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COLEGIO Y LICEO GABRIELA MISTRAL

SEGUNDA SUMATIVA. 6° AÑO EXTRA EDAD.

 Primera Modernización (1876 -1890).

1. Exponga un concepto de Modernización.

El concepto modernización se comenzó a utilizar para explicar el proceso por el cual las sociedades europeas dejaron
de ser consideradas tradicionales y se transformaron en sociedades modernas. Observaron que en el proceso de
transformación se producían cambios en la organización política y en las actitudes y valores de los miembros de la
sociedad. La transformación de una sociedad tradicional en una sociedad moderna está asociada a los siguientes cambios:
la economía precapitalista y preindustrial se transforma en capitalista e industrial; la vida urbana tiene más importancia que
la rural; y, los valores y actitudes seculares se imponen sobre los valores y actitudes religiosas. En general, el proceso
significa una transformación de lo simple a lo más complejo en todos los planos de la vida social. En los países periféricos el
alcance y la profundidad de la modernización dependen de las características de la inserción de cada país en el mercado
internacional. Por eso mismo, en una sociedad periférica, los sectores sociales y las actividades económicas que se
modernizan en primer lugar son los directamente relacionados con los centro capitalistas industriales.

2. Analice el proceso de modernización en nuestro país y ubíquelo en el tiempo.

Los inicios de la modernización se dan en 1850 con la revolución del lanar y las corrientes migratorias.

Luego de la Guerra Grande, el Censo de 1852 señaló la poca existencia de ovinos. Hacia 1860, la existencia se
recuperó mucho debido a los años de paz, pero, el aumento más grande se dio entre 1860 y 1868. Por otro lado, al término
de la Guerra Grande se continuó realizando el mestizaje, suspendido por aquella, lo que hizo subir el rendimiento de lana
por cabeza.

A este proceso se le llamó “Revolución del lanar”: la difusión de la cría significó la primera modificación de la estructura
económica rural desde la Colonia. La lana quebró la “edad del cuero” y fue un vehículo de modernización ya que permitió al
país ingresar a mejores niveles de explotación económica. El ovino impulsó la tecnificación del agro y demandó mano de
obra especializada, que se dedicó a la tierra y ascendió socialmente gracias a él. Además, permitió el surgimiento de un
nuevo sector social con espíritu de empresa y mentalidad capitalista, el estanciero empresario.

La buena calidad de la lana amplió los mercados exteriores del país; diversificó nuestros productos exportables y
nuestros mercados de consumo. El ingreso que captó del exterior representó un fuerte enriquecimiento para el agro, lo que
le permitió después invertir en otros rubros de la modernización: el alambrado y el mestizaje vacuno.

Hubo varias causas por las que el lanar se expandió por toda la República y la producción de lana creció:

• Corrientes migratorias:

El inmigrante europeo llega a nuestras tierras debido a que la expansión del sistema capitalista europeo no le
permite invertir capitales en su lugar de origen, siendo conocedor de la agricultura y el pastoreo. Encuentra en nuestro país
tierra abundante y barata, que aun no han recibido en la estructura productiva elementos modernizadores. El europeo
invierte capitales e introduce la técnica de mestizaje trayendo consigo la mentalidad capitalista, fundamental para introducir
el capitalismo en nuestro país y dar paso así a la modernización. El será el estanciero empresario que transformará la
estancia criolla en estancia capitalista. La ganadería en nuestro país era extensiva, o sea que no contaba con inversión de
capitales, mano de obra especializada, ni técnicas. La lana era de mala calidad utilizada solo para la elaboración de
colchones y almohadas; al cruzar la oveja merina europea con la criolla, nuestra lana podrá cubrir la demanda exterior
• Fuerte demanda europea:

A medida que avanzaba el siglo XIX la producción de las naciones europeas que se dedicaban a la industria textil se
hizo cada vez más insuficiente y fue necesario recurrir a los lugares donde podría producirse lana de buena calidad y
barata.

En tercer lugar, la Guerra de Secesión de Estados Unidos anuló el envío de algodón americano a Europa, la cual debió
comprar lana en mucha mayor cantidad que hasta ese momento.

• Los estancieros criollos se fueron acercando al lanar cuando observaron que los extranjeros que se dedicaban
a la cría del ovino sacaban buenos resultados económicos:

Lo que primero fue visto por los criollos como un trabajo de “gringos”, luego se les presentó como un buen negocio,
sobre todo cuando la abundancia de ganado vacuno había llevado a que de él solo se valorara el cuero. La crisis vacuna
por un lado y el hecho de que el ovino complementara al vacuno, tanto en el consumo de los pastos como en el comercio,
hizo que su explotación se generalizara en la República.

Es importante tener en cuenta que con la modernización nuestro país se inserta en el modelo agro exportador o de
crecimiento hacia fuera. En este modelo la estructura productiva se transforma y produce de acuerdo a la demanda
extranjera; recibe capitales y restricciones impuestas por el capital financiero. Se produce una relación de dependencia y,
por lo tanto, nos convertimos en un país que forma parte del sistema periférico dependiente de los centros mundiales de
poder.

Este proceso tuvo consecuencias en todos los sectores:

Desde el punto de vista social, el ovino contribuyó a repoblar el campo y la estancia, porque necesitaba mucho más
personal para su cuidado. Además, sedentarizó a la población rural, puesto que el pastor debía permanecer en un puesto
fijo para poder cuidar de las ovejas a su cargo. De esta manera no había tanta gente disponible para acompañar las
revoluciones. Por otro lado, fortaleció una clase media rural a la que le era más fácil llegar a la explotación del ovino que a la
del ganado vacuno, debido a que no contaba ni con la tierra ni con el capital necesarios para explotar al bovino, pero si para
llevar adelante la explotación del ovino, que necesitaba menos tierra y cuyo precio por cabeza era más bajo. Finalmente, se
facilitó el ascenso social, y quienes comenzaron como puesteros o simples pastores, terminaron iniciándose por su cuenta
en una explotación que les permitió acceder a la tierra y convertirse en propietarios.

Desde el punto de vista político, con el asentamiento del ovino la paz se hizo necesaria porque la destrucción del ovino
significaba la destrucción de la riqueza: la lana. Ella posibilitaba la aparición de la estancia-empresa y en su defensa los
hacendados fundaron en plena guerra civil su núcleo gremial, la Asociación Rural del Uruguay, con el programa de que
establecer el orden interno era asegurar el proceso económico nacional:

En Montevideo, el 3 de octubre de 1871 quedó instalada la Asociación Rural del Uruguay. Según su acta de
instalación, estará compuesta de todos los hombres que se interesan en el progreso moral y material del país.

La ARU busca dirigir los esfuerzos de todos a la explotación del suelo, al desarrollo de la ganadería y de la agricultura,
al incremento del comercio y a la construcción de carreteras, puentes y ferrocarriles.

Los fines de dicha asociación se darán a conocer por medio de un periódico que menciones los intereses y
necesidades de la campaña, proponiendo una mejor organización policial y solicitando el establecimiento de
municipalidades.
En Uruguay no se conocía la técnica, ni se tenían los instrumentos como para poder explotar totalmente la ganadería ni
la agricultura, pero los países más avanzados en materia agrícola, brindan sus instrumentos y la ARU hace hincapié en
seguir los ejemplos y modelos de explotación de dichos países.

Para que estos beneficios realmente puedan llevarse a cabo era necesario contar con paz y garantías; la ARU, para
poder desarrollarse plenamente, necesita de la paz, porque sin ella no puede haber progreso: porque para mejorar el
ganado o fomentar la agricultura por medio de la inmigración de trabajadores, es indispensable tener seguridad individual y
seguridad en la propiedad; y la guerra es la negación del derecho de propiedad en la campaña.

Para los habitantes de la campaña, esta era inhabitable, la propiedad era una mentira, y la vida del estanciero y del
morador honesto, una fantasía, no solo por la guerra sino por el desconocimiento del principio de autoridad, representada
por los comisarios de policía. Es por eso mismo que la ARU pide en nombre de la paz y la justicia.

Para que la propiedad fuera realmente privada, era necesario realizar leyes que determinaran su extensión y fijaran los
límites hasta los cuales debía llegar la autoridad en sus relaciones para con ella.

Por todo esto, se creó el Código Rural.

