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Antonio Fernández Benayas

KARL MARX
Dedicatoria
A María Luisa Herrera Ramírez, la hermosa, pa-
ciente y generosa mujer a quien debo los mejores
años de mi vida y mucho de lo necesario para nun-
ca desanimar.

ISBN: 978-1-4092-9281-4

2
INTRODUCCIÓN

E n su libro “Marx, Engels y el Marxismo”, dogmatizaba


Lenín: “La doctrina de Marx surge como continuación di-
recta e inmediata de las doctrinas de los más grandes represen-
tantes de la filosofía, la economía política y el socialismo... Es
omnipotente porque es exacta. Es completa y armónica, dando
a los hombres una concepción del mundo íntegra, irreconcilia-
ble con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa
de la opresión burguesa. Es la legítima heredera de lo mejor
que creó la humanidad en el siglo XIX bajo la forma de filoso-
fía alemana, economía política inglesa y socialismo francés”.
De hecho, Marx nunca pretendió romper enlaces con sus
predecesores “progresistas”. Nos lo deja claro Federico
Engels, su colaborador, amigo incondicional y albacea testa-
mentario cuando afirma: “estamos orgullosos de haber nacido
no solamente de Saint Simon, Fourier y Owen, sino también
de Kant, Fichte y Hegel”, todos ellos “progresistas” según la
catalogación al uso.

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Puesto que a tales personajes no les concedemos la ciencia
infusa por el solo hecho de ser profusamente citados (¿qué hay
de la probada veracidad de sus postulados?), podemos muy
bien atrevernos a tratar sus aportaciones con prudencia críti-
ca; por lo mismo, haremos otro tanto con quien es presentado
como su heredero natural, Karl Marx, nadando, incluso, contra
la corriente de la simple autoridad de los nombres, que tantas
veces sirven de tapadera a una probada nada substancial: Si la
Prudencia Crítica es una elemental exigencia del sano discu-
rrir en libertad, buena es la cautela que ya recomendó Pablo de
Tarso ante la presunta ciencia de “los que no saben ni siquiera
la forma de saber lo poco que saben” (1 Cor 2, 6-16).
Para pisar más firmemente en esa deseable Prudencia Críti-
ca, podemos imaginar los resultados de una posible doble ex-
periencia: Para reflexionar sobre cualquier cuestión de interés
general podríamos reunir en sendas habitaciones cerradas a un
grupo de intelectuales de pro y a otro grupo de “personas de a
pie” sin otros condicionantes de reflexión que el análisis de las
cosas del día a día. Dejémosles discurrir a sus anchas para pre-
guntarles enseguida el resultado de sus deliberaciones... Re-
sulta fácil suponer que el grupo de los intelectuales de pro
presentará tantas opiniones como deliberantes mientras que
bien pudiera suceder que en el grupo de las personas de a pie
hubiera logrado apreciable cantidad de adeptos uno o dos
criterios de puro sentido común.
¿Nos llevará esa Prudencia Crítica a la Docta Ignorancia que
definió magistralmente Nicolás de Cusa? Probablemente, so-
bre todo, si tenemos en cuenta que la ciega fidelidad a novedo-
sas doctrinas y movimientos culturales sin sustancia racional
está condenada a perder terreno frente a una abierta y humilde
disposición de ánimo hacia la Verdad: El socrático “solo sé
que no sé nada”, por Prudencia Crítica, nos invita a no fiarnos

4
de cualquier erudito que es incapaz de realizar milagros de
amor.
Cuando, sin prejuicios, se estudia a Marx y sus escritos, po-
demos observar cómo escasean las originalidades y sí que
abundan lo enunciado o dicho, supuesto y, en múltiples oca-
siones, no demostrado, por otros; cuando, por ejemplo, aborda
teorías y más teorías sobre el mundo del Capital y del Trabajo,
ni siquiera aprovecha la oportunidad de consultar a experi-
mentados emprendedores como su tío materno Philips, funda-
dor de lo que llegaría a ser uno de los gigantes de la industria
holandesa: el escritor Paul Jonson nos lo recuerda en su mor-
daz ensayo “Los Intelectuales”, al tiempo que muestra su sor-
presa por el hecho de que, según sus averiguaciones, Marx
nunca hubiera visitado centro alguno de producción minera o
industrial.
Pero, a pesar de tales reservas, si que resultó cierto que en el
pasado siglo XX , “para sus partidarios como para sus enemi-
gos, el legado intelectual de Marx aparecía como la levadura
de todas las fermentaciones humanas sobre los cinco continen-
tes; ... se ha convertido en la conciencia operante de nuestro si-
glo; nos enseña a deducir la ley del desarrollo histórico de
nuestra época; ayuda a cada uno a tomar conciencia del senti-
do de su vida, del destino que lleva en sí y de su responsabili-
dad hacia tal destino; lanza un desafío militante a cuantos
pretenden negar sentido de nuestra vida y de nuestra historia o
les rehúsan cualquier sentido”1
Claro que, derribado el muro de Berlín, el imperialismo
ideológico marxista-leninista, preconizado por la antigua

1 .-Roger Garaudy: “Karl Marx- Seghers, pág. 8

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Unión Soviética, pareció condenado a pasar al Museo de las
Antigüedades. No es así ni mucho menos: en el Mundo globa-
lizante y a medias globalizado continúa China como paladín
de una nueva era marxista mientras persisten políticas marxis-
tas de vieja escuela2 y no faltan intelectuales empeñados en lo-
grar una convincente síntesis entre Marxismo y “Teología de
la Liberación”.
El marxismo, que los jerarcas chinos ofrecen al mundo como
“doctrina de la modernidad” es el resultado de ligar el Marxis-
mo-Leninismo-Pensamiento Mao Zedong y la teoría de Deng
Xiaoping con lo que ellos llaman la “triple representatividad”.
Esto de la Triple Representatividad fue ideado por el antiguo
Secretario General del Partido Comunista de China y Presi-
dente de la República Popular China, Jiang Zemin, quien la
orientó hacia la captación de muchos empresarios del Exterior,
adornándola con el ropaje de Economía de Mercado con dis-
creta proyección hacia el mismo interior de China, en donde se
considera superada la “lucha de clases” y se ofrece un prome-
tedor horizonte de exclusiva prosperidad material. El propio
Jiang Zemin, en su discurso del XVI Congreso Nacional del
Partido Comunista de China, definió el concepto como resul-
tado de su propia experiencia iluminada por la “ciencia mar-
xista”: “Al observar el difícil curso y las experiencias de los
pasados 80 años, mirando hacia adelante a las arduas tareas y
el brillante futuro del nuevo siglo, nuestro Partido debe conti-
nuar en la vanguardia de los nuevos tiempos y dirigiendo al
pueblo en la marcha hacia la victoria. En una palabra, el Parti-
do debe siempre representar los inquietudes del desarrollo de

2 .-Corea del Norte, Cuba...

6
las fuerzas productivas avanzadas de China, representar la
orientación del desarrollo de la cultura avanzada de China, y
representar los intereses fundamentales de la mayor parte de la
población de China” (Wikipedia)
Tenemos ocasión de verificar cómo el de la China del siglo
XXI es un Marxismo sí que fundamentalmente materialista,
pero también “abierto y maleable”, según la línea de Lenin,
quien decía estar convencido de que “Marx creó el fundamen-
to de la ciencia que los marxistas tienen que desarrollar en to-
dos los ámbitos, si no quieren quedar atrasados”3.
A pesar de que no pocas de las “ideas maestras” o postula-
dos marxistas carecen de la preceptiva demostración de vera-
cidad, el tal “fundamento de la ciencia”, fue y sigue siendo el
vademécum de la corriente despersonalizante de una buena
parte de los ciudadanos que poblamos el ancho mundo; para su
ascendente conquista de voluntades cuenta la obra de Marx
con el caldo de cultivo de un paganizante materialismo presen-
te en todas las esferas de nuestra sociedad de tal forma que hoy
podemos decir que marxistas pueden encontrarse tanto entre
los explotadores como entre los explotados, entre los “bur-
gueses” como entre los “proletarios”, entre los capitalistas de
bolsillo lleno como entre los capitalistas de bolsillo vacío: la
Doctrina del Amor y de la Libertad, contundente réplica a la
doctrina marxista es marginada en los medios académicos y
de masiva publicidad tanto en las viejas democracias como en
las de nuevo cuño marxista, tanto que podemos apuntar que el
efecto principal de la teoría marxista es el de vaporizar los gri-

3 V.I.Lenin - Marx, Engels y el Marxismo. Ediciones en Lenguas


Extranjeras- Moscú 1947

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tos de la conciencia personal, tan necesaria para hallar la justa
respuesta a interrogantes como el ¿quién soy yo? ¿de dónde
vengo? ¿adónde voy? ¿qué he de hacer para llenar de
contenido mi propia vida?
Por todo ello, el autor de los siguientes capítulos ha creído
oportuno revisar y actualizar su KARL MARX, publicado aun
en vida de Franco por la editorial ZYX.

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1
ACTUALIDAD DE KARL MARX Y SU OBRA

E ntrado el siglo XXI, para millones de antiguos simpati-


zantes ya han resultado claramente desprestigiados no
pocas experiencias realizadas en nombre de Marx, en especial
la protagonizada por lo que se llamó la Unión Soviética: desde
la mítica Revolución de Octubre (1917) de Troski y Lenin has-
ta la edulcorada Perestroika de Gorbachov (1985-1991), pa-
sando por las “praxis marxistas” de Stalin (1924-1953),
Kruschov (1953-1964), Breznev (1964-1982), Andropov
(1983-1984) y Chernenko (1984-1985) nos llegan elocuentes
pruebas de que no es la “Praxis” marxista uno de los acepta-
bles caminos para el progreso en los órdenes material e inte-
lectual. En paralelo, el soporte ideológico, otrora considerada
Escolástica Soviética, ha ido desprendiéndose del carácter
dogmático que le prestaran sus principales mentores Lenin y
Stalin.
Como réplica a esa apreciación nuestra no nos sirve el re -
cordatorio del caso chino: reconozcamos que en la China
del siglo XXI la herencia marxista es presentada como
una especie de religión laica al uso de una numerosísima y

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masificada población, que de la Religión Cristiana conoce
poco más que el nombre, ignorando su mensaje de Amor y
de Libertad. Y marxistas con todo eso de la Lucha de Cla -
ses, Materialismo Dialéctico y Dictadura del Proletariado
sí que pretenden ser los dirigentes de Cuba, Corea del Nor -
te y de algún otro enclave sujeto y objeto de anquilosadas
reminiscencias utópico-ma terialistas.
Desde el supuesto de que “los proletarios no tienen otra cosa
que perder que sus cadenas” (Manifiesto Comunistas) y, por
virtud de los afanes de homologación, han sucedido y se si-
guen sucediendo revoluciones y praxis marxistas a la par que
no faltan profesionales del pensamiento que se esfuerzan en
presentar al Marxismo como “lo mejor que creó la humani-
dad” (Lenin) para alcanzar las cimas de todo su poder ser. Re-
conozcamos, incluso, que, para desestimar al Marxismo como
doctrina de salvación ha resultado insuficiente la caída del
Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) y subsiguiente
desmoronamiento del imperialismo soviético.
Claro que siguen calificándose de marxistas no pocos escri-
tores de renombre, numerosos núcleos autoproclamados pro-
gresistas y, en el plano de la política activa, muy conocidos
líderes de la izquierda tradicional con referencia expresa a los
regímenes que privan en Cuba, Corea del Norte, China....y,
ahora, Venezuela, según ese inventado y esperpéntico
matrimonio entre Bolívar y Marx
No es de extrañar, pues, que muchos millones de pobladores
de todo el Planeta sigan viendo en el Marxismo el remedio a
todos sus males hasta el punto de hacer de él el vademécum
del día a día; junto a estos fervorosos fieles e, incluso, arrebo-
lados místicos, muchos otros millones lo ven como “respeta-
ble interpretación de la realidad“ y aún muchos más lo aceptan

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como pauta de solución a tal o cual grave problema de índole
política, económica, social, filosófica e, incluso, religiosa.
Apenas se habla del Materialismo Histórico y mucho me-
nos del Materialismo Dialéctico, conceptos básicos en lo que
fue la “escolástica marxista”; para una inmensa multitud ello
carece de importancia en tanto en cuanto reniegan de los valo-
res tradicionales de nuestra milenaria Civilización y siguen
viendo en Marx o en lo que imaginan fue su obra un método de
pensamiento y acción, que facilita el camino hacia el mejor de
los mundos posibles.
Para muchos no importa el acreditado fracaso de genuinas
experiencias marxistas, ni que siga siendo la principal referen-
cia de anacrónicas organizaciones social-revolucionarias. Su
argumento de más peso viene a ser: el desenfreno capitalista
es malo luego es bueno el marxismo en que se propone que los
explotadores se conviertan en explotados… ¿no es mucho más
lógico, justo y natural el que cada uno de nosotros aporte sus
granito de arena para que desaparezca cualquier especie de
explotación?
Por demás, aunque el Marxismo tradicional presumía de uni-
versalismo y de su teórica capacidad para derribar muros y
fronteras, no dejan de surgir movimientos autotitulados mar-
xistas que ligan la liberación nacional con el socialismo revo-
lucionario; tampoco es raro tropezar con teorías capitalistas en
cuyo trasfondo late la autosuficiencia de la materia con su con-
secuente negación de los valores tradicionales, revalorización
de los hedonismos a ras del suelo y una especie de ciega con-
fianza en el papel determinante de los medios y modos de pro-
ducción. ¿No será que existe un cierto paralelismo en las más
íntimas aspiraciones tanto de los que no tienen nada que perder
como en los que, falaz y cómodamente, han logrado y

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mantienen posiciones de privilegio en la tiranía del
“Euro-dólar”?
Por todo ello, creemos de insoslayable utilidad adentrarnos
en la vida y obra de ese hombre-mito llamado Karl Marx, ma-
terialista él y fundamentalmente materialistas sus principales
aportaciones históricas.

12
2
LA ÉPOCA Y EL LUGAR

E l siglo XIX, en el que transcurrió toda la trayectoria vital


de Karl Marx, además de por las guerras y revueltas polí-
ticas protagonizadas por Napoleón, secuaces, émulos y con-
trarios, se caracteriza por un acelerado proceso de cambio en
los medios y modos de producción al hilo de la revolución in-
dustrial, cuyo principal foco de desarrollo fue la Inglaterra vic-
toriana.
La implantación de la hiladora multi-bobina (la Spinning
Jenny, inventada por James Hargreaves en 1764) y el convertir
al vapor de agua en amaestrada energía motriz por parte del in-
geniero escocés Jaime Watt en 1782 (es la Máquina de Vapor,
de la que el ingeniero español Jerónimo de Ayanz y Beuamont
había registrado una primera patente en 1606) abrieron el hori-
zonte de un radical cambio en los medios y modos de
producción industrial.
Cuando la reina Victoria (1819-1901) ascendió al trono en
1837, Inglaterra vivía esencialmente de su agricultura y gana-
dería; cincuenta años más tarde, podía presumir de un inmenso
imperio colonial y de marcar la pauta en la vertiginosa carrera
industrial, financiada, eso también, por los caudales de una
precedente actividad comercial en la que no fue la nota menos
relevante el tráfico de esclavos.

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En un principio, el incremento de la producción y del consu-
mo, consiguiente a la revolución industrial, a la par que hizo
de Inglaterra la primera potencia económica de su tiempo,
contribuyó a ahondar las grandes diferencias sociales entre
“los de arriba y los de abajo” tanto en Inglaterra como en el
resto de los países progresivamente industrializados (Francia
y Alemania con progresiva intensidad).
Son los tiempos de la huída del campo hacia los enclaves in-
dustriales, seguida del hacinamiento “proletario” en los subur-
bios de las grandes ciudades con la consecuente miseria de
que tan elocuentes testimonios nos han dejado Carlos Dickens
(Oliver Twist, Londres 1839), o Victor Hugo (Los Misera-
bles, París-1862).
Si, hasta entonces, habían sido la Agricultura y la Ganadería
las principales fuentes de riqueza (y también de profundiza-
ción en las diferencias sociales), a caballo de los nuevos inven-
tos, fue la Industria la que se ganó la preferencia de las grandes
fortunas, cuyos titulares, obvio es recordarlo, vivían más obse-
sionados por lo que entendía como propio beneficio que del in-
terés general. Es así como la bendición social, que podía
representar la multiplicación de bienes y servicios con su inci-
dencia en las mayores facilidades para el transporte por mar y
tierra1, en principio, resultó ser un insultante medio de mayor
discriminación entre “burgueses” y “proletarios”.
Otro factor a destacar entre los condicionantes de la vida en
sociedad del siglo XIX fue el “Movimiento Romántico” del

1 En 1825 Stephenson había inventado la locomotora a base de


agua y carbón y con rápida aplicación al ferrocarril y grandes
buques

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que los cronistas ven el más importante precedente en la obra
de Juan Jacobo Rousseau2 y el agridulce manifiesto “Alema-
nia” de madame de Stäel, publicado en 1813, luego de haber
desafiado la censura del “pragmático” Napoleón (no hay otra
verdad que la de las bayonetas). Es el romanticismo un movi-
miento que condiciona la vida social burguesa merced a escri-
tores de la talla de Victor Hugo, Lamartine, Alfred de Musset o
George Sand en Francia, Göethe, Heine o Schiller en Alema-
nia.
Aunque, eso sí, “vivían como burgueses”, los autores ro-
mánticos decían despreciar el materialismo burgués al tiempo
de que preconizaban con especial apasionamiento el amor li-
bre sin notoria diferencia entre sexos y un liberalismo político
con muy escasa aportación del sacrificio personal; por demás,
con excepciones como las de Chateaubriand que preconizaba
devoto respeto a los valores cristianos de la Edad Media, los
románticos pretendían hacer valer la estética, que “dio color al
Renacimiento” sobre la austera moral de los católicos; renie-
gan de sus propias concesiones al materialismo, por lo que, en
ocasiones, se sienten miserablemente vacíos hasta buscar en el
suicidio un escape hacia la nada, estúpida solución adoptada
por más de uno de los reputados como románticos, entre ellos
el español Juan José de Larra.
Por todo ello, puede decirse que, en lo político, lo económico
y lo social, el siglo XIX, en el que transcurre la trayectoria vi-
tal de Karl Marx, trae al mundo la definitiva disolución de lo
que, por generalizar, se ha llamado el Antiguo Régimen con

2 Confesiones, Ensoñaciones de un paseante solitario, el Emilio,


Julia, La Nueva Eloísa e, inclusive, El contrato social)

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sus anquilosadas formas de vida y sus “artesanales” medios y
modos de producción.
Por lo que respecta a la Política, en la primera mitad del siglo
XIX, tras la definitiva derrota de Napoleón en Waterloo en
1815, clases dirigentes de Inglaterra y Francia (más en aquella
que en ésta) hacían gala de liberalismo mientras que en Ale-
mania el gobierno prusiano de Federico Guillermo III
(1770-1840) seguía manteniendo viejas formas feudales con
el trasfondo de un romántico nacionalismo; persistían viejos
particularismos, que, multiplicando rivalidades, privilegios y
prebendas, oponían unos principados a otros mientras que el
gobierno central mantenía unas estructuras en las que la revo-
lución industrial tropezaba con serias dificultades para
implantar sus innovadores medios y modos de producción.
La Cuenca del Rhin se apartaba, en cierta forma, de la regla
general : dotada por la naturaleza con abundantes recursos mi-
nerales, que habrían de facilitar la vacilante introducción de la
industria, se ofrecía como cebo a las apetencias burguesas y,
por lo tanto, era campo propicio en el que hacer valer las nue-
vas ideas de libertad y democracia (según la interpretación
burguesa, se sobrentiende). A raíz de la Revolución Francesa
de 1789, las vicisitudes históricas determinaron que esa región
pasara a formar parte del territorio francés (1801-1815); por
ello vivió la fiebre revolucionaria y el resultado práctico del
Código Napoleónico en las relaciones de propiedad, lo que in-
cidió en el debilitamiento de las estructuras tradicionales con
la consecuente aparición de nuevas formas de segregación so-
cial. La población judía, grupo social escaso en número, pero
influyente y ambicioso, aceptó con especial fervor la nueva
situación.

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Si, hasta entonces, los judíos alemanes tropezaban con serias
dificultades para el libre ejercicio de las llamadas profesiones
liberales, el Código Napoleón les permitía liberar enormes
masas de energía y ambición, que emplearían en los diversos
dominios de la actividad humana. Fue una breve época dorada
que se truncó de golpe cuando el Congreso de Viena (1815)
reintegró la región del Rhin al dominio prusiano; sucedieron
los tiempos de la Santa Alianza y de la reacción a favor de las
viejas estructuras.
La circunstancia de imponer a lo que fuera territorio francés
la autoridad de Federico Guillermo III, un rey protestante, fue
un nuevo motivo de contraste, puesto que la Cuenca del Rhin
era tradicionalmente católica y se consideraba vinculada a la
línea dinástica de los Hausburgos.
Católica es la mayoría de la población de Tréveris, ciudad de
unos 100.000 habitantes, rica en monumentos relativamente
bien conservados por lo que, en 1986 fue declarada Patrimonio
de la Humanidad por la Unesco.
Presume Tréveris de ser la ciudad más antigua de toda Ale-
mania: aunque, según las crónicas, fue fundada por el empera-
dor César Augusto el año 16 antes de Cristo, una inscripción
en uno de sus mas viejos vestigios arquitectónicos da pie a la
leyenda de que el auténtico fundador fue Trebeta, hijo de Se-
míramis, la legendaria reina de Asiria, fundadora de Babilo-
nia. Según cuentan, hace no menos de tres mil años, ese tal
Trebeta huyendo de las veleidades de su madre, llegó hasta
aquí con su séquito de asirios y prestó a la región la impronta
guerrera de la más vieja de las civilizaciones. Al parecer, los
belicosos habitantes de la zona heredaron de los asirios el cas-
co puntiagudo y la armadura de escamas, que se ven en las rui-
nas de los templos asirios y que, junto con los caballos,

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constituían la principal defensa de los treveros, tribu celta que
se enfrentó a los romanos hasta ser derrotados por Julio César
el año 56 antes de nuestra era.
Al menos en dos ocasiones, Tréveris (Augusta Treveverum
en la Antigüedad) alcanzó el rango de capital imperial: desde
270 a 274 con los emperadores galos Victorino y Tétrico I y,
desde 305 a 322, en que se la llegó a considerar como una se-
gunda Roma, con Constancio Cloro y su hijo Constantino el
Grande. Es en este último período cuando la ciudad alcanzó su
máximo esplendor con la valiosa aportación de Santa Elena,
primera esposa de Constancio y madre de Constantino: se cree
que, gracias a ella fue traída a la ciudad la Sagrada Túnica, re-
liquia vestida, al parecer, por el propio Jesucristo, exhibida en
la Schatzkammer o cámara del tesoro de la Catedral y objeto
de especial veneración y peregrinación por parte de los católi-
cos hasta el día de hoy.
El año 340, en Tréveris nació San Ambrosio, aquel santo
doctor, maestro de San Agustín, que en 390, siendo arzobispo
de Milán, fue capaz de obligar a humilde penitencia al empera-
dor Teodosio I el Grande, el hombre más poderoso de la época.
Desde el siglo XIII hasta el año 1794, en que fue ocupada la
Renania por la Francia Republicana, el Arzobispo de Tréveris
ostentaba el cargo de príncipe-elector del Sacro Imperio
Romano Germánico.
Es en Tréveris en donde el 5 de mayo de 1818 nació Karl
Heinrich Marx, conocido por todos como Karl Marx.

18
3
EL MEDIO FAMILIAR Y SOCIAL

A finales del siglo XVIII, el rabino Marx Leví había roto


con la tradición secular de la familia al permitir a su hijo
Hirschel ha-Leví Marx salir del círculo de la rígida ortodoxia
judía para seguir una educación laica y convertirse en brillante
abogado y cultivado hombre de mundo, admirador de los
“ilustrados” franceses y de su equivalente alemán, los “Auf-
klaerer”. Hirschel Marx casó con Henriette Pressborck, hija de
un rabino holandés emparentado con los fundadores del empo-
rio industrial Philips; tuvo con ella ocho hijos; de entre los va-
rones, solamente el nacido en segundo lugar, Karl Marx
(1818-1883), llegó a la madurez.
Tras la incorporación de la región al gobierno prusiano, para
un abogado judío, aún de brillante carrera, era muy difícil el
pleno reconocimiento social por parte de las reaccionarias au-
toridades prusianas; para soslayar tales dificultades, Hirschel
ha-Leví Marx pidió ser bautizado con toda su familia. Recibió
el bautismo con sus hijos el año 1824 mientras que Henriette,
la esposa se resistió hacerlo hasta después de la muerte de su
padre, un año más tarde.
De entre sus ocho hijos, Heinrich Marx se encontraba parti-
cularmente preocupado por Karl, que, en principio, se tomaba
muy en serio lo de ser cristiano con sus específicos valores.
Marx padre había llegado a no plantearse el problema del mal:
su moral se reducía a las normas estrictas para que “ni la fami-

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lia ni el individuo se pierdan en el vicio y en el desorden”; sa-
bía adaptarse a las circunstancias de tiempo y lugar, aunque
odiase las barreras sociales, políticas y religiosas a la para que
se entretenía divagando sobre el sueño de que el formalismo
opresor desaparecería muy pronto. No poseía la grandeza de
espíritu necesaria para olvidar las circunstancias que le obli-
garon a orientar su vida según un marco excesivamente con-
vencional para la tranquilidad de su conciencia: le hería la
falta de autenticidad en la forzada conversión y en el discerni-
miento con que había de tratar a sus conciudadanos. Por ello,
parece indudable que pensaba y obraba como un resentido que
no ha renunciado a aprovechar cualquier ocasión de revancha:
su hijo Karl podría asignarse la tarea de saldar esa deuda con
la sociedad.
Como hemos apuntado precedentemente, Wesfalia era y es
mayoritariamente católica; pero no así el gobierno prusiano
del que Wesfalia dependía en la época que nos ocupa: “pode-
rosa razón” por la cual la familia Marx fué bautizada en el rito
luterano y solamente en público hizo ostentación de confesión
cristiana según la pauta oficial: era un “protestante a lo Les-
sing”, lo que significa más abierto a la cultura, al arte y al diá-
logo que a las “complejidades del Dogma”. En sus relaciones
sociales nada acusaba la situación de judío converso, situación
que, en otros casos (Heine, por ejemplo), fuera causa de drama
personal: fue aceptado plenamente en el nivel social que le co-
rrespondía gracias a sus buenas maneras, simpleza de carácter,
abierta simpatía y capacidad de adaptación al medio: el admi-
rar cordialmente a Rousseau, Voltaire, Diderot u otros enci-
clopedistas, no le impedía manifestar cordial y pública
adhesión a la autocracia prusiana. Fueron particularidades que
le facilitaron una estrecha amistad con los más influyentes de

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la Ciudad, en especial con su vecino, el barón Ludwig von
Westphalen.
Distinguido funcionario del Gobierno prusiano, Westphalen
había colaborado con Jerónimo Bonaparte, ocasional rey de
Westfalia, en los tiempos en que la región estuvo sometida al
Imperio Napoleónico. Era descendiente de los duques de
Westfalia y estaba casado con Carolina Wishart, noble escoce-
sa descendiente de los duques de Argyll. Representaba West-
phalen el tipo de liberal optimista, que manifiesta fe ilimitada
en los alcances de la razón humana: era elegante, cultivado, se-
ductor, filósofo de salón.... Apasionado por la Antigüedad clá-
sica, cuyo “genio” veía encarnado en los tres poetas que
entusiasmaban entonces a los alemanes: Schiller, Goethe y
Hölderlin. Decía que, en tan ilustre compañía, era factible
romper fronteras de viejos convencionalismos para vivir en
estado de pura enajenación estética tras la estela de los Dante,
Shakespeare, Homero, Eurípides... todos ellos animados por el
dios de la singularidad. Colmadas sus ansias espirituales con
la poesía y la mundanal complacencia, von Westphalen
presumía de total indiferencia en materia de Religión.
En esa descomprometida atmósfera de sueños y letras,
acompañada de una buena armonía entre vecinos, pasó sus pri-
meros años Karl Marx, que ya para sí buscaba un toque de dis-
tinción manifestándose profundamente religioso.

21
4
LA FORMACIÓN CRISTIANA DE KARL MARX

E n las biografías al uso poco se dice de la adolescencia y su


educación secundaria de K.Marx (desde 1830 a 1835, 12
a 17 años de edad), que transcurrió en el Liceo o Gimnasio
Estatal Federico Guillermo, de Tréveris .
A ello se refiere el profesor Bernardo Regal Alberti para,
luego, apoyándose en el testimonio de Heinz Monz, “paisano
de Marx y figura central de la cultura académica y científica de
Tréveris”, hacernos saber:
Dos circunstancias muy particulares llaman la atención
en la vida del Karl Marx estudiante de Secundaria.
a) Primero, el hecho realmente desconcertante, -real-
mente pintoresco e increíble a primera vista-, de que una
gran parte de sus condiscípulos y compañeros de promo-
ción durante esos cinco años de secundaria se estaban
preparando para ser algún día sacerdotes católicos, curas
católicos. Más aún, buena parte de sus profesores eran sa-
cerdotes.
b) Segundo, el hecho de que su colegio, el “Gimnasio
Estatal Federico Guillermo III” de Tréveris (él dice
Trier), estuvo todos esos cinco años -lo mismo que antes y
que después de esos años- bajo la mira de las autoridades
políticas de la ciudad, como instituto acusado de acoger,
fomentar y difundir ideas subversivas y revolucionarias en
cuanto antiprusianas, en suma liberalmente democráticas.

23
El profesor Regal Alberti nos recuerda también
el hecho de que de la promoción de 32 condiscípulos de
Marx nada menos que 13 muchachos (el 40% de la promo-
ción) de familias humildes seguieron al acabar el colegio
la carrera eclesiástica y llegaron a ser sacerdotes romano
católicos… En el resto de la promoción había otros 12 chi-
cos católicos y, por lo demás, solamente 7 de confesión lu-
terana, entre ellos el propio Karl y su futuro cuñado
Ferdinand von Westphalen.
Sea como fuere, sabemos a través de Robert Payne (El des-
conocido Karl Marx) que en nota añadida a su diploma de fin
de curso en el Liceo, bajo el título de Educación religiosa, se
dice de Karl Marx: “Su conocimiento de la fe y de la moral
cristiana es lúcido y bien fundado”.
Es así como podemos transcribir documentos extraordina-
riamente reveladores por proceder del puño y letra del joven
Karl Marx, quien en 1835, como trabajo escolar de libre elec-
ción, toma como referencia la parábola de LA VID Y LOS
SARMIENTOS (Jn. 25,1-14) y transcribe pensamientos que
bien podrían ser de inspiración católica:
“Antes de considerar la base, la esencia y los efectos de
la Unión de Cristo con los fieles, averigüemos si esta unión
es necesaria, si es consubstancial a la naturaleza del hom-
bre y si el hombre no podrá alcanzar por sí solo, el objeti-
vo y finalidad para los cuales Dios le ha creado...”
Hace notar K. Marx cómo las virtudes de las más altas civili-
zaciones, que no conocieron al Dios del Amor, nacían de
“su cruda grandeza y de un exaltado egoísmo, no del es-
fuerzo por la perfección total” y cómo, por otra parte, los
pueblos primitivos sufren de angustia “pues temen la ira
de sus dioses y viven en el temor de ser repudiados incluso
cuando tratan de aplacarlos” mientras que “en el mayor

24
sabio de la Antigüe dad, en el divino Platón había un pro-
fundo anhelo hacia un Ser cuya llegada colmaría la sed in-
satisfecha de Luz y de Verdad”...y deduce: “De ese modo
la historia de los pueblos nos muestra la necesidad de
nuestra unión con Cristo”
Es una unión a la el joven Marx dice sentirse inclinado
“cuando observa la chispa divina en su pecho, cuando obser-
va la vida de cuantos le rodean o bucea en la naturaleza ínti-
ma del hombre”. Pero, sobre todo, “es la palabra del propio
Cristo la que nos empuja a esa unión”.
“¿Dónde, pregunta, se expresa con mayor claridad esta
necesidad de la unión con Cristo que en la hermosa pará-
bola de la Vid y de los Sarmientos, en que el se llama a sí
mismo la Vid y a nosotros los sarmientos, Los sarmientos
no pueden producir nada por sí solos y, por consiguiente,
dice Cristo, nada podéis hacer sin Mí”
...”El corazón, la inteligencia, la historia... todo nos ha-
bla con voz fuerte y convincente de que la unión con El es
absolutamente necesaria, que sin El somos incapaces de
cumplir nuestra misión, que sin El seríamos repudiados
por Dios y que solo el puede redimirnos”.
“Si el sarmiento fuera capaz de sentir, contemplaría con
deleite al jardinero que lo cuida, que retira celosamente
las malas hierbas y que, con firmeza, le mantiene unido a
la Vid de la que obtiene su savia y su alimento”... “pero no
solamente al jardinero contemplarían los sarmientos si
fueran capaces de sentir. Se unirían a la Vid y se sentirían
ligados a ella de la manera más íntima; amarían a los
otros sarmientos porque el Jardinero los tenía a su cuida-
do y por que el Tallo principal les presta fuerza”
“Así pues, la unión con Cristo consiste en la comunión
más viva y profunda con Él”... “Este amor por Cristo no
es estéril: no solamente nos llena del más puro respeto y

25
adoración hacia Él sino que también actúa empujándonos
a obedecer sus mandamientos y a sacrificarnos por los de-
más: si somos virtuosos es, solamente, por amor a Él”...
...”Por la unión con Cristo tenemos el corazón abierto al
amor de la Humanidad”...
...”La unión con Cristo produce una alegría que los epi-
cúreos buscaron vanamente en su frívola filosofía; otros
más disciplinados pensadores se esforzaron por adquirir-
la en las más ocultas profundidades del saber. Pero esa
alegría solamente la encuentra el alma libre y pura en el
conocimiento de Cristo y de Dios a través de El, que nos ha
encumbrado a una vida más elevada y más hermosa”.
Aunque surjan razonables dudas sobre la sinceridad de un
escolar en el momento de responder a una tarea de redacción,
sí que parece presente una cierta fe cristiana en la formación de
quien, años más tarde, llegaría a afirmar: “el hombre se dife-
rencia del cordero en que es capaz de producir lo que come”.
¿Llegaría, realmente, Marx a conocerse a sí mismo y, por lo
tanto, a tener una cabal idea sobre lo que realmente es el
Hombre?

26
5
CREENCIAS Y OCURRENCIAS EN LA EUROPA
CONTEMPORÁNEA

A unque no siempre las ocurrencias y creencias de una épo-


ca avanzan en paralelo con lo que se emite desde las aca-
demias, bien sabemos la importancia que cobra la llamada
filosofía (más o menos promovida o amparada por el poder de
turno) en el discurrir económico-socio-político de determina-
da circunstancia histórica. Lo de la primera mitad del siglo
XIX no podía ser menos con el llamado Idealismo (toda una
prueba de la incoherencia académica) como figura principal.
Cierto que las raíces del Idealismo se remontan hasta no me-
nos de veintitantos siglos atrás con Platón como principal sis-
tematizador de un supuesto en el que las cosas se derivarían de
las ideas que, para él, gozarían de vida y consistencia eternas.
Seguro que el “divino maestro”, cual fue considerado Platón,
se liberó de la locura que podría significar el perderse en el la-
berinto de lo ideal prendido en la Nada, alimentando el obrar
del día a día con el recuerdo de su preceptor Sócrates, el sabio
que solamente sabía que no sabía nada; de ahí podemos dedu-
cir que el idealismo o tan cacareado supuesto platónico, inclu-
so para su promotor no era más que un flatus vocis o recurso

27
retórico para llamar la atención sobre lo realmente importante
que, con toda probabilidad, era la respuesta al siguiente com-
prometedor interrogante: ¿cuál es el papel que, aplicando mis
personales recursos, estoy llamado a desempeñar en la época y
lugar en que transcurre mi propia vida? ¿Quiere ello decir que
ni Platón se creía su propio supuesto y contra el que se rebeló
muy justamente el gran Aristóteles? Probablemente.
Hasta el siglo XVII, la intelectualidad occidental se pudo li-
brar de los excesos idealistas merced al realismo cristiano, ali-
mentado por legado de Jesús de Nazareth, que todo lo hizo
bien por haberse encarnado en El la Luz, la Verdad y la Vida,
es decir, el Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el Padre,
Dios Vivo de Dios Vivo (credo de Nicea). Entre las personas
de buena voluntad la fe viva con obras era norma de conducta
hasta la “reforma luterana” (siglo XVI), en que se prestaba su-
ficiencia a la “fe por la fe”, lo que dio pie a no pocas divagacio-
nes, que llegaron a ser estimadas por una parte del “mundo
cristiano”, incluido algún que otro intelectual con afanes de
originalidad. Entre éstos nos permitimos incluir a Descartes,
quien, hasta su muerte, afirmó ser un fiel católico.
En Renato Descartes (1.596-1.650) se consuma la distorsión
entre el monolítico dogmatismo de una Escolástica que ya no
es la de Santo Tomás de Aquino y una nueva (o vieja pero revi-
talizada) serie de dogmatismos antropocéntricos en que priva
más la fantasía que la razón.
Repite el cartesianismo el fenómeno ocurrido cuando la apa-
rición y el desarrollo del Comercio, esta vez en los dominios
del pensamiento: si en los albores del comercio medieval, la
redescubierta posibilidad del libre desarrollo de las facultades
personales abrió nuevos caminos al progreso económico, aho-
ra el pensamiento humano toma vuelo propio y parece poseer

28
la fuerza suficiente para elevar al hombre hasta los confines
del Universo.
Descartes no fue un investigador altruista: fue un pensador
profesional, que supo sacar partido a los nuevos caminos que
le dictaba su imaginación. Rompe el marco de la filosofía tra-
dicional, en que ha sido educado, y se lanza a la aventura de
encontrar nuevos derroteros al pensamiento.
El mundo de Aristóteles, cristianizado por Santo Tomás de
Aquino y vulgarizado por la subsiguiente legión de profesio-
nales del pensamiento, constituía un universo inamovible y
minuciosamente jerarquizado en torno a un eje que, en ocasio-
nes, no podría decirse si era Dios o la defensa de las posiciones
sociales conquistadas a lo largo de los últimos siglos.
Tal repele a Descartes, que quiere respirar una muy distinta
atmósfera: quiere dejarse ganar por la ilusión de que es posible
alcanzar la verdad desde las propias y exclusivas luces 1.
Esa era la situación de ánimo de Descartes cuando, alrededor
de sus veinte años, “resuelve no buscar más ciencia que la que
pudiera encontrar en sí mismo y en el gran libro del mundo.
Para ello, empleará el resto de su juventud en viajar, en visitar
cortes y conocer ejércitos, en frecuentar el trato con gentes de
diversos humores y condiciones, en coleccionar diversas ex-
periencias... siempre con un extraordinario deseo de aprender
a distinguir lo verdadero de lo falso, de ver claro en sus
acciones y marchar con seguridad en la vida”.

1 Antes que Descartes, Lutero se había hecho fuerte en la libre e


incondicionada interpretación de la letra bíblica, sin la mínima
preocupación por aquello de “la letra mata, el espíritu vivifica”,
advertencia de San Pablo (2 Co 3, 6).

