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Examinando las múltiples aristas del problema, tomaremos para el análisis como uno de los ejes
relevantes del mismo lo atinente al personal subalterno perteneciente al Servicio Penitenciario
Bonaerense.
Para ello, comenzaremos por analizar los mecanismos de ingreso a la institución.
A partir de las disposiciones del poder ejecutivo, el congelamiento de vacantes para el ingreso de
personal al Estado provincial se restringe exclusivamente a las fuerzas de seguridad 5: policía,
servicio militar y servicio penitenciario. En un mercado laboral sumamente limitado,
flexibilizado y precarizado, el ingreso a un puesto en el estado aparece como oportunidad
sumamente apetecible, tanto por la estabilidad que representa como por los beneficios en
términos de seguridad social y previsional. Esto se agudiza particularmente en los sectores
poblacionales con trayectoria educativa mínima o una baja cualificación laboral. Si bien el
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Baste a modo de ejemplo la apretada agenda de Jornadas, Encuentros y aún espacios de formación específicos
sobre la temática que se sustentan sólo en esta última mitad del año, en la provincia de Buenos Aires..
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recién a partir de la Ley que declara la Emergencia del Patronato de Liberados, en el año 2.004, es posible el
ingreso a una repartición no militarizada.
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Desafíos para la intervención
servicio penitenciario establece la posibilidad de que los postulantes ingresen tras una formación
de grado cuyo requisito es tener estudios medios completos y cursar por espacio de dos años en la
escuela de cadetes, este sistema rige para aspirantes al escalafón superior6. Para el denominado
escalafón general, el ingreso se establece mediante la presentación de una planilla de postulación,
la cual se ingresa en un sistema informatizado y conforma una base de posibles ingresantes, de la
cual debiera surgir la nómina de futuros agentes a incorporar.
Tenemos aquí una primera deficiencia: no se puede garantizar que los ingresantes al
sistema elijan vocacionalmente la tarea que van a desempeñar.
Los estándares internacionales establecen como óptima la relación de un agente por cada
detenido. En la provincia se verifica una proporción cercana a un agente cada dos detenidos. Sin
embargo, la ampliación de la planta de personal está sujeta a una decisión política y no técnica,
sus cupos suelen incrementarse al ritmo de la construcción de nuevas unidades, por lo cual
habitualmente hay un fuerte remanente de cargos a cubrir para el desempeño óptimo de las
funciones. Cuando esta apertura de ingresantes se produce, yendo de la mano de las nuevas
construcciones, un complejo juego de oferta demanda, en términos de operaciones político
partidarias se desenlaza: el primer punto será el tema de la inversión, ¿quién aporta los recursos?
¿La provincia o la nación? Depende de qué provincia se trate, depende de qué tan cuestionado
esté a nivel de organismos internacionales su sistema penal, depende de las apetencias
eleccionarias de sus representantes, depende...
El segundo punto será el lugar en el cual se ejecuta la construcción. Hace 5 años se realizaron
encuestas en las posibles locaciones a fin de indagar si la población estaría dispuesta a convivir
con los muros. En una estrategia que combinó proselitismo e intereses genuinos, se estableció
que las nuevas unidades serían instaladas en ámbitos casi rurales, alejados del conurbano,
geografía que provee casi al 80 % de la población prisionizada. Un factor decisorio fue la oferta
de empleo para los residentes de las localidades seleccionadas. El desfile de intendentes
reclamando una cárcel para su partido fue notorio. En la actualidad, se ha decidido que las nuevas
cárceles se edifiquen en el conurbano como estrategia para abaratar los costos de traslado de
detenidos hacia los juzgados en ocasión de comparendos. Sería de esperar que los ingresantes
fueran seleccionados o bien de la lista mencionada (en la cual hay personas inscriptas desde hace
más de 8 ó 9 años) o bien de la nómina que los intendentes recaban en sus distritos. Baste
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Si bien se plantean transformaciones en este sistema de escalafones, pretendiendo su unificación, esto no se ha
producido aún.
