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De la Redacción / I de IV

En febrero de 2004, Tlaxcala salta a la página de los diarios internacionales porque se da a


conocer la noticia de que en Nueva York ha sido detenida una banda que se dedica al tráfico
de mujeres para el comercio sexual. Los integrantes de esa agrupación delictiva se conocieron
como los Flores Carreto, quienes a partir de ese hecho serán conocidos como “los lenones de
Tenancingo.”

Los lenones de Tenancingo no existen como banda, sino es una estructura familiar que
funciona como unidad económica dedicada al tráfico de mujeres para la explotación sexual,
actividad a la que jurídicamente se denomina lenocinio y que en el sur del estado se identifica
como actividades de kalimanes, caimanes o caliches.

Sin embargo, “el fenómeno ya no causa preocupación entre los habitantes de la región, sino
envidia, por la gran influencia política; económica y hasta religiosa de la que, gozan quiénes se
dedican a esa actividad”, en razón de ser “un modo de vida tolerado en la zona sur de la
entidad”, como lo reconoce Amando Tezmol Flores, entonces regidor del ayuntamiento de San
Pablo del Monte, refiere un estudio realizado, al respecto por una institución académica del
estado.

La situación se ha internalizado de tal manera que los habitantes de las comunidades


identificadas como base de está economía la reconocen como una práctica cotidiana como lo
refleja la respuesta que la presidente del Sistema Municipal para el Desarrollo Integral de la
Familia (DIF) de Tenancingo, quien a pregunta expresa señala que “si la gente es feliz así, pues
es su gusto” (28/XI/2005).

O como lo declara una de las informantes en el trabajo denominado “La Merced pobreza,
vulnerabilidad y comercio sexual”; realizado por la Asociación para el Desarrollo Integral, en el
sentido de que así como hay pueblos de pescadores, de ganaderos y de barbacoleros, este es
un pueblo de padrotes”.

Aunque Jaime Montejo, coordinador de proyectos especiales de Brigada Callejera, hace una
afirmación temeraria recogida por Humberto Padgett en el periódico Reforma “Los
tlaxcaltecas ejercían la venta de mujeres a distintos pueblos, entre ellos a los aztecas, tras la
conquista les vendieron mujeres a los españoles y tras la independencia a quien fuera tienen
una herencia ancestral en el tráfico de mujeres”.
El tráfico y la explotación sexual no se ven como un problema porque es un “negocio” que se
basa en la organización y en la estructura de “la familia”, muy similar a las mafias sicilianas,
donde el padre controla la el dinero, mientras los hijos y los primos secuestran y atrapan a las
víctimas.

En estudios realizados por la Universidad Autónoma de Tlaxcala entre ellos los titulados
“Diagnóstico de la explotación sexual comercial infantil en el estado de Tlaxcala” y “Un grito
silencioso. Tráfico de mujeres en México. El caso de Tlaxcala”, se lee el proceso de enganche,
de inducción, de explotación y de mantenimiento de esta práctica en Tenancingo, Papalotla,
San Pablo del Monte, Acuamanala y Ayometla.

Debido a la preocupación de las autoridades gubernamentales, las instituciones de asistencia


social, los organismos de derechos humanos y de la sociedad civil por el tema, y sobre todo por
la necesidad de contar con información, que no sean simples datos de encuestas de La Jornada
de Oriente —en siete entregas— de los estudios más serios sobre el surgimiento de los
proxenetas y la prostitución en el estado de Tlaxcala.

Por consideraciones de seguridad, se acordó con el autor no publicar su nombre. Pero


destacarse que es un trabajo serio realizado por un investigador actualmente reconocido
integrante del Sistema Nacional de Investigadores.

Primera parte

En la parte alta del volcán La Malinche están las comunidades indígenas que en curso de la
última mitad del siglo XX, han vivido de la fabricación de carbón vegetal, de los cultivos
agrícolas de maíz de temporal, frijol y calabaza, que nunca son totalmente suficientes para
mantener la dieta alimenticia de las familias nahuas.

Sus precarias economías domésticas siempre requirieron de la combinación de actividades


ligadas al bosque como la recolección de hongos, leña, madera y hasta la obtención de abono
del proceso de descomposición de los encinos para las plantas de ornato, así como la venta de
nuez de castilla en las ciudades de Chiautempan, Puebla, Tlaxcala y Zacatelco.

La crisis económica de las comunidades después de 1960 se hizo patente cuando se


establecieron los controles de las autoridades estatales sobre el bosque, pero también al
sobrevenir la debacle de la industria textilera regional y la finalización del programa bracero a
los Estados Unidos de Norteamérica, que condujo inevitablemente a los indígenas a una rápida
búsqueda de otras fuentes y actividades laborales que no fueran únicamente el trabajo fabril
del entorno poblano—tlaxcalteca, sino que se establecieron formalmente en la pujante
industria de la ciudad de México.

