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Hay otro tipo de igualdad exterior de las formas artísticas, que tiene su fundamento en
una gran necesidad: la igualdad de la aspiración espiritual de todo un medio moral-
espiritual, la orien-tación hacia fines que, aunque fueron perseguidos un tiempo, fueron
mas tarde olvidados. Es decir, el mismo sentir interior de toda una época puede llevar,
lógicamente, a la utilización de formas que sirvieron positivamente a idénticos fines en
un período ante-rior. De esta manera se explica parte de nuestra simpatía, nuestra
comprensión y nuestros lazos espirituales con los artistas primitivos. Ellos eran artistas
puros como nosotros que sólo deseaban representar en sus obras lo esencial: renunciaron
a lo ocasional espontáneamente.
Este lazo espiritual por idénticas aspiraciones es sólo un aspecto del problema. Después
de una prolongada etapa materialista, nuestro espíritu aún está despertando, y, desprovisto
de fe, sin horizonte preciso y sin sentido, anida en sí semillas de desesperación. Aún no
ha terminado completamente el mal sueño de las tendencias materialistas que
convirtieron e un juego doloroso y absurdo la vida en el mundo. El espíritu que está
despertando se halla todavía bajo la impresión de esa pesadilla. Una luz tenue surge,
como un punto pequeñísimo en una inmensa esfera negra. Es un presentimiento que el
espíritu teme mirar, ya que no sabe si esa luz es sólo un sueño y la esfera negra la
realidad. Esta incerteza y las pesadumbres aún vivas de la filosofía materialista distancian
nuestro espíritu del de los artistas primitivos. Nuestro
espíritu posee una hendidura, que al ser tocada arroja el
sonido de una fina vasija quebrada que ha sido
encontrada en el fondo de la tierra. Por esta razón, la
afición que tenemos hoy hacia el arte primitivo, afición
prestada, tendrá un porvenir corto.
El espectador actual, excepto algunos pocos, no puede tener semejantes sensaciones. Sólo
quiere encontrar en la obra de arte una imitación de la naturaleza que le sea útil a algún
fin práctico (un retrato), o una imitación de lo real que conlleve en sí alguna
interpretación (pintura impresionista), o estados de ánimo transformados en formas
naturales (lo que frecuentemente se denomina emoción) (1). Todas estas formas, artísticas
verdaderamente, tienen un fin y son, incluso en el primer caso, un nutriente para el
espíritu; especialmente lo son en el tercer caso, ya que el espectador encuentra un lazo
con su alma. Lógicamente, este lazo (o resonancia) no se queda en el aspecto superficial:
el estado de ánimo de la obra puede ahondarse y cambiar el estado de ánimo del
espectador. En todos los casos, estas obras no permiten la ruindad del alma y la sostienen
en un tono determinado, como un diapasón sostiene las cuerdas de un instrumento. Pero,
aun así, la extensión y la acción purificadora de este tono son unilaterales en el tiempo y
en el espacio y no agotan todo el poder posible del arte.
Una edificación grande, desmesurada, chica o mediana, dividida en distintas salas. Los
muros de estas salas cubiertos de cuadros chicos, medianos, grandes. Muchas veces,
miles de pinturas que representas a través del color parcialidades de la naturaleza:
animales entre luces y sombras, bebiendo agua, junto
al agua, yaciendo sobre la hierba; a un lado, una
crucifixión pintada por un artista que no reconoce a
Cristo; flores, personas sentadas, caminando,
paradas, a veces sin ropas, desnudas, innumerables
mujeres desnudas (algunas perspectivadas desde sus
espaldas); manzanas y bandejas de plata, un retrato
del Consejero N; un crepúsculo; una damisela vestida
de rosa; patos en vuelo; un retrato de la baronesa X;
gansos en vuelo; una damisela vestida de blanco;
terneros en la sombra; con manchas amarillas de sol;
un retrato de su excelencia el Sr.; una damisela
vestida de verde. Y todo se encuentra detallado en un
libro: los nombres de los artistas, los nombres de las pinturas. Los visitantes tienen estos
folletos entre sus manos, y van de una pintura a la otra, buscando y leyendo los nombres.
Luego se marchan, tan pobres o ricos como vinieron, y rápidamente sus preocupaciones
individuales, totalmente disociadas del arte, los absorben. ¿Para qué han venido? Cada
pintura encierra misteriosamente toda una vida, una vida llena de sufrimientos,
incertezas, momentos de fervor y de luz. ¿Hacia dónde se dirige esta vida? ¿Hacia dónde
indaga el espíritu del artista, si también se entregó en la creación? ¿Qué revela?
La misión del artista es echar luz sobre las tinieblas del corazón humano, dice Schumann.
El artista es un hombre que sabe trazar y pintarlo todo, dice Tolstoi.
De estas dos manifestaciones sobre el rol del artista elegimos la última, de acuerdo con la
exposición de cuadros que hemos descripto antes. Con mayor o menor destreza, talento y
energía, surgen del cuadro objetos relacionados por efecto de la pintura, tosca o refinada.
Esta armonía del conjunto en el cuadro es lo que conduce a la obra artística y es mirada,
sin embargo, con frialdad e indiferencia. Los expertos admiran la confección (de la
misma manera en que se contempla a un equilibrista), gozan de la pintura (de la misma
manera en que se saborea una empanada).
Los espíritus hambrientos salen igualmente hambrientos. La multitud deambula por las
salas y halla grandiosas o bellas las pinturas. Aquel hombre que podría haber hablado no
dijo nada, y aquel que podría haber escuchado no oyó ninguna cosa.
En ese momento surge un hombre muy semejante a nosotros pero que posee en su interior
una fuerza misteriosa y adivinatoria. Este hombre contempla y enseña. A veces quiere
librarse de esa virtud superior que le pesa en ciertas ocasiones como una cruz. Pero es
incapaz de hacerlo. Aun contra las burlas y los rencores, conduce hacia arriba y hacia
delante el ingrato y pesado carro de la humanidad que se atasca entre las piedras.
CAPÍTULO I. EL MOVIMIENTO
En la cima del vértice hay, muchas veces, sólo un hombre. El gozo de su contemplación
es igualable a su desmedida tristeza interior. Los que se encuentran cerca de él no lo
entienden, y con indignación, lo acusan de loco o impostor. De esta manera vivió
Beethoven, injuriado y solo en la cima(4) ¿Cuánto tiempo fue necesario para que una
sección mayor del triángulo llegara adonde él estuvo sólo? Y aún cuando existen
infinidad de monumentos, ¿fueron realmente tantos los que llegaron hasta esa
cumbre?(5).
En cualquier parte del triángulo hay aristas. Todo aquel que puede ver más allá de los
lindes de su sección es un profeta para los que lo rodean y contribuye en el lento
movimiento del carro. Si, en cambio, no posee esa mirada visionaria o renuncia a ella, sus
pares lo apoyarán y celebrarán. Cuanto más grande sea la sección, cuanto más abajo se
encuentre, menor será la masa que comprenda el discurso del artista. Obviamente, cada
sección del triángulo tiene, consciente, o inconscientemente la mayoría de las veces,
apetito por un pan espiritual. Este nutriente lo recibirán de sus artistas; mañana la sección
de arriba tenderá sus manos hacia aquel que no fue comprendido en la parte inferior.
Tal artista emplea su potencialidad para saciar bajos instintos, ofrece un contenido
viciado dentro de una forma aparentemente artística, atrae hacia él elementos endebles y
los une con elementos viles, engaña a los hombres y contribuye a que ellos mismos se
engañen convenciéndolos de que tienen una sed espiritual que puede ser satisfecha en una
fuente pura. Obras artísticas de esta clase no producen un movimiento ascendente sino
que detienen el movimiento, demoran los elementos progresivos y expanden la peste a su
alrededor.
Los períodos en que el arte no posee un representante de altura, en los que el pan está
transformado, son épocas de decadencia en la vida espiritual. Las almas descienden todo
el tiempo de las partes superiores y el triángulo parece estar quieto. Diríamos incluso que
su movimiento es hacia abajo y hacia atrás. En tales períodos mudos y ciegos, los
hombres sobrevaloran el triunfo exterior, atienden solamente a los bienes materiales y
celebran los avances tecnológicos, que sólo sirven y servirán a lo corpóreo, como proezas
maravillosas. Las fuerzas espirituales son desatendidas o ignoradas.
