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Los lenones de Tenancingo no existen como banda, sino es una estructura familiar que
funciona como unidad económica dedicada al tráfico de mujeres para la explotación sexual,
actividad a la que jurídicamente se denomina lenocinio y que en el sur del estado se identifica
como actividades de kalimanes, caimanes o caliches.
Sin embargo, “el fenómeno ya no causa preocupación entre los habitantes de la región, sino
envidia, por la gran influencia política; económica y hasta religiosa de la que, gozan quiénes se
dedican a esa actividad”, en razón de ser “un modo de vida tolerado en la zona sur de la
entidad”, como lo reconoce Amando Tezmol Flores, entonces regidor del ayuntamiento de San
Pablo del Monte, refiere un estudio realizado, al respecto por una institución académica del
estado.
O como lo declara una de las informantes en el trabajo denominado “La Merced pobreza,
vulnerabilidad y comercio sexual”; realizado por la Asociación para el Desarrollo Integral, en el
sentido de que así como hay pueblos de pescadores, de ganaderos y de barbacoleros, este es
un pueblo de padrotes”.
Aunque Jaime Montejo, coordinador de proyectos especiales de Brigada Callejera, hace una
afirmación temeraria recogida por Humberto Padgett en el periódico Reforma “Los
tlaxcaltecas ejercían la venta de mujeres a distintos pueblos, entre ellos a los aztecas, tras la
conquista les vendieron mujeres a los españoles y tras la independencia a quien fuera tienen
una herencia ancestral en el tráfico de mujeres”.
El tráfico y la explotación sexual no se ven como un problema porque es un “negocio” que se
basa en la organización y en la estructura de “la familia”, muy similar a las mafias sicilianas,
donde el padre controla la el dinero, mientras los hijos y los primos secuestran y atrapan a las
víctimas.
En estudios realizados por la Universidad Autónoma de Tlaxcala entre ellos los titulados
“Diagnóstico de la explotación sexual comercial infantil en el estado de Tlaxcala” y “Un grito
silencioso. Tráfico de mujeres en México. El caso de Tlaxcala”, se lee el proceso de enganche,
de inducción, de explotación y de mantenimiento de esta práctica en Tenancingo, Papalotla,
San Pablo del Monte, Acuamanala y Ayometla.
Primera parte
En la parte alta del volcán La Malinche están las comunidades indígenas que en curso de la
última mitad del siglo XX, han vivido de la fabricación de carbón vegetal, de los cultivos
agrícolas de maíz de temporal, frijol y calabaza, que nunca son totalmente suficientes para
mantener la dieta alimenticia de las familias nahuas.
Los efectos de las políticas nacionales de los años 1934—1940 del periodo cardenista, que
transmontaron drásticamente las actividades económicas de los indígenas del área boscosa al
convertirla en Parque Nacional de La Malinche al mismo tiempo que la nacionalización del
petróleo permitió el consumo del energético en la industria y los hogares de La Malinche pero
también condujo a que las tradicionales comunidades carboneras hacia 1960 sintieran los
efectos de la falta de mercado regional de las industrias y el consumo de los derivados del
bosque —carbón y leña— en los hogares de la región Tlaxcala- Puebla.
Las viejas políticas cardenistas y la transformación económica regional incidió drásticamente
en las familias nahuas cuando en la década de los sesentas el bosque de La Malinche quedó sin
grandes áreas de maderables, propiciándose una salida masiva de la población masculina en
busca de nuevas actividades económicas en las ciudades de Puebla y México principalmente.
Las comunidades tlaxcaltecas de Acxotla del Monte, Tetlanohcan, San Isidro Buensuceso y
hasta San Miguel Canoa, esta última del estado de Puebla, que mantenían la tradición del
trabajo obrero desde el último tercio del siglo XIX en la recién fundada industria sobre el rió
Atoyac—Zahuapan, debió modificar sus estructuras familiares cuando sus miembros pasaron
de los trabajos campesinos a los trabajos urbanos, como en la industria, en la construcción y
en los servicios, donde se requirió de educación primaria, hablar español, conocimiento y
destrezas técnicas, así como de la edad de 18 años y documentos oficiales que acreditaran su
dicho.
Sin embargo, no toda la mano de obra masculina corrió por las causes legales del trabajo
citadino, sino que muchos varones que habían pasado por una histona laboral de campesino—
obrero, pronto renuncio al enclaustramiento fabril para dedicarse a la prostitución de mujeres
durante las décadas de los sesentas y setentas.
Patricia Arias (1992:7) argumenta que las sociedades rurales a finales de 1970 se embarcaron
en un proceso productivo en su propia tierra, pero donde no necesariamente continuaron
viviendo de sus productos. Este fenómeno en las comunidades del volcán La Malinche,
permitió la especialización de las actividades desempeñadas tanto al interior como al exterior
de ellas, como artesanos que elaboran sarapes en Chiautempan y Contla los vendedores de
frutas y albañiles de La Magdalena Tlaltelulco los migrantes de Tetlanohcan; los músicos,
estilistas y dulceros de Acuamanala; los obreros y comerciantes de Zacatelco y los proxenetas
de Acxotla del Monte, Tenancingo y Olextla.
Partimos del supuesto que las actividades realizadas por los hombres, en su ejercido cómo
inducidores de mujeres a la prostitución, forma un nuevo campo laboral que cada vez más
amplía su radio de acción- y cobra importancia crucial para el sostenimiento económico de
grupos domésticos. Y cómo esta nueva actividad ilícita y violenta ha incidido en la nueva
organización familiar que se transformó por el impacto del trabajo de la prostitución.