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POLITICA Y REPRESENTACIÓN EN NÉSTOR PERLONGHER Y RODOLFO

ENRIQUE FOGWILL

Carina Hernández Lemos

Resumen

El siguiente trabajo indaga los procesos de representación de la memoria sobre Malvinas


en Los pichiciegos (1982) de Rodolfo Enrique Fogwill y en cuatro ensayos de Néstor
Perlongher: “Todo el poder a Lady di” (1982), “La ilusión de unas islas” (1983) “El deseo
de unas islas” (1985) y “El informe Grossman”. Este análisis pretende trazar un mapa sobre
la representación de subjetividades realizadas por los autores como discurso de resistencia
ante los estatutos de memoria impuestos desde el discurso oficial. Estos textos se caracterizan
por imponer una visión del relato de la memoria a través de la máscara identitaria que
funciona como recurso estético que expone la exacerbación sexual como representación
alegórica de la perversión presente en la superficie social.

Palabras claves

Representación – Política - Memoria – Subjetividad – Cuerpo

Resumen en ingles

Policy and representation: Rodolfo Enrique Fogwill and Néstor Perlongher. The
following paper explores the processes of representation of memory over Falklands The
pichiciegos (1982) by Rodolfo Enrique Fogwill and four trials Perlongher Nestor: "All power
to Lady Di" (1982), "The illusion of islands" (1983) "The desire of the islands" (1985) and "The
report Grossman”. This analysis seeks to map on the representation of subjectivity by the
authors as a discourse of resistance to tax statutes memory from the official discourse. These
texts are characterized by imposing a vision of the story from memory through the mask of
identity that serves as aesthetic appeal that exposes sexual exacerbation of perversion
allegorical representation present in the social area.

Palabras claves

Representation – Politics – Memory – Subjectivity - Body


Licenciada en Letras Modernas. Universidad Nacional de Córdoba. Correo electrónico:
carina_hlemos@hotmail.com
Introducción

Eduardo Grüner señala que como consecuencia de las “filosofías malditas del siglo XX”1
se produjo un retorno de la experiencia estética como problema político. En este contexto, el
cruce entre literatura y política experimentó un quiebre en el estatuto de representación. A
partir de la crisis generada por el Golpe militar de 1976, la narrativa argentina comienza a
abordar la representación a través de la incorporación de nuevas técnicas estéticas para dar
cuenta del contexto histórico político argentino. Entre los nuevos recursos estilísticos, la
máscara identitaria se incorpora a la narrativa como configuradora del espacio ficcional y de
nuevas subjetividades. Marcos Novaro (1999) señala que el conflicto de identidad y la
fragmentación del sujeto surgen como consecuencia de las crisis sociales y la creciente
inseguridad de la sociedad ante la presencia del Estado y sus consecuentes políticas sociales y
económicas. Como resultado de estas políticas la construcción narrativa implica una mirada
ético política sobre el otro que se configura como excluyente del yo que asume la voz narrativa.
En este trabajo se analizará el periodo correspondiente al contexto dictatorial argentino
(1976-1983); dentro del cual se indagará sobre la experiencia de Malvinas en Los pichiciegos
(1982) de Fogwill y en cuatro ensayos de Néstor Perlongher: “Todo el poder a Lady di” (1982),
“La ilusión de unas islas” (1983) “El deseo de unas islas” (1985) y “El informe Grossman”.
El interés en el análisis esta narrativa reside en su contemporaneidad respecto a los hechos
históricos y el carácter problemático a partir del cual abordan el testimonio como configurador
del espacio de la resistencia y desestructurador de los discursos oficiales.
En este trabajo la construcción de subjetividades se abordará a través de la identidad
cultural como posibilidad de pertenencia a determinados grupos y su consecuencia en el
devenir textual. Estos textos se caracterizan por narrar desde la heterogeneidad como respuesta
al desmoronamiento del relato oficial entendido como portador de la “verdad” histórica. La
exaltación de la memoria, como vehículo individual e identitario, pone en cuestión la
construcción de la memoria homogenizada, impuesta desde el Estado, para dar lugar a una
multiplicidad de voces que pretenden recrear su propia historia como correlato de la historia de
todos.

