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Introducción
En este tema inaugural de los de historia de la filosofía han de tratarse dos asuntos. En primer
lugar es conveniente comenzar por reflexionar acerca del interés que pueda tener la historia de la
filosofía. En segundo lugar, y en cumplimiento de lo que el título promete, se ha de intentar una
descripción general de toda la historia de la filosofía.
¿Qué interés tiene conocer la historia de la filosofía? Pudiera parecer evidente que la historia de la
filosofía no es, ni debe ser, más que "una rama particular de la Historia general de la cultura, cuyo
objeto es el estudio crítico de la aparición, la exposición y el desarrollo de los problemas filosóficos
a lo largo del tiempo y de las diversas tentativas de los hombres para darles soluciones"[1]. Pero si
este concepto fuera el adecuado, ¿qué interés tendría para el filósofo el conocimiento de la
historia del filosofar? Entendida como puro y simple estudio de los hechos filosóficos en el tiempo,
la historia de la filosofía no parece más que una ciencia histórica. No se ocupa, en cuanto tal, de
los problemas filosóficos y sus soluciones sino de la simple sucesión de escuelas y autores. En ese
sentido, parece que el filósofo no se debería ocupar de ella más que, si acaso, por gusto erudito o
por mera curiosidad. Pues, ¿qué otra cosa aporta a la filosofía el sucederse de los autores, las
escuelas y las doctrinas?
Sin embargo, una actividad filosófica completamente ignorante de la historia de la filosofía corre
serios riesgos y le falta algo importante. El estudio de la historia de la filosofía es muy conveniente,
porque en el estudio de la historia se pueden conocer doctrinas que, si son verdaderas, ahorran
esfuerzo y, si son falsas, evitan caer de nuevo en los mismos defectos. El conocimiento del status
quaestionum orienta las meditaciones del investigador y le apoya con el sedimento que han
dejado quienes anteriormente han recorrido caminos próximos.
Pero no todo se queda en esto. El filósofo que estudia la historia de la filosofía tiene ocasión, al
hacerlo, de tener una especialísima experiencia del hombre. El estudio de la historia de la filosofía
pone ante la vista a los hombres atareados en alcanzar la sabiduría humana. En la historia de la
filosofía no se describe una actividad más del hombre, sino que, muy al contrario, se explica algo
excepcional (por así decir), a saber, la dedicación efectiva del ser humano al cumplimiento de su
auténtica y plena finalidad en este mundo: la contemplación de las verdades más elevadas.
En este trabajo se trata ahora de exponer las ideas generales relativas a los contenidos (hechos y
relaciones generales entre ellos) de la historia de la filosofía. Esto significa que se han de abordar
los siguientes puntos:
1º.- Especificar cuáles son los hechos incluidos en una historia de la filosofía: discernir qué
corresponde y qué no corresponde a la historia de la filosofía entre la totalidad de los hechos
históricos.
De las dos primeras cuestiones nos ocuparemos en este mismo capítulo; la tercera, que requiere
un amplio espacio, es tratada en los capítulos siguientes.
En el orden cronológico, la filosofía comienza, según los datos disponibles, con los griegos, allá por
el final del siglo VI antes de Cristo. Su historia, pues, se circunscribe principalmente a los últimos
dos mil seiscientos años.
En los términos más amplios es pacíficamente admitido que la historia de la filosofía incluye al
menos tres periodos: antiguo, medieval y moderno. La distinción de estas tres etapas tiene como
punto de referencia las divisiones, habituales entre los historiadores, de las épocas de la
humanidad tras la prehistoria y las antiguas civilizaciones. Tiene por ello la ventaja de que facilita
establecer relaciones entre los hechos filosóficos y los demás hechos históricos. Es también una
división "neutra", en el sentido de que apenas supone valoración de las épocas, corrientes y
autores.
De todos modos, es evidente que en el tiempo no hay cortes ni discontinuidades, salvo por
catástrofes enormes. Así que toda división de la historia debe entenderse sólo como ayuda para el
estudio y como trama para el ordenamiento de los datos. Sólo en este sentido se puede ofrecer un
cuadro esquemático, que en esta ocasión se propone utilizando, en lo posibles, fechas "filosóficas"
como divisiones de épocas o etapas:
VII A. Presocrática 610 aC Nace Tales de Mileto
aC
VI aC 1. Helénica
V aC
I 2.