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mencionar como refutación el hecho de que durante la gestión anterior, el ministro de justicia,
proveniente del municipio de Dolores, seleccionó personalmente a más de 600 de los 1.200
ingresantes, los cuales fueron vecinos de su pueblo, es preciso señalar que finalizó su mandato
para asumir el cargo de intendente de esta ciudad. Siendo un número absolutamente excesivo
para ser incorporado a la cárcel local, los agentes fueron incluidos en lugares como Magdalena y
Varela, debiendo trasladarse varios kilómetros para cumplir con sus funciones, en razón de lo
cual debieron generarse horarios especiales para que cumplan sus tareas, en detrimento de una
organización racional del funcionamiento institucional. De igual manera, punteros políticos
prominentes, representantes del poder judicial y legislativo proponen sus candidatos.
Identificamos en este punto, otro elemento perturbador: no es posible garantizar el ingreso
en términos de aptitud.
Los elementos subrayados no se circunscriben a una cuestión de educación formal, toda vez que
se ha verificado que los profesionales no aparecen como un grupo diferenciado al interior de la
repartición. Tarrío González7 define claramente la perspectiva de los médicos en el caso de los
presos FIES y aquí tenemos nuestros modelos autóctonos. Para el año 2.003 se realizó una mesa
de trabajo en la unidad 29, entonces considerada como unidad de máxima seguridad, el tema en
cuestión era el elevado número de autoagresiones y suicidios. Los profesionales presentes,
médicos, psicólogos, trabajador social y el sacerdote (¿?) coincidían en que el problema escapaba
de su ámbito de incumbencia, evaluando que los presos se lastiman para lograr beneficios, lo cual
no era visto como indicador del nivel de dolor que se les inflingía en detención y en condiciones
inhumanas, ni el flagrante abandono al que el sistema judicial los somete, ni se cuestionaba
siquiera la calidad de imputados de casi el 90 % de los detenidos, ni aparecía un cuestionamiento
a partir de su compromiso como profesionales. Clara evidencia de modificar esta situación resulta
lo definido en los Lineamientos Mínimos para el actuar del agente penitenciario:
ARTICULO 37.- El agente penitenciario deberá controlar si los internos/as se
alimentan y, en caso contrario, tomar conocimiento de las razones y dar aviso al profesional de
la salud y demás autoridades con ingerencia sobre el interno/a
ARTICULO 38.- El agente penitenciario deberá controlar las actitudes de los
internos/as a fin de evitar las tentativas de suicidio y autoagresiones dando comunicación al
profesional de la salud para que asista al interno/a.
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TARRIO GONZALES, Huye, hombre, huye
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Hace poco un director del área de seguridad del organismo enumeraba las unidades carcelarias a
desactivar. Al mencionarle que la cárcel de Olmos debiera ser erradicada, respondió que no era
necesario, que habían reforzado su seguridad. La descripción sobre el particular que detallara el
informe Borrino8 no se ha modificado, salvo para empeorar, pero desde su perspectiva
reduccionista los estándares mínimos de habitabilidad no resultan parámetros a considerar. El
posicionamiento de ambos actores, con poder de decisión en el ámbito institucional inmediato, da
cuenta de su propia mirada acerca del problema.
Este elemento bien puede ser resultante de la conjugación de los anteriores: no existiendo
vocación ni requisito de aptitud, las prenociones acerca del delito y la pena operan con
absoluta prescindencia de marcos normativos que no ha internalizado el personal
penitenciario en sus particulares procesos de socialización.
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Para el año 2.000 el Dr. Borrino realizó una exhaustivo informe acerca de las condiciones degradantes en que se
hallaba la unidad, de todo punto de vista ofensiva para la dignidad humana.
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beneficio de las horas extras, parte importante del ingreso mensual. En caso de tratarse de
familias monoparentales, no se les permitió excusarse, salvo en situaciones excepcionales,
vinculadas con la capacidad de gestión personal. Muchos de ellos no terminaron la escolaridad
primaria y debían incorporar conceptos que a los estudiantes universitarios se les imparte a lo
largo de un cuatrimestre. Al hablar de los grupos que conforman la institución, los polos eran
asumidos como ellos y nosotros, donde ellos eran los superiores y nosotros eran los agentes. Una
cita: “hago 400 metros bajo la lluvia para llevar al preso a que estudie y si yo pido horario para
ir a la escuela me hacen devolver las horas”9.