Los efectos de las políticas nacionales de los años 1934—1940 del periodo cardenista, que
transmontaron drásticamente las actividades económicas de los indígenas del área boscosa al
convertirla en Parque Nacional de La Malinche al mismo tiempo que la nacionalización del
petróleo permitió el consumo del energético en la industria y los hogares de La Malinche pero
también condujo a que las tradicionales comunidades carboneras hacia 1960 sintieran los
efectos de la falta de mercado regional de las industrias y el consumo de los derivados del
bosque —carbón y leña— en los hogares de la región Tlaxcala- Puebla.
Las viejas políticas cardenistas y la transformación económica regional incidió drásticamente
en las familias nahuas cuando en la década de los sesentas el bosque de La Malinche quedó sin
grandes áreas de maderables, propiciándose una salida masiva de la población masculina en
busca de nuevas actividades económicas en las ciudades de Puebla y México principalmente.

Las comunidades tlaxcaltecas de Acxotla del Monte, Tetlanohcan, San Isidro Buensuceso y
hasta San Miguel Canoa, esta última del estado de Puebla, que mantenían la tradición del
trabajo obrero desde el último tercio del siglo XIX en la recién fundada industria sobre el rió
Atoyac—Zahuapan, debió modificar sus estructuras familiares cuando sus miembros pasaron
de los trabajos campesinos a los trabajos urbanos, como en la industria, en la construcción y
en los servicios, donde se requirió de educación primaria, hablar español, conocimiento y
destrezas técnicas, así como de la edad de 18 años y documentos oficiales que acreditaran su
dicho.

Sin embargo, no toda la mano de obra masculina corrió por las causes legales del trabajo
citadino, sino que muchos varones que habían pasado por una histona laboral de campesino—
obrero, pronto renuncio al enclaustramiento fabril para dedicarse a la prostitución de mujeres
durante las décadas de los sesentas y setentas.

Patricia Arias (1992:7) argumenta que las sociedades rurales a finales de 1970 se embarcaron
en un proceso productivo en su propia tierra, pero donde no necesariamente continuaron
viviendo de sus productos. Este fenómeno en las comunidades del volcán La Malinche,
permitió la especialización de las actividades desempeñadas tanto al interior como al exterior
de ellas, como artesanos que elaboran sarapes en Chiautempan y Contla los vendedores de
frutas y albañiles de La Magdalena Tlaltelulco los migrantes de Tetlanohcan; los músicos,
estilistas y dulceros de Acuamanala; los obreros y comerciantes de Zacatelco y los proxenetas
de Acxotla del Monte, Tenancingo y Olextla.

Aunque actualmente las comunidades indígenas de Tlaxcala constituyen sociedades en


proceso de modernización que cuentan con los servicios de agua potable, energía eléctrica,
alcantarillado, carreteras pavimentadas, sistemas educativos, comercios y transporte que
conecta a las pequeñas comunidades con los centros industriales educativos o de poder, su
persistencia como comunidad étnica no corre en lógica de la reproducción desde una
perspectiva lingüística, como las categoriza el Estado mexicano, si no que existen sistemas de
reproducción social y control político que estructuran el conjunto de formas etnoculturales de
las sociedades, que son: 1) la reproducción del ciclo de desarrollo doméstico mesoamericano
donde los varones llevan a vivir a su mujer a casa de su padre, conceptualizado por David
Robichaux (1997); 2) las asambleas comunitarias donde se discuten y definen los proyectos de
desarrollo y etnopolítcos de la comunidad; 3) el sistema de cargos o jerarquía cívico —religiosa
que controlan las relaciones de poder, sociales y religiosas de los miembros participantes en el
sistema de poder; 4) el compadrazgo que regulas establece alianzas entre grupos familiares; 5)
la presencia anual del ciclo festivo del carnaval que permite la reproducción étnica de las
comunidades tlaxcaltecas.

Estas comunidades indígenas que han entrado en un proceso de modernización, pero no


necesariamente en la secularización de su vida social y ritual, también han logrado aceptar las
formas negativas de la prostitución de mujeres, donde los varones que ejercen estas prácticas
se ubican al margen del sistema jurídico nacional.

Este trabajo describe la inserción de los indígenas en el mundo de la prostitución de mujeres


desde 1960 hasta el presente, a partir de la obtención de datos etnográficos de 1991 a 2005,
entre los nahuas del suroeste de Tlaxcala.

Es de nuestro interés describir la especialización laboral de los indígenas que se desempeñan


como proxenetas o padrotes en las comunidades obrero-campesinas de Acxotla del Monte,
Acuamanala de Miguel Hidalgo, Ayometitla, Olextla, Santa Catarina Ayometla, San Cosme
Mazatecochco, San Isidro Buensuceso, San Pablo del Monte, Santa Cruz Quiehtla, San
Francisco Papalotla, San Francisco Tetlanohcan, San Luis Teolocholco, San Miguel Tenancingo,
San Francisco Tepeyanco y Zacatelco de la región del volcán La Malinche.

Partimos del supuesto que las actividades realizadas por los hombres, en su ejercido cómo
inducidores de mujeres a la prostitución, forma un nuevo campo laboral que cada vez más
amplía su radio de acción- y cobra importancia crucial para el sostenimiento económico de
grupos domésticos. Y cómo esta nueva actividad ilícita y violenta ha incidido en la nueva
organización familiar que se transformó por el impacto del trabajo de la prostitución.

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