Helenístico-
II romana
III B. Filosofía
IV patrística
V
VII
IX
MEDIEVA
2. Formación de la escolástica
X L
XI
XII
XV
1. Renacimiento
XVI
III. La antigüedad.
La Edad Antigua de la filosofía ocupa desde finales del siglo VII antes de Cristo (cuando nace, al
parecer, el primer «filósofo»: Tales de Mileto), hasta comienzos del siglo VI de nuestra Era (en el
529 es clausurada la filosofía escolar en Atenas): por lo tanto, casi trece siglos, mil trescientos
años.
Es frecuente dividir esta Edad en dos o tres fases. Un primer bloque de la filosofía antigua se
desarrolla en la Grecia Clásica: es el periodo de la filosofía helénica, que llega hasta el siglo IV
antes de Cristo. Con el final del esplendor político de Grecia acontece un cambio en la filosofía, y
comienza el periodo de la filosofía helenístico-romana. Tanto en la filosofía helénica clásica como
en la helenístico-romana se trata de pensadores paganos; por eso, y aunque se solapa con parte
de la filosofía helenísticorromana, es frecuente distinguir un tercer bloque, el de la filosofía
patrística, de inspiración cristiana. Entre la filosofía helenístico-romana y la patrística no hay una
frontera doctrinal ni cronológica estricta.
I. Introducción
A. El nacimiento de la filosofía.
La filosofía, tal como la conocemos hoy, nace en Grecia, a finales del siglo VII antes de Cristo. ¿Por
qué?
Una explicación que ha tenido éxito es la que propone que el genio griego fue capaz de pasar de
las explicaciones míticas y religiosas a las explicaciones racionales de la realidad. Las condiciones
sociales, políticas, económicas, técnicas y culturales de la civilización griega habrían hecho posible
el prodigioso salto del mythos al logos[1]. Este esquema es particularmente atractivo para los
positivistas y los pensadores laicistas, como es lógico. Sin embargo, dista mucho de ser un
esquema de contornos suficientemente definidos y, sobre todo, no parece hacer justicia a la
historia real.
Es, en efecto, más acertado pensar que los primeros filósofos griegos, los presocráticos,
"consideraron el mito de un modo ambivalente. Por un lado, descartaron el mythos en nombre del
logos. Por otro lado, hicieron crecer este logos sobre el suelo de un previo mythos. Lo más
frecuente fue entrelazar los dos, cuando menos en el lenguaje"[2]. Naturalmente, la actitud de los
pensadores griegos iniciales hacia la religión tradicional y hacia los relatos míticos fue variada. Los
sofistas los rechazaban. Platón, sin embargo, los acoge en el seno de su filosofía y los sitúa en su
mismísimo ápice[3]... No es cuestión ahora el análisis detenido del problema y, por ello, baste
ahora con sólo señalar esta compleja situación.
Hay en casi todas las explicaciones históricas de grandes acontecimientos una especie de esencial
e ineludible insuficiencia. Se pueden mencionar factores, pero no hay manera, en muchos casos,
de agotar la explicación. Por lo que se refiere al nacimiento de la filosofía, varios son los elementos
que deben ponerse a la vista[4], pero con ello no queda satisfecha la pregunta.
1. La situación geográfica del pueblo griego favoreció el intercambio cultural con los pueblos
vecinos, y la pobreza del suelo griego impulsó el comercio y las colonizaciones.
2. El contacto con el Próximo Oriente. En especial las colonias griegas de Asia Menor estaban en
relación fluida con Fenicia, Egipto y Mesopotamia. De estos lugares tomó Grecia conocimientos y
principios religiosos decisivos para su propio desarrollo intelectual.
3. El ambiente espiritual del siglo VII a.C., caldeado especialmente por el orfismo[5]. En general, la
religión griega no constituía una unidad, sino más bien un conglomerado de creencias de diverso
origen y sentido. Junto a los cultos agrarios de origen cretense también tenían amplia acogida las
religiones mistéricas (el orfismo entre ellas) y las creencias olímpicas promovidas por Homero y
Hesíodo. Todo esto constituye el fondo sobre el que emergen, en continuidad o en oposición, las
especulaciones de los filósofos.
