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La ley, por su parte, prevé algunas causales de divorcio ya explicitadas; pero en


la realidad, desde el punto de vista humano, la gente se divorcia por muchas otras
distintas razones, que pudiera decirse que son de tipo personal, social, económico,
psicológico y/o moral.
La creciente incidencia de divorcios no puede ser interpretada como una
pérdida de sentido de la institución matrimonial, ni como un indicador de la
³infelicidad matrimonial´. Los problemas que presentan los matrimonios de ahora,
son los mismos problemas de los matrimonios de todos los tiempos, pero adaptados a
las épocas. Estos problemas pueden ir ³deteriorando´ el amor en la pareja.
En cuanto al primer objetivo específico, se concluye que:
Entre más elevado sea el nivel de educación, a las personas les resulta más fácil
divorciarse.
El divorcio afecta tanto a los matrimonios que se casaron puramente por lo
civil, como a los que también lo hicieron por rito religioso. El matrimonio
eclesiástico, que es el único rato, no significa que todo vaya a ser perfecto, sin
tropiezo ni dificultad; justamente uno de sus fines es el mutuo perfeccionamiento de
los cónyuges y para eso hay que trabajar.
El único matrimonio verdadero y válido entre bautizados es el matrimonio
eclesiástico, si se aceptara el otro se estaría contradiciendo la voluntad de Dios con
respecto al plan divino para el hombre.
La edad para casarse, sí es un factor que influye, ya que entre más joven se case
la persona, más probabilidades hay de divorciarse; sin embargo, no hay duda que
muchas personas alcanzan la capacidad para casarse aún siendo jóvenes, y que el
amor conyugal, por su misma fuerza, logra superar muchas dificultades.
El noviazgo es un factor decisivo como tiempo de conocimiento. Muchos
fracasos se dan porque la pareja no se conocía bien antes de casarse. En los noviazgos
cortos, la gente tiene menos tiempo real para conocerse, por lo que es más frecuente
que acaben en divorcio, pero esto no es una regla absoluta: hay noviazgos de hasta 8
años o más que posteriormente terminan divorciándose.
Esto se puede analizar a la luz del gran problema de la sociedad actual: los
graves defectos en la educación en la sexualidad, lo que hace haya más casos de
inmadurez.
Hay mucha información sobre la sexualidad, pero es una información errada; se
carece de una auténtica formación en la sexualidad humana. Esto hace que el tiempo
de noviazgo se viva de una manera distorsionada, asumiendo roles que no le son
propios y se toman posiciones extremistas: o se casan inmediatamente porque
confunden el sexo con el amor, o por el contrario, perpetúan una relación de noviazgo
por años, pero que incluya todos los derechos maritales sin deberes ni obligaciones.
El tiempo que se tenga de matrimonio no es un factor que influya en la
estabilidad, porque no le da garantía de perpetuidad. En cualquier momento puede
presentarse una crisis que lleve al matrimonio al divorcio.
Si para que se dé el matrimonio debe haber una donación de la conyugalidad, es
decir, de lo que hace específico al hombre y a la mujer, tendrá que irse construyendo
la integración entre los cónyuges, si el deseo es llegar a buen puerto.
Pretender desde el principio una integración absoluta como si ambos fueran
siameses es una equivocación y daría una concepción errada del matrimonio. Esta
integración es una labor ardua que no es dada por la complementariedad ni tampoco
es adjudicada en el momento del matrimonio, ni por la personalidad de cada uno de
los cónyuges, sino por el modo de actuar de ellos. Por lo tanto, las cualidades de la
persona y sobre todo las virtudes morales que posea, son las que van a influir en el
éxito de la vida conyugal.
El tiempo durante el que se perpetúa una crisis matrimonial, no es sinónimo de
estabilidad, la crisis pueden durar días, meses y hasta años. La crisis dentro de los
matrimonios, sólo sugiere la incapacidad para resolver y solucionar los conflictos,
donde tal vez se han descuidado o se han usado mal los medios, sea naturales, sea
sobre-naturales, que ciertamente se tienen a disposición; o tal vez no se han aceptado
los límites inevitables y los pesos de la vida conyugal.
La independencia económica femenina es un factor que hace a la mujer inclinar
la balanza más fácilmente al divorcio en momentos de crisis. Debería ser un promotor
de estabilidad pero puede tornarse en un punto de fricción y competitividad entre la
pareja si no hay humildad en ambas partes.
