna manera, un anticlímax del espacio público
dominado por los hombres. Al estar dotado el marido-ciudadano de una coraza de
derechos que lo erigían abrumadoramente sobre la anemia jurídica de las casadas, las
situaciones de maltrato y abuso fueron moneda corriente. Claramente el confinamiento
de la mujer al reducto domestico –donde la norma se asimilaba con el “habitus”-reducía
su experiencia vital a los límites del hogar-cárcel5. La supuesta impericia de la mujer
4
Las mujeres no podían ser sujetos de contratos, decidir sobre los trabajos y las profesiones, administrar
los bienes propios y disponer de ellos sin la licencia del marido convertido en administrador legítimo de
todos los bienes del matrimonio. A pesar de ello, el inciso 2 del artículo 1277, posibilitaba que la casada
disponga de la administración de algún bien raíz suyo, anterior a aquel o adquirido posteriormente.
Barrancos advierte sobre los límites que en la práctica podía encontrar aquella norma jurídica. Barrancos,
Dora (2000) “Inferioridad jurídica y encierro doméstico”, p. 113, en Gil Lozano, Fernanda; Pita, Valeria e
Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la Argentina. Colonia y siglo XIX. Buenos Aires, Taurus.
5
Una experiencia dramática la ofrece el caso del doctor Carlos Durand y su esposa Amalia Pelliza
Pueyrredón descrito por Dora Barrancos “Es en todo caso de lo recalcitrante o más agudo de donde

5
fuera del ámbito doméstico, era avalada por una batería de conceptos biologicistas
destinados a ratificar la perseverancia de la dominación masculina en donde la
naturaleza “ordeno” los patrones de diferenciación entre los sexos6. El contexto
discursivo y práctico en el cual se resalta al hogar como dominio de lo femenino se
entroncaba con la elevación del ideal de la maternidad en detrimento del nuevo
fenómeno que causo fuerte impacto en la sociedad argentina del entresiglo, el trabajo
asalariado femenino (Lobato 2000: 99-105).
El trabajo asalariado se convirtió en el epicentro de la cuestión feminista a principios
del siglo XX. Los trabajos se estructuraban de acuerdo a una división sexual-social de
tareas. El trabajo al interior de las unidades domésticas “quedo invisibilizado entre la
naturaleza y el amor de las mujeres”. El trabajo urbano a domicilio, por el contrario, se
mantuvo ya que presentaba la posibilidad de compatibilizar trabajo doméstico y trabajo
asalariado (Nari 2000: 201). Muchos observadores de la época no dudaron en relacionar
el auge del trabajo femenino con la modernidad de una Buenos Aires dinámica y
compleja. Los cambios en la oferta y la demanda y la estandarización de la producción
hacían de las mujeres atractivos trabajadores en tanto que su salario era notablemente
inferior al de los obreros varones. El beneficio empresarial por la baja de costos se
conjugaba con una actividad que presentaba a las mujeres como altamente productivas.
Esta realidad no demoro críticas al interior del mundo obrero masculino, que vio en la
mujer asalariada una competencia peligrosa. Además, el salario femenino era aún más
bajo si las obreras empleadas eran menores y los industriales no dudaron en encarar ese
atractivo beneficio (Rocchi 2000:228-230)7.
Notablemente, el surgimiento de una nueva imagen de madre virtuosa era incompatible
con el trabajo en fábricas o talleres. La dicotomía entre virtuosismo maternal y mujer
obrera fue ampliamente debatida en publicaciones de la época. Los discursos
enfatizaban en la potencialidad degenerativa de mujeres que descuidaban su hogar para

emergen los repertorios comparativos capaces de aumentar la competencia analítica”. Op. Cit. pp. 115.
6
Como señala Stephen Jay Gould (2005: 131-132) en su texto “El cerebro de las mujeres”, la
antropometría o medicina del cuerpo humano dominó las ciencias humanas y gozo de respeto durante
buena parte del siglo XIX, uno de sus mayores referentes fue Paul Broca quien guiado por estudios
basados en la craneometría argumentaba que las mujeres poseían cerebros más pequeños que los de los
hombres, ergo, “no podían ser sus iguales en cuanto a la inteligencia”. En “El pulgar del panda.
Reflexiones sobre historia natural”. Barcelona. Crítica. Pp.132-136.
7
En un informe elaborado en 1907 por la Unión Industrial para el Ministerio de Agricultura, el salario de
los obreros casi duplicaba al de las obreras en las fábricas de sombreros y alpargatas, mientras que en los
rubros caramelos, chocolates y galletitas lo triplicaba. Rocchi, Fernando (2000) “Concentración de
capital, concentración de mujeres. Industria y trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930”, p. 228, en
Gil Lozano, Fernanda; Pita, Valeria e Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la Argentina.
Colonia y siglo XIX. Buenos Aires, Taurus.

