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Fórum Social Chileno, Chile, 19 a 21 de novembro de 2004

Um projeto Ibase, em parceria com ActionAid Brasil, Attac Brasil e Fundação Rosa
Luxemburgo

América latina:
salir del neoliberalismo, hacia un nuevo modelo

José Cademartori I.
Enero 2005

La denominación de capitalismo “neoliberal” como la etapa que ha caracterizado la


economía latinoamericana desde la década de los ochenta hasta el presente ha
alcanzado una amplia aceptación entre los economistas críticos del continente y de
otros países. Así también, para referirnos a los rasgos dominantes en la economía
mundial, un gran consenso se ha formado en torno a los términos de “globalización
neoliberal” o capitalismo neoliberal, destacándose el papel del capital transnacional.
No se trata de sustituir otros rasgos, como la naturaleza monopolista e imperialista
que el capitalismo adquirió a fines del siglo XIX , según los clásicos análisis de
Hobson, Hilferding, Luxemburgo y Lenin, los cuales mantienen plenamente su
vigencia.

En una breve síntesis, el neoliberalismo propugna el abandono del estado de sus


responsabilidades sociales como la salud, la educación, la previsión, el pleno
empleo y la nacionalización de los recursos naturales básicos, a la vez que otorga
toda clase de subsidios y normas que privilegian a los sectores más poderosos del
capital. Las privatizaciones de servicios y empresas estatales, el desmantelamiento
de los derechos laborales, el abandono de la protección a la industria y agricultura
nacionales y su reemplazo por el “libre” mercado, donde imperan los monopolios y la
inversión privada transnacional, son otras tantas expresiones de las políticas
neoliberales. A lo largo del último decenio, los perdedores -vastos sectores de
asalariados, pequeños empresarios, trabajadores de la cultura, jóvenes, mujeres y
pueblos indígenas- han tomado conciencia de sus consecuencias. Hoy se reconoce,
hasta en el Banco Mundial, que la pobreza absoluta se ha intensificado en muchos
países, se ha incrementado la precariedad de la vida laboral, se ha hecho cada vez
más injusta la distribución de la riqueza y los ingresos. El libre mercado ha traído
aumentos brutales de las jornadas de trabajo y del desempleo, descomposición de
la familia y expansión del narcotráfico y de la delincuencia. Las crisis cíclicas
inherentes al capitalismo, acentuadas por la globalización y la especulación
financiera, se han hecho más frecuentes y más profundas.

En Latinoamérica, el modelo económico neoliberal exigió cambios políticos


regresivos. Los golpes de estado y las dictaduras militares fueron determinantes
para su implantación en diversos países. En otros casos, para llevar a la práctica el
Consenso de Washington, los regímenes civiles adoptaron marcados rasgos
antidemocráticos, expandieron los aparatos y las leyes represivas para enfrentar las
manifestaciones de descontento, concentraron y uniformaron los medios de
comunicación masiva, acentuaron el presidencialismo, la tecnocracia, debilitaron la
facultades fiscalizadora, restringieron las opciones electorales de los disidentes y
redujeron los derechos sociales. El resultado ha sido el desprestigio de las
democracias neoliberales que se extiende a los gobiernos, al parlamento, al aparato
judicial y deslegitima los mandatos electorales mediante un creciente
abstencionismo de la ciudadanía, ante opciones que sólo son más de lo mismo. La
corrupción que asoma constantemente en los ámbitos del poder alimenta la
desconfianza en los políticos y en los partidos que se turnan o reparten el poder, sin
que se vean los cambios positivos que prometen los candidatos y reclaman las
bases sociales. Las crisis políticas y la ingobernabilidad han proliferado en el
continente: levantamientos populares, renuncias presidenciales forzadas,
decadencia de los partidos otrora reformistas que traicionaron a sus bases
populares para adoptar la agenda patronal y transnacional. No es casual la aparición
de nuevos movimientos sociales y políticos y nuevos líderes que se comprometen a
reestablecer los derechos democráticos y sociales, salir del modelo libremercadista y
defender la independencia nacional, ante las presiones del imperio del norte.