La ARU es considerado un grupo de presión: un grupo organizado que se propone ejercer una acción sobre las
autoridades; a veces su objetivo último difiere de dicha acción, pero sin embargo les parece útil para realizar sus objetivos;
los responsables de la organización actúan sobre el mecanismo gubernamental para imponer sus aspiraciones o
reivindicaciones.

Desde el punto de vista económico, hay que señalar que el ovino significó la quiebra de la tradicional “edad del cuero”:

Durante todo el siglo XVIII y bien entrado el siglo XIX el Uruguay vivió la “edad del cuero”. El ganado vacuno en estado
salvaje o apenas domesticado fue la base de su economía: se lo cazaba organizando expediciones llamadas “vaquerías”; la
carne se dejaba en el campo, salvo la que consumían los hombres de la expedición, y sólo se rescataban los cueros, que
en cientos de miles de unidades eran embarcados para Europa en navíos. El cuero era un producto esencial para la nueva
economía fabril europea y era la base de la fortuna de muchos habitantes de nuestra región.

Pero miles de cueros exportados significaban millones de kilos de carne desperdiciada; debido a ello, Francisco de
Medina, estableció en 1781, un saladero de carnes vacunas intentando la conservación del producto para su envío al
exterior.

Ya constituida la República, en 1830, el número de estos establecimientos creció considerablemente. Su instalación fue
fácil porque los métodos de producción eran primitivos y no necesitaba de fuertes inversiones iniciales: bastaba contar con
ganado y sal en abundancia. Se enlazaba al animal en el corral, se lo desollaba, despostaba y cortada la carne en capaz se
las salaba dejándolas luego a secar al sol. Una vez pronto el producto, se lo llevaban a Cuba o Brasil, donde servía de
alimento barato a la abundante mano de obra esclava.

Rápidamente se le fueron introduciendo mejoras a esta fábrica primitiva para aprovechar las posibilidades económicas
del animal sacrificado. En 1832 se comienza a utilizar la máquina a vapor para rescatar la grasa vacuna que llegó a
convertirse, bajo el nombre de gorduras, en otro rubro importante de la exportación. Ya antes se había aplicado la salación
de los cueros, creándose otro artículo exportable: el cuero salado, que en seguida encontró un fuerte comprador en la
industria inglesa del calzado. Ese mismo camino siguieron las astas, los huesos y la sangre.

La industria saladeril fue el aliado perfecto del medio rural tradicional ya que determinó el aprovechamiento de casi
todos los productos que podían extraerse del vacuno. Mientras este existiera el saladero tenía su vida asegurada siempre
que los mercados compradores extranjeros siguieran aceptando con entusiasmo su producción principal: el tasajo. Sin
desplazar al cuero, pero alcanzándolo, se abría para nosotros también, la “edad del tasajo”.
En la segunda mitad de los 60, ante las dificultades en la colocación del tasajo y la abundancia de ganado con el
consecuente descenso de los precios, apareció la producción de carne conservada y de extracto de carne, lo cual
disminuyó este desequilibrio.

Su introducción respondió a la necesidad de alimentos conservados y de alto poder alimenticio para los ejércitos de los
países europeos en proceso de expansión.

Se trataba de verdaderas fábricas, no solo por la concentración de trabajadores y la división del trabajo que se acentúa
en relación a los saladeros, sino por la mecanización del proceso de trabajo y la base científica de su técnica. Tenían en
común con el saladero que no requerían un mejoramiento de la calidad del ganado.

La primera fábrica de carne conservada en lata bajo distintas formas, fue la Trinidad, establecida en 1868. Tenía como
base un contrato con el gobierno francés para la provisión de carne enlatada para el ejército. Su cierre se debió a que a
partir de 1884 no obtuvo dicho contrato.

No obstante, la producción de carne conservada no cesó a lo largo del período. En 1874, se fundó la fábrica de carne
“La Conserva”. Exportaba carnes conservadas para el ejército francés, corned beef a Inglaterra y caldos concentrados y
extracto de carnes. Otras fábricas que se fundaron también produjeron carne conservada.

En estas fábricas, además del procesamiento de la carne, era muy importante la fabricación de latas y el envasado y
esterilización. La conserva suponía, además, mayor aprovechamiento del animal y mayor precio de venta, con respecto al
tasajo.

La Liebig’s Extract of Meat Company Limited fue la primera sociedad anónima extranjera instalada en el país en la
industria de la carme. La Liebig´s quedó integrada en 1865 con sede en Londres, y en 1866 llegó la maquinaria de
Inglaterra.

Rodeada de latifundios, era la púnica empresa demandante de ganado y trabajo en la zona, y de ella dependían los
habitantes del pueblo que creció en su entorno: Fray Bentos. Construyó casas para sus empleados europeos, lugares de
recreo, policlínica, escuela, y contaba con policía privada.

Además de extracto, producía carne y lenguas conservadas, grasa refinada, etc.

La faena y exportación del extracto fluctuó año a año dependiendo de la demanda de los ejércitos europeos. Se
benefició con las sequías, guerras civiles, etc., que forzaban a los hacendados a vender el ganado a bajo precio. A partir de
1907 comenzó del descenso de las exportaciones.

La Liebig’s contaba con la ventaja de fijar los precios de las haciendas. Mantuvo una constante presión sobre el Estado
tratando de lograr ventajas impositivas; la empresa extraía del país su inversión total.

Explotaron a los trabajadores más que los otros saladeros ya que era el único demandante de trabajo en un medio muy
primitivo.

Un factor imprescindible para la modernización fue el comercio de tránsito: El alto comercio poseía el control del oro, el
único patrón monetario, y por consiguiente dominaba el crédito.

La clave del poder del alto comercio fue siempre la privilegiada situación del puerto de Montevideo y las condiciones de
este, superiores a las del puerto de Buenos Aires. Una gran zona de influencia recibía y exportaba mercaderías por
Montevideo, originándose un típico comercio de tránsito: los europeos iban hasta el puerto de Montevideo en barcos a vela
y dejaban la mercadería lo más rápido posible para así no tener que pagar por quedarse; el comerciante montevideano,
generalmente extranjero, se lleva a consignación la mercadería, la cual traslada a las provincias unidas, donde las entrega a
cambio de materia prima; de esta manera, cuando el europeo vuelve, el montevideano le paga con materia prima, el
europeo le debe pagar la diferencia en oro.

En 1883, mientras Santos se veía envuelto en los negociados en torno a la modernización de nuestro principal puerto,
el gobierno argentino apuraba la construcción del puerto de Buenos Aires, que ahora, debido al proceso de unificación
nacional, ya no era sólo el puerto de Buenos Aires, sino el puerto de la Argentina.

La habilitación de este puerto complicó al nuestro, que quedó retrasado técnicamente y ofreciendo servicios más caros.
Pronto advirtieron todos que Montevideo perdía actividad; parte del propio comercio uruguayo se canalizó por Buenos Aires.

En cuanto al progreso político, fue necesario regionalizar el poder y crear lazos de dependencia personal: La debilidad
del Estado, que lo hacía incapaz de mantener el orden, proteger la vida humana y asegurar la propiedad, produjo una
situación de inseguridad que obligó a los hombres a establecer lazos de vinculación personal, con el caudillo o con el
patrón, que muchas veces eran la misma persona, que sustituyeron la protección que un Estado impotente no podía prestar
a los habitantes de la campaña.

Se recurrió a la protección del caudillo, incumpliendo las disposiciones de un Gobierno Central que, por lejano e
inoperante, producía más molestias que beneficios. Sus resoluciones se podían aceptar si concordaban o convenían a los
intereses del caudillo local o regional. Por lo que resultaba más “operativo” hacer de él el representante del Estado con
mayor poder en la zona para que se cumplieran efectivamente las órdenes del Poder Central. La práctica de asignar al
caudillo en un cargo público relevante, había reforzado su poder, contribuido a la regionalización de la República y
acentuado el rasgo que se quiso superar, la debilidad del Estado por la fragmentación del poder político.

Desde 1876 hasta 1886 hubo en Uruguay un poder estatal controlado por dictadores militares. A este tipo de gobierno
se le llama Militarismo; este término no está suficientemente definido pero se puede partir de la definición de la Academia
quien dice que es el predominio del elemento militar en el gobierno del Estado, y también se pueden tomar elementos
característicos de dicho período como la influencia decisiva de la organización militar en las decisiones gubernamentales; el
monopolio de los cargos más importantes; la imposición a la sociedad de los valores puramente militares y la transformación
del elemento militar en un sector destacado de la sociedad.