6
ofrecer su fuerza de trabajo en un ámbito que, no pocas veces, era confundido con la
marginalidad del vicio y la prostitución (Nari 2000: 200-201; Lobato 2000: 99-100).
Hogar y maternidad estaban unidos por el nudo común de la educación. A su vez la
educación se anclaba al conflictivo tema del trabajo femenino. La educación racional,
para las feministas, cumpliría la difícil misión de barrer los prejuicios y asestar un golpe
mortal a la diferenciación sexual. Los feminismos de principios de siglo no edificaron
una idea de educación para la maternidad unívoca. Claramente la erupción de dos
concepciones de maternidad contrapuestos dominaron el debate. La educación debía
fomentar en las mujeres un espíritu maternal encolumnado como garantía del orden;
mientras que desde posiciones más radicales, la maternidad debía convertirse en motor
de la revolución. En el primero la función capital de la maternidad se relacionaba con la
grandeza de la patria, en tanto las abnegadas madres desde el hogar debían gestar y
formar los ciudadanos de una nueva nación-potencia. En el segundo se hacía evidente la
necesidad de reivindicar la maternidad como una forma de posicionarse políticamente
ante el mundo, si bien se reconocía también la construcción de los hombres del mañana
desde el hogar, se cambiaba el ángulo ideológico, serían los hijos aquellos hombres del
futuro destinados a realizar las utopías del presente (Nari 2000: 199-207). A pesar de las
diferencias descriptas, cada feminismo no dudaba en reconocer a la maternidad como
símbolo de lo femenino y debía ser recompensada por el Estado y la comunidad (Nari
2000: 209). Inclusive, la ausencia de aquella recompensa marco el ritmo de las agendas
políticas feministas en las primeras décadas del siglo XX.
A partir de los recortes de los derechos civiles y políticos la ciudadanía quedo vedada a
las mujeres. Recluidas en el hogar y modeladas a partir de una idea de maternidad
“prudente y esclarecida”, muchas mujeres comenzaron a buscar explicaciones a sus
desventajas frente al otro sexo. Ante la visibilidad grosera de la opresión de género se
fueron creando lazos de solidaridad que estimularon la organización de algunas
mujeres, de manera independiente o dentro de otras estructuras (Nari 2000: 202).
Los feminismos argentinos de principios de siglo se diferenciaron, en lo fundamental,
en la forma en que interpelaban al Estado. A partir de allí se activaron una cadena de
tensiones que evidencio la complejidad en la construcción de representaciones al
interior del feminismo argentino que distaba de ser un bloque homogéneo. La principal
de ellas giró en torno a la cuestión del sufragio femenino. [Agregar cita Sineau]
El feminismo o, mejor dicho, las diferentes tendencias del feminismo que armonizaron
en torno a la creación del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina en el

7
año 1900, estuvo ligada al influjo del feminismo internacional nucleado alrededor de los
dos Primeros Congresos del Consejo Internacional de Mujeres en los años 1893 y 1899
destinados a reunir a la mayor cantidad de asociaciones femeninas del orbe bajo la
estructura de una federación de Consejos Nacionales autónomos (Vasallo, 2000. p. 181-
182)8. A pesar del primer conflicto al interior del Consejo desatado en torno al rol de
las mujeres en los festejos del centenario que marcaba la complejidad de su
composición, primo en su estructura la idea de un “feminismo de la diferencia” (Vasallo
2000: 189) en donde los roles sociales de hombres y mujeres se complementaban y no
se excluían. A su vez, algunas de sus integrantes desvinculaban la prédica y el accionar
del Consejo de Mujeres con los movimientos sufragistas y “emancipistas” alrededor de
los cuales se engendraban ideas radicales juzgadas como exageradas y erróneas. Por lo
tanto el feminismo del Consejo no agredía el equilibrio de las estructuras de poder,
donde el Estado no era identificado como el garante de aquel equilibrio, por ende, el
garante de la desigualdad entre los sexos. Se trataba de un feminismo ligeramente
moderado (Vasallo 2000: 188-192). Por el contrario, las posiciones más inclinadas a
denunciar las estructuras de la desigualdad entre hombres y mujeres, reaccionaban con
indignación ante la cerrazón establecida por el sistema político argentino teniendo en
cuenta que, paulatinamente, mujeres de otras latitudes fueron accediendo al voto desde
1918 en adelante (Nari 2000: 203-204) . Dentro de estas posturas de corte netamente
reivindicativo se distinguían dos tendencias. Aquella que focalizaba su accionar en una

