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RESEÑA

Ricardo Yepes Stork y Javier Aranguren Echeverría, Fundamentos de


Antropología. Un ideal de la existencia humana, Eunsa, Pamplona (4° ed.),
1999.

El presente libro es un manual de fundamentos de antropología muy útil e interesante. Está


escrito en un lenguaje simple y dinámico, no para especialistas sino para personas que
necesiten profundizar y comprender de forma más intensa y acabada el fenómeno humano.
Podríamos decir que trata del conocimiento de cada uno.
El texto nos ofrece una fundamentación inicial de lo que nosotros somos. La
pregunta por el significado de la existencia presente y actuante es algo vivo e intenso, una
exigencia profunda de humanidad. La lectura de estas páginas se da en la dinámica de
aprender a ver nuestra humanidad con nuestros propios ojos, sin los intelectualismos del
racionalismo ni la simplificación instintiva o sentimental de la sociedad contemporánea.
En esta páginas aparecen temas como: el lugar que ocupan los sentimientos en
nuestra existencia; la fundamentación de nuestro carácter digno; qué y cuáles son los
valores; cómo saber apreciar lo importante, lo bello, lo serio, sin mezclarlo con lo que no lo
es; qué es la libertad y cómo se mejora; por qué no ser escéptico y como acceder y aceptar
la verdad; si caben los amigos, cómo y hasta que punto; si el amor es una quimera; si la
felicidad también, o por el contrario cabe ser feliz y afirmar la vida a pesar de la presencia
del dolor, la traición y la muerte; por qué no ser individualista; la importancia del diálogo;
la presencia del misterio y de lo religioso, etc. Así, el texto habla de los problemas de los
hombres reales, de aquellos apremiados por el trabajo o necesitados de un sentido
verdadero y real para existir; que tienen sus exigencia humanas vivas y verdaderas, y que
de alguna forma no se conforman con la homologación que la sociedad actual les propone.
La presente versión del manual fue reescrita por Javier Aranguren, discípulo del
autor original Ricardo Yepes, muerto justo antes de su actual reedición. El objetivo de
Aranguren fue simplificar los contenidos del original para hacerlo más cercano a los
estudiantes comunes, más útil para el hombre contemporáneo que frente a los desafíos
normales (trabajo, amor, libertad política, etc.) necesita comprender quién es frente a estos
dilemas, y cuál es su valor y aporte en el seno de la sociedad.
La tesis de fondo que anima este trabajo la señala Aranguren en la introducción:
“las obras humanas son siempre mejorables, lo propio de la filosofía (como de la ética) es
siempre proseguir, crecer, no detenerse” (pág. 15).
La cita nos revela uno de los puntos centrales del manual: la confianza en la
capacidad de perfeccionamiento de la persona, de mejorar sus condiciones, pese a los
determinismos históricos, culturales, sociales y económicos que la afectan.
En este sentido, nos parece muy descriptivo el comentario que hace Aranguren del
aporte y valor del pensamiento de Yepes, volcado naturalmente en las páginas de esta
publicación, cuando comenta: “¿Tenemos entre las manos un libro demasiado optimista
respecto del hombre y, en consecuencia, demasiado simple? El subtítulo original de la obra
(Un ideal de la excelencia humana) señala el corazón de la visón de Yepes: si el hombre no
está hecho para crecer, para mejorar, entonces el saber antropológico (y el saber en general)
se convierte en algo banal o, lo que es peor, en un medio de aplicación de la fuerza
interesada. De hecho, como se podrá comprobar a lo largo del texto, la negación de este
optimismo cierra el horizonte humano en la utilidad, el interés o la pasión. La distinción es
aristotélica, mas la respuesta es urgente: ¿somos capaces de ejercitar acciones
benevolentes?, ¿podemos vivir en la excelencia? Entonces tiene sentido hablar de libertad,
felicidad, amor. Si la respuesta es negativa, lo mejor sería hacerse con el control de la
sociedad a cualquier precio, o ponerse a temblar ante la llegada de los tiempos difíciles”
(pág. 18).
Para nosotros, la cita anterior describe todo el aporte cultural, pero por sobre todo
humano y existencial, que tiene el presente texto. La alternativa es dramática: o somos un
producto de la sociedad o los grupos de poder, sean cuales sean, o existe algo más grande,
un sentido de la vida, que aún en las peores y más difíciles circunstancias no nos impide ser
libres. Es decir, o existe un significado o sentido que nos haga verdadera y existencialmente
libres, o estamos condenados a ser esclavos de la sociedad en que nacimos. La apuesta de
Yepes y Aranguren es que tal sentido existe; y las páginas del texto resuman una confianza