Los hambrientos y visionarios son burlados o percibidos como anormales. Las pocas
almas que resisten ese mal sueño y no abandonan su oscuro deseo de vida espiritual,
progreso y conocimiento, sufren en medio del canto vulgar del materialismo. La noche
del espíritu amenza cada vez más. Grises tinieblas atrapan a las almas temerosas, y las
superiores, perseguidas y débiles por la duda y el miedo, prefieren muchas veces el
ensombrecimiento paulatino en lugar de una caída violenta y precipitada en la oscuridad
total.
El arte transita por la senda del cómo, se especializa, son los mismos artistas los únicos
que lo entienden y se lamentan por la indiferencia de los espectadores. En tales épocas, el
artista no necesita decir demasiado. Se destaca y sobresale por una mínima diferencia,
sólo apreciable en determinados círculos de expertos y mecenas (¡cosa que también
puede brindar cuantiosas ganancias materiales!). Muchas personas, aparentemente hábiles
y preparadas, se inclinan al arte con la seguridad de que será sencillo conquistarlo. En
todos los "centros culturales" existen miles y miles de estos artistas, que sólo buscan
formas diferentes de crear millones de obras de arte sin fervor, con el corazón helado y el
alma dormida.
A pesar de toda esta ofuscación, del caos y de la carrera atroz, el triángulo espiritual se
mueve en realidad, muy lentamente pero
con certeza y fuerza inagotable, hacia
delante y hacia arriba.
El artista es quien primero oye su discurso, aún indiscernible para la masa, y va tras su
llamado temprana e inconscientemente. Ya no le preocupa el cómo de su curación.
Aunque este cómo no prospere, en la propia diferencia (lo que es todavía la personalidad)
encuentra la posibilidad de no ver únicamente la materia dura del objeto sino aquello
menos corpóreo que el objeto de la época realista en que quiso sólo representarlo "tal y
como era, sin fantaseos"(6) .
Este cómo también conlleva la emoción espiritual del artista, y puede hacer surgir su
experiencia más sutil. El arte emprende entonces el camino en el que pronto reencontrará
el qué perdido, que será el pan espiritual del despertar que está comenzando. Este qué no
es el qué material de los objetos de la época superada, sino un contenido artístico, el
espíritu del arte, sin el que su cuerpo (el cómo) no puede existir plena y sanamente, como
los individuos o los pueblos.
Este qué es un contenido que sólo el arte puede poseer y que sólo el arte puede expresar
nítidamente con los instrumentos que le son privativos.
NOTAS
(1) Infortunadamente, se ha abusado de esta palabra, que señala las aspiraciones poéticas
de un espíritu vivo y artístico, y también se la ha tomado como objeto de burla. Pero,
¿existe alguna palabra que la muchedumbre no haya intentado profanar?
(2) Las escasas excepciones no modifican este oscuro y siniestro panorama: son artistas
cuyo credo es el arte por el arte. Propenden a un fin superior que no es otra cosa que la
diseminación de su fuerza sin propósito alguno. La belleza exterior es una contribución a
lo espiritual (ya que lo bello es bueno), pero, al margen de este aspecto positivo, tiene la
imperfección del talento no aprovechado hasta el límite (talento en el sentido bíblico).
(3) Estos "hoy" y "mañana" se relacionan interiormente con los días bíblicos de la
Creación.
(4) Weber, autor de Der Freischütz, tenía la siguiente opinión sobre la VII Sinfonía de
Beethoven: "Con ella las excentricidades de este genio han alcanzado el non plus ultra.
Beethoven está listo para el manicomio. En el comienzo de la primera parte, en forma
misteriosa, durante un mi insistente, el abate Stadler dijo al escucharla por primer vez:
'¡Otra vez ese mi! ¿Es que no se le ocurre otra cosa a este hombre sin talento?' ".
(Beethoven, de August Göllerich, pág. 1 de la serie "Die Musik", editada por R. Struss).
(5) ¿No son ciertos monumentos una respuesta dolorosa a esta pregunta?
(6) Nos hemos referido constantemente a lo material y a lo inmaterial, y a los estados
intermedios "mas o menos" materiales. ¿Es todo materia? ¿O es todo espíritu? Las
diferencias que hemos fijado entre ambos ¿no son más que matices de la materia o del
espíritu? El pensamiento, definido por el positivismo como producto del "espíritu", es
materia también, pero sólo perceptible a los sentidos refinados, no a los toscos. ¿Es
espíritu lo que la mano no puede tocar? Aquí, en este breve libro, no es posible discutir
ampliamente este tema; sólo es necesario que no se delimiten fronteras precisas.
Las secciones superiores son necesariamente ateas y basan su ateísmo en juicios ajenos
(un ejemplo es la frase de Virchow, inconcebible en un científico: “He embalsamado
muchos cadáveres y jamás hallé un alma.”). Por lo general son secciones republicanas
políticamente, conocen diversas formas parlamentarias y leen los artículos editoriales de
los periódicos. Desde el punto de vista económico, son socialistas de distintos tipos, y
sostienen sus posturas con infinitas citas (desde Emma de Schweitzer hasta la Ley del
hierro de Lasalle y El capital de Marx).
Desde el ángulo artístico, son naturalistas que admiten y dan valor hasta cierto límite que
otros han señalado y que es, por ende, pasible de un gran respeto, personalidad,
individualismo y genio artístico.
No obstante, en estas secciones, detrás del orden aparente, la firmeza y las convicciones
infalibles, existe un temor oculto, una confusión, dudas y una intranquilidad semejante a
la de los pasajeros de un firme y voluminoso transatlántico, cuando ven desvanecerse la
tierra firme en la distancia: en alta mar, nubes negras se unen y el viento amenzante
parece transformar el agua en montañas oscuras. Este temor se debe a su formación
intelectual. Saben que todo político, científico o artista que hoy se celebra, no era antes
mas que un codicioso, un charlatán o un embaucador, objeto de todos los insultos e
indigno de ser considerado.
Al paso que se asciende dentro del triángulo, este temor y esta desconfianza se van
conformando. En primer término, siempre hay ojos que saben distinguir y mentes que
relacionan. Estos hombres capacitados se preguntan: si la verdad de anteayer fue
reemplazada por la de ayer y la de ayer por la de hoy, ¿no es factible entonces que la
verdad de hoy sea abolida por la de mañana? Esto sólo lo aceptan los más audaces.
En segundo término, hay ojos capaces de distinguir lo que la ciencia de hoy todavía no ha
desentrañado. Estos hombres se preguntan si alcanzará a descifrar alguna vez la ciencia
estos enigmas por el camino que recorre hace tanto tiempo, y si algún día lo hiciera, si
será fidedigna su solución.
En esta zona, también encontramos sabios profesionales que refieren de qué manera
recibieron las Academias en su momento teorías que hoy son indiscutidas y plenamente
aceptadas por ellas mismas, y por críticos expertos que hoy escriben libros encomiosos y
concienzudos sobre aquello que ayer les parecía absurdo. Con estos libros derriban
barreras, allanadas ya por el Arte, y construyen otras que, según ellos, serán inamovibles
y vigentes por siempre. No comprenden que con su labor erigen barreras detrás y no
delante del Arte. Y aun cuando lo comprendan, escribirán nuevos libros, que las pongan
solamente un poco más allá. Su quehacer no cambiará mientras no comprendan que los
principios exteriores del Arte rigen únicamente para el pasado y no para el futuro. No
existe ninguna especulación teórica sobre estos principios que pueda regir la senda futura,
que puede ser situada en el orden de lo no material. Aquello que todavía no es materia no
puede cristalizarse materialmente. El espíritu que conduce al orden futuro sólo puede
manifestarse intuitivamente (a través del talento del artista). La teoría es una lumbre que
ilumina los principios que han regido todo lo que nos precede.
Hay también, en esta ciudad, habitantes sordos que, anonadados por una sabiduría que les
es ajena, no percibirán la caída; son seres que, ciegos por esa ciencia de otros, aseguran
que su sol cada vez resplandece más y pronto verán desvanecerse las últimas manchas.
Pero, incluso ellos, oirán y verán.
