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ARQUITECTURA DE LA REVOLUCIÓN

INTRODUCCIÓN

Desde el México novohispano, el norte fue tierra de colonización, estrategia de


ocupación del territorio retomada en el ambiente independentista de la segunda
mitad del siglo XIX, y de nuevo en el periodo posterior a la gesta revolucionaria.

La trayectoria acotada por los flujos colonizadores ha dejado huella en la


estructuración del territorio regional. La lógica de ocupación colonial desde el sur y
la costa del golfo de california se materializó en las secuencias de asentamientos
humanos ribereños y serranos, sobre todo en la estrategia de conquista inacabada
que articulo misiones, reales de minas, rancherías y presidios.

Y siendo así, las nuevas tentaciones de pobladores mexicanos en distintas zonas,


despertaba nuevas necesidades que la arquitectura en ese entonces tenía que
ocuparse de atender, a forma de lograr una plena elaboración en el diseño de
espacios para una nueva sociedad emergente—sería algo decir que era nueva,
cuando en realidad era todo lo contrario—ya que durante el gobierno de Porfirio
Díaz este nuevo sector fue profundamente olvidado y careció de atenciones.

Las inmensas planicies agrícolas y urbanas se convertirían en el libro en blanco del


urbanismo y la arquitectura funcionalista, donde la actividad económica, la
organización del territorio y la edilicia se funden en el pensamiento pragmático.

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MARCO TEÓRICO

La Constitución Mexicana fue promulgada en 1917, pero en algunas regiones de


México la Revolución continuó hasta 1920. Cuando terminó, muchas cosas habían
cambiado. El país quedó en manos de una nueva generación de hombres y mujeres
fogueados en la revolución.

Las huellas de la destrucción eran palpables en la agricultura, las minas, las fábricas
y el comercio; los caminos, los puentes, las vías de ferrocarril, los cables del
telégrafo, y muchas otras instalaciones.

Muchos soldados y civiles murieron en las batallas, o a manos de los bandidos que
aprovechaban el desorden, o por el hambre y las epidemias que provocó la lucha.
Muchos hombres y mujeres salieron del país, sobre todo a los Estados Unidos de
América, para buscar trabajo, o perseguidos por sus enemigos políticos.

Otros se fueron a vivir a las ciudades, en especial a la capital, porque eran más
seguras. En 1910 México tenía algo más de quince millones de habitantes; en 1921,
contaba con poco más de catorce millones. Entre muertos, desaparecidos y
exiliados, durante la revolución la población del país disminuyó en
aproximadamente un millón de personas.

Las actividades productivas estaban paralizadas. Lo único que seguía funcionando


con cierta regularidad eran los campos petroleros y algunas minas, que eran
propiedad de extranjeros y fueron respetados para que no hubiera dificultades con
los gobiernos de sus países.

En 1919, cuando finalizó la Revolución Mexicana, Venustiano Carranza era el


presidente del país. En 1920, se rebelaron contra él algunos de sus principales
generales: Plutarco Elías Calles,Álvaro Obregón yAdolfo de la Huerta. Durante aquel
año, Carranza fue asesinado, y Obregón fue elegido presidente.

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El General Álvaro Obregón es quien comenzó la etapa final. Con gran prestigio y
poder, trabajó afanosamente en otorgar derechos a obreros y campesinos, para
hacer crecer su base popular de apoyo y para asentar las bases de un esquema
político diferente.

Calles llegó al poder en 1924, y comenzó a aplicar una serie de reformas,


especialmente en materia agraria.

La revolución mexicana significo una serie de pautas a seguir de una nueva nación
emergente, que propiamente tiempo atrás no gozaba si quiera de un
protagonismo de atenciones –digamos adecuadas—en comparación a las de la
burguesía y toda familia de renombre e influencias durante el mandato gobierno
del presidente Porfirio Díaz.

Salud, educación y vivienda, fueron los 3 ejes mediante los cuales la filosofía
revolucionaria se debía construir el nuevo México, una nación en donde la justicia
fuera una imagen fácil de distinguir día a día, donde la arquitectura generara
espacios dirigidos a la nueva sociedad, un estilo a partir de un pasado, que
involucrará el proceso de simbolización del proyecto cultural y urbano de los
regímenes derivados del triunfo de la lucha armada.

