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Abril 30, 2009
Nota: Este documento está diseñado para ser impreso a doble cara, por ambos lados de la hoja.
Las reformas en la enseñanza están a la orden del día. Los defensores de cada disciplina se
preocupan por delimitar y defender su dominio. En semejantes competencias, la matemática no
siempre a llevado la de ganar. Se considera corrientemente a los matemáticos como seres de
excepción; en efecto, lo son, al igual título de los poetas, los pintores, los músicos, pero no más que
ellos. De ahí que renunciar a la formación de un número demasiado grande de ellos no hay más que
un paso. Y cuando hace muy pocose hablaba de “igualdad científica” era por abajo que se pretendía
hacerla con la intención de ampliar simultáneamente el campo de los estudios clásicos.
Sin embargo, nada demuestra que la cultura matemática sea incompatibel con el
humanismo. Sin remontarnos al gran siglo en que los matemáticos escribían en latín, que era
entonces su lengua internacional, son númerosos los matemáticos modernos que, al comienzo de
sus estudios experimentaron inclinaciones literarias o clásicas, hasta el punto de vacilar sobre el
camino por seguir.
En toda formación matemática, aun la más modesta, hay que distinguir, al parecer, entre la
técnica y la cultura. En un comienzo es indispensable salmodiar las tablas y manipular las cuatro
reglas: la receptividad de la infancia basta sobradamente para ello. Poincaré decía que es bueno
haber contado manzanas en la escuela primaria, al menos en el pensamiento, antes de abordar la
teoría de las fracciones. Para la iniciación en el razonamiento matemático propiamente dicho es
preferible esperar más. Los problemas triviales, los ejercicios escolásticos sobre las mezclas, las
canillas o los corceles ya no tienen más valor educativo que la lectura de recetas. Una vez adquirido
el mecanismo aritmético, yo dejaría en reposo el pensamiennto matemático de los niños durante un
tiempo, con la única reserva de mantener aquél. A una edad en que la memoria es tan viva y la
asimilación tan rápida, se puede aprovechar este respiro para iniciar a los niños en las lenguas vivas
o muertas. Nuestros abuelos, que al menos sabían latín aunque no supieran otra cosa, tenían el
hábito de declinar rosa a una edad muy tierna, en la que el razonamiento matemático les hubiera
disgustado. La experiencia a largo plazo, la única que en último análisis permite juzgar un método
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pedagógico, revela por otro lado que sólo conservan el estudio de lenguas extranjeras restos
perdurables aquellos que las han abordado muy jóvenes.
Habiendo así despejado el terreno para los rudimentos de las lenguas, se encontrará
facilmente en las clases superiores de los liceos, sin que ello impida la terminación de los estudios
clásicos, el lugar que hoy lamentablemente falta para las matemáticas en los horarios y en los
programas.
Cuando se hojean los programas recientes, que sin embargo han sido concebidos con la
intención de avivar para favorecer una cierta especialización. el estudio de las matemáticas
elementales, sacrificadas hasta ahora al dogma de la igualdad suerte que toman para eliminar una
por una todas las dificultades que los reformadores de hace cuarenta años habían aceptado como un
mal necesario, sino como una escuela útil. En el primer curso, has desaparecido los triedos, así
como la mitad de la trogonometría (mecanismo que es, sin embargo, fácil y que es importante
aprender lo antes posible) y el álgebra de segundo grado, de manera que la mayoría de las
aplicaciones de hacen imposibles. En elementales, la inversión se ha juzgado innecesaria y fue
desterrada del programa. Las directivas dan no “tocar” ciertas teorías que la mayoría de los
alumnos nunca tendrán ocasión de usar. Todo ocurre como si el campo de la ciencia se hubiera
angostado y se pensase en ganar tiempo, o como si hubiese que considerar en baja continua la
receptividad matemática de los cerebros jóvenes.
Dejemos por el momento estas discusiones pedagógicas y para elevar el debate tratemos de
comprender las cualidades que puede desarrollar la cultura matemática.
Ante todo, esta cultura es una disciplina del espíritu, la más rigurosa de todas. Es ella el
más o menos es inadmisible. Por tanto, se corre mucho menos que en otros dominios el riesgo de
ilusionarse sobre las propias fuerzas. En ella se aprenden a cada paso lecciones de probidad
intelectual que se asientan y perduran. Ciertamente, ha habido y hay quizás aún en mátemáticas
escuelas de la facilidad, como la de Condillac, pero estas escuelas no han tenido éxito y no pueden
tenerlo. No puede ahber matemáticas sin esfuerzo, aún menod que “latín sin llanto” o “griego sin
lágrmas”.