29
En 1.619, junto al Danubio, “brilla para mí, dice, la luz de
una admirable revelación”: es el momento del “cogito ergo
sum”, padre de tantos sistemas y contrasistemas. Ante la “ad-
mirable revelación”, Descartes abandona su ajetreada vida de
soldado y decide potenciar el “bene vixit qui bene latuit”.
Practicando el triple oficio de matemático, pensador y mora-
lista, Descartes reglamenta su vida interior de forma tal que
cree haber logrado desasociar la fe de sus ejercicios de refle-
xión, su condición de católico fiel a la Iglesia de la preocupa-
ción por encontrar raíces materiales a la moral.
Soslayando la dificultad de encontrarse en la “primera línea
de la primera página del libro de la Ciencia”, cae Descartes en
la trampa de casi todos los pensadores de oficio (Sócrates ex-
cluido) y se otorga a sí mismo la facultad de explicar todo lo
existente a partir de lo poco que, en su época, se sabía. Lo pe-
culiar de él es que dice no fiarse más que de aquello que a él
mismo le parezca claro y distinto: de un plumazo quedaban
descartados (o, a lo sumo, minusvalorados) todos los
“maestros” anteriores.
Dice encontrar en la realidad dos especies de sustancias: la
extensa o material de que se compone todo lo físico, incluido
el propio cuerpo, (res extensa) y la inextensa o inmaterial que
hace posible el pensamiento (res cogitans). Es el dualismo
que, según Descartes, explica todo lo existente, desde Dios,
“res cogitans” por antonomasia, a la ínfima partícula, cosa o
animal (“res extensa").
Solamente en el ser humano tienen cabida las dos especies
de sustancias, según Descartes unidas paro no integradas la
una en la otra: es el llamado dualismo ontológico.

30
En la res extensa encuadramos los objetos del mundo físico,
y las acciones que realizamos. Estos objetos actúan sobre los
órganos sensoriales, lo que afecta a los nervios del individuo.
Cuando ocurre esto el cerebro se ve afectado por todos estos
nervios, que van a parar a unas concavidades del cerebro, que
al vaciarse producen el fluido de unos líquidos que Descartes
llamó espíritus animales, viajando por los nervios para llegar a
los músculos, o que hace que estos se hinchen y se produzca el
movimiento, la acción. Este líquido posteriormente se evapora
por la piel.
Este modelo de la acción involuntaria de los animales y la
parte involuntaria de los humanos era aplicado a estatuas y de-
más artilugios a modo de distracción.
Debe haber alguna influencia que una lo material (cerebro) y
lo inmaterial (alma). En el centro del cerebro, en las concavi-
dades anteriormente mencionadas se encuentra la glándula pi-
neal. Ahí es donde se refleja el alma, mediante sensaciones,
tomando conciencia a partir de ahí de todo lo que ocurre.
El comportamiento voluntario tiene su origen en el alma, que
funciona a su libre albedrío. Por la vía de la glándula pineal in-
fluye en el flujo de los espíritus animales, que fluyendo por los
nervios acaban en los músculos produciendo el movimiento
voluntario. Todos los conocimientos adquiridos a partir de
esto, son obtenidos mediante la experiencia.
El estudio de la res cognitans no se puede realizar a partir del
conocimientos sensible, los materiales. Descartes llega a la
conclusión de que para el estudio de esta sustancia hay que lle-
gar a la auto-reflexión y con la ayuda de las ideas innatas pues-
tas en los humanos por Dios. Los animales, al carecer de
sustancia espirtual, no tienen movimientos voluntarios, son
máquinas biológicas perfectas hechas por Dios.

31
De Dios no ve otra prueba que la “idea de la Perfección” na-
cida en la propia mente: lo ve menos Persona que Idea y lo pre-
senta como prácticamente ajeno a los destinos del mundo
material.
El punto de partida de la reflexión cartesiana ha sido la “duda
metódica”: ¿no podría ocurrir que
“un Dios, que todo lo puede, haya obrado de modo que
no exista ni tierra, ni cielo, ni cuerpo, ni magnitud alguna,
ni lugar... y que, sin embargo, todo esto me parezca existir
exactamente como me lo parece ahora?”... “Ante esa
duda sobre la posibilidad de que todo fuera falso era nece-
sario de que yo, que lo pensaba, fuera algo....” ..”la ver-
dad de que pienso luego existo (“cogito ergo sum”) era
tan firme y tan segura que todas las más extravagantes su-
posiciones de los escépticos no eran capaces de conmover-
la; en consecuencia, juzgué que podía recibirla como el
principio de la filosofía que buscaba”.
Estudiando a Descartes, pronto se verá que el “cogito” es
bastante más que el principio de la filosofía que buscaba: es
toda una concepción del mundo y, si se apura un poco, la ra-
zón misma de que las cosas existan.
Por ello, se abre con Descartes un inquietante camino ha-
cia la distorsión de la Verdad. Es un camino muy distinto
del que persigue “la adecuación de la inteligencia al obje-
to”. Cartesianos habrá que defenderán la aberración de que
la “verdad es cuestión exclusiva de la mente, sin necesaria
vinculación con el ser”.
El orden “matemático-geométrico” del Universo brinda a
Descartes la guía para no “desvariar por corrientes de pura
suposición”. Por tal orden se desliza el “cogito” desde lo ex-
perimentable hasta lo más etéreo e inasequible, excepción

32
hecha de Dios, Ente que encarna la Idea de la Plenitud y de
la Perfección.
En el resto de seres y fenómenos, el “cogito” desarrolla el
papel del elemento simple que se acompleja hasta abarcar to-
das las realidades, a su vez, susceptibles de reducción a sus
más simples elementos no de distinta forma a como sucede
con cualquier proposición de la geometría analítica:
“estas largas series de razones de que los geómetras
acostumbran a servirse para llegar a sus más difíciles de-
mostraciones, me habían dado ocasión de imaginar que se
entrelazan de la misma manera todas las cosas que entran
en el conocimiento de los hombres”.
El sistema de Descartes abarca o pretende abarcar todo el hu-
mano saber y discurrir que, para él, tiene carácter unitario bajo
el factor común del orden geométrico-matemático: la Ciencia
será como
“un árbol cuyas raices están formadas por la Metafísi-
ca, el tronco por la Física y sus tres ramas por la Mecáni-
ca, la Medicina y la Moral”.
Anteriormente a Descartes, hubo sistemas no menos elabo-
rados y, también, no menos ingeniosos. Una de las particulari-
dades del método cartesiano es su facilidad de popularización:
ayudó a que el llamado razonamiento filosófico, aunque, incu-
bado en las academias, se proyectara a todos los niveles de la
sociedad. Podrá, por ello, pensarse que fue Descartes un gran
publicista que “trabajó” adecuadamente una serie de ideas
aptas para el consumo masivo.
Fueron ideas convertibles en materia de laboratorio por
parte de numerosos teorizantes que, a su vez, las traduje-
ron en piedras angulares de proposiciones, con frecuencia,
contradictorias entre sí.

33
Cartesiano habrá que cargará las tintas en el carácter abstrac-
to de Dios con el apunte de que la máquina del universo lo
hace innecesario; otro defenderá la radical autosuficiencia de
la razón desligada de toda contingencia material; otro se hará
fuerte en el carácter mecánico de los cuerpos animales (“ani-
mal machina”), de entre los cuales no cabe excluir al hombre;
otro se centrará en el supuesto de las ideas innatas que pueden,
incluso, llegar a ser madres de las cosas; no faltará quien, con
Descartes, verá en la medicina una más fuerte relación con la
moral que en el propio compromiso cristiano.
El cartesianismo es tan audaz y tan ambiguo que puede cu-
brir infinidad de inquietudes intelectuales más o menos
divergentes.
En razón de ello, no es de extrañar que, a la sombra del “co-
gito” se hayan prodigado los sistemas con la pretensión de ser
la más palmaria muestra de la “razón suficiente”: sean ellas
clasificables en subjetivismos o pragmatismos, en materialis-
mos o idealismos... ven en la herencia de Descartes cumplido
alimento.
Si Descartes aportó algo nuevo a la capacidad reflexiva del
hombre tambien alejó a ésta de su función principal: la de po-
ner las cosas más elementales al alcance de quien más lo
necesita.
Por demás, con Descartes el oficio de pensador, que, por el
simple vuelo de su fantasía, podrá erigirse en dictador de la
Realidad, queda situado por encima de los oficios que se en-
frentan a la solución de lo cotidiano: Si San Agustín se hizo
fuerte en aquello socialmente tan positivo del “Dillige et fac
quod vis” una consigna coherente con la aportación histórica
de Descartes podía haber sido: “Cogita et fac quod vis”, lo

34
que, evidentemente, abre el camino a los caprichos de la espe-
culación.
Tras varias generaciones de teorizantes cartesianos se llega
al llamado Idealismo en donde se confunde a la razón con una
proyección del hombre hacia atrás y hacia adelante de su pro-
pia historia. Según los idealistas, es la “razón” una especie de
savia natural del Absoluto que se desarrolla por sí misma y lle-
ga a ser más poderosa que su propia fuente.
Confundiendo lo real con su teórica imagen o idea, ya Nico-
lás de Cusa había esbozado la teoría de una razón infusa en el
acontecer cósmico; en tal fenómeno correspondería al Hombre
una participación de que iría tomando conciencia a través del
Tiempo para, por la gracia del Creador, actuar en el posible
perfeccionamiento de lo existente sin salir del ámbito de lo
conceptual: era como prestar al pensamiento abstracto más
consistencia que la acción sobre las cosas.
Cierto que el hombre ha de aplicar su razón y específicas vir-
tualidades a la irrenunciable tarea de amorizar la tierra; pero lo
hace en el tiempo, en uso de su libertad y desde su genuina per-
sonalidad; no como célula de un ente o magma inmaterial que
animara todo lo existente. Este animal racional que es el hom-
bre no es parte de Dios, si es eso lo que se quiere dar a entender
en lenguaje más o menos cabalístico.
Desde parecida óptica que Nicolás de Cusa y usando un len-
guaje aun más cabalístico y ambiguo, Giordano Bruno habla
de un microcosmos como quinta esencia del macrocosmos,
algo parecido a lo ya sugerido por el esotérico alquimista Para-
celso: la materialidad del hombre es la síntesis de la
materialidad del Universo.
Tal concepto alimenta la “mística” de los “alumbrados pro-
testantes”, que inspiran a Jacob Böhme fantasías como la de

35
que “posee la esencia del saber y el íntimo fundamento de las
cosas”. Y deja escrito:
“No soy yo, dice, el que ha subido al cielo para conocer
el secreto de las obras y de las criaturas de Dios. Es el pro-
pio cielo el que se revela en mi espíritu, por sí mismo, ca-
paz de conocer el secreto de las obras y de las criaturas de
Dios”.
Tales supuestos tuvieron el efecto de desorientar a no pocos
intelectuales de la época, entre ellos Immanuel Kant
(1724-1804), “viejo solterón de costumbres arregladas meca-
nicamente” (Heine).
Kant vivió prisionero de su educación racionalista expresada
entonces en la abundancia de sistemas que permiten los gratui-
tos vuelos de la imaginación de mil reputados maestros de
quienes no se espera otra cosa que geniales edificios de pala-
bras al hilo de tal o cual novedosa fantasía: es la ciega marcha
de quien, sin medir los peligros de su obcecación, sustituye el
creer según el testimonio y la doctrina de Quien todo lo hizo
bien por las imaginadas fabulaciones de cuantos viven del
precio de sus “originalidades”.
Filósofo de oficio con sed de originalidad e incapaz de des-
prenderse de la herencia cartesiana, Kant busca su propio ca-
mino a través de la Crítica. Tiene el valor de desconfiar de las
“ideas innatas” y de “todos los dictados de la Razón Pura” para
tratar de encontrar la luz a través del “imperativo categórico”
que nace de la Razón Práctica. Esto del imperativo categórico
es una genial ambigüedad que salva a Kant del más angustioso
escepticismo y le brinda una fe rusoniana en la propia
conciencia y en la certeza de juicio de la mayoría.
El imperativo categórico parece una clara manifestación de
la savia natural de absoluto, que, en Kant, es patrimonio comu-

36
nitario, no propiedad exclusiva de una élite: “obra de tal suerte
que los dictados de tu conciencia puedan convertirse en
máxima de conducta universal”.
Sin salir del mundo de las ideas y para contar con firmes asi-
deros a que sujetarse en el mar de la especulación, Kant pre-
senta como inequívoca referencia “los juicios sintéticos y a
priori” (juicios concluyentes desde el principio y sin análisis
racional previo), ingenioso contrasentido que hará escuela y
permitirá admitir el supuesto de que la verdad circula por
ocultos pasadizos de privilegiados cerebros, como el de su
discípulo Fichte (1762-1814)
Siguiendo a Kant en eso del imperativo categórico y por vir-
tud de un parirotazo académico, el pastor luterano Juan Fichte
afirmaba que la “Razón es omnipotente aunque desconozaca
el fondo de las cosas”.
Desde su juventud, Fichte ya se consideró muy capaz de anu-
lar a su maestro. En 1790 escribe a su novia:
“Kant no manifiesta más que el final de la verdadera fi-
losofía: su genio le descubre la verdad sin mostrarle el
principio”. “Es un principio que no cabe probar ni deter-
minar: se ha de aceptar como esencial punto de partida”.
Principio que que, siguiendo al omnipresente precursor
Descartes, dice Fichte haberlo encontrado en sí mismo y en su
peculiaridad de ser pensante. Pero si para Descartes el “cogi-
to” era el punto de partida de su sistema para Fichte la “cúspi-
de de la certeza absoluta” (expresión de Hegel) está en el
primer término de la traducción alemana: el “Ich” (Yo) del
“Ich denke” (Yo pienso=cogito). Lo más importante de la fór-
mula “yo pienso”, asegura Fichte no es el hecho de pensar sino
la presencia de un “Yo”, que se sabe a sí mismo, es decir, que
“tiene la conciencia absoluta de sí” y, ejerciendo de idealista

37
sin complejos, dogmatiza: emitir juicio sobre una cosa es tanto
como crearla.
Desde esa ciega “reafirmación” en el poder trascendente del
yo, Fichte proclama estar en posesión del núcleo de la auténti-
ca sabiduría y, ya sin titubeos, elabora su Teoría de la Ciencia
que expone desde su cátedra de la universidad de Jena con gi-
ros rebuscados y grandielocuentes entonaciones muy del gus-
to de sus discípulos, uno de los cuales, Schelling, no se recata
de afirmar: “Fichte eleva la filosofía a una altura tal que los
más celebrados kantianos nos parecen simples colegiales”.
En paralelo con la difusión de ese “laberinto de egoísmo es-
peculativo” cual, según expresión de Jacobi, resulta la doctri-
na de Fichte, ha tenido lugar la Revolución Francesa y su
aparente apoteosis de la libertad, supuesto que no pocos fanta-
siosos profesores de la época toman como la más genial, racio-
nal y espontánea parida de la historia. En la misma línea de
“providente producto histórico” es situado ese tiránico
engendro de la Revolución Francesa que fue Napoleón
Bonaparte
De entre los discípulos de Fichte el más aventajado, sin
duda, resulta ser Hegel, el mismo que se atreve a proclamar
que “en Napoleón Bonaparte ha cobrado realidad concreta el
alma del mundo”.
Desde que en la historia de las ideas apareció Descartes, se
puede uno tropezar con “racionalistas” más o menos citados y
celebrados hasta llegar a Hegel, que ya es otra cosa: ni más ni
menos, es el reconocido como el indiscutible padre de la
intelectualidad “progresista”.
Para Guillermo Federico Hegel (1770-1831)
"Napoleón y otros grandes hombres, siguiendo sus fines
particulares, realizan el contenido substancial que expre-

38
sa la voluntad del Espíritu Universal”. Tales hombres son
para él instrumentos inconscientes del Espíritu Universal,
cuya conciencia estará encarnada en el más ilustre cere-
bro de cada época; es decir, en ese “ilustrísimo” profesor
autoproclamado genial descubridor de una realidad ape-
nas entrevista por sus predecesores.
Si Napoleón, enseña Hegel, es el alma inconsciente del mun-
do (la encarnación del movimiento inconsciente hacia el pro-
greso), yo Hegel, en cuanto descubridor de tal acontecimiento,
personifico al “espíritu del mundo” y, por lo mismo, a la certe-
ra conciencia del Absoluto. Es desde esa pretensión como hay
que entender el enunciado que, en 1.806, hace a sus alumnos:
“Sois testigos del advenimiento de una nueva era: el es-
píritu del mundo ha logrado, al fin, alzarse como Espíritu
Absoluto... La conciencia de sí, particular y contingente,
ha dejado de ser contingente; la conciencia de sí absoluta
ha adquirido la realidad que le ha faltado hasta ahora”.
Kant reconocía que la capacidad cognoscitiva del hombre
está encerrada en una especie de torre que le aísla de la verda-
dera esencia de las cosas sin otra salida que el detallado y obje-
tivo estudio de los fenómenos. Hegel, en cambio, se considera
capaz de romper por sí mismo tal “alienación”: desprecia el
análisis de las “categorías del conocimiento” para, sin más ar-
mas que la propia intuición, adentrarse en el meollo de la Rea-
lidad. Se apoya en la autoridad de Spinoza, uno de sus pocos
reconocidos maestros para afirmar que
“se da una identidad absoluta entre el pensar y el ser; en
consecuencia, el que tiene una idea verdadera lo sabe y no
puede dudar de ello”.
Y, ya sin recato alguno, presenta como postulado básico de
todo su sistema lo que puede considerarse una “idealista ecua-
ción”: lo racional (o parido por el más avispado de los cere-

39
bros) es real; y, por lo mismo y según el trueque de los
términos que se usa en las ciencias exactas (si A=B, B=A), lo
real es racional.
Claro que no siempre fue así porque, a lo largo de la Historia,
lo “racional ha sido prisionero de la contingencia”. Tal quiere
demostrar Hegel en su Fenomenología del Espíritu: el conoci-
miento humano, primitivamente identificado con el conjunto
de leyes que rigen su evolución natural, se eleva desde las for-
mas más rudimentarias de la sensibilidad hasta el saber
absoluto.
De hecho, para Hegel, el pasado es como un gigantesco es-
pejo en el que se refleja su propio presente y en el que, gradual-
mente, se desarrolla el embrión de un “conocer” cuya plenitud
culminará en sí mismo. La demostración que requiere tan atre-
vida (y estúpida) suposición dice haberla encontrado en el des-
cubrimiento de las leyes porque se rige la totalidad de lo
concebible que es, a un tiempo (no olvidemos la famosa
“idealista ecuación”), la totalidad de lo existente.
Si Kant había señalado que “se conoce de las cosas aquello
que se ha puesto en ellas”, Hegel llama “figuras de la concien-
cia” a lo que “la razón pone en las cosas”, lo que significa que,
en último término, todo es reducible a la idea.
La tal Idea de Hegel ya no significa uno de esos elementos
que vagaban por “la llanura de la verdad” de que habló Platón:
el carácter de la idea hegeliana está determinado por el carác-
ter del cerebro que la alberga y es, al mismo tiempo, determi-
nante de la estructura de ese mismo cerebro, el cual, puesto
que es lo mas excelente del universo, es el árbitro (o dictador)
de cuanto se mueve en el ancho universo.
Volviendo a las “figuras de la conciencia” de que nos habla
Hegel, según la mal disimulada intencionalidad de éste, habre-

40
mos de tomarlas tanto como previas reproducciones de sus
propios pensamientos como factores determinantes de todas
las imaginables realidades.
Para desvanecer cualquier reticencia “escolástica”, Hegel
aporta su Lógica, la tan traida y llevada Dialéctica. Es la Dia-
léctica de Hegel el “descubrimiento” más apreciado por no po-
cos de nuestros teorizantes.
Por virtud de la Dialéctica, el Absoluto (lo que fué, es y será)
es un Sujeto que cambia de sustancia en el orden y medida que
determinan las leyes de su evolución.
Si tenemos en cuenta que la expresión última del Absoluto
descansa en el cerebro de un pensador de la categoría de Gui-
llermo Federico Hegel, el cual, por virtud de sí mismo, es ca-
paz de conocer y sistematizar las leyes o canales por donde
discurre y evoluciona su propio pensamiento, estamos obliga-
dos a reconocer que ese tal pensador es capaz de interpretar las
leyes a las que ha estado sujeto el Absoluto en todos los
momentos de su historia.
El meollo de la dialéctica hegeliana gira en torno a una inno-
vadora (aunque indocumentada) exposición del clásico silo-
gismo “dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí” (si
A=C y B=C, A=B): Luego de interpretar a su manera los tradi-
cionales principio de identidad y de contradicción, Hegel in-
troduce la “síntesis” como elemento resolutivo y, también,
como principio de una nueva proposición.
Hegel considera inequívocamente probado el carácter dia-
léctico de su peculiar forma de razonar y lo presenta como la
única vía válida para desentrañar el meollo de cuanto fué, es o
puede ser y dogmatiza: la explicación del todo y de cada una
de sus partes es certera si se ajusta a tres momentos: tesis, antí-
tesis y síntesis. La operatividad de tales tres momentos resulta

41
de que la “tesis” tiene la fuerza de una afirmación, la “antíte-
sis” el papel de negación (o depuración) de esa previa afirma-
ción y la “síntesis” la provisionalmente definitiva fuerza de
“negación de la negación”, lo que es tanto como una reafirma-
ción que habrá de ser aceptada como una nueva “tesis” “más
real porque es más racional”. Según esa pauta, sigue hasta la
certeza absoluta el proceso del discurrir...
No se detiene ahí el totalitario carácter de la dialéctica
hegeliana: quiere su promotor que sea bastante más que un
soporte del conocimiento: es el exacto reflejo del movi-
miento que late en el interior y en el exterior de todo lo ex-
perimentable (sean leyes físicas o entidades materiales) y
dogmatiza en su Enciclopedia:
“Todo cuanto nos rodea, dice, ha de ser considerado
como expresión de la dialéctica, que se hace ver en todos
los dominios y bajo todos los aspectos particulares del
mundo de la naturaleza y del Espíritu”.
Lo que Hegel presenta como demostrado en cuanto se refiere
a las “figuras de la conciencia” es extrapolado al tratamiento
del Absoluto, el cual, por virtud de lo que dice Hegel, pudo, en
principio: ser nada que necesita ser algo, que luego es, pero
no es; este algo se revela como abstracto que “necesita” ser
concreto; lo concreto se siente inconsciente pero con “necesi-
dad” de saberse lo que es... y así hasta la culminación de la sa-
biduría, cuya expresión no puede alcanzar su realidad más que
en el cerebro de un genial pensador.
Sabemos que para Hegel el Absoluto se sentía “alienado” en
cuanto no había alcanzado la “consciencia de sí”, en cuanto no
era capaz de “revelarse como concepto que se sabe a sí mis-
mo”. Es un “Calvario” a superar tal como concluye en su
Fenomenología:

42
“La historia y la ciencia del saber que se manifiesta,
dice Hegel al final de su Fenomenología del Espiritu,
constituyen el recuerdo interiorizante y el calvario del
Espíritu absoluto, la verdad y la certidumbre de su trono.
Si ese recuerdo interiorizante, sin ese calvario, el Espíritu
absoluto no habría pasado de una entidad solitaria y sin
vida. Pero, “desde el cáliz de este reino de los espíritus
hasta él mismo sube el hálito de su infinitud”
Lo último es una frase que Hegel toma de Schiller para dog-
matizar:
“la historia no es otra cosa que el proceso del espíritu
mismo: en ese proceso el espíritu se revela, en principio,
como conciencia obscura y carente de expresión hasta
que alcanza el momento en que toma conciencia de sí, es
decir, hasta que cumple con el mandamiento absoluto de
`conócete a tí mismo’”.
En este punto y sin que nadie nos pueda llamar atrevidos por
situarnos por encima de tales ideaciones podemos referirnos
sin rodeos a la suposición fundamental que anima todo el siste-
ma hegeliano: El espíritu absoluto que podría ser un dios ena-
no producido por el mundo material, precisa de un hombre
excepcional para llegar a tener conciencia de sí, para “saberse
ser existente”; esa necesidad es el motor de la propia evolu-
ción de ese limitado dios que, en un primer momento, fue una
abstracción (lo que, con todo el artificio de que es capaz, He-
gel confunde con “propósito de llegar a ser”), luego resultó ser
naturaleza material en la que “la inteligencia se halla como
petrificada” para, por último, alcanzar su plenitud como Idea
con pleno conocimiento de sí.
No se entiende muy bien si, en Hegel, la Idea es un ente con
personalidad propia o es, simplemente, un producto dialéctico
producido por la forma de ser de la materia. Pero Hegel se de-

43
fiende de incurrir en tamaño panteísmo con la singular defini-
ción que hace de la Naturaleza: ésta sería “la idea bajo la forma
de su contraria” o “la idea revestida de alteridad: algo así
como lo abstracto que, en misteriosísima retrospección, se di-
luye en su contrario, lo concreto, cuyo carácter material será el
apoyo del “saber que es”.
Aun así, para Hegel la Idea es infinitamente superior a lo que
no es idea. Según ello, en la naturaleza material, todo lo parti-
cular, incluidas las personas, es contingente: todo lo que se
mueve cumple su función o vocación cuando se niega a sí mis-
mo o muere, lo que facilita el paso a seres más perfectos hasta
lograr la genuina personificación de la Idea o Absoluto (para
Hegel ambos conceptos tienen la misma significación) cual es
el espíritu.
Esto del espíritu, en Hegel, es una especie de retorno a la
Abstracción (ya Heráclito, con su eterna rueda, había dicho
que todo vuelve a ser lo que era o no era): el tal espíritu es “el
ser dentro de sí” (“das Sein bei sich”) de la Idea: la idea retor-
nada a sí misma con el valor de una negación de la naturaleza
material que ha facilitado su advenimiento. Esta peculiar ex-
presión o manifestación de la idea coincide con la aparición de
la inteligencia humana, cuyo desarrollo, según Hegel, se ex-
presarían en tres sucesivas etapas coincidentes con otras tan-
tas “formas” del mismo espíritu: el “espritu subjetivo”, pura
espontaneidad que reacciona en función del clima, la latitud, la
raza, el sexo...; el “espíritu objetivo” ya capaz de elaborar ele-
mentales “figuras de la conciencia” y, por último, el “espíritu
absoluto”, infinitamente más libre que los anteriores y, como
tal, capaz de crear y desarrollar el arte, la religión y la filosofía.
Este espíritu absoluto será, para Hegel, la síntesis en que
confluyen todos los “espíritus particulares” y, tambien, el me-

44
dio de que se valdrá la Idea para tomar plena conciencia de sí.
“Espíritus particulares” serán tanto los que animan a los diver-
sos individuos como los encarnados en las diversas civiliza-
ciones; podrá, pues, hablarse, del “espíritu griego”, del
“espíritu romano”, del “espíritu germánico”... todos ellos, pa-
sos previos hasta la culminación del espíritu absoluto el cual
“abarcará conceptualmente todo lo universal”, lo que significa
el último y más alto nivel de la Ciencia y de la Historia, al que,
por especial gracia de sí mismo, ha tenido exclusivo y privile-
giado acceso el nuevo oráculo de los tiempos modernos cual
pretende ser Federico Guillermo Hegel (y así, aunque cueste
creerlo, es aceptado por los más significados de la
intelectualidad llamada “progresista”).
Por lo expuesto y, al margen de ese cómico egocentrismo del
Gran Idealista, podemos deducir que, según la óptica hegelia-
na, es “historicamente relativo” todo lo que se refiere a creen-
cias, Religión, Moral, Derecho, Arte... cuyas “actuales”
manifestaciones serán siempre “superiores” a su anterior (la
dialéctica así lo exige). Por lo mismo, cualquier manifestación
de poder “actual” es más real (y, por lo tanto, “más racional”)
que su antecesor o poder sobre el que ha triunfado... (es la fa-
mosa “dialéctica del amo y del esclavo”, que tanto dará que
hablar como coartada de un razón que no necesita demostrar
ser razón.
Al repasar lo dicho, no encontramos nada substancial que, en
parecidas circunstancias, no hubiera podido decir Maquiavelo
o cualquiera de aquellos sofistas (Zenón de Elea, por ejemplo)
que, cara a un interesado y bobalicón auditorio, se entretenían
en confundir lo negro con lo blanco, el antes con el después, lo
bueno con lo malo...

45
Claro que Hegel levantó su sistema con herramientas muy al
uso de la agitada y agnóstica época: usó y abusó del artificio y
de sofisticados giros académicos. Construyó así un soberbio
edificio de palabras y de suposiciones (“ideas” a las que, en la
más genuina línea cartesiana, concedió valor de “razones irre-
batibles”) a las que entrelazó en apabullante y retorcida apa-
riencia según el probable propósito de ser aceptado como el
árbitro de su tiempo. Pero, terrible fracaso el suyo, “luego de
haber sido capaz de levantar un fantástico palacio, hubo de
quedarse a vivir (y a morir) en la choza del portero”
(Kierkegard).
Ese fue el hombre y ése es el sistema ideado (simple y llana-
mente ideado) que las circunstancias nos colocan frente a
nuestra preocupación por aceptar y servir a la Realidad que
más directamente nos afecta.
Sin duda que una elemental aceptación de la Realidad ante-
rior e independiente del pensamiento humano nos obliga a
considerar a Hegel un fantasioso, presumido y simple dema-
gogo. Ello aunque no pocos de nuestros contemporáneos le
acepten como el “padre de la intelectualidad progresista”. To-
dos ellos están invitados a reconocer que Hegel no demostró
nada nuevo: fueron sus más significativas ideas puras y sim-
ples fantasías, cuya proyección a la práctica diaria se ha tradu-
cido en obscura esterilidad cuando no en catástrofe (al
respecto, recuérdese la reciente historia).
Una consideración final a este ya largo (demasiado largo)
capítulo: Si toda la obra de Hegel no obedeció más que a la de-
liberada pretensión de “redondear” una brillante carrera aca-
démica, si el propio Hegel formulaba conceptos sin creer en
ellos, solamente porque ése era su oficio... y, a pesar de todo,
su nombre y su obra van ligados a los movimientos sociales

46
que más ruido han producido en el último siglo y medio... ¿No
será oportuno perderle todo el respeto a su egocentrista e
intrincada producción intelectual?
Realismo obliga y en su nombre hemos de prevenir contra
el lamentable hecho de que es precisamente la sombra de
Hegel el fenómeno más destacado en los círculos “cultura-
les”, en donde se desarrolló el conglomerado de ocurrencias
y creencias que afectaron a la toma de posición intelectual
de Karl Marx.

47
6
BERLIN Y LOS MERCADERES DE FILOSOFIA

L a mayoría de los discípulos de Hegel llegó a creer que con


lo del “maestro” se había cubierto la etapa final de la “fi-
losofía tradicional”: “Con Hegel, escribió Gans, uno de esos
discípulos, la filosofía cierra su círculo; a los pensadores de
hoy no cabe otra alternativa que el disciplinado estudio sobre
temas de segundo orden según la pauta que el recientemente
fallecido ha indicado con tanta claridad y precisión”.
Foörster, el más acreditado editor de la época, comparó la si-
tuación con la vivida por el imperio macedónico a la inespera-
da muerte de Alejandro Magno: no hay posible sucesor en el
liderazgo de las ideas; a lo sumo, caben especializaciones a la
manera de las satrapías en que se dividió la herencia de Ale-
jandro, todo ello sin romper los esquemas de lo que se tomaba
por una magistral e insuperable armonización de ideas, fueran
éstas totalmente ajenas a la propia realidad. Claro que Hegel,
en una de sus famosas boutades, no había dudado en situarse
por encima de la Realidad:“si la realidad no está de acuerdo
con mi pensamiento ése es problema de la realidad”.
Era tal la ambigüedad del hegelianismo que, entre los discí-
pulos, surgieron tendencias para cualquier gusto: hubo una
“derecha hegeliana” representada por Gabler, von Henning,
Erdman, Göschel, Shaller..; una variopinta “izquierda” en la
que destacaban Strauss, Bauer, Feuerbach, Hess, Sirner, Ba-

49
kunin, Herzen, Marx, Engels... y, tambien un “centro” con
Rosenkranz, Marheineke, Vatke o Michelet.
Como era de esperar, las distintas creencias o sectas también
hicieron objeto al Sistema de muy dispares pero interesadas
interpretaciones: unos verán a Hegel como luterano ortodoxo,
otros como simplemente deista al estilo de un desvaído Voltai-
re, otros como panteísta o ateo.
En la guerra de las interpretaciones y dada la fuerza que, en-
tre los más influyentes intelectuales, había cobrado el hegelia-
nismo, parecía obligado que poder y oposición tomaran
partido: El poder establecido, identificado con el ala más con-
servadora, veía en Hegel al defensor de la religión oficial; los
“intelectuales” de la oposición, por el contrario, optaban por
encontrar argumentos hegelianos contra la fe tradicional.
Fueron estos últimos los que difundieron más ruido acadé-
mico llegaron éstos a constituir un grupo organizado que se
llamó de los “libres” (“Freien”) o “jóvenes hegelianos”.
El “sistema” era, por tanto, un buen producto de mercado y
así habían de entenderlo los avispados de entonces: son los
que, en gráfica alusión, unos años más tarde Marx tilda de
“mercaderes de Filosofía”. Al respecto, bien vale la pena
transcribir el siguiente ilustrativo texto:
“Si hemos de creer a nuestros ideólogos, dice, Alemania
ha sufrido en el curso de los últimos años una revolución
de tal calibre que, en su comparación, la Revolución Fran-
cesa resulta un juego de niños: con increíble rapidez, un
imperio ha reemplazado a otro; un poderosísimo héroe ha
sido vencido por un nuevo héroe, más valiente y aun más
poderoso... Asistimos a un cataclismo sin precedentes en
la historia de Alemania: es el inimaginable fenómeno de la
descomposición del Espíritu Absoluto.

50
Cuando la última chispa de vida abandonó su cuerpo,
las partes componentes constituyeron otros tantos despo-
jos que, pertinentemente reagrupados, formaron nuevos
productos. Muchos de los mercaderes de ideas, que antes
subsistieron de la explotación del Espíritu Absoluto, se
apropiaron las nuevas combinaciones y se aplicaron a
lanzarlas al mercado.
Según las propias leyes del Mercado, esta operación co-
mercial debía despertar a la competencia y así sucedió, en
efecto.
Al principio, esa competencia presentaba un aspecto
moderado y respetable; pero, enseguida, cuando ya el
mercado alemán estuvo saturado y el producto fue conoci-
do en el último rincón del mundo, la producción masiva,
clásica manera de entender los negocios en Alemania, dio
al traste con lo más substancial de la operación comer-
cial: para realizar esa operación masiva había sido nece-
sario alterar la calidad del producto, adulterar la materia
prima, falsificar las etiquetas, especular y solicitar crédi-
tos sobre unas garantías inexistentes.
Es así cómo la competencia se transformó en una lucha
implacable que cada uno de los contendientes asegurará
coronada por la propia victoria...”
Para esos mercaderes de ideas, autoproclamados “freien”
(libres), Hegel es el maestro y solamente a su sombra es posi-
ble encontrar un atisbo de originalidad, codiciado punto de
partida para ser reconocido como rompedor de “viejas ruti-
nas”. Uno de ellos fue el pastor luterano fue David Strauss
(1808-1874), cuya originalidad consistió en compatibilizar un
manifiesto ateismo con encendidos sermones según la más
pura ortodoxia oficial. Desde ese posicionamiento asegura:

51
“la religión cristiana y la filosofía tienen el mismo con-
tenido: la primera en forma de imagen y la segunda bajo la
forma de idea”.
Ha pasado por el esoterismo antes de reconocerse como he-
geliano ateo. Era un profesional del sermón que se creía muy
por encima de la sencilla fe del pueblo y que distrae sus secre-
tas inquietudes por obscuros laberintos de divagaciones esoté-
ricas y mágicas. Obsesionado por contactar con algún
“investido de poderes ocultos”, pasa por la “apasionante expe-
riencia” de visitar a la bruja más influyente de la época, la “Vi-
dente de Prevorst”. Virscher, uno de sus acompañantes, nos lo
cuenta:
“Strauss estaba como electrizado, no aspiraba más que
a gozar de las visiones crepusculares de los espíritus; si
creía encontrar la más ligera huella de racionalismo en la
discusión, la rebatía con vehemencia, tachando de pagano
y de turco a cualquiera que rehusara acompañarle a su
jardín encantado”.
Es cuando descubre en Hegel a un cauto teorizador del pan-
teísmo y, aprovechando una brecha en la censura oficial, ya se
considera pertrechado para, en buen mercader de ideas, abor-
dar la réplica del Evangelio que, por cuestión de oficio, se ha
visto obligado a predicar. Lo hará con hipócrita desfachatez ya
que no está dispuesto a renunciar a las prebendas de un respe-
tado clérigo, a la sazón, profesor del seminario luterano de
Maulbrun (1831).
Escribe su “Vida de Jesús”, que para él no es Dios hecho
hombre. Recurre a la "autoridad" de Hegel para apuntar:
“si Dios se encarna específicamente en un hombre, que
sería Cristo... ¿cómo puede hacerlo en toda la humanidad
tal como enseña Hegel?”.

52
Imbuido de que el panteísmo de Hegel era inequívocamente
certero en la negación del Hecho preciso de la Encarnación de
Dios en Jesús de Nazareth, ese acomodaticio pastor luterano,
que fue Strauss, proclama que ha llegado el tiempo de
“sustituir la vieja explicación por vía sobrenatural e, in-
cluso, natural por un nuevo modo de presentar la Historia
de Jesús: aquí la figura central ha de ser vista en el campo
de la mitología”...
En su “Vida de Jesús” adopta un tono pomposo y didáctico
que no abandona ni siquiera cuando se enfrenta con el núcleo
central de la Religión Cristiana, la Resurrección de Jesucristo:
“Según la creencia de la Iglesia, Jesús volvió milagro-
samente a la vida; según opinión de deistas como Raima-
rus, su cadáver fue robado por los discípulos; según la
crítica de los racionalistas, Jesús no murió más que en
apariencia y volvió de manera natural a la vida... según
nosotros fue la imaginación de los discípulos la que les
presentó al Maestro que ellos no se resignaban a conside-
rar muerto. Se convierte así en puro fenómeno psicológico
(mito) lo que, durante siglos, ha pasado por un hecho, en
principio, inexplicable, más tarde, fraudulento y, por
último, natural”.
Strauss pretende aportar contundentes argumentos con una
colosal y probada mentira: Dice haber buceado en la historia
cuando no pasó de un viaje a Berlín para escuchar al “oráculo
de los tiempos modernos”, el inigualable Hegel, que murió del
cólera sin poder recibirle. Mintiendo, pues, con el mayor des-
caro, dice Strauss:
“Los resultados de la investigación que hemos llevado a
término, han anulado definitivamente la mayor y más im-
portante parte de las creencias del cristiano en torno a Je-
sús, han desvanecido todo el aliento que de El esperaban,

53
han convertido en áridas todas la consolaciones. Parece
irremisiblemente disipado el tesoro de verdad y vida a que,
durante dieciocho siglos, acudía la humanidad; toda la
antigua grandeza se ha traducido en polvo; Dios ha que-
dado despojado de su gracia; el hombre, de su dignidad;
por fin, está definitivamente roto el vínculo entre el Cielo
y la Tierra”.
Aunque descorazonador, corrosivo e indocumentado,”La
Vida de Jesús” del pastor David Strauss resultó ser un libro re-
velación en el mundo de los mercaderes de ideas a que iba
destinado. Era una especie de evangelio laico y veladamente
ateo a la medida de los tiempos. Cuando apareció en 1835, otro
clérigo luterano, Bruno Bauer, recibió de sus superiores el en-
cargo de una contundente réplica desde una “conservadora”
interpretación del legado de Hegel.
Precedía a Bauer la aureola académica del “más inspirado
maestro” después de Hegel: según Cieskowski,
“Decir que Bruno Bauer no es un fenómeno filosófico de
primera magnitud es como afirmar que la Reforma careció
de importancia: ha iluminado el mundo del pensamiento
de tal forma que ya es imposible obscurecerlo “.
No tuvo lugar la esperada contundente réplica a los postula-
dos de Strauss; el choque entre ambos fue algo así como una
pelea de gallos en que cada uno jugara a superar al otro en no-
vedoso radicalismo, tanto que pronto Bruno Bauer se mereció
el título de “Robespierre de la Teología”. Como él mismo con-
fiesa en carta a Karl Marx, se había propuesto
“practicar el terrorismo de la idea pura cuya misión es
limpiar el campo de todas las malas y viejas hierbas”.
En el enrarecido ambiente algo debió de influir la desazón y
el desconcierto que en muchos clérigos había producido la lla-
mada “unión de las iglesias” celebrada pocos años atrás (1817)

54
entre luteranos y calvinistas. Si Strauss había declarado la
guerra a la Fé, Bauer, sin abandonar el campo de la teología lu-
terana y desde una óptica que asegura genuinamente hegelia-
na, señala que la Religión es fundamental cuestión de estado
y, por lo mismo, escapa a la competencia de la jerarquía ecle-
siástica, “cuya única razón de ser es proteger el libre examen”.
Publica en 1.841 su “Crítica de los Sinópticos” en que mues-
tra a los Evangelios como una simple expresión de la “con-
ciencia de la época” y, como tal, un anacronismo hecho inútil
por la revolución hegeliana.
Dice Bauer ser portavoz de la auténtica intencionalidad del
siempre presente “maestro”, Hegel: “Se ha hecho preciso ras-
gar el manto con que el maestro cubría sus vergüenzas para
presentar el sistema en toda su desnudez” y que resulte como
lo que, en la interpretación de Bauer, era propiamente: una im-
placable andanada contra el Cristianismo, “conciencia desgra-
ciada” a superar inexorablemente gracias a la fuerza dialéctica
(revolucionaria) del propio sistema.
La idea que vende Bauer que, repetimos, dice haberla here-
dado del “oráculo de los tiempos modernos” (Hegel), es la ra-
dical quiebra del Cristianismo: “Será una catástrofe
pavorosa y necesariamente inmensa: mayor y más monstruo-
sa que la que acompañó su entrada en el escenario del mun-
do” (Carta a C.Marx).
Para el resentido pastor luterano cual resulta ser Bruno
Bauer es inminente la batalla final que representará la definiti-
va derrota del “último enemigo del género humano... lo inhu-
mano, la ironía espiritual del género humano, la inhumanidad
que el hombre ha cometido contra sí mismo, el pecado más di-
fícil de confesar” (Bauer - Las buenas cosas de la libertad).