Venezuela es el caso más temprano y más avanzado del proceso que va desde la
crisis de la institucionalidad, hasta el comienzo de un nuevo paradigma: Desde el
caracazo, (la rebelión popular y la masacre de 1989) contra las brutales medidas
antipopulares del segundo y corrupto régimen de C.A.Pérez, sumados a las
sublevaciones militares del 93 que desembocaron en la destitución de ese
mandatario, hasta el referendum masivo del 2004 que reafirmó la voluntad
ciudadana de avanzar hacia una alternativa al neoliberalismo. Hitos de este proceso
de cambios fueron, la primera victoria presidencial de Hugo Chávez en 1998 que
sepultó el reparto bipartidista del poder, mantenido por más de 30 años; la nueva
constitución democrática que amplió los derechos populares en el 2000; el triunfo
sobre el golpe de estado de abril del 2002, la superación del golpe petrolero y la
reconquista de la industria para la nación en 2003, la atención prioritaria de las
necesidades sociales postergadas y el establecimiento de funciones reguladoras del
estado en la economía, en el comercio exterior y en el sistema financiero. A ello se
suma el renacimiento de la estrategia bolivariana por la integración latinoamericana.

El nuevo gobierno de Argentina surgió después de la catástrofe económica a que


condujo el modelo aplicado por Menem y De la Rúa y que desembocó en la más
severa crisis política del país. En Brasil, el intento de continuar el neoliberalismo de
H.Cardoso fue derrotado por una amplia coalición de centro-izquierda con un
categórico respaldo popular. En ambos países se asiste a un viraje positivo en
política exterior, no exento de vacilaciones y de resistencias. Ambos gobiernos
presentan diferencias entre sí, de acuerdo con las correlaciones políticas iniciales.
También con respecto a Venezuela, especialmente en lo que respecta a la decisión
para enfrentar a las fuerzas retardatarias, llevar a cabo los cambios internos
prometidos y estimular el protagonismo popular. Por un lado, el Presidente Lula ha
inaugurado una política exterior amistosa hacia Cuba y de cooperación con
Venezuela, desplegado iniciativas para la formación del G-20 como bloque de
países en desarrollo y, a la vez, de impulsos hacia la integración sudamericana y de
fortalecimiento del Mercosur. Por otro lado, continúa una política económica interna
neoliberal, de sometimiento al FMI, al capital transnacional y financiero, lo que frena
las posibilidades de un nuevo modelo de desarrollo nacional y de cumplimiento de
los programas sociales como la reforma agraria. Al mismo tiempo acepta un efectivo
aumento del salario mínimo, respaldado con una fuerte movilización de los
sindicatos. En cuanto al Presidente Kirchner muestra un decidido apoyo a las
demandas de los movimientos de DD.HH, un enérgico ataque a la corrupción policial
y judicial, una concreta cooperación con Venezuela, nuevos bríos a la integración
latinoamericana y una abierta resistencia a las exigencias del FMI y sus acreedores
internacionales. La notable recuperación económica que se apartó de los marcos
neoliberales, más algunos mejoramientos para los sectores más desposeídos, está
reduciendo los sorprendentes indicadores de miseria y desempleo que dejó la crisis
neoliberal, aunque los avances son insuficientes. Siguen pendiente las odiosas
desigualdades, así como el nuevo modelo alternativo al neoliberalismo. En ambos
países, las oligarquías se oponen implacablemente al nuevo curso y preparan el
retorno de regímenes incondicionales a los poderes fácticos.

