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EL DILUVIO

¿Por qué llenó Dios el mundo de sus propios hijos, si sabía que iba a
destruirlos con el diluvio? ¿Y por qué me dice este mismo Dios cómo debo
criar a mis hijos cuándo él ahogó los suyos?

(Robert G. Ingersoll, Some Mistakes of Moses)

¿Cómo podemos sostener, los cristianos, una mirada ecológica


comprometida, incluso desde la propia religión, y pensar en el diluvio,
probablemente la mayor catástrofe medioambiental de la historia,
como viniendo de parte de Dios? Es muy probable, incluso, que la
mayor parte de terremotos que ocurren hoy en día provengan de
aquel extraordinario y salvaje corrimiento de placas tectónicas, fruto
del diluvio (estoy escribiendo ahora para los creyentes que no ponen
en duda este suceso; ya que para otros, y sus razones tienen, es
mítico...).

¿Cómo pudo ser que el Creador del cielo y de la tierra (así pensamos
los creyentes), que con tanto cuidado dispuso las condiciones
necesarias para que la vida se abriera camino (la de los seres
humanos, animales y vegetales), estuviese detrás de la aniquilación
casi masiva de los seres vivientes, así como de la devastación que
ahora se produce con cada terremoto que de ese suceso proviene, o
del agresivo cambio climático consiguiente? Aquél que, según Jesús
dijo de forma hiperbólica, nos quiere tanto a todos que tiene contados
cada uno de nuestros cabellos, ¿cómo pudo ser capaz de arrasar de
aquella forma la casi totalidad de su creación?

Una mirada creyente sensible, sin prejucios tradicionalistas, puede


cuestionarse la veracidad de tal afirmación, y la causalidad divina de
aquella catástrofe. Al menos, a mí se me hace incompatible el Dios de
Jesús con el genocida (casi "pangicida") Dios de quien cree que el
Creador pudo estar detrás de todo aquello.

Y como necesito con toda mi alma comprender esta aparente


contradicción (yo diría este escandaloso malentendido) os propongo
una explicación al diluvio, ciertamente aventurada, pero a mi
entender más pegada al Dios que Jesús vino a revelarnos, y que
puede convertirse en un alegato ciertamente ecologista:

En el principio, el mundo que Dios echó a andar funcionaba


correctamente y era "bueno en gran manera". Pero todo lo que
funciona a la perfección (digamos, por ejemplo, un reloj suizo...),
necesita que cientos (en el caso de la Tierra, miles) de mecanismos,
cada uno con su función, realicen perfectamente su tarea
encomendada. En lo que respecta a nuestro planeta, recién salido de
las manos de Dios, el ser humano se constituye no en un mecanismo
más, sino quizá en el más importante. El Creador le cede "la gestión
de la creación".

Tras darle la espalda a Dios, el ser humano se convierte en un


"mecanismo ya imperfecto" que, lejos de sentirse garante del mundo
y de los seres que lo habitan, se constituye en "depredador de los
recursos naturales". Probablemente, además, la especie humana
gozaba, por aquel entonces, de una inteligencia y de un potencial
físico mucho mayores de los que ahora tenemos. Y estos recursos
humanos, puestos durante siglos al servicio de la depredación de un
planeta que necesitaba de un equilibrio extraordinario para funcionar,
bien pudieron trastocar de forma desastrosa el medioambiente. Bien
es sabido que basta la aparición de una especie extraña para que
todo un ecosistema se resienta. Quizá eso fue lo que ocurrió,
convirtiéndose, entonces, los propios hombres en esa especie
extraña. La catástrofe era inminente, casi inevitable.

Y Dios, que sabía lo que iba a ocurrir, advierte, a un hombre sensible,


de lo que va a ocurrir. Le propone construir un medio para salvarse
del desastre. Pero no sólo a él y a su familia, sino a toda la creación.
Por eso se lo dice 120 años antes de que ocurra. Para que todos
tengan tiempo de reflexionar y dejen atrás la locura depredadora en
la que están inmersos. Con esta advertencia pueden conseguirse tres
cosas, ya que, como ya sabemos, las profecías suelen ser
condicionales:

1. Que la humanidad caiga en la cuenta de su locura y deje de


esquilmar la Tierra y sus recursos, dándose una oportunidad de que la
catástrofe no ocurra...

2. Que la catástrofe ya no tenga vuelta atrás, y los seres humanos


tengan que hacer caso a Noé y construirse arcas que los salven a
ellos, y a todas las demás especies, de la destrucción natural que
está por producirse, y cuyo recuerdo frenará en gran medida su
locura depredadora actual...

3. Que la humanidad no haga caso a Noé, con lo que sólo él y su


familia, con un ramillete de especies animales (la cantidad de ellas
estará ya sujeta a la fabricación de un solo barco) puedan salvarse de
las consecuencias del cataclismo.

El relato del Génesis explica lo que ocurrió al final. Pero esta visión de
la mayor catástrofe que nuestro planeta haya sufrido (al menos hasta
ahora) se sujeta mejor al Dios de amor que Jesús nos propone,
siempre preocupado por sus criaturas y continuamente dispuesto a
advertirles de los peligros que conlleva su locura depredadora. Un
Dios que no destruye, sino que anuncia la destrucción que están
gestando los seres humanos, para que puedan tener la oportunidad
de salvarse de sus consecuencias. Pero un Dios, al fin, al que el don
sagrado de la libertad que ha otorgado a los hombres no le permite
cogerlos por la pechera y meterlos en un arca, en contra de su
voluntad.

Quizá suene a hermenéutica-ficción. Pero la alternativa de un Dios


genocida me parece más ficticia todavía. Y menos pegada a la
revelación del verdadero carácter de Dios que, para los cristianos,
Jesús nos propone...

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