El cuerpo de la memoria

Este análisis pretende trazar un mapa de la exposición problemática de la máscara


identitaria como huella significativa de la violencia ejercida por el Estado. En los textos
citados, el cuerpo se concibe como el lugar en el que se inscriben las marcas de la cultura y
como territorio de la memoria. En ellos, uno de los recursos más utilizados es la exposición de
la sexualidad como manifestación individual frente a la opresión del Estado. Esta exacerbación
discursiva sobre el discurso sexual funciona como alegoría que remite a la perversión presente
en la superficie social.
En general, cuando se aborda la narrativa correspondiente al periodo dictatorial surge la
pregunta a cerca de si es posible representar la violencia y, ¿cómo puede ser representada sin
caer en mecanismos estéticos que la clausuren? En sus comienzos, el discurso sobre la memoria
funcionaba como centro de discusión y forma de resistencia ante los discursos del silencio
impulsados por el Estado. Sin embargo, con el transcurso de la democracia, estos discursos
fueron adoptando y adaptándose a las formas que el mercado impone. El proceso de producción
de memoria es conflictivo en la medida que esta subordinado al paradigma moldeado por la
representación pública. Hugo Vezzetti señala que “La memoria colectiva, en cambio, simplifica
y tiende a ver los acontecimientos desde una perspectiva única que rechaza la ambigüedad y
hasta reduce los acontecimientos a arquetipos fijados (…) aun los testimonios tienden a
insertarse en relatos construidos y fijados; en esa formación, las representaciones del pasado
quedan necesariamente estilizadas y simplificadas” (Vezzetti, 2002: 192).
Algunas investigaciones como la de Fernando Reati (1992) o Idelberg Avelar (2000)
sostienen que la recuperación del periodo dictatorial produce una nueva manera de plantear el
estatuto de representación a través de la experimentación de nuevas técnicas que permiten

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narrar la historia de violencia a través de la metáfora o alegoría. La utilización de estos recursos
estéticos permite que la narración no se construya como un mecanismo clausurado e impuesto
en una visión totalizadora, por el contrario, esta estética funciona de manera productiva en la
medida en que genera debates sobre los límites de la representación y el modo de integrar el
referente histórico al proceso significante. Como señala Hugo Achugar en “La política de lo
estético” (1991: p122-129), toda obra responde a una situación histórica y a otra estética que
inevitablemente establecen diálogos entre sí casi de manera involuntaria.
A partir de la construcción de un relato abierto y transformado en campo de batalla, la
construcción de la memoria se levanta ante el imperio del discurso oficializado y presenta otra
versión de la historia. Reati (1992) señala que frente al universo maniqueo que funciona en el
discurso social implementado por el aparato estatal represor, la visión no maniqueísta de los
nuevos discursos en torno al horror permiten la apertura a otras identidades que comienzan a
plantearse la historia.
Frente a los relatos estandarizados de la memoria, los textos de Perlongher y Fogwill
cuestionan cualquier intento de resolución del conflicto. Estos autores abordan la
reconstrucción de la memoria a partir de lo que Idelberg Avelar (1997) avizora como “estética
de la rarefacción”, la cual es construida a partir de la “ruina alegórica” que apuesta a la
“proliferación del sentido”. La “estética de la rarefacción” presente en estos textos cuestiona la
construcción de valor impuesta por los discursos totalitarios y deslegitima a través de la
fugacidad de la enunciación y el componente irónico el género oficializado como mecanismo
de denuncia: La crónica y el testimonio. Como señala Tabarovsky (2004), estos autores fundan
una literatura “por desplazamiento” la que se construye sobre la creación de un relato y la
sospecha recursiva sobre su propia inscripción.
Uno de los lenguajes estéticos empleados por Néstor Perlongher para reflexionar sobre las
consecuencias de la última dictadura militar en Argentina es el neobarroso. Esta estética se
caracteriza por el alejamiento de lo referencial, la ruptura de la sintaxis, la profundización de
las sonoridades, el enmascaramiento, la fractura y la presencia de lo político e ideológico en el
texto. A través de esta estética Perlongher expone la exuberancia de los cuerpos como lectura
política que cuestiona las categorías de construcción del individuo.
En general los relatos de Perlongher sobre Malvinas están escritos bajo seudónimos que
desvirtúan la construcción testimonial a través de la incorporación de un enunciador ficcional
que se autoconstruye como principal referente del conflicto Malvinas: “Todo el poder a Lady
di” (1982), aparece con el seudónimo de Víctor Bosch y “El informe Grossman” con el de
Rosa L. de Grossman. Sin embargo, Rosa de Grossman también funciona como una máscara en
la medida que es el seudónimo de Rosa Luxemburgo2. Esta mudanza de género se debe a la
búsqueda de clandestinidad pero también, influido por el pensamiento deleuzeano, a la de
representar al yo como un espacio a partir del cual es posible el flujo de otras identidades. El
documento que sirve de base testimonial a este informe es “Un manifiesto del Desaparecido
Ejército de Liberación homosexual de las Malvinas (en el exilio) de 1982”. Este manifiesto
denuncia el abuso por parte del ejercito argentino e inglés de utilizar a sólo ocho “maricas” para
satisfacer el deseo sexual de la tropa. En este ensayo la exposición homo erótica de la guerra es
expuesta como un gesto de rebeldía que confronta el discurso político dictatorial que simula la
eliminación de toda diversidad a través de la unión nacional. Para Perlongher, narrar la
homosexualidad es narrar desde la alteridad, en “El sexo de las locas” (1984) expone: “Hablar
de homosexualidad en la Argentina no es sólo hablar de goce sino también de terror”. Como
consecuencia de sus lecturas deleuzeanas, Perlongher entiende la homosexualidad como
devenir del hombre y como consecuencia de la guerra en tanto producción libidinal exacerbada
en la fiesta orgiástica de la matanza y contención del flujo sexual.
Otro de los procedimientos empleados para ironizar sobre el relato testimonial es la
entrevista, la cual es empleada para justificar la discusión sobre la homosexualidad en el
ejército. Perlongher cita a varios protagonistas quienes manifiestan miedo a los “gurkas”
(soldados rusos). A través del testimonio de los combatientes se introduce el humor y el morbo;
dice Tony G. “A nosotros nos habían enseñado a avanzar agachados; pero ellos atacaban
erguidos, caminando” (Perlongher, 1997: 88). Dejarse violar se construye en un acto de
supervivencia, cuando Tony G. relata el ingreso de los “gurkas” dice: “antes puto que muerto”

