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Um projeto Ibase, em parceria com ActionAid Brasil, Attac Brasil e Fundação Rosa
Luxemburgo
América latina:
salir del neoliberalismo, hacia un nuevo modelo
José Cademartori I.
Enero 2005
Venezuela es el caso más temprano y más avanzado del proceso que va desde la
crisis de la institucionalidad, hasta el comienzo de un nuevo paradigma: Desde el
caracazo, (la rebelión popular y la masacre de 1989) contra las brutales medidas
antipopulares del segundo y corrupto régimen de C.A.Pérez, sumados a las
sublevaciones militares del 93 que desembocaron en la destitución de ese
mandatario, hasta el referendum masivo del 2004 que reafirmó la voluntad
ciudadana de avanzar hacia una alternativa al neoliberalismo. Hitos de este proceso
de cambios fueron, la primera victoria presidencial de Hugo Chávez en 1998 que
sepultó el reparto bipartidista del poder, mantenido por más de 30 años; la nueva
constitución democrática que amplió los derechos populares en el 2000; el triunfo
sobre el golpe de estado de abril del 2002, la superación del golpe petrolero y la
reconquista de la industria para la nación en 2003, la atención prioritaria de las
necesidades sociales postergadas y el establecimiento de funciones reguladoras del
estado en la economía, en el comercio exterior y en el sistema financiero. A ello se
suma el renacimiento de la estrategia bolivariana por la integración latinoamericana.
Uno de los temas decisivos del viraje que está en perspectiva tiene que ver con las
relaciones con los Estados Unidos. A este respecto, cómo está cambiando el clima
en nuestro continente, lo muestra una encuesta de Zogby International y la Escuela
de Negocios de la Universidad de Miami publicada por el Wall Street Journal en
Octubre de 2003. Realizada entre líderes de opinión y funcionarios destacados de
Latinoamérica, en su gran mayoría políticamente centristas, reveló que sólo un 18%
quiere que sus economías estén más integradas con EE.UU. La mayoría prefiere
hacerlo con otros países latinoamericanos o con Europa. Un abrumador 87% calificó
negativamente la política de Bush hacia la región.
En este clima no es casual el fracaso de las negociaciones que por diez años
impulsó Washington y sus transnacionales para instalar el Alca que debía haberse
firmado a fines del 2004. Esta derrota se debe en buena medida a las denuncias y
movilizaciones en contra del proyecto norteamericano que encontraron eco en
vastos sectores sociales y en los gobiernos de Venezuela, Argentina y Brasil, e
incluso en otros de menor poder relativo, donde el intento de los negociadores
norteamericanos de paliar mediante tratados bilaterales de libre comercio, el fracaso
del Alca, también encuentra resistencia, incluso en EE.UU. Ni Buenos Aires ni
Brasilia han rechazado oficialmente el Alca, pero han puesto, entre otras
condiciones, el levantamiento de los subsidios norteamericanos a sus exportaciones
agrícolas, vetan la exigencia norteamericana a favor de extender el monopolio de
sus patentes, resisten la privatización de los servicios sociales y se niegan al
desmantelamiento de controles a los movimientos financieros.
Las ansias seculares de los desposeídos del continente pueden verse enfrentadas
una vez más, a una combinación de acciones violentas o terroristas junto a políticas
demagógicas. En los años setenta, para detener los procesos de liberación en el
continente, la derecha recurrió a los golpes de estado y a las dictaduras militares.
Gracias a que en todo el continente la lucha heroica contra las masacres, las
torturas y otras violaciones brutales a los derechos humanos ha creado un gran
consenso de repudio a tales métodos políticos, no es nada fácil que sus autores
puedan repetirlos con el éxito de entonces. El rechazo popular instantáneo al golpe
de estado de abril en Venezuela, respuesta triunfante, sostenida por un amplio
sector de las propias Fuerzas Armadas, sentó un precedente de proyecciones
históricas en el continente. Las intervenciones militares norteamericanas en nuestros
países para derribar gobiernos insumisos como en Granada y Panamá, si bien
lograron sus propósitos, se trató de países pequeños y de situaciones no definitivas.
Para la ocupación de Irak, el Pentágono sólo consiguió el apoyo de El Salvador,
Honduras, Nicaragua y República Dominicana, pero el rechazo de México y Chile,
respaldado por la mayoría de las naciones sudamericanas y del Caribe.
Lamentablemente en Haití, Bush ha tenido éxito en comprometer a Chile, Argentina,
Brasil y otros gobiernos latinoamericanos para sustituir a los marines por soldados
latinoamericanos, incluso a costo latinoamericano, con el peligro de nuevas y justas
sublevaciones de los haitianos, ante una ocupación foránea indefinida que no
resuelve ninguna de sus graves carencias.
Uno de los más antiguos es el del Mercado Común Centroamericano (MCCA) que
une a cinco países de la región (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y
Costa Rica) desde 1960 y el sistema de integración centroamericana (SICA) al cual
pertenecen además Belice y Panamá. Estos procesos han traído un crecimiento
importante del comercio mutuo y cierto desarrollo industrial interno, lo que ha
compensado parcialmente la dependencia del mercado de EE.UU y las fuertes
caídas de los precios de las materias primas. No obstante, el curso del MCCA está
tensionado por las dos corrientes opuestas. Una, el marco neoliberal interno que
persiguen sus gobernantes y la estrategia norteamericana que busca
exclusivamente extraer los ricos y casi vírgenes recursos naturales, así como la
mano de obra “maquilera” de la región mediante sus transnacionales. A este fin se
busca imponer el TLC de EE.UU con Centroamérica y el Plan Puebla Panamá. La
otra corriente contrapuesta es la que empujan los sectores nacionales y fuerzas
populares en busca de un desarrollo autónomo y cooperativo de los estados
miembros. Es precisamente en El Salvador y Nicaragua, los países con los más
avanzados movimientos de izquierda, donde los objetivos integracionistas como
procesos de unificación más que de mero librecomercio neoliberal han calado más
en la opinión pública.