Más arriba aún, el temor desaparece ya. Allí se está gestando una valiente labor que hace
temblar los pilares levantados por los hombres. Allí hay sabios profesionales que estudian
una y otra vez la materia, que no se acobardan frente a ninguna cuestión, y que, incluso,
ponen en consideración la propia concepción de la materia sobre la que hasta hoy
descansaba todo y en la que se fundaba todo el universo. La teoría de los electrones –
teoría de la materia en movimiento- que transformará en un todo la concepción de las
materia, posee hoy riesgosos representantes que exceden los límites de la prudencia, y
caen en la conquista de una nueva fortaleza para la ciencia, como soldados que, olvidados
de sí mismos, se sacrifican por el resto en la toma de una valiosa fortaleza. Pero no existe
fortaleza inexpugnable. Por otro lado, son mayores los descubrimientos que antes la
ciencia trataba como charlatanería o, tal vez, estamos más informados sobre ellos. Aun
los medios de información, que son en su mayoría esbirros del éxito en la masa y que
negocian con cualquier cosa, se ven impelidos a atenuar o a hacer desaparecer el tono
irónico en sus informaciones sobre los milagros. Muchos científicos, incluso materialistas
puros, ponen su empeño en el análisis de fenómenos extraordinarios, que ya no pueden
permanecer ocultos [1] . Por último, cada vez es mayor el número de personas que duda
de los métodos de la ciencia materialista aplicados a la no materia, la materia que
nuestros sentidos no perciben. Y de la misma manera que el Arte recurre a los primitivos,
ellos buscan auxilio en tiempos y métodos olvidados, que aún permanecen vigentes en
pueblos a los que solemos compadecer y despreciar desde nuestro alto conocimiento.
Blawatzky formuló la teoría teosófica, base del movimiento, en una suerte de catecismo
en el que el discípulo puede encontrar todas las repuestas del teósofo a sus preguntas
concretas [4] . Según las palabras de Blawatzky, teosofía significa verdad eterna (pág.
248). El nuevo mensajero de la verdad hallará ala Humanidad preparada para oír su
mensaje gracias a la Sociedad Teosófica: tendrá una forma para expresar las nuevas
verdades, y una organización que estaba aguardando su llegada de alguna manera, para
barrer de su camino los escollos materiales y las dificultades (pág. 250). Blawatzky
postula que en siglo XXI, la tierra será un paraíso comparada con lo que es hoy. Termina
su libro con estas palabras. La extensión de este movimiento es una realidad, a pesar de
que pueda causar escepticismo en quien los observa, la propensión de los teósofos a
proponer teorías y su satisfacción precipitada por responder rápidamente a la sempiterna
y gran cuestión. En el ámbito espiritual se ofrece como un agente poderoso, que brinda
una promesa de salvación a las almas desesperadas y perdidas en las nieblas de la noche.
Surge como una mano que indica la senda y brinda su ayuda.
Maeterlinck crea dicha atmósfera con instrumentos artísticos puros. Los instrumentos
materiales que utiliza –lóbregos castillos, noches de luna, viento, ciénagas, lechuzas- sólo
cumplen un rol simbólico y sirven como una música interna [6] .
En el campo musical, R. Wagner realizó algo similar. Su famoso leiv-motiv tiene por
objeto dotar al héroe con un motivo
determinado, con un medio puramente
musical, además del vestuario, el
maquillaje y la iluminación. El motivo
conforma una atmósfera espiritual,
manifestada a través de la música, que
anticipa al héroe, que emite su espíritu [8]
. Los músicos modernos, como Debussy,
toman impresiones de la naturaleza y las
transforman, por intermedio de la música,
en cuadros espirituales. Es por esta razón
que se lo ha relacionado con los pintores
impresionistas, ya que igual que ellos,
capta los fenómenos de la naturaleza para
hacerlos objeto de sus creaciones de un modo muy personal. Esto demuestra que, en esta
época, las artes se instruyen unas a otras y sus fines son muchas veces similares. No
obstante, esto no nos ilustra acabadamente la relevancia de Debussy. A pesar de su
relación con los impresionistas, su orientación al contenido interior es inmensa, tanto que
en sus trabajos se advierte, sin esfuerzo, el espíritu disonante de nuestra época, con todos
sus pesares y perturbaciones nerviosas. Por otro lado, Debussy, en sus trabajos
impresionistas, tampoco utiliza notas materiales, propias de la música de repertorio; se
limita a dar significación interna a lo exterior.
Schönberg intuye con claridad que la completa libertad, único medio en el que puede
desarrollarse el Arte, nunca será absoluta. A cada período, le corresponde una cuota
determinada de libertad, y ni el genio más eficaz podrá exceder sus límites. Pero esta
cuota debe alcanzarse y a ella se llega ¡a pesar de todas las trabas que se impongan!
Schönberg también intenta consumir esa cuota de libertad, y en su rumbo por saciar la
necesidad interior, ha encontrado principios certeros de una belleza nueva. Su música nos
empuja a una zona nueva, en que las experiencias musicales son puramente anímicas y no
acústicas. Es el nacimiento de la música del futuro.
Perfeccionó la nature morte, a un punto en que lo que exteriormente estaba muerto volvió
a la vida. Manejó a los objetos como si fueran seres vivos, ya que tenía la virtud de
descubrir en todos ellos la vida interior. Creó la expresión cromática de los objetos, su
posibilidad pictórica interna, que reunió
en una totalidad, cual una fórmula de
resonancia abstracta, plenamente
armónica y, muchas veces, sólo
matemática. Lo que pinta ya no es un
hombre, ni una manzana, ni un árbol, sino
que estos elementos sirven al artista para
gestar un objeto de resonancia interior
pictórica que construya una imagen. De
esta manera llama también a sus trabajos
uno de los pintores franceses más
relevantes, Henri Matisse, quien crea
imágenes en las que intenta representar lo divino [11] . Para ello, le basta un objeto
(persona o cosa) como punto de partida y los instrumentos privativos del arte pictórico: la
forma y el color. Matisse, poseedor, como todo francés, de un prodigioso sentido del
color, y motivado por sus atributos personales, le da al color preponderancia sobre los
demás elementos. Igual que Debussy, le es dificultoso abstenerse de la belleza clásica: el
impresionismo también ha impactado en él. Así como hallamos en sus trabajos cuadros
de una gran efusión interior, engendrados por estímulos internos, también hallamos otras
pinturas que sólo se corresponden con estímulos exteriores (¡tan evocadoras de Manet!)
que tienen vida externa casi exclusivamente. En estos cuadros, la belleza característica de
la pintura francesa –delicada, exquisita y armoniosa- llega a una altura fría, más distante
que las nubes.
En esta belleza clásica, jamás ha caído otro importante parisiense, el español Pablo
Picasso. De acuerdo con las premisas de la autoexpresión, e impelido a veces
salvajemente por ellas, Picasso se desplaza de un ámbito exterior a otro y, sin problemas,
aunque exista un abismo entre ambos, lo atraviesa, para instalarse en ese ámbito nuevo,
para horror de sus seguidores, que creían haberle echado mano y a los que ha vuelto a
escapárseles. De esta manera emerge el cubismo, última escuela francesa, sobre la que
disertaremos mas adelante. La propuesta de Picasso reside en alcanzar lo constructivo
con proporciones numéricas. En sus últimas obras (1911), logra la devastación de lo
material, a través de un camino lógico; no a través de la supresión, sino por la parcelación
en distintos fragmentos y su posterior distribución sobre el lienzo. Lo que resulta
intrigante es que en estos movimientos parece querer salvar la apariencia de la materia.
Picasso no se amedrenta con nada; si el color se vuelve un problema en el acabado de una
figura pictórica, pinta en marrón y blanco solamente. Estos problemas conforman en
realidad su grandeza.
Son dos caminos importantes hacia un objetivo ambicioso, Matisse el del color y Picasso
el de la forma.
NOTAS
[1] Zöllner, Wagner, Butleroff –Petersburgo, Crookes- Londres. Después Ch. Richet, C.
Flammarion (incluso Matin, el periódico de París, publicó hace un par de años las
declaraciones de este último con el título Je le constate, mais je ne l´explique pas). Por
último, Lombroso, padre del método antropológico en la criminología, realiza sesiones
espiritistas con Eusepia Palladino y cree en la existencia de estos fenómenos. Además de
científicos que se dedican en forma independientemente a estudios de esta clase, se han
fundado sociedades científicas con el mismo fin. La Societé des Etudes psychiques de
París, que realiza conferencias para transmitir objetivamente al público los resultados
obtenidos, es un exponente de ellas.
[2] En estos casos, comúnmente, se utiliza la palabra hipnosis: la misma hipnosis que fue
rechazada por muchas Academias cuando se llamaba Mesmerismo.
[3] Véase Theosophie del Dr. Steiner, y sus artículos sobre las sendas del conocimiento
en Lucifer –Gnosis.
[4] H. P. Blawatzky, Der Schlüssel del Theosophie, Leipzig, Max Altmann, 1907. El libro
había aparecido en inglés, en Londres, en 1889.