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(Perlongher, 1997: 90). El testimonio de Damián H en Monte Chingolo roza y se inscribe
dentro de lo desagradable al relatar los pormenores de sus encuentros sexuales en la milicia y
luego en Las Malvinas. Damian H se construye como un sobreviviente de los actos sádicos de
los rusos, en un tono poético el relato cambia la narración de la violación por el reconocimiento
de su sumisión por parte de un gurka, que lo comprende y lo besa en la boca.
A través del relato testimonial y la entrevista, estos textos dejan en evidencia que el
sistema de la memoria está condicionado por las expectativas que el presente le imprime a esa
representación. La indagación del pasado conflictivo inscripto desde el presente se construye
como un campo de luchas que desestabiliza la “suspensión de certezas” (Vezzetti, 2002: 37)
sobre ese pasado y permite el cuestionamiento maniqueo realizado por el Estado democrático
que construye una visión dual representada en el binomio: dictadura (poder despótico:
ocupación extranjera3) y victimas (héroes: combatientes de una causa común).
El relato testimonial en estos autores ingresa a través de una poética de lo popular cuyo
referente, la sadomización funciona como metáfora de la violencia de Estado impuesta en la
guerra; a través de la concreción del sexo anal e intempestivo la guerra funciona como
expresión de los deseos ocultos y la dominación. En Los pichiciegos, la sadomización se
construye como representación alegórica de la situación de los soldados y como referente de su
auto denominación. Los soldados se apodan pichis como referente de las condiciones de la
caza de estos animales: “va el perro, lo olfatea, lo persigue y el animal hace una cueva en
cualquier lado (...) y en esa cueva falsa se entierra y queda con el cultio afuera. Entonces lo
agarrás de la cola y (…) le metés el dedo gordo en el culo… lo sacás así de fácil” (Fogwill,
2006: 28). Este deseo homo erótico más tarde se concreta entre Manuel y el soldado británico
infiltrado en la cueva de los pichis.
En Los pichiciegos, la homosexualidad funciona como un principio de dominación
impulsada no sólo por los ingleses sino también por los oficiales argentinos que obligaban a los
soldaditos a realizar la felatio.
Tanto la novela de Fogwill como los relatos de Perlongher cuestionan el discurso
maniqueísta y oficializado que asigna a los ex combatientes como héroes de un proceso de
“recuperación nacional”. En estos textos los héroes están ausentes, en su lugar se representan a
los combatientes a través de un devenir sexual que les permite sobrevivir a la guerra. Esta
construcción homo erótica de la guerra y la mención de la obra de Freud Psicología de las
masas (1921) son los referentes para justificar la tesis perlongheana sobre la relación
estructural que se establece entre la homosexualidad y el ejército. Esta correspondencia
funciona para Perlongher como el resultado de la reagrupación en masa de los individuos, la
que permite la formación de un vínculo afectivo excitable producido por el aumento de
afectividad que genera la construcción de un pensamiento común.
La narración sexual en estos textos suplanta el horror impuesto por el Estado por el horror
del relato sexual. En su tesis doctoral en antropología, O` Negocio do Michê (Cangi, 2004: 25),
Perlongher demuestra que la historia de los comportamientos perversos es inseparable de las
pulsiones sexuales. En este sentido, a través de su escritura Perlongher pretende construir una
ética de la crueldad que define una actitud existencial en contradicción a todo principio moral.
Esta ética emplea el emblema de la perversión para reclamar el placer como la única condición
de la individualidad la cual funciona como reflexión sensible sobre las diferencias culturales y
la responsabilidad cívica.
Para estos autores, la guerra es entendida como una representación ficcional impuesta por
el Estado. En “Todo el poder a Lady di” (1982) Perlongher señala que la guerra de Malvinas
funciona como la puesta en escena de una “pantomima fatal” (Perlongher, 1997: 178) destinada
a representar el papel antiimperialista del Estado. Esta mascarada producida por el Estado
coercitivo construye la guerra como consecuencia de una “orgía nacionalista” (Perlongher,
1997: 177) o ritual a partir del cual se sacrifican vidas en pos del fortalecimiento de la fuerza
del Estado. En este sentido, la incorporación del lenguaje homo erótico funciona como
respuesta de la “orgía” impulsada por el Estado. La guerra, en tanto impulso festivo lleva a la
negación de cualquier límite y es el “signo de una perfecta inversión del orden” (Bataille, 2002:
85). En la “orgía” se produce el quiebre de los límites como consecuencia de la negación de los
aspectos individuales de los participantes, la que provoca una equivalencia que garantiza la

