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Materia: Filosofía y Teoría política Grupo: 9003

José Rodrigo García Gutiérrez cta. 096399387

Trabajo final: Relación entre Ética y Política en el México


Contemporáneo.

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Índice.

Introducción………………………………………………………………..3

Relación dialéctica entre ética y política………………………………….3

El realismo político…………………………………………………………4

El buen gobierno……………………………………………………………5

El poder……………………………………………………………………...6

Los fines y los medios……………………………………………………….7

Ética y Política en la convivencia social……………………………………8

Conclusión………………………………………………………………….10

Bibliografía…………………………………………………………………11

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Introducción.

El hombre es un ser libre, con capacidad de autodeterminación, es decir, capaz de obrar


luego de una libre elección. Esta elección se lleva a cabo como resultado de un
conocimiento que define el carácter de una conducta, ya que está vinculado con una
conciencia moral que aprueba o desaprueba un determinado acto.

El hombre, por naturaleza tiene la capacidad de perfeccionarse y de superarse día a día,


por lo que tiende a alcanzar la plenitud. Para llegar a tan preciada meta como lo es la
plenitud, es necesario vivir en sociedad; el ser humano necesita de los demás para
construir un mundo o ambiente propicio en el cual alcanzar la plenitud, causa esencial
de la felicidad.

Relación dialéctica entre ética y política.

Muchos buscan una síntesis entre ética y política, sin negar que hay siempre una tensión
entre ambas, puesto que la política es un campo de acción que tiene una lógica propia
que hay que entender; supone sentido de la realidad, de las posibilidades y
oportunidades. Mientras que la ética se mueve en el plano del deber ser y del sentido.
Pero nada de lo que tiene que ver con la realización humana puede considerarse al
margen de la ética, ni ésta puede ser concebida como una torre de marfil ajena a la
realidad. La acción humana nunca es perfecta, lo que importa es iluminarla desde la
ética. La ética política se constituye en esa tensión práctica.

La ética como propuesta de vida buena o de sentido tiene dos funciones principales en
relación con la política (y a la vida). La primera es una función crítica, que
desenmascara o denuncia lo que es inhumano o deshumanizante en la vida personal, en
la sociedad y en la historia. Ciertas situaciones suscitan una indignación ética. La
segunda es una función utópica, que proyecta y propone un ideal de realizaciones
humanas, utopía, esperanza, sentido, que impulsa a buscar una sociedad mejor, a
experimentar y ensayar formas de vida nuevas.

Estas funciones de la ética suponen criterios morales. Emanuel Kant desarrolló dos que
no han sido superados. El primero es la universalidad, es decir, que la norma que
pensamos aplicar pueda valer para todos. Hay que preguntarse qué pasaría si todos

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actuaran del modo propuesto. Este es un criterio formal de validez. El segundo criterio,
el más importante, es que las personas son fines en sí, tienen dignidad (y no precio),
merecen respeto. Toda persona debe ser tratada como un fin en sí misma, y nunca sólo
como un medio. Este es el imperativo categórico o principio moral central. También es
el sentido de la historia, la utopía o ideal de sociedad, donde las personas sean tratadas
como lo más valioso. Estos criterios morales permiten un juicio ético sobre los sistemas
sociales y sobre los proyectos políticos, los que sólo pueden considerarse
humanizadores si toman al ser humano como sujeto, como persona moral.

Para algunos, la ética y la política son inconciliables, y hay que optar por la política o
por la ética. Otros en cambio, buscan una relación positiva entre ambas, ya que en
realidad, el sentido pleno de ambas es coincidente.

El realismo político.

El así llamado realismo político considera, para decirlo de manera muy simple, que si se
quiere actuar en política hay que dejar de lado los principios morales. En su forma
extrema, que se podría calificar de cínica, basada en Maquiavelo y Hobbes, se plantea
que el político, para serlo plenamente, tiene que desprenderse de “prejuicios” morales.
Esta concepción subraya la autonomía de la política, es decir, que ésta, como el arte o el
deporte, por ejemplo, tiene una consistencia, es decir, fines y reglas propias que no se
reducen a los de la moral. Pero lleva esta legítima autonomía al extremo, pues olvida
que la política es acción humana con intencionalidad y fines, y por lo tanto tiene una
dimensión ética. Su visión del ser humano está teñida de un cierto pesimismo, pues lo
considera fundamentalmente egoísta, que sólo busca su propio interés o está en guerra
con los otros, decía Hobbes. [1] No toma en cuenta las motivaciones altruistas que
también existen en las personas. No teniendo nada que hacer en la esfera pública, la
ética es confinada a lo privado.