En Uruguay, Tabaré Vásquez – señalado como el primer Presidente de izquierda


en su historia- triunfó a fines del 2004, con un respaldo ciudadano mayoritario. Este
es también el triunfo del Frente Amplio, histórico movimiento popular, en alianzas
con sectores de centro. Es significativo además que el pueblo uruguayo, incluso más
allá del arco vencedor, se viene pronunciándose plebiscitariamente por la propiedad
pública de industrias básicas, como telecomunicaciones, energía y sanitarias. Con
todo, se estima que Tabaré Vásquez seguirá lineamientos más moderados y
parecidos a sus dos grandes vecinos que a los de Venezuela. A los cambios
políticos en el Cono Sur se suman otros más que se proyectan, como los resultados
electorales recientes en El Salvador y Nicaragua que otorgaron importantes
avances al F.F.Martí y a los sandinistas, respectivamente. En México y Perú, los
sondeos insinúan cambios hacia la izquierda, mientras en Bolivia y Ecuador
continúa la crisis de gobernabilidad, impulsada por la potente resistencia popular. En
Chile, tiene lugar el estreno exitoso y sorpresivo para algunos, de una nueva
coalición de izquierda –Juntos Podemos- en los comicios municipales, mientras la
Concertación gobernante sufre un retroceso y la derecha, un revés considerable.
Todas estas tendencias confirman que en nuestro continente siguen predominando
potentes vientos en dirección a cambios progresistas.

Uno de los temas decisivos del viraje que está en perspectiva tiene que ver con las
relaciones con los Estados Unidos. A este respecto, cómo está cambiando el clima
en nuestro continente, lo muestra una encuesta de Zogby International y la Escuela
de Negocios de la Universidad de Miami publicada por el Wall Street Journal en
Octubre de 2003. Realizada entre líderes de opinión y funcionarios destacados de
Latinoamérica, en su gran mayoría políticamente centristas, reveló que sólo un 18%
quiere que sus economías estén más integradas con EE.UU. La mayoría prefiere
hacerlo con otros países latinoamericanos o con Europa. Un abrumador 87% calificó
negativamente la política de Bush hacia la región.

En este clima no es casual el fracaso de las negociaciones que por diez años
impulsó Washington y sus transnacionales para instalar el Alca que debía haberse
firmado a fines del 2004. Esta derrota se debe en buena medida a las denuncias y
movilizaciones en contra del proyecto norteamericano que encontraron eco en
vastos sectores sociales y en los gobiernos de Venezuela, Argentina y Brasil, e
incluso en otros de menor poder relativo, donde el intento de los negociadores
norteamericanos de paliar mediante tratados bilaterales de libre comercio, el fracaso
del Alca, también encuentra resistencia, incluso en EE.UU. Ni Buenos Aires ni
Brasilia han rechazado oficialmente el Alca, pero han puesto, entre otras
condiciones, el levantamiento de los subsidios norteamericanos a sus exportaciones
agrícolas, vetan la exigencia norteamericana a favor de extender el monopolio de
sus patentes, resisten la privatización de los servicios sociales y se niegan al
desmantelamiento de controles a los movimientos financieros.

Todo apunta que en el segundo mandato de Bush las contradicciones entre la


superpotencia y nuestras naciones se van a agudizar. La Casa Blanca anuncia que
apoyará enérgicamente a sus aliados en cada país lo que significa una mayor
ingerencia en los asuntos internos. Acrecienta la presión y el bloqueo contra Cuba, a
pesar de su repudio en el mundo en el mundo entero, mientras continúan los
preparativos bélicos para una eventual invasión a la isla. Ha aumentado la
presencia del Pentágono en Colombia, siendo este país el cuarto en el mundo por la
asistencia norteamericana. Todo con la pretensión poco realista de derrotar a las
Farc, apreciación manifestada por militares neoteamericanos, sin importar el costo
social y humano de la intensificación de la guerra civil, ni los sentimientos
mayoritarios de los colombianos a favor de una salida pacífica y negociada al
conflicto interno. Los aparatos secretos que están siendo reforzados en
presupuesto, atribuciones y personal, buscarán desestabilizar Venezuela y derribar a
Chávez, por cualquier medio, incluido el asesinato. Hay bases militares del
Pentágono en Guantánamo, Puerto Rico, Guatemala, Honduras, El Salvador, Aruba,
Curazao y Ecuador y se planean otras en el Cono Sur. Ha aumentado el personal
militar latinoamericano que se entrena en EE.UU y las ventas de armas a la región.
El Comando Sur del Ejército norteamericano adquiere mayor presencia como
interlocutor político en el continente, apuntando como potenciales enemigos
“terroristas” a los movimientos sociales como los campesinos sin tierra de Brasil y
Paraguay, los piqueteros de Argentina o los indígenas ecuatorianos y bolivianos. En
el lenguaje de algunos políticos norteamericanos se instaló la consigna de un “eje
del mal” latinoamericano (Cuba, Venezuela, Brasil) y un llamado “populismo radical”
para descalificar a los movimientos de izquierda y gobernantes que trabajan por la
independencia de nuestra región. (Le Monde Diplomatique, diciembre 2004, Edición
chilena, pags 19 y 20)