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igualdad de todos. La observación de Perlongher sobre la guerra como “orgía” pone en
evidencia el tabu sobre la prohibición de matar y el deseo de transgredirlo. Respecto a esto
Bataille señala que en la guerra, la violencia es “organizada” y que “la prohibición de dar la
muerte a los semejantes, aun siendo universal, no se opuso en ninguna parte a la guerra”
(Bataille, 2002: 69).
La violencia organizada por el poder estatal inscribe el potlach como mecanismo de
sacrificio que permite ligar a través del éxtasis a la víctima y al verdugo en comunidad sagrada.
Bataille señala la diferencia entre el gasto productivo (el uso mínimo necesario de los
individuos: ropa, comida, la actividad sexual como reproducción) y el gasto improductivo (el
lujo, los duelos, las guerras, los juegos, los espectáculos, las artes, y la actividad sexual
“perversa”). La guerra, en tanto gasto improductivo se desvía de la función social productiva
que funciona como principio y objetivo útil para la comunidad. Sin embargo, la guerra
estratégicamente organizada por el aparato represor es vendida a la comunidad como un
negocio necesario para producir la unión orgiástica del pueblo. En este sentido, el potclach
responde a la lógica del capital en tanto que encuentra en sus víctimas la estructura del valor-
signo. En este intercambio el motor de dominación utilizado es la tortura (hambre, violación,
miedo, etc) como institución y ritual de iniciación brutal para establecer la separación con
aquello que no responda a su lógica fundamental.
En principio, esta construcción de las victimas como producto intercambiable expuesta
por Perlongher en estos ensayos revelan un debate mantenido en la revista Sitio (1982-1985).
Roxana Patiño (1997) señala que en la emergencia de la Democracia varios intelectuales
comienzan a plantearse su rol social durante y después del proceso militar a través de revistas
que exponen una ruptura respecto al régimen. Sin embargo, algunas revistas como Sitio (1981-
1987), integrada entre otros por Luis Gusmán, Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher en
oposición a todas las revistas del periodo se resiste a analizar los cambios en la función del
intelectual. Evitando la construcción de un escritor colectivo, la revista publica su primer
editorial denominada “Entredichos” donde realiza su declaración de principios. Entre otras
cosas señala que se caracterizará por publicar artículos cuyo referente inmediato es lo
escatológico, la incertidumbre, la interrogación, el lugar de lo múltiple, y el descentramiento de
la escritura. La construcción de un “nosotros colectivo” evadida en un principio cambia de
postura a partir de la toma de Malvinas y asume la construcción de un “nosotros” a partir de un
cambio de actitud que indaga sobre la función del intelectual como la única opción para
“negarnos a olvidar” (Alcalde, 1983). Sin embargo, este cambio provoca la disconformidad de
Néstor Perlongher quien responde desde Brasil con el ensayo “La ilusión de unas islas” (1983),
en éste expone que sus compañeros de Sitio no han sido coherentes con la rebeldía que
dominaba el primer número y se han sometido a la representación ficcional propuesta por el
Estado de manera casi inocente.
La crítica de Perlongher se dirige hacia la “infantilización” del pueblo argentino que ha
decidido creer en la manipulación realizada por el Estado. Este ensayo comienza de manera
irónica con el himno sarmientito para recalcar la juventud de los jóvenes que fueron a pelear a
Malvinas y la credulidad que observa en el país. A partir de esta construcción intertextual
enlaza el sentimiento patriótico de la guerra impuesta con un sentimiento inocente e infantil.
Este sentimiento, según Perlongher, impide al pueblo comprender el verdadero sentido que
tuvo la guerra como mecanismo planeado por el poder Estatal. El ensayo se cierra con unos
versos de Alfonsina Storni que hacen alusión a “una casita de cristal” que hay en el fondo del
mar, la que remite de manera alusiva a las islas como concepto sin fundamento real en tanto
construcción esperanzadora elaborada por un nosotros infantil.
La “infantilización” que critica Perlongher se dirige hacia toda la sociedad pero
principalmente a los grupos de izquierda que apoyaron la toma de Malvinas. En “El deseo de
unas islas” (1982), señala que más graves que las macabras imágenes de la guerra es la
“gigantesca complicidad de la población –de la “nación”- con los gángsters que la convocan a
la muerte” (Perlongher, 1997: 186). En una de las cartas que envía a Baigorria manifiesta que
siente debilitarse sus fuerzas ante una “sociedad paranoica y medianamente asesina”
(Perlongher, 2006: 36)