1.- Leviatán o la materia, forma y poder de una República eclesiástica y civil. Thomas Hobbes,
Decimocuarta reimpresión, 2006. Fondo de Cultura Económica. Página 211.

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Otra forma de realismo político es la que se puede calificar de trágica, pues subraya el
desgarramiento del actor político que no deja de creer en la ética, pero tiene que
ensuciarse las manos para ser plena y eficazmente político. La ética implica una lucha,
un acto consciente y libre, renovado a lo largo de toda la vida. Pero no podemos
suponer por eso que la política, la sexualidad o los negocios son inevitablemente sucios.

La forma quizás más extendida del realismo político es la oposición que se plantea entre
ética de la responsabilidad, que tiene que tener en cuenta las consecuencias previsibles
de la acción, que sería la ética política, y una ética de la convicción que plantea la
responsabilidad que el político tiene de ser muy responsable, La ética es por definición
filosofía práctica: los principios no son válidos en abstracto, sino en la realidad. La
adhesión rígida a unos principios no es una actitud ética, sino más bien dogmática o
fundamentalista. No hay recetas en moral. La ética supone juicio, discernimiento,
prudencia, como decía Aristóteles. No se puede dejar de tener en cuenta las
consecuencias de la aplicación de los principios, ya que eso sería imprudencia, lo que no
es moral. El criterio ético de la acción política son, por lo tanto, las consecuencias, pero
no como sinónimo de eficacia o éxito a corto plazo, sino en relación con la justicia.

El buen gobierno.

La política no es simplemente la lucha por el poder, sino que lo fundamental es su


ejercicio, el buen gobierno. En la ciencia política se habla mucho hoy en día de la
gobernabilidad. Pero también en la ética hay aportes interesantes.

Cada actividad social tiende a alcanzar unos bienes internos que ninguna otra puede
proporcionar a la sociedad, que la distinguen de otras y le dan sentido y legitimidad
social. La valoración de estos fines propios o bienes internos lleva a buscar realizar cada
vez mejor esa actividad. La ética exige la mayor competencia, en el sentido de
preparación, responsabilidad o excelencia. El fin propio de la política es el buen
gobierno, o como también se dice, el bien común. Por eso el político debe estar bien
preparado, tener buenos programas de gobierno, saber administrar los recursos públicos
que pertenecen a todos, saber dialogar y buscar consensos y dar cuenta de su gestión a
la población.

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Si la gente desconfía de los políticos es muchas veces porque ve que sólo buscan su
beneficio personal o el de su grupo, que no tienen propuestas serias o planes de
gobierno, sino que improvisan, que no saben lograr consensos sino que imponen sus
puntos de vista.

El poder.

El poder es la esencia de la política. No puede ser visto como algo malo o sucio, como
frecuentemente se piensa. Sin poder no podríamos llevar a cabo nuestras metas, el poder
permite realizar cosas, conseguir logros, pero el poder no es un fin en sí mismo, sino
que su sentido ético es la búsqueda del bien común. Eso es lo que le da legitimidad.

Una concepción corriente del poder es verlo como fuerza, como capacidad de imponer
la propia voluntad, es decir, se confunde el poder con la coerción, con la violencia.

La violencia produce miedo, impide actuar concertadamente, destruye o manipula las


organizaciones sociales y políticas, convierte a las personas en átomos aislados e
inmovilizados, y así destruye el poder. En eso son semejantes Sendero Luminoso y los
gobiernos dictatoriales. En cambio, el poder (la política) como capacidad de ponerse
de acuerdo para actuar, es lo que permite superar la violencia.

El poder se corrompe cuando se convierte en su contrario, es decir, en violencia. Por


ejemplo, cuando no busca concertar sino imponer, cuando no respeta la ley, cuando
atropella los derechos de las personas, cuando destruye las instituciones. Por eso el
poder no debe ser absoluto, sino que tiene que tener límites y contrapesos, como la
división de poderes, la descentralización del poder, el respeto a la ley, la fiscalización.
“El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”, dice el dicho. Por eso
la tarea de la ética en relación a la política es ejercer permanentemente su función crítica
y utópica respecto del poder y de su ejercicio.

El problema es que muchas veces se confunde el poder con la violencia. La población


está acostumbrada al autoritarismo, a la imposición; lo considera más eficaz o, en todo
caso, inevitable. Parece natural ejercer el poder con prepotencia. Y esto no sólo se da en
el gobierno y autoridades, sino en todos los niveles de la sociedad; cualquiera que tiene
un mínimo de poder ya cree que puede tratar mal a los demás. Los padres son

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autoritarios con los hijos, los maestros con los alumnos, los vigilantes con el público. Es
una cultura autoritaria que entiende el poder como violencia, es decir, que corrompe el
poder.

