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Trienal de Chile 2009: determinismos globales y


contingencias locales
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Cartografía expandida

Con el polémico antecedente de la última Bienal de Sâo Paulo y su negativa a reproducir el


esquema de las exposiciones internacionales, la Trienal de Chile —inaugurada el pasado 5
de octubre en Santiago— configuró una dinámica compleja en la cual se cruzan diversos
modelos de articulación curatorial, incluyendo exposiciones, residencias y coloquios en siete
ciudades del país, con el propósito de moderar las jerarquizaciones y asimetrías de la
escena artística local. Antofagasta, Iquique, Santiago, Valparaíso, Concepción, Temuco y
Valdivia, localidades que delinean unas condiciones de producción y circulación específicas,
dibujan una cartografía expandida de la visualidad en Chile, abierta a otros territorios
físicos y simbólicos.

Al norte y al sur, las experiencias de Antofagasta y Valdivia plantearon un tejido horizontal


de diálogos entre creadores nacionales y argentinos en las exposiciones “Otro Eje Norte-
Norte” y “Operación Pasamontañas”, respectivamente. También en el sur, en Concepción,
se llevaron a cabo los talleres del venezolano Juan Carlos Rodríguez y de la argentina
Patricia Hakim.

Al centro —en Santiago y Valparaíso— se insertaron proposiciones expositivas, clínicas y


talleres que trajeron al país distintas propuestas del arte continental, entre las que se
encuentran las muestras “Una Mirada Múltiple, El Museo del Barro” (Paraguay) y “Lo Impuro
y lo Contaminado 3. Pulsiones (Neo) Barrocas en las Rutas de Micromuseo” (Perú), ambas
en Santiago; así como “Arte/Latinoamérica: Estados de Sitio” en Valparaíso.

Finalmente, tres proyectos expositivos voltearon la mirada hacia el arte chileno:


“Territorios de estado” sobre el paisaje y la cartografía en el siglo XIX, “El terremoto de
Chile” en torno a las producciones artísticas más recientes y “Aiwin. La Imagen de la
Sombra”, conformada a partir del taller desarrollado por las chilenas Andrea Josch y
Claudia Astete y el venezolano Nelson Garrido, con miembros de las comunidades
mapuches de Temuco, San Juan de la Costa y Cerro Navia, esta última ubicada en
Santiago.

Añádase a lo anterior, el programa de apoyo a las ediciones locales que permitió la


publicación de las revistas alternativas Plus 6 y Animita 13, ambas coordinadas por
colectivos asentados en la región del Bio Bio. Dichas iniciativas, de corte crítico y
experimental, articularon sus enfoques sobre un principio relacional, atento a las demandas
de su propio contexto.

En resumidas cuentas, el mapa de acciones diseñado por el curador paraguayo Ticio


Escobar para la Trienal de Chile replanteó el modelo centralista, generalmente circunscrito
a una macroexposición, para extenderse por toda la geografía nacional.

Cuestión de fondo: la trienal y sus públicos

A propósito del debate que se está desarrollando en torno al papel de las Bienales
internacionales y el arte contemporáneo, la Trienal de Chile asumió este reto evitando la
espectacularización del hecho artístico, buscando repensar simultáneamente la topografía
institucional del arte y las coordenadas geográficas en que éste se inscribe. Más que
establecer límites y demarcar fronteras, el proyecto curatorial de Ticio Escobar se mueve
en una zona difusa en la cual se operan fugas, desplazamientos e intercepciones de
carácter simbólico. Esa perspectiva consagra igual interés al desarrollo de las escenas
locales en Chile y a su interacción con el panorama general del arte latinoamericano, sin
excluir los inevitables efectos de la cultura global.

Tanto en el Coloquio de Santiago como en un encuentro sostenido con el curador general de


la Trienal de Chile en Lota se discutió en torno a la condición diseminada de la Trienal y sus
públicos, ante la preocupación de que el esfuerzo realizado para la producción del evento
quedara confinado a sectores minoritarios o especializados. El curador sostuvo la tesis de
que la efectividad de un proyecto cultural no se mide o evalúa estadísticamente por la
cantidad de espectadores y cuestionó el uso de mecanismos espectaculares para atraer la
atención de los visitantes.