Al considerar si se dan estos elementos en la realidad política del Uruguay de aquel período, hay que tener en cuenta
que, dentro del mismo período, no existe una total continuidad y, que los gobiernos de Latorre y Santos guardaron entre sí
algunas sensibles diferencias, que impedirían aplicar a uno conclusiones que pudieran ser válidas para el otro.

Ni durante el gobierno de Latorre, ni durante el gobierno de Santos, existe propiamente predominio del elemento militar
en el gobierno del Estado. Salvo la Presidencia y el Ministerio de Guerra y Marina, todos los demás cargos principales son
ocupados por civiles.

Podría suponerse que las últimas decisiones eran tomadas por el ejército mediante las deliberaciones de los mandos,
para imponerlas luego al equipo civil de gobernantes.

Existió, especialmente en Latorre, la tendencia a exaltar ciertos valores de la vida militar como el orden, las tradiciones
nacionales, el respeto a las jerarquías, la sobriedad, la honestidad, la eficacia, etc. Esto, que se manifestó en la conducta
del gobernante y en algunas medidas de gobierno, no llegó a constituirse en normas impuestas a la sociedad.

El ejército no se convirtió en un sector privilegiado de la sociedad, ni experimentó un gran crecimiento numérico.


Latorre disolvió batallones y recargó las tareas de los cuerpos haciéndolas rotar por la campaña y asignándoles el
cumplimiento de labores policiales. Santos adoptó una conducta distinta, pero sin llegar a constituir una “elite” militar.
Durante el Militarismo se logró el control efectivo sobre el territorio; se reprimía eficazmente todo cuanto se opusiera a
los intereses de la clase alta rural en la campaña con la ayuda de nuevos dispositivos institucionales y tecnológicos, a la vez
que mantenía neutralizadas las divisas partidarias.

De esta forma, el “militarismo” fue interpretado como el período fundacional del Estado uruguayo moderno, que habría
nacido tocado por un cierto carácter de clase, ya sea porque se lo interpreta como fruto de una alianza de intereses entre
las clases altas rurales y el cuerpo militar o porque este último habría actuado para satisfacer “la necesidad de las
oligarquías de aplicar modernos métodos y técnicas de explotación que la revolución industrial había desarrollado y el
capital británico impulsaba”.

Durante el gobierno de Latorre la campaña entró en caja: bastaba visitar un galpón de esquila para darse cuenta como
se reconoce el principio de autoridad; en él se observa una moderación, una puntualidad, un deseo de agradar y de cumplir
cada uno con su deber, que eran desconocidos en otros tiempos en que tales trabajos infundían temor. Querían orden y
métodos de trabajo; se ejecutan fielmente las disposiciones y ordenanzas rurales.

Los salteadores de caminos, los ladrones de ganado y estancias tenían dos destinos: la muerte o el taller de adoquines
que llegó a constituir el terror de la campaña; el paisano prefería morir antes que pasarse los meses labrando piedra.

Antes un hombre no podía salir ni con $ 20 porque lo mataban, pero con el gobierno de Latorre se podía transitar con el
cinto lleno de oro. Se tenía ya, por lo menos, una garantía de vida, que no es poco.

El gaucho que en otros tiempos recorría los campos encontrando en cada hogar un modesto asilo que lo resguardaba
de hambre y la intemperie, hoy atraviesa de parte a parte el territorio de la República, lleno de miserias, perseguido muchas
veces por las autoridades policiales, sin encontrar ni siquiera un pobre rancho donde se le ofrezca por algunos días aquella
noble y franca hospitalidad de otros tiempos.

Es importante tener en cuenta que para cumplir con los requerimientos de la ARU, de orden y seguridad, era necesario
dejar atrás al Uruguay pastoril y caudillezco y dar paso a la consolidación del Estado oriental en un estado moderno, juez y
gendarme.

Hacia 1900 se da la presencia de sentimientos, conductas y valores diferentes a los que habían modelado la vida de
los hombres en el Uruguay hasta por lo menos 1860. Una nueva sensibilidad aparece definitivamente ya instalada en las
primeras décadas del siglo XX aunque perviven rasgos de la anterior “barbarie”.

Esa sensibilidad del Novecientos que hemos llamado “civilizada”, disciplinó a la sociedad: impuso el puritanismo a la
sexualidad, el trabajo al “excesivo” ocio antiguo, ocultó la muerte alejándola y embelleciéndola, se horrorizó ante el castigo
de niños, delincuentes y clases trabajadoras, y prefirió reprimir sus almas, y por fin, descubrió la intimidad; eligió la época de
la vergüenza, la culpa y la disciplina.

Llama la atención que estas tres décadas claves en que la sociedad generó una nueva sensibilidad (1860 – 1890),
sean aquellas mismas en que el Uruguay se “modernizó”.

La Escuela, la Iglesia y la Policía fomentaron lo que las transformaciones económicas imponían si se quería seguir
viviendo dentro de la sociedad no como marginados: la eficacia, el trabajo, el estudio y la seriedad de la vida.

Un modo de producción nuevo, como el que estaba gestándose en el Uruguay de 1860 a 1890, implicaba cambios en
la sensibilidad, modificaciones del sentir para que a la vez ocurrieran transformaciones en la conducta. Y así, sensibilidad y
cambio económico entrelazados, no son ni causa ni efecto el uno del otro, sino factores correlativos; ambos fenómenos se
alimentaron mutuamente y se necesitaron.
Debido a esta necesidad de disciplinamiento fue que se llevó a cabo la reforma vareliana. Dicha reforma decía que no
se necesitaban poblaciones excesivas sino poblaciones ilustradas; el día que los gauchos supieran leer y escribir, supieran
pensar, los problemas terminarían. Es por medio de la educación del pueblo que se puede llegar a la paz, al progreso y a la
extinción de los gauchos. Las riquezas nacionales, movidas por el pueblo trabajador el ilustrado, formarían la inmensa
pirámide del progreso material. La ilustración del pueblo es la verdadera locomotora del progreso.

En la vía del mejoramiento social, el planteamiento de un buen sistema de instrucción pública es uno de los más
activos motores. Ni los pueblos ni los gobiernos podrán realizar nunca reformas que tengan alguna importancia sin el auxilio
de un buen sistema de instrucción pública.

Estos treinta años que van desde 1860 hasta 1890 fueron decisivos. Del Uruguay posterior a la Guerra Grande (1850 –
1860) poco quedaba treinta años después en la década de 1880 – 1890; a no ser su “destino manifiesto”: la ganadería.

El ferrocarril, inexistente en 1860, había triunfado entre 1884 y 1892. Seguíamos exportando la carne vacuna en forma
de tasajo a Cuba y Brasil, pero una novedad fundamental causó grandes transformaciones: el ganado lanar; una clase
media de hacendados apareció debido a él, el vínculo comercial con Europa que el cuero había iniciado en nuestro período
colonial, se anudó aún más con el textil, y la mentalidad empresarial tendió a imponerse a todos los estancieros. El campo
sin cercar de 1860 fue sustituido en no más de 15 años (1875 – 1890) por el alambrado. A la antigua masa de desposeídos,
fruto de la concentración de la propiedad en pocas manos y las guerras civiles, se añadió la voluminosa de los despedidos a
raíz del alambramiento. Ahora sí, los propietarios del suelo eran una de las clases sociales dominantes.

El viejo comercio de tránsito sufrió un rudo golpe al consolidarse las nacionalidades argentina y brasileña.

Los inversores extranjeros, particularmente británicos, se adueñaron de todos los servicios públicos y la deuda externa.
Ellos, los grandes estancieros, y el “alto comercio” vinculado a la banca, constituían el núcleo de las clases que se
autodenominaban “conservadoras”.

El Estado, con muy poco peso como factor de poder en 1870, era fuerte y obedecido en 1890; gozaba del monopolio
de la coacción física luego de los gobiernos militares (1876 – 1886) y ello lo hacía respetable. Las revoluciones eran
esporádicas.

Los partidos políticos no habían logrado crear todavía un sistema de convivencia. El largo monopolio colorado del
gobierno (35 años en 1900), el fraude electoral, y la existencia de una masa rural dispuesta a alzarse ya que carecía de
ocupación o estaba sujeta al miserable jornal cobrado por los peones, todavía ambientaban las revueltas. El ciclo de las
grandes guerras civiles había concluido con el ascenso del Coronel Lorenzo Latorre al poder en 1876.