4. El carácter genial de los griegos. "En el pequeño pueblo griego es preciso reconocer un espíritu
admirablemente dotado para las más variadas manifestaciones culturales"[6].
B. Etapas.
La filosofía griega tiene su comienzo con los llamados Siete Sabios (aunque en algunas listas hay
hasta diecisiete nombres), de entre los cuales destaca Tales de Mileto. De él se puede aventurar
que alcanzó la cumbre de la fama hacia el 585 a.C., es decir, a finales del siglo VII a.C. Es el primero
de la nómina de los conocidos como filósofos presocráticos.
De estos pensadores nuestro conocimiento es muy limitado y parcial. De ellos nos han llegado tan
sólo fragmentos de escritos, muchas veces a través de autores que quizá alteran las palabras
originarias. De todos modos, como protopadres de la filosofía, son siempre punto de referencia y
necesario objeto de reverencia. Con ellos surge la filosofía, puesto que estos autores persiguen
deliberada y persistentemente la razón (logos) de ser de la realidad de la experiencia (physis).
En efecto, la filosofía surge en Jonia de la especulación física acerca de la multipli cidad y del
movimiento, delimita ya el tipo de problemas típicos de la física y de la metafísica. Entre todos
ellos, como representantes de posturas opuestas y fundamentales cabe mencionar a Parménides
de Elea y a Heráclito de Éfeso. Asimismo, por su enorme influencia posterior, hay que recordar a
Pitágoras.
Tras todos estos filósofos, principalmente interesados por cuestiones teóricas (físicas y
metafísicas), aparecen los sofistas, ya en el siglo V a.C. Se trata de un grupo de filósofos,
generalmente independientes entre sí, contemporáneos de Sócrates. Por eso no les cuadra
propiamente la denominación de "presocráticos". Por otro lado, difieren mucho de ellos en sus
intereses filosóficos. Los sofistas dieron un giro antropológico y antropocéntrico a la filosofía.
Originariamente, "sofista" significaba lo mismo que "sabio". "El sentido peyorativo que ha llegado
a adquirir no procede de su etimología, sino de Aristóteles, al afirmar que la sofística era una
sabiduría aparente. También Platón decía que el sofista era una especie de no ser, porque
aparentaba ser filósofo sin serlo realmente"[7]. En tal sentido, puede tenerse la sofística como la
primera ocasión histórica en la que la filosofía estuvo en trance de desaparecer.
Sin embargo, lejos de desaparecer, la filosofía alcanza en ese tiempo su punto de mayor madurez.
El trío Sócrates-Platón-Aristóteles constituye, sin duda alguna, el momento de máxima altura de la
especulación en toda la historia de la humanidad. Nunca como en ese momento el discípulo
superó al maestro: Platón a Sócrates y Aristóteles a Platón. Por eso en nuestro esquema histórico
hemos llamado periodo clásico al que los incluye, desde el nacimiento de Sócrates -ajusticiado por
la instigación de algunos sofistas- hasta la muerte de Aristóteles. Tras ellos no era posible sino la
decadencia.
Los presocráticos, los sofistas y los grandes clásicos forman lo que hemos denominado filosofía
antigua helénica. Aristóteles falleció en el 322 a.C. y esta fecha separa la filosofia griega primera de
la que tiene lugar tras el imperio de Alejandro Magno, y que suele reconocerse con la
denominación de filosofía helenisticorromana. Con esta etiqueta significamos la filosofía pagana,
es decir, no cristiana, que tiene lugar desde finales del siglo IV a.C. hasta el final de la Edad
Antigua.
