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Gritos del Pasado

Y…Serán Palabras Al Viento

Samuel Akinín
Cada persona tiene un don divino. Nuestra
responsabilidad es usar ese don que Dios nos
ha dado para manejar la vida.

Voy a relatar en este libro


Pasajes de mi vida,
Que son una copia fiel,
de toda ella,
sin mentira, real.

Prefacio
Hace muy poco, que acabé de terminar de releer el libro que refleja la verídica
historia de mi familia, en la que se trata en sí, de la historia de una más de las
familias judías que tuvo que vivir ese calvario de la persecución y del emigrar de
un país para otro para salvar su vida, en este caso vemos a mi madre haciéndolo
con su marido y hasta con toda su familia. No quiero decir con esto, que
desconocía los sucesos o la realidad de los acontecimientos que acá se relatan.
Tuve con mis abuelos y en especial con mi padre, que Dios los tenga en la gloria,
la oportunidad en varias ocasiones de hablar de esto. Sin embargo debo admitir,
que aún, no siendo una novedad para mí, me tocó llorar en muchas de sus
páginas, pues, cada capítulo del libro despertó en mí y en cada uno de los míos
una especial sensibilidad, y diría, a quién no. Estamos frente a un hecho de la
vida real, lleno de emociones, miedos y dolores, y se ha logrado, pues hemos
reconstruido la vida de una familia, dando comienzo a la historia, desde hace casi
un siglo y lo hemos realizado de manera tal, que al hurgar con tanto detalle los
sucesos, no me extraña que en más de una oportunidad, no quedemos en shock.
Una labor, imposible de repetir, sin contar, con la cronología de los hechos,
misma, que ha sido viable gracias a la magnifica memoria de mi madre y al
acople inusitado y entusiasmado que se logró con el escritor. Hay cosas que se
deben leer con cierta delicadeza, y al hacerlo, encontrarán el por qué, digo, que
el mismo, me ha maravillado durante el relato. Reconocí en sus distintas facetas,
el comportamiento humano y para no recibir más heridas, he tenido que apartar
parte de mi sentir, pues reconozco que al ser hijo único, uno se involucra de una
manera distinta con cada uno de sus padres. Esta situación en sí, es la que
quisiera aprovechar con ustedes en este momento y levantar una copa a nombre
de mi padre, quiero hacerlo hoy que celebramos la fiesta de mi madre y
recordarlo a él, León Kupferschmiedt, mi padre, como homenaje póstumo. Brindo
por él, el padre, el amigo, el hombre que conocí durante ese corto pero
afortunado transitar de mi vida, quien en todo momento me enseñó y demostró
que no hay imposibles, que todo se puede lograr si uno se lo propone. Él, con su
sonrisa perenne, hacía o mejor dicho lograba, lazos de amistad con aquél, que se
le acercaba. Mi padre, puedo decir con todo orgullo fue un hombre que enseñó la
importancia de ser y tener un buen amigo, y son ustedes, acá y ahora, los
autorizados en confirmar si seguí o no su ejemplo. Puedo decir de él muchas
cosas, ustedes algunas conocen, pues fueron sus amigos, otras tendrán el gusto
de apreciar luego de la lectura de su vida, pero no puedo dejar de insistir, que mi
padre ejercitó durante su vida el oficio que más le agradaba, fue sin lugar a
dudas un “Embajador” del y para el mundo. Nos consta la cantidad de amigos
que sembró en los cinco continentes. Sí, de ellos no dejó un rincón sin visitar,
pues esa fue su manera de complacer los gustos de mi madre y por ello, vivió
con ella una constante excursión, en la que como ya dije, hizo amigos, no me
refiero a conocidos, la amistad para él, era algo más que afecto y cariño, era la
entrega incondicional, él, era capaz de cambiar todo el itinerario de un viaje ya en
marcha, si se enteraba que alguno de esos seres por él escogidos estuviese
enfermo o si con ellos debía en algún momento algo celebrar. Esa, es una gran
verdad, más la principal de la historia es que él y yo, fuimos y somos la muestra
real, de lo que él denominaba la mejor amistad.
Hoy estamos acá, todos reunidos, haciendo un reconocimiento a su valor,
sacrificio, honor y amor. Ya, han pasado seis años de su desaparición, nos
pareciera que fue ayer, pues aún sentimos su vacío. Estamos conscientes de
quién fue, y por ello, lo loamos como si estuviese con nosotros, y así creo,
sucede, pues son tantas las cosas, las palabras, los ejemplos y el amor que
siempre nos dio, que aún no aceptamos su partida, a León, mi padre, lo
seguimos amando y recordando a cada momento y en toda ocasión.
Un matrimonio es la unión de dos seres, hemos hablado de uno de ellos, ahora
debo ir a lo que fue en sí, el verdadero motivo de este homenaje. Para ello, he de
solicitar a mi madre me perdone, por tomar parte de su tiempo, pero hasta el día
de hoy cuando hablo de uno de mis padres, viene a mi la imagen de ambos, y
por cómo yo sé que se amaron, no lo concibo de otra manera. Quiero de corazón
decirle unas palabras a mi madre, primero diré tres que sé encierran la totalidad
de mi sentir, tres palabras que contienen la energía que sé, heredé de ella, y que
me permite vivir “Mamá, te amo” y no digo que te quiero, pues este es un verbo
que se emplea para pedir, dije y digo que te amo, ya que este otro nos permite
ofrecer, querer dar. Y desde ya, voy a darte un gran beso y abrazo en mi nombre
y el de todos los presentes, felicitándote en éste, tu ochenta cumpleaños, en el
que hemos querido pedirte perdón, perdón por lo que has sufrido, y a la vez,
manifestarte, que estamos seguros, de que no fue en vano, que el tesón con que
afrontaste cada situación nos ha servido para admirarte más y más. Querida
mamá, lo digo, y sé que hablo en nombre de mis hijos, de mi esposa y de todos
los que ahora con su presencia están y por aquellos otros que hoy no se
encuentran en persona, pero que lo hacen a través de los recuerdos que
permanecen plasmados en nuestra memoria; quiero sepas, nos sentimos
orgullosos de que seas nuestra, de tenerte, alegres de estar en este momento
celebrando tu onomástico y entregándote complacidos este libro, en
demostración tangible, que lo por ti vivido, tanto en lo bueno o en lo que te fue
obligado sufrir, no serán Palabras al viento, permanecerán impresas como
nuestros Gritos del pasado, que estarán acompañando a tus descendientes , a
nuestros amigos, y a los demás, pues con Samuel hicimos un pacto, y es que
ésta, tu historia, tu verdad, nunca se olvidará.

Gritos del Pasado


Capítulo I
Cada vez que tomo un libro, me doy cuenta que el comienzo del mismo es
sumamente importante y pareciera algo fácil de hacer. Hoy estando cercana a
mis ochenta años, cuando por fin considero que he vivido y que quisiera dejar
plasmadas mis experiencias a mi hijo y nietos, me doy cuenta que me cuesta
trabajo empezar. Los miles de recuerdos me atosigan. La ausencia de mi gran
amor y compañero se hace sentir a cada momento. Y esa voz que me guiaba e
iluminaba cada vez que la requería ya no está, se calló para siempre. Sin
embargo, fueron tantas y tan importantes las cosas que juntos vivimos que su
recuerdo se hace presente, y con él a mi lado haré lo posible por revivir esos
momentos que hoy son ya historia.
El día está, como mi estado de ánimo, amaneció lloviendo. El agua golpea con
furia los cristales de las ventanas. Por lo que está ocurriendo, y lo que estoy por
hacer, no me queda otra alternativa, que visualizar, un día oscuro, triste y
lluvioso. Pero aprovechando las incongruencias de la vida, debo sacar de mí,
toda la energía de que disponga y así, trataré de poner en orden los recuerdos de
una vida, la mía y de mi familia, la que considero completa, llena y con la cual no
tuve tiempo como para aburrirme. Sé que ésta es mi historia. Y me pregunto,
serán: ¿Palabras al viento?... Espero que no.
Llevo años, pensando si el compartir a manera de confesión mi historia, y por
ende, la de mi familia, lo debo o no hacer. La decisión está a la vista, llegué a
ella, pues se me ocurrió que debo a mis nietos y a las futuras generaciones de
relevo, sé, que en definitiva todos tenemos historias unas más interesantes que
otras con más o menos sinsabores. Con los años, vemos como se incrementa
nuestra historia, se van acumulando amarguras, y damos comienzo a ciertas
reflexiones. Hemos llegado a un punto donde somos dueños absolutos de cierta
práctica, y de una vivencia que nos forzó a tomar a veces partido en las que una
no quiere, y nos llenamos de preguntas, que nos vamos haciendo a nosotros
mismos: ¿Qué es la vida? A los ochenta años de edad, éste, debería ser un tema
fácil de manejar, pues cualquier cosa repetida durante tantos años, nos debe
haber enseñado, lo suficiente, cómo mínimo para con ello poder transmitir lo que
se sabe, sabemos, hicimos y con ello, lo que debimos hacer. Muchas veces este
planteamiento me ha generado una gran confusión. No me preparé en mi
juventud como para saber escribir lo que me gustaría explicar, y, del que quisiera
de una manera sencilla contar. Sabemos que el talento es un don divino que
requiere de un aporte humano. Aunque hemos oído que puede aparecer
dependiendo de ciertas circunstancias, como por el llamado de la sangre, o el
afecto del lector, y es en eso que me baso, escribo por y para mi gente, la familia
es condescendiente y con su trato sentimental, si quiere, puede pulir las
superficies toscas. Además, al llegar a cierto y determinado corazón, es posible y
de eso, estoy segura que alguno de los míos, contando con estos apuntes tarde
o temprano, pueda pulir toda esta información y así, sacar ése, el brillo que sirva
como luz para que algunas de nuestras experiencias alcancen y sirvan, a un
público mayor. Lo digo porque sé, que el talento es semejante a un árbol en flor
que crece bajo una roca sólida. Al final nada puede ser obstáculo como para
evitar que salga a la superficie y florezca.
De igual manera que hay personas que penetran nuestra mente y sentimientos,
también he descubierto, existen cosas, que transmiten esa energía que nos hace
vibrar. En este momento me encuentro en Miami, donde he basado mi residencia
permanente, estoy en mi apartamento, ése que junto a mi gran amor adquirimos
hace ya muchos años, me siento a descansar donde siempre, en el mismo sitio
que solía hacerlo, estando él. Lo hago frente a ése, el vacío del espacio que él
solía ocupar, lo realizo, en los mismos sitios en que dormitábamos, nos
amábamos o simplemente construíamos sueños. Hoy como ayer, sigo
observando por la ventana, tal como hacíamos antes, misma que me permite con
comodidad, distinguir e ingresar en el inmenso mar. Me siento estar, como si en
este punto, se tratase del comienzo del mismo mar y sin saber dónde, a veces
me pregunto si acá comienza, ¿hasta dónde debe llegar? Me consuelo muchas
veces y me animo diciendo: ¿será, que él, viene a mí con sus olas a saludarme?
Sé que al decirlo lo único que fortalezco es tan sólo otro sueño, pero aprendí
desde muy joven, con alguien sabio, a amar a la naturaleza y por ello, todo lo que
veo me llena el alma. De manera casi increíble. Lo detallo a cada instante, pues
así me ocurre con cada uno de los pequeños adornos que a mi alrededor,
duermen tantos y tan gratos secretos. Ellos, de algún modo, hoy, basado en lo
que les dije, toman vida y ya una vez a mi lado, con su presencia, desempolvo
del baúl de los recuerdos, y con gran afecto los días que me ha tocado vivir,
esos, que para mi son ya parte de mis hermosos y múltiples momentos ya
vividos.
La Historia nos hace ver que las grandes hazañas son imperecederas, la mía,
alimentada por pequeñas cosas me mantiene viva, me dan la fuerza que a mis
años se requiere para volver a intentar, volver a vivir. Así es, muchas veces en
que pareciera agotarse mi energía, tomo una de ellas y sueño, sueño despierta
momentos pasados. La casa en que vivo, que en verdad es un apartamento, es
privilegiada pues está en un área muy linda, toda cuidada, con limpias y
decoradas calles, cuyas bases están incrustadas a la orilla del mar, en la que el
agua, con su vaivén, con olas indetenibles, con ese ruido danzante que además
del oído, recrea la vista y el espíritu, me doy cuenta, que la misma, me llena de
comodidades como ningún otro lugar del mundo y en parte me hace sentir feliz y
tranquila. Creo que ella, ha sido mi apoyo para soportar la falta que tengo,
aunque transcurren a en mí, muchos días de añoranza, porque no está la
persona más querida del mundo que ayudó a hacer de este ambiente un hogar
amoroso y cálido, me refiero a: León, el hombre de mi vida que se fue seis años
atrás.
Cómo, no llorar, cuando me debo enfrentar a su recuerdo, sí, lloro, y descubro
llena de impotencia, al saberme sola, y contradigo a mi mente y me consta que
así quiero permanecer. Sin otra cosa, la tristeza unida al dolor y la soledad, nos
permiten de una manera casi estricta el poder volver a revivir los fantasmas de
nuestro pasado y específicamente, con él, todos y cada uno de los gratos
momentos vividos, que ahora se podría decir serán en estado virtual, en el que
estaré pensando en mi socio de vida, en las cosas buenas, bonitas, agradables
que pasamos juntos durante 54 años. No quiero con esto dar la impresión de que
todo fue color de rosa. Tampoco que sin mi esposo no haya podido vivir; con mi
hijo y nietos, he recreado nuevas sensaciones y emociones que me crean o no,
encontré, tienen un efecto benévolo para una mujer entrada en años.
La experiencia que me tocó vivir, estuvo todo el tiempo rozando los extremos
más disímiles: entre lo peligroso y placentero, entre la pobreza total y la bonanza
impensada. Pocas cosas se me han dado fáciles, o fueron dóciles para mí. Tal
vez, por esto mi matrimonio duró tantos años, en momentos en que el mundo se
convulsionaba por guerras y hambre. Desde que tengo uso de memoria, y sin
tener la edad como para concientizar los hechos, en mi mundo de niña. Pensaba
que nuestro hogar era un oasis de tranquilidad, no apreciaba en su verdadera
dimensión, que vivíamos en una zona de conflictos en medio de la batallas, en
donde, no se nos permitía un momento de tregua o de aburrimiento, grandes
éxitos, vinieron acompañados de tremendos fracasos, y en lo personal se repetía
este mismo patrón. Y uno lucha inquiriendo obtener algún beneficio, en mi caso
particular, el esfuerzo y sacrificio me ha servido al dedicarme de lleno al trabajo,
para que pueda muy en contra de mis deseos, acabar al final, en una gran
soledad. La vida me ha obligado a luchar mucho, trabajar intensamente afuera y
dentro del matrimonio. Sin embargo, me siento satisfecha de todo lo que hice,
aún a sabiendas de lo que tuve que sacrificar. Les puedo garantizar, que toda mi
vida, considero, ha sido una entrega absoluta.
Ahora, a esta edad, carezco de apuros, pienso que lo tomo con más calma, pero
a la vez, con más fuerza. Ahora miro desde otro punto de vista. Lo hago con más
madurez, con menos pasión, con conciencia y devoción. Muchos dicen que esta
manera de pensar es debida a que viví tantos años con el mismo hombre.
¿Tendrán o no razón? ¡No lo sé! Pero de ser esta la verdadera respuesta, de
todo corazón, doy gracias a Dios por esto y Le reconozco, que en verdad siento,
no hubiesen sido más.
Comencé a hablar y no les he dicho aún que poseo una familia maravillosa. De
nuestra unión tuvimos un solo hijo, que es luz de mi vida. Su esposa, Silvia, es
una nuera como pocas, es un ser bueno, sin maldades, muy educada, y se
quieren muchísimo. De este matrimonio maravilloso tengo tres nietos, dos
hembras y un varón. La mayor, Karen, se casó y me otorgó el título de bisabuela.
Cuánto lamento que mi querido esposo, desde acá, no pudo haber disfrutado un
avenimiento tan trascendental, estando en vida. La segunda de mis nietas,
Jacqueline, es un ser sensible, muy preocupada de su familia, le gustan las
cosas finas y trabaja con sus manos los metales y las joyas, es una buena
artesana, crea bellezas con piedras semipreciosas, es una artista. El tercero, el
menor de todos, tiene 26 años, es mi otro gran amor, su trato es muy dulce, se
deja querer, es juguetón. Terminó su carrera en Boston con excelentes
calificaciones. Sin ser adivina, por todo lo que he visto en él, tengo mucha
esperanza en que tendrá un futuro maravilloso. Y no es que me halla olvidado, de
alguien, quizás lo he dejado como se suele hacer con las cosas dulces, para el
postre, me refiero a mi único hijo: Adrián, aunque no se los dije, quiero sepan
vivimos en el mismo edificio. Su cercanía es el mejor de los regalos que me ha
podido dar. El tener a un solo hijo, supongo, hace a una mujer llenarse de celos,
en mi caso, creo que no soy una madre celosa, al contrario, tengo a todos los
que amo a mi alrededor y por ello vivo feliz, pues bajo este punto de vista,
aprecio como se quieren, cuidan y protegen unos a otros.
Por lo que me voy dando cuenta, la escritura es un camino poseedor de un ancho
ilimitado y de un fin infinito y por lo tanto imprevisto. Esto me permite descubrir
que me he ido apartando un poco del propósito que originó este escrito y el de
contarles mi vida, la que como verán, por las mismas circunstancias, fue muy
movida en realidad, para lograr esto, debo retroceder en el tiempo para dar paso
al ayer, y una vez logrado, con ello se comprenda lo que hace, o mejor dicho lo
que hizo el destino y cómo logró esa transformación de una joven protegida por
sus padres, a una mujer, con la fuerza espiritual de un hombre. Para lograr este
objetivo, habré de emplear un método cronológico del día a día, de qué manera
se dio comienzo y contar, al final, y cómo se llegó al día de ayer. Todos sabemos
que nuestro objetivo en la vida es aprender, hacer, producir y compartir. Me
consta por los años que llevo a cuestas, que he quemado varias etapas de mi
vida, pero considero debo referirme a lo que estuve viviendo, volver la vista atrás,
y en lo que sea posible, enaltecer lo pasado.
Si este trabajo de escribir debiera ser únicamente en base a lo que ahora vivo.
Este trabajo seria inútil y ya no valdría la pena continuar. Las emociones, las
vivencias, los miedos, los dolores, junto con placeres y logros es parte del
pasado, y para ello he de remontarme a la época de infancia y después a otra
época, ésa en la que espero mostrarles, que la vida tiene muchos altibajos, que
no siempre es suficientemente larga, y otras, las más tristes, nos hace ver a
veces, sin darnos cuenta, se convierte en un pasaje sin importancia.
Conclusiones ambas a las que he llegado al tener que caminar a solas día a día,
durante éstos, mis años de vida.
Quiero en este momento remontarme a mi infancia, al hacerlo puedo decirles que
pertenezco a una de las tantas familias que por años vivían en Europa,
específicamente en Rumania. Éramos tres hermanos: Hery, el mayor luego
Bianca y cerré el trío siendo la menor; mis recuerdos los llevo en este momento,
a una edad aproximada de cuatro años. Nací en Galatz, una ciudad de provincia
en Rumania. Fui la más pequeña de la familia, y desde niña, me llamaban Coca,
Cocutsa. Mi hermano mayor, Hery, me llevaba seis años y mi hermana Bianca
cuatro. Sofía se llamaba mi mamá, ella era una mujer bonita, la recuerdo con
cariño sé que no era muy delgada, como también que mi papá era todo un buen
mozo. Vivía con nosotros una hermana menor de mi mamá, mi tía María, aunque
mi abuelo no vivía con nosotros, él, siempre estaba allá. El abuelo era peletero,
trabajaba en su casa, curtía pieles. Han pasado más de setenta años desde la
última vez que lo vi, y ahora, al recordarlo me trae hacia el presente esos olores
penetrantes que por años sentía en la peletería y que nunca olvidaré. El abuelo
tenía amontonadas cientos de pieles, en la pieza donde trabajaba y vivía. Lo
recuerdo con gran cariño, él, era un viejito bajo de estatura con barba blanca y
cachetes rojos encendidos, poseedor de unos ojos azules como el mismo mar
que siempre llamó mi atención. El abuelo, supe por mi mamá, pues me costaba
comunicarme con él, ya que no hablaba rumano sino idish, que nació en
Sevastopol, llegó a Rumania, joven, se casó, tuvo siete hijos y no aprendió el
idioma nunca. Yo lo quise muchísimo.
Nunca olvidé mi infancia, la adolescencia, o la ciudad donde nací, porque
ninguna ciudad del mundo la sentí tan bonita como la mía, fue ése, el lugar
donde vi por primera vez luz. La mía, era una ciudad maravillosa, en la cual se
pasea el Danubio antes de llegar al Mar Negro. En el centro de la misma, cuenta
con un parque lleno de flores, que en primavera es casi una obligación pasear
por sus alrededores y convivir con esa variedad de tonos que de manera
espontánea ofrece la naturaleza; en mi mente aún se escucha el croar de ranas y
sapos que moraban en el lago. Como en una ciudad cosmopolita, la calle central,
daba comienzo en una redoma en que la pieza principal destacaba a una estatua
que estaba en todo el centro, ésta era de un tal señor Costachi Negro (la verdad,
es nunca supimos quién fue). El parque estaba repleto de árboles muy frondosos,
mismos que se empalmaban allá en las alturas, generando en todo el sector un
ambiente agradable de frescura; alrededor, existían negocios, varias salas de
cine, divinas confiterías, y en el invierno todo el lugar se perfumaba con el aroma
de las castañas asadas y los choclos al carbón que se vendían en la calle. Entre
los medios de transporte, estaba el tranvía que trasladaba la gente de la ciudad y
en cual me gustaba andar. Además, está en mis gratos recuerdos las emociones
del circo. Bueno, cuando éste llegaba, era la delicia de la juventud, el poder ver
de cerca los animales, impresionarse con los acróbatas, y los payasos, pienso
que era lo máximo para una chica como yo. ¿Se lo imaginan?
Existen cosas que nos suceden en la vida que nos marcan y que de alguna
manera penetran en nuestras mentes y generan ciertas inquietudes. Una de ellas
podría decir, que fue la de mi escuela, pues siendo judía recibí mi base de
educación dentro de ésta que era un colegio de monjas francesas, y en la acera
del frente teníamos una iglesia ortodoxa la cual se vestía de galas con unas
enormes y largas escalinatas hasta llegar a la entrada principal. El observarla
casi todos los días generó en mí una inquietud, pues como obra arquitectónica
siempre me pareció monumental. Los edificios eran como veo que aún siguen
siendo en la mayoría de las ciudades europeas, todos denotaban cierta armonía
y su altura era no muy elevada y casi siempre similares. La costumbre de los
Callhouse se mantuvo también en Rumania las casas eran vecinales, y en su
interior contaban con patios, mismos, que permitían la convivencia entre vecinos,
lo que al poco tiempo lograba hacer nacer la amistad entre ellos. A muy poca
distancia se hallaba otra ciudad muy bonita, Braila, donde personas de otros
sitios iban a veranear y se daban baños de sal, pues aunque no poseía mar, esta
ciudad contaba con varias piscinas de agua salada.
Hablo y vienen a mi mente remembranzas gratas y alegres, me veo siendo niña,
acompañada de mi padre cuando nos llevaba en el barco a pasear por el
Danubio, era una hermosa travesía, y gozaba más que los demás, ya que por ser
la más pequeña, mi papá me subía en sus hombros, me hacía sentir la reina del
mundo. Después venía la travesía por la ciudad con el tranvía, y en su lento
caminar bordeando las aceras, dejaba que penetraran a nuestros sentidos el olor
tan característico de los árboles de manzanilla en flor, olor que me encantaba. En
la mezcla de uno y de otro, mis sentidos se hacían dueños de esos aromas por
largo tiempo. Aprendí durante mis años de infancia lo que vi en la ciudad, la
gente se despertaba muy animada desde temprano en la mañana, cada uno iba
haciendo sus quehaceres, los negociantes o los campesinos cargados con sus
mercaderías gritando fuerte en la calle, ¡yogurt, yogurt fresco, beiguel, beiguel
caliente! Las amas de casa salían al portón de la calle algunas veces comprando,
y otras charlando con sus vecinas.
Entré en el mundo de los negocios a corta edad, muchas veces mi mamá
preguntaba: ¿Jani, por qué corres tanto? A lo que contestaba: ¡mamá, tengo que
correr, tengo que vender! qué quieres que haga, ¿que me ponga a charlar con
los clientes? Llevaba los beiguels metidos en un palillo, iban colgados en grupos
de a seis. Al ver o intuir a un posible cliente le decía: ¿Desea comprar hoy? Sería
por mi sonrisa, mi actitud, o por mi infantil manera de saltar y cantar, ya que una
vez lograda la venta, salía apurada y corría ejercitando mi canto: Beiguels,
beiguels frescos, calientes... en el ínterin, iban llegando otros campesinos con
verduras, frutas, muchas veces eran melones... notar aquello y advertir la
diferencia abismal del hoy, me hace ver que el mundo cambió, puedo decir que
en algunos casos no para mejor, el de antes, considero, era un mundo lleno de
poesía.
No aparto mis recuerdos de cuando tenía unos cuatro años, me di cuenta que un
día mi padre no regresaba a la casa... A mi pregunta dónde estaba, me contestó
mi mamá que mi padre se había ido a Paris y que a su regreso nos iba a traer
muchos regalos. No tenía idea de qué o dónde estaba Paris. Eran los comienzos
de los años treinta, mismos que la historia hoy nos muestra que fueron años de
crisis financiera en todo el mundo, la inestabilidad económica hizo quebrar a
muchos de los bancos, y con ellos la mayor parte se fue a la bancarrota; cientos
de miles de negociantes, entre ellos, mi papá quien era dueño de una tienda de
telas para hombres, al verse agobiado de deudas y sabiendo que sus clientes
carecían de medios. Al dejar de creer en lo que estaba haciendo y con ello,
darse cuenta que no podría seguir manteniendo el negocio, no se quedó
postrado esperando a que le lloviesen oportunidades o a ver qué le disponía el
futuro, mi papá, tomó su maleta y con el ánimo y las ganas de seguir siendo el
apoyo y base de familia, fue a otro país en busca de otras alternativas y
posibilidades.
Así como ustedes irán conociendo a través de estas notas cosas que jamás
imaginaron, eso mismo me sucedió cuando una vez crecida, escuché la historia
de mi padre. Él fue el tercero de seis hermanos, era una familia sumamente
pobre, en la que el hermano mayor se fue a Checoslovaquia para buscar
mejoras. Nunca más supieron de él. Venía después una hermana que tenía
grandes deseos de casarse, pero no contaban con el dinero para la dote.
(Requisito indispensable en esos días, lo cual era igual para ricos o pobres) no
viendo cómo, me cuentan que mi abuelo se vio en la obligación de vender los
servicios de mi papá durante tres años a unos señores dueños de un negocio
que estaba en el centro de la ciudad; fue, así, como mi abuelo pudo casar a su
hija, y mi padre aunque trabajó en un comienzo como aprendiz, a la larga logró
ganarse el cariño y el aprecio de sus jefes y éstos, lo ayudaron para que
estudiara. Para ese entonces él contaba con diez años de edad. Mis abuelos se
vieron ayudados por el dinero que recibieron. Los dueños, en todo momento le
dieron demostraciones de amor, lo querían y por ello, lo dejaron se instruyera. Él,
fue un muchacho inteligente y se logró superar, tanto, que a los dieciséis años
comenzó a escribir para una revista local. A los dieciocho años, tuvo que hacer el
servicio militar obligatorio y llego a subteniente. Escuchar a mi padre, oír sus
cuentos, sus historias, fue muy agradable, sabía manejar la narrativa, puedo decir
que era una sensación similar a la de estar hablando como con un libro abierto,
se notaba su dominio de muchos y muy variados temas, se puede decir de él,
que por sus ganas de aprender, lo logró, a su estilo, el más difícil, pues él, fue un
gran autodidacta.
Una de esas cosas que marcan nuestras vidas que de tener que ocurrir, debería
de haber sido en mis años mozos, me tocó vivirla, durante mi infancia, ella dan
comienzo en un patio de la casa, en el mismo había una cama y allí yacía mi
hermano mayor, estaba lleno de sangre, recuerdo su llanto como también sus
gritos. Vinieron dos médicos, el ambiente era de total desesperación. Vi a mis
padres por primera vez indecisos, intranquilos e inconscientes de lo que estaba
sucediendo. Después me enteré que mi hermano se había ido al parque con sus
amigos y dentro de esos juegos de no permitir ser alcanzado, él, salto una verja y
se cayó en una especie de terraplén muy empinado, un pequeño precipicio. Al
hacerlo se dio de frente con una piedra afilada, que le rompió la cara y le hizo
una herida larga y profunda en todo el rostro. Indiscutiblemente que pudo haber
sido peor, los doctores dijeron que se había salvado de milagro. Para detener la
hemorragia, le debieron tomar puntos en el rostro, mientras tanto, la sangre
brotaba, aunado a esto, vino el temor a una infección, misma que nos mantuvo a
todos nerviosos. Con el paso de los días, pasó el peligro, aunque tuvo muchos
días en los que la fiebre era muy alta, al final, sanó. Quedaron como testigos de
esos momentos de dolor y preocupación, las huellas de lo sucedido, pues quedó
con la cara marcada para toda la vida; aquella fue una experiencia tan triste y
desagradable, en la que sentí impotencia al no poder ayudar, además la
impresión, fue tal, que el resto de mi vida ya no pude soportar el ver sangre, de
hacerlo, simplemente me enfermaba.
Tal como me lo dijo mi madre, mi padre cumplió con lo prometido; a su regreso
de París, nos trajo regalos a todos, el mío en especial fue un lindo pajarito que
tenía una llave, y cuando se le daba cuerda, éste, saltaba y trinaba. Era para mí,
algo más que un juguete, me sentía orgullosa de él, por varios motivos, uno por
ser el primer regalo importante del que tengo conciencia, me hizo mi padre y el
otro por ser una pieza única, todas mis amigas me envidiaban, lo guardé con
mucho celo, lo cuidé y no se lo prestaba a nadie.
La situación económica se nos fue apretando, debimos mudarnos no muy lejos
del Liceo Comercial. Ahora la nueva, era una casa con muchísimos vecinos. Al
comienzo recuerdo, me costó integrarme, cambiar el ambiente y hacer nuevas
migas, luego ya fue otra cosa, pues allá pase casi toda mi niñez. Me llegó el
momento de ir al colegio y como los demás niños, comencé en kindergarten. Mi
querida madre hacía todos los quehaceres de la casa a tiempo y una vez
terminados estos, me llevaba de la mano caminando a ese sitio que para mí
representaba el lugar en el que estaban todos los amiguitos y amiguitas. De esos
momentos los recuerdos son similares a los de cualquier otro niño, el sitio, me
gustaba, poseía un hermoso jardín, en el que niños y niñas jugábamos,
cantábamos, hacíamos dibujos, nos daban lecciones de cómo hacer muñecas
con plastilina, pienso que en ese sentido es poco lo que ha cambiado desde ese
entonces, la educación para niños. Como toda buena niña, me hice amiga de la
profesora, ella, era joven, bonita, y me consta nos tenía gran paciencia. En
ciertos días, en especial lo festivos, era obligatorio el que los niños se vistieran
con el uniforme de gala, es decir, nos vestían con uniformes blancos bien
almidonados luciendo unos zapatos negros de charol. En cierto momento nos
unían a los grupos de niños mayores y nos tocaba cantar a coro, muchas veces
me tocaba recitar un poema, lo hice tan a gusto que luego de tantos años, aún lo
mantengo en mi memoria. Esos eran nuestros días de gloria, una sentía un gran
orgullo al ver a nuestros padres cómo nos miraban llenos de felicidad.
Hasta donde yo tengo conocimiento, en la mayoría de los casos, sé que los niños
tienen juegos, que por costumbres, se heredan de padres a hijos, algunos de
ellos han continuado por varias generaciones. De hecho, en la gran mayoría de
los colegios, dentro de la educación se fomenta el juego de pelota para los niños
y el de muñecas para las niñas, en ambos se pueden encontrar algunas
variantes, pero de en términos generales, estos son la base y formación de ellos;
creo que mis vecinos me vieron con alguna capacidad, pues ellos, a muy corta
edad me enseñaron a jugar “shes-besh”, un juego que después he notado es
sólo para adultos. Pienso que la práctica del mismo me permitió a la larga
entender un poco mejor las matemáticas. Otro detalle que recuerdo era la
manera tan acuciosa en que miraba a la gente que vivía en el mismo patio,
pareciera que tenía como trabajo, el guardar un registro detallado de cada uno de
ellos, de nuevo la práctica hace la costumbre, hoy siento que sigo siendo
detallista con mis amistades y sé lo que les gusta o no. Como quien viviese
dentro de un circo, iba encontrando entre los vecinos, ciertas características que
llamaban mi atención. Por ejemplo podría mencionar que, la señora Katz, tenía
bigotes y su esposo además de ser tranquilo, era cojo. Ellos tenían un hijo
llamado Marcelo, quien era un par de años mayor que yo, ese niño era muy buen
mozo. Otra vecina era ciega y tenía dos hijas mayores que trabajaban de
secretarias. Una, la que vivía al lado izquierdo nuestro, tenía la costumbre de
cocinar y en mis recuerdos sobre esta señora en especial hay una faceta de ella,
que llamó poderosamente mi atención, y es que debió ser una mujer muy floja, ya
que al terminar el almuerzo, iba a la mesa del comedor, recogía todos los platos y
las ollas vacías, y para mi sorpresa, ella, no se detenía en limpiarlos, así como
estaban de sucios, impregnadas de alimentos, las metía debajo de la cama, y
tranquilamente se echaba a la cama para hacer la siesta; de ellos, tengo otro
episodio en mi memoria del cual pienso jamás olvidaré. Ellos tenían un hijo
llamado Sioma, era de mi edad. Con él aprendí uno de los grandes defectos de la
humanidad; ocurrió siendo aún una niña, un día mi papá me compró una pelota,
para mí, era muy especial, la misma, tenía impresos por ambos lados la figura de
dos indios. Era una pelota grande muy exclusiva, yo me sentía orgullosa de
poseerla. Pero un día el niño Sioma que se había quedado mirando mientras yo
jugaba, en un descuido me la quitó y la lanzó dentro de la letrina, fue así en la
práctica como conocí por primera vez lo que era la envidia. Al otro lado del pasillo
vivía la hija de señora Floreta, no sé por qué, pero pareciera que desde el
comienzo le caí mal, pues al verme salir a la calle, más de una vez, me agarró,
me puso de espalda a la pared y me pegó. Lloraba con lagrimas amargas, la
respuesta de mi madre fue que me defendiera, no te quedes con los golpes, si te
dan, dales de vuelta, acaso no tienes manos. Era una lección que no entendía,
pues de alguna manera mi ser no conocía la violencia, jamás aprendí a pegar.
Con sueños de la infancia, rememorando el pasado, ansiosa de revivir aquello
que una vez dejamos, deseosa de confirmar con un testigo la pasada realidad
que perduraba en mi consciencia, estando ya casada, quise revivir algunos
momentos, refrescar el recuerdo de algunos lugares y al final convencerme que
sí fue una realidad. Para eso, le pedí a mi marido me acompañara a mi ciudad
natal. Traté de mostrarle los lugares que pertenecen por derecho propio a mi
memoria, entre ellos, estuvimos paseando por la calle principal; para mi sorpresa
encontré un grupo de amigas de mi niñez. Esos instantes que nos generan
dudas, de alguna manera me cobijaron, aunque fui en busca de mi propio
pasado, supuse no poder encontrarlo, sin embargo como en bandeja de plata se
presentaba ante mis ojos, esto me ha hecho reflexionar que el destino a veces se
toma su tiempo y con cierta sutileza juega con nosotros, nos muestra que un
poco de sorpresas y también de alegrías pueden mejorar recuerdos, en especial,
esos que nos mantienen llenos de dudas en sí, alguna vez existieron o no. Mis
amigas al ver mi sonrisa y exteriorizada toda mi sorpresa, se alegraron de verme
y también de conocer a mi marido. Pasamos un rato increíble, en cuestión de
minutos logramos transmitirnos esos sentimientos que años estuvieron
almacenados, sin tener la oportunidad de poderlos drenar. Ese día dijimos cosas
agradables, que ya forman parte de mi persona, refrescamos con otra edad, con
otro colorido, y con nuevo aspecto la esencia de la amistad. Aquel momento nos
permitió a todas, el tornar varios años y actualizar unos datos que se nos habían
perdido en el laberinto que conforman la memoria y el tiempo. Pero como si se
tratase de una festividad judía siempre algo o alguien, nos hace recordar lo triste,
nosotros los judíos, sabemos que nunca olvidamos nuestros pesares, ellos, han
sido tantos y por tanto tiempo, que no nos podemos desprender de ellos. En mi
caso, ese día, entre mis amigas se encontraba también Floreta, como si entre las
dos jamás hubiese ocurrido nada extraordinario, vino a saludarme estirando la
mano, pude apreciar a la velocidad de la luz, la película de mi infancia recibiendo
golpes de ella, nunca la entendí, menos con su cinismo, ahora; crucé mis ojos
con los suyos, desalojé sin ruido alguno el sentir represado y angustiado de una
inocente niña que cargó esa pena por años y la estaba descargando toda de una
vez. La miré y sin más, le di la espalda, hasta ese instante, recordaba las palizas.
Y aunque sé que unos momentos más tarde logré sacar ese dolor de mi vida,
cuando he estado meditando, algunas veces me ha sucedido lo que ahora y
sabiéndome como soy, me he preguntado ante la soledad de mi conciencia,
¿Cómo pude mantener tanto tiempo el rencor?
La situación económica de mi familia, denotaba cierta apertura cuando ya
contaba con seis años y medio, era el momento de ir a la escuela. Mis padres me
tuvieron que inscribir en un colegio de monjas francesas, se llamaba Notre Dame
de Lyón. Pues al no tener 7 años cumplidos, no podía ser aceptada en un colegio
público. Fue una época de grandes novedades para una niña, me tocó aprender
un nuevo idioma. El idioma francés tenía una modulación diferente al rumano y al
yidish, ni qué hablar de la escritura o la lectura. Pero sé que a la larga me hizo
mucho bien, me dio el tono justo para poder ver el calidoscopio del acontecer con
una gama de colores no conocidas por mí hasta ese momento. Fui durante esos
años, la única judía del colegio de monjas, recuerdo que no fui una gran alumna,
pero sí, que era muy tranquila y alcanzaba ciertos méritos y distintivos.
Volcar cada detalle de mi pasado entristece mi alma pues toda mi alegría
verdadera quedó congelada en esos tiempos. No mencionar cosas que
moldearon mi vida, sería mezquino, entre ellas, debo decirles, que me encantaba
la naturaleza: ver los árboles, estudiar sus formas, detallar las hojas, mirar como
las aves construían sus nidos, apreciar la bondad del Todopoderoso, al
refrescarnos durante esos días de gran calor, con la majestuosa lluvia, vivir,
sentir y conocer el invierno, ya no como castigo, con la fuerza y la violencia de
elementos en contra nuestra. Sino más bien con los complicados y solemnes
copos de nieve, en su sin igual diseño. Vivir con el nacer y renacer de las
especies, especialmente, durante la primavera, cuando los árboles florecían, y se
teñía el horizonte con obras inmortales del Excelso pintor. Dije que marcaron mi
ser, es verdad, reconozco que las flores me vuelven loca, hasta hoy día. Me
encantaba ver el amanecer, el cambio de colores, el sentir de ese círculo cerrado
que a cuerpo entero mostraba la fuerza del creador. Y lo comparaba con la cruda
imitación del hombre, cuando cada tarde, ante de oscurecer, venía uno, con un
palo largo a prender en la calle los faroles de luz metano, recuerdo que con mi
vista lo perseguía y como quién viese las estrellas resplandecer, una por una, las
luces se iban de a poco encendiendo y así, como solían aparecer las estrellas en
la noche, ahora se iba iluminando la calle.
Durante mi desarrollo pude notar cualidades en mi padre que de alguna manera
heredé, entre ellas puedo decir que él fue un buen vendedor, en tiempo de crisis,
había sido contratado por una firma alemana de tinturas llamada I.C. Industri,
ésta, le habían asignado carro y chofer, recuerdo trabajaba de lunes a sábado, lo
hacía por varias ciudades del interior y como premio dos veces al año nos llevaba
a mi hermana y a mí, a que hiciéramos nuestras compras: prendas de vestir,
tales como ropa, zapatos y demás. Siempre fui selectiva en todo, mi hermana por
el contrario disfrutaba de novedades y extravagancias, mientras poco o casi nada
me llamaba la atención, ella disfrutaba comprando de todo, pues todo le gustaba.
Hoy pienso que ella se regocijaba comprando, pues sé, por lo que conocí al final,
que se convirtió en una compradora compulsiva. Como ven por mi manera de
ser siempre salía perdiendo pues nada me entusiasmaba, estoy segura, ésta es
en parte la descriptiva más real de mi carácter ya que, hasta hoy, sigo siendo así.
Los días iban unos a otros sucediéndose, y cayendo de igual manera como lo
hacen las hojas de los árboles durante el otoño, sin pausas ni prisas. Mientras
transcurría el tiempo, mi hermana seguía estudiando en un liceo comercial, mi
hermano en otro liceo y yo me quedé en el colegio francés.
La vida transcurría plácidamente, uno de mis vicios fue el fijarme en los seres
humanos, cómo proceden, qué hacen, cómo son. Esta es una manera de ser que
permanece en mí y de la cual no he querido cambiar. Los detalles eran la parte
más importante del todo, recuerdo que teníamos un gramófono y muchos
cuadros en la casa mismos que cada vez miraba y analizaba. Mi papá nos trajo
del extranjero la primera radio, un Marconi, una caja grande que apretando un
botón se escuchaban voces, se oía música, y muchas veces hasta se podían
sintonizar a otros países, y por ende sentir por primera vez con extrañeza cómo
sonaban otros idiomas. Mi padre estaba orgulloso de tenerlo y se nos indicó, no
debíamos tocarlo para no echarlo a perder. Reconozco que estando sola, ésa,
era una de mis travesuras, sí, lo quería analizar, ver, oír, sentía interés en saber
de dónde provenían las voces.
Mis padres fueron sintiendo un cambio en mí, el colegio me estaba generando
una tranquilidad y cierta pasividad, que no era normal para una niña, supusieron
que de no cambiarme podría hasta convertirme en monja, por lo que sin pensarlo
dos veces me retiraron del colegio y me inscribieron en un liceo comercial.
Bueno, allí me di cuenta, empecé a cambiar radicalmente. Principió mi nuevo
despertar, comenzaron a gustarme los chicos. El liceo no era mixto, pero por las
mañanas estudiaban los niños y en las tardes las niñas. Iniciamos nuestra
comunicación en base a “emails” entre dos personas que no se conocían: nos
dejábamos cartitas en los pupitres y al otro día recibíamos de ellos respuestas. Y
aunque no nos conocíamos se construía un lazo de afecto entre dos supuestos
fantasmas enamorados. Todas las chicas hacíamos lo mismo. Llegado el recreo,
nos moríamos de la risa al mostrarnos una a otra las cartas y sus confidencias,
cosas que aún, hoy al recordarlas, me hacen sonreír.
Siendo joven aprendí que los grupos unidos, pueden lograr, si se lo proponen sus
objetivos. Durante el primer año en el liceo, nos tocó una profesora que además
de desagradable en lo referente a lo físico, por su extrema gordura, era de por sí,
una mujer antipática, sus clases de matemática, por su forma de ser, eran
incomprensibles, ella se llamaba: profesora Balaban, logró vengarse de la poca
receptividad que tuvo de nosotras y nos forzó a quedarnos todo el veranos sin
vacaciones, pues no permitió que 48 de las 51 alumnas que éramos, pasáramos.
Como grupo homogéneo estudiamos y al final vencimos, pasamos la prueba.
Logramos que la dirección escuchara nuestras críticas y al año siguiente el liceo
contaba con una nueva profesora de matemáticas. Me doy cuenta que esto me
ayudó muchísimo en la vida: de la unión nace la fuerza.
Cosas de la niñez mezcladas con la juventud de alguna manera ejercen la fuerza
del presente, los gustos actuales, pueden ser premios o hasta a veces castigos
de nuestras realidades. Por ejemplo, y en específico, me refiero a una de las
materias que más llamaban mi atención, la geografía; gran parte de mi vida la he
pasado de un lugar a otro, pareciera ser que mi oxígeno es ir, estar, y
encontrarme con otros países, con otros mundos.
Apenas cumplía los doce años, cuando pude ver por primera vez los preparativos
de una boda: el ajetreo, la dedicación, el entusiasmo y los nervios y en definitiva
el estado anímico de toda una familia. Era el año de 1936, con nosotros vivía mi
tía Maria, un judío con el oficio de tintorero, misma profesión a la cual luego de
una manera u otra se vio involucrada mi familia, se casó con ella, aquél fue un
casamiento por conveniencia, mi padre dio la dote: que según recuerdo en ese
tiempo fue: dinero, la boda y un dormitorio. Ese esfuerzo fue tan agradecido por
mi tía y tan importante para mi madre, que desde ese año, y por algunos
subsiguientes, cada vez que celebraba cumpleaños, o sea, el 25 de diciembre,
como si se tratase de su propia familia, escogía a una muchacha pobre y le
financiaba la boda, en sí, ella hacía lo mismo que hizo por mi tía.
De este matrimonio nació mi primo Bruno. Y como suelen decir: lo que comienza
mal termina peor. Al no haber amor en la familia, una especie de castigo se
apoderó de ella, mi tío llevaba a su hogar los productos que empleaba para
trabajar con sus tintes, sin darse cuenta, el niño enfermó de tuberculosis y murió.
Esto puso fin al matrimonio; mi tía, con el dolor y la pérdida, regresó a la casa de
mi abuelo, donde recibió cobijo.
Toda historia tiene un deje de amor, de sueños y fantasías, la mía dio comienzo
con un beso sorpresa, sí, también en esa época los jóvenes no represaban sus
instintos, y aunque la educación era bastante más rígida, algunos eran tan
atrevidos como los de ahora. Siempre hubo quien se destacaba por su
atrevimiento. Así pasó, cuando en los libros y novelas que luego pude ver y leer.
Constantemente se le da importancia al primer beso, al primer noviazgo. Sin
embargo el mío fue un beso que me tomó por sorpresa. Marcelo mi vecino se las
ingenió y sin consentimiento ni gusto alguno me estampó, ése, mi primer beso.
Como suele crecer el buen trigo en el campo, de igual manera comencé a
hacerlo. Era bastante flaca, supongo que para los muchachos lucía bonita o
atractiva, siempre desarrollé la costumbre de mantener largas e interesantes
charlas, algunos jóvenes competían para acercarse a mí. En las tardes, ellos se
reunían en el portón de la casa, y esperaban que con una sonrisa insinuara mi
preferencia. Lo que hacía era contarles cuentos, y ellos embelesados regresaban
uno y otro día en busca de alguna migaja de amor que nunca les llegó.
Me ilustré del significado del romanticismo, cuando comencé en secreto a leer las
cartas de las amigas de mi hermano, él, era buen mozo, además de buen
estudiante, tuvo la facilidad de aprender varios idiomas y aun siendo judío al
graduarse, en contra de todo pronóstico, públicamente, le reconocieron sus
méritos y le otorgaron medallas y diplomas. Emulando a mi hermana, solía tomar
esas bellas cartas de amor que recibía de sus admiradoras, lo hacía tentada por
conocer el sentir de otras mujeres hacia un hombre. También porque lo prohibido
tiene un atractivo especial, a él no le gustaba, le tocaran sus cosas y si nos
pillaba con alguna de ellas, se armaba un lío. Creo que algo de celo tuvo que
haber, pues sé que siempre, lo quise mucho.
El estar tan unida a un padre a veces nos cuesta caro, los lazos tan bellos que
forjamos con tanta dedicación fueron un acicate para entender el valor de la
familia, también debo de reconocer que esto, durante mi juventud, hizo que mi
padre me celara y frecuentemente, o no me dejaba a ir a fiestas o simplemente el
tiempo que se me autorizaba para ir era tan corto que entre ir y venir, nada más
podía bailar una o dos piezas, de pasarme, lo que ocurriría era que me perdería
el próximo evento. Eran fechas durante las primaveras en que cada semana se
turnaban las casas de los jóvenes y celebrábamos una fiesta a la semana, en
cada una de las casas. A decir verdad, siempre me salía con la mía, pero no
antes de llorar desesperadamente hasta que mi padre sentía dentro de sí esa
lucha de amor y celo, en la que por celos, vencía el amor.
Como todo adolescente, rebelde por naturaleza, inconscientemente, un día
pequé por atrevida, era un domingo, se me había dado permiso para ir al cine de
matinée, o sea que debía estar de vuelta antes de las seis de la tarde. Más ya les
dije, que como si se tratase de querer cumplir con mi primera travesura, ese día,
no volví a la hora estipulada, me quedé charlando con mis amigas, estuvimos en
el portón de la casa de una de ellas. Calculo que mi demora fue de un par de
horas, cuando llegué a mi casa, no encontré a ninguno de los míos, sin imaginar
lo que estuviese ocurriendo, llena de inocencia, preparé e hice la cama de mis
padres y me acosté. Dormí como se solía hacer cuando no conocíamos las
preocupaciones, profundamente. Fue un sueño corto, causante de una pesadilla
larga. Al llegar, mi papá me despertó, me sacó de la cama y me pegó en el
trasero tan fuerte que por semanas la recordaba cada vez que debía sentarme.
Ésa fue una lección de la cual aprendí, aprendí con dolor, que quien por afecto, y
sin querer, casi siempre es la persona que te hace más daño al protegerte.
También, aprendí lo suficiente, como para no permitir que esto volviese a
suceder. No lo volví a hacer, y me consta que al ver en mi rostro el dolor y la
rabia, mi padre sufrió tal y cómo yo, el castigo, de igual manera.
No quiero dejar sentado como que mi niñez fue un triste episodio en mi vida. De
ninguna de las maneras, por el contrario, fue algo tan agradable, que al recordar
a mi padre en estos momentos siento de nuevo, que eso es algo que me llena de
placer y orgullo, él, sí sabía los valores de una familia, cómo tratar a sus hijos,
jamás descansó si con ello dejaba de obtener lo suficiente como para que su
familia supiera y pudiera vivir mejor. En las vacaciones, nos llevaba en su carro a
los sitios hermosos que había conocido, nos mostró el secreto de apreciar lo que
no estaba a la vista, supongo fue algo que aprendió estando a solas, al sentir
una gran nostalgia, y de seguro, para recrear su mente, nos incorporaba en esa
imagen a la que estaba viendo, al hacer comparaciones entre las cosas y la
gente, con eso nada más, nos podía “ver” en casi todos los sitios, como si
estuviésemos reunidos. Puedo decir que con mi padre pudimos conocer casi
todos los rincones de Rumania. Algunas veces también combinaba ambas cosas
y mientras él trabajaba nosotros descubríamos las distintas ciudades. Otras,
cuando la empresa para la cual trabajaba le daba vacaciones, mismas que eran
obligadas, nos llevaba unas veces a las montañas y cuando estaban a punto de
finalizar, íbamos al mar. En las montañas disfrutaba de lo lindo, me adentraba en
ellas, me metía en los bosques y desarrollaba unos de mis grandes placeres ir en
busca de “fraises de bois”, (fresas del bosque) esto es una fruta que crece en el
suelo entre las hierbas y tiene un perfume extraordinario. Al concentrar mi vista
en los recuerdos, al llegar a ciertas épocas del pasado, noto que rememoro como
una fotografía ciertos puentes colgantes y otros no, en los que nos deleitábamos
mirando cómo corría indeteniblemente, el agua de un riachuelo. Al pararnos en la
baranda de alguno de los puentes y al mirar hacia abajo, desde cierta altura
podíamos detallar hasta pececillos de colores. En la gran mayoría de los parques
habían suficientes mesones de madera con bancos, para que las familias
pudieran detenerse, descansar, acampar o simplemente haciendo picnic. El
placer de estar rodeada de la hermosa naturaleza era tal que uno de mis grandes
sueños en casi todos los casos, era el de poder regresar. En aquellos años eso
para mí, era no un paseo, era algo así como una aventura. Con nada me
saciaba, el deseo de aprender, descubrir, conocer, y vivir me forzaba a tratar de
ver más allá, nada era bastante, siempre quería saber, al igual que hoy, qué
habrá más allá.
Al estar en los bosques, en el monte, o hasta en pequeños pueblitos del interior,
me sentía libre, carecía de miedos, y siempre que mi familia se detenía por uno u
otro motivo, aprovechaba, me adelantaba a solas por el camino, a veces andaba
por una hora o dos, lo hacía hasta que mis piernas cansadas me forzaban tomar
un descanso, mientras esto ocurría me deleitaba viendo a los campesinos
retornar de sus faenas, y soñaba, ¡sí! siempre he sido una soñadora.
Reconozco que las amistades de nuestra niñez o mismo de la juventud, generan
un vínculo que es muy difícil de romper. Esto que les cuento, ocurrió durante una
de las vacaciones en las montañas, conocí un muchacho, él me gustaba mucho,
en esos momentos contaba yo con catorce años, podría decir que fue mi primer
amor, como también que éste fue un amor de verano. Fueron momentos que me
hicieron ver que acababa de pasar ciertas etapas, ya dejé de sentirme una niña,
y comencé a ver la vida de otro modo. Pero las vacaciones terminaron y cada
uno de nosotros se fue a su ciudad. Durante años, nos carteábamos, nació una
amistad tan fuerte entre nosotros que quedamos amigos de por vida. Era tal el
cariño que sentíamos que en mi boda sirvió de padrino. Ahora él vive en Viena, y
de vez en cuando compartimos por carta las cosas que nos suceden, los logros
de familia, y hasta algunas invenciones literarias.
Como en toda sociedad que se preste de serlo, las modas influenciaban en los
gustos y así encontramos, que en otras oportunidades, íbamos al campo a tomar
baños de barro. Se decía que estos eran saludables. El pueblo era según
recuerdo, era pequeño y muy rudimentario, pero lleno de gran atractivo en cuanto
a lo social, pues se juntaban los amigos de mis padres con sus familias y la
pasábamos muy bien, los jóvenes nos divertíamos y comíamos de todo, mientras,
los adultos bebían, hasta que ya al final, nos reuníamos como un solo grupo y
todos nos deleitábamos con música de tambal, era lo típico del lugar. Los
lugareños vivían no como los cerdos, en, sino del barro. Ellos, preparaban baños
de barro, que los ponían a calentar en una tina de madera, la gente se cubría
todo el cuerpo con este barro, lo soportaban un rato y luego de darse un buen
baño de agua tibia y de lavarse se metían en una cama a sudar. Esas, creo que
era una de las excentricidades de mi tiempo. Como heroína de este cuento debo
decir que tenía mi propia manera de emplear el lodo. Me dirigía al mismísimo
lugar de donde se sacaba el barro, una vez allá, me desnudaba, me untaba con
esa tierra negra, y me ponía al sol a secarme. Concluida la primera parte, iba a
un pozo cercano, con el cubo, sacaba agua de él, y me lavaba, todo aquello me
parecía bello.
Me he dado cuenta que las cosas buenas se acaban antes de lo que uno desea.
Así, la inocencia y los gratos recuerdos de la juventud estaban por acabar;
cambios tanto en lo social, militar y político, se avecinaban, pienso que nadie
estaba preparado para ellos. Mientras, mi hermano seguía estudiando en la
universidad en Bucarest. Y mi hermana se echó de novio a un muchacho que
trabajaba en una tienda de porcelanas. Ella, era cual una de las piezas más
importantes del negocio, pues era bonita, alta, delgada, poseedora de unos ojos
verdes y de un gran encanto. Aún recreábamos la costumbre, los sábados en la
noche de ir a comer una parrillada en un restaurante especializado en carnes,
donde cocinaban al carbón. Al terminar nos montábamos en un coche de
caballos, y como haciendo el paseo de la victoria el cochero nos daba un paseo
por la calle principal. Me encantaban los caballos y sobre todo ese magnifico
sonido que efectuaban con sus patas al mantener el ritmo de la marcha y su
respectivo sonido: clo, clo, clo. A menudo, veíamos al abuelo, él, durante las
noches, siempre paseaba por la calle principal, solía hacerlo solo, acostumbraba
a caminar despacio, y a tener sus manos colocadas a la espalda, lo veía como
todo un pasha. Y con gritos de alegría, siempre llamaba la atención de los míos y
les gritaba ¡Miren, es el abuelo!
El estudio de la historia, se realiza detrás de un escritorio, algunas veces sentado
muy cómodamente, en una silla reclinable, y hasta con una taza de café o
chocolate caliente a los lados. La gente no se da cuenta que esta no es la mejor
manera. Y sin más se dejan seducir por cuentos de calleja. La verdadera realidad
del pasado está solamente en los sobrevivientes, en aquellos que han vivido en
primera línea de batalla, esos otros que son testigos sufridos por decepciones o
pérdidas reales. Cada situación crítica, estoy segura que es algo irrepetible, y la
descriptiva de la misma, aún ayudada por el mejor de los escríbanos, nunca
alcanza a la verdadera verdad de los acontecimientos. Juzgar a los demás es y h
sido un pasatiempo de aquellos que no vivieron, de esos que en vez de sueños
tienen sólo pesadillas, por no contar en haber con destacadas realidades. Se nos
critica a los judíos, la falta de visión en lo que estaba por venir, quién viviendo de
la manera que vivíamos, podía imaginar que mentes asesinas fueran capaces de
hacer brotar los instintos homicidas de muchos pueblos a la vez, quién se podría
imaginar que un país sin milicia y sin armamento militar, podría ser un invasor
causante de los estragos que tuvo como resultado parcial la responsabilidad de
la muerte de más de treinta millones de personas. Hoy como respuesta a esa
incógnita sigo diciendo: ¡nadie! Así, comenzamos a notar el antisemitismo que
cada vez era mas agresivo, en las que se empezaba a ver la violencia por sus
fuertes manifestaciones.
Nos tocó vivir durante la época más triste de la humanidad, en pleno siglo XX, y
con ello, tuvimos inmisericordemente que sentir el odio, la xenofobia y al final, el
Holocausto. Algunas veces me ha ocurrido que he tenido que escuchar de
personas que no tienen ni idea de lo que dicen, que de haber querido hubiéramos
podido evadir el cerco nazi, que pudimos haber escapado a otros lugares. Está
demás la explicación, lo único verdadero es que no tuvimos oportunidad alguna.
Mataron a nuestros familiares, y no pudimos hacer nada para detenerlos. Es
verdad que vimos en muy corto plazo la transformación que se generó en
Europa, y de ello les puedo decir que durante los primeros síntomas del venidero
imperio nazi, en lo considerado como el comienzo de las demostraciones,
advertimos los vidrios quebrados de las tiendas judías, y del cómo en las calles
se teñía el ambiente con un color a muerte, se iban descubriendo los grupos
asesinos y fue cuando comenzamos a notar al principio, algunas personas con
uniformes paramilitares, luego, envalentonados con sus ideales y bañados con la
peste del fanatismo, nos tocó a las pocas semanas, ver por miles: las blusas
verdes de los legionarios que gritaban a todo pulmón: ¡Muerte a los judíos! ¡Abajo
los judíos! ¡Los judíos fuera, a Palestina! Abismados, carentes de cualquier
información, motivo o causa de la persecución, no podíamos entender, primero el
por qué y luego, cómo la vida iba a cambiar muy pronto. El futuro estaba escrito,
este movimiento causaría una de las más grandes pérdidas humanas de toda la
historia; se calcula que sobrepasan los treinta y cinco millones de almas lo que
esta locura costó al mundo, el poder permitirle a un loco, desarrollara una idea, y
a la vez cumpliera su ambición; en nuestro caso, bien podríamos decir que
fuimos, una más, de las miles de familias que tuvieron que dejar todo
abandonado, que sin tomar en cuenta sus raíces, debió buscar un medio de
supervivencia y marchar de un lado a otro, para así dejar bien claro que
formábamos parte de ese despectivo calificativo, pero que por razones obvias era
real: “Los Judíos Errantes”. Así por años el destino de mi familia fue el de uno de
ellos, siempre mudándonos, de un país a otro, en busca de una vida mejor, y al
final, les puedo decir, que llegamos simplemente a aspirar tan sólo el poder lograr
alcanzar o tener, una simple posibilidad de vida. Y de ello, no me cabe duda, al
habérseme permitido poder haber visto el final, donde de nuevo y para nuestra
satisfacción, como en épocas bíblicas, se repite la historia y afortunadamente, el
enano, otra vez pudo contra el gigante, de ello doy fe, puesto que acá me
encuentro, como testigo fiel, de ese cruel mundo en el que el mundo enloqueció y
en contra de nuestros deseos, nos llenamos de horribles e increíbles recuerdos.
No me siento capacitada para dar una lección de historia, ni siquiera habiendo
sido una protagonista vivencial durante los hechos. Pero debo decir no sin antes
deshacerme de la fuerza que a veces viste la escritura, que bajo mi lupa, esto fue
lo que en persona viví, aclaro que el contexto debe ser sacado de la realidad
histórica, y mantenido únicamente, como anecdotario familiar. Era el año de
1936, en Alemania, Adolfo Hitler, se declaraba como jefe de los nazis, además
que sin prejuicio alguno se proclamaban aliados él y Benito Musolini, quien a su
vez en Italia había destronado al rey. Con el apoyo incondicional de Musolini, ese
año por orden de Hitler, los soldados alemanes ocuparon Rahland. Ciudad
costera del Rin. Pienso que fue una manera de hacerse sentir y de tantear la
reacción mundial. Tuvo éxito, el miedo del mundo, denotaba que no se atreverían
a meterse en problemas ajenos. Todas las naciones evitaron inmiscuirse y se
quedaron calladas y al margen y así, el mundo civilizado de ese entonces,
consintió este primer error que trajo como consecuencia la unión político militar
de – Roma-Berlín-Tokio. Si el monstruo a vencer en algún momento fue uno,
ahora éste poseía tres cabezas además de ramificaciones en una mayor y más
amplia geografía. Otro de los pasos que dan fuerza a la conducta inerte, frágil,
cobarde e inexplicable, fue cuando el ejercito alemán pasó la frontera austriaca
en 1938 y sin más este abominable hecho se logró, con la simple declaración del
gran asesino de la humanidad Adolfo Hitler quién decía que estaba devolviendo a
Alemania, lo que según su lógica a ella le pertenecía.
Los austriacos, grandes antisemitas, nada dijeron, lo que hizo a Hitler sentirse
cada vez con más fuerza. Bajo el simple pretexto de que en Checoslovaquia
había más de tres millones de alemanes. En un mes de marzo, específicamente
el día quince de Marzo 1939, ése, se puede decir: fue un día negro para Europa y
el punto de partida para visualizar el comienzo de La Segunda Guerra Mundial.
Ahora era otro el motivo que los hacía mover, ya no el de defender a los demás,
a la libertad de las naciones, por ejemplo. Se trataba de participar para evitar ser
invadidos. Los sueños de grandeza de Hitler carecían de límites. La violencia
estaba penetrando las puertas de Europa y de todo el mundo. Vimos venir una
guerra de la que nunca se sabrá cuántos millones de inocentes cayeron. Mucho
menos aquellos olvidados, los que no pudieron nacer, amén de las mujeres,
ancianos, niños, y civiles, que más tarde van a morir de hambre, frío, o peor aún,
masacrados en campos de exterminación. Una guerra que destruyó ciudades
enteras, la guerra que será recordada como de envidia, odio, maldad, ambición y
sobre todo como el Holocausto.
Meses mas tarde, el día primero de septiembre de 1939, Hitler ocupó Polonia y la
guerra fue una realidad. Tres días después, Francia e Inglaterra declararon la
guerra a la Alemania Nazi. Durante la primavera de 1940, los países Europeos
caen uno tras otro, Dinamarca, Holanda, Noruega, Bélgica, y en Junio, Francia.
Las bandas nazis pasaron victoriosas por el Arco de Triunfo y los Champs Elysee
dejando sola a Inglaterra en lucha contra las fieras hitleristas. Los alemanes no
se detuvieron, bombardearon Londres, subyugaron a Yugoslavia, Grecia, y
declararon la guerra contra la Unión Soviética. Se hicieron aliados con Hungría,
Bulgaria, Albania, y de paso, por desgracia, Rumania. El rey rumano Carol II no
entendía por dónde corría el viento, quién era amigo y quién el enemigo. El Trono
comenzó a tambalear, y entonces los legionarios pusieron el poder en manos de
Antonescu quien tomó el destino del país. Para nosotros fue peor la cura que la
enfermedad, con ello, se dio poder a un gobierno de antisemitas conducido por
Cuza y Goga a las que como cortina de humo se permitió un freno libre en
cualquier acción contra los judíos, y estos sádicos comenzaron a ganar loas de
Hitler, al ir discriminándonos, y provocándonos infinidad de robos en nombre del
estado.
Cuando se sintieron gobernantes, dieron órdenes de evacuar a los judíos de los
pueblos, arrestaron soldados judíos diciendo que eran agitadores comunistas, las
calumnias era muy creativas, todo era válido, se nos decía que éramos quienes
habíamos robado el tesoro del país. Nos tildaban de franc-masones. Ahora
criticaban nuestra presencia en un país que sólo a ellos les pertenecía.
Dominados por mentes enfermas como la de Cuza y Goga y aprendiendo de los
alemanes, no se querían dar cuenta de las contribuciones del pueblo judío y de
su gente, en el desarrollo de la economía, la música, las artes, y del aporte
personal de gente con gran talento en diferentes dominios. Con esa forma de ser,
ellos infectaron a las generaciones jóvenes con desprecio y odio contra los
judíos. Fue en ese momento cuando aprendí el verdadero significado de la
palabra xenofobia. Pero debemos recordar que al abrir las puertas del infierno, se
comienzan a colar, solamente penurias. En el mes de Junio, Antonescu dio orden
a la armada rumana de pasar el rió Prut, así, afirmaba al mundo que había
entrado en guerra contra la Unión Soviética, lo hacía en concordancia y bajo una
alianza con las armadas fascistas. Un triste recuerdo para la historia de los judíos
de Rumania, de Transnistria, de la masacre de Lasi, etc. Los revisionistas de la
historia ahora tratan de ocultar y negar todo esto. Qué se creen que: ¿Fue todo
un cuento? ¿Un sueño feo, una pesadilla? yo, como sobreviviente del Holocausto
habiendo tenido que cargar con este dolor humano, quiero dejar constancia
escrita que por desgracia, ¡no!, no fue un sueño, fue una triste y vergonzosa
realidad.

