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Mukarovsky
Pero aún no hemos agotado los problemas de la semiología del arte. Además de
su función de signo autónomo, la obra de arte posee otra función, la de signo
comunicativo. Por ejemplo, una obra literaria funciona no sólo como una obra de
arte, sino también, y al mismo tiempo, como “habla" ("parole"), que expresa un
estado psíquico, un pensamiento, una emoción. etc. En algunas artes esta función
comunicativa es muy evidente (la literatura, la pintura, la escultura), en otras es
velada (la danza) o incluso indistinguible (música, arquitectura).
Dejando de lado el difícil problema de la presencia latente o de la ausencia total
del elemento comunicativo en la música o en la arquitectura (aunque incluso
aquí nos inclinamos a reconocer un elemento comunicativo difuso —véase el
parentesco entre la melodía musical y la entonación lingüística, cuyo poder
comunicativo es evidente), nos ocuparemos únicamente de aquellas artes en las
que el funcionamiento de la obra como signo comunicativo es indudable. Estas
son las artes que tienen asunto" (tema, contenido), en las que el tema parece a
primera vista funcionar como el significado comunicativo de la obra. En
realidad, todos los componentes de la obra de arte, hasta los más "formales",
poseen un valor comunicativo propio, independiente del "tema". Por ejemplo, los
colores y las líneas de un cuadro significan "algo", aun en ausencia de cualquier
tema (véase la pintura "absoluta" de Kandinskv o las obras de ciertos pintores
surrealistas). Es en este carácter sígnico potencial de los componentes "formales"
donde reside el poder comunicativo de las artes atemáticas, que hemos
denominado difuso.
Para ser precisos, digamos que es nuevamente, toda la estructura artística la que
funciona como significado de la obra, e incluso como su significado
comunicativo. El asunto o tema de la obra desempeña simplemente el papel de
un eje de cristalización, sin el cual este significado permanecería vago.
La obra de arte desempeña entonces una doble función sígnica, la autónoma y la
comunicativa, de las cuales la segunda está reservada principalmente a las artes
temáticas. Por ello vemos aparecer con mayor o menor fuerza en la evolución de
estas artes la antinomia dialéctica de la función de signo autónomo y la de signo
comunicativo. La historia de los géneros narrativos nos ofrece a este respecto
ejemplos particularmente típicos.
Al plantear desde el punto de vista comunicativo la cuestión de la relación del
arte con la cosa designada, surgen complicaciones aun más sutiles. Se trata de
una relación diferente de aquella que vincula cada arte en su calidad de signo
autónomo con el contexto total de los fenómenos sociales, ya que como signo
comunicativo, el arte apunta a una realidad determinada, por ejemplo, a cierto
suceso o a un personaje histórico. En este sentido el arte se asemeja a los signos
puramente comunicativos, salvo que—y ésta es una diferencia fundamental—la
relación comunicativa entre la obra de arte y la cosa designada no tiene valor
existencial ni aun cuando la obra afirme algo. Mientras valoramos la obra como
un producto artístico, no podemos formular como postulado el problema de la
autenticidad documental de su tema.
Esto no quiere decir que las modificaciones de la relación con la cosa designada
carezcan de importancia para una obra de arte: funcionan como factores de su
estructura. Es muy importante para la estructura de una obra dada saber si la
obra trata su tema como "real" (incluso como documental), o como "ficticio", o
si oscila entre estos dos polos. Pueden encontrarse incluso obras que juegan con
el paralelismo y la compensación de una doble relación con una realidad
determinada: una sin valor existencia u otra puramente comunicativa. Éste es el
caso, por ejemplo, del retrato pictórico o escultórico, que es a la vez una
comunicación sobre la persona representada y una obra de arte desprovista de
valor existencial. En la literatura, la novela histórica y la novela biográfica se
caracterizan por la misma dualidad. Los diferentes tipos de relación con la
realidad juegan así un papel importante en la estructura de las artes temáticas,
pero la investigación teórica de estas artes no debe nunca perder de vista la
verdadera naturaleza del tema, a saber, la de ser una unidad de sentido, y no una
copia pasiva de la realidad, aun cuando se trate de una obra "realista" o
"naturalista".
Para concluir, quisiéramos anotar lo siguiente: mientras el carácter sígnico del
arte no esté suficientemente esclarecido, el estudio de la estructura de la obra
artística permanecerá necesariamente incompleto. Sin una orientación al signo,
el teórico del arte propenderá siempre a considerar la obra artística como una
construcción puramente formal, o incluso como un reflejo directo ya sea de las
disposiciones psíquicas o hasta fisiológicas del autor, ya sea de la realidad
determinada expresada por la obra o de la situación ideológica, económica,
social y cultural del medio social dado. Esto llevará al teórico a tratar la
evolución del arte como una secuencia de transformaciones formales o incluso a
negarla del todo (como ocurre en ciertas corrientes de la estética psicológica), o,
en fin, considerarla como un comentario pasivo del proceso histórico exterior al
arte. Sólo el enfoque sígnico permitirá a los teóricos reconocer la existencia
autónoma y el dinamismo esencial de la estructura artística y comprender el
desarrollo del arte como un movimiento inmanente, pero en relación dialéctica
constante con la evolución de los demás dominios de la cultura.
Tomado de Signo, función y valor. Estética y semiótica del Arte por Jan
Mukarovsky, traducción de Jarmila Jandovà y Emil Volek. Plaza y Janes
Bogotà 2000