en la libertad de la persona que da alegría y esperanza incluso frente a las más difíciles
circunstancias.
Esto nos queda más claro cuando se señala que “el objetivo [del libro] no se reduce
a un estudio de lo que el hombre es desde un punto de vista ontológico. Nos interesan
también las preguntas sobre el sentido (el para qué) de las acciones humanas. La filosofía
no sólo estudia lo profundo, sino también la finalidad, la razón de ser de las cosas.
Finalmente, hay que estudiar los ciclos temporales de la persona humana incluyendo los
asuntos del dolor y de la muerte, marco de referencia final en las cuestiones sobre el
sentido” (pág. 16).
La propuesta antropológica de Yepes y Aranguren, como casi se deduce de los
comentarios anteriores, es el personalismo; que queda resumido en la siguiente cita: “El
personalismo de Yepes se aleja de los planteamientos positivistas al uso en sociología y
ciencias experimentales. Cierta justificación de este personalismo está hecha en el texto, y
quizás sea capaz de imponerse por sí misma. Para asumirlo, basta comprobar que es más
humano que la fría ciencia, más intuitivo que la lógica abstracta y, por eso, probablemente
más verdadero. La intención era acercarse al hombre y al mundo no como a algo que ha de
ser dominado, sino que puede ser comprendido. Y es que el hombre es una realidad tan rica
que sólo se puede conocer a base de mirarla desde distintos ángulos, tratando de relacionar
entre sí esa abundancia de rasgos diversos” (pág. 17).
En este personalismo de Yepes, el carácter dialógico de la persona es de gran
importancia: las relaciones interpersonales ocupan en este texto un espacio fundamental. El
enfoque del diálogo interpersonal toma el aporte de la fenomenología personalista: Taylor,
Levinas y Buber, en que la sensibilidad filosófica del hombre es central. Como señala el
propio texto, “la antropología dialógica abandona la soledad metódica del pensador
racionalista. Precisamente por eso la perspectiva clásica es otra de las fuentes de inspiración
de cuanto aquí se trata. Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino son quizás los autores que
más han aportado a la elaboración de este libro: subirse a hombros de gigantes siempre da
la posibilidad de mirar más lejos” (pág. 17).
Dado lo anterior, los capítulos medulares del libro son aquellos que describen de
forma más central el enfoque personalista: desde el tercero al octavo. Por ello, en esta
síntesis nos centraremos en hacer un breve reseña de ellos, sin descartar los demás que de
alguna forma son la aplicación, digamos práctica, de lo mismo.
Nos parece que el capítulo central es el que describe a “la Persona”, donde quedan
sintetizados los rasgos más relevante de su categoría cultural. Tal vez la siguiente cita
expresa el gusto y el entusiasmo que genera su lectura: “Con todo lo dicho quizás ha
empezado a quedar claro qué es el hombre [lo ha definido en el capítulo como “un ser
intrínsecamente perfectible”(pág. 82)]. De todos modos es un respuesta aún demasiado
abstracta. Por ejemplo, el bien y la verdad nosotros los encarnamos siempre en los valores y
modelos: nadie actúa ‘por el bien’, sino porque le gusta el vino, el football, una persona a la
que quiere o la música rock. Por tanto, si queremos ver lo que el hombre es a la luz de lo
que puede llegar a ser, es preciso entrar cuanto antes en un planteamiento más concreto de
su actividad. Empezamos por el tener corporal y la situación física en que el hombre vive.
Más tarde nos referimos al lugar del conocimiento en la vida humana, y después trataremos
de la libertad con la que actúa, entrando en los grandes temas de las relaciones
interpersonales, el sentido de la vida, la vida social, etc.” (pág. 82) .
Una vez definidas las categorías de la persona, pasa a describir los ámbitos más
relevantes en los que se expresa: el trabajo, la ciencia y la verdad, la libertad, las relaciones
con otros y la búsqueda de la felicidad y el sentido de la vida, fin último de todo ser
humano.
El capítulo cuarto, titulado “Técnica y mundo humano”, se refiere básicamente al
hombre como trabajador, categoría que le permite comprenderse a sí mismo. Nos parece
que el párrafo inicial del capítulo da el tono a sus contenidos: “La persona humana está
instalada en el espacio. El ámbito dentro del cual los seres se le muestran forma su mundo
circundante, en cuyo interior se encuentra ya existiendo. El mundo humano es el ámbito o
dónde en que están las cosas y en que estoy yo. El mundo exterior en el cual el hombre vive
es físico, material, y considerado en su conjunto recibe el nombre de Naturaleza. La