Así definida, la filosofía helenisticorromana contiene al menos tres etapas o elementos. En primer
lugar, la filosofía propia y rigurosamente helenística. En segundo lugar, la filosofía romana. Y
finalmente, a modo de última gran cumbre del pensamiento griego pagano, el neoplatonismo.
a) "Después de Aristóteles, la filosofía griega traspasa los límites del ámbito heleno para
extenderse por todo el mundo conocido y civilizado a lo largo del Mediterráneo. Son causa de esta
universalización, en primer lugar, el imperio de Alejandro, que difunde el conocimiento de la
cultura griega por los pueblos conquistados, y la dominación de Roma, más tarde, que se apropia
de esta misma cultura y la propaga por los dilatados horizontes de su imperio. Esta propagación
coincide, sin embargo, con la decadencia de la filosofía griega. Del mismo modo que el imperio de
Alejandro representa la muerte del ambiente político griego, la filosofía postaristotélica
representa el ocaso del genio de aquel pueblo; una reducción de sus límites y de la profundidad de
sus planteamientos"[8].
En efecto, esto sucede en el periodo helenístico en su primer momento. Por un lado, perviven las
escuelas creadas por Platón y Aristóteles: respectivamente, la Academia y el Liceo. Por otra parte,
aparecen otras nuevas escuelas, entre las cuales destacan el epicureísmo (ss. III-I a.C.) y el
estoicismo (ss. III a.C.-II d.C.). La filosofía se encamina entonces por los derroteros del
pensamiento moral y decae la especulación puramente teórica de físicos y metafísicos. No es de
extrañar, por ello, que también brotara una influyente y vigorosa escuela escéptica.
No conviene olvidar que, junto a estas líneas de desarrollo del pensamiento filosófico, el periodo
helenístico constituye un tiempo de florecimiento de la ciencia positiva. A este respecto es un
punto de referencia el foco de investigación que apareció bajo los Ptolomeo en el Museo y la
Biblioteca de Alejandría de Egipto.
b) En el año 146 a.C. Roma convirtió a Grecia en provincia de su imperio. Lo cual, en el orden
cultural, no significó sino que Roma tomó a Grecia como maestra y modelo del saber. Hasta tal
punto fue ello así que, propiamente, no hay escuelas propias de filosofía romana, sino que, por el
contrario, las que surgieron en Roma no fueron sino prolongación de las griegas. Entre los filósofos
romanos hay estoicos, epicúreos, escépticos, eclécticos, etc. Mencionemos como ejemplos la obra
de Lucrecio, epicúreo atomista, a Séneca, cordobés estoico, y a Cicerón, ecléctico.
c) La filosofía pagana grecorromana "antes de morir, tendrá un fulgor postrero, una especie de
canto de cisne"[9], que es el neoplatonismo.
"De una parte, ha sido recobrada, en los ámbitos dominados por el Imperio romano, aquella
tensión metafísica perdida con la muerte de Aristóteles y que fue característica de los tiempos de
plenitud de la filosofía griega. De otra, el reiterado fracaso de las escuelas morales, en el [...]
intento de proporcionar al hombre la anunciada felicidad en la vida terrena, determina que el
interés práctico se desplace hacia el orbe religioso. La preocupación moral se convierte en impulso
religioso; la imperturbabilidad deviene ansia de salvación del alma; el ideal de sabiduría se
transforma en ideal de santidad"[10].
La cima del neoplatonismo está en la figura de Plotino, que vivió en el siglo III d.C. "El
neoplatonismo de Plotino fue la última gran creación filosófica del pensamiento griego. Muerto
Plotino, decae entre los antiguos el interés por la metafísica y vuelven a surgir las preocupaciones
puramente éticas y dialécticas. El pensamiento cristiano irrumpe con profundidad en el escenario
cultural del mundo antiguo, y los filósofos paganos se limitan a la apología"[11].
A los efectos cronológicos puede decirse que la filosofía grecorromana pagana tiene su final en el
529 d.C., cuando el emperador Justiniano mandó la clausura de las escuelas de Atenas[12].
I. Introducción
Jesús de Nazaret vivió entre el 7 ó 5 a.C. y el 30 d.C. Prolongando la religión judaica, dio
origen y nombre a la religión hoy más extendida, el cristianismo[1]. Esta religión
supone, en la historia de la humanidad, un punto central y constituye un factor
ineludible -pese a quien pese- en la construcción de la civilización occidental junto con
los elementos griego y romano.