[5] Entre los profetas decantes se encuentra, en primer término, Alfred Kubin. Él nos
envuelve con un poder indestructible dentro de un ambiente tenebroso por su vacío cruel.
Este poder emerge no sólo de sus dibujos, sino también de su novela Die andere Seite.
[7] Esto puede comprobarse al comparar las obras de Maeterlinck y Poe, y demuestra
también la evolución producida en los medios artísticos de lo conceto a lo abstracto.
[8] Diversos experimentos han comprobado que no solamente los héroes ficcionales
participan de esta atmósfera espiritual, sino que ésta también puede pertenecer a
cualquier individuo. Los seres muy sensitivos perciben un halo que no les permite
quedarse en una sala en la que recientemente haya estado un ser espiritualmente repulsivo
para ellos, incluso sin saber que ha estado en ese lugar.
[9] Die Musik, X, 2, pág. 140 de Harmonielebre (editado por Universal Edition)
Lentamente, todas las artes van hallando sus espacios e instrumentos específicos.
Aunque suene a paradoja, es una virtud de esta especificidad de las artes, que éstas se
hayan aproximado unas a otras en los últimos tiempos, en esta hora final del viraje en el
rumbo espiritual.
Lo que hemos analizado hasta aquí son las primeras señales de la orientación hacia lo no
material, lo abstracto, la naturaleza interior que, consciente o inconscientemente, atiende
a la premisa de Sócrates: ¡Conócete a ti
mismo! Conscientes o no de lo que hacen, los
artistas vuelven la atención hacia su propio
material, miden en la balanza de su espíritu el
valor de los elementos con los que van a crear.
Esto tiene como consecuencia lógica la
comparación de los elementos propios con los
específicos de otras artes. La lección más
valiosa al respecto la da la música. Casi en su
totalidad, la música ha constituido siempre el
arte que utiliza sus materiales propios para
manifestar la vida interior del artista, creando
una existencia única, y no para reflejar o
reproducir fenómenos de la naturaleza.
El artista no tiene por fin la reproducción de la
naturaleza, aunque ésta sea artística, sino la
manifestación de su mundo interior, y es por
ello, que hoy siente envidia al comprobar
como este objetivo se logra, naturalmente y
sin escollos, en la música, que es el arte más
abstracto. Es comprensible entonces que se
incline hacia ella para buscar modos
expresivos similares en su propio arte. Esta es
la razón por la cual, en la pintura actual, existe una búsqueda del ritmo, una construcción
matemática y abstracta, y se valora en ella la repetición y la dinamización del color.
La respuesta en paralelo de los medios de un arte con los de otros, y la inspiración
recíproca, sólo tiene valor si se realiza sobre la base de los principios, y no meramente de
lo exterior. Es decir, que un arte puede tomar de otro el modo en cómo este último trabaja
sus propios materiales, para luego trabajar los suyos de la misma manera, según los
principios que le sean privativos. En este acercamiento, el artista debe tener presente que
cada instrumento, cada material, tiene una utilización idónea que debe ser encontrada.
Con respecto a la expresión de formas, la música puede producir frutos inalcanzables
para la pintura, pero no posee algunos atributos de esta última. Por ejemplo, la música
utiliza el tiempo, la dimensión temporal. La pintura, en cambio, no tiene esta posibilidad,
pero puede exponer todo el contenido de la obra en un mismo segundo, cosa que para la
música es imposible [1]. Ella, exteriormente liberada de la naturaleza, no necesita valerse
de formas externas para su lenguaje [2]. La pintura, en cambio, se nutre casi íntegramente
de formas prestadas de la naturaleza. Su labor debe estar centrada en analizar sus
materiales y potencialidades, conocerlos bien, como la música conoce a los suyos desde
hace tanto tiempo, y utilizarlos en el desarrollo creativo de una manera exclusivamente
pictórica.
Al ahondar dentro de sus propios medios, cada arte señala las fronteras que lo distinguen
de otro y, en este movimiento, vuelven a unirse por un idéntico esfuerzo interior. De esta
manera, llegamos a la certeza de que cada arte atesora fuerzas específicas, irremplazables
por las de otros. Del movimiento de unión surgirá, un día, el arte que ya intuimos: el
auténtico arte monumental.
Todo empeño puesto en ahondar sobre los tesoros ocultos de un arte, es un aporte valioso
en la edificación de la pirámide espiritual que un día tocará el cielo.
El sonido musical ingresa por vía directa al espíritu. Rápidamente encuentra en él una
resonancia porque el hombre contiene la música en sí mismo (Goethe).
Todos saben que el amarillo, el naranja y el rojo, suscitan ideas de felicidad y de riqueza
(Delacroix) [5].
Estas dos citas demuestran la fuerte
ligazón que existe entre las arte,
particularmente la pintura y la música.
En este lazo se funda seguramente la
idea de Goethe de que la pintura debe
hallar su bajo continuo. Este sintagma
profético es una intuición del estado en
que se encuentra la pintura
actualmente. En virtud de este estado y con sus medios específicos, la pintura
evolucionará hacia el arte abstracto y logrará una composición pictórica pura. Los
instrumentos de los cuales dispone para ello son el color y la forma. La forma existe de
manera independiente, como representación de un objeto o como delimitación abstracta
pura de un espacio o una superficie. No sucede lo mismo con el color, que no puede
expandirse infinitamente. El rojo infinito sólo puede ser concebido en el intelecto.
Cuando oímos la palabra “rojo” no hay límites para nuestra imaginación. Sería un
esfuerzo imaginarlos, si fuera necesario. El rojo no visualizado sino imaginado
abstractamente nos sugiere una idea precisa y difusa a la vez, con un tono físico interno
puro [6]. Es una idea difusa porque no cuenta con un matiz determinado de color rojo.
Pero también es precisa porque su sonido interior está despojado de tendencias hacia el
frío o el calor, que podrían ponerle vallas. Este sonido interior es como el sonido de una
trompeta o de otro instrumento en la imaginación; no posee detalles concretos.
El sonido se imagina en forma abstracta, sin los matices que se producirán en él al sonar
al aire libre o en un ámbito cerrado, solo o acompañado de otros instrumentos, ejecutado
por un cazador, un criado, un soldado o un hombre virtuoso.
Cuando el rojo sea reproducido materialmente (en una pintura) tendrá, en primer lugar,
un tono específico, seleccionado entre la gama infinita de sus tonos, es decir, estará
caracterizado en forma subjetiva; en segundo lugar, su superficie deberá estar delimitada
y diferenciada de otros colores que están junto a él y que, irremediablemente,
transforman -por cercanía y demarcación- su característica subjetiva, dotándolo de una
consonancia objetiva.
La relación innegable que existe entre el olor y la forma nos muestra los efectos que ésta
tiene sobre el color. Las formas, incluso las completamente abstractas, que pueden
reducirse a una forma geométrica, poseen dentro de sí, un sonido interno. Conforman
objetos espirituales, con propiedades inherentes. Un triángulo –agudo, recto, isósceles-
constituye uno de estos objetos con su fragancia espiritual específica. Al entrar en
contacto con otras formas, su fragancia se modifica y obtiene matices consonantes,
aunque en el fondo continúa inalterable, al igual que la fragancia de la rosa, que jamás
podrá confundirse con la de la violeta.
Lo mismo ocurre con el círculo, el cuadrado y las demás formas geométricas [7]. De
modo que, al igual que con el color, hay una sustancia subjetiva dentro de un envase
objetivo.
La relación entre forma y color se pone así de relieve.
Un triángulo amarillo, un círculo azul, un cuadrado verde, un triángulo verde, un círculo
amarillo, un cuadrado azul, constituyen objetos completamente diferentes, que actúan de
manera diversa.
Ciertos colores son exaltados por ciertas formas y atenuados por otras. Así, los colores
agudos encontrarán mayor resonancia cualitativa en las formas agudas (el amarillo en un
triángulo). Los colores que se inclinan a la profundidad son consonantes con las formas
redondas (el azul en un círculo). De todas maneras, es evidente que la disonancia entre
forma y color no es necesariamente disarmónica, sino que, en cambio, abre una nueva
armonía posible. La cantidad de colores y formas es infinita, como sus combinaciones y
sus efectos. El material, incalculable. La forma, verdaderamente, no es más que la
demarcación de una superficie por otra. Ésta parece una definición superficial, pero todo
lo superficial contiene un factor interno relativamente expresado. Toda forma posee un
contenido interno [8], del cual es su manifestación. Esto constituye su característica
interna. Retomemos el ejemplo anterior del piano, y sustituyamos forma por color; el
artista es una mano que, por auxilio de una u otra tecla –léase forma- , hace vibrar
adecuadamente el espíritu humano. La armonía formal tiene como fundamento la ley del
contacto propicio con el espíritu humano, definido anteriormente como ley de necesidad
interior.
