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Evidencias neuro – biológica y

neuro - psicológicas de patologías


en el lóbulo frontal en ciertas
conductas anti sociales.
Una revisión crítica de la bibliografía existente.

Oscar Meza Alvear

Septiembre, 2010.

INDICE.

Introducción. 3
1° Parte. EL SUSTRATO NEUROLÓGICO DE LA VIOLENCIA Y SU RELEVANCIA
EN LA CIENCIA FORENSE.......... 4

1.1.- Que es una conducta violenta y que es un perfil violento. 5

1.2.- Historia y metodología de la valoración de la violencia. 7

1.3.- Estadististicas de perfiles psicopáticos. El caso de Chile........ 9

2° Parte. ANALISIS DEL SINDROME DEL LÓBULO COMO FENÓMENO TRANS –


CULTURAL PARA COMPRENDER LA CONDUCTA VIOLENTA ... 11

2.1.- El estudio de la personalidad en la disciplina neuro científica 11

2.2.- El estudio del lóbulo frontal.. 16

2.3.- Neuro anatomía de los lóbulos frontales y sus conexiones bio químicas en
el comportamiento 18

2.4.- Áreas del los Lóbulos Frontales. 21

2.5.- Lóbulos frontales y las funciones ejecutivas.. 24

3° Parte. SINDROME DEL LOBULO FRONTAL Y SU VINCULACION CON LA


PSICOPATÍA 25

3.1.- Descripción de las alteraciones cognitivo – conductuales asociadas a la


disfunción ejecutiva por lesiones en el lóbulo Frontal.. 25

3.2.- Lóbulos frontales y su relación con la psicopatía. 36

4° Parte. LAS ADICCIONES Y EL SINDROME PRE FRONTAL 38

4.1.- Prevalencia de las adicciones 38

4.2.- Neurobiología de las adicciones. 39

4.3.- Neuropsicología de las adicciones 43

CONCLUSIONES.. 47

INTRODUCCIÓN.-

Después de haber trabajado más de 5 años en el Contexto penal, sin


lugar a dudas he podido reflexionar acerca de las variadas características tanto
sociales como psicológicas y psiquiatricas de los diferentes perfiles que se encuentran
recluidos en las Cárceles Chilenas. Mas aún después de haber cursado por casi 2
años el Master en salud Mental me he convencido de que en muchos de ellos, aunque
sus comportamientos puedan responder a un cúmulo de factores y/o situaciones
donde la desigualdad social esta especialmente sedimentadas. También existe un
porcentaje importante de reclusos cuya internación en los sistemas totales se debe
mas que nada a su alto perfil anti – social.
Según la literatura especializada las patología de índole anti – social derivan en
que las personas que la padecen pierden la noción de la importancia de las normas
sociales como son las leyes y los derechos individuales. Entre las características más
comunes de estos tipos de trastorno se encuentran la ausencia de empatía hacia el
otro, de remordimiento hacia sus conductas, una visión de la autoestima distorsionada,
una constante búsqueda de nuevas sensaciones (que pueden llegar a extremos
insólitos), la deshumanización de la víctima o la falta de preocupación a las
consecuencias (Hare,2003)
Alexander Luria en su profuso trabajo a nivel de las funciones psicológicas
superiores, desarrollo una serie de estudios acerca de la gravitancia del lóbulo frontal;
y de cómo ella tendría como función la de coordinar (entre otras) la conducta humana
(Luria, 1984); y por ende el de ordenar las habilidades sociales de los sujetos. Ya
desde ese período hasta hoy en día se ha venido estudiando los correlatos existentes
entre las alteraciones del sistema nervioso y su concomitante conductual (Test de luria
Nebraska, Test de Bender, Test de Barcelona, entre otros).
En otros estudios, como el de Antonio Damasio, se sugiere que daños al lóbulo
frontal a nivel de la corteza cerebral puede evitar que la persona pueda formarse
evaluaciones de valor positivo o negativo, al crear imágenes y representaciones sobre
los resultados, repercusiones y consecuencias futuras de acciones al presente
creando las bases de ciertas conductas sociopáticas (Damasio, 2006). Estudios como
los de Antoine Bechara, también confirman la correlación entre las lesiones de la
corteza en el lóbulo frontal y ciertas conductas peligrosas tales como "hacer daño solo
por divertirse (Bechara A., Damasio H., y colaboradores, 2005).
Pues bien, la monografía que se desea desarrollar en el eje neuro – ciencias y
salud mental se suscribe a la idea de que al ser el ser humano una unidad bio – psico
social dinámica e interdependiente sujeta a evoluciones fisiológicas, hace que algunas
alteración en la función cerebral (producto de accidentes, consumo de drogas psico –
activas, etc.) puedan significar consecuencias importantes en el comportamiento futuro
que vayan en detrimento en sus relaciones sociales. Este es el caso del daño causado
en el lóbulo frontal. Por el cual su análisis y estudio debe ser un soporte óptimo a la
hora de analizar ciertos tipos de perfil antisocial (aquellos acusados de actos de alta
connotación violenta), y de sus estados afectivos.
Si solo tomamos como ejemplo la tipificación jurídica de sanciones por delitos
violentos, homicidios calificados debido al abuso de sustancias, etc. Sin lugar a dudas
las estadísticas criminológicas revelan una cada vez más alta incidencia en esta
particularidad de actos delictuales. Solo durante el 2008 en Chile hubo una tasa de
2.555 delitos cada 100 mil habitantes (Fuente: Ministerio de Interior). Y no todos
necesariamente se circunscriben solo a factores ambientales. Este hecho tan singular
de un tipo de delincuencia más dura en el mundo moderno, hace que en este sentido
la neuro psicología y la neuro biología como ciencia pueda generar marcos
explicativos a fenómenos psicosociales de alta relevancia a nivel de las sociedades
modernas. Y la vez posibilitar una mayor batería de medios para la salud mental penal
moderna.
1° Parte. EL SUSTRATO NEUROLÓGICO DE LA VIOLENCIA Y SU RELEVANCIA
EN LA CIENCIA FORENSE.

La agresión es un grave problema de salud mental dentro de la vida moderna, este


hecho hace que las autoridades y funcionarios del sistema jurídico (en algunas
latitudes) deban seriamente profesionalizar cada vez más las herramientas que
puedan ayudar en su investigación y sistematización. Frente a la escalada de violencia
que observamos en los medios de comunicación de masas y la subsecuente
inseguridad objetiva como subjetiva que sienten y expresan los individuos de verse
afectado por hechos de esta connotación, surgen las preguntas; ¿Esta agresividad es
innata o prendida? ¿Puede ser ella definitivamente extirpada de nuestras sociedades?
Albert Bandura expresaba que la agresión “era una conducta dirigida a causar daño
personal o destrucción de la propiedad1 . Mientras que el Enrique Echeburúa, por su
parte, puntualizó que la agresividad representa más la capacidad de respuesta del
organismo para defenderse de los peligros potenciales del exterior2. Es decir, es una
respuesta adaptativa. Agregando que la violencia tendría “un carácter destructivo
sobre las personas y objetos y supone una profunda disfunción social”3. Indicando con
ello que todas las personas son agresivas, pero no tienen por qué ser necesariamente
violentas.
La neurología actual gracias a las últimas investigaciones, ha determinado que el
origen de la violencia puede ser detectada en los recónditos espacios de las funciones
cerebrales superiores, en donde - se cree - se juega la dicotómica relación razón –
emoción. En este sentido, algunos investigadores modernos explican que a nivel de la
salud mental es imposible hablar de razón sin emoción (Damasio, 2006). Y por ello el
estudio de las funciones cerebrales superiores y sus trastornos adquiere en los últimos
años cada vez más relevancia debido al aumento en las enfermedades producidas por
el cambio de estructura de la población y por la modificación del perfil epidemiológico
de la misma.
En efecto, el aumento en las expectativas de vida de la población mundial expone a
los individuos a una serie de enfermedades degenerativas y vasculares; donde los
accidentes y la violencia pasan a ser una de las principales causas de mortalidad en el
mundo (OMS, 2001) incrementado las disfunciones neurológicas y neuro psicológicas,
sobre todo en la población joven. Por todo aquello, es que hoy en el mundo de la
salud mental se ha tomado conciencia que de la relación entre semiología, físico
patología, neuropsicología, etc. pueden salir grandes frutos para comprender la
conducta humana.
Según la neuropsicología las funciones cerebrales superiores crecieron en paralelo
con el aumento del tamaño cerebral y terminaron confiriéndole a nuestra especie las
particularidades que hoy la caracterizan y la diferencian de las otras especies
(Akhutina.T, 2002). Las funciones superiores no se encuentran localizadas en centros
aislados del territorio cerebral, sino que se hallan integrados en grupos de regiones
que forman una red cerebral basada en interconexiones neuronales; en otras palabras,
las funciones cerebrales superiores tienen una distribución interconectada formando
una red integrada, al contrario de las funciones llamadas inferiores que tienen centros
o áreas bien definidas, tales como la motilidad, sensibilidad, área visual, etc. (Kandel,
Schwartz y Jessell, 2004)
Lo que resulta más interesante aún de todo esto, y que se eleva como el leiv motiv de
esta monografía, es que entonces al ser la corteza cerebral humana un sistema
integrado y relacionado por estructuras subcorticales, hace teóricamente plausible
hipotetizar que cuando ocurren comportamientos patológicos estos pueden ser
comprendidos como lesiones muy selectivas de áreas o zonas críticas en ella que
producen manifestaciones específicos y/o casi específicas de comportamiento.

1
Bandura, A (2002); “Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad”. Madrid. Editorial Alianza. 2° Edición. pp. 134.
ISBN 9787926846526.
2
Echeburúa, E. Fernández-Montalvo, Amor, P (2002); “Vivir sin violencia. Aprender un nuevo estilo de vida”. Madrid.
Editorial pirámide. 1° Edición. Pp.86. ISBN 9788436816426.
3
Idem. pp. 88.
En este tenor el presente trabajo auscultara las investigaciones que la neurociencia ha
aportado para entender y clasificar la función de los lóbulos pre frontales como área
encargada de tomar la información de todas las demás estructuras y coordinarlas para
actuar de forma conjunta, todas sus relaciones cerebrales, y todo aquello que forma
parte del funcionamiento de las funciones superiores del cerebro. Y por lo mismo,
tratar de comprender mejor los alcances, debilidades y discusiones que hoy pueden
generar el entender el carácter multidisciplinar en que las neuro ciencias del
comportamiento pueden apoyar a la criminología.

Los múltiples estudios sobre el síndrome del lóbulo pre frontal han generado
proyectos de investigación bastante interesantes dirigidas a revisar y desplegar una
potencial relación científica existente entre este síndrome y ciertos individuos con
características anti sociales de la personalidad. Vale mencionar estudios como el del
Instituto de psiquiatría del King s College de Londres por ejemplo, al cual hallo que
ciertos perfiles psicópatas poseerían “baches” en los senderos que unen las dos zonas
del cerebro. (Goldberg, Creig). Desde una orientación moderna, las aportaciones de
dichos resultados – provenientes desde la neurociencias - se complementan con el
prisma renovador que la ciencia moderna visualiza hoy el sistema cerebral. Y que
Damasio estimaba como tan necesario para subvertir las falencias del pasado.
Ya en uno de sus últimos libros, Damasio estimaba que el error de Descartes fue
querer meternos en un racionalismo "intocable" que ponía los sentimientos por un lado
y la razón por otro. Lo que según él no es así, ya que los sentimientos lejos de
perturbar, tienen una influencia positiva en las labores de la razón. Admitiendo con
esto que en términos anatómicos y funcionales, es posible que exista un hilo conductor
que conecte razón con sentimientos y cuerpo. (Damasio, 2006). Con lo que la
violencia sería comprendida como la respuesta de una emoción agresiva que se
escapa desde el sistema límbico, y se disfraza de racionalidad por unos sentimientos
violentos trasgresores (Damasio, 2006).
Ante semejante panorama, es que estimo que es conveniente primero realizar un
paralelo -desde un prisma jurídico – de que entendemos por conductas violenta y
cuáles son sus diferencias de grado en lo que respecta al perfil violento, además de
conceptualizar como la psiquiatría forense está valorando cuantitativa y
cualitativamente los comportamientos violentos. Ello con el principal objetivo de dejar
despejada toda duda, desplazar prejuicios, y ampliar el circuito teórico. Con el fin de
aportar a la salud mental penal de tipos de perfil psicopático que pudiese ser
hipotéticamente en un futuro un objetivo de estudio e investigación en nuestro País.
Esto, por el simple hecho de que he trabajado en torno a ella por muchos años; y
porque sin duda se hace prioritario refrescar con estas disciplinas mi propio nicho de
conocimiento.

1.1.- Que es una conducta violenta y que es un perfil violento.

En el comportamiento humano se habla de conducta violenta cuando se quiere señalar


una liberación de componentes agresivos patológicos en el accionar, ya sea como
consecuencias de un trastorno de los mecanismos de control del sistema nervioso
central (Kandel, Schwartz y Jessell, 2004), la cual es estudiada por las neuro ciencias.
O como consecuencias de pautas des adaptativas de comportamiento agresivo que
son el objeto de estudio de las ciencias humanas. Entregando ellas - en definitiva - un
perfil diferenciado sobre estos comportamientos.
La evaluación diagnóstica de las personas violentas, o potencialmente violentas,
constituye una necesidad en nuestras sociedades actuales que recurrentemente se ve
puesta en práctica en los servicios de asistencia primaria y el sistema jurídico. Con
todo, no debemos olvidar que la mayoría de las personas violentas de nuestro marco
cultural no sufren necesariamente de un trastorno mental alguno y no pueden ser
catalogados como potenciales pacientes. Entonces, a la hora de hablar de perfil
violento nuestro sistema social recurre a los archivos jurídicos donde se encuentran
los casos de manifestaciones de conductas violentas susceptibles de intervención
médica. Y desde ahí ser orientados hacia instituciones del tipo psiquiátrica o del tipo
penal donde estos puedan cumplir diferentes restricciones terapéuticas de manera
diferencial. (Vale decir en todo caso que en Chile por ejemplo no existe una política de
salud mental penitenciaria como en España).
Todo ello hace incuestionable el interés de la situación de la salud mental moderna,
como también su obligatoriedad de inter relacionarse con las ciencias humanas para
mejorar los estándares conceptuales de la ciencia forense, especialmente después de
la irrupción en las sociedades actuales de una hetero agresividad social feroz que en
su versión patológica se ordenan en trastornos mentales – orgánicos, psicóticos,
caracteriales y afectivos por todas las ciudades del mundo (OMS, 2001).

La perspectiva de la violencia psicopática, y esta revisión crítica de un síndrome en


particular, debiese ir compactando una serie de nuevas investigaciones que reclamen
veracidad en la constitución del sujeto estudiado. Puesto que algunos perfiles
psicopáticos son más difíciles de determinar en sus verdaderas causales; tanto para
policías como para jueces, psiquiatras y sociólogos -. Las teorías neuro – biológicas
multi disciplinares pueden ayudar a sistematizar niveles de psicopatías más o menos
diagnosticables, de otros cuyo trastorno son ya más de tipo neurológico u orgánico
cerebral diagnosticable, clasificando así de mejor manera a pacientes - reos que
perciben su comportamiento violento como no deseado y que precisan ayuda
psiquiátrica. Como otros pacientes-reos (que también trataremos de comprender en
esta monografía), que transformaron su conducta radicalmente luego de un
traumatismo craneal o aquellos victimas de alucinaciones, intoxicados o bajo los
efectos de un síndrome de abstinencia.
Co lo anterior, la multi factorialidad de áreas que deben tomarse en consideración a la
hora de comprender ciertos perfiles criminales, y que ingresan a nuestras instituciones
penales serían la suma de variables como instintos, capacidades biológicas, herencia,
medio ambiente, sistema cerebral, normas sociales, aprendizaje, frustraciones,
maltratos, etc. Por lo que en este sentido la psicología forense y la criminología en
general en Chile deben servirse y desplegar un mayor uso de la perspectiva bio
medica para tratar niveles más complejos de enfermedades mentales en recintos
penitenciarios, considerando que algunas alteraciones psicopatológicas se
reproducen o estallan en un número relativamente importante por anormalidades
biológicas subyacentes genéticas, pero también bioquímicas o neurológicas (Silva,
2008).
Con todo lo ya dicho, estamos en condiciones entonces de considerar como
potenciales sujetos de estudio a aquellos comportamientos impulsivos que
verdaderamente pudiesen caracterizan trastornos del tipo anti social psicopático. Esto
es, aquellos que con su conducta no permiten reparar en las consecuencias negativas
de sus conductas; tanto como la ausencia de responsabilidades personales y sociales,
como en lo referente a los déficits en la solución de problemas, así como la falta de
sentimientos de culpa y de amor. Apoyandose sin duda, y como lo demuestra la
criminología, en factores de riesgo ambientales como la juventud y niveles
socioeconómicos y culturales bajos (Garrido, 2003). Pero correlacionando en lo
general, según Torrubia, con la insensibilidad afectiva, considerada por muchos como
el núcleo central del mismo trastorno (Torrubia, 2007).
Deseo aclarar ahora que es más adelante donde se desarrollara una diferenciación
conceptual entre trastorno anti social de la personalidad y de psicopatía con mayor
rigor, porque esto implica una conceptualización que en uno de los casos es mucho
más social ; así, cuando se hace hincapié en la conducta como daño social sería más
adecuado utilizar el término trastorno antisocial o sociopatía, mientras que el término
psicopatía define mejor las características psicopatológicas de la persona con
prevalencia en algún daño neurológico importante(Luengo y otros, 2002). Pues como
lo demuestra Mora; los sociópatas se diferencian de los psicópatas en algunas
características psicológicas y conductuales, que a pesar de similitudes como la
inadaptación social y lo agresividad. En esta última, la agresión y violencia parece
provenir sin motivo aparente.
En este sentido los estudio sobre el síndrome pre frontal buscan aportar a la discusión
sobre las causas de las conductas violentas y sistematizar perfiles específicos; en
especial desde la rama de la neuro psicología experimental; en lo que se refiere a el
sustrato cerebral en el que se encontrarían ubicadas las funciones psicológicas y
cuáles serían las consecuencias a nivel emocional y de la personalidad que se
desplegarían si dichas funciones se encuentran dañadas. (Luria, Goldberg).
Como vemos, en el tema de construcción de perfil a la fecha los entendidos en la
materia todavía no parecen ponerse de acuerdo al respecto de que perspectiva es la
más idónea para conjeturar líneas de intervención más eficaces (bio medicas o psico –
sociales). Mientras las conductas violentas siguen siendo uno de los problemas más
urgentes de nuestras sociedades, y todo esto a pesar de que si no aprendemos a
comprenderlas y a dominar nuestra agresividad natural, pueda ser que no estemos
aquí por mucho tiempo.

1.2.- Historia y metodología de la valoración de la violencia

En lo que respecta a la conceptualización de la violencia, hasta el día de hoy


prosiguen los debates sobre cuál de las variantes (biológica /ambiental) podría tomar
una cierta ventaja empírica a la hora de desplegar explicaciones causales directas de
su origen, desarrollo y consecuencias. En un tono más conciliador, en los últimos años
parece ser que los especialistas desean apoyar la hipótesis de una marcada
interacción entre el entorno y el cerebro, pues aun las disposiciones genéticas más
agresivas, como se ha observado en el comportamiento animal que resultan de
cruzamientos selectivos, y que originan linajes predispuestos genéticamente al ataque,
no resultan inmunes a la influencia de comunidades menos belicosa. Así, por ejemplo
Robert Cairns aprovechando la rápida multiplicación de las ratas logra una micro
evolución que confirma la dinámica de la relación entre el organismo y su entorno
(Mejía. A, Avila. L 2009). Es por tanto que dentro la comunidad científica se ha
comenzado a imponer un concepto radicalmente renovador denominado Plasticidad
Cerebral, que busca zanjar el debate entre los deterministas genéticos y los
ambientalistas partidarios de la educación y el entorno y así generar un puente entre
las influencias ambientales y las respuestas biológicas (Aguilar. F, 2005)
Por cierto que la ciencia forense no ha quedado al margen de estas discusiones; y es
más, hoy en día se encuentra en la encrucijada histórica de incorporar protocolos de
mayor rigurosidad científica a la hora de determinar el nivel de peligrosidad de los
individuos catalogados así por la justicia penal y la sociedad. Sabido es que los
sucesos complejos como la violencia, son paradójicamente contradictorias, pues en su
esencia ellos son el limbo por lo que el discurso científico se auto- justifica, se vuelve
difuso o lise llanamente se vuelva estigmatizable. En definitiva, de una base
lógicamente multi causal (Desviat. M, 2006).
Esta multi causalidad quizás sea parte de la trascendencia de que la conducta violenta
es la razón si ne cua non de que en la ciencia forense se hable de su permanente
necesidad de predecirla. La violencia y/o los actos violentos, son para ella una
analogía que en cierto modo busca describir ciertas estructuras o sucesos inciertos,
del mismo modo como otras áreas del saber describen fenómenos tan inciertos los
como cambios atmosféricos, tecnológicos o económicos. Con lo que predecirla en el
campo profesional de la psicología jurídica, significa clasificar entre comportamientos
tan disimiles como:
- saber del riesgo de que un chico cometa un delito de robo con fuerza, un asesinato o
una violación,
- conocer anticipadamente si un terrorista suicida va ha hacer explosionar una bomba
en el interior de un autobús,
- conocer la probabilidad de que un marido despechado por la ruptura matrimonial,
pueda asesinar a su ex-esposa,
- saber si una madre podría estrangular a sus hijos en venganza contra el abandono
del padre de los mismos,
- conocer, si un preso, al concederle la en libertad, puede reincidir en conductas
violentas y delictivas,
- anticipar que un enfermo mental grave o un deficiente mental, pueda comportarse
violentamente con sus familiares o desconocidos en su vida cotidiana y en la
comunidad en la que vive,
- tener conciencia de que un menor, al finalizar una pena de internamiento o un
programa de rehabilitación, va a continuar realizando actos de vandalismo callejero o
de violencia en el seno de una banda o grupo organizado,

Parece ser entonces que se hace necesario que los profesionales del área forense se
familiaricen con la extensa investigación empírica llevada a cabo para valorar los
factores de riesgo que resultan más relevantes en la predicción de la violencia (en este
sentido, mas adelante nos detallaremos en cuáles son estos instrumentos). Los
estándares psiquiátricos sugieren que tanto los psiquiatras como los psicólogos basen
sus opiniones, testimonios e informes considerando todos los antecedentes con los
que dispongan, incluyendo la relevancia de la evaluación del estado mental y factores
diagnósticos, así como variables biográficas tales como historias delictivas e
identificación de factores situacionales o contextuales, en fin, todo que podrían
aumentar o disminuir el riesgo potencial (Raine. A; San Martin. J, 2000).
A pesar de las investigaciones neuro científicas desarrolladas en las últimas décadas
en relación a la valoración de riesgo de la violencia, al parecer los profesionales de la
salud mental penal no tienen en cuenta los resultados de dichas investigaciones a la
hora de valorarlo en la práctica. En la realidad Chilena no se cuenta con una
institucionalidad en este sentido, los pocos equipos de trabajo que han sistematizado
alguna experiencia empíricamente enriquecedora, como los trabajos de las psicólogas
Carolina Abalos Riquelme, Natalie Esquivel Pérez y Carolina Gallardo Muñoz que
realizaron un trabajo de campo para la Universidad de Chile. (y que en el próximo
apartado daremos a conocer) no se incorporan a las políticas interventivas del Estado,
las que siguen compulsivamente priorizando factores más dinámicos como los
conflictos psico sociales, trastornos de personalidad ya declarados, etc. Subsidiando a
los factores más estáticos como historiales de abuso, enfermedades mentales
subyacentes o por efecto de la violencia penal actual, etc.
En fin, volviendo a lo nuestro, la guía para la valoración de la violencia nació de la
necesidad que expresaron hace algunas décadas muchos profesionales de la salud
mental, los que reconocían el sesgo al que caían algunos parámetros forenses que
ellos habían utilizado, y que por tanto habían sido denunciados por muchos
investigadores de las ciencias sociales y defensores de los pacientes quienes
argumentaban que la relación propuesta entre trastorno mental y violencia eran
producto de una falsa creencia, de lógica prejuiciosa, y que solo servía para alimentar
el estigma del enfermo mental como un sujeto violento (Desviat. M, 2006). Con lo que
según esta visión, la prevalencia de conducta violenta ejercida por los enfermos
mentales en la comunidad resulta de escasa gravedad y de frecuencia no superior a la
población general.
La ciencia forense acusando recibo de dichas críticas, estipulo que la violencia poseía
un sustrato neurológico, el que si sería relativamente frecuente en un grupo aunque
limitado de pacientes, socialmente peligroso para la comunidad social y por tanto
sistematizables en relación a la población general (Wessely. S, 1997). Percepción que
fue traducida en términos empíricos cuando a partir de los años ochenta, estudios
epidemiológicos de gran escala así como otros estudios clínico-forenses, encontraron
índices de prevalencia de conducta violenta potencial más regulares y de igual manera
elevados en pacientes psiquiátricos que se encontraban en situaciones de reclusión
social (Hare, 2003).
Esta guía se comienza a desarrollar a mediados de 1994 por Webster, Harris, Rice,
Cormier y Quinsey como un instrumento para la valoración de la peligrosidad criminal
en varones de alto riesgo (Esbec. E, 2003), el que incluye la puntuación en el PCL-R
de Hare, test de abuso de drogas, antecedentes de delitos, et, que tiene el merito de
diseñar estrategias para el manejo del riesgo de la violencia (Webster. D, Douglas. K,
Eaves. D, Heart. S, 2005). El HCR-20 y su adaptación SVR-20 para medir el riesgo de
violencia sexual ya en estos últimos años parece ser un renombrado instrumento
análogo, desarrollado después de amplias restructuraciones teóricas, y que buscaba
evaluar el riesgo de violencia física para ser aplicado en el ámbito psiquiátrico civil,
forense y por supuesto penitenciario (Webster. D, Douglas. K, Eaves. D, Heart. S,
2005). Así, el HCR-20 se constituye en amplios sectores de EEUU y Europa como
una guía basada en juicios probabilísticos sobre el riesgo de ocurrencia de violencia
futura, que permite realizar una evaluación personalizada orientada al manejo
preventivo mediante la consideración de 20 factores de riesgo seleccionados por su
asociación con la violencia en la bibliografía científica y profesional, y también
mediante la consulta a profesionales de la salud mental forense. La que a juicio de sus
creadores podría - según la puntuación resultante - pronosticar una probabilidad de
reincidencia 13 veces mayor que en aquellos individuos que puntuasen por debajo de
la media resultante (Webster. D, Douglas. K, Eaves. D, Heart. S, 2005).