55
Bauer personifica esa “batalla última” en su versión panteís-
ta y atea del hegelianismo y, erigiéndose en adalid de la van-
guardia crítica, se presenta como definitivo verdugo del
Cristianismo. Con pasmosa ingenuidad asegura que, única-
mente, le falta dar al hecho la suficiente difusión.
Sucedía esto en el mundo de los “jóvenes hegelianos”, un
revuelto zoco académico en el que se subastan las ideas de la
época, tal como Marx acusará en su momento, no menos preo-
cupado por alcanzar su puesto de privilegio en la oferta de sus
pretendidas originalidades, dificultosa tarea en tanto en cuanto
el núcleo de la filosofía siga prisionera de los postulados idea-
listas del coloso: los jóvenes hegelianos, Marx incluido, presu-
men de materialistas y ateos; pero ¿en base a qué? ¿no es
verdad que todo lo que se dice sobre el ser humano y su mundo
no pasa de ser derivación de una vergonzante teología con la
Idea como ser supremo y el horizonte materialista como
quimérica aspiración?

56
7
JENNY VON WESTPHALEN, LA ENAMORADA
ESPOSA

P or la presión de su circunstancia, pronto Karl Marx “secu-


larizó” la presunta devoción cristiana de su adolescencia:
Es lo que apuntan sus biógrafos y cabe colegir tras el recorda-
torio de Leonor Marx (Tussy) (1855-1898), la menor de sus
tres hijas:
“Sus primeros camaradas fueron los hermanos de Jenny
von Westphalen. Del padre de éstos, el barón Westphalen,
aprendió Marx a gustar de la escuela romántica. Mi abue-
lo paterno le hablaba de Voltaire y Racine; Westphalen
orientaba sus aficiones hacia Homero y Shakespeare, que
fueron siempre sus autores predilectos. En sus años de es-
colar, los camaradas de mi padre le tenían simpatía por-
que siempre guardaba una malicia oculta; le temían
también porque sabían que lucía cierto talento satírico. Si-
guió la rutina habitual de los cursos escolares, y en las
universidades de Bonn y de Berlín estudió Derecho por
complacer a su padre; por su gusto personal y sus aficio-
nes, se aplicó a la historia y a la filosofía” 1
En octubre de 1835 ha comenzado Karl Marx a estudiar de-
recho en la Universidad de Bonn, en donde también sigue cur-

1 .- Extracto en Wikipedia del opúsculo "Mi padre", Leonor Marx

57
sos sobre mitología e historia del arte a la par que se deja
arrastrar por la melée estudiantil presumiendo de poeta entre
trasiegos de cerveza. Es en agosto del mismo año, durantes las
vacaciones en Tréveris, cuando inicia el noviazgo con su veci-
na y especial amiga Johanna Bertha Julia “Jenny” von
Westphalen (1814-1881) con 18 años él y 22 ella.
Halagada en principio y muy pronto enamorada, Jenny se
deja cortejar y querer por Karl, quien, según Lefebvre2, uno de
sus biógrafos, dedica sus noches a escribir sobre el amor, so-
bre Jenny, sobre sí mismo poemas de este tenor:
No me puedo ocupar sin cuidado
de cuanto ha tomado posesión de mi alma.
Ya no puedo vivir en paz
y a la tarea me lanzaré con ardor.
Quisiera conquistar el Todo,
ganar los favores de los dioses,
poseer el luminoso saber,
perderme en los dominios del arte…
Es una inspiración poética, que pronto toma el aire de una
proclama de acción revolucionaria:
…lo imposible se debe intentar
sin tomarse nunca reposo…
… al humillante yugo
desechemos el someternos
en silencio y temerosos:
nos queda el deseo y la pasión,
de nosotros depende la acción…
Era Jenny la primogénita del segundo matrimonio del ba-
rón Von Westphalen; de él había heredado “la pasión por los

2 H.Lefebvre: Marx, PUF, pgs. 4 y 5

58
aires que venían de Francia” con un tilde personal a favor de la
revolución que en 1830 había llevado al trono francés al “rey
burgués” Luis Felipe de Orleans. Es a finales mayo de 1832
cuando el eco alemán de tal revolución se materializa en la lla-
mada “Fiesta de Hambach”, por el nombre del castillo que co-
rona la comarca vinícola de Neustadt, cercana a Tréveris:
reunidas unas 30.000 personas de distintas procedencias, cla-
maron allí por las libertades políticas, que se resistía a conce-
der el gobierno prusiano. Al parecer (Wikipedia), uno de los
jóvenes participantes fue Jenny von Westphalen, que, con 18
años de edad, destacaba por su soltura y belleza y ya se mere-
cía abierta devoción por parte de sus vecinos, incluido un ado-
lescente de catorce años llamado Karl Marx, quien dejará
escrito: “quienquiera que conozca la historia sabe que los
grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento
femenino”.
Ese interés de Jenny von Westphalen por una política a la es-
cala de los tiempos era el complemento de una intensa vida so-
cial de la que Karl ha empezado a formar parte en sus primeras
vacaciones de universitario: se manifiesta como joven román-
tico, que, además de recordar a Shakespeare y divagar sobre la
Ilíada, presume seguir la trayectoria de Heinrich Heine, otro
judío que llegará a ser amigo de la familia; hace vida mundana,
practica la equitación, dice haberse batido en duelo con un
compañero “reaccionario” de la universidad y manifiesta ren-
dida admiración por Jenny von Westphalen, “la muchacha
más linda de Tréveris” (la recordará así K. Marx en 1863,
veintisiete años más tarde).
A disgusto de ambas familias, fueron siete años de noviazgo
hasta su boda celebrada en la pequeña iglesia luterana en
Kreuznach el 21 de mayo de 1843 (ella con 29 y él con 25 años
de edad); cinco años antes (10 de mayo de 1938) había falleci-

59
do el padre de Karl: sus últimas cartas expresaban el disgusto
por lo que estimaba crisis de identidad de un joven inmaduro.
Al parecer, el triste suceso fue motivo de claro distanciamien-
to entre las dos familias, así lo expresa en una carta del 29 de
mayo de 1849 la madre de Karl, frau Henriette. Ello no obstan-
te, ninguno de los dos jóvenes se daba por aludido, en especial
Karl, que dedica la tesis doctoral (abril de 1841) a su futuro
suegro, “querido y paternal amigo, que saluda todo progreso
con el entusiasmo y convicción de la verdad”. Fallece Von
Westphalen el 3 de marzo de 1842 y, transcurrido el precepti-
vo año de luto, se celebra la boda de Jenny y Karl sin
apreciable oposición por parte de ninguna de las dos familias.
Ya casada, Jenny se siente plenamente identificada con su
marido en los afanes por “transformar el mundo”, sea ello con-
tra corriente de los “filósofos que, hasta entonces, solamente
se habían preocupado de explicarlo”. Ello no obsta para que se
presente y firme sus cartas como baronesa Von Westphalen a
continuación del preceptivo Jenny Marx y que, incluso en los
momentos de mayor penuria económica, mantenga un servicio
doméstico que recuerde su rango social. Claro que, profunda-
mente enamorada de su marido, colaboraba con él en todo lo
concerniente a la literatura sobre la “inminente e inevitable re-
volución proletaria”; no podía ser de otra forma puesto que su
Moro (era el apelativo cariñoso con que obsequiaba a Karl
Marx) vivía para ello, se desviaba frecuentemente del pragma-
tismo burgués (do ut des), perdía frecuentemente la paciencia
y, por lo mismo, requería continuamente buenas dosis de áni-
mo e ilusión; por demás, el llamado a ser un hombre clave en la
historia tenía una endiablada letra, que solamente ella era in-
capaz de descifrar para pasar a limpio los textos solicitados por
los editores. El marido, por su parte, siempre se manifestó or-
gulloso de compartir su vida con tal mujer; así se lo hace ver y

60
agradece en carta que escribe con ocasión de una de sus visitas
a Tréveris (1863): “La gente me pregunta una y otra vez, por
activa y por pasiva, por aquella que era la chica más linda de
Tréveris y la reina del baile; resulta endiabladamente
agradable para un hombre que su mujer viva todavía en la
fantasía de una ciudad como la princesa encantada”.
Aunque sin renunciar a los dictados de su prosapia, para con-
trarrestar los fallos de su marido, que nunca tuvo un empleo
regularmente remunerado, Jenny había de ocuparse de todo lo
concerniente a la economía familiar, empeñando y desempe-
ñando enseres, exigiendo lo debido a los editores, solicitando
ayuda a familiares y amigos, incluidos los adinerados Philips
de Holanda a la par que no ahorraba reproches a la incapaci-
dad de Karl Marx para hacer frente a las más elementales res-
ponsabilidades sobre una familia, que nunca dejó de ser
inferior a los siete miembros, incluida la fiel ama de llaves Ele-
na Demuth con quien, rompiendo con lo humano y lo divino,
Karl llegó a tener un escarceo sentimental, que trajo al mundo
a Frederik Demuth (1851-1927) hijo nunca reconocido por
Karl y que ella pretendió ignorar, al menos, de puertas afuera.
Para cubrir las formas y no empañar la honorabilidad victoria-
na del matrimonio Marx y mantener la imagen de padre y es-
poso celosos de sus obligaciones, Federico Engels se presentó
como padre de la criatura ante propios y extraños, falacia que
mantuvo hasta el momento de su muerte (5 de agosto de 1895),
en que deshizo el equívoco con presencia de acreditados testi-
gos, incluida una escandalizada y dolida Leonor Marx, la me-
nor de la familia.

61
8
ROMANTICA EVASION HACIA
EL NIHILISMO ATEO

A sus veinte años, orgulloso de contar con el amor de la


“reina del baile de Tréveris”, sueña Marx con perderse
en el mundo de los poetas luego de haber condenado a la ho-
guera al farragoso derecho con todos sus pandectes y de tomar
prestados los principales postulados materialistas de la nueva
filosofía.
De un poema, al que titula La Virgen pálida, nos llegan unos
versos que traducimos, no sin falta de respeto a la rima y a la
medida:
Así, he perdido el cielo,
Lo sé muy bien.
Mi alma no hace mucho, fiel a Dios,
Ha sido marcada por el infierno.
Ignoramos el nombre del poema al que corresponden estos
otros versos, también localizados a través de Wikipedia :
Con Satanás he hecho un pacto
en el secreto que él conoce,
mientras apresa el tiempo para mí,
que canto la marcha de la muerte
a caballo de la loca libertad.
Sigue Karl Marx su escasamente apetecible programa acadé-
mico al tiempo que participa en tertulias y teóricos complots
contra el orden establecido sin dejar de pretender la celebridad

63
con inspirados poemas como el que envía en 1841 a la revista
Atheneum :
El violinista tañe su violín,
sus largos cabellos en desorden.
Lleva una espada al cinto
y viste túnica amplia y arrugada
-Violinista, ¿por qué tocas con tal furia?
¿Porqué hay en tus ojos un brillo salvaje?
¿Porqué la sangre ardiente y las olas encrespadas?
¿Porqué rompes tu arco en mil pedazos?
-Toco para el mar embravecido
que se estrella contra el acantilado
para que cieguen mis ojos, me salte el corazón
y mi alma arda en el fondo del infierno.
-Violinista ¿por qué desgarras tu corazón
con esa burla? Recibiste tu vida y tu arte
de un Dios radiante que eleva tu mente
hasta la sugerente música de las estrellas.
-Escucha, mi espada teñida de sangre
traspasará certeramente tu alma.
Tu Dios no conoce ni respeta el arte.
El vapor infernal invade mi loco cerebro.
Vivo una pasión que me rompe el corazón.
Esta es la espada del Príncipe de las Tinieblas;
Ella marca el tiempo y traza los signos de mi vida.
Con furia creciente sigo la danza de la Muerte
con rabia en las notas y vértigo en mis pies
hasta que mi corazón y el violín estallen.
El violinista hace aullar a su violín
al viento sus largos e hirsutos cabellos,
con su afilada y larga espada al cinto,
vestido con amplia y arrugada túnica....
¿Es Karl Marx el violinista del poema? ¿Qué sugiere con eso
de la espada del Príncipe de la Tinieblas, que marca el tiempo

64
y traza los signos de su vida? Esa bella mujer que le hace re-
proches... es, sin duda, la añorada novia Jenny, pero ¿qué
quiere decir Marx con eso de la amplia y arrugada túnica? ¿Se
refiere, tal vez, a la llamada Túnica Sagrada que, según cuenta
la tradición católica, llevó camino de la muerte Jesús de Naza-
reth y que hoy es celosamente guardada en la Catedral de
Tréveris?
Sea cual fuere la fuerza de una u otra de las influencias, que,
hasta entonces, habían marcado la orientación de su vida, to-
das ellas quedaron chiquitas en relación con lo que, para Marx
representó la Universidad de Berlín, “centro de toda cultura y
toda verdad” (como escribió a su padre). Compatibiliza sus es-
tudios con la participación activa en lo que se llamaba el
“Doktor Club” y con una desaforada vida de bohemia que le
lleva a derrochar sin medida, a fanfarronear hasta el punto de
batirse en duelo, a extrañas misiones por cuenta de una
sociedad secreta, a ir a la cárcel....
Le salva el padre quien le reprocha “esos imprevistos brotes
de una naturaleza demoníaca y fáustica” que tanto perjudican
el buen nombre de la familia y de su novia: “no hay deber más
sagrado para un hombre, le escribe el padre, que el deber que
se acepta para proteger a ese ser más débil que es la mujer”.
Carlos Marx acusa el golpe y distrae sus arrebatos con utópi-
cos proyectos, “disciplinadas rebeldías”, trasiego de cerveza,
la bohemia metódica y vaporosa y... encendidos poemas con
que quiere
“conquistar el Todo,
ganar los favores de los dioses
poseer el luminoso saber,
perderse en los dominios del arte”

65
Parece que los religiosos fervores, que presidieron sus ilu-
siones de primera juventud, se traducen ahora en apresurada
fiebre por transformar el mundo, ahora desde una especie de
descorazonador nihilismo. Lo expresa en una extraña tragedia
que escribe por esa época; vale la pena recordar un soliloquio
de Oulamen, el protagonista:
“¡Destruido! ¡Destruido! Mi tiempo ha terminado.
El reloj se ha detenido; la casa enana se ha derrumbado.
Pronto estrecharé entre mis brazos a toda las Eternidad
y lanzaré gruesas maldiciones contra la Humanidad.
¿Qué es la Eternidad? Es nuestro eterno dolor,
nuestra indescriptible e inconmensurable muerte,
es una vil artificialidad que se ríe de nosotros.
Somos nosotros la ciega e inexorable máquina del reloj
que convierte en juguetes al Tiempo y al Espacio,
sin otra finalidad que la de existir y ser destruidos
pues algo habrá que merezca ser destruido,
algún reparable defecto tendrá el Universo....
¿Qué ha sucedido para que aquel joven, abierto al mundo en
generosidad y propósito de trabajo fecundo, vea ahora muerta
su ilusión?
Cierto que esos versos y otros muchos más con los que sigue
aludiendo a una supuesta indiferencia de Dios, al pobre con-
suelo de los sentidos, a la inutilidad de las ilusiones, al torpe
placer de la destrucción... son o pueden ser simples productos
de ficción literaria...
Pero ¿no serán, efectivamente, reflejo de un doloroso desga-
rramiento de la fe, esa fe a la que se aferraba con pasión para
mantener su dignidad de persona y no incurrir en lo que más
temía pocos años atrás: “el desprecio a sí mismo o serpiente
que se oculta en el corazón humano y lo corroe, chupa su san-

66
gre y la mezcla con el veneno de la desesperación y del odio
hacia toda la humanidad?”
Tras una enfermedad que le obliga a larga convalecencia en
el campo, Marx cree haber encontrado su nirvana en el idealis-
mo subjetivo que flota en todos los círculos que frecuenta; “ya
desaparecida la resonancia emotiva, escribe a su padre, doy
paso a un verdadero furor irónico, creo que lógico después de
tanto desconcierto”. Y simula rendirse al coloso (Hegel), de
cuya auténtica filiación atea y materialista le han convencido
alguno de sus nuevos amigos (Bruno Bauer, en particular).
Es una disimulada rendición que habrá de permitirle con-
traatacar mejor pertrechado, a ser posible, con las armas del
enemigo y atacando por el flanco más débil.
A debilitar ese flanco se aplica en su primera obra de cierto
relieve, su tesis doctoral (“Diferencia entre el materialismo de
Demócrito y el de Epicuro”) en donde, a la par que porfía de
radical ateismo (“En una palabra, odio a todos los dioses”, es-
cribe al comienzo de su tesis en recuerdo del Prometeo de
Esquilo) formula su consigna de acción para los años venide-
ros: “Hasta ahora, los filósofos se han ocupado de explicar el
mundo; de lo que se trata es de transformarlo”.
Desde entonces y con las modulaciones, que le inspiran su-
cesivas lecturas y encuentros con doctores y diletantes, Karl
Marx se presenta como portador de una fuerza creadora que ha
de sustituir a la “estéril idea”: la “Praxis” o acción por la ac-
ción (“Destruir es una forma de crear” dirá, desde parecida óp-
tica, el anarquista ruso Miguel Bakunín).
Cuando, en los libros de divulgación marxista, los exégetas
abordan los “años críticos” (desde 1.837 hasta 1.847), conce-
den excepcional importancia a lo que llaman alienación o alie-
naciones (religiosa, filosófica, política, social y económica)

67
que sufriría en su propia carne Karl Marx: la sacudida de tales
alienaciones daría carácter épico a su vida a la par que abriría
el horizonte a su teoría de la liberación (o doctrina de salva-
ción). Con ello, aseguran sus exegetas, sigue y supera la
Dialéctica del amo y del esclavo, que descubriera Hegel.
En realidad, Marx distó bastante de ser y manifestarse como
un timorato alienado: fue, eso sí, un intelectual abierto a las
posibilidades de redondear su carrera. En esa preocupación
por redondear su carrera, pasó por la Universidad, elaboró su
tesis doctoral, estudió a Hegel, criticó a Strauss, siguió a Bauer
y creyó aprender mucho de Feuerbach.
Era novedoso y, por lo tanto, capaz de arrastrar prosélitos el
presentar nuevos caminos para la ruptura de lo que Hegel lla-
mara conciencia desgraciada o abatida bajo múltiples aliena-
ciones. Cuando vivía de cerca el testimonio del Crucificado
apuntaba que era el amor y el trabajo solidario el único posible
camino; ahora, intelectual aplaudido por unos cuantos, doctor
por la gracia de sus servicios al subjetivismo idealista, ha de
presentar otra cosa.
¿Por qué no el odio que es, justamente, lo contrario que el
amor? Pero, como materialista radical, habrá que prestar “raí-
ces naturales” a ese odio. Ya está: en buena dialéctica hegelia-
na se podrá dogmatizar que “toda realidad es unión de
contrarios”, que no existe progreso porque esa “ley” se com-
plementa con la “fuerza creadora” de la “negación de la nega-
ción”... ¿Qué quiere esto decir? Que así como toda realidad
material es unión de contrarios, la obligada síntesis o progreso
nace de la pertinente utilización de lo negativo.
En base a tal supuesto ya estará Karl Marx en disposición de
dogmatizar que, en la historia de los hombres, no se progresa
más como por el perenne enfrentamiento entre unos y otros: la

68
culminación de ese radical enfrentamiento, por arte de las
“irrevocables leyes dialécticas” producirá una superior forma
de “realidad social”. Y se podrán formular dogmas como el de
que “la podredumbre es el laboratorio de la vida” o el otro de
que “toda la historia pasada es la historia de la lucha de cla-
ses”. En ese odio o guerra latente, tanto en la Materia como en
el entorno social, no cabe responsabilidad alguna a la “Especie
Humana” cuya colectivizada conciencia se limita a “ver lo
que ha de hacer” por imperativo de “las fuerzas y modos de
producción”.
Asentado en tal perspectiva, de lo único que se trata es de
que la subsiguiente producción intelectual y muy posible as-
cendencia social gire en torno y fortalezca la peculiar expre-
sión de un soterrado ateísmo: ese subjetivismo idealista de
que tan devotos son los personajes que privaban en los medios
académicos de entonces, obsesionados en su mayoría por abrir
seductores caminos a lo que podríamos llamar Ideal-Materia-
lismo, especie de engendro semántico con el que pretendemos
significar el inútil empeño por adaptar a la Materia la
“ilimitada maleabilidad” de la Idea.

69
9
LA REVELACIÓN DE FEUERBACH, ARROYO DE
FUEGO.

E n los círculos académicos de Berlín, no pocos vieron en


Ludwig Andreas Feuerbach (1804-1872), uno de los dis-
cípulos preferidos de Hegel, al profeta de los tiempos moder-
nos que echaba en falta el revoltoso y “desorientado” zoco de
los jóvenes hegelianos (recuérdese lo dicho en el capítulo sex-
to): Fue entonces, nos recuerda Engels, cuando apareció La
esencia del cristianismo de Feuerbach. Esta obra pulverizó de
golpe la contradicción restaurando de nuevo en el trono, sin
más ambages, al materialismo. La naturaleza existe indepen-
dientemente de toda filosofía, es la base sobre la que crecieron
y se desarrollaron los hombres que son también, de suyo, pro-
ductos naturales; fuera de la naturaleza y de los hombres, no
existe nada, y los seres superiores que nuestra imaginación re-
ligiosa ha forjado no son más que otros tantos reflejos fantásti-
cos de nuestro propio ser. El maleficio quedaba roto; el
“sistema” [hegeliano] saltaba echo añicos y se le daba de lado
(...) El entusiasmo fue general: al punto todos nos convertimos
en feuerbachianos…
En referencia a que había logrado desmitificar a Hegel, Marx
llegó a calificar a Feuerbach “Purgatorio de nuestro tiempo”
haciendo un juego de palabras con el apellido Feuerbach, que,
traducido del alemán, viene a significar “arroyo de fuego”
(Feuer = fuego, Bach = arroyo).

71
Hegel había asegurado que la “Idea es el principio del Ser”,
quien habría de tomar conciencia de Sí superando las aliena-
ciones de lo contingente histórico a través de los hombres más
ilustrados: ello era como perderse en la ambigüedad a base de
rebuscados formulismos.
Feuerbach huye de tal situación y dice haber visto el “secreto
de la Teología en la ciencia del Hombre”, entendido éste no
como persona con específica responsabilidad porque es capaz
de amar y obrar en libertad sino como simple elemento masa
de una de las familias del mundo animal (“der Mensch ist was
er isst”) (-el hombre es lo que come-). decía Feurbach jugando
con las palabras y tomando como “argumento” la similitud fo-
nética en alemán entre ese ist (es) y el isst (come).
Porfía Feuerbach que, al contrario de las formuladas por sus
condiscípulos David Strauss y Bruno Bauer, su doctrina es ab-
solutamente laica, no una teología más o menos disimulada y
asegura que lo de adorar (la Religión) es directa consecuencia
de la especial situación del hombre en el conjunto de sus her-
manos animales. Sus diferencias con éstos últimos proceden
de una azarosa y especial circunstancia: a lo largo de los si-
glos, el hombre habría desarrollado particulares instintos ani-
males que, a lo largo de los siglos, por pura espontaneidad
material, habrían derivado en peculiaridades como la razón, el
amor y la fuerza de voluntad, las cuales, aunque derivadas del
medio material en que se ha desarrollado la especie (lo que
“come”), se convierten en lo genuinamente humano: “Razón,
amor y fuerza de voluntad, dice Feuerbach, son perfecciones o
fuerza suprema, son la esencia misma del hombre... El hombre
existe para conocer, para amar, para obrar según su voluntad”.

72
Son particularidades de la especie que, en la ignorancia de
que proceden de su propia esencia que no es más que una par-
ticular forma de ser de la materia, el hombre proyecta fuera de
sí hasta personificarlas en un ser extrahumano e imaginario al
que llama Dios; afirma Feuerbach:
“El misterio de la Religión es explicado por el hecho de
que el hombre minusvalora su esencia para hacerse escla-
vo de ese ser espejo de sí mismo al que convierte en un po-
der decisorio.... Es cuando el hombre se despoja de todo lo
valioso de su personalidad para volcarlo en Dios; el hom-
bre se empobrece para enriquecer a lo que no es más que
un producto de su imaginación”.
Según él mismo la define, la trayectoria intelectual de Feuer-
bach podría expresarse así:
“Dios fue mi primer pensamiento, la Razón el segundo y
el hombre mi tercero y último... Mi tercero y último pensa-
miento culminará una revolución sin precedentes; es una
revolución iniciada con la toma de conciencia de que no
hay otro dios del hombre que el hombre mismo: homo ho-
mini deus”.
En Feuerbach resurge la figura del Prometeo que se rebela
contra toda divinidad ajena a la propia especie.
Presume Feuerbach de situar a la religiosidad en su justa di-
mensión: alimentada por las ideas de la Perfección y del Amor,
la religiosidad es un efecto de la verdadera esencia del hom-
bre, que se vuelca hacia sus semejantes hasta encontrar en el
hombre-especie la realidad suprema.
Es planteamiento que Feuerbach deduce de su personal ex-
periencia desde el camino iniciado por Hegel:
“Dios fue mi primer pensamiento, la Razón el segundo y
el hombre mi tercero y último... Mi tercero y último pensa-
miento culminará una revolución sin precedentes iniciada

73
por la toma de conciencia de que no hay otro dios del hom-
bre que el hombre mismo: homo homini deus”: Es Prome-
teo que se rebela contra toda divinidad ajena al hombre.
Este dios de carne y fantasía, Prometeo atormentado por su
propia impotencia, resultó genial descubrimiento para algunos
(Karl Marx, entre ellos) y para otros un bodrio vergonzante:
Entre estos últimos cabe situar a Max Stirner (1806-1856) que
se presenta como materialista consecuente y ve en Feuerbach
a alguien que
“con la energía de la desesperanza, desmenuza todo el
contenido del Cristianismo y no precisamente para dese-
charlo sino para entrar en él, arrancarle su divino conte-
nido y encarnarlo en la especie humana”.
Para este mismo Max Stirner no es materialismo lo de Feuer-
bach: desde el estricto punto de vista materialista, en el que no
cabe un mínimo retazo de generosidad,
“yo no soy Dios ni el hombre especie: soy simplemento
yo; nada, pues, de homo homini deus; para el materialista
se impone un crudo y sincero ego mihi deus”... porque
“¿cómo podéis ser libres, verdaderamente únicos, si ali-
mentáis la continua conexión entre vosotros y los otros
hombres?”. “Mi interés, dogmatiza Stirner, no radica en
lo divino ni en lo humano, ni tampoco en lo bueno, verda-
dero, justo, libre, etc...radica en lo que es mío; no es un in-
terés general: es un interés único como único soy yo”.
Si Dios ha muerto, todo me está permitido, hará decir Dosto-
yeski a uno de sus atormentados personajes: “desaparecido”
Dios, lógico es que se desvanezca la sombra de todo lo divino.
Y resultará que atributos divinos como la Perfección y el
Amor se convierten en pura filfa y no sirven para prestar ca-
rácter social a la pretendida divinización tanto del hombre-es-
pecie, lo que se acepta como principio fundamental de

74
cualquier forma de colectivismo, como del hombre que se ele-
va pisando la cabeza de sus congéneres, idea fuerza del
individualismo insolidario.
Sin renegar de las probadas dependencias ideológicas, Marx
se marcó el propósito de ganarle a Feuerbach la partida en el
mercadeo de los reconocimientos académicos; copió de él lo
más substancial del humanismo ateo (Dios y sus atributos son
creación del hombre, estricta materia moldeada a lo largo de la
historia merced a un instinto que no tiene nada de espiritual)
al tiempo que se aplicaba a descubrir los posibles fallos de la
teoría, a la que, aun concediéndola el “mérito” de haber des-
moronado todo el edificio hegeliano, consideraba fácilmente
superable. Presumió Marx de haberlo logrado en la primavera
de 1845 con sus “Tesis sobre Feuerbach”, apuntes que Engels
incorporó como apéndice en su Ludwig Feuerbach y el fin de
la filosofía clásica alemana, publicado en 1888 (Marx había
fallecido cinco años atrás).
Transcribimos la tradución, que de las “11 Tesis sobre
Feuerbach” ofrece el portal www.marxists.org/espanol
[I] El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -in-
cluido el de Feuerbach- es que sólo concibe las cosas, la rea-
lidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de
contemplación, pero no como actividad sensorial humana,
no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el
lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por opo-
sición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya
que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad
real, sensorial, como tal. Feuerbach quiere objetos senso-
riales, realmente distintos de los objetos conceptuales;
pero tampoco él concibe la propia actividad humana
como una actividad objetiva. Por eso, en La esencia del
cristianismo sólo considera la actitud teórica como la au-
ténticamente humana, mientras que concibe y fija la prác-
tica sólo en su forma suciamente judaica de manifestarse.
Por tanto, no comprende la importancia de la actuación
“revolucionaria”, “práctico-crítica”.
[II] El problema de si al pensamiento humano se le puede atri-
buir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un
problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene
que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la
terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o
irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es
un problema puramente escolástico.
[III] La teoría materialista de que los hombres son producto de
las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los
hombres modificados son producto de circunstancias distin-
tas y de una educación modificada, olvida que son los hom-
bres, precisamente, los que hacen que cambien las
circunstancias y que el propio educador necesita ser educa-
do. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos par-
tes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así,
por ej., en Robert Owen). La coincidencia de la modificación
de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede
concebirse y entenderse racionalmente como práctica revo-
lucionaria.
[IV] Feuerbach arranca de la autoenajenación religiosa, del
desdoblamiento del mundo en un mundo religioso, imagina-
rio, y otro real. Su cometido consiste en disolver el mundo
religioso, reduciéndolo a su base terrenal. No advierte que,
después de realizada esta labor, queda por hacer lo princi-
pal. En efecto, el que la base terrenal se separe de sí misma y
se plasme en las nubes como reino independiente, sólo puede
explicarse por el propio desgarramiento y la contradicción
de esta base terrenal consigo misma. Por tanto, lo primero
que hay que hacer es comprender ésta en su contradicción y
luego revolucionarla prácticamente eliminando la contra-
dicción. Por consiguiente, después de descubrir, v. gr., en la
familia terrenal el secreto de la sagrada familia, hay que cri-
ticar teóricamente y revolucionar prácticamente aquélla.

76
[V] Feuerbach, no contento con el pensamiento abstracto, apela
a la contemplación sensorial; pero no concibe la sensorie-
dad como una actividad sensorial humana práctica.
[VI] Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia huma-
na. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a
cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las rela-
ciones sociales. Feuerbach, que no se ocupa de la crítica de
esta esencia real, se ve, por tanto, obligado: A hacer abs-
tracción de la trayectoria histórica, enfocando para sí el
sentimiento religioso (Gemüt) y presuponiendo un individuo
humano abstracto, aislado.En él, la esencia humana sólo
puede concebirse como “género”, como una generalidad in-
terna, muda, que se limita a unir naturalmente los muchos
individuos.
[VII] Feuerbach no ve, por tanto, que el “sentimiento religioso”
es también un producto social y que el individuo abstracto
que él analiza pertenece, en realidad, a una determinada
forma de sociedad.
[VIII] La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios
que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su
solución racional en la práctica humana y en la compren-
sión de esa práctica.
[IX] A lo que mas llega el materialismo contemplativo, es decir,
el materialismo que no concibe la sensoriedad como activi-
dad práctica, es a contemplar a los distintos individuos den-
tro de la “sociedad civil”.
[X] El punto de vista del antiguo materialismo es la sociedad
“civil; el del nuevo materialismo, la sociedad humana o la
humanidad socializada.
[XI] Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos
modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.

77
10
MOISES HESS, DOCTRINARIO COMUNISTA

E l comunismo es una necesaria consecuencia de la obra de


Hegel”, había escrito Moisés Hess en 1.840. Este Moisés
Hess (1812-1875), joven hegeliano un mucho autodidacta, era
el primero de cinco hermanos en una familia judía bien aco-
modada y respetuosa con la ortodoxia tradicional. Apenas
adolescente, hubo de compaginar sus estudios y abubdantes
lecturas con las exigencias de un negocio familiar, que le obli-
gaba a largas estancias en París en donde tomó contacto con
Pedro José Proudhon, otro destacado autodidacta: ambos “es-
tudian” la manera de asociar a la filosofía alemana con la ac-
ción revolucionaria: si Fichte había sostenido que el “Yo” se
realiza en conflicto con el “no-Yo”, Hess propondrá romper el
tilde idealista de tal fenómeno para traducirlo en acción pro-
yectada hacia el campo de lo social; Proudhon, por su parte,
manifiesta estar impresionado por lo que le llega de la Econo-
mía Política Inglesa; es así como ambos se aplican a formular
una síntesis doctrinal entre la Economía Política Inglesa, el
Socialismo Francés y la Filosofía Alemana.
Con el trasfondo de ese conglomerado de ideas, Hess hará
suyo un sistema económico-político-social en el que logran
cabida el colectivismo de Rousseau, el panteísmo de Spinoza,
el anticlericalismo de Proudhon, el determinismo económico
de de Adam Smith y, con especial devoción, el ideal-materia-

79
lismo de Hegel: un batiburrillo ideológico, al que intentará dar
forma en una pretenciosa “Historia Sagrada de la Humani-
dad”. Rezuma esta pretendida historia una especie de colecti-
vismo místico de raiz panteista; asegura que la ha llamado
“Historia Sagrada” “porque en ella se expresa la vida de Dios”
en dos grandes etapas, la primera dividida, a su vez, en tres pe-
ríodos: el primitivo o “estado natural” de que había hablado
Rousseau, el segundo coincidente con la aparición del Cristia-
nismo, “fuente de discordia”, y el tercero o “revolucionario”
que, según Hess, se inicia con el panteismo de Spinoza, se
hace fuerte con la Revolución Francesa o “gigantesco esfuerzo
de la humanidad por retornar a la armonía primitiva” y culmi-
nará con la “consecución de la última meta de la vida social
presidida por una igualdad clara y definitiva” luego de haber
superado el inevitable enfrentamiento entre dos protagonistas:
la “Pobreza” y una “Opulencia”, promotora de “la discordan-
cia, desigualdad y egoismo que, en progresivo crecimiento,
alcanzarán un nivel tal que aterrarán hasta el más estúpido e
insensible de los hombres”.
“Son contradicciones que han llevado al conflicto entre
Pobreza y Opulencia hasta el punto más álgido que, nece-
sariamente, ha de resolverse con una síntesis que repre-
sentará el triunfo de la primera sobre la segunda”.
Vemos ahí a la dialéctica hegeliana con su “negación de
la negación” como automatismo resolutivo de todos los
conflictos.
Hess escribe también una “Triarquía Europea” en donde se
sale de la inercia monocorde de los “jóvenes hegelianos” para
apuntar la conveniencia de ligar el subjetivismo idealista ale-
mán con el “pragmatismo social” francés”. “Ambos fenóme-
nos, escribe Hess, han sido consecuencia lógica de la Reforma
Protestante, la cual, al iniciar el camino de la liberación del

80
hombre, ha facilitado el hecho de la revolución francesa, gra-
cias a la cual esa liberación ha logrado su expresión jurídica”.
“Ahora, desde los dos lados, mediante la Reforma y la Revo-
lución, Alemania y Francia han recibido un poderoso ímpetu.
La única labor que queda por hacer es la de unir esas dos ten-
dencias y acabar la obra. Inglaterra parece destinada a ello y,
por lo tanto, nuestro siglo debe mirar hacia esa dirección”.
De Inglaterra, según Hess, habrá, pues, de venir “la libertad
social y política”. Ello es previsible porque es allí donde está
más acentuada la oposición entre la Miseria y la Opulencia;
“en Alemania, en cambio, no es ni llegará a ser tan marcada
como para provocar una ruptura revolucionaria. Solamente en
Inglaterra alcanzará nivel de revolución la oposición entre
Miseria y Opulencia”.
Diríase que, imbuído del carácter mesiánico de su condición
de judío, Hess apunta a lo que se llamará Dictadura del Prole-
tariado cuando dice
“Orden y libertad no son tan opuestos como para que el
primero, elevado a su más alto nivel, excluya al otro! Sola-
mente, se puede concebir la más alta libertad dentro del
más estricto orden”.
Como intelectual de aficción, que presumía de haber captado
el meollo de la obra de Hegel, Moisés también frecuentó los
círculos y tabernas en que discutían y discutían los jóvenes he-
gelianos; es así cómo llegó a conocer y admirar a Karl Marx,
de quien el 2 de septiembre de 1841 escribió en carta al nove-
lista Bertold Auerbach1:

1 Citado por Isaiah Berlin en “Karl Marx”, Gallimard, pág. 109

81
Es el más grande y puede que el más auténtico filósofo
vivo y pronto… todos los ojos de Alemania se posarán en
él.. Cuando aparezca en público (tanto en sus publicacio-
nes como en su universidad) se ganará la atención de toda
Alemania. Dr. Marx – este es mi ídolo – es aún un hombre
joven, apenas 24 años de edad, pero le dará el último gol-
pe a todas las religiones e ideologías políticas medievales.
Si se pueden imaginar a Rousseau, Voltaire, Holbach, Les-
sing, Heine y Hegel combinado en una persona. Si lo pue-
den imaginar, ahí tendrían al Dr. Marx.
En 1.844 Moisés Hess promovió la formación de un partido
al que llamó “verdadero socialismo”. Cuatro años más tarde
(febrero de 1848), por obra de Carlos Marx y Federico Engels,
todos los postulados de ese devorador de libros, que fué Moi-
sés Hess, constituyeron el meollo del “Manifiesto Comunis-
ta”, referencia inicial de un muy substancial cambio en la
corriente de la Historia.

82
11
LA EXPERIENCIA PERIODISTICA

F ue también el infatigable Hess quien logró convencer a un


grupo de industriales renanos sobre la conveniencia de
editar un periódico, el Rheinische Zeitung, abierto a las ”nue-
vas ideas”, aun a riesgo de llamar la atención la censura del
gobierno prusiano.
Como correspondía a la admiración que Hess sentía por el
“doctor Marx”, éste fue invitado a colaborar en el nuevo perió-
dico; diez meses más tarde llegaría a ser redactor-jefe y
director.
Al revolucionario en ciernes, cual abiertamente se manifes-
taba Karl Marx, se le brindaba la ocasión de manifestar sus
simpatías o antipatías. De un periódico tibiamente liberal, cual
era al principio el “Rheinische Zeitung”, Marx hizo un panfle-
to radical, considerablemente más hostil al Gobierno que cual-
quier otro periódico alemán de la época. Las diatribas del
fogoso director iban mucho más lejos de lo que pretendían los
accionistas, a quienes, por otra parte, halagaba el aumento de
tirada y el aire liberal que sintonizaba con sus afanes burgue-
ses. Son los mismos accionistas, que se encuentran aludidos
cuando Marx pone en tela de juicio el derecho a la propiedad
privada o acentúa la crítica sobre cuestiones que afectan a sus
intereses, como, por ejemplo, la situación de los obreros de la
cuenca vinícola del Mosela o la aplicación de una ley que
castigaba severamente la recogida clandestina de leña.

