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Por qué la música popular no ha cambiado nada.

Las discusiones y críticas radiales sorprenden muchas veces por la


elocuencia y por la capacidad creativa de personas que entienden como
parte de la música a las actitudes, creencias, actividades y cualquier cosa
extraña que estos artistas tienen o hacen. Muy popular es hablar sobre lo
que se roban los artistas cleptómanos, o las circunstancias inverosímiles en
que escriben sus canciones –muchas veces con esa detestable “poética del
no me interesa tener poética”-.

Más allá de las cuestiones de vida personal y show seudoideológico-


seudoidentitario, se supone que lo que convoca es la música, y sucede que
lo que menos se escucha en las críticas y reseñas de discos es eso. La
verdad es que no sé cómo entender una calificación para la música, menos
con estrellas, o también el tema de los ingredientes: no sé cómo entender a
Javier Aravena –Rata Bluesera- cuando dice que su música tiene
ingredientes de blues, pop, ranchera, cueca, funk, rock, cumbia. Basta con
leer las críticas de RollingStone -rollingstone.com.ar, rollingstone.com-
para hacerse una idea de lo que los medio enfocados en el mercado y la
profitación.

Algo está estancando la música y está llevando la conversación y las


discusiones a un nivel tan superficial que es complejo encontrarle asunto.
Casi siempre, cuando escucho opiniones de personas sin formación musical
(gracias a nuestra querida educación chilena) se repiten las frases “es que
es tan lindo”, “me cae bien”, “suenan power”, “es que es así como traaa
traa traaa y eso es bacan”, esta situación siempre me ha preocupado desde
que entiendo que la música y las artes en general son un potencial espacio
para generar conocimiento y entendimiento del hombre y su entorno desde
la perspectiva reflexiva de lo sensible –la percepción por los sentidos-.

No se está hablando de música como lenguaje (lo que es el sonido,


las notas, el cómo se juntan las notas, la texturas, lo timbres, las
atmosferas, las frases musicales –melodías-, los momentos musicales, las
ideas musicales, etc.) y esto se debe en mayor medida porque el mercado
de la música necesita novedad, y la novedad hoy en día no es más que lo
antiguo disfrazado de lo nuevo, entonces, si se quiere hablar de música
como lenguajes, se estaría descubriendo la falsedad de esta novedad,
porque el lenguaje ha sido el mismo, en la música popular, desde hace más
de 100 años: cómo criticar un disco de Los Tres cuando su lenguaje es el
mismo de Elvis, de Reinhardt.

Sin embargo, existe la opinión también que no se cuestiona la falsa


novedad de la música, que disfruta de la música sin preocuparse si es igual
o no. Ese es el problema de la institucionalización de los lenguajes. A. Moles
entiende que para que haya comunicación entre la música y el oyente, es
necesario que ésta tenga un componente nuevo –en el caso de la música
popular eso está relacionado con el timbre del sonido, gracias a los avances
tecnológicos y sus aplicaciones musicales-, pero sucede que todo lo demás
en la música es parte de lo que el oyente ya tiene o espera como música, es
su “código apriorístico”. Levitin expresa ante esto que la música popular es
siempre la misma, lo cual hace sentirse seguro, al contrario de cuando
escuchamos sonidos extraños y eso activa nuestros mecanismos de defensa
y alerta, pero también, la música debe tener ese componente que quiebra a
ratos, alarga o apronta nuestro código apriorístico, haciendo que el cerebro
se sienta un poco engañado y placentero (al liberarse dopamina por este
efecto). Entre menos quiebres y juegos con lo apriorístico, más básica es la
música en cuanto información y más llena es en redundancia (los sonidos
que nos hacen sentir seguros). Esta pobreza de lenguaje musical la hace
muy fácil de digerir (de escuchar y a la primera vez gustar) y por ende más
fácil de vender, pero con cada vez menos contenido (pensemos también
que las letras que no están en español hacen a la gran mayoría no pensar
en el texto, y para las que están en español podría escribir otra columna
explicando lo similares entre sí y simples que son). Este lenguaje pobre
tiende a empobrecer los temas y las conversaciones, puesto que no es un
aporte, lo que también empobrece el pensamiento y los temas de las
personas y la cultura al fin. El lenguaje de hace más de 100 años atrás está
totalmente descontextualizado y son muy pocos músicos populares quienes
se han esforzado en trabajar el lenguaje, en enriquecerlo. Casi siempre son
los que menos se venden, aunque existen algunas excepciones.

Moles dice que existen 3 tipos de artistas –o personas encargadas del


arte-. Los inventores, que son generalmente los músicos eruditos (la música
“clásica”) y que se han encargado de configurar siempre los nuevos
lenguajes. Están por otro lado los Maestros, que son los músicos populares
que llevan estas invenciones a la música que la gran masa escucha, pero
que saben muy bien cómo ir generando el cambio a la vez que son
conscientes de los tiemposy formas de adaptación de su público. Por último,
están los Diluyentes, que son los músicos que se dedican a hacer la misma
música que los maestros, que mezclan las distintas corrientes de los
maestros, que actualizan las letras con los modismos y formas de turno, que
tienen sólo ese componente de la falsa novedad.

El grave problema para mí está en que la mayoría de los músicos de


hoy está en la categoría de diluyentes, y que no existe un público crítico o
activo, si no que uno pasivo y firme a las reglas sagradas del lenguaje
musical que impera, intolerante de cualquier otra expresión musical. Esto
último se debe, en mi diagnóstico como docente de Educación Musical, al
desconocimiento y comodidad del oyente, debido a la pésima calidad de
enseñanza de música –y de actitud reflexiva- que ha recibido la población
en las instituciones escolares, y que es abalada y por la pobreza de la
discusión y contenido en los Medios de Comunicación. Espero que al pasar
las décadas esta situación se revierta.

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