En novecientos fue hijo de estos treinta años y así como de sus rasgos característicos: el primado de la ganadería
sobre la agricultura; un sistema económico que requería un número limitado de brazos; clases dominantes a las que las
guerras civiles impidieron continuidad; y una mentalidad que tendía a expresarse secularmente.
 Segunda Modernización: Gobierno de José Batlle Y Ordoñez 1903 – 1915, discusiones
en torno al Batllismo y Constitución de 1919.

1. ¿Por qué hablamos de segunda modernización?

Como plantea María Inés Moraes la palabra modernización irrumpió para denominar al conjunto de transformaciones
asociadas a dos fenómenos: por un lado, la definitiva predominancia de las formas capitalistas de producción en el campo;
por otro lado, la inserción de la economía uruguaya en el sistema comercial internacional del último cuarto del siglo XIX.

Debido a la tardía inserción del Uruguay, este no tiene ningún control sobre los aranceles de los productos primarios,
quedando a merced de las potencias centrales. Lo que pretende hacer el Batllismo es ponerle fin al modelo agroexportador
e intentar desprenderse apostando a la industrialización, nacionalización, modernización ganadera, bienestar social,
desarrollar un sistema agrícola y producir servicios. Acompañando estos cambios se llevaría a cabo una reforma fiscal y una
transformación en el rol del Estado.

Barran y Nahum plantean que en nuestro país debido a que los componentes de la economía son de larga duración
(mas de un siglo), arrastramos en nuestra ganadería y agricultura, elementos arcaicos. La primera modernización no llego a
transformar todo la estructura productiva, acumulándose capitales en el sector rural, lo cual no trascendió al ganado vacuno
quedando solamente en el ovino. La ganadería extensiva continuaba dominado la campaña con grandes latifundios
improductivos que impiden la explotación total de la tierra. Debido a esto decimos que la modernización es incompleta.

De todas maneras, el Batllismo en el proceso de nacionalización y estatización, logro cortar los lazos de dependencia:
el sector calve de la economía (ganadero) fue mayoritariamente nacional y no extranjero; se permito la acumulación de
riquezas dándole un carácter significativo al Batllismo. Podemos decir que el Uruguay desde 1870 a 1914 gozo de cierta
autonomía.

Carlos Zubillaga analiza el Batllismo y lo ubica como un gobierno Populista. El populismo es un fenómeno que surge
en Rusia en el movimiento narodinik. En América Latina tenemos como ejemplos de gobiernos populistas el caso de
Domingo Perón en Argentina, Ibarra en Ecuador y Vargas en Brasil. Si bien estos se ubican en el periodo posterior a la
crisis del 29 y de la post guerra, zublillaga por las características del gobierno Batllista lo incluye ya como un gobierno de
carácter populista.

Características de los gobierno populistas:

1. Líder carismático.

2. Movimiento de masas.

3. Fuerte vínculo entre el estado y la masa social: “Democratización de masas”

4. Rechazo a la Oligarquía y el modelo agro exportador, o sea, la dependencia con el capital extranjero.

5. Industrialización, nacionalización y estatización.

6. Estado benefactor: arbitro del conflicto social, a través de medidas socializantes se anticipa al conflicto.
Los gobiernos populistas plantean “hacer la revolución antes de que la haga el pueblo” pero por la vía electoral;
cambiar las cosas pacíficamente, por ejemplo, cuando el batllismo crea industrias también realiza un reforma social radical,
con la ley de 8 horas, las pensiones por accidentes, el descanso, mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores y
mejora en la vivienda. No espera que le pidan a través de las huelgas y movilizaciones, sino que les da los beneficios
desde el momento que les da trabajo. Esto lo aprendió de las viejas naciones europeas posteriores a la revolución industrial
que tuvieron que enfrentar a la masa proletaria reivindicativa de sus derechos y mejores condiciones. Batlle se anticipa al
conflicto y termina actuando como arbitro entre el capital y el trabajo. Favorece con leyes proteccionistas al capitalista y con
buenos beneficios al trabajador. Por esto se transformo en un líder carismático, que el pueblo en su conjunto lo siguió. De
hecho la época batllista se extiende desde 1903 hasta 1929, cuando muere Batlle, ya que siguió expresando sus ideas
desde su diario “El Día”.

Los otros elementos populistas se pueden ver en la obra económica: nacionalización, industrialización y estatización.
El problema fue que la fuerte reforma estatal del Batllismo era sostenida por el modelo agroexportador que era el más fuerte
pero no lo suficiente como para impulsar un proceso industrializador tan importante; por esto Batlle realiza la reforma agraria
y fiscal, con la que exige a la oligarquía que pague nuevos impuestos y disminuya sus latifundios. La FRU antigua ARU
desde 1913, ve en el Batllismo un gobierno que quiere modernizar el estado a costa de sus capitales, dando lugar al
enfrentamiento entre este y los conservadores quienes quieren mantener el viejo modelo económico. Esta lucha pronto dará
como fruto el Freno al impulso Batllista, o “fin del inquietísimo”; aludiendo al proceso reformista radial.

2. Indique la obra económica y social del Batllismo y sus trasformaciones.

La primera presidencia de José Batlle y Ordoñez, conocida como el primer Batllismo, se extiende desde 1903 hasta
1907.

En cuanto a su obra económica: en 1905 el Poder Ejecutivo pidió autorización para contratar el empréstito de Vialidad y
Obras Públicas, con destino a la construcción y mejora de los caminos de la campaña. El cercamiento de los campos había
afectado la vialidad en el interior y resultaron cortados muchos caminos departamentales y vecinales por los alambrados, lo
que dificultaba el desplazamiento de personas y mercaderías. La autorización fue concedida, destinándose parte del
empréstito a la construcción y reparación de caminos, tendido de puentes y mejoras de pasos fluviales. Así se estableció el
trazado de los caminos nacionales paralelos a los ferrocarriles extranjeros y el acondicionamiento de las primeras
carreteras, que pronto iban a ser utilizadas por los automóviles y camiones,

Se dictó una ley que favorecía la plantación de remolacha y la producción de azúcar. Las personas que quisieran
emprenderlas recibirían del Estado varias primas anuales: semillas seleccionadas, exención de impuestos a la importación
de maquinaria y una fuerte barrera protectora contra el azúcar extranjero.

Se trataba de favorecer el surgimiento de la industria y disminuir la dependencia del exterior por la importación de
azúcares. La misma finalidad tenía una ley anterior que eximía de impuestos a la importación de maquinaria textil.

En ese mismo año el Estado aumentó el capital y amplió las obras de la Usina de Luz Eléctrica; antes había rechazado
varias propuestas de arrendamiento que la hubieran colocado en manos de particulares. Considerándola un servicio
público, Batlle y Ordoñez procuró sentar las bases para la futura implantación de su monopolio en manos del Estado.

Por otro lado, existió el deseo por parte del Ejecutivo de lograr una paulatina independencia del financiamiento inglés.
Así se colocó el Empréstito de Conversión en 1905 en París, con un monto autorizado de 32 millones de pesos para
rescatar deudas internas e invertir en obras públicas. Además, el gobierno buscó la repatriación progresiva de otras deudas
radicadas en Londres.
El progresivo enriquecimiento del país y la confianza en el Gobierno por parte de los compradores era alta lo cual
permitía rescatar su deuda.

En cuanto a la obra social de Batlle y Ordoñez: en los primeros años de este siglo se estaba desarrollando en
Montevideo un movimiento obrero de importancia que respondía al crecimiento y diversificación constante de las industrias
y a la penetración de la ideología anarquista, que le dio su primera organización en gremios o sindicatos. A consecuencia de
su progresiva unificación, los obreros hicieron sentir sus reclamos de mejoras de salarios y disminución de las largas
jornadas de trabajo.

Numerosas huelgas se realizaron en 1905, que paralizaron a miles de trabajadores: la del Ferrocarril Central; la de
tranviarios; la de zapateros; la de los portuarios, que incluía marineros, estibadores, carboneros y otros gremios; la de
costureras; etc.

La ley de residencia argentina provocaba la huida hacia Montevideo de numerosos sindicalistas anarquistas que
mantenían una constante prédica en los gremios locales y lograban la adhesión de nuevos obreros a las reivindicaciones
generales.