83
Un periódico rival, el Allgemeine Zeitung, de Ausburgo, se
aplicó a censurar los artículos, a los que Marx prestaba soterra-
do, aunque discreto, aire populista. Son tiempos en los que los
intelectuales alemanes dan extraordinario valor al academi-
cismo o afán de colocar su erudición sobre el reposado análisis
de cualquier problema. Ello permite al Allgemeine Zeitung
“demostrar” que el Rheinische Zeitung no da valor a las res-
petables circunstancias “históricas, sociales y económicas”,
según las cuales la recogida de leña por parte de los pobres era
expresamente ilícita.
A Marx se le brindaba la oportunidad de replicar en nombre
del más elemental principio humanístico; pero, al parecer, ello
debilitaba su estrategia: se calló porque el Allgemeine Zeitung
estaba más “versado en la evolución de las viejas costumbres
medievales”… Pero tomó como lección el revuelo por haber
disculpado la recogida clandestina de leña y se prometió a sí
mismo aplicarse al estudio de la Economía con el ánimo de en-
contrar el adecuado sustitutivo de una justicia que, para él,
empieza a carecer de sentido.
El Rheinische Zeitung hubo de suspender su tirada a raíz de
una campaña contra el zar Nicolás I, “encarnación del obscu-
rantismo y reacción”; ante la protesta oficial del interesado, el
gobierno prusiano decretó la supresión del periódico.
Karl Marx estaba en estrecho contacto con Arnald Ruge
(1802-1880), “joven hegeliano” que dirigía otro periódico
también boicoteado por la censura. Ambos se ponen de acuer-
do para editar en el extranjero algo en lo que fielmente puedan
expresar sus tendencias: es así cómo nace el proyecto del
“Deutsch-Französische Jahrbucher” (Anales franco-alema-
nes), que habrá de ser editado en Francia.

84
Marx ha decidido casarse antes de trasladarse a París; en
marzo de 1843, había escrito a Ruge: “Enseguida que hayamos
firmado el contrato, iré a Kreuznach (vive allí la familia von
Westphalen desde la muerte del barón) y me casaré… “Hace
ya siete años que somos novios y Jenny ha sostenido por mí
continuas luchas”.
El matrinonio tiene lugar el 19 de junio del mismo año. Karl
Marx pasa el verano en Kreuznach. Trabaja en una revisión de
la filosofía política de Hegel, reflejada en la “Cuestión Judía”
o esbozo de crítica a los postulados del hegeliano Bruno
Bauer, y entretiene sus ocios leyendo a Rousseau (“El Contra-
to Social”), a Montesquieu (“El Espíritu de las leyes”), a Ma-
quiavelo (“El Príncipe”), a Th. Hamilton “Hombres y
costumbres de América”…, etc., etc…
En compañía de Jenny , llega Karl Marx a París en octubre
de 1843. Ocupan un par de habitaciones en el número 38 de la
rue Vanneau, en donde ya habitan Ruge y el poeta G. Herwegh
uno de los redactores contratados para una publicación conce-
bida para “despertar conciencias”, extrapolando hacia Alema-
nia las libertades burguesas anejas a la Monarquía del Rey
Burgués, Luis Felipe de Orleans. En Diciembre, Marx ha tra-
bado estrecha amistad con Heinrich Heine, que acepta colabo-
rar en el proyecto periodístico.
Tanto por falta de entendimiento entre los dos editores
(Marx y Ruge) como por las dificultades de distribución en la
Prusia, que sigue cerrada a los “aires de fuera”,
“Deutsch-Französische Jahrbucher” (Anales franco-alema-
nes), impreso en caracteres rojos, no pasa del primer número
lanzado al público en febrero de 1844. En él incluye Karl
Marx su “Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho
de Hegel”; del resto de las colaboraciones cabe destacar

85
Apunte crítico sobre la economía política junto con Pasado y
Presente según Carlyle firmados por F.Engels, Cantos en
honor del Rey Luis de H.Heine, Traición de G. Herwegh o
Cartas desde París de M. Hess.
Como consecuencia de las dificultades para consolidar el
proyecto periodístico, se agravaron las tensiones entre
Marx y Ruge de forma que, un mes más tarde, llegaron a la
ruptura definitiva que, para Marx significó el adiós al perio-
dismo. Ruge explica así sus razones en carta a Feuerbach
(11 de mayo de 1844):
“Marx es de una naturaleza muy particular, entre meti-
culoso observador e irreflexivo escritor, lo que le hace
poco apto para el periodismo. Lee mucho, trabaja con una
intensidad poco corriente y posee un talento crítico, que, a
veces, degenera en una extravagante dialéctica, aunque lo
peor de él es que no finaliza convenientemente nada, que
interrumpe con frecuencia lo que está haciendo para su-
mergirse en un mar sin fondo de nuevas lecturas”.
Según M.Rubel1, entre esas nuevas lecturas cabe incluir a
A.Smith, D.Riccardo, J.Mill, J.B.Say, Skarbek, Sismondi,
E.Buret, W.Schulz, etc… En mayor o menor proporción, le
proporcionan base teórica para perfilar los rasgos fundamenta-
les de lo que ha de constituir el llamado “Materialismo Histó-
rico”, cuyo meollo puede verse en un trabajo de entonces
sobre “la Ley en la Filosofía de Hegel”: “Las formas legales y
constitucionales son producto necesario de las condiciones
materiales de la vida”.

1 Karl Marx – Oeuvres – Chronologie

86
12
EN EL PARIS BURGUÉS, BOHEMIO Y
REVOLUCIONARIO

E n los años cuarenta del siglo XIX vivía París la época más
representativa de la burguesa “Monarquía de Julio” con
el rey Luis Felipe de Borbón como principal promotor del “en-
richesez vous”, que Guizot y otros ministros “doctrinarios”
decían aceptar como objetivo principal del Gobierno en una
atmósfera del “laissez faire, laissez passer”, incapaz de mini-
mizar las diferencias entre “los de arriba y los de abajo”.
Se vive en continua tensión social motivada por el desespero
de los “explotados”, que ven frente a ellos tanto la desaprensi-
vidad de autoridades y funcionarios como la avaricia y ausen-
cia de escrúpulos por parte de cuantos “interpretan la justicia a
su favor”.
Se ha introducido en el campo de las ideas un elemento que
no puede ser pasado por alto: el romanticismo. De las ideas
“sin relación con lo real” los poetas pasan a interesarse por la
política; de ello nos dan elocuentes ejemplos grandes románti-
cos de la época como Chateaubriand, Lamartine o Georges
Sand.
Llega un tiempo en el que no se concibe una postura román-
tica desinteresada de los derechos de los oprimidos, a ejemplo
del romanticísimo Lord Byron, muerto en las filas de los grie-
gos rebelados contra los turcos (1824), llegando a presentar

87
como supremo grado de belleza el vivir amenazado de peli-
gros y morir como heroico revolucionario. En el París de en-
tonces, por arbitraria simplificación de las circunstancias
históricas, héroe, revolucionario y socialista, frecuentemente,
son considerados sinónimos.
En una época en la que gran parte de Europa (Alemania y
Rusia, notoriamente), está gobernada por autocracias, es París,
sede de una monarquía a la que no se ha ofrecido otra alternati-
va que la de manifestarse liberal, la gran ciudad que representa
el centro de atracción de poetas y demás, que reniegan de la
prosaica realidad: aquí, siempre que guarden las formalidades
burguesas, pueden hablar libremente sobre lo divino y lo hu-
mano, organizar fiestas de acuerdo con los respectivos gustos,
intercambiar encendidos deseos, sumergirse en arroyos de
vino y rosas, formular proyectos extravagantes… y aliñarlo
todo con un halo poético que desprende el inmemorial Sena;
será así posible que los revolucionarios más extremistas se
presenten como poetas y que los poetas pasen por ser revolu-
cionarios extremistas. Ya se ha formado un heterogéneo círcu-
lo en el que danzan los nombres de Musset, Heine, Delacroix,
Wagner, Berliot, Gautier, Herzen, Turgueniev, Víctor Hugo,
Georges Sand, Liszt…
En esos años, de paz artificiosa, la sociedad parece gozarse
en la manifestación de una exasperada sensibilidad que, en
ocasiones, resulta ser una soberbia expresión de arte, pero que
siempre solivianta los ánimos sin precisar medios reales con
que resolver multitud de problemas también reales….
En ese medio, que nos fuerza un suspiro melancólico, se de-
senvolvió Karl Marx durante los años más decisivos para la
formulación de su doctrina. Obsesionado por elaborar una
“coherente originalidad”, no escapará de su mundo de muy

88
personales ambiciones ante las magistrales interpretaciones
musicales de un Liszt, ni se dejará impresionar si Georges
Sand le toma como confidente de sus tormentosas relaciones
con reyes de la fiesta como Alfred de Musset..: ha tenido mil y
una ocasiones para medir la propia inutilidad para edificar
mundos de ensueño y la réplica qye ahora le dicta su
experiencia se llama prosa desnuda.
Si Heine y revolucionarios rusos de la talla de Herzen o Ba-
kunin hablaban en sus cartas de haber encontrado en París,
“centro de la cultura europea”, una inefable sensación de liber-
tad, Marx, por su parte, se mostrará fiel al carácter frío e im-
personal que se ha impuesto: París le servirá para completar su
formación y salvar las lagunas que aprecia en la solidez de su
sistema…, pero nunca para entregarse a extempóreos
arrebatos.
El medio revolucionario parisino le produce desencanto;
nada positivo puede lograr la exaltación y menos la teatral;
como réplica a la retórica habitual en los círculos bohemios,
acentuará la frialdad de expresión de sus dichos y el carácter
incisivo de su crítica sin descuidar el digerir los tópicos e ideas
que bullen en los círculos que frecuenta.
La que, al parecer, sintoniza plenamente con él en su perso-
nal proyecto de cambiar el mundo es Jenny, la enamorada es-
posa, quien, muerto su padre, ya ostenta el título de baronesa
Von Westphalen. Para reponerse del alumbramiento de
Jennychen, la primera de los ocho que llegó a tener, Jenny pasa
unos meses en la casa solariega de Tréveris y, desde allí escri-
be cariñosas cartas a su marido, en las que intercala sus impre-
siones sobre lo que ocurre en Alemania: vive de cerca la
revuelta de los tejedores de Silesia, que reclaman jornada de
doce horas y descanso dominical y señala:

89
“Es justamente, una vez más, la prueba de que una revo-
lución política es imposible en Alemania, pero que están
presentes aquí todos los gérmenes de una revolución
social”.
Está Karl Marx particularmente interesado por hallar la res-
puesta a una cuestión, que, para él, no han desarrollado satis-
factoriamente ni los enciclopedistas, ni Hegel, ni Feuerbach,
ni, mucho menos, la disforme masa de literatura filosófi-
co-política de que se ha nutrido en los últimos años: se trata de
descubrir la razón profunda de la Revolución Francesa; claro
que, al aceptar que, necesariamente, un acontecimiento de tal
magnitud obedecía a una “profunda razón”, Marx nos demues-
tra estar inclinado a conceder a la evolución histórica un rigu-
roso determinismo, postura intelectual que corresponde a la
más pura ortodoxia hegeliana.
Descubierto lo esencial de ese determinismo, será fácil com-
prender y explicar la “infraestructura" de la historia, puesto
que un acontecimiento de tal magnitud y de tan nuevos resulta-
dos sin duda que podrá servir de demostración para una ley ge-
neral. En su empeño, desecha Marx cuantas interpretaciones le
han sido brindadas y aplica a descubrimientos y conclusiones
el método de frío análisis, que ya es característico en él. Según
ese método, ha de tomarse en consideración cuanto, de cerca o
de lejos, se refiere a los grandes hechos de la historia sin obviar
las teorías económicas, sociales y políticas, que privaban tanto
antes y después como durante el tiempo en el que se desarro-
lló; de la confrontación entre contradictorias interpretaciones
nacerá la inapelable síntesis que puede explicar el carácter y
magnitud del pretendido Determinismo Histórico.
Y es en plan de investigador crítico como lee o relee a Gui-
zot, doctrinario e historiador; a los economistas Quesnay,
Adam Smith y Ricardo; a los socialistas Saint Simon, Sismon-

90
di, Proudhon, … que, para él, impregnan sus obras de econo-
mía política. Se interesa también por las teorías sobre la acción
directa que Barbés y Blanqui desarrollan en “L’Homme Li-
bre”, el periódico parisino más extremista de la época, que, en-
tre otras no menos radicales propuestas, plantean una violenta
revolución que facilite la inmediata abolición de la propiedad
privada.
Sigue Karl Marx interesándose por las polémicas entre sus
antiguos compañeros, los “jóvenes hegelianos”; es así como le
llega la réplica al “humanismo” de Feuerbach por parte de
Max Stirner en forma de un incendiario libelo llamado “El
Único y su propiedad”, demoledor de todo lo que no sea un
puro y descarado egoísmo encerrado en la frase “ego mihi
deus”. Es para Marx la ocasión de una nueva revisión de con-
ciencia para descartar como inútil toda traza de idealismo.
Aun tiene tiempo Marx para mezclarse en las actividades de
la llamada “Liga de los justos”, una sociedad secreta, inspirada
en ciertas reminiscencias de Grachus Babeuf, el comunista
guillotinado en 1797; procedentes de diversas nacionalidades,
los revolucionarios de la “Liga”, alardeaban de una especie de
celo apostólico, disimulando los propios odios con la cristiana
divisa “todos los hombres somos hermanos”.
Teóricamente, la tal “Liga de los Justos” había sido disuelta
en 1839; pero, en su nombre, seguían celebrándose reuniones,
que agrupaban a los revolucionarios más impacientes, irrefle-
xivos e, incluso, descolocados políticamente. Solía decir Marx
que tales personajes se dejaban guiar por “nociones en lugar de
ideas”, aunque, en su conjunto, expresaban la tendencia a una
revolución sin tregua, la misma revolución sobre la que ya
había teorizado Moisés Hess.

91
Prototipo de revolucionario “con nociones en lugar de ideas”
resultaba para Karl Marx el ruso Miguel Bakunin
(1814-1876), personaje capaz de contagiar a quien le escucha-
ra un apasionado fervor por la sangre y la revolución llegando
a infiltrar en él su propia irresponsabilidad, sus mentiras y su
odio; embrollaba ideas al objeto de utilizarlas en la peculiar
“lógica” de volver al revés todo lo establecido; tomaba a la
violencia extrema como forma fundamental de “auto-expre-
sión creativa”, posicionamiento inequívocamente expresado
en “destruir es una forma de crear”, una de sus más conocidas
consignas de proselitismo revolucionario.
El propio Bakunin, que presumía de haber captado en su ge-
nuina naturaleza la completa obra de Hegel y que, desde su
primer encuentro, entró en rivalidad con la fuerte personalidad
de Karl Marx, razonaba así su “visión de la Totalidad”:
“Es necesario confiarse al Espíritu Eterno, que destruye
y suprime porque es fuente creadora de toda vida. La pa-
sión por la destrucción es, a un tiempo, pasión de crea-
ción; en consecuencia, el verdadero revolucionario se
ocupará en destruir y no en construir: son otros hombres,
mejores que nosotros, quienes construirán”1
Que Bakunin contaba con un avasallador carisma personal,
viene reflejado en el juicio que hace de él Alejandro Herzen
(1812-1870), otro revolucionario ruso, Bakunin es un hombre
capaz de pasar por agitador, tribuno, predicador, jefe de parti-
do, secta o herejía; colocado en la extrema posición de cual-
quier movimiento, fascinará a las masas hasta lograr dirigir el
destino de los pueblos.

1 M. Bakunin – “L’empire knöuto-germanique”

92
Podemos deducir que lo de M. Bakunin era irreflexiva obse-
sión o descarnada pasión de típico representante de un resenti-
do primitivismo ideológico, útil para embaucar y no para
convencer. Diríase que ello se daba de bruces con el frío cálcu-
lo de Karl Marx, quien, por el camino de la “ciencia histórica”,
pretendía alcanzar no muy diferentes objetivos a los del revo-
lucionario ruso, de quien, pese a sus críticas, tomó la preocu-
pación por alterarlo todo para que lo propio sea aceptado como
única solución.

93
13
EL ANARCO-SOCIALISMO DE P.J. PROUDHON

Y a en octubre de 1842 citaba Marx en el “Rheiniche Zei-


tung” los nombres de los destacados socialistas franceses
Fourier, Leroux, Considerant y Proudhon, mientras dedica a
este último una consideración especial como principal repre-
sentante de la corriente anarco-socialista.
El anarco-socialista Pedro José Proudhon (1800-1865) pre-
sentaba como divisa de combate “justicia y libertad” contra lo
que llamaba “trinidad fatal”: Religión, Capital y Poder Políti-
co a los que opone Revolución, Autogestión y Anarquía. Re-
volución. Decía que “las revoluciones son sucesivas
manifestaciones de justicia en la humanidad”, autogestión,
“porque la historia de los hombres ha de ser obra de los hom-
bres mismos” y, por último, anarquía “porque el ideal humano
se expresa en la anarquía” o “carencia de cualquier tipo de
gobierno”.
Más que pasión por la anarquía es odio a todo lo que signifi-
ca una forma de autoridad que no sea la que nace de su propia
idea porque, tal como no podía ser menos, Proudhon hace suyo
el subjetivismo ideal-materialista de los herederos de Hegel.
Y asegura que la “autoridad, como resorte del derecho divino,

95
está encarnada en la Religión”; cuando esa autoridad se refiere
a la economía, viene personificada por el Capital y, cuando a
la política, por el Gobierno o el Estado. Religión, Capital y
Estado constituyen, pues, la “trinidad fatal” que él, Proudhon,
se impone el destruir como abanderado de la Libertad.
Es ésa una libertad, que engendrará una moral y una justicia,
ya “verdaderas porque serán humanas” y harán inútil cual-
quier especie de religión; se mostrará capaz de imponer el
“mutualismo” a la economía (“nada es de nadie y todo es de to-
dos”) y el “federalismo” en política (“ni gobernante ni
gobernado”).
Siguiendo a Proudhon, podemos imaginarnos a un lado, en
estrecha alianza, “el Altar, la Caja Fuerte y el Trono” y, al otro
lado, “el Contrato, el Trabajo y el Equilibrio Social”. Y, puesto
que se ha de juzgar al árbol por sus frutos, frente al “hombre
bueno, al pobre resignado, al sujeto humilde... tres expresio-
nes que resumen la jurisprudencia de la Iglesia”, surgirá “el
hombre libre, digno y justo cual han de ser los hijos de la Re-
volución”. Entre uno y otro sistema, proclama Proudhon,
“imposible conciliación alguna”.
Sin duda que no muy convencido, Proudhon protesta de que
su revolución no pretende ser violenta: simplemente, tiene el
sentido de un militantismo anti-cristiano y viene respaldada
por “un estudiado uso de las leyes económicas”.
“Por medio de una operación económica, dice, vuelven
a la sociedad las riquezas que dejaron de ser sociales en
otra anterior operación económica”.
Como solución a los problemas que plantean los anteriores y
presentes abusos de la autoridad política Proudhon fía todo al
Contrato o “Constitución Social, la cual es la negación de toda
autoridad, pues su fundamento no es ni la fuerza ni el número:

96
es una transacción o contrato”, para cuyo exacto cumplimiento
huelga la mínima coacción exterior: basta la libre iniciativa de
las partes contratantes.
Proudhon porfía continuamente de su filiación socialista; no
quiere reconocer la probabilidad de que, en cualquier tipo de
contrato, la balanza si incline no a favor del consenso que él
pretende desde sus “revolucionarios razonamientos” si no de
la fuerza de uno u otro bando. Sale del paso asegurando que,
“disuelto el gobierno en una sociedad económica” el desgo-
bierno hará el milagro de contentar a todo el mundo, ricos y
pobres, pequeños y grandes.
Desde muy joven, Karl Marx leía el francés con facilidad, lo
que nos permite deducir que, probablemente a través de Moi-
sés Hess, conocía las obras de Pedro José Proudhon en su ver-
sión original y, ya en París, llegó a entrevistarse con él; se
refiere Marx a ello en carta fechada el 24 de enero de 1865:
“En 1844, durante mi estancia en París, mantuve rela-
ciones personales con Proudhon. Recuerdo esta circuns-
tancia por que, hasta cierto punto, soy yo mismo
responsable de su “sofisticación”, palabra que emplean
los ingleses para designar la falsificación de una mercan-
cía. En el curso de largas discusiones, frecuentemente
prolongadas todas las noches, le inyecté hegelianismo…”
Sin duda que Marx exagera: la inyección de hegelianismo le
había venido a Proudhon antes de esos encuentros en París,
merced a puesto que ya en 1840 se esforzaba en aplicar la dia-
léctica hegeliana a sus trabajos. Por otra parte, correspondía a
Marx el reconocer lo que copió o aprendió de Proudhon: en
esas “largas discusiones” tuvo éste ocasión de reprochar al
“doctor Marx” el no haber roto aun el marco idealista: la dia-
léctica hegeliana sería un bello edificio vacío mientras no se
pudiese llenar con los avatares de la vida real; decía él haber

97
descubierto expresiones de la dialéctica en los conflictos entre
clases, en los fenómenos económicos y… , eso creía, en el
meollo de las realidades materiales.
Marx, al igual que la mayor parte de los “jóvenes hegelia-
nos”, había soñado con hacer suya la “armoniosa dialéctica”
del maestro; pero, a fuer de sincero, estaba obligado a recono-
cer que cuantos usos hizo de ella, indefectiblemente, le empu-
jaban hacia un idealismo de difícil encaje con la fe
materialista, que quería convertir en norte de su vida. De pron-
to, un autodidacta con pretensiones de intelectual revoluciona-
rio le sugería para la tan traída y llevada dialéctica una
aplicación orientada al conjunto de la realidad en todas sus
manifestaciones; tal sugerencia, aliñada con el saber hacer de
las academias, bien podría abrir camino a los sólidos argumen-
tos de que, hasta entonces, carecía el materialismo. Es lo que
mantiene H. Carr, biógrafo de Karl Marx, cuando asegura:
“Allí donde Proudhon llegó tropezando, Marx continuó.
Es Proudhon el inventor de la palanca central en el siste-
ma de Marx”1.
Ciertamente, Proudhon influyó en Marx más de lo que nunca
éste hubiera querido reconocer; a la par que les distanció el
empeño de aquel por hacer valer la bondad del “espontáneo
criterio de la mayoría trabajadora”, factor que decía admitir
con absoluto respeto según le dice Prodhon a Marx por carta :
“Después de haber demolido todos los dogmas a priori,
no caigamos en la contradicción de vuestro compatriota
Lutero; no pensemos también nosotros en adoctrinar al
pueblo; mantengamos una buena y leal polémica. Demos

1 H.Carr, “Marx”, pág. 32, Londres – 1934

98
al mundo el ejemplo de una sabia y previsora tolerancia,
pero, dado que estamos a la cabeza del movimiento, no nos
transformemos en jefes de una nueva intolerancia, no nos
situemos como apóstoles de una nueva religión, aunque
ésta sea la religión de la lógica”.
¿Religión de la lógica? ¿qué lógica? ¿la de un imposible
ideal-materialismo?

99
14
FEDERICO ENGELS, AMIGO Y “PRAGMÁTICO”
COLABORADOR

A migo íntimo, mecenas y estrecho colaborador de Karl


Marx fue Federico Engels (1820-1895), de quien Lenin
ha dejado escrito: Después de su amigo Carlos Marx (fallecido
en 1883), Engels fue el más notable científico y maestro del
proletariado contemporáneo de todo el mundo civilizado. Des-
de que el destino relacionó a Carlos Marx con Federico
Engels, la obra a la que ambos amigos consagraron su vida se
convirtió en común
Las peculiaridades de Engels eran bien distintas a las de
Marx. Ambos lo sabían y llegaron a explotarlo pertinentemen-
te. Marx, doctor en filosofía, rebelde y con escasísimas posibi-
lidades de ocupar una cátedra, era de naturaleza bohemia e
inestable y, a contrapelo, había de hacer frente a las acuciantes
obligaciones familiares; su economía doméstica era un autén-
tico desastre, sus desequilibrios emocionales demasiado fre-
cuentes.... pero, en cambio, era paciente y obsesivo para,
etapa tras etapa, alcanzar el objetivo intelectual marcado.
Engels era rico y amigo de la inhibición familiar y de la vida
mundana. Alterna los negocios con viajes, lecturas, filiaciones
a lo más novedoso o populista, líos de faldas, revueltas... siem-
pre en estrecho contacto con Marx a quien, si no ve, escribe
casi a diario. Esto último muestra la total identificación en los
puntos de vista y en el eje de sus preocupaciones cual parece

101
ser una pertinaz obsesión por servir a la “revancha
materialista”.
Les preocupa bastante menos cualquier puntual solución a
los problemas sociales de su entorno y época que el reconoci-
miento del mundillo académico al que aspiran o en el que se
mueven. Son problemas que nunca aceptaron en su dimensión
de tragedia humana a resolver inmediatamente y en función de
las respectivas fuerzas: eran, para ellos, la ocasión de hacer
valer sus originalidades intelectuales.
Marx y Engels formaron un buen equipo de publicistas ami-
gos de las definiciones impactantes: Lo de “socialismo cientí-
fico”, sin demostración alguna, logró “hacer mercado” como
producto de gran consumo para cuantos esperaban de la cien-
cia el aval de sus sueños de revancha; gracias a ello, la justicia
social será una especie de maná en cuyo logro nada tiene que
ver el compromiso personal.
Al tal maná acompañarán otros muchos secundarios produc-
tos que, obviamente, servirán de modus vivendi y realce per-
sonal a sus “agentes de distribución”, los llamados
“intelectuales progresistas”. Merced a la pertinente labor de
éstos, los productos marxistas podrán resultar apetecibles para
un nutrido público, tanto más cuanto menos requieren la amal-
gama de la generosidad y más se alimentan del afán de revan-
cha. Es pronto para comprobar la realidad que subyace en las
fidelidades que se exigen: te necesito para mi propio triunfo
personal, sea cual sea tu sacrificio y el futuro que te espera.
La doctrina de Marx presentaba un punto notoriamente débil
en la aplicación de la Dialéctica a las Ciencias Naturales. Cu-
brir este flanco fue tarea de Engels. Fue un empeño que le lle-
vó ocho años y que, ni siquiera para él mismo, resultó
satisfactorio: la alternativa era prestar intencionalidad a la Ma-

102
teria o reconocer como simple artificio el cúmulo de las
llamadas leyes dialécticas.
De hecho, se optó por lo primero de forma que la Dialéctica
de la Naturaleza resultó un precipitado remedo del panlogismo
de Hegel; esto era mejor que nada en cuanto era del dominio
público la influencia del “oráculo de los tiempos modernos” y,
por lo mismo, cualquier principio suyo, más o menos adultera-
do, puede pasar por piedra angular de un sistema. No otra cosa
soñó Engels para sí mismo y para su maestro y amigo.
A poco de morir Engels, dentro del propio ámbito marxista,
crecían serias reservas sobre la viabilidad de los más barajados
principios: entre otras cosas, ya se observaba como la evolu-
ción de la sociedad industrial era muy distinta a la evolución
que había vaticinado el “maestro”. Ese fue el punto de partida
del “movimiento revisionista” cuyo primero y principal pro-
motor fue Eduardo Bernstein (1.850- 1.932), amigo personal
de Engels.
En 1.896, es decir, un año después de la muerte de Engels,
Bernstein proclama que “de la teoría marxista se han de elimi-
nar las lagunas y contradicciones”. El mejor servicio al mar-
xismo incluye su crítica; podrá ser aceptado como “socialismo
científico” si deja de ser un simple y puro conglomerado de es-
quemas rígidos. No se puede ignorar, por ejemplo, cómo, en
lugar de la pauperización progresiva del proletariado, éste, en
breves años, ha logrado superiores niveles de bienestar.
Claro que esa posición “revisionista” flota sobre el conteni-
do y carácter del Marxismo como genuina aportación del tan-
dem Marx-Engels en pro de la pretendida autosuficiencia de la
Materia para crear, mantener y desarrollar el ser y poder ser de
la Totalidad, incluido lo concerniente a las vidas humanas.

103
15
LA LUCHA DE CLASES, SUPUESTO MOTOR DE
LA HISTORIA

E s Francia la cuna o lugar de “remodelación” de los más in-


fluyentes movimientos sociales de la historia de Europa,
desde el feudalismo hasta el socialismo pasando por la “con-
ciencia burguesa” que inspiró a Renato Descartes su fiebre ra-
cionalista. Tambien lo de la “lucha de clases” en que, hasta
nuestros días, tanta fuerza cobra cualquier forma de colecti-
vismo.
El “moderno” concepto de lucha de clases como presunto
motor de la historia fue copiado por Carlos Marx a Francisco
Guizot (17871874), ministro del Interior francés el año en que
se publicó el Manifiesto Comunista (1848).
Eran los tiempos de la llamada Monarquía de Julio, “parla-
mentaria y censitaria”, una especie de plutocracia presidida
por el llamado “Rey Burgués”, Felipe de Orleans o Philippon
cuya consigna de gobierno fue el “enrichessez vous” y cuyos
principales ministros fueron los llamados “doctrinarios” con
Constant, RoyerCollard y el propio Guizot.
En ese régimen se reniega tanto del “absolutismo” que repre-
senta “la autoridad que se impone por el despotismo” como de
la “democracia igualitaria” o “vulgarización del despotismo”
cuya “preocupación es dañar los derechos de las minorías in-
dustriosas en beneficio de las mayorías” (Constant).

105
Según los “doctrinarios”, la garantía suprema de la estabili-
dad política y del progreso económico está basada en el carác-
ter censitario del voto (se precisa un determinado nivel de
renta para ejercer como ciudadano) puesto que, tal como ase-
gura el propio Constant,
“Solamente en el útil ocio se adquieren las luces y certe-
za de juicio necesarias para que el privilegio de la libertad
sea cuidadosamente impartido”.
Para evitar veleidades de la Historia como las recientemente
vividas, Royer Collard, el llamado “jefe de los doctrinarios”
aboga por una ley a situar por encima de cualquier representa-
ción de poder y nacida de un parlamento que resulte
"El más eficaz defensor de los intereses de cuantos , por
su fortuna y especial disposición, puedan ser aceptados
como responsables del orden y de la legalidad”.
Otro de los “doctrinarios”, Guizot, celebrado ensayista (His-
toire de la révolution d’Angleterre, Histoire de la civilisation
en Europe...) fue jefe de Gobierno en los últimos años de la
“Monarquía de Julio”1.
Este Guizot pasa por ser el primer teorizante de la lucha de
clases, referida, en su caso, a la confrontación entre la Nobleza
y la Burguesía, “cuya ascensión ha sido gradual y continua y
cuyo poder ha de ser definitivo puesto que es una clase anima-
da tanto por el sentido del progreso como por el sentido de la
autoridad; son razones que obligan a centrar en los miembros
de la burguesía el ejercicio de la libertad política y de la parti-
cipación en el gobierno”.

1 La Monarquía de Julio cayó el 24 de febrero de 1.848, el mismo


mes en que se publicó el Manifiesto Comunista

106
El llamado mundo de la burguesía (“clase”, según una harto
discutible acepción) está formado por intermediarios, banque-
ros y ricos industriales; es un mundo trascrito con fina ironía y
cierto sabor rancio por Balzac o Sthendal. En él pululan y lo
parasitan las emperifolladas, ociosas y frágiles damiselas o
prostitutas de afición que hacen correr a raudales el dinero de
orondos ociosos o fuerzan al suicidio a estúpidos y aburridos
petimetres. Todo ello en un París bohemio y dulzón, que
rompe prejuicios y vive deprisa.
Al lado de ese mundo se mueve el otro París, el París de “Los
Miserables”, que, elocuentemente, ha descrito Victor Hugo.
Prestan a este París una alucinante imagen su patología pútri-
da, sus cárceles por nimiedades y sin esperanza, sus barrios
colmados de suciedad, promiscuidad y hacinamiento; sus des-
tartaladas casas, sus chabolas y sus cloacas tomadas como ho-
gar... en un círculo de inimaginables miserias y terribles
sufrimientos, olimpicamente ignorados por los “de arriba”.
Uno y otro son el París de las revoluciones: no menos de tres
en sesenta años: la de 1.789, que acabó (??) con el llamado
“viejo régimen”; la de julio de 1.830, que hizo de los privile-
gios de la fortuna el primer valor social y dio el poder sobre vi-
das y haciendas a los que “más tenían que perder” y, por
último, la revolución de febrero de 1.848, que se autotitularía
popular y resultaría de opereta con el engendro de un régimen
colchón en que fue posible un nuevo pretendido árbitro de los
destinos de Europa, Luis Napoleón III, sobrino del otro
Napoleón.
En los antecedentes de ese París es en dónde, sin salir del ra-
cionalismo cartesiano, hombres como el conde de Saint Simon
(Claude-Henri de Rouvroy, 1760-1825) “se imponen la tarea
de dedicar su vida a esclarecer la cuestión de la organización

107
social”. A saint Simon y similares Marx calificará de “socia-
listas utópicos”.
Con anterioridad a Saint Simon habían surgido en Francia fi-
guras como las de Morelly, Mably, Babeuf... que se presenta-
ron como apóstoles de la igualdad con más entusiasmo que
rigor en los planteamientos. En el medio que les es propicio
son recordados como referencia ejemplar pero no como genui-
nos teorizantes del socialismo utópico francés, cuyo primero y
principal promotor es el citado Saint Simon.
La Revolución del 89, dice Saint Simon, proclamó una liber-
tad que resulta una simple ilusión puesto que las “leyes econó-
micas” son otros tantos medios de desigualdad social; ello
obliga a que el libre juego de la competencia sea sustituido por
una “sociedad organizada” en perfecta sintonía con la “era
industrial”.
Saint Simon titubea sobre las modalidades concretas de esa
“sociedad organizada”: van desde aceptar la situación estable-
cida con el añadido de la participación de un “colegio científi-
co representante del cuerpo de sabios” a otorgar el poder a los
más ilustres representantes del industrialismo,
“alma de una gran familia, la clase industrial, la cual,
por lo mismo que es la clase fundamental, la clase nodriza
de la nación, debe ser elevada al primer grado de conside-
ración y de poder”.
Es entonces cuando “la política girará en torno a la adminis-
tración de las cosas” en lugar de, tal como ahora sucede, “ejer-
cer el gobierno sobre las personas”. Tal será posible porque “a
los poderes habrán sucedido las capacidades”.
En los últimos años de su vida, Saint Simon preconiza como
solución “una renovación de la moral y de la Religión; puesto
que la obra de los enciclopedistas ha sido puramente negativa

108
y destructora, se impone restaurar la unidad sistemática” (o
Método, que habría dicho Descartes). En el ámbito de una mo-
ral social, no personal y de un culto animado por lo ritual y no
por lo sacramental y, a tenor de los tiempos, sin la mínima alu-
sión a un presencia activa de Jesús de Nazareth, surgirá, según
Saint Simon, un “nuevo cristianismo” en el que habrá de regir
un único principio, “todos los hombres se considerarán
hermanos”,
La ambigüedad de la doctrina sansimoniana facilitó la divi-
sión radical de sus discípulos: Augusto Comte encabezará una
de las corrientes del humanismo ateo (positivismo) basada en
una organización religiosa dirigida por la élite industrial mien-
tras que el discípulo socialista, Próspero Enfantin (le “Père
Enfantin”) empeñará su vida como “elegido del señor” en una
especie de cruzada hacia la redención de las clases más humil-
des hasta, por medios absolutamente pacíficos, llegar a una so-
ciedad en que rija el principio de “a cada uno según su
capacidad y a cada capacidad según sus obras”.
Charles Fourier (1.7721.837) es otro de los “socialistas utó-
picos” más destacados. Pretende resolver todos los problemas
sociales con el poder de la “asociación”, que habrá de ser me-
tódica y consecuente con los diversos caracteres que se dan en
un grupo social, ni mayor ni menor que el formado por mil
seiscientas veinte personas
Fourier presta a la “atracción pasional” el carácter de ley
irrevocable. Dice haber descubierto doce pasiones y ochocien-
tos diez caracteres cuyo duplicado constituye ese ideal grupo
de mil seiscientas veinte personas, célula base en que, “puesto
que estarán armonizados intereses y sentimientos, el trabajo
resultará absolutamente atrayente”.

109
La “organización de las células economicamente regenera-
das en un perfecto orden societario”, según afirma Fourier,
permitirá la supresión total del estado; consecuentemente, en
el futuro sistema no habrá lugar para un poder político: en lo
alto de la pirámide social no habrá nada que recuerde la autori-
dad de ahora, sino una simple administración económica per-
sonificada en el aerópago de los jefes de serie apasionada;
estas series apasionadas resultan de la espontánea agrupación
de varias “células base” en las cuales la armonía es el conse-
cuente resultado del directo ejercicio de una libertad sin cela-
dor alguno. En consecuencia las atribuciones de ese Aerópago
no van más allá de la simple autoridad de opinión. Será esto
posible gracias a que, a juicio de Fourier, “el espíritu de aso-
ciación crea una ilimitada devoción a los intereses de grupo”
y, por lo tanto, puede sustituir cumplidamente a cualquier
forma de gobierno.
Dice Fourier estar convencido de que cualquier actual forma
de estado se disolverá progresivamente en una sociedad-aso-
ciación, en la cual, de la forma más natural y espontánea, se
habrá excluido cualquier especie de coacción. A renglón se-
guido, se prodigarán los “falansterios” o “palacios sociales”,
en que, en plena armonía, desarrollarán su ciclo vital las “célu-
las base” hasta, en un día no muy lejano, constituir un único
imperio unitario extendido por toda la Tierra.
Esa es la doctrina del “falansterismo” que como tal es cono-
cido el “socialismo utópico” de Fourier, algo que, por extraño
que parezca, aun conserva el favor de ciertos sectores del lla-
mado progresismo racionalista hasta el punto de que, cada
cierto tiempo, y con derroche de dinero y energías, se llega a
intentar la edificación de tal o cual “falansterio”. Efímeros em-
peños cultivados por no se sabe qué oculto interés proselitista.