8
Si bien el Consejo represento unas de las primeras organizaciones feministas de peso en la Argentina, la
actividad feminista se expandió en la segunda década del siglo XX. Más precisamente es el año 1918 en
el cual hacen su aparición tres entidades feministas de renombre. La Dra. Elvira Rawson fundo la
Asociación Pro Derechos de la Mujer, en cuya finalidad se reconocía la igualdad civil entre hombres y
mujeres. La Asociación contó con objetivos y estrategias moderadas permitiéndole la adhesión de la
Asociación de Mujeres Universitarias Argentinas, que tomo como modelo la organización del Consejo
Nacional de Mujeres que también prestaría apoyo a la organización de la Dra. Rawson, y de la UCR. La
Dra. Alicia Moreau organizo la Unión feminista Nacional que contó con una publicación llamada Nuestra
Causa. De tradición socialista y sufragista, tuvo como finalidad obtener los derechos políticos para las
mujeres y la reforma del Código Civil. Debido a la intensa labor nacional e internacional desplegada por
la UFN posibilito su ingreso a la Women`s Suffrage Associetion. Por último, la Dra. Julieta Lanteri fundo
el Partido Feminista Nacional, en cuanto a sus características fue la más radical en ideas y formas de
acción. Nari, Marcela (2000) “Maternidad, política y feminismo”, en Gil Lozano, Fernanda; Pita, Valeria
e Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la Argentina. Siglo XX, p. 198.

8
interpelación directa al Estado, reclamando leyes, reconocimiento y protección a las
mujeres contempladas como sujetos dignos de derecho; y otra que rechaza al Estado por
entenderlo como el epicentro de todas las opresiones (Nari 2000: 204). Esta última, sin
duda la más radical, estuvo representada por las mujeres anarquistas que rechazaban,
conjuntamente al Estado y al mismo rótulo de “feministas” por ligarlo a prácticas e
ideas reformistas, identificadas con un feminismo burgués o socialista.
La batalla por el sufragio femenino fue sostenida a pesar de los obstáculos que se le
imponían. Cuando en materia de derechos civiles la legislación, muy lentamente, daba
pasos hacia delante en la segunda década del siglo XX, los derechos políticos
evidenciaban un desfasaje notable. Tanto es así, que la puesta en debate del sufragio
femenino introdujo nuevamente la cuestión del voto calificado, una noción
notoriamente retardataria si se tiene en cuenta que en 1912 la “Ley Sáenz Peña”
estableció el voto universal masculino. Hacia 1932 se había acumulado una cadena de
demandas en torno al sufragio de las mujeres, provocando la formación de una comisión
interparlamentaria con la misión de unificar aquellas demandas. El proyecto quedo
trunco en la Comisión de presupuesto y negocios constitucionales debido a que, según
se alego, “debía estudiarse cuidadosamente el costo del empadronamiento femenino”
(Nari 2000: 212).
Sin duda la estructura de dominación no estaba preparada para asimilar una reforma que
peligrosamente podía lesionar el privilegio masculino de monopolizar la decisión
política. Alejandra Nari (2000: 216-219) no duda en subrayar los límites que los
feminismos nacionales encontraron al intento de “redefinir colectiva y sexualmente las
relaciones y prácticas maternales, el trabajo doméstico y la reproducción material y
emocional de las familias”, la relación madre-hijo –sostiene- no fue reformulada
sexualmente. Por lo tanto las mujeres no entraron al Estado en tanto madres sino en
tanto individuos. Ni la transformación del Estado moderno fue posible ni la
transformación de la sociedad “modificando radicalmente la maternidad y la política”.
Es probable que el feminismo argentino, que nunca fue hasta el advenimiento del
peronismo un movimiento de masas9, haya reposado más sobre cierto elitismo alejado
de la cotidianidad de muchas mujeres y operado políticamente con mayor identidad de

9
El peronismo fue un movimiento rechazado por la mayor parte del feminismo formado desde principios
de siglo XX. Posiblemente, en el discurso faccioso erigido por aquel movimiento y su clásica visión
dicotómica de la sociedad, el feminismo corrió la suerte de ser identificado con el elenco oligárquico.
Además, que el voto femenino se haya logrado por el accionar de Eva Duarte, interpretada como
reproductora de todas las desigualdades de género, sin duda para muchas feministas fue una victoria a
medias o una lisa y llana derrota.