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Tras el antiguo régimen, si bien son importantes las medidas tomadas desde 1915
por el gobierno carrancista, los fundamentos explícitos de la nueva sociedad
cristalizan en la nueva constitución de 1917, cuyos contenidos más relevantes
respecto al territorio, los núcleos de población y la arquitectura a impulsar, se
encuentran en los artículos 27 y 123. (Méndez, 2002:6)

Artículo 27

“la nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privacia las
modalidades que dicte el interés público (...) Con ese objetivo se dictaran las
medidas necesarias para el fraccionamiento de los latifundios; para el desarrollo de
la pequeña propiedad; para la creación de nuevos centros de población agrícola
con las tierras y aguas que les sean indispensables; para el fomento de la
agricultura y para evitar la destrucción de elementos naturales”

Artículo 123

La Revolución le señalaba a los arquitectos, sin cortapisa alguna, el derrotero por el


cual debían encaminar sus esfuerzos. En las páginas de diversos diarios nacionales,
así como en las de diversas revistas, se dieron a la tarea de presentar propuestas,
ideas y metas por medio de las cuales esclarecían los caminos a través de los cuales
podían dar nacimiento a una arquitectura que fuera simultáneamente “moderna”,
sí, pero sin dejar de ser “nacional”. Ser de su tiempo sin dejar de ser de su espacio.

“El estilo de la casa mexicana debe ser el que mejor cuadre”

Ni el proceso de cambio ni la multicitada modernidad esparcieron sus beneficios


en todo el país.

Los estilos churriguerescos y afrancesados, característicos del porfirismo, no daban


respuestas a las necesidades de una nueva nación.

“Dieron sentido a la Revolución, porque entonces hubo calles, escuelas, hospitales,


mercados y vivienda, entonces la gente supo que la Revolución había valido la
pena”.

El cambio implicó dejar el exceso de ornamentos por concretos en figuras lineales,


migrar al acero y estructuras más prácticas, lo que al final derivó en un nuevo

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rostro de México, con el cual recibiría más tarde a la bonanza petrolera que
comenzó a palparse entre los años de las décadas 30 y 40.

Los ejes revolucionarios

Salud, educación y vivienda fueron los tres ejes mediante los cuales la filosofía
revolucionaria construyó el nuevo México. El arquitecto Juan Legarreta, recuerda el
especialista Xavier Guzmán Urbiola, fue el “héroe de la vivienda”, pues no sólo
edificó construcciones para el trabajador, como el conjunto habitacional La
Vaquita, al norte de la ciudad, sino que pensó en la “madre de familia”.

“Entras a una de estas casitas y primero está la cocina, ¿por qué? Pues porque la
madre controla todo desde ahí, que los niños están jugando afuera. O que la sala-
comedor se convierte en un área para hacer un tallercito por las tardes. Los
arquitectos entonces, realmente se abocaron a dar respuestas a las necesidades de
la población de entonces”.

Guzmán Urbiola lo explica de esta manera: “Mientras que con Porfirio Díaz se hacía
una escuela con cierto presupuesto, O’Gorman construía 25 escuelas”.

Pero uno de los pilares y orgullos en este ámbito fue el arquitecto Pedro Ramírez
Vázquez con su modelo de Aula-Casa Rural, implementado también en países
como Italia, India y Brasil, y galardonado con el Gran Premio de la Trienal de Milán.
Con él, Ramírez Vázquez acercaba la educación en las comunidades más apartadas,
brindando a los maestros un lugar digno para vivir.

En cuanto a salud, fue el entonces secretario Gustavo Baz Prada quien reunió, por
primera ocasión, a médicos y arquitectos para buscar soluciones conjuntas y
funcionales a las enfermedades principales de la época.

De ahí salieron los planes para construir el hospital de Cardiología y el de


Tuberculosis, en los cuales la arquitectura formaba parte de la curación de los
enfermos, al considerar las necesidades de luz y espacio como parte integral de los
tratamientos, lo que resultó sumamente vanguardista para la época.