En febrero de 1905, Carlos Roxlo y Luis Alberto de Herrera, habían presentado en Cámara un proyecto de ley de
trabajo que fijaba la jornada en 10 horas, limitaba el trabajo de las mujeres y niños, compensaba accidentes de trabajo y
establecía normas mínimas de higiene en los talleres.

En 1906 el presidente Batlle envió a la Asamblea General un proyecto similar que no se concretó.

Con relación a los empleados públicos, existía desde 1896 en la Cámara un proyecto sobre la creación de la “Caja de
Jubilaciones Civiles” que recibió sanción en 1904: tendrían derecho a jubilarse los funcionarios públicos que se inutilizaren
contando más de 10 años de servicio; los que con más de 10 años cesaren en su empleo por supresión del cargo y los que
tuvieren más de 30 años de servicio y 60 de edad. La jubilación no podría exceder de los 3/4 del sueldo promediado del
último quinquenio de actuación, y la viuda recibiría la mitad como pensión.

En lo que tiene que ver con lo educativo, en 1903 se creó la Facultad de Comercio y en marzo de 1907 la Facultad de
Veterinaria y Agronomía. Se trataba de tecnificar el comercio y el agro desviando a los hijos de estancieros de las
tradicionales carreras de abogado o médico.

Además, se proyectó la instalación de diez liceos departamentales, procurando crear en el interior de la República
elementos de cultura superior a los de la enseñanza primaria. El objetivo era alentar una cultura media no universitaria, para
que surgiera una clase media ilustrada que comprendiera a la elite doctoral pero que no estuviera dispuesta a imitarla. Se
trataba de combatir la tendencia tradicional de seguir las carreras de medicina y abogacía.

Por otro lado, en 1904 se inició la construcción del edificio de la Facultad de Medicina, en 1905 el de la Sección de
Enseñanza Secundaria y en 1906 el de las oficinas centrales de la Universidad y Facultades de Derecho y Comercio.

La segunda presidencia de José Batlle y Ordoñez, conocida como el segundo Batllismo, comenzó en 1911 y finalizó en
1915.

En cuanto a la actividad del Gobierno en el plano económico: se pensaba que los servicios públicos esenciales debían
estar en manos del Estado ya que era el organismo representativo de la sociedad y estaba por encima de sus disputas; el
Estado debía intervenir donde el capital privado fuera indeciso o temiera perder dinero; tenía el deber de sustituir a las
empresas extranjeras que se llevaban la ganancia fiera de fronteras debilitando así al país.

Para la concepción batillista, el capital privado manejando a una empresa pública podría herir a la sociedad poniendo
su interés particular antes que los intereses generales de la población, estableciendo una administración insuficiente o, por
el contrario, monopólica, en deterioro del interés general o creando problemas sociales por so continua oposición a sus
obreros y funcionarios.

La oposición a esta política no fue tan violenta como pudo temerse porque ya existían antecedentes en la materia:
Usinas Eléctricas, el Puerto, el Banco de la República. Pero fueron extremadamente difíciles las nacionalizaciones de los
seguros, y las expropiaciones de los estancos del alcohol y del tabaco y del Frigorífico Nacional; solo le logró éxito en
relación al Banco Hipotecario.

El capital extranjero residente en el país, fundamentalmente inglés, era muy poderoso; por ello, el batllismo prefirió en
algunos casos no enfrentar esa poderosa corriente de intereses, sino hacerle la competencia, debilitarla de a poco,
estableciendo, por ejemplo, carreteras paralelas a las vías férreas inglesas para competir con ellas y obligarlas a bajar los
fletes, o creando los primeros ferrocarriles estatales con el mismo fin.

La lucha del Estado con el capital inglés se vio facilitada porque recurrió a la gran potencia rival, Estados Unidos, en
busca de empréstitos y abastecimientos, y por la guerra mundial que debilitó a Inglaterra y le impidió mantener la
hegemonía económica en estas regiones.

Entre 1911 y 1913, se estatizó el Banco de la República: En su carta fundacional (1896) se establecía su capital en 10
millones de pesos; 5 los ponía el Estado y los otros 5 quedaban a disposición de los particulares que quisieran integrarlos.
Esta segunda serie de acciones nunca fue vendida, por lo que a pesar de haber sido proyectado como un Banco mixto, se
mantuvo siempre de propiedad estatal. En 1911 el Presidente Batlle envió un proyecto de ley, que la Asamblea General
aprobó rápidamente, donde se establecía elevar el capital bancario de 10 a 20 millones de pesos; integrado con el capital ya
existente y con las utilidades anuales; estas se aplicarían totalmente al principio y hasta el 50% después, destinándose el
resto a rentas generales. Una vez integrados los 20 millones, con ese 50% de las utilidades se formaría un fondo de reserva
de 5 millones.

En 1912, se promulgó un nuevo proyecto de ley para aumentar los préstamos que el Banco otorgaba al medio rural. Se
creó la Sección de Crédito Rural, destinado a apoyar las Cajas Rurales que concentrarían sus esfuerzos en la financiación
de los pequeños y medianos ganaderos y agricultores. En 1913 se completó el proceso de estatización.

Ninguna de las dos leyes, ni la de 1911 ni la complementaria de 1913, levantó resistencia porque nunca había
demostrado el capital privado interés en integrar el Banco de la República. El proceso pudo producirse sin oposición.

En 1912 se estatizó el Banco Hipotecario: la emisión de cédulas hipotecarias había sido libre en el país hasta 1887. En
ese año fue entregado su monopolio al Banco Nacional y garantizados los títulos por el Estado. Producida la quiebra de ese
bando en 1890, el Banco Hipotecario, que era una de sus secciones, pasó a manos de sus accionistas. En 1912 había en
circulación más de 20 millones de pesos de cédulas y títulos hipotecarios que solamente se movían con fines especulativos
y de lucro fácil. Ese mismo año se había realizado una asamblea de accionista donde se acusó a algunos de ellos y a los
directores de realizar maniobras en contra de los intereses de la institución.

La función del Banco era demasiado importante como para que quedara en manos de especuladores en busca de
fáciles ganancias.

De allí la rápida intervención del Estado a través de un proyecto de ley enviado por el Ejecutivo a la Asamblea General
a mediado de 1912, para controlarlo y pasarlo a sus manos. Prueba de que esa intervención estaba respaldada por amplios
sectores de la sociedad, convencida de que el banco privado debía transformarse en estatal, es que la discusión en
Cámaras apenas llevó 15 días y el proyecto fue aprobado totalmente.

En lo que tiene que ver con la lucha contra el capital extranjero, en este campo el Estado tenía un doble interés.
Primero, hacer bajar los precios de los servicios que las empresas extranjeras prestaban; estos eran, en general, caros,
porque su principal objetivo era obtener el máximo de ganancias, dejando en un segundo plano el interés nacional.
Segundo, dificultar o impedir la salida de importantes capitales del país, porque ellas exportaban totalmente sus ganancias a
las casas matrices con sede en el exterior lo que representaba una importante pérdida para la economía nacional.

Para cumplir con ambos objetivos es que el Estado desarrolló su política de lucha contra el capital extranjero,
nacionalizando actividades o empresas.

En 1911 el Poder Ejecutivo envió al Parlamento un proyecto de ley por el cual el Estado pasaba a monopolizar todos
los seguros que se realizaran en el país. El Mensaje que acompañaba al proyecto, establecía que el seguro era una función
pública que el Estado debía monopolizar por las mismas razones que administraba el Banco de la República o la Usina
Eléctrica de Montevideo.

El Poder Ejecutivo fijaría la fecha en que comenzaría a regir el monopolio y, mientras tanto, podrían seguir operando
provisoriamente las compañías particulares existentes. Se crearía para tal finalidad el Banco de Seguros del Estado, el cual
estaría facultado para adquirir las carteras de las demás compañías privadas.

Hasta el momento, el negocio de los seguros era explotado por algunas empresas nacionales y muchas inglesas.

Muchas veces esas compañías no comprometían en el país ningún capital, ya que las primas cobradas les bastaban
para cubrir los gastos producidos por los escasos siniestros.

Además, como empresas cuya púnica finalidad era la ganancia y no el servicio de la sociedad en rubro tan importante,
cubrían solo los seguros más redituables y se negaban a tomar los que aparejaban mayores riesgos.

Solo el Estado que no buscaba la ganancia, y que tenía la obligación de cumplir con una finalidad social, podía hacerse
cargo de este rubro con beneficio para la colectividad. Cubriendo todos los seguros, podía compensar las pérdidas que
produjera uno con las ganancias que podría obtener otro, y la sociedad sería debidamente amparada.