Lo cierto es que las distintas acciones enmarcadas en la Trienal configuran un archipiélago


de límites borrosos y cuya totalidad sólo puede ser aprehendida desde la óptica de su
editorialidad contingente. Es decir, el sentido del proyecto no se encuentra en un solo
punto, sino en la configuración de un itinerario complejo al cual se accede mediante
diversos soportes de inscripción que obedecen a las expectativas y potencialidades de cada
localidad y en función de interlocutores específicos. Esta concepción implica un
desplazamiento del concepto tradicional de público como un rebaño homogéneo a la idea de
una audiencia diferenciada, más interesada en la calidad de la recepción que en la
cantidad.

Revisión crítica de los estatutos museales

Al menos dos de los proyectos expositivos incluidos en la Trienal de Chile reflexionan


explícitamente sobre la musealidad. Uno de ellos lo hace, sin circunscribirse
específicamente a ella, a partir de la colección del Museo del Barro de Paraguay, ámbito
donde conviven, sin sobresaltos ni conflictos, el arte popular urbano, las creaciones de los
pueblos originarios, la tradición colonial y las prácticas de creación contemporáneas; todo
ello bajo una cuidadosa selección de piezas que abarcan los medios más diversos, de la
cerámica a la instalación, pasando por la pintura, el dibujo, la talla, el ensamblaje, los
tejidos y el tatuaje.

El otro proyecto es el Micromuseo de Perú, marcadamente inclinado hacia las expresiones


de hibridación simbólica que se manifiestan en el imaginario contemporáneo, producto del
intercambio de imágenes y referencias de diferente procedencia. La muestra, desplegada
en el Museo de Arte Contemporáneo de Chile, desafía la severidad neoclásica de este
recinto museal, en tanto que espacio canónico. La ironía se hace un tanto más enfática en
la medida en que esta operación acontece dentro del perímetro de una edificación de
apariencia monumental y solemne.

Los casos comentados operan un giro excepcional en el ámbito de la cultura


latinoamericana, desplazando su interés hacia una concepción más amplia del patrimonio y
la memoria, al tiempo que introducen un enfoque heterocrónico de la contemporaneidad en
el cual conviven distintas prácticas y sensibilidades estéticas.

Documentos y recomposición de memorias dispersas

Otras dos exposiciones retoman el problema de la memoria y el documento en la


construcción de genealogías inéditas, a partir de registros impresos y audiovisuales. “El
espacio insumiso” (Centro Cultural Palacio La Moneda) toma como norte un conjunto de
publicaciones críticas y experimentales, vinculadas al surgimiento de la Escena de Avanzada
durante la década del setenta en Chile, planteamiento que se resuelve con una puesta en
escena depurada y funcional.

El otro caso corresponde a la sección histórica de la muestra “Arte/Latinoamérica: Estados


de Sitio” en cuyo marco se incluyen las propuestas de varias agrupaciones continentales
activas entre las décadas del sesenta y el ochenta como el Grupo de Artistas de Vanguardia
de Rosario (Argentina, 1968); el Taller 4 Rojo (Colombia, 1972-1976); el Colectivo EPS
Huayco (Perú, 1980-1981); el No-Grupo (México, 1977-1983) y el Colectivo Acciones de
Arte – CADA (Chile, 1979-1985). En esta ocasión, la labor experimental de estos colectivos
es confrontada con una selección de trabajos de autores contemporáneos.

Aparte de esto, es importante destacar la propuesta del ciclo de cine y video-arte


“Laberinto de visibilidad: Audiovisual experimental en los años de dictadura”, la cual
recupera una serie de materiales realizados en Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile
que se mueven entre la metáfora y la denuncia, intentando mostrar la manera en que las
circunstancias históricas coadyuvaron en la configuración de una estética de carácter crítico
y de resistencia simbólica.

Contra la visión totalizadora, sustentada en axiomas irrevocables, la Trienal de Chile se


presenta como un proyecto diseminado que exhibe sus mejores oportunidades y desafíos en
los bordes de lo artístico y lo social, acaso en esa zona de penumbras y resplandores que
se encuentra en el horizonte mismo de la experiencia visual y más allá de los
determinismos globales.

Por Félix Suazo


Crítico de arte cubano-venezolano, curador de El Periférico, espacio de arte
contemporáneo de Caracas.

19 de Diciembre de 2009 10:42

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