110
No menos distantes de un elemental realismo, surgen en
Francia otras formas de colectivismo, cuyos profetas olvidan
las predicadas intenciones si, por ventura, alcanzan una parce-
la de poder. Tal es el caso de Luis Blanc, que llegó a ser miem-
bro provisional del Gobierno que se constituyó a la caída de
Luis Felipe o Philippon; “Queremos, había dicho, que el traba-
jo esté organizado de tal manera que el alma del pueblo, su
alma ¿entendéis bien? no esté comprimida por la tiranía de las
cosas”. La desfachatez de este encendido predicador pronto se
puso de manifiesto cuando algunos de sus bienintencionados
discípulos crearon los llamados “talleres nacionales”: resultó
que encontraron el principal enenmigo en el propio gobierno
al que ahora servía Blanc y que, otrora, cuando lo veía lejos,
este mismo Blanc deseaba convertir en “regulador supremo de
la producción y banquero de los pobres”.
Otros reniegan de la Realidad y destinan sus propuestas a so-
ciedades en que no existe posibilidad de ambición: tal es el
caso de Cabet que presenta su Icaria como mundo en que la li-
bertad ha dejado paso a una igualdad que convierte a los hom-
bres en disciplinado rebaño con todas las necesidades
animales cubiertas plenamente. Allí toda crítica o creencia
particular será considerada delito: huelgan reglas morales o re-
ligión alguna en cuanto un providencial estado velará por que
a nadie le falte nada: concentrará, dirigirá y dispondrá de todo;
encauzará todas las voluntades y todas las acciones a su regla,
orden y disciplina. Así quedará garantizada la felicidad de
todos.
Hay aun otros teorizantes influyentes para quienes nada
cuenta tampoco el esfuerzo personal por una mayor justicia
social; por no ampliar la lista, habremos de ceñirnos a Blan-
qui, panegirista de la “rebelión popular” (que, en todos los ca-

111
sos, será la de un dictador en potencia) y a Sismondi, el cual
para Karl Marx es
“promotor de un socialismo pequeño-burgués para
Inglaterra y Francia; puso al desnudo las hipócritas apo-
logías de los economistas; demostró de manera irrefutable
los efectos destructores del maquinismo y de la división
del trabajo, las contradicciones del capital y de la propie-
dad agraria; la superproducción, las crisis, la desapari-
ción ineludible de los pequeños burgueses y de los
pequeños propietarios del campo; la miseria del proleta-
riado, la anarquía de la producción.... Pero, al hablar de
remedios, aboga por restablecer los viejos medios de pro-
ducción e intercambio y, con ellos, la vieja sociedad... es,
pues, un socialismo reaccionario y utópico”.
Vemos que tanto los doctrinarios burgueses como los primi-
tivos teorizantes del socialismo coinciden en prestar valor his-
tórico determinante al enfrentamiento entre unos y otros
sectores sociales. Más concisos, Marx y Engels teorizarán so-
bre el supuesto de la Lucha de Clases, como exclusivo motor
de la Historia.

112
16
DEFINITIVA “LIBERACIÓN” DE LA “VIEJA”
FILOSOFÍA.

Y a hemos visto como Feuerbach (“arroyo de fuego”, “pur-


gatorio de nuestro tiempo”), liberó a Karl Marx de la tira-
nía de Hegel, aunque ello no significó la definitiva liberación
del llamado idealismo: al parecer, el paso por el “purgatorio” o
“arroyo de fuego” (Feuer-bach, recuérdese) significó la viven-
cia de un “humanismo” empalagoso y sentimentaloide.
“Die heilige Familie, oder Kritik der kritischen Kritik. Ge-
gen Bruno Bauer & Consorten” (La santa familia, ó Crítica de
la crítica crítica contra Bruno Bauer y sus socios), escrita en
1845 por Marx en colaboración con Engels, con el implacable
ataque a los hegelianos más notorios, quiere ser el acta de rup-
tura con toda la secuela idealista; a partir de entonces, el tan-
dem Marx-Engels pretenderá hacer ver que, de Hegel, no
conservan más que el “método” (es decir, la Dialéctica), al que
consideran el “no-va-más-allá” de la Lógica .
De entre los hegelianos vilipendiados, es Max Stirner, el más
punzante y agrio rival de Feuerbach, quien se lleva la mayor
parte: ya hemos tenido ocasión de ver (capítulo 9) como Max
Stirner tildaba de idealistas o pegados a las viejas tradiciones
religiosas… a todos sus predecesores o contemporáneos, quie-
nes, según él, no han sabido realzar como procede los derechos
del individuo egoísta o ser que se toma a sí mismo como prin-

113
cipio y objetivo de cualquier aspiración para dejarse llevar por
especulaciones más o menos teologizantes.
Si la mayoría de los “jóvenes hegelianos” presumía de
anti-cristianos, Max Stirner lleva al extremo su radicalismo:
pretende hacer desaparecer no solamente el cristianismo, si no
también la aplicación o derivación de cualquiera de sus postu-
lados; frente a tales aplicaciones o derivaciones coloca siem-
pre y sin tregua al individuo libre de cualquier previa atadura y
sin otras reglas que las dictadas por el impulso egoísta del mo-
mento: si el “único y su propiedad” es la antítesis por excelen-
cia del Cristianismo, todo lo que no sea este “único” (es decir,
el individuo radicalmente egoísta) está emparentado más o
menos lejanamente con el Cristianismo; como muestra de ese
parentesco le sirve a Max Stirner el Hombre de Feuerbach con
su amor, virtud, sacrificio…, atributos esencialmente
cristianos.
Lo particular del hombre, dogmatiza Stirner, es lo que está
estrechamente relacionado con su capricho, ello sin regla o
norma alguna puesto que cualquier traba es reminiscencia de
un precepto moral; ni siquiera el rebelarse contra Dios debe
animar conducta alguna: es como si buscáramos o deseáramos
algo más digno de privilegio que nosotros mismos; de ahí re-
sulta que “las más recientes rebeliones contra Dios son estéri-
les insurrecciones teológicas” (postulado de Stirner glosado
por Marx en la “Santa Familia”).
A juicio del tandem Marx –Engels, Stirner no quiere darse
cuenta de que, con sus críticas, él mismo pone las bases del
egoísmo como religión: reivindica para sí, elemento humano
absolutamente desligado del resto, (lo contrario del “animal
cívico”, generalmente aceptado), los derechos que otros otor-
gan a Dios o al “hombre-especie” y, en relación a tales dere-

114
chos, establece un programa de conducta, una “norma”, lo que
viene a tirar por los suelos todas su verborrea sobre el “único y
su propiedad”: idealiza su yo para convertirle en dictador
absoluto al que someterse ciegamente.
Stirner no se libera de los vicios que critica en cuanto mues-
tra ser un fiel continuador de la tradición “teológica”, para
quien todo debe girar fervorosamente en torno a él mismo, el
ser que se atreve a presentar como lo más importante del
universo.
Marx y Engels reconocen que Stirner había dañado substan-
cialmente el porvenir intelectual de aquellos a quienes criticó:
Feuerbach hubo de defenderse de la acusación de “teólogo”;
Bauer, otro de los vilipendiados, se esforzó en despojarse de
toda traza de sentimentalismo para sumergirse en lo “política-
mente correcto” de entonces cual era defender los
posicionamientos de la reacción prusiana.
A Marx le resultó muy oportuna la obra de Max Stirner (crí-
tica de la crítica) para convencerse a sí mismo y a Engels, des-
de entonces, cordial amigo e incondicional colaborador de que
“para alcanzar la perfección del conocimiento sereno, la crí-
tica, ante todo, debe desembarazarse del amor, puesto que el
amor es una pasión y nada hay más perjudicial para el sereno
conocimiento que la pasión”1.
A partir de entonces, Marx y Engels pretenderán reducir al
silencio a sus enemigos “religiosos” con la acusación de senti-
mentalismo. Para ellos, es así como pueden alzarse en descu-
bridores y promotores de una ciencia rigurosamente pegada a
las cosas, es decir, liberada de toda consideración ética o pia-

1 K.Marx, “Oeuvres choisies”, pág. 90, 1963 – Gallimard

115
dosa. Siguiendo esa línea, será particularmente cáustico e inci-
sivo su ataque a “la santa familia”, cual considera al conjunto
de críticos y teorizantes con algún rastro de idealismo. Como
era de esperar, de entre los idealistas, no excluyen al propio
Stirner2:
“ Toda crítica filosófica alemana de Strauss a Stirner,
se dice en la Santa Familia, se ha limitado a la crítica
de las representaciones religiosas. Se tomó como punto
de partida la religión real y la teología propiamente di-
cha para, a continuación, sumergirse en los dictados de
una conciencia persistentemente religiosa. El progreso
consistía en hacer entrar en la esfera de las representa-
ciones religiosas o teológicas otras representaciones
calificadas de metafísicas, políticas, jurídicas, mora-
les… con la consideración de más racionales. De esa
forma, no se lograba explicar otra cosa que la concien-
cia política, jurídica o moral confluye en la conciencia
teológica y que, por lo tanto, el hombre político, jurídi-
co y moral, es decir, el Hombre tal cual, no es más que
un animal religioso. De hecho, se admitía como indiscu-
tible el dominio de la Religión y, en consecuencia, todas
las relaciones dominantes fueron explicadas como rela-
ciones religiosas transformables en cultos: culto al De-
recho, culto al Estado… Todo fue explicado por medio
de dogmas y de creencias sobre los dogmas. Subrepti-
ciamente fue canonizado el mundo hasta que San Max
(Max Stirner) pudo declararlo santo en bloque para in-
tentar desembarazarse definitivamente de él”.
Repugnaba a Karl Marx el que las mutuas críticas entre “jó-
venes hegelianos” no salieran de los dominios de la concien-

2 K.Marx, “Oeuvres choisies”, pág. 121, 1963 – Gallimard

116
cia, en que ha echado sus raíces la Religión; por ello, el mismo
Max Stirner, que se empeña en revalorizar la conciencia indi-
vidual, debe ser considerado religioso, debe pasar por “San
Max” en cuanto que, al igual que los otros “santos filósofos”,
olvida que
“los filósofos no brotan de la tierra como los champiño-
nes; son el fruto de su época y de su pueblo, cuyas energías
más sutiles y preciosas son expresadas en las ideas inno-
vadoras según el mismo “espíritu” que construye los fe-
rrocarriles con las manos de los obreros; la filosofía no es
exterior al mundo”3.
Vemos que la trayectoria intelectual que sigue Karl Marx
(acompañado a plena coincidencia de criterio por Frederik
Engels) es paralela a la seguida por el padre del Positivismo,
Augusto Comte (1798-1857): para ambos la Metafísica ha pa-
sado al museo de las antigüedades luego de abrir el camino a
una ciencia más “pegada a la tierra”. La diferencia entre las
doctrinas de uno y otro está en que el “Positivismo” no pasa de
un agnosticismo (es, de hecho, una teoría de la frustración)
mientras que el Marxismo no renuncia al pleno conocimiento
de la Totalidad, de la cual se considera “embrionaria concien-
cia” un Karl Marx que, a pesar de sus desesperados intentos,
sigue sin verse libre de Hegel.
Al igual que no pocos antiguos compañeros de Universidad,
todos ellos tocados por ,la sombra del “coloso”, se considera
Marx capaz de alcanzar el supremo conocimiento de las cosas;
para ello no precisa más que la certera utilización del “siste-

3 K.Marx: “Kölnische Zeitung”, nº 79

117
ma” desde la condición de un animal, que se diferencia de res-
to de los animales en que “es capaz de producir lo que come”:
“El hombre no se distingue del cordero más que por el
hecho de que su conciencia ha tomado el lugar del instinto,
lo que significa que su instinto es un instinto consciente”4.
Superada la etapa de lo que el toma como servil adocena-
miento idealista, cerrada por la que estiman inapelable “críti-
ca de la crítica”, Marx y Engels se ven a sí mismos en la
situación de abordar el Todo para extraer de él al auténtico fac-
tor de la historia humana lo que les dará autoridad para ence-
rrar a su propio sistema en un cerrado dogmatismo; será un
sistema cuyos fundamentos estarán latentes en las mismas en-
trañas de las realidades materiales y, puesto que utilizará a la
Dialéctica como herramienta de convicción, el tal sistema po-
drá ostentar el título de Materialismo Dialéctico 5.
Marx y Engels se habrán liberado de la “vieja filosofía” si se
valen por sí mismos para explicar todo lo existente, no a partir
de su propia conciencia (cual se hizo en los otros sistemas más
o menos emparentados con la Religión), sino a partir de la rea-
lidad exterior a sí mismos, pero que les baña hasta el más se-
creto reducto de la propia conciencia. Si, para ello, precisaban
entender (o, más bien, captar) la genuina manera en la que
propia materia muestra sus formas de expresión y evolución,
Hegel les ha dado la pauta con su Dialéctica: todo lo existente
manifiesta su presencia en perenne contradicción; ello quiere
decir que el adecuado uso de la Dialéctica permitirá ahondar

4 Idéologie Allemande. 1846, tomado de -K.Marx, “Oeuvres


choisies”, pág. 133, 1963 – Gallimard
5 Será, años más tarde, cuando Plejanov, mentor de Lenin, lo
nombrará así

118
en los más velados secretos de la Materia… ¿Qué más
necesitan Marx y Engels para liberarse de la “vieja” Filosofía?
Es, a partir de su presunta “liberación de la vieja Filosofía”
cuando Marx pretenderá marchar sobre seguro hasta el punto
de que su sistema podrá cobrar la consistencia de una serie de
dogmas, en cuya aceptación sobra cualquier posible discusión.
Sucedió ello en torno al año 1846, tal como nos indica
Engels en el prefacio a “La Miseria de la Filosofía”: “… en el
invierno de 1846-1847 ya Marx había llegado a formular los
principios de su nueva concepción histórico-económica”.
La “liberación” reflejada en tal “nueva concepción históri-
co-económica” requería una profesión de fe materialista: tal
creemos haber encontrado en el documento titulado “Once te-
sis sobre Feuerbach”, trascrito en el capítulo 9 de este libro.

119
17
LA “RAZÓN” PROLETARIA

E ntre finales de 1843 y enero de 1844 Karl Marx escribió


su “Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de
Hegel”, que resultó ser el artículo de fondo de los
Deutsch-Französische Jahrbücher (Anales franco-alemanes),
a los que hicimos referencia en el capítulo once.
En ese trabajo, Marx manifiesta interesarse por el Proleta-
riado, no porque le despierte simpatía o conmiseración y si
por que ve en él parte esencial del núcleo de su sistema; lo
expresa así:
“… en Alemania, en que la vida práctica está tan poco
espiritualizada como la vida espiritual se halla lejos de la
vida práctica, ninguna clase de la sociedad siente la nece-
sidad y capacidad de emancipación universal mientras no
sea empujada a ello por su situación inmediata, por la ne-
cesidad material, por sus propias cadenas… ¿en dónde,
pues, ha de ser buscada la posibilidad práctica de la
emancipación alemana? That ist the question …
“… esa posibilidad reside en la constitución de una cla-
se con sus cadenas radicales, de una clase social que se si-
túe más allá de la sociedad burguesa, de una clase que
encarne la disolución de todas las clases, que alcance la
universalidad por su sufrimiento universal y que no reivin-
dique ningún derecho particular puesto que no sufre de un
particular perjuicio y sí de injusticia absoluta; de una cla-
se cuyos títulos no son históricos sino pura y simplemente

121
humanos, que no se opone a tal o cual aspecto alemán sino
a su esencia misma…
“….La posibilidad de emancipación de Alemania, en fin,
reside en la constitución de una clase, que no pueda libe-
rarse a sí misma sin sacudir la dominación de las otras
clases de la sociedad. Es absolutamente que esta clase en-
carne la pérdida total de lo humano para que, de esa for-
ma, no pueda reencontrarse a sí misma sino es por la total
reconquista del Hombre… Es el Proletariado la clase que
representa de forma particular la descomposición de la
sociedad entera
“… Cuando el Proletariado anuncie la disolución del
orden social existente, no hará más que expresar el secreto
de su propia existencia puesto que constituye por sí mismo
la disolución efectiva de ese orden. Cuando el Proletaria-
do niega la propiedad privada, establece como principio
de la sociedad lo que la sociedad ha establecido como
principio del Proletariado y que éste, sin pretenderlo, en-
carna ya como resultado negativo de la sociedad…
“… Del mismo modo que la filosofía encuentra en el
Proletariado su fuerza material, éste encuentra en la filo-
sofía su fuerza intelectual… La filosofía no puede realizar-
se sin la abolición del Proletariado; el Proletariado no
puede ser abolido sin realizar la filosofía…” 1.
Feuerbach, Moisés Hess y los socialistas franceses habían
imbuido en Marx preocupación por la causa proletaria; claro
que, a su juicio, lo habían hecho de un forma no asimilable por
los cauces académicos en cuanto no sabían racionalizar la
emancipación del Proletariado y, por lo mismo, no compren-

1 K. Marx: “Oeuvres choisies”, Gallimard, págs. 47-49

122
dían el enorme alcance de elaborar un sistema, que gire en tor-
no a la situación de esa clase, cuyos sufrimientos no importan
tanto como la ocasión de explotarlos conveniente y
académicamente.
Una vez que Marx ha hecho del Proletariado el eje de su ac-
tividad intelectual, porfiará que ha sido llevado a ello por exi-
gencias científicas. En nombre de tales exigencias criticará
implacablemente cualquier medida que tienda a mitigar la
opresión que sufre el mundo del trabajo asegurando que, cuan-
to más grande sea la miseria del Proletariado, tanto más pronto
“se realizará la filosofía”.
A partir de su expulsión de París (1845), Marx, ya en íntima
colaboración con Engels, mantuvo estrecho contacto con la
llamada “Liga de los justos”; se afilió a la sección bruselense e
hizo un viaje a Londres para ponerse al habla con Wilhelm
Weitling (1808-1871), fundador y principal animador de la
“Liga”, de quien dijo Engels que “había tratado de orientar el
comunismo hacia el cristianismo primitivo”, juicio muy su-
perficial en cuanto el significativo título de alguno de sus li-
bros (“Evangelio de un pobre pescador”, “Garantía de la
armonía y de la libertad”…) no le impedía preconizar la vio-
lencia, sangre y terrorismo como instrumentos al servicio de la
justicia social.
A raíz de su encuentro en Londres, Marx acusó a Weitling
de ser un aturullado e histérico y, por lo mismo, de constituir el
núcleo de mayor confusión en el seno de la “Liga de los Jus-
tos”, para cuyo liderazgo se postula él mismo.
Tal como ya hemos apuntado, se materializó la ruptura entre
Weitling y Marx en el curso de una agitada reunión celebrada
en Bruselas el 30 de marzo de 1846. Al día siguiente de tal
reunión, Weitling aduce sus razones en carta a otro miembro

123
de la Liga, el ya conocido por nosotros Moisés Hess, con quien
parece mantener estrecha correspondencia:
Querido Hess, ayer por la noche tuvimos una reunión
plenaria. Marx trajo con él a uno que nos presentó como
ruso (se trata del publicista ruso Pavel Vasilyevich Annen-
kof, 1814-1887). Habíamos tomado como orden del día
“Cuál es el mejor método para hacer propaganda en Ale-
mania”; la introducción corrió a cargo de Seiler, quien
manifestó no querer entrar en detalles que, seguramente,
habrían de rozar algún punto delicado…, lo que dio pie
para una brusca interrupción de Karl Marx asegurando
que le correspondía a él continuar, lo que motivó una seria
discusión hasta que Marx, sobremanera excitado, logró
imponerse y hablar a sus anchas. He ahí un resumen de lo
que dijo:
1) Es necesario proceder a una depuración del partido
comunista.
2) En consecuencia, se deberá denunciar claramente a
cuantos están de más en el partido e, ipso facto, retirarles
los recursos financieros.
3) En el momento actual, esa depuración es la más im-
portante tarea a realizar en interés del comunismo.
4) Quien es lo suficientemente capaz de ganarse la cola-
boración de los hombres de finanzas, posee, igualmente,
los medios de suplantar a los otros y hace bien si se sirve
de ellos.
5) Debe ser combatida la distinción entre comunismo
obrero y comunismo filosófico; el sentimiento debe ser
presentado como objeto de irrisión puesto que no es más
que una ridícula forma de ensueño; no es el momento de la
propaganda a viva voz, ni siquiera de utilizar la palabra
propaganda.

124
6) Por el momento, no se debe trabajar ni pensar siquie-
ra en la realización del comunismo. En primer lugar, es
necesario que la burguesía ocupe el poder.
Hacia el final de la reunión, Marx y Engels se encararon
conmigo. Weydemeyer pronunció algunas rápidas pala-
bras; Gigot y Edgar (Edgar von Westphalen, cuñado de
Marx) no emitieron un soplo; Heilberger, por su parte,
tomó partido contra Marx dando a todos una prueba de
imparcialidad; Seiler hizo otro tanto con extraordinaria
calma y amargura mientras Marx se ensañaba conmigo.
Cuando yo le respondí, Marx se subió al colmo de la
exasperación; claro que yo había dicho “todo lo que re-
sulta de su exposición es que quien encuentre dinero pue-
de imponer su capricho e, igualmente, escribir cuanto
quiera…”
El mismo Annenkov, crítico literario e historiador, al hacer
referencia en la revista rusa “Viestnik Iebrui” (el Mensajero
Europeo) de esa tormentosa reunión, decía lo siguiente sobre
Marx y la propia reunión:
“Representaba Marx, el tipo de hombre compuesto de
energía, fuerza, voluntad y convicción inflexibles; era im-
presionante su mismo aspecto exterior: de espesa cabelle-
ra negra y manos cubiertas de vello, ofrecía el aire de un
hombre, que tiene el derecho y la fuerza de exigir respeto;
no obstante, en ocasiones, sus gestos y manera de compor-
tarse llegaban a ser cómicos. Eran sus movimientos ordi-
narios, aunque atrevidos y seguros; cuando pretende
evocar el saber-estar mundano sus modales no pasan de la
parodia; si se da cuenta de ello, desprecia olímpicamente
cualquier tipo de corrección. Su voz tajante y metálica ar-
moniza con los juicios radicales que dirige a hombres y
cosas; no se expresa más que con palabras imperativas y
marcadas con un tono que produce una impresión casi do-

125
lorosa. Con cuanto dice y expresa transmite la convicción
profunda de quien tiene la misión de dominar los espíritus
y prescribir leyes: delante de mí tenía un dictador tal cual
la imaginación me había previamente dictado”.
Frente a Marx ve Annenkov al
“sastre Weitling como un elegante joven rubio vestido
como un maestrillo y con la perilla coquetamente recorta-
da; parecía, más bien, un viajante de comercio que el
obrero sombrío, amargado y encorvado bajo el peso del
trabajo y de las preocupaciones... cual se esperaba ver”.
Annenkov también cita a Federico Engels, “de aspecto seve-
ro y alta estatura, derecho y distinguido como un inglés”. Al
parecer, fue Engels el que abrió la reunión con una detallada
exposición sobre planes y acciones; luego habló Weitling has-
ta que, según Annenkov,
“fue cortada en seco por Marx con ásperas acusaciones
contra Weitling: Dinos, Weitling, tú quien, con una pecu-
liar propaganda, has hecho tanto ruido en Alemania y has
atraido a tus filas a tantos obreros a los cuales has hecho
perder su situación y su trozo de pan... dinos con qué tipo
de argumentos defiendes tu agitación social-revoluciona-
ria y con qué fuerza cuentas apoyarla en el futuro...”. “La
balbuciente respuesta de Weitling, que habló mucho, pero
de manera poco concisa” fue interrumpida por Marx, el
cual, frunciendo las cejas en un acceso de cólera, señaló
como “una simple trampa el hecho de levantar al pueblo
sin darle las bases sólidas para su actividad revoluciona -
ria... Particularmente, dirigirse a los obreros alemanes sin
tener ideas rigurosamente científicas y una doctrina con-
creta es tanto como jugar sin conciencia ni fundamento;
juego que supone un apóstol demagogo e iluminado frente
a unos pocos imbéciles que le escuchan con la boca abier-
ta...”. “He ahí, añadió de improviso Marx señalándome a

126
mí con un brusco gesto, un ruso en cuyo país tal vez tú,
Weitling, podrías tener éxito: es en Rusia en donde única-
mente pueden crearse asociaciones compuestas de maes-
tros y discípulos absurdos. En un país civilizado como
Alemania no se puede hacer nada sin una doctrina concre-
ta y bien hilvanada. Por lo tanto, cuanto has realizado
hasta ahora es simple ruido, es provocar una inoportuna
agitación y es, por supuesto, arruinar la causa misma por
la que se combate”. La vacilante respuesta exculpatoria
de Weitling fue interrumpida violentamente por el propio
Marx que “se levantó y dio sobre la mesa tan fuerte puñe-
tazo que vaciló la lámpara: Jamás, gritó, la ignorancia ha
aprovechado a nadie”.
Esa memorable reunión de la “Liga de los justos” resultó
ser la catapulta del prestigio de Karl Marx dentro del movi-
miento que ya se autocalificaba de comunista. Se da por di-
suelta la “Liga de los justos” para dar paso a la “Liga
comunista” en la que, además de Marx y Engels, cobran re-
lieve Guillermo Wolf, Sebastián Zeiler, José Weydemeyer,
Felipe Gigot, Tudesco y el propio Moisés Hess, quien, por
entonces, muestra estar de vuelta de sus sueños hacia la “re-
volución de la generosidad”2.
A tenor del nuevo carácter de movimiento, la divisa “todos
los hombres son hermanos” de la “Liga de los justos”, es susti-
tuida por “Proletarios de todos los países, uníos”, que es consi-
derada paradigma de la objetividad y a la que se le otorga el
carácter de idea-fuerza para una revolución sin tregua.

2 Años más tarde Hess será reconocido como uno de los


promotores del “socialismo sionista” con su obra Roma y
Jerusalem, 1863

127
De una objetividad desprovista de cualquier traza de senti-
mentalismo hará gala Marx, quien, a partir de entonces, más
que a derramar lágrimas de cocodrilo, se aplicará a descubrir
los medios para traducir en ventajas los inconvenientes de la
industrialización y, también, para acabar con la ridícula farsa
de que todos los hombres no tienen igualdad de derechos. Ése
es el Karl Marx de quien el anarco-socialista Miguel Bakunin
ha dejado escrito:
“Karl Marx es de origen judío. Reúne en sí todas las cua-
lidades y defectos de esa excepcional raza. Según algu-
nos, nervioso hasta el punto de manifestarse cobarde, es
inmensamente malicioso, vano y quisquilloso; tan intole-
rante y tiránico como Jehová, es, como él, locamente ven-
gativo. No retrocede ante ninguna mentira o calumnia
para atacar a cuantos provocan sus celos u odio; no vacila
ante ninguna sórdida intriga, si piensa que puede servirle
para reafirmar su posición y aumentar su influencia y po-
der. “También se le han de atribuir numerosas virtudes: es
inteligente y erudito. Pocos hombres han leído tanto y tan
inteligentemente como él. En 1840 ya fue el alma de un
círculo de radicales alemanes, que sobrepasaban con mu-
cho el cinismo de los nihilistas rudos más extremistas. “Al
igual que Luis Blanc, Herr Marx es un fanático adorador
del Estado a triple título de judío, alemán y hegeliano.
Pero, si Blanc sustituye por la retórica declamatoria el ra-
zonamiento, Marx, a fuer de alemán ponderado e instrui-
do, embellece sus principio con todos los trucos y fantasías
de la dialéctica hegeliana, a la que presta las riquezas de
su saber”3

3 Tomado de “Karl Marx”, Isaiah Berlin, Gallimard, pág- 159.

128
18
LA “CIENCIA” ECONÓMICA Y SUS
DETERMINISMOS

C on carácter general, se acepta a Inglaterra como principal


promotora de lo que se llama «Ciencia Económica» y es
allí en donde Adam Smith vulgariza el término “Economía Po-
lítica”.
En su clásico Wealth of Nations (La Riqueza de las Nacio-
nes, 1776), Adam Smith define así a la Economía Política:
“Es la ciencia que se propone dos objetivos claramente
diferenciados; el primero, suministrar un amplio ingreso o
subsistencia para la población o, más propiamente, habili-
tarla para que provea a tal ingreso o subsistencia por su
propia cuenta; y el segundo, proveer al Estado o nación de
una renta suficiente para el servicio público”.
En buena línea cartesiana, Smith trató de prestar «raíz meta-
física» al simple, puro y duro afán de lucro lo que, sin duda,
encontró buen caldo de cultivo en la peculiar trayectoria colo-
nial de su país y como continuación de precedentes teorías que
ya habían justificado la trata de esclavos y el expolio de pue-
blos enteros como “forma de hacer economía”.
Una de esas precedentes teorías es la defendida por los lla-
mados Mercantilistas. Los grandes descubrimientos y coloni-
zaciones de los siglos XVI y XVII habían «universalizado» el
horizonte comercial de Europa, de cuyos puertos partían hacia

129
los cuatro puntos cardinales grandes barcos en busca de oro,
plata, especias, esclavos...
Existieron diversas escuelas “mercantilistas”: la «metalis-
ta» o española (Ortiz, Olivares, Mariana), la «industrialista» o
francesa (Bodin, Montchrestien, Colbert), la «comercial» o
británica (Mun, Child, Donevant, Petty)... Todas ellas gozan
de protección oficial en cuanto buscan la riqueza y el poder ex-
pensas de las colonias y de los competidores más débiles.
Esto del “mercantilismo” fue una doctrina que aportó más
inconvenientes que ventajas. Así nos lo recuerda el economis-
ta Storch (1766-1835):
«No hay exageración al afirmar que, en política se cuen-
tan pocos errores que hayan causado mayor número de
males que el sistema mercantilista: armado del poder so-
berano, ordenó y prohibió cuando no debía hacer más que
auxiliar y proteger. La manía reglamentaria, que inspira-
ba, atormentó de mil maneras a la industria hasta desviar-
la de sus cauces naturales y convertirla en causa de que
unas naciones mirasen la prosperidad de las otras como
incompatible con la suya: de ahí un irreconciliable espíri-
tu de rivalidad, causa de tantas y tantas sangrientas gue-
rras entre europeos. Fue un sistema que impulsó a las
naciones a emplear la fuerza y la intriga a fin de efectuar
tratados de comercio que, si ninguna ventaja real iban a
producir, patentizarían, al menos, el grado de debilidad o
ignorancia de las naciones rivales».
Los Fisiócratas, aparecidos el siglo XVIII en Francia, se pre-
sentan como reacción a la corriente mercantilista la cual, en su
modalidad «industrialista», gozaba de todas las protecciones
oficiales en detrimento del cuidado de la Tierra: Con referen-
cia al «Espíritu de las Leyes» de Montesquieu (la Geografía es
también fuerza rectora de los pueblos), apelan a una especie de

130
deternimismo natural que diluiría en puro formulismo las vo-
luntades de poderosos y súbditos: es una actitud reflejada en la
famosa frase «laissez faire, laissez paser» (Gournay).
Montesquieu, educado en Inglaterra, había expresado fer-
viente oposición a los excesos centralistas del Rey Sol (el
Estado soy yo) para cifrar en la liberal gestión de los asuntos
públicos una de las condiciones para la emancipación indivi-
dual al tiempo que señalaba que «el espíritu de las leyes» de-
pendía, esencialmente, de la constitución geográfica y
climatológica de cada país y de las costumbres de sus
habitantes condicionadas, a su vez, por el entorno físico.
El «Espíritu de las Leyes» había sido publicado en 1748; en
1758, diez años más tarde, apareció lo que se considera el pri-
mer tratado de Economía Política y fue la referencia principal
de los fisiócratas: el «Tableau Économique» de Francisco
Quesnay. En él se afirma que, en el substratum de toda rela-
ción económica, existen y se desarrollan ineludibles «leyes
naturales»; que la fuente de todas las riquezas es la Agricultu-
ra; que las «sociedades evolucionan según uniformidades ge-
nerales», que constituyen «el orden natural que ha sido
establecido por Dios para la felicidad de los hombres; que el
interés personal de cada individuo no pude ser contrario a ese
«orden providencial», lo que significa que, buscando el propio
interés, cada uno obra en el sentido del interés general; será,
pues, suficiente dar rienda suelta a todas las iniciativas indivi-
duales, vengan de donde vengan y vayan a donde vayan, para
que el mundo camine hacia el orden y la armonía: es cuando se
desarrollan a plenitud «las leyes naturales que rigen la repar-
tición de las riquezas en armonía con los sabios designios de
la Providencia».

131
Esa conclusión de los fisiócratas sirvió a Adam Smith
(1723-90) de punto de partida para su «Investigación sobre la
naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones». Había
abandonado la carrera eclesiástica y ejercía de profesor de Ló-
gica cuando, en Francia, trabó amistad con los fisiócratas
Quesnay y Turgot. A raíz de ello se siente ganado a la causa de
la Economía Política..
A diferencia de sus precursores, quienes todo lo hacían de-
pender de un determinismo natural, cuya más elocuente expre-
sión estaba en la fecundidad de la Tierra, Smith presenta al
INTERÉS PERSONAL como principio de toda actividad eco-
nómica: bastará que se deje en plena libertad a los hombres
para que, guiados exclusivamente por el móvil egoísta, el
mundo económico y social se desenvuelva en plena armonía.
Hace suyo el «laissez faire, laissez paser» de los fisiócratas;
pero sí éstos otorgaban a los príncipes la facultad de «declarar
leyes» (en Francia, eran los tiempos de la monarquía absoluta
y de «rey por la gracia de Dios»), Adam Smith puede escribir
con la mayor libertad de que se goza en Inglaterra y no hace
uso de ninguna figura retórica para sostener que la verdadera
«ciencia económica» no precisa de ninguna coacción o cauce:
es elemental, sostiene Smith, que los factores de producción y
riqueza cuenten con absoluta libertad para desplazarse de un
sector a otro según el barómetro de precios y del libre juego de
intereses particulares, lo que «necesariamente» alimentará el
interés general.
Según ello (Smith dixit), el Estado no debe intervenir ni si-
quiera para establecer un mínimo control en el mercado inter-
nacional puesto que lo cierto y bueno para un país lo es para
todos y, consecuentemente, para las mutuas relaciones
comerciales.

132
Poco cuentan las voluntades personales en el toma y daca su-
puestamente providencialista y universal: aunque Adam
Smith proclama una «inmensa simpatía» por los más débiles,
los condena a los vaivenes de lo que será rabioso «individua-
lismo manchesteriano» aunque intenta consolarles, eso sí con
la esperanza de que, en un futuro próximo y merced a las «pro-
videnciales leyes del Mercado», todo irá de mejor en mejor.
No es así de optimista Tomás Roberto Malthus (1766-1834),
uno de sus seguidores, quien no cree en la prédica de los fisió-
cratas sobre el «orden espontáneo debido a la bondad de la Na-
turaleza» ni, tampoco, con Smith de que el juego de las
libertades individuales conduzca necesariamente hacia la ar-
monía universal. Pero sí que reconoce como inexorables a las
«leyes económicas» y, en consecuencia, no admite otro posi-
cionamiento que el ya clásico «laissez faire, laissez paser».
Desde esa predisposición, Malthus presenta los dos supues-
tos de su célebre «Teoría de la población» cuyo corolario final
es la extinción de la Humanidad por hambre:
1º Cada veinticinco años, se dobla la población del mundo lo
que significa que, de período en período, crece en «progre-
sión geométrica».
2º En las más favorables circunstancias, los medios de subsis-
tencia no aumentan más que en progresión aritmética.
Como «consuelo» y «propuesta para restablecer el equili-
brio» Malthus no ofrece otra solución que una coacción mo-
ral» que favorezca el celibato y la restricción de la natalidad.
Discreta, tímida y cínicamente, también apunta que «solución
más eficaz, aunque no deseable», es provocar guerras o
masacres de algunos pueblos.
A tanto no llega otro de los seguidores «pesimistas» de
Adam Smith. Se trata de David Riccardo (1772-1823) «jefe de

133
una escuela que reina en Inglaterra desde la Restauración; la
doctrina riccardiana resume rigurosa e implacablemente to-
das las aspiraciones de la burguesía inglesa, ejemplo consu-
mado de la burguesía moderna». (Marx - «Miseria de la
Filosofía»)
Es particularidad de Riccardo el haber desarrollado teorías
que Adam Smith se limitó a esbozar: Teoría del «valor traba-
jo» que dice que «el valor de los bienes está determinado por
su costo de producción», teoría de la «renta agraria diferen-
cial», según la cual «el aumento de la población favorece a los
grandes terratenientes en detrimento de los pequeños propieta-
rios y consumidores», teoría de los «costos comparados» (a
cada país corresponde especializarse en los productos para los
cuales está especialmente dotado) y teoría del «salario natu-
ral»: «el salario se fija al mínimo necesario para que viva el
obrero y perpetúe su raza». Este último «descubrimiento» de
la pretendida «ciencia económica» ya había sido apuntado por
el «fisiócrata» Turgot , servirá de base de todo un
«darwinismo social» y pasará a la historia con el nombre de
«ley de bronce de los salarios».
Por demás, Riccardo no tolera la intervención del Estado
sino es para eliminar las últimas trabas a la total libertad de
Intercambio.
Tras los voceros principales de la Economía Política Inglesa
vienen los comparsas entre los cuales destaca Stuart Mill, que
pretende lograr una síntesis entre todo lo dicho por sus antece-
sores para formular lo que Baudin ha llamado una «verdadera
codificación del individualismo»: presta mayor precisión a los
rasgos definitorios del «homo aeconomicus», que tanta rele-
vancia tiene en la producción intelectual burguesa y presenta
al hedonismo utilitarista (puro y duro epicureísmo, hipócrita-

134
mente “socializado) como «concepto moral por excelencia»:
“en la búsqueda de su propio placer, asegura Mill, el hombre
es arrastrado a servir el bien de los otros”
Sobre lo dicho y escrito por los citados teorizantes nos per-
mitimos alguna puntualización: Bueno es realzar el carácter
positivo de la libertad de iniciativa; pero resulta exagerado el
dogmatizar sobre el supuesto de que una libertad movida por
el capricho de los poderosos haga innecesario cualquier apun-
te corrector del poder político, cuya única razón de ser (de ello
estamos absolutamente convencidos) es la promoción del
Bien Común.
La más palmaria realidad nos muestra cómo el afán de lucro,
dentro de una jerarquía de funciones, es factor motivante para
el trabajo en común, pero requiere las contrapartidas que mar-
can las necesidades de los otros en una deseable confluencia
de derechos, apetencias y capacidades. Para ello nada mejor
que unas leyes que «hagan imposibles las inmoralidades y
atropellos de unos a otros” (algo que ya apuntó el maestro
Aristóteles).
Cualquier persona podría ejercer de hedonista redomado si
viviera en radical soledad; en cuanto constituye sociedad con
uno solo de sus semejantes ya está obligado a relacionar el
ejercicio de sus derechos con la conveniencia de los otros y vi-
ceversa. Y obvio es recordar lo variopinta que, en voluntades,
disponibilidad y capacidades resulta la sociedad humana: no
cabe, pues, dogmatización alguna sobre los futuros derroteros
de una economía promovida y desarrollada por sujetos obse-
sionados por satisfacer los caprichos de su ego sin detenerse a
reflexionar si ello les sumerge en los abismos de lo irracional.
A decir verdad, la Realidad ha desprestigiado lo que fue vis-
ceral pretensión de la llamada Economía Clásica: ser aceptada

135
como ciencia exacta al mismo nivel que la Geometría o la
Astrofísica. Es una pretensión a la que aún siguen apuntados
no pocos modernos teorizantes y cuantos hacen el juego a los
gurús de la Economía Mundial: «todo lo que se relaciona con
Oferta y Demanda, absolutamente todo, depende de las Leyes
del Mercado», siguen diciendo amparándose en formulacio-
nes como las de J.B. Say, otro de los teorizantes de la «Econo-
mía Clásica» para quien «La fisiología social es una ciencia
tan positiva como la propia fisiología del cuerpo humano».
Vemos, en cambio, que los comportamientos de las perso-
nas, factores básicos de la Economía, responden a más o me-
nos fuertes estímulos, a más o menos evidentes corrientes de
Libertad (y también de amor o desamor) que, nacidas estricta-
mente de su particular ego, se resisten a las reglas matemáti-
cas. Nada exacto espera a mitad ni al final del camino siempre
que, tal como ha sucedido desde que el hombre es hombre, éste
pueda aplicar su voluntad a modificar el curso de la historia:
una preocupación o un capricho, un fortuito viaje o el encuen-
tro con una necesidad, un inesperado invento o la oportuna
aplicación de un fertilizante... le sirven al hombre para romper
en mayor o menor medida las «previsiones de producción»
dictadas por la Estadística.
Las llamadas tendencias del mercado, aun rigurosamente
analizadas, son un supuesto válido como hipótesis de trabajo,
nunca un exacto valor de referencia.
Vistas así las cosas, no caben paliativos a la hora de someter
al filtro de un realista análisis no pocas de las muy respetadas
suposiciones heredadas de los teorizantes «clásicos». Por su-
puesto que las llamadas «leyes económicas» no siguen el dic-
tado de una fuerza ciega: tendrán o no valor ocasional en
determinada circunstancia de tiempo y lugar; pero siempre

136
pueden y deben acusar la impronta de la voluntad de las perso-
nas que las «sufren y padecen» y de quienes, en cualquier caso,
depende su personal aliño de Amor y de Libertad, es decir,
una posible impronta de Moral Natural.
Ello no obstante, Karl Marx se reconoce deudor de la Eco-
nomía Política Inglesa; en razón de ello, obviará cualquier cri-
terio moral en la formulación de la teoría económica de la que
hará derivar su Materialismo Histórico.