Las ansias seculares de los desposeídos del continente pueden verse enfrentadas
una vez más, a una combinación de acciones violentas o terroristas junto a políticas
demagógicas. En los años setenta, para detener los procesos de liberación en el
continente, la derecha recurrió a los golpes de estado y a las dictaduras militares.
Gracias a que en todo el continente la lucha heroica contra las masacres, las
torturas y otras violaciones brutales a los derechos humanos ha creado un gran
consenso de repudio a tales métodos políticos, no es nada fácil que sus autores
puedan repetirlos con el éxito de entonces. El rechazo popular instantáneo al golpe
de estado de abril en Venezuela, respuesta triunfante, sostenida por un amplio
sector de las propias Fuerzas Armadas, sentó un precedente de proyecciones
históricas en el continente. Las intervenciones militares norteamericanas en nuestros
países para derribar gobiernos insumisos como en Granada y Panamá, si bien
lograron sus propósitos, se trató de países pequeños y de situaciones no definitivas.
Para la ocupación de Irak, el Pentágono sólo consiguió el apoyo de El Salvador,
Honduras, Nicaragua y República Dominicana, pero el rechazo de México y Chile,
respaldado por la mayoría de las naciones sudamericanas y del Caribe.
Lamentablemente en Haití, Bush ha tenido éxito en comprometer a Chile, Argentina,
Brasil y otros gobiernos latinoamericanos para sustituir a los marines por soldados
latinoamericanos, incluso a costo latinoamericano, con el peligro de nuevas y justas
sublevaciones de los haitianos, ante una ocupación foránea indefinida que no
resuelve ninguna de sus graves carencias.

Washington intenta formar un bloque de gobernantes incondicionales a sus fines


imperiales, para oponerlo al supuesto eje del mal latinoamericano. Espera contar
con los gobernantes de Colombia, México, Chile, Perú y Ecuador, además de toda
Centroamérica. Esta maniobra no ha prosperado por diversas razones. En
Colombia, Uribe aunque, según las encuestas goza de popularidad como para lograr
su reelección, enfrenta una creciente oposición popular civil que ya se manifestó en
las elecciones municipales y en el rechazo a algunas de sus reformas
constitucionales regresivas, En México, el trato que la Casa Blanca ha dado a las
propuestas de Fox a favor de los mexicanos emigrados a EE.UU ha sido tan
humillante que Fox se vengó reestableciendo relaciones con Cuba, pidiendo su
ingreso al Mercosur y rechazando la invasión a Irak. A lo anterior hay que agregar el
creciente descontento mexicano por la aplicación del TLC y por los intentos
neoliberalizadores de Fox. Los mandatarios de Lima y Quito se encuentran sumidos
en una profunda impopularidad e inestabilidad. En cuanto a Chile, se manifestó un
notorio sentimiento ciudadano contra la invasión a Irak y la presencia de Bush en
Santiago con motivo de la APEC, marcha que movilizó a más de 50.000 personas,
particularmente jóvenes.
El panamericanismo y su órgano político la OEA que tantos frutos rindió a EE.UU en
el pasado se muestra también inoperante para seguir sus directivas, además de que
sus altos funcionarios han caído en escándalos de corrupción. Por un lado, está el
grupo de países anglófonos y francófonos del Caribe que no pocas veces se ha
negado a las pretensiones más intervencionistas de Washington, como se opuso a
la intervención en Haití. Están también los gobiernos del Grupo de Río que en
algunas materias se apartan de las demandas norteamericanas. La crisis de la OEA
quedó de manifiesto en el fracaso de los intentos del Departamento de Estado de
condenar a Chávez y validar el golpe de estado del 11 de Abril y luego ante la
imposibilidad de desconocer la limpia victoria chavista en el Plebiscito de Agosto del
2004.