A la mexicana

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Los especialistas consultados coincidieron en que la arquitectura de la Revolución
buscó su propio estilo. En este proceso, los arquitectos volteaban la mirada a las
revistas estadounidenses y europeas, principalmente. Pero hubo quien también
encontró su inspiración en la Unión Soviética, la cual, entonces se perfilaba como
potencia en el mundo.

Vargas Salguero ubica una primera etapa de la arquitectura mexicana, en los años
20 y principios de los 30, cuya esencia sería la búsqueda de una personalidad
propia, a través de la exploración de las nuevas tendencias y el distanciamiento con
la corriente porfirista.

Más tarde, asegura Vargas, entre los años 30 a 1942, la arquitectura se topa con
una visión más clara y unitaria: “Porque las posturas divergentes del primer
momento de búsqueda ya dejaron su simiente. Y ya muy centrada en que la
arquitectura debía resolver las modalidades de vivir del mexicano”, explica. “Antes
no le preguntabas a la gente cómo vivía aquí, sino que copiabas la obra de otro
país”.

Xavier Guzmán Urbiola, antiguo responsable de la Dirección de Patrimonio


Inmueble del INBA, dice que con el comunista Hannes Meyer, arquitecto del
régimen soviético, dejó sentir la huella de la influencia rusa en México.

Meyer, invitado a México en 1938 por el entonces presidente Lázaro Cárdenas,


participó en el plan arquitectónico del país, en un inicio, desde las aulas, dando
clases en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico
Nacional. Y después en la Secretaría del Trabajo, en donde participó en la
planeación de la Unidad Habitacional de Lomas Becerra, que alojaría a dos mil
familias de trabajadores. Más tarde colaboró en la Comisión de Planeación de
Hospitales y en el Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de
Escuelas.

Para la especialista NoelleGrass, la pujante economía en el país también ayudó a


que la transición cultural dentro de los nuevos rostros arquitectónicos fuera más
rápida y eficientemente asimilada:

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“Se da de manera más radical después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la
economía de México tuvo una mejoría notoria y los clientes han empezado a ver
ese tipo de arquitectura en otras partes del mundo y sienten que esta nueva
expresión, de los materiales del acero, el concreto, para muchos significa progreso,
modernidad y entonces comienzan a demandar ese tipo de arquitecturas”.

Huella en territorio nacional

Presas

Ubicada en Sonora, la presa Álvaro Obregón es la más grande de la cuenca del río
Yaqui, ya que puede almacenar 3 mil 226 millones de metros cúbicos. Con su
construcción se generaron exportaciones de arroz, café, tomate y azúcar.

Carreteras

La carretera Panamericana, que va desde Ciudad Juárez hasta Ciudad Cuauhtémoc,


en la frontera con Guatemala, es un ejemplo de la estructura en forma de columna
que distinguen a las vías en el territorio nacional.

Industria

En Salamanca, Guanajuato, se inauguró en 1950 la refinería Antonio M. Amor, que


se convirtió rápidamente en un pilar de la economía del país. Esta ciudad creció
con rapidez hasta convertirse en un importante sitio de la industria.

Turismo

Después de la Revolución, el puerto de Acapulco, Guerrero, se convirtió en uno de


los principales centros turísticos del mundo, por lo que se construyeron obras
públicas como la avenida Costera, la Gran Vía Tropical y la carretera Escénica.

Puertos

El puerto Lázaro Cárdenas es punta de lanza del proyecto industrializador de la

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costa michoacana denominado en su conjunto Cuarto Polo de Desarrollo, el cual
empezó a cristalizarse a partir de la década de los años 70.

En el porfirismo, pues, la arquitectura siguió la predica del orden, de la parte


sometida al todo, e actitud imitativa, sectorial (se agrupó por similitudes sociales),
acartonada y solemne, siguió cánones rígidos y anacrónicos ya entonces
desechados por las vanguardias europeas.

“[…] La corte de Porfirio de Díaz se retrata, con sus gustos ya aspiraciones, en la


patética arquitectura de repostería europea del Palacio de Bellas Artes.” Cardoza y
Aragón, L. (1974 p. 149)

Los ornamentos copiados de manuales, eran reliquias de un lenguaje momificado,


sin mayos valor simbólico vivo que la posesión de un bagaje remoto e inaccesible
para las masas urbanas. La arquitectura se presentaba homogénea, acotada en
ciertos sectores, segregada.