La de Jesucristo no fue la vida de un filósofo, ni dejó obra escrita de su mano. Dedicó los
tres años de su vida pública a la predicación, a organizar el grupo de sus más directos
colaboradores y a preparar su propia muerte. Como se sabe, fue trágicamente
crucificado por los romanos, instigados por las autoridades judías. Ahora bien, este
Jesús que murió, resucitó[2] a los tres días, según los testigos, y marchó de entre los
hombres. Fundados en este hecho, sus discípulos, atemorizados y dispersos tras su
muerte, se reagruparon e iniciaron una portentosa expansión de la doctrina del
Maestro. "Varones israelitas -dice Pedro en la primera predicación-, escuchad estas
palabras: A Jesús el Nazareno, acreditado por Dios ante vosotros con los milagros,
prodigios y señales que Dios obró por medio de Él entre vosotros, como sabéis; a éste,
entregado conforme al consejo y previsión divina, lo matasteis, crucificándolo por
manos de los inicuos; pero Dios lo ha resucitado, rompiendo las ligaduras de la muerte,
porque era imposible que ésta dominara sobre Él..."[3].
El periodo patrístico recibe esta denominación porque muchos de los autores que en él
se incluyen han recibido el título de Padres de la Iglesia[5]. Pero no todos lo son.
No son autores que compongan filosofías sistemáticas -con excepciones notables como
S. Agustín-. Su interés primero no es la filosofía, sino 1) la defensa de la fe cristiana
frente a los ataques externos y las herejías y 2) fijar y comprender mejor la doctrina
cristiana. Para tal fin utilizan, principalmente, conceptos filosóficos ya elaborados por
los pensadores paganos. No son pensadores autónomos, sino que reciben influencia,
lógicamente, de las filosofías no cristianas al uso.
La tarea que tuvieron que abordar estos pensadores fue, en resumidas cuentas, la del
encuentro entre el cristianismo y la filosofía grecorromana. Aunque tanta novedad dio
lugar, en algunos casos, a fuertes rechazos de la filosofía griega (o de lo que se creía
pensamiento esencialmente pagano: véase el caso de Tertuliano), y en otras a
corrupciones del cristianismo que favorecían su absorción en sistemas filosóficos (como
el gnosticismo), la línea de pensamiento más representativa y equilibrada consigue, mal
que bien, un equilibrado ajuste de cristianismo y filosofía.
I. La Edad Media.
A. El periodo de transición.
Ahora bien, el salto respecto de lo antiguo no es tan marcado que no haya ninguna
realidad cultural y filosófica digna de mención durante los siglos VI a IX. Este periodo
"se halla representado por Boecio, Casiodoro, San Isidoro y Beda el Venerable. No le
faltan características definidas.0 Con la invasión de los pueblos bárbaros en las
provincias occidentales del Imperio romano, se rompe, no solamente la unidad política,
sino también la unidad de la civilización. El saber clásico y cristiano corría el riesgo de
perecer. Afortunadamente, surgieron de entre los romanos más cultos del Imperio
fenecido algunos hombres providenciales, que se encargaron de recopilar todo el saber
de su tiempo en obras más extensas que profundas, ciertamente, pero que hicieron un
servicio inapreciable a la posteridad"[7].
Por eso, y sin exceso de simplificación, puede tomarse como inicio de la Edad Media
filosófica y cultural más bien el llamado renacimiento carolingio, a finales del siglo VIII y
comienzos del IX. El renacimiento carolingio es el momento del nacimiento de la
escolástica, las "escuelas" medievales que enseguida se convirtieron en
"universidades". En efecto, "en tiempos de Carlomagno se produce un vigoroso
renacimiento intelectual. Se propuso Carlomagno organizar la enseñanza; mas, no
encontrando maestros en su reino, trajo de Italia e Inglaterra algunos como Pedro de
Pisa y Alcuino para que fundasen y pusiesen en marcha las escuelas que, a la sombra de
la corte imperial, no tardarían en producir copiosos frutos. Además, ya en 788 había
dado Carlomagno al Obispo de Fulda, Bangulf, un capitular para la fundación de
escuelas monacales y episcopales. Surgen así, además de la escuela palatina, corriendo
el tiempo, las escuelas de Fulda, Tours, York, Auxerre, Chartres y las varias de París,
como San Víctor, Santa Genoveva, etc. No todas ellas lograron importancia
filosófica"[8].