Las amenazas de la globalización transnacional y la necesidad de una alternativa al


Alca plantean desafíos a los pueblos latinoamericanos, a la gran mayoría de los
cuales les resulta prácticamente imposible contar con los especialistas y otros
recursos para defender solos sus intereses nacionales en negociaciones
comerciales o económicas con las transnacionales y las grandes potencias. Una
nueva mirada se impone a las posibilidades integracionistas que pueden
establecerse al sur del Río Bravo. Para esto es necesario revisar los procesos que
están en marcha desde ya varias décadas, aunque con avances y retrocesos.

Uno de los más antiguos es el del Mercado Común Centroamericano (MCCA) que
une a cinco países de la región (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y
Costa Rica) desde 1960 y el sistema de integración centroamericana (SICA) al cual
pertenecen además Belice y Panamá. Estos procesos han traído un crecimiento
importante del comercio mutuo y cierto desarrollo industrial interno, lo que ha
compensado parcialmente la dependencia del mercado de EE.UU y las fuertes
caídas de los precios de las materias primas. No obstante, el curso del MCCA está
tensionado por las dos corrientes opuestas. Una, el marco neoliberal interno que
persiguen sus gobernantes y la estrategia norteamericana que busca
exclusivamente extraer los ricos y casi vírgenes recursos naturales, así como la
mano de obra “maquilera” de la región mediante sus transnacionales. A este fin se
busca imponer el TLC de EE.UU con Centroamérica y el Plan Puebla Panamá. La
otra corriente contrapuesta es la que empujan los sectores nacionales y fuerzas
populares en busca de un desarrollo autónomo y cooperativo de los estados
miembros. Es precisamente en El Salvador y Nicaragua, los países con los más
avanzados movimientos de izquierda, donde los objetivos integracionistas como
procesos de unificación más que de mero librecomercio neoliberal han calado más
en la opinión pública.

El segundo esquema es la Comunidad del Caribe (Caricom). Está constituida por 15


estados insulares (Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Dominica ,
Granada, Guyana, Haití , Jamaica, Monserrat, San Kitts y Nevis, Santa Lucía, San
Vicente y las Granadinas, Surinam y Trinidad y Tobago). Este proyecto avanza hacia
la creación de una Corte de Justicia del Caribe, lleva adelante la creación de un
mercado único donde está aumentando el comercio mutuo y hace esfuerzos para
uniformar las políticas macroeconómicas de sus miembros. El Caricom progresa en
la conformación de una política común frente a terceros países o bloques externos y
ha tenido algún éxito en actuar conjuntamente, con una sola voz en las
negociaciones internacionales, como en la OMC y en el Alca.

El tercer esquema es la Comunidad Andina de Naciones (CAN). Está constituida por


Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, con una población de 105 millones
de habitantes. Este grupo ha creado un Parlamento Andino y un Tribunal de Justicia.
Posee importantes órganos financieros comunes que han demostrado su eficacia,
como son la Corporación Andina de Fomento (CAF) y el Fondo Latinoamericano de
Reservas. (FLAR) Funcionan también convenios de salud, trabajo y educación
superior y hay acuerdos para reducir los gastos militares nacionales. Un logro de la
CAN es la coordinación de posiciones en las negociaciones con terceros países o
grupos de países en foros internacionales. Se adoptó un Arancel Externo Común
que inicialmente cubre un 60% del universo arancelario. Desde su fundación su
comercio mutuo aumentó más de cinco veces en importancia con relación al
comercio externo total, aunque todavía sus niveles son bajos. Existen regímenes
comunes para la inversión extranjera y la propiedad industrial. Se trabaja asimismo
en alcanzar convergencia en materias macroeconómicas.