1.3.- Estadististicas de perfiles psicopáticos. El caso de Chile.

De todo lo ya dicho hasta ahora quisiera volver a tomar en paralelo la situación que
está ocurriendo en mi país. El sistema jurídico - penal por lo que demuestran los
números delega la valoración científica forense en casos muy reducidos, Por ejemplo
las estadísticas oficiales de la Corporación Administrativa del Poder Judicial donde se
estima como variable los datos específicos sobre peritajes psiquiátricos realizados en
un año. Esto es, de individuos condenados por homicidios calificados terminadas en
sentencia condenatoria, mas menos “entre un 2 a 3 por ciento pudiesen a resolución
de os profesionales deberse a psicopatologías mayores” (Min. De Justicia, 2009). Lo
que no se menciona es que el total de peritajes solicitados debe pasar por un filtro tan
complicado que sus resultados siempre estarán manchados con el sesgo de la
burocratización del proceso mismo.
Como resultado de esta subvaloración interventiva se desprende una dificultan lógica
como para encontrar perfiles antisociales con características más complejas. Esto
indefectiblemente nos hace pensar por que como medio para mejorar la gestión de los
recursos profesionales no se cuenta de una contraparte (salud mental penal) que
aporte experimentalmente a dilucidar y correlacionar perfiles de personalidad
diferenciados de una norma general, pero también diferenciados por sus prácticas a o
anti sociales.
De las estadísticas oficiales, sabemos que por ejemplo del total de casos que en Chile
se denominan “de mayor connotación social” (Paz ciudadana, 2007), y que han sido
reportados en los últimos 3 años son delitos como:
- Homicidios calificados.
- Robos con homicidio calificado
- Homicidios con violación.
Solo entre el 09, al 2% de del 4% o 4,2% total podría deberse por alguna prevalencia
de connotación neurológica (Paz ciudadana, 2007). Este dato se desglosa tomando
las causas de homicidios totales ingresadas corregidas, y cuyos totales
correspondieron durante que el 2003, por ejemplo, a 7,2 causas por cada 100.000
habitantes. Al año siguiente, dicha tasa aumento un 11%, es decir, a 8,2 causas por
cada 100.000 habitantes. Entre 2005 y 2006, se mantuvo cerca de una tasa de siete,
para bajar el año 2007 y 2008 hasta niveles un 10% inferior a la tasa del 2003, es
decir, a 5,9 homicidios por cada 100.000 habitantes.(Fundación alternvia, 2009).
Interesante eso si se hace también que esta misma institución refiere que a solicitud
de los especialistas, algunos de los datos no corregidos debiesen haberse incluido
como anotación de la causas y haberse acogido las solicitudes de peritaje lo que da
para la especulación y la crítica (Fundación altervia, 2009).
Entonces cabe hacernos la pregunta, ¿Cuántas de ellas pudiesen entran en el rango
de las denominadas psicopatías más orgánicas y refractarias y que se encuentran en
las cárceles chilenas sin un debido diagnóstico? Pues algunos estudios de
gendarmería de Chile a nivel de porcentaje, (Test de Golberg, psicoterapias grupales,
etc.) refieren que este sujeto potencial estaría sesgado en algunas investigaciones,
proyectando un número mayor debido a la violencia física constante dentro de los
penales y que pudiesen elevar el número (Gendarmería Chile, 2008). Acá, entonces
cabe majaderamente volver a la pregunta de que ¿Por que aún no se están
desarrollando proyectos de investigación en salud mental en este campo por ejemplo?

En lo que respecta a estudios intrapenitenciaria, cabe destacar que revisando la


escaza bibliografía científica que se encuentra disponible en nuestro país, vale la pena
mencionar una investigación realizada entre el 2003 y 2004 en un centro de reclusión
en Santiago donde dos psicólogas de la Universidad de Chile realizaron una
Adaptación de la Escala de Calificación de la Psicopatía Revisada (PCL-R) de Robert
Hare (Abalos. C; Esquivel. N; Gallardo. C, 2004) con una muestra de 60 individuos que
cumplían con los factores interpersonal/emocional-estilo de vida antisocial-conducta
sexual; permitiendo discriminar a los sujetos evaluados que presentan rasgos
psicopáticos de los que no los presentan.
A partir de las conclusiones se pudieron desprender algunas interesantes sugerencias
que debiesen ser tomadas en consideración:
- Primero fue el hecho de que el PCL-R se mostro como un instrumento válido y
confiable para evaluar psicopatía en la población intrapenitenciaria Chilena (mayor
puntaje en los factores emocional, vida anti social y reincidencia), la que abre la
posibilidad de realizar investigaciones similares en distintos recintos carcelarios del
país, para obtener evidencia empírica del funcionamiento del PCL-R en distintos
contextos.
- A partir de dicha aplicación se podría continuar con una estandarización institucional
de este instrumento en nuestro país, de modo de obtener normas que permitan
clasificar a los sujetos y así, masificar su uso en forma adecuada.
- El estudio demostró también que se hace pertinente adaptar a Chile sus derivados, la
versión clínica (PCL-SV) y la versión juvenil (PCL-YV). Por una parte, pues el PCL-SV
sería útil para diagnosticar psicopatía no solo en el ámbito clínico, sino que también
judicial, en donde podría darle mayor solidez a la labor de peritaje realizada por el
psicólogo en el contexto de la Reforma Procesal Penal implementada hace solo unos
5 años en Chile ( ).
- El PCL-YV ayudaría en la detección precoz de las características psicopáticas y
conductas de riesgo asociadas a la criminalidad, facilitando así su intervención
oportuna cosa que en la actualidad en Chile se encuentra muy en piyamas.
- Otra de las consecuencias que se desprendieron de dicho estudio se relaciona con la
capacidad predictiva del PCL-R respecto de la reincidencia, a partir de lo cual sería
interesante realizar un seguimiento de varios años a los sujetos evaluados una vez
que éstos salen en libertad, de modo de establecer cuál es su tasa de sobrevivencia,
siguiendo lo realizado por otras investigaciones que pude conocer gracias a la
construcción de esta monografía.
- Se considero necesario también continuar investigando en muestras con mayor
número de sujetos divididos según el Tipo de Delito, de manera que se obtengan
hallazgos más concluyentes acerca de las características psicopáticas asociadas a
cada uno de ellos.
- El estudio por último sugiere establecer un mayor control de quienes empleen el
PCL-R, ya que no existe en Chile la regulación requerida para el uso adecuado tanto
del instrumento como de los datos obtenidos a partir de éste. Una forma de conseguir
lo anterior sería mediante la implementación de un registro de personas calificadas y
debidamente capacitadas para su uso, de igual forma como se realiza en
Norteamérica y Europa.
En definitiva, y con todos estos datos del sistema judicial – penal chileno puestos en la
mesa se desprenden 2 tópicos interesantes:

1.- Que la cantidad de individuos con causas condenatorias de alta connotación social
como los antes descritos se mantienen en un porcentaje bajo. Y esto ha llevado a
círculo vicioso que fomenta la falta de objetividad a la hora de incorporar criterios
diagnósticos en torno a la evaluación del grado de peligrosidad y la presencia de
rasgos psicopáticos en los reclusos en nuestro país
2.- Que por consecuencia de lo anterior, lamentablemente toda potencial investigación
se encuentra eclipsada en la actualidad en lo referente a la aplicación de escalas
psicométricas que midan la violencia desde criterios más modernos.

Por último, reflexionando en este sentido, vale informar que ha nivel de los estudios de
seguridad pública se han invertido millones de pesos incorporando el desarrollo de
investigaciones sobre las causas de su comportamiento criminal desde una
perspectiva psico –social. Cosa necesaria, si, pero que no sirven a investigaciones
teóricas y experimentales en recintos penales, que den como resultado alimentar
nuevos flancos de desarrollo investigativo sobre la cantidad y cualidad de aquellos que
se encuentran con alguna anomalía o enfermedad mental mal diagnosticada, u otras
desencadenada en posterior a su condena. Y menos aún se han establecido
estructuras institucionales que pudiesen generar una normativa que abrir una
discusión seria sobre la necesidad de desplegar estas inquietudes – llámese esto
organismos de salud mental penitenciaria como si existen en otras latitudes.

2° Parte. ANALISIS DEL SINDROME DEL LÓBULO COMO FENÓMENO TRANS –


CULTURAL PARA COMPRENDER LA CONDUCTA VIOLENTA.

Homo homini lupus: el hombre es


un lobo para el hombre.

(Hobbes)

2.1.- El estudio de la personalidad en la disciplina neuro científica.

Es por todos sabido que los huesos del cráneo son los llamados a proteger al cerebro
de los golpes. A pesar de esta “armadura natural” el cerebro está expuesto a muchas
lesiones en diferentes épocas de la vida de un individuo. Varios estudios estiman que
los traumatismos craneales causan más muertes y discapacidades entre los menores
de 50 años que cualquier otro tipo de lesión neurológica (Lezak, 2004); no por nada
las heridas de bala por ejemplo son la segunda causa principal de muerte entre los
varones de 35 años en E.E.UU (Depto. de salud EEUU, 2007).
Un traumatismo grave en la cabeza puede producir el desgarro o rotura de nervios,
vasos sanguíneos y tejidos en el cerebro y alrededor del mismo (donde se agrupa el
síndrome pre frontal). Las vías nerviosas pueden quedar interrumpidas y puede
producirse una hemorragia o una hinchazón grave. La sangre, la hinchazón y la
acumulación de líquido - conocido como edema - tienen un efecto semejante al
causado por una masa que crece dentro del cráneo y, puesto que éste no se puede
expandir, el aumento de la presión puede dañar o destruir el tejido cerebral (Miller y
Keane, 2001). Y debido a la posición del cerebro dentro del cráneo, la presión tiende a
empujarlo hacia abajo, es decir, hacia el orificio que lo comunica con la parte inferior o
tronco encefálico (Miller y Keane, 2001), generando una herniación. Lo que hará en
definitiva que una lesión cerebral a menudo deje alguna secuela de disfunción
permanente, que varía según que el daño este limitado a un área específica
(localizado) o sea más extenso (difuso).
La perdida de funciones dependerá siempre de que área del cerebro resulte afectada,
y los cambios pueden producirse en el movimiento, la sensibilidad, el habla, la vista, el
oído y la conducta (punto que nos interesa) debido principalmente a que este
deterioro afecta a la memoria del sujeto.
Desde la perspectiva de la nosología psiquiátrica la afección más prevalente en las
personas que han sufrido una lesión cerebral son los cambios en la personalidad. Los
familiares son los primeros en reflejarlo: "mi hija ya no es la misma", "mi marido ahora
se comporta como si fuera un niño", etc. Aparecen rasgos de personalidad nuevos u
otros que sí estaban presentes pero se exageran hasta la caricatura. Aún se estudia la
neurobiología de estos trastornos, pero sus efectos son con frecuencia devastadores:
La mayor de las veces cambios de rol social y conflictos en su entorno familiar y
laboral.
En los últimos años se ha impuesto el diagnóstico de Trastorno orgánico de la
personalidad (DSM-IV, 2009) para describir todos estos cambios. En la práctica clínica
desde un servicio de daño cerebral, esta categoría diagnóstica para muchos – me
incluyo - ha terminado resultando excesivamente laxa, acomodaticia y de contornos
conceptuales borrosos. Es por tanto que volviendo a retomar el análisis de los
conceptos de personalidad y de Trastornos de la personalidad (orgánicos y no
orgánicos) que ya habíamos esbozado anteriormente, buscaremos ahora comprender
mejor la esencia de la categoría diagnóstica de las psicopatías, determinando que
líneas teorías de la neuro biología y neuropsicología debemos asumir como relevantes
para justificar el enfoque experimental y intervención justifican el desarrollo de esta
monografía.
La personalidad es una entidad que los clínicos manejan de manera intuitiva.
Curiosamente, es uno de los escasos términos que es usado tanto en ámbitos
profesionales y en el habla común sin que su significado varíe un ápice (Millon. T,
2007 o Roca Benassar. M, 2004). Esta excepción para Millon “es sospechosa y señala
el hecho de que es un término confuso y por el que incluso los psiquiatras pasan de
puntillas y sin hacer ruido, no sea que alguien los obligue algún día a acotar su
significado”4 Paradójicamente, personalidad se trata de una palabra que aparece en
nuestro vocabulario con extraordinaria frecuencia. En la práctica clínica se debe lidiar
con mayor o menor éxito con un gran número de pacientes categorizados como
trastornos de la personalidad. La psiquiatría actual vuelve a entender la esquizofrenia
desde el punto de vista kraepeliniano como una entidad que termina en el defecto
esquizofrénico, defecto que, se sobreentiende, “afecta a la personalidad”5.
A sí la psiquiatría moderna a veces pudiendo y otras veces tratando, que en la
entrevista clínica los psiquiatras dedique compensadamente indagar tanto sobre la
personalidad pre mórbida del paciente, como de los rasgos o manifestaciones actuales
de la personalidad de éste. Pero los intereses actuales del mundo moderno muchas
veces parecen bloquear esta necesidad científica. Problematizando nuestras
aseveraciones sobre la génesis del trastorno actual y el mantenimiento o resolución
del mismo. Parece ser entonces que nos encontramos con un concepto clave en esta,
para el cual todavía no existe consenso de definición satisfactoria.
Veamos entonces que se dice en los manuales diagnósticos (véase DSM IV) sobre

4
Millon, T (2007); “Trastornos de la personalidad en la vida moderna”. Buenos Aires. Editorial Masson. 2° Edición. Pp.
89. ISBN 978-84-458-1538-0.
5
Ídem. pp. 122.
este concepto: Parece ser que se pasa por encima de este problema dándose por
sobreentendido su significado, o en el mejor de los casos se acude a tautologías. Así,
en el apartado para el equivalente del Trastorno orgánico de personalidad en el DSM
IV -Tabla 1- (Cambio de personalidad debido a enfermedad médica) éste es definida
como “una alteración permanente de la personalidad que se considera un efecto
fisiológico directo de la enfermedad médica”6 .O en el capítulo de los trastornos de
personalidad evita el engorroso problema de definir la personalidad acudiendo al, en
principio, más cómodo concepto de “rasgos de personalidad”7. Éste es el primer
obstáculo que se debe afrontar a la hora de trabajar en el contenido clínico de esta
entidad diagnóstica, pues en función de lo que consideremos personalidad,
entenderemos qué aspectos estarán afectados por el agente lesional y delimitará los
criterios diagnósticos de este trastorno. Y es aquí donde se despreocupa la clínica
forense en nuestro país por ejemplo.
Pero independiente de todo lo anterior de igual manera nos guiaremos en estas
conceptualizaciones pues estimamos que es un parámetro positivamente utilizable y
contrastable para cualquier empresa teórica o investigativa que se desee emprender.
Y por que también sabemos que utilizando ciertos rasgos de personalidad se puede
acceder para los no tan legos, hacia como se genera el conocimiento neuro - científico
de los presupuestos cerebrales de la personalidad. Las que son las llamadas a aportar
valiosos estudios empíricos y experimentales en la materia de la diferenciación sico
somática de los trastornos de personalidad. Entendido esto, nos vamos a introducir
ahora a comprender que son y cuál es el alcance de las llamadas neurociencias para
la comprensión de la personalidad.

De la neurociencias sabemos que es un término bastante joven, la “society for


Neuroscience” se fundó solo en 1970. Empero, en su historia la disciplina es larga y
todavía hoy se sigue escribiendo. La idea de escudriñar el cerebro ya fue establecida
hace más de 2000 años por Hipócrates en el sentido de que el estudio apropiado de la
mente comienza – y continúa – en el cerebro. Algunas de las disciplinas que integran
la neurociencia son la neuroanatomía, la neurofisiología, la biología molecular y
celular, la neuropsicología y las ciencias cognitivas. En relación al tema que nos
interesa analizar, esto es el síndrome pre frontal y su relación con las conductas anti
sociales - quizás el mejor enfoque es el que fusiona la neuro biología, la psicología
cognitiva y la neuropsicología, esto, porque de sus lógicas se desprenden una
intrincada interconexión entre las disciplinas que estudian la mente y el cerebro. A este
respecto Michael Posner y Marcus Raichle en su libro “Images of Mind” definen la
neurociencia como “el estudio de cómo se construye el cerebro”8. Resaltando en ello
la importancia de estudios integrados e interdisciplinares que ayuden a comprender los
principios básicos que subyacen a la construcción del sistema nervioso (Posner, M;
Raichler. M, 1997).

En buena parte de la bibliografía revisada, se observa que de la integración tanto de


las neurociencias cognitivas como la neuro biología y la neuro psicología se ha ido
edificando la piedra angular para el estudio del comportamiento humano (Gunderson,
2002), Esto, puesto que para dichas disciplinas, las preguntas claves a las cuales se
abocaron fueron el cómo localizar y estudiar las áreas del cerebro involucradas en los
denominados procesos mentales superiores (Obler. L y Gjerlow. K, 2005).
Las neurociencias cognitivas se comprometieron en un avanzado campo de técnicas

6
DSM – IV (2009); “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales”. Trastorno de la personalidad y
Trastornos antisociales (di) de la personalidad. Buenos Aires. Editorial Masson. 5° Edición. Pp. 200.ISBN 84-458-1087-
1.
7
Ídem. Pp. 203
8
Posner, M; Raichler, M (1997); “Images of Mind”. EEUU. Editorial W H Freeman. 2° Edición. Pp. 35. ISBN
0716760193.
que buscarían brindar una ventana por la cual visualizar las áreas del cerebro que son
activadas por eventos mentales, creando imágenes de nuestro cerebro, por ejemplo
cuando estamos pensando, escuchando, viendo u experimentando alguna emoción.
La localización anatómica de las funciones cerebrales pasa a ser así un objetivo
primordial de las neurociencias para comprender el efecto de ellas en la personalidad.
Existe evidencia histórica que el estudio de las funciones superiores tiene su base
científica ya al menos en los tiempos de Herófilo y Galeno hacia el año 300 A.c.
(Ribes. E, 2002). Aunque a Franz Gall se le considera el verdadero fundador de la
frenología, estudio inaugurado por el para localizar funciones cerebrales, y que
aseveraba una correlación entre función fisiológica específica y un área específica del
cerebro. Este científico se conoce como el iniciador moderno de las ideas modulares
del cerebro y el ideólogo de la doctrina de la localización cerebral de las funciones
psíquicas (Obler. L y Gjerlow. K, 2005). Por su lado Broca sigue aportando al
desarrollo neuro científico cuando en 1861 localizó científicamente el primer
procesador cerebral, el denominado “módulo del habla”9 . Posteriormente será
Wernicke el que estime lo estime como el centro del lenguaje comprometido en la
comprensión del mismo (Obler. L y Gjerlow. K, 2005).
En fin, las diferentes patologías que se van investigando permiten profundizar en la
descripción de los distintos módulos o unidades funcionales del cerebro, aunque
siempre con la salvedad de que todos estos módulos o procesadores están
profusamente interconectados e incluso replicados.
Con el tiempo, algunos de estos planteamientos fueron generando una visión
denominada “funcionalista” de las neurociencias (Kandel. E, Schwartz. J, Jessell. T,
2004). Nicho desde donde se inaugura el campo de la neuropsicología experimental,
espacio del conocimiento con las que se idearon pruebas estandarizadas que
propiciaron un progreso en el estudio de las funciones cerebrales y su efecto en la
personalidad, estableciendo como paradigma una analogía de organización funcional
del sistema nervioso central (SNC) con el de una computadora. Alan Turing y John
von Neumann fueron instrumentales en este desarrollo, introduciendo así la idea de
conexiones, redes y modularidad del sistema cognitivo. Esta visión científica llevo a
que en 1965 Norman Gershwin y algunos colaboradores como Kaplan, Benson, y
otros propusieran por primera vez que “las funciones conductuales son el producto de
múltiples áreas de la corteza que interactúan a través de conexiones específicas”10. Y
que por tanto sería la desconexión de estas áreas potenciales las que podrían producir
anormalidades cognitivo – conductuales específicas que afectan la personalidad.
Los modelos neurobiológicos o temperamentales son otra de las respuestas modernas
al estudio de la personalidad en neurociencia. Estos modelos comparten la idea de
que las disposiciones temperamentales y mecanismos biológicos son fundamentales
para comprender la personalidad. Entre los diversos autores destaca Clonninger quien
comparte los postulados de este grupo con el de la investigación estadística. Así,
elabora un modelo en el que se establecen tres disposiciones de rasgos que tendrían
una base genética: la búsqueda de la novedad, la evitación del daño y la dependencia
de la recompensa (Kandel. E, Schwartz. J, Jessell. T, 2004). Las distintas
combinaciones que se darían entre estas tres disposiciones fundamentales
configurarían cada patrón de conducta y estilos de personalidad particular. Por lo
demás este autor proporciona una base neurofisiológica para cada disposición: el
sistema dopaminérgico estaría bajo las conductas de búsqueda de novedad, el
serotoninérgico en el de la evitación del daño y el adrenérgico en el de la dependencia
de recompensa. (Kandel. E, Schwartz. J, Jessell. T, 2004).