Los dos agentes que actúan sobre la forma son también sus dos objetivos. La delimitación
externa es adecuada cuando pone de relieve el contenido interior de la forma del modo
más expresivo posible [9]. La delimitación externa, que aquí constituye el único medio
para la forma, puede ser muy variada.
No obstante, la variedad de la forma nunca rebasará dos límites externos. Es decir:
1- La forma tiene por fin que recortar sobre un plano, por delimitación, un objeto
material; esto es, delinear sus contornos sobre una superficie, o
2- La forma es abstracta, o sea, no dibuja un objeto real sino que constituye un ente
completamente abstracto. Estos entes abstractos que poseen vida, fuerza e influencia
propia como tales, son el cuadrado, el círculo, el triángulo, el rombo, el trapecio y otros
cientos de formas, más complejas cada vez, que ya no tienen una nomenclatura
matemática. Todas ellas son ciudadanas en el reino de lo abstracto.
Entre los dos límites existe una infinidad de formas, en las que se manifiestan los dos
extremos, predominando unas veces lo abstracto y otras veces lo concreto. Estas formas
constituyen el botín del que el artista extrae elementos para sus obras.
Para él no son suficientes as formas abstractas puras, demasiado imprecisas. Si se limitara
a ellas, renunciaría a otras posibilidades, excluiría lo puramente humano y restringiría sus
medios expresivos.
Por otro lado, no existen en el arte las formas abstractas puras. La imitación exacta de la
forma material es irrealizable: aunque el artista no lo quiera, está subordinado a sus
manos y a sus ojos que, en tal caso, serían más artistas que su alma, que perseguiría
únicamente un fin fotográfico. En cambio, el artista responsable no se satisface con
registrar un objeto físico sino que desea dotarlo de una expresión; desea aquello que
antiguamente se llamaba idealizar, más tarde se denominó estilizar, y mañana tendrá
cualquier otro nombre [10].
La imposibilidad y nulidad, en el arte, de copiar un objeto sin un fin determinado ni el
deseo de dotarlo de una expresión, son las premisas desde donde el artista parte para
lograr objetivos artísticos puros (pictóricos), tomando distancia del aspecto literario del
objeto. Ésta es la senda por la que llega a la composición.
La composición pictórica pura se encuentra con dos problemas relativos a la forma:
1- La composición general del cuadro
2- La creación de formas variadas que se relacionan entre sí en distintas combinaciones,
subordinándose a la composición general [11] . Así, podemos hallar en un cuadro
variados objetos (físicos o abstractos) subsumidos en una forma general y modificados de
manera tal d ser acomodados en ella y crearla. En este caso, las formas individuales
tienen poca personalidad, en tanto que son usadas principalmente en lea creación de la
composición general y deben considerarse componentes suyos. La forma individual se
constituye de este modo y no de otro, no por exigencia de sus sonido interior propio,
independiente de la composición general, sino porque ha sido designada como material
en la construcción de dicha composición.
La solución del primer problema, la
composición general del cuadro, es, en este
caso, el objetivo relevante [12]. El elemento
abstracto, que en arte se disimulaba
tímidamente, y apenas era perceptible tras la
vocación materialista, adquiere
paulatinamente el plano central. La
evolución, y luego la preponderancia, del
elemento abstracto natural, ya que cuanto
más se desestima la forma orgánica, más
prevalece y gana en resonancia la forma
abstracta.
Sin embargo, como hemos dicho, el elemento
orgánico fijo tiene un sonido interno propio,
que puede coincidir con el sonido interno del
elemento abstracto existente en la misma
forma (combinación simple de dos
elementos) o puede ser diferente
(combinación compleja y, quizá,
naturalmente disarmónica). De todas
maneras, el elemento orgánico se manifiesta dentro de la forma escogida, aunque se lo
haya desestimado por completo. Por esta razón es primordial la elección del objeto real.
En el acorde espiritual de dos elementos que construyen la forma, el orgánico puede ser
sostén del abstracto (por consonancia o disonancia), o convertirse en un escollo. El objeto
puede formar parte de un sonido absolutamente casual, proclive a ser sustituido por otro,
sin que acontezca ningún cambio importante en el sonido básico.
Un conjunto de figuras humanas pueden formar, por ejemplo, una composición
romboide. En el análisis intuitivo nos preguntamos: ¿estas figuras humanas son
totalmente necesarias para la composición o podrían sustituirse por otras forms orgánicas
sin modificar el sonido básico interior de la composición?
En el segundo caso, estamos frente a la situación en la cual el sonido del objeto no sirve
de sostén al elemento abstracto, sino que lo daña: el sonido indiferente del objeto mitiga
el sonido del elemento abstracto. En efecto, ésta es una consecuencia lógica, y artística.
El caso sería hallar un objeto más acorde con el sonido interior abstracto (en consonancia
o disonancia), o, más sencillamente, tomar una forma puramente abstracta. Volvamos al
ejemplo del piano reemplazando los términos “color” y “forma” por el término “objeto”.
Todos los objetos, sin reservas, creados por la naturaleza o por el hombre, son entes con
vida autónoma, que inexcusablemente emiten un sentido. Constantemente estamos en
contacto con estas emanaciones psicológicas, cuya influencia puede actuar en el
subconsciente, o pasar a la conciencia. El hombre puede conjurarlas encerrándose en sí
mismo. La naturaleza, circunstancia externa del hombre, siempre variable, emite una
vibración constante de las cuerdas del piano –almas- a través de las teclas –objetos-. Los
efectos, que suelen parecer caóticos, poseen tres elementos: el efecto cromático del
objeto, el efecto de su forma y el de objeto en sí, separado de su forma y su color. Si
reemplazamos a la naturaleza por el artista, concluiremos que en este caso también es
fundamental el factor de adecuación. La única base para la elección del objeto también se
rige por la ley de necesidad interior. Cuando más manifiesto se encuentre el elemento
abstracto de la forma, más primitivo y puro será percibido. De manera tal que, en una
composición, el elemento físico no sea imprescindible totalmente; puede ser omitido en
forma parcial o total, y ser reemplazado por formas abstractas puras o formas físicas
reducidas a lo abstracto. En la alianza de formas abstractas puras, la intuición debe
juzgar, guiar y proveer la armonía. Cuanto más utilice el artista las formas abstractas o
semiabstractas, más las conocerá y podrá ahondar en ese campo. Así también el
espectador, conducido por el artista, va instruyéndose sobre el lenguaje abstracto y
finalmente lo domina.
Emerge entonces la pregunta acerca de si no sería mejor abandonar todo lo figurativo,
esparciéndolo por los aires, y poner al descubierto lo abstracto puro.
Esta es la cuestión que se suscita habitualmente y para la que os da una respuesta la
exposición de la consonancia de los dos elementos (el figurativo y el abstracto). De la
misma manera que toda palabra al ser pronunciada (árbol, cielo, hombre) produce una
vibración interior, todo objeto representado visualmente también la ocasiona. Rechazar
esta potencialidad de producir vibraciones sería desabastecer el arsenal de medios propios
de expresión. Por lo menos, tal es la situación hoy. La cuestión suscitada tiene otra
respuesta demás de la actual: la misma que siempre dará el arte a todas las cuestiones que
presupongan un deber. El arte, libre eternamente, desconoce obligación. El arte confronta
como la noche al día.
Con respecto al segundo problema, el de la construcción de las diversas formas
designadas a contribuir en una composición general, podemos agregar que cierta forma,
en condiciones equivalentes, suena siempre del mismo modo; ocurre, sin embargo, que
las condiciones son siempre disímiles, de lo que se desprenden dos conclusiones:
1. El sonido ideal puede ser transformado a través de la asociación con otras formas.
2. El sonido ideal se transforma, aún bajo las mismas condiciones (en tanto esta exactitud
sea posible), cuando la forma implicada cambia de rumbo [13].