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El reproche de Perlongher hacia sus ex compañeros de Sitio tiene como fondo la idea de
“fantoche” que impone la guerra de Malvinas en tanto construcción ficcional impulsada por la
Dictadura y la observancia de una sociedad acomodaticia que calla los crímenes de la Dictadura
como mecanismo para sosegar su propia responsabilidad. A través de la alianza épica los
grupos que intervienen en la guerra construyen un componente heterogéneo que funciona por
contagio de sentimientos y actos, los que permiten la desaparición de la responsabilidad
individual construyéndose como un sujeto anónimo. Respecto a este tema, Hugo Vezzetti
señala que la incapacidad de la sociedad estuvo impulsada por el miedo y el deseo de cambio
que el “Proyecto nacional” de la dictadura estandarizaba como propio: disciplinar la fuerza de
trabajo, suprimir los partidos políticos, reforzar los lazos familiares tradicionales y moralizar
las costumbres; en fin, pretendía imponer un orden aparente ante el caos que la sociedad
experimentaba como resultado del derrumbe del gobierno peronista. Consecuente con esta
representación, la guerra de Malvinas fue impulsada desde el gobierno dictatorial como un
proyecto de “salvación nacional” a través de la evocación del mito sanmartiniano y “la
campaña del desierto” justificada en la bendición otorgada por la Iglesia católica argentina.
Esta legitimación significó para la Dictadura la alianza con los subversivos y una petición de
unión social.
En este sentido, el régimen dictatorial respondió a las demandas del pueblo que se
mostraba devastado por los conflictos sociales y creía que el nuevo gobierno podría responder a
sus expectativas. Vezzetti señala que el régimen fue cívico-militar, ya que “incorporó
extensamente cuadros políticos provenientes de los partidos principales y que no le faltaron
amplios apoyos eclesiásticos, empresariales, periodísticos y sindicales” (Vezzetti, 2002: 39)4.
Una de las tesis que propone Hugo Vezzetti para analizar la parálisis de la sociedad ante
la proximidad de la guerra es su “infantilización” como construcción opuesta a una sociedad de
ciudadanos: “la posición infantil no la convierte en obediente y simplemente aplicada a
satisfacer a sus amos; más bien permite destacar el perfil de una sociedad despojada de la
responsabilidad y la decisión por su propio destino, subordinada a un orden que a la vez que
restringe sus libertades puede proporcionarle cierto marco de seguridad” (Vezzetti, 2002: 169).
En este sentido, el tema de la tortura funcionaría como un mecanismo de dominación y
subordinación ante la imagen de la sociedad que procedía como la figura de un niño tomando el
lugar de la subordinación y la obediencia.
Al igual que Perlongher, Fogwill construye la narración a partir de un procedimiento de
infantilización a través del cual identifica a los personajes y al narrador. La figura del narrador
es central en la novela, desde el principio se revela como omnisciente; conoce los sentimientos
del personaje, su historia personal e interviene explicando algunas situaciones. Este narrador
que se refiere a los soldados como “los chicos” (Fogwill, 2006: 79) se presenta como un
amateur a través de la incorporación de comparaciones infantiles: “-Ya está- dijo él y devolvió
el cigarrillo...parecía un bicho volador...” (Fogwill, 2006: 13). Este registro infantil está
relacionado con la pretensión del narrador de exponer un relato agradable teniendo en cuenta
que se presenta como un testigo y partícipe de los acontecimientos que está narrando, los que
no lo coloca en el lugar de un héroe sino más bien de un sobreviviente que según sus acciones
podría ser juzgado por la sociedad.
Los personajes son construidos desde una visión adolescente que los priva de toda
responsabilidad en sus acciones, desde esta visión, la guerra es construida como un repertorio
de situaciones asombrosas como cuando Quique es partícipe de, como la llama él, “La Gran
Atracción” que describe el derrumbamiento de los pucará argentinos por los barcos ingleses
(Fogwill, 2006: 99). Alguno de los personajes principales de la pichicera están identificados
por nombres que remiten a la infancia: Pipo Pescador, es el encargado de la contabilidad y el
personaje más privilegiado por estar cerca de la estufa, el narrador explica el porqué de su
nombre “se parecía a un clown de la televisión de Rosario” (Fogwill, 2006. 19); los cuatro
Reyes Magos, son los que tienen el poder; Quiquito, es quien narra. La infantilización también
se observa en los relatos contados por los pichis como el de a visión fantasmagórica de las
monjas, las historias de aparecidos, o el cuento fantástico de Horacio Quiroga que el narrador le
cuenta a Quique cuando lo ve cansado.