9
Ribes, E (2002); “Psicología del aprendizaje”. México. Editorial El manual moderno. Universidad de Guadalajara
Instituto de Neuro ciencias. 1° Edición. Pp. 205. ISBN 968-426-964-1.
10
Peña Casanova, J (2007); “Neurología de la conducta y neuro psicología”. Madrid. Editorial médica panamericana
S.A. 1° Edición. Pp. 39. ISBN10 8498350352, ISBN13 9788498350357.
Si en un principio quisimos justificar lo problemático que resultaba encontrar una
definición satisfactoria y aceptada universalmente de personalidad, también lo es
sobre la definición de sus trastornos; en los que ni siquiera hay consenso sobre el
término que los debe denominar. Siempre se habían citado casos de personas con
conductas anómalas y que vulneraban las normas de conducta de la sociedad. Fue
Kurt Schneider el primero en sistematizar una clasificación de los trastornos de
personalidad (Psicopatología clínica) y de proporcionar una base conceptual para su
comprensión y clasificación. Para Schneider, las personalidades anormales son una
desviación estadística de la normalidad. Por lo tanto estos no son algo morboso
(Schneider, 1997). Separa así el conjunto de los trastornos de la personalidad del
resto de los trastornos psiquiátricos ya que entre las personalidades psicopáticas y las
normales solo hay una diferencia de grado a diferencia de con la enfermedad, en la
que la diferencia es cualitativa. Lo que hace evidente la concomitancia de esta
concepción de los trastornos de personalidad con las ideas psicoanalíticas y aún con
las anti psiquiátricas de Szasz por una parte, y por otra, el férreo mantenimiento de la
concepción científico-natural de la enfermedad. Frente a la concepción estadística
schneideriana, Millon se centra en el desajuste social y propone tres criterios para
evaluar la severidad del trastorno, la primera es la poca estabilidad en situaciones de
estrés, la segunda es la inflexibilidad adaptativa y la tercera es la tendencia a
promover círculos viciosos o autodestructivos (Orlando, 2010). Todos estos rasgos
están presentes en cada individuo en grados diferentes y lo que diferenciaría a los
trastornos de personalidad sería el grado de severidad de cada uno de los rasgos.
Otros investigadores, como Kenberg, definen los trastornos de personalidad “como
constelaciones de rasgos de carácter anormales o patológicos de suficiente intensidad
como para conducir a una alteración significativa en el funcionamiento intrapsíquico
y/o interpersonal"11 Ellos acentúan de esta manera los factores intrapsíquicos en la
definición de estos trastornos. John Gunderson, por su parte, siguiendo modelos
psicoanalíticos organiza los trastornos de personalidad en un “continuum”, y predice
que “en una de sus extremos estaría la normalidad y en el extremo patológico estarían
los trastornos de espectro”12 que se relacionarían estrechamente con la patología
psicótica del eje I Trastornos esquizotípico, paranoide y depresivo (Gunderson, 2002).
Con lo que parece ser que la tendencia de la psiquiatría contemporánea es a concebir
los trastornos de personalidad de manera distinta al resto de los trastornos
psiquiátricos. Algunos autores han insistido en disfunciones neurofisiológicas que se
hallan bajo los trastornos de personalidad (Eysenck, Clonninger, Siever y Davis, etc.) e
incluso grupos que tratan de aplicar el modelo médico (rescatar al dominio de la
enfermedad en palabras de Baca).
En definitiva, me queda claro que los trastornos orgánicos de personalidad distan
mucho de ser asimilables al grupo de los trastornos primarios de la personalidad,
específicamente por 2 razones. La primera porque el trastorno orgánico de la
personalidad irrumpe en la personalidad previa del paciente modificándola. No siendo
por tanto una desviación estadística de la normalidad sino una transformación
cualitativa (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T, 2004). Por tanto deben ser entendidos,
en consecuencia, atendiendo al modelo médico que no olvida los hallazgos lesionales
que frecuentemente les acompañan. Y en segundo lugar, porque las personas que
sufren una transformación de su personalidad por una causa médica, experimentan
una constelación de rasgos de personalidad patológicos que se agrupan en una serie
de síndromes que difieren en su contenido con respecto a los trastornos primarios de
personalidad. Aunque algunos de los rasgos patológicos, tomados aisladamente

11
Kenberg, O (2001); “La agresión en las perversiones y en los desordenes de la personalidad”. Buenos Aires. Editorial
Paidós. 2° Edición. Pp.76. ISBN 950141793.
12
Gunderson, J (2002) “Trastorno límite de la personalidad”. Buenos Aires. Editorial Ars médica. 1° Edición. Pp. 45.
ISBN 9788497060332.
puedan recordar a aquéllos, los grupos de síntomas en los que van englobados sí son
distintos (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T, 2004).

2.2.- El estudio del lóbulo frontal.

En estos años de conocimiento dentro del magíster se fue desarrollando en mí el


interés que ha concitado en el mundo neuro científico el estudio del síndrome de los
lóbulos frontales, y su función reguladora en las cogniciones y emociones de los
individuos. En ciertas ocasiones había leído algunas revistas científicas que relataban
una gran variedad de técnica para estudiar las estructuras cerebrales implicadas en la
impulsividad y la agresividad, tanto en animales de experimentación como en
humanos. Ellas iban desde lesiones electrolíticas o inducidas por sustancias tóxicas,
estimulación eléctrica de determinadas estructuras, hasta marcaje de neuronas con la
ayuda de anticuerpos dirigidos contra los producidos por los genes de expresión
precoz (c- fos) que actúan como reguladores de la trascripción. (Vásquez, 2004).
Este interés se precipito más aún en medio de conversaciones con un estimado amigo
psicólogo quien me introdujo primero en los estudios de Vigotsky sobre la psicología
del desarrollo y su relevancia de la sociabilidad primaria y por el papel que lo genético
en lo social. Todo ello implícito en el andamiaje teórico de la neuro psicología. (Kandel,
E. Schwartz, J. Jessell, T, 2004).
Por otro tanto gracias al mismo magíster conocí a Alexander Luria y su modelo
funcional cerebral general, en el que se unirían quizás sus dos más grandes
conceptos: Los bloques funcionales cerebrales y los sistemas funcionales complejos
(Chrsitensen, 2007). Vale mencionar también otros que fui incorporando en este
trabajo como Goldberg o Damasio, quienes sumaron un acervo de conocimiento y
formalizaron la relevancia de esta área del cerebro humano, tanto en su complejidad.
Sabemos que aunque hoy en día los límites de los lóbulos frontales no están definidos
con precisión, la corteza frontal humana ocupa casi la tercera parte de la totalidad de
la superficie cortical cerebral (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T, 2004). Así, la porción
posterior de la corteza frontal incluiría regiones motoras y pre motoras, mientras que
en la porción anterior, comúnmente conocida como corteza pre frontal, pasa a ser más
un componente crítico de una red neuronal muy extendida y con amplias conexiones
por todo el cerebro(Rosenzweig,Breedlove y Watson, 2005).

Alexander Luria entendía que el lóbulo frontal - donde se ha considerado estar ubicado
el asiento anatómico de la memoria de trabajo – puede ser entendido “como el
concepto neuro psicológico más próximo al término popular de conciencia” 13. Luria fue
el primer científico que esbozo como hipótesis que se podía llegar a conocer el
sustrato cerebral desde donde se desarrollarían las funciones psíquicas del individuo.
Este científico ruso había llegado a la conclusión que es en esta región donde ellas
podían estar ubicadas.
Fue durante los años de la Segunda Guerra Mundial donde Luria fue capaz de ver en
las heridas de bala en el cerebro ser el modelo clínico más idóneo para comprobar
estas estimaciones, ya que son éstas las lesiones más genuinamente locales y mejor
delimitadas para estudiar qué sucede en el producto del trabajo del cerebro del
hombre cuando falta uno u otro de los eslabones que hacen posible su realización.
El resultado principal de esta investigación fue la elaboración de la teoría acerca de la
organización sistémica y dinámica de las funciones psíquicas alteradas en la corteza
cerebral (Luria, 1984). Y esto no sólo enriqueció y perfeccionó los medios para el
diagnóstico topográfico de estas lesiones cerebrales locales y su rehabilitación, sino
que también constituyó un extraordinario aporte a la ciencia psicológica en general, al

13
Christensen, A (2007); “El diagnóstico neuropsicológico de Luria”. Madrid. Editorial Antonio Machado. 2° Edición. Pp.
39. ISBN 8477744327.
crear nuevos métodos que nos permiten hoy profundizar más en el análisis y la
comprensión de la estructura de los fenómenos psíquicos.
En una serie de investigaciones publicadas más tarde con el título: El desarrollo del
lenguaje y la formación de los procesos psíquicos (luria, 1980), Luria mostró cómo
cambia en su esencia la estructura de los procesos psíquicos del niño a medida que
en su lenguaje comienzan a aparecer las formas conceptuales de reflejo de la
realidad. Posteriormente, describió las distintas formas de alteración del papel
regulador del lenguaje en pacientes con lesiones cerebrales locales, en su obra: “Los
lóbulos frontales y la regulación de los procesos psíquicos” (Flores Lazaro, 2006);
Luria y sus colaboradores exponen los resultados de todos esos experimentos que
permitieron valorar el papel esencial que desempeña esta región en la realización de
los mecanismos verbales de regulación de la conducta.
El análisis neuropsicológico de la alteración de los procesos intelectuales fue
estudiada por Luria en las alteraciones de la actividad intelectual en un grupo de
pacientes con lesiones en los sectores cerebrales parietooccipitales, comparándolas
con otro grupo de pacientes con lesiones en los lóbulos frontales, analizando en ellos
el proceso psicológico de la solución de problemas aritméticos y se detectaron
diferencias esenciales: en los enfermos con el síndrome frontal donde quedan
conservadas las operaciones aritméticas elementales, se vio que el defecto
fundamental consistía en la imposibilidad de seleccionar las operaciones necesarias y
en realizar con la consecutividad adecuada la serie de pasos indispensables para la
solución del problema planteado (Flores Lázaro, 2006). En los pacientes con lesiones
en los sectores posteriores de la corteza cerebral ocurre, por el contrario, que al
conservar la capacidad de organizar la búsqueda de los datos necesarios y hacer el
plan que conduce a la solución, fallan en ellos las operaciones parciales,
imprescindibles para obtener el resultado. Estos trabajos se exponen en la
monografía: El análisis neuropsicológico de la solución de problemas (Flores Lazaro,
2006).
Junto al colectivo de sus coadjutores, Luria también estudió los distintos síndromes
amnésicos que corresponden a lesiones de distintas localizaciones en el cerebro. En
este sentido pudo establecer dos tipos diferentes de alteración: una que es
inespecífica y afecta por igual las distintas modalidades de la memoria—visual,
auditiva, motriz, etc. — y que aparece presencia de lesiones localizadas en las
estructuras mediales del cerebro; y otra, de modalidad específica, en dependencia de
la lesión del extremo cortical del analizador correspondiente. Estos trabajos fueron
expuestos en: “La neuropsicología de la memoria” (Flores Lázaro, 2006), lo que lo
llevo además a que se describieran diferentes formas de alteración de la memoria
inmediata y de la memoria organizada lógicamente, en las que se han establecido los
factores que actúan sobre la firmeza y la fijación de las huellas y la calidad de la
reproducción. Los fundamentos de la neuropsicología, Sobre el desarrollo histórico de
los procesos cognoscitivos, El cerebro en acción y artículos dedicados a los más
variados problemas de la neuropsicología y la psicología en general, fueron escritos
por Luria y además, traducidos a diferentes idiomas.
En la versión al español del libro: Las funciones corticales superiores del hombre
(Luria, 1984), Luria incluyó un gran capítulo dedicado al esclarecimiento de la
estructura y funciones de los lóbulos frontales, demostró que cuando éstos están
lesionados, se producen fenómenos patológicos al fallar la regulación de los estados
de activación, donde se pierde el control sobre los movimientos y acciones voluntarias,
y a la vez desaparece la capacidad de crear programas nuevos de operaciones y
acciones dirigidas a un fin y necesarios para la realización efectiva de la forma más
compleja de la gnosis, la praxis, la memoria, y el pensamiento. Por todo lo anterior, en
definitiva a este científico ruso le debemos gran parte de los actuales estudios sobre la
materia.
Metafóricamente hablando, los lóbulos frontales constituyen el espacio donde se
coordinan las acciones humanas (Flores Lazaro, 2006). Pues como dijimos
anteriormente ellos constituyen una porción muy grande del cerebro, tanto las
funciones motoras como su coordinación son controladas por el cortex frontal
posterior. Aunque al parecer la parte anterior frontal parece no estar implicada en
funciones conductuales específicas, se sigue especulando que los lóbulos pre y
frontales son el sitio de las funciones “más elevadas” del cerebro. (Damasio, 2006)
En la actualidad se usa el término lóbulo pre frontal para referirse a su parte más
anterior relacionada con funciones cognitivas. Desde un punto de vista
neuropsicológico y con posterioridad a los estudios e investigaciones de Luria, los
lóbulos frontales pasaron a representar una de las áreas cerebrales de más amplio
interés para la comunidad científica. Poco a poco fue entendido como un sistema de
planeación, regulación y control de los procesos psicológicos (Akhutina, 2002); que
permiten la coordinación y selección de múltiples procesos y de las diversas opciones
de conducta y estrategias con que cuenta el humano; organizando las conductas
basadas en motivaciones e intereses, o aquellas que van hacia la obtención de metas
y que sólo se pueden conseguir por medio de procedimientos o reglas.
También participan de forma decisiva en la formación de intenciones y programas, así
como en la regulación y verificación de las formas más complejas de la conducta
humana. Los lóbulos frontales se consideran el receptor – dentro del cerebro – de
nuestras emociones y el centro de control de nuestra personalidad (Alcázar –
Córcoles, M; Verdejo – García, A; Bouzo – Saiz, J 2008). Y por tanto se estima que no
hay otro lugar en el cerebro donde las lesiones pueden acarrear una mayor cantidad
de síntomas (Alcázar – Córcoles, M; Verdejo – García, A; Bouzo – Saiz, J 2008)

2.3.- Neuro anatomía de los lóbulos frontales y sus conexiones bio químicas en
el comportamiento.

Como explicábamos anteriormente los lóbulos frontales están abocados a las


funciones motoras, a la resolución de problemas, la manifestación de la
espontaneidad, al trabajo de la memoria, la lengua, el juicio, el control de impulsos y el
comportamiento social y sexual. Y en este sentido ellos se encuentran interconectados
con otros sistemas que en conjunto arman esa plataforma que genera y estabiliza
nuestras emociones y racionalismos. Uno de ellos es el sistema límbico.
El sistema límbico está constituido por una serie de estructuras corticales,
diencefálicas y del tronco cerebral que participan formando circuitos complejos
involucrados en las conductas emocionales y en mecanismos de aprendizaje y
memoria. (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T., 2004). Las estructuras anatómicas antes
nombradas fueron las primeras en evolucionar; guardan una cierta relación con el
procesamiento de olores y juegan un papel central en la motivación, generando
nuestras respuestas más instintivas y emocionales. Controla a la par de la corteza, la
sed, el apetito, el sueño y la vigilia, la termorregulación, el sexo la agresión, el miedo y
la docilidad –confianza–; permite el "rescate" de recuerdos, la representación del
entorno y la ubicación espacial. El sistema límbico ejerce control sobre las
características afectivas y el modo de relacionarnos con los demás; de ahí que se
pueda decirse que contribuye a la preservación de la especie y a la supervivencia
personal. (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T., 2004).
El sistema límbico está particularmente asociado con la conducta agresiva. Está
formado por las siguientes estructuras: la amígdala, el hipotálamo, el septum, el
estriado ventral, el hipocampo, frontal orbitario y el córtex cingulado, entre otras. Todas
ellas claramente delimitadas unas de otras y existe una gran cantidad de conexiones
entre ellas y otras estructuras cerebrales. Por ejemplo, está bien establecido que la
amígdala tienen profusas conexiones con el hipotálamo. Hay evidencia científica de
que el sistema límbico participa activamente en la homeostasis y en los procesos de
adaptación (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T., 2004).
Otro de los sistemas interconectados con los lóbulos frontales y que se encuentra al
otro extremo del cerebro es una pequeña estructura crucial en su labor conocida como
la amígdala. Su relevancia se justifica pues aunque la estructura que se encarga de
analizar la información previamente a emitir un comportamiento de tipo agresivo sea el
neocórtex. Esta debe ser filtrada por otras estructura intermedias. Y ente ellas está la
amígdala (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T., 2004).
Sabemos que la amígdala es una estructura fundamental en esa trayectoria previa. En
los seres humanos, la amígdala es un racimo de células interconectadas que se
asientan sobre el tronco cerebral; son dos y se ubican a cada lado del cerebro. En el
ser humano, la amígdala es relativamente grande si se la compara con la de otros
animales. Estas estructuras límbicas se encargan principalmente del aprendizaje y el
recuerdo del cerebro –es el depósito de la memoria emocional–; es por tanto que si se
separa la amígdala del resto del cerebro, esto desencadenará una incapacidad para
apreciar el significado emocional de los acontecimientos, es decir, se produciría una
suerte de ceguera afectiva.
Su función en esta plataforma cognitivo emocional es hacer depender de ella las
emociones primarias. Las lágrimas en los seres humanos, por ejemplo, son
desencadenas por la amígdala (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T., 2004).
Las investigaciones realizadas por el neurólogo Joseph Le Doux han demostrado que
la amígdala puede ejercer el control sobre lo que hacemos, aún mientras el cerebro
racional procesa una solución. La amígdala funciona como una especie de central de
monitoreo de alarmas, y en caso de presentarse una situación de emergencia, se
conecta con los centros cerebrales más importantes y ordena el desencadenamiento
de todas las funciones de respuesta defensiva y focaliza la atención cerebral en la
elaboración de estrategias de supervivencia. Las investigaciones de Le Doux han
demostrado la sorprendente eficiencia del sistema perceptivo humano; las señales del
ojo y del oído viajan primero al tálamo y luego a la amígdala; una segunda señal viaja
hacia el cerebro pensante. Este proceso permite generar respuestas inmediatas sin
tener que depender de los cuidadosos cálculos y razonamientos del cerebro racional
(Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T., 2004).
La amígdala puede albergar recuerdos y repertorios de respuestas que efectuamos sin
saber exactamente por qué lo hacemos, porque el atajo desde el tálamo hasta la
amígdala evita completamente la neo corteza. Este desvío parece permitir que la
amígdala sea un depósito de impresiones y recuerdos emocionales de los que nunca
fuimos conscientes (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T., 2004).
La amígdala recibe información olfatoria, táctil y gustativa del neocórtex a través del
córtex temporal. Está demostrada su implicación en cómo cada individuo procesa la
información derivada de una situación, así como su implicación en la asociación entre
un estímulo sensorial y las emociones que pueden acompañarlo. Su lesión induce una
conducta de “docilidad” como pérdida de la capacidad de respuesta ante estímulos
que habitualmente lo hace. Por el contrario la estimulación eléctrica produce
conductas agresivas. También se ha evidenciado que determinadas convulsiones cuyo
foco está en el lóbulo temporal y/o la amígdala producen conductas agresivas, en
tanto que algunos tumores producen apaciguamiento.
En definitiva, parece que la amígdala forma parte de un sistema que clasifica una serie
de estímulos como base del procesamiento cortical. Esta información la pasa por las
estructuras “emocionales” derivándola posteriormente a otras partes del sistema
límbico. Estas conexiones serían las que darían las características conductuales,
endocrinas y neurovegetativas de la conducta agresiva. De otra parte también
sabemos que la amígdala interviene en la génesis del miedo, incluyendo el miedo
condicionado. Aunque sabemos que el miedo es fundamental en la génesis de la
agresividad, la amigdalectomía no impide la aparición de ésta (Kandel, E. Schwartz, J.
Jessell, T., 2004).
Otras de las estructuras participantes son el septum como el lecho de la estría
Terminal y el núcleo acumbens. Estructuras estas consideradas como un sistema
inhibitorio de defensa (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T., 2004). De aquí que lesiones
es estas estructuras dan lugar a un abandono de los mecanismos de defensa, aunque
aparecen conductas hipereactivas e incrementadoras de las conductas sexuales. Su
estimulación en humanos reduce la agresividad y produce un estado de euforia y
bienestar. Su papel en las conductas agresivas es aceptado, aunque no se conoce
con precisión cómo actúa.

Por último tenemos el hipotálamo, tal vez la estructura más importante en la


modulación de las conductas agresivas (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T., 2004). En
ella se encuentran los receptores que registran los cambios de los parámetros internos
(glucosa, osmolaridad etc.), así como las redes neuronales que cuya activación
generan los atributos afectivos asociados a todo tipo de estímulo percibido. El
hipotálamo procesa los estímulos provenientes de la amígdala y de otras estructuras
cerebrales. El hipotálamo procesa los estímulos provenientes de la amígdala y de
otras estructuras cerebrales, además de realizar proyecciones hacia el tronco cerebral
en el control de la agresividad. De hecho cuando se interrumpen las conexiones entre
el hipotálamo y el cerebro medio, no aparece la agresividad. Igualmente las sustancia
gris periacueductal está implicada en el comportamiento motor durante la conducta
agresiva ofensiva (Krivoy, F; González, A; Mendoza, M., 2003)
Es así que las regiones corticales se hacen fundamentales para el aprendizaje social,
la conducta de anticipación y la selección de respuesta. De otra parte la decorticación
no hace suprimir las respuestas de agresión. Y es por ello la relevancia estructural de
los lóbulos frontales, pues estos al mantener conexiones con la amígdala y con el
hipotálamo modulan la expresión de la agresividad ejerciendo una acción inhibidora
sobre la agresión. El córtex órbitofrontal recibe información externa y de los núcleos
inferiores, devolviéndosela, una vez procesada a estos mismos centros. Por lo que así
visto se hace plausible entender la labor de los lóbulos frontales como el verdadero
regulador del cerebro para los arranques de la amígdala.
La corteza pre frontal parece entrar en acción cuando alguien siente miedo o rabia,
pero contiene o controla el sentimiento con el fin de ocuparse más eficazmente de la
situación inmediata, o cuando una nueva evaluación provoca una respuesta totalmente
diferente. Esta zona neo cortical del cerebro origina una respuesta más analítica o
apropiada a nuestros impulsos emocionales. Esta progresión que permite el
discernimiento en la respuesta emocional es la que generalmente ocurre en nuestras
respuestas, a no ser que haya una emergencia emocional; estas emergencias
emocionales son fundamentales para nuestra supervivencia (Flores Lázaro E, 2006).
Hagamos un ejemplo, imaginemos que vamos a cruzar una calle y que en el instante
en que bajamos el pie de la acera pasa a gran velocidad un coche; por supuesto
nuestra reacción más inmediata es echar el pie hacia atrás como un movimiento
reflejo, en ese instante no puedo valorar, no puedo pensar las distintas posibilidades
que podría darme mi mente pensante, esa pérdida de tiempo sería fatal para mi
supervivencia. Pero sin embargo, para el resto de las emociones existe una relación
mente emocional-mente pensante. Cuando una emoción entra en acción, momentos
después la corteza pre frontal ejecutará lo que representa una relación riesgo/beneficio
de infinitas reacciones posibles apostando a una de ellas como la mejor.
La corteza pre frontal izquierda es parte de un circuito nervioso que puede
desconectar, o al menos mitigar, todos los arranques emocionales negativos salvo los
más intensos. Si la amígdala actúa a menudo como disparador de emergencia, la
corteza pre frontal izquierda parece ser parte del mecanismo de desconexión del
cerebro para las emociones perturbadoras: la amígdala propone y el lóbulo frontal
dispone. Estas conexiones zona pre frontal-zona límbica son fundamentales en la vida
mental mucho más allá de la sintonía fina de la emoción; son esenciales para guiarnos
en las decisiones que más importan en la vida (Flores Lazaro E, 2006).
¿A que nos lleva a pensar esto de los lóbulos pre frontales, el sistema límbico y la
amígdala como una plataforma cerebral? Pues creo que esto nos lleva a pensar que
tenemos dos mentes, una mente emocional y otra racional, la primera es mucho más
rápida, actúa sin ponerse a pensar en lo que está haciendo, descarta la reflexión
deliberada y analítica que es el sello de la mente pensante, por lo que las acciones
que surgen de la mente emocional acarrean una sensación de certeza especialmente
fuerte, una consecuencia de una forma sencilla y simplificada de ver las cosas que
puede ser absolutamente desconcertante para la mente racional.

Por otro lado, pero dentro del mismo tenor, algunas investigaciones relacionan
algunos neuro transmisores y la agresividad (Renfrew, 2006), así la serotonina y la
dopamina serían sustancias químicas que segrega el cerebro y calman la irritabilidad y
el comportamiento violento; el que se manifiesta de mejor manera en la patología de
las adicciones a sustancias (que ya veremos más adelante), por lo que un descenso
en los niveles de serotonina la incrementaría. Esto demuestra que el cerebro es un
órgano básicamente neuroquímico que se complementa a la anatómica.
Sin embargo la situación es compleja, ya que “un solo neurotransmisor puede estar
implicado en numerosas funciones dependiendo del neuroreceptor en el que actúa”14.
Para entender el control cerebral de la agresividad es entonces necesario saber cómo
interactúan las estructuras modulares y las sustancias químicas que denominamos
neurotransmisores. En definitiva, la alteración en un determinado sistema puede
alterar a otros sistemas y una conducta tan compleja como la agresividad está
controlada por una gran variedad de neurotransmisores.

2.4.- Áreas del los Lóbulos Frontales.

Los lóbulos frontales son extremadamente vulnerables debido a su ubicación (frente al


cráneo) y a su longitud. Se dice de igual manera que existen diferencias asimétricas
importantes en los lóbulos frontales. Así, el lóbulo frontal izquierdo está relacionado
con los movimientos de la lengua, mientras que el derecho desempeña un papel en las
capacidades no verbales. Aunque algunas investigaciones (Flores Lazaro, E., 2006)
determinan que estas diferencias no existen y que ambas regiones están involucradas
en casi todo el comportamiento. No por nada hoy por hoy los lóbulos frontales son
definidos como las estructuras cerebrales de más reciente evolución en la especie
humana, presentan la organización funcional más compleja y diversa del cerebro
humano. Las que se dividen funcionalmente en tres grandes áreas: orbital, medial y
dorsolatera

Corteza frontal dorsolateral

La corteza frontal dorsolateral es la región más grande y filogenéticamente más nueva


de la corteza frontal, principalmente su región media y anterior (Flores Lazaro, E.,
2006). Se divide en cuatro áreas principales: corteza motora, premotora, dorsolateral y
anterior.