Las ventajas para el país eran obvias, pero el proyecto era revolucionario porque en ningún país del mundo se había
aplicado tal sistema.

Por lo tanto, las resistencias que levantó el proyecto de ley fueron muy fuertes. Incluso la Legación de Inglaterra en el
Uruguay dirigió una protesta a nuestra Cancillería en la que anunciaba que su gobierno apoyaría los reclamos que elevaran
las compañías inglesas afectadas. Esa intervención diplomática detuvo el monopolio estatal de todos los seguros y las
compañías inglesas siguieron operando.

En 1915 se creó la Administración de Ferrocarriles del Estado, bajo la Presidencia de Feliciano Viera. Pero sus
antecedentes se encuentra en este período de gobierno del Presidente Batlle.

En esta época, las líneas férreas del Uruguay estaban íntegramente en manos de compañías inglesas, la principal de
las cuales era el Ferrocarril Central del Uruguay. Mediante acuerdos y construcciones propias, este casi monopolizaba el
tráfico ferroviario en la República.

Varios inconvenientes graves para el país presentaba este sistema de explotación. En primer lugar, provocaba fuertes
gastos al Estado. En segundo lugar, todas las ganancias iban al exterior como pago a los accionistas de los ferrocarriles
ingleses, lo que presentaba otra pérdida para nuestra economía. Y en tercer lugar, las empresas, llevadas por su afán de
lucro, presentaban un servicio malo y con fletes muy elevados, que incidía negativamente en el desarrollo de la producción
agropecuaria.

Uno de los medios de combatir a la empresa extranjera fue la construcción de carreteras paralelas a las vías férreas.
Aprovechando el crecimiento del transporte automotriz y el ingreso al país, cada vez más acentuado, de autos y camiones,
se procuró empezar a canalizar por esos medios el transporte al puerto capitalino de la producción agropecuaria del interior.
La existencia de otro medio de transporte era una forma de quebrar el monopolio ferroviario y obligar a bajar los fletes ante
la competencia.

Otro recurso fue buscar la creación de ferrocarriles estatales. En ese sentido hay que anotar las dos iniciativas que,
surgidas en este período de gobierno, fueron la base de los futuros ferrocarriles del Estado.

La primera data de 1912, cuando, ante requerimiento del Poder Ejecutivo, la Asamblea General aprobó la formación de
un fondo permanente para la construcción de ferrocarriles nacionales. El proyecto extraía fondos de diversos sectores.

La segunda iniciativa es de 1914: autorizaba al Poder Ejecutivo a adquirir las acciones del Ferrocarril y Tranvía del
Norte que estuvieran en manos de particulares. La importancia de esta compra radicaba en que ese ferrocarril entraba a
Montevideo, con lo cual se rompía el monopolio que del acceso a la capital tenía el Ferrocarril Central. Además, fue la base
de que se partió para seguir comprando o arrendando extensiones férreas que pasaron a depender del Estado, haciéndole
competencia al ferrocarril inglés de altos fletes.

En 1911 fracasa la creación de una marina mercante nacional: otra gran pérdida para la economía nacional era la
provocada por la cantidad de dinero que salía del país como pago por los fletes marítimos que utilizaba nuestra producción
agropecuaria, y los que se pagaban para la importación del carbón, la fuente de energía más utilizada entonces.

En 1911 el Poder Ejecutivo solicitó de las Cámaras un crédito para adquirir dos buques de ultramar, un remolcador, dos
chats y un depósito de carbón de piedra. Los barcos formarían parte de la marítima de guerra y se encargarían de
transportar a Europa nuestros productos agropecuarios trayendo en su viaje de vuelta el carbón necesario para las usinas
eléctricas.

La crisis económica de preguerra (1913), que ocasionó que los ingresos al Estado disminuyeran, condenó al fracaso la
iniciativa, que luego no fue retomada. Sin embargo, los fletes marítimos quedaron señalados como una de las principales
fuentes de evasión de oro de nuestro país.

En cambio, triunfó plenamente la iniciativa que reservaba a Uruguay la navegación y el comercio de cabotaje entre
puertos de la República. Surgida también a fines de 1911, como réplica a una iniciativa similar argentina, se logró un
acuerdo con la vecina república para la reciprocidad de situaciones. El Ejecutivo quedaba autorizado a otorgar primas a los
establecimientos de construcción naval y empresas de cabotaje para estimular el tráfico fluvial. Era una medida
complementaria para evadir el monopolio del transporte del interior a Montevideo que tenían los ferrocarriles ingleses, y un
intento de impulsar el desarrollo de la marina nacional.

En 1912 fracasó el intento por monopolizar el alcohol. Ya en 1910 se había aprobado en la Cámara de Diputados un
proyecto de creación del estanco de alcohol. En 1912, el presidente Batlle retomó la iniciativa proponiendo el monopolio de
la fabricación y rectificación de los alcoholes, la rebaja de los derechos aduaneros sobre el alcohol extranjero y la exención
de impuestos al desnaturalizado.

Sin embargo, la Cámaras detuvieron el proyecto porque el fabricante, que de hecho monopolizaba la elaboración de
alcoholes, logró la intervención de la Legación Francesa en su favor. La iniciativa quedó paralizada, y recién se concretaría
en 1931 con la fundación de Ancap.

Igualmente fracasó el proyectado monopolio del tabaco que propuso el Poder Ejecutivo en 1913. Se haría bajo la forma
de un contrato de arrendamiento por el cual el concesionario arrendaba el monopolio por determinado período. La iniciativa
estaba dirigida a impedir el auge del contrabando de tabaco, pero las dificultades financieras del Estado en ese año también
hicieron fracasar esta iniciativa.

En 1912 se monopolizó la energía eléctrica: la usina eléctrica de Montevideo fue administrada por particulares desde
1887 hasta 1897; en esta última fecha hasta 1906 pasó a la administración provisoria del Estado y luego de este año el
Estado la administró en forma directa reorganizando completamente el servicio. Por el proyecto del ley de 1911, que fue
aprobado por las Cámaras al años siguiente, el Poder Ejecutivo pedía la transformación de la “Usina Eléctrica de
Montevideo” en “Usinas Eléctricas del Estado”, fundando un nuevo monopolio con las generación y distribución de la
energía.

Las ventajas para el país eran notorias: no habría evasión de capitales al exterior como cuando la empresa era
manejada por particulares extranjeros; preocupado por mejorar el servicio, y no por la ganancia, el Estado habría de
extender las líneas para beneficiar a más amplios sectores de la población; y podrían rebajarse las tarifas, ya que el objetivo
no era el libro sino el aumento de la generación y distribución de energía. Todas esas metas se cumplieron en las décadas
siguientes.

En cuanto a la actividad del gobierno en el plano rural: existía un gran problema en el sector rural ya que las grandes
propiedades estaban concentradas en muy pocas manos y, el resto propietario de minifundios, lograba una muy baja
productividad ya que el predio pequeño es inadecuado para emplear maquinaria agrícola, abonos, semillas, riego, animales
más finos, praderas mejoradas; el pequeño propietario no puede implantarlas porque la escasa producción no le deja
sobrante. En cambio, al propietario latifundista esas mejoras no le interesaban porque su ganancia, aunque menor de la que
podía obtener si las ejecutaba, era igualmente muy alta por la extensión de sus tierras.

Debido al problema de la tierra surgieron intentos de dos tipos para solucionarlo: el impuesto progresivo a la mayor
extensión de la propiedad y el recargo a los impuestos de herencia; y planes de colonización.

En este último aspecto el Poder Ejecutivo presentó varias iniciativas. Por una de ellas se disponía de $500.000 para
comprar tierras que se fraccionarían en chacras y se revenderían a los interesados a través del Banco Hipotecario.

Por otra iniciativa se facultaba al Ejecutivo a expropiar hasta 5.000 hectáreas en las cercanías de los pueblos con
destino a colonización agropecuaria, siempre que una asociación de agricultores o una empresa particular tomara a su
cargo el costo de la expropiación.

El tercer proyecto facultaba al Ejecutivo para conceder el derecho de expropiar tierras a compañías particulares, por no
menos de 15.000 hectáreas, para impulsar la colonización agropecuaria.

Hubo además otra ley que concedía premios en dinero y medallas a los estancieros que fraccionaran sus propiedades
para convertirlas en chacras.