Capítulo II
Llegaron los nazis
Reconozco que como judíos pensábamos que Hitler y su Alemania nazi estaban
muy lejos de nosotros, sabíamos que él estaba haciendo de las suyas, y
recuerdo que como seres humanos invadidos por miedo, y cómo se suele decir
que hace el avestruz, escondíamos la cabeza bajo la arena,. Sé que el gran
cambio de mi vida y de toda mi familia verdaderamente comenzó durante el
verano de 1940. Fue allí que aprendí y me di cuenta por primera vez, qué es ser
judío. Al principio, no podíamos ver lo que nos esperaba. Mis padres tratando de
protegernos y de evitarnos preocupaciones, no hablaban del tema, no se tocaba
lo que Hitler hacía o no. De alguna manera nos considerábamos con ciertos
privilegios, pues nosotros éramos rumanos de nacimiento, muy asimilados, por
generaciones enteras, sí, era verdad, pero el cruel descubrimiento lo vimos un
día, cuando tomaron en nuestro pueblo a muchos judíos en la calle, los sacaron a
la fuerza de sus negocios y los llevaron a la estación de tren, donde los fusilaron.
Entonces nos entró el verdadero pánico. Ese mismo día también dieron orden en
todo el país de sacar a los judíos de los colegíos, ya carecíamos de derechos y
no se nos permitía ir a clase. La voz era tétrica, el futuro, incierto y el grito de
guerra ¡Afuera, hijos de judíos!
El tratar de asistir al colegio era un atrevimiento impensable. Para poder colmar
los días me inscribí en una biblioteca y empecé a leer. Empezó a gustarme.
Aprendía cosas que nunca supe. Uno seguido de otro, los libros, los iba
devorando, el encuentro con los clásicos, las novelas de ficción, los de historia, y
solía pasear soñando con los libros de geografía, con ellos sentí que el mundo
estaba en mis manos y aún siendo una joven que vivía presa de las
circunstancias, visité otros mundos desde ese cálido rincón de la biblioteca que
fue no sólo mi manto de lágrimas, considero fue mi fuente de aliento y mi forzada
transición de un ser humano común a un perseguido religioso en vías de
extinción. Bajo la claridad de lo que se nos avecinaba, “Lucidus Ordo”
(disposición clara) de nuestro devenir, en los momentos que sentía cierto
agotamiento, me asomaba a los cristales de la ventana de la biblioteca, acercaba
mis labios y sentía el frío del miedo, era una especie de concebir, que me hacía
ver presa, presa en un mundo lleno de locos asesinos. Y para mis adentros la
única salida era la comunicación que comencé a entablar con Dios, sí, ante la
impotencia aprendí a rezar, no tanto por mí, como sí por mis padres y hermanos,
no quería que algo les sucediese “Initium Sapientiae Timor Domini” (el temor de
Dios es el principio de la sabiduría).
Fueron meses y meses en los que mis compañeros fueron los grandes autores,
donde el lugar del que me había apropiado en la biblioteca lo defendía con mi
consecuente presencia, llegaba de primera para que nadie tomara el libro que
estaba leyendo. Era mi propia guerra. Ahora, cuando con la facilidad que nos fue
otorgada por la libertad, cuando supimos de Sigmund Freud, puedo entender con
mayor claridad que aquello simplemente fue como una terapia para mí, pues así,
no tenía tiempo de pensar en lo que al mundo y en especial a nosotros nos
ocurría. En la capital la situación fue empeorando, el cáncer ideológico estaba
carcomiendo las mentes de los “Auri Sacra Famesi” (de las execrables hambres
del oro), allá sentimos en carne propia la persecución, el odio y la envidia, a
través de mi hermano Hery, supimos del dolor, sus amigos, sus grandes
compañeros, los estudiantes en su nueva manera de acometer y vengar a la
envidia, de manera “Cito, Tito Et Jucunde” (con rapidez, seguridad y alegría),
brutalmente lo golpearon por ser judío. Cuza y Goga los grandes y nuevos
inquisidores, apoyados por el gobierno por demostrar ser defensores de la
ideología nazi, fueron los primeros que prendieron la chispa del odio y con ello se
dio comienzo con el absoluto silencio y complicidad tácita del pueblo, a fustigar a
los estudiantes judíos. Como en ferias, los patos de plomo que se apuntaban, al
tiro al blanco, así iban cayendo los días y semanas, hasta que llegó el momento
en que los rusos temiendo ser invadidos, dan el primer paso y ocupan una parte
de Rumania, Bucovina, donde se hablaba alemán, y Besarabia (hoy Moldavia).
Como mi ciudad natal está pegada a Besarabia, solamente la separa el río
Danubio. Los judíos creyendo en la majestuosidad de la frase de Horacio
específicamente en “Oda I, II, 8” “Carpe Diem” (goza mientras vivas)
comenzaron a moverse. En ese entonces se contaba con un “slep” (un tipo de
barco de carga, algo así como un ferry) que pasaba de nuestra ciudad a la otra
orilla, a Besarabia, llegaba a una pequeña ciudad llamada Reni, el mismo miedo,
las noticias de las masacres, el rumor de los campos de concentración y de
exterminio, hizo a mucha gente creer que el comunismo era la salvación.
Comenzamos a leer y dar fe al libro de Karl Marx, todo lo que él pintaba en las
páginas de sus libros, parecía muy bueno, leerlo era poder creer en algo, en
alguien, suponer que esa forma de gobierno ofertaba la libertad y la igualdad, su
teoría era muy buena, la práctica, ésa, ya fue otra cosa.
Fue cuando comenzamos a ver el comienzo del éxodo judío. De todo el país
venía gente para pasar al lado comunista, a la supuesta felicidad, a la
tranquilidad. ¡Que ilusos! Así, un día, también volvió mi hermano, venía de
Bucarest tenía en su cuerpo las muestras tangibles del odio, estaba lleno de
lesiones bastante graves, apenas le permitían caminar, nos dijo que el no
soportaba más y que se iba. El novio de mi hermana contagiado por temor y
preocupado por los golpes que le había inflingido a mi hermano, también se fue,
y así los imitaron por millares, fue un verdadero éxodo de la juventud judía.
Mi hermana avergonzada porque su novio la había dejado quiso ir tras él.
En nada ayudaron las palabras de mis padres. “Destine Fata Deum
Flectisperareprecando” (no esperes que tus ruegos dobleguen los decretos de los
dioses) (Virgilio “Eneida”, libro VI) mi padre siempre había demostrado su
predilección por mi hermana, le hizo todo tipo de promesas, tales como que para
que no tuviese que sentir vergüenza, nos iríamos a otra ciudad, nada podía
doblegar su férrea decisión, y, ya tomada la misma, cogió algunas de sus
pertenencias y en busca de su amor se marchó, “Gratis Et Amore” (de balde y
con amor).
Cuando ella tomó esa determinación, me di cuenta del sentimiento tan grande
que entre ambos existía. Sí, vi cómo mi padre la amaba, sin dudas, ella era la
preferida. Con el pretexto que su hija había dejado un abrigo me llevó al puerto y
al llegar, sin más explicaciones, me dejó, se subió al barco, pasaron unos
minutos, me quedé abajo esperándolo. Esperé, esperé, vi cómo el barco se
movía, y al hacerlo noté que se iba alejando cada vez más, hasta desaparecer.
Una duda sin respuesta, un sentir sin alma, un vivir estando como muerta, fue lo
que me estaba agobiando fue una contingencia a la cual no estaba preparada, la
vida en ese momento carecía de coherencia, miraba a mi alrededor en busca de
mi padre y no podía entender que había sucedido, pues él, ya no volvió. ¡Me
entró un miedo atroz! ¿Qué hacer? ¿Cómo le diré a mamá? Cómo explicar que
mi papá se fue y nos dejó solas. Entonces comenzó una reflexión en mente
carente de salidas. Lo único que veía claramente era lo que sufriría mi pobre
mamá. Ella era una mujer indefensa que nunca tuvo que tomar decisiones, era
una mujer tranquila, un ama de casa cuya obligación se ajustaba a cuidar a su
familia y que desde el comienzo tan sólo hacía lo que decía papá. ¿Pensar,
llorar, o tomar decisiones? ¿Qué haría? ¿Qué, su mente le aconsejaría hacer?
Yo era demasiado joven e inocente, como para saber qué opinar. Con una
educación tan estricta, en esos momento, las mujeres era poco o nada lo que
enjuiciábamos no se nos enseñaba de tan jóvenes a tomar decisiones. Me veía a
mí como veo hoy a un bebé que de un viaje, con el crecimiento tendrá que
crecer.
Pero la presión a veces logra permitirnos visualizar soluciones: “Ubi Pater, Ibi
Patria” (dónde está el padre, allí está la patria) ¡Y un día decidió! Desarmó la
casa, vendió lo que pudo al precio que le quisieron pagar y así, dejando tan sólo
en el recuerdo, nuestra casa con tantas cosas bonitas y con un poquito de
pertenencias, nos fuimos en busca de la otra parte, de aquellos seres queridos
que conformaban nuestra familia.
Hasta ese día, era a mi padre a quién con orgullo veía, lo miraba como quien ve
al Todopoderoso por muchas cosas, por su capacidad, su emotiva manera de ser
para con nosotras, su dominio de idiomas, su facilidad de hacer y rehacer, su don
de gente, creo que por eso y por todo. Ahora, con otra traumática circunstancia,
no estaba él, era mi indigente madre ¡Pobrecita, que habría hecho ella, para
quedar tan sola! Me consta que nunca estuvo preparada para afrontar problemas,
y menos los que nos habían desajustado en todo el sentido de la palabra.
Comencé primero a dudar de su capacidad, luego, la miré con otros ojos, con
menos celo, de una manera más justa, comprendí que la había menospreciado y
al ver como hacía cada una de sus tareas, la admiré por cómo se desempeñaba
y realizaba con buen criterio, cómo pudo armarse de algo desconocido hasta
entonces y sin más, disponer y tomar las acertadas decisiones. No puedo decir
que no me llené de vacilaciones, en, si lo que estaba haciendo sería o no, lo
correcto, el tiempo disipó cualquier duda y me mostró que en su yo interno había
una gran mujer. A la cual por siempre admiré.
Tomada por parte de mi madre la decisión de regresar, muchas personas
mayores, vecinas, amigas y no, preguntaban llenas de dudas y generando ciertos
resquemores: ¿Adónde van? Ustedes están locas, ¿Cómo fueron tan ciegas y se
dejaron influenciar por otra gente? Por otro lado, nos decían, que ya no podían
los judíos seguir viviendo en Rumania ¿Cómo se toma una decisión tan drástica?
Cómo una mujer con toda la fuerza que ejercía en ese momento los comentarios
de un pueblo, iba a contradecirlos. Bueno, como ven, muchos lo hicieron, y entre
ellos, nosotros. En algo los consejeros acertaron, desde ese momento surgió el
cambio en nuestras vidas. Comenzamos a una mudanza de un buen vivir, a vivir
y estar en la miseria, pulsar cada una de las necesidades, tener que acopiar
fuerzas de donde no hubiesen, para soporta la inclemencia. No era una niña,
pues contaba en ese entonces quince años. Pero mi falta de experiencia estaba
presente. Ya no podíamos mirar atrás, habíamos quemado las naves, y con un
frío llegamos a Reni, por suerte como enviados por el cielo, encontramos a toda
la familia esperándonos. Dar un giro con la cabeza, mirar a nuestro alrededor, y
luego de haber observado, poder detallar un algo común, sería decir sin que me
quede nada por dentro, que toda la gente se veían, como si fuesen ánimas en
purgatorio, cada uno, sin saber a dónde, iba con sus paquetitos o cargaban con
esas pocas pertenencias que les quedaban y que al fin serían lo único comercial
para poder subsistir tan sólo, un poco más. Esta gente, de la mima manera que
nosotros, se encontraba esperando, preguntándose: ¿Y ahora que? ¿Adónde?
En nuestro caso, fue mi padre quien tomó las riendas de nuestras vidas. Hoy
puedo decir que fueron equivocadas, si, pero las tomó. Sin vacilar ni dar
explicaciones dijo: nos vamos a Chernovitz. Decir sin aclarar qué significó el nos
vamos, sería innecesario si ésta fuese una novela rosa, pero por desgracia
nuestro acontecer no lo fue y por lo tanto debo hacer un alto y explicarles, que
tuvimos que montarnos en trenes de carga, carentes de cualquier tipo de
comodidades, en ese entonces no se veían lujos o detalles, lo que nos movía,
era el llegar con vida, a la meta propuesta: llegar a Bucovina que estaba bastante
lejos, muy al norte de Besarabia. Y en ese desafiante reto de Días y noches de
penurias, de hambre, de cambios de trenes, días y noches de estar sentados en
el suelo de las estaciones de trenes, esperando a otro tren que su ruta fuese la
que teníamos en mente. Realicé un descubrimiento en ese entonces que ha sido
apoyo en varios momentos de mi vida y es que al final de una desgracia, sigue
existiendo la energía vital. Pienso que la podríamos llamar Dios. De igual manera
que nuestro antepasado Noé, cuando por fin pudo darse cuenta que la paloma no
había regresado al arca porque había encontrado un sitio seco para descansar, y
así sintió un agobio a sus problemas, así, nosotros llegamos al final de la ruta y
sentimos alivio, y renació en nuestras mentes de nuevo la duda de si lo habíamos
vivido o si solamente había sido un sueño. Nuestros libros sagrados nos enseñan
que sin no tenemos amigos, debemos comprarlos. Así pudimos ver no a manera
de cuento, lo que significa en realidad una amistad, a sabiendas de las épocas en
qué vivíamos, rodeados de hambre, miserias y paro de contar, puedo decir con
todo orgullo que mis padres tenían unos amigos allá, y que a nuestra llegada, nos
proporcionaron un pequeño apartamento de 2 piezas que además tenía un
hermoso balcón al frente de su casa. Éste fue mi nuevo hogar, en verdad no
tenía nada que ver con el que tuvimos antes, pero era seguro. Me mandaron al
colegio, donde tuve que aprender ruso y alemán al mismo tiempo, pues todos los
jóvenes, lo hablaban, era el idioma de la región.
Mi hermano tenía 21 años, cuando se casó con una muchacha de su misma
edad, a ella la había conocido anteriormente, ahora vivían con sus suegros. Mi
hermana, la rebelde protagonista, la “Julieta” de esta etapa de la novela, se salió
con las suyas y se casó con su “Romeo” el novio que nos hizo generar un cambio
tan drástico a toda la familia. Pero de nuevo debo repetir que al no ser ésta una
novela rosa, manteniendo la verdad de los acontecimientos, deben saber sin
ningún tipo de veto, lo que ocurrió. La luna de miel fue muy corta, quizás hasta
menos de lo que yo imagino, pero el desenlace del final llegó apenas a las tres
semanas. Un día llena de vergüenza, con un dolor que solamente se debe sentir
en momentos cómo le tocó a ella vivir, volvió a la casa, llena de tristeza, porque
el marido no le daba de comer, quizás otras cosas también fueron motivos de
peso, nunca pregunté. No todo fue tan triste para mí, en ese lugar tuve el
reencuentro con mi primer novio, el amigo que había conocido durante mis
vacaciones y que sigue siendo mi mejor amigo, con él, pude ambientarme, me
hice amiga de sus amigos, ya no me sentía sola. En ese lugar, mi papá trabajaba
en una tienda que era del estado, vendía cosas que habían sido recibidas a
consignación. Les debo aclarar que una vez entraron los rusos, todas las fábricas
y los negocios se transformaron y dejaron de ser privados, todo era del estado.
Así que la gente si quería vender sus pertenencias, estaba obligada a poner en
los negocios de consignación lo que tenían que vender para poder sobrevivir.
Pero eso no duró mucho tiempo, tan sólo un par de meses. Los polacos
comenzaron a emigrar huyendo de las guerras alemanas que venían a todo trote,
y con pasos gigantes a Rusia. Cada situación, cada momento era digno de una
reflexión, carentes de la posibilidad de efectuar alguna acción, me la pasaba
llenando mi cerebro con pensamientos, los que muchas veces compartía con mi
amiga Julia Orenstein, estudiábamos juntas y yo la quería mucho. Me sentía bien
en su casa, notaba una gran diferencia en al comunicación con sus padres, ya
que estos eran muy viejos, claro, en comparación con los míos. Y como sucedió
en más de una oportunidad, volvieron a invadirnos las penas, un día, el menos
esperado, los alemanes llegaron otra vez a Chernovitz, ahora contaban con los
rumanos de aliados. Surgieron preguntas de las que estábamos seguras
carecían de respuesta: ¿Que hacer? ¡Estábamos de nuevo en lo mismo! a
diferencia que nos hallábamos lejos de nuestros hogares. ¿Qué habíamos
cambiado? Veo el reloj, son las tres de la mañana. Podría seguir, los recuerdos
están vivos, están a la flor de piel, pero no, los dejo; más adelante les seguiré
contando.

Capítulo III
Chernovitz
Hay cosas en la vida que no tienen explicación, una de ellas me ha estado
acompañando por muchos años y es la de que aún siendo Chernovitz una ciudad
pequeña, en la que muchas de sus calles estaban hechas de pura arena, y su
población no sobrepasaba de unas cuantas miles de personas; en todo el mundo
me he encontrado con infinidad de gente que dicen ser de Rumania y especifican
haber sido de Chernovitz. Cuál puede ser el motivo, pienso que en principio tiene
que haber el afecto que generó entre los que la conocieron, o en especial debe
haber sido su belleza, me refiero a mi ciudad, a ésa que conocíamos de antes de
1940, ya que con la llegada de los rusos, todo cambió. En la original la que su
evocación se logra con cariño, nos encontrábamos con un hotel en el Ringplaze,
en el centro de la ciudad, éste se denominaba Swartz-Adler, era un sitio que
escogíamos por excelencia, ya que durante las noches nosotros los jóvenes y
otros, algunos no tanto, bailábamos en sus jardines. En aquél entonces en el
hotel había un baterista que por su estilo y ritmo era muy conocido, él estaba muy
de moda, jamás olvidaré su nombre: Drasinover. Llevé a mi hermano en varias
oportunidades y logré que a la fuerza, aprendiera a bailar, comenzaron los
pisotones hasta que con un poco de paciencia, le otorgué su diploma de bailarín.
También puedo recordar con afecto un restaurante muy conocido, el Friedman,
siempre estaba lleno. Allá las parejas, teníamos la ventaja que podíamos pedir y
comer medias porciones, además que ya en aquél tiempo ofrecían comida
vegetariana. He hablado de cosas de mi pueblo, no puedo dejar de mencionar las
confiterías. Los dulces estaban decorados como no he vuelto a ver en otros
lugares, los merengues bañados con aquella salsa de caramelo derretido, los
petit fours, las mil hojas, los dulces de almendras, y tantos otros. Como traviesos
jóvenes a veces comíamos seis de ellos y sólo pagábamos dos. Ni que decir del
jardín público, era toda una belleza, unos jardines reales mantenidos en
impecables condiciones, concebían en cierto momento un balance entre lo
habido y lo deseado. Ver aquella delicadeza de plantas, flores, y poder transitar
por los pasillos totalmente aseados, nos permitía hacer volar nuestra imaginación
y nos daba un cierto aire de poder, riqueza, y esplendor. Religiosamente los
domingos la orquesta del pueblo amenizaba el ambiente y unos y otros íbamos a
deleitarnos, a escuchar la buena música. Pienso que de esa forma de vivir, se
logró que muchos jóvenes se dedicaran por amor, a la música. Más tarde,
cuando el sol reducía sus ganas de venganza y la sombra generaba el suficiente
placer como para ir en busca de ello, salíamos todos los jóvenes y no tanto, a
practicar el deporte nacional: el salir a la calle a dar una vuelta, misma que se
repetía una y otra vez, en la que nos veíamos las caras tanto de ida como de
regreso, entonces, podías apreciar que las calles estaban bien engalanadas con
árboles que mostraban orgullo, encumbrados de manera militar con la vista
puesta al cielo, acariciando con su suave sombra y inundando las cercanía con
ese oxigeno tan puro. Todo esto hacía ver a la gente sencilla, como gente bella.
A la llegada de los rusos, se conformó un cambio como del día a la noche, todo
comenzó a perder lucidez, se opacaron los habitantes y su pueblo, se notaba un
gran abandono en el cuido de la ciudad y lo único que se generalizó fue una gran
tristeza colectiva, nos embargaba la preocupación de lo que nos deparaba el
futuro y peor aún, si nacía una duda que asfixiaba, era tan sólo de conformarnos
y poder pensar en si éste, existiría.
Al analizar la historia judía, esto nos permite ver que siempre hemos tenido los
suficientes enemigos, no existe nada peor que no profesar con fanáticos su
pensamiento, dogma o su estilo de vida. Ya históricamente los judíos vimos que
en una oportunidad a nosotros como pueblo se nos dijo que no podíamos vivir
dentro de las mismas comunidades con otras religiones, en esos momentos se
crearon zonas especiales y allá nos enviaron, también advertimos más tarde
cómo la iglesia católica nos obligó a renunciar a nuestras creencias religiosas o
en su defecto forzó a los demás a mudarse del país al que pertenecían por
siglos, o, ahora a nosotros, nos tocaba la última, y se diferenciaba ésta como la
tercera etapa en la cual nos tocaba vivir la peor. Dónde ya nada era suficiente,
ahora según los nazis, ya no teníamos derecho alguno de existir, ellos hicieron lo
imposible para no dejarnos vivir, pues ya tenían activada “la solución final”. Como
ser humano me doy cuenta y exclamo y reclamo al mundo, a ese que permaneció
silencioso, a ése que nada hizo por detener el holocausto: ¡Qué triste es tener
que haber sido parte de esta historia tan vergonzosa!
Al sellar el pacto entre alemanes y rumanos, estos últimos retornaron al mando,
lo primero que impusieron “Cito, Tito Et Jucunde” (con rapidez, seguridad y
alegría) y por lo que vemos con idéntico temor de que el pueblo esté al tanto,
pues se nota que ahora está desgraciadamente de moda en muchos países, la
ley que trata de regular en las noticias los contenidos; haciendo con ello un
amedrantamiento en la que los pueblos deben callar por tener una censura
previa, peor aún en aquél momento, con los rumanos en el poder, ellos
ordenaron bajo pena de cárcel y hasta de muerte en algunos casos, el de
entregarles a ellos, todos los aparatos de radio. A partir de ese momento, en
Rumania cundió el silencio total, Ya no se supo de nada ni de nadie, daba la
impresión de que el otro mundo no existiese. Para colmo de males vino la orden
de que todo judío debía de manifestar sin duda alguna su origen religioso, su
creencia, y para ello, se nos conminó a usar en amarillo el Maguen David en la
solapa. Una parte de la ciudad fue declarada como ghetto, allí dispusieron para
que se reunieran todos los judíos, cada uno debía dejar libre y abandonada su
casa, su hogar, su pertenencia, en nuestro caso, aunque no tuvimos que
movernos de sitio, pues en donde vivíamos quedó la zona que ellos decidieron
convertir en ghetto. A partir de ese momento, siempre esperábamos lo peor. Y
eso, les puedo garantizar que es una manera de morir, estando vivo. Al llegar los
alemanes y estar apoyados por los rumanos, los rusos fueron en retirada. Ahora
de nuevo nos encontrábamos en el medio de la guerra, en el centro del infierno,
ya no sabíamos qué hacer. Los rusos en su retirada, por lo que he leído le dieron
el espacio suficiente cómo para que los alemanes se adelantaran a pasos
gigantescos. Sé que ellos, los dejaron entrar hasta el corazón de la Unión
Soviética. Lo hicieron hasta llegar cerca de Moscú, pienso que contaban con que
los ayudaría el crudo invierno. A la llegada de éste, los alemanes comenzaron a
tener las primeras bajas y las subsiguientes derrotas. Los rusos contaban con la
inexperiencia de los alemanes de sobrevivir con el invierno casi ártico y
acertaron. Al no soportar las temperaturas tan bajas, se desmoronaron y
comenzaron a caer como hormigas. Creo que históricamente se podría resumir
este hecho como “el comienzo del fin”. La moral del pueblo alemán, llevada en
alto por la cantidad de proezas, victorias e invasiones ejemplares, se vino a suelo
y de ese invasor con fragancia de triunfadores con que andaban las huestes de
estos malvados, ya se comenzaba oler la pestilencia nauseabunda del miedo y la
desesperanza. Los alemanes se vieron obligados por fin, a retroceder.
Me veo hablando, escribiendo, y noto una fuerza enorme de enfrentarme al
pasado, sí, puedo decir con todo orgullo que soy una “Sobreviviente del
Holocausto”. Que defendí mi creencia, a los míos, y sobre todo, mi vida, sé que
en algunos momentos sentí debilidad, y mis pensamientos me empujaron en más
de una oportunidad a cometer un disparate. Lo sé, no me siento orgullosa de ello:
para nada, pero como ven sólo se quedaron en ganas. Es cierto, como también
que la única manera de criticar a los que sí se equivocaron, a los que el miedo
les hizo más daño que la misma realidad, es habiendo conocido o vivido al borde
del filo de la muerte; ante o durante el desespero de un hambre, o de un frío
repetitivo. En lo personal sé que me vi naufragar no menos de un par de veces.
Debo decir que fueron muchas, tantas como en mi país, el viento iba a acariciar a
las olas caprichosas, de la época en que nací. También que el fantasma de la
locura no pudo conmigo. ¡No me dejé, aunque sé y supe, que la muerte se movía
a mi alrededor! ¿De donde saqué fuerzas para resistir cuando en plena
desesperación, en plena desilusión, habría estado lista a renunciar todo? Pienso
que de los pocos momentos de alegría y paz que mis padres me regalaron en mi
niñez, del reconocer como importante, el valor de la familia que de una manera
comparto y también me pertenece, pues me ha acompañado por siempre y es el
principal motivo de fe y esperanza como para optar en todo momento a no
rendirme ¿Vacilar? Tal vez, pero no más allá. La vida sin dudas es una ciencia
difícil de entender. Lo que siempre distinguí claramente es que una toma fuerzas
de la fe, de aspirar y con ello creer que todo lo malo se debe terminar y que el
final siempre será bueno. Al pensar así, una llega a la conclusión de que la vida
merece ser vivida, aunque algunas veces pareciera nos resulta insoportable.
Pues sabiendo que al final, lo hermoso debe ser lo que prevalezca, y ha sido así,
como por siglos hemos descubierto que “después de la tormenta viene la calma”,
que detrás de nubes negras se esconde el cielo azul, cálido y esplendoroso, un
cielo por el cual vale la pena luchar, y que tenemos una esperanza al no dejarnos
vencer. Recordando que después de un frío invierno, llega la primavera, que de
unas plantas secas, brota vida, florece y renacen con el cielo claro y puro ¡Que
curioso! Uno puede llegar a olvidar lo que comió ayer, pero recuerda lo que nos
sucedió años atrás. Es difícil que olvidemos a los amigos, los enemigos, las
perdidas, todos estos detalles se encuentran juntos en un lugar en la calzada de
la memoria. Y aunque alguna vez esto me asustó, hoy con más conciencia,
generada por más experiencia, pienso que tiene mucho sentido, para gente como
yo, octogenaria, estoy segura que la memoria actual no es tan necesaria de
guardar, la memoria que de alguna forma sirvió para modelar nuestro manera de
ser, y que es la base de nuestro complejo de culpa o nuestro motivo personal de
recompensa, según hayamos hecho lo uno o lo otro, ésa, ésa si es importante,
pues nos va a mantener con la cabeza erguida, va a llevar de la mano por el
resto de nuestras vidas con la cabeza en alto, y aunque no recordemos detalles
tan insignificantes como si le pusimos o no azúcar al café, con lo vivido
apreciaremos el dulce saber de la satisfacción. Me veo con derecho a hacer una
exposición de mi lucha y obsesión. Si me conocen sabrán que está justificada,
como ven es y ha sido natural, pues este tema continúa aquí de modo inevitable,
sobre todo si se consideran los desarrollos. Existe, quiera o no, cierta semejanza
entre los dos periodos primarios durante la invasión de los nazis, en el sentido de
que en uno, se tiene que hacer lo posible para sobrevivir en un mundo que todos
los elementos se han venido abajo. Y ahora en esta nueva faceta, se ha de vivir
dentro de una etapa de depresión. Aquél, al comienzo, lo veíamos como un
mundo en el cual, en los momentos menos pensado nuestro desequilibrio nos
podía lanzar al vacío. Ahora, andábamos de nuevo en la misma ciudad pero con
diferentes costumbres, volví al colegio, éste era un colegio de habla rumana, ya
no seguimos tomando clases en alemán o en ruso, de nuevo cambios y cuántos
cambios, ¡Dios mío! Llegado el otoño, dieron inicio los transportes de judíos. Los
llevaban ¿A dónde? No se sabía, se tenía mucho temor, más el mismo pavor
generaba incertidumbre y hasta podría decir que nos forzaba a carecer de interés
en descubrir la realidad. Mi padre quien había salido airoso en los tres primeros
turnos de deportación, esa vez tuvo la intuición de que se convertiría en un
próximo viajero y para evitarlo, se metió en un hospital y sin necesidad alguna, se
operó de hemorroides. En esa oportunidad estuvo equivocado, al llegar las listas,
nuestro nombre no aparecía con los que debían ser deportados. Según mis
cuentas, pasamos tres de ellos sin salir publicados en listas. Lo que nos llenaba
de tristeza era que de los que sí supimos que se habían llevado, nunca jamás
volvimos a tener de ellos, la más mínima señal de vida. Ellos corrieron con la
misma mala suerte que la gente de las pequeñas ciudades y de los pequeños
pueblos.
Los días pasaban lentamente, pero los años volaban, así llegó el invierno
demasiado rápido, muchísimo frió. Nos llegó la noticia que la gente estaba en
Ukraina en diferentes campos y que se morían, este es un decir que no es justo,
la verdad era que los mataban de hambre, o los dejaban desasistidos para que
muriesen de frió, y sobre todo de tifus. Con la entrada del siguiente verano los
alemanes hicieron otras deportaciones y esta vez para nuestra desgracia
estuvimos entre los que aparecían en las listas, también.
Ahora que debo recordar el pasado con la tranquilidad del presente, con la
experiencia que acompañan los años, pienso, analizo: ¿cómo pudimos ser tan
tontos y esperar que vinieran a llevarnos? Creo que con habernos ido de la casa
a cualquier otra parte y al ellos, no encontrarnos, se habrían ido sin nosotros.
Talvez ¡Pero no fue así! Nos habíamos quedado, ellos vinieron, lo hicieron como
si se tratase de una banda de locos, drogados, sí, si no fue con drogas químicas,
venían con drogas dogmáticas. Llenos de pavor e indefensos, a la fuerza como
bestias arriadas, nos llevaron a una estación de tren que había lejos de la ciudad,
en la que recuerdo aún invadida por el miedo de aquél momento, ésta, cada vez
se iba llenando con más y más gente. Los militares rumanos con las armas en la
mano nos cuidaban para que no escapáramos. Mi papá tenía una carreta en cual
puso unas cuantas cosas y en las ruedas metió el poco de dinero que tenía. Y
así, esa fatídica noche, partimos, lo hicimos en vagones de carga, decir de carga
no es peyorativo ni indica la realidad, pues les puedo decir que ni siquiera eran
para animales, ya que estos estaban completamente cerrados, en un solo lado
del vagón había si así se puede llamar, una pequeña ventana, en la misma había
alambre de púa para evitar cualquier tipo de escape. En la estación se nos
obligaba a meternos a empellones en el vagón, no había facilidades, escaleras,
rampas u otra cosa con qué ayudarse a subir. Los alemanes acompañados de
sus perros pastores alemanes bien entrenados, infundían tanto miedo, tanto
pavor, que la gente entregada permitía que hasta que nos fueran metiendo de
manera apretujada, calculo que íbamos más de cien personas en cada vagón, y
de nuevo debo agradecer que tuvimos la gran suerte dentro de todo aquel caos
de permanecer todos juntos en el mismo vagón.
Decirles ahora cuánto viajamos, la verdad que es algo que se me borró de la
mente, tan sólo recuerdo que me moría de sed, que mi padre se sentía
impotente, al como de costumbre, no poder ayudarnos, al saber que esa noche, y
hasta que Dios lo dispusiese, no había ni habría agua, me entregué, quedé
rendida en el suelo durmiendo, sin pensar lo que nos esperaba, ya nada valía la
pena. Los niños lloraban, ningún padre podía ayudarlos, se generó en ellos, un
daño psicológico irreparable, la impotencia paseaba por doquier, la rabia también,
pero estábamos asistidos sólo, con sólo malos pensamientos, y con ellos nada
más, nada se puede hacer. Así, continué entregada a un sueño parecido al que
nos debe llegar antes de la muerte, en el que uno no puede cambiar el devenir y
por tanto para sufrir en menor escala, se deja uno llevar al fin. Por aquellos días
aprendí que el sueño y la muerte son iguales, la única diferencia está que en uno,
a veces se despierta, y del otro, ya ni nos queda ese deseo. Esto siguió por
algunos días, hasta que el tren paró, las puertas se abrieron. Nadie vino a
recibirnos como amigos, los alemanes acompañados de perros entrenados para
matar, nos gritaban, “Heraus (afuera), todo el mundo afuera”. Se nos ordenó que
siguiéramos en fila, teníamos que pasar el Niestre, un rió bastante grande que
antes era considerado como la línea de frontera con Ucrania. Nos llevaron a
todos hasta una pequeña montaña, de la que a nuestro alrededor no se veía
nada; para un poco de consuelo vimos como el cielo sollozaba, aparentemente,
se apiadaba de nosotros, lucía con algo de miedo, y comenzó a llover, saciamos
con ello la sed de estos días, salimos de un mal, entramos en otro, ahora por que
carecíamos de ropas, no teníamos con que abrigarnos. Como el diluvio universal
ese día llovía sin parar, y supimos en conciencia cómo se formaban los ríos,
vimos el agua correr sin detenerse, el barro no permitía moverse, pues al dar un
paso en falso, en su intolerancia no nos dejaba que lo domaran, al menor
movimiento nos resbalábamos y nos llenábamos de lodo. ¿Comer? Quién
pensaba en comer, aunque las tripas haciendo ruido se quejaban, nadie les
prestaba atención. El segundo día, de nuestra llegada, cuando las aguas
amansaron, pasamos al otro lado del famoso Niestre y nos volvieron a
seleccionar de nuevo en grupos de 150 personas.
Nos metieron de nuevo en vagones que andaban a unos veinte kilómetros por
hora. Viajamos el día entero. En un momento desperté a la realidad, los olores a
orina eran insoportables. Aunque se les forzaba a los niños hacer sus
necesidades en una esquina del vagón, ya todo apestaba terriblemente. Éramos
tratados peor que animales, ninguno de los pueblos que tuvieron responsabilidad
con nuestras vidas o decisiones con la muerte, nos consideró como seres
humanos, recuerdo, miré a los ojos de algunos de los guardias, en ninguno se
podía apreciar un deje de bondad, misericordia, pena, o dolor, muy por el
contrario, se les veía una satisfacción lograda luego del cumplimiento cabal de
cualquier mandato que alguien halla podido ejercer y de haberse realizado estoy
más que segura, esa gente, por así llamarla jamás imaginó la cruda realidad de
su acción. Antes de llegar a una estación que por las dimensiones me hizo
pensar era importante y de la cual nunca pude saber su nombre, vivimos en
primera línea de fuego, los alemanes desengancharon los carros, pusieron a
resguardo la locomotora y allí en el medio de un bombardeo interminable, nos
dejaron a merced de Dios. Un nuevo temor se colaba en nuestros cuerpos,
mientras los mayores permanecimos en silencio total, al encontrarnos en esas
condiciones los niños ya no soportaban y al saberse con hambre o sed, y al
sentirse encerrados bajo el bombardeo agresivo, comenzaron a llorar, lo que
acometió dentro del sitio con un temor maligno, quizás esta escena se podría
describir como si estuviésemos en el corazón más caluroso del infierno.
Transitamos unas horas con esa angustia, el temor, la ansiedad y paro de contar
pues esa hora o media hora, o lo que pudiese haber sido, me hizo ver que el
tiempo había sido toda una eternidad. La tensión nerviosa era insoportable. Al
detenerse el bombardeo, estuvimos pendientes de los nuevos sucesos, y
cualquier movimiento o ruido en la cercanía, nos llenaba de sobresaltos. Al final
escuché unos rezos, entre nosotros hubo gente que seguía cobijando
esperanzas y o pedía o quien sabe, a lo mejor agradecía los hechos. En esas
circunstancias todo era permisible.
A veces veo que me preguntan si he tenido miedo, la gente cree que los
sobrevivientes somos seres especiales, pues quiero que sepan si no conocen la
respuesta o si no han sentido alguna vez la muerte. Que tuve miedo, tanto o más
que cualquier otra persona, pero sé, porque lo viví en varias oportunidades, que
cuando no está en nuestras manos, el poder defendernos, el miedo cede ante la
impotencia. El ver como caían bombas por todos lados, cuando estas generaban
un fuego, con llamas que cambiaban la temperatura de nuestros cuerpos, y con
más fuego, el cielo se teñía de color rojo al comienzo y de negro más tarde, por
un lado nos hacía ver un fin rápido. Menos mal que los aviones tuvieron
consideración de nosotros y no nos dispararon a matar. Las bombas caían, y
eran más cada vez, y cada vez caían más cerca, y lo único que nos quedaba era
rezar. Al nuestro lado, gente religiosa se ponía los tefilim y rezaban mientras los
niños gritaban y lloraban. ¿Se pueden olvidar estos momentos alguna vez? ¡No!
¡Imposible!
Ese día, como muchos otros en el transcurso de nuestras vidas, Dios nos
protegió y nada nos pasó. Algunas veces cuando nos da la impresión que todo se
acaba a nuestro alrededor, cuando de hecho somos nosotros mismos los únicos
que hemos perdido el equilibrio, al volver en sí, se siente una paz interna. Fue
una alegría el sentir el fin de los bombardeos, sentimos como si hubiese venido la
paz, los alemanes se habían escondido del fuego enemigo y allí permanecieron
agazapados por más de una hora, una vez tranquilizado todo, como si se tratase
de una gran fiesta, entre los que nos encontrábamos prisioneros en el vagón, nos
comenzamos abrazar los unos y otros, hasta nos besamos, pues unidos
habíamos logrado pasar otro obstáculo más. Aquello que los alemanes temían, y
por lo que habían realizado estudios para no caer, se había dado en su contra.
Los judíos, todos, nos sentimos amigos, éramos desde ese instante una gran
familia, en contra de todo pronostico, ellos habían forjado la unión y no la división
como ellos pensaron. Se generaron lazos de amistad en el sitio más recóndito en
que se escondía la maldad. Fue algo que me forzó a meditar y es que era
necesario el pasar tales penurias, para lograr que la gente se hiciera amiga, qué
desperdicio, habiendo tantas posibilidades, tener que recurrir a ello. Mi vida se
iba ennegreciendo con lo que aprendía por horas y retornaba en mis
inquisiciones si valdría para algo, en un futuro la experiencia que había obtenido
hasta ese momento, en que apenas contaba con dieciséis años.
Esto no fue todo. Al segundo día, nos engancharon de nuevo a otro tren y
después de muchas maniobras éste siguió su viaje, horas y horas interminables,
y al parar tuvimos que bajar. Sentimos como nuestro pulmones acostumbrados a
un aire putrefacto, contaminado al máximo, castigaba ahora la entrada de aire
fresco, al poco sentimos su delicia, y así, me di cuenta que con nada nos íbamos
resignando. Custodiados por militares, legionarios, esbirros, grupos
especializados en el maltrato, tropas de soldados inhumanos fraguados en su
maldad por Hitler, nos conminaban a caminar en filas de cuatro personas. Quién,
de los nuestro no podía resistir por uno u otro motivo, recibía golpes y en la
caminata si quedaban sin moverse, los fusilaban. Vimos la cara del diablo, un
algo no humano, un alguien en nuestro yo interno, nos decía: ¡camina! ¡Camina!,
no te quedes atrás, no aminores el paso. De aquellos que del comienzo logramos
sobrevivir, pudimos llegar a una aldea llamada Ladijin. Entramos como corderos
al sacrificio en un colegio y cada familia trataba de reunirse localizando un simple
pedazo de piso donde dormir. Era un acto risible, más desde hacía días que
habíamos perdido el ego. Sin embargo en ese momento, nos sentíamos libres.
¿Lo éramos? Con algo de dinero se podía comprar papas o pan a los
campesinos. En el pueblo, a lo lejos, se encontraban los alemanes con más
comodidades, ellos no estaban a la vista. E increíblemente, debo decir que eso
nos dio cierta tranquilidad. Me pregunto ahora, ¿Qué pensaban los adultos?
¿Qué iba a ser de nuestras vidas? ¿Qué harían si nos enfermábamos? Menos
mal que en ese momento no me tocó responder. Las personas mayores tomaron
conciencia y de a poco se fue formando un comité con suficiente poder para
gobernarnos y lograra así tranquilizar a tanta gente. Allí, en aquél recóndito
lugar, yendo a un sitio y a un futuro desconocido, mi hermana conoció a su futuro
marido quien era farmaceuta, él, estaba con su padre, un hombre muy viejo, por
lo menos así me pareció a mí, alto. Mi cuñado era un hombre buen mozo de pelo
blanco, con un porte ganado con la experiencia y las buenas costumbres
desarrolladas dentro de la alta sociedad, lugar del cual lo sacaron para traerlos
de paseo en esta avenida, en la ruta a la muerte. Es increíble el ver el potencial
que tenemos escondido dentro de nosotros mismos, pude ver a mi madre hacer y
deshacer, ella, para alimentarnos hacia comida en al patio de la escuela, nos
mandaba a buscar piedras, las que unía y en su interior colocaba trozos de leña
que servían como cocina, y cocinaba papas en agua u otra cosa, lo que podía,
todo de manera muy rudimentaria, pienso que nos alimentábamos con muchas
de las sombras de la imaginación y con bastante de ese, el olor a humo, de
seguro que con ello, lo hacíamos más, que con lo poco que ingeríamos.
Habíamos vivido en tan corto tiempo tantas desagradables experiencias, que
comíamos sin quejas, nadie chillaba, masticaba, vaciaba su rabia, tragaba, y,
nada más.
Transcurrimos así casi dos meses. En el aburrimiento del sitio que nos tocó ir y a
donde se nos obligó acampar, creyéndome un oficial, hice amistad con un
muchacho llamado Marcelo y jugando a la guerra íbamos tanteando por todas
partes, hasta donde se nos permitía. Así nos dimos cuenta que estábamos bien
custodiados de militares. Cierta noche cundió el pánico. Estando todos dormidos,
escuchamos unos gritos: ¡Alemanes ¡vienen los alemanes! Temeroso todo el
mundo, se despertó. Los adultos empezaron a revisar, era una falsa alarma, no
encontraron nada y todos nos tranquilizamos y todos fuimos a dormir. Fue un
sueño corto. A veces imagino que la premonición del suceso tuvo que haber sido
real, pues se nos presentaba revivir algo que ya habíamos hecho antes. A eso de
las cinco de la mañana escuchamos otra vez gritos: de una vez, Heraus, heraus,
todo el mundo afuera, tal como están, no pierdan tiempo, vamos apúrense. Al
salir al patio nos dimos cuenta que ya había una mesa larga con unos seis
soldados de la SS, estos sin vacilaciones comenzaron el trabajo. Cada uno de
nosotros debía pasar delante de la mesa mientras los militares rumanos pegaban
a la derecha y a la izquierda para enfilarnos. Y así dieron comienzo a su juego de
la lotería humana: 1, 2, 3, tu te quedas, ustedes se van, 1, 2, 3, 4, 5, tu te quedas,
lo hacían al azar. Desarmaban familias enteras. Se imaginan los gritos. Sé que
algunas familias no quisieron separarse y sabiendo el destino qué les deparaba
se fueron enteras, en otros casos quedaron tan sólo uno o dos miembros de una
familia, esto a veces sucedía pues un padre o una madre consciente forzaba a su
hijo o hija mayor, para que ésta tratara de salvar su vida, había que dar una
oportunidad a la vida y con ella a la descendencia. Entre los elegidos para que se
quedaran recuerdo estaban un zapatero, un doctor, una modista, algunas
mujeres que para sobrevivir se revelaban como fáciles, también mi cuñado, el
farmaceuta éste tomó de la mano a su esposa: mi hermana y a su padre. Mi papá
trató de hablar con los soldados rumanos, les dijo que de salvarnos, él, podía
darles dinero, la respuesta fue rápida, el soldado dio contra el suelo con su palo
tantos golpes, suficientes como para fijar el precio que exigía. Mi padre accedió.
Bajo sus instrucciones, al llegar a la mesa de los alemanes, mi papá dijo que era
panadero, era esa una profesión que ellos requerían y por ello nos permitieron
quedar. El miedo se apoderó de mi mamá, se mojó toda. Al final como resultado:
Quedamos cuarenta y seis personas, los otros fueron llevados en camiones, no
se sabía a dónde, más tarde averiguamos que no quedó nadie vivo. Los fusilaron
todos en la orilla del Buck, otro rió ubicado en la frontera de Ucrania.
Los que fuimos seleccionados para quedarnos se suponía y hasta los mismos
alemanes pensaban, que íbamos a quedarnos con ellos, pero les llegó otra orden
y dos días más tarde, nos hicieron caminar varias horas hasta llegar a Cariera de
Pietre, (Stein Bruck) lugar que antes fue una guarnición militar y donde había
mucha gente seccionada de otros campos. Era un lugar muy grande, demasiado,
Se dormía en pisos de cemento, no había baños, la gente hacia las necesidades
en medio del campo. Nos continuaban tratando como fieras. Era lo normal. Mi
amigo Marcelo, cuando vio venir a los alemanes se subió a un árbol, se quedó
con nosotros, más no tuvo vida larga. A causa de un resfrío, un susto, o vaya
usted a saber, agarró la tuberculosis y murió tres meses más tarde. De nuevo hoy
pido tranquilidad por su alma. Él fue un ser noble y querido.
Los domingos, con la llegada de los campesinos se armaba una especie de
mercado, ellos nos cambiaban cualquier cosa por comida; por ejemplo recuerdo
que por un pantalón nos daban a cambio seis papas, etc. Los ucranios son
grandes antisemitas y cada vez que podían nos lo hacían ver y sentir. Un día
apareció un nuevo cargamento de personas de Hernovitz. El alcalde, un rumano,
viendo que el poder iba en decadencia y que los alemanes debían retroceder,
para cumplir su cuota semanal de sacrificio humanos, recogió a todos los
atrasados mentales, fuesen o no judíos, a los gitanos y algunos desgraciados y
cumpliendo el número requerido de sacrificios. En la noche, los llevaron al rió, a
un lado, los pusieron a hacerse sus propios hoyos y los fusilaron. Terminado
esto, los cubrieron con tierra. El día siguiente, la tierra aún se movía. Sabíamos
que habían enterrado a gente con vida, más nadie quería mirar o decir algo, pues
reinaba el temor de perder sus propias vidas.
Llegó el invierno, para colmo de males. Debo decirles, que en Ucrania el invierno
llega temprano y el frió se queda durante largo tiempo. Con él, dio comienzo a
nuevas enfermedades, el tifus hacia de lo suyo, ¿y la suciedad no se detenía? ¿Y
cuando te bañabas? En lo personal No me acuerdo haberlo hecho en meses. Lo
que sí recuerdo, ahora con más dolor, era que el papá de mi cuñado el
farmaceuta tenía un abrigo internamente revestido con piel. Muchos días sentí
envidia, supuse que él no tendría frío, cuán equivocada estaba yo, la realidad fue
otra. Por la falta de aseo, el abrigo se llenó de piojos, por temor a que se lo
robasen, él nunca se lo quitaba, y los animalitos, lo comieron, y así murió.
En una noche de Diciembre empezaron a aparecer en el campo los partisanos.
Teníamos miedo por nuestras vidas y el comité trabajó con ellos ofreciéndoles
dinero, ellos, prometieron llevarnos a un campo mas seguro. Esto lo sabía muy
poca gente porque ellos mismos tenían miedo por su propia vida. Y en la noche
de 31 de Diciembre, los partisanos escogieron a un grupo de treinta personas en
las cuales estábamos incluidas y partimos. Los alemanes festejaban el año
nuevo, acá hay que aclarar, que hasta la fecha, jamás había ocurrido escape
alguno, lo que les permitía a ellos estar tranquilos, primero celebrando y al final,
pasando su borrachera, además, cabe destacar que esa noche el frío, no era
normal, y como hacía tanto, los alemanes cometieron el error para ellos y suerte
para nosotros, de no hacer su ronda de rigor, lo que nos permitió aprovechar el
momento y huir. Los partisanos nos prestaron a cambio del dinero, un trineo,
mismo que fue empleado para cargar con los más viejos y los niños. El resto de
nosotros nos fuimos caminando. La nieve cubría todo el panorama, la vista
recuerdo que era tétrica, los árboles lucían muertos, y por haber nevado
recientemente, la nieve estaba fresca, cubría puedo decir que casi medio metro
de alto, lo que nos hacía casi imposible el marchar adelante. Pero llegamos a ver
el nuevo año, amaneció el día primero, era un día de sol y con el resplandor del
sol y la blancura de la nieve no se podía ver. Caminábamos sin apreciar que
íbamos en busca de la libertad, así seguimos hasta llegar a la noche siguiente,
en la que arribamos a un pueblo llamado Obodofca. Una cosa que no podré
olvidar jamás fue el frío que se había calado en mis huesos, me sentí desfallecer,
y mi padre al verme en esa situación negoció con una campesina dos
pantalones, para que ella, me dejara dormir al lado de una pared cálida, ya que
ésta formaba parte de la cocina, reconozco que fuera de lo acordado, ella, me dio
un plato de comida caliente. No quisiera presentar a esta mujer con una
desfigurada impresión, ella me consta no era mala, Dios la bendiga por lo que
hizo.
Pero no podíamos perder el tiempo, así que al día siguiente continuamos nuestra
fuga, durante el camino, por culpa del exceso frío, se me helaron los pies. Aquél,
fue muy mal momento, primero un dolor insoportable, luego, así, de repente no
me podía mover. Entre los adultos, se tomó una decisión: me subieron al trineo y
fue lo peor. Estuve a punto de perder ambas piernas. Dentro de mi buena suerte,
me favoreció que no estábamos lejos de nuestra meta y llegando a un pequeño
pueblo llamado Bersad, éste era un campo grande, en donde terminaba nuestra
odisea, en el mismo, había gente de muchas partes. Encontramos a unos amigos
de mis padres que tenían dos hijas, que eran amigas mías, la señora al verme,
me agarro y me metió las piernas en la nieve, al obrar así, ella, me las salvó.
Allá dio comienzo a otra época de nuestras vidas, pues es bien sabido que cada
ser humano, tiene su oportunidad. Llena de inquisidoras preguntas, sobre el día,
el presente y sobre todo, el futuro, me di cuenta, que de alguna manera sentí que
había pasado y sufrido la época más horrible de la guerra y al creer saber lo que
todo pudiese significar, me pregunté: ¿Viviré?