Corteza motora y premotora

La corteza motora participa en el movimiento específico de los músculos estriados de


las diferentes partes del cuerpo. Por su parte la corteza premotora permite la
planeación, organización y ejecución secuencial de movimientos y acciones
complejas. La región más anterior de la corteza motora suplementaria se relaciona con
la selección y preparación de los movimientos, mientras que su porción posterior se
relaciona principalmente con la ejecución de los mismos. Tres áreas que involucran
regiones premotoras y motoras suplementarias se encuentran particular-mente muy

14
Renfrew, J (2006); “Agresión. Naturaleza y control”. Madrid. Editorial síntesis. 1° Edición. Pp. 97. ISBN
9788497563611
desarrolladas en el humano: 1) el campo oculomotor o área de Brodmann(Flores
Lazaro, E., 2006) , involucrado en la percepción y síntesis de información visual
compleja; 2) el área de Broca, relacionada con los aspectos más complejos del
lenguaje como la sintaxis; y 3) el área de control del movimiento complejo de las
manos y dedos (AB 6 y 4) (corteza premotora lateral) (Flores Lazaro, E., 2006).

Corteza pre frontal dorsolateral

La región anterior a la corteza motora y premotora se denomina corteza pre frontal


(CPF) y, en comparación con los primates más cercanos, representa la estructura neo-
cortical más desarrollada (Flores Lazaro, E., 2006), particularmente su porción más
anterior presenta un desarrollo y organización funcional exclusivos de la especie
humana (Flores Lazaro, E., 2006). Estas zonas se consideran regiones de asociación
supramodal o cognitivas ya que no procesan estímulos sensoriales directos. Se ha
encontrado una mayor relación de sustancia blanca/sustancia gris en la CPF en el
humano en comparación con otros primates no-humanos, destacando la importancia
que esto tiene para las conexiones funcionales entre las diversas zonas de la CPF, así
como de sus conexiones con la corteza posterior y subcortical (Flores Lazaro, E.,
2006). La región dorso lateral de la CPF se denomina corteza pre frontal dorsolateral
(CPFDL). Se divide funcionalmente en dos porciones: dorsolateral y anterior, y
presentan tres regiones: superior, inferior y polo frontal.

La porción dorsal se encuentra estrechamente relacionada con los procesos de


planeación, memoria de trabajo, fluidez (diseño y verbal), solución de problemas
complejos, flexibilidad mental, generación de hipótesis, estrategias de trabajo,
seriación y secuenciación; procesos que en su mayoría se consideran funciones
ejecutivas (FE). Las porciones más anteriores (polares) de la corteza pre frontal
dorsolateral se encuentran relacionadas con los procesos de mayor jerarquía cognitiva
como la meta cognición, permitiendo la auto-evaluación (monitoreo) y el ajuste
(control) de la actividad en base al desempeño continuo (Fernandez-Duque, Baird, &
Posner, 2000; Kikyo, Ohki, & Miyashita, 2002; Maril, Simons, Mitchell, & Schwartz,
2003) y en los aspectos psicológicos evolutivos más recientes del humano, como la
cognición social y la conciencia autonoética o auto-conocimiento (integración entre la
conciencia de sí mismo y el conocimiento autobiográfico), logrando una completa
integración de las experiencias emocionales y cognitivas de los individuos (Flores
Lazaro, E., 2006).

Corteza órbitofrontal

La corteza órbitofrontal (COF) es parte del manto arquicortical que proviene de la


corteza olfatoria caudal-orbital. Se encuentra estrechamente relacionada con el
sistema límbico, y su función principal es el procesamiento y regulación de emociones
y estados afectivos, así como la regulación y el control de la conducta (Damasio,
2006). Además, está involucrada en la detección de cambios en las condiciones
ambientales tanto negativas como positivas (de riesgo o de beneficio para el sujeto), lo
que permite realizar ajustes a los patrones de comportamiento en relación a cambios
que ocurren de forma rápida y/o repentina en el ambiente o la situación en que los
sujetos se desenvuelven (Flores Lazaro, E., 2006). Participa de forma muy importante
en la toma de decisiones basadas en la estimación del riesgo-beneficio de las mismas
(Damasio, 2006). La COF se involucra aun más en la toma de decisiones ante
situaciones inciertas, poco especificadas o impredecibles, se plantea que su papel es
la marcación de la relevancia (emocional) de un esquema particular de acción entre
muchas opciones más que se encuentran disponibles para la situación dada (Flores
Lazaro, E., 2006). En particular su región ventro-medial se ha relacionado con la
detección de situaciones y condiciones de riesgo, en tanto que la región lateral se ha
relacionado con el procesamiento de los matices negativo-positivo de las emociones.

Corteza frontomedial

La corteza frontomedial (CFM) participa activamente en los procesos de inhibición, en


la detección y solución de conflictos, así como también en la regulación y esfuerzo
atencional (Posner, M. Raichler, M., 1997). Además, participa en la regulación de la
agresión y de los estados motivacionales. Se considera que la corteza del cíngulo
anterior funciona de forma integrada con esta región (Schallice. T, 1998). Su porción
inferior está estrechamente relacionada con el control autonómico, las respuestas
viscerales, las reacciones motoras y los cambios de conductancia de la piel, ante
estímulos afectivos; mientras que la porción superior (supero-medial) se relaciona más
con los procesos cognitivos. Las porciones más anteriores de la corteza frontomedial
se encuentran involucradas en los procesos de mentalización (teoría de la mente)
(Shallice. T, 1998).

El estudio de las funciones frontales tiene según pude recabar más menos unos 100
años de existencia. En 1902 Loeb afirma que la ablación de los lóbulos frontales en
perros no tiene efectos específicos (Flores Lázaro, E., 2006). En la misma dirección,
Lashley, de acuerdo a su principio de equipotencialidad (todas las aéreas corticales
son equivalentes), y al principio de acción de masas, predice que es la cantidad de
áreas del córtex destruida la responsable de los déficits observables tras una lesión
cerebral (Flores Lázaro, E., 2006). Broca, sin embargo, atrajo la atención de la
comunidad científica al relacionar un déficit específico (en producción del discurso) con
la lesión de un área concreta (el área frontal posterior inferior). Otros estudios
muestran la relación entre la estimulación eléctrica del córtex frontal posterior y los
movimientos motores del lado contra lateral del cuerpo (Barcia-Salorio, 2004).
En 1925, Gelb y Goldstein usando tareas de resolución de problemas, llegan a concluir
que los pacientes con lesiones frontales anteriores tienen dañadas sus funciones
intelectuales (Barcia-Salorio, 2004). Sin embargo, en la década de los 40, se practica
la lobotomía frontal en miles de personas con problemas psiquiátricos, sin que se
puedan precisar con claridad las diferencias entre la situación mental pre y
postoperatoria de los pacientes.
Rylander en 1947 describe la lobotomía pre frontal como la “ablación del alma”15. De
esta manera, los científicos discuten si los lóbulos frontales son áreas silenciosas o el
asiento de la inteligencia y el órgano de la civilización. Hoy día sabemos que ninguna
de las dos posturas extremas es cierta.
En todo caso, la contradicción entre no servir para nada y ser específicamente
humanos, se resuelve si pensamos que al estar implicados en funciones cognitivas de
alto nivel, tal vez meta cognitivas, como la conducta abstracta, la síntesis intelectual o
la conducta ética, su destrucción no afecta a las funciones básicas o cognitivas
(percepción, memoria, atención refleja...). De otro lado, sabemos que no son tan
específicamente humanos, por los estudios con monos y ratas (Barcia-Salorio, 2004),
donde su destrucción produce deterioros en el aprendizaje, aunque sí son de mayor
tamaño en los seres humanos.
Solo para finalizar esta parte les dejo con un ejemplo de caso clínico que aparecen a
lo largo del siglo XX. El caso ERV (Damasio, 2006), que trata de una persona con una
vida familiar y laboral normal hasta la lesión. Ocupaba un puesto de supervisor en una
empresa, tenía 35 años y cinco hijos. Su familia y amigos empezaron a notar cambios
de personalidad y problemas laborales hasta el punto de ser despedido, y empezó a

15
Baddeley, A (1999); “Memoria humana. Teoría y práctica. Buenos Aires. Editorial Mc Graw. 1° Edición. Pp. 157. ISBN
8432357894.
tener dificultades matrimoniales. En 1975 se le extirpó un meningioma orbito frontal
que le oprimía ambos hemisferios frontales. Tras la recuperación postoperatoria creó
un negocio que fracasó, fue despedido de múltiples trabajos, se divorció, se volvió a
casar y se volvió a divorciar. Su cociente intelectual era normal. El daño cerebral a la
base de su “estilo personal compulsivo” era un daño bilateral del área derecha
ventromedial de la corteza frontal. Otro caso es la conocidísima historia ocurrida el
siglo XIX de un paciente frontal llamado Phineas Cage (Harlow, 1848) caso que
desarrollaremos más adelante en otro apartado.

2.5.- Lóbulos frontales y las funciones ejecutivas.

Como quedo explicitado en la página anterior, las funciones ejecutivas (FE) son
soportadas principalmente por la corteza pre frontal (Aliaga. F, 2010), participan en el
control, la regulación y la planeación eficiente de la conducta humana, también
permiten que los sujetos se involucren exitosamente en conductas independientes,
productivas y útiles para sí mismos (Lezak, Howieson, & Loring, 2004).
Las funciones ejecutivas se definen como un proceso o una serie de procesos cuyo
principal objetivo es “facilitar la adaptación a situaciones nuevas, opera por medio de
la modulación o el control de habilidades cognitivas más básicas”16; estas habilidades
o rutinas son procesos sobre-aprendidos por medio de la práctica o la repetición e
incluyen habilidades motoras y cognitivas, como la lectura, la memoria o el lenguaje
(Aliaga, 2010). Representan un sistema cuyo desempeño es optimizado en situaciones
que requieren la operación de diversos procedimientos cognitivos. Este sistema se
necesita aun más cuando se tienen que formular nuevos planes de acción, al igual que
cuando se necesita seleccionar y programar secuencias apropiadas de respuesta
(Schallice. T, 1998).
Debido a que en la mayoría de las situaciones de la vida diaria es necesario hacer
adaptaciones conductuales, también permiten la creación de patrones nuevos de
procesamiento cuando no existen esquemas que puedan enfrentar la situación. La
función ejecutiva incluye además aspectos como la capacidad de filtrar la interferencia,
el control de las conductas dirigidas a una meta, la habilidad de anticiparse a las
consecuencias de la conducta y la flexibilidad mental; como también la moralidad, la
conducta ética y la auto conciencia(Flores Lázaro, 2006). Estas funciones por tanto
parecen ser la responsable directa o indirecta de los procesos que realizan los lóbulos
frontales y, particularmente porque la corteza pre frontal supervisa y coordinan todo lo
que tiene que ver con la inteligencia, la atención, la memoria, el lenguaje, la flexibilidad
mental, el control motor y la regulación de la conducta emocional (Bausela E, 2008).
El desarrollo de las funciones ejecutivas se inicia temprano, durante la lactancia y se
prolonga durante muchos años, incluso hasta la adultez. De hecho, se considera que
son las funciones que tardan más tiempo en desarrollarse. Durante los primeros años
de vida, el niño parece vivir en un tiempo presente con reacciones solamente a
estímulos que se encuentran en su alrededor inmediato, y es posteriormente cuando,
es capaz de representar estímulos del pasado, planear el futuro, y representar un
problema desde distintas perspectivas que le permite escoger soluciones apropiadas.
Esta capacidad para planear y solucionar problemas constituye probablemente el inicio
de las funciones ejecutivas. La emergencia de las funciones ejecutivas es evidente
entonces, cuando el niño da muestras de tener la capacidad para controlar la conducta
usando información previa y progresivamente se van optimizando con la interlocución
de por una parte la maduración cerebral y por la otra, la estimulación ambiental. Dicho
con mayor precisión, existe evidencia del desarrollo de la función ejecutiva ya durante
los primeros años de vida. Lezak destaca la diferencia que existe entre las funciones
ejecutivas y las funciones cognitivas, resaltando que mientras que las funciones

16
Aliaga, F (2010); “Nuestros maravillosos lóbulos frontales”. Pp. 2-3. En asociación EDUCAR.
www.asociacioneducar.com.
ejecutivas permanecen intactas, una persona puede sufrir pérdidas cognitivas
considerables y continuar siendo independiente, constructivamente autosuficiente y
productiva. (Lezak, M. D., Howieson, D.B., Loring D.W., 2004). Cuando se alteran las
funciones ejecutivas, el sujeto ya no es capaz de auto cuidarse, de realizar trabajos
para sí o para otros, ni poder mantener relacionales sociales normales,
independientemente de cómo conserve sus capacidades cognitivas. Como principio
básico de los déficits cognitivos usualmente atañen a funciones específicas o áreas
funcionales, mientras que la alteración ejecutiva se manifiesta de una manera más
general, afectando a todos los aspectos de la conducta. La conducta manifiesta por
pacientes con lesión frontal, se asemejaría a la de los individuos con personalidad
antisocial en el sentido de la incapacidad para inhibir la conducta socialmente
incorrecta, aún reconociendo cual es la conducta correcta, asociándose el daño del
lóbulo frontal principalmente con la disfunción ejecutiva.

3° Parte. SINDROME DEL LOBULO FRONTAL Y SU VINCULACION CON LA


PSICOPATÍA.

3.1.- Descripción de las alteraciones cognitivo – conductuales asociadas a la


disfunción ejecutiva por lesiones en el lóbulo Frontal.

Aunque se ha identificado y estudiado un número importante de ellas, no existe una


función ejecutiva unitaria hacia donde podamos inferir que van a llegar a manifestarse
las alteraciones cognitivo conductual. Pues existen diferentes procesos que convergen
en un concepto general de las funciones ejecutivas (Garzón, M; Sánchez, J., 2007).
Las alteraciones de las Funciones Ejecutivas pueden significar diversos tipos de
déficit. La afectación de las áreas pre frontales a nivel cortical y en cualquier punto del
trayecto de los circuitos o conexiones subcorticales asociadas con la corteza pre
frontal supondría fallos de funcionamiento ejecutorio. La mayoría de artículos, ensayos
y libros en los cuales me he podido interiorizar, hacen referencia a cinco tipos de
déficit de las Funciones Ejecutivas en las cuales están involucrados los colapsos de
cuatro sub-funciones (la atención, la memoria de trabajo, el control de interferencias o
capacidad de inhibir y el Sistema Atencional Supervisor (SAS) que viene siendo el
“coordinador” de las demás funciones tales como:

Planeación

La planeación es una de las capacidades más importantes de la conducta humana, se


define como la capacidad para integrar, secuenciar y desarrollar pasos intermedios
para lograr metas a corto, mediano o largo plazo. En algunas ocasiones la planeación
no sólo se realiza en una sola dirección, con frecuencia se realizan pasos indirectos o
en sentido inverso (para lo cual también se requiere de flexibilidad mental, otra función
ejecutiva importante) que al seriarse con los pasos directos, se consigue llegar a la
meta planteada (Luria. A, 1984). Por medio de estudios de neuroimagen funcional se
ha encontrado que las porciones dorsolaterales de la CPF, son las áreas que se
encuentran principalmente involucradas en los procesos de planeación (Bassarath, L.,
2005)

Control conductual

Una de las funciones más importantes de la corteza pre frontal (CPF) es la capacidad
de control sobre los demás procesos neuronales que se llevan a cabo dentro y fuera
de la misma, el control inhibitorio ejercido por la CPF, en particular por la corteza fronto
meridional (CFM) permite retrasar las tendencias a generar respuestas impulsivas,
originadas en otras estructuras cerebrales, siendo esta función reguladora primordial
para la conducta y la atención (Bassarath, L., 2005)

Flexibilidad mental

La capacidad para cambiar un esquema de acción o pensamiento en relación a que la


evaluación de sus resultados indica que no es eficiente, o a los cambios en las
condiciones del medio y/o de las condiciones en que se realiza una tarea específica,
requiere de la capacidad para inhibir este patrón de respuestas y poder cambiar de
estrategia. También implica la generación y selección de nuevas estrategias de trabajo
dentro de las múltiples opciones que existen para desarrollar una tarea (Bassarath, L.,
2005). Las situaciones de la vida diaria con frecuencia son altamente cambiantes y los
parámetros y criterios de respuestas no dependen de una lógica inflexible y
generalizable a todas las circunstancias, sino que dependen del momento y el lugar en
donde se desarrollen; la excesiva fijación de un criterio, una hipótesis o una estrategia
de acción, afectan de forma importante la solución de problemas (Bassarath, L., 2005).

Memoria de trabajo

La memoria de trabajo es la capacidad para mantener información de forma activa, por


un breve periodo de tiempo, sin que el estímulo esté presente para realizar una acción
o resolver problemas utilizando información activamente, así como también para el
curso de los procesos de pensamiento (Baddeley, 1999).
Ante diversas modalidades de información o tipo de procesamiento existe participación
diferente de diversas estructuras de la CPF para el mantenimiento de la memoria de
trabajo, lo cual se extiende más allá de la división verbal-visual (Baddeley, 1999).

Fluidez

La velocidad y precisión en la búsqueda y actualización de la información, así como en


la producción de elementos específicos en un tiempo eficiente, es un importante
atributo de la CPF y se relaciona con la función ejecutiva de productividad (Lezak, M.
D., Howieson, D.B., Loring D.W., 2004). La fluidez de lenguaje, en particular la fluidez
de verbos o acciones, se relaciona más con la actividad de la zona premotora y con el
área de Broca. La fluidez de diseño (dibujos y figuras) se relaciona con la CPF
derecha. Además recientemente se ha hecho énfasis en capacidades psicológicas no
incluidas dentro del concepto FE, sino capacidades de mayor jerarquía cognitiva,
como la meta cognición, la mentalización y la cognición social (Lezak, M. D.,
Howieson, D.B., Loring D.W., 2004).

Meta cognición

La meta cognición es el proceso con mayor jerarquía cognitiva y no se considera una


función ejecutiva sino un proceso de mayor nivel. Es definida como la capacidad para
monitorear y controlar los propios procesos cognoscitivos. Por lo que alteraciones
cognitivo conductuales pueden llevar a un deficiente auto regulación del aprendizaje
social (Crespo N, 2004)

Mentalización

La capacidad de pensar lo qué otra persona puede estar pensando, pensará y/o
reaccionará en relación a una situación o evento particular, se ha denominado
mentalización y es una de las capacidades humanas más importantes para las
relaciones interpersonales y sociales (Shallice. T, 1997).
Se ha encontrado que en sujetos con autismo la capacidad de mentalización se
encuentra afectada y se ha propuesto que esta situación es una de las características
más importantes de este trastorno (Schallice. T, 1997). Los sujetos con alteraciones en
la capacidad de mentalización no pueden estimar ni comprender el proceso de
pensamiento de otras personas y no pueden estimar las experiencias psicológicas
desde la perspectiva de los demás. Por medio de estudios de neuroimagen funcional
se ha encontrado que la CPFM es la región de la CPF más relacionada con la
capacidad de mentalización (Shallice. T, 1997).

Conducta social

Durante el desarrollo, los niños tienen que asimilar, aprender y desarrollar diversos
sistemas de reglas cognitivas y sociales, las cuales cuando adultos, les permitan
interactuar propositivamente con su medio. Esta serie de capacidades se ha
denominado: implementación de reglas, permitiendo que de forma flexible se alterne,
seleccione, actualice y se ejecuten procedimientos efectivos de conducta en base a
situaciones sociales determinadas (Bunge. M, 2002). Se ha encontrado que el daño
frontal perinatal y en la infancia temprana, particularmente el daño en la COF y CFM,
produce una alteración denominada: discapacidad de aprendizaje social y conductual,
dichas investigaciones, llevadas a cabo por Price, Daffner, Stowe, & Mesulam
determinaron que esta discapacidad se caracteriza porque a partir de la adolescencia
se presentan conductas antisociales que van desde robo, violencia y adicción a
drogas, y con frecuencia este tipo de pacientes terminan en prisión ( Damasio. A, 2006
y Flores. E, 2008). Se ha propuesto que esta dificultad se debe a que el daño en la
COF no permite crear y/o adjudicar redes neuronales que representen marcadores
afectivos de lo correcto o incorrecto (desde un punto de vista social) de las conductas
que presentan en los niños durante su desarrollo (Damasio, 2006).

Cognición social

La capacidad de cognición social se ha propuesto para definir los procesos cognitivos


que incluyen al sujeto (con sus motivaciones y valores) en un contexto social en donde
hay que tomar decisiones personales. Cada sujeto tiene intereses personales,
profesionales y sociales los cuales intenta desarrollar en dependencia de la evaluación
de su pertinencia social-ambiental. Se plantea que la cognición social requiere de un
modelo mental del sujeto (auto-conocimiento) que le permita identificar su papel
particular dentro de un contexto familiar, laboral y social; de forma que pueda estimar,
regular y planear cómo puede lograr satisfacer sus intereses en un ambiente social
complejo (Arango, O Puerta, I Pineda, D., 2008). Se ha identificado que la CPF
derecha, en particular el polo frontal, puede ser el nodo más importante en el soporte
de estas capacidades (Arango, O Puerta, I Pineda, D., 2008).
Las regiones polares de la CPF (particularmente el polo frontal derecho) son
primordiales para algunas capacidades incluidas dentro de la cognición social, como
son la interpretación del humor y la interpretación no literal de mensajes verbales
como los refranes, debido a que para su comprensión se requieren de la actualización
e integración de elementos autobiográficos.

El análisis neuropsicológico del daño frontal se complica por la variabilidad del tamaño
de la lesión, el tipo de patología, el daño cortical versus el subcortical (o ambos), la
región de la corteza afectada, el tiempo de desarrollo de la lesión y el impacto de la
desconexión funcional con otras áreas corticales; debido a todos estos factores es que
las definiciones del “daño frontal” varían considerablemente, se ha advertido que no
existe una entidad única y simple como “síndrome frontal”, agrupar como una sola
todas sus variantes es un error (Bonilla, J; Fernández Guinea S., 2006).
El daño frontal produce muy diversas características cognitivas y conductuales, en
dependencia de la(s) zona(s) que se lesionen. Por ejemplo, el daño en la COF
producirá alteraciones en la regulación afectiva y conductual, en tanto que el daño en
la CPFDL, afectará principalmente funciones ejecutivas. Las lesiones de la CFM pre
frontal medial producirán alteraciones del control atencional y de mentalización. Las
lesiones más polares producirán alteraciones en las capacidades de cognición social y
meta cognición. También se ha propuesto agrupar a los pacientes por medio del
criterio funcional, debido a la gran variabilidad en el tipo, la magnitud e imprecisión
anatómica de las lesiones frontales; de esta forma el “síndrome disejecutivo”, describe
un amplio espectro de alteraciones frontales y ejecutivas sin precisar sus correlatos
anatómicos (Bausela, E y Santos Cela, J., 2006). Lo que admite describir en el nivel
cognitivo y funcional las alteraciones presentadas, permitiendo enfocarse más en
procesos y mecanismos cognitivos que en zonas del cerebro. Esto permite
implementar y utilizar métodos de evaluación y rehabilitación provenientes de la
psicología cognitiva tanto en la evaluación como en la rehabilitación de las muy
diversas consecuencias neuropsicológicas del daño frontal. En este sentido, tanto la
psicopatía como la disfunción ejecutiva o síndrome disejecutivo se han considerado
prototipos de daño en el lóbulo frontal, aunque, hasta hace relativamente pocos años,
no se habían relacionado.
En apartados anteriores ya tuvimos un primer encuentro con el concepto de
psicopatía, en el pudimos observar que el constructo pareciese no está definido
claramente en las clasificaciones internacionales; su crítica se basaba en que se
centra única y exclusivamente en el trastorno antisocial de la personalidad. Y por ello
se desprendían las dificultades cuando no se teoriza adecuadamente, pues de ello
depende la rigurosidad de cualquier investigación psicopatológica que quiera
implementarse.
Pero si por un lado esto parece una brecha conflictiva, por otro nos alivia la idea de
que experimentalmente al parecer se comienza a inferir que las conductas típicas del
psicópata en algunos casos si se pueden relacionar con determinados déficit cerebral
estructural y funcional, gracias a las aportaciones apreciables en las técnicas de neuro
imagen y en test neuropsicológicos. Entre las pruebas que aportan en ello y pueden
simplificar la búsqueda de disfunciones ejecutivas están el test de clasificación de
tarjetas de Wisconsin, el test de laberintos de Porteus, el test de fluidez verbal, el test
de organización visual, la prueba de fluidez de diseños, la prueba de conflicto
palabra/color o test de Stroop, la tarea secuencial de emparejamiento de memoria, el
Cubo de Necker, el cuestionario de actividades preferenciales, la Torre de Hanoi, la
Tarea go/no go, la prueba de apertura de caminos, el test de aprendizaje verbal y el
sub test de cubos del WAIS. Los cuales en varios casos se han mostrado como
buenos predictores de los déficits cerebrales postulados en los psicópatas,
apoyarando el trabajo profesional, con el fin de determinar si estos déficit, tanto
cerebrales estructurales como funcionales, constituyen el soporte neurológico de la
incapacidad de los psicópatas para la integración de los procesos de razonamiento
con las emociones y, más concretamente, para determinar científicamente la aparición
de síntomas como la impulsividad, inatención, dependencia ambiental, perseverancia
patológica y déficit en la autorregulación tan característicos del síndrome disejecutivo
(Garzón, M; Sánchez, J., 2007).
En este sentido, este apartado y de aquí en más, se buscara analizar los estudios más
relevantes en la materia, auscultando la estrecha relación que existe entre el
razonamiento y la emoción idea que se basa en el paradigma de la plasticidad cerebral
de Kendal (Desviat, M (2006), donde queda de manifiesto que es imposible la
comprensión de uno sin la otra o viceversa. Desde laidea que la función ejecutiva es el
nexo explicativo de la relación entre ambos.