137
19
LOS PRINCIPIOS DEL COMUNISMO, SEGÚN
ENGELS Y MARX

E n el mes de junio de 1847, en Londres, tuvo lugar el pri-


mer congreso de la “Liga de los comunistas” (antigua
“Liga de los justos”, recuérdese). En él se acordó la conve-
niencia de elaborar una “Profesión de fe comunista” al uso de
todos los miembros y según un cuestionario redactado por
Schapper, Bauer y Moll, integrantes de “Comité Central”. A
Marx no le había sido posible trasladarse de Bruselas a Lon-
dres, pero sí a Engels, que obró en nombre propio y de su ami-
go.
Se sabe que para la redacción de su “proyecto de profesión
de fe comunista”, Engels hizo suyos los postulados “menos
evangélicos” de un “Catecismo comunista” que 1844 había
publicado Moisés Hess en el periódico Vorwaerts (órgano
de los refugiados alemanes en París). Es el propio Engels
quien lo reconoce y explica a Marx en carta de 10 de no-
viembre de 1847:
“Esto entre nosotros: he hecho una infernal jugarreta a
Moisés, que había presentado una “profesión de fe” al
agua de rosas; dado que la conocía previamente, el vier-
nes último, en el círculo, me entretuve en desmenuzarla,
punto por punto, con tan buen resultado que no había lle-

139
gado aún a la mitad de mi exposición cuando todo el mun-
do se declaró satisfecho y aprobó mi “Profesión de Fe”1
El comunismo, que defendían Marx y Engels, queda refleja-
do en la trascripción del documento con preguntas del Comité
y respuestas del propio Engels.

PROYECTO DE UNA PROFESIÓN DE FE COMUNISTA


Primera cuestión: ¿Qué es el comunismo y qué pretenden los co-
munistas?
Respuesta: El comunismo es un sistema que señala que la tierra
debe ser el bien común de todos los hombres y que determina
el que cada uno trabaje, “produzca”, según sus aptitudes y
disfrute, “consuma”, según sus necesidades. Los comunis-
tas, pues, quieren destruir el orden social actual y poner en
su lugar un orden totalmente nuevo.
Segunda cuestión: ¿Qué es el socialismo y qué pretenden los so-
cialistas?
Respuesta: El socialismo, llamado así del latín “sociales”, se
ocupa, como su nombre lo indica, de la organización de la
sociedad, de las relaciones de unos hombres con otros, pero
no establece ningún sistema nuevo: es su ocupación princi-
pal reparar el viejo edificio, tapar sus grietas y ocultar de la
vista a los lagartos y ruinas obra del tiempo; a lo sumo, se-
gún el ejemplo del “furierismo”, se entretiene en elevar un
nuevo piso sobre el viejo fundamento carcomido, llamado
capital. El concepto de socialismo es tan poco preciso que se
puede incluir en el número de socialistas a cuantos inventan
reformas para las prisiones, hacen construir asilos para los
pobres, hospitales o establecimientos de la sopa popular…
Tercera cuestión: ¿De qué forma el comunismo podrá ser intro-
ducido con más rapidez y facilidad?

1 Adscrito al “Manifeste…” de Ed. Costes, pág. 123

140
Falta la respuesta; para cubrir la laguna nos sirve parte del tex-
to de un artículo que, firmado por Engels, publicó la revista
“Kommunistiche Zeitschrift” en septiembre de 1847: No so-
mos vendedores de sistemas; sabemos por experiencia cuan
insensato es discutir los arreglos y enmiendas que se han de
hacer en una sociedad futura… El estrujarse el cerebro con
ese objeto a un tiempo que se descuidan los medios que pue-
dan acercarnos a la meta… No somos comunistas que pre-
tendan obrar en nombre del amor… No somos comunistas
que predican la paz perpetua mientras que sus adversarios
se preparan al combate… S no somos conspiradores, que de-
sencadenan una revolución en un día determinado para ase-
sinar a los príncipes, tampoco somos corderos que llevan su
cruz sin murmurar… No somos comunistas que crean que,
en seguida de haber sostenido victoriosamente la lucha, la
comunidad de bienes podrá ser establecida como por
encantamiento…
Cuarta cuestión: ¿Cuál es la posición del proletariado en rela-
ción con la alta y baja burguesía? ¿es oportuno el aproxi-
marse a la burguesía radical? En el caso afirmativo, ¿cuál
es la manera más segura y fácil de lograrlo?
Respuesta: No solamente en Alemania, sino también en Bélgica,
etc…, el partido radical se ha separado públicamente del
viejo liberalismo superficial y enarbola su propia bandera.
La pequeña burguesía, que de día en día ve sus recursos re-
ducidos por las altas finanzas y aproximarse su ruina a pa-
sos de gigante, constituye la masa principal de ese partido;
los pequeños burgueses, en lugar de ser hostiles a una refor-
ma social, reconocen públicamente su necesidad. Por ello,
creemos que se ha de trabajar en el sentido de que el proleta-
riado identifique sus intereses con los de la pequeña burgue-
sía; en consecuencia, se intentará el entrar en relación con
los radicales, pero sin sacrificar nada de nuestros princi-
pios; nos esforzaremos en mostrarles que está próximo el día
en que también ellos serán integrados en las filas de los pro-
letarios, que no pueden evitar su ruina más que por medio de
una reforma social. En cuanto hayamos logrado la alianza

141
de la burguesía radical con el proletariado, comenzará un
período nuevo, que será uno de los más brillantes de la
historia.
Quinta cuestión: ¿Cuál es la posición del proletariado en rela-
ción con los diferentes partidos religiosos? ¿Es posible el
entendimiento con uno u otro partido? En el caso afirmativo
¿cuál es la manera más segura y fácil de lograrlo?
Respuesta: No pensamos que se puedan realizar las esperanzas
que han cifrado algunos comunistas en los católicos alema-
nes o en los “amigos de la luz”. Jamás hemos dado a esto de-
masiada importancia –esfuerzo vano el pretender reparar
un edificio en ruinas-; por ello pensamos que se debe encau-
zar de nuevo en el buen sendero a cuantos intentaron el tal
entendimiento. No nos detengamos demasiado en el pasado
ni vayamos a creer que las viejas fórmulas, que limitaban el
espíritu y el corazón humanos, puedan ser traspuestas al
mundo nuevo: tal es inconcebible. Los afiliados al partido
pruso-germano-cristiano son los obscurantistas de nuestro
tiempo; incapaces de colmar con sus doctrinas las aspira-
ciones jóvenes y enérgicas, están resueltos a mantener a
cualquier precio la esclavitud de los pueblos y, por alcanzar
su meta, desnaturalizan los principios sociales y despiertan
las sospechas sobre cuantos propagan nuestro sistema. Es
absolutamente necesario arrancar su máscara a tales cria-
turas para que las gentes descubran su verdadero aspecto y
retrocedan de horror. En este momento, toda su actividad
tiende a reclutar partidarios entre los proletarios; tiende,
también, a provocar la desunión entre nosotros y, en el caso
de una revolución, a constituir una armada popular que, al
ejemplo de la Vendée de 1792, declare la guerra a nuestra
ideas en el nombre de Dios y del Salvador.
Sexta cuestión: ¿Cuál es nuestra posición en relación a los otros
partidos socialistas y comunistas? ¿Es conveniente y posible
realizar la unión de todos los socialistas? En el caso afirma-
tivo ¿cuál es la manera más rápida y segura de lograr tal
unión?.

142
Respuesta: Pensamos que se debe mantener una vigorosa oposi-
ción frente a hombres superficiales, tales como los furieris-
tas. Por ellos mismos no son peligrosos, pero manejan
mucho dinero, envían emisarios a todas partes y se afanan
por desnaturalizar al comunismo; por todo ello, no podemos
continuar ignorándoles, sino que, por el contrario, debemos
criticarles contundentemente y sin descanso: ofrecen sufi-
ciente materia para combatirles con ese su pretensión de ser
reconocidos como verdaderos cristianos, con sus organiza-
ciones militares, con su infinito número de leyes, con sus ex-
trañas maneras de intentar que el trabajo resulte más
atrayente… Con la bobalicona admiración por Fourier y
por sí mismos no se dan cuenta de que la reglamentación de
todas las condiciones de existencia de los hombres convierte
a éstos en plantas de tibio invernadero, incapaces de aspirar
a nada positivo; tampoco tienen presente que la aspiración
de nuestro tiempo va dirigida a romper las innumerables
trabas de la ley de la reglamentación, que nos aprisionan
como a las moscas una telaraña: pretenden, por el contra-
rio, inmovilizarnos con cadenas aún más sólidas. Esos po-
bres individuos hablan de medios para hacer al trabajo más
atrayente: ignoran que en una sociedad basada en las leyes
naturales el trabajo, manifestación de vida en el hombre, no
tiene necesidad de medios atrayentes en cuanto es, por sí
mismo, lo que puede haber de más atrayente. Es necesario
que mantengamos sin desfallecer la palabra comunismo,
que la inscribamos sobre nuestra bandera y que no concep-
tuemos como verdaderos militantes más que a cuantos se
agrupan en su derredor; no debemos guardar silencio cuan-
do, como es el caso frecuente, se declara que comunismo y
socialismo son una misma cosa; cuando se nos invita a tro-
car por el mote de socialistas por el nombre de comunistas,
que tanto escandaliza a los espíritus débiles… Por el contra-
rio, debemos protestar con todas nuestras fuerzas contra
tales absurdos… Puesto que se avecinan tiempos muy duros,
necesitamos hombres fuertes y no soñadores lunáticos, que
no saben más que gemir como mujeres. Una palabra más an-
tes de terminar: libraos de revueltas y conspiraciones, de

143
comprar armas y otras cosas por el estilo; no caigáis en la
trampa que están tendiendo nuestros enemigos al provocar
motines populares, etc., a fin de que lo violento de la situa-
ción les fuerce a intervenir y, como dicen, a restablecer el or-
den con la subsiguiente ejecución de sus diabólicos planes:
una seria y reposada actitud forzará a los tiranos a retirar
sus máscaras; entonces veremos que ha llegado la hora de la
victoria o la muerte.
Engels, en pleno acuerdo con Marx, a un tiempo que “comu-
nista que no hace las cosas por amor”, hace gala de cauteloso
político: a los de su “comité central”, aun prisioneros del aco-
modaticio utilitarismo burgués, les recomienda mantener a la
expectativa y pide su confianza sin dejar de mostrarse como
revolucionario, que sabe digerir las más simples y “prácticas”
ideas: los tiempos están revueltos y a punto de estallar en ra-
zón del abismo entre las clases sociales, lo que abrirá un nuevo
capítulo en la historia. Importa ser autoridad cuando comience
ese capítulo; calma por ahora: si resulta insultante la miseria
que sufre una parte de la población, será como consecuencia,
no de la mala voluntad de unos presuntos responsables, sino
del ciego “Materialismo Histórico”.

144
20
EL MANIFIESTO COMUNISTA DE 1848.

Q ue el “Proyecto de profesión de fe comunista” fue del


agrado del Comité Central nos lo demuestra el hecho de
que se confiase a Engels y Marx la responsabilidad en la re-
dacción de un nuevo documento con vistas a dar a conocer al
gran público las pretensiones comunistas. De ello le da noticia
Engels a Marx en carta del 15 de noviembre de 1847:
“Ayer noche, se designó a los delegados. Tras un discu-
sión bastante confusa, me llevé los dos tercios de los vo-
tos. Esta vez si que no he intrigado aunque, por otra parte,
habría sido sin objeto en cuanto no hubo más que aparien-
cia de oposición: si se propuso a un obrero como posible
redactor, votaron por nosotros los mismos que le habían
propuesto”
Se aplica Engels a la redacción provisional de un nuevo do-
cumento, que envía a Marx el 24 de noviembre con el ruego de
que se haga cargo de la redacción definitiva: “Discurre un
poco, le escribe, sobre el sentido de “profesión de fe”: a mi
juicio, es más propio de nosotros el renunciar a la forma cate-
quística y adoptar el título de Manifiesto Comunista… Te ad-
junto el resultado de mis trabajos: son simples apuntes mal
redactados…”
Los apuntes de Engels desarrollaban más cumplidamente lo
ya esbozado en el “Proyecto de fe comunista” y se extendía
por lo relativo a la constitución del proletariado y a las condi-
ciones de venta de su haber o capacidad de trabajo…

145
Discurría también Engels sobre las clases obreras anteriores
a la formación del específico proletariado industrial, sobre los
puntos comunes entre aquellas y éste, sobre las diversas con-
secuencias de la revolución industrial…
A continuación, divagaba Engels sobre cómo sería la futura
sociedad comunista, en la que “la asociación sucedería a la
competencia” puesto que, una vez abolida la propiedad priva-
da, la propiedad común de los medios de producción garanti-
zaría la estabilidad económica y el progreso social; tal sería el
punto cumbre de la “revolución comunista, que no podrá ser
exclusivamente nacional, sino que se realizará de manera si-
multánea en todos los países civilizados empezando por Ingla-
terra y continuando en Norteamérica, Francia, Alemania… En
cada uno de estos países, sigue sosteniendo Engels, el vuelco
social tomará un giro más o menos rápido, según esté desarro-
llada su industria… Por ella, será en Alemania el más lento y
difícil, mientras que en Inglaterra se habrá desarrollado rápida
y eficazmente. Sobre los otros países del mundo ejercerá una
importante acción refleja hasta modificar excepcionalmente
los anteriores respectivos medios de vida, aunque, eso sí, la
revolución será radical y de carácter universal 1.
También hace Engels alusión a la futura forma de familia,
basada estrictamente “en la relación natural entre ambos se-
xos”: abolida la propiedad privada y educados los hijos en el
comunismo, serán destruidas automáticamente las dos colum-
nas en las que descansa la familia tradicional: la dependencia
de la mujer respecto al varón y de los hijos respecto a sus pa-
dres, en cuanto la autoridad paterna sobre mujer e hijos es,

1 Adscrito al “Manifeste…”, pág. 155

146
para Engels, una forma de propiedad privada; “tampoco, dice
Engels, tendrá razón de ser la prostitución, tara de una socie-
dad que se deja regir por la propiedad privada” (¿quiere decir
Engels que el cuerpo de cualquier mujer es propiedad social?).
En último lugar de sus apuntes, pasa revista Engels a las ca-
racterísticas de las diversas especies de socialismo y presenta
un programa de confrontación con los partidos no comunistas.
Para Engels había tres especies de socialismo: los socialistas
reaccionarios (socialistas feudales, que dirá Marx), los “so-
cialistas burgueses” (Marx conservará el término) y los “so-
cialistas demócratas”, que Marx designará como “socialistas
pequeño-burgueses” o “utópicos”. En lo que se refiere al pro-
grama de alianza o confrontación con otros partidos, Engels
sugiere que se tenga en cuenta las circunstancias históricas y
sociales de los diversos países: aquí será oportuno aliarse con
tal partido mientras que allí lo aconsejable será considerarle
enemigo si, por mucho que mantenga idéntico posiciona-
miento, de la confrontación o lucha se deriva una substancial
ventaja para los comunistas.
La historia nos muestra que Marx no halló nada que replicar
a las propuestas que, en sus cuartillas, le adelantó Engels: tal
queda reflejado en la redacción del Manifiesto del Partido co-
munista (Manifest der kommunistischen Partei), aparecido
en febrero de 1848, por los mismos días en que era derrocada
en París la “Monarquía de Julio” (desde julio de 1830 al 24 de
febrero de 1848), que derivaría en la ascensión al poder del
príncipe Luis Napoleón Bonaparte (1808-1873), presidente de
la República desde diciembre de 1848 hasta 1852 en que, tras
un plebiscito, fue ratificado en su pretensión de “continuar la
obra” de su tío el sátrapa Napoleón I como “emperador de los
franceses” con el nombre de Napoleón III y reinó (“burgues-
mente”) hasta ser depuesto en 1870 por la Asamblea Nacional

147
como consecuencia de su desastrosa derrota en la batalla de
Sedán.
El Manifiesto Comunista comienza afirmando que “la histo-
ria de toda sociedad pasada es la historia de la lucha de clases”
(idem, pág. 56), para, seguidamente, hacer profesión de mate-
rialismo histórico radical al prestar valor absoluto al postulado
“los instrumentos de producción, determinantes de las condi-
ciones de producción, son causa directa del conjunto de
relaciones sociales” (idem, pág. 61).
Según el Manifiesto, los instrumentos de producción, que
caracterizan a la sociedad moderna, dieron paso a la Burgue-
sía, cuya necesidad de expansión ha llevado la civilización a
las más lejanas tierras: “So pena de precipitar su destrucción,
la burguesía obliga a todas las naciones a adoptar el peculiar
modo de producción burgués; con ello las obliga a aceptar lo
que se llama civilización, es decir , las convierte en burguesas
(“sie zwingt sie Bourgois zu werden”); es como si la burguesía
creara un mundo a su propia imagen” (idem, pág. 64).
Usa Marx de la fábula del “aprendiz de mago” para mostrar
cómo la burguesía también crea los elementos que precipita-
rán su destrucción, puesto que resulta incapaz de amaestrar las
fuerzas infernales que responden a la atrevida invención de ta-
les elementos: “Desde hace decenas de años, la historia de la
industria y del comercio no es más que la historia de la rebe-
lión de las fuerzas productivas contra las condiciones moder-
nas de producción (“die modernen Produktions verhältnisse”)
y contra las condiciones de la propiedad privada, que son las
condiciones de vida y supremacía de la propia burguesía”
(idem, págs. 66-67).
A causa de ello, surgen los desequilibrios que precipitan la
autodestrucción de la burguesía: crisis de superproducción,

148
loca competencia de nuevas invenciones que anulan por obso-
letas a las anteriores… instaura precarios equilibrios e intenta
resolver sus frecuentes crisis “facilitando crisis más generales
y formidables, al tiempo que reduce los medios de prevención
ante la posible avalancha de más destructoras crisis” (idem,
pág. 68).
Si la burguesía forjó las armas con las que venció al feudalis-
mo, esas mismas armas se vuelven contra ella. Claro que no
solamente ha forjado las armas; “ha producido también los
hombres, que se servirán de tales armas: éstos son los obreros
modernos, los proletarios” (idem, pág. 68. “Por proletario se
entiende al individuo perteneciente a la clase de los ciudada-
nos que no posee otra cosa que sus brazos y sus hijos”, es lo
que se lee en la citada revista “Kommunistische Zeitschrift”,
septiembre de 1847):
“El desarrollo de la burguesía, es decir, del capital, tiene
como exacta contrapartida el desarrollo del proletariado, de la
clase de obreros cuya vida depende de que encuentre un traba-
jo, que solamente les es brindado cuando sirven al crecimiento
del capital. Estos obreros, empujados a venderse al detalle, son
una mercancía semejante a cualquier otro artículo de comercio
y, por consiguiente, están expuestos (de igual forma que las
otras mercancías) a todas las vicisitudes de la competencia y a
todas las fluctuaciones del Mercado” (id. Págs. 68-69).
En el Manifiesto no se admiten dudas respecto al hecho de
que son el maquinismo y la división del trabajo los dos fenó-
menos, que, a los ojos del obrero, han desprestigiado ese mis-
mo trabajo al tiempo que le convierten en una pieza más de la
máquina y traducen en inútiles tanto las facultades del cerebro
como cualquier exigencia de la iniciativa individual. Se asegu-
ra que, para el burgués, no es la inteligencia ni tampoco la ca-

149
pacidad física lo que le inspira tal o cual muestra de
consideración hacia sus asalariados; no estima ninguna apor-
tación personal en cuanto considera a los individuos absoluta-
mente despersonalizados: al obrero, ser anónimo, a cambio de
su trabajo no le entrega más de lo imprescindible para la
subsistencia y “perpetuar la raza”.
Ya el obrero significa menos que una pieza de la máquina, es
un esclavo de ésta: “los obreros, dice Marx, no son simple-
mente los esclavos de la clase burguesa y el Estado burgués;
todos los días y a todas horas están esclavizados por la
máquina…” (id., pág. 70).
Ha llegado un tiempo en el que el maquinismo y la división
del trabajo han determinado que el número de horas llegue a lí-
mites inconcebibles, que los niños y mujeres suplanten a los
hombres (con mayores necesidades físicas que atender).
La masificación de los recursos industriales ha prestado te-
mible fuerza a la nueva clase revolucionaria, la cual, al igual
que la burguesía en 1789, se erigirá en dictadora del porvenir
histórico. Es en esa clase en donde cobra consistencia un peli-
gro fatal para la burguesía: “De todas las clases que, actual-
mente, se hallan en conflicto con la burguesía es el
proletariado la clase verdaderamente revolucionaria. Las otras
clases desfallecen y mueren ante la gran industria, cuyo pro-
ducto más específico es, por el contrario, el proletariado” (id.,
pág. 76).
En el decir de Marx, ese proletariado encarna “nuevas condi-
ciones de existencia” y, en razón de ello, será capaz de hacer
surgir una nueva familia, unas nuevas leyes, una nueva moral,
una nueva religión…, puesto que “las leyes, la moral, la reli-
gión… constituyen a sus ojos otros tantos prejuicios burgueses
o convencionales disfraces de los intereses de clase” (id., pág.

150
77). Si las clases que, en el pasado, conquistaron el poder y,
consecuentemente con él, todos sus prejuicios e ideologías, la
nueva clase revolucionaria, “por lo mismo que no posee nada,
tampoco tiene nada que salvaguardar y destruirá toda garantía
privada y toda seguridad privada existente (alle bisherigen
Privatsichereit und Privatversicherungen)” (id., pág. 78).
Se “profetiza” en el Manifiesto que la inminente revolución
tendrá carácter universal, puesto que, si las anteriores revolu-
ciones “fueron realizadas por minorías en interés de mino-
rías”, al representar los intereses de la mayoría y empujado a
ello por la creciente opresión que le atenaza, el Proletariado
realizará su revolución en amplitud universal “haciendo saltar
la superestructura de las capas que forman la sociedad
oficial”…
Como era de esperar, Karl Marx sostiene que esa creciente
opresión que, hasta el decisivo momento de la revolución, su-
fre el proletariado, no es, ni poco ni mucho, consecuencia di-
recta de la mala voluntad de los burgueses: está determinada
por las fuerzas de producción, expresadas ellas en la generali-
zación del maquinismo y consecuente división del trabajo,
fenómenos ya reseñados antes.
Son fuerzas que precipitan una situación en la que “la exis-
tencia de la burguesía será incompatible con la existencia de la
sociedad”: “La existencia y dominio de la clase burguesa tie-
nen por condición esencial la acumulación de riqueza en ma-
nos de los particulares, la formación y crecimiento del capital,
cuya consecuencia inmediata es el asalariado… El progreso de
la industria, cuyo agente es una burguesía despreocupada e in-
consciente (su actividad consciente y libre sería una pura ilu-
sión), sustituye al aislamiento de los obreros por el
agrupamiento revolucionario, debilitando irremisiblemente el

151
fundamento en que se apoya la burguesía, la cual, si produce y
se apropia de lo producido, con ello se ha visto obligada a a
producir y fortalecer a sus propios enterradores. En razón de
ello, son igualmente inevitables tanto la caída de la burguesía
como la victoria del proletariado” (id., pág. 80).
En “Proletarios y Comunistas”, segundo capítulo de su Ma-
nifiesto, Karl Marx llama a las propias ideas “concepciones
comunistas” porfiando que tales concepciones, de ninguna
forma, descansan sobre ideas y principios inventados o descu-
biertos por tal o cual reformador de moda y sí que “son la ex-
presión general de las condiciones efectivas de una evidente
lucha de clases, de un movimiento histórico desarrollado ante
nuestros propios ojos” (id., pág. 82). Por lo mismo, las reivin-
dicaciones obreras no son inspiradas por una moral que se ins-
pirase en un “pretendido derecho obrero”, sino que son la
“exigencia de una continua transformación histórica”; quiere
ello decir que el comportamiento de quien las formula ha sido
determinado por el ambiente en el que desarrolla su actividad
el cual, a su vez, es simple y directa consecuencia de los
medios y modos de producción industrial.
Con la autoridad que le presta el estar en posesión de la pauta
con que interpretar la historia, asegura Marx que la nueva for-
ma de propiedad diferirá radicalmente de la forma de propie-
dad burguesa, “expresión última y más perfecta del modo de
producción y apropiación de los productos, que ha engendrado
los antagonismos de clase y la consiguiente explotación de los
unos por los otros”; Karl Marx acude a la dialéctica hegeliana
(para él insustituible medio de convicción) para “demostrar”
que el futuro de la sociedad estará determinado por la resolu-
ción (“síntesis”) del actual conflicto “capital-trabajo”: en
cuanto la colectivización del trabajo vaya más allá de los lími-
tes tolerables por la sociedad capitalista, “el capital será trans-

152
formado en propiedad colectiva, pertenecerá a todos los
miembros de la sociedad” (es algo así como la negación de la
negación que, en uso de su dialéctica, Hegel convertía en
afirmación).
Se nos dice luego que “la burguesía entiende por libertad las
condiciones actuales de producción, la libertad de comercio, la
libertad de comprar y vender”, pero, de tal forma, que “sola-
mente una décima parte de la sociedad tenga derecho a la pro-
piedad privada mientras que, para las nueve décimas partes
restantes, el hecho de que exista esa misma propiedad privada
es garantía de miseria y explotación”; de ahí resulta que “no se
acepta como persona a otro que al burgués o propietario
burgués (den bürgerlichen Eigenthumer)” (id. págs. 85-87).
En uso de su peculiar interpretación de la Historia, Karl
Marx rechaza las acusaciones lanzadas a los comunistas desde
diversos ámbitos: “ Las acusaciones lanzadas contra el comu-
nismo desde el punto de vista de la religión, filosofía o ideolo-
gía, en general, no merecen ser discutidas al detalle, puesto
que no es necesaria una gran perspicacia para darse cuenta de
que, en cuanto surge una modificación en la situación de los
hombres, en sus relaciones sociales, en su existencia social,
surge también el cambio en su conciencia y, por lo tanto, en
sus ideas, concepciones y nociones porque… ¿qué prueba la
historia de las ideas sino es que la producción intelectual se
modifica al mismo tiempo que la producción material?” Desde
esa percepción, formula Karl Marx uno de los “axiomas” fun-
damentales del llamado “materialismo histórico”: “Las ideas
preponderantes de una época son siempre las ideas de la clase
dominante” .
A través de las diferentes épocas, se hizo frecuente uso de
conceptos generales, que pretendían ser expresión de ideales

153
nobles y no eran más que reflejos de los profundos antagonis-
mos en que se debatía la sociedad; dice Karl Marx que a ese or-
den pertenecen “la libertad, la justicia, etc.” y plantea: “si la
revolución comunista es la ruptura más radical con el tradicio-
nal sistema de propiedad (raíz de todos los precedentes anta-
gonismos), ¿debemos sorprendernos de que, en el curso de su
desarrollo, rompa aún de forma más radical con las ideas
tradicionales?” (id. págs. 90-94).
En el momento en que el proletariado logre la “supremacía
política” (constituya su propia dictadura), “se manifestará des-
pótico contra los derechos de propiedad y condiciones burgue-
sas de producción y se aplicará a reorganizar
revolucionariamente la sociedad, teniendo presente que de su
firme energía depende el que las viejas formas sociales sean
eficazmente abolidas”, dando paso a los tiempos en los que
“las diferencias de clase (Klassenunterschiede) desaparecerán
para concentrar toda la producción en las manos de los indivi-
duos unidos en perfecta sociedad; será entonces cuando el po-
der público habrá perdido su carácter político: el poder
político, según su propio carácter, es el poder de una clase or-
ganizada en la intención de oprimir a otra: Si el proletariado,
en su lucha contra la burguesía, forzosamente llega a reunirse
en clase, si se erige en clase dirigente a raíz de su revolución y,
a título de dirigente, suprime por la violencia las antiguas con-
diciones de producción… y, al mismo tiempo, suprime las
condiciones de existencia de los antagonismos de clase, de las
clases en general y, en razón de ello, también suprime las con-
diciones de su propia supremacía de clase… Se llegará a una
situación en la que la antigua sociedad burguesa, con sus
clases y antagonismos de clases es reemplazada por una
asociación en la que el libre desenvolverse de cada uno es la
condición del libre desenvolverse de todos” (id., pags. 96-97).

154
Por lo expuesto, vemos que Karl Marx presenta a la violen-
cia como partera de la mejor sociedad posible o, lo que es lo
mismo, como condición previa para alcanzar la armonía so-
cial: en buen hegeliano, tiene presente la “ley del amo y del es-
clavo” para revalorizar aquel viejo dicho de Heráclito, el
Obscuro, según el cual “la guerra es la madre de todas las co-
sas” y convertirlo en lo de “la historia de la s épocas pasada es
la historia de sus luchas de clase”.
En “Literatura socialista y comunista”, tercer capítulo del
Manifiesto, Karl Marx pasa revista a los diversos socialismos
con el propósito de resaltar sus fallos, deficiencias y utopías en
relación con el comunismo al que ya presenta como una con-
sumada especie del socialismo científico: ataca Marx al “so-
cialismo feudal” que, de la causa del proletariado desearía
hacer un arma simplemente ocasional contra la poderosa bur-
guesía; intenta ridiculizar al “socialismo beato” (heilige So-
zialismus) o “agua bendita con la que el sacerdote intenta
mitigar los disgustos del aristócrata”; al “socialismo bur-
gués”, “reaccionario y utópico”, puesto que no toma en consi-
deración los determinismos de las circunstancias históricas y
pretende “encerrar de nuevo los modernos medios de produc-
ción e intercambio en el marco de las antiguas condicio nes de
propiedad”; al “socialismo alemán, autocalificado de verda-
dero socialismo” cuando no es más que una pobre copia del
“socialismo pequeño-burgués” francés con retazos de la filo-
sofía alemana y total menosprecio de la lucha de clases; al
“socialismo conservador o burgués”, que miente descarada-
mente cuando asegura que es la cuestión social la primera de
sus preocupaciones y, de hecho, se comporta como caja de re-
sonancia de las pretensiones burguesas; por último, al
“socialismo y comunismo crítico utópicos”, que derrochan sus

155
energías en prédicas y sentimentalismos, que no hacen más
que distraer de la praxis revolucionaria. (id., pags. 101 a 112).
El cuarto y último capítulo, “Posición de los comunistas en
relación con los otros partidos de la oposición”, corresponde a
la sexta y última cuestión del “Proyecto de profesión comunis-
ta” de Engels (capítulo anterior). Aquí se ocupa Marx de las
cuestiones de oportunismo “político” en el empeño de llevar a
cabo la irrenunciable revolución comunista.
Según las exigencias de tal oportunismo político, los comu-
nistas, en Francia, deberán aliarse al partido “social-demócra-
ta”; en Suiza, “deberán apoyar a los radicales”; en Polonia,
sostendrán al partido, “que hace de la revolución agraria la
condición de la emancipación nacional”; en Alemania, se alia-
rán con los burgueses en vista de una acción conjunta contra
“la monarquía absoluta, la propiedad terrena feudal y la pe-
queña burguesía”. Como corolario de tales alianzas, los obre-
ros han de ser instruidos “sobre la irrenunciable oposición
entre la burguesía y el proletariado”: En razón de ello, los co-
munistas han de hacer suya una doble responsabilidad: de una
parte, habrán de mantener la continua tensión entre burgueses
y proletarios; de la otra, apoyarán en cualquier país “todo
movimiento revolucionario contra el estado social y político
existente”.
A diferencia de Engels, que terminaba su “Profesión de fe
comunista” recomendando una “actitud reposada y seria”,
Karl Marx cierra su Manifiesto con la siguiente exaltada
proclama:
“Los comunistas desdeñan el disimular sus ideas y pro-
yectos: Declaran abiertamente que no pueden alcanzar
sus objetivos sino es destruyendo por la violencia el viejo
orden social. ¡Que tiemblen las clases dirigentes ante la

156
idea de una revolución comunista! Los proletarios no
pueden perder más que sus cadenas y tienen todo un mun-
do a ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!” (id.,
pág. 119).
Se diría Karl Marx traiciona su propia teoría sobre la auto-
mática respuesta a la fuerza determinante de los medios de
producción en cuanto que su Manifiesto pretende arrastrar vo-
luntades, lo que no encaja muy bien con quien pretende mos-
trar cómo los seres humanos obran sin responsabilidad
personal puesto que el motor de sus actos depende exclusiva-
mente del “determinante materialista” que subyace en los me-
dios y modos de producción industrial.

157
21
KARL MARX Y LOS MOVIMIENTOS
REVOLUCIONARIOS DE SU TIEMPO

L a publicación del Manifiesto Comunista coincidió con


una época realmente crítica en Europa: a principios de
enero de 1848 habían comenzado las agitaciones revoluciona-
rias en el norte de Italia mientras que el doce del mismo mes,
en Sicilia, tuvo lugar un golpe de estado que se derivó en la
proclamación de un gobierno provisional. Estaba en el taller
de encuadernación el Manifiesto cuando en París estalló la
“Revolución de febrero”, que habría de acabar con la burguesa
“Monarquía de Julio” e instaurar la “Segunda República”, que
derivaría en el “Segundo Imperio”. También en Alemania ha-
bía cobrado fuerza la fiebre revolucionaria: en marzo estalló la
“primera revolución alemana” que, frente a la Dieta Imperial,
logró presentar la “Asamblea Constituyente de Francfort; por
las mismas fechas, en Viena se había exigido la destitución de
Metternich, que hizo posible sendas rebeliones en Hungría,
Bohemia, Croacia…
Marx que, por aquel entonces, reside con su familia en Bél-
gica y, al parecer, decide asumir el protagonismo que le brin-
dan las circunstancias. A ello se refiere Jenny, su esposa, en su
“Breve bosquejo de una vida memorable”1:

1 Incluido por R.Payne en “El desconocido Karl Marx”

159
“Mientras tanto, escribe Jenny, los nubarrones revolu-
cionarios iban acrecentándose. El horizonte belga tam-
bién aparecía tenebroso. Se temía ante todo a los
trabajadores, el elemento social de las masas. La policía,
los militares y la guardia civil fueron puestos en estado de
alerta. Entonces los trabajadores alemanes decidieron
que ya era hora de armarse a su vez. Se procuraron dagas,
revólveres, etc. Karl aportó dinero gustosamente pues
acababa de recibir una herencia. El gobierno vio pruebas
de conspiración e intriga: Marx obtiene dinero y compra
armas; por lo tanto, ha de ser expulsado”
En una buena parte de Europa llegó a temerse el advenimien-
to de una nueva era, la del vuelco social, sobre el que estaba
teorizando Karl Marx, un joven filósofo alemán cuyo nombre
empezaba a sonar en los círculos revolucionarios.
Que Marx era un personaje público de cierto relieve lo prue-
ba el hecho de que Ferdinand Flocon (1800-1866), uno de los
miembros del “gobierno provisional” de la II República Fran-
cesa, escribiera a Marx en estos términos:
“Mi querido y valiente Marx, la tiranía le ha alejado a
usted de nosotros… La Francia libre os abre las puertas a
usted y a cuantos luchan por la santa causa de la fraterni-
dad de los pueblos”2 .
Marx aprovecha esta invitación que le llega por los mismos
días en que el gobierno belga le conmina a abandonar
inmediatamente su territorio.
En París, Marx se relaciona con los emigrados alemanes ga-
nados por la fiebre revolucionaria y de los que no logra la ad-
hesión incondicional que esperaba, pero que han constituido

2 Citado por M.Rubel, Oeuvres de Karl Marx, pág. 72

160
una “legión, que se dispone a proclamar la República Alema-
na”. Por su parte, se aplica a redactar las “Reivindicaciones
del partido comunista en Alemania” en que expresa que “Ale-
mania entera ha de ser declarada república una e indivisible”
y, puesto que piensa fijar su residencia en Alemania, se hace
preceder por una edición popular del “Manifiesto del Partido
Comunista” con abundante material de propaganda adicional.
A primeros de abril del mismo año, llegan a Colonia Marx,
Engels y algunos otros incondicionales de la Liga Comunista.
Aprovechando la mayor elasticidad de la censura, fundan el
“Neue Rheinische Zeitung”, un periódico con el que divulgar
los postulados básicos de la revolución que Marx y Engels
propugnan: apoyar el desarrollo industrial con el consecuente
desarrollo del Proletariado, sin cuyo protagonismo la revolu-
ción no pasaría de un fracasado sueño romántico; tal posicio-
namiento implicaba una cierta colaboración con la clase
burguesa, lo que repugna al responsable local de la Liga, un
médico llamado Andrés Gottschalk, más partidario de la direc-
ción directa e inmediata, empezando por el boicot para las pre-
vistas elecciones a las asambleas de Berlñin y Francfort. Marx,
en cambio, propugna una estratégica colaboración con la
burguesía con tan contundentes argumentos que logra
imponer su posición.
Cara al público, se hace fuerte en el periódico, desde el cual,
en uso de la bien asimilada retórica hegeliana, se aplica a di-
fundir los postulados de su determinismo materialista; es ab-
solutamente necesario, dice, el ayudar al desarrollo del
libre-cambio y sus derivados. De esa forma, se extirparán los
restos del feudalismo para dar paso a la pujanza de la nueva
clase burguesa, la cual, con sus nuevos modosos y medios de
producción, hará posible el fortalecimiento del proletariado,
de más en más numeroso y, por lo mismo, de más en más cons-

161
ciente del papel histórico que le reserva la historia. Esas son
las razones, asegura Marx, por las cuales los proletarios deben
apoyar las reivindicaciones de la burguesía, la cual, luchando
por su propia emancipación, contribuye a la buena resolución
de la causa general.
En consonancia con su visión del desarrollo histórico, Marx
dice estar seguro de que Alemania, previo paso por el dominio
de la clase burguesa, será pronto una fruta madura para un pro-
letariado, que pronto ha de cobrar la formación y fuerza nece-
saria para hacerse dueño de la situación.
El circunstancial liberalismo de Marx choca también con las
actividades del antiguo sastre Whillem Weitling, que ha entra-
do de nuevo en escena, propugnando ahora la comprometida
intervención del Estado en la resolución de los acuciantes pro-
blemas sociales. Muy lejos de ello, Karl Marx dice ver el ideal
en “un gobierno democrático, compuesto de elementos hetero-
géneos y que deberá encontrar por medio del intercambio de
ideas la vía de una administración eficaz”.
Es en nombre de la “democracia liberal” como Marx dirige
todos sus ataques contra Rusia, “foco de toda reacción euro-
pea”; también critica el “fariseísmo” de cuantos liberales con-
ceden su confianza a los delegados de la Dieta Imperial o se
inclinan por una u otra forma de intervencionismo en la cues-
tión económica. En consonancia con tales posicionamientos,
Karl Marx es invitado a participar en diversos congresos del
Partido Demócrata.
Sus protestas de “democracia liberal” no le impiden seguir
con sus responsabilidades en la “Liga Comunista”, promover
suscripciones públicas a beneficio de tal o cual insurrecto ni,
tampoco, escandalizar a cuantos liberales habían depositado
en él su confianza afirmando que

162
“no hay más que otro medio que el terrorismo revolu-
cionario para abreviar la agonía de la vieja sociedad o los
dolores de parto de la nueva”3.
Por dos veces es acusado Marx de extralimitarse en sus ata-
ques a Rusia y a los restos de feudalismo en la misma Alema-
nia. Él se defiende asegurando “que el primer deber de la
prensa es el de minar los viejos residuos del estado político
existente”… En razón de ello, “ningún jurado o tribunal debe
juzgar una guestión que resolverá la propia historia. La Socie-
dad no se basa en la Ley, simple quimera jurídica; es la Ley,
por el contrario, la que se basa en la Sociedad, la que es expre-
sión de sus intereses y necesidades, determinados, a su vez,
por el modo de producción material. Aquí tengo, en mi mano,
el “Código Napoleón”, expresión legal y no artífice de la so-
ciedad burguesa nacida en el siglo XVIII y desarrollada en este
siglo XIX. En cuanto el tal “Código” no corresponda a los con-
dicionantes de su entorno social no tendrá más valor que el
papel mojado” (id., pág. 75). Karl Marx es absuelto en una y
otra ocasión.
Destacados miembros de la “Liga” muestran su disconfor-
midad con una actitud ambivalente, que, para ellos, equivale a
una defensa burguesa contra acusaciones burguesas. Para re-
cuperar su estima, Marx se aplica a una nueva y más furiosa
campaña contra la casa reinante: en un artículo sobre “las ac-
tas de la Casa de Hohenzollern” sostiene que “en la historia de
Prusia han sido determinantes de primer orden tanto el crimen
y la violencia como una servil sumisión al despotismo ruso”.
El Gobierno replica decretando la expulsión de “quien tan

3 M.Rubel, Oeuvres de Karl Marx, pág. 74, La Pleiade.

163
vergonzosamente ha violado el reconocimiento a una hospita-
laria acogida” (Lo de la “hospitalaria acogida” tiene sentido en
cuanto Marx era extranjero en la propia patria: en 1845, como
respuesta a la expulsión y destierro de que fue objeto, había
solicitado y obtenido la retirada de la nacionalidad prusiana).
El 18 de mayo de 1849 aparece el último número del “Neue
Rheinische Zeitung” impreso en caracteres rojos: en él, tanto
el artículo de fondo, firmado por Karl Marx, como un incen-
diario poema de Freiligrath expresan la perentoria necesidad
de “declarar la guerra revolucionaria a Rusia”, de instaurar
una “república roja” en Francia y de una lucha sin cuartel para
convertir en revolucionaria a la “democracia liberal”, todo ello
desde el compromiso personal de Karl Marx, que lanza un
reto:
“Pronto me alzaré con despiadada ira, pronto retornaré
con inmenso poder”4 .
Sobre la actitud de Karl Marx frente a los movimientos revo-
lucionarios de su tiempo, nos habla Jenny, la esposa, en el ya
citado “Bosquejo de una vida memorable”; refiriéndose a lo
vivido en 1849, nos dice:
“A finales de mayo (1849), Karl publicó el último núme-
ro del Neue Rheinische Zeitung, impreso en letras rojas.
Era el famoso “número rojo”, una explosión de forma y
contenido. Engels se había unido inmediatamente al le-
vantamiento de Baden, siendo nombrado ayudante de Wi-
llich. Karl decidió regresar a París por un tiempo, ya que
le era imposible permanecer en suelo alemán. El rojo Wolf
le siguió. Yo me fui con los tres niños a mi querida ciudad

4 .- Según referencia de B.Nicolaevski y O.Maenchen-Helfen en su


“Marx”, Ed.Cid, pág. 221.