Capítulo IV
BERSAD
Nos establecimos en Bersad, a decir verdad sé que en la ciudad se contaba con
una oficina que tenía el censo de toda la población, pero jamás me interesé en
conocer esos datos. También, sé que los judíos que vivíamos allá éramos
muchos. La comunidad era grande. Tuve la suerte de tener como cuñado al único
farmaceuta que había en el pueblo, él, fue el segundo esposo de mi hermana,
nada que ver entre el primero que la abandonó por no tener que alimentarla y
éste, mi nuevo cuñado era otro tipo de persona, desde que se casaron, se notaba
su dedicación y amor, él aparte de darle un buen trato y mucho cuido, le había
salvado la vida en más de una ocasión. Vivíamos los cinco juntos en una pieza,
mi padre con unas tablas de madera nos había hecho una cama en la que
dormíamos, él, mi madre y yo. Dejamos de dormir en el suelo, más aún al
despertar, lo hacíamos con los huesos quebrados, de lo dura que era. Mi cuñado
supo cómo desenvolverse en época de crisis, salió a dar un paseo por el pueblo
y buscando, encontró dos doctores y se hicieron amigos; de un día a otro, ellos le
comenzaron a mandar clientes, aunque carecía de máquinas, él se las ingeniaba
y los remedios los elaboraba a mano. Comenzamos a ver algo de dinero y se
podía respirar con un poco más de holgura. Mi mamá también quiso ayudar y
empezó a hacer tortas, en la región se cultivaban mucho las flores y una de las
siembras más importantes era la de girasoles, pues en base a ello, por el exceso
de materia prima, a mi madre, no le quedó otra sino la de hacer uso de ella y así
pasamos a ser fabricantes de tortas de semilla de girasol, las que se vendían
bien. En medio de aquél desbarajuste, me hice amiga de mucha gente de mi
edad, aprendí que la pesadez de la carga que sentimos en momentos de agobio,
estando acompañada, nos pesa menos, aprendí que la vida es una sola y ésta
comienza y termina cuando uno menos lo espera. Mi papá no se quedó atrás, en
contra de su propia decisión y no pudiendo escoger, a él, le tocó trabajar duro
para los alemanes y cuando venia invadido por un agobio, y lleno de
desesperanza, de regreso a casa siempre encontraba un plato de greda con
polenta y un vaso de leche. Como si desde ese mismo momento se sintiese ya,
cual fuese otra persona, o quizás sintiéndose en deuda con Dios, salía afuera de
lo que podríamos llamar nuestra casa, y delante de la pieza, se sentaba sobre
una piedra, levantaba su vista y mirando a la luna, comía. Juraría que era un
monólogo que se generaba entre ellos, o quién sabe si hasta un diálogo, pues
estoy segura que mi papá le hablaba. Aquello, pasó a ser un hecho tan normal,
pues vi a mi padre, lo realizaba tan frecuentemente, que al principio me extrañó,
pero viéndolo, luego llegué a acostumbrarme.
Un detalle que no podría pasar por alto, es que durante esos tiempos, solía ver a
mis padres como un par de personas mayores, me parecían muy viejos. La
realidad era otra, pues ahora me doy cuenta que no lo eran. Papá tenía
escasamente cuarenta y siete años y mi mamá cumplía los cuarenta. Visto en
retrospectiva podría decirse que ambos se encontraban en plenitud de madurez.
Lo que también les increpo es que llegamos a ese punto por haber cometido
fallas, por tomar erradas decisiones. Me doy cuenta de cuánto sufrimiento,
necesidades, inseguridad de vida. Y al final, tener que vivir de aquella manera, un
día a día que pienso, no nos merecíamos. Como tampoco esos hombres que
cada vez que salía a la calle a dar un paseo, los tenía que ver, allí muertos:
colgados, o estrangulados. En Bersad raramente se veían a los alemanes pero
sabíamos que ellos estaban allá, muy cerca. En una ocasión conocí a una mujer
en la calle, ella estaba sola, la vi llena de tristeza, supe que deseaba un
acercamiento, me dio lástima y comencé a hablarle. Apenas dio comienzo a su
historia, me di cuenta que toda su familia había muerto de tifus durante el primer
invierno, noté que ella tenía una fuerza férrea; tan sólo imaginarme tal soledad
me hacía verla con cierto respeto, no sé cómo la pobre resistía. Al dar rienda
suelta a una nueva amistad, sabiéndome interesada como ser humano en los
sufrimientos ajenos, me invitó a su casa, me mostró qué era lo que hacía para
vivir: ella, era adivina. Por unas monedas le leía a la gente que lo solicitara, la
suerte, ella, lo hacía mirando con detenimiento la palma de la mano. Quedé
sorprendida de su habilidad, misma que a la larga, para mi fue de gran ayuda. La
visité varias veces y en una de las tantas, ya considerándome su amiga, como si
se tratase de su mejor cliente, ella leyó mi suerte, según mi mano, me consta que
pudo demostrarme que conocía no sólo a mi familia, se atrevió a decirme el
nombre de mis padres, de mi hermana, el nombre de mi abuelo que todavía vivía
y hasta de mi cuñado. Ella me contó lo que iba a suceder conmigo, qué pasaría
con mi vida, y muchas cosas más. Su ágil manera de interpretación lindaba en
los límites de la magia. Quedé asombrada y sumamente emocionada. A tal
extremo que una vez en mi casa, quise hacerlo también. De igual manera que
ella concebía, tomé una pinza y cogiendo la mano de mi madre, comencé a
contar los surcos de las palmas de su mano. Cuando una vez pude vislumbrar su
metodología, y creyendo saber sus secretos, logré ingeniarme y al poco, en
Bersad, ya éramos dos, las adivinas.
Empecé a manejar esta nueva empresa de las adivinas, con un paquete de
cartas, las mismas las tenía en la mano y las movía de un lugar a otro. La
inseguridad, lo incierto del presente y del futuro, el miedo a lo desconocido, y los
temores eran tal, que como para aminorar pesares, y hasta para tener una idea
más clara de que atenerse, todos querían saber su futuro. Estoy segura que
muchas de las personas a las que les leí la suerte, al comienzo, no creían en mi,
otras pienso que sí, pero el rato y las cosas buenas que siempre les decía a cada
uno les agradaba tanto, que cual se tratase de los psicólogos de hoy, creo, ellos
venían a mi, para recibir un poco de esperanzas, levantar el humor, y tomar
fuerzas como para seguir en este calvario de nunca acabar. Muchos de ellos
venían para que yo les leyera la suerte. Se aferraban de cualquier cosa. No fue
difícil. Mirar a la gente era suficiente como para poder intuir sus necesidades. La
verdad era que todos teníamos el mismo problema. Empecé a ver a las personas,
me fijaba en sus ojos, denotaba las expresiones, y de inmediato, con
conocimiento de causa, me iba por esa misma vía. Aunque no lo crean, llegué a
ser popular y muy solicitada.
Llegó un momento, en que la conciencia toma logar y cuerpo. Fue, (la recuerdo
como si se tratase de hoy mismo) una de las tantas noches, cuando al regresar a
la habitación, tras haber adivinado a varios clientes, me acosté encima de mi
tabla de madera, me quedé pensando, no podía dormir, una carga emotiva me
estaba ahogando, me decía a mi misma: ¡Qué mentirosa! ¿Cómo puedes sacarle
dinero a la gente con tan sólo decirles mentiras? Me increpaba a mi misma con la
fuerza y la rabia de una enemiga, ¡Tú no sabes nada. Eres una embustera! Al
despertar Ya no hice fuerzas ni promociones de mis habilidades, dejé de pedirles
a la gente me creyeran, me quedé descansando en mi casa y sin embargo,
siendo tal el temor, y mayor aún los deseos de una palabra de ánimo, ellos, por
propia voluntad seguían viniendo. Me doy cuenta que se contentaban con mis
palabras de aliento, y es que el estado anímico estaba tan bajo, que con poca
cosa, se alegraban o quizás, se agarraban a un nuevo sueño y más resignados,
retornaban a su verdad. De alguna manera estábamos tan cerca y tan
mezclados, que yo conocía a casi toda la gente, sabia si tenían hijos o si
murieron, si estaban enfermos, etc. Siempre les daba aliento, los apabullaba con
buenas palabras, mismas que no abundaban en esos tiempos, había algo, que
les decía a manera repetitiva, era que volverían a sus casas, al mismo sitio de
donde vinieron. Esta adivinanza me consta que en la mayoría de los casos
funcionó, ya que cuando emprendí este nuevo oficio fue ya casi al final de la
guerra y los que en ese momento quedaron vivos. Afortunadamente, de aquellos
a quien le leí el futuro, en su mayoría casi todos regresaron vivos a sus antiguos
hogares. Aunque no lo puedan creer esto ocurrió con la gran mayoría de los
superviviente, recuerdo que una vez alguien ajeno a nosotros, puso en duda la
lógica de haber retornado al mismo sitio en que se nos había expulsado, en el
que ninguno de nuestros vecinos nos ayudó, muy por el contrario, dónde más
bien hubo algunos que denunciaron nuestra presencia. Y a sabiendas que nada
de lo que habíamos dejado ya existía. En verdad es que la respuesta es muy
sencilla. Nuestros antiguos hogares eran nuestro mundo. Y en la esperanza de
encontrar vivo, a alguno de nuestros familiares, la meta era reencontrarnos en un
lugar conocido.
Comencé a sentirme útil, pues con mi nuevo trabajo de adivina, ganaba dinero, el
que daba a mi mamá. Pero de nuevo no puede haber alegría total. Mi pobre
madre quien ese día salió a comprar a la calle algo, tuvo mucha mala suerte. Los
alemanes, que raras veces aparecían por allá, la pillaron. Se dirigieron a ella en
alemán, viendo no les contestaba la supieron judía, con toda la furia de una
bestia, empezaron a golpearla con fuerza, especialmente le dieron golpes en las
piernas. Ella, no sé ni cómo, se salvó de milagro, pero lo que sé, y de lo que no
se olvidó fue del daño que le infligieron, por el resto de su vida, mi madre sufrió
de esta dolencia.
Mi papá enflaquecía por días y yo por el contrario iba engordando, no sabíamos
la causa. Yo comía muy poco, por no decir que no comía. Así como el ser
humano se acostumbra con lujos a cosas estrambóticas, a platillos exquisitos, a
comidas delicadas. Con la carencia y el hambre, se aprende a degustar las
sobras. El sentir tanto hambre nos hacía aspirar, ya no, en toda una patata,
soñábamos con poder degustar lo que los alemanes tiraban a la basura, las
conchas de las mismas. Al saber que la cena sería de polenta con leche, salía
corriendo y me iba, como dije, prefería las cáscaras de las papas, en caso de
encontrarlas, o hasta me conformaba con el agua en que éstas se hervían. Los
alemanes con su proceder, habían deformado nuestras mentes. Mucho tiempo
después supe que estaba hinchada, pero no de comer, fue de todo lo contrario.
En medio del desastre, de la intolerancia, en el comienzo de un camino
desconocido, llenos de miedos y ahogados por esperanzas, conocí a un
muchacho, creo que me gustaba, o al menos que disfrutaba de su compañía. Mis
amigas me envidiaban y eso me daba nota. Él hoy, vive en Israel casado, no
logró alcanzar la misma felicidad que yo tuve con mi esposo, pues su mujer, muy
bonita vivió llena de traumas y llegó a decirse que estaba medio loca. La suerte
no lo favoreció en la vida. Siempre fue infeliz. Por años él preguntaba por mí, lo
supe por mis amigas del campo. Que lo conocían y tenían contacto con ambos,
él ha sido consecuente, siempre sigue con sus preguntas, siempre quiso
volverme a ver, no lo acepté, en su momento, no me interesó. Y mí pasado,
pasado está.
En un tiempo, los alemanes estando fuera de sus hogares, buscaban muchachas
jóvenes, sabiéndome con las cualidades como para caer y ser una presa fácil
para ellos, mi hermana me escondió en una casa vieja, abandonada que tenía un
pajar, ella venia de noche a traerme algo de comer, lo estuvo haciendo dos veces
por semana. No sé cómo lo pude soportar, ni cómo no me volví loca. Mi cuñado
fue presionado por ellos, y lo obligaron a golpes para que dijera el lugar en el que
me hallaba, no lo dijo, no por valiente, pues la verdad era que ni él mismo lo
sabía. Luego del castigo, estando tirado en el suelo, en un momento de descuido
de parte de los alemanes, mi cuñado salió de la pieza, logró escapar y se
escondió en una letrina que contaba con un piso de cemento. Estábamos en
pleno invierno, el pobre, sabiendo lo que le esperaría si lo agarraban, soportó
esas aguas negras, durante toda la noche y cuando al día siguiente salió, ya se
había contagiado con una infección urinaria, la cual lo acompañó durante toda su
vida.
Otras amigas menos afortunadas, fueron atrapadas llevadas a la espesura del
bosque y luego violadas. Cuando los alemanes se hartaban de ellas, como
bestias que eran en su vida y en su comportamiento, las mandaban de nuevo al
campo. Varias de ellas quedaron embarazadas, algunas me consta
enloquecieron, otras tuvieron sus hijos. Y ante un hecho como ese, no podíamos
vivir sin hacernos a nosotras mismas ciertas inquisiciones. De nuevo nos
invadían preguntas sin respuesta: ¿Y ésta, la que estamos teniendo, puede ser
vida? Menos mal, que al pasar el tiempo, o se olvidaron o cambiaron a esos
soldados, con ello se puso fin a la mala época, tomé fuerzas y regresé a mi
habitación, a mi casa, a mi hogar. Debo hacer énfasis de mi agradecimiento y de
que desde acá, por siempre estaré con mi hermana en deuda, pues salvó mi
vida, y me consta que cuidó a los suyos como quien cuida al más grande de los
tesoros.
Al regresar, todavía estábamos en invierno, hacia frió. Una señora me llamó para
leerle su mano y decirle la suerte. Quedó tan agradecida que al final como pago,
me regaló un pan. Hacía mucho tiempo que no había podido ver un pan,
agradecida, salí a la calle caminando de prisa. Iba como bailando, llena de
contento, pues sabía la alegría que daría a los míos con ésta adquisición.
Durante el camino, el horizonte era lúgubre, la decoración: jalada de los pelos.
Cual si se tratase de una de esas películas de miedo y locura. Pues mientras
retornaba con cierta “alegría tísica”, seguía viendo gente colgada. Llena de dolor
y angustia, traté de esconderme de esos cuerpos inertes, de ese dolor vivo, lo
hacía agachando la cabeza para no ver y hasta para no ser vista. Al caminar, un
señor se me acerco. De seguro él, me conocía pues me llamó por mi nombre, me
dijo: “Mira, niña, te doy 100 Dl., si me das ese pan. ¡Que susto! Yo no quería
darle el pan, el mismo, era para mi familia. No medí el precio, ni me importaba la
cantidad que me ofrecía. Viendo en sus ojos el deseo y sabiendo en peligro mi
pan, lo agarré con fuerza y tras contestarle: ¡No puedo, es para mi mamá! quise
seguir adelante. El pobre hombre me miró. Por la forma que lo hizo, quedé
petrificada, pienso que traté de correr y creo que mis piernas no se movían, y
entonces, sucedió lo inimaginable, el hombre cayó de bruces, en su mano él,
tenía el dinero el cual sujetaba con fuerza, más no se movió más. ¡Pobrecito! Sin
poder cumplir su sueño de poder comprar un pan. Falleció. No lo podía creer.
Como loca, empecé a correr. Lo seguí haciendo hasta que logré llegar a mi casa,
cuando entré, sé que estaba fuera de mí. Inundada en llanto, le conté a mi mamá
lo que pasó y ella trató de tranquilizarme. Llorando como una desvalida criatura le
decía: ¡mamá, yo no tuve la culpa! Pasaron muchos meses, y aún continuaba
soñando con el pobre hombre que se había caído muerto delante de mí. Siempre
me culpé por lo que sucedió. Esos, han sido recuerdos que he llevado conmigo y
que nunca los voy a olvidar. Tampoco lo a ellos, los quise ocultar, por siempre los
he contado a mi familia. Y sigo diciendo que el destino nos juega bromas de una
manera increíble, años después... Años más tarde, me enteré que este hombre
era familia de mi futuro esposo, y de que él, había sido un hombre muy rico.
Y la guerra seguía y seguía. ¿Cuándo va a terminar? ¿Tendremos suerte mas
adelante, como la tuvimos hasta ahora? Los días y las noches parecían
interminables y las penurias también. En Enero de 1944 empezaron a la gente
del regato a darles permiso de regresar a Rumania, especialmente los de
Dorohoy y a las personas que hablaban bien el rumano. Como se sabía que
nosotros éramos de las partes ocupadas, y que en familia, hablábamos puro
rumano nos seleccionaron y fuimos de los pocos elegidos para regresar. Los
rumanos ya casi al final de la guerra, se dieron cuenta de que sus asociados, los
alemanes estaban en retirada y parecían perder la guerra. Y de allá, comienza
para nosotros otra etapa. Tenía diecinueve años, crecí rápido, empecé a pensar
mucho y sabia cuidarme de los peligros que estaban presentes a la vuelta de la
esquina. En mi mente y mis ojos, todo parecía una mezcla de un mundo irreal, de
un conjunto de años locos sin fin. Los años de guerra dejaron en mi vida
recuerdos difíciles de olvidar que no van a cicatrizar nunca, porque la realidad me
hizo luchar días y noches con situaciones increíbles, con miedo de los
bombardeos que tuvimos que enfrentar. Con el dolor de aquellos, los campos de
concentración, campos de muerte, con los millares de esqueletos que una vez
fueron personas, con recuerdos mixtos de los muy pocos que quedaron con vida,
y así, los traje a todos conmigo, y pasaron de nuevo por la puerta alta, con la
mirada incrédula preguntándome: ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿A dónde dirigir
nuestros pasos, a dónde están los esposos, las esposas, y los niños que
tuvimos? Y entre preguntas de corte humano, nacía una irreverente hacia lo
divino ¿A dónde estaba Dios durante esos años de miedo? ¿Por qué dejó,
pasara lo que pasó? ¿Quién iba a dar cuenta de las atrocidades, y quien iba a
castigar a los criminales por las bestialidades? ¿Quién? Por favor, ¡Contesta!
Dinos algo, ilumínanos Dios.

Capítulo V

Otra vez en Chernovitz


Salimos sin pensar en el pasado, queríamos y necesitábamos creer en el futuro,
nos despedimos de mi hermana pues ésta se quedó con su esposo, quien era
oriundo de Chernovitz, con el pesar y la tristeza de haberla dejado, nos fuimos,
otra vez viajamos en los mismos trenes de carga, fue un viaje que duró muchos
días, pero esta vez íbamos con cierta alegría, nos cobijaba la esperanza de
alcanzar la libertad, la de poder volver a vivir una vida normal. Pero no fue así.
Llegando a Chernovitz mi papá como siempre decidió en el último momento que
debíamos quedarnos. Su punto era simple, nos dijo que como no éramos
originarios de este pueblo adonde nos querían mandar, en algún momento nos
podían recensar y al no aparecer en sus listados, lo más seguro era que nos
mandaran de vuelta. Su argumento parecía tener pie y cabeza, nos convenció a
todos. Así que despabilados bajamos del tren en cual, ya no estábamos vigilados
por los alemanes.
Pero de algo estábamos conscientes y era que de quedarnos allá significaba, que
deberíamos escondernos de nuevo. Se mantenía aún el decreto de que los
judíos debían portar colgada en su manga la estrella de David, todo era lo que
podría ser el cúmulo de cosas en las que se inspiró el que empleó la primera vez
con algún motivo para escribir o describir la palabra miedo. Todavía se
encontraban los alemanes allí. Mis padres sabían que tenían amigos en el
pueblo, ellos, eran un par de artistas de teatro yidish, y había una segunda
pareja, otra, que tenía un niño chico. Al sabernos vivos se alegraron, nos dieron
cobijo, y así, escondidos en la casa de uno de ellos entendimos el valor y la
fuerza de la amistad. Ellos, al prestarse se convirtieron en cómplices por lo que
estaban haciendo, y por un lazo invisible, expusieron sus vidas y la de los suyos.
Esta gente en verdad que nos ayudó. Tengo momentos gratos cuando me sentí
casi una madre, pues un día me pidieron me quedara cuidando a su hijito, ya que
ellos tenían que salir, lo hice con mucho agrado. Mantengo recuerdos tiernos de
esos momentos y sé que él me sigue apreciando, Hoy día este bebé sigue siendo
mi amigo, es un hombre importante y vive en New York.
Se dice que cada judío nace con su suerte bajo el brazo, de esto no me cabe la
menor duda que puede y debe ser verdad. Me baso en una de las tantas
experiencias que he tenido a nivel personal, ni qué decir de las que he
escuchado de cientos de personas. Me sentí tal y cómo por años habíamos
estado viviendo: presa. Invadida de cierta nostalgia, quise trasladarme a otra
dimensión a un mundo lleno de fantasías, en el que no existiera el dolor, en el
que las preocupaciones fueran simples, y en dónde las personas fuesen tratadas
todas iguales. Ese día mirando a la ventana, vi a una amiga de la adolescencia.
No podía creer lo que estaba viendo, llena de contento, salí y gritando la llamé. Al
verme se alegró muchísimo, me enteré, vivía con una prima y su abuelo frente de
la casa donde yo me encontraba, y así logré tener una distracción pues la
visitaba cada vez que quería. El cuidar a mi nuevo bebé se fue convirtiendo en
algo rutinario, cuando no tenía que hacerlo iba a casa de mi amiga Osiu y me
entretenía con ellos. En una oportunidad y creo que acá vale la pena decirles,
que igual que tenía esperanzas, ya no creía en príncipes azules. Después de
haber vivido lo que nos tocó, ese espacio infantil es ocupado por sucesos y
experiencias tan traumáticas que no dan espacio a nada más. Pienso, que en mi
caso parece ser que Dios no se olvidó del todo de mí, un día apareció un amigo
de Osiu, él era un joven muy atractivo, poseedor de un carisma increíble, lleno de
cuentos, historias y de tantas y tantas anécdotas, que una vez que comenzamos
a hablar ya sentíamos ser amigos desde siempre. Hay preguntas, que una, como
mujer nunca hace y la verdad creo que las vengo a plantear tan solo en este
momento, pues no pude entender, qué era, lo que nos había ocurrido a los dos,
de lo que si estuve desde el mismo comienzo bien clara, era de que había
encontrado la horma de mis zapatos, entre nosotros nació una atracción
infrenable, supe desde los primeros síntomas de ansiedad y dubitación, que nos
habíamos enamorado perdidamente el uno del otro. Describir al hombre que por
muchos años fue brújula y timón en mi vida, no es un trabajo sencillo, pues sin
importar lo que diga, estoy muy segura no podré exponer sus bondades en el
contexto total, pero si pueden entender con algunos detalles, les diré que él, era
joven muy buen mozo, vestía con cierta elegancia, sus faroles, o mejor dicho sus
ojos denotaban un azul cómo el que vemos en algunas zonas hermosas en el
mar cuando el sol con su luz le permite que el mismo se luzca, y luego de ello, al
ocultarse en la noche, el sol, lo comienza a celar.
Desde el primer momento en que nos conocimos, él venía todos los días, se
sentía muy solo, los alemanes, los habían llevado a él y los suyos, casi de
primeros a Bersad, lograron soporta el primer año, el último había sido tan
violento, y estaban tan desprovistos de todo, que el frío, el tifus, y el atroz hambre
acabaron con la vida de su madre y la de sus hermanos menores. El amor de mi
vida, como les dije vivía solo y quizá eso influyó en lo referente a su trato para
conmigo, pues velaba por mi todo el tiempo.
Un día como debería de ser cualquier otro, estuve esperando su visita, el tiempo
transcurría y él no aparecía, un temor invadió mi alma y de momento, no supe
qué hacer. Tres horas más tarde lo vi por el camino venir, aunque venía directo a
la casa, noté algo raro le sucedía. A medida que se iba acercando me fijé en su
cabeza y asombrada me percaté de su calvicie. Salí corriendo a su encuentro, mi
palpitar me hacía ver que no soportaría hasta su llegada. Presté atención a sus
ojos y lo sentí llorar; lo abracé y esperé que se calmara para que me pusiera al
tanto de los acontecimientos. Me enteré que ese específico día Una patrulla de
alemanes lo había encontrado en la calle sin tener puesta encima su Maguén
(estrella) David, allí, no le hicieron nada, lo llevaron preso, y en la cárcel, le dieron
una buena paliza, y como marca a su castigo para que todos lo notaran, lo
vejaron y le rasuraron el pelo. ¡Desgraciados! ¡Cómo se ensañaban con la gente
que no podía defenderse, aún a sabiendas, que nada malo hacían.
Una lección puedo decir aprendí y debería ser bandera generacional, es la de
que somos lo que somos y punto. Tenemos el derecho a sentir y creer en
nuestras costumbres, por ello, por lo mismo que como excusa se nos dijo que
fuimos castigados, ¡Por ser judíos! Considero nuestro sino, es luchar por el
derecho de existir. La historia, y en especial la mía, apoya este sentimiento.
Mientras tanto, para no dormir en la historia, les puedo decir, que volvimos a la
primera línea de guerra, sin armas, sin motivos y sin ganas fuimos partícipes y de
alguna manera protagonistas de los cambios que ejercían las luchas. Las fuerzas
rusas, o más bien debería decir la debilitada línea de los alemanes, al ver que ya
no eran lo que el mundo suponía, cuando sintieron el miedo de igual manera que
nosotros, como grandes cobardes huyeron; recuerdo que se notaban como
enloquecidos, por primera vez se escuchaban lamentos, gritos, les faltaba esa
fibra de poder que ostentaron con nosotros, la gente humilde y desarmada. Una
gran cobardía se iba abriendo pasos y ésta, los empujaba para su retiro de
Rusia. Me atrevo hablar así, pues un día desaparecieron de la ciudad; en esos
momentos, durante un día entero, la ciudad era de nadie. Y al ver lo que nos
estaba ocurriendo, volvía el fantasma de las preguntas que invadían nuestros
miedos. ¿Qué nos irá a pasar ahora?
Entre la fuga en estampida de los unos y la llegada de los rusos se puede decir
existió un día sin amos ni jefes. Fue a la mañana del día siguiente cuando al fin
vimos a los primeros rusos marchando por las calles. La gran mayoría de las
casas habían quedado vacías, pues miles de alemanes y rusos huyeron, corrían
enloquecidos dejando sus pertenencias. Todo era una gran confusión y reinaba
un enorme caos. Esta vez puedo decir que mi padre tuvo un momento creativo,
nos dijo que no teníamos más a qué temer, y al medir que tampoco teníamos a
dónde ir, decidió que debíamos apropiarnos de uno de los tantos apartamentos
que habían quedado vacíos. Y eso hicimos ¡Cuántos cambios en tan pocos años!
Nadie era capaz de decir nada, de hacer nada, nadie sabía nada.
Existe un dicho que según ahora veo tiene en su estructura moral, una gran
verdad. Y es ese que nos dice que “recordar es vivir”. A medida que los
recuerdos se me apilan, cada uno de ellos me atosiga, me asfixia demasiado y
no me dejan dormir, aunque estoy serena, no estoy tranquila, pensando,
recordando, noto de una manera casi ilógica que el pasado se trasladó al
presente, y de nuevo veo, que vuelvo a sufrir.
Pero no estoy en busca de algún consuelo, debo retomar la calma y dejar que los
recuerdos ya una vez puestos en orden, vayan fluyendo, salgan a flote y
descarguen este peso que siento me hunde, y del que me consta debo eliminar
de mi vida como lastre inservible de un pasado, increíble para muchos y a la vez
de un acto abominable, e imborrable para otros, en su vida y su familia. Sus
recuerdos, sus vivos y sus muertos. Los nacidos y los olvidados. Sí, se sabe que
Hitler mató con sus hordas nazis a siete millones de judíos. Y yo pregunto: quién
se ha puesto a contar los seres que nunca nacieron, aquellos que no aparecen
en las estadísticas, esos de los que nos hemos olvidado. Vendrán muchas
generaciones, nacerán los hijos de los hijos, pero qué pasará con los hijos
olvidados esos que no pudieron nacer al estar sus padres muertos. Pensamos
que los males se dispersaban, qué ilusos. Aunque una vez que los rusos tomaron
la ciudad, la gente empezó a salir a la calle. Otra vida, otras necesidades, ¿Qué
hacer ahora? León siguió trabajando en la misma textilera, como maestro de una
sección, pero la fábrica había cambiado de dueños, ahora pertenecía al estado.
Si los primeros eran criminales, los segundos eran inmorales, los rusos
comenzaron a recoger y llevar a toda mujer que encontraban en las calles, nos
dimos cuenta que nuestras amigas desaparecían, supimos por uno que habló,
que las llevaban a Dombas, una ciudad que se encontraba dentro de Rusia, a
trabajar en las minas de carbón, así, los comunistas decidían qué hacer con
nuestra vidas, y nos imponían para trabajos degradantes en lugares inhóspitos,
llenos de incomodidades y famosos por sus crudos inviernos. Me daba cuenta
que no había salido de una y ya me estaba metiendo en otra. Les conté que mi
enamorado cuidaba de mi, más que un padre, viendo el peligro que se
avecinaba, León me llevó a trabajar con él en la fábrica, le dijo a sus amigos en
forma enérgica y retadora: “Esta muchacha es mía, nadie la toca ni la molesta”.
Cada mañana y cada tarde venia a buscarme y me acompañaba hasta la casa.
Si por algún motivo teníamos que trabajar alguna noche, León me metía entre las
telas para que yo pudiera dormir. Teníamos un carnet que mostraba un permiso
de trabajo, hay que entender que en el sistema comunista, nosotros somos una
parte del estado, y que debemos acatar cada orden cual si fuésemos máquinas.
La voluntad o el criterio personal no eran permisibles. Cualquier comentario que
pudiese salir de nuestro entorno podría causarnos una desgracia.
Con los pases de trabajo salíamos los domingos a bailar o a pasear. Íbamos al
teatro. Se puede decir que los rusos emulaban a los romanos pues estos también
hacían lo mismo, nos daban pan y teatro. Y así pasamos el tiempo, hasta que un
afortunado día apareció mi hermana con mi cuñado, venían del campo, todos los
nuestros habían sido liberados. Los alemanes no tenían tiempo, querían correr,
se pensaban seguros en Alemania. Esto, además del milagro de la vida, permitió
que la familia se reuniera de nuevo.
Debo reconocer que mi edad en ciertas cosas no iba acorde con mi mente. No
quería pensar en la posibilidad de casarme con León, durante unos meses creí
que perdería libertad, quizás fue el hecho de no tener de cerca a los míos o quien
sabe qué. Pero al ver a mi familia y al sentir esa paz que ellos irradiaban, la idea
me asaltó de improviso, y finalmente se convirtió en un deseo ineludible.
Teníamos mucho en común. Las cosas que le causaban placer, sus gustos, sus
silencios, su sentido de humor, su concepto de la vida. Como ya dije, pensaba de
mi misma como mujer, pero a veces me consideraba una niña. ¿Pero cuándo
dejare de ser niña? Cuándo me casaré, sin duda sería cuando yo lo decidiese.
Sabía que debería ser yo quien tomase la iniciativa, le conté a mi mama lo que
pensaba. En el mes de Junio 1944, después de cinco meses de conocerlo, mi
mamá lo llevó a la cocina, y le dijo: “¿Qué piensas hacer tú con mi Jeana? La
quieres de verdad, te casarías con ella. Continuó diciendo, si tu pensamiento
hacia ella no es serio, quisiera te desaparecieras, porque no sé si sabes que hay
otros que sí la quieren”. No fue una obra de teatro, nosotros estábamos claro
que nos amábamos, le faltaba ese pisotón que se le da a una moto, misma que
tiene un gran motor, pero que necesita de él para arrancar. Sin el tiempo que se
requiere para pensar, dijo: “Si la quiero y con ella me caso”. Ya estaba
enamorada hasta decir basta. Creo que él también. Yo tenía diecinueve años, él
veintitrés. Fue el amor de mi vida, siempre lo quise, y ya, en su ausencia, aún lo
quiero, sé que seguirá siendo así, hasta que logremos volver a reunirnos. Un
día, cuando estábamos en la calle principal, dijimos: Vamos a casarnos por lo
civil, y solitos entramos en la oficina que se encontraba muy cerca. Nos
preguntaron los nombres, nos pidieron tres rublos, nos inscribieron en un libro
donde firmamos, y nos dijeron: “Están casados”. Empezamos a reírnos los dos.
El 27 de Agosto del mismo año, nos casamos por nuestra religión. En la casa de
mis padres pusieron una jupa, trajeron un barril de cerveza, y a un rabino. Lo
interesante fue que al llegar León a la puerta del edificio con su padrino, que era
un buen amigo nuestro, los pararon los milicianos rusos y querían llevarlos a la
armada. Después de hablar con los milicos durante media hora, diciéndoles que
uno de ellos venia para casarse, y ya que éstos, no les creían, tuvieron que
convidarlos a la casa y una vez arriba al ver que no se trataba de una mentira los
dejaron. Nosotros, al verlos a ellos acompañados de los militares rusos, nos
asustamos pues era algo fuera de lo normal. León se notaba un poco más
tranquilo y al darnos las respectivas explicaciones de lo que estaba ocurriendo,
nos tranquilizó a todos y sin más preámbulos, dio comienzo la ceremonia. Los
rusos, estos, nunca habían visto una boda judía, se involucraron de tal manera y
pienso que en eso mi padre tuvo algo de culpa que al final se emborracharon de
tal manera que ya no supieron después el verdadero motivo del por qué estaban
allá.
Para mi boda, no tuve el vestido blanco, como sueña toda niña, tener, cuando se
case, pero de un pedazo de tela azul que me trajo León hice un bonito vestido
bordado con flores, fue una artesanía, trabajada a mano, en el busto. Estaba
feliz. Mi boda fue muy bonita. Toda la familia fue testigo de ello, de los míos
vivos, no me faltó nadie, después de pasar tantas calamidades, hubo risas,
bromas, se tomó mucha cerveza y se bailó. La dote, mis regalos de boda ¡ay, mis
regalos! Un ramo de flores que no voy a olvidar jamás, y dos toallas de baño.
Ustedes piensan que fue sólo eso, ¡no! Nada que ver, me faltó contarles el viaje
de boda, bueno, como se imaginan así fue. Nos fuimos caminando desde mi calle
hasta la casa donde vivía León, la misma que iba ser mi hogar. Tenía un
dormitorio estilo antiguo que me parecía monumental, y una mesa con tres sillas.
Fuera de eso, un ropero. En la pieza de al lado vivía una señora farmaceuta con
su hija, y lo que más recuerdo es que todos los días venia un señor por 2 horas
en la tarde mientras la hija no se encontraba en la casa. Nunca me hice amiga de
ellas. Al lado vivía el tío de León que tenía una mujer tan fea que parecía un
espantapájaros. Lo pasamos como todo nuevo matrimonio que se quiere,
amándonos y así lográbamos a veces olvidar que existíamos. Esa primera tarde,
apareció toda la familia para ver que había sido de nosotros. Trajeron tortas,
bebidas y nos daban la impresión que no querían dejarnos solos. Una vez se
fueron, nos dijimos pícaramente que habían sido malos con nosotros, al hacernos
creer que no si irían. No voy a contar ni debo hacerlo, todo lo que vivimos aquella
noche, pero supe por primera vez lo que es la intimidad total con un hombre, la
fuerza de la sensualidad, la pasión, el amor, el deseo. Las mujeres tienen un
sentido especial, un sexto sentido, para captar cuando un hombre realmente las
quiere. Y mi marido me quería, y me quería bien, no solo para satisfacerse. Era
un hombre delicado, caballeroso, siempre correcto. Entró en mí una fuerza
superior, era algo que había entre nosotros que de modo categórico una vez, que
nuestros ojos se encontraban, recordábamos punto por punto el amor que
sentíamos y vivíamos. “Te quiero mucho”, me dijo, “porque nunca haces
preguntas, no eres indiscreta, siempre eres cariñosa, y me consta que has
aprendido conmigo a ser mujer”.
Veo que nada puede ser tan fuerte ni tan importante como los sentimientos, éstos
que nos unen y que no se rompen nunca. Era una mujer impulsiva que amaba
con el corazón. En esos tiempos no existían viajes de novia, nos sentíamos
felices de tener donde vivir. Y el lunes ambos, fuimos a trabajar.
Acá vale la pena les cuente, para que no los equivoquen que en sistemas
comunistas, las empresas, las industrias, todos los negocios son del gobierno, y
siendo el estado el patrón ellos, pagaban los sueldos cuando se les ocurría,
muchas veces pasaban meses sin hacerlo y no había derecho a reclamo. Un
grupo de amigos, que estaban pasando por esta injusticia, llenos de necesidades
y con deudas que no podían afrontar, tomaron una errada decisión. Produjeron
cierta mercancía y la llevaron a vender al mercado. Los socios eran seis
muchachos entre ellos, León, y el contador. Una vez que la mercancía estaba
terminada la metían en sacos, y León la traía a la casa. Mi felicidad no duró
mucho tiempo. La idea había funcionado, ya tenían la mercancía para repartirla,
pero un amigo que no estaba en el grupo los denunció. Eso ocurrió a las tres
semanas de habernos casado. Me encontraba sola en la casa cuando apareció la
NKVD (la milicia rusa), pegando la puerta daban la impresión de querer romperla
para así entrar. No sabía qué hacer. Miré por la ventana, vi a León en la calle, me
dijo que tirara los sacos por la ventana. Y así lo hice. Cuando al final abrí la
puerta, los militares empezaron a buscar por todos lados y a pesar de que no
encontraron nada, me llevaron presa. León en la calle al ver que me llevaban, se
nos unió y vino también. ¡Que días horribles! Yo en una pieza oscura, sola, León
en otra. Trajeron al contador también, un hombre de unos cuarenta años, casado
sin hijos. Dieron comienzo a las interrogaciones, en especial lo hacían de noche,
con lámparas en el escritorio, apuntaban con una luz fuerte a la cara que no te
dejaba ver ni a las personas que estaban delante de ti. Yo no sabía nada.
Aunque quisieran sacarme algo, era en vano, porque en realidad nada sabía. Sé
que la mercancía apareció, que me dejaron libre hasta el juicio, y que León y el
contador quedaron detenidos para ser enjuiciados.
Mi papá empezó a buscar alguna persona para que interviniera por él, pero en la
Unión Soviética, no era tan fácil. De tanto buscar, encontró a un señor que decía
conocer a un juez judío que supuestamente podía hacer algo, que el costo era de
veinte monedas de oro. Era todo el dinero que mi marido tenía guardado, los
ahorros de toda su vida. Papá, de nuevo se equivocó, él tuvo confianza en este
señor y le dio las monedas. Dos semanas mas tarde lo llevaron al juzgado y para
que yo no tuviese que ir pues también me habían citado, mi madre me metió en
un hospital, las amigas enfermeras, me provocaron una fiebre muy alta y así
evadí ir al tribunal. Al final, a León y al contador a los dos le dieron diez años de
prisión.