Ya más arriba explicábamos como la amígdala interviene en la generación de las


emociones. Los estudios aportados por las investigaciones neuro científicas sobre las
conductas anti sociales y en especial las psicopáticas señalan las implicaciones de
estas estructuras en dicha conducta. Antonio Damasio profesor de neuro ciencia y
psicología de la Universidad de Southern de California y ganador en el 2005 del
premio Príncipe de Asturias de investigación expone en su obra “El error de
Descartes” que la corteza pre frontal es la zona que nos permite tomar las decisiones
más complejas y responder de manera racional, inhibiendo y frenando la agresividad,
reprimiendo las emociones más instintivas provenientes de otras zonas cerebrales,
todo ello puesto que dicha zona reside la sede del razonamiento moral y es donde se
controlan los instintos primarios que proceden específicamente del sistema límbico
(Damasio. A, 2006). Es así que cuando esta área del cerebro no funciona bien o se ve
afectada estructuralmente tendríamos mayor predisposición hacia la realización de
conductas violentas o derechamente criminales.
Desde la psicología sabemos que las emociones poseen un papel multidimensional de
las más significativas para el desenvolvimiento social del ser humano. Las emociones
son respuestas biológicas, reacciones fisiológicas que preparan al cuerpo para la
acción adaptativa. Son funcionales y por tanto son fenómenos sociales puesto que
comunican nuestro estado de ánimo a los demás. En términos neuronales las
emociones que producen un comportamiento específico se originan en determinadas
áreas del cerebro y son el resultado de reacciones electroquímicas dentro de su
intrincada red neuronal (Bonilla, J; Fernández Guinea S., 2006). Una de estas
respuestas es la agresividad, y concretamente, las bases neurobiológicas de la
agresividad se hallan precisamente en la corteza pre frontal y en la amígdala del
cerebro, considerada como la estructura dominante en la modulación de la violencia.
(Garzón, M; Sánchez, J., 2007)
Por otra parte, estudios realizados en distintas regiones del córtex pre frontal del
cerebro, sobre áreas específicas de control de las emociones negativas, han puesto
de manifiesto la interrelación entre el córtex frontal orbital, el córtex anterior cingular y
la amígdala. Algunos científicos sostienen que la corteza pre frontal actúa como freno
ante los impulsos agresivos y así parecen confirmarlo los experimentos realizados con
gatos, que dejaron de atacar a los ratones al recibir un estímulo en esa área (Moffitt, T;
Stack, S., 2007). Así queda establecido que, mientras el córtex frontal orbital
desempeña una función decisiva en el freno de impulsividad, el córtex anterior cingular
moviliza a otras regiones del cerebro en la respuesta frente al conflicto. Uno de las
hipótesis más significativas sobre el papel que desarrollan en este sentido los lóbulos
frontales; esta en lo que se denomina la espontaneidad del comportamiento. Kolb y
Milner encontraron que individuos con daño frontal exhibieron menos movimientos
faciales espontáneos, hablaron menos palabras - lesiones faciales izquierdas - o
excesivamente - lesiones faciales derechas – (Bausela, E., 2007).
En otros estudios como los de Semmes y Weistein también se piensa que los lóbulos
frontales desarrollan un papel en nuestra orientación espacial. Estos estiman que de
igual modo uno de los efectos más comunes del daño frontal puede ser un cambio
dramático en el comportamiento social, y donde la personalidad de un individuo puede
experimentar cambios significativos. Algunas investigaciones expresan eso si que
habría una diferenciación entre daños del lóbulo izquierdo y el derecho. Ya que en el
primero se manifestaría en síndromes depresivos, mientras en el segundo como
síndromes psicopáticos manifiestos (fundación anna Vásquez, 2007). Así, el daño o la
afectación funcional de los lóbulos frontales tienen consecuencias muy heterogéneas e
importantes en las conductas más complejas del humano. Por lo que es necesario
contar con un conocimiento lo más completo posible sobre sus propiedades
neuropsicológicas. En este sentido, estimo que las ciencias neuro - biológicas actuales
está cada vez más en condiciones de ir detectando otras áreas, o encontrar nuevas
funciones de estas. Todo con el fin para ir identificando los rincones cerebrales donde
se esconde nuestra agresividad, así como las reacciones neuroquímicas que se
establecen en nuestro organismo ante situaciones de violencia, miedo, peligro, etc.
Ya hablábamos anteriormente de la agresividad, en el sentido de ser un rasgo
biológico del ser humano y por tanto constituir una herramienta al servicio de la
supervivencia de la especie, que sin esta característica no hubiera podido evolucionar
ni perpetuarse como tal. Pero, ¿cuáles son los resortes fisiológicos que condicionan
nuestra conducta? ¿Qué mecanismos neuronales determinan el grado de agresividad
de un individuo o el paso a un comportamiento violento? A nuevas interconexiones
disciplinares es lo que debemos hacer para acercarnos más a ellas. Sabemos que hoy
por hoy también en Sud América se ha comenzado a estudiar el comportamiento
social y adolescencia, realizado algunas colaboraciones entre neuro ciencias, y la
psicología del desarrollo por ejemplo. En argentina hasta se levantaron algunas
investigaciones que exponen la relevancia de la corteza frontal al estudiar el
comportamiento de cierta población adolescente pues es sabido que este proceso de
desarrollo no finalizaría hasta la tercera década de vida (Buonnovo. A, 2008). Mientras
otras tratan de demostrar que en algunos casos al no estar del todo desarrollado la
maduración de dicha corteza, existiría un potencial de déficit para controlar las
emociones y por ende una mayor prevalencia de la agresividad reactiva durante este
período (Brites. C, 2007) Acá último sabemos que algunos clínicos prefieren dejar más
a la discusión y catalogar lisa y llanamente de trastornos disociales.

Los rasgos nucleares del trastorno antisocial de la personalidad, o denominados


psicopatía son los denominados comportamientos impulsivos, aquellos
comportamientos que no reparan en las consecuencias negativas de las conductas,
donde existe una ausencia de responsabilidades personales y sociales, con déficit en
la solución de problemas, y pobreza afectiva, sin sentimientos de amor ni culpabilidad.
Como consecuencia de todo ello, estas personas carecen del mínimo equipamiento
cognitivo y afectivo necesario para asumir los valores aceptados socialmente, lo que
suele traducirse en la transgresión constante de las normas establecidas y en un
patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás. Por otra parte,
la psicopatía se ha ido perfilando como una constelación de rasgos de naturaleza
afectiva, interpersonal y conductual altamente significativa en el estudio del
comportamiento antisocial adulto.
En la actualidad, la literatura científica nos ofrece abundantes datos que muestran la
utilidad de este constructo para identificar delincuentes con indicadores graves en su
carrera criminal, incluyendo altas tasas de delitos, alta probabilidad de delitos
violentos, agresión en el contexto de las cárceles, alta propensión a la reincidencia y
mala respuesta al tratamiento.
Para escudriñar en las relaciones investigativas sobre psicopatía y daño en el lóbulo
frontal, creo que se hace prioritario primero acudir a las descripciones que sobre la
psicopatía realizaron autores como Cleckley y Hare.
Así para el primero de estos autores el síntoma básico de la psicopatía sería la
deficiente respuesta afectiva hacia los demás. Lo que explicaría el comportamiento
antisocial que manifiesta el individuo (Parés. M, 2008), y que lo llevaría a proponer
unos criterios para definir al psicópata, la mayoría de los cuales siguen aceptándose
en la actualidad. Según este autor, al psicópata le falta la posibilidad de experimentar
emociones, carece de ellas, aunque, en apariencia, se exprese de un modo normal
(Parés. M, 2008). Es lo que denominó demencia o afasia semántica, que implica que
los psicópatas son incapaces de entender y expresar el significado de experiencias
emocionales, aún cuando puedan comprender el lenguaje (Millon. T, 2007).
Otro de los puntos importantes desarrollados por Cleckey es en el cual distinguía entre
la psicopatía y la delincuencia ordinaria. Dicha distinción fue materializada mediante
un paralelo que marcaba la existencia de indicadores de desinhibición comportamental
en esta última (pobre juicio, comportamiento antisocial inmotivado), en función de
indicadores de la afectividad (ausencia de vergüenza o sentimiento de culpa,
egocentrismo e incapacidad para amar y pobreza general de afecto) e interpersonales
diferenciales en el primero (trato superficial, irresponsabilidad en las relaciones
interpersonales y falsedad).
Hare, por su parte, y como lo vimos en su aportación científica de la valoración de la
violencia; contribuye elaborando una escala de estimación compuesta por 20 ítems,
denominada Psychopathy Checklist Revised (PCL-R) en la que se incluyen dos
factores que conforman lo que se debería entender como psicopatía El primero de
estos factores, denominado personalidad o desapego emocional, incluye aquellos
ítems que hacen referencia a las características interpersonales y afectivas
involucradas; el factor de desviación social, por su parte, abarca aquellos elementos
relacionados con problemas de conducta, irresponsabilidad e impulsividad, y con un
déficit en la socialización del individuo (Abalos. C; Esquivel. N; Gallardo. C, 2004); es
decir, cada factor alude a cuestiones emocionales y comportamentales,
respectivamente. Esta prueba ha demostrado ser un efectivo instrumento para
distinguir individuos psicópatas de aquéllos que no lo son, pues incluye los dos
factores ya mencionados (Garrido. V, 2003).
En general, y en opinión de Hare y de Vicente Garrido (otro eximio experto
psicopatólogo español) las definiciones y descripciones aportadas se centran en el
elevado egocentrismo que caracteriza a los psicópatas, que encaja, asimismo, con su
falta de empatía; como también por su incapacidad para establecer relaciones
afectivas con los demás.
Por todo lo anterior, queda claro que la definición de psicopatía a dado lugar a puntos
de vista diferentes, que ofrecen soluciones diagnósticas diferentes, y por ende a
tratamientos diferentes. Ello debido a que los componentes cognitivos y emocionales
que asociados podrían desencadenar en potenciales comportamientos violentos e
incluso criminales dependerán de cuan relevante también son aquellas variables
ambientales y de aprendizaje descritas por Hare, Garrido y Cleckley.
Y es aquí donde la incorporación a la discusión del síndrome pre frontal y disejecutivo
sirven principalmente para agudiza nuestras definiciones diagnósticas del trastorno
anti social, sobre todo cuando este está más ligado a desencadenantes neuro –
vegetativos que dan lugar a disfunciones en ciertas zonas o conexiones del cortex
frontal. Puesto que estos conllevan cuadros comportamentales alterados que en nada
puedan ni deban necesariamente proceder de otros historiales clínicos similares a los
descritos en los manuales diagnósticos del DSM-IV y CIE-10; particularmente los que
se conoce como trastorno antisocial de la personalidad y el trastorno disocial de la
personalidad de los que se desprende más un patrón más socio - ambiental que
comienza en la infancia o el principio de la adolescencia y continúa en la edad adulta
(DSM-IV, 2009). Como bien señala Damasio, para no caer en la trampa frenológica
establecida detrás de la identificación de un área cerebral-función, ya que los efectos
patológicos asociados con una región cerebral determinada sólo pueden ser
comprendidos adecuadamente en el contexto de sistemas neurológicos multi
componentes (Damasio, 2006).
En definitiva, esto refuerza nuestra tesis acerca de abrir un flanco de investigación de
esta compleja red relacional de las funciones ejecutivas y la regulación emocional.
Considerado al constructo de la impulsividad como involucrado en las deficiencias de
la función ejecutiva para el control de la conducta en presencia de reforzadores
salientes. Alteraciones en la regulación de la emoción, conducta y cognición,
fundamentalmente los procesos involucrados en la función ejecutiva que se han
vinculado a la conducta antisocial y el mantenimiento en el abuso de drogas (Giancola,
P; Mezzich A, 2003).

Potenciando lo anterior, existen varias investigaciones que han encontrado una


disminución importante del volumen de materia gris en el cortex pre frontal de
personas diagnosticadas con psicopatía (Raine. A; San Martin. J, 2009). Dentro de
esta hipótesis un número relevante de investigadores han sugerido que este factor,
junto con la presencia de asimetría hipocampal anterior, pueden explicar los
problemas en la regulación emocional y en un pobre condicionamiento del miedo, lo
cual genera en el psicópata una baja reactividad a estímulos ambientales que lo
amenacen. El grupo de Raine llevó a cabo otros estudios en el que dividieron a un
grupo de asesinos en dos: depredadores (agresión premeditada) y afectivos (agresión
impulsiva). Los autores encontraron que la corteza pre frontal de los asesinos afectivos
presenta tasas de actividad bajas. Por otra parte, los asesinos depredadores tenían un
funcionamiento frontal relativamente bueno, lo que corroboraría la hipótesis de que
una corteza pre frontal intacta les permite mantener bajo control su comportamiento,
adecuándolo a sus fines criminales (Raine. A; San Martin. J, 2009).
En dicha investigación ambos grupos se caracterizaban porque presentaban mayores
tasas de actividad en la sub corteza derecha que los del grupo control. Por esta mayor
actividad subcortical, los asesinos de uno y otro grupo, se pensaba, podían ser más
proclives a comportarse agresivamente, pero los depredadores tienen un
funcionamiento pre frontal lo bastante bueno para regular sus impulsos agresivos,
manipulando a otros para alcanzar sus propias metas, mientras que los asesinos
afectivos, al carecer de control pre frontal sobre sus impulsos, tienen arranques
agresivos, impulsivos y desregulados.
Las lesiones en el cortex pre frontal ventromedial por ejemplo genera en las personas
que la padecen características conductuales y cognitivas muy similares a la psicopatía.
Algunos investigadores creen que este tipo de lesión puede derivar en lo que se ha
llamado “sociopatía adquirida”17. Y por otro lado, una patología denominada demencia
fronto temporal, que es un desorden neuro degenerativo progresivo que involucra
lóbulos frontales, temporales o ambos, puede generar en los pacientes características
como la frecuente violación de normas, falta de empatía, perdida en la capacidad de
estimar riesgos en su conducta hacia otros y/o una falla al responder a las
necesidades de otros (Cardona. C; Martínez de Almeida. R, 2010). Se ha señalado
que la impulsividad es uno de los factores explicativos más importantes de la conducta
violenta y también de otras conductas, como la hiperactividad, el alcoholismo, el
suicidio y la conducta adictiva. Todas ellas pertenecen a la constelación de la
violencia, actuando como multiplicadoras de ésta, y podrían compartir sustratos
biológicos comunes.
Las personas impulsivas tienden a seleccionar refuerzos inmediatos a pesar de las
posibles consecuencias negativas futuras. Este déficit en las funciones ejecutivas
implicaría una alteración en la regulación de la emoción, la cognición y la conducta, y
estaría asociado a una hipofunción del lóbulo frontal. Así, los sujetos impulsivos
fracasarían a la hora de emplear la información disponible en el medio para prever las
consecuencias de sus actos e inhibir la conducta en presencia de reforzadores
salientes. A partir de evidencias como éstas, se mantiene la hipótesis de que la
violencia impulsiva está relacionada con alteraciones en los sistemas cerebrales que
gobiernan el control emocional, ya que se caracteriza por un grave déficit para regular
el afecto y controlar los impulsos agresivos, y es altamente co mórbida con diversos
trastornos mentales, como la depresión, el trastorno límite de la personalidad o el
abuso de sustancias, en los que el componente emocional se encuentra, asimismo,
afectado. Los individuos con alteraciones funcionales o estructurales en el sistema
regulador del afecto podrían, por tanto, manifestar comportamientos descontrolados y
dominados por la ira, debido a su estilo de respuesta dirigido por la estimulación
externa y la incorrecta interpretación de esta información como amenazante, a pesar
de que sus capacidades de inteligencia general, razonamiento lógico y conocimiento
declarativo de las normas sociales y morales se encontrarían probablemente
preservadas(Raine. A; San Martin. J, 2009).

17
Cardona, C; Martínez de Almeida, R (2010); “Psicopatía en hombres y mujeres”. Brasil. En archivos de psicología de
la Universidad de rio grande do sul. Vol.62. N° 1. pp.3. ISSN 1809-5267.
En los últimos años se han llevado a cabo múltiples estudios empleando modernas
técnicas de neuroimagen estructurales y funcionales, que han permitido localizar áreas
que podrían ser disfuncionales en sujetos agresivos y violentos. En el caso de la
agresión impulsiva postulan que la agresión impulsiva se manifestaría como resultado
de una disfunción en un conjunto coordinado de estructuras cerebrales que
funcionarían para regular la respuesta emocional, e incluiría las regiones orbito frontal
y ventromedial del lóbulo pre frontal, y estructuras subcorticales, como la amígdala o el
hipocampo, muy relacionadas con la emoción y los instintos.
Si estas regiones se encontrasen afectadas, tanto en su estructura como en su
funcionamiento, podrían predisponer a los individuos a comportamientos
irresponsables y violentos (Navas-Collado, E; Muñoz J, 2003).
Actualmente, y gracias a estos estudios se sabe que el daño en los lóbulos frontales
provoca un deterioro de la intuición, del control del impulso y de la previsión, lo que
conduce a un comportamiento socialmente inaceptable y poco adaptativo. Esto es
particularmente cierto cuando el daño afecta a la superficie orbital de los lóbulos
frontales. Los pacientes que sufren de este síndrome “pseudo psicopático”18 se
caracterizan por su demanda de gratificación instantánea y no se ven limitados por
costumbres sociales o miedo al castigo. Mientras otros estudios han mostrado un peor
rendimiento en pruebas cognitivas de lenguaje, percepción y habilidades psicomotoras
en sujetos violentos frente a sujetos normales. Por lo que si las dificultades en el
control de impulsos están relacionadas con ciertas alteraciones cerebrales, el
rendimiento en test cognitivos y de habilidades podría ser mejor predictor de la
conducta antisocial que otras medidas de personalidad (Granacher R, 2003).
Los estudios acerca del funcionamiento neuropsicológico de los psicópatas
prototípicos asocian el déficit observados a daños en el córtex pre frontal ventromedial
y dorso lateral. Se presupone que la funciones ejecutivas se puede encuadrar en los
lóbulos frontales y, más concretamente, en las regiones anteriores, es decir, las áreas
pre frontales y sus conexiones recíprocas con otras zonas del córtex cerebral, así
como con otras estructuras subcorticales, entre ellas los núcleos de la base, el núcleo
amigdalino, las estructuras di encefálicas y el cerebelo (Navas-Collado, E; Muñoz J,
2003).
Con respecto a los estudios con resonancia magnética (RM), se ha encontrado una
reducción del volumen de la corteza pre frontal en los sujetos catalogados de
psicópatas y la cuantía de esa reducción se estima en un 14% aproximadamente
(Navas-Collado, E; Muñoz J, 2003).
Los principales datos sobre posibles afectaciones cerebrales desde un punto de vista
funcional en los psicópatas proceden de estudios de medicina nuclear que han
empleado la tomografía por emisión de positrones (PET en sus siglas en ingles). Estos
estudios han mostrado que los actos impulsivos con correlatos agresivos crecen a
medida que baja la cantidad de glucosa en la corteza frontal en pacientes con
trastornos de la personalidad. Al comparar asesinos con personas “normales” en
tareas de atención visual que inducen a la activación de la región pre frontal del
cerebro para la vigilancia, se apreció un hipo metabolismo frontal de los “asesinos”
frente a los ‘controles’ (Raine, A; San Martin, J., 2000).
Para estos autores en los sujetos antisociales han aparecido cambios en la activación
cerebral en las áreas asociadas al procesamiento emocional, incluido el córtex pre
frontal, la amígdala y otros componentes del sistema límbico. Además, había
anomalías funcionales subcorticales en la amígdala, el hipocampo y el tálamo, con una
baja activación en el lado izquierdo cerebral. Estas estructuras, que como sabemos
forman parte del sistema límbico (expresión emocional), y cuya anormalidad en la
respuesta se relaciona con deficiencias en la emisión de respuestas condicionadas al
miedo y dificultades en el aprendizaje de la experiencia, mostraron conductas
18
Granacher, R (2003); “Traumatic Brain Injury”. Florida USA.Editorial Taylor and Francis. 2° Edición. ISBN 978-0-203-
50174-0.
correlacionadas con manifestaciones violentas antisociales y que suponen una
expresión comportamental disejecutiva (Raine, A; San Martin, J., 2000).
El funcionamiento de la corteza orbito frontal derecha se mostro disminuido en un
14,2% en sujetos que han cometido asesinatos. Estos resultados son compatibles con
la hipótesis de un empleo de estrategias cognitivas no límbicas para el procesamiento
del material afectivo por parte de los criminales psicópatas (Raine, A; San Martin, J.,
2000).
En otros estudios con tomografía con emisión de fotón único (SPECT) también se han
encontrado resultados importantes (Sanchez. F, 2009). En un trabajo en el que se
sometió a dos grupos de sujetos (psicópatas y controles) a una tarea de decisión
léxica –con palabras de contenido neutro y emocional, así como conjuntos de letras
sin sentido–, se requería (en dos fases distintas) que se determinase lo más
rápidamente posible cuáles de las letras que aparecían unos milisegundos en la
pantalla del ordenador formaban o no una palabra. El flujo sanguíneo cerebral relativo
(FSCr) del grupo compuesto por psicópatas drogodependientes (identificados con la
PCL-R) era superior en las regiones occipitales y menor en las regiones frontal,
temporal y parietal, en comparación con el grupo control. Estas hipo perfusiones
frontales son también evidentes en sujetos alcohólicos con trastorno de la
personalidad antisocial, en comparación con otros sujetos sin dicho trastorno
(Sanchez. F, 2009).
Utilizando la resonancia magnética funcional (RMf), se ha intentado también
comprobar la hipótesis de que los psicópatas tienen asociadas anormalidades en la
función de estructuras del sistema límbico y del córtex frontal mientras están
procesando estímulos afectivos. Se ha encontrado una actividad menor localizada en
la formación hipocámpica amigdalina, el giro parahipocampal, el núcleo estriado
ventral y el giro cingulado anterior y posterior de los psicópatas con respecto a
criminales no psicópatas y sujetos control no criminales (Marietan. H, 1999).
En cuanto al electroencefalograma (EEG) y los potenciales evocados (PE), también se
han hallado resultados que asocian expresiones comportamentales propias del
síndrome disejecutivo a los lóbulos frontales (Marietan. H, 1999). En el registro de la
actividad espontánea del cerebro se ha mostrado cómo los sujetos antisociales tienen
una menor actividad en zonas anteriores. En esta línea, los prisioneros por crímenes
violentos tenían anormalidades en el EEG (56,9%), las cuales eran eminentemente
frontales (62,2%). Sin embargo, los sujetos con un cargo de acto aislado de violencia
sólo presentaban un pequeño porcentaje (11,8%) de daño frontal. Las ondas fronto
parietales θ (ondas de 4 a 8 Hz) han sido las que se han asociado con más frecuencia
a las conductas psicopáticas. Una revisión de estudios con EEG incide en la idea de
una actividad θ generalizada excesiva, actividad focal temporal derecha de ondas θ
(entre 6 y 8 Hz) y ondas β (entre 14 y 16 Hz), así como ondas lentas localizadas en el
lóbulo temporal (Marietan. H, 1999).
En el estudio de la psicopatía se han utilizado los potenciales evocados (PE) para
comprobar la hipótesis de un procesamiento anormal del material afectivo verbal por
parte del criminal psicópatas (Valencia. O, 2007). En ese estudio, se dividió a los
sujetos en dos grupos mediante la PCL (psicópatas frente a controles). Se emplearon
13 palabras neutras, 13 de contenido afectivo positivo y 13 de contenido afectivo
negativo. Los psicópatas reconocieron las palabras, pero fracasaron a la hora de
sentirse afectados por su sentido emocional. Los sujetos controles reaccionaron con
mayor rapidez y acierto ante las palabras emocionales en comparación con las
neutras; los componentes relevantes de los PE fueron significativamente más amplios
en las palabras afectivas. Los psicópatas tenían, aproximadamente, el mismo patrón
de respuesta (rapidez y precisión de reconocimiento) ante palabras emocionales y
neutras, lo que se interpretó como una menor extracción de información en las
palabras emocionales. Además, se encontró una onda negativa larga (N500) en la
corteza fronto central, que se relacionó con la dificultad para la integración de los
significados de palabras en estructuras lingüísticas o conceptuales más largas. No
sólo ha aparecido como onda característica el N500, sino que también lo han hecho
otras como el P300. Este potencial también ha mostrado diferencias entre los
psicópatas y los que no lo son. La menor amplitud del P300 en tareas de atención
selectiva y una onda negativa larga fronto central se han vinculado a la psicopatía
(Valencia. O, 2007).
Finalmente, también se ha investigado la relación de la variación negativa contingente
(VNC), que es un PE de alerta de latencia prolongada (Navas-Collado, E; Muñoz, J.,
2003). La variación negativa contingente (VNC) aparece en el intervalo entre un
estímulo de alerta y uno imperativo al que el sujeto debe responder. Los psicópatas
han mostrado una onda significativamente más larga que los controles, sin que se
encontraran diferencias en la latencia o el tiempo de reacción. Los resultados se
interpretan en función de la dificultad para la regulación afectiva y la utilización de los
recursos atencionales, así como las dificultades para el procesamiento de la
información que derivan de este déficit.