Solo el primero de estos planes era factible y se llevó a la práctica.

Batlle creyó que la tendencia de la evolución económica conduciría por sí sola a la división de la propiedad. En la
época lo afirmaba en su convicción el hecho de que muchas grandes propiedades, pertenecientes a compañías inglesas, se
habían ido parcelando en unidades menores desde 1900.

Se ha dicho también que su preferencia por la agricultura tenía un trasfondo político; veía en ella un medio de aquietar
al hombre de campo y volverlo reacio a emprender levantamientos armados.

En lo referente a los impuestos sobre la tierra, recién al final de su mandato solicitó el Poder Ejecutivo un aumento
importante de la Contribución Inmobiliaria; pero los largos debates que se anunciaban al respecto en la Cámara hicieron
que la reforma fuera aplazada.

Ese recurso al impuesto derivaba de la doctrina que sostenía que la valorización de la propiedad territorial era producto
del esfuerzo de la sociedad y no del propietario: por lo tanto el Estado debía aplicar sobre la tierra un impuesto progresivo
que captara ese valor acumulado y lo distribuyera a toda la sociedad.
En lo que tiene que ver con la tecnificación del medio rural hubo gran ayuda del Estado. En el proceso de
perfeccionamiento de las razas animales que conducía la creación de frigoríficos que suplantaban a los saladeros, era
imprescindible que se formaran los técnicos que habrían de impulsarlo, para ayudar al hacendado y al agricultor y
proporcionarles el ejemplo de explotaciones modelos. Para ello, el Estado disponía de las recientemente creadas
Facultades de Agronomía y Veterinaria, y además creó Inspecciones del mismo nombre con los mismos fines.

Estaban integradas por inspectores técnicos que debían recorrer las estancias y chacras del país para llevar ideas y
extraer materiales de estudio, así como vigilar el estado sanitario del ganado y los cultivos.

En 1911 se crearon tres estaciones agronómicas. La de Salto debía especializarse en fruticultura, la de Paysandú en
lechería y la de Cerro Largo en ganadería. Ello se completó con el vivero de Toledo, destinado a la producción de árboles, y
el Instituto de la Estanzuela, destinado a investigaciones de semillas, cultivos y forrajes.

Además de la investigación científica, los nuevos establecimientos debían ser escuelas teórico-prácticas de agricultura
y ganadería para la formación de capataces y peritos agrónomos.

Se ponía así el énfasis de la solución del problema agrario en el aspecto educativo, pensándose que la educación y la
evolución natural de la economía habrían de resolverlo por sí solas.

En 1911, ante la declinación de los saladeros y la angustia de los estancieros por colocar su producción, el Poder
Ejecutivo presentó un proyecto de ley de creación de una gran planta frigorífica nacional en combinación con capitalistas
ingleses. La planta sería extremadamente moderna y se ocuparía del congelado, enfriado, conservas, etc.

El único frigorífico existente, “La Frigorífica Uruguaya”, era un establecimiento poco modernizado que solo congelaba la
carne y no la enfriaba, y estaba en manos de un consorcio anglo-argentino, es decir, extranjero.

Frente al interés demostrado por algunos particulares acerca de la instalación de nuevas plantas, el Ejecutivo envió
otro proyecto de ley que otorgaba franquicias a los nuevos establecimientos: exención de derechos de exportación,
exención de derechos de importación de maquinarias y materiales de instalación y eliminación de las patentes de giro. A
raíz de estas ventajas se instaló en 1912 el “Frigorífico Montevideo” de una compañía estadounidense, lo que impulsó a una
rápida modernización de “La Uruguaya” para no ser desplazada por la competencia.

Contando entonces con dos modernas plantas frigoríficas en el país, el Senado consideró que el proyecto primitivo del
Presidente Batlle no revestía ninguna urgencia y aplazó su consideración.

Solo en 1928 se concretó la idea, cuando los estancieros dieron cuenta de que su creación era una posibilidad de
eludir el monopolio norteamericano y se fundó el “Frigorífico Nacional”.

En cuanto a la actividad del gobierno en el plano industrial: en 1912 el Poder Ejecutivo, apoyado por la Asamblea
General, fundó los tres institutos que lo introdujeron en el sector industrial.

El Instituto de Geología y Perforaciones inició sus actividades con gran impulso; utilizó técnicos extranjeros contratados
y maquinarias traídas de Europa para liberar al país de su dependencia del exterior en materia energética. La finalidad de
este organismo consistía en encontrar fuentes energéticas dentro del territorio nacional.

La crisis económico-financiera y fiscal de 1913, que paralizó otras iniciativas similares también invalidó esta, porque no
se le pudieron atribuir al Instituto los rubros necesarios para llevar adelante sus exploraciones.

El Instituto de Química Industrial es el antecedente más directo de la actual Ancap. Tenía los siguientes objetivos:
industrializar las fuentes energéticas halladas por el Instituto de Geología; y mejorar las técnicas de nuestras industrias;
perfeccionar su organización y asesorarlas. Debía igualmente elaborar abonos y tecnificar la industria del cuero.
Similares propósitos de diversificación industrial tuvo la fundación del Instituto de Pesca: crear viveros en las costas de
Maldonado para estudiar la adaptación y multiplicación de las mejores especies marítimas y fluviales; promover el
abaratamiento de la alimentación en todo el país; e implantar la industrialización del pescado para responder a la demanda
del consumo interno y de la exportación, estimulando con el ejemplo de industrias perfeccionadas la acción de la iniciativa
particular.

También este Instituto cayó en la inacción por efectos de la crisis de 1913, pero la idea del aprovechamiento de la
inmensa riqueza de especies marinas y fluviales de nuestras costas sobrevivió.

En cuanto a la actividad del gobierno en el plano social: en los años anteriores a la segunda presidencia de Batlle y
Ordoñez las huelgas no se generalizaron. Pero ya en 1911 hubo 4 huelgas generales y 37 parciales, lo que demostraba una
acentuación de las tensiones sociales. La legislación laboral y social que implantó Batlle para prevenir dicha situación hizo
que en 1914 solo se registrara una huelga general y una parcial.

La huelga más importante del período fue la protagonizada por los tranviarios en 1911: reclamaban aumento de
salarios y reducción de las extensas jornadas de trabajo. Hubo enfrentamientos violentos con la policía. Otros gremios
hicieron paros solidarios, y luego de larga contienda los trabajadores consiguieron mejorar el salario y disminuir su jornada a
9 horas.

Las condiciones de la vida obrera eran precarias; el trabajo de los adultos estaba mal remunerado, en muchas
industrias se empleaba a niños y las jornadas eran muy extensas.

Las permanentes denuncias de estas situaciones insostenibles sensibilizaron a la opinión pública, y la clase obrera se
movilizó enérgicamente para superarlas.

Dos diputados colorados presentaron los primeros proyectos al respecto en 1904: uno prohibía trabajar los domingos y
el otro establecía una jornada de 10 horas en verano y 8 en invierno.

En 1905 un proyecto de ley de trabajo fue presentado por diputados nacionalistas con diversas mejoras que incluían la
jornada de 10 horas.

En 1906 fue enviado por Batlle un nuevo proyecto al Parlamento: establecía la jornada de 9 horas por ese año y de 8
en los siguientes en las empresas donde la labor fuera dura y no tuviera interrupciones; de 11 horas y de 10 en los años
siguientes para los empleados de comercio; prohibición de trabajar a menores de 13 años; descanso de un mes para la
mujer después del parto; descanso semanal con un turno rotativo; etc. El proyecto no se llevó a cabo.

Nuevamente en la Presidencia, Batlle remitió otro proyecto en 1911. Por él se terminaba con el año de transición de 9
horas. La diferencia entre las ocupaciones era eliminada y quedaban amparados los miembros más débiles y no
organizados gremialmente de la clase media: los empleados del comercio y la industria.

Se prohibía el trabajo a los menores de 13 años; se restringía la jornada a los menores de 19; la mujer dispondría de
40 días de descanso en el período de embarazo; y el descanso semana obligatorio era de un día cada 6. Además, se
admitían horarios especiales y más largos según la ocupación, pero a condición de no pasar las 40 horas en 5 días de
trabajo. Finalmente, la vigilancia del cumplimiento de la ley estaba a cargo de 25 inspectores especiales designados entre
personas que inspiren confianza a los obreros.