164
natal y a los brazos de mi querida madre. Viajamos vía
Bingen, en donde encontramos a Heinzen y su hermosa
mujer, que era actriz, y en donde nos quedamos ocho días.
Después de abandonar Bingen, hice un pequeño rodeo
para convertir en dinero efectivo la plata que había recu-
perado del prestamista de Bruselas. Weydemeyer y su es-
posa volvieron a darnos hospitalidad y fueron muy útiles
en mis tratos con el prestamista. Así conseguí obtener di-
nero para el viaje. Karl se fue en compañía de Wolf a Pa-
rís, cruzando el Rheinpfalz; poco después, en París (junio
1849), el asunto Ledru-Rollin (1807-1874) (había sido mi-
nistro del Interior en el “gobierno provisional” y disputa-
do a Luis Napoleón Bonaparte la candidatura a la
presidencia de la República) puso fin al breve sueño de la
revolución. Entonces, con increíble dureza, se produjo la
reacción en todas partes.
La revolución húngara, la insurrección de Baden, el le-
vantamiento italiano… todos fracasaron. En Hungría y
Baden proliferaron los consejos de guerra y, durante la
presidencia de Luis Napoleón, que fue elegido por abru-
madora mayoría a finales de 1848, cincuenta mil france-
ses entraron en “la ciudad de las siete colinas” (Roma)
ocuparon Italia…. La burguesía respiró con alivio, los pe-
queños burgueses volvieron a sus asuntos, los mezquinos
filisteos liberales ocultaron los puños en sus bolsillos y los
trabajadores fueron asediados y perseguidos mientras que
los hombres que luchaban con pluma y espada por el reino
de los pobres fueron felices al poder ganar su pan en el ex-
tranjero.
Mientras Karl estaba en París, entró en contacto con
muchos dirigentes de clubes y sociedades secretas de tra-
bajadores. Yo me reuní con él en París en julio de 1849 y
permanecimos allí durante un mes hasta que, una hermosa
mañana, el ya familiar sargento de la policía nos visitó con

165
la orden de que Karl et sa dame debían abandonar París
en veinticuatro horas5.
Sobre tal experiencia, Jenny, la enamorada y sufrida esposa
es aun más precisa en carta que escribe a Weydemeyer en
marzo 1850:
Mi marido casi fue aplastado aquí por las más mezqui-
nas preocupaciones de la vida cotidiana, y ello en una for-
ma tan indignante que fueron necesarias toda la energía,
toda la seguridad calma, clara y silenciosa en sí mismo de
que es capaz, para mantener en pie en estas luchas de to-
dos los días y todas las horas. Usted sabe, querido señor
Weydemeyer, qué sacrificios realizó mi marido en esa épo-
ca; invirtió miles de efectivo, se hizo cargo de la propiedad
del periódico, persuadido por los honestos demócratas,
quienes de otro modo hubiesen debido responder perso-
nalmente por las deudas, en una época en la cual queda-
ban ya pocas probabilidades de llevar la tarea a cabo. A
fin de salvar el honor político del periódico, el honor civil
de los conocidos de Colonia, dejó que cayesen sobre sus
hombros todas las cargas, entregó su máquina, entregó to-
dos los ingresos, y hasta al partir prestó 300 táleros, para
abonar el alquiler del local recién arrendado, los honora-
rios atrasados de redactores, etc… y se le expulsó violen -
tamente. Usted sabe que no nos hemos quedado con nada
de todo ello; viajé a Francfort para empeñar mi platería,
lo último que nos quedaba; en Colonia hice vender mis
muebles, porque corría peligro de ver embargada la ropa
y todo lo demás.

5 Robert Payne, “El desconocido Karl Marx”, págs. 128-129

166
22
EL EXILIO LONDINENSE

L a revolución que prometía ser universal había fracasado.


En París, la agitación bonapartista a favor del sobrino de
Napoleón I ponía en guardia a todos los representantes de las
viejas escuelas liberales o socialistas. Si Marx no hubiera
comprendido que París era un lugar difícil para empezar de
nuevo, lo habría forzado a ello el mal recibimiento que le hizo
el Gobierno, tanto que, a poco de su llegada, hubo de escoger
entre la expulsión de Francia o el retiro al Morbihan, en Breta-
ña. En Bélgica había sido declarada persona no grata y en Sui-
za no se le ofrecían perspectivas alentadoras (se había
expulsado de allí a Weitling y a Bakunin se hacía objeto de es-
trecha vigilancia). Para Karl Marx no había más que un solo
país europeo que le garantizase alguna seguridad personal:
Inglaterra.
Para pagarse el billete de París a Londres, Marx hubo de acu-
dir a sus amigos, entre los cuales se encuentra por primera vez
el nombre de Lasalle (Fernando Lasalle pasa por ser el padre
del actual socialismo alemán, llamado Social Democracia. La-
salle murió de resultas de un duelo el 30 de agosto de 1864,
cuatro semanas antes de fundarse la “Asociación Internacional
de Trabajadores”). Llegó a Londres el 24 de agosto de 1849;
en septiembre, se le unió la familia y Engels a principios de no-
viembre; acababa éste de vivir una aventura romántica al lado

167
del general Augusto Willich, cuyo ejército había sido
totalmente desecho en Baden por las tropas reales.
No pensaba Marx que su residencia en Inglaterra habría de
durar más de unos meses; de hecho, vivió aquí hasta su muerte,
en 1883. Durante bastantes años, conoció todos los escalones
de la “miseria burguesa”. De ella nos habla elocuentemente la
señora Marx en la ya citada carta a Weydemeyer (marzo de
1850):
Usted debería conocer Londres y las condiciones en que
se vive aquí, para saber qué significa tener tres hijos y el
nacimiento de un cuarto. Solamente, en concepto de alqui-
ler, debíamos pagar 42 táleros mensuales. Estábamos en
condiciones de solucionar todo ello con nuestro propio pe-
culio. Pero nuestros pequeños recursos se agotaron cuan-
do apareció la Revue. A pesar de lo convenido, el dinero
no llegaba, y cuando lo hizo fueron sólo pequeñas sumas
aisladas, de modo que caíamos aquí en las situaciones más
terribles.
Le relataré solamente un día de esta vida, tal como fue, y
usted verá que acaso pocos refugiados hayan pasado por
situaciones similares. Puesto que las amas de leche son
prohibitivas aquí, decidí, a pesar de constantes y terribles
dolores de pecho y espalda, alimentar yo misma a mi hijo.
Pero el pobre angelito mamaba de mi tantas preocupacio-
nes y disgustos silenciosos, que se hallaba constantemente
enfermo, padeciendo dolores día y noche. Desde que ha
llegado a este mundo, jamás ha dormido aún toda una no-
che, a lo sumo de dos a tres horas. Últimamente se suma-
ron aún a ello violentos espasmos, de modo que el niño
fluctuaba constantemente entre la muerte y una vida míse-
ra. Presa de esos dolores, mamaba con tal fuerza que mi
pecho quedó lastimado y agrietado; a menudo la sangre
manaba dentro de su trémula boquita. Así me hallaba yo

168
sentada un día cuando entró de repente nuestra casera -a
quien en el curso del invierno habíamos pagado más de
250 táleros y con quien habíamos convenido por contrato
que el dinero de fecha posterior le será abonado no a ella,
sino a su propietario, quien le había trabado embargo con
anterioridad-, negó el contrato, exigió las 5 libras que aún
le adeudábamos, y puesto que no disponíamos de las mis-
mas en el acto (la carta de Naut llegó demasiado tarde),
entraron dos embargadores en la casa, trabaron embargo
sobre todas mis pequeñas pertenencias, las camas, la
ropa, los vestidos, todo, hasta las cuna de mi pobre niño,
los mejores juguetes de las niñas, quienes se hallaban
arrasadas en ardientes lágrimas. Amenazaron con llevár-
selo todo en un plazo de dos horas; yo yacía en el suelo,
con mis hijos ateridos de frío y mi pecho dolorido. Schram,
nuestro amigo, acudió de prisa a la ciudad para procurar-
nos auxilio. Ascendió a un cabriolé, cuyos caballos se des-
bocaron; él salto del coche, y nos lo trajeron sangrante a
nuestra casa, donde yo gemía con mis pobres niños
temblorosos.
Al día siguiente debimos abandonar la casa; el día era
frío, lluvioso y encapotado, mi marido buscaba una casa
para nosotros, pero nadie quería aceptarnos cuando ha-
blaba de los 4 niños. Finalmente nos ayudó un amigo; pa-
gamos, y yo vendí rápidamente todas mis camas para
pagar el boticario, el panadero, al carnicero y al lechero,
quienes habían comenzado a temer a causa del escándalo
del embargo, y que súbitamente se abalanzaron sobre mi
con sus cuentas. Las camas vendidas fueron llevadas ante
la puerta y cargadas en un carro, y ¿qué sucedió enton-
ces? Ya había pasado mucho tiempo después de la caída
del sol, y la ley inglesa prohíbe eso: apareció el casero con
agentes de policía, afirmando que también podrían haber
objetos suyos entre ellos, y que nosotros querríamos fu-

169
garnos a algún país extranjero. En menos de cinco minu-
tos había más de dos o tres centenares de personas
observando atentamente frente a nuestra puerta, toda la
chusma de Chelsea. Las camas volvieron, y se nos dijo que
sólo a la mañana siguiente, después de la salida del sol,
podrían serles entregadas al comprador; cuando de este
modo, mediante la venta de todas nuestras pertenencias,
estuvimos en condiciones de pagar hasta el último cénti-
mo, me mudé con mis pequeños amores a dos pequeñas ha-
bitaciones del Hotel Alemán, 1 Leicester Street, Leicester
Square, donde, por 5,5 libras semanales, hallamos una
acogida humanitaria. (Wikipedia)
A mediados de mayo del mismo año de 1850, Marx llevó
a su familia a la Deanstreet, en pleno Soho, en donde vivió
seis años ennegrecidos por las privaciones y la muerte de
tres de sus hijos. Ello no fue óbice para una actividad inte-
lectual-revolucionaria más o menos intensa y con escasas
dosis de autodisciplina.
Al respecto, resulta especialmente ilustrativo el informe de
un agente del Gobierno Británico1.
El jefe de este partido (comunista) es Karl Marx; otros
jefes son Friedrich Engels en Manchester, Freiligrath y
Wolf (apodado Lupus) en Londres, Heine en París, Weyde-
meyer y Cluss en América, Burgers y Daniels en Colonia y
Perth en Hamburgo. Aparte de éstos, los demás son sim-
ples miembros. El espíritu, el alma y la cabeza del partido
es Marx; por eso quiero dar a conocer su personalidad.
Es un hombre de mediana estatura, de treinta y cuatro
años; pese a su edad, ya empieza a clarearle algo el cabe-
llo; su cara es enérgica; sus facciones recuerdan a Szene-

1 .- Según referencia de B.Nicolaesvki: “Marx”, pág. 264

170
re, el revolucionario húngaro, pero su tez es más morena;
su cabello y barba, negras; últimamente, no se afeitaba
nunca la barba; sus ojos grandes, penetrantes y como de
fuego, tienen algo de inquietante y demoníaco; a primera
vista, se comprueba que es un hombre de genio y energía;
la superioridad de su espíritu ejerce un poder ilimitado a
su alrededor.
En su vida privada es desordenado, cínico, mal huésped.
Lleva una vida de gitano. Se lava, peina y cambia de ropa
pocas veces; se emborracha por gusto. A veces, holgaza-
nea días enteros. Pero cuando tiene mucho trabajo, no tie-
ne tiempo para dormir o velar. Muy frecuentemente, está
levantado toda la noche; luego, al mediodía, se tumba ves-
tido en un canapé y se duerme hasta el atardecer sin preo-
cuparse de la gente que entra o sale.
Su esposa, hermana del ministro prusiano Edgar von
Westphalen, es una mujer culta y agradable, que se ha
acostumbrado a esta vida de gitanos por amor de su mari-
do y se encuentra a gusto en medio de tanta miseria. Tiene
dos niñas y un niño, todos muy hermosos y con los ojos in-
teligentes del padre. Como marido y padre de familia,
Marx es, a pesar de su carácter inquieto y salvaje, el hom-
bre más tierno y cariñoso.
Vive en uno de los peores barrios de Londres, en donde
ocupa dos habitaciones. Un salón que da a la calle y, al
fondo, el dormitorio. En toda la casa no hay un mueble
bueno o limpio; todo está roto, lleno de polvo y en el mayor
desorden. En medio del salón hay una mesa grande pasa-
da de moda, cubierta con un hule. Encima hay manuscri-
tos, libros, periódicos, los juguetes de los niños, el cesto de
labor de su mujer, tazas de té con las asas rotas, cucharas
sucias, cuchillos, tenedores, una palmatoria, un tintero,
vasos, pipas holandesas, la caja de tabaco… todo revuelto
en la misma y única mesa.

171
Cuando se entra en la casa de Marx, los ojos se entur-
bian por el humo del carbón y del tabaco, como si se entra-
se en una cueva, hasta que uno se acostumbra y divisa los
objetos como a través de la niebla. Todo está sucio, lleno
de polvo. Los asientos son peligrosos: hay una silla con
tres patas y sobre la otra, completa por casualidad, juegan
los niños a cocinar; justamente, es la silla que ofrecen a
las visitas. Pero nada de esto turba a Marx y a su esposa.
Reciben con toda amabilidad, ofrecen tabaco y de cuanto
tienen cordialmente. Una conversación agradable y eleva-
da hace olvidar las molestias domésticas. Llega uno a en-
contrarse a gusto en ese círculo interesante y original.
He aquí el fiel retrato de la vida del jefe de los comunis-
tas, Marx.
Aprovechando al máximo los diversos compartimentos del
reducido apartamento, con la familia Marx convive una do-
méstica cinco años más joven que Karl y nueve que Jenny.
Elena Demuth (Lenchen) (1820-1890), la doméstica, acom-
pañó a la familia Marx como criada, ama de llaves, amiga y ca-
marada del combate político, desde 1843, en que fue cedida
por Frau von Westphalen a su hija Jenny, hasta la muerte de
Karl en 1883; desde entonces hasta su propia muerte en 1890,
Elena pasa al servicio de Engels, que también la trata con ex-
traordinaria deferencia y cordialidad.
Se sabe que, guardando en secreto el nombre del padre, el 23
de junio de 1851 Elena Demuth da a luz a un niño conocido
con el nombre de Frederick Demuth (1851-1927). Para acallar
rumores y salvaguardar el buen nombre del « Doctor Marx »,
Engels hizo creer al entorno familiar y social que era él el pa-
dre de la criatura, sin que Elena hiciera nada por desmentirlo.
Es a punto de morir, en 1895, cuando Engels deshace el enga-

172
ño ante Leonor Marx, la más joven de las hijas de Marx, y en
presencia de acreditados testigos 2.
Cuando, en 1890, fallece Elena Demuth son las propias hijas
de Marx las que se preocupan de que Nanny (Elena Demuth), a
la que querían como a una madre, comparta mausoleo con
Jenny y Karl Marx en el cementerio de Highgate, de Londres.
En los momentos de mayor dificultad, Karl Marx acude a
Engels, con quien se cartea casi diariamente ; leemos en una
carta fechada el 22 de enero de 1858: « Felizmente que en el
mundo exterior pasan cosas divertidas. En cuanto a la vida pri-
vada… es lo más triste que te puedas imaginar, es desastrosa ;
para las personas de aspiraciones generales no hay disparate
más grande que casarse y venderse a las pequeñas miserias de
la vida doméstica y privada ». Leemos en otra carta fechada el
6 de junio de 1862:
« Mi mujer dice que desea encontrarse en la tumba de
los chicos. Y, verdaderamente, no puedo aducir nada en
contra puesto que, en este momento, las miserias, humilla-
ciones y tormentos son intolerables ».
En agosto del 65:
« Te aseguro que hubiera preferido cortarme la mano a
escribirte la presente carta : es verdaderamente deprimen-
te depender de otro la mitad de la vida. La idsea que me

2 « Conocido el secreto por los íntimos de Marx, escribe


Maximiliano Rubel (Libro citado, pág. 111), ha sido pasado en
silencio, primero por evitar un drama familiar y, segundo, por no
empañar el recuerdo del ídolo ; pero, en la actualidad, ha sido
revelado con todo lujo de detalles y de tal forma que no deja
lugar a dudas por uno de los mejores biógrafos de Karl Marx,
Werner Blumenberg en su « Karl Marx in Selbstzeugnissen und
Bilddokumenten », Hamburgo 1962, págs. 115 y ss.

173
sostiene en esta situación es el pensar que nosotros dos so-
mos los asociados de un negocio, al cual yo aporto mi
tiempo y tú el dinero, que interesa tanto a la teoría como al
Partido ». Y el 10 de febrero de 1866: « si tuviera algo de
dinero, es decir, si contara con un poco más de cero para
mi familia y mi libro estuviera acabado, me sería igual el
que, hoy o mañana, me tirasen al hoyo o, dicho de otra
forma, no me importaría diñarla »
Engels casi siempre respondió a su amigo y maestro más o
menos satisfactoriamente, pero de forma ocasional, hasta di-
ciembre del 68 en que, para los próximos seis años, asegura a
Karl Marx una renta de 350 libras.

174
23
LA GESTACION DE « DAS KAPITAL » Y OTRAS
ACTIVIDADES DE KARL MARX

D iríase que Karl Marx respira, vive, piensa y actúa con el


exclusivo propósito de de redondear su « carrera » de in-
telectual revolucionario en el ámbito de un Sistema que, desde
1846, se ajusta a unos postulados practicamente inamovibles.
En toda la subsiguiente producción intelectual no se hallará
nada contrario a los principio del « Materialismo Histórico »,
ya categóricamente formulados en la « Miseria de la Filoso-
fía » (1846) y en el « Manifiesto Comunista » (1848).
Firme en su posicionamiento, Marx se ocupa de enriquecer
sus conocimientos sobre economía, tecnología, matemáti-
cas…, todo con vistas a realizar un gigantesco proyecto: des-
bancar a cuantos economistas han existido; no le ha de ser tan
difícil puesto que, para explicación, argumentación y conclu-
sión cuenta con el arma de la Dialéctica, tan pobre e inadecua-
damente utilizada por otros en los mismos menesteres. Al
principio, proyecta exponer su « demoledora » Economía en
tres volúmenes, que, probablemente, darán paso a otros tres.
Con ese propósito, pasa la mayor parte del día en la bibliote-
ca deñ « British Museum », en donde, con una voraxcidad ini-
gualable, se interesa y toma notas sobre todo lo que se
relaciona con su proyecto, dejándose ganar por cuantas « ob-
servaciones empíricas » puedan servir de apoyo a su teoría en
todos sus « irreversibles » postulados. Es tan obsesivo su afán

175
que, ya en enero de 1851, según carta de Pieper (que, en oca-
siones, hace de secretario) a Engels
« Marx vive en el más completo aislamiento ; si se le
hace una visita, no recibe con las ordinarias frases de
bienvenida, si no con categorías eco nómicas ».
Cuando Marx comunica a su incondicional amigo (a la sa-
zón ocupado por sus negocios en las factorías de Manxches-
ter ) que ya cuenta con la réplica a la teoría ricardiana de la
renta, Engels le responde « otorgándole el calificativo de eco-
nomista de la renta agraria » y le anima para que no ceje en el
empeño de construir una Economía que, habrá de resultar un
« monstruo en tres volúmenes con Riccardo hecho socialista y
con Hegel convertido en economista », según el propio Marx
califica a sus trabajos en carta a Lasalle fechada el 12 de mayo
de 1851.
Le cuesta a Marx dar por buenos sucesivos borradores, que
corrije y enriquece con nuevos apuntes, siempre en la línea de
sus postulados de partida. En razón de ello, transcurrirán no
menos de veinticinco años (hasta 1876) para que, con el título
de « Das Kapital », aparezca el primer volumen de la
proyectada monumental « Economía ».
Entretanto, no descuida el avivar el fuego revolucionario que
sigue latente en Alemania, Suiza, Francia y Bélgica, lo que le
obliga a mantener continua correspondencia con las personali-
dades revolucionarias de su tiempo (Weydemeyer, Lasalle,
Guese, Liebknecht…). Ha de encontrar tiempo para mantener
la corresponsalía del « New York Tribune », el único trabajo
periodístico que le proporcionó algún salario regular, para im-
primir su sello personal a la «Asociación Internacional de
Trabajadores ».

176
Fundada en Londres en 1864, la AIT o primera «Asociación
Internacional de Trabajadores ».agrupó inicialmente a los sin-
dicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italia-
nos republicanos. Sus fines eran la organización política del
proletariado en Europa y el resto del mundo, así como un foro
para examinar problemas en común y proponer líneas de ac-
ción. Colaboraron en ella Karl Marx y Friedrich Engels. Las
grandes tensiones existentes entre Marx y Mijaíl Bakunin lle-
varon a la escisión entre marxistas y anarquistas, tras lo cual
los partidarios de Bakunin fueron expulsados. En 1872 el Con-
sejo General de la AIT se traslada desde Londres, donde está
ubicado desde sus inicios, a Nueva York, disolviéndose ofi-
cialmente en 1876. En 1889 se establece la Segunda Interna-
cional, de corte socialdemócrata, como la sucesora en sus fines
políticos, y que durará hasta 1916, y en 1922 aparece la Aso-
ciación Internacional de los Trabajadores, organización anar-
cosindicalista, que prentende recoger el testigo del ala
libertaria y que llega hasta la actualidad. La Primera Interna-
cional fue considerada como uno de los mayores factores que
condujeron a la creación de la Comuna de París de 1871. Aun-
que esta idea es disputada, Marx hizo un escrito en relación
con la defensa de la Comuna. Publicado como La Guerra Civil
en Francia (1871), reúne el primer (julio 1870) y segundo ma-
nifiestos (septiembre 1870) del Consejo General la AIT y el
manifiesto de junio de 1871, escritos por Marx (Wikipedia)

177
24
LOS ULTIMOS AÑOS DE KARL MARX

T ras dieciocho años de idas y venidas a la Biblioteca del


Museo Británico, con intérvalos para cuidar de su salud y
atender los compromisos de su creciente notoriedad en los
medios revolucionarios, el primer volumen de Das Kapital, la
magna obra de Karl Marx, apareció en letra impresa a princi-
pios de septiembre de 1867 con una tirada de mil ejemplares.
De él había adelantado el propio Marx a uno de sus publicistas
(F. Becker, 17 de abril de 1867)): “es, seguramente, el más te-
rrible proyectil que nadie haya lanzado a la cabeza de los bur-
gueses, incluidos los terratenientes” (“Chronologie”,
pag.132). Será, con mucho, el libro más utilizado por los “in-
ternacionalistas” en sus diatribas contra los “explotadores
burgueses”.
Recordemos que, precisamente, había sido Karl Marx el au-
tor del “Llamamiento inaugural” de la Asociación Internacio-
nal de los Trabajadores o Primera Internacional (septiembre
de 1964).
A poco de nacer, en el seno de la AIT se acusaba la tensión
entre los bakunistas ó “socialistas autogestionarios” (anar-
quistas) y los que empiezan a considerarse a sí mismos “mar-
xistas” ó “socialistas autoritarios”, según calificación del
propio Bakunin. Pero, aunque desde distintas perspectivas (el

179
desorden o la disciplina de clase), sí que hubo alianza de cir-
cunstancias de marxistas y bakunistas entre los comuneros de
de 18711.
Tras el incidente, siguió la tensión entre ambas corrientes
hasta que, un año más tarde, se preodujo el definitivo abando-
no de la Internacional por parte los bakunistas, especialmente
inclinados a la “acción directa”: era su lema “destruir es una
forma de crear”.
En el plano intelectual, resultan escasamente productivos los
diez últimos años de la vida de Marx.. Con acusada parsimo-
nia, prosigue la redacción de su “Economía”2, atiende las
consultas de sus discípulos, hace vida social y cuida la salud
tanto de sí mismo como de Jenny, su esposa, enferma de cán-
cer. Consciente de las lagunas de lo que siempre quiso que fue-
ra una doctrina capaz de responder a todos los interrogantes
que se ha ce la humanidad, cede a Engels la responsabilidad de
lo que podemos considerar la “metáfísica”, que su incondicio-
nal amigo reflejará en distintas derivaciones materialistas de
las enseñanzas de Hegel, según la particular óptica que com-
parten ambos.
En esa línea, nacen de la pluma de Engels el “Anti-Düring”
(1878), “Socialismo utópico y socialismo científico” (1880),

1 Se trata del fallido movimiento revolucionario previo a la


Comuna de París, que tras “la semana sangrienta”, propició la
caída de Luis Napoleón y el advenimiento de la III República
Francesa
2 A título póstumo, Engels editará el II volumen de Das Kapital en
1885 y, con cortes y añadidos, el mismo Engels publicará el III
volumen en 1894. Aun hubo un cuarto volumen a base de cierto
refrito que preparó Kaustky en 1905 con el título “Las teorías de
la plus-valía”.

180
“Dialéctica de la Naturaleza (1883), “El origen de la familia,
de la propiedad privada y del Estado” (1884) y “Feuerbcah y el
final de la filosofía clásica alemana (1886).
Para visitar a su hija mayor, Jenny Longuet, que pasa por un
difícil embarazo, el matrimonio Marx realiza un viaje a París
en agosto de 1881 y vuelven a Londres a primeros de septiem-
bre, ambos con serios problemas de salud: Karl con peritonitis
aguda y Jenny con el cáncer en fase terminal. Suceden unos
tristes meses hasta el 2 de diciembre en que fallece ella, un día
después de que Ernest Belfort Bax (1854-1926), uno de los
más reputados periodistas de entonces, reconociera a Karl
Marx como “uno de los más ilustres representantes del
pensamiento moderno”.
Enfermo como estaba, el doctor Marx no pudo acompañar a
su mujer hasta el cementerio de Hitghate, de Londres
Pocos meses más tarde nació el bebé esperado por los Lon-
guet, una preciosa niña a la que pusieron Jenny, el nombre de
su madre, el mismo de la abuela recientemente desaparecida.
El doctor Marx, aun convaleciente de su grave enfermedad, no
resistió la tentación de ir a conocer a su nieta. Volvió muy ani-
mado y con ganas de reanudar su actividad. Buena parte de su
tiempo lo empleaba en mantener una nutrida correspondencia
con lo que llama sus delegados en Alemania, Rusia, Francia,
Italia y España. Trata de infiltrar serenidad y paciencia ante los
problemas que genera la lucha política en sus diferentes colo-
res y reflexiona, reflexiona, como nunca lo hiciera. De esa
época es el comentario que le atribuyen sus biógrafos: al
Cristianismo se le pueden perdonar muchas cosas, porque nos
ha enseñado a amar a los niños.
El invierno del 82 fue particularmente frío, lo que deterioró
la salud de Marx, quien aconsejado por sus médicos de buscar

181
un clima más benigno, se fue hasta Argel, a donde llegó con un
ataque de pleuresía y no encontró el clima cálido y seco que le
habían recomendado los médicos; al cabo de un mes volvió a
Europa en busca de un sol que, aquel duro invierno, parecía
huir de sus lugares habituales. Volvió muy enfermo a Londres
después de una nueva visita a Jennychen y familia.
Muy poco tiempo después de su vuelta a Londres le llegó la
noticia de la repentina muerte de Jennychen.
Fue un duro golpe del que ya no se repuso y del que, al pare-
cer, nada hizo por superar. Fue una madrugada de 14 de marzo
de 1883, cuando Elena Demuth le encontró inmóvil, recostado
en un sillón, con sus ojos abiertos como en serena búsqueda de
algo y un libro entreabierto en las manos ya rígidas 3.
Karl Marx fue enterrado en el cementerio de Hitghate, al
lado de su esposa. Correspondió al fiel colaborador e incondi-
cional amigo el pronunciar el siguiente discurso (que no
oración) fúnebre:
El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó
de pensar el más grande pensador de nuestros días. Ape-
nas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le en-
contramos dormido suavemente en su sillón, pero para
siempre.
Es de todo punto imposible calcular lo que el proletaria-
do militante de Europa y América y la ciencia histórica
han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sen-
tir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigan-
tesca.

3 Nada dicen del título del libro sus biógrafos más citados.

182
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la
naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo
de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto
bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en
primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes
de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que,
por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos,
materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase
económica de desarrollo de un pueblo o una época es la
base a partir de la cual se han desarrollado las institucio-
nes políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísti-
cas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con
arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al re-
vés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero
no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica
que mueve el actual modo de producción capitalista y la
sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la
plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que
todas las investigaciones anteriores, tanto las de los eco-
nomistas burgueses como las de los críticos socialistas,
habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una
vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubri-
miento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un
sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos
campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni
uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese
descubrimientos originales. Tal era el hombre de ciencia.
Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para
Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuer-
za revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera
depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier
ciencia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía
preverse en modo alguno, era muy otro el goce que experi-

183
mentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejer-
cía inmediatamente una influencia revolucionadora en la
industria y en el desarrollo histórico en general. Por eso
seguía al detalle la marcha de los descubrimientos reali-
zados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel
Deprez en los últimos tiempos.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar,
de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad
capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella,
contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a
quién él había infundido por primera vez la conciencia de
su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de
las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera
misión de su vida. La lucha era su elemento. Y luchó con
una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos. Primera
Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts de París, 1844; Gaceta
Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin,
1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual
hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo
en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta
que, por último, nació como remate de todo, la gran Aso-
ciación Internacional de Trabajadores, que era, en ver-
dad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso,
aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calum-
niado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutis-
tas que los republicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo
mismo los conservadores que los ultra demócratas, com-
petían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba
todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía
caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad impe-
riosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado
por millones de obreros de la causa revolucionaria, como
él, diseminados por toda Europa y América, desde las mi-

184
nas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir
que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo
enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos,
y con él su obra4.
Leonor Eveling Marx (conocida por Tussy), la menor de sus
tres hijas, recordaría a sus padres en un periódico de la época-
con las siguientes palabras :
Tenía mi padre diecisiete años cuando se comprometió
con Jenny. Aunque muy unidos siempre, no se puede decir
que el suyo fuera un sendero de rosas: hubo una feroz opo-
sición a ese compromiso por ambas familias hasta que se
dieron cuenta de que aquello iba en serio: Fueron siete
años de intenso amor hasta la boda el 19 de junio de 1843.
Luego, uno junto a otro, han compartido unas pocas ale-
grías e infinitas calamidades, desde el hambre al vivir bajo
sospecha de peligro público, con pasos por cárceles, des-
tierros y mil abandonos de los que se creía amigos. Pero
supieron hacer de su amor un refugio que les ha durado
hasta la muerte. Y siguen unidos sin que esta crudelísima y
absurda muerte haya logrado separarles.
Mi padre no solamente ha amado a mi madre: os puedo
decir que uno y otro han vivido de su amor; yo creo que es
el Amor lo único en que realmente han creído5.

4 Wikipedia
5 "Mi padre", por Leonor Eveling Marx - Wikipedia

185
25
EL LEGADO LITERARIO

U n breve repaso a los más conocidos escritos de Marx nos


ayudará a comprender el sentido y alcance de lo que,
desde sus orígenes, pretendió presentar explicaciones y razón
de todo, bien a pesar de que Karl Marx, su principal promotor,
dejó dicho: “hasta ahora, los filósofos se han ocupado en ex-
plicar el mundo mientras que de lo que se trata es de transfor-
marlo”1.
Differenz der demokritischen und epikureischen Na-
turphilosophie, tesis que le valió el título de doctor por la
Universidad de Jena en abril de 1841 (tenía entonces 23 años).
Es su acta de ruptura con la Religión: “en una palabra, odio a
todos los dioses”, dice repitiendo una frase del Prometeo de
Esquilo.
Kritik des hegelischen Staatsrechts, escrita de recién casa-
do en el verano y otoño de 1843, “toma de conciencia” de la
“alienación filosófica, versión de la alienación religiosa e ima-
gen abstracta de la alienación política”: “La crítica del cielo se
transforma en crítica del derecho, la crítica de la teología en
crítica de la política”.
Die Judenfrage, escrita a finales de 1843 como crítica a las
posiciones políticas de Bauer: influido por lo que, más tarde,

1 Once Tesis sobre Feuerbach.

187
llamará socialismo utópico, declara que la emancipación polì-
tica es la condición de la verdadera emancipación humana. Se
hace fuerte en el materialismo de Feuerbach, “purgatorio de
nuestro tiempo”.
Einleitung, 1844. Ya estima Marx que al idealismo hegelia-
no ha de sucederle la estricta unidad entre pensamiento y ac-
ción, ésta como producto directo de la realidad y no la inversa
(la libertad como conocimiento de la necesidad y no como re-
sultado de una soberana voluntad). Encuentra en el Proletaria-
do al elemento que ha de marcar la pauta a la ciancia o filosofía
de los nuevos tiempos: “Del mismo modo que la Filosofía en-
cuentra en el Proletariado su fuerza material, éste recibe de la
filosofía su fuerza intelectual”.
Manuscritos de 1844 (publicados 50 años despues de la
muerte de Marx). Muchos autores han visto en ellos la base
doctrinal del “humanismo marxista” (término que repugnaría
al propio Marx). Ataca Marx a la dialéctica hegeliana de la que
dice es obligado colocar patas arriba para entresacar de ella los
elementos aprovechables, es especial, la Ley de Contrarios,
“descubrimiento” en el que, los escolásticos marxistas
(Engels incluido) querrán hacer ver la prueba irrefutable de
que la Naturaleza y la Historia se rigen por “Leyes dialécticas”
sin necesidad alguna de un “Arquitecto” o “Creador”.
Die Heilige Familie oder Kritik der kritischen Kritik ge-
gen Bruno Bauer und Konsorten, febrero 1845. Es el primer
libro escrito en colaboración con Engels. Uno y otro se esfuer-
zan por demostrar que están libres de toda traza de idealismo,
justo lo contrario de cuantos “jóvenes hegelianos” presumen
de realismo materialista o de ateismo militante: todas las répli-
cas y críticas del hegelianismo y de la religión oficial por parte

188
de esa Santa Familia están inspiradas por principios religio-
sos.
Thesen über Feuerbach, 1845. Hace valer Marx las dife-
rencias entre elk propio materialismo y el defendido por
Feuerbach; el de éste es un “simple humanismo religioso”
cuya base en nada se diferencia de los viejos materialismos
mientras que el otro es “de carácter científico en cuanto nace
de una estrecha conjunción entre teoría y práctica y se apoya
en las leyes dialécticas que rigen la dinámica natural y social”.
Die Deutsche Ideologie, 1845-1846. Nueva requisitoria de
Marx y Engels contra los “Freien”, todos ellos, según Marx,
presas de alienación religiosa, mientras que la propia ideolo-
gía es la única que responde a las leyes en que se apoya el nue-
vo materialismo: “ninguno de esos filósofos ha tenido la idea
de preguntarse sobre las relaciones de la filosofía alemana con
la realidad alemana, sobre las relaciones de su crítica con la
realidad material de su alrededor”.... porque “los hombres mo-
difican la realidad social, su pensamiento y los productos de su
pensamiento solamente desarrollando su producción mate-
rial...”
Misère de la Philosophie, 1847, escrita originalmente en
francés como réplica a la Filosofía de la Miseria, de Pedro José
Proudhon. Ridiculiza Marx el posicionamiento humanista del
socialista francés para insistir sobre el carácter científico de
unos principios, los suyos, derivados de la que presenta como
única realidad evidente, la realidad material, fuerza motriz de
todo el acontecer histórico. Marx esboza en esta obra lo que se
llamará “Materialismo Histórico”.
Manifest der Kommunistichen Partei, febrero de 1848. Es
el acta de declaración de guerra a la “sociedad burguesa” en
nombre del “Comunismo” o “Socialismo Científico”, que ha

189
de comprometer a los “proletarios de todo el mundo que no tie-
nen otra cosa que perder que sus cadenas”. A diferencia de to-
dos los otros socialismos, el “socialismo científico” apoya la
fuerza de su argumentación en la observación directa de que
“la historia de toda la sociedad pasada es la historia de la lucha
de clases” y de que esta continua tensión social es consecuen-
cia directa de los “modos de producción”.
Lahnarbeit und Kapital, 1849. Declara Marx que el Tra-
bajo “es una mercancía que el asalariado vende al Capital”, de
donde resulta que “Capital no es más que Trabajo acumulado”.
Dice también que “las relaciones sociales de producción...
cambian, se transforman, por la evolución y desarrollo de los
medios naturales de producción, de las fuerzas productivas”.
A medida que el Capital crece, supone Marx, el asalariado se
encuentra tanto más desposeido de su haber: “cuanto más el
capital productivo crece, tanto más el Trabajo y el maquinismo
ganan en extensión; cuanto más se extienden la división del
Trabajo y del maquinismo tanto más se intensifica la compe-
tencia entre trabajadores y tanto más disminuye su salario”
Zur Kritik der politischen Oeconomie, 1859. Desarrolla
en el plano histórico las tesis defendidas en la obra anterior y
brinda un anticipo de lo que ha de ser su principal obra sobre
Economía Política (“Das Kapital”). Se reafirma en el postula-
do de que en el factor económico está la raiz de todas las alie-
naciones: “es en la economía política en donde se ha de buscar
la anatomía de la sociedad civil”.
Adress and provisional Rules of the Working Men’s
International Association, es el documento que a Marx per-
mite erigirse en porftavoz de la Primera Internacional o “Aso-
ciación Internacional de Trabajadores”.