Se concluye que la tradición familiar es una innegable fuente de virtudes pero
no es ni absoluta, ni la única que existe, pues no toda unión estable da como resultado
generaciones sucesivas de uniones estables, así como también se puede inferir que no
toda unión inestable origina uniones inestables.
El hecho de ser hijo nacido en hogar católico no es aval para tener una vida
recta y ordenada. Si bien los padres tienen el gravísimo deber y derecho de educar a
los hijos; y los católicos aún mucho más, incluso en cuestiones de moral y religión, se
prefiere dar mayor crédito a la propia persona, ya que es ella misma quien introniza
las virtudes con su propio esfuerzo personal y lucha. Es decir, que las personas hacen
su propia elaboración personal de los valores, los aceptan y utilizan, y en la medida
en que vivan ese valor, acabarán viviéndolo como una virtud.
En consonancia con el segundo objetivo, se ratifica que no se puede hablar del
divorcio como una figura jurídica aislada pues tras él se esconden muchos males y
cada caso habría que estudiarlo con lupa en su individualidad. Hay evidentemente
muchas cosas que subyacen bajo un divorcio. El divorcio vendría a ser como la punta
del iceberg.
Entre esos problemas que subyacen está el adulterio, que posee unas cifras
bastante elevadas. También está el alcoholismo, la drogadicción, los problemas
económicos, la falta de colaboración en el hogar, etc.; pero se desea resaltar la
violencia.
Más de la mitad de las mujeres dijo haber sido víctima de algún tipo de
violencia; y varios hombres llegaron a reconocer violencia en su relación marital.
Frente a la violencia, se concluye que todos los seres humanos son iguales en
derechos, iguales en dignidad; la dignidad no tiene matices ni medias tintas, por eso
ninguna persona debe ser permisiva ante ningún tipo de maltrato. Solo basta mirar la
indignación que se siente frente a una injusticia ajena, para reconocer que es un acto
de responsabilidad para consigo mismo, indignarse cuando se vulneran los propios
derechos personales. Entonces soportar con indulgencias la violencia del cónyuge no
es sinónimo de amor.
Este trabajo concluye que violencia, adulterio, alcoholismo, drogadicción,
problemas económicos que acaban matrimonios, falta de colaboración en las labores
del hogar y lo que quiso significar la frase ³se acabó el amor´, son, como se dijo,
causas inmediatas, no son la causa primaria.
Otras personas enunciaron los celos, discusiones, problemas en la
comunicación, problemas con los familiares de la pareja, orgullo, desconfianza,
machismo, mentiras, poco tiempo porque ambos trabajan, en fin...todas estas quejas
fueron la chispa detonante que acabó el matrimonio según la interpretación de cada
uno de los encuestados, pero ese no es realmente el origen de estos fracasos
matrimoniales, se debe seguir ahondando.
Se observa que en estos casos hay fallas en la voluntad, o mejor aún, fallas en la
educación integral de la persona.
A lo largo de todo el trabajo se ha estudiado cómo las virtudes están implicadas
en la madurez para el matrimonio y que la virtud es el resultado de la lucha del
hombre por obrar de acuerdo a sus tendencias naturales venciendo las inclinaciones al
mal; o sea que esto se trata de una educación de la voluntad, en donde la persona no
juega un papel pasivo frente a su propia educación, sino que ella misma es quien se
esfuerza por aprender y ejercitarse en la virtud.
Por lo anterior, se concluye que el trasfondo de estos fracasos está en la
inmadurez. Esta inmadurez puede encontrarse en uno de los cónyuges, que
inevitablemente arrastra al otro y lo convierte en víctima, o también puede darse en
ambos.
Obviamente con respecto a las Perturbaciones Psiquiátricas, como su nombre lo
indica, son enfermedades y sobre ellas nadie decide tenerlas; sin embargo, muchas
enfermedades psicológicas, complejos, traumas que se arrastran, pudieran evitarse si
los padres asumieran su obligación con más responsabilidad.
con respecto al tercer objetivo, tristemente se concluye que los matrimonios no
buscan ayuda y esto es muy lamentable, porque queda el sinsabor de que muchos de
ellos pudieron haberse salvado.