I. Introducción
B. El concepto de la escolástica.
En este punto parece conveniente interrumpir la descripción de los periodos, escuelas y corrientes
para hacer, aunque brevemente, una explicación de qué sea la escolástica medieval, la escolástica
por antonomasia. Si no se comprende qué es la escolástica no se puede comprender su historia,
que es la del pensamiento medieval en sus rasgos más vigorosos.
Por lo que respecta a los métodos, es característico de la escolástica medieval el valor axial que
reconoce a los textos. Las lectiones y los commentaria son las formas típicas de exposición oral y
escrita de los profesores. Las enseñanzas se impartían tomando como referencia selecciones de
fragmentos (sobre todo fueron famosísimas y muy utilizadas las Sententiae de Pedro Lombardo) o
textos clásicos (como los libros de las Sagradas Escrituras en teología). Este procedimiento llevó al
desarrollo de métodos de análisis de textos y de esquemas de interpretación y de discusión de las
doctrinas comentadas.
Nada de esto, a pesar de las apariencias, es superficial ni casual, sino que es coherente con una
intención fundamental de la mente medieval. "Me parece que no se entiende nada de la
Escolástica cuando no se ve que ésta, ante todo, ha sido un enorme aprendizaje, una organización
escolar de enormes dimensiones mantenida durante varios siglos. Si verdaderamente había que
apropiarse la herencia del mundo antiguo, tanto del pagano como del cristiano, entonces el primer
presupuesto para lograrlo era efectivamente la ordenación del patrimonio encontrado, una
ordenación bajo el aspecto de la docencia y de la discencia. No era de esperar otra cosa, sino que,
de esta forma, adquiriese una significación, hasta entonces desconocida, el trabajo, ciertamente
prosaico, de organizar, seleccionar y clasificar. [...] En términos generales es evidente que no se
puede aprender de otra forma. Y si, en aquello siglos de disolución del antiguo orden, la tarea
histórica urgente era la apropiación discente de la riqueza recibida, entonces lo escolar de la
Escolástica es no sólo inevitable, sino necesario"[2].
Cuanto más se investiga en la filosofía medieval más clara se hace la imagen de un periodo
vibrante y variado, muy lejos de la aburrida uniformidad que algunos le atribuyen. Ahora bien, esa
variedad y notable pluralismo se inscribe en el marco de un marcado sentido de unidad histórica.
Los pensadores medievales cristianos parecen coincidir en el convencimiento de que la filosofía y
la teología son ciencias cuyo desarrollo requiere la colaboración, durante mucho tiempo, de
muchos investigadores. Los profesores medievales se consideran como contribuyendo a una tarea
común (tradicional) e histórica (progresiva). Por eso no hay grandes rupturas, sino sobre todo la
idea de que, a pesar de las discrepancias (a veces muy profundas, graves y vivas), la tarea que
realizan es prolongación de la que acometieron los grandes griegos, prosiguieron los romanos y
fecundaron los primeros pensadores cristianos; tarea que ven destinada a prolongarse por toda la
historia.
Por eso, la escolástica medieval es un sistema siempre abierto. En filosofía su fórmula puede ser,
sin duda, la de la philosophia perennis, filosofía de la Humanidad.
La escolástica tiene sentido sapiencial. La convicción acerca de la unidad histórica del saber se
complementa con la persuasión de que esa unidad es también sistemática: es lo que se significa
con la expresión sabiduría cristiana. El pensador medieval, en general, está convencido de que los
diversos campos del conocimiento, y de la realidad conocida, son armónicos. Y ello es
particularmente relevante para las relaciones de los dos modos principales de conocimiento, la fe
y la razón natural, y las ciencias que les son correlativas, la teología y la filosofía, respectivamente.
La ruptura de esta unidad es lo que dio al traste con la escolástica.
En el tiempo que transcurre entre el siglo IX y el siglo XIV hemos delimitado tres etapas: la
formación, la edad "de oro" y la crisis de la escolástica. Veamos los rasgos sobresalientes de cada
una.
Por un lado, el desarrollo y maduración de las escuelas progresa paso a paso durante estos cuatro
siglos en Europa. Jalones importantes en este proceso son Juan Eriúgena (810-877), San Anselmo
de Canterbury (1033-1109), Pedro Abelardo (1079-1142) o San Bernardo (1091-1153).