De estas conclusiones se infiere otra; nada hay absoluto. Partiendo de este relativismo, la
composición formal depende, primero de la transformación en el orden formal, y en
segundo lugar, de la transformación de cada una de las formas. Cualquier forma es
sensible como una nube de humo: el más ínfimo cambio en alguna de sus partes la
transforma esencialmente, hasta tal punto que probablemente sea más sencillo lograr un
sonido idéntico con formas diferentes que expresarlo reiterando la misma forma, ya que
la repetición exacta es imposible. Mientras percibamos la composición como un todo,
esta cuestión tiene sólo una validez teórica. Pero, cuando por la utilización de formas
abstractas y semiabstractas (carentes de una interpretación de lo figurativo) todos
adquiramos una sensibilidad honda y refinada, la cuestión alcanzará una importancia
práctica cada vez mayor. Por un lado, los problemas artísticos se incrementarán, pero por
otro, crecerá cualitativamente la riqueza formal de sus medios expresivos. El asunto de la
reproducción figurativa se desvanecerá naturalmente, reemplazado por otra cuestión más
artística: ¿hasta qué punto el sonido interno de una determinada forma está latente o
expuesto? Este cambio de perspectiva producirá un enriquecimiento de los medios
expresivos, porque lo enigmático es un elemento artístico relevante. La combinación
entre lo latente y lo expuesto será, posiblemente, un nuevo leiv-motiv en la composición
de formas.
Sin este progreso, no sería asequible la composición de formas. Este tipo de combinación
será arbitraria para aquel que no perciba el sonido interno de la forma (de la concreta y,
particularmente, de la abstracta). Es verdad que el movimiento, supuestamente arbitrario,
de las formas sobre la superficie del cuadro puede causar la impresión de un juego formal
aleatorio, pero en esto también impera la ley que en todos los ámbitos gesta lo artístico y
lo esencial: la ley de necesidad interior.
Si por motivos artísticos alteramos un rostro, por ejemplo, o partes diversas del cuerpo,
tropezamos no sólo con el problema pictórico, sino también con el anatómico, que
constituye un estorbo para el objetivo pictórico y acarrea cuestiones de segundo orden.
En nuestra postura, sin embargo, toda cuestión secundaria desaparece, y sólo lo esencial
perdura: el propósito artístico.
La posibilidad de deformación, arbitraria en apariencia pero altamente determinable, es el
inicio de muchas creaciones artísticas puras.
Por un lado, la maleabilidad de las distintas formas, su modificación orgánica interna, su
dinámica dentro del cuadro (movimiento), la preponderancia del elemento corpóreo o del
abstracto, y por otro, la organización de los distintos grupos en la composición general,
sumada a las premisas de consonancia o disonancia de todos estos elementos, es decir, la
reunión formal, la contención de una forma por otra, el impulso, la atracción y repulsión
que produce cada uno, el mismo tratamiento sobre un grupo de formas, la combinación
de elementos latentes y manifiestos, la combinación de lo rítmico y arrítmico en un
mismo plano, la combinación de formas abstractas, geométricas puras (simples o
complejas) o indeterminadas geométricamente, la confluencia de los límites formales
(señalados relativamente) y muchas otras cosas, posibilitan la emergencia de un
contrapunto totalmente gráfico y nos conducen a él, estando aún al margen del color.
El color, que es ya un material de contrapunto, que ofrece posibilidades infinitas, dará
vida, junto con el trazado, al gran contrapunto pictórico con el que una pintura se llega a
una composición. Ésta, como Arte puro, estará a disposición de lo divino. A esta altura
incomparable, la lleva siempre el mismo conductor perfecto: la ley de necesidad interior.
NOTAS
[1] Estas consideraciones son relativas –como todas las cosas en el mundo. De alguna
manera, la música puede abstenerse de la prolongación temporal, mientras que la pintura
puede utilizar esta duración. Nuestras aseveraciones tienen, por ende, un valor relativo.
[5] P. Signac, op. Cit. Véase también el valioso artículo de K. Scheffer, Notizen üben dir
Farbe (Dekorative Kunst, febrero 1901).
[6] Esto mismo ocurre en el ejemplo siguiente con la palabra “árbol”, pero en ésta es
mayor el elemento material de la idea.
[8] No debe tomarse en serio el que una forma parezca indiferente y no exprese nada. No
hay en este mundo ninguna forma ni ninguna cosa que no diga nada. Muchas veces
sucede que su sentido no llega a nuestra alma, especialmente cuando es indiferente o no
aparece en el sitio adecuado.
[9] El atributo “expresivo” debe entenderse bien: la forma puede ser expresiva incluso
cuando está atenuada, es decir, expresa lo adecuado de la forma más expresiva, incluso
cuando no lleva hasta el límite sino que se detiene en el proyecto, señalando únicamente
el sentido de la expresión externa.
3. El artista, en tanto amanuense del arte, expresará lo que es específico del arte en
general (elemento de lo genuina y sempiternamente artístico, que sobrevive en todos los
hombres, tiempos y tierras, se pone de manifiesto en las obras de arte de cada artista de
cualquier nación y cualquier época y, como esencia del arte, se sustrae al tiempo y al
espacio). Solamente con penetrar con los ojos del espíritu a los dos primeros elementos,
el tercero se evidencia. Es allí cuando comprendemos que una columna
rudimentariamente labrada de un templo indio fue originada por un espíritu idéntico al de
cualquier obra moderna.
En cada época, el estilo personal y temporal produce formas materiales que, a pesar de
sus artificiosas diferencias, están conectadas orgánicamente de tal modo que pueden ser
consideradas como una forma única: el sonido interior es igual en todas ellas.
Los elementos personales y temporales son subjetivos. Todos los tiempos han querido
expresar y representar su existencia en forma artística. El artista también quiere
expresarse y utiliza para ello formas que le sean análogas espiritualmente.
Paulatinamente se va construyendo el estilo de una época, esto es, una cierta forma
subjetiva y exterior. En cambio, lo genuina y sempiternamente artístico es el elemento
objetivo oculto que se expresa gracias al elemento subjetivo.
Las formas admitidas hoy son ejemplo de una conquista de la necesidad interior de ayer
que se ha instalado en una etapa de liberación. La libertad actual fue producto de una
lucha, y al igual que otras veces, hay quienes la consideran "la última palabra". Uno de
los principios de esta libertad restringida es que le artista puede utilizar cualquier medio
expresivo, siempre que se mantenga en el orden de las formas tomadas de la naturaleza.
Pero este principio, al igual que todos los precedentes, es sólo temporal: es la expresión
exterior presente y la necesidad externa actual. Pero, desde lo concerniente a la necesidad
interior, no pueden existir límites, por lo cual el artista debe ubicarse en la base interior
vigente, carente de límites externos; en otras palabras, el artista puede echar mano de
cualquier forma para expresarse.
Vemos de esta manera -y esto es primordial para todos los tiempos, particularmente para
el nuestro- que lo personal, el estilo (e incluso lo nacional) no se adquiere
voluntariamente y, por lo tanto, no tiene la importancia que hoy se le imprime. Se hace
evidente que el parentesco general de las obras, que se afianza y no se empobrece con el
tiempo, no se encuentra en la forma, en lo externo, sino en el origen de los orígenes, en el
contenido místico del arte.
La subordinación a una escuela, el propósito de una línea general, el deber de una obra a
principios y a medios expresivos, específicos de una época, orientan hacia caminos
equivocados y, naturalmente, dan por resultado confusión, oscuridad y mudez. El artista
debe estar ciego ante las formas aceptadas o rechazadas, sordo ante las lecciones y fines
de su tiempo.
Atentamente sus ojos deben volcarse hacia la vida interior y sus oídos estar prestos a la
necesidad interior. De esta manera, sencillamente utilizará tanto los medios autorizados
como los prohibidos.
Ésta es la única fórmula para expresar la necesidad mística. Todos los medios son sacros,
si son necesarios interiormente, y todos son profanos, si no surgen de la fuente de la
necesidad interior.
Por otro lado, a pesar de que se realicen análisis infinitos sobre esta cuestión, aún la teoría
es prematura. En el arte la teoría no avanza trayendo detrás de sí a la praxis, sino que
acontece lo inverso. En el arte se trata fundamentalmente de intuir, sobre todo en los
comienzos. Aunque la teoría pura pueda participar en la construcción general, lo que
conforma la esencia auténtica de la creación no se produce ni se halla por intermedio de
la teoría; es la intuición la que gesta la creación. El arte influye en la sensibilidad y, por
ende, sólo puede producirse gracias a ella. Nunca se conseguirán resultados artísticos,
con el cálculo
matemático y la
especulación deductiva,
aunque se funden en
medidas indiscutibles y
pesos exactos. No es
posible proponer
matemáticamente ni
hallar las medidas y los
pesos del arte [1] .