Por eso, una tarea importante es construir el poder mediante instituciones sólidas,
Estado de derecho, canales de participación, organizaciones diversas de la población,
discusión pública de los problemas, búsqueda de consensos, fortalecimiento de la
conciencia ciudadana y de la cultura democrática. Este camino puede parecer menos
eficaz en lo inmediato, pero a la larga este poder demuestra ser más sólido, mientras que
las dictaduras acaban derrumbándose finalmente cuando la población las rechaza.

Los fines y los medios.

Algunos han proclamado que el fin justifica los medios, como decía Maquiavelo. [2]
Para frenar el mal, por ejemplo, en la lucha contra el terrorismo, algunos consideraban
que no había más remedio que recurrir a la tortura de los detenidos, o a las ejecuciones
extrajudiciales; pero también en nuestra experiencia cotidiana ocurre a veces que por
una buena causa se hacen trampitas, se engaña, se manipula a la gente.

Los fines aparecen siempre lejos, en el horizonte. En realidad vivimos en los medios,
porque la práctica cotidiana está siempre en el camino hacia esos fines. Por eso lo que
cuenta éticamente no es sólo hacia dónde vamos, sino cómo vamos. El cómo y el cada
día de la acción política y social pasan a primer plano. No importan sólo los resultados,
sino sobre todo el procedimiento.

Esto exige reflexionar y decidir, discernir, es decir, tener criterios éticos. No es que la
ética se ocupa de los fines y la política de los medios, sino que ambos no pueden
separarse. Ese es el desafío de una ética política que no se quede en principios
abstractos, sino que de criterios cercanos a la práctica y nos acompañe en la acción
cotidiana, en el camino, en la decisión sobre qué medios emplear.

2.- El Príncipe. Maquiavelo, 1971, Imprenta Sáez-Hierbabuena, Pagina 103.

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Ética y Política en la convivencia social.

Esta sociedad actual atraviesa por una de las mayores crisis de la historia. La causa de
dicha crisis no radica precisamente en el cambio de milenio, ni en el colapso de las
grandes economías, la situación de América Latina, en específico México, o la
intolerancia al sufrimiento y la desgarradora violencia. En el campo político existen
conflictos en todas las latitudes incluida la nación más poderosa del planeta. La
corrupción está al orden del día; se han trastocado los conceptos. Las personas aceptan
el robo como una forma de vida, la violencia como la forma más inmediata de
solucionar los problemas, la calumnia como el jaque mate a los que surgen como
competidores ante tan ansiado puesto político o de trabajo, en fin, la tan anunciada
cultura global no termina por constituirse y todos los aspectos de la vida humana caen
bajo el denominador común de una general incertidumbre, el nuevo hombre hecho de
reciclaje, levantado en el valor de la escoria, hundido en su propia miseria humana.
Entonces surge como lo más grave en nuestra sociedad actual, la preocupante Crisis de
valores humanos, crisis de identidad del hombre contemporáneo: un hombre que se está
acostumbrando a vivir sin saber lo que quiere y peor aún, a vivir sin querer lo que hace;
un hombre acrítico, poco autónomo, presa fácil del consumismo y expuesto al vaivén de
las modas e ideologías de turno. Un hombre preocupado más por colmar sus
expectativas materiales, por la conquista del "poder" y del "tener" que por el auténtico
desarrollo y plenitud de su "ser”. En fin, un hombre en vías de la más escalofriante
deshumanización. Un hombre que carece de un auténtico proyecto de vida, que oriente
su destino, que lo conduzca hacia el logro de metas mediante un estilo a partir de
opciones valorativas que marcan su propio devenir histórico, como persona y
profesional. Sabemos que todos tenemos una misión en la vida, pero mientras no la
descubramos será muy difícil encaminar nuestros esfuerzos hacia objetivos definidos.
Todos aspiramos a un mundo mejor, y tenemos derecho a él. En especial los jóvenes y
las instituciones que tienen la misión de educarlos como son la familia y la escuela,
encuentran una esperanza, en la ética y los valores, los únicos que pueden orientar e
imprimirle un sentido a su vida. El ser joven es una aventura, un reto, una oportunidad,
una puerta abierta hacia el futuro y hacia la vida adulta, es decidir lo que será cada uno
de ellos, es recibir y acoger la oportunidad de decidirá entre lo bueno y lo malo, entre el
éxito o el fracaso. Sin embargo es responsabilidad de los adultos brindarle esa
oportunidad y ser su soporte moral, emocional, ser su guía a partir de nuestra vida