Capítulo VI
Diez años de cárcel en Rusia
Decir en palabras, nada más, que mi marido había sido condenado a una pena
de prisión por diez años es una cosa. Pensar y poder interpretar qué significaba
eso, en esa época, era otra cosa. No se olviden que estamos hablando de
situaciones anormales: una, un régimen comunista, que anulaba cualquier tipo de
derechos humanos, otra, un país que se encontraba en plena guerra, y por ello
además de la corruptela circundante dentro de los medios oficiales, no tomaba en
cuenta para nada al individuo. A los rusos, le daba lo mismo si estos comían o si
simplemente se morían de hambre. Ellos, y su sistema tenían para todos los
fallecidos una buena excusa: murió de Tifus, o de vaya usted a saber. A la
mayoría de los presos condenados con penas largas, los enviaban castigados a
Siberia. No se tomaba en cuenta si el prisionero era más o menos peligroso, si el
juicio había sido justo o no. O si la sentencia pudiese ser anulada. En cuanto una
cárcel copaba su capacidad de rehenes, al ser organizado un convoy, los
montaban en un vagón de tren y los despachaban a Siberia, a realizar trabajos
forzados. Así, las cárceles retornaban al sistema cíclico de llenado y vacío. Fue
una época en la que personalmente visité e investigué la mayoría de las cárceles.
Andaba en busca de mi marido y por más, no lograba localizarlo. Cada día era un
nuevo tormento, al regresar a mi casa mis padres notaban mi angustia y
desesperación. Mucha gente decía, pues no todos creían en eso de que los
enviaban a Siberia, de que a los prisioneros los desaparecían. De alguna manera
esta creencia llegó a cobrar forma en mi casa. O quizás, hoy, deba decir y aclarar
en su defensa, pues al no estar presente ninguno de ellos, que tan sólo era, por
el amor que me tenían, ellos, no querían verme sufriendo más. Fueron días y
fueron noches, y cada una de ellas parecía una eternidad. Sufrí, no lo puedo
negar. ¿Cuánto? ¡Tampoco lo puedo medir! Más algo sé que comenzó a nacer
en mí, que en esos momentos sirvieron como energía y dieron una fuerza, misma
que podría decir fue, hasta romántica, a todo mi sacrificio. Ahora que lo escribo,
me doy cuenta que fue amor. ¡Jamás pensé podía amar a un hombre como lo
sentía ayer y lo veo hoy! Insistí, seguí con la rutina visitando una prisión tras otra,
hasta que logré encontrar a León. Pedí y me fue facilitada tras dar una
bonificación la posibilidad de poder verlo. Destacar o detallar la situación
deplorable, la cárcel, el estado personal de los presos y en especial el de mi
esposo, puedo resumirlo diciendo que pareciera se veía cual ser que estaba
abandonado bajo un puente, en una cloaca, o algo peor. Él, vino a mi, como se
hace, cuando se tiene tiempo sin ver a una madre, a una esperanza. Su rostro se
inundó con lágrimas que bien sé, no fueron de temor, como sí de dolor al
saberme sola. No puedo decirles hoy lo que paseaba en su mente. Sí doy fe, de
lo que yo pensé. Desde el primer momento me dije que lo sacaría de la prisión a
cómo diera lugar. León lo único que me pidió fue, le trajera algo de comer. Más
pronto que tarde, volví como loca, henchida de alegría a mi casa. ¡Sí! Para mí, mi
marido había resucitado. Tomé lo que pude, regresé a la prisión y luego de
repartir algo con la gente que estaba de guardia, ése día logré por partida doble
estar unos momentos que parecieron siglos con mi esposo.
Días, semanas y podría decir, por lo pesado que los sentí, que hasta parecieron
siglos, estuve llorando, no sabía qué hacer. Al estar con él, trataba de transmitirle
seguridad, confianza, además del calor y la comida que llevaba, esto, gracias a lo
que cada uno de los míos me dotaba. Pueden haber ocurrido varios factores para
lo que nos sucedió, entre ellos el “divino”, o fue, quizás, la política rusa la de no
demostrar en forma descarada su falta de aprecio por la gente o cualquier otra
cosa. Sí, me consta, que no fue por medio de algún acto corrupto. Ya que todo el
dinero que teníamos había volado con el hombre que nos engañó unas semanas
antes. Con un golpe de suerte, por así decir, a León, lo cambiaron de prisión, lo
mandaron al Fish place, una cárcel que se encontraba en el centro de la ciudad.
Ya fue más cómodo y menos oneroso el irlo a ver. Las visitas eran permitidas tres
veces por semana, así, logré darle un poco más del calor que le hacía falta. Sé
que en ese lugar para él renació la esperanza. Dábamos por descontado que en
su caso no se haría realidad el supuesto viaje a Siberia
Los rusos estaban tratando de nivelar sus cargas. La industrialización estaba
muy lejos de sus posibilidades y de sus mentes y la mano de obra no
especializada no les llamaba la atención. Por ello el gobierno redactó una ley
autorizando a todos aquellos rumanos que quisiesen retornar a su país natal,
dicha ley decía que durante un tiempo limitado podían salir, también que esta
medida era provisional y que tendría cambios en un corto plazo. Al igual, hacía
ver que se volverían a cerrar las fronteras. Con esta posibilidad de libertad, los
primeros en irse fueron mi hermano Hery y su señora, no pasaron muchos días
cuando mis padres se vieron en la necesidad humana de dar los mismos pasos,
querían a toda costa que los acompañara. Sus explicaciones fueron diversas, sus
motivos únicos: mi protección. Ellos, insistían, me hicieron ver quedaría sola y así
no tendría manera de ayudarlo o mismo de sobrevivir. Sí, ellos trataron de
convencer para que me fuera, los acompañara. Estaba clara en mis ideas, sabía,
la opción que tomaba era la de quedarme sola. Mis padres eran prácticos, no
contaban con el significado y la abnegación que genera el verdadero amor. Se
veía que ellos estaban muy preocupados por lo que me ocurriría, y por cómo me
la iba a ingeniar para solventar esta situación, pero no hubo caso, fuera de toda
lógica, no me moví. Me sabía casada y que habíamos hechos promesas de vivir
juntos, hasta que la muerte nos separara y con ese compromiso emblemático, me
mantuve firme.
Les conté que la diáspora comenzó con mi hermano y mi cuñada, luego mis
padres y llegó el momento que más dolor me causó, no porque sintiera me
estaban abandonando, como sí, la falta de afecto que sentiría al partir mi
hermana. Me vi morir, quise llorar y hacerlo sin detenerme, supe que esto les
afectaría y pude contenerme de no exteriorizar mi pena. A veces hacemos cosas
sin medir consecuencias, a veces nos ocurre y está escrito en nuestros libros
sagrados que al dar una ayuda o limosna, y que para el caso que nos incumbe
ahora carece de importancia el cómo la llamemos, si es realizada sin un fin
específico, de una manera afectiva, puede que ésta logre milagros. Tzedaka
(ayuda) un verbo, una acción un hacer por el prójimo que a cambio garantiza
bendiciones o por lo menos una sana conciencia. La partida de mi hermana y
cuñado supe que marcaría mi vida, lo que aprecié en su dimensión real fue
cuánta y de qué modo. A ambos les tendré un agradecimiento de por vida, pues
al momento de partir, ellos me dieron un frasco que contenía 1000 sulfamidas,
medicina que en ese entonces no se encontraba en ninguna parte, y aunque no
lo crean, con ella, pude sobrevivir largo tiempo.
Una tarde el mundo se me vino encima, me encontré completamente sola, no
puedo negarlo, hubo momentos en que dudé si estaba haciendo lo correcto, me
veía como una mujer sin carácter, sin la entereza de poder manejar esta
situación, y la veía acrecentada al saberme aislada de los míos y de mi mundo.
Ahora ya no había marcha atrás, algo debía hacer. Mi marido en prisión requería
de comida cada día. El primer día supe el valor del obsequio de mi cuñado.
Ofrecí las pastillas y vi, que la demanda era real, fue mi tabla de salvación. Así
que las vendía y con ello compraba comida para ambos. Cada día pasaba horas
esperando mi turno para en la prisión poder hablar o simplemente entregarle la
comida a León. Luego el mismo martirio, me debía de quedar horas esperando
para que me devolvieran el bolso. El señor que recibía la comida me miraba y me
consta me tenía lastima. Fue tan seguido y tan constante mi ir y venir, que
gracias a eso, el señor entabló cierta amistad conmigo, supe que era de
Uzbekistán y dentro de sus debilidades, también me enteré, le gustaban los
bombillos, esto era algo que no se encontraba a la venta en ninguna parte, debo
recordarles que la electricidad en ese lado del mundo, era algo nuevo. En Rusia,
me refiero a la que yo conocí, quiero sepan, unas cosas escaseaban otras ni
eran conocidas y para adquirir cualquier objeto, el gobierno, siempre se las
ingeniaban para que el pueblo como en señal de servilismo tuviese que hacer
largas colas por cualquier cosa, inclusive para algo tan sencillo como requerir
comida o simplemente alguna ropa. Tuve que ingeniármelas, iba durante el día a
los distintos edificios y al visualizar algún bombillo, me lo robaba. Así, sin que se
notara fui corrompiendo al guardia y cada vez que podía, con la comida le
regalaba un bombillo. Al devolverme la bolsa, León, me mandaba cualquier
artículo que le llegaba a sus manos, mismo que yo salía a vender.
Muchos de los prisioneros no contaban con un familiar que los fuese a visitar,
León tomaba la comida que le llevaba y la repartía con alguna de esta gente que
no tenía quien le trajera algo, estos a cambio le daban 3 metros de tela, o
zapatos nuevos, cualquier cosa que yo podía más tarde vender. Hoy día me doy
cuenta que mi experiencia como vendedora a prematura edad, me ayudó mucho,
pues por ella, me mantuve firme, salía cada día con mi empresa bajo el hombro,
dispuesta a vender y comprar. Sí, fue una ardua labor, pues la comida estaba
racionada.
Hablo de mí, de lo que hice, de mis encuentros, pasos y decisiones, leo lo que
escribo y noto que no soy del todo justa. Pareciera ser que fui la única
protagonista durante la peor parte de la historia de mi vida y la de mi marido.
Pero no es verdad, creo que vale la pena hacer un paréntesis y haciendo una
retrospectiva de los verdaderos acontecimientos debo poner a las cosas y a la
gente en su justo lugar. León siempre fue un hombre atrevido. Jamás dijo no
saber o conocer algo que se le exigiera hacer. De todo y para todo, él, era el
primero en ofrecerse como supuesto experto, así, era posible que un día lo
veíamos montado en el techo de la cárcel arreglando las goteras, otro,
arreglando cualquier horno, o equipo, y recuerdo que una vez me pidió le trajera
un diamante, exigencia que podría considerare como algo inusitado en ese
momento y en ese país, y que gracias a mis píldoras logré obtener, pues cambié
varias de ellas por uno. Y desde ese mismo día León pasó a ser el cristalero
oficial de toda la prisión, no hubo ventana de vidrio que él no reparara. Así se
ganó la estima de los guardias y por supuesto también de los prisioneros, lo logró
por su comportamiento y en parte por la bondad que emanaba de él; la gente de
allá lo quería mucho, y por ello, fui muy afortunada, pues los guardias, nunca
miraban el bolso que él me mandaba de vuelta, en el cual siempre me enviaba
cosas o simplemente pequeñas cartitas de amor, que eran el alimento que
justificaba cualquier sacrificio.
Constantemente me acompañó el miedo de que en el próximo convoy lo
mandaran a Siberia, éste se despachaba una vez al mes. Cuándo la fecha se
aproximaba, se me reducía el alma, y el corazón lo tenía en un puño, pues al ver
llegar el convoy llena de pavor, lo miraba, lo detallaba y sólo me tranquilizaba y
respiraba hondo al saber que él no iba en ese viaje. Al mismo tiempo, andaba por
las calles teniendo cuidado de que no me agarraran, pues de hacerlo los rusos,
quienes no requerían de excusa alguna. Me mandarían al igual que a las demás
a Donbas y ése, pudiese haber sido el fin de los dos.
Mi soledad iba increccendo pues de mi familia no recibí noticias, no supe nada,
de ninguno de ellos. No tenía con quien consultar, la vida me había puesto a
prueba en un nivel injusto, pues desde un largo y muy triste espacio de tiempo de
mi vida, me obligó a tener qué saber sola, lo que debía hacer.
Supe por medio de una persona conocida de la existencia de un juez que me
podría ayudar, él estaba en Kiev. Le dije a León por medio de una cartita que
quería probar suerte, que iría a ver si algo se podía hacer, no esperé respuesta.
¿Que podía decirme él desde la prisión? Lo decidí. Empecé a buscar permiso
para salir de la ciudad (Propuska), y aunque no hablaba bien el idioma, me
aventuré. En una tarde me fui sola a la estación de tren y compré un boleto de
ida y vuelta. Inconscientemente hice lo que debí hacer, pero tenía un miedo
espantoso, ya montada en el tren, no podía dar marcha atrás, me tocaba vivir
una nueva aventura de la que no tenía la menor idea de cómo daría comienzo o
peor aún, de cómo terminaría. Fue un viaje largo, muchas horas de trayecto,
hasta que se detuvo en una estación, habíamos llegado a Kiev, ese día, recuerdo
llovía a cántaros y hacía mucho frió. Me encontré mirando como una tonta, no
sabía que dirección tomar, por dónde ir, para encontrar al juez. Después de
preguntar a las personas que pasaban a mí alrededor, éstas, me indicaron la
dirección de los tribunales y me dijeron qué tranvía debía tomar, al detenerse en
la parada que me habían indicado, allí estaba, era el palacio de justicia. De sólo
saberlo el frío interno me congelaba a morir, comencé a temblar. Es verdad, no
fui una valiente mujer, sé, que tenía miedo, púes me sentía sola, quería llorar,
pero levanté mis brazos al cielo, tomé algo de agua de lluvia, me restregué los
ojos y seguí. Una vez dentro, pregunté por el juez, tuve la suerte de encontrarlo y
de que me recibiera. Debo detallar que me hallaba cual si fuese una niña mal
vestida, mojada, hasta los huesos, temblorosa por todo aquello que estaba en
ese momento viviendo y en mi incompleta defensa, no puedo olvidar decirles,
que mi ruso no era del todo bueno. Allí esta yo, me sentí acobardada, él, al
verme, primero preguntó qué quería. Trato de pensar en él, para detallarlo y a mi
mente descubro, vienen fotos del momento, las digitalizo mentalmente y hoy
puedo deducir que era un hombre que contaba con unos 50 años de edad, más
bien gordo, lucía con todo orgullo un limpio y pulcro uniforme militar, su rostro lo
hacía ver fuerte, estricto, pues creo se mostraba con una cara muy seria, a tal
extremo que asustaba aún más.
Un algo de esos milagros o extrañezas que nos ocurren algunas veces en la vida
tuvo que haber ocurrido en ese momento, pues al abrir la boca para decirme
algo, de inmediato noté en él una gran transformación. Me dio la impresión de
estar hablando con un hombre diferente, ahora se dirigía a mí, con un sentido
paternal, lleno de ternura. Y como un buen padre que escucha a su hija. Me
preguntó: “¿Cómo te llamas? Le dije mi nombre e inmediatamente vino la
segunda pregunta: ¿Eres judía? Al escuchar mi respuesta me dijo: Yo también”.
Se levantó de la silla, alejándose de su escritorio y de su comodidad, como si
estuviese tratando a un infante, se acercó a mí, me dio un beso en la frente y
después empezó a tomar nota de todo aquello que entre sollozos yo le iba
contando. Al terminar mi relato dijo: “Dievsaka (niñita), ándate a la casa, yo te voy
a ayudar.” En ese momento, yo, le creí. Me despedí de él, no sin antes hacerle
honor a su buena disposición y de haberme comido unas galletas y un té
caliente, mismo, que hizo revivir en mí, la fe, que a esa altura, casi, se me había
agotado. Me fui, salí de aquél inolvidable y esperanzador salón, lo hice con
lágrimas en los ojos. No tenía mucho dinero, así que al salir, subí de nuevo al
tranvía para llegar a la estación de trenes. Esperé un buen rato la salida del
primero, y al segundo día del comienzo de esa odisea, estaba de nuevo
llevándole comida a León, a la prisión.
Y vino el invierno, hacía mucho frió, y los días pasaban duros, negros, sin
esperanza. Mientras tanto, León fue elegido entre unos pocos que podían salir de
la cárcel todos los días, lo tenían que hacer, para trabajar en un taller en el patio
que lindaba con la prisión. Él, aprovechaba sus momentos de ocio y hacía
herraduras. Esperé como quien espera un milagro, pero no se cumplió, desde el
último episodio, ya había transcurrido dos interminables meses, no se
vislumbraban cambios. Me sentía defraudada, por momentos dejé de creer en los
hombres de ley. No tuvimos noticias del dichoso juez, y me decía casi a modo de
castigo a mi misma: “Me lo prometió, no puede ser que todo sólo quedó en
promesa.” Eran otras épocas, y yo veo ahora que era o que fui, demasiado
ingenua.
Un día, caminando por la calle, encontré a mi amiga del campo, aquella que leía
en la palma de la mano. ¡Qué alegría! Ya tenía con quien hablar, me abrazó, me
besó, y me preguntó que había sido de mi vida. Ella recordando mejores tiempos,
me llevó a su casa, preparó unas tazas de un rico te, en medio de la charla, me
pidió la mano, leyéndola dijo: “Te casaste, pero veo que tu marido está en
prisión”. De igual modo, tal y como sucedió la primera vez, de nuevo, quedé
petrificada. ¿Cómo lo veía ella? ¿De qué manera podía acertar con tal exactitud?
Llegaron a mi mente imágenes distorsionadas de cosas que archivé como
hechos y que ahora dejaban en mí un mundo lleno de dudas. Le dije que había
atinado, que tenía razón y empecé a llorar. Entonces trajo un vaso lleno con
agua, hasta la mitad, rompió un huevo y al separar su contenido, tomó la clara y
la metió en el vaso. Charlamos horas enteras, y al final, me pidió que volviera al
día siguiente. Y así lo hice. Al verme, tomó el vaso miró a unas burbujitas y me
dijo: “Tu marido va salir de la prisión dentro de 7 meses y 5 días”. ¡Quería creerla!
Era el principio de la primavera. El cambio en el horizonte fue total, los colores
denotaban la majestuosidad de la naturaleza y de algún modo escondían la
verdadera realidad. León salía de la cárcel, los domingos acompañado de un
militar, iban al mercado a efectuar las compras para la prisión, y donde él, veía un
caballo sin herraduras se las ponía. El campesino dueño del caballo, tenía la
potestad de pagar si quería o no, allá, en esos momentos no se podía reclamar.
De regreso a prisión ambos pasaban por la casa, León me dejaba de lo que
había ganado, un poco de dinero, el resto era para el soldado y lo que debía
repartir en la prisión.
En Marzo me mandó a decir que le hicieron saber que tendría la oportunidad de ir
de nuevo a juicio. Bendigo todavía al juez, a este hombre que me dio aliento, que
Dios se lo pague, porque mantuvo su promesa. Mientras tanto, León empezó
hacer un pozo para sacar agua en el patio de la prisión. Un día los llevaron de
nuevo al juicio, y a los 7 meses y 5 días, en el mes de Mayo, León y el contador
salieron de la prisión. Lo curioso fue que como el pozo no estaba listo, no lo
querían dejar irse. Pero la ley es la ley, y al final lo vi salir con el señor Hofman, el
contador, sin ningún soldado detrás. Por agradecimiento al juez, le envié de
regalo 3 metros de tela.
Esa tarde recuerdo estaba en la puerta de la prisión esperando que salieran. El
contador se veía muy mal, flaco, pálido, y carecía de fuerzas para caminar. Nos
despedimos al fin, y nosotros dos, besándonos en la calle, ni no nos dimos
cuenta de cómo llegamos a la casa. Creo que fue el momento más feliz de mi
vida, o uno de ellos. Nos quedamos en la cama durante 3 días. León salió lleno
de sarna, una enfermedad que se adquiere por la suciedad y que es contagiosa,
pero a quién le importaba. Una vez libre de las cárceles rusas, de lo imposible,
veíamos que sería un juego de niños el librarnos de esto también.
Un paso a la vez, ahora debíamos pensar qué hacer para ganarnos la vida. Los
cientos de días de separación de soledad, sueños y oraciones, me hacían exigir
de mi marido más y más. Era tal el sentir, que no me despegaba de él, éramos
dos como si se tratase de uno, no permitiría que nada ni nadie nos separara.
Luego de la tormenta viene la calma y así dentro de algo más que absurdo, por
orden del tribunal nos fue devuelta una gran parte de la mercancía, misma que
León dividió entre dos. Los otros socios, los supuestos amigos no aparecieron,
supongo que por vergüenza, pues ninguno de ellos nos ayudó o se preocupó por
nosotros durante todo el tiempo. La verdad es que no los vi nunca más. A león se
le ocurrían miles de cosas y un día, León se puso a hacer sandalias con suelas
de cáñamo, buscaba sombreros de hombres les ponía bandas de fieltros en la
parte de arriba. Los domingos íbamos al mercado, colocábamos nuestros
productos en el suelo, y haciendo el papel de buhoneros vendíamos todas las
cosas que León con su ingenio lograba hacer. Vimos que la venta directa era un
buen negocio. Pues en nada, ya, teníamos dinero. Y como poseedores de lo que
compra la inteligencia, comenzamos a hacernos planes, queríamos ser libres,
salir de ese sistema de vida inhumano, pensábamos en salir, pero llegaban las
preguntas junto con las ideas: Cómo, cuándo, a dónde.

Capítulo VII

Polonia

Habíamos generado un nuevo sueño, y con ellos, podríamos decir que hasta un
deseo, ya una vez germinado en nuestras mentes, éste, comenzó a carcomer
nuestra paciencia. Éramos como dos niños adultos tratando de gobernar el
mundo, nos sentíamos valientes por todo lo ya vivido y con ese valor que
esconde la ignorancia, sintiéndonos seguros, y sin en realidad tener conciencia
del peligro que íbamos a enfrentar, comenzamos a idear el modo de cómo salir
de Rusia, pensar en hacerlo, era fácil, realizarlo: casi imposible de hacer.
Debemos saber que en la Rusia comunista estaba restringido el tránsito de
personas de una ciudad a otra. Para simplemente poder desplazarse, ya de un
pueblo a otro, se requería de un pase especial que era otorgado por la policía,
eso les puede dar una idea de lo que significaría alcanzar el logro de poder salir.
A los días, nos dimos cuenta que éste sueño nuestro, en la mayoría, era un sentir
general, no éramos los únicos. Abierto el deseo, vimos que unos amigos también
hablaban de irse a Polonia, ya no soportaban el yugo comunista. Decían que
había un medio, que lo podríamos hacer con pasaportes comprados (falsos), a la
pregunta y qué haremos allá, la respuesta fue sencilla: allá se verá.
Indiscutiblemente que la juventud es la época en la que los imposibles son
únicamente las cosas por hacer, lo demás en la mayoría de los casos, no existe,
pues todo o casi todo se puede, cuando se quiere, lograr. De la unión viene la
fuerza y bajo esa premisa, nos acoplamos como un grupo homogéneo y luego de
comprar nuestras nuevas identidades, con ellos, emprendimos el viaje, lo hicimos
cargando un saco de nueces. Nos habían informado que este producto tenía alta
demanda en Polonia, lo creímos y así arrancamos.
Del mismo modo que hoy andan hippies por el mundo, sin tener ni tomar en
cuenta, comodidades o penurias, así dimos comienzo a nuestro viaje; como dije,
íbamos arriesgando nuestra libertad, ya que si descubrían la falsedad de
nuestros documentos, seríamos ciudadanos permanentes de Siberia.
Marchábamos por los caminos, las veredas y los campos. Nos montábamos en
trenes que se dirigían hacia el oeste, en los cuales no preguntábamos por su
destino; la época de guerra había de alguna manera descontrolado todo tipo de
sistemas de controles en lo referente a medios de transporte, nadie se ocupaba
de pedir los ticket del tren, eso a nadie le importaba, y sin querer nosotros nos
aprovechamos de ese maremagnum. Muchos de los trenes eran abiertos, sin
techos, nos hallábamos a la intemperie, era nuestro encuentro moderno con la
naturaleza, y durante las noches saboreamos el disfrute romántico con las
estrellas. Algunas veces estos trenes llegaban a ciertos lugares y se detenían o
tomaban giros que los llevaban hacia el norte o el sur, en esos casos, nos
bajábamos y comenzábamos a caminar, eso sí, sin saber a dónde nos
dirigíamos, lo único que nos servía de guía eran los rieles del tren que apuntaban
al oeste, a la libertad. Durante la travesía muchos días los pasamos durmiendo
en los campos, esperando algún tren, que nos permitiera ir y hacer conexiones a
otras estaciones, mientras eso ocurría, comíamos, tan sólo, lo que podíamos
encontrar, algún animal que podíamos cazar, alguna fruta que robábamos y si al
pasar por un campo hallábamos algo sembrado, no respetábamos a nadie, lo
tomábamos y seguíamos nuestro camino. Fueron días y semanas durante los
que vivimos como gitanos, andando en no sé qué, para llegar a un no sé dónde.
En aquél entonces reconozco descubrí el verdadero pavor que mostraba la
guerra. En varios de los lugares por los que andamos encontramos muestras
inequívocas de la maldad humana, filas de camiones completamente
carbonizados. Testigos mudos de un grito silente de dolor, muestras inservibles
del desperdicio de una enorme obra humana y el conocimiento de la pérdida
injustificada de hombres que sin saber el por qué en uno u otro lado de la guerra
habían donado sus vidas, se habían entregado para una simple complacencia
humana en la que la cordura brilló por su ausencia.
Cuando se es joven, pareciera ser que nada nos importara, mirábamos los
desastres de la guerra y a lo único que llegábamos como acuerdo tácito, era a un
silencio colectivo, no pudimos ejercitar un comentario que pudiese ser
constructivo. O al menos explicativo de lo que estábamos observando. Creo que
esta situación y su debido pensamiento son una realidad que a la exploración y el
esclarecimiento humano, lo encuentro con una dificultad tal, que no sé cómo
podría hacer, para destacar lo que vimos y sentimos, es, y lo digo con la seriedad
que requiere el caso, en verdad, algo sumamente complicado. Imagino, que
descubrir la explicación de los hechos, en sí, requeriría de historiadores expertos,
en unión de sicólogos, políticos y sobre todo, de algunos padres, me refiero en
exclusiva a aquellos que perdieron a sus hijos en esos campos de guerra, quizás
si se lograra reunir a este grupo de personas veríamos lo que no hemos sabido
decir que sentimos, y tal vez, de darse esta imposible reunión, ellos, serían los
únicos que pudiesen expresar y captar lo que nosotros llegamos tristemente a
hacer y sentir durante esos días.
Como un padre llevando a su hija, León me llevaba siempre de la mano, siempre
estaba pendiente de mí. De alguna manera llegué a ser su otra parte. Su otro yo.
Y en ese caminar sin rumbo específico, sin plazo ni tiempo, cuando menos lo
imaginamos, nos encontramos para nuestra sorpresa que habíamos llegado a
Katowitz, esa era, una ciudad grande, estábamos todos en Polonia. Nos sentimos
satisfechos de haber cumplido la primera etapa de nuestra nueva meta en la
vida. Y al llegar, lo primero que vimos fue cómo los alemanes estaban asustados,
nadie nos tuvo que contar, estábamos en primera línea, tal cual ellos, supimos en
ese momento que perdían la guerra, en su caso todo era un caos, por doquier
iban retirándose, ya se apreciaba a toda luz, que estaban desorganizados, la
gran mayoría de ellos se encontraba hambrienta. Algunos de esos castillos de
arena, ahora se desmoronaban, lloraban, invadidos por un sentir nuevo para
ellos, cubiertos de un miedo, se habían contagiado de nosotros y al hacerlo, nos
habían liberado de ese pesar. Casi como si se tratase de una canción de cuna
aprendida de memoria por todos ellos a la vez, nos decían y con sinceridad
creían, que ellos, no tenían la culpa, el apreciarlos en esos momentos destrozaba
la fotografía de terror que de ellos teníamos en nuestras mentes, y como una vez
dijo Kafka, notamos la metamorfosis, pudimos ver a lo que una vez fue una
manada de lobos hambrientos convertidos ahora en corderitos extraviados.
Nuestros amigos y asesores no nos habían engañado. El producto que trajimos
importado de Rusia: las nueces, las vendimos en el mercado y ese día con
suficiente dinero, nos dimos un festín, comimos un plato de comida caliente, le
compramos a una mujer polaca, (a la que no le habíamos dicho que éramos
judíos) y mostrando el hambre fotografiada en nuestros rostros, adquirimos toda
una olla grande llena de garbanzos y adobado con todo aquello que se encontró
y se le agregó al cocido. Esa comida, nos supo a gloria. Es un sabor y placer que
mantengo en mi memoria. El paladar adormecido en contra de su voluntad
durante estos últimos años, ahora mostraba su presencia y nos hacía ver que se
alegraba con cosas buenas, como la que estaba degustando y que hacía mucho
no había sentido. Esos días nos quedamos durmiendo en casa de la mujer
polaca, la verdad es que nos cobraba muy poco dinero, también, que nuestras
camas eran amplias, sin bordes, de las que no temíamos caer al piso, ya que se
trataba del mismo suelo.
Poco o nada era lo que las experiencias anteriores nos habían permitido
acumular o tener. A tal extremo que en aquellos días éramos dueños de lo que
portábamos nada más, León se dedicaba a vender cigarrillos en un portón. Sabía
que nada hacíamos y que eso no podría ser nuestro estilo de vida. En él, nació
un deseo de superación por lo demás comprensible, y tras tener una larga
conversación con un amigo, vino, me tomó de la mano y me llevó a la estación de
tren. No tuvimos que mirar hacía atrás, lo único que entre los dos teníamos eran
unos cigarrillos, no nos atrevíamos fumarlos, pues sabíamos que para nosotros
esto era dinero. Tomamos el tren que iba a Checoslovaquia, nos montamos entre
dos vagones. De nuevo, como todo estaba tan desordenado, nadie pedía
papeles, y así en un paseo imprevisto, llegamos a Bratislava. Era el día de
Roshashana (el año nuevo judío). Me acordé que mi papá tenía un hermano en
esta ciudad, pero aquella, era una ciudad grande, había sido bombardeada sin
piedad, y no teníamos ninguna dirección a la que dirigirnos. Se nos ocurrió ir al
barrio judío, específicamente a la sinagoga, y allá preguntar por él. Suponíamos
que alguien lo debía conocer.
En cualquier otro año, la festividad era motivo para atraer a cientos de judíos,
esta vez, encontramos muy pocos en la sinagoga, durante un rato a los que
estaban reunidos y sentían algún interés, le contamos nuestra odisea, dijimos
cómo y de donde veníamos. También, que estábamos buscando una parte de la
familia, queríamos saber si alguno podía darnos algunos datos de ellos. Las
noticias que nos dieron no fueron alentadoras. Dijeron lo que les había sucedido,
no escuchando la música que nuestro oídos aspiraban, nos encontramos que en
un día de celebración y de honra, nos sentimos invadidos por una gran tristeza,
nos contaron que ellos fueron sacados de su casa a la fuerza, por los alemanes,
llevados a campos de concentración, supimos, que eso les había ocurrido unos
años atrás, y que ningún miembro de nuestra familia se había vuelto a ver.
Aquello me hizo llorar con una tristeza tísica, me dio una pena terrible, fue en sí
la primera pérdida que sentí en el alma.
Uno de los muchachos con quien León había hecho amistad, nos dio un plato de
comida, nos guió hasta una casa deshabitada, estábamos en pleno bombardeo, y
llegamos zigzagueando las balas de la artillería a una casa en la que había un
pajar en la que nos quedamos, y esa noche, descansamos. El amigo cuando nos
supo acomodados, se marchó, y la verdad que supongo que ese día fue
alcanzado en el bombardeo, pues nunca más supimos de él, ya no lo volvimos a
ver.
Un solo día más permanecimos en Polonia, al siguiente, invadidos por hambre,
León entró en un restaurante y por 2 cigarros americanos le dieron papas
cocidas. Con todo cuidado fuimos de nuevo a la estación, allá discutimos los dos,
él quería ir a Viena, donde oyó que estaban sus amigos haciendo contrabando
con cigarros, spek, y otras cosas. Yo no quería más, consideré que había tenido
bastante. Quería ir a ver a mis padres, requería el cariño y el calor de mi mamá
de igual manera le ocurre a una niña chica. Él insistió con su otra idea, y trató de
convencerme. Eran dos polos opuestos, al final, para no discutir mas, dije:
“¿Sabes que? Tiremos una moneda al azar, quien gane, ¡Allá vamos! Le dije que
yo escogía cara, y de salir ésta, iríamos donde yo dijese. De no acertar, el
destino sería escogido por él.” La suerte estaba echada, salió cara. León no
quedó convencido pero en buena lid, debo decir que respetó el pacto. De lo que
nos ocurrió, valdría la pena saber si: ¿fue lo correcto? ¿Pudo haber sido de otra
forma nuestra vida? ¿Habría sido más fácil? ¿Quién sabe?
Capítulo VIII

Budapest
En la estación de tren llegamos con nuevas metas. La misma, estaba repleta de
gente por todos lados, el movimiento era tal, que debimos pasar un día y una
noche; al igual que miles de otras personas, dormimos en el suelo, esperando la
conexión. El tren que iba a Budapest vino lleno, no íbamos a aguardar otros dos
o tres días más, carecíamos de recursos, tratamos de entrar en varios de los
vagones, pero no se pudo lograr, estaban a reventar. Al final nos sentamos en las
uniones entre uno y otro, y así viajamos entre dos vagones. Teníamos la
juventud, lo que hicimos, sabíamos, era algo descabellado, de haber resbalado,
ahora no lo estuviese contando, pero en esos momentos, para dos solitarios y
extraviados jóvenes ¿Qué valor tenía la vida en este tiempo? ¡Ninguno! Y así
después de muchas horas, con el viento acariciándonos la cara, mirando los
campos abandonados y admirando la estepa húngara, llegamos a Budapest.
Encontramos para nuestra sorpresa, una ciudad limpia, bonita, vacía, y en
depresión. Al mirar los esqueletos de las edificaciones, las fumarolas de
incendios medio apagados, y algunos destrozos, y luego, al irnos acercando a la
ciudad, nos asustó el ver alguna gente harapienta, eso, nos hizo poner los
nervios de punta. Y mirándonos a los ojos, en un desliz de debilidad humana, nos
preguntamos uno al otro, ¿y ahora, que? Sin una simple moneda en el bolsillo, a
dónde podríamos ir. Desesperados, empezamos a caminar. No poseíamos
ánimo, y no encontrábamos preguntas ¿A quién preguntar que? El idioma no nos
ayudaba mucho, pero en la multitud, encontramos una persona que hablaba
alemán y a él, le preguntamos como llegar a Carita, esta era una organización
que ayudaba a emigrantes. Recuerdo caminamos mucho y también, que al llegar
allá, nos atendieron bien. Preguntas, muchas preguntas, quizás no fueron tantas,
de seguro, el hambre las hacía ver interminables, y al fin nos dieron algo de
dinero, una buena ración de uva que saboreamos en seguida, y nos facilitaron un
permiso para poder dormir en el suelo de un colegio.
Al día siguiente, ¿qué creen que hicimos? Como si se tratase de un par de
turistas, nos montamos en un tranvía y fuimos a recorrer la ciudad: Primero Buda,
después Pesta, pasear y poder admirar el majestuoso Danubio. Todo era
hermoso, nos pareció una ciudad muy bonita, con anchas avenidas, con árboles
y casas encantadoras, algunas bombardeadas. Juramos que algún día
volveríamos. Y reconozco que el juramento los cumplimos pues regresamos a
ella, varias veces, muchos años después. A pesar de todas las necesidades y los
malos sabores que pasábamos a cada rato, me encantaba conocer nuevos
lugares, famosas ciudades y extrañas construcciones, y vaya que conocí, a mi
corta edad se estaban cumpliendo la mayoría de mis sueños, noté para mi
agrado, los estaba conociendo. Lo único que quería y me hacía mucha falta, era
un buen baño para lavarnos, pero tratábamos de no pensar en eso porque no
había el cómo hacerlo.
Así que de nuevo fuimos a la estación, esta vez queríamos ir a Rumania. Había
emigrantes por todos los lados. Gente que buscaba a sus familias. En las
estaciones de trenes, la cruz roja internacional había colocados pizarras con los
nombres de las personas que deseaban informar a cualquiera de los suyos se
encontraba vivo. La gente se agolpaba en busca alguna esperanza. Había
muchos jóvenes que andaban sin rumbo, ellos en su triste deambular, mostraban
sin dejar dudas, que ya no tenían a nadie. Otros decían que querían irse a
América, y se veían así mismo, que estaban muy lejos de sus sueños, se notaba
que en general la gran mayoría se encontraban como nosotros, sucios,
hambrientos, con dolor, y portando como único activo positivo: mucha esperanza.
Todo el mundo andaba perdido. Llegamos a Rumania sin que nadie nos
detuviera o nos preguntara algo, habíamos hecho un trayecto viajando en tren en
el que pasamos la frontera por una ciudad llamada Oradia Mare.
Lo bueno del pueblo judío es la manera tan humana y lógica en que reacciona
ante contingencias. En la estación estaban muchos padres de familias, quienes
esperaban todos los viernes a cualquier emigrante para llevarlo a sus casas y
darles de comer. En nuestro caso nos tocó una pareja joven ortodoxa que tenía
un bebé, ellos eran casi de nuestra misma edad. Como caídos del cielo, y cual
cumpliendo uno de nuestros grandes deseos, la primera cosa que nos
permitieron hacer, fue a bañarnos, nos dieron ropa limpia para cambiarnos, y nos
convidaron a sentarnos con ellos a la mesa y así, hicimos el primer Shabat, en
más de dos años. Como algo más que increíble, en una demostración
incomparable de bondad y desprendimiento, nos ofrecieron y dieron su
dormitorio, nos forzaron a que aceptáramos y esa noche, de una forma que nos
hizo volver a creer en la bondad humana, dormimos en su cama. Supe que
todavía quedaba gente buena en este mundo. Para ellos, esto era el
cumplimiento de una de las mitzva, de las obligaciones morales que el pueblo
judío debe y sabe hacer.
Con la paciencia de uno de nuestros protagonistas de la Biblia, ellos no se
despegaban de nosotros, escuchaban cada palabra que les decíamos, en sus
rostros se veía como iban acrecentando su orgullo por nosotros. Estaban
viviendo con nuestros relatos, nuestras experiencias, por horas y días nos
escuchaban con respeto y aprecio. En más de una oportunidad nos hicieron ver
como héroes, decían que quizás ellos no habrían podido aguantar tantas
penurias. Nos hicimos grandes amigos en corto tiempo. Como si no fuese
suficiente su ayuda, ellos, nos compraron 2 pasajes de tren y al ir a despedirnos
vimos como de corazón ambos lloraban, decían que nos echarían de menos, les
prometimos que nos volveríamos a ver de nuevo algún día, y que les íbamos a
escribir poniéndolos al tanto de cómo nos estaba yendo. Dentro de la tristeza de
tener que alejarnos de unos buenos amigos, yo debo también reconocer, tenía
una gran felicidad en mi yo interno, pues sabía que pronto podría ver a mi familia.
Y tan sólo una duda me agobiaba: ¿Se terminará al fin lo malo?
Capítulo IX
Rumania
Este ya fue un viaje más corto, íbamos acomodados en butacas, sentados como
personas, viviendo una experiencia que pareciera un lujo. Luego de algunas
horas, llegamos a la estación de Bucarest, estábamos en la capital, a mi
alrededor ya no sonaban voces extrañas, palabras incoherentes o murmullos
incapaces de entender. Como quién abre las puertas del conocimiento, sentí una
gran alegría que iba acrecentándose por varios motivos, uno, de ellos sin duda,
era la proximidad a los míos, otro muy importante, en aquél entonces fue el poder
entender y disfrutar cada palabra dicha por las personas que nos rodeaban,
todos hablaban mi idioma, ellos, hablaban rumano, mi idioma materno. ¡Me
parecía un sueño! Del que por momentos no quise despertar, seguí prestando
atención a cada frase, a cada palabra, a nada, a todo.
La verdad era que no sabíamos en qué lugar podrían estar viviendo mis padres,
pero recordaba donde vivía una tía, hermana de mi mamá, tomamos el tranvía y
en pocos minutos llegamos allá. Al abrirnos la puerta, me di cuenta que mi tía no
me reconocía, ciertamente que había cambiado y con el crecimiento,
padecimiento y desarrollo, yo, era otra persona. Pero con tan solo la esperanza
transmitida por mis padres, de que siguiera con vida, sirvió para que una vez
escuchado mi nombre se afianzara a ella y nos abrazara; de sus ojos, saltaron
lágrimas de alegría, nos dio té caliente y un pedazo de bizcocho, una vez
amortiguada el hambre y con cierto reposo, pasado un largo rato, nos llevo a la
casa de mis padres que para sorpresa nuestra se hallaba cerca.
No estamos hablando de esta época, en que uno puede en tiempo real
comunicarse con cualquier persona sin importar qué distante se pueda estar. En
mi caso, durante más de dos años no pude comunicarme con ningún miembro de
mi familia. Ellos, no sabían de nosotros, desde que nos separamos. Pienso y así
lo sentí, tras alguna conversación con los míos en algún momento de extrema
sinceridad, que hasta pensaron, ya no vivía. Al ver nuestra desesperación por ir a
casa de mis padres, mi tía robándonos algo de nuestro tiempo, logró
tranquilizarnos un poco, nos hizo saber que todos vivían, ellos tenían un pieza
subarrendada, y que mi papá trabajaba para una firma de gablon (joyería falsa),
misma que estaba muy de moda. Entre las noticias buenas y malas, nos dijo que
mi hermano se había divorciado, pues con la guerra las mujeres eran muy
atrevidas y eso, a él, lo había convertido en mujeriego, supimos que había
retomado sus estudios. Al igual se nos dio la buena nueva de que mi hermana no
vivía con ellos, ella, se había mudado a otra ciudad, esto sucedió, luego que mi
cuñado encontró un socio financista con el que había montado una farmacia.
Habiéndonos informado y puesto al día con todas las cosas de familia, no
aguanté más, quería ir y darle un beso y un abrazo a mi madre. Sabía que para
ello, había venido de tan lejos. Creo, está de más, les diga todo aquello que
sentimos en el momento del encuentro. No hay palabras y nunca podrán
completar la satisfacción, el placer, el amor, la tranquilidad, el orgullo, y al final la
paz. Si, entre mi madre y yo, surgió de lo más profundo de nuestro ser un
sentimiento de paz mucho antes de que la guerra terminase.
Al llegar mi padre de su trabajo muchas de estas pasiones fueron repetidas,
jamás puse en dudas a cuál de ellos quise más. Uno estaba acostumbrado a
querer a sus padres y punto. Nos recibieron con los brazos abiertos, su pieza era
pequeña, pero eso no tenía importancia para ellos, de igual manera que unos
años atrás habíamos compartido la misma pieza, la historia se repetía. Nos
quedamos con ellos, en la pieza con mis padres pasamos unos días aunque en
realidad supimos y nos dimos cuenta que no había lugar suficiente para todos. Mi
hermano Hery armado con sus ojos azules, con ese charm tan especial, y su ágil
y educada labia siempre encontraba una mujer que lo mantenía, y así logró
hacer, hasta que pudo terminar sus estudios. Durante los primeros días pude
darme cuenta por qué a León no le gustaba la idea de ir a Rumania, él no había
estado jamás en Bucarest y el rumano lo hablaba muy mal, pues su idioma
casero, era, alemán. Pero ya les dije quién era León, jamás se paraba, ante una
adversidad, se agigantaba, lograba moler hasta el acero templado. Durante un
par de días con acuciosos ojos, primero dio vueltas, comenzó a conocer gente, a
moverse. Y un día vino a la casa con un telar de 1 metro de largo y ½ metro de
ancho, compró angora de diferentes colores, y empezó a hacer bufandas que
estaban de moda. Yo lo ayudaba, hacía los flecos. De los restos de lana en
diferentes colores, yo hacía unos suéteres de manga corta, estos tenían un
escote cuadrado, fueron tan aceptados, que los mismos se vendían en las
boutiques de la calle principal.
Retomé la lectura de nuevo, me fascinaba leer mientras tejía. Hacía un suéter por
día. Cada oportunidad que teníamos, tomábamos un descanso y con ello,
salíamos a dar un paseo, lo empleábamos en buscar un lugar para mudarnos,
pero durante mucho tiempo no tuvimos la suerte de encontrar algo. Ambos,
estábamos cansados de dormir encima de una mesa dura y con mis padres en la
misma pieza. Al final, encontramos un cuarto, para compartir, nosotros podíamos
usarlo por las noches, otros, lo utilizaban durante las mañanas. Compramos un
sofá y una cama, tarde íbamos para acostarnos y muy temprano nos
levantábamos. Era todo lo que podíamos tener pues todavía estábamos cortos
de dinero.
Mi papá me compró un par de zapatos con tacos altos, me parecían los más
bellos del mundo. Mientras tanto empezamos a llevar una vida más normal,
buscando amistades, y tratando de pasarlo bien. Encontré amigos de mi ciudad
natal que nos convidaron a fiestas, en las que nos reuníamos y se bailaba. Ellos,
en su mayoría eran solteros y eso a León no le gustaba mucho. Mi marido como
defecto puedo decir, que era un hombre bastante introvertido, de pocas palabras,
de mí, debo decir todo lo contrario, yo quería conversar, bailar, ir al teatro, a
conciertos y pasarlo bien. Me acuerdo que un día en el campo dijo: “Si voy a
seguir viviendo, trataré en lo posible de vivir bien”. Bueno, su sueño lo cumplió,
pero mucho más tarde.
Con el tiempo y con algo más de dinero, encontramos una habitación más
amplia, en casa de una familia judía, que tenía hijos de nuestra misma edad,
ellos estaban casados; en poco tiempo se hicieron muy amigos nuestros. La
habitación contaba con un baño, que estaba al lado, uno, para nosotros solos.
La dueña de la casa era una fantástica cocinera. Lo que no me gustaba de ella,
era que dejaba a las verduras en el suelo, eso yo no lo podía entender. En su
defensa, puedo decir que fue de ella de quien aprendí la mayor variedad de los
platos que sigo haciendo y que sé son apreciados por mi familia e invitados. La
pieza tenía un sofá, una mesita, y una radio, que León me compró como regalo,
un cajón grande, una mesa donde tenía una cocinilla, y una bombona de gas
para cocinar. El esposo de la señora, tenía una zapatería en Calea Mosilor. Lo
que a la larga sirvió de inspiración e hizo que mi esposo entrara de alguna
manera en este ramo. Con mi aprendizaje en lo referente a mi carrera culinaria,
gané un cliente frecuente, mi hermano Hery, él, venía muy a menudo a comer, le
gustaba lo que yo cocinaba. Al rato, mis padres se mudaron también de manera
independiente y así empezamos a levantar cabeza. La suerte nos colocó a unas
tías en los Estados Unidos con las cuales nos pusimos en contacto, ellas eran 2
hermanas de mi madre, que al sabernos vivos luego de haber podido soportar,
las persecuciones, los nazis y al holocausto, comenzaron a mandarnos paquetes,
y con ello, con la América al alcance de mi mano, empecé a vestirme mejor.
Los Sábados íbamos al teatro y de vez en cuando a un restaurante con música,
en el verano íbamos a los jardines donde se bailaba, nos encontrábamos con los
amigos que conocimos en Bersad, y con los que por muchos años nos
mantuvimos siempre juntos. Hasta hoy día. Ellos viven en Israel y todavía nos
llamamos y nos preocupamos unos de otros.
León trajo a la casa un telar grande de madera que puso en el baño y empezó
hacer pedazos de tela tejida, era una tela con grandes cuadros, para la época
estaba de moda. Con las telas, hacíamos faldas; pobrecito, él, trabajaba en una
pieza fría con piso de cemento. Mientras tanto, yo quedé embarazada, era algo a
lo que habíamos desde hacía tiempo aspirado y ahora nos sentíamos felices. Y
vinieron los vómitos, y entre las cosas extrañas me di cuenta que siendo la más
joven de la familia, me tocaría ser la primera que la agrandaría.
Como toda moda pasajera, pasaron al olvido las faldas que hacíamos. Había que
buscar otra cosa para vivir. León salía al mercado, miraba, se interesaba, era
muy empeñoso, y un día me trajo a la casa una mesa con un motor y 6
maquinitas chicas para hacer cordones de zapatos. Trajo algodón, echó a andar
las máquinas, y empezaron a trabajar. Me puse al tanto de cómo funcionaban y
me dejó encargada de la producción mientras él salía para comprar más algodón
y a la vez lograr vender los productos. En especial los ofertaba en calle Lipscani,
donde se juntaba toda la gente que trabajaba con estos artículos.
Decir las cosas, es algo simple, pero la realidad no es igual, y mucho menos era
algo sencillo. Al tener el tejido, se debía aislar los cordones, trenzar el producto, y
una vez hecho esto, se debían teñir, unas negro y otras marrón. Para esto, en el
patio de la casa ponía a hervir en un caldero grande las trenzas en los tintes.
Realizada la primer operación, se debían secar, luego tenía que cortarlas de un
mismo tamaño y unirlas en cantidades iguales, una vez contadas 144 piezas,(una
gruesa) unidad que utilizábamos para venderlas. Luego con una maquinita
especial para eso, se les colocaba en la punta del cordón un pedazo de metal,
para que no se deshilachara. El trabajo me dejaba agotada y de alguna manera
se generaba una especie de embudo, así que al poco tiempo le comenzamos a
dar unas máquinas a algunas amigas para que ellas las terminasen, y se les
pagaba bien, tanto, que algunas veces hasta le dije a León que yo producía más
que ellas, y que debería de pagarme también, él, para tranquilizarme, siempre me
lo prometía.
Todo lo que producíamos se vendía, primero a los detallistas, luego, a los
mayoristas. Pero no nos hicimos ricos con esto. Se trabajaba, siempre con miedo
a que alguien nos denunciara. Con el dueño de la casa no teníamos problemas
pues además de ser amigos de sus hijos, él, también nos compraba para surtir su
zapatería. Él siempre demostró el aprecio que le tenía a León, decía que era muy
capaz. León, al darse cuenta que mi barriga ya estaba muy crecida, buscó un
socio, así, sabiéndose apoyado, compró una maquina moderna para hacer
carretes de hilo para máquinas de coser. Instalaron la máquina en un sótano y
empezaron a trabajar. León compraba hilo de diferentes colores y colocaba
rápidamente la mercancía. Al principio la sociedad anduvo muy bien, hasta que
un día vi a la esposa del socio con un abrigo de astrakhan nuevo. Entonces le
pregunté a León, por qué ella tenía un abrigo y yo no. Me contestó que ella tenía
padres ricos y con la respuesta me conformé. Después de un tiempo, la vi con un
anillo, y reclame de nuevo, no porque yo también quería uno, pero me pareció
raro. ¿De dónde? Y ya sin dudas de mi parte, le dije: “Papi, tu socio, te está
robando”. Se rió de mí, hasta que un día el socio enfermó. Por un par de día,
León, cerró el taller y fue a visitar a sus clientes, para realizar la cobranza.
Casualmente se requería dinero para reponer la materia prima, y sin buscar, vino
la sorpresa. Su socio ya hacía tiempo había cobrado, casi nadie nos debía. El
grandísimo ladrón, le había cobrado por adelantado. León ese mismo día, cambió
la llave del taller y la sociedad se acabó.
Y vinieron los hermosos días, di luz a un bebe bello, el 1 de Marzo de 1949.
Pesaba 4 ½ kilos. No pude tenerlo normalmente porque nunca me dilaté y por
poco pierdo la vida, tuvieron que hacerme cesárea, una operación, que en esos
tiempos y en esa ciudad, era muy peligrosa, allí, no había muchos médicos que
tuviesen experiencia. Tuvimos suerte, y los dos salimos bien. El niño era gordito y
bonito, una de las cosas extrañas, era que no se le veía la nariz, por ello, los
doctores lo llamaban el boxeador.
Al volver a la casa, las paredes no crecieron, pero al ser tres, sentimos que todo
era más grande, nuestro mundo se ampliaba, pusimos la camita del bebe en la
misma pieza y nos sentíamos felices, así pudimos con facilidad ver al niño cómo
crecía sano. Como toda madre lo veía hermoso, me sentía sumamente orgullosa
cada vez que salía a la calle a pasearlo en su cochecito. No puedo decir con
certeza que este acontecimiento haya o no tenido que ver con la decisión que
tomó mi hermano, pues desde que comencé a ocuparme de Adrián, mi hijo, ya no
tenía el tiempo como para la fábrica y también ponerme a cocinar los platos que a
mi hermano le gustaban, pero fuese lo que fuese, durante esos días, mi hermano
se casó con una doctora, ella era pediatra, mayor que él y bastante fea, pero lo
dejaba escribir y así, terminó su tesis de doctorado en ciencias económicas. De
este matrimonio nació una bonita niña a la que llamaron Paula. Por desgracia
este segundo matrimonio tampoco duró. Y después, ella, en venganza le hizo
sufrir, al no permitirle ver a la niña. Paula se encuentra hoy en Israel, divorciada
dos veces, y tiene dos hijos del primer matrimonio: una mujer de pelo rojizo y un
cuerpo escultural que vive en New York, y un varón, ya un hombre, un gran
especialista en computación que vive en Los Ángeles. Mi hermana Bianca estaba
loca por mi hijo Adrián. Ella, no había quedado embarazada aún.
Terminada la guerra, muchos países trataron de compensar los errores
cometidos con medidas sencillas, los rumanos fueron uno de ellos, para hacer
ruido, y como demostración de un acto de bondad, los judíos fuimos informados
que se nos iba a permitir que fuésemos a Israel. Pero tampoco esto era del todo
verdad, ya que sólo se trataba de algunos que salieran favorecidos por sorteo.
Muchos amigos nuestros, tuvieron que esperar años y años, otros, como
nosotros, pudimos salir rápidamente. Cabe destacar que en Rumania había
muchísimos judíos, aproximadamente 200,000, y la salida de todos ellos se
puede decir que se demoró por casi 26 años. Hoy día hay muy pocos que
quedaron, casi nadie, pero los israelíes procedentes de Rumania siempre
vuelven, van a las termas, a los cementerios en los que quedaron familiares, y
así, visitan sus recuerdos, unos vivos y otros muertos.
Era el año de 1950, la vida en Rumania era bonita pero no había nada para
comprar, pues siendo un país detrás de la Cortina de Hierro, en donde los rusos
sólo saqueaban: se llevaban el pan, el petróleo, el vino, la sal, todo. No veíamos
futuro, y al tener a nuestro hijo, eso, nos forzaba a tomar otro rumbo, los ojos
estaban puestos en otros sistemas, otro mundo. Mi hijo ya tenía un año y medio
cuando recibimos la noticia que podíamos salir, se nos otorgó un “laissez passer”,
se entendía que era un pase de salida, pero sin retorno, ellos demostraban así
que no nos querían. Y como tratándose de una mágica suerte, mis padres
recibieron la noticia de su autorización el mismo día. Esto, me hace pensar que
León no se quedó con las manos cruzadas, pienso y estoy casi segura que en
casa de algún oficial, o de uno de los funcionarios encargados de emitir estos
pases, debe haber quedado casi como por olvido alguna de nuestras máquinas o
qué se yo. Con el pase se nos decía que podíamos llevar 70 kilos, nada más. Y
no miramos atrás. Un día del fin de Octubre, en 1950, llegamos a Constanza, el
puerto en el Mar Negro, donde se tomaba el barco lleno de emigrantes con
destino a Israel.
Nos mirábamos llenos de inquietudes y de miedos, nos sabíamos felices, pues
nuestro hijo crecería en un país libre, sentimos el orgullo de ser una familia y
viendo al cielo, analizando todo lo que nos había ocurrido, dábamos gracias al
mismo, por esta nueva oportunidad. Sabíamos que durante cinco años habíamos
permanecido en Bucarest, cinco años que fueron de gran lucha, donde el ser
empresario privado estaba perseguido, 5 años de lucha para poder con vida,
mantener y hacer crecer a nuestra familia, años que nos sirvieron para estar
unidos, pero unidos, para desarrollar el gran amor que por siempre nos hemos
tenido. Ahora, en el portal del por venir, nacía una nueva incógnita. ¿Qué nos
deparaba el futuro?