Como hemos visto hasta ahora, de los estudios realizados sobre la psicopatía, la gran
mayoría se han centrado en analizar aquellos rasgos que la personalidad de los
psicópatas no presenta, esto es, el miedo, la capacidad empática o las habilidades de
relación interpersonal. Pero también, investigaciones llevadas a cabo en la
Universidad de Verderbilt (Nashville, Tennessee) por el profesor Joshua Buckholtz y
otros colaboradores determinaron que a lo mejor también era posible centrarse en
aquellas características propias que los psicópatas sí poseen, como la impulsividad, la
atracción desmesurada hacia el beneficio propio y la tendencia a correr riesgos. Por lo
que se procedió a examinar la relación entre la dopamina que genera el cerebro y
dichas características. Para ello los investigadores usaron dos tecnologías distintas.
Por un lado, aplicaron la tecnología (PET). Por otro lado, los científicos utilizaron el
escáner de resonancia magnética funcional (fMRI) para comprobar el funcionamiento
del sistema de recompensa del cerebro. Llegando a la conclusión de que en el caso de
los individuos psicópatas por medio de ambas técnicas se llegaba a patrones similares
de liberación excesiva de dopamina (Revista Scielo, 2010)
En dicha investigación los voluntarios tuvieron que responder en primer lugar a un test,
a partir del que se determinó sus niveles de psicopatía mediante el test (PCL-R). Los
rasgos psicopáticos pueden presentarse en un amplio espectro, siendo el perfil del
psicópata violento uno de sus extremos. Sin embargo, algunas personas
aparentemente normales también presentaron ciertas característica psicopáticas,
como tendencia a la manipulación, egocentrismo o tendencia a correr riesgos.
Así posteriormente en un artículo aparecido en la revista Nature Neuroscience, los
científicos explicaron que en una primera parte de su experimento se dio a los
individuos sometidos al estudio una dosis de anfetamina que estimulase sus sistemas
nerviosos. Posteriormente, los cerebros de estos voluntarios fueron escaneados con la
tecnología PET para comprobar la liberación de dopamina en respuesta a los
estimulantes. Así, se comprobó que aquellas personas sometidas al experimento que
habían presentado los niveles más altos de características psicopáticas en el test
inicial presentaban niveles de liberación de dopamina tras el consumo de anfetamina
casi cuatro veces superiores a los niveles de los otros participantes. (Revista Scielo,
2010).
En una segunda fase del experimento, se les dijo a los participantes que recibirían una
recompensa económica a cambio de completar una tarea sencilla. Al mismo tiempo
que desempeñaban esta tarea, sus cerebros fueron escaneados con la tecnología
fMRI. Los científicos comprobaron así que en los individuos con altos niveles de
características psicopáticas, el área de recompensa del cerebro, el llamado núcleo
accumbens, se encontraba mucho más activo cuando éstos estaban expectantes por
recibir la recompensa económica que en el caso del resto de los participantes. Según
los científicos, estos resultados sugieren que las respuestas exageradas de liberación
de dopamina podrían hacer que los psicópatas fueran incapaces de enfocar su
atención en otra cosa que en su recompensa. Esta condición de los cerebros de los
psicópatas evitaría que estos individuos tuvieran en cuenta los efectos de sus actos
sobre otras personas o los peligros y consecuencias que sus actos pudieran
suponer. Los individuos con trastorno psicopático presentan, además de las
características ya mencionadas, otras características, como el encanto superficial y la
inteligencia, la ausencia de nerviosismo, la falsedad, la dificultad para aprender de la
experiencia, una vida sexual impersonal, frívola y poco estable; la incapacidad para
seguir cualquier plan de vida, una autoestima exagerada o la tendencia a mentir de
forma patológica, entre otras. Estimando con ello que entre el 1% y el 6% de la
población potencialmente pudiese ser psicópata. (Revista Scielo, 2010)
En este mismo sentido, numerosos autores han postulado que el déficit en las
funciones ejecutivas es un importante factor de riesgo para el desarrollo de
comportamientos antisociales. Recientemente, se han establecido tres síndromes
frontales según la zona del córtex principalmente afectada:

– Síndrome dorsolateral. La sintomatología predominante es de tipo


pseudodepresivo. Se ha dado en llamar a este subtipo el disejecutivo. La zona de
afectación es la convexidad frontal y se caracteriza por la disminución de actividad de
los procesos cognitivos, la hipocinesia, la apatía, irritabilidad o inercia, pérdida de
iniciativa y dejadez personal, un síndrome a motivacional, la impersistencia cognitiva,
un pensamiento concreto y empobrecido, el embotamiento afectivo con alteraciones
en la programación motora y, en definitiva, trastornos de las funciones ejecutivas. Lo
más patognómico de este síndrome es la deficiencia en la planificación.

– Síndrome orbital. La sintomatología predominante es de tipo pseudopsicopático.


Hay una importante tendencia a la desinhibición, e incluso a la manía. La zona de
afectación es orbito frontal y se expresa en la incapacidad para inhibir respuestas
inadecuadas, hipercinesia, distractibilidad, imprudencia y conductas agresivas,
impulsividad e inestabilidad emocional, euforia, humor pueril o moria, egocentrismo,
falta de empatía, desinhibición sexual, escaso juicio, disminución de los afectos, juicios
emocionales complejos y disminución o falta de sensibilización interpersonal.

– Síndrome medial-cingular. La sintomatología predominante es de subtipo apático,


en el que destaca la hipocinesia. La zona lesionada es la circunvolución del cíngulo, y
se caracteriza por la abulia, la apatía y el desinterés, una disminución de la
espontaneidad en el habla (puede haber mutismo) y en la conducta motora, incluso
puede llegar a la acinesia o perdida del movimiento autónomo, así como una
reducción de la a prosodia, donde los pacientes muestran una alteración de la
capacidad de percibir, interpretar o expresar emociones.

3.2.- Lóbulos frontales y su relación con la psicopatía.

Si bien sólo se ha hablado de síndrome disejecutivo en el subtipo pseudodepresivo, el


concepto de funciones ejecutivas aparece recogido directa o indirectamente en los tres
síndromes que se han explicado anteriormente. Por esto, algunos investigadores
tienden a reducir la definición de funciones ejecutivas (FE) a lo que hacen los lóbulos
frontales, concepción muy problemática al obviar las vías neuronales que conectan los
lóbulos frontales con otras áreas. Por otro lado, es necesario hablar de pseudo
psicopatía, para designar a aquellas personas que tienen rasgos psicopáticos
derivados de una patología de base orgánica, ya sea genética (como es el caso de
esta trisomía XYY que exponemos a continuación), o por alteraciones anatómicas en
el cerebro. Estas personas por lo general muestran algún tipo de daño orbito frontal y
no tienen las características típicas de los psicópatas, como la calma superficial y el
aparente equilibrio (Marietan. H, 1998).
Pese a estas objeciones, las formas típicas de comportamiento antisocial se han
asociado principalmente a daños en el área orbitomedial. Por tanto, al hablar de la
localización de las funciones ejecutivas y de sus manifestaciones comportamentales,
es preferible situarlas en los lóbulos frontales como un todo, debido a los múltiples
sistemas de interconexiones existentes que determinan la sintomatología típica y que
dificultan el encontrar un ‘síndrome puro’ sin características de los otros. En este
sentido, el córtex orbito frontal recibe y proyecta conexiones al córtex pre frontal
dorsolateral, al polo temporal y a la amígdala. Asimismo porque hay conexiones
eferentes con el núcleo caudado ventral, el que continúa el circuito por el globo pálido
(receptor de conexiones amigdalinas), el tálamo y regresa finalmente al córtex orbito
frontal (Marietan. H, 1998).
Desde el primer hallazgo a favor de la existencia de relaciones entre la psicopatía y
disfunciones ejecutivas en test neuropsicológicos, han aparecido resultados tanto en la
misma dirección como en la opuesta. Al someterlos a meta análisis, se ha encontrado
un efecto robusto y significativo que relaciona el comportamiento antisocial (trastorno
antisocial de la personalidad, desorden de conducta, psicopatía, criminalidad y
delincuencia) con un déficit en las funciones ejecutivas. Este efecto es de 0,62
desviaciones típicas de diferencia entre los grupos con comportamiento antisocial y los
de comparación. El mayor tamaño del efecto fue en los laberintos de Porteus, si bien
el efecto fue positivo y significativo para otros test de funciones ejecutivas, como el test
de categorías de la batería neuropsicológica Halstead Reitan, el test de Stroop en la
condición de interferencia, la parte B del Trail Making Test, los errores perseverativos
del WCST y los test de fluencia verbal. Sin embargo, existen dos limitaciones
importantes: la primera se centra en que la mayoría de las medidas de psicopatía no
refleja adecuadamente los rasgos delimitados por (Cleckley. H) y, la segunda, y que
ha quedado demostrado en la presente revisión, en que no es posible subdividir las
medidas de la FE en virtud de sus relaciones con diferentes regiones cerebrales
debido a la subrayada ausencia de conocimiento de un sustrato neuroanatómico
preciso para la mayoría de las tareas ejecutivas.
Otros investigadores del Instituto de Psiquiatría del King´s College de Londres, apoyan
que los psicópatas muestran menos actividad en áreas del cerebro relacionadas con la
evaluación de las emociones vinculadas a las expresiones faciales. Particularmente,
fueron menos receptivos a los rostros que expresaban temor, que las personas sanas.
Cuando se les mostró rostros atemorizados en comparación con otros neutrales, los
individuos sanos mostraron un aumento en la actividad cerebral en ciertas zonas,
mientras que los psicópatas mostraron una disminución de la misma. Podría decirse
entonces que el miedo es procesado de una forma distinta en los psicópatas, con
respecto a los individuos sanos (Craig. M, 2009).
En otro estudio llevado a cabo por el mismo Instituto, con psicópatas que habían
cometido asesinatos, homicidios sin premeditación, múltiples violaciones y
estrangulaciones, los expertos británicos hallaron que los senderos que unen dos
zonas del cerebro cruciales presentaban 'baches', mientras que los de quienes no
eran psicópatas estaban en buen estado. El Dr. Michael Craig, director del estudio,
explico que utilizando la técnica de imagen DT-MRI, observaron las diferencias en el
cerebro que podrían explicar estos tipos de comportamiento y proporcionar un
entendimiento mejor de la psicopatía criminal. Los expertos hallaron una reducción
significante en la integridad de las partículas pequeñas que forman la estructura del
fascículo uncinado de los psicópatas, y observaron que el grado de anomalía estaba
relacionado con el grado de psicopatía. El estudio concluye que esta patología se
debería a que existe una comunicación imprevisible entre dos partes del cerebro, y el
detonante del comportamiento del psicópata se debería entonces a esa comunicación
defectuosa entre la parte del cerebro relacionada a las emociones, el miedo y la
agresividad y otra parte encargada de la toma de decisiones (Craig. M, 2009).
4° Parte. LAS ADICCIONES Y EL SINDROME PRE FRONTAL

4.1.- Prevalencia de las adicciones.

La adición es uno de los mayores problemas de salud que tienen los países
occidentales hoy en día (UNODC, 2009). El termino adicción hace referencia a “un
conjunto de trastornos psíquicos caracterizados por una necesidad compulsiva de
consumo de sustancias psicoactivas, con alto potencial de abuso y dependencia, y
que progresivamente invade todos los planos sociales del individuo; fuertemente
asociado a un desinterés hacia conductas, experiencias y placeres alternativos que
antes habían formado parte de la vida del individuo afectado, todo ello a pesar de las
consecuencias extraordinariamente negativas que el consumo comporta”19.
En las últimas décadas se han realizado grandes avances en el conocimiento de las
bases neuro biológicas y neuro psicológicas de la adicción, como también de que
manera dicha patología se correlaciona con la irrupción de comportamientos anti
sociales; esto ha permitido cambiar completamente la conceptualización de este
trastorno, el que ha evolucionado desde considerarse simplemente un vicio, a
contemplarse como un trastorno psico orgánico crónico que requiere tratamientos
psico médicos adecuados.
En la mayoría de los casos el uso de drogas no desemboca en adicciones o
dependencias crónicas. Efectivamente, el uso de sustancias psico activas por el placer
que producen data de las épocas más antiguas de la civilización, pero el placer como
tal forma parte solo de los momentos iniciales de consumo. Pues en un significativo
número de casos con dicha exposición crónica, se desarrolla una dependencia
cognitiva, emocional y conductual que pudiesen derivar en fases psicopatológicas muy
problemáticas (UNODC, 2009),
Como el producto del cerebro es el comportamiento y el pensamiento, los trastornos
cerebrales pueden producir síntomas conductuales muy complejos. El cerebro puede
sufrir muchos tipos de enfermedades y traumatismos, desde trastornos neurológicos
como los accidentes vasculares cerebrales y la epilepsia hasta enfermedades
neurodegenerativas como las enfermedades de Parkinson y Alzheimer, además de
lesiones traumáticas o infecciosas. En todos estos casos se reconoce que el producto
conductual es parte del trastorno.
En la dependencia, el producto conductual también es complejo, pero está relacionado
principalmente con los efectos cerebrales de las sustancias a corto o a largo plazo
(UNODC, 2009). Los temblores de la enfermedad de Parkinson, las convulsiones de la
epilepsia, e incluso la melancolía de la depresión, son generalmente reconocidos y
aceptados como síntomas de un trastorno cerebral subyacente. Antes, la dependencia
de sustancias no se consideraba como un trastorno cerebral, del mismo modo que las
enfermedades psiquiátricas y mentales tampoco se consideraban como tal. No
obstante, con los progresos recientes de la neurociencia ha quedado claro que la
dependencia de sustancias es un trastorno cerebral, tanto como cualquier otra
enfermedad neurológica o psiquiátrica (UNODC, 2009).
Las nuevas técnicas e investigaciones han proporcionado formas de visualizar y medir
los cambios de la función cerebral, desde los niveles molecular y celular hasta los
cambios de los procesos cognitivos complejos que se producen con el consumo de
sustancias a corto y a largo plazo(UNODC, 2009). Estos avances de la investigación
neuro científica han derivado del desarrollo y uso de técnicas que permiten visualizar
la estructura y la función cerebral in vivo, esto es, mediante las llamadas técnicas de
neuro imagenología. Estas permiten ver lo que ocurre desde el nivel de los receptores
hasta los cambios globales del metabolismo y del flujo sanguíneo en varias regiones
cerebrales. Las imágenes se pueden obtener al administrar las sustancias, para ver
19
UNODC (2009); “Informe mundial sobre las drogas”. Oficina de las naciones unidas contra las drogas y el delito”.
Pp.6. En http://www.unodc.org.
cómo actúan en el cerebro, y también tras su consumo prolongado, para observar los
efectos sobre las funciones cerebrales normales. Un ejemplo son las imágenes de
resonancia magnética (IRM), en las que se utilizan campos magnéticos y ondas de
radio para producir imágenes bidimensionales o tridimensionales de gran calidad de
las estructuras cerebrales (Redolar. D, 2008).
Aunque la IRM sólo proporciona imágenes estáticas de la anatomía cerebral, la IRM
funcional (IRMf) puede proporcionar información funcional sobre la actividad cerebral,
comparando la sangre oxigenada y desoxigenada (OMS, 2004). Mientras que otras
técnicas, tan o igualmente importante y útil del que ya habíamos hablado en otro
apartado, es la tomografía por emisión de positrones (PET), el que proporciona
información sobre la actividad metabólica en una determinada región cerebral.
Generalmente se inyecta un compuesto radiactivo que se distribuye con el flujo
sanguíneo cerebral. Las imágenes pueden ser bidimensionales o tridimensionales, y
los diferentes colores reflejan diferentes niveles de radiactividad (los azules y verdes
indican zonas de baja actividad, y los amarillos y rojos, zonas de gran actividad).
Utilizando diferentes compuestos, las imágenes de PET permiten visualizar el flujo
sanguíneo, el metabolismo del oxígeno y de la glucosa o las concentraciones de
fármacos en los tejidos cerebrales in vivo (OMS, 2004).
Las sustancias psicoactivas más comunes pueden clasificarse como depresores
(el alcohol, los sedantes/hipnóticos y los disolventes volátiles), estimulantes
(la nicotina, la cocaína, las anfetaminas y el éxtasis), opioides (la morfina y la heroína)
y alucinógenos (la fenciclidina PCP, la dietilamida del ácido lisérgico LSD y la
cannabis) (OMS, 2008).
Diferentes sustancias psicoactivas tienen diferentes formas de actuar en el cerebro
para producir sus efectos. Se unen a diferentes receptores y pueden aumentar o
disminuir la actividad de las neuronas a través de varios mecanismos diferentes. En
consecuencia, tienen diferentes efectos conductuales, diferentes ritmos de aparición
de la tolerancia, diferentes síntomas de abstinencia y diferentes efectos a corto y a
largo plazo. No obstante, las sustancias psicoactivas comparten características
similares en la forma de alterar regiones cerebrales implicadas en la motivación, y esta
“es una característica trascendente en las teorías sobre el desarrollo de la
dependencia”20.
En la actualidad de la clínica neuro psicológica sobre las adicciones también se estima
que el desarrollo de la dependencia puede considerarse como parte de un proceso de
aprendizaje, en el sentido de que las interacciones entre las sustancias psicoactivas y
los entornos asociados a ellas producen cambios de conducta perdurables. Por tanto,
para que la adicción se desarrolle en todas sus consecuencias, deben confluir una
serie de factores de vulnerabilidad social previa y una configuración especial de los
mecanismos neuro biológicos y psicológicos que inducen, con mayor facilidad, a
procesos neuro adaptativos y de plasticidad neuronal para la adicción (OMS, 2008).
Por lo que en el capítulo precedente buscaremos analizar todos aquellos estudios más
importantes que relacionan el consumo de drogas y las consecuencias que de ello se
desprenda a nivel neurológico. Teniendo como base investigativa - por cierto - la
presencia del lóbulo frontal en este tenor.

4.2.- Neurobiología de las adicciones.

Para comenzar entraremos en el campo neuro biológico - específicamente – en los


estudios realizados a nivel de los recepteros dopaminérgicos. Varios investigadores
estiman que este sistema es uno de los elementos cruciales en el trastorno adictivo,
cuya implicación e importancia han confirmado repetidamente los estudios realizados

20
Redolar, D (2008); “Cerebro y Adicción”. Barcelona. Editorial Laburo. TV. 1° Edición. pp. 54. ISBN 978-84-9788-747-
2.
en este campo (OMS, 2008). En este sentido, estudios experimentales sobre roedores
han puesto de manifiesto que la administración aguda de psico estimulantes, alcohol y
opiáceos, provocan un incremento en la actividad del sistema dopaminérgico de la
recompensa (Fernández. E, 2002), que en individuos vulnerables puede significar un
inicio en un consumo más prolongado. En este tenor, las sustancias adictivas se
comportan de manera similar a otras recompensas como las gaseosas, el sexo, etc.
Sin embargo, a diferencia de estas, los investigadores estiman que las sustancias
adictivas inducen sensibilización dopaminérgica sobre todo cuando se consumen en
forma repetida e intermitente.
El cortex pre frontal recibe proyecciones dopaminérgica del área tegmental ventral
(ATV), igual que el NAc y la dopamina; y cuya función se produce a través de dos tipos
de receptores, D1 y D2, ambos esenciales para mantener el fino equilibrio de la
función dopaminérgica pre frontal. Diversos neurotransmisores se han implicado en los
efectos de las drogas de abuso (GABA, glutamato, acetilcolina, dopamina, serotonina,
o las endorfinas). De estos, la dopamina se ha asociado de forma consistente con el
efecto de refuerzo de la mayoría de las drogas de abuso (Fernández. E, 2002). Estas
aumentan las concentraciones de dopamina extracelular en regiones límbicas,
incluyendo el núcleo accumbens. Específicamente, dichos efectos de refuerzo parecen
deberse a su capacidad para sobrepasar la magnitud y la duración de los incrementos
rápidos de dopamina que desencadenan los refuerzos naturales como la comida o el
sexo. Dichas diferencias cuantitativas y cualitativas con respecto al incremento de
dopamina que las drogas inducen, explicarían porqué los refuerzos naturales no
conducirían a la adicción
El efecto sobre la dopamina es directo en algunas drogas (cocaína, anfetamina,
éxtasis), mientras que otras sustancias afectan a neurotransmisores implicados en la
regulación de la dopamina (nicotina, alcohol, opiáceos o marihuana).Según parece, y a
diferencia de lo que se creía hasta ahora, los incrementos de dopamina no se
relacionan directamente con la recompensa, sino con la predicción de recompensa y
con la “relevancia”. La relevancia se refiere a “la capacidad de ciertos estímulos o
cambios ambientales para producir una activación o desencadenar un cambio
atencional-conductual”21. La relevancia, que añadida a la recompensa, se aplica a los
estímulos aversivos, nuevos e inesperados, afectando a la motivación para buscar la
anticipada recompensa y facilita el aprendizaje condicionado. Esto proporciona una
perspectiva diferente de las drogas, ya que implica que los incrementos de dopamina
inducidos por las drogas motivarán inherentemente la búsqueda de más droga,
independientemente de si los efectos de la droga son conscientemente percibidos
como placenteros o no (Fernández. E, 2002).
Los incrementos de dopamina inducidos por las drogas facilitan asimismo el
aprendizaje condicionado, de manera que los estímulos neutros que se asocian con la
droga quedan condicionados (por ejemplo encuentros con cierta gente, ciertos lugares
como discotecas, etc.). Una vez condicionados, pueden por sí mismos aumentar la
dopamina y desencadenar el deseo de consumir. Esto puede explicar el riesgo de las
personas con una adicción de recaer cuando se exponen a un entorno en el que
previamente se ha consumido la droga, y englobaría parte de lo que Ingelmo y cols.
han denominado el “contexto drogado” (Fernández. E, 2002).

Ubicación de la vía dopaminérgica meso límbica

21
Fernández, E (2002); “Bases neuro biológicas de la drogadicción”. Madrid. En revista de neurología. Vol. 34. N° 7.
pp.3. ISSN 1576-6578.
La parte superior corresponde a la corteza pre frontal
La parte media al núcleo accumbens
La parte central a la zona tegmentaria central.

