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Qué quiso decir Lacan con que “no hay palabra sin respuesta”.
Decir que
el psicoanálisis no tiene sino un médium, la palabra del paciente
(esto es: ella es con lo único con que puede trabajar)
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no es capricho.
Tampoco dogma.
Lacan bien sabía que parece tan “natural” hablar que hace falta un esfuerzo
para no convertir al hecho complejo que está en juego cada vez que “alguien
me habla” en una cuestión transparente y obvia en la que ni vale la pena
detenerse.
Vayamos articulando lo que vimos del capitulo así titulado. Eve, la chica que
entra a consultorios externos y se encuentra con House no fue a buscar a una
persona de ésas que alguien llama psicoanalista (tampoco a un psiquiatra o a
un psicoterapeuta).
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Acaso tan sólo se haya dicho: "voy al hospital, quiero asegurarme de no
haber sido infectada por ese hijo de puta que me violó".
¿Por qué?
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y que éste es el meollo de su función (la de la palabra) en el
análisis”.
Sigamos entonces con lo vivo del diálogo entre Eve y House.
Ella viene acaso para saber si ha quedado infectada. Sin embargo en algún
momento empieza a querer ser escuchada por House.
Como sea: no hay caso, House, estás atrapado en una habitación y eso se
siente en el cuerpo.
“¿Te estoy violando?”, le pregunta Eve.
“Pero si el psicoanalista
ignora que así sucede en la función de la palabra,
no experimentará sino más fuertemente su llamado”
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House se inquieta, pasea por la habitación física, la habitación tridimensional
(está claro que la habitación en la que está atrapado no está construida de
ladrillos sino de palabras dirigidas).
Ahora bien, “el poder discrecional del oyente” (sobre eso volveremos cuando
veamos “Todos dicen te quiero” de W. Allen) también juega su juego en el
entre dos de la palabra:
Como sea, esa habitación entre dos termina de construirse con el modo de
respuesta del oyente, en este caso House.
Y la posición de nuestro sherlockiano médico no es sin
su persistencia en ser el oyente que él quiere ser.
No se prestará, por ejemplo, a hablar del tiempo: ¡a las cosas o nada!.
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(*) sobre los rieles de este asunto correrán reflexiones de Lacan tales como el planteo de
“intersubjetividad”, su posterior abandono por el de “disparidad subjetiva” y de “semblante de objeto” .
Todas cuestiones que son fruto de pensar eso que en psicoanálisis se llama la transferencia.
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Como si lo que estuviera en juego en el hablar fuera un intercambio de
palabras obedientes a la voluntad de los que hablan.
Como si las palabras no llamaran más allá de la voluntad de decir tal o
cual idea.
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“¿¿qué de mí??”
“No se deja” es “no se deja explicar por el amo”. Gracias a eso es que
nació el psicoanálisis. Y es por que perdieran de vista este que Lacan salió
a cuestionar la práctica de aquellos que él llamaba postfreudianos.
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El problema está en que él entiende argumentos y la experiencia que inauguró
Freud nos enseña que ningún argumento está a la altura de lo que esa
pregunta llama (que la pregunta de House llame no quiere decir que “YO,
House” sepa qué es lo que está llamando)
Es que ese “usted está herido” no tiene valor en tanto argumento. El valor
de esa respuesta no está en “herido”. Eso nada explica de lo que está en
juego entre ellos. De explicarlo, bastaría con juntar gente herida para que con
cada uno la muchacha pudiera establecer un vínculo igual de satisfactorio que
el que al fin logra con House.
Entonces conviene estar muy atentos cuando nos preguntamos como analistas
“¿por qué este paciente me dirige esto a mí?”. Es ese tipo de preguntas que
valen no por las respuestas que obtienen (respuestas siempre fallidas) sino
porque según desde dónde las hagamos se convierten en verdaderos
“abrelatas”: mantienen la brecha abierta. Esa brecha que se expresa por
ejemplo en ese no sé qué del modo en que House está herido. Es un no sé
qué que posiblemente ni la misma paciente podría terminar de explicar.
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Una es desde una posición que se hace cargo de lo recién afirmado sobre el
“no sé qué”. Digamos que es la posición de oyente que permite el diálogo
analítico. Es la posición del destinatario de “la palabra que llama respuesta”
que se deja tomar por la situación. Literalmente: se deja. Aunque no sepa
aún qué se le demanda allí
(verán entonces que no es simplemente “prestarse al diálogo”, uno puede
prestarse a charlar mucho y de lo que sea y sin embargo “no dejarse”).
El otro modo es el que tiene House en buena parte de la historia: una posición
absolutamente alineada con lo que por ahora llamaremos “Yo, House”. Una
posición que la podríamos explicar así: “Yo, House” entiendo, y lo que no
entiendo ahora podré entenderlo tan pronto como el paciente ponga lo que
tiene que poner en la comunicación; pero, si en lugar de eso, vamos a estar
hablando al divino botón sobre el tiempo…. ¡entonces no cuenten conmigo!”.
El punto es que esta muchacha, al modo de aquellas otras muchachas con las
que se encontrara Freud a fines del siglo XIX, no le habla a “Yo, House”.
Recordarán esos pasajes que fuimos señalando, cuando ella parecía “salirse”
de la línea del contenido del diálogo para apuntar a eso que los argumentos de
“Yo, House” no podían explicar. Ya desde el primer rechazo ella le dice: “¿y
entonces por qué está aquí?... ¿usted dice que lo obligaron?... ¿y por qué me
lo aclara?, ¿qué necesidad?”. En definitiva, las preguntas de esta chica
parecieran decir “oiga House, ¿qué de usted lo tiene aquí conmigo?, ¿qué de
usted que el Yo, House desconoce?”
Que el oyente llamado sea House, el campeón de la razón, viene como anillo
al dedo para recordarnos que la palabra con la que trabaja el psicoanálisis no
es una palabra que se dirige a un oyente con saber ("uy, cuánto sabe este
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tipo, yo me voy a analizar con él") sino que se dirige, sin saberlo, a un
oyente con cierto no sé qué.
Guillermo Cabado
(1) Esta fuerte limitación que Lacan nos recuerda en el pasaje de “Función y
campo…” tiene otra consecuencia: la de ver cómo, ni bien se traspasa el
limitado campo del diálogo analista/analizante, se evapora el valor
de la teoría psicoanalítica. Por ejemplo cuando se la quiere aplicar a
cuestiones que suceden fuera del consultorio (asuntos sociológicos,
pedagógicos, etc.): queda reducida a un montoncito de frases especulativas
condenadas a morir de inanición por estar "fuera de la pecera" de la
transferencia analítica (a cuyo calor se forja la teoría del psicoanálisis).
(2) El capítulo “One day, one room” fue dirigido por el argentino Juan José
Campanella. El guión escrito por su guionista principal, que no por principal
escribe muy seguido en la tira: David Shore
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