El cuarto, el mayor esquema subregional y el más reciente, es el Mercado Común


del Sur. (MERCOSUR) Formado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay reúne
más de 215 millones de habitantes. Sus objetivos son: crear un mercado conjunto
con libre circulación de productos; un arancel externo y una política comercial común
ante terceros países o bloques de países; una unificación de posiciones en foros y
negociaciones internacionales; y una coordinación de políticas macroeconómicas y
sectoriales internas. Algunos logros evidentes del Mercosur son el aumento del
comercio mutuo que, con altibajos, ha resistido crisis económicas graves en cada
uno de los países; la eliminación de la mayor parte de los aranceles intrabloque y el
establecimiento del arancel externo común. Hay adelanto en la cooperación para la
investigación científica y en el reconocimiento de títulos universitarios. También se
registran éxitos en las negociaciones conjuntas con terceros países o bloques como
la Unión Europea, EE.UU, Asean, etc. Hay expresiones de solidaridad y de
coordinación política y se construye el sistema de solución de controversias
comerciales. Se ha creado un espacio, aún muy insuficiente, desde el punto de vista
cuantitativo, para la participación de las centrales sindicales, organizaciones
campesinas, cooperativas y pymes. Dado el predominio de las políticas neoliberales
en los gobiernos integrantes, el Mercosur se ha centrado hasta ahora más en los
temas comerciales que interesan al capital privado y a las transnacionales que en
los problemas sociales y políticos que preocupan más a los pueblos. Se necesita
cambiar los criterios de libre mercado y adoptar pautas comunes frente a las
inversiones transnacionales, los movimientos especulativos y otras regulaciones A
pesar del notorio desagrado de Washington y su intento de anularlo mediante el
ALCA, el Mercosur se abre paso. Al Mercosur se han adherido como estados
“asociados” Chile, Bolivia, Venezuela, Ecuador y Perú.

De las negociaciones entre el Mercosur y la CAN ha resultado finalmente el acuerdo


de crear la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN) conformada por todos los
estados situados en el subcontinente, es decir los cinco miembros de la CAN, los
cuatro del Mercosur, más Chile, Surinam y Guyana. Estos estados suman 17
millones de km cuadrados, el doble del territorio de EE.UU y reúnen 380 millones de
habitantes, -100 millones más que EE.UU. La CSN sería el primer productor y
exportador de alimentos, cuenta con el pulmón ecológico más importante del
planeta, posee enormes reservas hidráulicas y energéticas y una rica diversidad
biológica. El documento fundacional de la Comunidad, firmado en el Cusco el 8 de
diciembre del 2004 por los doce gobiernos, se propone una concertación y
coordinación política y diplomática, profundizar la convergencia entre Mercosur,
Comunidad Andina, Chile, Surinam y Guyana, adelantar la integración física,
energética y comunicacional y desplegar la cooperación científica, cultural y
educacional. También contempla enunciados propios de la ideología neoliberal
cuando se refiere a “perfeccionar una zona de libre comercio” y “promover la
interacción entre las empresas y la sociedad”. Frente a la creación de la Comunidad
Sudamericana se han manifestado diversas reacciones. Desde desagrado
manifiesto en la prensa norteamericana por el carácter “político” de sus propósitos
hasta reservas y menosprecio en círculos de derecha del continente. Gobernantes
como Uribe, Lagos y otros tratarán, desde dentro de la Comunidad, de hacer pesar
sus fuertes compromisos con la Casa Blanca, lo cual dificultará sus progresos. En
cambio, expresiones de optimismo se encuentran en los gobiernos de Venezuela y
Brasil y algo menos en Argentina que han sido los principales promotores de la
iniciativa y esperanzas en sectores progresistas de los demás países, especialmente
en los más pobres.