Habiéndose terminado el gas en las instalaciones, los agentes debieron recurrir al empleo de toda
su ropa de calle para mal soportar el frío de las noches. Una muestra más de la perversión: ante la
nueva reglamentación que elimina las diferencias entre los escalafones, el ascenso a la categoría
de sargento no debía otorgarse por este medio, el cual se consideraba perimido, al punto que tras
este curso, la escuela de sub oficiales se desmanteló. Si bien la última resolución ministerial al
respecto intenta abordar este punto, es apenas un primer paso, en tanto por las razones que se
viene exponiendo, muchos de estos artículos son, por ahora, expresiones de buena voluntad sin
elementos que permitan garantizar su concreción:
ARTICULO 18.- El personal penitenciario tiene derecho a su desarrollo personal
y profesional atendiendo a sus potencialidades, debiendo la autoridad penitenciaria procurar
una capacitación constante.
ARTICULO 21.- El personal penitenciario tiene derecho a continuar sus estudios
terciarios y/o universitarios, debiendo la Institución establecer mecanismos que permitan la
continuidad de los mismos sin desmedro de la labor que realice.
Este es otro elemento central para este análisis: no se puede pensar en la implementación de
un trato digno hacia el detenido cuando quien está a su cuidado es tratado con indignidad.
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LAUMAN, E. “De la autoridad y sus efectos”, publicado en la revista A voces, ed. De abril de 2.004. el Dr.
Lauman escribió este artículo en su condición de Jefe del Servicio Penitenciario.
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Este resulta ser otro elemento de relevancia: no puede pensarse en un proceso de
profesionalización de la institución sin desmilitarizar la estructura que la contiene y
reconocer explícitamente la condición de trabajador asalariado que revisten.
Las acciones desarrolladas por la institución durante la dictadura constituyen un tema que se
reedita de modo confuso y persistente. En sus percepciones, cuando la sociedad les reclama por
hechos de tortura, definen los mismos en el acotado marco del terrorismo de estado, como si estas
prácticas hubieran sucedido exclusivamente en épocas dictatoriales. En este sentido, cuando se
expone públicamente que se sustancia una causa por torturas, en la cual hay pruebas de la
aplicación de picana eléctrica en la unidad 9 de La Plata, uno de los imputados estaba realizando
el curso mencionado, debiendo abandonar el mismo –al igual que su puesto, mientras se
desarrollaban las actuaciones judiciales- en tanto sus compañeros se esfuerzan por explicar cómo
los presos se producen este tipo de heridas para denunciar al servicio y obtener traslados y/o
beneficios. No admitieron la posibilidad de que algo así fuera verdad. Para ellos es muy fuerte el
peso de sentir que los resabios de la dictadura permanecen y que la sociedad los acusa de torturas,
no por lo que actualmente se produce intramuros, sino por el recuerdo de hace treinta años. En
otra ocasión, un sub oficial presentó evidencias de tratos denigrantes hacia los detenidos,
puntualmente se mostraba la imagen de dos detenidos engrillados con el mismo juego de esposas.
Sus compañeros justificaron este accionar en razón de la escasez de esposas que había en el
penal, a ninguno se le ocurrió que podía negarse a obedecer la orden de traslado porque
significaba un trato inhumano para los internos. Otro elemento vinculado con este punto y
sumamente sensible es el tema del uniforme. Las propuestas referidas a la conveniencia de trocar
el mismo por el guardapolvo son rechazadas con dos argumentos: se les abona un plus de $25 u/s
en concepto de uniforme y resulta un componente que impone autoridad frente al detenido,
apelando a un elemento externo frente a la deslegitimidad de la propia tarea. Asumen la dificultad
que les genera persistir en su empleo frente al rechazo social que genera. No es casual que la
mencionada resolución 56/06 disponga:
ARTICULO 1°.- El agente penitenciario debe aplicar toda normativa nacional e
internacional referida a la protección de los derechos humanos, prohibición de la tortura y el
maltrato, como así también las de tratamiento de las personas privadas de libertad.
