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corazón: un corazón que está herido, que está humillado; un corazón al que
sólo el Corazón de Dios, que es el Corazón de Jesús, puede sanar y colmar.
El Señor promete a la samaritana que dentro de ella surgirá un
manantial de agua “que salta hasta la vida eterna”. Se trata del agua viva del
Espíritu Santo, que brotará del corazón de Cristo atravesado en la cruz por la
lanza del soldado: la sangre y el agua que brotarán de él, son el bautismo y la
eucaristía por los que recibimos el don del Espíritu Santo.
Me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será éste el Mesías? No se trata del
hecho material de que Jesús conozca lo que esa mujer ha vivido, sino del
hecho de que ella se siente comprendida por este hombre, entendida “desde
dentro” por él. Se trata de que Jesús conoce, no sólo lo que ha hecho, sino su
corazón y, por lo tanto, la dinámica interior de toda su vida. Y esto es lo que
sorprende a la samaritana y lo que le hace aparecer a sus ojos como verosímil
el que Jesús sea el Mesías. Pues nadie como Jesús entiende nuestro corazón
y por lo tanto comprende nuestra vida “desde dentro”.
El corazón, en efecto, es el centro de la persona, es el lugar donde se
anudan en nosotros todas las dimensiones de nuestro ser: la inteligencia, la
voluntad, la afectividad. El corazón es siempre la clave que explica nuestro
obrar. Pero esa clave es “un nudo” y por eso es tan difícil de conocer: El
corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿Quién lo conoce? (Jr 17,9). La
gente ve nuestras obras, pero no ve nuestro corazón. Sólo Dios ve el corazón:
La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las
apariencias, pero el Señor mira el corazón (1S 16,7). Aquel hombre, Jesús,
veía el corazón de aquella mujer y por eso entendía su manera de obrar, y por
eso la comprendía sin juzgarla y era capaz de suscitar en ella la esperanza.
Cuando los samaritanos dicen “él es, en verdad, el Salvador del mundo” están
precisamente diciendo esto: por fin hay Alguien que nos entiende, y que en vez
de juzgarnos y condenarnos, suscita en nosotros la esperanza de una vida
nueva, de un nuevo corazón con el que poder vivir de otra manera, en
conformidad perfecta con la voluntad de Dios.
Jesús viene también hoy a cada uno de nosotros y nos encuentra junto
al pozo, es decir, junto a los deseos de nuestro corazón. Él conoce bien todos
nuestros fracasos y nuestras incapacidades, y viene a ofrecernos su amistad,
su amor, y el don del agua viva que es su Espíritu Santo. Basta que nosotros
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reconozcamos la verdad de nuestra vida y se la entreguemos a Él. El
sacramento de la confesión es una manera privilegiada de hacerlo.