La investigación matemática, por modesto que sea su objeto, fuerza la atención hasta un
punto tal que impide toda divagación perezosa del espíritu, tan común entre los adolescentes. Es tan
absorbente que el problema: ¿en qué sueñan los jóvenes?, no se presenta para los aprendices de
matemáticos.
La matemática enseña también a escribir, si se quiere que la concisión, la claridad y la
precisión sean caualidades del estilo. Desde el punto de vista formal, la matemática no cede en nada
a la cultura clásica. Ciertamente, se nos objetará que la mayor parte delos grandes matemáticos se
han beneficiado en un principio se esa cultura. ¿Pero, dónde encontrar mayor firmeza y densidad de
estilo que en estos pensadores, aunque no cultiven especialmente la búsqueda de la elegancia
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formal? Todo el mundo reconoce que Pascal es uno de los mejores escritores franceses; pero se
puede sostener que la actividad matemática de Pascal no fue más que un episodio de su vida
intelectual. En cambio Fermat nunca pasó por un clásico de nuestra lengua, pero su
correspondencia es un modelo del género.
En lugar del estilo, podría haber hablado del lenguaje; por su rigor, por su precisión y sobre
todo por su extema variedad, que permite dar al mismo fondo intuitivo vestiduras muy diferentes, el
lenguaje matemático obliga a una gimnasia intelectual sumamente intensa: el hombre de un solo
libro, es decir, de un solo simbolismo, no puede ser matemático.
La matemática desarrolla también la imaginación, pero le impide vagar más allá de de los
límites de una lógica rigurosa: sin intuición es imposible resolver el menor problema de geometría
que no sea del tipo “demostrar que ...“, con el resultado dado de antemano.
Finalmente, es indudable que la cultura matemática tiene un valor estético; nadie puede
permanecer insensible a la armonía de la geometría. La palabra “elegancia”, empleada tan a
menudo por los matemáticos, implica, ante todo, una preocupación estética, que colocan por
encima de la pura validación lógica de un resultado. No se sienten satisfechos hasta que no han
podido transformar una demostración que parecía bárbara a su sentido estético, para hacerla más
simple, más directa, más sugestiva, en una palabra, más elegante.
La cosa es tan conocida, que me olvidaba de que las matemáticas educan la capacidad de
razonamiento. No se trata de que el razonamiento matemático sea, por escencia, más perfecto o más
complejo que cualquie otro. En el campo del análisis clásico al menos, reina una lógica que se
reduce a la de Aristóteles y no difiere en nada de la que debe respetar cualquier otra actividad
científica. Es debido a que todo razonamiento fracasa en matemáticas, al menos cuando una
cuestión está bien planteada, desde el instante en que se descuida la menor parcela de las premisas
al trasformar una hipótesis para llegar a una conclusión.
Frente a estas cualidades, que en general no se discuten, la cultura matemática tiene sus
impefecciones, implica sus riesgos y presenta dificultades.
En la práctica hay que mezclarla con otros géneros más fáciles, se se quiere evitar una fatiga
intelectual excesiva, por lo menos en los estudiantes que no tienen dones excepcionales. La cultura
matemática, por tanto, no puede ser exclusiva.
Se reprocha a menudo a las matemáticas su inaccesabilidad, que la convierte en el
privilegio de un grupo restringido que pretende comprenderlas. Ciertamente no se puede negar que
la incomprensión matemática es uno de los fenómenos más extendidos. Pero el hecho de que su
diagnóstico y su etiología sean más fáciles de hacer que los de la incomprensión literaria, artística o
técnica, no implica que esta incompresión sea de hecho más corriente o más peligrosa que cualquier
otra. A fin de cuentas, el resultado medio de los estudios literaros o clásicos es tan decepcionante
como el de los estudios matemáticos.
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Se llega inclusive a reprochar a la cultura matemática su mismo rigor, que está en una
oposición tan acentuada con las contingencias y los azarees de la vida corriente. Sería peligroso
formar en serie lógicos puros, convencidos de su propia superioridad hasta el punto de rehusarse a
transigir ninguna de las servidumbres prácticas del siglo. Pero este pretendido rigor es más bien un
aspecto didáctico que una verdadera característica de la matemática en sí. Es de desear, pues, que la
enseñanza matemática no exagere el dogmatismo y multiplique, por el contrario, recurriendo a la
historia de la ciencia (para eso no es de ninguna manera necesario noverlarla), los ejemplos en los
que según la feliz fórmula de Hadamard, el rigor no tuvo otro objeto que “sancionar y legitimar las
conquistas de la intuición”.