Capítulo X
Salida a Israel
Soñábamos con el éxodo y fueron cumplidos nuestros deseos. Por un lado
sentíamos agradecimiento a Dios, a los rusos y los rumanos al habernos
permitido poder salir de un país comunista, por otro, un agobio, una tristeza, un
regreso, a un sentir doloroso, ya conocido que se fue calando en mi ser y me
decía que algo iba a echar de menos. Que todo no podía ser completo. Mi
hermana junto con mi cuñado vinieron a despedirnos al puerto. Ellos, no tuvieron
en ese momento la misma suerte, sus permisos no les habían sido otorgados.
Verla a mi hermana, como se despedía de mis padres me llenó de tristeza y es
quizás ese momento el que más afectó mi sentir. Con ella siempre he tenido un
lazo que va mucho más allá de la sangre, es una fusión podría decirse que hasta
visceral, pues nuestros corazones eran uno sólo, si ella sufre, yo sufro y sin esa
correspondencia, sin sentir el eco de mi amor, sé, que las demás cosas de la vida
tienen otro valor, otro sentido menor. Hicimos de aquél adiós, cual cuadro
inolvidable, el mismo fue extendido, hasta ser llamados, fuimos unos de los
últimos en abordar. Llegado el momento comenzamos a subir por la escalera que
nos llevaría cual alfombra mágica a la tierra de “oro, leche y miel”. Atrás se
quedaban nuestras pocas pertenencias, y no sólo las nuestras que ya habían
mermado a su máxima expresión, me refiero en especial a las de otros judíos que
me consta estuvieron meses aguardando turno, y que los dejaron salir con casi
nada. Vimos en pleno puerto, cómo se nos hacía un cateo minucioso, también, y
es verdad cómo le sacaban hasta el alma al que llevaba algún brillante que
heredado de su familia o ganado con el esfuerzo de su trabajo en momentos de
libertad, queriendo emplearlo ahora en esta nueva aventura y habiéndolo
guardado, se lo sacaban y decomisaban al encontrarlo en sus ropas o en su
boca, para ellos, en esos momentos, no existía un lugar, un sitio, un espacio sin
medida de control. La gente lloraba, alguno que había escondido algunas
monedas en sus medias o en sus zapatos, y la habían descubierto, pedía
clemencia, pensaba prohibirían su salida; nadie intuía, lo que ellos en sí querían:
y es que las cosas de valor cambiasen de dueños, de los que se iban a los que
se quedaban. En ese momento en que fuimos al puerto, mi hijo Adrián tenía año
y medio y ese día, fue cuando dijo su primera palabra: tete, entre los cuatro que
formamos la excursión a Tierra Santa: mis padres, León y yo, pudimos irnos
turnando para cargarlo. Subimos a cubierta, y vimos a los marineros que nos
recibían; era digno de ver el blanco y lustre de sus uniformes, daban la
bienvenida con cortesía, y nos decían que lo por venir valía la pena. El barco iba
lleno de viajeros, algunos amargados, otros felices, gente que dejó en sus casas
todo lo que tenían, y que llegaron a Haifa con tan sólo dos maletas casi vacías y
el corazón lleno de esperanza por un futuro mejor.
Dio comienzo a varios toques de sirena y las escalinatas fueron elevadas,
seguíamos desde lejos, viendo a los nuestros, no podíamos detallarlos, pero
sentíamos en carne propia sus lágrimas, con los brazos extendidos al cielo ellos,
lograban dos cosas a la vez: desearnos lo mejor al despedirse de nosotros y
solicitar a Dios, no se olvidara de ellos. En cuanto el barco emprendió la marcha,
vimos que los marineros eran amables, con todos los pasajeros ellos, mostraban
ese calor mediterráneo, y como si se tratase de una misión divina, llevaban con
gran felicidad a todos estos emigrantes durante los días que duró el viaje hasta
llegar a Israel: nuestro país, el del futuro, el lugar, en dónde conoceríamos la
realidad, pues debemos recordar que salíamos de una ciudad construida hacía
cientos de años, y ahora íbamos a un país que apenas había sido creado tres
años antes, en el que todo lo que hacíamos, se notaba, era improvisado, donde
el cambio climatológico sería total; salir de un clima europeo al clima de un
desierto, debíamos ahora vivir, aprendiendo a hacerlo, con el sol y la arena. Una
arena nunca vista, con un calor insoportable. Fue en si, una nueva etapa en la
vida, de dónde debimos eliminar costumbres, comodidades, sí, me atrevo a
hablar de comodidades, pues aunque fuesen sólo visuales, éstas también
influyen en la manera de ser del hombre.
La llegada a Israel, es algo que genera en cada judío un algo tan especial, que
por momentos nos hace pensar si en verdad, no nos encontramos en una
extensión del mismo cielo, un algo tan emocionante, que nos hace sentir como el
que luego de una larga travesía y de un pesado cansancio, uno llegara a su casa,
a su hogar. No sin olvidar, ese vivir el instante espiritual que sospecho, obliga a
cada judío por separado desde el mismo día de llegado, a bañar su suelo con
nuestras lágrimas, a irrigar con las perlas de la pasión, la tierra, en una
demostración indudable de amor y de entrega absoluta. Y me refiero con ello, a
verdaderas lágrimas emotivas.
No puedo decir que ocurrió con los demás, en mi caso, aprender el hebreo pasó
a ser algo casi imposible, me costó más de lo que alguna vez pensé, hasta creo
que hubiese sido más fácil para mí aprender el chino. Fuimos recibidos,
censados y enviados a las “maabarot” eran unas casas que estaban ya
construidas, donde iban a vivir los nuevos inmigrantes. Quiero decir a este punto
que las lágrimas de felicidad que habíamos aflorado, se secaron rápido. La
lograron secar los días de sol ardiente y esos vientos calientes llamados
“hamsin”, que soplaban más fuerte que nunca. Nos enteramos que los llamaban
así pues para poco consuelo nuestro, estos se repetirían como su mismo nombre
lo indica por los próximos cincuenta días, cada año.
Decir que nuestra meta alguna vez había sido Israel, sería mentir, nunca ninguno
de los míos había hablado o pensado esa posibilidad, el destino cuando uno
menos lo imagina, te lleva, te arrastra, en nuestro caso y en el de muchos de
aquellos que nos acompañaron, ésta era la única salida al mundo libre. En Haifa,
recuerdo fuimos llevados en autobús a un lugar fuera de la ciudad llamado Shaar
Alia, y nos quedamos con la boca abierta. Era un lugar grande, una guarnición,
cada pieza estaba ocupada por 3 familias, a cada uno le daban una cama del
Sohnut con un colchón, y había un sala común, en la que todos comíamos. El
lugar estaba cerrado con alambres de púa y no se podía salir. Era toda un
incongruencia, un país libre, democrático, nuestro, y nos sentimos presos desde
el primer día. Mientras tanto, vimos llegar gente de todas partes del mundo, y en
estos, a su vez, reparamos, cómo sin querer estaban formando un mundo de
emigrantes
Al observar a nuestros vecinos, podía detallar gente que venia de India, África,
Europa; mujeres con vestidos largos que parecían gitanas y que llevaban a sus
niños colgados a sus cuerpos, hasta ese instante, de una manera desconocida
por nosotros. Notamos a muchos hombres de baja estatura, con un corte facial
extraño, parecían imberbes, pues casi no le crecían barbas, encontramos en la
panorámica vista que nos permite el pasado, gente de color oscuro; nunca,
nunca jamás hubiese pensado que esta gente fuera judía cómo nosotros. Para
nosotros que veníamos de Europa donde no se conocía este tipo de piel, era algo
nunca visto, esto me animaba y me hacía ver que estaba ávida de conocer, mirar,
y al fin recordé que esta amalgama de personas del mundo entero, en algún
momento tuvo que provenir como descendencia obligada de las tribus perdidas.
Los funcionarios de la Agencia Judía ya estaban acostumbrados a las preguntas,
las soportaban con ruido y protestas, y en compensación ofrecían a todo el
mundo una respuesta que al tiempo la consideramos como aspirina Israelí, ellos,
a todos les decían: “No se preocupen, todo va estar bien”. La gente sabía que en
Israel no le esperaban villas ni castillos, tampoco imaginábamos que lo haríamos
en las casas que nos estaban ofreciendo. Muchos, pasaron muy rápido, de un
sueño a la desilusión. ¿Y qué se podía hacer? Lo único que nos quedaba era
tener aquello que tan sólo lográbamos y que aprendimos con los comunistas
cuando teníamos hambre, aunque comida no había en Rusia, ni mucha, ni poca,
siempre encontrábamos mucha, demasiada paciencia.
Un hombre como León, es difícil mantenerlo cautivo, un día no soportó ese sentir
de sujeción, sin decir nada, se dirigió a los alambres de púa, con un esfuerzo
extra, los estiró y salió cómo pudo del sitio; fue a la ciudad, llegó a uno de los
tantos kioscos que había en ese entonces y pidió un falafel y un “mitz” (jugo).
Luego a su regreso, León me contó lo que había hecho y que había algo que le
decía que pasaríamos amarguras, pero al final veríamos la luz, él, tuvo fe desde
el comienzo. Israel, era en ese momento un país nuevo, la paz no estaba
consolidada, vivíamos en los días de armisticio que todos ya sabíamos, no iban a
durar mucho tiempo. Con guerra o sin ella, todos teníamos una misión, y
estábamos dispuestos a dar lo mejor de nosotros para empujar la carreta;
veníamos del infierno y pretendíamos construir un sitio con una esperanza de
una vida mejor. La vida estaba representada en una lucha diaria, vivir en una
sociedad abierta, donde las decisiones podían generar logros o desaciertos tan
sólo basados en nuestras decisiones, era algo nuevo, diferente, retador. Un Israel
trepidante, donde hay un amalgama humano conformado de nuevo y vale acá la
analogía con aquella época bíblica en que se construyó la torre de Babel en la
que los idiomas, dialectos, los gustos, las distintas maneras de vivir, las
necesidades, costumbres y modas eran tantas y tan variadas que pareciera uno
viviera dentro de un circo. En el que los actores a nuestro modo de ver cada día
se disfrazaban. No quiero decir con esto, que nos desagradara, por el contrario
ver esa mezcla nos permitía ser optimista, suponíamos que al igual que nosotros
teníamos dos tías en los Estados Unidos, cada uno de ellos debería de tener en
otros lugares alguna familia que al final velara por todos, que este sueño,
permitiría sentir algo de tranquilidad en cuanto al futuro.
Pienso que la gente se veía movida por el excesivo calor del desierto, me da la
impresión que éste, de alguna manera hizo cambios en nuestros temperamentos
y de repente sentimos la necesidad de escalar dentro de las trepas sociales,
acelerando nuestras ambiciones y desarrollando una lucha diaria, ante el deseo
de una vida mejor. Aprendimos a decir, a expresar sentimientos que en otros
lares estuvieron siempre reprimidos; con la democracia logramos afinar los tonos
y nuestra voz, ya era alta. El aprendizaje de un idioma tan dificultoso nos era
facilitado con el difundido colorido oriental, que se veía como explosivo, y como
base primaria el empleo de la música, canciones que hablaban de todo, de amor,
de sueños, canciones que al comienzo no entendíamos pero que muy pronto
fueron cual nuestros himnos. Bailes, que nos hacían reconocer una sensación
jamás imaginada, en la que se podía notar una connotación espiritual en los que
se entregaban al amor: el cuerpo y el alma.
Queriendo o no, debimos adaptarnos a la nueva forma de vivir, y nos vimos
forzados a tomar las medidas necesarias para aprender el idioma, al comienzo
esto representaba un esfuerzo sobrehumano, porque en este país todos
debíamos adaptarnos al pulso de la calle, tuvimos que adecuar nuevas
costumbres dentro de un ritmo de trabajo de nunca parar. Llegamos a saber por
nuestras ya famosas tías americanas, que teníamos unos primos en un lugar
cercano a Haifa llamado Tel Hai. El gran explorador, León no lo dudó, fue a
visitarlos y los encontró con ciertas comodidades, los primos le mostraron una
casa que se hallaba en la loma de una montaña. La misma carecía de puertas y
ventanas, pero la vista que desde la montaña teníamos, el sabernos cercanos a
otros miembros de la familia, el modo de vida de ellos, y aunado a esto, la
cercanía a Haifa, fueron suficientes causas como para mudarnos de inmediato.
La decisión se tomó con más premura pues esos días nos había llegado la
noticia que nos repatriarían al desierto del Negev, el gobierno quería allá, formar
un nuevo pueblo. Esa noche salimos de Shaar Alia a Tel Hanan. Nos
encontramos con una casa de una pieza para cinco personas, carente de luz.
Además le hacía falta la puerta y una ventana. La cocina poseía unas
dimensiones extraordinarias, pues abarcaba todo el horizonte. En el patio de
afuera, poníamos unos leños alrededor de unas rocas y así cocinábamos.
Recuerdo el susto que llevé el primer día que me topé con una serpiente entre
las piedras.
Vista esta experiencia a los ojos de un niño, puedo decir fue muy agradable, pues
la montaña emulaba para cualquier niño, un tobogán, Adrián se dejaba deslizar
hasta la base, nada lo detenía, cuando ya se sentía seguro se paraba y corría
hasta llegar abajo; en su práctica de juego, yo iba tras de él, hasta que lo
agarraba y cómo si la vida fuese una tómbola, él, daba comienzo de nuevo, era
un sacrificio, pues para subir, lo debía cargar en brazos. Fue un entretenido, pero
difícil y arduo comienzo.
Los dos hombres, mi padre y mi esposo hicieron durante jornadas interminables,
todo tipo de trabajos: desde cargar sacos de arena, cemento, etc., hasta
enderezar hierros, o cargar y trabajar en el puerto, al finalizar tomaban otro aire,
se iban a Haifa. Lo hacían al cumplir su labor, iban en busca de trabajo, querían
servir en alguna fábrica, sacar provecho a su experiencia y ser útiles en su ramo.
Les habían prometido trabajo en una textilera que se estaba montando y les
dijeron los llamarían en cuanto ésta recibiera las máquinas que estaban por llegar
de Inglaterra. Siguieron haciendo su trabajo, pero con la ilusión de un nuevo
despertar, al sentirse candidatos a otros cambios, ya no lo sintieron tan pesado.
La vida no fue suave, para hacer las compras de la casa, debía bajar la montaña
hasta llegar a la calle principal; me parecía ciertamente extraño que un lugar tan
seco, se diesen unas naranjas tan grandes y jugosas, lo malo, era tener que
subirlas cargándolas y llevando al niño en la otra mano. Con los recién conocidos
primos hicimos muy buena amistad, ellos tenían un hijo de la edad del mío, y
juntos, los sábados íbamos al mar, a un lugar llamado Kay Beach. Era una vida
difícil pero éramos jóvenes, no se pensaba tanto. Lo único que hacíamos era
vivir, luchar, y lo demás lo veíamos sin darle tanta importancia, pues todo el
mundo hacía lo mismo. Nuestro primer automóvil, lo tuvimos el día que León se
apareció en la casa con un burro. Desde ese momento las cosas se facilitaron, mi
hijo disfrutaba su animal y yo lo empleaba en las tardes para subir en su lomo a
Adrián y a las cosas del mercado. Lo malo se presentaba, cuando el burro
tornaba inteligente y ya no quería andar más.
Recordar y volver a disfrutar, me hace revivir, se los he dicho, pero a cada rato
siento que mi cuerpo disfruta y me parece justo, lo comparta con ustedes. ¡Qué
delicia! Allá conocí las primeras frutas israelíes, trepando los árboles, ese sentir
infantil, esa tremendura juvenil tornaba lo negro, a un infinito de colores, y nos
íbamos adaptando a esos tonos sepias, secos, cálidos, y sobre todo, intensos,
mismos que se podían apreciar en sus frutas. Colores con fuerza con energía y
vida, tales como verdes y rojos, amarillos y blancos. Las cosas iban tomando el
color del lugar donde uno estaba. Me embargaba como ya les dije, un gran temor
y eran las serpientes, les tenía un miedo atroz, y sufría de pensar que el niño en
su inocencia agarrase una.
Entre los paseos que hacíamos en nuestros alrededores, un día encontramos en
Nesser, un pueblo pegado a Tel Hanan, una casita de madera que antes había
sido utilizada como gallinero, la misma tenía luz y agua. La casa pertenecía a una
señora brasileña, y al ver con los deseos y ganas que se la pedimos, ella nos
arrendó esa belleza. La tapizamos en su interior con cartones usados de una
fábrica de cemento que quedaba cerca. El polvo de la fábrica se colaba por todos
lados, teníamos cemento hasta en la sopa. Pero ya no teníamos que subir la
montaña y nos sentíamos felices de tener luz y agua para poder bañarnos.
Sentíamos que se nos había iluminado la vida. León comenzó a trabajar en la
textilera y por su conocimiento, le habían asignado un buen sueldo. Contando ya,
con algo de dinero, de la pieza de 3 x 4 metros me separó un pedazo para
hacerme una especie de cocina y una ducha. En la pieza teníamos una cama de
campaña, la camita del niño, y una mesita con 3 sillas. Después compró un closet
con dos puertas, y yo comencé a darme cuenta que ya era feliz.
Mis padres se mudaron a Haifa en un tzrif (casa de asbesto), aquella, era más
grande y en el patio tenían un jardín, pollitos, tenían luz, y me alegré cuando vi
que ellos salieron también de donde estaban. Adrián crecía feliz y era tremendo.
Corría detrás de los pavos, y la gente se reía de lo que él se ingeniaba. Siempre
pensé que un niño tiene que ser tremendo, si quiere ser alguien.
Al frente de nuestra casa había un hangar al que sus dueños transformaban en
una sala de cine. Toda la juventud se juntaba allá en la noche, después del
trabajo, y muchas veces cuando el niño dormía, nosotros, íbamos también. Si se
despertaba y se daba cuenta que no nos encontrábamos en la cama, bajaba de
su camita, abría la ventana, y saltaba afuera. Y así, pasando la calle aparecía él,
tirándome de la falda. Desde su llegada siempre adoré a mi hijo, y sus travesuras
me hacían reír. Nos mudamos no por nuestra culpa, la naturaleza, lo decidió por
nosotros, Un día empezó a llover muy fuerte, tanto que arrastraba todo tipo de
piedras, nuestra casa que se encontraba en un lugar bastante bajo, permitía la
entrada y salida del agua y lo que con ella venía, todo se inundó, para nosotros
fue una gran tragedia que obligó a León Salir en busca de un nuevo hogar. Nos
fuimos a Haifa, esta vez se trataba de una pieza que quedaba al lado de la
fábrica en la que él trabajaba. No era gran cosa, pero estaba en Haifa, en un
edificio árabe. León, ya no tendría que tomar el bus y perder media hora cada día
para ir y otra tanta para retornar a su trabajo.
Constantemente venía gente de Rumania y se hablaba por todos lados rumano,
especialmente en Haifa. Era la época de “tzena”; racionaban la carne y los pollos,
y se podía comprar solamente 2 kilos por persona de uno u otro. Cuando
cocinaba, la carne era para el niño, para nosotros las verduras. Si algo quedaba,
lo transformaba en otro plato, y al final, de los restos de carne hacia
hamburguesa con papas fritas o puré. Lo mejor que se podía a buen precio
adquirir, era el pan y la lebenia (yogurt).
Mientras León trabajaba, llevaba a Adrián al jardín para que jugara con otros
niños. A veces, íbamos en bus a Tel Aviv donde tenía varias amigas y volvíamos
cuando León salía del trabajo en la tarde. La ciudad de Haifa era muy bonita.
También íbamos al Carmel, en el alto de la ciudad, donde había un panorama
exquisito. El aire era mucho mejor por la altura. Los restaurantes repletos de
mesas en las terrazas se encontraban alborotados de gente y en las calles todos
eran muy alegres. Otras veces los sábados íbamos a la playa. Hicimos amistad
con una pareja rumana del mismo edificio con cual íbamos al cine o jugábamos
cartas. Era una vida tranquila, sin sobresaltos, con el único temor de que León
podría ser llamado al ejército, y de suceder, no se sabía si iba volver. Mi papá
trabajaba en la misma firma de León, como vendedor, y los dueños quienes
demostraron ser muy buena gente lo querían mucho y con él, mandaban
juguetes a Adrián.
Mi padre un día corrió para tomar un autobús, fue tal el esfuerzo, o quizás era ya
tanto el sacrificio y la mala alimentación que pasó durante la época de la guerra,
que le sobrevino un infarto. Temimos por su vida, nos llenamos de preocupación,
tuvo que permanecer meses en cama. Gracias a Dios, mi papá sanó. Vimos
alegría con ello y con mi hijo que ya iba al kindergarten. De mi hermano supimos
se había divorciado de nuevo y recibimos noticias de que mi hermana había dado
a luz a una niña llamada Lizetta.
Un día, León me contó, se había enterado tenía un tío en Chile, pensaba
escribirle. Notaba que Israel era un país difícil con pocas posibilidades de
avanzar. Él quería más. Mientras tanto, aprendió a manejar. En las noches
calientes subíamos a casa de nuestros amigos con cuales nos entendíamos de
maravilla y nos sentábamos en el balcón a charlar. Era, el penetrante calor, el
mismo, no nos dejaba dormir.
Nos agarró por sorpresa la noticia de que el tío de León nos había mandado los
documentos para irnos a Chile. No supe que decir. Me había acostumbrado a
Israel, era nuestro país. ¿Adónde íbamos ahora cuando ya teníamos casa y
amigos? Pero, como de costumbre, él, tomó la decisión: nos vamos. Los jefes en
su fábrica por el aprecio que le habían tomado le reconocieron estaba haciendo
bien dando ese paso, también dijeron, se quedaban sin un buen empleado. Mi
mamá me reclamaba, ella lloraba porque los iba dejar solos, pero mi papá estaba
mejor de salud, y tenía trabajo. Les dije que mi obligación estaba, en cumplir con
los deseos y decisiones de mi marido.
Portando tres pasajes, en el mes de mayo de 1955. Decidimos salir de Israel, lo
hicimos en un barco de lujo, era un barco de turismo, mismo que nos llevaría
hasta Italia, y de allá en otro barco hasta Buenos Aires, y al final del trayecto,
debimos tomar un avión que nos llevaría a Santiago. Y así, de nuevo ¡Otra
aventura!
Veíamos se estaba haciendo de nuestra parte una costumbre de enamorarnos y
abandonar un país tras otro, esta vez, fue con una verdadera pena y dolor,
estábamos conscientes que sería para mejorar nuestra situación económica, pero
era mucho y de muy gran valor aquello que dejábamos atrás. Unos padres a los
que amábamos, y un país al que sentíamos nuestro, un país del que nos
considerábamos hacedores, de una parte de su transformación, y que habíamos
apoyado con tanto esfuerzo. No habíamos nacido allá pero éramos judíos.
Dejamos además esas buenas amistades que labramos con la fuerza de la
fidelidad, como a las cositas que juntamos con tanto empeño para tener un hogar
más o menos decente. Habíamos aportado cinco años de nuestras vidas, fueron
difíciles, pero a la vez mucho mejores que los de antes, y comencé a pensar:
¿Qué futuro nos espera? ¡Y el día había llegado! Al salir, prometimos a mis
padres y a nuestros amigos que en cuanto pudiéramos, haríamos hasta lo
imposible para sacarlos a ellos también.
Estando ya de salida, encontrándonos todos en el puerto, entré a un negocio
para comprar algo, y cual no sería mi sorpresa al encontrar allí, a mi amiga la
adivina, la de Bersad. ¡En qué momento nos vimos de nuevo! Estábamos
sorprendidas y no lo podíamos creer. ¡Qué alegría! Después de abrazarnos,
mirándonos una a la otra, hicimos consciencia de que: habían pasado diez años
desde la última vez, el destino nos volvía a reencontrar. Me miró, me tomó la
mano, vio con detenimiento y dijo: “¡Te vas, por eso estás aquí! Tienes un hijo, te
vas lejos, vas a pasar muchos mares, te va a ir bien, vas a trabajar mucho, pero
vas a ser rica”. Nos despedimos, algo nos decía, que esa no sería la última
despedida, volví llena de ánimos, me sentí en esos momentos dueña de mi
porvenir y comencé a disfrutar con anticipación nuestra estancia en Chile.

Capítulo XI
A la América.
Nos vamos a Chile
Así como van cediendo los segundos, y el tiempo carece de fuerza para
detenerlos, así, me encuentro sola en mi hogar, sin tener la fuerza ni la voluntad
como, para conscientemente, omitir alguna parte de lo por mi vivido, y mientras
trato de poner en orden cada uno de mis recuerdos, aprecio por la ventana a ese
maravilloso mar que me ha venido acompañando desde que salí de Israel. En la
medida que plasmo situaciones en el papel, mis recuerdos van creciendo y uno al
otro como si tuviesen vida propia van estimulando mi memoria, ninguno quiere
ser olvidado. Todos quieren emerger, entiendo que lo vivido fue tan intenso, que
hasta los recuerdos poseen energía vital. Y mis pensamientos vuelven por sus
propios pasos. Entre otras cosas, me doy cuenta que el numero 5 debe tener
algo que ver con mi vida. Nací en 1925, salí de mi ciudad natal quince años más
tarde, en 1940, al pasar otros 15 años, retorné a Rumania en 1945, y cinco años
más tarde, nos fuimos a Israel en 1950, donde vivimos cinco años y al cumplirlos,
de nuevo partimos en un viaje que cambió nuestras vidas: de Haifa a Chile en el
año de 1955.
Ver a mis padres en el puerto, llorando nuestra partida y haciéndonos sentir una
especie de abandono, hizo que se partiera mi corazón. Levanté la vista y al cielo
y me juré que vería por ellos. De a poco, pero con una velocidad que iba en
aumento, nos fuimos alejando de Haifa, de mis padres, la Tierra prometida y de
un sentir, que aún hoy con voz propia me reclama. El barco se llamaba Pace, era
bello y nuevo, estaba lleno de turistas. Los dos teníamos ideales y nos
preguntábamos como sería de ahora en adelante nuestra vida, ir a un lugar tan
lejano, nos aterraba en cierto modo, pues amén de la distancia existía otro factor
que asustaba, de nuevo otro idioma, y nos preguntábamos y si no nos gusta,
luego a dónde. Todo lo que queríamos pensar, hacer era imposible, pues era
como tratar de despejar incógnitas en un problemas donde los únicos datos son
preguntas, dudas, y para las cuales no teníamos apoyo en qué construir una
idea, un sueño, una meta. O al menos una vía de escape. Lo por venir era
totalmente desconocido. Nos armamos con lo único que teníamos y eso era, la
esperanza de una vida mejor. Llegábamos a un punto donde la respuesta única
era la misma, ¡mejor no pensemos ¡“no pensemos más, mejor disfrutar y gozar
de unos días felices, de esos, los que teníamos en el momento”. En la travesía,
conocimos nueva gente durante casi todas las noches, la comida era perfecta,
una delicia. Adrián corría de un lugar a otro, estaba feliz. Nos encontramos con
un hombre de la misma ciudad y de la misma edad que vivía en Paris, e hicimos
amistad con él. Era muy simpático y estaba casado con una compañera de
escuela. El se amistó con Adrián y pasaba el tiempo jugando con él. Al llegar a
Génova, se fue en tren a Paris pero prometió mantenerse en contacto. Años más
tarde, cuando empezamos a viajar, cada vez que pasábamos por Paris, los
llamábamos y salíamos juntos. Por años, me llamó para preguntarme por Adrián.
En la conexión con el otro barco que debíamos tomar en Génova tuvimos que
esperar un par de días hasta que partiera el barco rumbo a Buenos Aires. Como
si se tratase de un par de millonarios, tomamos una pieza de hotel y fuimos a
hacer turismo, a conocer la ciudad. El tío de León, el que nos había llamado
desde Santiago nos dijo que le comprásemos unas cosas, entre ellas una
maquina de tejer; se daba la oportunidad que a los nuevos inmigrantes, si se les
permitía llevar maquinaria industrial, no de igual modo a los ciudadanos que
vivían en Chile. Cumpliendo sus peticiones, hicimos muchas compras: corbatas,
pañuelos de seda natural, paraguas, y una Vespa, una motocicleta que estaba
muy de moda en ese tiempo. A Adrián le compramos un acordeón. Tenía 6 años
e iba con nosotros por todas partes.
Quedábamos embelesados con lo que veíamos, para nosotros era toda una
novedad el ver las calles angostas, edificios de tres y cuatro pisos, y adornando
sus ventanas: cordeles mostraban colgadas y sin ningún tipo de rubor la ropa
lavada. Podíamos disfrutar de la sombra reflejada por los árboles en las aceras.
Se escuchaban gritos en la mitad de la calle, al comienzo pensamos se trataba
de alguna pelea, luego nos habituamos a verlos y sentirlos, es que los italianos
son temperamentales, gesticulan mucho y son esclavos fervorosos de lo que
dicen. Pienso que la fuerza de su voz, genera una especie de seguridad en lo
que emulan. Me di cuenta que cuando expresaban algo de lo que en verdad
estaban conscientes, el tono era ensordecedor. Y no tanto cuando en lo dicho
existía alguna duda. En contraparte contaba la ciudad con avenidas anchas, y
aceras cómodas muchas tiendas y cafeterías daban servicio a cientos de mesas
que de manera gratuita acopiaba los rayos de sol dando a los clientes además de
un buen servicio, un color veraniego muy interesante. A lado y lado se podía
apreciar los cines; la gente, andaba detrás de uno, en la calle, para que le
compraran relojes, brazaletes de oro, etc.
Antes de llegar a Génova pasamos por Atenas, donde había un camino que
llevaba del puerto a la ciudad, éste iba serpenteando toda la costa. Era una
belleza, estaba lleno de restaurantes muy alegres, floridos, y con sus mesitas en
las terrazas siempre llenas de alegría, mismos que por su volumen, estaban a
reventar de gente. Entre otras cosas, fuimos a conocer el Palacio Real, vimos el
cambio de guardia, y comimos el típico yogurt con pepino. Y, llegó el día de
embarcarnos. El barco, éste era mucho mas grande que el primero, pero no era
comparable en lo referente a calidad y lujo.
Este fue un viaje que duró en su totalidad tres semanas, me di cuenta que tan
sólo un par de días podía soportar los incesantes movimientos del vaivén que
ejercían las olas del mar, pero el Océano, era diferente, su cadencia se
acentuaba de tal manera que esta vez no lo pude soportar. Me mareaba a cada
rato, me sentía enferma, a tal extremo que tan sólo me lograba reponer, cuando
bajábamos del barco. Llegados al primer puerto de parada, a Barcelona, las
autoridades españolas no nos permitieron bajar. No quisieron dar razones ni
motivos. Fue un no rotundo. Pasamos por Gibraltar y esta vez nos detuvimos en
Lisboa, se nos dio todo un día para que desembarcaran los que quisiesen, eso
hicimos, fue un día entero. Conocimos el puerto, comimos sardinas y disfrutamos
de todo lo que veíamos. Lisboa nos trajo remembranzas de alguna ciudad
visitada en Rusia, ésta nos pareció una ciudad muy vieja, con muy escasa
inclusión de nuevas obras, me da la impresión que recién empezaban. No nos
pareció un país rico, más si, bien interesante. Y partimos de nuevo. Esta vez,
pasando el Atlántico. En el viaje pudimos conocer a unos judíos residentes de
Cuba que nos animaban e invitaban para que nos quedásemos en su isla.
Decían que Cuba era un país muy bueno. Por suerte no lo hicimos. León andaba
todo el tiempo con su hijo de la mano para arriba y para abajo, mi malestar me
forzaba a quedarme en el camarote, casi no salía. Un marinero rumano que
trabajaba en el barco escuchó a Adrián hablando rumano, se hicieron amigos, y a
diario le traía manzanas, lo complacía en todo lo que le pedía, y además, jugaba
con él. Y una mañana, recién amanecía, llegamos a Río de Janeiro, bajaron del
barco muchos portugueses, nosotros los acompañamos. La calle principal del
puerto nos impactó favorablemente. Tenía edificios grandes y modernos, una
avenida con negocios, y muchísima gente. Lo que hicimos fue pedir y tomar un
café expreso que fue una maravilla. Con nosotros venia gente en el barco, que
no podía darse el lujo de tomar ni un café, León, espontáneo como siempre, les
brindó a todos.
Veo que hay cosas y detalles que uno a veces guarda en ese rincón de la
memoria en la que deseamos se extravíen los recuerdos, pero descubrimos muy
pronto que eso es imposible. Cuando queramos ver la capacidad de nuestra
memoria y la grandeza de la misma, nos bastará con tratar de sacar de nuestra
mente a uno de nuestros conocidos, nos daremos cuenta que hacerlo por propia
voluntad, será imposible. Y ya que este libro trata de gritar los recuerdos del
pasado, me veo en la obligación de contar un hecho que marcó con tristeza a mi
esposo y de la que nunca él logró desprenderse.
Resulta que tanto el padre de León como su tío, se había marchado al Uruguay
en 1930, ambos dejaron esposa y tres hijos cada uno, al partir, lo hicieron bajo la
promesa de volver, o de mandarlos a buscar. Pasaron años, nada de ello
hicieron, sin saber el por qué, o el cómo, ambos, simplemente se desentendieron,
luego vino la guerra. La mamá de León y sus hermanos fueron deportados y
todos ellos, durante el primer invierno del año de 1940, murieron de tifus. León
estuvo esperanzado a que su padre contestase alguna de sus cartas, fueron
quince años, cada día con sus noches, no podía dar por aceptado un simple y
caprichoso rechazo, él vivía con una esperanza: saber la verdad, del por qué los
había abandonado a su suerte, tanto a sus hermanos, como a su madre y a él.
Miles fueron las excusas que él mismo elaboró, para de alguna manera no
sentirse herido y a la vez no cortar el lazo de unión que aún mantenía amarrado a
su padre y a una verdadera razón que justificara los hechos. Al saber que
veníamos para América, y en especial al sur, desde Italia escribimos una carta al
padre de León que sabíamos por medio del tío de Chile: vivía con su hermano en
Uruguay, le contamos nuestros planes, en la carta le dijimos que pasaríamos por
allá, en tal determinado día. Y que sería un honor y nos llenaría de placer el
poder verlo, transmitimos la necesidad, la voluntad, el deseo y sobre todo: las
ganas.
La noche anterior a nuestra llegada a Montevideo, León estuvo practicando
conmigo, para no lucir agresivo u ofensivo, quería en pocas horas recuperar un
poco del amor que por quince años se había extraviado entre ellos. Hubo
preguntas sin respuesta, él estaba tan nervioso, como lo vi el día que nació
nuestro primero y único hijo. Esa noche si se puede decir, durmió nervioso, como
novio en víspera de boda. Llegamos en la fecha prevista. Estuvimos pendientes,
mirábamos por todos lados, él, hacia un sector, yo en cambio para el otro. Fueron
minutos, luego horas, pude notar como se desmorona la fe humana, a veces un
padre no mide el daño que hace en un hijo, cuando la figura ejemplo, comete un
grave error, este creo fue el peor de los momentos que había tenido que vivir
luego de la pérdida de sus seres queridos en los campos de concentración.
Simplemente, el padre de León nunca se presentó y tampoco mandó algún
emisario o mensaje. El mundo vi, se le vino encima, se vio solo. León trató de
ocultar su dolor, yo, no pude hacer lo mismo, tuve mucho resentimiento y me di
cuenta en ese mismo momento de la importancia que para mí, tenían mis padres.
Gracias a Dios, ambos estaban vivos, y ambos me amaban.
Estuvimos varias horas en ese puerto, y superando sin fuerza de voluntad la
tristeza que nos agobiaba, afortunadamente, el barco emprendió rumbo a Buenos
Aires. Llegamos al finalizar el mes de Mayo. Eran días de lluvia. En el hotel
conocimos un señor de Chile que al escucharnos hablando rumano se acercó, y
nos contó como se vivía en Chile. Más tarde nos hicimos amigos de él y de su
familia. Buenos Aires nos pareció una ciudad muy bonita y limpia. Allá conocimos
la práctica y el empleo de una palabra que simplemente sirve para justificar
cualquier incumplimiento (no cumplo, pues miento) por primera vez la
escuchamos en su contexto tan lleno de extraordinaria desidia, y fue, la palabra
mañana. Todo se solucionaba: mañana.
Así como unos nacen con estrellas, hay otros que nacen estrellados, nuestra
suerte fue tremenda. Al llegar al aeropuerto ese día que debíamos tomar el avión
para llegar a Santiago de Chile, se nos informó que había un toque de queda, no
se sabía cuándo podríamos salir. Juan Domingo Perón había llegado al poder en
Junio de 1955 y por puro temor, paralizaron el país, nada se movía. Los aviones
no salían, el país estaba congelado en la historia. Y nosotros con él. ¿Hasta
cuándo? ¿Qué nos perseguía? Por nada del mundo queríamos estar en algún
alboroto, en otra guerra. Como escuchando nuestras oraciones, unos días más
tarde se abrieron los vuelos y pudimos salir. ¡Respiramos hondo!
Pasamos volando encima de las montañas más altas de América del Sur: Los
Andes, el mal tiempo reinante, hizo que el piloto extraviara la ruta. Eran otros
tiempos y los equipos electrónicos aún no se habían inventado. Supimos que por
el temporal, el capitán se sentía perdido, para completar el cuadro y el drama,
nos dieron las máscaras de oxígeno. Sentimos el miedo, un miedo desconocido,
hasta ahora habíamos temido al hombre y sus actos, ahora estábamos en manos
de Dios. ¿Buen principio, verdad? León y yo nos mirábamos el uno al otro, ¿y
ahora qué? Supimos mas tarde que los chilenos al enterarse de nuestra situación
mandaron un avión para que nos sirviera de guía. Un par de horas más tarde,
ambos aviones surcábamos los limpios y luminosos cielos chilenos; como
agradecimiento a la vida, dimos una vuelta, sobrevolamos la urbe y finalmente,
para mejorar la impresión que nos habíamos formado. Dando una indiscutible
demostración de su habilidad, y destreza al momento del aterrizaje, posó el
aparato sobre la pista del aeropuerto, cual gaviota, la copa de un árbol. Sentimos
alegría, a la vez que agotamiento por las fuertes emociones.
Llegando a Chile cometí un error, que de estar consciente no lo hubiese hecho,
una señora muy bien trajeada, se me acercó y me pidió que por favor le llevase
su abrigo de visón, pues ella era ciudadana y por ello debería pagar una alta
suma en la aduana, no así, nosotros que veníamos como inmigrantes. Le dije:
“Usted no me conoce. ¿Cómo me va entregar un abrigo tan caro sin saber quién
soy?” a ella le bastó con saber nuestras señas, le di los datos del tío de León, me
dejó el abrigo y tan sólo varios días más tarde lo vino a recoger, cuando lo hizo,
no fue capaz ni de darme las gracias. Después de salir de la aduana,
encontramos al tío de León, nos estaba esperando. Era el 6 de Junio 1955. Lo
pusimos al tanto de lo accidentado del viaje, y le contamos cuan asombrados
habíamos quedado del exceso de confianza que una extraña nos había
mostrado. Le dijimos lo del abrigo y bastante molesto, nos explicó, que había sido
una locura lo que habíamos hecho, que como buenos tontos, nos habíamos
prestado a realizar un acto de contrabando por complacer solamente los deseos
de una desconocida
Las adversidades nos dieron fuerza para seguir adelante. La vida nos reveló
arduos y difíciles caminos con innumerables obstáculos. La lucha que nos ha
tocado vivir ha servido para mostrar que nosotros también somos capaces. La
perseverancia y el gran optimismo han sido nuestras herramientas para alcanzar
lo que queríamos. Nuestra vida ha sido en algunas ocasiones un gran
rompecabezas que se iba armando en ocasiones. Hemos caído varias veces, es
verdad, ha habido sobresalto, pero nunca nos quedamos estancados. Claro que
debimos trabajar mucho, tener conocimiento de lo que uno estaba haciendo, y
sobre todo una buena cuota de pasión. No importa lo que uno hace. Hay que
sacar de nuestro yo interno, mucha pasión, y al hacerlo, la manera de vivir ya
pasa a ser otra.
No sabíamos cómo era el tío de León, no teníamos sus señas, él de inmediato
nos reconoció, pienso yo, por la ropa que llevábamos. Él, era el hermano de la
madre de León, un viejito, pequeño de estatura, con lentes muy gruesos, una vez
fuera de la aduana, besó a León y al niño, a mí me dio la mano. Dijo que León
que era muy parecido a su madre. Noté que entre ambos había mucha alegría.
Serían como las cinco de la tarde, cuando salimos de la aduana, el día empezó a
anochecer, y es que en Chile, en el mes de Junio, ya es invierno. Nos fuimos
directamente a su casa, allá nos encontramos con su esposa, la tía era una
viejita igual que él, pequeña de estatura, con facciones bastante duras, nada
más, hablaba alemán. Como si se tratase de un militar, o de un guardia, nos hizo
abrir las maletas y sacó todo lo que habíamos traído de Italia. Me sentí atontada,
invadida. Fue la primera vez que experimenté la diferencia de clases: yo era
rumana, ellos eran de Bucovina, se sentían de clase mas elevada, pero a mi
parecer sus dudas y su proceder no considero, estaba a su altura. La primera
noche dormimos en su casa. Supimos que ellos tenían un hijo en Francia que se
había convertido al cristianismo. También que tenían una hija casada, que tenía
dos hijos, y vivía a dos edificios de distancia, y con su esposo, tenían una fábrica
de telas bastante conocida. La prima se presentó al segundo día, nos llevó a un
barrio de Santiago detrás de Avenida Mata, en la calle Lavalle, era una casa vieja
con dos pisos. El balcón, era tan endeble, que se movía cuando caminábamos
sobre él. Nos mostró la casa: una pieza oscura, sin ventanas, donde íbamos vivir.
Que cuchitril. ¿Qué pensaba esta familia que éramos? ¿Cómo íbamos a vivir con
un niño en esas condiciones? ¿Para viajamos hasta el fin del mundo? Muchas
preguntas, más quejas. Al final, carecíamos de otra opción, más mirando el
bolsillo nos espantamos, apenas teníamos cinco dólares.
Nos encontramos con los inconvenientes calculados, que todo el mundo hablaba
un idioma del que no entendíamos nada, debíamos aprender con urgencia el
español si queríamos mejorar nuestra situación. Si hablar vamos de nuestros
nuevos tíos en América, debo decir que hicieron un gran esfuerzo en lo relativo a
facilitarnos los papeles, los pasajes, y también resaltar, que el tío, salía con León
a visitar las fábricas de tejidos para ver si le conseguía empleo. Con este apoyo,
a los dos días, León comenzó en una fábrica, la misma era de unos
checoslovacos, ellos, eran tres socios. Desde el primer día se dieron cuenta que
sabía más que ellos no sólo lo aceptaron, comenzó a recibir desde el comienzo
un buen sueldo.
Mientras, yo tenía que darles de comer a mis dos hombres. En la Avenida Mata
había un mercado, y dos veces por semana, iba y compraba lo que necesitaba,
desconocía el valor de las monedas, simplemente les estiraba la mano con el
dinero y ellos tan sólo tomaban lo que les correspondía. Supe de inmediato que
ellos eran buena gente. Empecé a conocerlos y apreciarlos.
Le he hablado de la primera esposa de mi hermano, la que lo dejó por mujeriego,
ella se encontraba viviendo en Santiago, al saber que habíamos llegado, vino a
vernos. Ella estaba casada y tenía dos hijos. En su automóvil, me llevó al centro
de la ciudad, fuimos a una peluquería, me actualizó con los peinados y mientras
hablábamos me invitó a comer una empanada chilena. La primera vez no me
gustó. Era una mezcla de sabores desconocidos. Que me hizo las rechazara por
años. Hoy, las encuentro deliciosas.
Desde el momento en que sentí cierta seguridad, comencé a buscar
apartamento. No podía dejar que mi hijo jugara en la calle con niños de los
cuales no podía sacar nada de provecho. Lo inscribimos en el colegio hebreo, el
mejor de la ciudad. Y con el empeño de mudarme, encontré un pequeño
apartamento en un barrio decente: Providencia. Aquel era un lugar agradable que
contaba con un bonito parque donde mi hijo podía jugar. Necesitaba un aval. Se
lo pedí a la prima y lo negó. Una persona ajena a nosotros nos ofreció la ayuda y
nos mudamos. Mi hijo ya hablaba español, lo aprendió jugando en la calle. León
también empezó hablar en el trabajo, y yo me quedé atrás. Me sentía sola.
Adrián estaba en el colegio, León trabajaba, y yo me quedaba sola horas y horas,
llorando, añorando a mis padres, a mis amigos. Aprendí con Adrián el alfabeto y
esto me ayudó a conocer palabras nuevas. Leía revistas y trataba de ponerme al
día. Aprendí con ello, a ser más independiente, a tomar decisiones. Cuando ya
tuvimos un poco de dinero, fui a comprar a crédito un comedor, una sala, y una
cama. Los gritos se elevaron al cielo, León no quería deudas, y menos, cuando
especialmente apareció la tía y le dijo que después de tan sólo tres meses uno
no puede aspirar a tener la casa arreglada. ¡No entendía porque! Ellos no nos
dieron nada.
León seguía molesto conmigo, me peleaba. Fue la primera vez, me di cuenta, mi
marido tenía un carácter fácil de influenciar. Para no seguir enfadados, los
complací, devolví la sala para tranquilizarlo, pero no quedé conforme. Al próximo
mes, compré una radio. ¡Otro escándalo! Esta vez me hice de la vista gorda, me
quedé con ella, escuchaba música y novelas, aprendí emociones que algunas
veces hasta me hacían quedarme con la escoba en la mano, cuando hacia mis
quehaceres, así aprendí palabras nuevas en español.
Comenzaron a ir y venir cartas de mis padres, sentía en ellos sus lloriqueos por
haberlos dejado solos. De mi hermano en Rumania, tuve noticias que una vez
divorciado, se volvió a casar. De mi hermana, que vivía en una ciudad de
provincia, había tenido al fin una niña: Lizetta, y al marido lo habían metido preso
por vender remedios caros. Todos eran puras calamidades. Querían y requerían
ayuda. ¿Y yo, que podía hacer en aquel tiempo? Cuando compré cortinas a plazo
tuve más gritos, los mismos, ya no me asustaban. Después de la guerra venia la
paz. Luchaba, pues quería tener una casa decente, agradable, no con lujo. Esta
situación sacó a flote mis defectos: soy terca, obsesionada. Tuve que ser así, si
no, no hubiese logrado nada.
Al cumplir Adrián siete años de edad. Convidé a muchos niños del colegio y a los
hijos de los patrones de León. Todos vinieron con sus madres. Creo que este fue
el primer día de felicidad ampliada, desde que llegamos a Chile. Poco a poco
fuimos haciendo amigos.
León trabajaba horas extra montando maquinas en otras fábricas y se hizo
conocido como especialista en maquinarias modernas, él era muy buen
mecánico. En esas fechas, estaban escasos por no decir que inexistentes, lo cual
nos hacía ver que ello, significaba: habrían mas ingresos. En nuestro edificio
vivía una familia con dos hijos de nuestra edad que resultaron ser cuñados de mi
prima, ya tenía con quien hablar. Después de unos meses, empecé hablar
español con bastante facilidad, porque igual que mi idioma natal, es también un
idioma latino. Hicimos peticiones para traer a mis padres y a nuestros amigos de
Israel. Los días pasaban. Durante la semana lo único era: trabajo y colegio, pero
los Domingos venia mi cuñada con su marido y nos llevaban con ellos y sus
amigos a las afuera de la ciudad. A veces, otros domingos, siendo verano,
íbamos al cerro San Cristóbal, un parque en el centro de la ciudad. Buscábamos
un lugar despejado de la maleza y de los pastizales, nos tendíamos tratando de
aprovechar la vista a la ciudad, y sacábamos los canastos de comida.
La ciudad era hermosa. Al fondo, se notaban las cordilleras, muchas veces llenas
de nieve aún en verano. Era un deleite para el ojo humano. En invierno, muchos
subían a esquiar. La mayoría de los barrios eran bellos, llenos de flores, casitas
elegantes, o palacetes. Todo esto enmarcaba a Santiago como una ciudad
agradable y educada que hacia a la vida llevadera. Como en muchas capitales,
subir en un autobús podía ser una aventura peligrosa. Requería temperamento
decisivo y gran agilidad. Nunca venia a tiempo, había que esperar, y siempre
estaba repleto, lleno de pasajeros que colgaban hasta de las puertas.
Una noche soñé con mi abuelo. Fue la primera vez que soñé después de partir
de Rumania, en 1940, en el sueño me dijo: “No te amargues, pronto vendrán tus
padres”, y desapareció. Fue increíble cuando al día siguiente nos avisaron que
los papeles de mis padres y de nuestros amigos estaban listos. Teníamos que
mandarles los pasajes. Un hueco en nuestro presupuesto. Por aquellos días,
León quería comprar un carro usado y llegó a la casa con un cacharro de 1936.
Lo probamos, sin sentir ni un solo deje de dudas, le dije a León: “¡No! Un carro
tan viejo no nos sirve”. Así que en vez del auto, empleamos el dinero en comprar
y luego mandar los pasajes. Nuestros amigos de Israel nos consultaron qué
deberían traer, ya que en su viaje, pasaban por Londres, donde teníamos un
familiar de León, le aconsejamos traer telas inglesas, muchas agujas para
maquinas, que León sabia faltaban en el mercado, y otras cosas. Arrendamos
para ellos, un apartamento cerca de nosotros y esperamos su llegada.
Me habían ofrecido un negocio en Matucana, una calle comercial con movimiento
de gente del pueblo. No lo quise, me pareció que yo no encajaba, no me iba a
gustar y no podría manejarlo. Cuando llegaron mis amigos, se lo ofrecimos, y
ellos si lo tomaron. Así, desde el primer minuto de haber llegado ya tenían lugar
para trabajar en forma independiente. Cuando llegaron mis padres, revivimos de
nuevo el estar apretados, todos vivíamos en el mismo apartamento, pero felices
de estar juntos de nuevo. Chile nos resultaba un país maravilloso, el país en que
pensábamos quedarnos por siempre. Lástima, las circunstancias no lo
permitieron.
Teníamos viviendo en Santiago dos años, cuando la suerte tocó a nuestra puerta.
Unos señores alemanes, ya entrados en años debían vender su fábrica, al señor
le diagnosticaron cáncer. Era una fábrica con maquinas tejedoras industriales
completamente funcionando, con sus empleados. Le ofrecimos 2000 dólares de
inicial y el resto en pagos mensuales por 2 años, les caímos en gracia, nos
aceptaron la oferta, y pasamos a ser los nuevos dueños de la fábrica. Al
comienzo yo trabajé en la nueva fábrica, León seguía en su antiguo puesto. Al
ver su fidelidad, ellos, le vendieron una circular moderna. Saqué el primer
muestrario, y mi papá salió a vender, él, era un excelente vendedor. Ya hablaba
español y por su labia. Logramos captar los mejores clientes de la ciudad y del
país.
Me especialicé en fabricar uniformes escolares y trajes de lana fina que estaban
muy de moda. Faltaba capital de trabajo. Cuanto más pedidos teníamos, mas
dinero necesitábamos. León trabajaba en tres partes a la vez y a veces su sueldo
nos servía para pagar el de los empleados. Mamá mantenía la casa. Teníamos
una empleada austriaca: Mariane, y mientras ella cortaba telas, yo miraba y
charlaba con ella, un día la cortadora se fue, y desde ese momento me convertí
en la nueva cortadora de la fábrica. También me ocurrió una vez que llegó un
cliente a la hora del almuerzo, lo atendí, le vendí, y me sentí orgullosa, ahora
había hecho de todo en la fábrica, vender era lo único que me faltaba. Al recibir el
cheque me sentí feliz. Cuando León llegó, me miró desconfiado, y tuvo razón: el
cheque era robado, aprendí que nunca más recibiría cheques sin confirmar.
Entendí cómo hacía León para trabajar sin descanso, noté cómo me iba
enamorando del trabajo. Creo que lo hice profundamente, en cuanto comencé a
ver los frutos. León dejó los otros trabajos, pues era necesario en la fábrica. Un
día compró unas maquinas viejas de comienzo del 1900, parecían chatarra. El
antiguo dueño casi se las regaló, él fue un hombre competente, tesonero,
habilidoso y autodidacta en cuanto a maquinaria y a su funcionamiento. De a
poco las ensambló y empeñado en verlas trabajar no descansaba de día ni de
noche. Eran máquinas enormes: 1,80 metros tubulares. Cuando salió el prime
metro de tela, abrimos una botella de champaña.
La tela necesitaba una mesa más ancha para poderla cortar, una vez ampliada la
misma, comenzamos a fabricar otros artículos: franelillas de algodón con
estampados, primero las tallas infantiles y luego las de hombres. Fabricamos
cuellos y puños tejidos en la rectilínea. Fue un trabajo gigante, pesado, no había
tiempo para nada. Papá vendía, y yo muy tenaz, trabajaba sin cesar, día y noche.
Sin embargo, seguía haciendo falta capital. León quería meter a un socio, nunca
estuve de acuerdo. Cada vez que necesitaba dinero iba a donde los amigos que
ayudamos y que le dimos la tienda de Matucana, él, siempre tenía efectivo, pero
siempre le pedía un cheque en blanco nos cobraba porcentaje. Olvidó fácilmente
quien lo había ayudado. León le tenía confianza, cuando le hacía efectivo sus
pagos, se olvidaba de pedirle el cheque. Luego supimos, nos tenía envidia pues
según nos enteramos la comunidad nos consideraba como buenos fábricantes
mientras que a él y a su señora no los tomaban en cuenta por trabajar en un
barrio muy pobre de la ciudad. Las maquinas ayudaron mucho en nuestro
crecimiento económico. Vivíamos en la misma fábrica. Fui tomando una
empleada, luego otra y otra y así, empecé a respirar un poco.
Adrián estudiaba, ya teníamos una empleada en la casa para ayudar a mamá. No
todo era trabajo. En Enero íbamos a Viña del Mar, a la playa, que era un paraíso.
Al ver a las mujeres, por sus trajes de baño y con cuerpos esculturales, ya uno
podía catalogarlas y se podía hasta adivinar de dónde provenían. En Chile la
clase alta es de aspecto europeo. Los de la clase social más baja tienen rasgos
indígenas. La ciudad de Viña del Mar unida con Valparaíso, el puerto más
grande, todo ello es una belleza, desierta durante la semana y repleta con gente
los sábados y domingos, cambia de aspecto totalmente. Ni qué hablar de
bañarse en las playas, el agua del mar es fría como el hielo por su cercanía con
las corrientes marinas del Polo Sur
Otras veces íbamos a la cordillera de los Andes o a Arrayán, una ciudad cercana
a Santiago. El volcán nevado se reflejaba en el agua color esmeralda de los
lagos. Era por así decir, una extraordinaria belleza natural. Los bosques, a lo
largo de mi vida los he buscado una y otra vez, es enorme la emoción que me
producen. Y aquello era de una indescriptible belleza.