Con la siglo de Alba (Alternativa Bolivariana para Las Américas) el Presidente


Chávez es el gran impulsor de nuevas políticas integracionistas. La importante
declaración conjunta de Hugo Chávez y Fidel Castro del 14 de diciembre sienta los
fundamentos de la alternativa al Alca y la globalización neoliberal. Se basan en
conceptos de justicia, hermandad y solidaridad que debe primar entre nuestras
naciones; trato preferente a los países de menor desarrollo; participación del estado
como regulador de la economía; complementariedad entre las economías y
protección coordinada del medio ambiente. Dentro de este lineamiento, Chávez ha
propuesto la creación de la Televisora del Sur para difundir nuestra realidad y los
valores comunes entre nuestros pueblos y una Empresa Multiestatal de Energía que
haga pesar en el mercado mundial nuestros intereses conjuntos, establecer
posiciones unidas ante el resto del mundo en las negociaciones multilaterales,
avanzar en normas generales de democratización de nuestros estados y trabajar por
la transparencia de los organismos internacionales. El ALBA ha comenzado a
plasmarse en la creación de la Comunidad Sudamericana y también en las nuevas
relaciones fraternales y de interés mutuo equitativo que están construyéndose entre
Venezuela y Cuba. Al intercambio de petróleo por servicios médicos y educacionales
ya iniciado, se agrega un variado número de acuerdos en áreas como transferencia
de tecnologías, programas de becas de estudio, concesiones arancelarias para el
comercio recíproco, ventajas mutuas en servicios de transporte, inversiones de
empresas estatales y turismo popular.

Es incuestionable que todos estos temas de la integración y las relaciones entre


latinoamericanos y caribeños, no pueden ser indiferentes para las fuerzas de
izquierda que trabajan para un futuro socialista del continente. Nada se puede
construir para este futuro socialista desde posiciones de indiferencia, desprecio o
rechazo destructivo. No sirve el argumento de que primero “la revolución “ hay que
hacerla en cada país y después veremos una comunidad socialista de naciones. Por
el contrario hay que empezar desde ya la colaboración y coordinación de las luchas
entre las fuerzas progresistas. Tampoco puede ser positivo sumarse acríticamente a
los proyectos que, a pretexto de la integración, pretenden postergar las reformas
internas o a afianzar la dependencia bajo la égida imperial o transnacional. A este
respecto sirve la experiencia de la construcción de la Unión Europea, a propósito de
la Constitución que está en debate, donde luchan dos posiciones: la de Europa del
capital y el neoliberalismo y la de la Europa social y de los derechos democráticos.
Por lo tanto, se necesita levantar iniciativas y alternativas independientes, fundadas
en el interés de los trabajadores y los pueblos en las que coincidamos todas las
fuerzas de izquierda y del progresismo consecuente. Los movimientos sociales, las
organizaciones sindicales, los partidos políticos de avanzada, los académicos e
intelectuales, estamos obligados a concertarnos en busca de estrategias y tácticas
comunes para edificar las nuevas relaciones integracionistas. Valga como un
modesto ejemplo, las iniciativas simultáneas aunque separadas, de comunistas y
humanistas chilenos, planeada de conjunto con organizaciones políticas sociales
afines de Perú y Bolivia, que se plasmaron en los dos seminarios realizados en
Septiembre 2004 en Iquique, Chile. En este Primer Encuentro Trinacional se
reafirmó la concepción bolivariana de integración latinoamericana y se calificó a la
formación de bloques económicos regionales, como un primer paso de unión de
esfuerzos para insertarse con mayor autonomía en la economía internacional, Allí se
rechazó los intentos chovinistas, de uno u otro origen, para separar a nuestros
pueblos y se abogó por una solución pacífica y equitativa a la reivindicación marítima
boliviana.

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