En los rasgos más generales, el desarrollo del pensamiento escolástico viene a componerse de las
relaciones entre dos tendencias, "cuya lucha constituye la trama misma del pensamiento cristiano.
Aquella que busca construir un esquema racional de la realidad en el que la fe corone la obra de la
razón o la gracia completa a la naturaleza, y aquella otra que busca la experiencia cordial y sencilla
del hecho religioso, el coloquio amoroso del alma con Dios, junto al cual toda ciencia resulta pura
superfluidad. La primera tendencia teme de la otra que, a través del misticismo, acabe en una
concepción panteísta que divorcie radicalmente al hombre de la fe y al hombre de la razón. La
segunda, en cambio -la platónico-agustiniana-, teme que la vanidad de la ciencia racional disuelva
en el paganismo la experiencia viva e inefable del hecho religioso"[4].
Por otra parte, en esta historia tiene una importancia capital la influencia de las filosofías
musulmana y judía. Expliquemos esto. El 15 de junio de 622 es la fecha de inicio de la Hégira y
punto de partida de la cronología musulmana. Durante ese siglo VII se inicia la fulgurante
expansión política del islam. Ya el califa Omar conquistó Siria (635), Palestina (638) y Persia (636).
Con ello alcanzaba el mundo islámico el contacto con las filosofías desperdigadas por el Oriente
próximo tras el cierre de las escuelas de Atenas en el 529, y con el propio cristianismo (sobre todo
en Damasco). Durante los dos siglos siguientes se desarrolla intelectualmente la cultura islámica,
en la que inciden elementos externos de diverso signo: neoplatónicos, pitagóricos, incluso
herméticos y gnósticos, cristianos y asiáticos.
En filosofía, el islam oriental tiene como grandes figuras a : Al-Kindi (796-866) Alfarabí (870-950),
Avicena y Algazel (con quien decae la filosofía oriental). Pero la gran floración filosófica
musulmana tiene lugar en la zona occidental, con las más importantes figuras: Ibn Masarrah (883-
931) de Córdoba, Ibn Hazm (994-1063) de Córdoba, Abentofail (1110-1185) de Guadix, Avempace
(Ibn Bayya), Averroes (Ibn Rusd; 1126-1198).
Accesoriamente, también influye en la Edad Media europea la filosofía de algunos pensadores
judíos. Israeli, Avicebrón y Maimónides son, seguramente, los nombres más destacados. Aunque
con rasgos peculiares y originales, la filosofís judía de este tiempo estuvo muy influida por la
musulmana.
Fueron musulmanes y judíos los que, junto a sus propias doctrinas, llevaron al occidente cristiano
a recuperar el conocimiento de importantes filósofos antiguos, especialmente Aristóteles. Para
numerosos historiadores, esta es la cuestión clave que explica los avatares del pensamiento
medieval: la recepción, problemática y difícil, del pensamiento de Aristóteles a través, en especial,
de sus intérpretes musulmanes. No en valde era Averroes conocido simplemente como el
Commentator, el comentador de Aristóteles.
b) El siglo XIII vio la tarea de las grandes cumbres del pensamiento escolástico: San Alberto Magno,
Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, Juan Duns Escoto. También brotan los elementos de
su disolución, con el averroísmo latino. Que en este siglo tenga lugar la plena madurez de la
escolástica no significa sino que, en medio de tensiones que no se deben pasar por alto, la
escolástica consigue al máximo la realización de lo que ella es. El tiempo del vértice en la
investigación progresiva y sapiencial de la realidad.
c) El siglo XIV es un siglo de crisis europea en muchos sentidos: los papados de Avignon, el Cisma
de Occidente, la Peste Negra, la Guerra de los Cien Años... Es el momento en el que el proyecto de
la escolástica se viene abajo, es abandonado y combatido. Esta nueva situación viene
representada, hasta en su propia biografía, por el franciscano Guillermo de Ockham. La forma de
la crisis en la filosofía de este siglo se describe corrientemente con dos términos: nominalismo,
averroísmo latino.