Capítulo XII
Siguen las inmigraciones
Vienen más turistas
Como vieron, los años comenzaron a pasar volando, ya nos encontramos en el
año de 1959. Les dije que ciertas cosas habían mejorado, pero algunos asuntos
no habían sido solucionados. Entre otros detalles les puedo decir que recibimos
noticias de mi hermano, después de su segundo divorcio, estaba ahora viviendo
con su tercera esposa. Por lo tanto, podría abreviar diciendo, que él se
encontraba (con sus dos esposas) en Rumania. Nos dijo que se había recibido
de Doctor en Ciencias Económicas, también que estaba escribiendo un libro, de
cuyo borrador se había enamorado un colega rumano a tal punto que estaría
hasta dispuesto permitirle la salida de Rumania con la condición que le regalara
sus derechos de autor del libro. Ya que el rumano quería publicarlo con su
nombre. Unas semanas más tarde realizó el cambio: él, tuvo en sus manos el
pase de salida de un país comunista y el otro, se convirtió en escritor sin
conocimiento ni sacrificio. Así, fue como él, logró salir de Rumania.
Como todo en la vida, las aguas se estaban tranquilizando, la ambición del dinero
dejó de ser el motor que nos movía, ahora nos dábamos cuenta había otras
prioridades, queríamos unir a toda la familia, ya era hora que todos pudiésemos
respirar los mismos aires de libertad. Una vez habiendo decidido postergar la
adquisición del automóvil, con ese dinero iniciamos los trámites y mandamos los
pasajes a mi hermano. Cuando los pedimos a la agencia, tuve cuidado en dirigir
el viaje vía Paris, era mi manera silenciosa de complacer uno de los sueños de mi
hermano. Pues él, siempre quiso conocer a la capital de la moda, los perfumes y
la cuna de tantos y tantos soñadores. Estando en París, me escribió diciendo que
se le había cumplido un sueño dorado pero que no entendía como podía estar en
una ciudad tan grande y en sus disquisiciones no podía entender como pudiesen
morar más de diez millones de habitantes, de los cuales había constatado no
conocer a nadie. Al llegar a Santiago, nos llevamos la sorpresa de que mi cuñada
estaba embarazada. Hicimos un espacio y ellos vivieron con nosotros un par de
meses, esto, hasta que mi hermano encontró trabajo en la Philips, entonces, se
mudaron y allá, les nació una niña: Mónica y un año más tarde, Viviana.
Por el otro lado, teníamos a mi hermana y a su marido que estaba preso. Ella nos
bombardeaba con cartas en cuales nos solicitaba ayuda, era imperioso sacar a
su marido de la prisión, nos decía. La única diversión de León era que a veces
iba a un café del centro de la ciudad, en el que se reunía con otros empresarios y
comerciantes. De mi hermano les puedo decir que en poco tiempo se aclimató,
ya él, daba discursos y conferencias sobre economía política, sus cátedras las
daba en el hotel Carrera. Era muy poco lo que por ello recibía, a tal extremo que
a menudo lo tuve que ayudar para que adquiriese un traje o un abrigo. Se dice y
creo, pueda ser verdad, que la vida toda en sí es una cámara de compensación.
A unos les va mal y a otros se les acomoda su situación. Me refiero a lo que una
vez nos sucedió. Por casualidad de la vida, estábamos en Viña del Mar, de
repente un señor al que jamás habíamos visto se nos acercó, con gran
nerviosismo nos preguntó, si estaríamos interesados en comprarle su automóvil,
éste era un Chevrolet del año 51, estaba en perfectas condiciones. El hombre
dejó que León le pusiera el precio, le manifestó que había perdido todo su dinero
en el casino y que estaba seguro, que con un poco de dinero se recuperaría. La
transacción se efectuó. El señor regresó al casino a tentar la suerte, nunca
supimos si logró recuperarse o si por el contrario lo perdió todo. Lo que si estoy
segura fue que nosotros, ese día, retornamos a la casa en nuestro primer auto.
Al cambiar la situación económica vimos como las cosas mejoraron, tanto en la
vida familiar, como en la sociedad, se obtiene dinero y se ganan amigos, y la
seguridad que esto genera nos cubre con un nuevo sentir: el respeto y con ello,
las obligaciones que vienen de la mano, a más amistades, mayores
compromisos, fue la época musical, ya, dábamos fiestas en la casa, teníamos
cada vez más y más amigos. Sin embargo, me doy cuenta no tuve a alguien que
me indicara o dijera, debía cuidar lo más importante de mi vida: a mi marido. No
necesito decirles ni explicarles cuánto lo quería, tan sólo puedo decirles, que aún
ahora, que ya no está, lo sigo adorando.
Los meses seguían su curso al igual que los acontecimientos y nos mudamos, de
la fábrica a un apartamento más moderno, en la avenida Pedro de Valdivia. Nos
fuimos a la nueva casa, con mis padres, pensé, viviríamos mas desahogados,
quería dividir el trabajo del placer y consideré era hora de hacerlo pues esto nos
daría un nuevo aire. Tendríamos en algún momento que parar de trabajar e ir a
nuestro hogar como lo hacían los demás. No les he mencionado que mi marido
era un hombre muy buen mozo, mi hijo sacó una buena parte de él, ambos eran
la alegría de mi vida. Y una vez mudados, mi hermano venía muy a menudo con
su familia y con gran paciencia, enseñó a Adrián a jugar ajedrez y a esquiar.
Disfrutaba verlos jugar. Cuando se presentó la oportunidad, compramos un
apartamento de dos pisos. En un lateral de la fábrica, abrimos una puerta a la
calle, y sin más, ya teníamos un negocio en el que ofertamos nuestros productos
al detal, el contar con dinero efectivo a diario, nos ayudó mucho.
Vinieron como les decía mejores tiempos y nuestro horizonte crecía, ahora León
tenía su mirada puesta en Miami, pienso que quería ir solo, sin dejar alguna
posibilidad abierta, le dije: “si quieres ir, vamos los dos, solo no.” Fue el año de
1960 cuando empezamos a viajar por primera vez, ya como turista, pues siempre
lo habíamos hecho como inmigrantes. Fuimos a Miami con nuestros amigos, y de
allá tomamos vuelo. Esto al poco tiempo se fue convirtiendo en una hermosa
rutina. En verano íbamos a Europa. Paseábamos casi siempre por Inglaterra,
íbamos a la fábrica Bentley, solíamos comprar repuestos y una que otra máquina
circular de las más modernas, de esas que hacen dibujos. León decía que
debíamos modernizarnos para no quedar atrás, en lo referente a moda y
capacidad de producción. Rememorando al sueño de mi hermano, nos
acercamos a Paris, me sentí vivía mi propio sueño. ¡Nosotros en Paris! Llegamos
de noche, una vez instalados en el hotel, León pretendió acostarse a dormir, no
lo dejé, lo obligué a que se lavara la cara y al poco rato nos encontramos en la
calle. Supongo que el sentir de los parisinos debe ser igual al de los ángeles en
el cielo. A escasos pasos del hotel, cientos de bares, cafés y restaurantes llenos
a más no dar, la gente pareciera comienza a vivir en las noches. La alegría era
contagiosa. Las parejas salían, unos a mirar y otros a lucirse, las galas de la
gente hacían ver que todo el mundo iba de juerga. Como si se tratase de una
postal nos encontramos con un hermoso puente que servía de vía, por la cual se
paseaba el Sena, dando un realce de lujuria y símbolo de pasión a todo lo que lo
rodeaba. Para completar la escena se anexaban muchos barcos que pasaban
iluminados, e iluminando las calles, logrando el efecto de poder admirar dos
cielos a la vez. Llegamos como atraídos por algo insospechado a la calle
Georges V., las luces de la marquesina titilaban y en un silencioso pero forzado
abrir y cerrar de ojos, no atrajo, pues a igual que a muchos, nos hizo entrar.
Estábamos en el Crazy Horse, contaba, como aún sé que tiene, con uno de los
shows más increíbles del mundo. Ese día sentí rejuvenecer, cuando sin asientos
nos tocó ver el espectáculo desde el mismo bar. En eso, un mozo, al ver mi
desagrado, me elevó y me subió al bar, me vi como si estuviese en primera fila,
ya no perdí ni un solo detalle del show, recuerdo que fue algo exquisito, muy
refinado. A la mañana siguiente seguimos nuestra visita y con ello me consta,
caminamos hasta más no dar. Visitamos El Louvre, el Arco de Triunfo, la Torre
Eifel, la Madelaine, el Fobourg, Saint Honore, hicimos compras y pudimos
deleitarnos con los productos que ofertaban las boutiques más exquisitas y
prestigiosas de Paris, llegamos al Panteón, la avenida Asuman, fuimos a disfrutar
de la opera de París y del Café de Paris. Aprendimos con los franceses a
deleitarnos con la calle desde otro ángulo, y así, no parábamos de sentarnos en
cada uno de los grandes cafés, lo hacíamos en las terrazas que daban a la calle
y además de cualquier alimento o bebida que ingeríamos, nos alimentábamos
con la moda que a modo de pasarela veíamos al transitar la gente de frente a
nosotros. Y al final, muchas de las veces, a petición de León íbamos a comer a
Fouquet ¡Qué belleza! Recuerdo que el encuentro de mi marido con el lugar se
puede decir fue un amor a primera vista.
No pudimos hacer comparaciones de la vida que habíamos vivido durante la
guerra y lo que estábamos viendo, era todo tan diferente. Europa había resurgido
de las cenizas, renació después de la guerra. Los edificios y las avenidas eran
nuevos, se notaba que por lo menos se las había remozado. Daba gusto pasar
un día y ni que decir de las noches, durante estas últimas, salíamos e íbamos a
ver algún espectáculo bien sea, en el Lido, Les Folies Bergeres. Y hasta hubo
otros menos famosos pero indiscutiblemente muy buenos. ¡Que espectáculos,
Dios mío! Cabe, les cuente una pequeña anécdota que nos sucedió, en una
vitrina vi exhibido un traje, en verdad, me gustó mucho, le pedí a León me lo
comprara. No imaginaba el precio. Estábamos parados en la vitrina de Cristian
Dior. Sin asomar dudas, me contestó: ¿”Qué prefieres? ¿El traje y volver a casa,
o viajar?” La verdad es que para nosotros aún entonces, costaba todo el dinero
del mundo, me quedé sin el mismo, preferí viajar. En nuestro itinerario, fuimos a
Suiza, Italia, y de vuelta pasamos por New York y Canadá donde tenía a las dos
tías, que no conocíamos, y que en su momento se habían portado tan bien con
nosotros.
Pero todo comienzo debe llegar a un fin, al volver, ayudamos para que mis
padres se mudaran a un apartamento propio, como señal de gratitud, León, para
que fuesen a conocer un poco de mundo, los mandó a los Estados Unidos y a
Canadá, dónde desde el año 1912, ellas, se habían mudado de Rumania. Él,
quería que mi mamá fuera a ver a sus hermanas. Una de ellas vivía en Detroit y
la otra en Toronto. Mi mamá tan sólo tenía 10 años de edad cuando ellas
partieron rumbo a Estados Unidos. Una de ellas estaba casada. Fue para ella,
todo un acontecimiento. ¿Se imaginan reencontrarse de nuevo a la tercera edad?
Según, luego nos narró, supimos que fue maravilloso.
Mi hermana seguía en Rumania y su esposo en prisión. De cualquiera de las
maneras. A ellos le mandábamos todos los meses dinero y paquetes de ropa,
cosa que sabíamos podía utilizar en Rumania; venderlas y aliviar un poco la
carga en su vida. León cambió de carro, y diera la impresión que estaba
planeando hacer otros cambios también. Era el fin de año del 1962, lo estábamos
celebrando en mi casa. Mi hermano empezó a sentirse mal, se le hinchó el
vientre. El 3 de Enero fuimos al medico, tras los exámenes correspondientes, el
doctor nos dio la mala noticia: ¡Cáncer! Mi hermano tenía apenas 42 años.
Fueron seis los meses que duró entre clínicas y la casa; verlo consumirse como
una vela, era todo un martirio. ¡Era insoportable! Traté de hacer todo lo que pude
para que nada le faltara. Fue tal mi abnegación y entrega que hasta eso, le
permitió pensar, yo tendría el poder de sanarlo. Nos llegó la noticia que existía un
nuevo medicamento en Holanda, sin importar costo, inmediatamente lo pedí. Al
llegar, el médico nos dijo que ya era tarde, que se lo diésemos a otra persona a
quien pudiese servirle. Hery ¡Que dolor! En Junio 1963, un par de días antes de
cumplir 43 años, se fue para siempre. Quedó mi cuñada con dos niñitas
pequeñitas de 2 y 3 años, sin posibilidad de mantenerse, sin saber que hacer.
León jamás objetó o puso problemas, al contrario como si se tratase de su propia
familia se hizo cargo de todos ellos.
Unos meses antes de la muerte de mi hermano celebramos el Bar Mitzva de mi
hijo. Hice una gran fiesta en la sinagoga, primero con desayuno y en la tarde, un
cóctel en el chalet de la fábrica, donde acudió gran parte de la colonia. Una fiesta
inolvidable. La que de alguna manera contenía una doble connotación: la primera
y más importante, el ver a mi hijo, ya como un hombre, y la segunda y tácita, el
poder ver a mi hermano conversando y atendiendo a todos sus amigos.
Adrián desde temprano se enamoró de una jovencita que estudiaba con él. Fue
tal el sentimiento que entre ellos nació, que diez años más tarde, al terminar la
universidad, Silvia, se convirtió en su esposa. Seguíamos dando amor, ayuda y
afecto a mi cuñada y sus hijas, pero ella estaba consciente que no podía seguir
así por toda la vida, tomó su propia decisión: irse a Israel con sus niñas. Eran dos
niñas preciosas. A mí me dolió su medida, pero no pude hacer nada. Era su
decisión. Hablé con ella diciéndole que antes de irse debería aprender un oficio
para que pueda mantenerse en Israel porque allá me sería más difícil ayudarla.
Escuchó mis recomendaciones y aprendió cosmetología. Mientras ella iba al
instituto, la ayudaba con las niñas. Era mujer todavía joven, buena moza, de muy
bonito cuerpo, alta, pudo rehacerse la vida pero no lo hizo porque al llegar a
Israel tuvo que trabajar para ganarse el sustento. Israel no era un país fácil en
este tiempo y ella tenía dos niñas pequeñas. La ayudé mientras pude. Cuando
viajé con mi amiga iba primero a Israel para ver a mis sobrinas y después a
Europa.
La hora del almuerzo era un momento de compartir, todos los días teníamos
algún invitado, a León le gustaba alternar con amigos. Ese momento, trae a mi
memoria a mi perrito, que siempre a la hora del almuerzo calentaba mis pies con
su cabecita y también, cómo nos reíamos con un papagayo, cada vez que
sonaba el timbre de la puerta, él gritaba: “Maria, abre la puerta”. Me reía, y
aprovechaba esos momentos León, para decirme que su risa era como la mía. La
casa estaba siempre llena de juventud. Cuando los amigos de mi hijo
comenzaban a llegar, Adrián nos mandaba al cine para tener mas libertad. He
tenido lecciones que han sido vitales en mi proceder una de ellas, era el ver
siempre a mis padres cuando venían de visita a mi casa, ellos iban tomados de la
mano como dos enamorados. Ese recuerdo me hace construir una analogía y
denoto con alegría que mi hijo sigue con naturalidad destacando el amor hacia su
esposa Silvia. La situación había mejorado a tal manera que nos dábamos el lujo
de mantener dos casas: las nuestra y la de mis padres; mandábamos dinero a mi
hermana en Rumania y también a Israel. Aquellos eran años de tranquilidad, se
puede decir que teníamos todo lo que queríamos, una casa exquisitamente
decorada, y las comodidades que el dinero podía comprar. Mis padres se
mantenían sanos, todo andaba de maravilla, hasta que un día una supuesta
amiga me preguntó: “¿Sabes donde está tu marido? Lo vi en tal lugar”. Me di
cuenta de la envidia, su forma de denuncia, fue semejante al que se le da a un
enemigo. De cualquier manera, la noticia, me afectó, a tal extremo que fue muy
tarde en el tiempo cuando pude descubrir su insana intención.
Comencé a sospechar de mi esposo y además, la susodicha mujer, de una
manera no casual, yo diría que muy a propósito, dejó un sombrero de ella en el
coche de mi marido. Ya no cabía sospechar, las pruebas eran tangibles.
Reflexioné y me di cuenta que mi amor se me escapaba de las manos. Nacieron
dudas ¿Debía esperar? Para ello, hay que saber esperar ¿Esperar qué? Como
mujer idealista supuse que deberíamos todos actuar con honestidad y ser fieles a
la persona que decidimos amar. Aprendí con dolor que la teoría la dominaba,
pero al llegar a la realidad, se acumulaban tantas dudas, no sabía qué hacer o
por dónde empezar.
Las salidas de León fueron más seguidas, siempre a la misma hora. La mujer
debía de ser inglesa por lo puntual. Un martilleo en mi mente no me dejaba
descansar ¿Qué hacer? Lo que sé, es que no hacía ni decía nada. Supe a esa
altura de mi vida que pude con los rumanos, con mis padres, con los rusos, las
cárceles, el hambre, la soledad, la pobreza, pero que en cuestiones de amor: era
cobarde, tenía miedo. Sufrí demasiado, no quería perderlo. Lo quería. Y es que
estaba consciente de: “Ser quien soy, con él a mi lado. Sin él, no era nadie”.
Llegada a estas reflexiones, a ojos, de alguna de mis amigas, su opinión era que
no me quería a mi misma, tal vez hubo algo de razón, no lo sé, seguí y me
aguanté. Puedo decir en su defensa que León no faltó nunca de la casa. Tenía
para aquel entonces unos cuarenta años, me consideraba bonita y veía que mi
hijo, pronto iría a exterior para terminar su carrera. Vi, que mis pensamientos eran
mi problema. Me preguntaba hasta cuando seguiré sin decir nada. Supe que ella
era una profesora de inglés más joven que yo. Al sentarnos a la mesa a la hora
del almuerzo le decía a mi hijo que debía estudiar, tener un titulo, sólo la
universidad te puede dar herramientas para tener una vida más fácil que la
nuestra; quería que él hiciera lo que nosotros no pudimos hacer. Para colmo de
males, y pienso que mal influenciado por los roces entre nosotros, como
empleando una manera de llamar nuestra atención, estando en el ultimo año de
colegio lo pescaron jugando póquer con sus compañeros y lo expulsaron del
mismo. Los otros jóvenes callaron. El colegio quiso dar una lección y el
escarmiento le tocó a mi hijo. Fue el chivo expiatorio. Lo inscribimos en un
colegio del estado y allá fue uno de los mejores alumnos. Era de suponer,
trayendo la base de un colegio elitesco, al llegar y notar la diferencia con los
estudios de un colegio particular, salió con medalla de honor.
León quería que su hijo estudiara textiles y lo inscribió en una universidad de
Philadelphia, se fue con un amigo. Era una de las mejores universidades del
ramo. Era tan famosa que muchos padres chilenos mandaron a sus hijos a la
misma universidad. Llevándolo al aeropuerto venía con nosotros Silvia, ella, muy
dispuesta nos dijo: “Yo me voy a casar con su hijo”. Nos reímos. Tenían 17 años.
Pero como habrán visto en el desarrollo de la historia, ella cumplió con su
palabra.
Su partida me hizo ver una realidad a la que no estaba preparada: quedé sola,
muy sola. Quizás pretendí echarle la culpa de mi tristeza a ese nuevo estado,
pero la verdad era otra. Notaba a León más lejos de mí. ¿Cuánto tiempo
aguantaré? Encerrada en mi misma, no contaba con nadie, porque mi mamá me
enseñó a no hablar, sino escuchar a los otros. Ella tampoco sabia, pero era
intuitiva, me veía sufrir. Este nuevo y absurdo esquema de vida impersonal. Fue
generando un gran vacío. ¿Qué es lo que quiero? Me preguntaba en silencio. Y
me lo repetía una y otra vez ¿Qué es lo que en realidad quiero? Estaba
consciente de saber qué era lo que no quería. Esa chispa, ese choque entre lo
deseado, lo callado y la realidad, colisionaron y en la explosión cerebral salté de
la cama e inmediatamente, comprendí todo. Me dije que no quería ser consumida
por la amargura o la necesidad de venganza. No quería llevar el sufrimiento al
límite de mi resistencia. No estaba dispuesta en destruir lo bueno de mi
matrimonio provocando la separación. Pues antes y ahora sigo creyendo en el
matrimonio a pesar de todo lo que ha ocurrido. Y al fin levanté mi voz en mi
conciencia, pues no quise seguir y permanecer sentada convertida en una
observadora pasiva de mi vida. A ese punto ya supe lo que quería. No iba ahora
a sentirme insegura, ni de mí, ni de los lazos que con tanto esfuerzo habíamos
unido nuestro amor. Me dije: ¡Voy a recuperarlo!
He aprendido por experiencia que el pánico surge cuando no tenemos seguridad.
En cuanto adoptas decisiones, desaparece. Una vez visualizada esta reflexión,
ya no había excusas, estiré mi mano, y tomé el teléfono. Decidida, marqué su
número. Contestó una voz de mujer. Entró en mí, un segundo de pavor, recuerdo
se hizo un silencio, y con un nudo en la garganta, le dije quien era, le pregunté si
me podía recibir, le manifesté que deseaba hablar con ella. Otra laguna en la que
el tiempo se hunde y pareciera desapareciera. Me dijo: aguarde, y después la
noté que una voz temerosa, media indecisa contestó: “Cómo no ¿Le parece bien
a las cinco de la tarde?” ya no hubo marcha atrás. La suerte estaba echada. En
momentos me sentí, como ratón en laberinto. Reconozco que mis pasos eran
algunos inseguros, pero iban en una sola dirección, antes de salir me detuve en
el bar de la casa, tomé un trago. No sé si lo requería, pero traté de no ir violenta a
una reunión que debía ser pacífica. Había enfrentado muchas cosas en la vida,
pero estaba consciente que ninguna como ésta.
Mucho antes de la hora prevista, estaba vestida y arreglada, tomé un taxi. Le di al
chofer la dirección y ordené a mi cerebro descansara hasta que se presentara el
momento. Me obligué a hacer una tregua durante el tiempo que durase el viaje.
Al llegar, miré indecisa el ascensor, no cabía la posibilidad de un retorno, de eso
estaba clara. Pero como humana me sentí con cierta cobardía, la que en
segundos se esfumó. Para hacer bajar mi adrenalina, decidí subir las escaleras
para darme tiempo. Subí lento, para que mi cuerpo se fuera sintiendo cada vez
más fuerte.
Una vez frente a la puerta, toqué el timbre. Una curiosidad femenina dentro de
mí, tenía interés en saber cómo era, quería verla. Tuve cuidado de dar una real
primera impresión, no estaba para nada en condiciones de dejarme ver debilitada
o temerosa. En verdad, no sabía que cara debía presentar o qué decir, la
situación me hacia entrever que se trataba de algo irreal, ni yo podía creer lo que
estaba ocurriendo, pero deseaba con toda la fuerza y la pasión dar por terminado
este asunto. Juro que ya estaba cansada de todo, entre ello, de mantener una
apariencia satisfactoria.

Capítulo XIII
Cara a Cara
Una cosa es imaginar una situación y otra muy diferente vivir una experiencia.
Durante el transcurso de mi vida, por las incomparables realidades a las que me
tuve que enfrentar me vi obligada a estar preparada para desiguales
contingencias. Aprendí por necesidad, a consumir tan sólo una parte de lo que
tenía, ya que debía guardar la otra para mañana, pues nadie garantizaba que al
otro día pudiese tener algo para comer. Aprendí, a estar sola y desamparada, sin
familiares ni cobijo, y mantenerme con fe y mucha esperanza. Aprendí que los
seres humanos somos capaces de adaptarnos a las cosas más inverosímiles que
se nos puedan presentar. Aprendí, a soportar la irremediable pérdida de los seres
más queridos. Aprendí, obligada que un solo idioma a veces no es suficiente, si
se tiene que vivir a la fuerza en otro país, donde con uno, no basta, ni para pedir
un vaso de agua. Aprendí, a querer y ser querida en época de paz, siendo niña,
estando rodeada de mi familia, al igual que con ellos, a tener y perder, a sufrir y
olvidar, y sobre todo, me di cuenta que si quería vivir, sin tanto dolor, debía
aprender en contra de todo pronostico, a no odiar.
Mientras duró el espacio de tiempo que requirió para que ella, abriera la puerta,
pude sentir la tensión. Apareció una mujer completamente desconocida para mí.
Ella, debo reconocer, era: joven, bonita, lucía muy bien vestida, nunca olvidaré,
esa tarde, portaba un conjunto de pantalón color turquesa, que se destacaba por
el contraste de los tonos una blusa de color similar, algo más oscura luciendo un
broche de oro, que resaltaba sus prominentes y no malgastados pechos. Al bajar
la vista, noté, sus pies divinamente vestidos con unos zapatos llamativos, los
que podría detallar como bonitos y sobre todo: costosos. En una fotografía a
tamaño original y en vivo, ella, había logrado su objetivo: me impresionó. Se veía
claramente que era una mujer de buen gusto. Al dirigir mi vista a la suya, pude
percibir, estaba emulando mis actos, supe de inmediato que su mente estaba
develando mi fotografía, y sentí, que antes de venir, había hecho bien, en
acicalarme con detenimiento. Su pelo negro azabache, mostraba la cualidad de
su estilista, el mismo, se veía bien cuidado y era poseedora de un corte moderno.
En conjunto, resumiría que era una enemiga de cuidado, por lo que observé
desde un inicio, de ninguna manera se pudiese entender que esa mujer, fuese
una competidora cualquiera. No requerimos de mucho tiempo, las mujeres hemos
aprendido a viajar y a actuar, a la velocidad de la luz, lo que describo es algo que
tan sólo tomó unos segundos. Transcurridos éstos, ella, me invitó a pasar. Daba
la impresión o al menos yo la sentí que tuviese ciertas dudas con respecto a mi
visita. Estando ambas una vez dentro, nos acomodamos en el living, y con la
serenidad de un pez adormecido, ella, tomó la palabra y preguntó: “¿Hace calor?
¿Le ofrezco un café?” Su sencillez me dejó desarmada. Levanté la cabeza,
quizás compitiendo como sucede con las bestias que amenazan visualmente a
sus enemigos antes de cualquier confrontación, más sin embargo, asomé una
sonrisa tratando de mostrarla sincera, como evidencia de una clara y necesaria
tregua pacífica. No quiero dejar una impresión equivocada sobre ella, pues me
encontré del otro lado de los pasamanos a una mujer llena de aplomo, con más
de lo que supuse al encuentro. De repente vibró en mí, algo nuevo, una especie
de nudos en la garganta y en el estómago, como si fuesen convulsiones,
comencé a sentir, y me di cuenta que por primera vez en mi vida estaba siendo
atacada por el virus del celo.
Indiscutiblemente debo reconocer que su juventud y porte, me causó alarma.
Pero como les dije en un comienzo una vez en el ruedo, aunque el toro sea
bravo, el torero debe torear. Así, noté, el temor se alejó de mí. Pareciera como
que un viento mágico se ocupara de alejar mis preocupaciones. El comienzo de
la conversación creyera tomado de otra experiencia, como si fuera de otra
dimensión. Ella, quien se había ocupado de lucir impecable, ahora, ofrecía
disculpas por el desarreglo de su apartamento. Se presentó, dijo su nombre;
supe, era profesora de inglés y que además, vivía sola. Se contuvo unos
instantes, se percató que estaba acelerando las cosas y la mejor manera de
detener un poco la velocidad con que se estaba desarrollando la charla, sirvió
como llamada de atención a su proceder y la desvió al preguntarme de nuevo,
qué me podía ofrecer. Consideré que un tranquilizador etílico podría ser útil. Es
posible que mi inconsciente quisiera ablandar su cerebro. Forzándola a aflojar su
lengua. No estoy segura pero de una manera u otra, eso hice. Dije: “¿Me puedes
ofrecer un trago?” “Que bien”, me contestó. Aquella energía que mantuvo
adormecida, brotó de lo más profundo de su ser y de un salto se levantó del sofá
y me convidó, pasáramos a la cocina a prepararlo. Me confesó que también lo
requería. Fueron varios los minutos que estuvimos en la cocina: hablamos, me
consta que mencionamos algunos temas, supongo que hasta por simple
nerviosismo, posiblemente, también reímos, y quien sabe que otras cosas más
pudieron suceder allá. De ellas, no tengo grabado en mi mente los detalles.
Comienza mi vivencia con toda claridad, al retornar a la sala. Cuando el efecto de
ese mi segundo güisqui, se hacía presente. Como cazadora experimentada pude
apreciar la debilidad de mi adversaria y una vez asumiendo que estaba en lo
cierto, definí mi estrategia. Al sentirme investida con la piel insensible de ese
uniforme guerrero que sólo utilizamos las mujeres, en casos extremos. Dejé por
unos minutos que el aire y el viento fuesen los únicos causantes de algún sonido.
Durante ese tiempo que considero fue de preparación, nos miramos sin emitir eco
alguno.
“¡Te imaginas la verdadera razón de mi visita! Asentí. Antes que nada, voy a
contarte algo que considero pertinente. Empecé a hablar diciendo lo mismo con
que comencé en el primer capítulo de este libro, me tomé toda la paciencia del
mundo para que en detalle fuera estando al tanto del desenvolvimiento de mi
vida, de mi marido y de toda nuestra familia. Mi verdad era tan pura, mi sentir tan
emotivo que la vi llorar en más de una oportunidad. Afloró con su sentir el alma
buena que poseía y puedo decir de corazón que no quiso causarme más dolor.
Aunque les parezca increíble, no hubo necesidad de amenazas, tampoco de
súplicas. Ambas nos fuimos encontrando con dos viejas y sinceras amigas que
habían logrado abrir sus corazones, igualamos nuestro dolor: el mío, estaba
refrendado por el sacrificio de haber tenido que solicitar su atención, el de ella, y
estoy segura que así fue, el reconocer el valor de una familia, el entender que
sólo una mujer que está dispuesta a todo, es capaz de haber hecho por su
marido lo que de corazón y con placer hice.
Esa mujer, lloró y lo hacía libremente. Sin egoísmo alguno. Fue ese llanto sincero
de un te quiero, que de manera directa me benefició a mí. No me detuve hasta
llegar al presente, la conmoví de nuevo al ponerla al tanto de mi cuñado preso en
Rumania. Ella, lloró, lloró tanto, como supongo no lo había hecho en toda su vida.
Me levanté de mi puesto, y fui en su encuentro, ella bajó su cara, la escondió
entre sus piernas. Me acerqué al punto ese en que una verdadera madre suele
llegar cuando su hija llora. Sin saber el por qué, nos abrazamos, una energía
fusionó ambos sentires y por momentos, se respiraba en el ambiente: sólo amor.
Le dije: “en verdad siento que todo esto haya tenido que pasar”, no supe que otra
cosa hacer, y como habrás notado no soy una mujer que me doblegue ante nada
ni nadie. No podía permitir, me quitaran a mi marido, al hombre y motivo por el
cual vivo y viviré.
“Se siente avergonzada, ¡Lo lamento! ¡Usted ha hecho muy bien en aclarar las
cosas y poner las cartas sobre la mesa! ¿Qué otra cosa podía hacer? Ella, de
modo sincero dijo: “La admiro, y si me preguntara por qué, le diría que por todo. Y
quiero decirle, que me rindo ante usted”. Me miró, buscando una mirada de
confirmación en mis ojos, y siguió diciendo pensativa: “Todo va estar bien.
¡Quédese tranquila! ¿Sabe? Es muy difícil mantener una relación secreta. Y
quiero que sepas, que hacerlo, no compensa, lo que en cierto modo convirtió tu
vida en un infierno, y sé que así, más, no podría seguir viviendo”.
Sentí lástima, un enredo existencial, mezclado con el conllevar de una hermosa
pasión. La parte humana afloraba sin medir consecuencias, pero la sinceridad de
mis gestos y mis palabras era notable. Me siento preocupada por ti, le dije.
Tuviste la cortesía de escucharme, mientras lo hacías descubrí tu yo interno, me
conmoviste mucho, sé que todo esto te duele, y me preocupas”, dije. Realicé que
no había nada más que hablar. Cualquier otra cosa dicha, podría dañar la pureza
e inocencia del encuentro. Me levanté, fui a despedirme con ciertas dudas de
haber logrado la totalidad de mi objetivo, dudas que ella se encargó de despejar
de inmediato, cuando al despedirme, dijo: “Cuánto me hubiese gustado que mi
mamá hubiese sido como usted. Ojala que mi mamá se hubiese comportado
como usted”. Me levanté con intenciones claras de marcharme, cuando una duda
se espabilaba en mi mente: ¿Será verdad? ¿Lo tomo como cumplido? Me
acompañó a la puerta. Esa fue la última vez que supe de ella.
Ver en retrospectiva las cosas, adentrarse en el pasado, genera en nosotros
ciertas dudas en las que el sueño se mezcla con la realidad, o mejor dicho, ello
consigue que nuestro consciente nos descubra una nueva manera de manejar
con delicada ternura los recuerdos, aquellos que una vez hirieron nuestros
corazones, y que por eso viven con nosotros la eternidad del dolor. Una vez
logrado esto, los transporta al momento, al ya, al ahora mismo, lo hace después
de haber escrupulosamente realizado en ellos, un tamizado y logrado como meta
final, cualquier desintoxicación viral, permitiendo así, sirva como experiencia, que
nos pueda ayudar en caso de volver a transitar el mismo tipo de vivencia que ya
asumimos como traumática, pero ahora, con un entorno apaciguado por el
tiempo, que ya por supuesto ha cambiado, permite ver, revivir, y hasta a veces
hace resentir, más no con la fuerza de la embestida, durante el momento
originario.
Gracias a Dios, todo esto ya, está muy lejos, no sé si para ustedes, ahora, pueda
o no tener importancia, pero mientras lo viví, fue uno de los grandes traumas de
mi existencia. Por ese entonces, sentí vivir en los límites de mi vida. Aunque a
veces dudo de la importancia de ese período, pues creo que he vivido gran parte
de mi existencia como si el mismo, no hubiese existido y sé que a veces, me
refiero, a alguna como esta, debo hacer cierto esfuerzo para recordarlo. Me
asombra la lejanía que nos produce el pasado. Siento dudas en si debo dar por
terminada esta historia, una, en la que una mujer, soñadora desde siempre de su
esposo, recibió una herida de amor, y la mantuvo al borde de la locura,
desconcentrada, profundamente dolida, todo esto, por estar, eternamente
enamorada.

Capítulo XIV
Punto y coma
Entre las partes que conforman el rompecabezas de una vida, ésta era una pieza
que debía cambiar, reponer o reparar. Me refiero por supuesto a mi matrimonio.
Entre las cosas que debía hacer, decidí, esperar. Una duda, un deseo de saber y
no saber. Del ¿Qué pasó? Que sin querer me atormentaba. Habían transcurrido
días enteros. Seguía notando a León meditabundo, cabizbajo y pensador; ya no
hubo más salidas a la misma hora. Él, buscaba qué hacer, y se quedaba en la
fábrica sin salir. ¿Qué estaría sucediendo detrás de todo esto? No quise
preguntar, mi vida tornaba cual infierno. Su karma no debía ser el mío. Tras la
simple deducción que saqué, pude comprender que no debía sentirme ofendida
de actos cometidos por otras personas. Habiendo hecho conciencia de ello, un
día, tomé la decisión, estábamos comiendo placidamente, cuando en un punto
determinado, asomé mis intenciones de hacer un viaje: iría primero a Rumania, a
ver la forma de ayudar a mi hermana y a mi cuñado. León, estuvo de acuerdo, no
quiso acompañarme pues en su fuero interno, no quería volver a pisar un país,
que estuviese tras la Cortina de Hierro. En sus indicaciones me hizo ver lo
peligroso de ir a la provincia, aconsejó, me quedase en la capital.
Indiscutiblemente en los viajes que se realizan por placer, aquellos especiales, en
los que una se toma un espacio de tiempo, pensando en qué y para quién
empacar. Esos, en los que sentimos un compromiso de acción, y finalizo al
detallar: los que nos ayudan a soñar, en aquellos pocos viajes, que no forman
parte de una rutina, de una obligación ni de un trabajo. En ellos, me consta, una
revive, se rejuvenece y retorna al pasado, a ése, que como algo querido nos lleva
en la mansa y rauda corriente de la memoria y nos hace ver, a nosotros mismos,
en el ayer, con una forma y manera de ser, que en la mayoría de nuestros casos,
ya es historia. Pero que tienen la virtud de rejuvenecernos hasta que una vez
terminado, volvemos a nuestra realidad, al futuro presente.
Como tratándose de un viaje de placer, hice compras, tantas, hasta que pude
colmar dos maletas, las llené con ciertas cosas que pudiesen serle útil a mi
hermana y a mi propósito de ayudarla. Entre los detalles que pasearon mi mente
durante la toma de la decisión, por supuesto estaba presente el darnos un lapso
de tiempo a León y a mí, como para dejarlo decidir. Carcomía mis entrañas, el
verlo durante días y días pensativo, él sin darse oportunidad alguna, se iba
tornando en un ser triste y gris, y eso, sí, no lo iba a permitir.
Tal como programé, llegó el día de partida de mi viaje a Rumania, me despedí de
los míos, fue, y lo recuerdo bien, una despedida seca, triste, casi sin ganas. Me
fui sola. Este era un viaje desabrido, era poco o nada lo que de ilusiones llevaba
conmigo. Y puedo decir del mismo, que hasta la llegada a Paris todo lucía
normal, luego del traslado a una nave de la línea aérea rumana, concienticé el
peligro al que me estaba exponiendo, lo logré hacer, al mirar el horizonte. En los
hombres que vi a mí alrededor, noté una uniformidad de gusto, todos, tenían
trajes negros. Parecía ser el uniforme del país. Nadia hablaba, un ambiente
lúgubre rodeaba la vista, y creo inclusive que la gente parecía tenerse miedo
entre sí. No me cabe la menor duda que por momentos sé que sentí perder mi
valentía. ¿En qué me metí? ¡Esto me faltaba!... Llegué a Bucarest siendo de
noche. Enormes reflectores dirigidos desde la pista, no permitían ver el despegue
de los aviones. ¡Absurdo! pocos o casi nadie salían con rumbo a la libertad. Una
vez en la aduana, mostré mi pasaporte chileno. Preguntaron por el propósito de
mi visita a Rumania, ni corta ni perezosa, les contesté en rumano. Quedaron
extrañados hablara tan bien el idioma. Les expliqué que lo empecé hablar antes,
mucho antes de que ellos nacieran. Con una sonrisa franca, me desearon una
bonita estadía. Cumplido el primer requisito de aduanas, tuve que esperar, pues
mis maletas se habían perdido, mismas que tan sólo recuperé dos días más
tarde. Se habían por error, quedado en Colombia, por lo tanto, esa noche, salí del
aeropuerto sin nada. No fuimos muchas, las mujeres que ese día viajamos, mi
hermana y mi sobrina me esperaban y estando a escasos metros de ellas, no me
reconocieron. Habían pasado años desde la última vez que nos vimos. Entre
otras, cabe destacar el viejo proverbio de “En el reino de los ciegos el tuerto es
Rey” en un país sumido en la ruina, me encontraba, con mi pelo teñido de rubio,
bien trajeada y enjoyada a decir basta. Fui de esa manera, pues antes de mi
regreso quería dejarle a mi hermana unas joyas, al igual que ropa, para que con
ellas, pudiese defenderse y tener con qué pagar para liberar a su esposo. Mi
hermana no salía de su asombro, insistía y trataba de hacer ver que no podía ser
yo misma. Al final, el calor de la sangre común, nivela la razón. Nos llenamos de
abrazos, besos, y en silencio detallábamos nuestras transformaciones. El tiempo
no había sido para nada, benévolo con ella, se veía vieja, demacrada, estaba mal
vestida, y ponderaba mis ganas de preguntar a dónde había quedado mi
hermana la bonita, cuando segura de sí misma, muy orgullosa, caminaba por la
calle en la acera de enfrente y estando erguida, no reconocía ni a su hermana
menor... delante de mí, no quedaban ni rastros de lo que fue ella. Con mucho
dolor descubrí en mi hermana y en todo lo que veía en la ciudad, cómo, la mala
vida y las circunstancias pudieron transformar, a la hermosura, de tal manera.
Una vez hablado lo suficiente con ella, y encontrándome sin maletas ni ropa, fui a
un hotel que queda en la calle Victoria frente al correo, tomé una pieza, y me
eché a dormir, mientras ponía mis pensamientos en orden, mi vista paseó cada
rincón de la habitación, lo hice como se suele hacer, cuando no se tiene qué
hacer, de repente detecté algo que llamó poderosamente mi atención. Tomé la
silla que estaba arrimada de un lado del pequeño escritorio de madera laqueada
que se podría decir era en sí el artículo que más se destacaba en el cuarto. Con
sigilo, como tratándose de una película detectivesca, coloqué la silla debajo de la
lámpara, me subí en ella, y pude darme cuenta, que se trataba de un micrófono y
de que estaban grabando mis conversaciones. Entró un miedo tal en mi cuerpo
que estuve a punto de tomar mis cosas y regresar a París, pero ¿Cuál de mis
cosas? Mis maletas, estaban extraviadas, debía esperar al menos un par de días
a ver qué sucedía, de cualquiera de las maneras, ya había viajado desde otro
continente, había saltado el océano y eso tendría que tener una justificación tanto
en lo referente a sacrificio como a costo. Por otro lado, estaba mi hermana, ella
no entendería mi acción. Como tuve, toda la noche a mi favor, llegué con la
paciencia requerida a una decisión: me quedaré hasta cumplir mi objetivo, eso si,
tendré cuidado en no caer en las trampas de los comunistas. Y pasó la noche
¡Llegó el día! Como pájaro madrugador, tocaron a la puerta, era mi hermana, ella
venía a lo suyo. Trató de hablar, de ponerme al tanto, le hice señas y de
inmediato comprendió; para ella eso no era una novedad. De allí en adelante, lo
que nos debíamos decir, debería ser, en un lugar fuera del alcance de los
micrófonos. El mejor espacio que encontramos, fue la calle. Y ¿Cómo creen, fue
mi impresión? La ciudad estaba muy descuidada, en nada, se podía comparar
con aquella en la que viví siendo niña. Mi apreciación sin lugar a dudas, es que
pareciera estar sin vida. La gente ya no lucía, pues sus prendas eran anticuadas
ajadas y eso las hacía ver que estaban mal vestidas además de notarse
nerviosa. Era una ciudad bizarra al lado de la que yo conocí. Los comunistas no
creen en el libre comercio, por lo tanto, se puede decir que no había negocios
particulares, todos eran del estado, y en su mayoría estaban vacíos. Carecían de
mercaderías o de productos. Y es que de llegarles alguna mercancía, la gente
hacía colas, en las que se empujaban al unirse para comprar. Los coleros, o
personas dedicadas a hacer cola, sabían que debían de comprar lo que
estuviese a la venta, sin importar de qué se tratase, aunque ello, fuese algo que
se necesitase o no, pues siempre habría a quien más adelante, revendérsela o
trocarla por otra cosa más útil. En una de las colas, acompañé a mi hermana, le
obsequié el producto que ofertaban, fue un abrigo excesivamente pesado,
aunque no me pareció una buena adquisición vi que a mi hermana, eso, la hizo
feliz. Fui a conocer la casa de mis primos, me dio lástima, ésta si trajo recuerdo
de mis días en Rusia. Le pedí a mi prima me diera polenta con queso, un bocado
apetitoso que vive en mi memoria. ¡Polenta con queso! Contestó: polenta te
puedo ofrecer, “¿Queso? “Para adquirirlo hay que hacer una cola que comienza a
las 4 de la mañana” ante tal esfuerzo inútil y desproporcionado, desistí de mi
capricho. Durante las dos semanas que viví con mi hermana, pude notar el
lavado de cerebro que se les había hecho a los jóvenes, noté sin necesidad de
hacer algún esfuerzo que mi sobrina era una comunista empedernida, ella, de
corazón defendía al gobierno y por ende al sistema. Pero bien decía mi abuelo,
“el gusano del rábano cree que el mismo es dulce”
Cada noche comenzaba y casi terminaba una carta para León, al releerla, no le
daba oportunidad de volar, la rompía. Una sola vez tuve el coraje de hacerlo, y
puedo recordar exactamente qué dije, pues hace apenas pocas semanas, un día,
que requerí tocar y sentir el pasado, y con ello identificarme con algo de mi
marido, para sentir su presencia, encontré la carta a la que me refería antes. La
copio textualmente y la comparto con ustedes, pues hoy siento que el caso lo
amerita y bien vale la pena.

Querido León,

Te ruego, leas estas palabras, con ello pretendo puedas sentir el amor que te
tengo y te des cuenta de que te echo mucho de menos. Estas letras, son en
verdad mi manera de exteriorizar mis gritos de dolor, los que con honestidad
espero puedas ahora entender. He tratado durante cada noche expresar la
sinceridad de mis pensamientos, la pasión que en todo momento he sentido por ti
y el amor que de manera incondicional siempre has tenido, de ésta, que te ama.
Ahora, pongo a prueba mis palabras, para hacerte llegar desde este punto lejano,
la vibración emotiva, los sentimientos reales, y en especial el amor que tú bien
sabes, te profeso. Y quizás, digas: ¿con qué fin? O, peor aún, supongas que las
palabras nada resuelven. Esta vez creo, o mejor dicho estoy segura si lo van a
lograr ¿y sabes por qué? Porque sé que todavía nos amamos. Hoy, lo entiendo
de una manera diferente a lo que antes viví, lo he logrado reconocer al estar
separada de ti.
Y desde este punto distante y a la vez cercano, pues no te olvido ni un solo
segundo, abogo por que entiendas que no puedo como tampoco pude aguantar
tu silencio. Pues es y ha sido tu voz, la música que ha hecho danzar a esta mujer
por siempre y al apagármela, si va a ser tu decisión, ya nada me importa.

Tuya para siempre,

Jeanna

Me quedé en Bucarest unos días más. En verdad, todo lo que estaba a mi


vista, me desilusionó: por un lado la ciudad, y por el otro, la familia. En nada se
asemejaba a aquellas que conocí unos años antes. La una era alegre, iluminada,
limpia y ordenada, me refiero, a la misma ciudad, que antes era llamada el
pequeño París. Por el otro lado, la familia, la que dejé antes tenía ganas de vivir,
existía un gran orgullo, y los valores de familia eran una bandera portadora de
honores, ahora, para mi decepción, la miraba que estaba contaminada con la
mala interpretación de un sistema político y económico que a la larga y gracias a
Dios no se pudo sostener. Y no podría ser de otro modo. Pues el ser humano
está hecho con materia prima divina, la esclavitud, tanto física como mental, ya
no tienen cabida en este mundo. Los seres, somos pensantes, y eso nos permite
advertir la diferencia entre la verdad verdadera y la verdad utópica.
Algo debía hacer, y supe de inmediato que en un país en el que todos, sin
excepción eran simples títeres, o peor aún, marionetas del régimen, mi presencia
en nada podía servir de ayuda a mi hermana. Hablé con ella, se lo hice entender,
y le di el apoyo que estaba a mi mano. Le dejé las maletas con todas las cosas,
al igual que las joyas y el dinero que había cambiado. Me despedí de mi ciudad
para siempre, supe que en las mismas condiciones no volvería a visitarla. Mis
sobrinos me acompañaron al aeropuerto y con algo de tristeza y nostalgia
insatisfecha, tomé un vuelo para Zurich. De nuevo, encaminada al aeropuerto iba
acompañada con un miedo atroz, sin razón verdadera, en mi mente, se instaló la
posibilidad de que las autoridades quizás no me permitieran salir, fue solamente
cuando me vi sentada en el avión y éste comenzó a despegar que de nuevo me
sentí un ser libre. Y una vez estando en el aire, a miles de metros de altura,
respiré más tranquila.
Esos días que pasé en Bucarest, fueron tan tristes, que no tuve ni ganas ni
tiempo de pensar en mí, volví a la vida, a la realidad, cuando me sentí confortada
en el hotel de Zurich; los contrastes entre una y otra ciudad puedo resumirlos
como que fuesen del día a la noche, y no me refiero a ésta última en lo referente
a su mundanal vida nocturna, lo hago en base a la gran visión que el día nos
permite y a la ceguedad que contiene la noche con la falta de luz. Aunque el
temor, si, reconozco, estaba presente, estaba muy clara que ya era hora de
tomar un papel protagónico en mi vida. Me desvestí de mis miedos y llamé por
teléfono a mi casa. Quería estar al tanto de las cosas, de mis padres, quienes
eran mayores, de mi hijo, la fábrica y sobre todo de la reacción y acción de mi
marido. Quería, también decirles, me encontraba bien y compartir con ellos, que
hice en Rumania, todo lo que estuvo a mi alcance. Mi gran sorpresa la llevé al
saber que León había venido a mi encuentro, que de un momento a otro lo vería,
pues había salido hacia Europa el día anterior. Volví a sentirme como una
colegiala, un exceso de adrenalina se paseaba por mis venas y me fui llenando
de energías. Él, llegó esa noche. Al verme, sus ojos llenos de lágrimas de
contento, hacían ver como se le iluminaban, bajo los efectos de la luz reinante;
nos abrazamos, aquél, fue un abrazo eterno, pues cada vez que lo recuerdo,
siento y disfruto lo mismo que sentí en el momento. Me pidió perdón, y recuerdo
que dijo: “Te hice daño amor mío”, luego a manera de susurró, siguió: “no quise
hacerlo. Eres la ultima persona en este mundo a quien yo hubiese querido dañar,
pero sé, que lo hice”.
La ternura de sus ojos azules, que llenos de vida me gritaban desde lo más
recóndito de su ser que me amaba ¡Sí, que me amaba de verdad! Aquello dio
como fruto, una inmensa devoción, que engendró mucho amor, sin lugar a dudas,
reconozco y acepto que en el instante, no fue el mismo tipo de pasión que
vivimos a nuestros veinte años, pero, jamás habíamos sentido con el mismo
afecto, el suave toque de un crepúsculo maravilloso. Y en aquél viaje, durante los
momentos en que nos profesamos amor, volvimos a ser un solo ser. Mis noches
y días de tristeza y de dolor llegaron a su fin y renací de nuevo. Al hacerlo, ya no
tuve interés ni deseos de saber lo que había sucedido en Santiago, me sentí
complacida, punto, me sentí y estaba realmente muy feliz.