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ejemplar, de nuestra lucha diaria sin perder la fe, de entrenarlos en la libertad haciendo
uso de su responsabilidad, vigor, entusiasmo, actitudes positivas y visión de la vida
anhelada. No con idealismos sino con ideales concretos, realistas, para los cuales se
prepara, se trabaja, se le dedica tiempo y esfuerzo, y están relacionados obviamente con
nuestra vida familiar, social y laboral. Siempre hablamos de desarrollo sostenible,
asegurar los recursos para las generaciones futuras, pues hagamos eso, aseguremos una
vida digna y respetable, que enseñe el valor del respeto mutuo, la solidaridad, el
patriotismo, la identidad, para construir un mundo mejor, que asegura una convivencia
social armónica, basada en el cumplimiento del deber, en el respeto por los derechos y
libertades humanas [3] ¿Qué se requiere para ello? Para convivir en una “Cultura de
paz” objetivo de toda democracia, es menester formar hábitos positivos: como la
disciplina, el ahorro, la perseverancia, etc. Analizar los valores personales, considerando
los principios de moralidad, honestidad, generosidad, altruismo y formar un estilo de
vida propio, auténtico, donde se defina la clase de persona que quiere ser, como
comportarse, cuáles serán, sus objetivos, sus planes, sus proyecciones, su capacidad
para autocriticarse, corregirse y volver a empezar. Solo así estaremos asegurando
nuestra propia sostenibilidad en la política, al formar hombres con una integridad moral
capaz de dirigir los destinos de una Nación, de una Región, de un departamento, de una
provincia o de un distrito. Así se distribuirán equitativamente los recursos, se fomentará
el empleo y autoempleo, se generará riqueza en la percepción de sus capacidades y
optimización de sus recursos. Así todo irá cambiando hasta encontrar su verdadero
sentido.

3.- Revista Páginas N° 168, vol. XXVI, Abril 2001.

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¿Qué hacer para lograrlo? Volver a una escala de valores en que la prioridad sea la
persona humana en búsqueda de sus fines fundamentales: felicidad, libertad, justicia,
equidad, igualdad, responsabilidad, solidaridad, transcendencia, paz, en fin una vida
individual y colectiva llena de sentido. Dado que los valores no se enseñan sino que se
viven, tanto la familia como la escuela tienen un inmenso compromiso en la formación
ética de las nuevas generaciones ya que son los primeros espacios del individuo. Se trata
de formar integralmente a las personas en habilidades básicas de convivencia para que
asuman responsablemente su vida y la de los demás partiendo de las fortalezas y
debilidades que le ofrece su propia naturaleza humana y las circunstancias sociales que
les ha tocado vivir. Es por eso que la enseñanza y el fomento de los valores humanos es
tan temida y, a la vez, tan necesaria si en verdad nos interesa llegar a formar una
sociedad y no un agrupamiento de individualidades egoístas, ciegas, sordas y mudas
ante las necesidades del prójimo.

Conclusión.

La Ética en política no es una traba ni una debilidad, sino una fuerza. La no es contraria
a la política, aunque exista una permanente tensión entre ambas. La política gana
legitimidad y sentido cuando incorpora criterios éticos. Es otra manera de ser eficaz,
menos inmediata, pero más profunda y duradera, que mantiene el ánimo y la confianza
en la sociedad.

Es la indignación ética la que ha motivado la protesta ciudadana ante la corrupción y el


autoritarismo. Lo que demuestra que no todo está corrompido en nuestra sociedad. Por
el contrario, existen muchas reservas éticas y mucha gente con una trayectoria honesta.

Eso demuestra también que la ética es un resorte poderoso de movilización política.


Además, es un resorte interno de cada persona. La ética parece débil, pues no tiene y no
debe tener un policía que la haga cumplir. Pero de esa aparente debilidad viene su
fuerza, porque su poder reside en la libertad y la conciencia humanas. Por eso es el
último y muchas veces decisivo reducto de la resistencia ante el abuso y la injusticia.

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Bibliografía.

Libros:

-Leviatán o la materia, forma y poder de una República eclesiástica y civil. Thomas


Hobbes, Decimocuarta reimpresión, 2006. Fondo de Cultura Económica.

- El Príncipe. Maquiavelo, 1971, Imprenta Sáez-Hierbabuena.

- Violencia y poder. Carlos Kenney, cep, Lima, 1998.

- La ética civil y la moral cristiana. Marciano Vidal, San Pablo Madrid, 1995.

- Ética y política: entre tradición y modernidad. Francisco Piñón Gaytán, Primera


edición, julio de 2000, Plaza y Valdez editores.

Revistas:

-Revista Páginas N° 168, vol. XXVI, Abril 2001.

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