9
clase que de género. Sin embargo, la incorporación del sufragio femenino mediante la
“Ley 13010” de 1947, sospechada como mera concesión del peronismo, posiblemente
no hubiese sido posible sin la acumulación de discursos y prácticas que, desde abajo,
fue nutriendo un feminismo tan diverso como activo.
Conclusión:
Luego de recorrer los diferentes tópicos debatidos por los feminismos argentinos de
principios de siglo XX, asalta un ligero sentimiento de escepticismo. Los logros del
feminismo si bien no magros, escuetos. Y su reivindicación mayor, el acceso a la
ciudadanía política, se dio en un contexto rechazado por la mayoría de los mismos. Si
volvemos a la práctica de una historia de las mujeres propuesta por Bourdieu
encontraremos que los textos estudiados sin duda cumplen con la difícil tarea de
reconstruir la historia del trabajo histórico de deshistorizar la estructura de dominación
masculina y, a su vez, se preocupan por no mostrar al feminismo como un conjunto
homogéneo y dotado de bienintencionadas posiciones políticas. Ayudan a comprender
en perspectiva histórica lo que señala Joan Scott (2000: 107) en su articulo “La querelle
de las mujeres a finales del siglo XX” al indicar que “el género no constituye una
comunidad” en tanto que las mujeres no revelan estar incluidas en “un conjunto de
intereses y necesidades comunes”, anota, “La reivindicación de paridad10 no remite a la
representación de un interés de las mujeres discernible; por el contrario, cabe esperar
que las mujeres expongan la misma variedad de puntos de vista políticos contrapuestos
que ahora sostienen los hombres”.

10
La reivindicación por la paridad hace referencia a la igualdad completa entre hombres y mujeres. El
movimiento “Les paritaires” se coloco en el centro de la escena política durante los noventa en Francia,
a partir de sus postulados tendientes a discutir el universalismo como representante únicamente del sexo
masculino, el carácter sexual del poder, la necesidad de igualdad política entre hombres y mujeres a partir
del reclamo de una representación del 50 % en los cuerpos legislativos y el absoluto rechazo al sistema de
cuotas. Además, no niega el carácter político complejo del colectivo mujeres. Ha sido interpelado desde
posiciones de izquierda y liberales. En Joan Scott (2002) “La querelle de las mujeres a finales del siglo
XX”, en New Left Review, Nº 3, Julio/Agosto, Akal. Pp. 97-116.

10
Bibliografía.
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antropológica de la diferencia. Buenos Aires. Ediciones del Sol. Primera y Segunda
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Crítica.
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3.
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XX”, Gil Lozano, Fernanda; Pita, Valeria e Ini, María G. (Dir.). Historia de las
mujeres en la Argentina. Siglo XX. Buenos Aires, Taurus.

11
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Industria y trabajo femenino en Buenos Aires. 1890-1930”. Gil Lozano, Fernanda;
Pita, Valeria e Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la Argentina. Siglo
XX. Buenos Aires, Taurus.
• VASALLO, Alejandra (2000) “Entre el conflicto y la negociación. Los feminismos
argentinos en los inicios del Consejo Nacional de Mujeres, 1900-1910”, en Gil
Lozano, Fernanda; Pita, Valeria e Ini, María G. (Dir.). Historia de las mujeres en la
Argentina. Siglo XX. Buenos Aires, Taurus.
• SCOTT, Joan (2000). “La querelle de las mujeres a finales de siglo XX”. New Left
Review. Madrid. Akal.

Índice:
Presentación……………………………………………………………………Pág. 2
Introducción……………………………………………………………………Pág. 4
Hogar, maternidad y política…………………………………………………..Pág. 5
Conclusión……………………………………………………………………..Pág. 10
Bibliografía…………………………………………………………………….Pág. 11

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