La medida y el
equilibrio no deben
buscarse fuera sino
dentro del artista,
forman lo que puede
denominarse su
percepción de límites,
su tacto artístico
-atributos innatos del artista que se alimenta hasta llegar a una revelación extraordinaria
gracias a su entusiasmo. En esta línea podemos entender el posible bajo continuo en la
pintura, anunciado por Goethe. Por ahora, sólo presentimos una gramática pictórica de
esta índole; cuando se ejecute estará fundada principalmente, no en leyes físicas (como se
intentó y se sigue intentando con el cubismo), sino en la ley de necesidad interior, que
puede ser calificada como anímica.
Es, por ende, preciso y nunca perjudicial que el artista conozca el punto de partida de
estos ejercicios, que consiste en la exaltación del valor interior de su material con una
balanza objetiva; esto es, en nuestro caso, el análisis del color, que deberá influir sobre
diversas personas.
No se necesita, para ello, sumergirse en hondos y complejos matices del color, sino
simplemente alcanzar una definición lógica de los colores simples.
Tomemos primero los colores aislados y permitámosles influir sobre nosotros según un
esquema simple y planteando la cuestión de la manera más sencilla posible.
De esta manera, cada color tiene cuatro tonos clave: caliente claro, caliente oscuro, frío
claro y frío oscuro.
Los colores que ocasionan el movimiento horizontal de otro color, están determinados
también por ese movimiento, y poseen otro simultáneo que los individualiza por su efecto
interior. Se establece de esta manera la primera gran antinomia, de acuerdo con el valor
interior. La orientación de un color hacia el frío o el calor, tiene una importancia interior
primordial.
Gráfico I
Primera dupla de antinomias I
De la característica interior como efecto en el ánimo
El segundo movimiento del amarillo y el azul, dentro de la primera antinomia, es
centrífugo o centrípeto [3] . Si trazamos círculos idénticos y coloreamos uno con amarillo
y otro con azul, percibiremos que el amarillo irradia energía, toma un movimiento desde
el centro que lo aproxima ostensiblemente al espectador. El azul, en cambio, produce un
movimiento centrípeto (como un caracol que se introduce en su caparazón) que lo
distancia del espectador. El primer círculo impacta sobre la vista, el segundo la atrae.
Esto mismo ocurre con el blanco mixturado con negro: el color pierde su consistencia y
aparece el gris, que se parece al verde respecto de su valor moral.
En el verde, en cambio, acechan el amarillo y el azul como potencias latentes que pueden
renacer. El verde posee una vitalidad que esta absolutamente ausente en el gris, porque el
gris se compone de colores que no tienen fuerza activa (movimiento), sino que poseen
una resistencia estática o, mejor, un estatismo carente de toda resistencia (cual un muro
tan alto que se pierde en el infinito, o como un pozo sin forma).
Los colores que componen al verde son activos y móviles, por lo que se puede establecer
teóricamente, según el tipo de movimiento, qué efectos espirituales causa.
Experimentalmente, permitiendo al color actual sobre nuestros sentidos, tendremos el
mismo resultado. De esta manera, el primer movimiento del amarillo, un empuje hacia es
espectador, que puede incrementarse hasta la agresividad, y el segundo, que se extralimita
y emana energía a su alrededor, pueden compararse con los atributos de una fuerza física
que se vuelca inconscientemente sobre un objeto y se vierte hacia todos los costados.
Observado directamente, en cualquier forma geométrica, el amarillo intranquiliza al
espectador, lo estorba y lo estimula, muestra un matiz de violencia en su expresión, que
influye obstinada y vergonzosamente sobre su sensibilidad [4] .
El amarillo se torna tan agudo con facilidad y es incapaz de descender a una gran
profundidad. El azul difícilmente se hará agudo y será incapaz de ascender a una gran
altura.
Gráfico II
Primera dupla de antinomias II
De la característica interior como efecto en el ánimo
Si el verde absoluto se desequilibra, elevándose hacia el amarillo, se revitaliza, adquiere
juventud y alegría; al mezclar amarillo comienza a actuar una fuerza activa. Si desciende
en profundidad hacia el azul, tomo otro matiz. Se torna grave y reconcentrado. También
aquí comienza a actuar una fuerza diferente, de un carácter totalmente distinto. Entre la
luminosidad y la oscuridad, el verde conserva su esencia original indiferente y calma,
poniendo de relieve el primer atributo en la luminosidad y en la oscuridad, el segundo.
En la música podríamos asociar al verde absoluto con los tonos calmos, alargados y
semiprofundos del violín.
Es la nada primitiva, la nada previa al inicio, al alumbramiento. Tal vez sea el sonido de
la tierra en los tiempos blancos de la era glacial.
El sonido interno del negro es, en oposición, la nada sin
oportunidades, la nada inerte luego de apagarse el sol, un
silencio eterno sin porvenir y sin expectativas. En música,
sería una pausa definitiva, luego de la cual comienza otro
universo, ya que el que se cierra está culminado y ejecutado
siempre: el círculo está cerrado. El negro está muerto como
una hoguera quemada; es algo inerte como un cadáver,
indolente y frío. Es como el cenit de la vida, el silencio del
cuerpo después de la muerte. Exteriormente es el color más
insonoro; a su lado cualquier otro color suena con energía y certeza, incluso los de menor
resonancia. Contrario a lo que sucede con el blanco, junto al cual todos los colores
pierden fuerza hasta casi desaparecer, quedando un tono frágil, mitigado [11] .
El rojo, color que se presenta cálido y sin límite, causa el efecto interior de un color vivo
y movedizo, pero no posee la rapidez abrumadora del amarillo, sino energía y
perseverancia. Es un ardor vibrante, centrado en sí mismo y poco atrevido, es un símbolo
de madurez viril (ver gráfico III).
Gráfico III
Segunda dupla de antinomias III
De la característica física como colores complementarios
En la práctica, este rojo perfecto sufre enormes
modificaciones, derivaciones y diferencias: su forma
material es rica y variada... ¡Pensemos en su gran
gama: rojo saturno, rojo bermellón, rojo inglés, barniz
de granza, en tonalidades claras y oscuras! Puede
parecer cálido o frío sin perder nunca su tono básico
[13] .
Como todos los colores esencialmente fríos, como por ejemplo el barniz de granza, un
rojo puede enriquecerse en profundidad (especialmente con barniz). Su condición cambia
entonces considerablemente: la sensación de fuego puede crecer mientras va
desvaneciéndose el elemento activo. Pero este elemento no llega extinguirse
completamente, como ocurre en el verde oscuro, sino que aguarda oculto, como quien se
marcha pero continúa acechando y puede dar un salto violento. Aquí se funda
precisamente el gran contraste entre el rojo y el azul profundo: el rojo mantiene algo
corporal aun en este tono, como los apasionados tonos medios y bajos del violoncello. El
rojo frío claro posee un carácter corpóreo mayor, como la estridencia de la alegría
juvenil, como una mujer joven, pura y fresca. Musicalmente esta sensación puede
expresarse con los tonos altos, claros y vibrantes del violín [14] . Las muchachas jóvenes
tienen una gran inclinación por este color, que únicamente se intensifica si se mezcla con
blanco.
Los dos últimos colores analizados, productos de la unión del rojo con amarillo o con
azul, tienen un equilibrio inestable. Cuando los mezclamos observamos su tendencia a
perder el equilibrio. Recuerda al equilibrista que debe tomar precauciones a cada paso,
balanceándose a cada lado. ¿Dónde comienza el naranja y dónde acaban el amarillo y el
rojo? ¿Dónde está la frontera del violeta? ¿Cuál es el punto que lo distingue exactamente
del rojo y del azul? [16] El violeta y el naranja componen la cuarta y última antinomia en
el ámbito de los colores simples y primigenios; desde un punto de vista físico, son
complementarios como los de la tercera antinomia -rojo y verde- (ver gráfico IV).
Gráfico IV
Segunda dupla de antinomias IV
De la característica física como colores complementarios
Los seis colores que en duplas componen las tres grandes antinomias conforman un
círculo inmenso, como una serpiente que se muerde la cola (emblema del infinito y la
eternidad). A su izquierda y a su derecha se gestan dos grandes posibilidades de silencio:
la muerte y el alumbramiento (ver gráfico V)
Gráfico V
Las antinomias como un anillo entre dos extremos
= la vida de los colores simples entre el alumbramiento y la muerte
(Los números romanos indican las duplas de antinomias)
Evidentemente, las caracterizaciones que realizamos sobre los colores simples son
aproximadas y provisorias, al igual que las sensaciones que utilizamos para expresarlas
(felicidad, melancolía y otros). Estas sensaciones son solamente ciertos estados anímicos.