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Esta “infantilización” operada por el relato sirve como contextualización de la edad de los
combatientes y como crítica social hacia el sistema, el que es expuesto en la representación de
los pichis como ignorantes de la política contextual. En general cuando los personajes hablan
de política instantáneamente cambian el tema de discusión por otro que les resulta más
interesante, por ejemplo, como matar a un pichi (refiriéndose al animal) o cuando comentan la
política represiva de Videla, algunos de los pichis piensan que es una ficción que en la realidad
no puede haber sucedido (Fogwill, 2006: 49-51). En Los pichiciegos la incorporación del
contexto histórico es representada a través del “vacío discursivo” que evita mencionar la
crueldad de la guerra como mecanismo necesario para hacer memoria. El narrador testimonial
evita mencionar la palabra “muerto”. Si nos quedamos sólo con el relato del sobreviviente
(Quiquito), la mención de los muertos aparece como “los fríos” y “los helados”; accedemos al
código interno de la pichicera a través de las intervenciones del narrador quien nos confirma:
“Llamaban helados a los muertos (...) Fríos eran los que se habían herido o fracturado un hueso
y casi siempre se les congelaba una mano o un pie...” (Fogwill, 2006: 21). Los pichis evitan
mencionar la guerra sobreprotegidos por el aislamiento y la contención que les reserva la
pichicera; cuando Rubione (un pichi) trae noticias de nuevos portaviones rusos, Quiquito le
tapa la boca: “Porque no se habla de eso. De eso se habla después cuando nos juntamos todos”
(Fogwill, 2006: 23).
Como consecuencia de este no saber los pichis construyen la pichicera como un juego de
niños en el que cada cual acepta y reparte los roles que han observado en la vida cotidiana. En
este abajo, la pichicera ha construido una representación semejante a la perspectiva que se vive
en el arriba; los de abajo se caracterizan por ser los inservibles, los que tiene miedo, es por eso
que los ingleses infiltrados en la pichicera sólo se comunican con los Reyes Magos. La
mimetización con el arriba provoca confusión entre los pichis que no alcanzan a comprender a
que perspectiva se refiere como la mención de algunos personajes cuyos nombres se
corresponden a los jefes de gobierno militar, como Galtieri o Videla.
Al igual que lo señalado en Perlongher, la sociedad es representada a través de la no
adhesión o identificación con los acontecimientos; en Fogwill esta exposición se realiza a
través de la figura del narrador quien no toma ninguna postura ante los acontecimientos, sólo se
limita a explicar aquellas cosas incomprensibles para el lector. Cuando quiere expresar una
postura política lo hace a través del discurso directo de los otros. Los acontecimientos que
refieren el accionar del ejército están narrados desde afuera; cuando los personajes intervienen
en este tipo de narración lo hacen como observadores o curiosos, sólo en una ocasión los pichis
salen al afuera de la guerra y lo hacen para intercambiar cosas y colocar los detectores del
ejército ingles. Para estos personajes la guerra funciona como un contexto de situación obligado
y no como una respuesta al accionar bélico. Esta posición estaría justificada en el hecho de que
los pichis sienten ante los militares un sentimiento de inferioridad: No son militares, no han
realizado el servicio militar, y sus superiores los llaman “cabezas negras” (Fogwill, 2006:
115y122) por ser del interior.
Los Pichis no se sienten partícipes de la guerra porque ellos llevan a cabo una guerra
interna experimentada a través de los sueños, como el de Quique con el Harrier “666” (Fogwill,
2006: 135); la locura, el miedo a la violación, a morir de fiebre y el miedo a sentir miedo. Esa
es su guerra, por lo demás, la guerra que se vive afuera no les pertenece. En varias ocasiones
expresan el deseo de terminar la guerra a través de los esfuerzos de otro y no de una
identificación personal: “¡Así terminan de una vez!” aclaman los pichis (Fogwill, 2006: 22).
Por lo expuesto hasta aquí, los pichis no pueden se considerados como traidores,
funcionan como las víctimas del aparato de logística militar. No son instruidos militarmente y
si bien responden a muchas características negativas lo hacen para sobrevivir como respuesta a
la lógica de exterminio y dominación que provoca la ruptura con la identificación básica de
categoría de personas e instala un comportamiento rebajado al nivel de la sobre vivencia.
La relación con los de su Ejército siempre los condenó al servilismo, por eso desertan
porque su categoría militar los condena. No tienen estatuto militar y son expuestos por el
aparato de Estado como víctimas de un intercambio y en calidad de tal funcionan como un
objeto de sacrificio.