Por lo demás, la cultura matemática no es privilegiada más que en apariencia. Como todo
pensamiento humano, y más especialmente como pensamiento de carácter simbólico, la matemática
está condenada a oscilar entre los dos polos del realismo del nominalismo. Diderot pretendía que
“las matemáticas puras entran en nuestra alma por todos nuestros sentidos”. Y no es el único en
sostener que los conceptos matemáticos, en apariencia los más abstractos, tienen su raíz en la
experiencia más común. Recuérdense las piedritas de Stuart Mill. Pero tan pronto se supera la etapa
de los primeros rudimentos, y aun sin tener que invocar para el caso las teorías más avanzadas, la
admisión del realismo ingenuo en matemáticas parece un tanto temible. La otra admisión, la del
nominalismo, es de temer mucho más aún. Un taupin,1 en la mala aceptación del término, es
esclavo del algoritmo del que se cree dueño en razón exclusivamente de su virtuosismo técnico. Es
un nominalista que se desconoce, más que un aprendiz de brujo.
Poincané dedicó grandes esfuerzos a difundir la idea de que en matemáticas hay algo más
que la lógica. Está reducida a sus recursos exclusivos, es estéril por definición. Aunque pueda
separar el buen grano de la cizaña, no puede crear nada, a menos de “ ser fecundada por la
intuición”. El problema de la existencia en matemáticas no se reduce, pues, a una simple
verificación de no contradicción. Se encuentra, entonces, desplazado: ¿qué es un hecho
matemático? Esta cuestión plantea problemas de la psicología, de la cual la matemática no puede
creerse independiente. Esto equivale a decir que los conceptos matemáticos son tan contingentes,
tan precarios y tan susceptibles de revisión como los conceptos de cualquier otra ciencia humana.
De este modo, la matemática se encuentra destronada de su usurpada reputación de rigor
absoluto y de abstracción exclusivamente lógica. Esta circunstancia es mucho más feliz de lo que
pudiera creerse a primera vista. Es ella la que explica que la matemática pura pueda progresar, en el
verdadero sentido del término, ampliando sin cesar sus conceptos. Para no citar más que un
ejemplo. Lebesgue eliminó la antinomia que para ciertos críticos parecía plantear la noción de
número transfinito de la clase II de Cantor, mostrando que si tal antinomia existiese sería de la
misma naturaleza que la antinomia del infinito numerable.
Volvamos a la enseñanza matemática. Recuerdo haber leído en alguna parte, bajo una firma
1 Un apodo que se da en Francia al estudiante de matemáticas. N del T.
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de las más autorizadas, la observación de que el extranjero nos envía nuestros “especiales”.
Entendemos que la disciplina matemática, en el ingreso a las ecuelas o a la enseñanza superior, es
más rigurosa entre nosotros que en cualquier otra parte. Se sabe que esta disciplina tiene como
objetivo escencial dar a los estudiantes una verdadera técnica que les permita luego abordar
fácilmente los dominios más vastos y más actuales del análisis general y de la física matemática.
Esta técnica es un mal necesario y el hecho de haber hecho de ella un tema de concurso es un
medio seguro de imponer su estudio.
Sin embargo, las matemáticas especiales, aun conservando el carácter técnico que
constituye su valor, pueden y deben evolucionar. Es necesario airearlas un poco, orientándolas
deliberadamente cada vez más hacia el análisis y aun hacia la mecánica, y disminuyendo los
ejercicios demasiado largos de análisis algebraico y de geometría analítica. Esto por dos razones: la
primera es que los concursos tienen muchos menos elegidos que llamados, y que éstos, en los
cuales hay que pensar, deberían salir de especiales con un verdadero bagaje de cultura general y no
solamente con esa deformación intelectual que aún matemáticos eminentes confiesan haber
recibido. La segunda es que las grandes Escuelas, ante el desarrollo considerable de los
conocimientos generales, necesitan aliviar sus programas de lo que puede adquirirse en especiales
sin dificultades particulares. De lo contrario, su enseñanza propia, sumamente limitada en el
tiempo, corre el riesgo de permanecer, por superior que sea, considerablemente por debajo de los
puntos de partida de la ciencia actual. Esta enseñanza, por tanto, ya no llena su función creadora,
que consiste en colocar al estudiante en el umbral mismo de la investigación. Tal es, según parece,
una de las razones profundas por las cuales algunas de esta escuelas, aun sin haber sacrificado nada
de su rigor en el reclutamiento, ya no conservan en el mundo científico el lugar de primer orden
que ocupaban antaño.