La ley definitiva recién se aprobó el 17 de noviembre de 1915, bajo la Presidencia de Feliciano Viera; recogía lo
esencial del proyecto de Batlle con algunas modificaciones: un día de descanso cada 7 y máximo de 48 horas semanales
de trabajo.
Los empresarios industriales y comerciantes presentaron a la Asamblea General una nota en contra de la ley que se
estaba considerando donde exponían los siguientes argumentos, entre otros: la producción se encarecería al imponer el
aumento del número de obreros para la ejecución del mismo trabajo; peligraría el mercado de exportación por el
encarecimiento de nuestros productos; y no sería posible extender la misma jornada a todas las industrias, y los obreros de
campaña emigrarían hacia Montevideo atraídos por la corta jornada.

Por otro lado, en 1914, el Poder Ejecutivo envió al Parlamento un proyecto de ley donde se le encargaba vigilar a las
distintas industrias para prevenir accidentes de trabajo. Incluía normas de seguridad muy severas porque ciertos oficios
eran proclives a lesionar con demasiada frecuencia a los trabajadores que en ellos actuaban. Se destacaban en ese sentido
la industria de la construcción, herrerías, carpinterías, aserraderos, barracas, etc. Esta ley recién fue sancionada en 1920,
cuando se completó con el pago de indemnizaciones por accidentes de trabajo.

Ese mismo año fue enviado por el Ejecutivo un proyecto de ley sobre pensiones a la vejez, el cual establecía que toda
persona mayor de 65 años, y de cualquier edad en caso de invalidez absoluta, que se encontrara en la indigencia, tendría
derecho a recibir una pensión de 8 pesos mensuales.

Este proyecto no se llevó a cabo porque se consideró que no merecía igual premio el obrero laborioso que el haragán.
De todas formas, un proyecto similar a este se convirtió en ley en 1919.

Otro proyecto de ley que fue enviado a la Cámara en 1914, reunía numerosos problemas específicos de los
trabajadores y les daba una solución extremadamente avanzada para la época. Entre otros puntos se incluía todo lo relativo
a salario, jornada obrera y reglamentos de talles, lo que debía ser producto de acuerdos entre los delegados de sindicatos
de empresarios o patronos y los delegados de sindicatos de obreros de cada departamento; la jornada obrera no excedería
de 50 horas semanales en la ciudad, ni de 60 en el campo; se implantaría la “semana inglesa” (descanso a partir del
mediodía del sábado y todo el domingo); cada seis meses los obreros tendrían una semana de descanso; los niños
menores de 14 años no podían trabajar; todas las diferencias entre patronos y obreros serían resueltas por jurados
arbitrales; sería obligatorio el seguro para todos los obreros, cuyo fondo se formaría con aporte patronal, obrero y estatal;
etc.

El proyecto no fue aprobado globalmente, pero muchas de sus iniciativas fueron recogidas total o parcialmente más
adelante.

También en 1914, se presentó un proyecto de ley sobre indemnización por despido. El Código Civil establecía que el
empleado de comercio podía ser despedido en cualquier oportunidad, abonándosele como indemnización solo un mes de
sueldo.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, en agosto de 1914, probablemente por temor a una fuerte crisis económica,
numerosos empleados de comercio fueron despedidos a pesar de tener muchos años de servicio. Para remediar esta
situación, el Poder Ejecutivo envió un proyecto de ley a la Asamblea que establecía que: el empleado despedido que
hubiera servido dos años tenía derecho a algunos días de sueldo como compensación; el que hubiera trabajado más
tiempo, un mes de sueldo cada dos años de trabajo; y en todos los casos el patrono debía dar un preaviso dos meses antes
de efectuar el despido. Esta ley fue aprobada el 1° de diciembre de 1914.

En cuanto a la actividad del gobierno en el plano educativo: el Estado se centró en extender la educación al mayor
número posible de personas y reafirmar la gratuidad de la enseñanza primaria, secundaria y universitaria. Esto se debe a
que se tenía la idea de que la formación del ciudadano consciente era la base de la democracia directa del pueblo.

El problema de la enseñanza paga no se presentaba en el primer nivel porque la Primaria estatal siempre fue gratuita.
En enseñanza Secundaria el estudiante debía pagar un derecho de inscripción por materia, y al finalizar el curso debía
pagar por cada examen. Igual pasaba en la enseñanza Universitaria.

Existía la posibilidad de pedir exoneración de ese pago, pero siempre que se comprobara “la pobreza de solemnidad”.
El estudiante pobre, por razones de prestigio, rehusaba acogerse a ese recurso.

Además del pago por materia y examen había que sumar los gastos de libros, ropas, útiles, etc. Era evidente que solo
los hijos de la clase media acomodada y alta estaban en condiciones de acceder a la cultura y a la formación profesional.

Eso fue lo que se quiso superar por el proyecto de ley del Poder Ejecutivo, remitido a la Asamblea en 1914, por el que
se establecía la exoneración de tributos en enseñanza Secundaria y la facultad de irla otorgando a los universitarios. Para
compensar el déficit resultante en los ingresos del Estado se creaba un recargo en la Contribución Inmobiliaria.

Ante la oposición de algunos legisladores nacionalistas, el proyecto recién pudo ser aprobado en 1916.

Por otro lado, para Batlle la enseñanza secundaria debía ser universal así como lo era primaria.

Ejemplificaba también la tendencia contemporánea hacia una vida más compleja, que requería mayor preparación e
ilustración del hombre.

El lejano objetivo de la igualdad de derechos cívico de la mujer con el hombre no podía lograrse nunca sin su previa
capacitación intelectual.

Todos estos factores obraron conjuntamente para amplificar el alcance de la educación secundaria sobre la sociedad.

Igualmente el Ejecutivo pidió autorización a la Asamblea para la creación de una sección especial dentro de la
Enseñanza Secundaria y Preparatoria destinada exclusivamente al sexo femenino.

En 1912 se crearon los liceos departamentales: ya en 1906 se había autorizado por ley la creación de liceos
departamentales en el interior de la República. La carencia de los recursos necesarios paralizó la iniciativa. Fue retomada
en los primeros meses de la segunda Presidencia de Batlle, y aprobada por la Asamblea a fines de 1911.

En febrero de 1915 se crearon los primeros Preparatorios departamentales en Salto y Paysandú.

La finalidad era extender la educación al interior del país y evitar que los alumnos de los departamentos tuvieran que
radicarse en Montevideo para continuar con su educación.

El certificado de egreso de estos liceos habilitaba para seguir los cursos de Comercio, Agronomía y Veterinaria, y
también los cursos preparatorios de la Sección de Enseñanza Secundaria.

Los planes de estudio eran los mismos que los de los liceos de Montevideo, y ello fue un error. Si lo que se buscaba
era no desarraigar a los adolescentes del interior imponiéndoles su residencia en la capital, debieron adecuarse los
programas a las necesidades departamentales, para que sus egresados encontraran ocupación y futuro en los propios
lugares de estudio. Si solo se los preparaba para las profesiones liberales, como ocurrió, el desarraigo se difería, no se
eliminaba, puesto que para proseguir sus estudios en la Universidad debían trasladarse necesariamente a Montevideo.

Ese error parece ser hijo de una visión urbana del país, es decir, se veía a la República desde la capital y se
confundieron las necesidades de aquella con las de esta, uniformizando una enseñanza que para el interior no tenía futuro.
Y sobre todo, que no vinculaba al alumno con el medio rural donde había nacido y donde tanta falta hacían nuevos técnicos.

Sin embargo, los liceos departamentales lograron uno de los objetivos buscados: elevar el nivel cultural de las
poblaciones del interior, democratizar la educación y extender la cultura cívica imprescindible para desterrar el recurso de
las armas en el caso de conflictos partidarios. La educación se concebía como base de la democracia política.
Por otro lado, en un intento de reorganizar y transformar la Escuela Nacional de Artes y Oficios, el Poder Ejecutivo
planteó la necesidad de crear varias escuelas industriales primarias y una superior.

Además, en 1911, se creó la Comisión Nacional de Educación Física con el objetivo de organizar concursos deportivos,
formar sociedades de cultura física, fundar campos de juego y de deportes y planear la educación física a nivel de la
escuela primaria.

Finalmente, el Poder Ejecutivo promovió la fundación de una Escuela Experimental de Arte Dramático y la formación de
una numerosa orquesta con el cometido de ofrecer conciertos a precios populares y, en oportunidades, con entrada libre.

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