ARTICULO 2°.- El agente penitenciario debe dirigir su accionar teniendo como
premisa que todos los seres humanos son iguales en dignidad y derechos, debiendo desarrollar
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su trabajo observando el derecho a la vida y seguridad de los internos/as, como así también su
bienestar.
ARTICULO 3°.- El agente penitenciario no puede someter a tortura, castigo y/o
trato cruel, inhumano o degradante a persona alguna. Debe oponerse y evitar la realización de
cualquier acto o acción que signifique maltrato, tortura, vejaciones y/o humillaciones contra el
interno/a y/o cualquier menoscabo a su integridad física y/o moral.
No puede pensarse en una transformación sin abordar en profundidad una clara
conceptualización sobre el marco normativo que coloca el paradigma de los derechos
humanos como principio rector de la acción estatal.
Simultáneamente, las demandas por mayores y efectivas medidas de seguridad suelen leerse
como ampliación de la tarea punitiva directamente vinculada con el encierro. Esto coloca su labor
en el centro de la escena pública, haciendo expresa la insuficiencia e inoperancia del mito
resocializador que sustenta su trabajo. Reconocer que los procesos de reeducación que enuncian
carecen de los efectos esperados, sin tener elementos para comprender los motivos profundos de
esta ineficacia genera un creciente sentimiento de insatisfacción laboral. El sentimiento
omnipresente de ser subestimados y maltratados por sus superiores, destinados a tareas rutinarias
y repetitivas, con salarios que se distancian geométricamente de los que perciben los oficiales, se
perpetúa en mecanismos de diferenciación social que cristalizan una situación de claro corte
discriminatorio: el servicio penitenciario cuenta con dos guarderías: La Palomitas y Las
Campanitas, la primera está destinada a los hijos de las internas alojadas en la Unidad 33 y a los
hijos del personal subalterno, en una aparente muestra de vocación democrática y espíritu de
integración, pero, claro, si todos somos iguales, algunos son más iguales que otros: a Las
campanitas van los hijos de los oficiales. Misma segmentación que se reproduce en los círculos
que los congregan y en la calidad de servicios que ofrecen. La segregación de clase se evidencia
en formas de segregación espacial: en las unidades, los suboficiales comen y descansan de las
guardias prolongadas en el casino de suboficiales. Los oficiales hacen lo propio en el casino de
oficiales. Pese a que los alimentos que ingieren son adquiridos con el erario provincial, cada
empleado debe pagar por lo que consume, $30 los oficiales y $20 los suboficiales. En el caso de
éstos últimos, si no pagan la cuota mensual son conminados a abandonar el salón comedor, frente
a la mirada de todos sus compañeros. Quien toma esta decisión suele ser quien lleva la
contabilidad del casino, quien, por lógica, resulta ser un oficial. Los colchones en los cuales
descansan son los mismos que emplean los internos y, en ocasiones, obtiene sus mantas
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expropiándoselas a los presos. Así, se verifican eventuales epidemias de sarna en los empleados
de menor rango. La citada normativa toma esta preocupación:
ARTICULO 16.- El personal penitenciario deberá darse un trato igualitario, de
tal manera que no sufran discriminación de ningún tipo por razones de raza, religión,
nacionalidad, región geográfica, ideología y/o circunstancia de cualquier naturaleza.