(Fuente: National Institute of Drug. EEUU)

Entonces, se refuerza la tesis de que la adicción es probablemente el resultado de los


cambios neurobiológicos asociados con alteraciones crónicas e intermitentes a niveles
supra fisiológicos de los sistemas dopaminérgicos. Volkow y cols han postulado que
las adaptaciones en estos circuitos dopaminérgicos hacen al adicto más sensible a los
picos (incrementos rápidos) de dopamina que se producen con las drogas de abuso, y
menos sensibles a los incrementos fisiológicos producidos por los refuerzos naturales
(comida y sexo). Estas adaptaciones ocurren tanto a nivel de la fisiología celular
(alteración de factores de transcripción, que regulan la expresión de determinados
genes, algunos en particular implicados en plasticidad de las sinapsis), como a nivel
morfológico en los circuitos cerebrales regulados por la dopamina. Por ejemplo, la
administración crónica de cocaína o anfetaminas a roedores produce un aumento de la
densidad tanto de dendritas como de espinas sinápticas en el núcleo accumbens y en
la corteza pre frontal. Este cambio morfológico se cree que facilita un incremento de la
valencia motivacional de la droga. (Caballero. L, 2005)
En los últimos años, igualmente se comprobó que hay cambios a nivel de otros
neurotransmisores como el glutamato, el GABA, la serotonina o los opiáceos. Estos
cambios determinan un funcionamiento alterado de determinados circuitos cerebrales,
algunos de los cuales están implicados en la asignación de relevancia o el control de
la inhibición; alteración que se asocia a conducta compulsiva (corteza orbito frontal) y
desinhibición (circunvolución anterior del cíngulo). Dichas anomalías en estas regiones
frontales del cerebro pudieran estar tras la naturaleza compulsiva de la administración
de la droga en los adictos o en su incapacidad para controlar las ansias de consumir
cuando se encuentran expuestos a la droga. En adictos a cocaína, los estudios de
neuroimagen muestran un descenso de la actividad dopaminérgica (estimada por la
densidad de receptores D2) en la corteza orbitofrontal y en la región anterior de la
circunvolución del cíngulo. La dopamina tiene una función inhibitoria, que al perderse
podría redundar en un exceso de actividad en dichas áreas (Redolar. D, 2008).
Algunos ejemplos de ello se da con el consumo de cocaína, en el que se estima, se
entraría en una marcada inhabilidad para procesar glucosa (la mayor fuente de
energía de trabajo de las neuronas) a nivel cerebral. Esta inhabilidad se da sobre todo
a nivel de la corteza pre frontal, un área rica en dopamina que controla la conducta
irracional e impulsiva. Por lo que los adictos por lo tanto, presentan algunos síntomas
de los pacientes que han sufrido isquemias o lesiones en dicha área, lo que destruiría
el compás emocional que controla las conductas que el paciente conoce y sabe
inaceptables. (Caballero. L, 2005). Por lo que también cabe defender la tesis de que
para que se desarrolle la adicción, se requiere la exposición crónica a la sustancia, e
implica interacciones complejas entre los factores biológicos y ambientales. Esto
quizás explique el porqué unos individuos se vuelven adictos y otros no, y el fracaso
de modelos puramente biológicos o puramente ambientales a la hora de intentar
comprender estos trastornos.
Recientemente se han producido importantes descubrimientos sobre el modo en que
las drogas afectan a la expresión genética, a los productos proteicos y a los circuitos
neuronales, y sobre cómo dichos factores biológicos pueden afectar al
comportamiento humano. (Caballero. L, 2005)
Otros estudios indican que la exposición a las drogas durante la adolescencia puede
producir efectos funcionales y estructurales diferentes a si la misma exposición se
produce en adultos (Portal psicológico, 2010). Por ejemplo, en roedores se ha
observado que la exposición a la nicotina en la etapa equivalente a la adolescencia
produce un incremento del valor de refuerzo de la nicotina en etapas ulteriores de la
vida, amén de múltiples cambios en los receptores celulares. Se requieren más
trabajos para determinar si es esta la razón por la que los adolescentes parecen
hacerse adictos a la nicotina con menos exposición que los adultos. Igualmente sería
interesante conocer si neuro adaptaciones similares ocurren con el uso del alcohol en
la adolescencia, que pudieran explicar la mayor vulnerabilidad al alcoholismo en
individuos que empezaron a tomar alcohol a una edad temprana (Portal Psicológico,
2010).
El riesgo de abuso de sustancias y de adicción es mayor en pacientes con
enfermedades mentales, lo que probablemente refleja una superposición de factores
genéticos, ambientales y neurobiológicos comunes (NIDA, 2010). Es probable no
obstante que se den diferentes factores neurobiológicos dependiendo del curso
temporal. En algunos casos la adicción a drogas y los trastornos mentales parecen
suceder de forma independiente, pero en ocasiones puede ocurrir una dependencia
secuencia. Si la dependencia es lo que ocurre primero, esto podría representar que
alguno de los cambios neurobiológicos inducidos por el consumo crónico puede
predisponer a la dependencia.
Por último, la corteza orbito frontal o COF también han merecido especial atención
dentro de la comunidad neuro científica que se especializa en las adicciones. Pues se
estima que este el substrato neural - que hace posible el procesamiento consciente
del aprendizaje basado en el refuerzo positivo - tiene conexiones con los substratos
neuro anatómicos que procesan los efectos reforzantes de las drogas de abuso, como
la cocaína. Y porque también sería el substrato neuro anatómico de la toma de
decisiones y de la conducta impulsiva, por lo que su disfunción produciría cambios en
la personalidad caracterizados por irresponsabilidad y persistencia en las conductas
autodestructivas. Estas alteraciones explican por qué los pacientes adictos a la
cocaína u otras drogas, continúan consumiendo la droga a pesar de que ya no
consiguen el placer experimentado en el primer consumo o las primeras veces y de las
consecuencias extraordinariamente negativas del consumo (Fernández. E, 2002). De
acuerdo con los resultados de estos trabajos, los pacientes adictos tienen dificultades
en tomar decisiones ventajosas para ellos mismos y en inhibir respuestas y actos no
deseados.
Cabe señalar como corolario que a consecuencia de que en los años noventa haya
aparecido una serie de nuevos patrones de consumo de drogas,las que entran en
contradicción a como se entendían anteriormente - esto es, relacionados a grupos
muy específicos de consumidores a menudo próximos a la marginalidad (como en el
caso de la heroína) o a un estilo de vida determinado (como fue la cocaína entre los
yuppies, durante los años ochenta). Hoy en día, por el contrario, las llamadas drogas
de diseño, y sobre todo el éxtasis (MDMA – Metilendioximetanfetamina), se han
popularizado entre gente cada vez más joven, extendiéndose de este modo a casi
todos los estratos sociales. La fama de relativa inocuidad de que gozan este tipo de
drogas, junto con su bajo precio en el mercado negro, las convierten en sustancias de
uso habitual dentro de determinados contextos de ocio nocturno (Ribes. E, 2002)
Son drogas sintéticas, con propiedades psicoactivas y alucinógenas. Sus estructuras
químicas son semejantes, la 3-4 metilendioximetanfetamina es similar a la de la
metilendioxianfetamina (MDA) y a la de la metanfetamina, otras dos drogas sintéticas,
causantes de daños cerebrales. La MDMA también guarda relación en su estructura y
sus efectos con la metanfetamina, la cual ha demostrado ser causante de la
degeneración de las neuronas que contienen la sustancia neurotransmisora dopamina.
La lesión de estas neuronas constituye la causa básica de las alteraciones motoras
observadas en la enfermedad de Parkinson (Ribes. E, 2002)

4.3.- Neuropsicología de las adicciones.

Actualmente se estima que uno de los elementos básicos de la clínica de las


adicciones es la pérdida del control sobre el uso de la sustancia, y de todo lo que
genera su dependencia. En tal sentido, uno de los objetivos terapéuticos es el
restablecimiento del autocontrol en la vida del paciente, tanto en lo referente al uso de
drogas, como a la normalización de su estilo de vida (Redolar. D, 2008). El objetivo
principal es irremediablemente la abstinencia de todas las sustancias psicoactivas que
puedan alterar la capacidad de decisión del paciente a lo largo de su recuperación, así
como la actitud vigilante imprescindible para poder reconocer las situaciones de riesgo
que puedan, por mecanismos de aprendizaje asociativo, desencadenar un deseo
intenso irrefrenable, urgente por la droga (craving) motivando la reaparición del hábito
adictivo. Un problema relacionado es que el paciente adicto presenta dificultades en
tomar las decisiones adecuadas para alejarse de los estímulos o contextos que le
puedan generar ese craving. Particularmente, los miembros del equipo terapéutico
deben tomar en cuenta estos problemas en la toma de decisiones, además de los
problemas relacionados con la voluntariedad y la volición analizados en el apartado
anterior. En este caso, la adecuada toma de decisiones también formaría parte de la
capacidad para controlar el ambiente, las situaciones de riesgo, etc., por parte del
paciente.
Examinando el término de autocontrol de forma particular, podemos señalar que W.R.
Miller y J. Brown la consideran “como la capacidad de autorregulación y de llevar a
cabo conductas controladoras específicas a fin de alterar la probabilidad de conductas
posteriores”22, habitualmente disminuyendo o desplazando una conducta previa de
mayor probabilidad, que es una capacidad adquirida para poder formular un plan de
acción y para poder adaptar las propias conductas a dicho plan a pesar de unas
circunstancias ambientales siempre cambiantes. Esta consideración derivada de la
psicología cognitiva, señala una serie de subcomponentes dentro del concepto de
autocontrol: búsqueda y selección de información, autoevaluación, motivación para
cambiar, búsqueda, planificación, implementación y evaluación del plan de acción
(García. B, Muñoz. A, Entrana. J, 2008). Esto lleva nuevamente a considerar relevante
para comprender el consumo prolongado y la adicción a diversas drogas, a la clínica
de las denominadas funciones ejecutivas (FE), siendo su principal aportación para la
neuropsicología contemporánea, completar la cartografía de las alteraciones
asociadas a la adicción más allá del sistema motivacional (Redolar. D, 2008).
El deterioro de las funciones ejecutivas se ha asociado, en el contexto de la
rehabilitación de los pacientes adictos, a un menor porcentaje de finalización del
tratamiento y a un mayor índice de recaídas. Anteriormente – en otro capítulo -
explicábamos la relevancia de las FE como conjunto de habilidades superiores de

22
García. B, Muñoz. A, Entrana. J (2008); “Autorregulación, Inteligencia Emocional y Espiritualidad”. Granada. Papper
presentado en el V Congreso Educación y Sociedad. ISNN 84-690-2369-1. http://congreso.codoli.org.
organización e integración que se han asociado neuro anatómicamente a diferentes
circuitos neurales que convergen en los lóbulos pre frontales del córtex. Puesto que
este substrato neuronal le da soporte a la capacidad de organizar el pensamiento y la
acción, marcando nuestros objetivos y potenciando su búsqueda (Redolar. D, 2008).
Estas dificultades son lo suficientemente importantes como para hacer que los
profesionales se replanteen el umbral de los criterios y de las exigencias terapéuticas
que proponen a sus pacientes y que se proponen a sí mismos. Aportando valiosa
información sobre las afectaciones funcionales debidas al consumo de sustancias.
Se han descrito al menos dos circuitos funcionales de interés neuropsicológico dentro
del córtex pre frontal; por una parte, el circuito dorso lateral que se asocia a
habilidades de perfil cognitivo, como la memoria de trabajo (MT), la atención selectiva,
la formación de conceptos y la flexibilidad cognitiva (Redolar. D, 2008). Dicha actividad
presenta un rol muy importante en el control, regulación e integración de la actividad
cognitiva. Media en el mantenimiento y focalización de la atención, control de la
distraibilidad, y sitúa el foco cognitivo así como la flexibilidad cognitiva cuando es
necesario, está implicado en la memoria y generación de la actividad no verbal y de la
fluencia verbal.
Las personas con problemas de adicción a sustancias se ven expuestas a
disfunciones severas del área pre frontal dorso lateral pues “olvidan recordar”. Sus
déficits alteran la memoria de trabajo, presentando dificultades para mantener una
cierta información “online”, alterando aquellas funciones que la necesitan. Para su
evaluación - asociado al rendimiento en tareas clásicas de función ejecutiva - se
realizan pruebas de fluidez (verbal y visual), las tareas N-back, la prueba de Stroop, la
Torre de Hanoi o la prueba de clasificación de tarjetas de Wisconsin (Redolar. D,
2008).
Por otra parte, al circuito ventromedial, el que se asocia al procesamiento de señales
somáticas-emocionales que actúan como marcadores o guías de los procesos de
toma de decisiones hacia objetivos socialmente adaptativos, una adicción prolongada
induciría daño y podría provocar - para dicho circuito - la interrupción de la principal
vía de comunicación entre las áreas emocionales y las estructuras de procesamiento
cognitivo del cerebro, privando a estas últimas de información afectiva esencial para
llevar a cabo su función de manera acorde a las necesidades del organismo (Redolar.
D, 2008).
Vale mencionar que la evaluación de los procesos de toma de decisiones vinculados al
circuito ventromedial ha sido mucho más reciente, y destaca el uso de diversas tareas
experimentales como la gambling task (GT), la betting task o la cognitive bias task
(Redolar. D, 2008). Por tanto, y considerando que el concepto de autocontrol o
autorregulación que antes mencionábamos es fundamental, la organización del
proceso integral terapéutico y la rehabilitación neuropsicológica debe dirigirse hacia el
re-aprendizaje o reorganización del autocontrol en el tratamiento de los pacientes
adictos. Pues el sujeto adicto deberá organizar nuevamente su sistema estable y
jerárquico de motivos y valores. Propendiendo a que el sujeto recupere nuevamente
su esfera voluntaria para poder organizar y dirigir conscientemente su comportamiento
y sus procesos internos y externos.

En un estudio realizado por la Universidad de Granada con 40 poli consumidores de


distintas sustancias en fase de deshabituación, con una edad media de 30.04 años, y
teniendo en cuenta además factores como: Cantidad de droga consumida, frecuencia
de consumo durante un mes y Años trascurridos desde el inicio del consumo. El
objetivo de este estudio fue examinar la gravedad del consumo de distintas drogas en
el funcionamiento ejecutivo. Los resultados de las funciones de regresión
estadísticamente significativas demostraron que la gravedad del consumo de heroína y
éxtasis se relacionaba inversamente con las puntuaciones del índice de fluidez no
verbal, la gravedad del consumo de alcohol, anfetaminas, cocaína y heroína en el
índice de MT , el consumo de anfetaminas y heroína se relaciona inversamente con el
rendimiento en el índice de abstracción de conceptos y flexibilidad cognitiva y que la
gravedad de los consumos de cannabis, cocaína éxtasis y alcohol se relacionan
inversamente con las puntuaciones de un índice de atención selectiva e inhibición de
respuesta. Pero resalta que ninguna de las gravedades de consumo estudiadas
resultaron predictivas de la ejecución en el índice de toma de decisiones (Verdejo. A,
Orozco. C y colaboradores, 2004)
Investigaciones recientes estiman que tras el uso crónico de sustancias se producen
modificaciones a nivel cerebral de larga duración que explicarían gran parte de las
conductas asociadas a la adicción, como la compulsividad en el consumo, o la
concentración del interés en torno al consumo con abandono de otras áreas estudios
(De Iceta. M, 2005). Recientes dichas investigaciones han mostrado que el uso
repetido de drogas produce cambios en el cerebro que permanecen durante largos
períodos y limitan el control voluntario. Esto unido a los nuevos conocimientos sobre el
modo en que los factores ambientales, genéticos y evolutivos contribuyen a la
adicción, proporcionan una base según los autores como para modificar el abordaje de
la prevención y el tratamiento de las drogadicciones (De Iceta. M, 2005).
En otros estudios, en el que compara la respuesta emocional y de neuro imagen
funcional (PET) de un grupo de pacientes adictos a la cocaína y sus controles, se
observo que cuando se les administra un estimulante denominado metilfenidato (un
fármaco cuya actividad es muy parecida a la de la cocaína o la anfetamina) en
condiciones controladas, los pacientes adictos experimentaron una intensa sensación
de deseo de nuevos consumos o craving. Y que al ser evaluados mediante PET, los
pacientes presentaron también una respuesta del cortex orbito frontal y medial opuesta
a la de los controles sanos (Ronseros. R, 2009). Esto quizo decir, según uno de sus
investigadores, que el metabolismo del cortex orbito frontal en condiciones basales, es
menor en los pacientes adictos que en los controles para el placebo, mientras que
cuando se administra metilfenidato, el metabolismo del COF es superior en pacientes
adictos que en controles. Descubriendo además que, y este es un factor muy
importante, existiría una relación positiva entre la actividad metabólica del cortex orbito
frontal inducida por el metilfenidato en los pacientes y el deseo de consumo
(Ronseros. R, 2009).
Otra de las pruebas utilizadas para evaluar la función pre frontal es el gambling de
Damasio y Bechara. Este test simula situaciones de la vida real en las que se han de
tomar decisiones de las que pueden derivar consecuencias ventajosas o
desventajosas para el individuo que las está tomando (Bechara A, Damasio H, 2005).
En este test, las consecuencias o los costes de las decisiones son económicas, se
gana o pierde dinero en función del tipo de decisión tomada en el test. Pero, ¿En qué
consiste exactamente esta prueba? Pues consta de cuatro barajas de cartas A, B, C,
D, situadas boca abajo. Cada una de las cartas de las 4 barajas lleva asociada una
determinada cantidad de dinero que puede ganarse o perderse. Las dos primeras, las
barajas A y B, llevan asociadas ganancias de grandes cantidades de dinero, pero
también grandes pérdidas; las pérdidas en estas barajas son más frecuentes que las
ganancias, de manera que eligiendo las cartas de estas barajas, el resultado global es
de pérdida. Las dos segundas, C y D, llevan asociadas pequeñas ganancias pero
también pequeñas pérdidas y el resultado global de elegir mayoritariamente cartas de
estas barajas es positivo (ganancia). Estas reglas no se explican en el test sino que las
tiene que ir descubriendo poco a poco el individuo que lo realiza, simulando la vida
real en la que las reglas del juego debe descubrirlas cada uno individualmente y en
función de sus propios valores. Los individuos normales, después de algunas pérdidas
en las barajas A y B empiezan a utilizar otra estrategia, evitan esas barajas y eligen
frecuentemente cartas de las barajas C y D. Los pacientes impulsivos continúan
seleccionando cartas de las barajas A y B y teniendo pérdidas, ya que parecen ser
incapaces de sustraerse a la recompensa inmediata que representa una gran
ganancia, sin darse cuenta de que se están poniendo constantemente en situación de
riesgo de tener pérdidas muchos mayores. Estos pacientes parece que no se
preocupan por las consecuencias futuras de su conducta y esta conducta se mantiene
aunque las consecuencias adversas se incrementan. Desde el punto de vista
cognitivo, el gambling es una prueba compleja que implica diversas capacidades:
1) la capacidad decodificar el contenido emocional de los estímulos y la motivación;
2) la capacidad de monitorización de la acción;
3) la memoria de trabajo.
(Bechara A, Damasio H, 2005).

Estos estudios han asociado la realización del “gambling” con actividad en regiones
pre frontales: cortex orbito frontal (COF), cortex pre frontal ventromedial (CPFVM),
cortex cingulado anterior (CCA) y también cortex pre frontal dorso lateral (CPFDL). Y
del conocimiento de estos mecanismos neurales se podría conducir al
establecimiento de estrategias eficaces de intervención y prevención de la adicción
(Bechara A, Damasio H, 2005).
La capacidad funcional del cortex pre frontal deteriorada por el consumo de drogas,
especialmente la de las regiones orbito frontales y ventromediales, se ha evaluado
también por medio de otra prueba denominada SPROOP (Redolar. D, 2008). La que
evalúa, básicamente, la capacidad de inhibición de respuesta, en especial de la
respuesta prepotente, aquella de daríamos espontáneamente sin casi pensar, para dar
paso a la respuesta correcta para la que hay que hacer un pequeño esfuerzo de
pensamiento.
Goldstein y Volkow han utilizado esta prueba para valorar a pacientes adictos a
cocaína y a pacientes adictos al alcohol al mismo tiempo que realizaban una prueba
de neuroimagen funcional (tomografía por emisión de positrones PET), que permitía
valorar la respuesta de distintas regiones pre frontales. Los resultados de este estudio
muestran una alteración de la capacidad funcional de cortex pre frontal en pacientes
adictos, al contrario que en los controles sanos, cuánto mayor es la capacidad
metabólica del cortex orbitofrontal evaluada mediante PET, menor susceptibilidad a la
interferencia en la prueba de Stroop).
Nora Volkow ha sido una de las más prolíferas investigadoras sobre la problemática
neuro científica de las adicciones. Esta investigadora junto Ting Kai Li, han fomentado
el estudio de la etiología, el desarrollo de estrategias de prevención a nivel social, la
mejora de las leyes, y la percepción social de las personas con adicciones. Además ha
impulsado la implicación de las compañías farmacéuticas en el desarrollo de nuevos
fármacos para el tratamiento de las adicciones. A lo largo de todo su trabajo, tanto
Nora Volkow como Ting Kai Li prefieren ocupar el concepto de adicción a drogas
desde un plano eminentemente cognitivo, que definen como un intenso deseo por la
droga con una capacidad reducida para controlar el ansia de consumir dicha
sustancia, incluso al precio de consecuencias adversas serias. El uso de este término,
pretende evitar confusiones con la dependencia física que aparecería en la
“dependencia a drogas”, tal y como se define el trastorno en el DSM-IV.

Las manifestaciones conductuales aberrantes que ocurren durante la adicción han


sido entendidas como “elecciones” del individuo adicto, pero estudios de neuroimagen
cerebral recientes han revelado una disrupción subyacente en regiones que son
importantes para los procesos de motivación, recompensa y control inhibitorio. Esto
plantearía la adicción a las drogas como una enfermedad cerebral, y el
comportamiento anormal asociado sería resultado de la disfunción del tejido cerebral
(Bustamante. J, Barrós. A, Ventura. N, Avila. C, 2006). Así, aunque inicialmente la
experimentación y el uso recreativo de la droga es voluntario, una vez se establece la
adicción este control se ve afectado notablemente. No obstante, no todos los adictos
experimentan estos cambios a nivel cerebral lo que plantea la necesidad de más
investigación en este campo.
En los últimos años, se han desarrollado modelos de funcionamiento del córtex pre
frontal, lo que ha posibilitado el desarrollo de diversas líneas de investigación
promovidas desde perspectivas teóricas novedosas (Pedrero. E, Ruiz. J, Llanero. M,
Rojo. J, Olivar. A, Puerta. C, 2009). Esta línea de investigaciones ha facilitado el
estudio de las alteraciones en las funciones ejecutivas asociadas al consumo crónico
de sustancias. A partir de ellas, la evidencia empírica ha mostrado el impacto
diferencial de diversas sustancias en el funcionamiento del córtex pre frontal, como lo
indica la evidencia convergente de diferentes metodologías. La escala de
comportamiento del sistema frontal utilizada se denomina Frontal System Behavior
Scale (FrSBe) [12], y es uno de los instrumentos psicométricos diseñados para evaluar
cambios no cognitivos en la conducta y proporciona una medida breve, fiable y válida
de tres síndromes comportamentales de origen frontal: apatía, desinhibición y
disfunción ejecutiva (Pedrero. E, Ruiz. J, Llanero. M, Rojo. J, Olivar. A, Puerta. C,
2009).
En este sentido vale la pena mencionar también estudios realizados en España con
215 sujetos con problemas de adicción (Heroína, cocaína, alcohol, cannabis y
benzodiacepinas) que iniciaban un tratamiento prolongado. Lo que los datos
indicaban es que el funcionamiento de los sujetos adictos, previo a la fase de consumo
activo, ya presentaban diferencias con el que declara la población no clínica. La
puntuación global de la FrSBe resultó ser significativamente mayor en aquéllos,
especialmente a costa de las sub escalas de disfunción ejecutiva y de desinhibición
(Pedrero. E, Ruiz. J, Llanero. M, Rojo. J, Olivar. A, Puerta. C, 2009).
Estos datos apoyan las hipótesis que sugieren que las alteraciones ejecutivas pueden
ser previas y, en tal medida, favorecedoras del establecimiento de patrones
disfuncionales de consumo. Pero también sugieren que es preciso investigar la
influencia de factores educativos en el desarrollo funcional del lóbulo frontal, tales
como las influencias familiares, las insuficiencias del sistema educativo para favorecer
el tránsito entre las etapas de operaciones complejas y abstractas (que puede tener
una base constitucional en los preadolescentes con déficit de atención/hiperactividad,
pero no en el resto de sujetos), la pertenencia a un medio social estimulantemente
empobrecido o la propia instauración del hábito tóxico en fases en que la maduración
del lóbulo frontal no está aún finalizada (Pedrero. E, Ruiz. J, Llanero. M, Rojo. J,
Olivar. A, Puerta. C, 2009).

5.- CONCLUSIONES.