La ciudad se presentaba en una narrativa plana y monorrítmica, de continuidad


basada en la homogeneidad formal de las fachadas en correspondencia con el
modelo a imitar.

En cambio, en el contexto urbano la arquitectura del nacionalismo revolucionario


se presenta fragmentada (no hay similitud formal de los edificios por el hecho de la
contigüidad), historicista (identificada con el episodio revolucionario), acumulativa
(la secuencia en espacio urbano agrega símbolos para obtener la unidad) y
populista (las áreas habitadas por los distintos grupos sociales se “integran” a partir
de los elementos primarios, a la vez que se diferencian y separan en los nuevos
montajes sociales constituidos por los fraccionamientos residenciales y de vivienda
popular).

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Todos los inicios tienen un alto porcentaje de búsqueda, incluso los más
planeados. La gran distancia que media entre desear algo y saber los caminos para
acceder a ello, dan lugar a virajes, a tanteos. El primer momento constructivo de la
Revolución, no fue la excepción. La fase armada contó y encontró los cuerpos de
mando adecuados para el enfrentamiento militar. El movimiento constructivo
carecía de ellos.

Para los arquitectos y la sociedad toda, el primer momento fue plenamente


inaugural. Lo más con que contaba era una idea idílica de lo que se quería, pero se
ignoraba los caminos y veredas por medio de los cuales ser haría realidad.

A ello se sumaba la falta de claridad que la sociedad civil tenía acerca de la forma,
las interrelaciones, el carácter y las dimensiones que debían tener los espacios que
estaba solicitando.

Dos aspectos básicos caracterizaron al momento: el primero, la dificultad de


elaborar un “programa bien pensado” y el segundo encontrar “la fórmula
arquitectónica capaz de simbolizar nuestra patria y nuestro tiempo”.

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El año de 1933 puede ser visto como aquél en el que convergieron las
circunstancias endógenas y exógenas que se venían gestando desde tiempo atrás y
que en ese momento coincidieron y anunciaron que la Arquitectura de la
Revolución había dejado su etapa de experimentación para advenir a una mayor
racionalidad.

La conciencia de la necesidad de imprimir una mayor racionalidad al proceso


proyectual y constructivo de las obras urbano arquitectónicas se había ido
gestando el tener en cuenta, tanto proyectistas como habitadores, las limitaciones
de funcionamiento en que había incurrido las obras hechas por ausencia,
justamente, de un mayor cuidado en su preparación y realización.

Fue en la Primera Convención Nacional de Arquitectos Mexicanos (1931), que se


invitó a “comenzar a estudiar soluciones verdaderamente mexicanas a nuestros
genuinos problemas mexicanos (para) imprimir más y más el sello personal y
nacional en toda nuestra producción arquitectónica”.

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En este nuevo momento se dio cauce a la conciencia de la necesidad de injertar la
planeación como punto nodal y de principio a partir del cual deberían llevarse a
cabo todas las obras por venir. Fue también el de la expedición de leyes y
reglamentos atingentes y el de los grandes planes nacionales en dos campos
sustantivos: la salud y la educación.

Se trataba de superar las limitaciones de diversa índole en que se había incurrido


en el pasado. Las unidades, del tipo que fueran, debían ser objeto de un estudio
minucioso y de ser posible, de toda una planeación.

Habían sido los arquitectos los que por primera vez hicieron ver al país la
importancia de la planeación como el instrumento más eficaz en que podía
pensarse para optimizar el resultado de las políticas nacionales. Entre las muchas
actividades que llevaron adelante los arquitectos, brilla con especial intensidad la
insistencia de planear las acciones urbanas.

Un grupo de funcionarios, arquitectos y médicos, casi al unísono, elaboraron los


dos primeros planes de alcance nacional en el ámbito de la construcción de
edificios destinados a la salud y a la educación.

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La Arquitectura de la Revolución, aquella que “conscientemente anteponía el fin
social a cualquier premisa esteticista o teórica” (Ricardo de Robina), fue el correlato
de la revolución social. Fue también producto del interés de los arquitectos por
acceder a una nueva arquitectura que se distanciara de los cartabones estilísticos.
Para lograrlo, se abocaron a la solución de los grandes problemas nacionales de
contar con espacios habitables idóneos para que el conjunto social dinamizara sus
potencialidades en ellos.