190
Das Kapital, Kritik der Politischen Oeconomie", en 1867
el primer tomo. “Los primeros capítulos, los describe Marx en
una carta al editor de la edición francesa, van dedicados a razo-
namientos abstractos, preliminar obligado de las candentes
cuestiones que apasionan los espíritus... Gradualmente, se lle-
ga a la solución de los problemas sociales”. Con la predisposi-
ción que le dicta su adscripción al materialismo radical, se
ataca Marx a la Sociedad de su tiempo y a los economistas que,
cual Adam Smith, se erigen en portavoces de los afanes capita-
listas. Su crítica no implica el que Marx rompa con la herencia
burguesa en lo que respecta a la presentación del hombre como
simple “categoría económica”, puesto que, muy claramente,
hace constar: “si no he pintado de color de rosa al capitalista y
al rentista, tampoco les he considerado más allá de simples ca-
tegorías económicas, soportes de los intereses de determina-
das relaciones de clase: mi punto de vista según el cual el
desarrollo de la formación económica de la Sociedad es asimi-
lable a la marcha de la Naturales y de la Historia. Por ello no
procede presentar al hombre como responsable de unas rela-
ciones económicas de las que no es más que una directa conse-
cuencia”.
Como ya lo aseguró en el “Manifiesto Comunista”, Marx in-
siste en que son inminentes la eliminación de la Burguesía y el
triunfo del Proletariado. Con ese objetivo final hace el análisis
de los diversos fenómenos económicos en tres volúmenes titu-
lados “El Proceso de producción del Capital”, “El Proceso de
circulación del Capital” y “El Proceso de producción capitalis-
ta en su conjunto”. Hasta el fin de su vida Marx consideró a
“Das Kapital” su obra cumbre de forma que, tal como confiesa
en carta a Engels, “fueron pequeñeces todo lo que había escri-
to hasta entonces”. Será por lo que respecta a lo detallado y fa-
rragoso de la exposición puesto que su argumento e

191
idea-madre estaban ya definidos desde muchos años antes: El
materialismo radical que late en todas las páginas de “Das Ka-
pital” ya fue definido en aquella tesis doctoral en que se pro-
clamaban el odio abierto a todo principio religioso (“odio a
todos los dios”, recuérdese); las teorías sobre “plusvalías” y
procesos del “régimen de producción capitalista”, los apuntes
y consideraciones sobre “la cuota y reparto de beneficios, la
tensión entre las clases y las crisis del régimen capitalista” tie-
nen su previa referencia en el “Manifiesto Comunista” y obras
subsiguientes.
Como referencia final a la producción literaria de Marx
(al margen de sus obras menores y artículos de periódicos,
cabe citar el “Anti During ” (1878), firmado por Engels
pero con una substancial aportación de Marx (décimo ca-
pítulo de la segunda parte). Aquí se exponen los principa-
les postulados (“Ley de Contrarios”, “Ley de negación de
la Negación”, etc...) de lo que ambos llamaban “Dialéctica
de la Naturaleza”.
Extrapolar al mundo material, única realidad admitida
por los marxistas, los postulados básicos de la Dialéctica
Hegeliana, permitió Plejanof, el más fiel de los discípulos
de Marx y Engels, presentar al Marxismo como “ Materia-
lismo Dialéctico”, especie de metafísica en la que, con los
mismos términos de la rancia escuela hegeliana, se intenta
demostrar la plena autosuficiencia de la Materia y conse-
cuente inutilidad de un Creador, llámese Dios, Supremo
Hacedor o Gran Arquitecto.

192
26
FIELES, REVISIONISTAS Y RENEGADOS

C on la herencia intelectual de Marx se repitió lo ocurrido


con la herencia intelectual de Hegel: surgieron interpre-
taciones del más variado color, esta vez con el colectivismo
socialista como meta y con la autosuficiencia del mundo ma-
terial y subsiguiente negación de Dios como punto de partida y
de llegada para todos los caminos. La vieja fórmula hegeliana
de que “lo racional es real” era sometida ahora a una peculiar
lectura: puesto que lo real es estrictamente material lo racional
es, pura y simplemente, material. De hecho en los medios aca-
démicos pretendidamente progresistas se sigue dentro del cau-
ce del cerril subjetivismo idealista sin dejar de porfiar sobre su
fe materialista. Claro ejemplo de ello nos da el propio Lenin
para quien “la doctrina de Marx es omnipotente por que es
exacta en cuanto es la heredera de lo mejor que creó la humani-
dad en forma de filosofía clásica alemana, socialismo francés
y economía política inglesa”; lo suyo era idealismo revolucio-
nario que le permitía predicar una utopía totalmente libre de
servidumbres materiales. Pensamos que lo de Lenin (politicis-
mo irracional) no tenía de marxismo (que se pretende ciencia
de lo real) más que el nombre.
Engels, albacea y respetado intérprete
Entre los fieles más incondicionales a la herencia intelectual
de Carlos Marx debe ser situado Federico Engels (1.820-95).

193
Las peculiaridades de Engels no eran las mismas que las de
Marx. Ambos lo sabían y lo explotaban pertinentemente.
Marx, doctor en filosofía rebelde y sin cátedra alguna, era de
naturaleza bohemia e inestable y, a contrapelo, había de hacer
frente a las acuciantes obligaciones familiares; su economía
doméstica era un auténtico disparate, sus desequilibrios emo-
cionales demasiado frecuentes.... pero, en cambio, era
paciente y obsesivo para, etapa tras etapa, alcanzar el objetivo
marcado.
Engels era rico y amigo de la inhibición familiar y de la vida
mundana. Alterna los negocios, con viajes, lecturas, filiacio-
nes, líos de faldas, revueltas... siempre en estrecho contacto
con Marx a quien, si no ve, escribe casi a diario. Esto último
muestra la total identificación en los puntos de mira y en el eje
de sus preocupaciones cual parece ser una pertinaz obsesión
por servir a la “revancha materialista”.
Les preocupa bastante menos cualquier puntual solución a
los problemas sociales de su entorno y época. Son problemas
que nunca aceptaron en su dimensión de tragedia humana que
resolver inmediatamente y en función de las respectivas fuer-
zas: eran, para ellos, la ocasión de hacer valer sus
originalidades intelectuales.
Marx y Engels formaron un buen equipo de publicistas ami-
gos de las definiciones impactantes: Lo de “socialismo cientí-
fico”, sin demostración alguna, logró “hacer mercado” como
producto de gran consumo para cuantos esperaban de la cien-
cia el aval de sus sueños de revancha; gracias a ello, la justicia
social será una especie de maná en cuyo logro nada tiene que
ver el compromiso personal.
Al tal maná acompañarán otros muchos secundarios produc-
tos que, obviamente, habrán de conquistar previamente a los

194
agentes de distribución, los llamados “intelectuales progresis-
tas”. Merced a la pertinente labor de éstos, enseguida resulta-
rán apetecibles al gran público, el cual, por supuesto y dado
que no se cuenta con la amalgama de la generosidad y sí del
oportunismo, pronto será víctima de los mismos sino de
peores atropellos.
La doctrina de Marx presentaba un punto notoriamente débil
en la aplicación de la Dialéctica a las Ciencias Naturales. Cu-
brir este flanco fue tarea de Engels. Fue un empeño que le lle-
vó ocho años y que, ni siquiera para él mismo, resultó
satisfactorio: la alternativa era prestar intencionalidad a la Ma-
teria o reconocer como simple artificio el cúmulo de las
llamadas leyes dialécticas.
De hecho, se optó por lo primero de forma que la Dialéctica
de la Naturaleza resultó un precipitado remedo del panlogismo
de Hegel; esto era mejor que nada en cuanto era del dominio
público la influencia del “oráculo de los tiempos modernos” y,
por lo mismo, cualquier principio suyo, más o menos adultera-
do, puede pasar por piedra angular de un sistema. No otra cosa
soñó Engels para sí mismo y para su maestro y amigo.
Bernstein, revisionista de “derechas”
A poco de morir Engels, dentro del propio ámbito marxista,
crecían serias reservas sobre la viabilidad de los más barajados
principios: entre otras cosas, ya se observaba como la evolu-
ción de la sociedad industrial era muy distinta a la evolución
que había vaticinado el maestro.
Ese fue el punto de partida del “movimiento revisionista”
cuyo primero y principal promotor fue Eduardo Bernstein
(1.850- 1.932), amigo personal de Engels.

195
En 1.896, es decir, un año despues de la muerte de Engels,
Bernstein proclama que “de la teoría marxista se han de elimi-
nar las lagunas y contradicciones”. El mejor servicio al mar-
xismo incluye su crítica; podrá ser aceptado como “socialismo
científico” si deja de ser un simple y puro conglomerado de es-
quemas rígidos. No se puede ignorar, por ejemplo. como en lu-
gar de la pauperización progresiva del proletariado éste, en
breves años, ha logrado superiores niveles de bienestar.
En lugar de la violenta revolución propuesta por Marx se im-
pone una tenaz evolución como resultado “del ejercicio del de-
recho al voto, de las manifestaciones y de otros pacíficos
medios de presión puesto que las instituciones liberales de la
sociedad moderna se distinguen de las feudales por su flexibi-
lidad y capacidad de evolución. No procede, pues, destruirlas,
sino facilitar su evolución”.
Testigo de la Revolución Bolchevique, Bernstein sentencia:
“Su teoría es una invención bastarda o batiburrillo de ideas
marxistas e ideas anti-marxistas. Es su práxis una parodia del
marxismo”.
¿En qué consiste, pues, el marxismo para Bernstein, desta-
cado teorizante de la social-democracia alemana? En un ideal
de sociedad más equilibrada como consecuencia a largo plazo
de la concepción materialista de la vida y de las relaciones so-
ciales; es un socialismo que puede ser traducido por “liberalis-
mo organizador” y cuya función es realizar “el relevo
paulatino de las actuales relaciones de producción a través de
la organización y de la Ley”.
Rosa de Luxemburgo, mártir de la revolución.
Frente a Bernstein, considerado “marxista de derechas” se
alzó un romántico personaje, genuino y, tal vez, sincero repre-
sentante del “marxismo de izquierdas”. Nos referimos a una

196
mujer de apariencia extremadamente frágil: Rosa de
Luxemburgo (1.971-1.919).
Creía Rosa de Luxemburgo en la libertad como meta de la
revolución proletaria y criticaba “el ultracentralismo postula-
do por Lenín que viene animado no por un espíritu positivo y
creador sino por un estéril espíritu de gendarme”. Defendía la
“espontaneidad de las masas” puesto que “los errores que co-
mete un movimiento verdaderamente proletario son infinita-
mente más fecundos y valiosos que la pretendida infalibilidad
del mejor de los Comités Centrales”.
Esa romántica proclama y el testimonio personal de Rosa de
Luxemburgo, asesinada bárbaramente por un grupo de solda-
dos, han aliñado los “revisionismos izquierdistas” (la Revolu-
ción por la Revolución) del Marxismo.
El “renegado” Kautsky
Entre Bernstein y Rosa de Luxemburgo (en el “centro”) pue-
de situarse Carlos Kautsky (1.854-1.938). El “renegado
Kautsky”, que diría Lenín, presumía de haber conocido a
Marx y de haber colaborado estrechamente con Engels.
Junto con Bernstein, redactó el llamado “Programa de
Erfurt” del que pronto se distancia para renegar del “volunta-
rismo proletario” y fiar el progreso al estricto juego de las le-
yes económicas. Se lleva la férula tanto de Lenín como de los
más radicales de sus compatriotas por que condena la insurrec-
ción y cualquier forma de terrorismo. En frase de Lenín, “es
un revolucionario que no hace revoluciones” y “un marxista
que hace de Marx un adocenado liberal”.
A la mitad de su vida se distancia de las “posiciones conser-
vadores” de Bernstein para centrase en el estudio y divulga-
ción de un marxismo de salón en que todo se supedita a una

197
todopoderosa organización. Desde ahí critica tanto la corrup-
ción del poder como lo que ya estima como viejos principios
marxistas: “una dictadura de clase como forma de gobierno es
el mayor de los sin-sentidos” (claro ejemplo, la dictadura so-
viética, hija de la anarquía): “tal anarquía abonó el terreno so-
bre el que creció una dictadura de otro tipo, la dictadura del
partido comunista la cual, en realidad, es la dictadura de sus
jefes”. Estos jefes “han comprendido infinitamente mejor las
lecciones de totalitarismo que la concepción materialista de la
historia y los modernos medios de producción. En su calidad
de amos del Estado, han instaurado una política de opresión
sin igual ni en nuestros tiempos ni en cualquier otra época de
la historia”.
Desde lo que él proclama una óptica estrictamente marxista,
Kautsky se erige en juez de la aplicación soviética de los prin-
cipios de Marx sobre cuyo resultado augura las más negras
consecuencias: “El Gobierno soviético, dice Kautsky en
1.925, desde hace años, se ocupa, principalmente, en avasallar
al proletariado ruso y no ruso. Se ocupa de corromperlo, asfi-
xiarlo y estupidizarlo, es decir, en hacerle progresivamente in-
capaz de lograr la liberación de sí mismo. Si la obra de los
soviéticos tiene éxito, la causa de la liberación del
proletariado internacional se verá alejada en la misma
medida”.
Por lo demás, Kautsky hacía suyos y de su círculo de in-
fluencia cuantos postulados marxistas giran en torno a la con-
cepción materialista de la Vida y de la Historia y, por
supuesto, a la “crasa inutilidad” del compromiso personal en
el servicio a la Justicia Social y a la Libertad. Al igual que to-
dos los marxistas, defiende como superables por las “leyes
dialécticas” todo lo relativo a los valores en que se apoya la
Religión Cristiana.

198
Es así, como desde esos grandes focos de influencia social
cual fueron los teóricos socialistas de la primera mitad de si-
glo, sin pausa ni concesión alguna a la “libertad responsabili-
zante”, se ha cultivado (y se sigue cultivando) un colectivismo
que brinda oportunistas posibilidades de emancipación econó-
mica para los de “arriba” mientras que los de “abajo” tendrán
ocasión de dejarse fascinar por el superficial colorido de una
imposible aunque deseable (irracionalmente deseable) utopía.

199
27
LA COSMOVISION MARXISTA ¿UNA
ALIENACION?

A pesar de la “caída del Muro de Berlín” y subsiguientes


estrepitosos fracasos de las antiguamente llamadas “de-
mocracias populares”, todas ellas dirigidas o tuteladas por la
“Doctrina Marxista”, ésta sigue presente sea como “opción fi-
losófica” o como “idea capaz de mover ejércitos”. Sigue estan-
do disponible para cualquier caudillo capaz de presentarlo
como disfraz de sus secretas intenciones de forma que un sufi-
ciente número de personas lo acepten sea como seguro de pro-
pio bienestar, sea como soporte de un nuevo orden o como
punto de partida para un mundo sugestivamente irreal.
A pesar del derrumbamiento de no pocas experiencias políti-
cas que decían inspirarse en él, sigue vivo el poso de una ideo-
logía que, todavía hoy, es aceptada por muchos millones de
personas como un cerrado sistema capaz de responder a las
eternas preguntas del hombre: ¿de dónde vengo? ¿quién soy?
¿adónde voy?
El “no era esto, no era esto lo que Marx quería o hubiera he-
cho”, con frecuencia, sirve de tapadera a los desmanes de los
llamados marxistas y tambien de punto de partida para nuevas
experiencias las cuales ¿quien lo duda? seguirán amparándose
en la filiación marxista.
Por otra parte. justo es reconocerlo, Marx sigue siendo el
más ilustre mentor de cualquier forma de colectivismo más o

201
menos discreto, desde el más radical al más desvaido sea éste
el llamado “social-democracia al estilo nórdico”; y también
¿Quién lo duda? como socorrida referencia del materialismo
burgués.
Se acepta sin dificultad que el MARXISTA ES EL MAS
CIENTIFICO DE LOS SOCIALISMOS; de hecho sus mento-
res, Marx y Engels, lo consideraban así desde su formulación
en el “Manifiesto Comunista”: presentaban y representaban
al “Socialismo Científico” por oposición a los “socialismos
utópicos, reaccionarios, burgueses, pequeño-burgueses...”
ninguno de los cuales, según ellos, contaba con el aval de las
últimas conquistas de la Ciencias Naturales, de la Economía
Política y del Pensamiento.
Tenemos serias dudas sobre la total ausencia de fé cristiana
en el Carlos Marx ya maduro, tanto que nos sentimos tentados
a sostener que el marxismo es, ni más ni menos, que una here-
jía del cristianismo tal vez nacida de una descorazonadora re-
beldía o del prurito del intelectual que pone a su carrera por
encima de los gritos de la propia conciencia.
En el Sistema (¿o religión?) Marxista, se cuenta con una
Omnipotencia (la autosuficiencia de la materia, Gea reentro-
nizada), un Enemigo (la Burguesía), un Redentor (El Proleta-
riado), una Moral (todo vale hasta el triunfo final), una
Cruzada (la confrontación sin cuartel), un Paraiso (la sociedad
sin clases)... Todo ello desde una proclamada “fé materialista”
y en abierta rebeldía contra todo lo que recuerda a Jesús de
Nazareth
Recordemos cómo, a los dieciocho años, Marx se matricula
en la Universidad de Bonn para pasar pronto a la Universidad
de Berlín. Aquí, ya lo hemos dicho, se vivía de la estela inte-
lectual de Hegel; son los tiempos de la pasión especulativa se-

202
gún esas líneas de discurrir llamadas la “derecha hegeliana”
con sus coqueteos al orden establecido y la “izquierda hegelia-
na”, Freien o “jóvenes hegelianos”, con su rebeldía y con un
ostensible ateismo testimonial.
Marx se adhiere a la izquierda hegeliana: busca en ella el me-
dio para ejercer como intelectual de futuro y hace suya la bús-
queda de raices materialistas al panlogismo de Hegel.
Colecciona argumentos para desde, un materialismo sin fisu-
ras, asentar la plena autoridad de un joven doctor que no oculta
su intención de marcar la pauta, ya no a la sociedad en que le
ha tocado vivir, sino tambien, al mismísimo futuro de toda la
humanidad: ello será tanto más fácil si se apoya en una
apabullante originalidad.
Cuando, en los libros de divulgación marxista, se abordan
los “años críticos” (desde 1.837 hasta 1.847), parece obligado
conceder excepcional importancia a la cuestión de la aliena-
ción o alienaciones (religiosa, filosófica, política, social y
económica) que sufriría en su propia carne Carlos Marx: la sa-
cudida de tales alienaciones daría carácter épico a su vida a la
par que abriría el horizonte a su teoría de la liberación (o
doctrina de salvación).
Si rompemos el marco del subjetivismo idealista, que Marx
y sus colegas hacían coincidir con la “subyugante” forma de
ser de la Materia, alienación no puede tener otro sentido que
condicionamiento, algo que no tiene por que ser inexorable.
Sin duda que el propio Marx distó bastante de ser y manifes-
tarse como un timorato alienado: fue, eso creemos , un intelec-
tual abierto a las posibilidades de redondear su carrera.
En esa preocupación por redondear su carrera, pasó por la
Universidad, elaboró su tesis doctoral, estudió a Hegel, criticó
a Strauss, siguió a Bauer, copió a Feuerbach, a Hess, a Riccar-

203
do, a Lasalle y a Proudhon, atacó la Fé de los colegas menos
radicales, practicó el periodismo, presumió de ateo, se cebó en
las torpezas de los “socialistas utópicos”, presentó a la lucha
de clases como motor de la Historia, predicó la autosuficiencia
de la Materia, formuló su teoría de la plus-valía, participó ac-
tivamente en la Primera Internacional, criticó el “poco cientí-
fico buen corazón” de la social democracia alemana de su
tiempo, que ponía en tela de juicio el trabajo de los más débiles
(mujeres embarazadas o ancianas y niños menores de diez
años) y, en fin, publicó obras como “La Santa Familia”, “La
Miseria de la Filosofía”, “El Manifiesto Comunista”, “El Ca-
pital”... Todo ello, repetimos, más por imperativos de su
profesión que por escapar o ayudar a escapar de la “implacable
alienación”.
Era novedoso y, por lo tanto, capaz de arrastrar prosélitos el
presentar nuevos caminos para la ruptura de lo que Hegel lla-
mara conciencia desgraciada o abatida bajo múltiples aliena-
ciones. Cuando vivía de cerca el testimonio del Crucificado
apuntaba que era el amor y el trabajo solidario el único posible
camino; ahora, intelectual aplaudido por unos cuantos, doctor
por la gracia de sus servicios al subjetivismo idealista, ha de
presentar otra cosa: ¿Por qué no el odio que es, justamente, lo
contrario que el amor?
Pero, a fuer de materialista, "doctorado" en Materialismo,
Karl Marx habrá que prestar “raices naturales” a ese odio. Ya
está: en buena dialéctica hegeliana se podrá dogmatizar que
“toda realidad es unión de contrarios”, que no existe progreso
porque esa “ley” se complementa con la “fuerza creadora” de
la “negación de la negación”... ¿Qué quiere esto decir? Que así
como toda realidad material es unión de contrarios, la obliga-
da síntesis o progreso nace de la pertinente utilización de lo
negativo.

204
En base a tal supuesto ya están los marxistas en disposición
de dogmatizar que, en la historia de los hombres, no se progre-
sa más como por el perenne enfrentamiento entre unos y otros:
la culminación de ese radical enfrentamiento, por arte de las
“irrevocables leyes dialécticas” producirá una superior forma
de “realidad social”. Y se podrán formular dogmas como el de
que “la podredumbre es el laboratorio de la vida” o el otro de
que “toda la historia pasada es la historia de la lucha de
clases”.
En ese odio o guerra latente, tanto en la Materia como en el
entorno social, no cabe responsabilidad alguna al hombre cuya
conciencia se limita a “ver lo que ha de hacer” por imperativo
de “las fuerzas y modos de producción”.
Asentado en tal perspectiva, de lo único que se trata es de
que la subsiguiente producción intelectual y muy posible as-
cendencia social gire en torno y fortalezca la peculiar expre-
sión de ese subjetivismo idealista de que tan devotos son los
personajes que privan en los actuales círculos de influencia.
Epígono de Marx y compañero en lo bueno y en lo malo fue
Federico Engels, de quien proceden algunas formulaciones del
llamado materialismo dialéctico.
Ambos aplican y defienden la dialéctica hegeliana como
prueba de la autosuficiencia de la materia, cuya forma de ser y
de evolucionar marca para su discurso cauces especificamen-
te dialécticos a la historia de los hombres “obligados a produ-
cir lo que comen” y, como tal, a desarrollar espontaneamente
“los modos y medios de producción”.
Por la propiedad o no propiedad de esos “medios de produc-
ción” se caracterizan las clases y sus perennes e irreconcilia-
bles conflictos...

205
Creencias, Moral, Arte o cualquier expresión de ideología es
un soporte de los intereses de la clase que domina.
El Proletariado, última de las clases, está llamado a ser el ár-
bitro de la Historia en cuanto sacuda sus cadenas (“lo único a
perder”) e imponga su dictadura, paso previo y necesario para
una idílica sociedad sin clases y, por lo mismo, en perpetua
felicidad.
Eso y no más es el “socialismo científico” o teoría que, sin
prueba alguna, pretende mostrar cómo la materia es autosufi-
ciente, evoluciona en razón a estar sometida en todo y en cada
una de sus partes a las perpetuas contradicciones en que se
basaría su propia razón de ser. Esta misma materia, en sus se-
cretos designios, alimentaría la necesidad de que apareciera el
hombre, que ya no es un ser capaz de libertad ni de reflexionar
sobre su propia reflexión: es un ser cuya peculiaridad es la de
producir lo que come.
Para los marxistas el ser humano, como cualquier otro ele-
mento material, está sometido, en su vida y en su historia, a
perpetuas contradicciones, luchas, que abren el paso a su desti-
no final cual es el de señorear la tierra como especie (no como
persona) que aprenderá a administrar sus placeres.
Lo de “socialismo científico” representa una idea-fuerza en
las prédicas de Marx, Engels y sus herederos. Es “socialismo”
porque ellos lo dicen y es ciencia, porfían, porque, desde el
materialismo y por caminos “dialécticos” (el summum del
discurrir en la Europa postnapoleónica), rasga los velos del
obscuro idealismo alemán, porque encierra y desarrolla los
postulados de la “Ciencia Económica” inglesa (recuérdese a
Adam Smith, Riccardo, etc...), porque pinta de supuesta reali-
dad las utopías de los socialistas franceses (Saint Simón,
Fourier, Proudhon...)

206
El “auto de fé” o implacable requisitoria contra los otros so-
cialismos (sentimentaloides, farfuleros, utópicos, burgue-
ses...) lo constituyó, sin duda alguna, el Manifiesto
Comunista, “libro sagrado” del revolucionarismo mundial.
Lo de “socialismo científico”, sin demostración alguna, lo-
gró “hacer mercado” como producto de gran consumo para
cuantos esperaban de la ciencia el aval de sus sueños de revan-
cha; gracias a ello, la justicia social será un “producto mate-
rial” en cuyo logro nada tiene que ver el compromiso personal.
Del tal “producto material de primer orden” se derivarán
otros muchos secundarios productos que, obviamente, habrán
de conquistar previamente a los agentes de distribución, los
llamados “intelectuales progresistas”. Merced a la pertinente
labor de éstos, enseguida resultarán apetecibles al gran públi-
co, el cual, por supuesto y dado que no se cuenta con la amal-
gama de la generosidad y sí del oportunismo, pronto será
víctima de los mismos sino de peores atropellos.
Es el Manifiesto Comunista, repetimos, la más impactante
y populista expresión del comunismo, también llamado socia-
lismo científico:
El Manifiesto Comunista es, sobre toda otra publicación del
sector, “libro sagrado” del revolucionarismo mundial, nacido
en paralelo con la revolución que acabó con la “burguesa
monarquía” de Luis Felipe de Orleans .
Sobre el Manifiesto Comunista escribió Lenin: “Este breve
folleto tiene el mérito de un volumen completo. Hasta hoy día,
su espíritu inspira y guía a todo el proletariado organizado y
luchador del mundo civilizado”.
En la línea de nuestra exposición, conviene recordar las si-
guientes puntualizaciones de Engels:

207
Aunque el “Manifiesto” es nuestra obra común, consi-
dérome obligado a señalar que la tesis fundamental, el nú-
cleo del mismo, pertenece a Marx. Esta tesis afirma que en
cada época histórica el modo predominante de producción
económica y de cambio y la organización social que de él
se deriva necesariamente, forman la base sobre la cual se
levanta, y la única que explica, la historia política e inte-
lectual de dicha época; que, por tanto (después de la diso-
lución de la sociedad gentilicia primitiva con su propiedad
comunal de la tierra), toda la historia de la humanidad ha
sido una historia de lucha de clases, de lucha entre explo-
tadores y explotados, entre clases dominantes y clases
oprimidas; que la historia de esas luchas de clases es una
serie de evoluciones, que ha alcanzado en el presente un
grado tal de desarrollo en que la clase explotada y oprimi-
da — el proletariado — no puede ya emanciparse del yugo
de la clase explotadora y dominante - la burguesía — sin
emancipar al mismo tiempo, y para siempre, a toda la so-
ciedad de toda explotación, opresión, división en clases y
lucha de clases. A esta idea, llamada, según creo, a ser
para la Historia lo que la teoría de Darwin ha sido para la
Biología, ya ambos nos habíamos ido acercando poco a
poco, varios años antes de 1845.
Podemos decir que si las aportaciones de Marx al socialis-
mo científico, obra de de ambos, quedan inequívocamente
reflejadas en lo que se recuerda con el nombre Materialismo
Histórico con el determinismo económico como factor
principal, las aportaciones de Engels estuvieron orientadas
a brindar una lógica natural a todo el sistema de forma que el
conjunto mereciera ser reconocido como la ciencia exacta
que ambos pretendían.
Ya hemos dicho que se reconoce como Materialismo Dia-
léctico a esa “lógica natural”, que Engels dijo ver en la Dialéc-

208
tica por la que se rigen todas las causas y fenómenos naturales,
desde la fuerza universal que subyace en la Materia, como ge-
nuino y exclusivo efecto de su eterna forma de ser, hasta todas
y cada una de las expresiones materiales en que, pasando por
los cuerpos celestes, se expresa cuanto se mueve en el univer-
so desde un simple átomo hasta el hombre, entidad que, según
Marx y Engels, es simple materia con la capacidad de producir
lo que come.
Con los distintos capítulos, en que se desarrollan tanto el
Materialismo Histórico como el Materialismo Dialéctico, am-
bos complementarios entre sí, se cierra un sistema, el Socialis-
mo Científico o Comunismo que, según los seguidores de
Marx y Engels, muestra la inutilidad de Dios: aunque sin las
contundentes pruebas requeribles a la Ciencia Experimental,
desde el juego de las ideas se ha llegado así a concebir una
eterna Materia que se basta a sí misma para lograr, incluso, las
más complejas realizaciones espirituales: es como si fuera om-
nisciente, omnipotente y omnipresente en todas y cada una de
las manifestaciones de la Realidad Universal. Todo ello,
naturalmente, requiere ser demostrado, cosa que nadie ha lo-
grado hasta ahora.
Ello no obstante, obviando la precisa e imprescindible de-
mostración, no faltan reputados intelectuales que presentan al
Marxismo como el insuperable humanismo de nuestro tiempo.
Entre éstos podemos incluir a Erich Fromm (1900-1980), ju-
dío como Marx y Freud.
Luego de pretender la difícil simbiosis entre el “Materialis-
mo Dialéctico” y el “Psicoanálisis”, se olvidó Fomm de Freud
para centrarse en el “valor humano” de la herencia de Marx y
presentar lo que llama “Humanismo dialéctico”. En su “El
Corazón del Hombre” ve Fromm a la especie humana actual

209
como esclavizada por los valores del Mercado en cuanto todos
y cada uno de sus integrantes se han transformado a sí mismos
como bienes de consumo, incluida la propia vida que ha de in-
vertirse material y provechosamente: es la vuelta al mundo
como “un inmenso campo de habas en el que todo un rebaño
puede saciarse a placer”.
Con veleidades anarquizantes, Fromm (que, ciertamente,
dominaba el arte del saber hablar) rememora a Hobbes y su
teoría del “hombre lobo para el hombre” (homo homini lu-
pus) apuntando que también ha captado lo de “cordero al que
llevan al matadero”, síndrome que, según él, aqueja a la gran
masa. De ahí el que considere igualmente culpables al tirano
como a los que se dejan tiranizar; lo dice así:
Pero si la mayor parte de los hombre fueron corderos
¿Por qué la vida del hombre es tan diferente de la del cor-
dero? Su historia se escribió con sangre; es una historia
de violencia constante, en la que la fuerza se usó casi inva-
riablemente para doblegar su voluntad. ¿Exterminó Ta-
laat Pachá por si solo millones de armenios? ¿Exterminó
Hitler por si solo a millones de judíos? ¿Exterminó Stalin
por si solo a millones de enemigos políticos? Esos hom-
bres no estaban solos, contaban con miles de hombres que
mataban por ellos y que lo hacían no solo voluntariamen-
te, sino con placer1.
Ello quiere decir que, según Fromm, todos somos víctimas
del “Síndrome de decadencia” que “mueve al hombre a des-
truir por el gusto a la destrucción y a odiar por el gusto de
odiar”. Consecuentemente, “el hombre ordinario con poder

1 Wikipedia

210
extraordinario es el principal peligro para la humanidad y no
el malvado o el sádico”.
Ese negro horizonte, que nos pinta Fromm, sin otra válvula
de escape que el “Humanismo dialéctico”, no deja de ser una
fría tradución de la utopía materialista sobre la que tanto teori-
zaron Marx, Engels, Lenin, etc., etc.,… ello sin parar mientes
en la “sangre, sudor y lágrimas”, que han salpicado tantos y
tantos irreflexivos caminos hacia el no ser de la libertad: es
decir, hacia la cruda y escueta alienación.
******** ********
Para el mundo, ése podría haber sido el horizonte, si Jesús de
Nazareth, el Hijo de Dios, no hubiera venido al mundo para
mostrarnos sin equívoco alguno y con el sello de su propia
sangre, el Camino, la Verdad y la Vida.
Para fortuna de la Humanidad, así lo entienden no pocas per-
sonas de buena voluntad; entre ellas, de forma destacada, SS
Benedicto XVI, quien, entre las verdades que le dicta el Rea-
lismo Cristiano, en su encíclica “Caritas in Veritate” (el
Amor en la Verdad - julio 2009) destaca:
“un cristianismo de caridad sin verdad se puede confun-
dir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos,
provechosos para la convivencia social, pero margina-
les”. Para el Progreso en todos los órdenes son imprescin-
dibles “dos criterios orientadores de la acción moral: la
justicia y el bien común”, valores que han de regir la vida
del “cristiano con vocación y posibilidades de incidir en
la polis. Ésta es la vía institucional del vivir social”.Re-
cuerda el Papa el “Mensaje de la ”Populorum progres-
sio" de Pablo VI que “reafirmó la importancia
imprescindible del Evangelio para la construcción de la
sociedad según libertad y justicia”.

211
Contrariamente al crudo egoismo insolidario (el genuino
centro del mal, según los Padres de la Iglesia, desde San Agus-
tín a él mismo) el Papa nos recuerda:
“La fe cristiana , comenta el Papa, se ocupa del desarro-
llo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder (...)
sino solo en Cristo”.
Frente a los acuciantes problemas de la Sociedad actual, ve
necesaria “una nueva síntesis humanista”, que facilite el
crecimiento económico “sin que aumenten las desigualdades
y nazcan nuevas pobrezas". Previene contra las trampas de un
relativismo saturado de “eclectismo cultural” en el que se con-
sidera “substancialmente equivalentes” los dichos de unos y
otros, vengan o no de palmarios errores, a fecten o no a la dig-
nidad natural del ser humano, libre y responsable de aplicar su
personales capacidades al servicio de la Comunidad.
En el tercer capítulo de su Encíclica, “Fraternidad, desarro-
llo económico y sociedad civil”, el Papa hace ver que
“debido a una visión de la existencia que antepone a
todo la productividad y la utilidad. (...) El desarrollo, (...)
si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio
dar espacio al principio de gratuidad”, lo que quiere decir
que una genuina Economía Social de Mercado debe estar
“ordenada a la consecución del bien común, que es res-
ponsabilidad sobre todo de la comunidad política”.
“La economía -afirma el Papa en el cuarto capítulo de la re-
ferida Enciclica- tiene necesidad de la ética para su correcto
funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga
de la persona”. La misma centralidad de la persona, escribe,
debe ser el principio guía “en las intervenciones para el desa-
rrollo” de la cooperación internacional. (...) Los organismos
internacionales -exhorta el Papa- deberían interrogarse sobre
la real eficacia de sus aparatos burocráticos", “con frecuen-

212
cia muy costosos”. Ello será posible, dice en el quinto capítulo
“si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública ”.
“La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilu-
sión de la propia omnipotencia”. La cuestión social se
convierte en “cuestión antropológica”. La investigación
con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, “son
promovidas por la cultura actual”, que “cree haber desve-
lado todo misterio”. El Papa teme “una sistemática plani-
ficación eugenésica de los nacimientos”.
En la Conclusión de la Encíclica, el Papa subraya que el
desarrollo “ tiene necesidad de cristianos con los brazos
elevados hacia Dios en gesto de oración ”, de “amor y de
perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de
justicia y de paz ”.
¿No vemos ahí una verdadera lección de cómo romper
cadenas (superar la llamada “alienación”) en personales
ejercicios de Generosidad y Libertad con la mira puesta en
el testimonio de Jesús de Nazareth, que todo lo hizo bien?

Alcorcón - Madrid, julio de 2009


Antonio Fernández Benayas

213
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LECC.SOBRE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA – W.F.Hegel.
LES DOCTRINES ECONOMIQUES – J.Lajugie – P.U.F.
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LES ORIGINES DE LA BOURGEOISIE – R,Pernoud – P.U.F.
LES SOURCES ET SENS DU COMMUNISME RUSSE – N.Berdiaev
LO QUE VERDADERAMENTE DIJO MAO – P.Devillers – Aguilar
LO QUE VERDADERAMENTE DIJO TEILHARD – C.Cueto.
LOS HEREJES DE MARX – M. Spieker – EUNSA
LOS ORIGENES DEL MARXISMO – C. Valverde – B.A.C.
LUTERO Y EL NAC. DEL PROTESTANTISMO – J.Atkinson
M.LUTERO: SOBRE LA LIBERTAD ESCLAVA – L.F.Mateo
MACHIAVEL – G.Mounin - P.U.F.
MAO HA MUERTO – T.L.Verdejo – B. Picazo.
MARCHANDS ET BANQUIERS DU MOYEN AGE – J.le Goff
MARX – B. Nicolaesvsky – Ed. Cid.
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MARX Y LOS JÓVENES HEGELIANOS – D.M.Lellan –
MARX Y MARXISMO – A. Piettre – Ed. Rialp.
MARX, ENGELS Y EL MARXISMO – Lenin – Ed.L. Extranjeras.
MARXISMO, EXISTENCIALISMO, PERSONALISMO – J. Lacroix
MATER ET MAGISTRA – Juan XXIII – Apostolado de la Prensa.
MAURICE BLONDEL – H-Lacroix – P.U.F.
METAFÍSICA – Aristóteles – Sarpe
MONTAIGNE – A.Cresson – P.U.F.
OBRAS COMPLETAS DE SAN BERNARDO – B.A.C.
OEUVRES COMPLETES – Karl Marx – Ed. Costes.
O. DE LA FAMILIA, LA PROPIEDAD Y ESTADO – F.Engels
PAUL, APOTRE DE CHRIST – E.B.Allo – E.du Cerf.
PENSAMIENTOS – B.Pascal – Col. Austral
PERSPECTIVES DE L’HOMME – Roger Garaudy – P.U.F.
ROUSSEAU – A.Cresson – P.U.F.
SAGRADA BIBLIA – Nácar-Colunga – B.A.C.

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SAINT AUGUSTIN - A. Cresson – P.U.F
SCHOPENHAUER - A.Cresson – P.U.F.
SOCIOLOGIE – A.Comte - P.U.F
STRAUSS – LA VIDA DE JESÚS – M.A.Tabet – Magisterio Español
SUMA TEOLOGICA – Santo Tomás – Col. Austral.
TEILHARD DE CHARDIN – C.Cuenot – Seuil.
TRAITE DU DESESPOIR – S. Kierkegard – Gallimard
VIVES, GOETHE – Ortega y Gasset – El Arquero.
VOLTAIRE – R.Pomeau – Seuil
INDICE
Introducción............................................................................... 3
1.- Actualidad de Karl Marx y su obra ..................................... 9
2.- La época y el lugar............................................................. 13
3.- Su medio familiar y social ................................................ 19
4.- La formación cristiana de Karl Marx ................................ 23
5.- Creencias y ocurrencias en la Europa contemporánea ...... 27
6.- Berlín y los "mercaderes de Filosofía" ................................ 49
7.- Jenny von Whesphalen, la enamorada esposa .................. 57
8.- Romántica evasión hacia el nihilismo ateo ....................... 63
9.- La revelación de Feuerbach, “arroyo de fuego”................ 71
10.- Moisés Hess, doctrinario comunista ................................ 79
11.- La experiencia periodística .............................................. 83
12.- En el París burgués, bohemio y revolucionario ............... 87
13.- El anarco-socialismo de P.J. Proudhon ........................... 95
14.- Federico Engels, amigo y pragmático colaborador ........ 101
15.- La lucha de clases, supuesto motor de la Historia .......... 105
16.- Definitiva “liberación” de la vieja filosofía ................... 113
17.- La “razón” Proletaria ...................................................... 121
18.- La “ciencia” económica y sus determinismos ............... 129
19.- Los principios del Comunismo, según Engels y Marx. .. 139
20.- El Manifiesto Comunista de 1848 .................................. 145
21.- Karl Marx y las revoluciones de su tiempo .................... 159
22.- El exilio londinense ........................................................ 167
23.- La gestación de Das Kapital y otras actividades ............ 175
24.- Los ultímos años de Karl Marx ...................................... 179
25.- El legado literario ........................................................... 187
26.- Fieles, revisionistas y renegados .................................... 193
27.- La Cosmovisión Marxista ¿una alienación? ................... 201
Bibliografía ............................................................................ 217

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