De la ayuda buscada, la que tiene un porcentaje más bajo es la ayuda de tipo
religiosa; es decir, que la gente prefiere un amigo o un psiquiatra a la orientación de
la Iglesia. He aquí un cuestionamiento para cada uno de los miembros del Pueblo de
Dios, es decir para todos los bautizados, que justamente gracias a este sacramento de
iniciación que es el Bautismo, ingresa a la Iglesia haciéndose hijo en el Hijo e
integrante del Pueblo de Dios. Por lo tanto, si cada bautizado es Iglesia, tiene un
compromiso y una misión que se sintetiza fundamentalmente en el servicio. Total que
se sirve de muchas maneras pero siempre desde la caridad y se atienden muchos
aspectos de la vida humana; cada uno lo hace o puede hacerlo desde su propio estado
de vida«pero qué se está haciendo para combatir a este flagelo que es el divorcio?.

La madurez de la persona, entiéndase hombre o mujer, depende en buena parte


de la educación en las virtudes cardinales, según la Tradición escolástica: Prudencia,
Justicia, Fortaleza y Templanza. conviene asegurar la educación en ellas desde la
familia y la escuela; de tal modo que el matrimonio y el divorcio no son temas ajenos
a la educación sino que se encuentran estrechamente vinculados.
La persona debe aprender a controlar sus propias inclinaciones desde que está
pequeño, ya que cuando el hombre pierde el dominio de ellas, una de las primeras que
se desordena es la tendencia sexual. La castidad es la condición para su recto
desarrollo y en el período del noviazgo va encaminando la sexualidad sólo al ámbito
que le es propio: el matrimonio. Por lo tanto el noviazgo es la escuela para el
matrimonio. El tiempo de noviazgo debe ser vivido sin apuro, con pausa, que sea un
tiempo de conocimiento del otro, enmarcado por el respeto y el mutuo ejercicio de las
virtudes.
Para escoger al cónyuge se deben valorar todos los aspectos de la personalidad,
pero lo más importante es la formación moral de la persona, entendida como
formación para el amor recto, una educación en las virtudes; pues la formación
académica no es garantía de rectitud moral.
Es imprescindible recuperar el valor de las virtudes humanas en el proceso de
maduración de la persona, pero no entendiendo las virtudes como una costumbre ni
como un modo de comportarse, sino como hábitos reales, como virtudes vividas en su
plenitud y que hagan capaz a la persona para obrar el bien.
La edificación del matrimonio se da en la convivencia del día a día, en ese
luchar de ambos cónyuges, cada uno desde su propio rol, buscando más que su propio
bien el bien del otro, es ese buscar cómo hacer feliz al otro y así, si cada uno va en la
misma vía, pues el camino será el mismo, dirigido hacia su propio bien, hacia su
perfección y hacia la generación y educación de los hijos en ese clima de amor.
ciertamente el pilar fundamental de la familia deben ser los dos, el esposo y la
esposa, para que la responsabilidad recaiga sobre los hombros de los dos, porque así,
si son dos los que llevan el peso, se hace más ligero el caminar. Se enfatiza en la
necesidad de una lucha compartida. Si el matrimonio es entre dos, la lucha debe ser
entre esos dos; aunque a veces, muchas familias se han salvado por uno sólo de los
cónyuges lleno de madurez y sacrificio por el bien de los hijos.
conocer el proyecto de Dios, su ejecución libre para el matrimonio, puede ser
una buena guía para la estabilidad y la felicidad. Dios los quiere unidos para siempre
y les concede la gracia sacramental para amarse siempre y para educar los hijos hasta
su pleno desarrollo.
La principal recomendación que surge, es la urgente creación de una oficina en
la diócesis, dedicada a atender problemas matrimoniales y a todos los bautizados en
torno a la vida matrimonial; una oficina a la cual los laicos puedan acudir para buscar
orientación y ayuda; una oficina que realice seguimiento a los matrimonio en crisis;
que lleve a cabo una preparación al noviazgo y por supuesto, que haga un
acompañamiento a los divorciados.
La Iglesia debe conocer que hay una enorme cantidad de matrimonios en
conflicto que no se reflejan socialmente; otros viven por separado sin hacer de ello un
hecho legal; otros se separan legalmente, manteniendo el matrimonio; y por último,
otros optan por la ruptura más drástica que es el divorcio: la disolución del
matrimonio. Tal vez estos últimos sean una mínima proporción con respecto a los
otros.

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