La búsqueda de una arquitectura propia y actual perduró hasta en tanto las


circunstancias nacionales continuaran prohijándola. Cuando esas circunstancias
iniciaron su transformación, la Arquitectura de la Revolución vio profundamente
debilitada su base social de sustentación. Su declinación y ocaso, que no su
muerte, no tuvo lugar el mismo día y a la misma hora en los confines del territorio
nacional.

Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo

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El inmueble sede del Museo Casa Estudio fue construido como casa y taller de
Diego Rivera (1886-1957) y Frida Kahlo (1907-1954) por el pintor, muralista,
arquitecto y amigo de la pareja Juan O´Gorman (1905-1982), quien lo diseñó en
1931. Edificado conforme al estilo funcionalista, concepto arquitectónico por el que
el conjunto habitacional fue declarado monumento artístico el 25 de marzo de
1998, las casas llegaron a ser habitadas por Diego y Frida hasta principios de 1934.
A partir del 16 de septiembre de 1986 es administrado por el INBA.

Edificio Ermita

El Edificio Ermita diseñado por el arquitecto Juan Segura,


se encuentra ubicada en el cruce de las avenidas Jalisco y
Revolución. En el terreno donde hoy se encuentra el
Edificio Ermita mide en total 1390m2, y estuvo ocupado
en algún momento por una capilla, propiedad de la
familia Mier y Pesado –de ahí viene el nombre del edificio.

La construcción de este edificio comienza en 1929 y se


concluye en 1935. El costo total de la obra fue de 712,579
pesos oro, lo que representaba una inversión
considerable, pero de acuerdo a lo relatado en el
documental de Felipe Morales, sta lujosa construcción recaudaría una renta
mensual de 15,980 pesos oro.

El proyecto fue innovador ya que en el se aplicaron materiales y tecnologías de


vanguardia, además de que la conformación del espacio y las plantas resultaban
excepcionales. Un punto muy importante que es necesario mencionar es que esta
obra propone una estética nueva y propia, lo que le otorga independencia
expresiva, pues a diferencia de las obras desarrolladas por algunos de los
arquitectos más importantes de la época ésta se desarrolla fuera del funcionalismo
y del movimiento nacionalista.

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Palacio Nacional de
México

En contraparte, en la
segunda mitad del
siglo XX, se inició un
proceso de sustitución
de las estructuras
virreinales por
vanguardistas
edificaciones de hierro
y vidrio.

Y en el caso del Palacio Nacional, se adicionaron ciertas estructuras –conocidas


como los edificios Landa- para acoger las oficinas de la Presidencia y de la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Y ya en años recientes, se remodela la
capilla y se demuelen los edificios Landa y otros más antiguos; todo esto con el fin
de habilitar espacio para la implementación de salas de exposiciones
museográficas, con un estilo más cercano al siglo XIX.

Además, con la recuperación de espacio al aire libre se estableció el jardín


botánico. Finalmente -en el año 2006-, se presenta una nueva fachada y nuevos
espacios que permiten agregar el museo del sitio, una tienda del Palacio Nacional y
un restaurante

Toreo de la Condesa (1907 – 1946)

Con aspiraciones de llegar a hacer la mejor plaza


taurina del mundo, se formó una sociedad anónima
con el nombre de Nueva Empresa de El Toreo S.A.,

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cuya junta directiva estaba formada por Manuel Fernández del Castillo y de Mier,
Lucas Alamàn, Miguel Illanes y el ingeniero José Mondragón.

 La plaza se construyó en la manzana número 48 de lo que era originalmente la


colonia Condesa, de donde tomó su nombre. Contaba con una superficie de 18 425
metros cuadrados y una ubicación que representaba grandes ventajas, puesto que
tenía vista por los cuatro costados y así el público podía reconocerla
inmediatamente.

 El ingeniero Alberto Robles Gil dirigió las obras, cuyas características principales
fueron: estructura completa realizada en hierro y acero, piso de las lumbreras y del
tendido en cemento, redondel de 45 metros de diámetro y el callejón de dos
metros de ancho.