Capítulo XV
Segunda Luna de Miel
Nuestro reencuentro fue en verdad cual luna de miel, el ánimo que brotaba de
cada uno de nuestros poros nos hizo sentir dueños del mundo, un halo de
irresponsabilidad, nos acompañó por un corto período de tiempo y ello, nos
permitió dedicar seis semanas en exclusiva a reconstruir con lujo de detalles ese
amor que desde siempre nos profesamos. Como primer lugar de visita, nos
fuimos a Viena, donde uno de nuestros grandes amigos embelezado nos miraba
y decía que sentía celos de nosotros. Pues a él, la vida no lo había tratado de
igual manera. En lo referente a lo económico, explicaba que no tenía problemas,
pero tuvo que divorciarse y lleno de dinero, se encontraba vacío de amor. Nos
hospedamos en el Saher Hotel pues quedaba frente a la Opera, conocimos el
Rigenrad, paseamos como enamorados inspirados ante el antiguo río azul, el
Danubio, en ese tiempo era un rió grande que se había convertido en un río
sucio, en el que se recorría con barcas. Hubo muchos días soleados y una de las
delicias estaba en sentarse a tomar un café en la calle principal en Café Europa
y ver a la gente pasear de un lado al otro. Seguimos en nuestro viaje amoroso
para conocer Austria, y al bajar a Italia visitamos Cortina D’Ampezzo, ésta es una
población balnearia donde se esquía en invierno, y en otras estaciones, ella es
verde, llena de colorido y en el verano es muy bonita también, nos encantó. A
continuación nos dirigimos a Venecia, pasamos con el automóvil en el ferry a
Liso, al Hotel Excelcior, una delicia, pasear por la orilla del mar. Conocimos y
disfrutamos la Plaza San Marco con su multitud de palomas, nos sentábamos en
los cafés de la calle deleitándonos con la música y viendo a otros enamorados
paseando por los canales, en las góndolas.
Visitamos Florencia, pudimos apreciar las estatuas de Miguel Ángel en las
plazas y nos deslumbramos al estar parados en el puente joyero, pues éste,
estaba atiborrado de tiendas llenas de oro. Italia, un país, que trae a mi recuerdo
tan variados y gratos momentos, que lo recomiendo a todo aquél que quiera
reencontrar la hermosa chispa del amor. Los italianos tienen una manera tan
cálida de ser. Para ellos el amor está en todos lados, en el plato de pasta que
aparentemente contiene casi siempre los mismos ingredientes, pero que uno y
otro se diferencia según ellos dicen, por el amor que cada uno le agrega, y que
es distinto de una acera a la otra. Cuento y revivo, los paseos en Victoria, y más
tarde Roma, El Vaticano, La Plaza España, El Coliseo, y al caminar por La Vía
Veneto con sus cafés y con esa gente maravillosa, alegre y dispuesta.
El tiempo que nos tomamos de vacaciones, se había agotado, llegamos al final
del camino y debíamos volver a nuestras responsabilidades, devolvimos el carro
en el aeropuerto de Roma y tornamos a casa. Íbamos repletos de regalos, que
compramos durante aquellos momentos gratos, en los que el sólo hecho de
pensar en alguno de los nuestros era motivo de alegría, y a su vez era una
inyección de ánimo, que sellábamos con la adquisición de algo para alguno de
ellos que en ese momento nos hacía falta, y con la excusa del decidir al
destinatario, por instantes, nos sentíamos acompañados por los que no estaban
presentes. Así repletos de regalos, volvimos a Santiago.
Los aires que sentimos en Europa y especialmente en nuestro caso en Rumania,
durante el comienzo de la época nazi, se encontraban ahora impregnando con la
misma fetidez la parte sur de América. La situación política en Chile empezó a
inquietarnos. Se sentía en al aire un retroceso al comunismo y eso lo repelíamos
como se hace ante algo que nos produce escozor, nos sabíamos alérgicos a ello
y no queríamos quedarnos hasta un punto que no tuviésemos retroceso. Con
sincero conocimiento de lo que nos estaba por venir, a los pocos meses invité a
mi amiga para que fuésemos en busca de un nuevo hogar, en caso de ser
necesario. Visitamos Israel, Europa entera, Canadá, Estados Unidos, México y
Venezuela. Luego de una tour tan completa llegamos a una determinación final:
“Como Chile no hay”, se mezclaron sentimientos de agradecimiento por todo lo
bien que habíamos recibido de esta nación, nos costaba trabajo desraizarnos de
sus costumbres, los lugares que en parte ya son de uno, pues con el tiempo y el
afecto, nos acostumbramos a que la sola vista, pueda pretender lo que el alma
nos requiera. Podría ser también que influyó, el miedo a empezar de nuevo, los
sacrificios y el esfuerzo que con más juventud y energía, tanto nos costó, para
poder llegar. Indudablemente, tomamos en cuenta como realidad, la vida
placentera, tanta gente educada y todo esto dentro del disfrute general, y
gracioso de un clima exquisito. No queríamos movernos de allá. No lo
hubiésemos hecho jamás, pues viendo en detalle, les puedo decir que todo
andaba bien, la paz había retornado a nuestro hogar, y el trabajo se realizaba
con provecho. En el invierno de ese mismo año, mi hijo Adrián se enfermó
mientras, él, se encontraba estudiando en la universidad, salí volando a
Filadelfia. Llegué primero a New York, lo llamé por teléfono y luego de saberlo
algo mejor, visité los bancos, hice mis diligencias y a la salida de los mismos, me
entretuve mirando a la gente patinar en la pista del Rockefeller Center. Me
pregunté, será que los americanos dejarán que el comunismo penetre en
Latinoamérica, no lo creí. Para no amargarme más, miré las vitrinas de la Quinta
Avenida.
Esa misma tarde salí en tren para Filadelfia y en la estación me esperaba
Nicolás, un compañero de Adrián con quien hice buena amistad. Mientras Adrián
estaba convaleciente, el amigo, me llevaba de compras, al teatro, al cine, y a
conocer la ciudad. Él, era compañero de cuarto de Adrián y de otros dos más.
Aprovechándose de su enfermedad, Mi hijo pidió trajera conmigo a su amiga de
Santiago: Silvia. Su madre al saber con quien viajaría, le dio permiso. El invierno
de Filadelfia es sumamente duro y crudo. Lo que aprovechó Adrián, una vez se
sintió sano, para llamar a su padre, y pedirle nos reuniéramos todos en Puerto
Rico. La pasamos bien, fue la primera vacación en pareja que hacíamos con mi
hijo, y puedo decir que todo se apreciaba de una manera diferente. Adrián sabe
por “dónde le entra el agua al coco” aunque no conocía Puerto Rico, tuvo que
haber recibido indicaciones de alguno de sus amigos, pues se movía como pez
en agua, el balneario se destacaba con hoteles muy lujosos, mismos, que con
sus playas hacían olvidar los días del inclemente invierno de Filadelfia. Vimos de
otro modo a los casinos americanos, nos dimos cuenta que ellos de alguna
manera forzaban a la alcaldía en mantener las calles limpias. Su gente, latina al
fin y al cabo, era muy agradable, nos dejó muy buena impresión. Y no teniendo
nada que hacer. Hicimos lo que no debimos, tomamos un barco flotante para
conocer San Thomas, y por algo que nos cayó mal, todos caímos enfermos
durante la travesía. Sentí que si no terminábamos pronto, hasta sería capaz de
lanzarme al agua. Esa vez, la única, que no se enfermó, fue Silvia. Ella, iba de un
lugar a otro... se puede decir que la travesía la pasó caminando.
Pero como aquel dicho, “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”,
al final llegamos. Nos encontramos con una isla turística, en la que se apreciaba,
las cosas fuesen un poco más baratas por estar todo exento de impuestos.
Conocimos casi toda la isla, pero les dije que no volvía a pisar ese barco, aunque
tuviese que quedarme a vivir de por vida en San Thomas. Y sin argumentos
valederos como para oponerse a mi petición nos regresamos a Puerto Rico en
avión. Ya terminadas las vacaciones, Adrián regresó a su universidad y nosotros
tres, volvimos a Santiago.
Adrián desde pequeño ha demostrado ser tan o más creativo que su padre. No
dudo que León pudo estimularlo en lo referente a tener un apego a las cosas en
las que pudiera emplear sus manos y su mente. En cuanto tuvo la edad, compró
un carro descapotable, y para instalarle un buen equipo de música, realizó varios
trabajos. Eso si, nada le parecía deshonroso o vulgar. En su tiempo libre
distribuyó diarios, los que muy temprano en la mañana los lanzaba a las puertas
de las casas, fue vendedor, de ollas a domicilio. Alguna vez hasta se le ocurrió en
época de exámenes, cuando todos sus compañeros estudiaban hasta tardías
horas en las noches, supe, que bajó los suiches de la luz y al quedar las
residencias de la universidad a oscuras, llegó y les vendió a todos los
estudiantes, una buena cantidad de velas. Muchas veces que se encontraban un
grupo de sus amigos estudiando, les preguntaba si tenían hambre, él, como si
nada, tomaba notas de las cosas que se les apetecían y con la consabida
ganancia, salía a traerles los pedidos. En verdad, desde siempre, él se las
ingenió. Y saliéndose con las suyas, compró tanto el equipo de música como
otras cosas más, que deseaba.
Fue a nuestro regreso que nos enteramos por las cartas que nos habían enviado,
lo que mi hermana había hecho. Ella, nos explicó que con el dinero y las cosas
que yo le dejé, compró un apartamento. Al tenerlo, negoció con un funcionario del
Ministerio del Exterior, quien dijo estar interesado en el mismo, que los dejaría
salir de Rumania, a cambio del apartamento. Para lograrlo, ella requería le
mandáramos los tres pasajes y la visa de entrada a Chile.
El único comentario adverso que dijo León, fue: Bueno, ¿Cuando será al fin, el
momento en que vayamos a tener tranquilidad? En ese tiempo no imaginamos
que al traerlos íbamos a perder lo que habíamos alcanzado tener, en especial:
una vida agradable. Mandamos documentos y pasajes era el año de 1969.
Preparamos un apartamento con muebles, les instalamos un refrigerador repleto
de comida, un pequeño televisor, en resumen, era una casa donde no faltaba
nada, y la misma se encontraba cerca de nuestro hogar
Tanto León como yo no pudimos olvidar nunca lo que mi hermana hizo por mí,
cuando me quedé sola, y León estaba en prisión. Si logré mantenerme, durante
el primer tiempo, fue: gracias a las sulfamidas que ella me regaló.
Los recibimos como se hace con una familia a la que uno quiere de verdad, una
vez todos reunidos en Chile, era ya momento de pensar en algo para que
pudiesen ganarse la vida. La carga impositiva iba creciendo, león estuvo claro
que con más gente, mayores obligaciones. Debíamos mantener nuestra casa,
pagar el arriendo de la fábrica con los operarios, la tienda, estaba también el
mantener a mis padres que eran viejitos, poder sufragar los gastos de Adrián en
la universidad, mandar algo a la familia en Rumania, y colaborar de vez en
cuando con mi cuñada y sus dos niñas, que se encontraban en Israel. Y ahora,
tres personas y otra casa más. León jamás me lo reprochó, pero alguna vez lo oí
decir: “Dios quiera que con esto, se termine todo”. Ellos no vivieron con nosotros,
estuvieron alejados durante muchísimos años. Por desgracia, los problemas que
vivieron dentro del comunismo, los había endurecido más de la cuenta, era una
familia que se comunicaba a base de puros gritos, siempre estaban peleando, y
para colmo, la hija quien contaba con 18 años de edad, tenía ideas comunistas.
Encontramos una farmacia en un barrio y León pidió dinero prestado para poder
comprarla. Lo hizo a ese amigo al que anteriormente trajimos y le dimos aquél
negocio. Como contraprestación el amigo pidió una póliza y un cheque en blanco.
Acordamos que un 30% sería para mi cuñado, 40% para nosotros, y 30% para
Adrián, con la idea de que al terminar sus estudios tuviese una fuente de
ingresos. Mi cuñado por trabajar en la farmacia, recibía un sueldo. Como no
había realizado la equivalencia, tuvimos que emplear un farmaceuta para las
recetas y éste cobraba otro sueldo mensual. Y así se rompió la paz en nuestro
hogar. Todos los días, a la hora del almuerzo, aparecía mi cuñado con
problemas. Ahora junto con los nuestros, estos al acrecentarse nos convertían la
tranquilidad del hogar, en la sede de la discordia.
No estábamos acostumbrados a gritos ni a peleas, y los gastos comenzaron a
hacer estragos en lo referente a nuestros ingresos, mis padres fueron obligados a
ser testigos de una situación indeseable. ¿Qué podían decir o hacer ellos? Ellos
también vivían de lo que nosotros le dábamos. Era en si, mucha carga. Tanta,
que nos costaba trabajo levantar cabeza. Supe desde un comienzo mi
responsabilidad y mi culpabilidad, no debí haber metido a León en este infierno,
él, era un santo, y por mí, era capaz de hacer lo que tuviese que hacer. Lo más
triste fue, que nunca sacamos un céntimo de la farmacia. Mi hermano peleaba,
decía que no le daba bastante para sus gastos.
En ese periodo político, el peligro del comunismo se perfilaba con más fuerza.
Estábamos conscientes que del otro lado del mundo, nos enfrentamos a él, y
habíamos logrado salir, nos pudimos escarpar. Lo que nunca pensamos fue que
el comunismo nos perseguiría y podría llegar a Chile. El error lo vimos de
inmediato, pues fue a nosotros, el primer país de América del Sur que se le veían
posibilidades, dadas las circunstancias. Mi sobrina estudiaba en la universidad,
ella no me parecía una niña normal. Algo tenía, la pobre, era alta, bonita de cara,
como su padre, tenía poco pelo. Creció con carencia de vitaminas y de una
balanceada alimentación, su espina dorsal no la soportaba, se veía un poco
doblada. Como todo comunista, parlanchín, ella no paraba de remilgar, decía
muchas tonterías, era envidiosa, y reconozco, no la quería, pero sí, le tenía
lastima. Mi hermana no le veía defectos, así que no se la podía ayudar.
Mientras tanto, la fábrica se hizo pequeña y la tuvimos que agrandar. Para lograr
las metas, con el apoyo de unos bancos, importamos remalladoras,
modernizamos la producción porque nos dimos cuenta que otras fábricas se
habían adelantado a pasos acelerados. En 1969, Adrián terminó sus estudios y
León se fue con él a Europa, el padre quería mostrarle lo bueno que ya conocía
del mundo. En la planificación, yo intervine, pues quería realizaran un viaje en el
que ambos se hiciesen amigos, se conocieran mejor, como dos adultos y dejaran
de verse con la diferencia de edad entre ambos. Fue una experiencia maravillosa
para ellos, por meses León traía a colación una que otra experiencia vivida y
henchido de placer y orgullo la contaba. Los planes de Adrián eran de casarse de
una vez, yo les prometí boda, al cumplir mis bodas de plata. Traté y logré con
ello, alargar el tiempo, no se opusieron.
Y el tiempo pasaba, el ambiente perfilaba un futuro desesperante. Salí de viaje
de nuevo con mi amiga. Fuimos otra vez a Israel, pero todavía no sabíamos qué
decidir, dónde elegir, era una gran responsabilidad. En Venezuela tuvimos malas
experiencias, así que pensamos, no teníamos allá, alguna chance, y llegando de
regreso a Chile, le dije: “Aunque me pongas en un marco de oro, a Caracas, allá
no voy”. Pero el destino, jugó diferente. El 1 de Agosto, el cumpleaños de León,
le compré de regalo un escritorio nuevo y bonito para su oficina. Me encantaba
verlo sentado en la silla giratoria con el cigarro en la boca, con una secretaria a
su lado, que al final, resultó comunista.
Y llego al poder Salvador Allende, lo primero que hizo, fue crear un gobierno
comunista. Aunque no lo crean lo conocí personalmente, en varias oportunidades
nos encontramos y cambiamos saludos. Primero fue como político y más tarde el
trato fue ya de Presidente de la República. Me consta que él era un hombre muy
rico, se podría decir que hasta era buen mozo, se vestía muy bien. En alguna
oportunidad servimos de testigo de uno de sus decires, pues después de haber
hablado en alguna charla, en esos mítines que de a cada rato le daba a la gente
del pueblo, al volver a palacio, a su casa para cambiarse, decía que “se sentía
afectado, pues olía a pobre”. Debo reconocer que él, era un hombre muy culto.
Llegamos al fin de Septiembre de 1970, pasamos un día que no olvidaré jamás.
Entró en la oficina un muchacho que era aprendiz en la fábrica, y le dijo a mi
marido: “Señor León, levántese de la silla, la fábrica está en poder de los
trabajadores ¡Es nuestra!, usted ya no tiene nada que hacer aquí ¡Vallase!”. La
nuestra fue una de las primeras fábricas de la cual se apoderaron. No
entendíamos nada, nuestra fábrica no era una de las más grandes, creímos en
todo momento que habíamos sido amigos de nuestros trabajadores, siempre que
necesitaron algo les dimos ayuda. Teníamos obreros que empezaron con
nosotros y que estaban al tanto de todos nuestros esfuerzos. De nada valió la
súplica, viéndoles la cara a los obreros, León se levanto y salió de la oficina. Y
llenos de asombro descubrimos a dónde iban a parar nuestros años de
sacrificios, ahorros, trabajos y de esfuerzos. Momentos, que fueron la
representación de los mejores años de nuestras vidas. El shock fue muy fuerte.
Al llegar Allende al poder, la gente se comenzó a mover. Los padres mandaban
sus hijos fuera del país, las parejas se casaban y se marchaban. En esa ola de
temores, decidimos casar a los nuestros también. Salimos a New York con las
pocas cosas de valor que teníamos y nos fuimos a Canadá para hablar con mi
primo. En New York llamamos a nuestros amigos que vivían allá. Vinieron al hotel
y charlamos. ¿Podían ellos comprender nuestra situación? Al salir del hotel con
ellos, León se acordó que había dejado todo en la habitación. Volvió, sacó todo, y
lo puso en la caja fuerte del hotel. Después de pasar una noche agradable con
nuestros amigos, volvimos al hotel y nos dimos cuenta que mi abrigo de astracán
con visón y la maletita donde dejé todas mis cosas de valor, ya no estaba.
¡Suerte que guardamos algo en la caja fuerte, si no, nos hubiésemos quedado sin
nada de verdad. El hotel no se hizo responsable.
Retornamos a Santiago. Las cosas se ponían cada vez peor. Teníamos fecha de
la boda: el 11 de Octubre. En ese día se casaron 17 parejas. Nos fuimos a Miami
para comprarme un vestido para la boda y la ropa de Adrián. Quisimos volver dos
días antes de la boda. El avión en que teníamos que regresar se averió, no
hallamos modo de volver. ¡Que desesperación! Al final, con algunas conexiones
por otras vías, llegamos a Santiago, fue la mañana del día de la boda, lo que no
llegaron, fueron nuestras maletas, se habían extraviado. Y allí veíamos el
desatino que a veces nos deja ver la realidad, llenos de rabia, nos
preguntábamos: ¿Para qué hemos ido entonces? Ese día, el más importante en
la vida de mi hijo y por ende de nuestro matrimonio, tuve que ponerme un vestido
viejo que tenía en mi ropero. La ceremonia se hizo en la sinagoga principal, y la
más bonita de Santiago. Estuvo llena con gente y flores. Los casó un Rabino que
los conocía, pues fue profesor de ellos. Entré en la sinagoga con mi hijo. Él,
estaba muy emocionado. Mi hermana y mis cuñados subieron al altar también, y
cuando empezó la ceremonia, mi hermana se desmayo. ¡Que percance! La
debieron sacar y llevar a una clínica, la ceremonia siguió. La fiesta duró hasta
bien entrada la madrugada, la pareja recién casada se fue de luna de miel a
Miami. Mi hermana, al otro día, se repuso pero hasta en ese momento, nos echó
a perder el ánimo.

Capítulo XVI
Cuánto tienes,
cuánto vales
Jamás hubiese querido dar comienzo a un capítulo de la historia de mi vida,
teniendo que hablar algo malo de una buena amiga. Pero a veces suceden cosas
que nos dejan pasmados. Y éstas, hacen más daño cuando se trata de alguien
con el que una ha tenido una amistad de casi treinta años. Les he comentado de
mi amiga la que trajimos de Israel, no he querido dar nombre, pues el de ella
desde hace muchos años lo dejé de mencionar. Les he contado que para adquirir
la farmacia, para, y de mi cuñado, pues como les dije, jamás retiramos un
céntimo de ella, el esposo de mi amiga, le había dado a León, en calidad de
préstamo diez mil dólares, hubo un interés calculado a una tasa previamente
aprobada por ambos, y León hizo honor a la deuda pagando puntualmente, tal y
como acostumbraba los respectivos intereses. Apenas se supo que nos habían
intervenido la fábrica, unos dos días más tarde, nuestro amigo, llamó a León
reclamando el préstamo. En esos momentos, León, no tenía dinero en efectivo.
Entre ellos hablaron, acordaron juntarse al día siguiente en el negocio de otro
amigo para arreglar la cosa, pero no asistió a la cita. El mismo día salieron tanto
el como su señora, dejaron Chile y partieron a México, sin decir nada a nadie.
Dejaron a cargo de la tienda, y de sus cuentas a la hija. Pero la inesperada
sorpresa la llevamos, cuando al próximo día llamaron a León del banco, dijeron
que tenían un cheque en pesos equivalente a diez mil dólares, y no había fondos
en la cuenta para cubrirlo. Y así sin más, por orden de su abogado, la hija de
nuestros amigos protestó el documento. Se trataba del cheque en blanco que
León le había dado en confianza a su mejor amigo. Y éste, enterraba de un solo
firmazo al cadáver de nuestra amistad. Suponemos que la hija siguió
instrucciones del padre, pero de cualquier manera, esa niña, que creció en
nuestras manos, a sabiendas que no lo podríamos cubrir, depositó el cheque. De
qué sirvieron veintinueve años de amistad, y todo lo que antes y durante
habíamos hecho por ellos. Fue una gran pérdida, para mi sentí el luto, como si
alguien muy querido ya no estuviese más. Me dolió perder a mi amiga. La que
por más de treinta y cinco años, a ella, la consideré como mi mejor compañera.
¿Cómo pudo ella dejar que esto pasara? Siempre creí y supuse inclusive que me
quería más que a su propia hermana. ¿Acaso no supo con tiempo, que toda mi
familia íbamos a sufrir? Quedé tan dolida, que por muchos años no pude tener
amigas. Perdí fe y confianza en la amistad, ya nunca volví a abrir, mi corazón de
igual manera a nadie.
Cuando los novios, mejor dicho, los recién casados volvieron a Santiago, León y
yo, ya habíamos tomado la decisión de irnos. Y no nos quedaron dudas, cuando
un abogado de parte de nuestros, antes amigos, llamó para amenazarnos que no
permitiría que saliéramos de Chile. León, de la mejor de las maneras trató de
conseguir dinero prestado para afrontar esa deuda y dejar arreglado el asunto,
pero deben entender, que eran tiempos difíciles. La gente ya no prestaba, la
inseguridad llegó a tal, que si alguien tenía algo, lo quería salvar, llevarlo fuera.
Estaba muy claro que ya vivíamos en un país comunista. Al margen de las cosas
debo dejar bien en claro, que no pudimos quedarnos a luchar por nuestras cosas,
en nuestras contra estaba haciendo una presión inhumana, nuestro buen amigo.
Así que debemos asentar en su haber, que nos vimos obligados a abandonar
todo, lo logrado en años de trabajo, a las amistades, a los verdaderos amigos,
nuestra casa. Y como en un cuento macabro salimos de un susto para entrar en
otro, ahora ya con bastantes años encima, tuvimos que dejar todo de nuevo.
Todo, significó mi hijo, mi familia, mis padres. ¡O Dios! ¿Esto no fue nada fácil? Y
ahora ¿A donde ir? Hicimos una reunión de familia y tomamos la decisión que
Adrián nos propuso. Él acertadamente nos dijo: “Vayan ustedes primero, son
personas que tienen mucha experiencia de vida. Y dónde decidan quedarse, allá
iremos más tarde nosotros también.
Recuerdo con mucha tristeza que estábamos en los últimos días de Octubre de
1970, salíamos de Chile, cuando vimos en el aeropuerto a los primeros cubanos
que llegaban, venían no como antes acostumbraban como guerrilleros
agazapados en los bosques, ahora lo hacían a todas luces, en pleno día,
marchando con todo orgullo y luciendo sus boinas rojas. Desde la ventanilla del
avión, se mezclaron sentimientos unos de pérdida, tristeza, agobio, furia y sobre
todo mucho dolor. Me dolía enormemente que le sucediera esto a Chile, un país
bueno, en mi opinión, el mejor de América del Sur, con mucha gente educada, el
único país, donde no existía analfabetismo, no conseguía explicación a lo que
mis ojos estaban siendo testigos y viendo con tristeza. ¿Cómo pudo pasar tal
cosa? Mis hijos quedaron en casa. Nos despedimos con la seguridad que pronto
nos reuniríamos y nos fuimos a Sao Paolo. Lloraba de impotencia, y no podía
comprender lo que la historia esta haciendo con nosotros, lo quería, pues este
país nos recibió con las manos abiertas, nos ofreció y dio posibilidades de trabajo
y progreso. Y de igual manera al cumplirse quince años de nuestra llegada, ahora
nos dejaba marchar con las manos vacías, tal como llegamos. Teníamos boletos
de avión para varios lugares del mundo, en el ínterin debíamos decidir donde
quedarnos. La primera parada fue Sao Paolo, teníamos amigos dueños de
fábricas de joyas, estos se portaron a la altura. León supo que Brasil era un lugar
lleno de posibilidades, es un país grande; de tomar algún producto se podría
trabajar durante años. Lo mismo supo que tenía grandes chances en su ramo,
pero no nos quedamos, ya que no le gustó el idioma. Mientras tanto, en Santiago
Adrián trató de acercarse a la fábrica pero los obreros lo arrestaron y no lo
dejaron salir. Lo mantuvieron secuestrado, debió llamar su esposa a un abogado
quién lo logró liberar, pero no le dejaron sacar su auto. Esa noche, él insistió,
regresó y pudo sacar algo de la mercancía que habíamos hecho. Con eso se
acabó esta etapa de nuestra vida.
Hablando por teléfono con Adrián desde Sao Paolo, él se acordó tenía un amigo
en Venezuela, se pusieron de acuerdo y éste lo invitó a visitar el país. Adrián se
tomó unos días de vacaciones, fue con su amigo, y Venezuela, le pareció bien
interesante. Durante la conversación León recordó tener unos primos, fue difícil
lograr la visa de entrada, los gobiernos democráticos no querían infectarse con
nada que tuviese visos de comunismo, y tan sólo nos la otorgaron al ver que
teníamos boletos a varios países de Europa, nos visaron al estar seguros que no
nos íbamos a quedar. Y un día, el 13 de Noviembre de 1970, llegamos a
Venezuela.

Capítulo XVII
Venezuela
El día que tuvimos que salir de Chile, por la presión y bajo la amenaza de que
nos encarcelarían, por un cheque que no habíamos emitido, se generó en
nuestras mentes un cúmulo de dudas, en dónde las preguntas afloraban a una
velocidad tal, que aún en caso de haber algún tipo de respuesta, no daba tiempo
a poderlas contestar de igual modo al que surgían. La sensación de fuga, estaba
presente de tal forma, que sentimos un agobio en la garganta y una pesadez en
nuestros corazones como nunca antes. Nos tocó salir sin siquiera poder
despedirnos de esos seres que nos brindaron sincera amistad, lo hicimos con el
daño causado por la traición de una amiga, teniendo que dejar nuestras cosas sin
permitírsenos mirar atrás, y así, asimilar de una sola vez, la pérdida de todos
nuestros esfuerzos y de nuestras pertenencias más sagradas, a saber: la fábrica,
la casa, y los bienes que durante quince años ganamos con el sudor de nuestros
golpeados y maltrechos corazones. Tomando en consideración que nuestra edad
ya no era la misma, nuestra fuerza, tampoco y con ese “handicap”, nos vimos en
la obligación de tener que inmigrar a otro país sin saber si quiera a cuál en
especial, ni por cuánto tiempo, o al menos qué podríamos hacer, todo esto nos
hacía sentir cual fugitivos, cuando estábamos conscientes, de nuestra escala de
valores, cuando, y por último, pero considerado como el más importante de todas
nuestras pérdidas, dejar sin consuelo ni apoyo a nuestros padres, a mi hermana y
su familia, y a nuestro hijo.
Al encontrarme ahora volando a un país al que le tuve miedo, tuve la sensación
de que mi vida se acabó. Estaba consciente que no era la misma, ya nada sería
igual. Para colmo el hotel al que llegamos se encontraba en una zona comercial,
debajo del puente de la Fuerzas Armadas, a un lado de la avenida Urdaneta, que
de día era alegre, movida, pero de noche, se notaba lúgubre, todas las tiendas
estaban cerradas y las aceras abarrotadas de cajas de cartón y bolsas con
desechos y basura en la espera de ser recogidas por los camiones del aseo
urbano. Esa noche llenos de temores, ante la perspectiva que se nos presentaba,
no pudimos dormir, además, recuerdo era un día sábado, estuvimos tratando de
acelerar el tiempo con la esperanza de ponernos en contacto con nuestro primo
pero no lo logramos encontrar, pues los fines de semana se iba a la playa, a
Puerto Azul. Afortunadamente, pudimos recurrir a sus cuñados, éstos, nos
vinieron a recoger como a las dos horas. Nunca olvidaré a esta pareja. Se
comportaron con nosotros como hermanos, nos llevaron a su casa, nos dieron
aliento. Comimos juntos y me hicieron sentir muy bien, eran gente de corazón
abierto, amigables, una pareja única. El lunes, los alrededores ya tenían otra
cara, renacía con la apertura de las tiendas, el bullicio de los autos, la energía
madrugadora que mostraban los obreros y sobre todo, el brillo de un sol, que sin
hablar, nos decía que siempre habría esperanza. León salió a dar una vuelta por
las calles. Estábamos en el sector de los mayoristas. Quedó impactado por el
movimiento comercial que encontró en esta parte de la ciudad. Era el mes de
Noviembre, y todo el mundo se preparaba para los días de fiestas. Al volver me
dijo: “Nos quedamos aquí”. Me contó lo que él, vio en la calle. Yo no quería
quedarme en Caracas, mi objetivo era Estados Unidos. Estaba cansada de
tantos cambios, quería un país con democracia, quería algo definitivo.
Entablamos una larga y tendida conversación acompañada de dimes y diretes,
con paciencia y muy seguro de lo que decía, León me convenció, que después
de ser empresario e independiente, le sería muy difícil por no decir que imposible,
que se emplee en los Estados Unidos. Él, notaba que en Caracas se
desarrollaría con seguridad, y que en la parte comercial había un campo
favorable para hacer negocios, además, al ser un país latino, no teníamos
problema con el idioma. Todo lo que dije en contra, no sirvió para nada, así, que
¡Nos quedamos!
Ese día lunes, el primo de León nos recibió, él, ya no trabajaba, gustaba de hacer
muchas preguntas, quería saber todo. Pero no ofreció ningún consejo. No me
gustó ni su actitud ni su desempeño. Julio Schneider nos recogió y nos llevó a su
casa: muy bonita. Era gente de dinero. Él, tenía una fábrica de vestidos y su
señora trabajaba con él. Habíamos sido invitados junto con otras parejas a comer
y luego a la hora del té, los hombres dieron comienzo a la danza de los millones,
que si éste tiene tanto o cuanto que si aquél tiene más o menos. En pocos
momentos vi desfilar tantos millones de dólares como en mi vida entera habría
podido imaginar. La verdad es que me sentí triste. No creí fuese verdad. Me
quedé sentada y me vi riéndome de mi misma: ¿Será posible lo que estaba
viendo? Estaba consciente de no ser una mujer ingenua, de alguna manera he
viajado por casi todo el mundo, y en ninguna parte había tenido la ocasión de
conocer a tanta gente que tuviese tantos millones de dólares. Llegué a la
conclusión de que presumían. Mas tarde, para mi sorpresa y satisfacción pude
constatar que era verdad.
Pasamos los primeros meses, haciendo amigos, adaptándonos a nuevas
costumbres, modismos y gustos. Enfoqué mi energía en adaptarme y sobrevivir.
Sin prisas, pero con muchos deseos, Lo logré. Aprendí otro oficio y puede sacar
de mí esa depresión que me mantuvo paralizada mucho tiempo. Saberse
deprimida es concientizar el tener una fuerza negativa dentro del corazón, que de
a poco, destruye el alma.
De una casa holgada y propia, ahora tuvimos que arrendar una habitación
amoblada en San Bernardino. La dueña era una mujer viuda, que a cada rato
llamaba mi atención: ¡no camine encima de la alfombra! ¡No se sienta en el sillón,
lo va a ensuciar! Etc. Me hizo llorar como jamás lo hizo mi madre.
Caracas en ese entonces, era una ciudad alegre, caótica, y sobre todo, la más
cara del mundo. Brotaban por todos los lados como las flores en el campo:
edificios nuevos y anchas autopistas. Los negocios ostentaban un derroche de
lujo y las calles permanentemente estaban atiborradas de autos de último
modelo. De un lado al otro de la ciudad, en las horas pico, existía una sola cola, y
se duraba horas, para poder trasladarse a sitios cercanos. Las mujeres, eran las
más bellas del mundo; producto de la mezcla de muchas razas, y lo demostraban
ganando o siendo finalistas de la mayoría de los concursos de belleza. La gente
volaba a Miami los fines de semanas para hacer compras y algunos más osados,
para efectuar su mercado. En los barrios marginales la gente vivía
miserablemente, nadie se acordaba de esto. El país vivía en una perenne
parranda gracias al petróleo. Los extranjeros éramos aceptados con la
generosidad natural de un pueblo que recibía a todos con los brazos abiertos,
existía un sentido de compañerismo y colaboración hacia y para todos. Un
sentido de confraternidad nunca visto en otros lares se respiraba de manera
natural pues todo se podía conseguir gracias a amistades. El país entero
descansa sobre un mar de oro negro, de riqueza natural. Pareciera ser una
extensión del Paraíso Terrenal, a lo largo y ancho de las autopistas y de las
calles y avenidas, se veían árboles frutales. Tales como bananas, mangos, piñas,
parchita, guayabas y hasta cocos. Las playas eran tibias, las montañas tenían
cumbres nevadas, extensas sabanas, selvas impenetrables. Una combinación de
sierras andinas, con playas caribeñas, desiertos con médanos, lagos y a la vez
ríos con caudales de agua envidados por muchos otros países.
Una vez tomada la decisión de quedarnos y tras habernos enamorado de su
naturaleza y de la bondad de sus habitantes, logramos poner nuestros visados en
orden, y dimos comienzo a un nuevo aprendizaje, ya que la manera de trabajar
era totalmente diferente de la de Chile. ¡Había bonanza! El pueblo estaba
desactualizado y todo lo que se fabricaba, se podía vender. Un día, una de
aquellas seudo amigas, me ofreció trabajo, para ello, me dijo: te voy a pagar 100
dólares por mes.” Le contesté: “¿Cómo sabes cuanto vale el trabajo que
supuestamente voy hacer, para catalogarme así? ¡Acaso, los has visto!” Nunca
más la volví a visitar. Empecé a trabajar en un negocio de ropa de niños como
encargada, la dueña se hizo amiga. Me trasladó al negocio de su cuñado que era
un mayorista. Fabricaban ellos mismos la mercancía y se las vendían a personas
de habla francés que venían de unas islas vecinas. Mientras tanto, León se hizo
socio en una fábrica de tejidos. Eran 4 socios, pero León era el único técnico que
sabía cómo hacer trabajar a las maquinas. Me esforcé en convencer al dueño de
la fábrica donde trabajaba que comprara una maquina rectilínea automática para
hacer los artículos para bebés, diciéndole que León nos ayudaría a instalarla.
Logré convencerlo y se hizo el abono para importar la maquina de Alemania.
León compró para la fábrica en la cual era socio, una maquina circular como
teníamos en Santiago, de una fábrica que había quebrado.
Al paso de los días la dueña del negocio me dijo que ella, quería manejarlo y que
yo pasaría al sótano a ver la producción y el depósito. No acepté el cambio, y me
retiré. Lo increíble del las maneras con que a veces nos juega el destino, es que
ese mismo día, en la fábrica de León se había decidido que la fábrica no daba
para cuatro socios, y le ofrecieron a León que se quedara con un sueldo, como
un empleado más. León les dijo que no estaba interesado y como ven tomamos
ambos, la misma determinación, él, se retiró también. Esa noche nos
comunicamos mutuamente los hechos y la verdad, que sin saber el por qué,
ambos nos sentimos contentos.
Mis padres no soportaban a Chile, el entorno y lo demás sin nosotros, dijeron que
se querían venir a Venezuela. Allá, no tenían de que vivir. Le pidieron a mi
cuñado que les dé algo para la comida y el arriendo, de la parte que nos
correspondía a nosotros. A lo que mi cuñado, sin más, les contestó: que la
farmacia no daba para tanto. Las desilusiones aumentaban. Y fue en ese
momento específico que pude visualizar que todos nuestros problemas
comenzaron con y por ellos. A los tres meses de estar en Venezuela, aparecieron
mis padres; así que tuvimos que arrendar un apartamento. Como ven, nunca
pudimos quedarnos solos por mucho tiempo. Mi papá empezó a trabajar como
vendedor de puerta en puerta. Teníamos un apartamento con dos dormitorios,
una sala, y una cocina, cómoda. Ya pude caminar con libertad, ¡Que alivio! León
no se quedó quieto ni un solo segundo, siempre andaba por la calle mirando por
todos lados, hasta que sin saber ni cómo, encontró un negocio vació en la
avenida Urdaneta, ésta es una calle con mucho movimiento. Preguntó por el
dueño, más nadie lo conocía. Un algo en su interior le decía que sería de él, y
durante varios días se sentó en la vereda, en la espera, supongo, de algún
milagro. Y éste se hizo. Se trataba de un señor que vivía en el interior del país, al
verlo, le preguntó a León qué deseaba. León le contó de donde venia y que sabia
hacer. Le manifestó su interés en alquilarle el local. Al hablar, se nota, que le
cayó simpático y de la manera más franca le hizo saber que le tenía confianza y
se lo arrendó. León no lo podía creer. Al llegar a casa, me dijo: “Janica, tenemos
un local en la Urdaneta. Aquí están las llaves”. Viste lo que hace la
perseverancia. Lo vi tan alegre, que lo abracé y le di un beso. Primer problema
resuelto, primera duda presentada: “¿Y que vamos a hacer con este local?”, le
pregunté. Sin dudarlo ni un solo segundo dijo: ¡Vamos a hacer una fábrica de
tejidos! Lo mire incrédula, pues sabía la realidad económica que estábamos
viviendo, sin embargo, no demostré duda alguna, y seguimos hablando.
Al día siguiente fui hablar con el señor donde trabajé en la tienda de encargada y
le propuse que me transfiriera la maquina que había solicitado y a la cual le había
hecho un abonó, ya que él, de igual manera nada haría con ella. Pues no
entendía nada del ramo. Él, se mostró feliz, me cedió la máquina y la deuda. Fui
a ver el local, era además de hermoso, bastante grande, y empezamos a
limpiarlo. Tenía muchas mesas y las aprovechamos. Por un lado la alegría del
tísico, por el otro se pudo dar cuenta que no tenía sus papeles en regla y no
sabía qué hacer para solucionar eso, que inobjetablemente sería el principal
motivo de preocupación, salió como se dice con las tablas en la cabeza y lleno de
una silenciosa desesperación, quiso fraguar su dolor ayudado por una cerveza. A
ese punto, cuando en su rostro se reflejaba más dolor de lo norma, un muchacho
joven, muy atractivo , se acercó a él, cómo lo hace un ser querido, debe ser que
mi padre le irradió parte de su sentir, o quizás algo o alguien del más allá lo
estaba ayudando, al saber su dolor, le dijo mira musiu, no te preocupes, me llamo
Rafael Larrazabal, aunque me acabo de graduar como abogado, ando en busca
de clientes, y soy el único de los Larrazabal que no pasó por la Armada, ¡tuviste
suerte!, mi tío fue Presidente de Venezuela, el Almirante Wolfgang Larrazabal, y
mi padre, Carlos Larrazabal, es el comandante de la Armada venezolana, resulta
pues, que yo estoy buscando clientes, y voy contigo a sembrar una amistad que
sé a la larga será fructífera para ambos, tengo fe en ti, y sé que no me vas a
defraudar, tu tienes cara de que le vas a echar bolas, ¡te voy a ayudar! Así, fue
como mi padre, el inmigrante sin poder ni dinero, logró sacar sus visas, realizó
sus registros legales y a la larga, este amigo y abogado, fue su asesor de
cabecera.
Cumplido este paso, León se inspiró en mi acción y fue a donde sus ex-socios les
preguntó si estaban dispuestos en vender la maquina circular que él había
abonado. La misma, no había sido sacada de la aduana, ellos, tampoco sabían
que hacer con ella. Y la cedieron. En menos de cinco días, durante la misma
semana pasamos de empleados, a desempleados y ahora a industriales.
Segundo problema resuelto, ahora faltaba conseguir material para empezar la
producción.
No éramos conocidos y no teníamos crédito. Los dos íbamos a comprar carretes
de hilo desechados en alguna fábrica por calidad o mismo por colores
inadecuados. Necesitábamos capital. Nuestros escasos ahorros se nos iban de
las manos. León pensó en tomar un socio. Trató con un paisano recién llegado
de Chile pero el primer día mostró sus garras y su voz. Fue el comienzo del fin.
Mientras, ya teníamos trabajadores y las maquinas empezaron a producir. Era un
nuevo espectáculo, la gente se arremolinaba en la acera, para ver cómo
funcionaban las máquinas. Y sin darnos cuenta dimos comienzo a la nueva idea,
de que supuestamente era más barato comprar directo de la fábrica, y tenían
razón.
Compramos maquinas para acabar los productos, y cada vez era mayor el
trabajo, los dos nos partíamos en diez, para atender la fábrica, la tienda, los
obreros y demás. Ya visto preparado el primer muestrario, arreglé una vitrina
atractiva. En ese momento vino un familiar, quería hacer sociedad con nosotros.
No lo acepté. Le dije a León: “No lo quiero de socio. No lo necesitamos.”.
En verdad carecíamos de liquidez para alimentar la fábrica, pero como ya se
habrán podido dar cuenta en el transcurso de nuestras vidas, siempre al final del
túnel, logramos ver luz. Cierto día, León andaba por la calle, conoció a un señor y
éste al oír su nombre le preguntó de donde era originario. Resultó que los padres
de ambos, habían hecho negocios juntos muchos años atrás. Este señor era
prestamista y le dio con toda confianza un crédito de veinte mil dólares, para el
cambio de la época. Aquella cantidad era más de lo que en el momento se
necesitaba. Seguido de esto, vino “la salvación”. Los japoneses empezaron a
venir a nuestra fábrica y nos ofrecieron hilados. Fue la primera vez que pude
escoger los colores a mi gusto. Nos hicimos conocidos muy rápido. Fuimos los
primeros en Venezuela en tener una fábrica a la calle, que a la vez vendía al
detal. Algunos de los mayoristas dijeron que no nos iban a comprar, pues nos
consideraban su competencia, los artículos eran modernos y se vendían bien, así
que al poco tiempo decidieron comprar lo que teníamos.
Al terminar el trabajo en las noches, nos íbamos caminando hasta la casa, al
llegar, sentía que no daba más. Pero estaba enamorada de mi trabajo y al ver
resultados satisfactorios, recargaba mis ilusiones y la energía. Fue el tiempo en
que invitamos a nuestros hijos. Silvia estaba embarazada. Al ver lo que habíamos
logrado, nos felicitaron y llegamos al acuerdo de que venderían lo que teníamos
en Santiago y vendrían a vivir con nosotros a Caracas. Entre las cosas que
vendieron se fue nuestro apartamento con muebles y artículos chinos, por ello
todo recibieron cinco mil dólares; un pecado, pero necesitábamos el dinero.
Reconozco que muchos como nosotros tuvieron por desgracia que vender sus
pertenencias para partir, y me consta que otros, más inteligentes, compraron
gangas y se enriquecieron. La gente que estuvo en Europa durante la guerra
sabía lo que es un régimen totalitario y no querían volverlo a saborear. Al final los
chilenos pudieron salir de esta maldición. Lo fuimos conociendo pues a diario nos
manteníamos informados de los acontecimientos. Al estar en el pleno corazón de
la ciudad, todo aquél conocido que venía de Chile pasaba por nuestro negocio.
Alguien llegó hasta decir, que éramos le segunda embajada chilena. León daba
aliento a los que habían llegado recién en Caracas, los informaba, y los ayudaba
con todo lo que estaba en su alcance.
Siguió lloviendo maná. Un día, nos visitó un señor húngaro que dijo ser dueño de
una cadena de tiendas llamadas Vistelandia, quería comprarnos toda la
producción que le pudiésemos realizar durante el mes de diciembre,
aparentemente, sus importaciones no habían sido suficientes y al carecer de
tiempo como para reponer más en tan corto lapso, pensó en nosotros. Nos
entregó como abono, un cheque por cincuenta mil dólares. Cada vez que lo
recuerdo, pido que Dios lo bendiga. Ese mes, trabajamos sin descanso, de
alguna manera hasta borramos los días domingos del calendario. En ese primer
diciembre todos fueron días laborables.
La gente, durante los fines de semana, al venir de la playa, pasaba frente a
nuestro negocio y asombrada decían: “Mira, están trabajando, hay luz.” Los
japoneses ya nos tenían confianza y nos mandaban por vez cinco mil kilos de
acrílico. Creo, no haber trabajado tanto en toda mi vida. Teníamos que
aprovechar el momento. Nuestra fabrica se convirtió en una mina de oro. Ya
teníamos un carro, un Pontiac. Ya no íbamos a pie a la casa. Al llegar con Silvia,
Adrián empezó trabajar con nosotros como socio. Lo que era nuestro era de ellos
también. León gozaba de la estima de la gente que lo conocía por su espíritu
humano y generoso. Arrendamos un apartamento para Adrián Y Silvia no lejos de
nosotros, en San Bernardino, compramos muebles finos, y vivíamos con el sueño
de convertirnos en abuelos. En Agosto, nació una bonita y sana niña, que trajo su
pedazo de pan bajo su brazo. Ella fue y es, toda una bendición.
Una vez reunida mi familia acá en Venezuela, enfrentamos la realidad, dejando
atrás el pasado, todo era trabajo y futuro. Reconozco que con los años mi
realidad ahora es otra, aquella primera fórmula sirve para los que deben hacer un
futuro, los que vivimos el presente, debemos de conformarnos con vivir. De ello
se puede sacar como conclusión que hay que luchar en la vida por dos cosas:
obtener lo que uno quiere y logrado esto, gozarlo cuando se tiene. Mientras el
estomago está vació, el cerebro de igual manera se encuentra, quizás esta
vaciedad mental, se pueda llamar decepción, y sabemos que la decepción no
mata, a la vez debemos aprender que la esperanza nos hace vivir más y mejor.
Adrián tiene un corazón de oro, el mismo no le permitía saber a sus amigos
sufriendo en Chile, y una vez establecido en Venezuela, comenzó a traerlos de
Santiago, en donde la vida se ponía cada vez más difícil, pues faltaba de todo, ya
se estaba repitiendo el modelo comunista y se hacia cola para poder comprar
cualquier cosa. A esos muchachos, los vimos crecer, y ahora ya estaban casados
con aquellas niñas que ya son no sólo mujeres, algunas ya eran madres. Tres de
ellos hicieron una fábrica de camisas con el nombre internacional de Piatelly.
León les ayudo encontrar un local en un edificio cercano. Les facilitamos crédito
en el banco, así que empezaron mucho más fácil. León les ayudo muchísimo; los
consideraba a todos como sus hijos. Adrián tenía ideas muy avanzadas; León era
conservador, así que nuestro hijo, prefirió independizarse.
Al comenzar la bonanza, empezamos a viajar. Las dos parejas padres e hijos una
semana santa, salimos a compartir con ellos algo del mundo que conocíamos.
Primera parada Paris. Queríamos que Silvia conociera de Europa, lo máximo
posible. Arrendamos un carro y viajamos a Zurich. El tiempo se mantenía frió.
Nos encantó poder apreciar en espacios enormes, una inmensa cantidad de
árboles blancos, como si se tratase de árboles de algodón, estaban cubiertos de
nieve y por más que nos fijásemos, daba la impresión de ser una foto y no un
algo real. Estuvimos en San Moritz, León y yo mirábamos a los muchachos
esquiar, sentados en el restaurante en el pico de la montaña, y así nadábamos
en ese maravilloso soñar mientras comíamos fresas del bosque.
Pasamos al norte de Italia, conocimos Milán, el Lago de Cuomo. Allá, los
hombres se fueron a una exposición y me fui con mi nuera de compras. En Milán
conocimos el Duomo, muy interesante con el bazar a los lados y aquella, La
plaza del Duomo, llena con cientos de palomas que se acercaban hasta nuestra
manos para alimentarse. Ese, fue un viaje de ensueño. Pero lo que más me
agradó de todo, fue el momento de llegar a Caracas, ir a la fábrica y disfrutarla.
Siempre quise muchísimo a mi marido, él, era el amor que equilibraba mi vida, él,
le daba sentido a todas mis acciones y me iluminaba. Pues como saben los que
han amado alguna vez: La ausencia de amor es como el oxigeno. No se puede
ver, pero tal como en el fuego, es la fuerza que lo alimenta y mantiene. La verdad
es que el amor puede ser como un mar tranquilo, si los que se aman lo hacen
cual un solo pensamiento, y se logra esto, al hacer que dos corazones latan en
un compás tal, que parecieran solo uno. Aunque me consta, que el amor es
dulce, por ello, siempre he dado. El verdadero modo de amar es tener conciencia
que algunas veces nos toca perder; pues no somos dueño de nadie, mientras, si
se quiere vivir, una vida feliz, se debe amar y tratar de ser amado.
Ahora he vuelto a mi realidad, estoy en mi casa en Miami tratando de seguir
escribiendo en base a los recuerdos, y, no sé qué me pasa. Los mismos surgen
con una fuerza cósmica, me hallo sola, todo el día ha estado lloviendo sin cesar.
Truenos y relámpagos ayudan a mi soledad a sentir miedo. Me asomo a la
ventana, el cielo está oscuro. Escondo los ruidos con música clásica, aumento el
volumen del aparato y cierro las cortinas, quiero de alguna manera aislarme aún
más y así poder lograr seguir escribiendo.
La misma tristeza me remonta al año de 1974, fue cuando mamá murió de un
ataque al corazón, ella tenía 72 años. Era un fin de semana, habíamos ido a la
playa al hotel Sheraton. Me llamaron por teléfono y me pidieron que volviese
rápido a Caracas. Los médicos hicieron todo lo que tuvieron a su alcance, pero
no dio más, su cuerpo cansado se entregó de una manera fácil; no alcancé verla
con vida y esto sé que me afectó enormemente. La quise mucho. Ella, fue una
mujer cariñosa, callada, inteligente, y siempre se mantuvo a mi lado, era mi
bomba de oxigeno, siempre dándome aliento. Me quedó la alegría de estar
consciente que me tuvo confianza, me hacía ver a todo dar, que reconocía que
estando a mi lado nunca, le iba faltar nada. No recuerdo haberla escuchado
quejándose, en ningún momento de su vida. Entre los que vinieron a darme las
condolencias se encontraban los amigos chilenos, responsables de nuestro dolor.
Vinieron a ofrecerme los pésames. Ellos habían conocido a mis padres muy bien,
durante muchos años. Al pasar de los días, nos encontramos de nuevo con ellos
en un restaurante y yo les dije todo lo que había acumulado durante mucho
tiempo. En aquél momento vacié mi alma de veneno, ahora con el bienestar de
poder manipular el pasado y tomando en cuenta que no se podrá volver a
reescribir la historia pasada, pienso con serenidad y sin ánimo de venganza, que
ellos dentro de todo el mal, nos hicieron un gran bien. Pues de habernos
quedado a vivir en Chile, jamás hubiésemos llegado a ser lo que somos.
Ese amigo, vino al término del luto a cobrar sus diez mil dólares, León se los
pagó, pero esta vez le exigió un recibo, lo forzó a que nos firmara diciendo que
nada le debemos por ningún concepto, luego de hacerlo, yo tomé el mismo y aún
lo guardo en mi caja fuerte. Al dar por acabada la negociación, todavía tuvo la
sinvergüenzura de pedirle a León, lo ayudara a encontrar un negocio. ¡Esta vez,
no lo hizo! Pues sabíamos que luego de nuestra forzada partida de Chile, él,
había hablado mal de nosotros.
Nos mudamos por la nostalgia, que sentíamos en cada rincón, por mi madre, a
Santa Rosa de Lima, compramos el apartamento y mi padre vino vivir con
nosotros. Él, tenía su propio dormitorio, baño, y una salita de estar. Contratamos
a una buena empleada que le cocinaba, pues durante la semana me quedaba en
el centro y por allá almorzábamos.
Silvia quedó embarazada de nuevo. Para tenerlos cerca de nosotros compramos
otro apartamento para ellos, en el piso, encima del nuestro. Adrián estaba
demostrando sus habilidades, las cosas, le andaba bien, él, es un hombre que
sabe como ver más allá de las estrellas, tenía una mente enfocada en el futuro.
Hacia los negocios grandes. En su visión, fue el primero que importó a Venezuela
los televisores a colores de Samsung.
Despertamos un día del año de 1973, el comunismo de Chile había llegado a su
final, cayó Allende del poder. Fue el primer país que pudo zafarse de las botas
comunistas. Y llegó Pinochet, en el momento fue una bendición para ese país tan
bello. En el cumpleaños de ese mismo año de mi hijo, le hicimos una fiesta
sorpresa, invitamos a mi casa a todos sus amigos, que eran muchos. Llegada la
tarde, lo vi triste, sentado en un sillón estaba matando el tiempo leyendo el diario
y me hizo ver que ninguno de sus amigos lo había recordado en su día, nadie lo
llamó. En la noche, apagué la luz y subí a su apartamento diciéndole que
estábamos a oscuras, le pedí bajara a ver lo que pasaba, porque “Papi no podía
encontrar la falla”. Buscó una linterna, bajó en el ascensor interno, y entonces
prendí la luz y todos gritaron: “¡Feliz cumpleaños!” Aquella cara de sorpresa tan
sólo la volví a ver cuando vino su hijo al mundo. Aunque reconozco, ésta,
también fue una noche inolvidable tanto para Adrián como para nosotros.
Cuando Silvia quedó embarazada de nuevo, en 1978, Adrián compró otro
apartamento en Caracas, un penthouse mucho más grande. Tenía dos pisos y
una vista fabulosa de la ciudad, y estaba muy cerca de nosotros. Lo arreglaron
muy bonito, con un jardín interior; tenía más de seiscientos metros cuadrados y
yo decía que tenía miedo. Le preguntaba, ¿qué pasará si se quedan sin
empleadas? Pero tuvieron suerte y nunca le faltaron. Betty, una de las
empleadas, ya tiene con ellos más de 20 años.
Y nació otra niña bonita. La llamaron Jacqueline. La familia se agrandaba. Eran
años de abundancia, de vivir bien. Tuvimos la suerte de ver a los nietos
creciendo a nuestro lado, felices y sanos, esa, era otra bendición de Dios. Los
viernes eran sagrados: hacíamos Shabat en la casa, todos juntos alrededor de la
mesa hablando de lo que pasó durante la semana. Muchas veces invitaba otra
pareja joven para que mis hijos se sintieran más a gusto, y tratando de que no
sintieran al viernes, como una obligación. Íbamos muy a menudo a Miami y todos
los veranos acostumbrábamos ir a Europa.
Empecé a importar vestidos de New York. Viajaba a menudo llevando y trayendo
maletas grandes y pesadas. Fue un trabajo arduo. Me pregunto y no logro
encontrar respuesta clara: ¿Por qué todo tiene que cambiar cuando a uno le va
bien? Sin motivo aparente, León empezó gritarme delante de los obreros. Para
no perder el respeto de mis empleados, le dije: “Me retiro”. En el primer piso en
que estaba la fábrica había unos locales nuevos, todavía vacíos. Los tomé. Era el
mes de Noviembre y hablando con algunos mayoristas, pedí mercancía en
consignación. Me llenaron el negocio. Arreglé una vitrina atractiva y al final del
año, todo anduvo muy bien. Vendí vestidos por mayor porque eran importados.
En Enero pagué lo que debía y el negocio quedó con bastante mercancía y al
final gané buena plata.
Adrián decía que hasta no tener un hijo varón, no iba dejar tranquila a su esposa.
Y llegó Alejandro, el bello hijo que tanto esperaron. Adrián se emborrachó de
alegría y felicidad. Mientras tanto como les dije ya la situación en Chile cambió al
llegar Pinochet al poder. La democracia se restauró de nuevo. Sin embargo, la
gente seguía saliendo de Chile, pero ahora, era otra, eran aquellos que se
escapaban de Pinochet. Eran los comunistas. Ya uno no sabía con quién se
hablaba, y eso nos obligó luego a que preguntáramos: “¿Cuándo llegaron?
¿Antes o después?” El gobierno chileno obligó a los tomistas a salir de todas
aquellas empresas intervenidas, y en nuestro caso, nos devolvieron la fábrica, la
misma lo único que tenía ahora, eran pasivos y no con activos como la dejamos,
ahora se debía sanear. León comenzó a mandar dinero, pero llegado un
momento dijo: “Basta, no voy a matarme trabajando en Venezuela para seguir
mandando dinero allá”. En verdad, nos habíamos enamorado tanto de este país,
que no sentimos deseos de regresar. León en una de sus rabietas, me dijo, que
ya había dado la fábrica por perdida durante muchos años, y si existía la
posibilidad de recuperar algo de ella, bien, de lo contrario que siguiera en su
mismo lugar.
Los derechos sobre la fábrica se los regaló a Adrián, le dijo que hiciera con ella lo
que quisiera, así que la vendió a un primo que junto a dos amigos quisieron
hacerse cargo. Una parte la dejó a nombre de su propia cuñada. Estipularon
pagos cómodos de dos mil dólares mensuales por un determinado tiempo. Ellos,
pagaron durante los primeros meses, y después se cansaron. Decían que no
podían pagar. Adrián les exigió que pagaran lo que pudiesen y que se lo diesen a
su suegra. Y así, la familia por tercera vez y de manera definitiva, decidió
olvidarse de la fábrica.
Los sweaters empezaron a caer de moda y pasaron muchas otras cosas. León
cerró la fábrica. Tenía mucha confianza en todos los empleados y el cortador
logró falsificar la firma de León y hacia cheques. Durante la hora del almuerzo,
los obreros que tenían el tiempo cronometrado, vendían hilado y se guardaban el
dinero. Me doy cuenta, que fui su eje, que de alguna manera él fue el cerebro,
pero yo, la fuerza motriz del negocio, algo que León no comprendió. Pienso, al
ver en retroceso esta película, que pudo ser orgullo, ese orgullo de hombre, que
a veces no permite ver la realidad. De cualquier manera, aún teníamos el
negocio. Se vendía muy bien todas clase de ropa interior, zapatos, ropa para
niños, en fin, era un almacén completo.
Yo seguía viajando traía vestidos importados. Durante tres años, León no hizo
nada, se quedó frente a la puerta del negocio mirando a la gente pasar. Hasta
que un día, León me dijo que pensaba comprar un edificio de 4 pisos, según él,
era una ganga. Lo adquirió, y me consta que hizo bien.
En 1985, mi papá quien tenía ya 89 años de edad, se enfermó y sufrió durante
tres meses. Los doctores dijeron que no se podía hacer nada, que la maquina se
había oxidado. Pero él siempre me decía: “Ayúdame a vivir”. Estaba enamorado
de la vida. Antes de morir, quise hacer las paces con mi hermana, la llamé y le
pedí que viniese a verlo. Cuando ella entró en la habitación, mi papá le preguntó:
“¿Hablaste con tu hermano?” Ella le contestó, “Pero está muerto”, y salió de la
pieza llorando. El segundo día, al hacer lo mismo, de nuevo, él pregunto:
“¿Hablaste con tu madre?” Mi hermana llena de susto, me decía, “¿Porqué me
pregunta a mí estas cosas?” Le aconsejé: “Mira, tu no puedes ayudar, lo mejor
que puedes hacer, como ya lo has visto, es que te vuelvas a tu casa” Me escuchó
y se fue. Papá murió un par de dais mas tarde en brazos de mi nuera. Esta hija
mía ¡Qué suerte que Dios me dio! Una mujer como pocas, un ángel venido del
cielo.
Papá murió el día de 1 de Agosto, el día del cumpleaños de León. Adrián le había
comprado a su padre de regalo un Cadillac, lo tenía en el garaje con una cinta
blanca, era un motivo de orgullo y satisfacción, pero nadie pensó en ello. Cuando
León y yo llegamos a la casa, nos dieron la otra mala noticia que opacó la fiesta y
el regalo. Diez días mas tarde, estando mi hermana en Chile, a ella le dio una
embolia fulminante y entró en coma. Mi cuñado me llamó por teléfono pidiendo
dinero, sin dudarlo un instante, lo entregué por intermedio de unos amigos, para
que tuviesen con que pagar los gastos.
Años de dolor de pérdida de seres queridos. Con mi hermana, se fueron todos
los familiares de mi infancia. Gracias a Dios, tenía a mi propia familia, mi marido,
mis hijos, y mis nietos, a cuales quiero más que a mi vida. Ellos son todo para mí.
Al tener que revivir este episodio, volví a llorar, el dolor es algo pasajero y cíclico,
y cada vez que recordamos un fallecimiento, de algún ser muy querido, lo
volvemos a sentir. No pude escribir durante días. Preferí salir a la luz, al sol, al
océano, a aquellos elementos que me tranquilizan, a la arena que me reconforta,
a otras imágenes de lugar preciosos de momentos inolvidables. Noto que ahora
tengo lagunas temo que jamás podré llenar. Echo de menos a los míos: a mi
madre con todos los recuerdos gratos. Cuando me hablaba, me acariciaba... a mi
querido hermano Hery, al que adoraba, y él, lo sabía y lo sentía... a mi padre
quien desde mi buen entender y desde mi niñez lo consideré un caballero y fue
él, quien me enseño a hablar bonito con toda la gente, a ser amable, el mismo
que siempre me empujaba a no flaquear haciéndome ver que soy capaz y por
ello, puedo alcanzar todo lo que quiero. Fueron en su conjunto y de manera
individual todos ellos, muy buena gente, que nos dieron una buena educación, y
nos enseñaron hacer lo mismo con nuestras familias
Al final, de las tristezas, León compró un apartamento en Miami Beach, no me
gustó, así que lo cambió por uno en Aventura, donde ya había comprado varios
apartamentos, uno para Adrián y otros, para los amigos de Adrián. Nuestro
apartamento era en el piso 23 y el de Adrián en el 17. Lo amoblamos, estaba
cómodo. Era una época en que se compraba barato y con facilidades, daban
crédito a muchos años, León se animó y compró otro apartamento en Turnberry,
éste, lo alquiló.
Un día por medio de un extraño supimos que teníamos viviendo en el mismo
edificio a un primo, resultó ser mi primo de Toronto, al sabernos en Miami, subió
al apartamento de Adrián. Tocó el timbre, y al abrir la puerta, Adrián vio un
hombre gordo que lo agarró y lo abrazó, diciéndole en ingles: “Yo soy el primo de
tu mamá.” Se sentía feliz de haber encontrado familia.
León siempre fue un amante de la playa y las piscinas, le gustaba nadar, para no
tener que tomar el carro e ir a una playa municipal. Vendió nuestro apartamento y
el de Turnberry y compró el apartamento que tenemos ahora, éste, está frente al
mar. Qué días aquellos, donde, después del almuerzo, íbamos a la playa,
caminando descalzos con los zapatos en la mano. La arena era tan suave que
parecía masajear los pies. Nos sentábamos en la arena, sin necesidad de hablar,
disfrutábamos embelesados observando como el mar avanzaba, cada vez mas
cerca. A veces me quedaba dormida y me invadía una sensación de paz.
Admirábamos el rompimiento de las olas, y en alguna ocasión, una vez llegada la
tarde y más tarde la noche, veíamos el cielo azul o ennegrecido, lleno de
estrellas que de lejos nos miraban y en conjunto formaban desconocidas figuras.