En la presente monografía más que plantear la veracidad o falsedad de algunas


teorías, quisimos echar un repaso acerca de cómo se encuentran capacitadas hoy las
neuro ciencias a la hora de potenciar el estudio de las psicopatías. En especial a la
hora de evaluar daños neurológicos (como el síndrome pre frontal), que pudiesen
evitar o imposibilitar un trabajo psico terapeutico con población reclusa en nuestro país
(Chile). En este tenor comenzamos con una descripción sucinta acerca de los rasgos
de la personalidad más relevantes como la atención, la memoria, la modulación de la
afectividad y la orientación espacial, en fin, todas aquellas funciones cognitivas que
contribuyen a lo que la psiquiatría moderna a denominado los constructos más
relevantes para la formación de la representación que tiene el niño del mundo, y por lo
tanto de la personalidad (Wiener. J, Dulcan. M, 2005), como así también las
experiencias traumáticas y los trastornos del desarrollo que además potencialmente
podían distorsionar las funciones del Yo y la expresión adaptativa de los afectos,
impulsos y deseos (Wiener. J, Dulcan. M, 2005).
Haciendo un concreto hincapié en la necesidad epistemológica de diferenciar
claramente los síntomas en este tipo de trastorno de la personalidad, quisimos
esclarecer cuando y porque se pueden hablar de casos como conducta desviada o
comportamiento antisocial del sujeto, mientras que cuando es más pertinente hablar
de rasgos interpersonales o intrínsecos. Pues bien, para ello describimos como desde
la aparición en las Clasificaciones Internacionales de las Enfermedades Mentales
DSM-IV-TR y CIE-10, de los criterios diagnósticos Trastorno Antisocial de la
Personalidad (TAP) y Trastorno Disocial de la Personalidad (TDP) respectivamente, se
ha visto una tendencia (sobre todo jurisprudencial) a equiparar de una manera errónea
la psicopatía y otros tipos de trastornos que únicamente reflejan patrones de conducta
antisocial y que obvian todos o la mayoría de los auténticos rasgos definitorios del
perfil psicopático.
Esta situación, que ha generado un gran número de críticas por parte de prestigiosos
autores, no ha hecho más que añadir mayor inexactitud y ambigüedad a la hora del
diagnosticar una psicopatía. Por ello, y con razón se ha argumentado que diagnosticar
a un psicópata a través de los patrones del TAP parece ser más un error que un
acierto, porque la mayoría de los delincuentes que cumplen con los mismos no son
psicópatas o no tienen por qué serlo (Sanchez. F, 2009). Demostrado por Hervey
Cleckley, Robert Hare o Vicente Garrido en el hecho de que el delincuente psicópata
se caracteriza por una serie de rasgos de la personalidad concretos y diferenciados de
los del resto de los delincuentes. O porque concretamente su predisposición a
transgredir constantemente las normas sociales es motivada, en mayor medida, por
una serie de disfunciones cerebrales. Anomalía a la que algunos autores han
denominado síndrome disejecutivo, que aparece cuando la psicopatía va acompañada
de otros factores endógenos como enfermedad mental, o exógenos como el abuso de
drogas tóxicas, alcohol u otros estupefacientes (Bausela. E y Santos Cela. J, 2006).
Todo lo que hace - como dicen W. McCord y J. McCord - que la pauta total de la
personalidad del psicópata es diferente a la del delincuente normal. Tanto por una
manera de ejecutar una agresión, porque su impulsividad es más pronunciada, o
porque sus reacciones emocionales sean más superficiales. Haciendo de la ausencia
de sentimientos de culpa su rasgo más distintivo (Sanchez. F, 2009).

Puesto que sabemos que el establecimiento de vínculos es determinante en el


desarrollo de la personalidad. Seguirle la pista al estudio de los lóbulos frontales y su
relación con los comportamientos psicopáticos de la personalidad se hacía cada vez
más enriquecedor debido a la gran cantidad de hipótesis que pudiesen ir mejorando
diagnósticos y pronósticos de casos.
Los diferentes estudios que revisamos nos dejaron la sensación que una relación entre
daño en el lóbulo frontal y la criminalidad es particularmente intrigante y compleja. En
este sentido, vuelvo a repetir, relevante se hizo conocer los trabajos de Cleckley, quien
fue uno de los pioneros en el estudio de la personalidad psicopática, y sus hallazgos
perduran, aunque reformulados todavía hasta nuestros días. La concepción más
adecuada de la psicopatía en la actualidad parece ser la de Hare, que supone una
revisión y actualización del concepto original de Cleckley sin dejar de lado otros
factores relacionados con déficit ejecutivos (impulsividad, incapacidad para la
planificación).Ello, puesto que de ese modo el estudio de la psicopatía se vio reforzado
en los últimos 20 años tanto a la metodologías que valoraban el nivel de violencia para
estructurar una psicopatía, como gracias a la aparición y disponibilidad de las nuevas
técnicas de neuroimagen, las que han hecho posible la localización de áreas
cerebrales que pueden ser disfuncionales en delincuentes agresivos y violentos
(Raine, Frank, etc.).
Sin duda hoy la investigación de la conducta violenta y criminal es crucial, debido a
que ésta sigue siendo un relevante problema social todavía enigmático cuyos
hallazgos pueden afectar a los futuros marcos de trabajo en criminología, de forma
que los avances científicos logren ser adaptados para prevenir el crimen y la violencia,
favoreciendo la configuración de un sistema judicial cada vez más moderno y eficaz.
En este tenor conocimos desde un extremo los estudios de Adrian Raine quien opina
que los psicópatas poseen un buen funcionamiento pre frontal (siendo la corteza pre
frontal la encargada de controlar los impulsos agresivos), con lo que mantendrían bajo
control su comportamiento, o sea que tienen conciencia de su actividad agresiva y
destructiva, sin experimentar sentimientos de rechazo o incomodidad propios en los
individuos normales. Pudimos ver que en sus estudios sobre los lóbulos frontales en
personas violentas demostraban que sus áreas cerebrales funcionaban de manera
diferente a personas que no lo eran. Lo que daba a entender una hipótesis muy
confrontacional con otras áreas de las ciencias forenses, al estimar que estimadores
cerebrales también pueden actuar como predictores de riesgo (Raine, A; San Martin.
J, 2000). Ya que las personas con historial violento recurrente presentarían deterioros
tanto estructurales como funcionales en dicha región cerebral, por ser más pequeña y
menos activa. Presentándose también en ellos daños en otras estructuras cerebrales
vinculadas a la capacidad de hacer juicios morales, mayormente en la corteza pre
frontal dorsal y ventral, la amígdala, y en el gyrus angular, este último relacionado con
la cognición y el lenguaje. Y concluyendo por ello que a la hora de diagnosticar a estos
sujetos, se debe tomar en cuenta no solo la interacción social, sino también la
correlación con determinadas actividades anormales en el cerebro o distintos tamaños
en el mismo (Raine, A; San Martin. J, 2000).
También las aportaciones de José Sanmartín, director del centro Reina Sofía para el
estudio de la violencia, para el cual conjetura que el área dorso-lateral del cerebro de
un psicópata funciona bien, dado que es allí donde se planifica una acción mismo
(Raine, A; San Martin. J, 2000).Lo que se hace más interesante aún cuando al parecer
para este científico los problemas deben estar más bien en la corteza ventromedial,
zona de la corteza pre frontal que dota de sentimiento a la acción ordenada por la
corteza orbito frontal. Lo que explicaría el hecho de que el psicópata, como es el caso,
sabe siempre lo que hace, aunque no lo siente y, por ello, es incapaz de empatizar con
su víctima (Raine, A; San Martin. J, 2000).
Conocimos estudios que refuerzan la tesis de que la actividad anormal o química
dentro de esta área del cerebro puede ser causada por un crecimiento anormal
(posiblemente genético), una enfermedad cerebral o alguna lesión. Esta teoría ha sido
fuertemente estudiada por varios investigadores, entre ellos Sabbatini, usando la
tomografía por emisión de positrones (TEP) que muestra de manera visual la actividad
metabólica de las neuronas dentro del cerebro (Arribillaga, 2007)

Dada la multifactoralidad sistémica de la violencia, también quisimos conocer las


características de otras partes del cerebro que están presentes en la estructuración
emocional al igual que los lóbulos frontales, como lo es la amígdala, situada en el
lóbulo temporal y encargada de inspeccionar toda la información proveniente del
sistema límbico. Y con lo que la agresión y la violencia impulsivas se sugiere - sería
consecuencia de la regulación defectuosa de la emoción por parte de dicha estructura
a través de señales humorales y neurales en un sistema de retroalimentación.
En este tenor, un daño sutil en las amígdalas puede llegar a explicar muchas de las
características que poseen los psicópatas (incluso la dificultad de comunicarse
emocionalmente con ellos). Dejando a la discusión la idea de que pensándolo así,
quizás los psicópatas simplemente no puedan “ver” emociones en los otros (Bausela.
E, 2008).
Conocimos también que la corteza pre frontal orbital recibe una mayor proyección
serotoninérgica, la cual resulta ser disfuncional en los individuos que muestran
violencia impulsiva (Arribillaga, 2007). Por cuanto los individuos vulnerables a la
regulación defectuosa de la emoción negativa están en trance de ejercer violencia y
agresividad. La investigación de la red de circuitos neural en la regulación de las
emociones, que sugiere nuevas corrientes de control en tales poblaciones en riesgo.
La emoción pasa a ser así la respuesta corporal a un factor del entorno o del propio
organismo, por ejemplo, taquicardia, sudoración excesiva, temblor del cuerpo, etc. El
estado mental es la respuesta cognitiva del cerebro ante el factor estimulante, por
ejemplo, miedo, ira, melancolía, alegría, etc.
Queda de manifiesto en el trayecto de todos los temas tratados que los efectos de las
lesiones pre frontales son extremadamente variables, no existe un patrón de deterioro
que de manera confiable esté asociado con daño pre frontal. La variabilidad puede ser
explicada por el hecho de que las lesiones de diferentes regiones de la cortex pre
frontal están asociadas con ciertos grupos de síntomas, aunque esta asociación no es
del todo absoluta. Truelle, Le Gall, Joseph, Aubin establecieron una relación entre la
clínica y las diversas zonas del córtex. Así, la simplificación está vinculada con
lesiones pre frontales, la desautomatización asociada con lesiones pre motoras y la
desinhibición asociada o involucrada con la región orbito medial (Bausela. E, 2008).
Investigaciones de diversos autores como Alegri y Harris, 2001; Denis, 2003 que han
conceptualizado estos tres síntomas pre frontales asociadondolos a tres zonas
específicas: La región dorsolateral interviene en la conducta ejecutiva, la orbitofrontal
en la conducta social y la medial con la motivación (Bauselas. E, 2008). Esta
diversidad, así como las múltiples funciones que incluye este constructo, como la
función ejecutiva (FE), nos obliga también a ser prudentes a la hora de establecer
generalizaciones entorno al diagnostico y en la posterior rehabilitación
neuropsicológica que no aparezca en el DSM-IV-TR ni en la CIE-10. Por lo que hacen
del concepto de psicopatía un indicativo de las dificultades que acarrea una
concepción unívoca de la misma.
Gran parte de la revisión bibliográfica estuvo enfocada en los déficit en la FE de los
psicópatas, los que se han evaluado con múltiples test neuropsicológicos, como el
WCST, los laberintos de Porteus, los test de fluidez verbal, VOT, la prueba de fluidez
de diseños, el test de Stroop, el SMMT, cuestionarios de actividades preferenciales,
tareas go/no go, la torre de Hanoi, el TMT, el AVLT y el subtest de cubos del WAIS,
entre otras, y que han presentado estudios que muestran la posible existencia de una
alteración estructural y funcional relacionada con la psicopatía.
Los trabajos con técnicas de neuroimagen han obtenido resultados compatibles en
cuanto a la posible disfunción cerebral en los psicópatas. Los datos apuntan a la
afectación del lóbulo frontal y de la amígdala, y se observa una reducción del volumen
de la corteza pre frontal y cambios en componentes del sistema límbico involucrados
en el procesamiento emocional. También hay evidencias de ciertas anormalidades de
la actividad eléctrica cerebral relacionadas con la corteza frontal (Craig. M, 2009).
Pudimos observar de igual manera que existen dificultades para localizar
anatómicamente la FE, esto debido a los complejos sistemas de interconexiones
presentes en los lóbulos frontales. Por lo que al estudiar la FE no sólo hay que
subrayar el papel de la corteza dorsolateral, sino también el del córtex orbitofrontal y el
de la corteza del cíngulo. No reduciendo la psicopatía a anomalías orbitales
exclusivamente, sino integrarla en una disfunción frontal global.
En este tenor - y en el otro lado de la misma moneda - nos concentramos en
específico en la denominada disfunción ejecutiva. La que se caracteriza por
importantes dificultades para concentrarse en tareas y finalizarlas sin un estricto
control ambiental externo, dificultades para establecer nuevos aprendizajes y seguir
estrategias operativas generadas, escasa creatividad que se manifiesta en una falta de
flexibilidad cognitiva, incapacidad para la abstracción e identificación de categorías,
dificultad para planificar acciones e impulsividad y cambios en la personalidad y
emociones (Bausela. E y Santos Cela. J, 2006). Que hacen también plausible
hipotetizar desde este otro lado la relevancia de los FE como integrativos de los
procesos cognitivos y emocionales, correlacionados a las lesiones pre frontales por
alteraciones en la toma de decisiones y la expresión emocional. Potenciando la tesis
de la estrecha relación entre el cuerpo–representado por la emoción– y el cerebro –a
través del razonamiento–, que interactúan con el ambiente (Bausela. E y Santos Cela.
J, 2006).

En este sentido, también quisiera mencionar que recientemente se ha comprobado


mediante meta análisis la relación entre el comportamiento antisocial y problemas en
tareas que requieren la participación de la FE (Navas-Collado. E; Muñoz. J, 2003).
Investigaciones futuras que buscan procurar buscar la relación entre el concepto de
psicopatía de Cleckley, que actualizó Hare, y la manifestación del síndrome
disejecutivo. Vale mencionar entonces que la conexión entre disfunción del lóbulo
frontal y el comportamiento antisocial violento plantea una importante cuestión forense.
En el caso de los psicópatas mismos, para que se pueda considerar algún tipo de
menor responsabilidad legal se sugiere seguir acumulando datos de investigación de
la relación entre disfunción del lóbulo frontal y capacidad de inhibir la conducta
antisocial haciendo un correcto uso de la empatía y de los vínculos emocionales.
La revisión actual de la bibliografía sobre la neuroanatomía del comportamiento
antisocial y violento y su expresión en la agresividad impulsiva, deja claro que vez
existen más datos relevantes. Tanto en el plano neuropsicológico, dado que un
funcionamiento pre frontal reducido puede traducirse en una pérdida de la inhibición o
control de estructuras subcorticales, filogenéticamente más primitivas, como la
amígdala, que se piensa que está en la base de los sentimientos agresivos. Como en
un plano neuro comportamental, donde se ha visto que lesiones pre frontales se
traducen en comportamientos arriesgados, irresponsables, transgresores de las
normas, con arranques emocionales y agresivos, que pueden predisponer a actos
violentos (Navas-Collado. E; Muñoz. J, 2003).
Todavía hay muchas incógnitas con respecto al papel específico de cada una de estas
áreas. Pues tampoco está clara la implicación de áreas subcorticales relacionadas con
la emoción, como la amígdala y el hipocampo, ya que - como quisimos evidenciar en
la monografía - cada vez existe más evidencia acerca de la inter funcionalidad
sistémica del cerebro, lo que hace engorroso objetivizar diferencias funcionales de
estas estructuras en agresores violentos frente a sujetos normales. En este sentido los
últimos descubrimientos abogan por una falta de equilibrio entre el funcionamiento de
regiones anteriores de la corteza y estructuras subcorticales, probablemente
secundaria a alteraciones vinculadas a las vías que conectan estas estructuras muy
relevantes en la regulación emocional (Navas-Collado. E; Muñoz. J, 2003). Pero no
podemos dejar de lado que los últimos avances en técnicas de neuro imagen funcional
y estructural han mejorado nuestra comprensión de las estructuras y vías subyacentes
a la manifestación de actos violentos, pero la elevada complejidad de los circuitos
neurales implicados requiere un estudio más preciso en el futuro.
Por otra parte, se ha intentado poner de manifiesto la importancia en la distinción del
carácter diferencial de distintos tipos de agresividad. Parece ser que la clasificación
tradicional que distingue entre agresión reactiva mediada por un déficit en el control de
los impulsos con actividad emocional intensa y agresividad premeditada y controlada
característica de los sujetos psicópatas es secundada por correlatos neurobiológicos
distintos. Así, se habla de un hipo funcionamiento del córtex pre frontal, junto con
hiperactividad del sistema límbico en la expresión de comportamientos caracterizados
por la impulsividad, sean o no de carácter violento. Por tanto la información arrojada
en esta revisión monográfica sobre el tema en cuestión debe – si quiere ampliar sus
imbricaciones - obligatoriamente integrarse con otros datos provenientes de otras
disciplinas criminológicas.

En la última parte de esta monografía, pudimos conocer las implicancias cerebrales


que tiene el abuso de sustancias. Observando que la dependencia de sustancias
consiste en un conjunto de síntomas conductuales, cognitivos y fisiológicos que
indican que el individuo puede seguir consumiendo la sustancia a pesar de la aparición
de problemas significativos asociados a ella.
En este sentido pudimos conocer que los principales componentes neuronales de los
sistemas neuro químicos que mediarían los efectos reforzantes positivos de las drogas
incluyen el área ventral tegmental, el núcleo accumbens, la corteza pre frontal y la
amígdala. Estimando que el sistema dopamérgico parece ser el blanco más probable
para las acciones de la cocaína y las anfetaminas. Aunque las críticas a dichas
explicaciones se basan esencialmente a que aun parecen englobar grupos demasiado
heterogéneos. Por lo que se hace difícil pensar en un mismo sustrato neurobiológico
en pacientes con una adicción cuyo deseo sea evitar el displacer, que aquellos donde
se obtiene un placer consciente con el consumo. O las diferentes codificaciones de la
adicción, las diferentes representaciones del self, etc. en último extremo suponen
variaciones importantes aún no consideradas. En esta circunstancia, estimo que desde
la lógica de la plasticidad cerebral, la finura del análisis del deseo y su codificación por
el individuo que el psicoanálisis puede aportar, puede suponer también un aporte para
hacer avanzar en especificidad estos estudios psicobiológicos (Redolar. D, 2008).
En lo que respecta a la identificación de las alteraciones neuropsicológicas. Ellas
aportan nuevas ideas al tratamiento de las adicciones y podrá, sobre todo, ayudar a
los profesionales que atienden a personas con síndrome de dependencia a
comprender la resistencia al tratamiento y su tendencia a perseverar en
comportamientos desadaptados. Así, el tratamiento deberá incluir una evaluación
neuropsicológica general y específica del funcionamiento frontal y un posterior proceso
de rehabilitación neuropsicológica basado en la reorganización del autocontrol y, por lo
tanto, del control sobre conductas repetitivas, en este caso riesgosas y nocivas. Así la
evaluación neuropsicológica se mantendrá como herramienta muy útil no solo para el
diagnostico de las alteraciones neuro cognoscitivas asociadas al consumo de
inadecuado de drogas, sino que junto con otros métodos como la resonancia
magnética y los estudios de neuroimagen, como una metodología valiosa en el
descubrimiento de la relación cerebro-mente. En este sentido es importante tener en
cuenta que queda mucho por hacer puesto que aunque se ha avanzado y las baterías
neuropsicológicas son cada vez más utilizadas para este tipo de investigaciones, sigue
siendo necesario elaborar protocolos que sean “sensibles” a detectar alteraciones
específicas que se puedan corroborar en distintos tipos de poli consumidores (Redolar.
D, 2008).
Finalmente para este apartado, podemos decir que se ha de estar alerta sobre la
implícita pasivización y el sesgo farmacológico que pueden acarrear estas hipótesis, lo
que a su vez puede incidir negativamente sobre la motivación de muchas personas
para abandonar el consumo de drogas; modelo que, en el momento presente, está
alejado del consenso generalizado sobre el tratamiento de las drogodependencias:
abordaje multidisciplinar donde se complementen un abordaje psicoterapéutico, con un
tratamiento psicofarmacológico y el manejo de los conflictos en el contexto social del
individuo.

Vistos los principales modelos teóricos explicativos de la psicopatía y las


investigaciones en el ámbito de la psico biología de este sujeto, podemos concluir que
la psicopatía ni se puede entender exclusivamente en términos de fuerzas ambientales
o sociales ni únicamente en términos de factores biológicos. La psicopatía se origina
por complejas interacciones entre predisposiciones biológico-genéticas y factores
sociales o ambientales. Es este el meollo del asunto que debe servir de base a la
posterior diferenciación; Es decir, debe quedar bien definida a la hora de trabajar con
un trastorno de personalidad con el fin de que en el proceso terapéutico no nos
encontremos abruptamente con la contra transferencialidad implícita (Desviat. M,
2006). A no definir a priori a los psicópatas como antisociales pues esto es casi
siempre poco acertado. El psicópata no es siempre antisocial, “sino un sujeto que
debido a fallas neuro biológicas simplemente no entiende de compromisos ni de
respeto social alguno; es, en todo caso, un asocial” (Desviat. M, 2006).
El psicópata que nos interesaba auscultar, y que se nos escabulle tan a menudo a los
profesionales de la reinserción penitenciaria, no nace criminal o delincuente
simplemente – como en expresión de Eysenck - porque lleva inscrita la marca de
Caín. Si porque se puede observar en él cierta constitucionalidad estructural
(biológica) a actuar violenta y agresivamente, debido a violencia generalmente sufrida
y aprendida en la más tierna infancia, constituyendose como tal frente a estos
estímulos que recibe de la normalidad social, y modulando esto de manera particular
gracias a su estructuración racional y emocional del cerebro. En definitiva, refractario
a las pautas resocializadoras porque sus propios comportamientos en muchas
ocasiones son de desprecio por el otro, por la insensibilidad y la necesidad de
controlar que terminan en comportamientos de dominio, control, abuso, agresión o
muerte de otras personas.
No me cabe más que terminar mencionando lo que desde un principio esta monografía
quiso ser: un punto de unión interdisciplinar, que habrá la discusión en nuestro país
y que conjugue las intervenciones psico terapéuticas, las técnicas neuropsicológicas
de neuroimagen y toda la batería de procedimientos al alcance, para así ampliar
hipótesis y desarrollar investigaciones más acabadas sobre alteraciones neurológicas
en sujetos que presentan agresión impulsiva y producen alteraciones con su otredad
pero bien diferenciados en sus bases de personalidad unos de otros . Si entendemos
esto quizás podría permitirse desarrollar estrategias de prevención y tratamiento
mucho más completas a la hora de evaluar casos en demasía complejos.
Puesto que gracias al hecho de que hoy sepamos muchísimo más sobre la biología
neuronal de las emociones y los sentimientos, la ciencia misma se ha colocado en una
posición distinta de aquella de hace unas décadas atrás. El problema al que nos
enfrentamos ahora es trasladar el conocimiento científico al público general y también
a la formulación de políticas públicas en salud mental más eficientes y multi
disciplinares.
Respaldando mi idea inicial por la cual me interese en este campo disciplinar y que
deje plasmada al inicio de este recorrido; es que sin duda se debe intentar acoplar las
ciencias humanas el estudio de los factores genéticos y neurofisiológicos en la
génesis de la conducta violenta. Lo que me hacer estimar que del estudio del
comportamiento violento y del concepto de plasticidad cerebral desarrollado por el
neuro biólogo y premio nobel de medicina Erck Kandel; puede nacer un punto de
encuentro que debiese servir de matriz teórico y empírico para todas las ramas de las
ciencias humanas y neuro científicas que desarrollen algún tipo de acercamiento al
tema en cuestión (Desviat. M, 2006).
Para Kandel la plasticidad no es un estado ocasional del sistema nervioso, sino el
estado de normalidad del mismo durante toda la vida, por lo que no es posible
comprender el funcionamiento psicológico normal ni las manifestaciones o
consecuencias psico patológicas del comportamiento sin considerar el concepto de
plasticidad cerebral (Desviat. M, 2006). Cambios plásticos del sistema nervioso no
necesariamente dan lugar a ventajas comportamentales, y en este sentido no quise
parecer simplista al querer relacionar cerebro y conducta. Sino que se me juzgue por
como expreso mi reto hacia las ciencias humanas y neurológicas. En su obligatoriedad
ética de comprender hasta sus últimas consecuencias las consecuencias de la
plasticidad cerebral. Con la ilusión de acercarnos a mejores tratamientos; más
modulatorios, suprimiendo unos y potenciando otros, a fin de estabilizar cambios
adaptativos en el cerebro de cada individuo. El comportamiento después de una lesión
nunca es simplemente el resultado de la lesión, sino más bien la consecuencia del
modo en que el resto del cerebro es capaz de articular después de esa determinada
lesión. En este sentido, el comportamiento, la neuro estimulación y las intervenciones
dirigidas con neuro fármacos pueden ayudar a modular esa plasticidad y promover
resultados más deseables para cada individuo.
Todo ello pues parece ser que aunque los genes ofrecen un mapa inicial, cada
experiencia, cada vivencia, cada acción imprime su carga en la memoria y el
aprendizaje a nivel neuronal pues los condicionamientos no son eternos. Ellos pueden
variar haciendo de la experiencia una huella sujeta a modificaciones que quedan
inscritas en el cerebro, haciendo plausible la idea de que es posible una modificación
de la masa gris del mismo durante toda la vida.
Parece ser que no nos queda más que integrar ambas ramas concretando todo un
círculo virtuoso que disponga a la ciencia forense de herramientas más dinámicas y
multidisciplinares, acorde a los requerimientos del siglo XXI.
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