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Las señales de Dios (II)

Salvar almas: asunto de teoría y práctica.

Marcos 1:21-28

Un hombre va al médico en su control anual y el médico le regaña diciendo:


-Usted sabía que no debía comer más chorizos, tortillas ni nada que sea frito si quiere seguir
viviendo con algo de salud.
El hombre mira al doctor y con cara de quien no está interesado en la conversación
responde:
-Así es, pero si he de morir por algo, que sea por comer lo que a mí me gusta.

Casi todos sabemos lo que debemos hacer para vivir con buena salud. Al igual que una vida
saludable, la vida espiritual requiere de poner en práctica lo que sabemos.

En el pasaje de Marcos 1:21-28 vemos la práctica de la vida espiritual completa. Teoría y


acción. La suma de la teoría y la práctica da como resultado autoridad. Para Marcos, el autor de
este evangelio, este relato encierra una unidad inseparable. El tema que unifica este pasaje bíblico
es la autoridad. Esta autoridad tuvo dos facetas, que son:

1. La enseñanza de la doctrina con autoridad.


Jesús enseñaba la doctrina con una autoridad indudable que hacía a la gente asombrarse. Por
primera vez estaban viendo y escuchando con claridad la voz de Dios que había hablado antes a
través de sus profetas. No enseñó como los maestros de su época, a quienes Jesús acusó de solo
seguir tradiciones (Mr. 7:3) e, incluso, de violar la voluntad divina (Mr. 7:6-13). Jesús sabía lo que
enseñaba y lo hacía bien, pero fue más allá: lo puso en práctica delante de sus propios ojos.
2. La expulsión del demonio con la misma autoridad.
Jesús mostró la otra cara de la moneda: acción, hechos, señales y milagros, todos realizados, no en
favor de su propia gloria o voluntad, sino en la voluntad y poder de nuestro Todopoderoso Padre
celestial.

¡La conversión de las personas requiere milagros! ¡Ellos necesitan ver milagros! Y sabemos
que no hay milagro que convenza de pecado al mundo más categóricamente que la regeneración de
vidas, la restauración de familias enteras, el perdón y amor genuino entre hermanos, y una iglesia
unida que trabaja rebosante de amor y gozo para la gloria de Dios. Tenemos el conocimiento, pero
¿lo estamos llevando a la práctica? ¿Tenemos la autoridad para traer almas a los pies de Jesús?

Nosotros tenemos estos milagros a nuestra disposición. Creamos. Hagamos (y repito


adrede), hagamos posible la revelación milagrosa de Dios al mundo en nuestras propias vidas.

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