ARTICULO 17.- El personal penitenciario deberá referirse cordialmente y con
respeto, sin discriminar jerarquías evitando comentarios agresivos o que puedan provocar
malestar en las personas aludidas
La ausencia de derechos laborales mínimos, la prohibición de colectivizar sus demandas, agudiza
el sentimiento de estar entre dos bloques de presión: la exigencia de cumplir sin queja su labor y
la sensación de ser vulnerables a las demandas de los detenidos. En esta institución, como en casi
todas, los costos finales de los errores y las desidias las pagan, casi siempre, los estratos más
frágiles. Manifiesta prueba de lo afirmado resulta el hecho de que la masacre de Magdalena no
resultara en una remoción inmediata de los mandos superiores sino en el enjuiciamiento de los
responsables inmediatos e inferiores (22 oficiales y 19 sub oficiales). Para agravar esta situación,
las tareas que les son asignadas no solo son las más denigradas, sino también las más riesgosas.
Una ex jefa de un penal femenino afirmaba: “el problema acá no es el conflicto, el problema es
la amenaza diaria del conflicto, lo que te pasa mientras esperás que se desate...”
En ocasión de producirse un violento motín en esta unidad, las empleadas fueron agredidas y,
algunas golpeadas. No hubo para ellas relevo ni asistencia psicológica. Cumplida su guardia de
24 horas, debieron regresar 48 horas más tarde. Se garantiza de este modo un sentimiento de
aversión hacia la población a la que deben acompañar en su proceso de ejecución penal11. Un
dato más: para quienes realizan guardias de 24 horas, la institución provee los alimentos,
alimentos que se adquieren con el presupuesto que el estado provincial adjudica para el
funcionamiento de la institución.
Toda revisión que pretenda aportar a una democratización real de la repartición deberá
tener en cuenta las condiciones concretas de trabajo del agente penitenciario.
A modo de cierre
Siguiendo a Netto, la cuestión social aparece recortada, escindida en múltiples problemas que
sesgan e individualizan sus refracciones, permitiendo obturar el reconocimiento de una matriz
fundante: la contradicción originaria elevada a su máxima expresión. La cuestión penal no se
halla por fuera de esta fetichización que nos conduce a lecturas fragmentarias y tendenciosas y es
ésta la condición de posibilidad para que los discursos criminológicos encarnen y se materialicen
en mecanismos de intervención que devastan a los sujetos que el sistema construye para legitimar
su accionar punitivo e imponer las marcas de la norma.
Entendemos, por tanto que no es azarosa esta particular concepción del problema que en estos
días se ha definido como un problema de seguridad, acotando la misma a una lectura tendenciosa
de los niveles de violencia urbana y sesgando artificialmente su cariz eminentemente político.
Creemos que toda respuesta, por tanto, será provisoria e insuficiente. Sin embargo, creemos con
igual énfasis que no se puede permanecer impávido ante el flagelo que presenciamos.
Participar en estos ámbitos que, en líneas generales son ajenos a nuestro quehacer cotidiano, nos
proporcionaron las coordenadas necesarias para interpelarnos y definir qué queríamos compartir
en este espacio.
Como trabajadoras sociales nos encontramos a diario con historias de hombres y mujeres que han
atravesado instancias de detención que, sin ningún tipo de dudas podemos definir como procesos
de des integración social. No existen mecanismos que reparen las heridas que les fueron
infligidas. Aún en los pocos casos en los que el vínculo familiar resistió al mecanismo devastador
del encierro, el hombre y la mujer que egresa de un penal no es en modo alguno la misma
persona que ingresó a él, asimismo, la familia a la que vuelve ya no es la misma, hubo
redefinición de roles y funciones, duelos que se atravesaron de ambas partes, una suma de
circunstancias que evidencian que nada será lo mismo. El profundo quiebre y la compleja trama
vivencial exigen un fuerte proceso de reacomodamiento que interpela tenazmente a cada
miembro del grupo familiar.
Atesoramos sus rostros, sus dolores, sus desazones y las nuestras, por la sensación de impotencia
que cotidianamente transitamos. Leemos en sus ojos de hombres viejos de 20 años mal vividos, la
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coexistencia contradictoria de la resignación y la esperanza. Recuperamos sus historias que
encarnan la historia de la exclusión y el desamparo, alentamos sus proyectos, contenemos sus
soledades, vemos crecer a sus niños y, con suerte, aportamos a construir con ellos una apuesta de
vida que contenga y exprese la dignidad inherente a su condición humana.
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