Puede considerarse el averroísmo latino como la corriente de pensamiento que mayor impulso dio
al "nominalismo". Se apoyaba en una interpretación aviceniana de la filosofía de Aristóteles y se
inclinaba por separar los argumentos teológicos de los filosóficos.
Este estilo de pensamiento tuvo éxito inmediato y se difundió por todas partes. La "vieja"
escolástica quedó herida y abandonada.
I. Introducción
V. La filosofía moderna.
Advirtamos que la filosofía moderna sólo ocupa seis siglos de historia, pocos, muy
pocos, en comparación con los que suma la filosofía de la antigüedad, y algo menos de
lo que duró la Edad Media. Sin embargo, en estos tiempos modernos los autores y las
escuelas se suceden con rapidez. Asimismo hemos de dejar dicho que lo que
proponemos son esquemas históricos, los cuales, por ser esquemas, necesariamente
simplifican y, en cierto modo, deforman. De este modo, hay que entender nuestra
caracterización de lo moderno como la expresión de una línea profunda que, si bien se
encuentra por todas partes, lo hace de maneras muy variadas y, por supuesto, con
excepciones. Del mismo modo que no todos los medievales son escolásticos, tampoco
todos los modernos son ideológicamente modernos.
Por un lado, entre los siglos XV y XVI acontece la maduración de la ciencia positiva, que
se prolonga hasta el siglo XVII, con Kepler y Galileo, y alcanza su cénit en el XVIII, con
Newton. Entre los nombres inolvidables de estos dos siglos primeros están los de
Leonardo da Vinci y Nicolás Copérnico. No son dos figuras aisladas más que por sus
efectos históricos inmediatos; en cualquier caso representan una sensibilidad general
hacia la investigación científica positiva.
Por otro lado, merece más atención de la que suele recibir el movimiento intelectual
español que se simboliza y resume en la actividad de la Escuela de Salamanca y sus
secuelas. Por citar sólo a los principales, valga con los nombres de Francisco de Vitoria,
Domingo Soto, Melchor Cano, Bartolomé Medina y Domingo Báñez. Ya en pleno siglo
XVII prolongan esta línea dominicana Juan de Santo Tomás y Francisco de Araújo.
Entre los jesuítas[1] al portugués Pedro Fonseca, Francisco de Toledo, Juan de Mariana,
Gregorio de Valencia, Luis de Molina y el belga San Roberto Belarmino. Cima del
movimiento intelectual jesuítico sería, finalmente, el granadino Francisco Suárez, cuya
influencia en la filosofía moderna es de gran importancia.
d) El siglo XIX, en filosofía, ofrece una notable vitalidad. Por mor de la claridad, y
simplificando un poco, podría esquematizarse lo que en este tiempo acontece del
siguiente modo: en primer lugar, Hegel y sus secuelas; en segundo lugar, el positivismo
y las suyas.
Pero frente a Hegel aparecieron dos figuras, muy distintas entre sí, que también han
tenido amplia influencia en la filosofía de nuestros días. Por un lado, S. Kierkegaard; por
el otro, A. Schopenhauer. Se les suele aplicar el nombre de irracionalistas.
En segundo lugar, el siglo XIX vio el nacimiento del positivismo, con A. Comte, y del
cientificismo. Durante la segunda mitad de ese siglo se produjo el momento de máxima
gloria de las ciencias positivas modernas, sobre todo de la física y la biología. Ahora
bien, no siempre en frontal oposición a ellas, también surgieron pensadores más
humanistas, como pudieran serlo los neokantianos, los espiritualistas, los vitalistas, etc.
Pero el final del siglo XIX constituye un momento de pausa. Las ciencias positivas
principales sufrieron una aparatosa crisis (de la que salieron, por así decirlo,
transformadas) y la filosofía vio nacer la fenomenología. A partir de entonces, la
descripción de la historia de la filosofía se tiene que contentar con enumerar autores y
corrientes quizá hoy vivos y aparentemente eficaces, pero que, quizás en unos pocos
años más, queden en nada.
La fenomenología de E. Husserl ha sido la escuela más fecunda del siglo XX. A su sombra
han crecido las obras de personajes como M. Scheler, M. Heidegger o J.-P. Sartre, con
influjos en todos los rincones del mundo (p. ej., en España, A. Millán-Puelles).