Pero los tonos de los colores, como los musicales, están fuertemente matizados,
engendran vibraciones anímicas mucho más sutiles que las que se pueden manifestar con
palabras. Todos los tonos consiguen ser expresados en palabras, pero queda siempre un
resto inexpresable, que no es algo superfluo sino precisamente lo esencial. Por esto las
palabras nunca dejarán de ser simples indicadores, rótulos externos de los colores. La
potencialidad del arte monumental reside en la imposibilidad actual de reemplazar la
esencia del color por una palabra u otro medio expresivo. En él se concentra una de las
múltiples y variadas combinaciones asequibles, fundadas en lo que hemos estado
analizando. En el arte monumental, un mismo sonido interno puede expresarse por
diversas arte en el mimo momento; cada una de ellas, además de participar en el efecto
general, ofrecerá un efecto propio, enriqueciendo y robusteciendo el sonido interior
general. O puede estar en primer plano la contradicción entre artes diferentes, sobre un
fondo de otros contrastes. Muchas veces se ha dicho que la posibilidad de reemplazar un
arte por otro (por la palabra, la literatura, por ejemplo) desmiente la necesidad de diversas
artes. Pero no es cierto, ya que, como se ha dicho, no se puede repetir un mismo sonido
por medio de artes diferentes. Ya aun cuando fuera posible, esa repetición presentaría otro
color, por lo menos exteriormente. Y aunque esto tampoco sucediera, es decir, que la
repetición de un mismo sonido por medio de artes diferentes diera por resultado
realmente el mismo efecto (interior y exteriormente) con extremada precisión, esa
repetición contendría en sí misma un valor. La reiteración de sonidos iguales y su
acumulación intensifican la atmósfera
espiritual necesaria para la gestación de
determinados sentimientos (aun los
más sutiles), igual que ciertos frutos
necesitan para su maduración, la
atmósfera densa del invernadero.
Otra repetición (más compleja) sería aquella en que intervienen diversos elementos en
diferente medida. En nuestro caso, serían las diversas artes en el arte monumental, donde
su sumarían y realizarían. Este tipo de reiteración es más eficaz todavía, ya que las
diversas personalidades humanas responden de formas diferentes a cada medio del arte:
sobre unas influye la música (que influye en todos, casi sin excepción), sobre otras, la
pintura y sobre las demás la literatura. Debemos añadir que las energías latentes en cada
una de las artes son diferentes en realidad, de manera tal que recrudecen su efecto en la
misma persona, a pesar de que actúan separada e independientemente. Partiendo de la
actividad indescriptible de cada color aislado, confluyen en armonía diversos valores.
Cuadros y mueble completos son dotados de un tono específico, seleccionado por
imperativos del arte. La penetración de un tono cromático o la aleación de dos colores por
la cercanía que los funde, erige muchas veces la base sobre la que se construye la
armonía cromática. Cabe concluir, a partir de todo lo analizado sobre el efecto de los
colores y sobre nuestro tiempo lleno de interrogantes, intuiciones e hipótesis y, por ende,
de contradicciones (tengamos presente los capítulos sobre el triángulo), que precisamente
nuestra época tiene dificultades para admitir una armonización basada en los diversos
colores. Escuchamos la música de Mozart con envidia y devoción, acompañadas de
melancolía. Para el caos de nuestra vida interior, proveen una pausa agradable, un sosiego
y una esperanza, pero las escuchamos como sonidos de otro tiempo, pretérito y, en
verdad, extraño. Nuestra armonía se compone por una puja de sonidos, desequilibrios,
premisas que son desatendidas, redobles sorpresivos de tambor, grandes interrogantes,
impulsos sin sentido aparente, entusiasmo exacerbado y nostalgia, cadenas e hilos rotos
que se entrelazan, contradicciones y contrastes. La composición fundad sobre esta
armonía ofrece una yuxtaposición de formas cromáticas y gráficas independientes, que se
encuentran fuera de la necesidad interior, constituyendo una totalidad denominada
comúnmente cuadro.
Las secciones aisladas importan solamente: todo lo otro (aun la preservación del
elemento figurativo) es secundario, constituye un sonido complementario.
Es sorprendente que precisamente la combinación del rojo y azul fuera una de las más
utilizadas por los artistas primitivos (alemanes, italianos y otros) y que sobreviva en las
formas artísticas heredadas de aquellas épocas (el arte sacro popular, por ejemplo) [19] .
En las obras artísticas pictóricas y plásticas de ese tiempo encontramos muchas veces a la
Virgen representada con un vestido rojo y un manto azul. Cual si el artista desease
simbolizar la gracia divina que cubre al ser humano, cubriendo su imagen con un manto
de divinidad. A partir de nuestro análisis de la armonía, se infiere que, hoy más que en
ningún otro tiempo, la necesidad interior reclama un poderoso arsenal de medios
expresivos.
NOTAS
[4] Éste es el efecto que produce, por ejemplo, un buzón de correos bávaro, que es
amarillo -cuando todavía no ha perdido su color primitivo. Es sorprendente que el limón
sea amarillo (acidez máxima) como el canario (que canta en forma aguda). Ambos
comparten una intensidad específica del tono cromático.
[6]
[7] No se asemeja al verde, que como mostraremos más adelante, representa una calma
terrenal y satisfecha, sino que ofrece una profundidad solemne, supraterrenal, y esto
último, en sentido estricto: en la senda de la supraterrenalidad. Para alcanzarla se deben
atravesar todos los penares, los interrogantes e incoherencias terrenales: nadie pudo
evitarlos. Aquí también subyace la necesidad interior bajo una cobertura externa. Conocer
esta necesidad es el principio de la calma. Pero como ésta es huidiza para nosotros,
también en el campo del color se torna difícil aproximarnos interiormente al azul
profundo.
[9] Ésta es la misma imperfección del laudado equilibrio ideal. Cristo lo expresó muy
bien cuando dijo: "No eres ni frío ni caliente".
[10] Van Gogh se pregunta en una de sus cartas si es posible pintar una pared blanca
directamente en blanco. Este problema, que no sería irresoluble para un naturalista, ya
que él toma los colores como sonidos interiores, es para el pintor impresionista naturalista
un delito contra la naturaleza. Para Van Gogh esta cuestión es tan revolucionaria como
fue en su época el reemplazo de sombras marrones por azules (el caso tan utilizado de
cielos verdes y pastos azules). De la misma manera que este último ejemplo constituye
una expresión del avance del Academicismo y Realismo al Impresionismo y Naturalismo,
la pregunta de Van Gogh conlleva en sí la cuestión de la "traducción de la naturaleza",
esto es, no su representación como figura externa sino como impresión interior.
[11] Por ejemplo, el rojo bermellón suena frágil y sucio sobre el blanco, y sobre el negro
se revitaliza asombrosamente. El amarillo tenue pierde energía y desaparece junto al
blanco, en tanto que junto al negro, su efecto es tan potente que parece desprenderse del
fondo y flotar en el aire, lastimando la vista.
[12] Gris, quietud y calma. Tal como lo presintió Delacroix cuando quiso representar la
calma con una mixtura de rojo y verde (Signac, op. Cit.)
[13] todos los colores pueden ser cálidos o fríos, pero en ninguno ocurre ese contraste
como en el rojo. ¡Cuántas posibilidades internas!
[15] En el ámbito artístico se responde a la pregunta por el estado general con el sintagma
"completamente violeta", lo que no implica nada bueno.
[16] El violeta también tiende a convertirse en lila. ¿Dónde comienza uno y acaba el
otro?
[17] Hay épocas de suicidios en masa, de hostilidad, etc. La guerra y la revolución (esta
última un tanto menos que en la guerra) nacen de esta atmósfera y colaboran para
enrarecerla más todavía. ¡Con la vara con que mides, serás medido!
[18] Hubo en la Historia períodos así. ¿Acaso era otra la del Cristianismo, que condujo a
los más débiles a la lucha espiritual? Incluso en la guerra y la revolución hay agentes que
limpian el aire enrarecido.
[19] Frank Bragwing fue uno de los precursores de esta combinación en sus primeros
cuadros, dando innumerables explicaciones sobre el color.
Sobre lo espiritual en el arte: título original “Uber das Geistige in der Kunsl”, Editorial
Need, Buenos Aires, 1999