 El Toreo fue inaugurado el 22 de septiembre de 1907 con el siguiente cartel:


Manuel González Rerre y Agustín Velasco Bombita, español y mexicano
respectivamente lidiando cuatro toros de la ganadería de Tepeyahualco, junto con
otros cuatro novillos de la misma divisa para los jóvenes novilleros Samuel Solís y
Pascual Bueno.

 La última corrida en el toreo de la Condesa se efectuó el domingo 19 de mayo de


1946 con un cartel tan deslucido como el de su inauguración: Andrés Blando,
Edmundo Zepeda y el colombiano Miguel López, lidiando tres toros de Atenco y
otros tantos de la ganadería de San Diego de los Padres. Ese mismo año la plaza
fue vendida para su desmantelaciòn en siete millones de pesos y trasladada
íntegramente a Cuatro Caminos. Su lugar es ocupado actualmente por los
almacenes comerciales El Palacio de Hierro, en la esquina sureste de las calles de
Durango y Salamanca.

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Parque México o parque general San Martín

Su traza y diseño “moderno” y “elegante” son


atribuidos a los arquitectos Javier Stavoli y Leonardo
Noriega. La Secretaria de Relaciones Exteriores sugirió
al ayuntamiento, como un gesto de buena voluntad
con la República Argentina, llamar al Parque México:
Parque General San Martín, libertador de aquel país.
El Parque fue enriquecido en 1927 con vegetación formada por mimosas, cedros
del Líbano, casuarinas y palmas Félix; una serie de cascadas, puentes, riachuelos y
estanques artificiales. El mobiliario del parque también está muy bien logrado,
tanto en lo plástico como en lo funcional. Hace gala del concreto armado, material
que revolucionó aquella época, así como de las características formas geométricas
abstractas, los colores vivos y el espíritu nacionalista que identifican al art-decó
mexicano. Las bancas son de estilo naturalista imitando troncos y ramas, lo que les
da un aire campirano y las remite al equipamiento característico de los parques del
porfiriato..

CONCLUSIONES

 Como podemos observar a lo largo de esta investigación, la arquitectura del


México revolucionario se dirige principalmente hacia la corriente
funcionalista.

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 Casas como la de Diego Rivera, unidades habitacionales como las de las
colonias la Vaquita y Moctezuma, escuelas, entre otros, son ejemplos del
estilo arquitectónico que sin duda alguna dominó la
época revolucionaria de México.
 Otra cosa que nos parece importante resaltar es que
fue precisamente durante ésta época que México
comenzó a manifestar su propio estilo arquitectónico.
Lo anterior se debió a que durante el porfiriato
únicamente se le daba entrada a proyectos
arquitectónicos de profesionales extranjeros,
principalmente de Francia e Inglaterra, eso provocó
que la construcción porfirista careciera de un estilo
mexicano e innovador.
A partir de la Revolución todo da un giro y es cuando
se le da entrada a proyectos arquitectónicos y
urbanísticos de arquitectos mexicanos. Así fue como
se empezó a consolidar un nuevo estilo mexicano
inspirado en el funcionalismo.
 Por último queremos reconocer el gran legado
histórico y cultural que todas estas construcciones
representan. Cuidémoslas y llevemos en nombre de
México en alto.

BIBLIOGRAFÍA

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 LA ARQUITECTURA DE LA REVOLUCION MEXICANA: CORRIENTES Y ESTILOS
EN LA DECADA DE LOS VEINTE.
1ª Edición, UNAM, México, 2008.

 HISTORIA DE LA ARQUITECTURA MEXICANA.


De Anda Alanis, Enrique X.
Editorial Gustavo Gili, 2ª edición, España, 2006.

 ARQUITECTURA HABITACIONAL.
Plazola Anguiano, Guillermo.
Limusa, México.

 VIVIENDA COLECTIVA DE LA MODERNIDAD EN MEXICO: LOS


MULTIFAMILIARES DURANTE EL PERIODO PRESIDENCIAL DE MIGUEL
ALEMAN (1946-1952).
De Anda Alanis, Enrique X.
1ª Edición, UNAM, México.

http://www.arqhys.com/arquitectura-mexicana.html
http://arkisanchez.blogdiario.com/1275256214/

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