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En el caso de Los Pichiciegos, la pichicera funciona como una representación
microscópica de la situación nacional ya que los pichis reúnen las características básicas de la
idiosincrasia representada en el egoísmo y acopio de mercadería.
La narrativa fogwilliana se caracteriza por construir un universo ficcional a través de las
incorporaciones de los relatos individuales que funcionan como micro historias o partes de un
todo mayor caracterizado por el contexto histórico. Es por ello que la descripción de la guerra
cede el lugar a una descripción de las condiciones infrahumanas en las que viven los
personajes. La macro historia concede el lugar a la micro historia pero a la vez la contiene y la
eleva a un plano simbólico.
El contexto histórico incluido en estas narrativas tienen como efecto la “desmitificación
de la historia” (Reati, 1992). Este punto del análisis es conflictivo en la medida que actúan dos
mecanismos de construcción de la ficción. En principio, estos textos expresan una
preocupación por aferrarse a la memoria para no traicionar el pasado, la que es ficcionalizada
como manifestación de incertidumbre hacia esa “historia oficial”. Este vaivén narrativo
provoca en el lector la desconfianza hacia la historia oficial a través de la introducción de
múltiples puntos de vista. Señala con ello la imposibilidad de la literatura y la historia de
proponer una interpretación definitiva e inamovible.
La vuelta al pasado se realiza por medio de la recuperación e incorporación de fragmentos
y no la integración del relato completo. El testimonio del pasado y la recuperación de la
memoria ingresan al texto a través de la alianza entre la historia individual y la colectiva la que
provoca una incertidumbre estimulada por la insistencia de los personajes a manifestar un
“vacío” de lo expuesto. En la narrativa de Fogwill, esta idea de “vacío narrativo” está asociada
a la responsabilidad colectiva que cuestiona la narración en tanto documento para las nuevas
generaciones. En “Los pasajeros del tren de la noche” lo expresa explícitamente: “Así estas
criaturas crecen sin saber nada, iguales que los grandes, que saben, pero que andan por ahí sin
darse por enterados de lo que estuvo pasando todos estos años. Por eso nadie los va a enterar, y
los chicos van a crecer, van a vivir, van a hacer otros hijos y se van a morir sin saber estas
cosas, aunque muchos se las escriban y las guarden para ver si pasados los años alguien le
puede interesar” (Fogwill, 1993: 150).
Hugo Vezzetti señala que a través del dispositivo de la memoria se produce en el
enunciador un procedimiento de selección y ocultamiento de los hechos del pasado. La
memoria que debe ser recuperada corresponde a un tipo de memoria “ejemplar” que
funcionaría a nivel social como modelo y condición pública. Sin embargo, en estos autores, la
memoria que se selecciona es una memoria del tipo “literal”, la que según Todorov
corresponde a la narración de hechos singulares que si bien provocan una repercusión en el
presente no imponen el discurso como una “lección” que no debe volver a ocurrir; esta
memoria recrea el pasado como un trauma personal y no como una postura política. Esta
memoria “literal” está representada a través del sarcasmo y la repulsión que provocaron los
hechos del pasado, y, en cuanto tal no clausura la discusión sobre una supuesta “lección” social,
por el contrario deja abierto el debate a la inclusión de otras formas de torturas que se
prolongan hacia el presente. Como señala Vezzetti, la memoria debe concentrar “un
componente ético que convierte ese saber en un interrogante que vuelve sobre la propia
sociedad, sobre el propio sujeto o grupo involucrados: este es el compromiso de la memoria
con las tareas y las responsabilidades del presente” (Vezzetti, 2002: 35).