persona humana no es concebible fuera de esa instalación material: su vida se despliega en
ese medio y a través de él” (pág. 83).
El tema central es la definición del hombre como trabajador; quien, en la medida en
que vive el desafío de su materialidad y exigencia por subsistir, descubre sus dimensiones
existenciales.
Otra temática es la relación de los medios que el hombre crea para trasformar la
naturaleza y los fines que ello despierta. La cita hecha de Ghandi sintetiza la visión sobre el
punto: “Los medios son como una semilla y el fin como el árbol. Entre el fin y el medio hay
una relación tan ineludible como entre el árbol y la semilla” (pág. 98). Esto es, los medios
técnicos son útiles sólo en la medida en que están en función de la realización humana.
El capítulo quinto se titula “La ciencia, los valores y la verdad”. Los temas descritos
en él quedan sintetizados en la siguiente cita: “En este capítulo vamos a ocuparnos en
primer lugar de la ciencia y después de la acción humana, y de los modelos en los que ésta
se basa. Son cuestiones que remiten de modo natural al problema de la verdad teórica y
práctica. El conocimiento de la verdad, en sus dos vertientes, constituye una gran tarea
humana, sobre la que se funda el uso de la libertad” (pág. 99). El capítulo plantea una
armónica relación entre ciencia y verdad, por dos vías: ambas buscan el conocimiento de la
realidad y el amor a la verdad es el camino para el desarrollo del pensamiento científico.
El capítulo sexto está dedicado a la libertad, cuya raíz se halla en lo más profundo
de la persona humana. La libertad atraviesa todos los actos de la persona e incluso parece
estar reflejada en el carácter especial de su corporeidad. Mas, “la libertad se asienta sobre
todo en el ejercicio de la voluntad” (pág. 119). El capítulo analiza las distintas dimensiones
de la libertad, desde su ámbito personal y existencial hasta su carácter de base del
ordenamiento social. Como se expresa en la siguiente cita, “cuando se confía en las
personas éstas crecen y aumentan su creatividad, su motivación. Lo que hay que hacer es
pedirles responsabilidades y conseguir que se hagan suyas las órdenes. El mejor modo de
que crezca la libertad social es que el que manda sepa ejercer la autoridad política y aliente
la libertad y la iniciativa., y que el que obedece acepte las órdenes y las ejecute de modo
racional, libre y responsable, haciéndose cargo de las consecuencias de su actuación. Todo
esto presupone el diálogo racional, que es el único modo de garantizar un uso responsable
de la libertad, la única manera de edificar una sociedad realmente libre”.
El capítulo séptimo, titulado “Relaciones interpersonales”, analiza la importancia
del tema en la constitución de la persona, que se descubre en un diálogo y en su contacto
con la realidad. El conocimiento del tú diverso, ayuda al descubrimiento del Yo. El punto
se trata en el ámbito de las relaciones afectivas, familiares y del trabajo, todos enfocados
como un camino de realización de la persona.
El capítulo octavo, “La felicidad y el sentido de la vida”, queda referido en su
aspecto central con el siguiente comentario: “La felicidad es aquello a lo que todos
aspiramos, aun sin saberlo, por el mero hecho de vivir. Ocurre así sencillamente porque ‘la
felicidad es a las personas lo que la perfección es a los entes’ (Leibniz). Felicidad significa
para el hombre plenitud, perfección. Por eso, toda pretensión humana es ‘pretensión de
felicidad’ (Julián Marías); todo proyecto vital, búsqueda de ella; todo sueño, aspiración a
encontrarla” (pág. 157). Así, la búsqueda de sentido de la vida está motivada por esta
exigencia humana de felicidad, de plenitud de su persona. El capítulo analiza luego los
competentes y relaciones entre estas dos temáticas, diferenciando lo que lleva a la felicidad
como plenitud y lo que no, partiendo por señalar que la búsqueda de la felicidad es el
objetivo de la vida. Así, desmiente las posturas contrarias (carpe diem, nihilismo, fatalismo,
desesperación, pesimismo práctico, cinismo, euforia y ebriedad, búsqueda frenética del
placer, etc.) como falsas porque no cumplen con la exigencia humana básica de la búsqueda
de la felicidad.
El manual contiene una serie de otras temáticas: vida social; sexualidad, matrimonio
y familia; violencia, ley y derecho; cultura; vida económica; la ciudad y la política; el
tiempo de la vida humana; los límites del hombre: el dolor, el destino y la religión, etc.
Todas ellas constituyen capítulos apasionantes donde se desarrollan y profundizan las ideas
centrales descritas en esta síntesis.

Benjamín Silva Torrealba

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