No entra en mi propósito discutir la unicidad o la diversidad de las matemáticas actuales
(comprendida la física teórica). Hechas las reservas necesarias sobre esta cuestión de doctrina y
sobre el carácter “totalitario” de las terorías modernas, logísticas o físicas, que pretenden
reconstruir íntegramente el análisis y la mecánica a partir de sus axiomas primeros, persiste el
hecho de que la matemática, como todas las otras ramas de la técnica actual, obliga al investigador
a especializarse. Por esta especialización hay que pagar un rescate, que es la desaparición del
matemático universal, a la vez geómetra, analista y físico, del que Poincaré parece haber sido uno
de los últimos representantes.
En estas condiciones se comprende hasta qué punto se hace delicada la tarea de la
enseñanza superior, Esta tarea consiste en reunir de la manera más fácilmente accesible el fondo
común que los diferentes especialistas deben poseer necesariamente. Consiste en afirmar la ligazón
entre las diferentes especialidades, en recoger el provecho de estas interpretaciones y en deducir de
ello temas de investigación. Esta es la función de síntesis que deben cumplir los “seminarios”, sin
lo cual las diferentes ramas se desarrollarían independientemente unas de otras, sin armonía ni plan
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de conjunto.
Pero la matemática todavía tiene que desempeñar con respecto a la mecánica y la física
teórica el papel de “humilde sirvienta”. El trabajo en equipo de los matemáticos y los físicos se ha
convertido en una necesidad. Si Einstein tuvo la fortuna de tener a su disposición desde el comienzo
el cálculo diferencial absoluto y la geometría de los espacios de Riemann para edificar su teoría de
la relatividad generalizada, Heinsenberg debió a dos matemáticos la posibilidad de fundar la
mecánica de matrices, a partir de la primera extensión intuitiva que dio el principio de
correspondencia de Bohr. La teoría general de los estados y los observables edificada por Dirac no
pudo adquirir valor axiomático más que en el marco ya construido de los espacios de Hilbert. Aquí
el análisis abstracto desempeñó en el más alto grado un papel de síntesis, al revelar que la
mecánica ondulatoria y la mecánica cuántica no son más que dos “vestiduras” del espacio de
Hilbert. La física teórica plantea o da actualidad a investigaciones de matemática pura, de donde la
necesidad de que el matemático descienda de su torre de marfil para acudir en ayuda del físico.
De manera general, entre nosotros, donde la escuela de matemática pura ha brillado siempre
y brilla aún con vivo resplandor, pero donde, siguiendo una pendiente muy característica del
espíritu francés, la enseñanza matemática es muy abstracta, amante del rigor y de la elegancia
formal, se hace sentir la necesidad de semejante trabajo en equipo e inclusive de una enseñanza del
análisis resueltamente orientada, como ya se ha practicado por lo demás, hacia la investigación
aplicada, ya se trate de física, de mecánica de los fluidos, de elasticidad, de electrotécnica, etc. El
atractivo de la matemática en sí, tan viva en muchos de nuestros sabios, no debe hacerles olvidar
esta preocupación, que además está en línea de las grandes obras de antaño, con la diferencia de
que hoy por lo general se impone el trabajo en equipo.
Dentro de este orden de ideas, destaquemos la feliz iniciativa de la creación de cátedras para
la enseñanza de matemáticas aplicadas en una de nuestras grandes escuelas. Si bien nuestros
ingenieros utilizan muy poco en su ofiicio técnico los conocimientos adquiridos en su juventud, a
menudo al precio de prolongados esfuerzos, si incluso no discuten los resultados de sus ensayos a la
luz de la estadística matemática, es muchas veces por no disponer, ya sea de contacto con
matemáticos profesionales, ya sea simplemente de obras concebidas especialemte con el fin de
familitarles la investigación aplicada. La cultura matemática que poseen les sirve cotidianamente en
el plano de los métodos y del razonamiento, pero no la explotan más por no poder realizar ellos
mismos la conexión indispensable entre una teoría abstracta y la realidad técnica.
Es desear, pues, que los matemáticos no se contenten con ser espíritus puros y acepten
ocasionalmente descender de su cátedra pra participar en la investigación aplicada, de manera que
la técnica se haga más científica y, con esto, más eficiente. Así, la matemática no sólo será un
incomparable objeto de cultura, sino también una herramienta de trabajo que puede prestar
“maravillosos servicios”.
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