Conclusión:

La característica central de estos textos analizados es la dejar el debate abierto en torno a


los procedimientos de la memoria.
En general los relatos sobre la memoria construyen a la figura del desaparecido y las
víctimas como un estandarte ejemplar en tanto militares activos de la causa. En estos autores la
figura de la victima aparece representada al margen de los parámetros establecidos por la doxa.
Son personajes cuya causa se concentra en la sobre vivencia (Fogwill) y en la satisfacción de
los deseos sexuales (Perlongher). En ambos autores la satisfacción personal prevalece por sobre

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cualquier intento heroico cuyo fin es el bien común. Como señala Vezzetti, la exaltación de la
víctima como héroe es un intento político de provocar una “reivindicación de las víctimas como
portadores de una acción que reclama ser valorada moral o políticamente” (Vezzetti, 2002: 31).
En estos textos el recuerdo del pasado es abordado desde los entre-dichos o espacios en
blanco a partir de los cuales la historia no se completa y se abre el espacio de la interrogación
sobre el pasado al rechazar toda idea de completitud evocada.

Bibliografía:

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Aires.
VERÓN, Eliseo (1987) La semiosis social: Fragmentos de una teoría de la discursividad,
Editorial Gedisa, Buenos Aires.
VEZZETTI, Hugo (2002) Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la argentina,
Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires.

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Notas:

1
Eduardo Grüner en “La cosa política: el retorno de lo trágico en las filosofías “malditas” del siglo XX.
Apuntes provisorios para un nuevo funcionalismo” (1999) entiende por “filosofías malditas” al abordaje
del creciente relativismo que provoca una falta de legitimidad dominante desde todos los aspectos. Esta
tendencia histórica genera la existencia de una microfísica que promueve la cancelación de los proyectos
totalitarios en pro de una construcción identitaria endeble y multifacética.
2
Rosa Luxemburgo es una teórica marxista de origen judío a quien Perlongher rescata históricamente
como ejemplo de no claudicar ante el juego de manipulación impuesto por el Estado
3
La ocupación extranjera hace alusión a la técnica utilizada en la metodología de tortura, la cual estaba
inspirada en la actuación francesa en Indochina y Argelia; y la incorporación de procedimientos
aprendidos en diversos centros militares de los Estados Unidos. Para más información: GARCIA,
Prudencio (1995) El dilema de la autonomía militar. Argentina bajo las Juntas Militares (1995), Alianza,
Madrid.
4
Vezzetti señala que en la escena social muchos de los detenidos fueron denunciados por sus familiares o
vecinos y que “la desmesura de la dictadura reflejaba desquiciadamente, como un cristal deformado y
roto, ciertos rasgos presentes en la sociedad” (2002: 47). En Los Rubios, un reciente film testimonial de
Albertina Carri, se observa como una vecina de los padres desaparecidos de la directora del film apunta
que los padres de Carri (a los que llama “la tipa” y “el tipo” sin saber que está hablando ante su hija)
parecían personas que estaban metidas en “algo raro” ya que se oía constantemente el zumbar de “la
máquina de escribir” a altas horas de la noche, hecho que los convertía en supuestos sospechosos y a sus
vecinos en posibles denunciantes.

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