Capítulo XVIII
Vacaciones forzadas
El tener que perder a la vez, en menos de dos semanas a dos seres queridos, es
algo que causa mucho más dolor del que uno se pueda imaginar. El luto en sí, es
un acto muy personal, en el que el deudo tiene que andar por un período
determinado, a solas, con su dolor, son los lapsos de tiempo en el que nada ni
nadie tiene la capacidad de podérselo a uno, eliminar. Dentro de una analogía
que pueda interpretarse como yo lo entiendo, sería decir, que éste es un paso,
una etapa, que se debe superar, al igual que una fruta verde, debe ir madurando
con paciencia, con el tiempo normal requerido. No es algo que podamos
adelantar al antojo. Cuando el dolor como el de mi caso es doble, una, a veces
se pregunta, si se tratara entonces, de la natural “ley de vida”, de un especial
“castigo” o simplemente una mera casualidad. Se va llenando una de dudas,
resquemores, y, de otro nuevo dolor. ¿Acaso he sido escogida entre las malas?
Plantear todo aquello que se trajinó en mi mente durante meses, me hace
recordar tan solo cosas tristes, y no quiero por ningún concepto, tener que llegar
al final de mi relato, apoyada en un episodio de dolor. Me da la impresión, eso fue
lo que mi hijo Adrián trató de no dejarme hacer en aquellos momentos, pues
cuando mi papá y mi hermana murieron, él, me mandó con sus tres hijos a
Disney World. El más pequeño tenía seis años de edad. Como ven, mi hijo, me
ha demostrado en todo momento que me quiere muchísimo, está consciente de
mis gustos, y siempre ha sabido aligerarme la carga, cuando por uno u otro
motivo, estuve adolorida. Esta vez, no sólo me obligaba a sentirme fuerte,
demostraba su confianza en mí, al mandarme de viaje con sus tesoros. De este
modo, estaba seguro que los niños pequeños, acostumbrados a demandar, me
hicieran ver forzada a interrumpir mi dolor, por tener ocupaciones y
responsabilidades que no podrían entender los hechos y por ende, obligaran a mi
mente y cuerpo a estar pendiente de otras cosas. Aquello, les puedo asegurar,
fue la mejor terapia del mundo.
No conforme con el excelente resultado de este inteligente detalle al que siempre
consideré una acción genial de su parte, al saber de boca de sus hijos las mil y
una peripecias que me hicieron vivir, y de mi respuesta afectiva, un año más
tarde, Adrián, nos regaló, a León y a mí, dos pasajes en primera clase para viajar
por el mundo. Quería ser consecuente con el deseo de su padre de conocer
Australia y por supuesto ya estaba también incluida en el itinerario. Este viaje fue
una especie de recarga energética, como si nos hubiésemos ido a bañar en la
“fuente de la juventud”.
Hasta tomar maletas e ir en vía del aeropuerto, puedo honestamente decirles,
que viví una ilusión, me sentí joven, o quizás no sea esa la verdadera palabra
que lo describa, pero era algo que hacía años no sentía y que creí, había
olvidado. Por su lado León estaba viendo cumplirse su sueño dorado, el conocer
Australia, al igual que yo, como si se tratase de un niño, él, estaba entusiasmado.
En este punto debo resaltar en mi hijo Adrián muchas de sus cualidades, pues si
me he sostenido con fuerza, si mi vida aún respira, si debo decirles, qué hace
mantener a una mujer que ya ha cumplido su tarea en esta tierra, que las frutas
que debía de dar, ya dio, debo sin egoísmo alguno reconocer, es el amor que me
profesa y el miedo de dejarlo sin él. Es natural que Adrián me quiera mucho, soy
su madre, adoraba a su padre más que a otra cosa, lo consideraba un hombre
excepcional, siempre estuvo a su lado, jamás existió un no entre ellos, podía
decirse, que se leían la mente. En más de una oportunidad, el uno traía al otro lo
que en el mismo instante pensaba o requería. De estar alguno de ellos alejado,
ambos trataban de comunicarse al mismo momento. Y hubo entre ellos algo muy
curioso, León fue amigo de todos los amigos de su hijo, pues él, era un viejo
jovial y muy querido por todo el mundo.
En Agosto 1986 volvimos a repetir la hazaña de reencontrarnos como pareja, nos
dimos un buen gusto, pues salimos de viaje, esta vez fue por tres meses. Primera
escala Miami, seguimos rumbo a San Francisco. Entre las ciudades que no
conocíamos estaba California, me pareció fascinante, y de allá, fuimos a Hawai.
Una isla de encanto. En el aeropuerto te reciben mujeres exóticas bailando con
guirnaldas de flores. El hotel era una belleza. Tenía un restaurante, ubicado en el
último piso, de donde se podía ver toda la ciudad iluminada. ¡Que panorama! Las
estupendas playas, los paseos en la orilla del Océano Pacifico, con la redondez
de la luna reflejada en el agua, centros comerciales elegantes, toda una
vegetación diferente. ¡Aloha! Después de un par de días placenteros, partimos;
en el aeropuerto nos llamó la atención la enorme cantidad de perros y gatos que
se mandaban a Japón.
Después de muchas horas de viaje, llegamos a Tokio, donde nos esperaba un
carro para llevarnos al hotel. Me di cuenta que el chofer tenía guantes blancos, el
respaldo del carro tenía una encaje blanco, y las puertas se cerraban
automáticamente. La recepción del hotel estaba en el segundo piso. León quiso
descansar, como la primera vez que llegamos a Europa, eran apenas las siete de
la tarde en Japón, esto no me gustó. Lo hice bajar a la calle, caminamos una
cuadra, y nos quedamos con la boca abierta. Nos encontrábamos parados frente
a la calle principal de Tokio, las luces nos encandilaron, el colorido, los edificios
tan diferentes, altos y angostos, casi todos los restaurantes se encontraban en el
segundo piso, evadiendo la contaminación y a la vez, permitiendo el disfrute de la
vista desde mas altura, los centros comerciales eran muy elegantes, seguían al
estilo americano, y en los sótanos, se lucían cientos de centros culinarios.
Había de todo: pescado, carne, frutas, panaderías, licorerías, de uno y otro lado
de la avenida, almacenes, cada cual mayor. Lo extraño, luego de esta amalgama
de productos y de cosas, es que no se sentía ningún olor, el aire era limpio. Y de
allá salimos al metro. Éste también fue una novedad para nosotros, cada persona
sabía adonde iba y que color de tren tenía que tomar. Al comprar los boletos,
indican el lugar en la rampa donde había que pararse para subir al tren. Y el tren
se detenía en el lugar programado y todos los pasajeros tenían sus asientos.
Nadie iba de pie.
En las mañanas teníamos tour con intérprete, luego paseamos solos por la
ciudad: El Jardín Real, La Torre Eifel de Tokio, el Disney World, las tiendas
donde se vendían perlas, Los Saín (templos), y en las noches, los restaurantes
especiales. Conocimos Osaka, Kyoto, Hiroshima, el Volcán, y muchos otros que
ahora no vienen a mi memoria. Aquello fue precioso. Una de las ventajas que
saqué en ese viaje, fue la de que todas las mujeres tenían pelo negro, y León me
encontraba fácilmente entre la multitud.
Fuimos a Hong Kong. Como en todo los otros lugares que visitamos durante este
viaje, nos esperaba un carro con un intérprete en el aeropuerto. Llegamos al
Hotel Mandarin, éste se encontraba en el centro de la ciudad, misma que se
notaba pujante y llena de gente, caminando en las calles conocimos el
restaurante que estaba sobre el agua, toda una belleza. Llegamos hasta la
frontera con China, de donde con binóculos, se podía ver, otra ciudad al otro
lado, con una juventud montando en bicicletas, que paseaban por la orilla del
mar, en un camino especial. Subimos al monte de donde se veía toda la ciudad.
Había muchas joyerías, y éstas tenían millones de perlas. Se encontraban en la
calle, muchos restaurantes vendiendo moluscos, tantos, como para elegir.
Edificios muy modernos y hoteles americanos ¡qué gran ciudad, una belleza!
Bangkok en verdad puedo decir que sí me gustó. Era diferente y tenía grandes y
variadas cosas para ver. Aunque debo reconocer, existía la pobreza, había
también una cultura muy bella, y Los Saín (templos) estaban más decorados y
hermosos que en el mismo en Japón. Bali tenía una puesta de sol diferente, el
mar era incomparable. Los hoteles eran muy elegantes con servicios de primera
clase. Vimos los campos con cultivos de arroz. Miraba a los campesinos
agachados con los pies metidos en el agua, con el sol a sus espaldas y me
preguntaba ¿Qué no hace el ser humano para comer? Visitamos las fábricas de
seda natural. Y los lugares donde tallaban las piedras preciosas y semipreciosas.
De allá, nos fuimos a Singapur una ciudad muy limpia con hoteles modernos:
Holliday Inn y Sheraton, estos, se encontraban por doquier. Y al esperado país, le
llegó el momento, nos fuimos a Sydney, Australia, una ciudad moderna, una
ciudad de emigrantes, muy pujante en pleno desarrollo arquitectónico. Paseamos
por el interior del país, vimos avestruces, koalas, canguros, y pequeños
poblados. Volamos a Melbourne, una ciudad jardín, me pareció como si fuese
una ciudad de los Estados Unidos transferida al otro lado del mundo. Nueva
Zelanda, la suiza del oriente lejano, un país extraordinario con bellísimos
paisajes. De allá teníamos que irnos a la India, pero León estaba cansado ya. No
quería ver nada más, quería volver. No pude convencerlo que era un pecado no
conocer él ultimo país desconocido. No hubo caso. Volvimos a Israel donde se
lució, haciendo alarde con los amigos, de todo lo que había conocido y de los
lugares que había visitado. Volando hacia Europa, dijo que extrañaba a los
nietos, los hijos, la casa, su trabajo, así que volvimos. Cumplimos el tiempo
estipulado. El viaje fue inolvidable, en verdad, me gustaría hacerlo de nuevo, y en
especial, ir al Japón, eso si, en primavera, cuando los cerezos florecen.
Después de haber pasado tres meses de vacaciones a cuerpo de rey, un nuevo
sentir fluyó de León, desalojó uno de sus locales de la planta baja, compró con
Adrián en New York un lote de máquinas, y sintiéndose rejuvenecido, montó de
nuevo una fábrica de telas para franelas que se vendía por kilo. Puedo decir con
justicia, que acertó otra vez. Estimulada por él, generé ciertos cambios en mi
negocio, en un lado puse a la venta juegos electrónicos y por el otro, muchas
máquinas de traganíqueles. Ambos fueron un negocio redondo.
En el mes de Enero de ese año, entraron dos ladrones armados, me apuntaron y
exigieron les abriera la caja. Había mucha gente en el negocio. En el medio del
atraco, llegó un cliente de Maracaibo que venía con su señora, acababan de
sacar dinero del banco para pagarme una cuenta que me debían. Yo, al verlos,
no me moví, traté con gestos de alejarlos, más no pude. Por el contrario, me puse
blanca. Abrí la caja y como una reacción absurda, la cerré de nuevo. El ladrón
apuntándome ahora a la cabeza, me dijo: “Abre si no te mato”, lo mismo le decía
a la gente: “Dígale que abra”. Faltándome reflejos, en ese momento, el ladrón
miró al Maracucho con el maletín en la mano y trató de arrancárselo, le decía:
“Dámelo”. El Maracucho, apostando su pellejo en ello, le contestó: “La cosa no es
conmigo sino con ella”, pero al malandro le pareció más interesante el maletín y
siguió jalando. Ocurre que cada ser humano reacciona de una manera diferente,
en mi caso, quedé muda, petrificada. Había sido ése, mi primer encuentro con
ladrones. En cambio, la señora al ver a su marido luchar, defendiendo el maletín,
comenzó a gritar como loca. La gente en la calle empezó a tapar la puerta y, al
darse cuenta el ladrón que ya no tendría una salida fácil, dijo: “No pasó nada”, y
en una moto que lo esperaba frente a la puerta, arrancó sin el maletín. Fue en
este momento cuando me di cuenta que mi vida tenía un sentido y un valor
distinto a lo que se puede medir con algo material. Vendí todo lo que tenía en el
negocio y cerré. Quedé tan asustada que ya no quise más. Y así terminó otro
episodio de mi vida.
Pasé a retiro, mis años de comerciante habían terminado, y en la soldad de mi
hogar, me di cuenta de haber cometido muchos errores, no había sembrado
amigas, y ahora no tenía a dónde cosecharlas, me ocupé en mis años mozos de
producir, trabajar, hacer dinero, y me di cuenta tarde, que esto, es necesario,
más, no es suficiente. No quise ir a la fábrica de León. No quería meterme. Él
tomó un socio joven a cual quería mucho y le tenía mucha confianza, no me
necesitaba. El tiempo pasaba, y lo único que hacía era quejarme de no tener qué
hacer. Arrendamos la tienda que estaba dividida en dos y recibí una buena
cantidad de dinero sin hacer esfuerzo alguno.
Celebramos el Bar Mitzva de mi nieto Alejandro en 1991 aquella para nosotros,
fue una fiesta inolvidable, con más de 800 personas, la misma duró hasta la
mañana. Una fiesta que sigue en la memoria y los corazones de nuestros
amigos. En el verano del mismo año, como regalo lo llevamos de viaje por seis
semanas. Esta vez, el recorrido fue en auto, conoció casi toda Europa. Lo
pasamos maravillosamente. El encuentro de un nieto con su abuelo, los
momentos llenos de inquietudes, y el poder darse el lujo de complacer hasta el
cansancio, pienso fue para León lo más grande que le haya podido ocurrir en esa
etapa de su vida.
Al regreso a Caracas mi hijo Adrián me hizo saber que tenía problemas con dos
restaurantes de comida rápida que tenía en cierto centro comercial, suponía le
estaban robando. Me insinuó ¿Porque no les das una mirada?” Lo vi, y le
contesté: “No me gustan los restaurantes o lo que tenga que ver con comida,
pero voy a mirar desde lejos, luego te cuento lo que pasa allá.” No me quise
inmiscuir al comienzo, pero un día ya cansada de mirar desde lejos, el
desparpajo con que manejaban el negocio, me presenté y les dije: ¡Soy la
dueña! Lo primero que hice, fue seleccionar a los empleados, las cosas
empezaron andar bien. Se ganaba mas dinero y los clientes estaban mejor
atendidos. Lo malo era que los restaurantes no estaban unidos, sino en
diferentes pisos. No podía estar y controlar ambos al mismo tiempo. Los
empleados se habían convertido en verdaderos especialistas en vender y
guardar la plata en sus bolsillos, o peor aún, en dar comida gratis a la gente que
conocían. Fue horrible. Si no nos robaban en los restaurantes lo hacían en la
cocina.
Hablé con Adrián, le dije que un negocio entero es mejor que pedacitos de dos.
Eliminamos uno de ellos, hice cambios en el otro, se llamaba “Pasta House”.
Nos dieron permiso de venta de licores, pudimos vender cerveza, empecé a
poner ensaladas, enseñé al cocinero a preparar comida judía, enrollado de
repollo relleno con carne y arroz, escalopes, rosbif, y una torta chilena que se
hacia fresca todos los días. El restaurante se hizo famoso, la gente empezó
hacer cola.
Fue un trabajo muy sacrificado, estaba tan ocupada que no pensaba en ninguna
otra cosa. Y otra vez fallé. ¿Cómo iba pensar en otra cosa a mi edad. Se ganaba
plata pero ya no daba más. Fue demasiado para mí, así que cuando me
ofrecieron una suma tentadora por el negocio, lo vendí. De nuevo me vi en la
casa, ahora sentí que ya era tiempo. No tuve deseos de trabajar. La edad no
perdonaba, ya no tenía energía ni paciencia. Quería pasar más tiempo con mi
marido, con mi familia. Los niños crecían, perdimos muchos de sus grandes
momentos, ahora los veía como gente grande con amigos, y con novios.
Y sin darme cuenta, entré en otra etapa de mi vida. Me sentí libre sin
obligaciones tenía tiempo para pensar en otras cosas. León salía los Sábados en
las tardes, iba a la peluquería. Lo mismo hacia los Domingos, porque antes, yo
estaba siempre ocupada. Algo percibí de una manera extraña. Resulta que en
las tiendas que habíamos arrendado había una gerente española, ella tendría
unos 45 años. No sé en realidad cuando fue el momento preciso en que sentí
algo. Luego supe que León la cortejaba, pasaba tiempo con ella, dentro de las
tiendas, lo hacía especialmente en las tardes luego de cerrar la fábrica. Pero
aunque presentía algo, dudaba ¿Será posible a esta edad? Veía con desagrado,
que siempre tenía un motivo para salir y luego volvía tarde en la noche. De
muchas maneras me había manifestado que no le agradaba que me apareciese
por su fábrica. En el medio de los acontecimientos me enteré que esta señora,
era divorciada, tenía hijos grandes, y que ella lo visitaba en la fábrica y él, iba a
su casa. Mientras duró este suplicio, noté que él se dejó manipular por una mujer
sin escrúpulos, tal vez, fue su debilidad de carácter o quien sabe que tipo de
problema emocional. Mi nueva lucha con esta mujer fue más dura, ésta era
mucho más peligrosa, era mayor de edad, sabía lo que quería, y quería a León.
Aprendí a tener paciencia y bajar el nivel de agresividad. León estaba cada vez
más silencioso y más reservado conmigo, daba la impresión de haber tomado
decisiones en las que no me incluiría, así me parecía a mí. No creí poder con
esta. De inmediato supe vendrían tempestades tenía en mi contra algunas cosas,
además, yo estaba al tanto a su resistencia en dar explicaciones; su falta
absoluta de capacidad de entender a fondo a otras personas. Por como era, no
confiaba en sus palabras, no las emitía, pues temía al parecer, las consecuencias
que éstas podían traer, algo así, como si las palabras pudiesen obligarlo a entrar
en un terreno movedizo. Él, mantuvo la típica actitud del hombre silencioso. En
ocasiones, su mirada se hacia lejana, levemente irónica, rodeada de enigmas.

Capítulo XIX
Problemas de faldas
Una piensa que debe haber algún momento en la vida, en el que nos merecemos
un descanso, que las cosas deben ser todas más fáciles, que la piel la debemos
tener curtida con el tiempo y ciertas minucias no nos deberían molestar. Sin
embargo la realidad es otra completamente distinta a lo deseable. Nada nos
perdona, el tiempo no tiene consideraciones, cuando debe ocurrir algo, le da
igual sea hombre mujer o niño, sucede y punto. Lo lógico, lo ideal es que los
problemas se nos presentaran dependiendo de nuestra capacidad física, hasta
los treinta y quizás extendería un poco más allá, hasta los cuarenta años
tenemos una juventud que es capaz de sobreponerse a todo tipo de embestida,
al traspasar la barrera de los sesenta y muy cercana a los setenta años una
mujer debe vivir tan solo momentos de regocijo, la familia y la misma sociedad
son dos de los entes que deberían sentir la obligación y el cuido para que así
fuera. La triste realidad es que a mayor debilidad, nos encontramos de manera
automática con mayor soledad.
Todo esto, que en verdad no fue algo nuevo, trajo inconvenientes difíciles de
describir, notaba al mirar a León en si, a un hombre al que llegué a idolatrar. Y
veía por momentos, que ello generaba en mí, un gran desengaño, y lo único que
esto traía, eran más días, inmersa en silencio, soledad y tristeza. Sí, pues al fin
puedo aseverar que este último sentir, lo notaba, al ver cómo estaba, cómo se
culpaba. Cada llamada telefónica ponía en evidencia una nueva tentación. A mis
ojos llegaban imágenes de una mujer, y me castigaba con la duda ¿Otra mujer?
Todo lo soporté, hasta que entendí, debía luchar, por ese amor, que en más de
una oportunidad supimos no tenía limites. El amor es una atadura definitiva, me
decía. Aquella fue una etapa larga, una especie como de travesía con sed, por al
desierto, sin un mapa que sirviera de guía o al mínimo una esperanza de poder
algún días salir. Una situación intolerable, pues la felicidad no puede tener como
base, una mentira. Ahora sabía a ciencia cierta que lo peor estaba por venir, de
hecho, me sabía ante el umbral de los más crueles sufrimientos, y ya notaba me
hundía en una especie de amarga melancolía. La vida es así a veces y aunque
queramos no la podemos voltear. No pensé que de nuevo sería engañada por el
hombre en cual deposité todo mi amor.
La vida me ha enseñado que a veces podemos engañar a extraños, pero jamás a
nosotros mismos. Y estando consciente que conocía a León, mejor, que él
mismo, pues estaba clara de: sus inquietudes, soledades, y frustraciones. Es
verdad que era todavía un hombre físicamente sumamente atractivo y en cierto
modo algo egoísta en lo referente a sentimientos, pues daba la impresión que no
le apenaba mi propio sufrimiento. La agónica espera del milagro que no llegaba,
me hacía ver que la paciencia tan dilatada, era tanto ridícula como inútil.
Realizo mis sentires me doy cuenta que son sumamente importantes y es,
porque no hay nada más grande que una pasión honesta. Por ello he deducido
que la clave es pensar en lo que se quiere, ponerse en contacto con las
emociones, para saber lo que se estás pensando y así entender que el bien, trae
paz, dicha, optimismo. El mal trae ira, tristeza, duda, celos, emociones negativas.
Se que duermo mal, es decir, no duermo. Paso las noches pensando y paseando
por la casa cual sonámbula. Reflexionaba profundamente y llegué a la conclusión
que la mayoría de mis ideas, fueron positivas para evitar un desenlace
irreversible. Es como a una herida, si la curas, con el tiempo, tan sólo deja una
cicatriz invisible.
Actuar compulsivamente a veces impide disfrutar y hasta acertar. Pero para
superar el pesimismo y el fatalismo.
No podemos, estar en todo momento, que las cosas no van a salir bien. Todos
tenemos en nuestras manos, con nuestra verdad, el poder de lograr las metas
propuestas, pero el verdadero enemigo, el miedo al fracaso, es lo que nos
detiene. Bien vale la pena evitar la severidad en la acción y en el pensamiento
puesto que la vida puede ser más feliz y dichosa, con menos rigidez. Hay sin
lugar a dudas, que disfrutar del presente. No es lo que se tenga en la vida, sino a
quien se tenga; esto, sí cuenta. Y dentro de ese raciocinio. Pude ver con mayor
claridad que me estaba debatiendo en un mar de confusiones.
Un domingo tomé la determinación, sabía que lo encontraría en la piscina del
Hotel Tamanaco, así que me vestí, y tomé un taxi. Conmigo, no llevé alguna idea
preestablecida, no pensé en nada, sino encontrarlo. Allí estaba, tomando sol, al
lado de una mujer y a su lado había una mesa con dos tragos y algo de comida.
La situación debería haberme incomodado, pero para mi asombro, me moví y me
acerqué. Al verme, León quedó petrificado. Nunca antes, lo había buscado. ¡Lo
miré! La gente se movía alrededor de mí. Estaba aturdida y yo, deseaba terminar
con esta situación, y dije: “Papi, tu celular no funciona, tenemos cita con Nutzy e
Izu, quedamos para comer a las dos y media”. Se levantó cual si fuese un resorte
y me dijo: “Voy a vestirme.” La dejó sin mirar atrás, sin pagar, y yo me retiré.
Esto fue todo.
Al llegar al restaurante, ya acompañados, hablé, me entretuve, hice bromas,
comí, no se como pude tragar, pero no se notaba nada, o así me pareció a mí.
En el camino a la casa nos quedamos mudos de nuevo. ¿Tenía que decir algo?
Mejor no. Conociéndolo, tampoco él, lo iba decir. Nos acostamos cada uno en su
lado, en la misma cama y no pegue ojo toda la noche, él, tampoco. ¿Qué era lo
que pensaba? Al día siguiente fue a trabajar, sin despertarme, supuestamente
dormía, y no llamó en todo el día.
Esa misma noche sentados a la mesa como de costumbre, León no pudo
contenerse mas, y dijo: “La señora que estuvo conmigo en el Tamanaco llamó,
preguntó toda asustada que te había pasado, a qué se debió el escándalo que le
hiciste, y ahora quiere saber, qué piensas hacer”. Con mi conciencia clara en lo
que decía, le manifesté que no había hablado con ella, ni con nadie. Le pregunté
con cara inocente: “¿Por qué, tienes algo con ella?” Me miró como atontado, se
dio cuenta de haber metido la pata, y de nuevo calló, sin contestar a mi pregunta.
No hablar, es, algunas veces, también hablar. Cuando se conoce a alguien como
en mi caso, yo conocía a León pues él, era mi vida, fue mi primer y el último
amor. León comenzó a recuperar su antigua dulzura, se fue acercando, hasta
eliminar cualquier distancia. Y pasados unos días me dijo: “La señora con cual
me viste en una ocasión se fue a vivir con su hija a Houston. Lamento lo que
sucedió, lo digo en serio. En realidad estoy apenado. Nunca debí traicionar
nuestro amor. Lo siento. Estamos juntos en esta vida y por nada del mundo, te
quiero lastimar” Lloraba como suelen hacer los hombres cuando lloran, no sólo
con lágrimas, pude apreciar, que lo hacía con todo su cuerpo. ¿Recalcó, que no
entendió nunca mi posición? Pero yo estaba clara que de haber tomado otra
actitud, el fin, hubiese sido otro, completamente distinto. “No te preocupes por mí,
estoy bien”, le dije. “No, no lo estas”, replicó con tristeza sintiéndose culpable mas
que nunca. “Si, quédate tranquilo amor, si lo estoy”, insistí, y de pronto escondí
mis lagrimas. ¡No sabia que hacer ni que decirle!
Empezamos a salir de nuevo juntos a todas partes. En 1994, cumplimos 50 años
de casados y no pensábamos hacer ninguna fiesta. Los hijos y nietos nos
sorprendieron, invitando a la casa de ellos a muchos amigos nuestros, de ellos, y
de los nietos. Se conformó una mezcla de tres generaciones. Trajeron música
rumana y nos regalaron una placa de oro que hoy está colgada en una pared,
hoy para mí, predilecta, con palabras muy ciertas: “Para los padres y abuelos
mas buenos, que no habrá nunca mejores”. Fue una fiesta emocionante donde
mi hijo leyó unas palabras que hicieron llorar a muchos de los amigos. Fueron
palabras y fueron perlas, dichas en momentos de alegría, que sacudieron del
todo nuestras tristezas. La juventud lloró, nos dijeron: “Ustedes nos dieron una
buena lección de la vida. Y de nuevo cundió la paz. Estrechamos nuestros lazos
y como un buen par de enamorados de la tercera edad, nos ayudábamos en
nuestras lagunas mentales; siempre nos apoyábamos mutualmente
He abandonado un poco a mi hijo en el relato, y considero en este momento, lo
debo traer a colación, puesto que parte de los acontecimientos que dieron
comienzo desde este punto, volvieron a ejercer cambios bruscos en mi vida.
Adrián se destacó en varios de los negocios que emprendió, y de todos es sabido
que el éxito viene acompañado de la envidia, ponerme a enumerar cada uno de
sus logros, no es el verdadero motivo de esta confesión, pero reconozco que si
debo de expresar en poca palabras, sus metas alcanzadas, debo referirme a que
estaba jugando cual uno de los exclusivos “grande ligas” todo, pienso yo, da
comienzo un fatídico día domingo, estábamos como de costumbre tranquilos en
la casa, pues ése es el día que rompe la rutina constante de un sueño regular y
se convierte un despertar irreverente. Alguien nos llamó para informarnos que un
locutor de la televisión, que por cierto ahora se escapó de Venezuela por
corrupto, estaba lanzando “denuncias criminis” sin basamento legal alguno contra
nuestro hijo Adrián. Con el nerviosismo de perdernos la información salimos
corriendo a escuchar la calumnia que se estaba levantando. Estábamos
conscientes que eso no podía ser verdad, de hecho sabíamos que no lo era.
Pero cómo se detiene una mecha de pólvora televisiva, cuando una vez
prendida, ha reventado en escándalo en millones de hogares. Cómo recoger el
agua sucia lanzada al río de la venganza y el resentimiento.
No puedo decir que estoy en contra de los medios de comunicación, pero sí, que
no son justos, entiendo que deben vender sus espacios, y aquellos que logran
generar escándalos, me consta, son más llamativos; lo que propongo, o viéndolo
desde el lado más humano, lo que ellos deberían estar obligados a hacer, una
vez cometida esa arbitrariedad, sabiendo que la razón y la verdad hay que
buscarla por todos lados, es dar al perjudicado la oportunidad a su defensa.
Estoy segura, que al hacerlo, los medios podrían cumplir a la vez, con dos de sus
roles para los cuales, considero, ha sido el motivo del desarrollo de la carrera de
periodismo: informar y aclarar. Inclusive, si el agraviado no estuviese en el país
pues cualquiera que tenga la mala suerte, de salir en un noticiero televisivo,
siendo imputado de cualquier cosa, automáticamente, al suceder, ya a éste, se le
ha convertido desde ese instante, en el chivo expiatorio de cualquier gobierno, de
esos, que consideramos mediocre, para no tocar en profundidad la política ni a
los políticos. Y a la vez, pasa a la crítica como si se tratara de una lacra de la
sociedad. Sin tomar en cuenta que se vulnera su seguridad personal. Es obligado
a proteger sus bienes, y no puede siempre hacerlo de una manera idónea. Como
tampoco se puede medir el daño que el escándalo pueda ocasionar a los
familiares de éste.
Tengo que agradecer a Dios por la extensión de tiempo que me ha dado de vida,
pues gracias a Él, he podido ver que mi hijo demostró la inocencia en los casos
que se le imputaron. Que la paz en su conciencia no le permitió sufrimiento con
sus hijos, que su hogar estuvo y está construido con bases sólidas, refrendadas
por el orgullo de ser un hombre honesto y justo como su padre y su abuelo. Pero
lamentablemente, debo acá reconocer que el susodicho e inventado problema
por aquél periodista que hoy ya todos sabemos se dio a la fuga del país por sus
propios actos de corrupción, si tuvo en nosotros un costo, que por lo demás
considero injusto. Menciono la palabra costo, pues en lo material, obligó a Adrián
a dedicarse por años a sufragar los gastos que requería su defensa, teniendo
inclusive que dejar abandonadas sus empresas activas y los proyectos que
estaban encaminados. De estas pérdidas, sé con toda conciencia, que él, por la
capacidad que le conozco, saldrá, no sólo adelante, superará con creces las
metas del pasado. Pero en lo que no hay ni habrá marcha atrás, es en el dolor
que se llevó su padre a la tumba. Todo este problema lo llenó de dolor y opacó
en poco tiempo el brillo que durante años se había encargado de sacar a su
honorabilidad, su buen nombre y al respeto que se había ganado ante las
distintas comunidades con las que alguna vez tuvo trato. Fue tristemente debo
decir, durante el año de el año 1995, comenzó la etapa más dolorosa de mi vida.
León empezó a sentirse mal. Los exámenes médicos que le hacían, siempre
salían bien; por los resultados, sabíamos que no había nada de cuidado, no tenía
el colesterol alto, ni diabetes, el corazón andaba como un reloj. Al sabernos
tranquilos, fuimos de viaje a Israel para encontrarnos con Alejandro, nuestro
nieto, que estaba allá, pues se había ido de viaje con un grupo de compañeros
del colegio. El niño estuvo feliz de vernos y el abuelo también.
Sin embargo, León no se sentía bien, estaba de mal humor, no quería salir.
Inventé un viaje y fuimos a Turquía, un país que no conocíamos. Durante un par
de días, casi no hablamos, era un mutis extraño. Apreciamos las novedades de
Ankara, una bella y diferente ciudad, a la que vi similitud con algunas ciudades
rumanas. Pero una vez en Europa, paseando, lo comencé a ver algo
desmejorado. Propuse volver a Caracas, asintió. Cambiamos el itinerario en
nuestros pasajes, y fuimos en auto hasta Munich, ciudad en la que realizaríamos
las conexiones. Esa vez encontramos una señora que hablaba rumano y nos
preguntó si veníamos de Israel, le dije que no, pero inmediatamente agregué que
habíamos estado hace apenas unos días. Comenzamos a charlar, me preguntó
de dónde era, al decirle mi lugar de nacimiento y nombre, noté que se ponía
pálida, le di un poco de agua y cuando pudo hablar, me dijo quién era ella, se
trataba de Sonia, una amiga de la infancia a la que no veía desde hace algo más
de cincuenta y cinco años. Nos invitó a su casa, León se hizo muy amigo de su
esposo y nos quedamos tres días más en Europa, con ellos pudimos conocer la
ciudad con más detenimiento. Nos despedimos y dejamos que sea otra vez el
destino quien nos vuelva a reunir. Durante las cortas vacaciones que pasamos
con mi reencontrada amiga, León no mostró señal de mal humor o aburrimiento.
Al llegar a Caracas, las cosas no siguieron bien. Comenzamos de nuevo con el
martirio de los exámenes. Lo extraño era que ni él, sabía, qué le dolía, no le
encontraban nada. Comencé a preocuparme. No recordaba a León alguna vez
enfermo, nunca tuvo que ser operado. Notaba que por día enflaquecía, no
fumaba, no tomaba. ¿Qué tendría? Cambiamos de medico. Le hicieron un nuevo
examen y salió mal. El medico no podía creer los resultados y pidió que se le
repitiera, él mismo quiso fuese en su presencia. Salió igual. El médico nos dio la
mala nueva, estábamos reunidos mi hijo, mi nuera y yo, cuando al escuchar el
resultado, al unísono se nos saltaron las lágrimas. “Cáncer de páncreas”,
además, sin tomar respiro, siguió diciendo, y es inoperable. Mi hijo, trató dentro
de su dolor, de tranquilizarme, me vio al borde de mi resistencia y temió por mi
propia salud. León aún, no lo sabía, actuamos con él, como si todo estuviese
normal. Mi cuerpo traicionaba a mi mente y sentí un desfallecer a mi coraje, una
especie de temblor, que sólo genera el miedo extremo, se estaba apoderando de
mi cuerpo. Al llegar a casa, obedecí un súbito impulso y me tomé algo más que
un par de copas. Una serenidad forzada acabó momentáneamente, con todas
mis preocupaciones. Y en lo que me quedó de cordura, decidí en ese momento,
no pensar en la muerte, a la que desde el aviso del médico, veía rondar en
nuestra casa. Entre mis miles de pensamientos rebuscaba detalles
extraordinarios que pudiese iluminarme, sabía pronto el final y sabiendo el horror
que se avecinaba, no sabía a qué asirme. Mi yo interno, me trataba de engañar, y
sé, que me decía: ¡Calma, él se va a mejorar! Regresé al presente, la olvidada
película de mi pasado, traté de recordar los momentos de temor que había
superado, los peligros, el hambre, la angustia, todos y cada uno de ellos, quería
aminorar mi sufrir, al ver aquellas otras experiencias que para mí fueron
traumáticas, y no pude encontrar alguna que generara con la misma intensidad,
lo que estaba sintiendo ahora ¡Estaba, realmente asustada!
León no nos decía de su dolor, de su angustia, y pienso que para mitigarnos las
preocupaciones volvió a ir a su fábrica. Los doctores nos hablaron de una clínica
de San Diego. Mientras, yo lo observaba con profunda tristeza. La experiencia de
mi hermano enfermo, la volví a vivir, por segunda vez con alguno de mis seres
más queridos, debía enfrentar al cáncer, y me sabía perdida. La experiencia
traumática que tuve con los dolores que aquejaron a mi hermano, lo único que
hacía generar en mi mente eran mis peticiones a Dios, para que lo protegiera.
Aprendí a reconocer a Dios, y como, muestra de una nueva y necesaria fe,
rezaba en silencio. Mientras, Adrián se puso en contacto con la clínica de San
Diego, y en Agosto, nos fuimos todos, incluso los nietos nos acompañaron. Se
inició una fatigosa rutina entre tratamientos y visitas médicas. Nos dimos cuenta
que lo demás carecía de valor, pues dejamos todo atrás, y a ninguno de nosotros
nos preocupaba en lo más mínimo lo que a nuestras cosas, le ocurriese. En la
clínica supimos de gente que duró años con el problema, gracias a la nutrición y
las inyecciones que allá, daban. Pero no fue el caso de León, él, no quería
comer, o quizás, no podía. Empezó a perder peso y los dolores eran atroces. Las
noches eran, todas enormes pesadillas. A su lado, tomándole su mano,
escuchaba su respiración, la misma que se hacia cada vez mas lenta y profunda,
esto, cuando tenía momentos de menos dolor. Hicimos lo que estuvo a nuestro
alcance, y creo que más allá también, a final vimos que León no respondía. Se
había sumido en una gran depresión por lo demás, horrible.
Al ver que el tratamiento no surtía efecto alguno, y por recomendaciones de los
médicos, volvimos a Caracas, él, ya no manejaba. Le pusimos un chofer para que
pueda ir a entretenerse en la fábrica, pero era difícil. Las cosas se ponían cada
día peor. Su enfrentamiento con la muerte le mostró desde un comienzo que lo
había tomado de sorpresa, pues no estaba preparado para ella, lo demostraba su
rostro, demacrado, al llegar a la casa, el mismo, surcado de lágrimas, se
enternecía y aspiraba de mí, esas palabras que salían de lo más profundo de mi
corazón: “Te quiero mucho”, al decírselas en voz baja, y acariciándolo. León me
miró y durante varios momentos vi llorar con gran desconsuelo al hombre que
quería con toda el alma y que amaba y respetaba tanto. No puedo olvidar que
entonces, se incorporo, se secó las lagrimas, y con todo el sentir más honesto de
su vida, me dijo: “¡Perdón!” ¿Perdón por que? “Por todo”, contestó.
Volvimos a Miami. Otros médicos, muchas sesiones de quimioterapia, hasta que
durante une sesión se le hinchó el vientre con agua y tuvieron que sacárselo.
León me dijo, no sigas, ya es en vano, no quiero, ni puedo continuar. Contemplé
con impotencia su desesperación. Me tocó, enfrentar su mutismo, su renuncia,
hasta que el cansancio infinito y terrenal se apoderó de él. Los remedios cada día
eran mas fuertes, y estos lo sumergían en un sueño agitado, durante el cual no
paraba de hablar aunque no se entendía nada, sus palabras eran indescifrables,
las mismas se sucedían sin interrupción, con ligeras variaciones de tono;
mientras, sus manos se movían cual mariposas en el aire. Me da la impresión
que al final estaba en su inconsciente haciendo lo que sabía hacer: estaba como
parado ante sus máquinas de tejer, haciendo en el hilo, nudos especiales para
dejarnos un mensaje de amor, de esperanza, de fe. Que aunque el cuerpo se
deba ir, el alma nos acompaña. Que por siempre estaría con nosotros. Y como lo
habrán podido notar, León, nos acompaña desde siempre y para siempre.

Epílogo
Durante mis años de escritor, he tenido la oportunidad de entrevistar a mucha
gente importante, entre ellos, tuve la suerte de hacerlo con más de cien
personas, todas y cada una de ellas Sobrevivientes del Holocausto. De esas
entrevistas, están plasmados sus relatos en mi libro titulado Sobrevivientes que
tomó nueve años y que al final, publiqué en el mes de junio de 1996. Cada una
de esas vidas nos dejó tanto a mí como a mi familia, una enseñanza, un calor
especial que mantengo y que vivirá conmigo hasta mi partida. Todos ellos han
pasado a ser mis héroes, pues no es sólo su carisma, sus logros, fuerza de
voluntad o algo simple que se pudiese de alguna manera describir con palabras,
estas personas, son gente única, poseedores de una capacidad para hacer frente
a miles de problemas y a la vez salir airosos de ello. Puedo decir con la fuerza
que ejerce la convicción que la historia de la mamá de mi amigo Adrián
Kupferschmiedt, me entusiasmo y cautivó, como jamás imaginé. Y debo incluir
unas palabras de mi hija Debbie, pues ellas realzan la nobleza de sentimientos
que ha hecho brotar esta biografía, de un ser tan especial.
Querido papá: acabo de leer tu borrador, sobre el libro de la abuelita de Jacky y se me arrugó el corazón.
Leyendo la historia te puedo decir que cambió mucho mi forma de ver el mundo. No sólo el libro está
escrito impecablemente, pero además cada vivencia contada llega directo al alma, y remueve hasta la
ultima célula del cuerpo. Con este libro aprendí que al final del camino siempre hay una luz, aprendí que D-
os nunca nos abandona, y aprendí que el ser humano es mucho más fuerte de lo que jamás pude imaginar.
Si en vez del libro hubiese visto una película de Hollywood seguramente hubiese dicho: ¡Ahh que
exagerado!!! Se les fue la mano!!!. Sabes no se si me entiendes, es increíble pensar que alguien puede
pasar por todo eso, y luchar con tanto amor a la vida. Definitivamente son personas de otro mundo,
porque realmente, yo, no me considero capaz ni de soportar la cuarta parte de las cosas.
Te repito, que me encantó.
Te felicito por tu empeño, dedicación y sobre todo por el resultado.
Te amo con toda mi alma.

Hasta el día de hoy, no conozco en persona a la señora Jeanett Leibovici de


Kupferschmiedt, quien es nuestra protagonista principal de esta obra. Pero
aunque no he tenido la oportunidad de ser presentado, siento que he vivido con
ella y los suyos, cada segundo de vida, cada momento de paz y de dolor, y
sabiendo que lo volveré a decir, le manifiesto mi respeto y todo mi amor. A la vez
que debo confesarle que aún estando consciente de que en la vida las cosas
tienen un comienzo y deben tener un final, indiscutiblemente debo reconocer,
primero que nada, lo que considero es mi sincera apreciación de la historia, y es
que el haber terminado el libro, me dejó un vacío, que considero difícil de llenar,
pues siento que debimos seguir escribiendo, que la novela de la historia de la
señora Jeanett no debe acabar, acá, ni ahora.
Hoy estamos celebrando los ochenta años de la señora Jeanett, su familia, y
amigos estamos presentes, para cumplir con dos de nuestras obligaciones
morales, que sé, nos llenarán de alegría y placer. La primera es hacerle ver que
todo lo vivido y por ende lo sufrido, no fue en vano. Sus logros están a la vista.
Su hijo, nietos y amigos, reconocemos su ardua labor. Luego, que hemos venido
a hacerle entrega de un parte muy importante de nuestros corazones, pues
sabemos lo ha ganado con toda justicia.
Quisiera en estos momentos compartir la carta que me escribió Adrián sobre sus
padres, que verdaderamente fue la causa de mi intromisión en sus vidas, pues
así lo sentí desde el primer momento, admito y puedo decir que tampoco llegué a
conocer al señor León, pero no por eso, voy a dejarlo de amar. Debo mostrarme
de acuerdo con mi sentimentalismo, lo cual acepto. Con ello admito mi pasión por
la gente grande, la gente bonita. Hablo hoy, y me refiero a sus logros, sus
sacrificios que por años, sin dudas, estuvieron presentes en la historia de la mujer
y el hombre que la forjaron, no puedo alejar a este otro soldado que supo
mantenerse fiel y apegado al respeto y al amor de un hijo hacia su padre,
ausente en cuerpo, pero presente, en alma y ejemplos, y no menos significativo
el de un fervoroso hijo que no sabe cómo poder decirle y demostrarle a su madre,
el orgullo que por ella siente y el amor que le profesa.

Querido amigo Samuel:


Quiero compartir contigo una de las cosas más preciadas que tengo, se trata de la historia de mis padres,
ellos vivieron situaciones que pueden ser motivo de ejemplo para muchos, pues conociendo lo que les
ocurrió y cómo lograron salir delante, quisiera, la misma, sirva de inspiración y les permita logren darse
cuenta que sin importar el tipo de crisis que puedan estar viviendo, no son comparables a las de ellos y
por lo tanto la solución, visto bajo esta óptica, se le debe hacer más fácil. Te mando la historia, pues
quisiera ahora que mi madre está cerca de cumplir sus ochenta años, la familia le pueda dar como regalo
un libro que al mundo le cuente su historia. Lo hago, pues sé de tu sensibilidad con todo lo referente al
tema del Holocausto.
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…Como en otro momento te dije, mi padre murió en Miami, y en su lapida está inscrito:
"TU SONRISA SIEMPRE ESTARA EN NUESTROS CORAZONES"

La sonrisa de mi viejo era muy especial, era su forma de comunicarse, y es lo que mas nos recuerda de él.
MI papa murió en Miami en mis brazos y lo ultimo que me dijo , fue "¡No estuvo mal, hijo! (Se refería con
esas palabras a lo que le tocó vivir: de nacer en un pueblito en el campo de Rumania, donde limpiaba la
bosta de los caballos, recorrer todo el mundo y terminar en una tumba e Water Front, en Ford Lauderdale
lo hizo, escoltado por el Rolls Blanco Cornishe, convertible que le regalé para el día del padre)
“Recuerdas, el primer lugar al que fui con el Rolls Roys, si, fue a comer un sandwich de pastrami al Rascal
House y esos viejos no lo podían creer… ¡No estuvo nada mal. No estuvo nada mal! (…y se fue )

Resulta que hace un año, yo también perdí a mi padre, que Dios lo tenga en la
gloria, mi sensibilidad, reconozco, ante un tema como éste, aleja de mi mente
cualquier posibilidad de escogencia. Al saber de esta historia, en esos
momentos, estaba completamente abocado a mi libro Las Minas del Rey
Salomón en América. Debo decir además, que me encontraba escribiendo la
parte más importante del mismo, ya que estaba en el medio de ella. Pero al
descubrir que existen seres humanos de la categoría de los Kupferschmiedt: el
amor que se profesan y el motivo tan importante que movió a Adrián a hacerme
esta solicitud, para darle a su madre como regalo, un libro de su historia. Quisiera
en nombre de todos, primero desearle a la señora Jeanett un feliz día, luego,
pedirle, nos bendiga a todos, pues un ser humano tal, debe tener lazos
especiales en el cielo, y le doy gracias a Adrián por haber confiado en mí, este
tesoro y agradezco a Dios, al haberme acercado y permitido meterme de lleno en
esta historia.
Samuel

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